EL DIVAN DE LAS GENTES ALEGRES Y DESPREOCUPADAS EL CUESCO HISTORICO
Se cuenta -pero Alah es más sabio- que en la ciudad de Kaukabán, en el Yamán, había un beduíno de la tribu de los Fazli, llamado Abul-Hossein, quien ya hacía largos años que abandonó la vida de Ios beduínos, y se había convertido en un ciudadano distinguido y en un mercader entre los mercaderes más opulentos. Y se casó por primera vez en la época de su juventud; pero Alah llamó a la esposa a Su misericordia al cabo de un año de matrimonio. Así es que los amigos de Abul-Hossein no cesaban de apremiarle con respecto a un nuevo matrimonio, repitiéndole las palabras del poeta:
¡Levántate, compañero, y no dejes transcurrir en balde la estación de primavera!
¡Ahí está la joven! ¡Cásate! ¿No sabes que en la casa una mujer es un almanaque excelente para todo el año?
Y Abul-Hossein, por último, sin poder ya resistirse a todas las insinuaciones de sus amigos, se decidió a entablar negociaciones con las damas viejas componedoras de matrimonios; y acabó por casarse con una joven tan hermosa cual la luna cuando brilla sobre el mar. Y con motivo de sus nupcias dió grandes festines, a los que invitó a todos sus amigos y conocidos, así como a ulemas, fakires, derviches y santones. Y abrió de par en par las puertas de su casa, e hizo que sirvieran a sus invitados manjares de toda especie, y entre otras cosas, arroz de siete colores diferentes, y sorbetes, y corderos rellenos de avellanas, almendras, alfónsigos y pasas, y una cría de camello asada entera y servida en un pedazo. Y todo el mundo comió y bebió y disfrutó de júbilo, de alegría y de contento. Y se paseó y exhibió a la esposa ostentosamente siete veces seguidas, vestida cada vez con un traje distinto y más hermoso que el anterior. E incluso por octava vez la pasearon en medio de la concurrencia, para satisfacción de los invitados que no habían podido recrear sus ojos en ella lo bastante. Tras de lo cual, las damas de edad la introdujeron en la cámara nupcial y la acostaron en un lecho alto como un trono, y la prepararon en todos sentidos para la entrada del esposo.
Entonces, destacándose del cortejo, Abul-Hossein penetró lentamente y con dignidad en el aposento de la desposada. Y sentóse un instante en el diván para probarse a sí propio y mostrar a su esposa y a las damas del cortejo cuán lleno estaba de tacto y de mesura. Luego se levantó con cortesía para recibir las felicitaciones de las damas y despedirse de ellas antes de acercarse al lecho, donde le esperaba modestamente su esposa, cuando he aquí ¡oh calamidad! que de su vientre, que estaba atiborrado de viandas pesadas y de bebidas, escapó un cuesco ruidoso hasta el límite del ruido, terrible y prolongado. ¡Alejado sea el Maligno!
Al oír aquel ruido, cada dama se encaró con la que tenía al lado, poniéndose a hablar en voz alta y fingiendo no haber oído nada; y también la desposada, en lugar de echarse a reír o de burlarse, se puso a hacer sonar sus brazaletes. Pero Abul-Hossein, confuso hasta el límite de la confusión, pretextó una necesidad urgente, y con vergüenza en el corazón, bajó al patio, ensilló su yegua, saltó al lomo del animal, y abandonó su casa, y la boda, y la desposada, huyó a través de las tinieblas de la noche. Y salió de la ciudad, y se adentró en el desierto. Y de tal suerte llegó a orillas del mar, en donde vió un navío que partía para la India. Y se embarcó en él, y llegó a la costa de Malabar.
Allí hizo amistad con varias personas oriundas del Yamán, que le recomendaron al rey del país. Y el rey le dió un cargo de confianza y le nombró capitán de su guardia. Y vivió en aquel país diez años, honrado y respetado, y con la tranquilidad de una vida deliciosa. Y cada vez que el recuerdo del cuesco asaltaba su memoria, lo ahuyentaba como se ahuyentan los malos olores.
Pero al cabo de aquellos diez años le poseyó la nostalgia del país natal; y poco a poco enfermó de languidez; y sin cesar suspiraba pensando en su casa y en su ciudad; y creyó morir de aquel deseo reconcentrado. Pero un día, sin poder ya resistir a los apremios de su alma, ni siquiera se tomó tiempo para despedirse del rey, y se evadió y retornó al país de Hadramón, en el Yemán. Allí disfrazóse de derviche y fué a pie a la ciudad de Kaukabán; y ocultando su nombre y su condición, llegó de tal modo a la colina que dominaba la ciudad. Y con los ojos llenos de lágrimas vió la terraza de su antigua casa y las terrazas contiguas, y se dijo: "¡Menos mal si no me reconoce nadie! ¡Haga Álah que todos hayan olvidado mi historia!"
Y pensando así bajó de la colina y tomó por atajos extraviados para llegar a su casa. Y en el camino vió a una vieja que, sentada en el umbral de una puerta, quitaba piojos de la cabeza a una niña de diez años; y decía la niña a la vieja: "¡Oh madre mía! desearía saber la edad que tengo, porque una de mis compañeras quiere hacer mi horóscopo. ¿Vas a decirme, pues, en qué año he nacido?"
Y la vieja reflexionó un momento, y contestó: "¡Naciste, ¡oh hija mía! en el mismo año y en la misma noche en que Abul-Hossein soltó el cuesco!"
Cuando el desdichado Abul-Hossein oyó estas palabras, hubo de desandar lo andado y echó a correr con piernas más ligeras que el viento. Y se decía: "¡He aquí que tu cuesco es ya una fecha en los anales! ¡Y se transmitirá a través de las edades mientras de las palmeras nazcan flores!" Y no dejó de correr y de viajar hasta llegar al país de la India. Y vivió en el destierro con amargura hasta su muerte. ¡Sean con él la misericordia de Alah y su piedad!
Después Schehrazada todavía dijo aquella noche:
LOS DOS CHISTOSOS
He llegado a saber también, ¡oh rey afortunado! que en la ciudad de Damasco, en Siria, había antaño un hombre reputado por sus buenas jugarretas, sus chistes y sus atrevimientos, y en El Cairo, otro hombre no menos famoso por las mismas cualidades. Y he aquí que el bromista de Damasco, que a menudo oía hablar de su compañero de El Cairo, anhelaba mucho conocerle, tanto más cuanto que sus clientes habituales le decían de continuo: "¡No cabe duda! ¡el egipcio es incuestionablemente mucho más intencionado, más inteligente, más listo y más chistoso que tú! ¡Y su trato es mucho más divertido que el tuyo! ¡Si acaso no nos creyeras, no tienes más que ir a El Cairo a verle actuar, y comprobarás su superioridad!" Y arregláronse de manera que se dijo el hombre: "¡Por Alah ¡ya veo que no me queda más remedio que ir a El Cairo a observar por mis propios ojos si es cierto lo que de él se dice!"
Y lió sus bártulos y abandonó Damasco, que era su ciudad, y partió para El Cairo, adonde llegó, con asentimiento de Alah, en buena salud. Y sin tardanza preguntó por la morada de su rival, y estuvo a visitarle. Y fué recibido con todas las consideraciones de una hospitalidad amplia, y fué honrado y albergado tras los deseos de bienvenida más cordiales.
Luego pusiéronse ambos a contarse mutuamente las cosas más importantes del mundo, y pasaron la noche charlando alegremente.
Pero al día siguiente, el hombre de Damasco dijo al hombre de El Cairo: "¡Por Alah, ¡oh compañero! que no he venido desde Damasco a El Cairo más que para juzgar por mis propios ojos acerca de las buenas jugarretas y de las bromas que sin cesar gastas por la ciudad! ¡Y desearía regresar a mi país enriquecido con tu instrucción! ¿Quieres, pues, que atestigüe lo que tan ardientemente deseo ver?" El otro dijo: "¡Por Alah, ¡oh compañero! sin duda te engañaron los que te han hablado de mí! ¡Apenas si sé diferenciar mi mano izquierda de mi mano derecha! ¿Cómo voy, pues, a instruir en la delicadeza y en el ingenio a un noble damasquino como tú? ¡Pero salgamos a pasear, ya que mi deber de huésped consiste en hacer que veas las cosas buenas que hay en nuestra ciudad!"
Salió, pues, con él, y ante todo, le llevó a la mezquita de Al-Azhar, a fin de que pudiese contar a los habitantes de Damasco las maravillas de la instrucción y de la ciencia. Y de camino, al pasar por junto a los mercaderes de flores, se hizo un ramo de flores, con hierbas aromáticas, con clavelinas, con rosas, con albahaca, con jazmines, con ramas de menta y mejorana. Y así llegaron ambos a la mezquita, y pasaron al patio. Pero al entrar divisaron ante la fuente de las abluciones, acurrucadas en los retretes, personas que estaban evacuando imperiosas necesidades. Y el hombre de El Cairo dijo al de Damasco: "Vamos a ver, compañero. Si tuvieras que gastar una broma a esas personas acurrucadas en fila, ¿cómo te arreglarías... ?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 618ª NOCHE
Ella dijo:
"...Vamos a ver, compañero. Si tuvieras que gastar una broma a esas personas acurrucadas en fila, ¿cómo te arreglarías?" El otro contestó: "¡Lo más indicado sería pasar por detrás de ellas con una escoba de esparto, y como por inadvertencia, haciendo que barría, pincharlas en el trasero con las espinas de la escoba!" El hombre de El Cairo dijo: "Ese procedimiento, compañero, sería algo torpe y grosero. ¡Y verdaderamente resultan soeces semejantes bromas! ¡He aquí lo que haría yo!" Y después de hablar así, se acercó con aire amable y simpático a las personas puestas en cuclillas, diciendo: "Con tu permiso, ¡oh mi señor!" Y cada cual hubo de contestarle, en el límite de la confusión y del furor: "¡Alah arruine tu casa, ¡oh hijo de alcahuete! ¿Acaso celebramos un festín aquí?" Y al ver la cara indignada de las personas aludidas, reían en extremo todos los circunstantes reunidos en el patio de la mezquita.
De modo que, cuando el hombre de Damasco hubo visto aquello con sus propios ojos, encaróse con el hombre de El Cairo, y le dijo: "¡Por Alah, que me venciste. ¡oh jeique de los bromistas! Y razón tiene el proverbio que dice: "¡Sutil como el egipcio, que pasa por el ojo de una aguja!"
Después Schehrazada todavía dijo aquella noche:
ARDID DE MUJER
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que, en una ciudad entre las ciudades, una joven de alto rango, cuyo esposo se ausentaba a menudo para hacer viajes próximos y lejanos, acabó por no resistir ya a la incitaciones de su tormento y escogió para sí, a manera de bálsamo calmante, un muchacho, que no tenía par entre los jóvenes de aquel tiempo. Y se amaron ambos con un amor extraordinario; y se satisficieron mutuamente con toda alegría y toda tranquilidad, levantándose para comer, comiendo para acostarse y acostándose para copular. Y de aquella manera vivieron durante un largo transcurso de tiempo.
Y he aquí que un día solicitó con malas intenciones al muchacho un jeique de barba blanca, un pérfido redomado, semejante al cuchillo del vendedor de colocasias. Pero el joven no quiso prestarse a lo que le pedía el jeique, y enfadándose con él, le pegó mucho en la cara y le arrancó su barba de confusión. Y el jeique fué al walí de la ciudad para quejarse del mal trato que acababa de sufrir; y el walí mandó detener y encarcelar al muchacho.
Entretanto, se enteró la joven de lo que acababa de sucederle a su enamorado, y al saber que estaba preso, tuvo una pena muy violenta. Así es que no tardó en combinar un plan para libertar a su amigo, y adornándose con sus atavíos más hermosos, fué al palacio del walí, solicitó audiencia y la introdujeron en la sala de las peticiones. Y en verdad ¡por Alah! que, nada más que con mostrarse de aquel modo en su esbeltez, habría podido obtener de antemano la concesión de todas las peticiones de la tierra a lo ancho y a lo largo. De manera que, después de las zalemas, dijo al walí: "¡Oh nuestro señor walí! el desgraciado joven, a quien hiciste encarcelar, es mi propio hermano y el único sostén de mi casa. Y ha sido calumniado por los testigos del jeique y por el mismo jeique, que es un pérfido, un disoluto. ¡Vengo, pues, a solicitar de tu justicia la libertad de mi hermano, sin lo cual va a arruinarse mi casa, y yo moriré de hambre!"
Pero no bien el walí hubo visto a la joven, se le afectó mucho el corazón por causa suya; y se enamoró de ella; y le dijo: "¡Claro que estoy dispuesto a libertar a tu hermano! ¡Pero conviene que antes entres en el harén de mi casa, que yo iré a buscarte allí después de las audiencias, para hablar acerca del asunto contigo!" Mas comprendiendo ella lo que pretendía él, se dijo: "¡Por Alah ¡oh barba de pez! que no me tocarás hasta que las ranas críen pelo!"
Y contestó: "¡Oh nuestro señor el walí! ¡es preferible que vayas tú a mi casa, donde tendremos tiempo sobrado para hablar acerca del asunto con más tranquilidad que aquí, en donde al fin y al cabo soy una extraña!" Y le preguntó el walí en el límite de la alegría: "¿Y dónde está tu casa?" Ella dijo: "¡En tal sitio! ¡Y te espero allí esta tarde al ponerse el sol!" Y salió de casa del walí, a quien dejó sumido en un mar agitado, y fué en busca del kadí de la ciudad.Entró, pues, en casa del kadí, que era un hombre de edad, y le dijo: "¡Oh nuestro amo el kadí!" El dijo: "¿Qué hay?"
Ella continuó: "¡Te suplico que detengas tus miradas en mi tribulación, y Alah lo aprobará!"
El preguntó: "¿Quién te ha oprimido?" Ella contestó: "Un jeique pérfido que, valiéndose de testigos falsos, logró que encarcelasen a mi hermano, único sostén de mi casa. ¡Y vengo a rogarte que intercedas con el walí para que suelten a mi hermano!" Y he aquí que, cuando el kadí vió y oyó a la joven, quedó locamente enamorado de ella, y le dijo: "Con mucho gusto me interesaré por tu hermano. Pero empieza por entrar en el harén y esperarme allí. Y entonces hablaremos del asunto. ¡Y todo saldrá a medida de tu deseo!" Y se dijo la joven: "¡Ah hijo de alcahuete! ¡como no me poseas para cuando las ranas críen pelo!" Y contestó: "¡Oh amo nuestro! ¡Mejor será que te espere en mi casa, donde no nos molestará nadie!" El preguntó: "¿Y dónde está tu casa?"
Ella dijo: "¡En tal sitio! ¡Y te espero allí esta misma tarde después de que se ponga el sol!" Y salió de casa del kadí y fué en busca del visir del rey.
Cuando estuvo en presencia del visir, le contó el encarcelamiento del muchacho, que decía era hermano suyo, y le suplicó que diera orden de que le libertaran. Y le dijo el visir: "¡No hay inconveniente! ¡Pero entra ahora a esperar en el harén, adonde iré a reunirme contigo para hablar acerca del asunto!" Ella dijo: "¡Por la vida de tu cabeza, ¡oh amo nuestro! soy muy tímida, y ni siquiera sabré conducirme en el harén de tu señoría! Pero mi casa es más a propósito para conversaciones de ese género, y te esperaré en ella esta misma noche una hora después de ponerse el sol!" Y le indicó el sitio en que estaba situada su casa, y salió de allí para ir a palacio en busca del rey de la ciudad.
Y he aquí que cuando entró en la sala del trono, el rey se dijo, maravillado de su belleza: "¡Por Alah! ¡Qué buen bocado para tomárselo caliente aún y en ayunas!" Y le preguntó: "¿Quién te ha oprimido?"
Ella dijo: "¡No me han oprimido, puesto que existe la justicia del rey!" Dijo él: "¡Sólo Alah es justo! ¿Pero qué puedo hacer en tu favor?" Ella dijo: "¡Dar orden para que pongan en libertad a mi hermano, encarcelado injustamente!" Dijo él: "¡Fácil es la cosa! ¡Ve a esperarme en el harén, hija mía! ¡Y no ocurrirá más que lo que te convenga!"
Ella dijo: "En ese caso ¡oh rey! mejor te esperaré en mi casa. Porque ya sabe nuestro rey que para esta clase de cosas son necesarios muchos preparativos, como baño, limpieza y otros requisitos parecidos. ¡Y nada de eso puedo hacerlo bien más que en mi casa, la cual habrá de ser honrada y bendita por siempre en cuanto pisen en ella los pasos de nuestro rey!"
Y el rey dijo: "¡Sea, pues, así!" Y se pusieron ambos de acuerdo acerca de la hora y el sitio del encuentro. Y la joven salió de palacio y fué en busca de un carpintero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 620ª NOCHE
...de un carpintero, al cual dijo: "¡Esta tarde me enviarás a casa un armario grande con tres entrepaños superpuestos, y del que cada entrepaño tenga una puerta independiente que se cierre bien con un candado!" El carpintero contestó : “Por Alah, ¡oh mi ama! Que las cosa no es tan facil de hacer de aquí a esta tarde!" Ella dijo: "¡Te pagaré lo que quieras!" Dijo él: "En ese caso, estará listo. i Pero el precio que de ti quiero no es oro ni plata, ¡oh mi señora! sino solamente lo que tú sabes! ¡Entra, pues, en la trastienda, a fin de que pueda hablar contigo!" Al oír estas palabras del carpintero, contestó la joven: “!Oh carpintero de bendición, que hombre de tan poco tacto eres! ¡Por Alah! ¿Es que esta miserable trastienda tuya resulta a propósito para una conversación como la que quieres mantener? ¡Mejor será que vengas esta noche a mi casa después de enviarme el armario, y me hallarás dispuesta a conversar contigo hasta por la mañana!" Y el carpintero contestó: "¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido!" Y continuó la joven: "¡Bueno! ¡Pero el armario que vas a hacerme no ha de tener cuatro entrepaños, sino cinco! ¡Porque, si he de guardar en él todo lo que tengo que guardar, necesito cinco entrepaños!"
Y después de darle las señas de su casa, se separó del carpintero y regresó a su domicilio.
Ya en él, sacó de un cofre cinco ropones de hechuras y colores distintos, los dejó cuidadosamente e hizo aportar manjares y bebidas, y colocar flores y quemar perfumes. Y de esta manera aguardó la llegada de sus invitados.
Y he aquí que al oscurecer llevó el armario consabido el mozo del carpintero; y la joven mandó colocarlo en la sala de visitas. Luego despidió al mozo, y antes de que tuviese tiempo de probar los candados del armario, llamaron a la puerta, y entró el primero de los invitados, que era el walí de la ciudad. Y levantóse en honor suyo, y besó la tierra entre sus manos, y le invitó a sentarse, y le sirvió refrescos. Luego empezó a posar en él unos ojos de un palmo de largos, y a lanzarle miradas abrasadoras, de modo que el walí hubo de levantarse acto seguido, y haciendo muchos gestos y tembloroso ya, quiso poseerla al instante.
Pero dijo la joven, desasiéndose de él: "¡Oh mi señor! ¡Cuán refinado eres! ¡Comienza por desnudarte para tener soltura de movimientos!" Y dijo el walí: "¡No hay inconveniente!" Y se quitó sus vestiduras. Y ella le presentó un ropón de seda amarilla y de forma extraordinaria, un gorro del mismo color, para que se los pusiese en lugar de sus trajes de color oscuro, como suele hacerse en los festines de libertinos. Y el walí se apropió del ropón amarillo, y el gorro amarillo, y se dispuso a divertirse. Pero en aquel mismo momento llamaron a la puerta con violencia.
Y preguntó el walí, muy contrariado: "¿Esperas a algunas vecinas o a alguna proveedora?" Ella contestó aterrada: "¡Por Alah, que no! ¡Pero he olvidado que esta misma noche volvía de viaje mi esposo! ¡Y él mismo es quien llama a la puerta en este momento!" El walí preguntó: "¿Y qué va a ser de mí entonces? ¿Y qué voy a hacer?"
Ella dijo: "¡No tienes más que un modo de salvarte, y consiste en meterte en este armario!" Y abrió la puerta del primer entrepaño del armario, y dijo al walí: "¡Métete ahí dentro!" Dijo él: "¿Y cómo voy a caber?" Ella dijo: "¡Acurrucándote!" Y encorvándose por la cintura, entró el walí en el armario, y se acurrucó allí. Y la joven cerró con llave la puerta y fué a abrir al que llamaba.
Y he aquí que era el kadí.
Y le recibió como había recibido al walí, y cuando llegó el momento oportuno, le puso un ropón rojo de forma extraordinaria y un gorro del mismo color; y como quería él arrojarse sobre ella, le dijo: "¡No, por Alah! ¡Antes tendrás que escribirme una orden disponiendo que suelten a mi hermano!" Y el kadí le escribió la orden consabida, y se la entregó en el mismo momento en que llamaban a la puerta. Y exclamó la joven con acento aterrado: "¡Es mi esposo, que vuelve de viaje!" E hizo encaramarse al kadí hasta el segundo entrepaño del armario, y fué a abrir al que llamaba a la puerta de la casa.
Y precisamente era el visir. Y ocurrió lo que les había sucedido a los otros dos; y ataviado con un ropón verde y un gorro verde, hubo de meterse en el tercer entrepaño del armario en el momento de llegar a su vez el rey de la ciudad. Y del propio modo, se atavió el rey con un ropón azul y un gorro azul, y en el instante en que se disponía a verificar lo que le había llevado allí, resonó la puerta, y ante el terror de la joven, se vió obligado a trepar al cuarto entrepaño del armario, donde hubo de acurrucarse en una postura muy penosa para él, que estaba bastante grueso.
