ILYÁ DE MUROM Y EL BANDOLERO RUISEÑOR
Galopaba Ilyá de Murom como una exhalación. Burushka,
su caballo, brincaba de monte a monte, saltaba los ríos y
volaba por encima de los cerros.
Llegaron de esta guisa hasta los bosques de Brynsk.
Burushka no podía seguir galopando, pues empezaban allí unos
tremedales en los que se hundía hasta los ijares.
Ilyá se apeó. Sosteniendo con la mano izquierda su montura,
arrancaba con la derecha enormes robles, que echaba
al pantano. Treinta verstas cubrió Ilyá de fajinas por las que
la gente viaja hasta hoy día.
Así llegó Ilyá hasta el río Smoródina.
Corría el río ancho y turbulento, saltando de peñasco en Peñasco.
Relinchó Burushka, voló por encima del oscuro bosque y
pasó a la orilla opuesta.
En ella se había emboscado en tres robles, en nueve ramas
secas, el bandolero Ruiseñor. Ante aquellos robles ni volaban
los pájaros, ni corrían las fieras, ni se las sierpes.
Todos temían al bandolero Ruiseñor, nadie
quería morir a sus manos…
Oyó Ruiseñor el batir de los cascos del caballo, se incorporó en las ramas
y bramo con voz terrible:
- ¿Quién es el imbécil que se atreve a pasar por delante
de mis robles y no me deja dormir?
Silbó el bandolero como silba el ruiseñor, rugió como
rugen las fieras, farfulló como farfullan las serpientes, y la
tierra retembló, los robles se tambalearon, las flores perdieron
sus pétalos y la hierba se encamó. Burushka cayó de rodillas.
Ilyá siguió en la silla, sin moverse, sin que temblaran los
rubios rizos de su cabellera. Empuñó Ilyá su látigo de seda y
golpeó las redondas grupas del caballo.
- Eres un saco de paja, y no el caballo de un bravo guerrero. ¿Es
que no has oído nunca el piar de las aves ni el farfulleo sibilante de las sierpes?
Levántate y llévame hasta el nido del bandolero Ruiseñor, si no
quieres ser pasto de los lobos.
Se levantó Burushka y galopó hasta el nido del bandolero.
Muy asombrado, el bandolero Ruiseñor se asomó del nido.
Ilyá, sin perder un instante, tensó su arco y disparó una
flecha pequeña, que pesaba cosa de una arroba.
Vibró sonora la cuerda del arco, voló la flecha, dio al bandolero
en el ojo derecho y le salió por la oreja izquierda. Cayó
Ruiseñor de su nido como si fuera una gavilla de avena. Ilyá
lo levantó en vilo, lo amarró con unas tiras de cuero crudo y
lo ató al estribo izquierdo de su montura.
Miraba el bandolero Ruiseñor a Ilyá y no se atrevía a despegar los labios.
-¿Por qué me miras tan fijo, bandolero, es que no has
visto antes a ningún titán ruso?
-¡Ay, he caído en manos fuertes -exclamo el bandolero-,
está visto que nunca más volveré a ser libre!
Siguió Ilyá galopando por el camino, siempre en línea
recta, y fue a parar a la finca del bandolero. Se extendía la
hacienda unas siete verstas, se alzaba sobre siete postes y la
rodeaba una verja de hierro en la que cada barra estaba coronada
por una caperuza en la que descansaba la calavera de
un titán muerto. Tras la verja se alzaban palacetes de piedra
blanca con terracillas doradas que brillaban como el sol.
Vio la hija del bandolero el caballo del titán y gritó a voz
en cuello:
-Ahí viene nuestro padre. Lleva sujeto al estribo a un aldeano.
Se asomó a la ventana la mujer del bandolero y exclamó atónita:
-¡Qué dices, insensata! Quien va montado es un aldeano
que lleva atado al estribo a tu padre.
Salió corriendo al patio la hija mayor del bandolero, levantó
una plancha de hierro que pesaba unas noventa arrobas
y la arrojó a Ilyá. Pero el titán de Murom era ágil y diestro
y rechazo de un manotazo la plancha, que voló hacia atrás
y mató a la mocetona.
La mujer del bandolero se postró de hinojos ante Ilyá, implorando:
-Llévate, esforzado campeón, cuanto oro, plata y perlas
pueda cargar tu caballo, pero deja en libertad a mi marido.
