El Traje Nuevo del Emperador
Hace muchos años, en un palacio muy lujoso vivía
un Emperador al que no le importaba nada que no
fuera vestir bien.
Era un aficionado a los trajes elegantes
y nuevos, en los cuales gastaba una fortuna. Durante el
día se cambiaba de ropa por lo menos cinco veces, y se
vestía de acuerdo con el estado del tiempo.
Cierto día llegaron a la ciudad dos pillos, quienes al tener
conocimiento de la vanidad del Emperador, resolvieron
engañarlo Para ello, se presentaron al Palacio como los
mejores sastres de la tierra. Se vanagloriaban de tejer
las más bellas telas imaginables, extraordinarias por sus
colores, diseños, finos dibujos y además, de ser invisibles
para todas las personas que no estuvieran capacitadas
para ocupar el cargo que en el momento ejercieran.
El Emperador quedó encantado con semejante
prodigio. Mando llamar a los falsos sastres y dándoles
una fuerte cantidad de monedas de oro como adelanto
les encargo
que se pusieran a trabajar inmediatamente
en la elaboración de la tela. Diariamente, los pillos le
pedían hilos de oro, haciéndose los que tejían delante de los
telares. El Emperador quería saber cómo estaba quedando
el trabajo, pero tenía mucho miedo de ir personalmente,
pues recordaba que toda persona con falta de capacidad no podría verla.
Entonces mando a su fiel ministro, quien al ver que no
había nada en los telares, abrió los ojos desmesuradamente,
pero no lo dijo, pues no quería pasar por tonto.
-¡Oh, es maravillosa! ¡Qué colores! Le hizo saber al Emperador
Sucesivamente éste envió uno tras otro
de sus servidores,
quienes volvían con la misma respuesta. -¡Maravillosa,
encantadora! Al Oírlos, el Emperador Sintió deseos de
contemplarla con sus propios ojos, así que fue
a visitar a los
tejedores, quienes trabajaban en el telar vacío
Al no ver nada, el Emperador se asustó
muchísimo, pero se quedó callado. Hizo
un gesto de satisfacción y ordenó que le
confeccionaran un traje con la tela. Sus
Súbditos le aconsejaron que estrenara el
traje en la procesión que se iba a celebrar
El Emperador se quitó la ropa y ellos
simularon colocarle prenda tras prenda.
-¡Qué elegante está el Emperador!
Nadie era capaz de decir nada para no
ser acusado de necio. Cuando estaban
en la calle, de pronto un niño grito:
¡Pero si va en calzoncillos!
Al oír esto
el pueblo corroboró: ¡Si, el Emperador
está desnudo! Con mucha vergüenza
el Emperador desapareció torpemente
dándose cuenta de su gran estupidez.
un Emperador al que no le importaba nada que no
fuera vestir bien.
Era un aficionado a los trajes elegantes
y nuevos, en los cuales gastaba una fortuna. Durante el
día se cambiaba de ropa por lo menos cinco veces, y se
vestía de acuerdo con el estado del tiempo.
Cierto día llegaron a la ciudad dos pillos, quienes al tener
conocimiento de la vanidad del Emperador, resolvieron
engañarlo Para ello, se presentaron al Palacio como los
mejores sastres de la tierra. Se vanagloriaban de tejer
las más bellas telas imaginables, extraordinarias por sus
colores, diseños, finos dibujos y además, de ser invisibles
para todas las personas que no estuvieran capacitadas
para ocupar el cargo que en el momento ejercieran.
El Emperador quedó encantado con semejante
prodigio. Mando llamar a los falsos sastres y dándoles
una fuerte cantidad de monedas de oro como adelanto
les encargo
que se pusieran a trabajar inmediatamente
en la elaboración de la tela. Diariamente, los pillos le
pedían hilos de oro, haciéndose los que tejían delante de los
telares. El Emperador quería saber cómo estaba quedando
el trabajo, pero tenía mucho miedo de ir personalmente,
pues recordaba que toda persona con falta de capacidad no podría verla.
Entonces mando a su fiel ministro, quien al ver que no
había nada en los telares, abrió los ojos desmesuradamente,
pero no lo dijo, pues no quería pasar por tonto.
-¡Oh, es maravillosa! ¡Qué colores! Le hizo saber al Emperador
Sucesivamente éste envió uno tras otro
de sus servidores,
quienes volvían con la misma respuesta. -¡Maravillosa,
encantadora! Al Oírlos, el Emperador Sintió deseos de
contemplarla con sus propios ojos, así que fue
a visitar a los
tejedores, quienes trabajaban en el telar vacío
Al no ver nada, el Emperador se asustó
muchísimo, pero se quedó callado. Hizo
un gesto de satisfacción y ordenó que le
confeccionaran un traje con la tela. Sus
Súbditos le aconsejaron que estrenara el
traje en la procesión que se iba a celebrar
El Emperador se quitó la ropa y ellos
simularon colocarle prenda tras prenda.
-¡Qué elegante está el Emperador!
Nadie era capaz de decir nada para no
ser acusado de necio. Cuando estaban
en la calle, de pronto un niño grito:
¡Pero si va en calzoncillos!
Al oír esto
el pueblo corroboró: ¡Si, el Emperador
está desnudo! Con mucha vergüenza
el Emperador desapareció torpemente
dándose cuenta de su gran estupidez.