Entonces quiso caer sobre la joven el carpintero, que le miraba con ojos devoradores y quería cobrarse el armario. Pero le dijo ella: "¡Oh carpintero! ¿Por qué has hecho tan pequeño el quinto entrepaño del armario? ¡Apenas si puede guardarse ahí el contenido de una caja pequeña!"
Dijo él: "¡Por Alah, que en ese entrepaño quepo yo y aun cuatro más gordos que yo!" Ella dijo: "¡Prueba, a ver si cabes" Y encaramándose en banquetas superpuestas, el carpintero se metió en el quinto entrepaño, donde quedó encerrado bajo llave inmediatamente.
En seguida, cogiendo la orden que le había dado el kadí, la joven fué en busca de los celadores de la cárcel, los cuales, al ver el sello estampado debajo del escrito, soltaron al muchacho.
Entonces volvieron ella y él a la casa a toda prisa, y para festejar su reunión, copularon de firme y durante largo tiempo con muchos ruidos y jadeos. Y los cinco encerrados oían desde dentro del armario todo aquello, pero no se atrevían a moverse ni podían tampoco. Y acurrucados en los entrepaños unos encima de otros, no sabían cuándo se les libertaría.
Y he aquí que, no bien la joven y el muchacho terminaron con sus escarceos, recogieron cuantas cosas preciosas pudieron llevarse, las metieron en cofres, vendieron todo lo demás, y abandonaron aquella ciudad para ir a otra ciudad y a otro reino. ¡Y esto en cuanto a ellos! ¡Pero encuanto a los otros cinco, he aquí lo que les sucedió! Al cabo de dos días de estar allí, los cinco
se sintieron poseídos por una necesidad imperiosa de orinar.
Y el primero que se meó fue el carpintero. Y cayeron los orines en la cabeza del rey. Y en el mismo momento se puso el rey a mear encima de la cabeza de su visir, que se orinó en la cabeza del kadí, el cual se meó en la cabeza del walí. Entonces alzaron la voz todos, excepto el rey y el carpintero, gritando: "¡Qué asco!" Y el kadí reconoció la voz del visir, el cual reconoció la voz del kadí. Y se dijeron unos a otros: "¡Henos aquí caídos en la trampa! ¡Menos mal que ha escapado el rey!"
Pero en aquel momento les gritó el rey, que habíase callado por dignidad: "¡No digáis eso, porque también estoy aquí! ¡Y no sé quién me ha meado en la cabeza!" Entonces exclamó el carpintero: "¡Alah eleve la dignidad del rey! ¡Me parece que he sido yo! ¡Porque estoy en el quinto entrepaño!"
Luego añadió: "¡Por Alah! ¡Soy el causante de todo esto, pues el armario es obra mía!"
Entretanto, regresó de su viaje el esposo de la joven; y los vecinos, que no se habían dado cuenta de la marcha de la joven, lo vieron llegar y llamar a su puerta inútilmente. Y les preguntó él porqué no le respondía nadie desde dentro. Y no supieron informarle acerca del particular. Entonces, hartos de esperar, derribaron la puerta entre todos y penetraron en el interior; pero se encontraron con la casa vacía y sin más mueble que el armario consabido. Y oyeron voces de hombres dentro del armario. Y ya no dudaron que el armario estaba habitado por genn...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 622ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y oyeron voces de hombres dentro del armario. Y ya no dudaron que el armario estaba habitado por genn. Y en alta voz dijeron que iban a prender fuego al armario y a quemarlo con quienes encerrase. Y cuando iban a poner en práctica su proyecto, se dejó oír desde dentro del armario la voz del kadí, que gritaba: "Deteneos, ¡oh buenas gentes! ¡No somos ni genn ni ladrones, sino que somos tal y cual!"
Y en pocas palabras les puso al corriente del ardid de que habían sido víctimas. Entonces los vecinos, con el esposo a la cabeza, rompieron los candados y libertaron a los cinco presos, a quienes hallaron vestidos con los trajes extraños que la joven les hizo ponerse. Y al ver aquello, ninguno pudo por menos de reír la aventura. Y para consolar al esposo de la marcha de su mujer, le dijo el rey: "¡Te nombro mi segundo visir!"
Y tal es esta historia. ¡Pero Alah es más sabio! Y tras de hablar así, Schehrazada dijo al rey Schahriar: "¡Pero no creas ¡oh rey! que todo esto es comparable a la historia del DORMIDO DESPIERTO!" Y como el rey Schahriar frunciese las cejas al oír este título, que era desconocido para él, Schehrazada dijo sin más tardanza:
HISTORIA DEL DORMIDO DESPIERTO
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que antaño, en tiempos del califa Harún Al-Raschid, había en Bagdad un joven soltero, llamado Abul-Hassán, que llevaba una vida muy extraña y muy extraordinaria. Porque sus vecinos jamás le veían tratar dos días seguidos a la misma persona ni invitar en su casa a ningún habitante de Bagdad, pues cuantos a su casa iban eran extranjeros. Así es que las gentes de su barrio, como ignoraban lo que hacía, le habían puesto el mote de
Abul-Hassán el Disoluto.
Tenía él costumbre de ir todas las tardes a apostarse al extremo del puente de Bagdad, y allá esperaba que pasase algún extranjero; y en cuanto divisaba uno, fuese rico o pobre, joven o viejo, se adelantaba a él sonriendo y lleno de urbanidad, y después de las zalemas y los deseos de bienvenida, le invitaba a aceptar la hospitalidad de su casa durante la primera noche que residiese en Bagdad. Y se lo llevaba con él, y le albergaba lo mejor que podía; y como se trataba de un individuo muy jovial y de carácter complaciente, le hacía compañía toda la noche y no escatimaba nada para darle la mejor idea de su generosidad. Pero al día siguiente le decía: "¡Oh huésped mío! has de saber que, si te invité a mi casa cuando en esta ciudad sólo Alah te conoce, es porque tengo mis razones para obrar de esa manera. Pero hice juramento de no tratar jamás dos días seguidos al mismo extranjero, aunque sea el más encantador y el más delicioso entre los hijos de los hombres. ¡Así, pues, heme aquí precisado a separarme de ti, e incluso te ruego que, si alguna vez me encuentras por las calles de Bagdad, hagas como que no me conoces para no obligarme a que me aparte de ti!"
Y tras de hablar así, Abul-Hassán conducía a su huésped a cualquier khan de la ciudad, le daba todos los informes que pudiera necesitar, se despedía de él y no volvía a verle ya. Y si por casualidad ocurría que se encontrase más tarde por los zocos con alguno de los extranjeros que
había recibido en su casa, fingía no conocerle, e incluso volvía a otro lado la cabeza para no verse obligado a hablarle o saludarle. Y continuó obrando de tal suerte, sin dejar nunca ni una sola tarde de llevarse a su casa un nuevo extranjero.
Pero una tarde, al ponerse el sol, cuando estaba sentado, según tenía por costumbre, al extremo del puente de Bagdad esperando la llegada de algún extranjero, vió avanzar en dirección suya a un rico mercader vestido a la manera de los mercaderes de Mossul, y seguido por un esclavo de alta estatura y de aspecto imponente. Era nada menos que el califa Harún Al-Raschid, disfrazado, como solía hacerlo todos los meses, a fin de ver y examinar por sus propios ojos lo que ocurría en Bagdad. Y Abul-Hassán, al verle, ni por asomo se figuró quién era; y levantándose del sitio en que estaba sentado, avanzó a él, y después de la zalema más graciosa y el deseo de bienvenida, le dijo: "¡Oh mi señor, bendita sea tu llegada entre nosotros! Hazme el favor de aceptar por esta noche mi hospitalidad en lugar de ir a dormir en el khan. ¡Y ya tendrás tiempo mañana por la mañana de buscar tranquilamente alojamiento!" Y para decidirle a aceptar su oferta, en pocas palabras le contó que desde hacía mucho tiempo tenía costumbre de dar hospitalidad, sólo por una noche, al primer extranjero que veía pasar por el puente. Luego añadió: "Alah es generoso, ¡oh mi señor! ¡En mi casa encontrarás amplia hospitalidad, pan caliente y vino clarificado!"
Cuando el califa hubo oído las palabras de Abul-Hassán, le pareció tan extraña la aventura y tan singular Abul-Hassán, que ni por un instante vaciló en satisfacer su anhelo de conocerle más a fondo. Así es que, tras de hacerse rogar un momento por pura fórmula y para no resultar un hombre mal educado, aceptó la oferta, diciendo: "¡Por encima de mi cabeza y de mi oído! ¡Alah aumente sobre ti sus beneficios!, ¡oh mi señor! ¡Heme aquí pronto a seguirte!" Y Abul-Hassán mostró el camino a su huésped y le condujo a su casa, conversando con él con mucho agrado.
Aquella noche la madre de Hassán había preparado una comida excelente. Y les sirvió primero bollos tostados con manteca y rellenos con picadillo de carne y piñones, luego un capón muy gordo rodeado de cuatro pollos grandes, luego un pato relleno de pasas y alfónsigos, y por último, unos pichones en salsa. Y en verdad que todo aquello era exquisito al paladar y agradable a la vista.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 624ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y en verdad que todo aquello era exquisito al paladar y agradable a la vista. Así es que, sentándose ambos ante las bandejas, comieron con gran apetito; y Abul-Hassán escogía los trozos más delicados para dárselos a su huésped. Después, cuando acabaron de comer, el esclavo les presentó el jarro y la jofaina; y se lavaron las manos, en tanto que la madre de Hassán retiraba las fuentes de manjares para servir los platos de frutas llenos de uvas, dátiles y peras, así como otros platos con botes llenos de confituras, pastas de almendras y toda clase de cosas deliciosas. Y comieron hasta la saciedad para comenzar a beber luego.
Entonces Abul-Hassán llenó de vino la copa del festín, y con ella en la mano, se encaró con su huésped, y le dijo: "¡Oh huésped mío! Ya sabes que el gallo no bebe nunca sin llamar con cacareos antes a las gallinas para que vayan a beber con él. Por tanto, si yo me llevase a los labios esta copa para beber estando solo, la bebida detendríase en mi gaznate, y moriría yo seguramente. Ruégote, pues, que por esta, noche dejes la sobriedad para quienes estén de mal humor, y busques conmigo la alegría en el fondo de la copa. ¡Porque, en verdad, ¡oh huésped mío! que mi felicidad alcanza su límite extremado al tener yo en mi casa a un personaje tan honorable como tú!"
El califa, que no quería desairarle, y que, además, deseaba hacerle hablar, no rehusó la copa y se puso a beber con él. Y cuando empezó el vino a aligerarles las almas, dijo el califa a Abul-Hassán: "¡Oh mi señor! Ahora que existe entre nosotros el pan y la sal, ¿quieres decirme el motivo que te induce a portarte así con extranjeros a quienes no conoces, y contarme, a fin de que yo la oiga, tu historia, que debe ser asombrosa?"
Y contestó Abul-Hassán: "Has de saber ¡oh huésped mío! que mi historia no es asombrosa, sino instructiva únicamente. Me llamo Abul-Hassán, y soy hijo de un mercader que a su muerte me dejó lo bastante para vivir con toda holgura en Bagdad, nuestra ciudad. Y como yo había sido educado muy severamente en vida de mi padre, me apresuré a hacer cuanto estaba en mi mano para ganar el tiempo perdido en mi juventud. Pero como estaba naturalmente dotado de reflexión, tuve la precaución de dividir mi herencia en dos partes: una que convertí en oro y otra que conservé como reserva. Y cogí el oro realizado con la primera parte, y empecé a dilapidarlo a manos llenas, tratando a jóvenes de mi edad, a quienes regalaba y atendía con una esplendidez y una generosidad de emir. Y no escatimaba nada para que nuestra vida estuviese llena de delicias y comodidades.
Pero, gastando de tal suerte, advertí que, al cabo de un año no me quedaba ya ni un solo dinar en el fondo de la arquilla, y volví la vista a mis amigos, pero habían desaparecido. Entonces fui en busca suya, y les pedí que a su vez me ayudasen en la situación penosa por que atravesaba. Pero, uno tras de otro, todos me pusieron algún pretexto que les impedía ir en mi ayuda, y ninguno de ellos accedió a ofrecerme algo para que subsistiese ni un solo día. Entonces volví en mí, y comprendí cuánta razón tuvo mi padre para educarme con severidad.
Y regresé a mi casa, y me puse a reflexionar acerca de lo que me quedaba que hacer. Y a la sazón hice hincapié en una resolución que desde entonces mantengo sin vacilar. Juré ante Alah, en efecto, que jamás frecuentaría el trato de los individuos de mi país, ni daría en mi casa hospitalidad a nadie más que a extranjeros; pero la experiencia me ha enseñado también que la amistad corta y efusiva es preferible con mucho a la amistad larga y que acaba mal, ¡e hice juramento de no tratar nunca dos días seguidos al mismo extranjero invitado en mi casa, aunque sea el más encantador y el más delicioso entre los hijos de los hombres! Porque ya he experimentado cuán crueles son los lazos del afecto, y hasta qué punto impiden saborear en su plenitud las alegrías de la amistad.
Así, pues, ¡oh huésped mío! no te asombres de que mañana por la mañana, tras esta noche en que la amistad se nos deja ver bajo el aspecto más atrayente, me encuentre obligado a decirte adiós. ¡E incluso si, más tarde, me encontraras en las calles de Bagdad, no tomes a mal que no te reconozca ya siquiera!"
Cuando el califa hubo oído estas palabras de Abul-Hassán, le dijo: "¡Por Alah, que tu conducta es una conducta maravillosa, y en mi vida he visto conducirse con tanta prudencia como tú a ningún joven disoluto! Así es que mi admiración por ti llega a sus límites extremos: con los fondos que te reservaste de la segunda parte de tu patrimonio, supiste llevar una vida inteligente que te permite disfrutar cada noche del trato de un hombre distinto con quien puedes variar siempre de placeres y conversaciones, y que no podrá hacerte experimentar sensaciones desagradables". Luego añadió: "Pero ¡oh mi señor! lo que me has dicho respecto a nuestra separación de mañana me produce una pena extremada. Porque yo quería corresponder de algún modo a lo bien que conmigo te portaste y a la hospitalidad de esta noche.
Te ruego, pues, ahora, que manifiestes un deseo, y te juro por la Kaaba santa que me comprometo a satisfacerlo. ¡Háblame, por tanto, con toda sinceridad, y no temas que resulte excesiva tu petición, pueslos bienes de Alah son numerosos sobre este mercader que te habla, y no me será difícil realizar nada, con ayuda de Alah ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 625ª NOCHE
Ella dijo:
"...y no me será difícil realizar nada, con ayuda de Alah!"
Al oír estas palabras del califa disfrazado de mercader, Abul-Hassán contestó sin turbarse ni manifestar el menor asombro: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! que mis ojos están pagados ya con verte, y tus beneficios estarían de más! ¡Te doy las gracias, pues, por tu buena voluntad para conmigo; pero, como no tengo ningún deseo que satisfacer ni ninguna ambición que realizar, me noto muy perplejo al responderte! ¡Porque me basta con mi suerte, y no deseo más que vivir como vivo, sin tener necesidad de nadie nunca!" Pero el califa insistió: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! no rechaces mi oferta, y deja a tu alma expresar un deseo, a fin de que yo lo satisfaga! ¡De no ser así, me marcharé de aquí con el corazón muy torturado y muy humillado! ¡Porque más pesa un beneficio recibido que una mala acción, y el hombre bien nacido debe siempre devolver duplicado el bien que se le hace! ¡Así, pues, habla y no temas molestarme!"
Entonces, al ver que no podía comportarse de otro modo, AbulHassán bajó la cabeza y se puso a reflexionar profundamente acerca de la petición que se veía obligado a hacer; levantó de pronto luego la cabeza, y exclamó: "¡Pues bien; ya di con ello! Pero se trata de una petición loca, sin duda. ¡Y me parece que no voy a indicártela para no separarme de ti haciéndote formar con respecto a mí tan mala idea!"
El califa dijo: "¡Por la vida de mi cabeza! ¿Y quién puede decir de antemano si una idea es loca o razonable? ¡En verdad que no soy más que un mercader! pero, a pesar de todo, puedo hacer bastante más de lo que parece a juzgar por mi oficio! ¡Habla pronto, pues!" Abul-Hassán contestó: "Hablaré, ¡oh mi señor! pero por los méritos de nuestro Profeta (con El la paz y la plegaria), te juro que sólo el califa podría realizar lo que yo deseo. ¡Pues, para complacerme, sería preciso que me convirtiese yo, aunque fuese nada más que por un día, en califa en lugar de nuestro amo el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid!" El califa preguntó: "Pero, vamos a ver, ya AbulHassán ¿qué harías si fueses califa un día solamente?"
El otro contestó: "¡Escucha!" Y Abul-Hassán se interrumpió un momento, luego dijo:
"Has de saber ¡oh mi señor! que la ciudad de Bagdad está dividida en barrios y que cada barrio tiene al frente un jeique al que llaman al-balad. Pero, para desgracia de este barrio en que habito, el jeique-al-balad que lo regentea es un hombre tan feo y tan horroroso, que ha debido nacer sin duda de la copulación de una hiena con un cerdo. Su presencia resulta pestilente, porque no tiene por boca una boca vulgar, sino un brocal sucio comparable al agujero de una letrina; sus ojos de pez le salen de los lados y parece que se le van a saltar hasta caer a sus pies; sus labios tumefactos se dirían una llaga maligna, y cuando habla, lanzan chorros de saliva; sus orejas son unas orejas de puerco; sus mejillas, fláccidas y pintadas, se asemejan al trasero de un mono viejo; sus mandíbulas carecen de dientes a fuerza de mascar basuras; su cuerpo está aquejado de todas las enfermedades; en cuanto a su ano, ya no existe; a fuerza de servir de estuche a las herramientas de arrieros, poceros y barrenderos, está atacado de podredumbre y lo reemplazan ahora unos tapones de lana que impiden que se le salgan por allí las tripas.
"Y este innoble depravado es quien se permite poner en conmoción a todo el barrio con ayuda de otros dos depravados que voy a describirte. Porque no hay villanía que no cometa y calumnia que no difunda, y como tiene un alma excrementicia, ejerce su maldad de mujerzuela vieja sobre las personas honradas, tranquilas y limpias. Pero como no puede encontrarse a la vez en todas partes para infestar el barrio con su pestilencia, tiene a su servicio dos ayudantes tan infames como él.
"El primero de estos infames es un esclavo de rostro imberbe como el de los eunucos, de ojos amarillos y de voz tan desagradable como el sonido que se escapa del trasero de los asnos. Y ese esclavo, hijo de zorra y de perro, se hace pasar por un noble árabe, cuando sólo es un rumí de la más vil y de la más baja extracción. Su oficio consiste en ir a hacer compañía a los cocineros, a los criados y a los eunucos en casa de los visires y de los grandes del reino para sorprender los secretos de sus amos y contárselos a su jefe, el jeique al-balad, y traerlos y llevarlos por las tabernas y los sitios peores. Ninguna tarea le repugna, y lame los traseros cuando de ese modo puede encontrar un dinar de oro.
"En cuanto al segundo infame, es una especie de bufón de ojos saltones que se ocupa en decir chistes y gracias por los zocos, en donde se le conoce por su cráneo calvo como un casco de cebolla y su tartamudez, que es tan penosa, que a cada palabra que dice parece que va a vomitar los hígados. ¡Además, ningún mercader le invita a que se siente en su tienda, ya que está tan gordo y tan macizo, que cuando se sienta en una silla, vuela hecha pedazos la silla a causa de su peso! ¡Pero éste no es tan depravado como el primero, aunque es bastante más tonto!
"Por tanto, ¡oh mi señor! si yo fuese únicamente un día Emir de los Creyentes, no intentaría enriquecerme ni enriquecer a los míos, sino que me apresuraría a librar a nuestro barrio de esos tres horribles canallas, y los echaría al hoyo de la basura, una vez que hubiese castigado a cada cual con arreglo al grado de su ignominia. Y de tal suerte devolvería la tranquilidad a los habitantes de nuestro barrio. ¡Y eso es todo lo que deseo!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 627ª NOCHE
Ella dijo:
"Y de tal suerte devolvería la tranquilidad a los habitantes de nuestro barrio. ¡Y eso es todo lo que deseo!".
Cuando el califa hubo oído estas palabras de Abul-Hassán, le dijo: "En verdad, ya Abul-Hassán, que tu deseo es el deseo de un hombre que va por el buen camino y el de un corazón excelente, porque sólo los hombres buenos y los corazones excelentes sufren cuando la impunidad resulta el pago de los malos. ¡ Pero no creas que tu deseo es tan difícil de realizar como me hiciste creer, pues bien convencido estoy de que si lo supiese el Emir de los Creyentes, a quien tanto le gustan las aventuras singulares, se apresuraría a entregar su poderío entre tus manos por un día y una noche!"
Pero Abul-Hassán se echó a reír, y contestó: "¡Por Alah! ¡demasiado se me alcanza que cuanto acabamos de decir no es más que una broma! ¡Y a mi vez estoy convencido de que, si el califa se enterase de mi extravagancia, haría que me encerraran como a un loco! ¡Así, pues, te ruego, que, si por casualidad tus relaciones te llevan a presencia de algún personaje de palacio, no le hables nunca de lo que dijimos bajo la influencia de la bebida!"
Y para no contrariar a su huésped, le dijo el califa: "¡Te juro que a nadie le hablaré de ello!" Pero en su interior se prometió no dejar pasar aquella ocasión de divertirse como jamás lo había hecho desde que recorría su ciudad disfrazado con toda clase de disfraces. Y dijo a Abul-Hassán; "¡Oh huésped mío! ¡conviene que a mi vez te eche yo de beber, pues hasta el presente fuiste tú quien se tomó el trabajo de servirme!" Y cogió la botella y la copa, vertió vino en la copa, echando en ella diestramente un poco de bang de la calidad más pura, y ofreció la copa a Abul-Hassán, diciéndole: "¡Que te sea sano y delicioso!" Y Abul-Hassán contestó: "¿Cómo rehusar la bebida que nos ofrece la mano del invitado? ¡Pero, por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! como mañana no podré levantarme para acompañarte fuera de mi casa, te ruego que al salir no te olvides de cerrar bien detrás de ti la puerta!"