Ilyá le respondió:
-No quiero regalos bañados en lágrimas infantiles, tintos
en sangre rusa, impregnados del sudor de los campesinos.
Los bandidos siempre se fingen amigos cuando se les apresa,
pero si uno los suelta, luego se arrepiente. Llevaré a tu marido
a Kíev y allí lo cambiaré por a kvas y rosquillas.
Volvió grupas Ilyá y galopó hacia Kíev. El bandolero
callaba, no despegaba los labios.
Entro Ilyá en Kíev y se dirigió al palacio del príncipe. Ató
el caballo a un poste tallado, dejó allí al bandolero y
entro en los claros aposentos del soberano.
El príncipe daba un festín. A la mesa se hallaban sentados
esforzados paladines rusos. Entro Ilyá, hizo una reverencia
desde el umbral, y dijo:
-Buenos dias, príncipe Vladimiro y princesa Apraxia!
¿Aceptáis en vuestra mesnada a un hombre deseoso de serviros?
El príncipe Vladimiro, llamado Sol Esplendoroso, le pregunto:
-¿De dónde vienes, bravo mozo, cómo te llamas? ¿Qué linaje es el tuyo?
-Me llamó Ilyá. Soy de las cercanías de Murom, de la
aldea de Karachárovo. Mis padres son campesinos.
Vengo directo de Chernígov. Te he traído, príncipe, al bandolero Ruiseñor.
Está en tu patio, atado a mi caballo. ¿No quieres echarle una mirada?
El príncipe y la princesa se levantaron, seguidos de todos
los guerreros, y salieron con Ilyá al patio y corrieron hacia el
poste al que estaba sujeto Burushka.
El bandolero pendía del estribo como si fuera un saco de
paja, atado de pies y manos con tiras de cuero crudo. Con su
ojo izquierdo miraba la ciudad de Kíev y al príncipe Vladimiro.
Le dijo el príncipe:
-¡Ea, silba como silban los ruiseñores y ruge como rugen
las fieras!
El bandido le dijo, sin mirarle:
-No me has apresado tú, y no
eres quién para mandarme.
El príncipe pidió a Ilyá:
- Ordénaselo tú, Ilyá de Murom.
- Está bien, príncipe, pero no te enfades si os cubro a
ti y a la princesa con mi caftán campesino para evitar una
desgracia. ¡Ea, bandolero, haz lo que te ha sido ordenado!
- No puedo silbar, tengo la boca seca.
- Dadle al bandolero Ruiseñor medio cubo de vino dulce,
medio cubo de cerveza amarga, medio cubo de borracho
hidromiel y un pan para hacer boca, y entonces silbará para
distracción nuestra…
Dieron de comer y de beber al bandolero, que se aprestó
a silbar.
Ten cuidado, bandolero -le dijo Ilyá-. No se te
ocurra silbar ni rugir con toda la fuerza de tus pulmones, que
lo pasarías mal.
El bandolero no obedeció a Ilyá, pues quería arrasar la
ciudad de Kíev y matar a los principes y a todos los guerreros rusos.
Silbó, rugió y farfullo con toda la fuerza de sus pulmones.
¡La que se armó!
Las cúpulas de los palacetes se torcieron, las escaleras de
las terracillas se desmoronaron, los cristales saltaron de las
ventanas, los caballos huyeron de las cuadras y todos los
guerreros cayeron el suelo y se dispersaron a gatas por el patio. El
principe Vladimiro se tambaleaba, más muerto que vivo, bajo el caftán
de Ilyá.
Ilyá montó en colera gritó al bandolero:
-¡Te dije que distrajeras a los príncipes, y fíjate el daño
que has hecho! Ahora me las pagarás todas juntas. Ya no
volverás a hacer llorar a las madres y a los padres, ya no
dejarás viudas a las mujeres y huérfanos a los niños. ¡Se acabó tu
vida, bandolero!
Desenvaino Ilyá su afilado sable y cercenó la cabeza al bandolero Ruiseñor.
-Gracias, Ilyá de Murom -dijo el príncipe Vladimiro-. Quédate
en mi mesnada. Sé su capitán. Y vive en Kiev
toda tu vida, desde hoy hasta la misma muerte.