Y el califa se lo prometió así. Tranquilo ya por aquel lado, Abul-Hassán tomó la copa y la vació de un solo trago. Pero al punto surtió su efecto el bang, y Abul-Hassán rodó por tierra, dando con la cabeza antes que con los pies, de manera tan rápida, que el califa se echó a reír. Tras de lo cual llamó al esclavo que esperaba sus órdenes, y le dijo: "¡Cárgate a la espalda a este hombre, y sígueme!" Y el esclavo obedeció, y cargándose a la espalda a Abul-Hassán, siguió al califa, que le dijo: "¡Acuérdate bien del emplazamiento de esta casa, a fin de que puedas volver a ella cuando yo te lo ordene!"
Y salieron a la calle, olvidándose de cerrar la puerta, no obstante la recomendación.
Llegados que fueron a palacio, entraron por la puerta secreta y penetraron en el aposento particular en que estaba situada la alcoba. Y el califa dijo a su esclavo: "¡Quítale la ropa a este hombre, vístele con mi traje de noche, y échale en mi propio lecho!" Y cuando el esclavo hubo ejecutado la orden, el califa le envió a buscar a todos los dignatarios del palacio, visires, chambelanes y eunucos, así como a todas las damas del harén; y cuando se presentaron todos entre sus manos, les dijo: "Es preciso que mañana por la mañana estéis todos en esta habitación, y que cada cual de vosotros se ponga a las órdenes de este hombre que está echado en mi lecho y vestido con mi ropa. Y no dejéis de guardarle las mismas consideraciones que a mí mismo, y en todo os portaréis con él como si yo mismo fuese. Y al contestar a sus preguntas, le daréis el tratamiento de Emir de los Creyentes; y tendréis mucho cuidado de no contrariarle en ninguno de sus deseos. ¡Porque si alguno de vosotros, aunque fuese mi propio hijo, no interpreta bien las intenciones que os indico, en aquella hora y en aquel instante será ahorcado a la puerta principal de palacio!"
Al oír estas palabras del califa, todos los circunstantes contestaron: "¡Oír es obedecer!" Y a una seña del visir se retiraron en silencio, comprendiendo que, cuando el califa les había dado aquellas instrucciones, era porque quería divertirse de una manera extraordinaria. Cuando se marcharon, Al-Raschid se encaró con Giafar y con el portaalfanje Massrur, que se habían quedado en la habitación, y les dijo: "Ya habéis oído mis palabras. ¡Pues bien: es preciso que mañana
seáis vosotros los primeros que os levantéis y vengáis a esta habitación para poneros a las órdenes de mi sustituto, que es éste que aquí véis! Y no habéis de asombraros por ninguna de las cosas que os diga, para sacaros de vuestro error simulado. Y haréis dádivas a quienes él os indique, aunque tuviérais que agotar todos los tesoros del reino; y recompensaréis, y castigaréis, y ahorcaréis, y mataréis, y nombraréis, y destituiréis exactamente como él os diga que hagáis. Y no tendréis necesidad de ir a consultarme antes. ¡Yo estaré escondido cerca, y veré y oiré cuanto ocurra! ¡Y sobre todo, obrad de manera que ni por un momento pueda sospechar que todo lo que sucede se reduce a una broma combinada por orden mía!
¡Eso es todo! ¡Y que se cumpla así!"
Luego añadió: "¡No dejéis tampoco, en cuanto os despertéis, de ir a sacarme de mi sueño a la hora de la plegaria matinal.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 629ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...No dejéis tampoco, en cuanto os despertéis, de ir a sacarme de mi sueño a la hora de la plegaria mantinal!"
Y he aquí que al día siguiente, a la hora indicada, no dejaron Giafar y Massrur de ir a despertar al califa, que al punto corrió a colocarse detrás de una cortina en la misma habitación en que dormía Abul-Hassán. Y desde allí podía oír y ver todo lo que iba a ocurrir, sin exponerse a que Abul-Hassán le advirtiera entre los presentes.
Entonces entraron Giafar y Massrur, así como todos los dignatarios, las damas y los esclavos, y cada cual se colocó en el sitio de costumbre, con arreglo a su categoría. Y reinaban en la habitación una gravedad y un silencio como si se tratase del despertar del Emir de los Creyentes. Cuando todos estuvieron formados por orden, el esclavo designado de antemano se acercó a Abul-Hassán, que seguía dormido, y le aplicó a la nariz un hisopo empapado en vinagre. Y al punto estornudó Abul-Hassán una vez, dos veces y tres veces, arrojando por la nariz largos filamentos producidos por el efecto del bang. Y el esclavo recogió aquellas mucosidades en una bandeja de oro para que no cayesen en el lecho o en la alfombra; luego secó la nariz y el rostro a AbulHassán y le roció con agua de rosas. Y Abul-Hassán acabó por salir de su sopor, y abrió los ojos, despertándose.
¡Y se vió de primera intención en un lecho magnífico, cuya colcha era un magnífico y admirable brocato de oro rojo constelado de perlas y pedrerías! ¡Y alzó los ojos y se vió en un salón de paredes y techo tapizados de raso, con cortinas de seda y vasos de oro y de cristal en los rincones! Y giró los ojos a su alrededor y se vió rodeado de mujeres jóvenes y de esclavos jóvenes, de una belleza subyugante, que se inclinaban a su vista, y detrás de ellos divisó a la muchedumbre de visires, emires, chambelanes, eunucos negros y tañedores de instrumentos prontos a pulsar las cuerdas armoniosas y acompañar a las cantarinas colocadas en un círculo sobre un estrado. Y junto a él, encima de un taburete, reconoció por el color de los trajes, el manto y el turbante del Emir de los Creyentes.
Cuando Abul-Hassán vió todo aquello, cerró de nuevo los ojos para dormirse otra vez, de tan convencido como estaba de que se hallaba bajo el efecto de un sueño. Pero en el mismo momento se acercó a él el gran visir Giafar, y después de besar la tierra por tres veces, le dijo con acento respetuoso: "¡Oh Emir de los Creyentes, permite que te despierte tu esclavo, pues ya es la hora de la plegaria matinal!"
Al oír estas palabras de Giafar, Abul-Hassán se restregó los ojos repetidas veces, luego se pellizcó en un brazo tan cruelmente que hubo de lanzar un grito de dolor, y se dijo: "¡No, por Alah, no estoy soñando! ¡Heme aquí convertido en califa!" Pero vaciló aún, y dijo en voz alta: "¡Por Alah, que todo esto es producto de mi razón extraviada por tanta bebida como ingerí ayer con el mercader de Mossul, y también es efecto de la disparatada conversación que con él tuve!" Y se volvió del lado de la pared para dormirse de nuevo. Y como ya no se movía, Giafar se aproximó más a él, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡permite que tu esclavo se asombre al ver que su señor falte a su costumbre de levantarse para la plegaria!" En aquel mismo momento, a una seña de Giafar, las tañedoras de instrumentos hicieron oír un concierto de arpas, de laúdes y de guitarras, y las voces de las cantarinas resonaron armoniosamente. Y Abul-Hassán volvióse hacia las cantarinas, diciéndose en alta voz: "¿Y desde cuándo, ¡ya Abul-Hassán! los durmientes oyen lo que tú oyes y ven lo que tú ves?" Y acto seguido se levantó en el límite de la estupefacción y del encanto, aunque dudando siempre de la realidad de todo aquello. Y se puso las manos delante de los ojos a modo de pantalla, para distinguir mejor y probarse mejor sus impresiones, diciéndose: "¡Ualah! ¡Qué extraño! ¡Qué asombroso! ¿Dónde estás, Abul-Hassán, ¡oh hijo de tu madre!? ¿Sueñas o no sueñas? ¿Desde cuándo eres califa? ¿Desde cuándo este palacio, este lecho, estos dignatarios, estos eunucos, estas mujeres encantadoras, estas tañedoras de instrumentos, estas cantarinas hechiceras y todo esto es tuyo?"
Pero en aquel momento cesó el concierto, y Massrur el porta. alfanje se acercó al lecho, besó la tierra por tres veces, e incorporándose, dijo a Abul-Hassán: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡permite al último de tus esclavos que te diga que ya ha pasado la hora de la plegaria, y es tiempo de ir al diwán para despachar los asuntos del reino!" Y AbulHassán, cada vez más estupefacto, sin saber ya qué partido tomar en su perplejidad, acabó por mirar a Massrur entre ambos ojos, y le dijo con cólera: "¿Quién eres tú? ¿Y quién soy yo?"
Massrur contestó con acento respetuoso: "Tú eres nuestro amo el Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid, quinto de los Ani-Abbas, descendiente del tío del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) ¡Y el esclavo que te habla es el pobre, el despreciable, el ínfimo Massrur, honrado con el cargo augusto que consiste en llevar el alfanje de la voluntad de nuestro señor...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 630ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Y el esclavo que te habla es el pobre, el despreciable, el ínfimo Massrur, honrado con el cargo augusto que consiste en llevar el alfanje de la voluntad de nuestro señor!" Al oír estas palabras de Massrur, le gritó Abul-Hassán: "¡Mientes, hijo de mil cornudos!" Pero Massrur, sin turbarse contestó: "¡Oh mi señor! ¡en verdad que, al oír hablar así al califa, moriría de dolor otro cualquiera! ¡Pero yo, tu antiguo esclavo, que desde hace tan largos años estoy a tu servicio y vivo a la sombra de tus beneficios y de tu bondad, sé que el vicario del Profeta sólo me habla así para poner á prueba mi fidelidad! ¡Por favor, pues, j oh mi señor! te suplico que no me sometas a prueba más tiempo! ¡Si alguna pesadilla fatigó tu sueño esta noche, ahuyéntala y tranquiliza a tu esclavo tembloroso!"
Al oír estas palabras de Massrur, Abul-Hassán no pudo contenerse por más tiempo, y lanzando una inmensa carcajada, se tiró en el lecho, y empezó a revolcarse, enredándose en la colcha y alzando las piernas por encima de su cabeza. Y Harún Al-Raschid, que oía y veía todo aquello desde detrás de la cortina, hinchaba los carrillos para sofocar la risa que le embargaba.
Cuando Abul-Hassán se estuvo riendo en aquella postura durante una hora de tiempo, acabó por calmarse un poco, y levantándose acto seguido, hizo seña de que se aproximara a un esclavo negro, y le dijo: "¡Oye! ¿me conoces? ¿Y podrías decirme quién soy?"
El negro bajó los ojos con respeto y modestia, y contestó: "Eres nuestro amo el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, califa del Profeta (¡bendito sea!) y vicario en la tierra del Soberano de la Tierra y del Cielo". Pero AbulHassán le gritó: "¡Mientes, ¡oh rostro de pez! oh hijo de mil alcahuetes! "
Se encaró entonces con una de las esclavas que estaban allí presentes, y haciéndole seña de que se aproximara, le tendió un dedo, diciéndole: "¡Muerde este dedo! ¡Así veré si duermo o estoy despierto!" Y la joven, que sabía que el califa estaba viendo y oyendo cuanto pasaba, se dijo para sí: "¡Esta es la ocasión de mostrar al Emir de los Creyentes todo lo que sé hacer para divertirle!" Y juntando los dientes con todas sus fuerzas, mordió el dedo hasta llegar al hueso. Y lanzando un grito de dolor, exclamó Abul-Hassán: "¡Ay! ¡Ah! ¡ya veo que no duermo! ¡Qué he de dormir!"
Y preguntó a la joven: "¿Podrías decirme si me conoces y si soy verdaderamente quien has dicho?" Y la esclava contestó, extendiendo los brazos: "¡El nombre de Alah sobre el califa y alrededor suyo! ¡Eres mi señor! ¡el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, vicario de Alah!"'
Al oír estas palabras, exclamó Abul-Hassán: "Hete aquí en una noche convertido en vicario de Alah, ¡oh Abul-Hassán! ¡oh hijo de tu madre!" Luego, rehaciéndose, gritó a la joven: "¡Mientes, oh zorra! ¿Acaso no sé bien yo quién soy?"
Pero en aquel momento acercóse al lecho el jefe eunuco, y después de besar por tres veces la tierra, se levantó, y encorvado por la cintura, se dirigió a Abul-Hassán, y le dijo: "¡Perdóneme nuestro amo! ¡Pero es la hora en que nuestro amo tiene costumbre de satisfacer sus necesidades en el retrete!" Y le pasó el brazo por los sobacos, y le ayudó a salir del lecho. Y en cuanto Abul-Hassán estuvo de pie sobre sus plantas, la sala y el palacio retemblaron al grito con que le saludaban todos los presentes: "¡Alah haga victorioso al califa!" Y pensaba Abul-Hassán: "¡Por Alah ¿no es cosa maravillosa? ¡Ayer era AbulHassán! ¿Y hoy soy Harún Al-Raschid?" Luego se dijo: "¡Ya que es la hora de mear, vamos a mear! ¡Pero no estoy ahora muy seguro de si también es la hora en que asimismo satisfago la otra necesidad!"
Pero sacóle de estas reflexiones el jefe eunuco, que le ofreció un calzado descubierto, bordado de oro y perlas, y que era alto del talón por estar especialmente destinado a usarlo en el retrete. ¡Pero Ábul-Hassán, que en su vida había visto nada parecido, cogió aquel calzado, y creyendo sería algún objeto precioso que le regalaban, se lo metió en una de las amplias mangas de su ropón!
Al ver aquello, todos los presentes, que hasta entonces habían logrado retener la risa, no pudieron comprimir por más tiempo su hilaridad. Y los unos volvieron la cabeza, en tanto que los otros, fingiendo besar la tierra ante la majestad del califa, cayeron convulsos sobre sus alfombras. Y detrás de la cortina, el califa era presa de tal acceso de risa silenciosa, que cayó de costado al suelo.
Entretanto, el jefe eunuco, sosteniendo a Abul-Hassán por debajo del hombro, le condujo a un retrete pavimentado de mármol blanco, en tanto que todas las demás habitaciones del palacio estaban cubiertas de ricas alfombras. Tras de lo cual, volvió con él a la alcoba, en medio de los dignatarios y de las damas, alineados todos en dos filas. Y al punto se adelantaron otros esclavos que estaban dedicados especialmente al tocado y que le quitaron sus efectos de noche y le presentaron la jofaina de oro, llena de agua de rosas, para sus abluciones. Y cuando se lavó, sorbiendo con delicia el agua perfumada, le pusieron sus vestiduras reales, le colocaron la diadema, y le entregaron el cetro de oro.
Al ver aquello, Abul-Hassán pensó: "¡Vamos a ver! ¿Soy o no soy Abul-Hassán?" Y reflexionó un instante, y con acento resuelto, gritó en alta voz para ser oído por todos los presentes: "¡Yo no soy Abul-Hassán! ¡Que empalen a quien diga que soy Abul-Hassán! ¡Soy Harún Al-Raschid en persona!"
Y tras de pronunciar estas palabras, ordenó Abul-Hassán con un acento de mando tan firme como si hubiese nacido en el trono: "¡Marchen!" Y al punto se formó el cortejo; y colocándose el último, AbulHassán siguió al cortejo que le condujo a la sala del trono. Y Massrur le ayudó a subir al trono, donde sentóse él entre las aclamaciones de todos los presentes. Y se puso el cetro en las rodillas, y miró a su alrededor. Y vió que todo el mundo estaba colocado por orden en la sala de cuarenta puertas; y vió una muchedumbre innumerable de guardias con alfanjes brillantes, y visires y emires, y notables, y representantes de todos los pueblos del imperio, y otros más. Y entre la silenciosa multitud divisó algunas caras que conocía muy bien: Giafar el visir, Abu-Nowas, Al-Ijli,
Al-Rakashi, Ibdán, Al-Farazadk, Al-Loz, Al-Sakar, Omar Al-Tartis, Abu-Ishak, Al-Khalia y Padim.
Y he aquí que mientras paseaba de aquel modo sus miradas de rostro en rostro, se adelantó Giafar, seguido de los principales dignatarios, todos vestidos con trajes espléndidos; y llegando ante el trono, se prosternaron con la faz en tierra, y permanecieron en aquella postura hasta que les ordenó que se levantaran. Entonces Giafar sacó de debajo de su manto un gran rollo que deshizo y del cual extrajo un legajo de papeles que se puso a leer uno tras otro y que eran los proyectos ordinarios. Y aunque Abul-Hassán jamás había entendido en semejantes asuntos, ni por un instante se turbó; y en cada uno de los asuntos que se le sometieron, dictó sentencia con tanto tacto y con justicia tanta, que el califa, que había ido a ocultarse detrás de una cortina de la sala del trono, quedó del todo maravillado.
Cuando Giafar hubo terminado su exposición, Abul-Hassán le preguntó: "¿Dónde está el jefe de policía?" Y Giafar le designó con el dedo a Ahmad-la-Tiña, jefe de policía, y le dijo: "Este es, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Al verse aludido, el jefe de policía se destacó del sitio que ocupaba, y se acercó gravemente al trono, al pie del cual se prosternó con la faz en la tierra. Y después de permitirle que se levantara, le dijo Abul-Hassán: "¡Oh jefe de policía! ¡lleva contigo diez guardias, y ve al instante a tal barrio, tal calle y tal casa! En ella encontrarás a un horrible cerdo que es jeique-al-balad del barrio, y le hallarás sentado entre sus dos compadres, dos canallas no menos innobles que él. Apodérate de sus personas, y para acostumbrarles a lo que tienen que sufrir, empieza por dar a cada uno cuatrocientos palos en la planta de los pies ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 632ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Apodérate de sus personas, y para acostumbrarles a lo que tienen que sufrir, empieza por dar a cada uno cuatrocientos palos en la planta de los pies. Tras de lo cual, les subirás en un camello sarnoso, vestidos de andrajos y con la cara vuelta hacia la cola del camello, y les pasearás por todos los barrios de la ciudad, haciendo pregonar al pregonero público: "¡Este es el principio del castigo impuesto a los calumniadores, a los que manchan a las mujeres, a los que turban la paz de sus vecinos y babean sobre las personas honradas!" Efectuado esto, harás empalar por la boca al jeique-al-balad, ya que por ahí es por donde ha pecado y ya que en la actualidad no tiene ano; y arrojarás su cuerpo podrido a los perros. Cogerás luego al hombre imberbe de ojos amarillos, que es el más infame de los dos compadres que ayudan en su vil tarea al jeique-al-balad, y harás que le ahoguen en el hoyo de los excrementos de la casa de su vecino Abul-Hassán. ¡Después le tocará el turno al segundo compadre! A éste, que es un bufón y un tonto ridículo, no le harás sufrir más castigo que el siguiente: mandarás a un carpintero hábil que construya una silla hecha de manera que vuele en pedazos cada vez que vaya a sentarse en ella el hombre consabido, ¡y le condenarás a sentarse toda su vida en esa silla! ¡Ve, y ejecuta mis órdenes!"
Al oír estas palabras, el jefe de policía Ahmad-la-Tiña, que había recibido de Giafar la orden de ejecutar todos los mandatos que le formulara Abul-Hassán, se llevó la mano a la cabeza para indicar con ello que estaba dispuesto a perder su propia cabeza si no ejecutaba puntualmente las órdenes recibidas. Luego besó la tierra por segunda vez entre las manos de Abul-Hassán y salió de la sala del trono.
¡Eso fué todo! Y el califa, al ver a Abul-Hassán desempeñar con tanta gravedad prerrogativas de la realeza, experimentó un placer extremado. Y Abul-Hassán continuó juzgando, nombrando, destituyendo y ultimando los asuntos pendientes hasta que el jefe de policía estuvo de vuelta al pie del trono. Y le preguntó: "¿Ejecutaste mis órdenes?" Y después de prosternarse como de ordinario, el jefe de policía sacó de su seno un papel y se lo presentó a Abul-Hassán, que lo desdobló y lo leyó por entero. Era precisamente el proceso verbal de la ejecución de los tres compadres, firmado por los testigos legales y por personas muy conocidas en el barrio. Y dijo Abul-Hassán: "¡Está bien! ¡Quedo satisfecho! ¡Sean por siempre castigados así los calumniadores, los que manchan a las mujeres y cuantos se mezclan en asuntos ajenos!"
Tras de lo cual Abul-Hassán hizo seña al jefe tesorero para que se acercara, y le dijo: "Coged del tesoro al instante un saco de mil dinares de oro, y ve al mismo barrio adonde he enviado al jefe de policía y pregunta por la casa de Abul-Hassán el que llaman el Disoluto. Y como este Abul-Hassán, que está muy lejos de ser un disoluto, es un hombre excelente y de agradable compañía, todo el mundo se apresurará a indicarte su casa. Entonces entrarás en ella y dirás que tienes que hablar con su venerable madre; y después de las zalemas y las consideraciones debidas a esta excelente anciana, le dirás: "¡Oh madre de Hassán! he aquí un saco de mil dinares de oro que te envía nuestro amo el califa. Y este regalo no es nada en proporción a tus méritos. ¡Pero en este momento está vacío el tesoro, y el califa siente no poder hacer más por ti hoy! ¡Y sin más tardanza, le entregarás el saco y volverás a darme cuenta de tu misión!" Y el jefe tesorero contestó con el oído y la obediencia, y apresuróse a ejecutar la orden.
Hecho lo cual, Abul-Hassán indicó con una seña al gran visir Giafar que se levantara el diwán. Y Giafar transmitió la seña a los visires, a los emires, a los chambelanes y a los demás concurrentes, y todos, después de prosternarse al pie del trono, salieron en el mismo orden que cuando entraron. Y sólo se quedaron con Abul-Hassán el gran visir Giafar y el portaalfanje Massrur, que se acercaron a él y le ayudaron a levantarse, cogiéndole uno por debajo del brazo derecho y otro por debajo del brazo izquierdo. Y le condujeron hasta la puerta del aposento interior de las mujeres, en donde habían servido el festín del día. Y al punto las damas de servicio fueron a reemplazar junto a él a Giafar y a Massrur, y le introdujeron en la sala del festín.
Enseguida dejóse oír un concierto de laúdes, de tiorbas, de guitarras, de flautas, de oboes y de clarinetes que acompañaban a frescas voces de jóvenes, con tanto encanto, melodía y justeza, que Abul-Hassán no sabía por cuál decidirse, entusiasmado hasta el límite extremo del entusiasmo. Y acabó por decirse: "¡Ahora ya no puedo dudar! Soy realmente el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid. ¡Porque no va a ser un sueño todo esto! De ser así ¿vería, oiría, sentiría y andaría como lo hago? ¡En la mano tengo este papel con el proceso verbal de la ejecución de los tres compadres; escucho estos cánticos y estas voces; y todo lo demás, y estos honores, y estas consideraciones son para mí! ¡Soy el califa!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 634ª NOCHE
Ella dijo:
j. . . Soy el califa!" Y miró a su derecha y miró a su izquierda; y lo que vió le afirmó todavía más en la idea de su realeza. Estaba en medio de una sala espléndida, donde brillaba el oro en todas las paredes, donde los colores más agradables dibujábanse de manera variada en los tintes de los tapices, y donde ponían un resplandor incomparable siete áureas arañas de siete brazos colgadas del techo azul. Y en medio de la sala, en taburetes bajos, había siete grandes bandejas de oro macizo cubiertas con manjares admirables, cuyo olor embalsamaba el aire con ámbar y especias. Y alrededor de estas bandejas hallábanse de pie, en espera de una seña, siete jóvenes de belleza incomparable, vestidas con trajes de colores y hechuras diferentes. Y cada una tenía en la mano un abanico, dispuestas a refrescar el aire en torno de Abul-Hassán.
Entonces Abul-Hassán, que aun no había comido nada desde la víspera, se sentó ante las bandejas; y al punto las siete jóvenes se pusieron a agitar todas a la vez sus abanicos para hacer aire en torno suyo. Pero como no estaba él acostumbrado a recibir tanto aire mientras comía, miró a las jóvenes una tras de otra con sonrisa graciosa, y les dijo: "¡Por Alah ¡oh jóvenes! que me parece bastante para darme aire una sola persona! Venid, pues, todas a sentaros a mi alrededor para hacerme compañía. ¡Y decid a esa negra que está ahí que venga a hacernos aire!" Y las obligó a sentarse a su derecha, a su izquierda y delante de él, de modo que, por cualquier lado que se volviese, tuviese a la vista un espectáculo agradable.
Entonces comenzó a comer; pero, al cabo de algunos instantes, advirtió que las jóvenes no se atrevían a tocar la comida por consideración a él; y las invitó repetidas veces a que se sirvieran sin escrúpulos, e incluso les ofreció con su propia mano pedazos escogidos. Luego las interrogó por el nombre de cada una; y le contestaron: "¡Nos llamamos Grano-de-Almizcle, Cuello-de-Alabastro, Hoja-de-Rosa, Corazón-de-Granada, Boca-de-Coral, Nuez-Moscada y Caña-de-Azúcar!" Y al oír nombres tan graciosos, exclamó él: "¡Por Alah, que se os amoldan esos nombres, oh jóvenes! ¡Porque ni el almizcle, ni el alabastro, ni la rosa, ni la granada, ni el coral, ni la nuez moscada, ni la caña de azúcar pierden sus cualidades al pasar por vuestra gracia!" Y mientras duró la comida, continuó diciéndoles palabras tan exquisitas, que el califa, que le observaba con gran atención oculto detrás de una cortina, se felicitó cada vez más de haber organizado semejante diversión.
Cuando se terminó la comida, las jóvenes avisaron a los eunucos que al punto llevaron con qué lavarse las manos. Y las jóvenes apresuráronse a tomar de manos de los eunucos la jofaina de oro, el jarro y las toallas perfumadas, y poniéndose de rodillas ante Abul-Hassán, le vertieron agua en las manos. Luego le ayudaron a levantarse; y cuando los eunucos descorrieron una gran cortina, apareció otra sala en que estaban colocadas las frutas sobre bandejas de oro. Y las jóvenes le acompañaron hasta la puerta de aquella sala, y se retiraron.
Entonces, sostenido por dos eunucos, Abul-Hassán llegó hasta el centro de aquella sala, que era más hermosa y estaba mejor decorada que la anterior. Y en cuanto se sentó, un nuevo concierto, dado por otra orquesta de músicas y cantarinas, hizo oír acordes admirables. Y muy entusiasmado, Abul-Hassán advirtió en las bandejas diez hileras alternadas de las frutas más raras y más exquisitas; y había siete bandejas; y cada bandeja estaba debajo de una araña colgada del techo; y ante cada bandeja hallábase una joven más hermosa y mejor adornada que las anteriores; y también tenía cada cual un abanico. Y Abul-Hassán las examinó una tras de otra y quedó encantado de su belleza. Y las invitó a sentarse a su alrededor; y para animarlas a comer, no dejó de servirlas por sí mismo en vez de dejarlas servirle. Y se informó de sus nombres, y supo decir a cada una un cumplimiento apropiado al presentarles un higo, o un racimo de uvas, o una raja de sandía, o un plátano. Y el califa, que le escuchaba, se divertía en extremo y estada cada vez más satisfecho de ver lo que el otro daba de sí.
Cuando Abul-Hassán hubo probado de todas las frutas que había en las bandejas, y también se las hizo probar a las jóvenes, levantóse, ayudado por los eunucos, que le introdujeron en una tercera sala más hermosa sin duda que las dos primeras...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 636ª NOCHE
Ella dijo:
"...levantóse, ayudado por los eunucos, que le introdujeron en una tercera sala más hermosa sin duda que las dos primeras.
Era la sala de las confituras. Había, en efecto, siete bandejas, cada una debajo de una araña, y ante cada bandeja una joven de pie; y en aquellas bandejas, dentro de botes de cristal y de fuentes de plata sobredorada, se contenían confituras excelentes. Y las había de todos colores y de todas especies. Y había confituras líquidas y confituras secas, y pasteles de hojaldre, ¡y todo!
Y en medio de un nuevo concierto de voces e instrumentos, Abul-Hassán probó un poco de cada dulce perfumado, y también hizo que los probaran las jóvenes, a quienes, de la misma manera que a las anteriores, invitó a hacerle compañía. Y a cada una supo decirle una palabra agradable que respondiera al nombre que le había preguntado.
Tras de lo cual le introdujeron en la cuarta sala, que era la sala de las bebidas, y que era la más sorprendente y la más maravillosa con mucho. Debajo de las siete arañas de oro del techo, había siete bandejas con frascos de todas las formas y de todos los tamaños, dispuestos en filas simétricas; y hacíanse oír músicas y cantarinas invisibles para los ojos del espectador; y ante las bandejas se erguían siete jóvenes que no iban vestidas con trajes pesados, como sus hermanas de las demás salas, sino sencillamente envueltas en una camisa de seda; y eran de colores distintos y de aspecto distinto: la primera era morena, la segunda negra, la tercera blanca, la cuarta rubia, la quinta gruesa, la sexta delgada y la séptima roja. Y Abul-Hassán las examinó con más gusto y atención aún, porque podía fácilmente entrever sus formas y atractivos bajo la transparencia de la tela sutil.
Con extremada complacencia las invitó a sentarse a su alrededor y a echarle de beber. Y empezó a preguntar su nombre a cada joven, según le iban presentando las copas. Y cada vez que vaciaba una copa, daba a la joven correspondiente un beso, un mordisco o un pellizco en la nalga. Y continuó jugando de tal modo con ellas hasta que el niño heredero se puso a gritar. Entonces, para apaciguarle, preguntó a las siete jóvenes: "¡Por vida mía! ¿quién de vosotras quiere encargarse de este niño inoportuno?" Y por toda respuesta a esta pregunta, las siete jóvenes se lanzaron a la vez sobre el mamoncillo y quisieron darle de mamar. Y cada cual lo atraía a sí por un lado o por otro, riendo y dando gritos, de modo que el padre del niño, sin saber ya a quien escuchar ni a quien atender, se lo guardó de nuevo, diciendo: "¡Ha vuelto a dormirse!"
¡Eso fué todo!
Y el califa, que iba siguiendo por todas partes a Abul-Hassán y se ocultaba detrás de las cortinas, regocijábase en silencio con lo que veía y oía, y bendecía al Destino que lo puso en el camino de un hombre como aquél. Pero, entretanto, una de las jóvenes, que había recibido de Giafar las instrucciones necesarias, tomó una copa y echó en ella disimuladamente unos pocos polvos narcóticos de los que el califa empleó la noche anterior para dormir a Abul-Hassán. Luego ofreció la copa a Abul-Hassán riendo, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡te suplico que bebas todavía esta copa, la cual despertará quizás al querido niño!"
Riendo a carcajadas, contestó Abul-Hassán: "¡Sí, ualáh!" Y tomó la copa que le ofrecía la joven, y se la bebió de un trago. Luego se dispuso a hablar con la que le había servido de beber; pero sólo consiguió abrir la boca para balbucear algo y cayó desplomado, dando con la cabeza antes que con los pies.
Entonces el califa, que con todo aquello se había divertido hasta el límite de la diversión, y que no esperaba más que aquel sueño de Abul-Hassán, salió de detrás de la cortina, sin poder tenerse ya en pie a fuerza de reír tanto. Y encaróse con los esclavos que acudieron y les ordenó que quitaran a Abul-Hassán las vestiduras reales que le habían puesto por la mañana, y le vistieran con sus trajes usuales. Y cuando se hubo ejecutado esta orden, hizo llamar al esclavo que raptó a Abul-Hassán, y le ordenó que se le cargara a hombros, le transportara a su casa y le acostara en su lecho. Pues el califa dijo para sí: "¡Como esto dure más, voy a morirme de risa, o se va él a volver loco!" Y el esclavo, cargándose a la espalda a Abul-Hassán, le sacó de palacio por la puerta secreta, y corrió a dejarle en su lecho, dentro de su casa, cuya puerta tuvo cuidado de cerrar al retirarse.
En cuanto a Abul-Hassán ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 637ª NOCHE
Ella dijo:
". . . En cuanto a Abul-Hassán, permaneció dormido en un profundo sueño hasta el día siguiente al mediodía, y no se despertó hasta que disipóse por completo en su cerebro el efecto del bang. Y pensó antes de poder abrir los ojos: "¡He reflexionado, y la que prefiero entre todas las jóvenes es sin duda Caña-de-Azúcar, y también Boca-de-Coral, y en tercer lugar solamente Aderezo-de-Perlas, la rubia que me sirvió ayer la última copa!" Y llamó en alta voz: "¡Hola! ¡Venid, oh jóvenes! ¡Caña-de-Azúcar, Boca-de-Coral, Aderezo-de-Perlas, Alba-del-Día, Estrella-de-la-Mañana, Grano-de-Almizcle, Cuello-de-Alabastro, Cara-de-Luna, Corazón-de-Granada, Flor-de-Manzano, Hoja-de-Rosa, ¡Hola! ¡Acudid! ¡Ayer estaba un poco fatigado! ¡Pero hoy va bien el niño!"
Y esperó un momento. Pero como nadie contestaba ni acudía a sus voces, hubo de enojarse, y abriendo los ojos, se incorporó a medias. Y entonces se vió en su habitación, pero ni por asomo en el palacio suntuoso en que había habitado la víspera y desde donde había mandado como amo en toda la tierra. Y le pareció que se encontraba bajo el efecto de un sueño, y para disiparlo, se puso a gritar con todas sus fuerzas: "Vamos a ver, Giafar, ¡oh hijo de perro! Y tú alcahuete Massrur, ¿dónde estáis?"
Al oír estos gritos, acudió la anciana madre, y le dijo: "¿Qué te pasa, hijo mío? ¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¿Qué sueño tuviste, ¡oh hijo mío! ¡oh Abul-Hassán!?" E indignado al ver a la anciana a su cabecera, le gritó Abul-Hassán: "¿Quién eres, anciana? ¿Y quién es ese Abul-Hassán?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¡Soy tu madre! Y tú eres mi hijo, tú eres Abul-Hassán, ¡oh hijo mío! ¿Qué extrañas palabras escucho de tu boca? ¡Parece que no me reconoces!" Pero Abul-Hassán le gritó: "¡Atrás! ¡oh maldita vieja! ¡Estás hablando con el Emir de los Creyentes, con el califa Harún Al-Raschid! ¡Quítate de la vista del vicario de Alah en la tierra!"
Al oír estas palabras, la pobre vieja empezó a golpearse la cara, exclamando: "¡El nombre de Alah sobre ti, oh hijo mío! ¡Por favor, no alces la voz para decir semejantes locuras! ¡Van a oírte los vecinos, y estaremos perdidos sin remedio! ¡Ojalá desciendan sobre tu razón la seguridad y la calma!" Abul-Hassán exclamó: "Te digo que salgas al instante, ¡oh vieja execrable! ¿Estás loca para confundirme con tu hijo? ¡Yo soy Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes, señor de Oriente y de Occidente!"
Ella se golpeó el rostro, y dijo lamentándose: "¡Alah confunda al Maligno! Y líbrete de la posesión la misericordia del Altísimo, ¡oh hijo mío! ¿Cómo pudo entrar en tu espíritu cosa tan insensata? ¿No ves que esta habitación en que te hallas ni por asomo es el palacio del califa, y que desde que naciste has vivido aquí, y que jamás habitaste fuera de aquí con más personas que con tu anciana madre que te quiere, hijo mío, ya Abul-Hassán? ¡Escúchame, ahuyenta de tu pensamiento esos ensueños vanos y peligrosos que te han asaltado esta noche, y para calmarte, bebe un poco de agua de este jarro!;"
Entonces Abul-Hassán cogió de manos de su madre el jarro, bebió un buche de agua, y dijo algo calmado: "¡Bien puede ocurrir, en efecto, que yo sea Abul-Hassán!" Y bajó la cabeza, y con la mano apoyada en la mejilla, reflexionó durante una hora de tiempo, y sin levantar la cabeza, dijo hablando consigo mismo como quien sale de un profundo sueño: "¡Sí, por Alah, bien puede ocurrir, en efecto, que yo sea Abul-Hassán! ¡Soy Abul-Hassán sin duda alguna! ¡Esta habitación es mi habitación! ¡ualahí! ¡La reconozco ahora! ¡Y tú eres mi madre, y yo soy tu hijo! ¡Sí, yo soy Abul-Hassán!"
Y añadió: "¿Pero por qué sortilegio me han invadido la razón tales locuras?"
Al oír estas palabras, la pobre vieja lloró de alegría, sin dudar ya de que su hijo estuviese completamente calmado. Y después de secarse las lágrimas, se disponía a llevarle de comer y a pedirle detalles del extraño sueño que acababa de tener, cuando Abul-Hassán, que desde hacía un momento miraba fijamente delante de sí, saltó de pronto como un loco, y cogiendo por la ropa a la pobre mujer, empezó a zarandearla, gritándole: "¡Ah infame vieja! ¡si no quieres que te estrangule, vas a decirme al instante qué enemigos me han destronado, y quién me ha encerrado en esta prisión, y quién eres tú para alojarme en este miserable tugurio! ¡Ah! ¡teme los efectos de mi cólera cuando vuelva yo al trono! ¡Tiembla a la venganza de tu augusto soberano el califa Harún Al-Raschid, que sigo siendo yo!"
A fuerza de zarandearla, acabó por dejar que se le escapase de las manos. Y cayó ella en la estera, sollozando y lamentándose. Y en el límite de la rabia, Abul-Hassán se metió otra vez en el lecho, y permaneció con la cabeza entre las manos, presa de pensamientos tumultuosos. Pero, al cabo de cierto tiempo, se levantó la anciana, y como se le enternecía el corazón a causa de su hijo, no vaciló en llevarle, aunque temblando, un poco de jarabe con agua de rosas, y le decidió
a tomar un buche, y para hacerle cambiar de ideas, le dijo: "¡Escucha, hijo mío, lo que tengo que contarte! Es una cosa que estoy convencida de que te alegrará mucho. Porque has de saber que ayer vino aquí, de parte del califa, el jefe de policía para detener al jeique al-balad y a sus dos compadres; y después de hacer que a cada uno le dieran cuatrocientos palos en la planta de los pies, mandó que les pasearan, montados al revés en un camello sarnoso, por los barrios de la ciudad, entre la rechifla y los salivazos de las mujeres y de los niños. ¡Tras de lo cual hizo empalar por la boca al jeique-al-balad, luego hizo arrojar en el hoyo de los excrementos de nuestra casa al segundo compadre, y al tercero le condenó a un suplicio extremadamente complicado, que consiste en obligarle a que se siente toda su vida en una silla que se rompe bajo su peso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 639ª NOCHE
Ella dijo:
". . . un suplicio extremadamente complicado, que consiste en obligarle a que se siente toda su vida en una silla que se rompe bajo su peso!"
Cuando Abul-Hassán hubo oído aquellas palabras, que, en opinión de la buena vieja, contribuirían a ahuyentar la turbación que oscurecía el alma de su hijo, quedó éste más persuadido que nunca de su realeza y de su dignidad hereditaria de Emir de los Creyentes. Y dijo a su madre: "¡Oh vieja de desgracia! al contrario de convencerme, tus palabras no hacen más que afirmarme en la idea, que no he abandonado nunca, de que soy Harún Al-Raschid. ¡Y para demostrártelo, has de saber que yo mismo di orden a mi jefe de policía Ahmadla-Tiña de castigar a los tres canallas de este barrio! Cesa, pues, de decirme que sueño o que estoy poseído por el soplo del Cheitán. ¡Prostérnate, pues, ante mi gloria, besa la tierra entre mis manos, y pídeme perdón por las palabras desconsideradas y de duda que emitiste con respecto a mí!"
Al oír estas palabras de su hijo, la madre ya no abrigó la menor duda acerca de la locura de Abul-Hassán, y le dijo: "¡Que Alab el misericordioso haga descender sobre tu cabeza el rocío de su bendición. ¡oh Abul-Hassán! y te perdone y te conceda la gracia de que vuelvas a ser un hombre dotado de razón y de buen sentido! ¡Y te suplico ¡oh hijo mío! que dejes de pronunciar y de adjudicarte el nombre del califa, porque pueden oírte los vecinos y contar tus palabras al walí, que hará entonces que te detengan y te ahorquen a la puerta de palacio!" Luego, sin poder ya resistirse a su emoción, empezó a lamentarse y a golpearse el pecho con desesperación.
Y he aquí que, al ver aquello, en vez de apaciguarse, Abul-Hassán se excitó más; e irguióse sobre ambos pies, asió un palo, y precipitándose sobre su madre, extraviado de furor, le gritó con voz aterradora: "¡Te prohibo ¡oh maldita! que vuelvas a llamarme Abul-Hassán! ¡Soy Harún Al-Raschid, y si todavía dudas de ello, te inculcaré esta creencia en la cabeza a estacazos!" Y al oír estas palabras, aunque temblaba toda de miedo y de emoción, la anciana no olvidó que AbulHassán era su hijo, y mirándole como mira a su vástago una madre, le dijo con voz dulce: "¡Oh hijo mío! ¡no creo que la ley de Alah y de su Profeta falte de tu espíritu hasta el punto de que llegues a olvidarte del respeto que un hijo debe a la madre que le ha llevado nueve meses en su seno y le ha nutrido con su leche y su ternura! Permíteme, por tanto, decirte por última vez que te equivocas, dejando sumergirse tu razón en ese extraño ensueño y arrogándote ese título augusto de califa que sólo pertenece a nuestro señor y soberano el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid. Y sobre todo, te haces culpable de una ingratitud muy grande para con el califa, precisamente al día siguiente de aquel en que nos ha colmado con sus beneficios. ¡Porque has de saber que el jefe tesorero de palacio vino ayer a nuestra casa, enviado por el propio Emir de los Creyentes, y me entregó por orden suya un saco con mil dinares de oro, acompañándolo de excusas por la exigüidad de la suma y prometiéndome que no sería el último regalo de su generosidad!"
Al oír estas palabras de su madre, Abul-Hassán perdió los postreros escrúpulos que pudieran quedarle con referencia a su antiguo estado, y quedó convencido de que siempre fué califa, puesto que él mismo había enviado el saco con mil dinares a la madre de Abul-Hassán. Miró, pues, a la pobre mujer con los ojos fuera de sus órbitas y amenazadores, y le dijo: "¿Acaso pretendes decir, para tu desgracia, ¡oh vieja calamitosa! que no soy yo quien te ha enviado el saco del oro, y que no vino a entregártelo ayer por orden mía mi jefe tesorero? Y después de eso, ¿te atreverás todavía a llamarme hijo tuyo y a decirme que soy Abul-Hassán el Disoluto?" Y como su madre se tapara los oídos para no escuchar estas palabras que la trastornaban, Abul-Hassán no pudo contenerse más, y excitado hasta el límite del frenesí, se arrojó a ella con el palo en la mano y empezó a molerla a golpes.
Entonces la pobre anciana, no pudiendo pasar en silencio su dolor y su indignación por aquella manera de tratarla, empezó a chillar pidiendo socorro a los vecinos, y gritando: "¡Oh! ¡qué calamidad la mía! Acudid, ¡oh musulmanes!" Y Abul-Hassán, a quien aquellos gritos excitaban más aún, continuó pegando a la anciana con el palo, mientras le gritaba de vez en cuando: "¿Soy o no soy el Emir de los Creyentes?" Y a pesar de los golpes, contestaba la madre: "¡Eres mi hijo! ¡Eres Abul-Hassán el Disoluto!"
Entretanto, atraídos los vecinos por los gritos y el estrépito ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 640ª NOCHE
Ella dijo:
¡ ... Entretanto, atraídos los vecinos por los gritos y el estrépito, penetraron en la estancia, y se interpusieron entre la madre y el hijo para separarlos, y arrebataron el palo de manos de AbulHassán, e indignados por la conducta de un hijo así le sujetaron para que no se moviera y le preguntaron: "¿Te has vuelto loco, Abul-Hassán, para levantar así la mano a tu madre, a esta pobre vieja? ¿Olvidaste completamente los preceptos del Libro Santo?"
Pero les gritó Abul-Hassán, con los ojos brillantes de furor: "¿Qué es eso de AbulHassán? ¿A quién dáis ese nombre?" Y al oír esta pregunta, los vecinos se quedaron extremadamente perplejos, y acabaron por preguntarle: "¿Cómo? ¿Acaso no eres tú Abul-Hassán el Disoluto? ¿Y no es esta buena vieja tu madre, que te ha educado y criado con su leche y su ternura?" El contestó: "¡Ah, hijos de perros, quitaos de mi vista! ¡Yo soy vuestro amo el califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes!"
Al oír estas palabras de Abul-Hassán, los vecinos quedaron en absoluto convencidos de su locura; y sin querer dejar ya en libertad de acción a aquel hombre a quien habían visto poseído por la ceguera del furor, le ataron de pies y manos, y enviaron a uno de ellos a buscar al portero del hospital de locos. Y al cabo de una hora, seguido de dos robustos celadores, llegó el portero del hospital de locos con todo un arsenal de cadenas y grilletes y llevando en la mano un latiguillo de nervio de buey.
Como al ver aquello, Abul-Hassán hacía grandes esfuerzos para librarse de sus ligaduras y dirigía injurias a los presentes, el portero comenzó por aplicarle en el hombro dos o tres latigazos con el nervio de buey. Tras de lo cual, sin reparar en sus protestas ni en los títulos que se adjudicaba, le cargaron de cadenas de hierro y le transportaron al hospital de locos en medio de la muchedumbre de transeúntes, que le daban unos un puñetazo y otros un puntapié, creyéndole loco.
Cuando llegó al hospital de locos, le encerraron en una jaula de hierro, como si fuese una bestia feroz, y la primera precaución fué administrarle una paliza de cincuenta latigazos con el nervio de buey. Y a partir de aquel día, sufrió una paliza de cincuenta latigazos con el nervio de buey cada mañana y cada tarde, de modo que, al cabo de diez días de hallarse sometido a semejante tratamiento, cambió de piel como una serpiente. Entonces volvió en sí, y pensó: "¡A qué estado me veo reducido ahora! ¡Debo ser yo el equivocado, puesto que todo el mundo me trata de loco! ¡Sin embargo, no es posible que sólo fuera efecto de un sueño todo lo que me sucedió en palacio! En fin, no quiero profundizar más en esta cuestión ni seguir tratando de comprenderla, porque voy a volverme realmente loco. Después de todo, no es ésta la única cosa que no puede llegar a comprender la razón del hombre, y encomiendo a Alah la solución!"
Mientras estaba sumido en estos nuevos pensamientos, llegó su madre, bañada en lágrimas, para ver en qué estado se encontraba y si tenía sentimientos más razonables. Y le vió tan flaco y extenuado, que prorrumpió en sollozos; pero consiguió sobreponerse a su dolor y acabó por poder saludarle tiernamente; y Abul-Hassán le devolvió la zalema con voz tranquila, como un hombre sensato, contestándole: "Contigo el saludo y la misericordia de Alah y sus bendiciones, ¡oh madre mía!" Y la madre sintió una alegría grande al oír que la llamaba madre, y le dijo: "El nombre de Alah sobre ti, ¡oh hijo mío! iBendito sea Alah, que te ha devuelto la razón y puso en su sitio tu cerebro volcado!" Y Abul-Hassán contestó con acento muy contrito: "Pido perdón a Alah y a ti, ¡oh madre mía! ¡En verdad que no comprendo cómo pude decir todas las locuras que dije, y cometer excesos que sólo un insensato es capaz de realizar! ¡Por lo visto, fué el Cheitán quien me poseyó y me impulsó a dejarme llevar de semejantes arrebatos! ¡Porque no cabe duda de que a otros les hizo caer en extravagancias mayores todavía! ¡Pero ha tenido buen fin todo, y heme aquí repuesto de mi extravío!" Y al oír estas palabras, notó la madre que sus lágrimas de dolor se tornaban en lágrimas de dicha, y exclamó: "Tan alegre está mi corazón ¡oh hijo mío! como si acabase yo de echarte al mundo por segunda vez. ¡Bendito sea por siempre Alah!" Luego añadió ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 642ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Bendito sea por siempre Alah!" Luego añadió: "Claro que tú no tienes culpa por qué reprocharte; ¡oh hijo mío! pues todo el mal que nos ha sucedido se debe a aquel mercader extranjero a quien invitaste la tarde última a comer y beber contigo, y que se marchó por la mañana sin tomarse el trabajo de cerrar tras él la puerta. ¡Y ya debes saber que cada vez que queda abierta la puerta de una casa antes de salir el sol, el Cheitán entra en la casa y se posesiona del espíritu de los habitantes!
¡Y entonces ocurre lo que ocurre!
¡Demos, pues, gracias a Alah por no haber permitido que caigan sobre nuestras cabezas desgracias peores!" Y contestó Abul-Hassán: "Tienes razón, ¡oh madre! ¡Obra fué de la posesión del Cheitán! Por lo que a mí respecta, bien hube de advertir al mercader de Mossul que cerrara tras de sí la puerta para evitar que entrase el Cheitán en nuestra casa; pero no lo hizo, ¡y con ello nos causó tantos contratiempos!" Luego añadió: "¡Ahora que noto bien que no tengo el cerebro volcado y que se acabaron las extravagancias, te ruego ¡oh tierna madre! que hables con el portero del hospital de locos para que me libren de esta jaula y de los suplicios que soporto aquí a diario!"
Y sin más dilación, corrió la madre de Abul-Hassán a advertir al portero que su hijo había recobrado la razón. Y el portero fué con ella para examinar a Abul-Hassán e interrogarle. Y como las respuestas eran sensatas y el interpelado reconocía que era Abul-Hassán y no Harún Al-Raschid, el portero le sacó de la jaula y le libró de las cadenas. Y sin poder tenerse sobre sus piernas, Abul-Hassán regresó lentamente a su casa, ayudado por su madre, y estuvo acostado durante varios días hasta que le volvieron las fuerzas y se le pasaron un poco los efectos de los golpes recibidos.
Entonces, como empezaba a aburrirle la soledad, se decidió a reanudar su vida de antes, y a ir a sentarse en el extremo del puente, a la puesta del sol, para esperar la llegada del huésped extranjero que le deparase el Destino.
Y he aquí que aquella tarde era precisamente la de primero de mes; y el califa Harún Al-Raschid, que tenía la costumbre de disfrazarse de mercader a principio de cada mes, había salido en secreto de su palacio en busca de alguna aventura, y también para ver por sí mismo si reinaba en la ciudad el orden conforme a sus deseos. Y de tal suerte llegó al puente, al extremo del cual estaba sentado Abul-Hassán. Y Abul-Hassán, que acechaba la aparición de extranjeros, no tardó en divisar al mercader de Mossul a quien ya había albergado, y que se adelantaba, seguido, como la primera vez, de un esclavo corpulento.
Al verle, quizás porque considerase al mercader causa inicial de sus desgracias, quizás porque tenía la costumbre de hacer como que no conocía a las personas que había invitado en su casa, Abul-Hassán apresuróse a volver la cara en dirección al río para no verse obligado a saludar a su antiguo huésped. Pero el califa, que estaba enterado por sus espías de cuanto le sucedió a Abul-Hassán desde su ausencia y del trato que hubo de sufrir en el hospital de locos, no quiso dejar pasar aquella ocasión de divertirse más aún a costa de hombre tan singular. Y además, el califa, que tenía un corazón generoso y magnánimo, había resuelto reparar un día, en la medida de sus fuerzas, el daño sufrido por Abul-Hassán, devolviéndole con beneficios, de una manera o de otra, el placer que experimentó en su compañía. Así es que, en cuanto vió a Abul-Hassán, se acercó a él, y asomó la cabeza por encima del hombro de Abul-Hassán, que mantenía obstinadamente vuelto el rostro hacia el lado del río, y mirándole a los ojos, le dijo: "La zalema contigo, ¡oh amigo mío Abul-Hassán! ¡Mi alma desea besarte!"
Pero Abul-Hassán le contestó sin mirarle y sin moverse: "¡Entre tú y yo no hay zalema que valga! ¡Vete! ¡No te conozco!" Y exclamó el califa: "¿Cómo Abul-Hassán? ¿Es que no reconoces al huésped a quien albergaste toda una noche en tu casa?" El otro contestó: "¡No, por Alah, no te reconozco! ¡Vete por tu camino!" Pero Al-Raschid insistió cerca de él, y dijo: "¡Sin embargo, yo bien te reconozco, y no puedo creer que me hayas olvidado tan completamente, cuando apenas ha transcurrido un mes desde que tuvo lugar nuestra última entrevista y la velada agradable que pasé en tu casa solo contigo!" Y como AbulHassán continuara sin contestar y haciéndole señas para que se marchase, el califa le echó los brazos al cuello y empezó a besarle, y le dijo: "¡Oh hermano mío Abul-Hassán! ¡me parece muy mal que procedas conmigo de ese modo! En cuanto a mí, estoy decidido a no abandonarte sin que me hayas conducido por segunda vez a tu casa y me hayas contado la causa de tu resentimiento para conmigo. ¡Porque, por la manera de rechazarme, veo que tienes que reprocharme algo!"
Abul-Hassán exclamó con acento indignado: "¿Conducirte yo a mi casa por segunda vez, ¡oh rostro de mal agüero!? ¡Vamos, vuelve las espaldas y hazme ver la amplitud de tus hombros!" Pero el califa le besó por segunda vez, y le dijo: "¡Ah, amigo mío AbulHassán, qué duramente me tratas! ¡Si por acaso mi presencia en tu casa ocasionó alguna desgracia, puedes estar bien seguro de que aquí me tienes dispuesto a reparar todo el daño que involuntariamente te causase! ¡Cuéntame, pues, lo que haya pasado y el daño que hayas sufrido, para que pueda yo ponerle remedio!" Y a pesar de las protestas de Abul-Hassán, sentóse en el puente al lado suyo, y le pasó el brazo por el cuello, como haría un hermano con su hermano, y aguardó la respuesta ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 643ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y a pesar de las protestas de Abul-Hassán, sentóse en el puente al lado suyo, y le pasó el brazo por el cuello, como haría un hermano con su hermano, y aguardó la respuesta.
Entonces Abul-Hassán, conquistado por las caricias, acabó por decir: "Con mucho gusto te contaré las cosas extraordinarias que me ocurrieron a raíz de aquella velada, y las desgracias que se desarrollaron. ¡Y todo fué por culpa de la puerta que no cerraste tras de ti, y por la cual entró la Posesión!" ¡Y le contó todo lo que en realidad creyó ver y suponía que era indudablemente una ilusión suscitada por el Cheitán, y todas las desgracias y los malos tratos que hubo de soportar en el hospital de locos, y el escándalo dado en el barrio con todo aquel asunto, y la mala fama que había adquirido definitivamente ante todos sus vecinos! ¡Y no omitió ningún detalle, y puso en su relato una vehemencia tal, y narró con tanta credulidad la historia de su presunta Posesión, que el califa no pudo menos que soltar una gran carcajada! Y Abul-Hassán no supo con exactitud a qué atribuir esta risa, y le preguntó: "¿Es que no te da lástima de la desgracia que descendió sobre mi cabeza, pues que así te burlas de mí? ¿O acaso te imaginas que soy yo quien me burlo de ti contándote una historia imaginaria? ¡Si así es, voy a disipar tus dudas y a probártelo de antemano!" Y así diciendo, se sacó las mangas del ropón y dejó aldesnudo sus hombros, su espalda y su trasero, y de aquel modo enseñó al califa las cicatrices y los rosetones de su piel maltratada por los latigazos del nervio de buey.
Al ver aquello el califa no pudo menos de compadecer realmente la suerte del desdichado Abul-Hassán. Cesó entonces de abrigar con respecto a él la menor intención de broma, y aquella vez le besó con afección muy verdadera, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti, hermano mío Abul-Hassán! te suplico que vuelvas a llevarme a tu casa esta noche, porque anhelo regocijarme el alma con tu hospitalidad. ¡ Y verás cómo mañana te devuelve Alah tu beneficio centuplicado!"
Y siguió prodigándole tan buenas palabras y besándole tan afectuosamente, que no obstante su resolución de no recibir nunca por dos veces a la misma persona, le decidió a llevarle a su casa. Pero, por el camino, le dijo Abul-Hassán: "Cedo a tus inoportunidades, aunque de mala gana. Y en cambio, no quiero pedirte más que una sola cosa: que esta vez, al salir de mi casa mañana por la mañana ¡no te olvides de cerrar detrás de ti la puerta!" Y sofocando en su interior la risa que le producía la creencia que Abul-Hassán tenía siempre de que el Cheitán había entrado en su casa por la puerta abierta, le prometió con juramento que tendría cuidado de cerrarla. Y de tal suerte llegaron a la casa.
Cuando entraron y descansaron un poco, les sirvió el esclavo, y después de la comida les llevó las bebidas. Y con la copa en la mano, se pusieron a hablar agradablemente de unas cosas y de otras hasta que en su corazón fermentó la bebida. Entonces el califa encaminó diestramente la conversación hacia motivos de amor, y preguntó a su huésped si alguna vez se había enamorado de mujeres violentamente, o si ya estaba casado, o si había permanecido siempre soltero.
Abul-Hassán contestó: "Debo decirte ¡oh mi señor! que hasta hoy no me han gustado verdaderamente más que los compañeros alegres, los manjares delicados, las bebidas y los perfumes; y nada en la vida encontré superior a la conversación con amigos, teniendo la copa en la mano. Pero eso no significa que, al llegar la ocasión, no sepa yo reconocer los méritos de una mujer, sobre todo si se pareciera a una de las maravillosas jóvenes que el Cheitán me hizo ver en aquellos sueños fantásticos que me volvieron loco; una de esas jóvenes que siempre están de buen humor, que saben cantar, tañer instrumentos, danzar y calmar al niño que hemos heredado; que consagran su vida a complacernos y a divertirnos. En verdad que, si encontrase una joven así, me apresuraría a comprársela a su padre y a casarme con ella y a sentir por ella un afecto profundo. ¡Pero las que son así sólo están con el Emir de los Creyentes, o por lo menos con el gran visir Giafar!
Por eso ¡oh mi señor! en vez de escoger una mujer que estropeara mi vida con su mal humor o sus imperfecciones, prefiero mucho más la sociedad de los amigos de paso y de las botellas rancias que aquí ves. ¡Y de esta manera transcurre tranquila mi vida, y si quedo pobre, me comeré sólo el pan negro de la miseria!"
Y diciendo estas palabras, Abul-Hassán vació de un trago la copa que le ofrecía el califa, y al punto dió en la alfombra con la cabeza antes que con los pies. Porque el califa tuvo también cuidado aquella vez de mezclar al vino unos polvos de bang. Y, a una seña de su amo, el esclavo cargó con Abul-Hassán a la espalda y salió de la casa, seguido por el califa, quien, como aquella vez no tenía intención de volver a Abul-Hassán a su casa, no dejó de cerrar cuidadosamente detrás de sí la puerta. Y llegaron al palacio, y sin hacer ruido, penetraron en él por la puerta secreta, y llegaron a los aposentos reservados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 644ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y llegaron al palacio, y sin hacer ruido, penetraron en él por la puerta secreta, y llegaron a los aposentos reservados.
Entonces el califa mandó que echaran a Abul-Hassán en su propio lecho, como la primera vez, e hizo que le vistieran de la misma manera. Y dió las mismas órdenes que antes, y recomendó a Massrur que fuera a despertarle por la mañana temprano, antes de la hora de la plegaria. Y fué a acostarse en una habitación vecina.
Al día siguiente, a la hora indicada, cuando le despertó Massrur, el califa marchó a la habitación en que todavía estaba aletargado AbulHassán, e hizo ir a su presencia a todas las jóvenes que la vez primera se hallaban en las diferentes salas por donde pasó Abul-Hassán, así como a todas las músicas y cantarinas. Y las hizo ponerse en orden, y les dió instrucciones. Luego, tras de hacer aspirar un poco de vinagre a Abul-Hassán, que al punto estornudó, echando por la nariz alguna mucosidad, se escondió detrás de la cortina y dió la señal convenida.
Inmediatamente las cantarinas mezclaron a coro sus voces deliciosas al son de arpas, de flautas y de oboes, y dejaron oír un concierto comparable al concierto de los ángeles en el paraíso. Y en aquel momento salió Abul-Hassán de su letargo, y antes de abrir los ojos oyó aquella música llena de armonía, que acabó de despertarle. Y abrió entonces los ojos y se vió rodeado por las veintiocho jóvenes que hubo de encontrar de siete en siete en las cuatro salas; y las reconoció de una ojeada, así como el lecho, la habitación, las pinturas y los adornos. Y también reconoció las mismas voces que le encantaron la primera vez. E incorporáse a la sazón con los ojos fuera de las órbitas, sentándose en la cama, y se pasó la mano por la cara varias veces para asegurarse bien de su estado de vigilia.
En aquel momento, tal como se había convenido de antemano, cesó el concierto y reinó en la habitación un silencio grande. Y todas las damas bajaron modestamente los ojos ante los ojos augustos que las miraban. Entonces Abul-Hassán, en el límite de la estupefacción, se mordió los dedos, y exclamó en medio del silencio: "¡Desgraciado de ti, ya Abul-Hassán! ¡oh hijo de tu madre! ¡Ahora le toca el turno a la ilusión; pero mañana serán contigo el nervio de buey, las cadenas, el hospital de locos y la jaula de hierro!"
Luego gritó aún: "¡Ah, infame mercader de Mossul! ¡así te ahogaras en el fondo del infierno, en brazos de tu señor el Cheitán! Sin duda volviste a dejar entrar en mi casa al Cheitán por no haber cerrado la puerta, y me posee ya. Y ahora el Maligno me vuelca el cerebro y me hace ver cosas extravagantes. ¡Alah te confunda, oh Cheitán! con tus secuaces y con todos los mercaderes de Mossul. ¡Y ojalá la ciudad de Mossul entera se derrumbe sobre sus habitantes y los sepulte a todos en sus escombros!"
Luego cerró los ojos, y los abrió, y los volvió a cerrar, y los volvió a abrir repetidas veces, y exclamó: "¡Oh pobre Abul-Hassán! lo mejor que puedes hacer es dormirte de nuevo tranquilo, y no despertarte hasta que estés bien seguro de que el Maligno te ha salido del cuerpo y tienes el cerebro en su sitio acostumbrado. ¡De no ser así, ya sabes lo que te aguarda mañana!" Y diciendo estas palabras, se echó otra vez en el lecho, se tapó la cabeza con la colcha, y para hacerse la ilusión de que dormía se puso a roncar como un camello en celo o como un rebaño de búfalos en el agua.
Y he aquí que, al ver y oír aquello desde detrás de la cortina, el califa tuvo un acceso de risa tan grande, que creyó ahogarse.
En cuanto a Abul-Hassán, no consiguió dormir, porque su preferida la joven Caña-de-Azúcar,
siguiendo las instrucciones recibidas, se aproximó al lecho donde él roncaba sin dormir, y sentándose al borde de la cama, dijo con amable voz a Abul-Hassán: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡prevengo a Tu Alteza que ha llegado el momento de despertarse para la plegaria de la mañana!" Pero Abul-Hassán gritó con sorda voz desde debajo de la colcha: "¡Confundido sea el Maligno! Retírate, ¡oh Cheitán!" Sin desconcertarse, añadió Caña-de-Azúcar: "¡Sin duda el Emir de los Creyentes se halla bajo el influjo de un mal sueño! ¡No es Cheitán quien te habla, ¡oh mi señor! sino la pequeña Caña-de-Azúcar! ¡Alejado sea el Maligno! Soy la pequeña Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyentes... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 645ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Soy la pequeña Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Al oír estas palabras, Abul-Hassán separó la colcha, y abriendo los ojos, vió, en efecto, sentada al borde de la cama a su preferida la pequeña Caña-de-Azúcar, y de pie ante él, en tres filas, a las demás jóvenes, a quienes reconoció una por una: Hoja-de-Rosa, Cuello-de-Alabastro, Aderezo-de-Perlas, Estrella-de-la-Mañana, Alba-del-Día, Grano-de Almizcle, Corazón-de-Granada, Boca-de-Coral, Nuez-Moscada, Fuerza-de-los-Corazones, y las otras. Y al ver aquello, se restregó los ojos hasta hundírselos en el cráneo, y exclamó: "¿Quiénes sois? ¿y quién soy yo?" Y todas contestaron a coro con tonalidades diferentes: "¡Gloria a nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes, rey del mundo!" Y en el límite de la estupefacción, preguntó Abul-Hassán: "¿Pero es que no soy Abul-Hassán el Disoluto?" Ellas contestaron a coro con tonalidades diferentes: "¡Alejado sea el Maligno! ¡No eres Abul-Hassán, sino Abul-Hossn! (Padre de la Belleza) ¡Eres nuestro soberano y la corona de nuestra cabeza!" Y Abul-Hassán se dijo: "¡Ahora voy a saber con certeza si duermo o estoy despierto!" Y encarándose con Caña-de-Azúcar, le dijo: "¡Ven por aquí, pequeña!" Y Caña-de-Azúcar, adelantó la cabeza, y Abul-Hassán le dijo: "¡Muérdeme en la oreja!" Y Caña-deAzúcar clavó sus dientes en el lóbulo de la oreja de Abul-Hassán, pero tan cruelmente, que empezó él a chillar de una manera espantosa. Luego exclamó: "¡Claro que soy el Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid en persona!"
Enseguida empezaron a tocar al mismo tiempo los instrumentos de música un atrayente paso de danza, y las cantarinas entonaron a coro una canción animada. Y cogiéndose de la mano, todas las jóvenes hicieron un gran corro en la habitación, y levantando los pies con ligereza, se pusieron a bailar alrededor del lecho, respondiendo con el estribillo al canto principal de tan gracioso modo y tan locamente, que AbulHassán, exaltado de pronto y poseído de entusiasmo, arrojó las mantas y almohadas, tiró al aire su gorro de dormir, saltó del lecho, se desnudó completamente, quitándose a toda prisa sus vestiduras, y con el zib enhiesto y el trasero al descubierto, se metió entre las jóvenes y se puso a bailar con ellas, haciendo mil contorsiones, y moviendo el vientre, el zib y el trasero en medio de las carcajadas y del tumulto progresivo. E hizo tantas bufonadas, y tales movimientos divertidos hubo de ejecutar, que el califa, detrás de la cortina, no pudo reprimir la explosión de su hilaridad, ¡y empezó a lanzar una serie de carcajadas tan fuertes, que dominaron la algazara del baile y el canto y el ruido de los tambores, de los instrumentos de cuerda y de los instrumentos de viento! Y le dió hipo, y se cayó de trasero, y estuvo a punto de perder el conocimiento. Pero logró levantarse, y descorriendo la cortina, sacó la cabeza, y gritó: "Abul-Hassán, ya Abul-Hassán, ¿es que juraste hacerme morir ahogado por la risa?"
Al ver al califa y al oír el sonido de su voz, cesó el baile de improviso, las jóvenes quedáronse inmóviles en el lugar que ocupaban respectivamente, y se interrumpió tan por completo el ruido, que se oiría resonar una aguja que cayese en el suelo. Y Abul-Hassán, estupefacto, se detuvo como los demás y volvió la cabeza en dirección de la voz. Y divisó al califa, y al primer golpe de vista, reconoció en él al mercader de Mossul.
Entonces, rápida cual el relámpago que brilla, asaltó su cerebro la comprensión de la causa a que hubo de obedecer cuanto le había sucedido. Y adivinó de pronto toda la broma. Así es que, lejos de desconcertarse o de turbarse, fingió no reconocer la persona del califa; y queriendo divertirse a su vez, se adelantó hacia el califa, y le gritó: "¡Hola! ¡hola! hete aquí ya, ¡oh mercader de mi trasero! ¡Espera, y verás cómo voy a enseñarte a dejar abiertas las puertas de las personas honradas!" Y el califa se echó a reír muy a gusto y contestó: "¡He jurado por los méritos de mis santos abuelos ¡oh Abul-Hassán, hermano mío! que te concederé cuanto tu alma pueda desear para indemnizarte de todas las tribulaciones que te hemos causado! ¡Y en adelante, se te tratará en mi palacio como hermano mío!" Y le besó con efusión, estrechándole contra su pecho.
Tras de lo cual, se encaró con las jóvenes y les ordenó que vistieran a su hermano Abul-Hassán con trajes de su ropero particular, escogiendo lo más rico y suntuoso que había. Y las jóvenes se apresuraron a ejecutar la orden. Y cuando Abul-Hassán estuvo completamente vestido, el califa le dijo: "¡Habla ya, Abul-Hassán! ¡Cuanto me pidas te será concedido al instante!"
Y Abul-Hassán besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡No quiero pedir a nuestro generoso señor más que una cosa: que me otorgue el favor de vivir a su sombra toda mi vida!"
Y extremadamente conmovido por la delicadeza de sentimientos de Abul-Hassán, le dijo el califa: "¡Mucho aprecio tu desinterés, ya Abul-Hassán! Así es que, no solamente te escojo en este instante para compañero de copa y hermano mío, sino que te concedo entrada libre y salida libre a todas horas del día y de la noche, sin demanda de audiencia y sin demanda de ausencia. ¡Más aún! quiero que ni siquiera te esté prohibido, como a los demás, el acceso al aposento de Sett Zobeida, la hija de mi tío. ¡Y cuando entre yo allí, irás conmigo, sea la hora que sea del día o de la noche!"
Al propio tiempo el califa destinó a Abul-Hassán un espléndido alojamiento en el palacio, y empezó por darle, como primeros emolumentos, diez mil dinares de oro. Y le prometió que cuidaría por sí mismo que no careciese de nada nunca. Tras de lo cual le abandonó para ir al diwán a arreglar los asuntos del reino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 647ª NOCHE
Ella dijo:
"... Tras de lo cual le abandonó para ir al diwán a arreglar los asuntos del reino.
Entonces Abul-Hassán no quiso retrasar por más tiempo el informar a su madre de cuanto acababa de sucederle. Y corrió a buscarla, y le contó al-detalle los sucesos extraños que habían ocurrido, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirlos. Y al ver que ella no conseguía entenderlos bien, no dejó de explicarle que era el propio califa quien le hizo víctima de todas aquellas jugarretas sin otro objeto que divertirse. Y añadió: "¡Pero ya que todo ha terminado con ventaja para mí, glorificado sea Alah el Bienhechor!" Luego se apresuró a dejar a su madre, prometiéndole que volvería a verla todos los días, y emprendió de nuevo el camino de palacio, en tanto que la noticia de su aventura con el califa y de su nueva situación se esparcía por todo el barrio, y desde allí se extendió a todo Bagdad para difundirse después por las provincias cercanas y distantes.
En cuanto a Abul-Hassán, el favor de que gozaba cerca del califa, al revés de volverle arrogante o desagradable, no hizo más que aumentar su buen humor, su carácter jovial y su alegría. Y no se pasaba día en que con sus agudezas llenas de gracia y con sus bromas no divirtiese al califa y a todas las personas de palacio, grandes y pequeñas. Y el califa, que no podía prescindir de su trato, le llevaba con él a todas partes, incluso a los aposentos reservados y a las habitaciones de Sett Zobeida, lo cual era un favor que jamás había otorgado ni siquiera a su gran visir Giafar.Pero no tardó en notar Sett Zobeida que Abul-Hassán, cada vez que se encontraba con el califa en el aposento de las mujeres, obstinábase en fijar los ojos en una de las mujeres del séquito, en la que se llamaba Caña-de-Azúcar, y que bajo las miradas de Abul-Hassán, la joven se ponía roja de placer. Por eso dijo un día a su esposo. "¡Oh Emir de los Creyentes! sin duda habrás notado, como yo, las señas inequívocas de amor que se hacen Abul-Hassán y la pequeña Caña-de-Azúcar. ¿Qué te parecería un matrimonio entre ambos?"
El califa contestó: "Bien. No veo inconveniente. Por cierto que debí pensar en ello hace tiempo. Pero los asuntos del reino me distrajeron de ese cuidado. Y me contraría mucho, pues desde la segunda velada que pasé en su casa, tengo prometido buscar a Abul-Hassán una esposa selecta. Y veo que Caña-de-Azúcar sirve para el caso. Y sólo nos resta ya interrogar a ambos para saber si es de su gusto el matrimonio".
Al punto hicieron ir a Abul-Hassán y a Caña-de-Azúcar, y les preguntaron si consentían en casarse uno con otro. Y Caña-de-Azúcar, por toda respuesta, se limitó a enrojecer en extremo, y se arrojó a los pies de Sett Zobeida, besándole la orla del traje en acción de gracias. Pero Abul-Hassán contestó: "En verdad, ¡oh Emir de los Creyentes! que abrumaste con tu generosidad a tu esclavo Abul-Hassán. Peró antes de tomar por esposa a esta encantadora joven cuyo solo nombre indica ya sus cualidades exquisitas, quisiera, con tu permiso, que nuestra ama le hiciese una pregunta. . ." Y Sett Zobeida sonrió, y dijo: "¿.Y qué pregunta es ésa, ¡oh Abul-Hassán! ?"
Abul-Hassán contestó: "¡Oh mi señora! quisiera saber si a mi esposa le gusta lo que a mí me gusta. ¡Tengo que declararte ¡oh mi señora! que las únicas cosas que estimo son la animación del vino, el placer de los manjares y la alegría del canto y de los versos hermosos! Si a Caña-de-Azúcar, pues, le gustan esas cosas, y además es sensible y no dice nunca que no a lo que tú sabes, ¡ oh mi señora! consiento en amarla con un amor grande. ¡De no ser así, por Alah, que permaneceré soltero!" Y al oír estas palabras, Sett Zobeida se encaró con Caña-de-Azúcar, riendo, y le preguntó: "Ya lo has oído... ¿Qué contestas a eso?" Y Caña-de-Azúcar respondió haciendo con la cabeza una seña que significaba que sí.
Entonces el califa hizo ir sin tardanza al kadí y a los testigos, que escribieron el contrato de matrimonio. Y con aquel motivo se dieron en palacio grandes festines y hubo grandes festejos durante treinta días y treinta noches, al cabo de los cuales pudieron ambos esposos gozar uno de otro con toda tranquilidad. ¡Y pasaban la vida comiendo, bebiendo y riendo a carcajadas, sin tasar sus gastos! Y nunca estaban vacías en su casa las bandejas de manjares, de fruta, de pastelería y de bebidas, y la alegría y las delicias marcaban todos sus instantes. Así es que, al cabo de cierto tiempo, a fuerza de gastarse el dinero en festines y en diversiones, no les quedó ya nada entre las manos. Y como, preocupado con sus asuntos, el califa hubo de olvidarse de señalar a Abul-Hassán emolumentos fijos, una mañana se despertaron desprovistos de todo dinero, y aquel día no pudieron arreglarse con los traficantes que les hacían todos los adelantos. Y se creyeron muy desdichados, y por discreción no se atrevieron a ir a pedir nada al califa o a Sett Zobeida. Entonces bajaron la cabeza y se pusieron a reflexionar acerca de la situación. Pero Abul-Hassán fué el primero en levantar la cabeza, y dijo: "¡La verdad es que fuimos pródigos! Y no quiero exponerme a la vergüenza de ir a pedir oro, como un mendigo. ¡Y menos quiero que vayas a pedírselo tú a Sett Zobeida! Así es que he pensado lo que tenemos que hacer, ¡oh Caña-de-Azúcar!". Y Caña-de-Azúcar contestó, suspirando: "¡Habla! ¡Dispuesta estoy a ayudarte en tus proyectos, pues no vamos a ir pordioseando, y por otra parte, tampoco vamos a cambiar de vida y a disminuir nuestros gastos, si no queremos exponernos a que los demás nos traten con menos consideración!"
Y dijo Abul-Hassán: "¡Bien sabía yo ¡oh Caña-de-Azúcar! que jamás te negarías a ayudarme en las diversas circunstancias por que los designios del destino nos hicieran atravesar! Pues bien; has de saber que sólo disponemos de un medio para salir del apuro, ¡oh Caña-de-Azúcar!" Ella contestó: "¡Dilo ya!" El dijo: "¡Dejarnos morir... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 648ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Dejarnos morir!"
Al oír estas palabras, la joven Caña-de-Azúcar exclamó espantada: "¡No, por Alah, yo no quiero morir! ¡Emplea para ti solo ese medio!" Abul-Hassán contestó, sin conmoverse ni enfadarse: "¡Ah, hija de mujer! ¡bien decía yo, de soltero, que nada valía tanto como la soledad! ¡Y la poca solidez de tu juicio acaba de demostrármelo mejor que nunca! ¡Si en vez de contestarme con tanta prontitud te hubieras tomado la pena de pedirme explicaciones, te habrías alegrado en extremo de esa muerte que te propongo y que vuelvo a proponerte! ¿No comprendes que se trata de morir con una muerte fingida y no con una muerte verdadera, a fin de tener oro para todo lo que nos queda de vida?"
Al oír estas palabras, Caña-de-Azúcar se echó a reír, y preguntó: "¿Y cómo vamos a arreglarnos?" Dijo él: "¡Escucha, pues! Y no olvides nada de lo que voy a indicarte. ¡Mira! Cuando yo me muera, o mejor dicho, cuando yo finja morirme, porque soy yo el que primero morirá, cogerás un sudario y me amortajarás. Hecho lo cual, me pondrás en medio de esta habitación en que estamos, en la posición prescrita, con el turbante encima de la cara, y el rostro y los pies vueltos en dirección a la Kaaba santa, hacia la Meca. ¡Luego empezarás a lanzar gritos agudos, a chillar desaforadamente, a verter lágrimas ordinarias y extraordinarias, a desgarrarte las vestiduras y a aparentar que te arrancas el cabello! Y cuando todo esté a punto, irás bañada en llanto y con los cabellos despeinados a presentarte a tu señora Sett Zobeida, y con palabras entrecortadas por sollozos y desmayos diversos, le contarás mi muerte en términos enternecedores; luego te tirarás al suelo, en donde estarás una hora de tiempo para no recobrar el sentido hasta que te notes anegada en el agua de rosas con que no dejarán de rociarte. ¡Y entonces ¡oh Caña-de-Azúcar! verás cómo va a entrar en nuestra casa el oro!"
Al oír estas palabras, Caña-de-Azúcar contestó: "En verdad que es hacedera esa muerte. ¡Y consiento en ayudarte a llevarla a cabo!" Luego añadió: "¿Pero cuándo y de qué manera tengo yo que morirme?" Dijo él: "Primero harás lo que acabo de decirte. ¡Y después Alah proveerá!" Y añadió: "¡Mira! ¡Ya estoy muerto!" Y se tendió en medio de la habitación, y se hizo el muerto.
Entonces Caña-de-Azúcar le desnudó, le amortajó con un sudario, le volvió los pies en dirección a la Meca y le colocó el turbante encima del rostro. Tras lo cual se puso a ejecutar todo lo que Abul-Hassán le había dicho que hiciera en cuanto a gritos penetrantes, chillidos desaforados, lágrimas ordinarias y extraordinarias, desgarrar de trajes, tirones de cabellos y arañar de mejillas. Y cuando estuvo en el estado prescripto, con el rostro amarillo como el azafrán y los cabellos desordenados, fué a presentarse a Sett Zobeida, y empezó por dejarse caer a los pies de su señora cuan larga era, lanzando un gemido capaz de enternecer un corazón de roca.
Al ver aquello, Sett Zobeida, que ya había oído desde su aposento los gritos penetrantes y los chillidos de duelo lanzados por Caña-deAzúcar desde lejos, no dudó ya al ver en aquel estado a su favorita Caña-de-Azúcar, que la muerte habíase cebado en su esposo Abul-Hassán. Así es que, afligida hasta el límite de la aflicción, le prodigó por sí misma cuantos cuidados requería su estado, y se la echó en las rodillas, y consiguió volverla a la vida. Pero Caña-de-Azúcar, desolada y con los ojos bañados en lágrimas, continuó gimiendo y arañándose y tirándose de los pelos y golpeándose las mejillas, mientras suspiraba entre sollozos el nombre de Abul-Hassán. Y acabó por contar con palabras entrecortadas que por la noche había muerto él de una indigestión. Y dándose en el pecho un golpe último, añadió: "Ya no me queda que hacer más que morirme a mi vez. ¡Pero que Alah prolongue en tanto la vida de nuestra señora!" Y se dejó caer una vez más a los pies de Sett Zobeida; y se desmayó de dolor.
Al ver aquello, todas las mujeres empezaron a lamentarse en torno de ella, y a apenarse por la muerte de aquel Abul-Hassán que tanto las había divertido en vida con sus bromas y su buen humor.
Y sus llantos y suspiros demostraron a Caña-de-Azúcar, que había vuelto de su desmayo a fuerza de agua de rosas con que la rociaron, la parte que tomaban en su pena y en su dolor.
En cuanto a Sett Zobeida, que también lloraba con las mujeres de su séquito la muerte de Abul-Hassán, acabó por llamar a su tesorera, después de todas las fórmulas de pésame que se usan en semejantes circunstancias, y le dijo: "¡Ve en seguida a coger de mi arquilla particular un saco de diez mil dinares de oro, y dáselo a la pobre, a la desolada Caña-de-Azúcar, a fin de que pueda hacer que se celebren dignamente los funerales de su esposo Abul-Hassán!" Y la tesorera
se apresuró a ejecutar la orden, y cargó el saco de oro a espaldas de un eunuco, que fué a
dejarlo a la puerta del aposento de Abul-Hassán.
Luego Sett Zobeida abrazó a su servidora y le prodigó palabras dulces para consolarla, y la acompañó hasta la salida, diciéndole: "¡Qué Alah te haga olvidar tu aflicción ¡oh Caña-de-Azúcar! y cure tus heridas y prolongue tu vida tantos años como dejó de vivir el difunto...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 649ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Que Alah te haga olvidar tu aflicción ¡oh Caña-de-Azúcar! y cure tus heridas y prolongue tu vida tantos años como dejó de vivir el difunto!" Y la desolada Caña-de-Azúcar besó la mano de su señora, llorando, y regresó a su aposento completamente sola.
Entró, pues, en la habitación donde la esperaba Abul-Hassán, siempre tendido como un muerto y envuelto en el sudario, y cerró la puerta al entrar, y empezó por soltar una carcajada de buen augurio. Y dijo a Abul-Hassán: "¡Levántate ya de entre los muertos ¡oh padre de la sagacidad! y ven a arrastrar conmigo este saco de oro, fruto de tu malicia! ¡Por Alah, que no va a ser hoy cuando nos muramos de hambre!" Y Abul-Hassán, ayudado por su mujer, se apresuró a desembarazarse del sudario, y saltando sobre ambos pies, corrió adonde estaba el saco de oro y lo arrastró hasta el centro de la habitación, y se puso a bailar alrededor en un pie.
Tras de lo cual se encaró con su esposa y la felicitó por el éxito obtenido, y le dijo: "Pero no es esto todo, ¡oh mujer! ¡Ahora te toca a ti morirte como yo lo he hecho, y a mí me toca ganar el saco! Y así veremos si soy tan hábil con el califa como lo has sido tú con Sett Zobeida. ¡Porque conviene que el califa, que tanto se divirtió a expensas mías en otra ocasión, sepa ahora que no sólo es él quien gasta bromas! ¡Pero es inútil perder tiempo en vana palabrería! ¡Vamos, muérete!"
Y Abul-Hassán acomodó a su mujer en el sudario con que le había amortajado ella, la colocó en medio de la estancia, en el mismo sitio en que estuvo él tendido, le volvió los pies en dirección a la Meca y le recomendó que no diese señal de vida, aunque le sintiera llegar. Hecho lo cual, se atavió de mala manera, deshizo a medias su turbante, se frotó los ojos con cebolla para hacer que lloraba copiosamente, y desgarrándose el traje y mesándose la barba y dándose en el pecho grandes puñetazos, corrió en busca del califa, que en aquel momento estaba en medio del diwán, rodeado de su gran visir Giafar, de Massrur y de varios chambelanes.
Al ver en aquel estado de aflicción y de inconsciencia al mismo Abul-Hassán que de ordinario era tan jovial y despreocupado, el califa llegó al límite del asombro y de la aflicción, e interrumpiendo la sesión del diwán, se levantó de su sitio y corrió hacia Abul-Hassán, a quien pidió que en seguida le manifestase la causa de su dolor. Pero Abul-Hassán, que se llevaba el pañuelo a los ojos, sólo contestó redoblando en sus llantos y sollozos y dejando escapar de sus labios al fin, entre mil suspiros y mil desmayos fingidos, el nombre de Caña-de-Azúcar, mientras decía: "¡Ay! ¡oh pobre Caña-de-Azúcar! ¡Ay! ¡oh infortunada! ¿Qué será de mí sin ti?"
Al oír estas palabras y estos suspiros, el califa comprendió que Abul-Hassán acababa de anunciarle la muerte de su esposa Caña-deAzúcar, y quedó extremadamente afectado. Y se le saltaron lágrimas de los ojos, y dijo a Abul-Hassán, echándole un brazo por los hombros: "¡Alah la tenga en su misericordia! ¡Y prolongue tus días con todos los que se le arrebataron a esa esclava dulce y encantadora ¡Te la dimos con el fin de que fuese para ti motivo de alegría, y he aquí ahora que se torna en motivo de duelo! ¡Pobre Caña-de-Azúcar!" Y el califa no pudo por menos de llorar ardientes lágrimas. Y se secó los ojos con el pañuelo. Y Giafar y los demás visires y todos los presentes lloraron también ardientes lágrimas, y se secaron los ojos como lo había hecho el califa.
Luego asaltó al califa la misma idea que a Sett Zobeida: e hizo ir al tesorero, y le dijo: "¡Cuenta al instante a Abul-Hassán diez mil dinares para los gastos de los funerales de su difunta esposa! ¡Y dispón que se los lleven a la puerta de su aposento!" Y el tesorero contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a ejecutar la orden. Y Abul-Hassán, más desolado que nunca, besó la mano al califa y se retiró sollozando.
Cuando llegó a la habitación en que le esperaba Caña-de-Azúcar, envuelta siempre en el sudario, exclamó: "¡Pues bien! ¿crees que eres tú sola quien ha ganado tantas monedas de oro como lágrimas has vertido? ¡Mira! ¡Ahí tienes mi saco!" Y arrastró el saco hasta el centro de la habitación, y después de ayudar a Caña-de-Azúcar a salir del sudario, le dijo: "¡Bueno! pero no es esto todo, ¡oh mujer! ¡Ahora hay que obrar de modo que, cuando se sepa nuestra estratagema, no nos atraigamos la cólera del califa y de Sett Zobeida!
He aquí, pues, lo que tenemos que hacer. . . " Y empezó a instruir a Caña-de-Azúcar sobre sus intenciones acerca del particular.
¡Y tal es lo referente a ellos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 650ª NOCHE
Ella dijo:
¡. . . Y tal es lo referente a ellos!
En cuanto al califa, cuando hubo terminado la sesión del diwán, la cual abrevió aquel día, por cierto, se apresuró a ir con Massrur al palacio de Sett Zobeida para darle el pésame por la muerte de su esclava favorita. Y entreabrió la puerta del aposento de su esposa, y la vió echada en su lecho rodeada de sus mujeres, que le secaban los ojos y la consolaban. Y se acercó a ella, y le dijo: "¡Oh hija del tío! ¡ojalá vivas tantos años como se perdieron para tu pobre favorita Caña-deAzúcar!" Al oír este cumplimiento de pésame Sett Zobeida, que esperaba la llegada del califa para darle ella el pésame por la muerte de Abul-Hassán, quedó extremadamente sorprendida, y creyendo que el califa estaba mal informado, exclamó: "Preservada sea la vida de mi favorita Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡A mí es a quien toca participar de tu duelo! ¡Ojalá vivas y sobrevivas por mucho tiempo a tu compañero el difunto Abul-Hassán! ¡Si me ves tan afligida, no es más que por causa de la muerte de tu amigo, no por la de Caña-deAzúoar, que ¡bendito sea Alah! goza de buena salud!"
Al oír estas palabras, el califa, que tenía los mayores motivos para creer que estaba bien informado de la verdad, no pudo por menos de sonreír, y encarándose con Massrur, le dijo: "Por Alah, ¡oh Massrur! ¿qué te parecen estas palabras de tu ama? He aquí que ella, tan sensata y prudente por lo común, tiene los mismos desvaríos que las demás mujeres. ¡Qué verdad es que todas son iguales al final! ¡Vengo a consolarla, y quiere apenarme y engañarme anunciándome una noticia falsa! ¡En fin, háblale tú! ¡Y dile lo que viste y oíste como yo! ¡Quizá cambie entonces de táctica, y no intente ya engañarnos!" Y para obedecer al califa, Massrur dijo a la princesa: "¡Oh mi señora! ¡nuestro Emir de los Creyentes tiene razón! ¡Abul-Hassán goza de buena salud y de fuerzas excelentes, aunque deplora la pérdida de su esposa Caña-de-Azúcar, tu favorita, muerta anoche de una indigestión! Porque has de saber que Abul-Hassán acaba de salir hace un instante del diván, adonde ha ido a anunciarnos por sí mismo la muerte de su esposa. ¡Y se ha vuelto a su casa muy desolado, y gratificado, merced a la generosidad de nuestro amo, con un saco de diez mil dinares de oro para los gastos de los funerales!"
Estas palabras de Massrur, lejos de persuadir a Sett Zobeida, no hicieron más que confirmarla en la creencia de que el califa tenía ganas de broma, y exclamó: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no es hoy el día más a propósito para gastar las bromas que acostumbras! Bien sé lo que me digo, y mi tesorera te dirá lo que me cuestan los funerales de Abul-Hassán. ¡Más valdría que tomáramos parte en el duelo de nuestra esclava, en lugar de reír sin tacto y sin medida, como lo estamos haciendo!" Y al oír estas palabras, el califa sintió que le invadía la cólera, y exclamó: "¿Qué dices, ¡oh hija del tío!? ¡Por Alah! ¿es que te has vuelto loca para decir semejantes cosas? ¡Te digo que quien ha muerto es Caña-de-Azúcar! ¡Y además, es inútil que disputemos acerca del asunto, pues inmediatamente voy a darte pruebas de lo que afirmo!" Y se sentó en el diván y se encaró con Massrur, y le dijo: "¡Aunque no tengo necesidad de más pruebas que las que conozco, ve ya al aposento de Abul-Hassán para ver cuál de los dos esposos es el muerto! ¡Y vuelve al punto a decirnos lo que haya!" Y en tanto que Massrur se apresuraba a ejecutar la orden, el califa se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡Oh hija del tío! ¡ahora vamos a ver quién de nosotros dos tiene razón! ¡Pero desde el momento en que insistes de ese modo acerca de cosa tan clara, voy a apostar en contra tuya lo que quieras!"
Ella contestó: "¡Acepto la apuesta! ¡Y voy a apostar lo que más me gusta en el mundo, que es mi pabellón de pinturas, contra lo que quieras proponerme, por muy poco valor que tenga!" El dijo: "¡Contra tu apuesta arriesgo lo que más me gusta en el mundo, que es mi palacio de recreo! ¡Creo que de esa manera no abuso! ¡Porque mi palacio de recreo es superior con mucho, en valor y en belleza, a tu pabellón de pinturas!"
Sett Zobeida contestó muy molesta: "¡No se trata de saber ahora, para estar aún más disconforme, si tu palacio es superior a mi pabellón! ¡Por otra parte, no tendrías más que escuchar lo que se dice a espaldas tuyas! Pero antes hemos de sancionar nuestra apuesta. ¡Sea, pues, la Fatiha entre nosotros!" Y dijo el califa: "¡Bueno, sea la Fatiha del Korán entre nosotros!" Y recitaron a la vez el capítulo liminar del libro santo para sellar su apuesta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 651ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y recitaron a la vez el capítulo liminar del libro santo para sellar su apuesta. Y en medio de un silencio hostil, esperaron la vuelta del porta alfange Massrur. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
En cuanto a Abul-Hassán, que estaba al acecho para enterarse de lo que iba a ocurrir, vió desde lejos avanzar a Massrur y comprendió el propósito que le guiaba. Y dijo a Caña-de-Azúcar: "¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡he aquí que Massrur viene derecho a nuestra casa! Sin duda alguna le han mandado venir con motivo del desacuerdo que seguramente ha surgido entre el califa y Sett Zobeida acerca de nuestra muerte. ¡Date prisa a hacerte la muerta una vez más, a fin de que te amortaje yo sin tardanza!" Al punto se hizo la muerta Caña-deAzúcar, y Abul-Hassán la amortajó con el sudario y la colocó como la primera vez para sentarse inmediatamente junto a ella, con el turbante deshecho, la cara alargada y el pañuelo en los ojos.
En aquel mismo momento entró Massrur. Y al ver a Caña-deAzúcar amortajada en medio de la habitación y a Abul-Hassán sumido en desesperación, no pudo menos de emocionarse, y pronunció: "¡No hay más dios que Alah! Muy grande es mi aflicción por ti, ¡oh pobre Caña-de-Azúcar, hermana nuestra! ¡oh tú, antaño tan gentil y tan dulce! ¡Cuán doloroso para todos nosotros es tu destino! ¡Y cuán rápida fué para ti la orden del retorno hacia Quien te ha creado! ¡Ojalá te conceda, al menos, su compasión y su gracia el Retribuidor!"
Luego besó a Abul-Hassán, y se apresuró a despedirse de él, muy triste, para ir a dar cuenta al califa de lo que había comprobado. Y no le desagradaba hacer ver así a Sett Zobeida cuán obstinada era y cuán equivocada estaba en contradecir al califa.
Entró, pues, en el aposento de Sett Zobeida, y después de haber besado la tierra, dijo: "¡Alah prolongue la vida de nuestra señora! ¡La difunta está amortajada en medio de la habitación, y ya tiene hinchado el cuerpo debajo del sudario, y huele mal! ¡En cuanto al pobre AbulHassán, me parece, que no sobrevive a su esposa!"
Al oír estas palabras de Massrur, al califa se le quitó un peso de encima y se regocijó infinitamente; luego, encarándose con Sett Zobeida, que habíase puesto muy amarilla, le dijo: "¡Oh hija del tío! ¿a qué esperas para llamar al escriba que ha de inscribir a mi nombre el pabellón de pinturas?"
Pero Sett Zobeida empezó a injuriar a Massrur, y en el límite de la indignación, dijo al califa: "¿Cómo puedes tener confianza en las palabras de ese eunuco embustero e hijo de embustero? ¿Acaso no he visto aquí por mí misma, y mis esclavas la han visto conmigo hace una hora, a mi favorita Caña-de-Azúcar, que lloraba desolada la muerte de Abul-Hassán?" Y excitándose con sus propias palabras, tiró su babucha a la cabeza de Massrur, y le gritó "Sal de aquí, ¡oh hijo de perro!" Y Massrur, más estupefacto todavía que el califa, no quiso irritar más a su ama, y doblándose por la cintura, se apresuró a escapar, meneando la cabeza.
Entonces, llena de cólera, Sett Zobeida se encaró con el califa, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡nunca imaginé que un día te pusieras de acuerdo con ese eunuco para darme un disgusto tan grande y hacerme creer lo que no es! Porque no me cabe duda de que lo que ha contado Massrur lo convinisteis de antemano con objeto de disgustarme. De todos modos, para probarte de manera indudable que soy yo quien tiene razón, a mi vez voy a enviar a alguien para que se vea cuál de nosotros ha perdido la apuesta. ¡Y si eres tú quien dice verdad seré una insensata y todas mis mujeres serán tan insensatas como su ama! ¡Si, por el contrario, soy yo quien tiene razón, quiero que, además de la ganancia de la apuesta, me concedas la cabeza del impertinente eunuco de pez!"
El califa, que sabía por experiencia propia cuán irritable era su prima, dió inmediatamente su consentimiento a cuanto ella le pedía. Y Sett Zobeida hizo presentarse enseguida a la anciana nodriza que la había criado y en la cual tenía toda su confianza, y le dijo: "¡Oh, nodriza! Ve ahora a casa de Abul-Hassán, el compañero de nuestro Señor el califa, y sencillamente mira quién se ha muerto en esa casa, si es Abul-Hassán o si es su esposa Caña-de-Azúcar. ¡Y vuelve al punto a contarme lo que hayas visto y sepas!"
Y la nodriza contestó con el oído y la obediencia, y a pesar de sus piernas viejas, apretó el paso en dirección a la casa de Abul-Hassán. Pero Abul-Hassán, que vigilaba constantemente las idas y venidas a su casa, divisó desde lejos a la anciana nodriza, que se acercaba trabajosamente; y comprendió por qué la habían enviado, y se encaró con su esposa, y exclamó riendo: "¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡ya estoy muerto! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 652ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡ya estoy muerto!". Y como no tenía tiempo que perder, se amortajó por sí mismo con el sudario y se echó en tierra con los pies en dirección a la Meca. Y Caña-de-Azúcar le puso el turbante encima de la cara; y con la cabellera despeinada, empezó a golpearse las mejillas y el pecho, lanzando gritos de duelo. Y en aquel momento entró la anciana nodriza. ¡Y vió lo que vió! Y se acercó muy triste a la desolada Caña-de-Azúcar, y le dijo: "¡Que Alah otorgue sobre tu cabeza los años que se perdieron para el difunto! ¡Ay hija mía Caña-de-Azúcar! ¡hete aquí sola en la viudez en medio de tu juventud! ¿Qué va a ser de ti sin Abul-Hassán, ¡oh Caña-de-Azúcar!?" Y estuvo llorando con ella algún tiempo. Luego le dijo: "Hija mía, tengo que dejarte, bien a pesar mío. ¡Pero he de volver a toda prisa junto a mi señora Sett Zobeida para librarla de la aflictiva inquietud en que la ha sumido ese embustero descarado, el eunuco Massrur, que le afirmó que eras tú la muerta en vez de Abul-Hassán!" Y Caña-de-Azúcar, gimiendo, dijo: "¡Pluguiera a Alah, ¡oh madre mía! que hubiese dicho la verdad ese eunuco! ¡No estaría aquí llorando como lo hago! ¡Pero no va a tardar mucho en llegarme mi hora! Mañana, lo más tarde, me enterrarán, muerta de dolor!" Y diciendo estas palabras, redobló en sus llantos, suspiros y lamentos. Y más enternecida que nunca, la nodriza la besó otra vez y salió lentamente para no importunarla, y cerró la puerta tras de sí. Y fué a dar cuenta a su señora de lo que había visto y oído. Y cuando acabó de hablar, hubo de sentarse, falta de aliento por lo mucho que había trabajado para su avanzada edad.
Cuando Sett Zobeida oyó la relación de su nodriza, encaróse, altanera, con el califa, y le dijo: "¡Ante todo, hay que ahorcar a tu esclavo Massrur, ese eunuco impertinente!" Y en el límite de la perplejidad, el califa hizo ir a su presencia a Massrur, y le miró con cólera y quiso reprocharle su mentira. Pero no le dejó tiempo Sett Zobeida. Excitada por la presencia de Massrur, se encaró con su nodriza, y le dijo: "¡Repite ante ese hijo de perro, ¡oh nodriza! lo que acabas de decirnos!" Y la nodriza, que aún no había recobrado el aliento, se vió obligada a repetir su relación ante Massrur, quien irritado por sus palabras, no pudo por menos de gritarle, a pesar de la presencia del califa y de Sett Zobeida: "¡Ah vieja desdentada! ¿cómo te atreves a mentir tan impúdicamente y a envilecer tus cabellos blancos? ¿Es que vas a hacerme creer que no he visto con mis propios ojos a Caña-de-Azúcar muerta y amortajada?" Y la nodriza, sofocada, adelantó la cabeza con furia, y le gritó: "Tú solo eres el embustero, ¡oh negro de betún! ¡No deberían condenarte a muerte en la horca, sino cortándote en pedazos y haciéndote comer tu propia carne!"
Y replicó Massrur: "¡Cállate, vieja chocha! ¡Ve a contar tus historias a las muchachas del harem!" Pero Sett Zobeida, furiosa ante la insolencia de Massrur, prorrumpió en sollozos, tirándole a la cabeza los cojines, los vasos, los jarros y los taburetes, y le escupió en el rostro, y acabó por dejarse caer en su lecho, llorando.
Cuando el califa hubo visto y oído todo aquello, llegó al límite de la perplejidad, y dió una palmada, y dijo: "¡Por Alah, que no sólo es Massrur el embustero! Yo también soy un embustero, y la nodriza también es una embustera, y tú también eres una embustera, ¡oh hija del tío!" Luego bajó la cabeza y no dijo nada más. Pero, al cabo de una hora de tiempo, levantó la cabeza, y dijo: "¡Por Alah, que nos hace falta saber la verdad ahora! ¡Lo único que nos queda que hacer es ir a casa de Abul-Hassán, para ver con nuestros ojos cuál de todos nosotros es el embustero y cuál es el veraz !" Y se levantó y rogó a Sett Zobeida que le acompañara; y seguido de Massrur, de la nodriza y de la muchedumbre de mujeres, se encaminó al aposento de Abul-Hassán.
Y he aquí que, al ver acercarse aquel cortejo, Caña-de-Azúcar no pudo por menos de inquietarse y conmoverse mucho, aunque AbulHassán la había prevenido de antemano que la cosa tendría buen fin, y exclamó: "¡Por Alah! ¡no siempre que se cae queda entero el jarro!" Pero Abul-Hassán se echó a reír, y dijo: "Murámonos ambos; ¡oh Caña-de-Azúcar!" Y tendió en tierra a su mujer, la amortajó con el sudario, se metió por sí mismo en una pieza de seda que sacó de un cofre, y se tendió junto a ella, sin olvidarse de ponerse el turbante encima de la cara con arreglo al rito. Y apenas había terminado sus preparativos, la comitiva entró en la sala.
Cuando el califa y Sett Zobeida vieron el espectáculo fúnebre que se presentaba a sus ojos, se quedaron inmóviles y mudos. Y Sett Zobeida, a quien tantas emociones en tan poco tiempo habían trastornado completamente, se puso de pronto muy pálida, dió un grito y cayó desmayada en brazos de sus mujeres. Y cuando volvió de su desmayo, vertió un torrente de lágrimas, y exclamó: "¡Ay de ti, oh Caña-de-Azúcar! ¡no pudiste sobrevivir a tu esposo, y has muerto de pena!" Pero el califa, que no quería oírle aquello y que, además, lloraba también la muerte de su amigo Abul-Hassán, se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡No, ¡por Alah! no es Caña-de-Azúcar quien ha muerto de pena, sino el pobre Abul-Hassán, que no pudo sobrevivir a su esposa! ¡Eso es lo cierto...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 653ª NOCHE
Ella dijo:
". . -el califa, que no quería oírle decir aquello, y que, además, lloraba también la muerte de su amigo Abul-Hassán, se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡No, ¡por Alah! no es Caña-de-Azúcar quien ha muerto de pena, sino el pobre Abul-Hassán, que no pudo sobrevivir a su esposa! ¡Eso es lo cierto!" Y añadió: "¡Y he aquí que lloras y te desmayas porque te parece que tienes razón!" Y contestó Sett Zobeida: "¡Y a ti te parece que tienes razón, a pesar mío, porque ese maldito esclavo te ha mentido!" Y añadió: "¡Bueno! ¿pero dónde están los servidores de Abul-Hassán? ¡Que vayan a buscarlos ya! ¡Y como han amortajado a sus amos, ellos nos dirán cuál de ambos murió primero, y cuál murió de pena!" Y dijo el califa: "Tienes razón, ¡oh hija mía! ¡Y por Alah, que prometo diez
mil dinares de oro a quien me dé la noticia!"
Pero apenas había pronunciado estas palabras el califa, cuando se dejó oír una voz que salía de debajo del sudario de la derecha, y decía: "¡Que me cuenten los diez mil dinares, pues anuncio a nuestro señor el califa, que soy yo, Abul-Hassán, quien se murió el segundo, de dolor sin duda!"
Al oír aquella voz, Sett Zobeida y las mujeres, poseídas de espanto, lanzaron un gran grito y se precipitaron a la puerta, en tanto que, por el contrario, el califa, que comprendió en seguida la jugarreta de Abul-Hassán, se reía de tal manera, que se cayó de trasero en medio de la sala, y exclamó: "¡Por Alah, ya Abul-Hassán, que ahora soy yo quien va a morirse a fuerza de reír!"
Luego, cuando el califa acabó de reír y Sett Zobeida se repuso de su terror, Abul-Hassán y Caña-de-Azúcar salieron de su sudario, y en medio de las risas de todos, decidiéronse a contar el motivo que hubo de impulsarles a gastar aquella broma. Y Abul-Hassán se arrojó a los pies del califa; y Caña-de-Azúcar besó los pies de su ama; y ambos pidieron perdón con acento muy arrepentido. Y añadió AbulHassán: "¡Mientras estuve soltero, ¡oh Emir de los Creyentes! desprecié el dinero! ¡Pero esta Caña-de-Azúcar, que debo a tu generosidad, posee tanto apetito, que se come los sacos con su contenido, y por Alah, que es capaz de devorar todo el tesoro del califa con el tesorero!" Y el califa y Sett Zobeida se echaron a reír a carcajadas otra vez. Y perdonaron a ambos e hicieron que acto seguido les contasen los diez mil dinares que ganó con su respuesta Abul-Hassán, y además otros diez mil por haberse librado de la muerte.
Tras de lo cual, el califa, a quien aquella farsa había hecho ocuparse de los gastos y necesidades de Abul-Hassán, no quiso que su amigo careciese de paga fija en adelante. Y dió orden a su tesorero para que mensualmente le pagaran emolumentos iguales a los de su gran visir. Y con más deseos que antes, quiso también que Abul-Hassán siguiese siendo su amigo íntimo y su compañero de copa. ¡Y vivieron todos la más deliciosa vida hasta que llegó la Separadora de amigos, la Destructora de palacios y Constructora de tumbas, la Inexorable, la Inevitable!
Y cuando aquella noche Schehrazada acabó de contar esta historia, dijo al rey Schahriar: "¡Esto es cuanto se ¡oh rey! acerca del Dormido Despierto. ¡Pero, si me lo permites, voy a contarte otra historia que supera con mucho y en todos sentidos a la que acabas de oír!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Antes de permitírtelo, quiero que me digas el título de esa historia, Schehrazada". Ella dijo: "¡Es la historia de los AMORES DE ZEIN AL-MAWASSIF!" Dijo él: "¿Y qué historia es esa que no conozco?"
Schehrazada sonrió, y dijo:
LOS AMORES DE ZEIN AL-MAWASSIF
He llegado a saber j oh rey afortunado! que en las edades y los años de hace mucho tiempo, había un joven de lo más hermoso que se llamaba Anís y que sin duda era el más rico, el más generoso, el más delicado, el más excelente y el más delicioso de su tiempo. Y como, además, le gustaba cuanto hay de gustoso en la tierra, -las mujeres, los amigos, la buena comida, la poesía, la música, los perfumes, los jardines, los baños, los paseos y todos los placeres- vivía con la holgura de la vida dichosa.
Una tarde el hermoso Anís dormía una agradable siesta, como tenía costumbre, echado bajo un algarrobo de su jardín. Y tuvo un ensueño en el cual se vió jugando y entreteniéndose con cuatro hermosos pájaros y una paloma de blancura deslumbrante. Y sentía un placer intenso al acariciarlos, alisando su plumaje y besándolos, cuando un gran cuervo muy feo se abalanzó de pronto a la paloma, con el pico amenazador, dispersando a sus camaradas, los cuatro pájaros tan hermosos. Y Anís se despertó muy afectado, y se incorporó y salió en busca de alguien que le explicase aquel ensueño. Pero estuvo andando durante mucho tiempo sin encontrar a nadie. Y pensaba ya en volverse a su casa, cuando acertó a pasar por las cercanías de una morada de magnífico aspecto, de la cual oyó que, al acercarse él, se elevaba una voz de mujer, encantadora y melancólica, que cantaba estos versos:
¡La dulce aurora de la mañana fresca conmueve el corazón de los enamorados! ¿Pero es mi corazón cautivo el libre corazón de los enamorados?
¡Oh frescura de las mañanas! ¿calmaste alguna vez un amor igual al que siente mi corazón por un joven cervatillo, más delicado que la flexible rama del ban?
Y Anís sintió que le penetraban en el alma los acentos de aquella voz; y acuciado por el deseo de conocer a la que la poseía, se aproximó a la puerta, que encontrábase a medio abrir, y miró adentro. Y vió un jardín magnífico donde se perdían las miradas en parterres armoniosos; calles floridas y boscajes de rosas, jazmines, violetas, narcisos y otras mil flores, habitados por todo un pueblo cantor bajo el cielo de Alah.
Así es que, atraído por la pureza de aquellos lugares, Anís no vaciló en franquear la puerta y adentrarse en el jardín. Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos, divisó un grupo blanco de jóvenes en libertad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 655ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos, divisó un grupo blanco de jóvenes en libertad. Y se encaminó por aquel lado, y llegó hasta el primer arco, en el que se leía esta inscripción grabada en caracteres color de bermellón:
¡Oh casa! ¡Ojalá no trasponga tu umbral nunca la tristeza, ni nunca pese el tiempo sobre la cabeza de tus habitantes!
¡Ojalá dures eternamente, ¡oh casa! para abrir tus puertas a la hospitalidad, y jamás seas demasiado estrecha para los amigos!
Y llegó al segundo arco y leyó en él esta inscripción grabada en letras de oro:
¡Oh casa de dicha! ¡Ojalá dures tanto tiempo como han de regocijarse tus boscajes con la armonía de tus pájaros!
¡Que los perfumes de la amistad te embalsamen tanto tiempo como han de languidecer tus flores por saberse tan bellas!¡Y que tus poseedores vivan en la serenidad tanto tiempo como han de ver tus árboles madurar sus frutos, y han de lucir nuevas estrellas en la bóveda de los cielos!
Y llegó de tal suerte debajo del tercer arco, en el que leyó estos versos grabados en caracteres azules:
¡Oh casa de lujo y de gloria! ¡Ojalá te eternices en tu belleza bajo la cálida luz y bajo las tinieblas dulces, a despecho del tiempo y las mudanzas!
Cuando hubo franqueado el último arco, llegó al final de la avenida; y ante él, al pie de los peldaños de mármol lavado que conducían a la morada, vió a una joven que debía tener más de catorce años de edad, pero que indudablemente no había cumplido los quince años. Y estaba tendida en una alfombra de terciopelo y apoyada en cojines. Y la rodeaban y estaban a sus órdenes otras cuatro jóvenes. Y era hermosa y blanca como la luna, con cejas puras y tan delicadas cual un arco formado con almizcle precioso, con ojos grandes y negros cargados de exterminios y asesinatos, con una boca de coral tan pequeña como una nuez moscada y con un mentón que decía perfectamente: "¡Heme aquí!" Y sin disputa habría abrasado de amor con tantos encantos a los corazones más fríos y más endurecidos.
Así es que el hermoso Anís se adelantó hacia la bella joven, se inclinó hasta el suelo, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, y dijo: "La zalema contigo, ¡oh soberana de las puras!" Pero ella le contestó: "¿Cómo te atreviste ¡oh joven impertinente! a entrar en paraje prohibido y que no te pertenece?" El contestó: "¡Oh mi señora! ¡la culpa no es mía, sino tuya y de este jardín! ¡Por la puerta entreabierta he visto este jardín con sus parterres de flores, sus jazmines, sus mirtos y sus violetas, y he visto que todo el jardín con sus parterres y sus flores se inclinaba ante la luna de belleza que se sentaba aquí mismo donde te hallas tú! ¡Y mi alma no pudo resistir al deseo que la impulsaba a venir a inclinarse y rendir homenaje con las flores y los pájaros!"
La joven se echó a reír, y le dijo: "¿Cómo te llamas?" Dijo él: "Tu esclavo Anís, ¡oh mi señora!" Dijo ella: "¡Me gustas infinitamente, ya Anís! ¡Ven a sentarte a mi lado!"
Le hizo, pues, sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Ya Anís! ¡tengo ganas de distraerme un poco! ¡Sabes jugar al ajedrez?" Dijo él: "¡Sí, por cierto!" Y ella hizo señas a una de las jóvenes, quien al punto les llevó un tablero de ébano y marfil con cantoneras de oro, y los peones del ajedrez eran rojos y blancos y estaban tallados en rubíes los peones rojos y tallados en cristal de roca los peones blancos. Y le preguntó ella: "¿Quieres los rojos o los blancos?" El contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que he de coger los blancos, porque los rojos tienen el color de las gacelas, y por esa semejanza y por muchas otras más, se amoldan a ti perfectamente!" Ella dijo: "¡Puede ser!" Y se puso a arreglar los peones.
Y empezó el juego.
Pero Anís, que prestaba más atención a los encantos de su contrincante que a los peones del ajedrez, se sentía arrebatado hasta el éxtasis por la belleza de las manos de ella, que parecíanle semejantes a la pasta de almendra, y por la elegancia y la finura de sus dedos, comparables al alcanfor blanco. Y acabó por exclamar: "¿Cómo voy a poder ¡oh mi señora! jugar sin peligro contra unos dedos así?" Pero le contestó ella embebida en su juego: "¡Jaque al rey! ¡Jaque al rey, ya Anís! ¡Has perdido!"
Luego, como viera que Anís no prestaba atención al juego, le dijo: "¡Para que estés más atento al juego, Anís, vamos a jugar en cada partida una apuesta de cien dinares!"
El contestó: "¡Bueno!" Y arregló los peones. Y por su parte, la joven, que tenía por nombre Zein Al-Mawassif, se quitó en aquel momento el velo de seda que le cubría los cabellos y apareció cual una resplandeciente columna de luz. Y Anís, que no lograba separar sus miradas de su contrincante, continuaba sin darse cuenta de lo que hacía: tan pronto cogía peones rojos en vez de peones blancos, como los movía atravesados, de modo que perdió seguidas cinco partidas de cien dinares cada una. Y le dijo Zein Al-Mawassif: "Ya veo que no estás más atento que antes. ¡Juguemos una apuesta más fuerte! ¡A mil dinares la partida!" Pero Anís, a pesar de la suma empeñada, no se condujo mejor; y perdió la partida.
Entonces le dijo ella: "¡Juguemos todo tu oro contra todo el mío!" Aceptó él, y perdió. Entonces se jugó sus tiendas, sus casas, sus jardines y sus esclavos, y los perdió unos tras de otros. Y ya no le quedó nada entre las manos.
Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con él y le dijo: "Eres un insensato, Anís. Y no quiero que tengas que arrepentirte de haber entrado en mi jardín y de haber entablado amistad conmigo. ¡Te devuelvo, pues, cuanto perdiste! ¡Levántate, Anís, y vete en paz por donde viniste!" Pero Anís contestó: "¡No, por Alah, ¡oh soberana mía! que no me apena lo más mínimo lo que perdí! Y si mi vida me pides, te perteneceré al instante. ¡Pero, por favor, no me obligues a abandonarte!"
Ella dijo: "¡Puesto que no quieres recuperar lo que has perdido, ve, al menos, en busca del kadí y de los testigos, y tráeles aquí para que extiendan una donación en regla de los bienes que te he ganado!" Y fué Anís a buscar al kadí y a los testigos. Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cálamo de entre los dedos al ver la belleza de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en ella sus sellos a los dos testigos.
Luego se marchó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 656ª NOCHE
Ella dijo:
" ... Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cálamo de entre los dedos al ver la belleza de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en ella sus sellos a los dos testigos.
Luego se marchó.
Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con Anís y le dijo, riendo: "Ahora puedes marcharte, Anís. ¡Ya no nos conocemos!" Dijo él: "¡Oh soberana mía! ¿vas a dejarme partir sin la satisfacción del deseo?" Ella dijo: "¡Con mucho gusto accederé a lo que quieres, Anís; pero todavía me queda que pedirte algo! ¡Aun tendrás que traerme cuatro vejigas de almizcle puro, cuatro onzas de ámbar gris, cuatro mil piezas de brocado de oro de la mejor calidad y cuatro mulas enjaezadas!" Dijo él: "Por encima de mi cabeza, ¡oh mi señora!"
Ella preguntó: "¿Cómo te arreglarás para proporcionármelas, si ya no posees nada?" Dijo él: "¡Alah proveerá! Tengo amigos que me prestarán todo el dinero que me haga falta". Ella dijo: "Entonces date prisa a traerme lo que te he pedido". Y Anís, sin dudar que sus amigos fuesen en su ayuda, salió para ir a buscarlos.
Entonces Zein Al-Mawassif dijo a una de sus mujeres, que se llamaba Hubub: "Sal detrás de él, ¡oh Hubub! y espíale. Y cuando veas que todos los amigos de que habló se niegan a ir en su ayuda y le rechazan con un pretexto o con otro, te acercarás a él, y le dirás: "¡Oh amo mío, Anís! mi ama Zein Al-Mawassif me envía a ti para decirte que quiere verte al instante!" Y le traerás contigo, y le introducirás en la sala de recepción. ¡Y entonces sucederá lo que suceda!"
Y Hubub contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a salir detrás de Anís y a seguir sus pasos.
En cuanto a Zein Al-Mawassif, entró en su casa y empezó por ir al hammam para tomar un baño. Y después del baño, sus doncellas le prodigaron los cuidados que requiere un tocado extraordinario; luego depilaron lo que tenían que depilar, frotaron lo que tenían que frotar; alargaron lo que tenían que alargar y oprimieron lo que tenían que oprimir. Luego la vistieron con un traje bordado de oro fino, y le pusieron en la cabeza una lámina de plata para que sirviera de sostén a una rica diadema de perlas que por detrás se hacía un nudo cuyos dos cabos, adornados cada uno con un rubí del tamaño de un huevo de paloma, le caían por los hombros deslumbradores cual la plata virgen. Luego acabaron de trenzar sus hermosos cabellos negros, perfumados de almizcle y de ámbar, en veinticuatro trenzas que le arrastraban hasta los pies. Y cuando terminaron de adornarla, y quedó semejante a una recién casada, se echaron a sus plantas, y le dijeron con voz temblorosa de admiración: "¡Alah te conserve en tu esplendor, ¡oh ama nuestra Zein Al-Mawassif! y aleje de ti por siempre la mirada de los envidiosos, y te preserve del mal de ojo!" Y mientras ella ensayaba en la habitación un modo gallardo de andar, no cesaron de hacerle mil y mil cumplimientos desde el fondo de su alma.
Entretanto, volvió la joven Hubub con el hermoso Anís, al que se llevó cuando sus amigos le rechazaron negándose a ir en su ayuda. Y le introdujo a la sala en donde se hallaba su ama Zein Al-Mawassif.
Cuando el hermoso Anís advirtió a Zein Al-Mawassif en todo el esplendor de su belleza, se detuvo deslumbrado, y se preguntó: "¿Pero es ella, o una de las recién casadas que sólo se ven en el paraíso?" Y Zein Al-Mawassif, satisfecha del efecto producido en Anís, fué a él sonriendo, le cogió de la mano y le condujo hasta el diván amplio y bajo que se sentaba ella, y le hizo sentarse al lado suyo. Luego ordenó por señas a sus mujeres que llevaran una mesa grande y baja, hecha de un solo trozo de plata, y en la cual había grabados estos versos gastronómicos:
¡Hunde las cucharas en las salseras grandes, y regocija tus ojos y regocija tu corazón con todas estas especies admirables y variadas!
¡Guisados y cochifritos, asados y cocidos, confituras y helados, fritadas y compotas al aire libre o al horno!
¡Oh codornices! ¡oh pollos! ¡oh capones! ¡oh enternecedores! ¡os adoro!
¡Y vosotros, corderos cebados durante tanto tiempo con alfónsigos, y ahora rellenos de uvas en esta bandeja, ¡oh excelencias!
¡Aunque no tenéis alas como las codornices y los pollos y los capones, me gustáis mucho!
¡En cuanto a ti, ¡oh kabab a la parrilla! que Alah te bendiga! ¡Jamás me verá tu color dorado decirle que no!
¡Y a ti, ensalada de verdolaga, que en esta escudilla bebes el alma misma de los olivos, te pertenece mi espíritu, ¡oh amiga mía!
¡A la vista de esta pareja de pescados asentados en el fondo del plato sobre menta fresca, te estremeces de placer en mi pecho, ¡oh corazón mío!
¡Y tú, bienhadada boca mía, cállate y sueña con comer estas delicias de las que por siempre hablarán los anales!
Entonces las doncellas les sirvieron los manjares perfumados. Y ambos comieron juntos hasta la saciedad y se endulzaron. Y les llevaron los frascos de vino, y bebieron ambos en la misma copa. Y Zein Al-Mawassif se inclinó hacia Anís, y le dijo: "¡He aquí que hemos comido juntos el pan y la sal, y ya eres mi huésped! No creas, pues, que voy a quedarme ahora con la menor cosa de lo que te ha pertenecido. ¡Así es que, quieras o no, te devuelvo cuanto te he ganado!" Y Anís no tuvo más remedio que aceptar como regalo los bienes que le habían pertenecido. Y se arrojó a los pies de la joven, y le expresó su gratitud. Pero ella le levantó, y le dijo: "Si verdaderamente, Anís, quieres agradecerme este don, no tienes más que seguirme a mi lecho. ¡Y allí me probarás positivamente si eres un buen jugador de ajedrez...
] En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 658ª NOCHE
Ella dijo:
"...no tienes más que seguirme a mi lecho. ¡Y allí me probarás positivamente si eres un buen jugador de ajedrez!" Y saltando sobre ambos pies, contestó Anís: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que en el lecho vas a ver cómo el rey blanco supera a todos los jinetes!" Y diciendo estas palabras, la cogió en brazos, y cargado con aquella luna, corrió a la alcoba, cuya puerta hubo de abrirle la servidora Hubub. Y allí jugó con la joven una partida de ajedrez siguiendo todas las reglas de un arte consumado, e hizo que la sucediese una segunda partida y una tercera partida, y así sucesivamente hasta la partida décimoquinta, haciendo portarse tan valientemente al rey en todos los asaltos, que la joven, maravillada y sin alientos, hubo de darse por vencida, y exclamó: "Triunfaste, ¡oh padre de las lanzas y de los jinetes!" Luego añadió: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! di al rey que descanse!" Y se levantó riendo y puso fin por aquella noche a las partidas de ajedrez.
Entonces, nadando con alma y cuerpo en el océano de las delicias, reposaron un momento en brazos uno de otro. Y Zein Al-Mawassif dijo a Anís: "Llegó la hora del descanso bien ganado, ¡oh invencible Anís! ¡Pero, para juzgar mejor todavía de tu valer, deseo saber por ti si en el arte de los versos eres tan excelente como en el juego de ajedrez! ¿Podrías, pues, ordenar rítmicamente los
diversos episodios de nuestro encuentro y de nuestro juego, de manera que se nos quedaran bien
en la memoria?" Y contestó Anís: "La cosa es muy sencilla para mí, ¡oh señora mía!" Y se sentó en la cama perfumada, y mientras Zein Al-Mawassif le pasaba el brazo por el cuello y le acariciaba dulcemente, improvisó él esta oda sublime:
¡Levantáos para escuchar la historia de una joven de catorce años y un cuarto de año, a quien encontré en un paraíso, y era más bella que las lunas en el cielo de Alah!
¡Como una gacela, se balanceaba en el jardín y las ramas flexibles de los árboles se inclinaban hacia ella, y la cantaban los pájaros! ¡Y aparecí, y le dije; "¡La zalema contigo, ¡oh sedosa de mejillas, oh soberana! ¡Dime, para que lo sepa, el nombre de aquella cuyas miradas me vuelven loco!"
¡Con acento más dulce que el tintineo de las perlas en la copa, me dijo: "¿No darás con mi nombre tú solo? ¿Tan ocultas están mis cualidades, que no puede mi rostro reflejarlas a tu vista?
¡Contesté: "¡No, por cierto! ¡No, por cierto! ¿Sin duda te llamas Ornamento de las Cualidades? ¡Dame una limosna, ¡oh Ornamento de las Cualidades! (traducción de Zein Al-Mawassif)
¡Y en cambio, ¡oh joven! aquí tienes almizcle, aquí tienes ámbar, aquí tienes perlas, aquí tienes oro y alhajas y todas las gemas y sedas!"
¡Entonces brilló en sus dientes jóvenes el relámpago de su sonrisa, y me dijo: "¡Heme aquí, pues! Heme aquí, ¡oh caros ojos míos!"
¡Extasis de mi alma, ¡oh su cintura desceñida! ¡oh su camisa descubierta! ¡oh su carne al desnudo! ¡oh diamantes! ¡Satisfacción de mis deseos! ¡Emanaciones suyas, que eran perfumes al besar! ¡Olor de piel suprema calor de regazo! ¡Oh frescura, mil besos!
¡Si la hubiéseis visto, censores que me impugnáis! ¡Escuchad! ¡Os cantaré toda mi embriaguez, y quizás comprendáis!
¡Su inmensa cabellera, color de noche, se despliega triunfal sobre la blancura de su espalda hasta llegar al suelo! ¡Y las rosas de sus mejillas incendiarias alumbrarían el infierno!
¡Un arco precioso son sus cejas puras; matan sus párpados, cargados de flechas; y es un alfanje cada una de sus miradas!
¡Su boca es un frasco de vino añejo; su saliva es agua de fuente; sus dientes son un collar de perlas acabadas de coger del mar!
¡Su cuello, cual el cuello del antílope, es elegante y está tallado admirablemente; su pecho es una losa de mármol sobre la que descansan dos copas invertidas!
¡Su vientre tiene un hoyo que embalsama con los perfumes más ricos; y debajo, enfrontando mi espera, gordo y rollizo, alto como un trono de rey, asentado entre dos columnas de gloria, está aquel que es la locura de los más cuerdos!
¡Por unos lados liso y por otros barbudo, es tan sensible, que se encabrita como un mulo en cuanto se le toca!
¡Tiene los ojos rojos, tiene los labios carnosos y dulces, tiene el hocico fresco y encantador!
¡Si te aproximas a él con valentía, le encontrarás caliente, sólido, resuelto y suntuoso, sin temer las fatigas, ni los asaltos, ni las batallas!
¡Así eres, ¡oh Zein Al-Mawassif ! completa de encantos y de cortesía! ¡Y por eso no olvidaré las delicias de nuestras noches, ni la hermosura de nuestros amores!
Al oír esta oda improvisada en honor suyo, Zein Al-Mawassif se sintió transportada de placer y se expansionó hasta el límite de la expansión...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 659ª NOCHE
Ella dijo:
"Al oír esta oda improvisada en honor suyo, Zein Al-Mawassif se sintió transportada de placer y se expansionó hasta el límite de la expansión. Y dijo a Anís, besándole: "¡Oh Anís, qué excelencia! ¡Por Alah, ya no quiero vivir más que contigo!" Y pasaron juntos el resto de la noche entre escarceos diversos, caricias, copulaciones y otras cosas semejantes, hasta la mañana. Y dejaron transcurrir el día, uno junto a otro, tan pronto descansando como comiendo y bebiendo y divirtiéndose hasta la noche. Y continuaron viviendo de tal suerte durante un mes en medio de transportes de alegría y de voluptuosidad.
Pero, al cabo del mes, la joven Zein Al-Mawassif, que era una mujer casada, recibió una carta de su esposo en que le anunciaba su próximo regreso. Y cuando la hubo leído, exclamó: "¡Ojalá se le rompan las piernas! ¡Alejada sea la fealdad! ¡He aquí que nuestra deliciosa vida va a verse turbada por la llegada de ese rostro de mal agüero!" Y enseñó a su amigo la carta, y le dijo: "¿Qué partido vamos a tomar, ¡oh Anís!?" El contestó: "Me entrego enteramente a ti, ¡oh Zein! ¡Porque, en cuestión de astucias y sutilezas, las mujeres superaron siempre a los hombres!" Ella dijo: "¡Está bien! ¡Pero te advierto que mi marido es un hombre muy violento, y sus celos no tienen límites! ¡Y nos resultará muy difícil el no despertar sus sospechas!" Y reflexionó una hora de tiempo, y dijo: "¡Para introducirte en casa después de su llegada maldita, no veo otro medio que hacerte pasar por un mercader de perfumes y especias! ¡Medita, pues, acerca de este oficio, y sobre todo ten mucho cuidado con contrariarle en nada durante los tratos!" Y se pusieron ambos de acuerdo respecto a los medios de que se valdrían para engañar al marido.
Entretanto, regresó de viaje el marido, y llegó al límite de la sorpresa al ver a su mujer toda amarilla de pies a cabeza. La astuta se había puesto en aquel estado frotándose con azafrán. Y su marido, muy asombrado, le preguntó qué enfermedad tenía; y contestó ella: "Si tan amarilla me ves, ¡ay! no es a causa de una enfermedad, sino a causa de la tristeza y de la inquietud en que estuve durante tu ausencia! ¡Por favor no vuelvas a viajar sin llevar contigo un acompañante que te defienda y te cuide! ¡Y entonces estaré más tranquila por ti!" El contestó: "¡Lo haré de todo corazón! ¡Por vida mía, que es sensata tu idea! ¡Tranquiliza, pues, tu alma, y procura recuperar tu color brillante de otras veces!" Luego la besó y se fué a su tienda, porque era un gran mercader, judío de religión. ¡Y su esposa, la joven, era, asimismo, judía como él!
Y he aquí que Anís, que había adquirido todos los informes referentes al nuevo oficio que tenía que ejercer, esperaba al marido a la puerta de su tienda. Y para entablar amistad con él, le ofreció perfumes y especias a un precio muy inferior al corriente. Y el marido de Zein Al-Mawassif, que tenía el alma endurecida de los judíos, quedó tan satisfecho de aquel negocio y del comportamiento de Anís y de sus buenas maneras, que se hizo su cliente habitual. Y a los pocos días, acabó por proponerle que se asociara con él, en caso de poder aportar suficiente capital. Y no dejó Anís de aceptar una oferta que sin duda le aproximaría a su bienamada Zein Al-Mawassif,
y contestó que abrigaba ese mismo deseo y que anhelaba mucho ser socio de un mercader tan estimable. Y sin tardanza redactaron su contrato de asociación, y le pusieron sus sellos en presencia de dos testigos entre los notables del zoco.
Y he aquí que aquella misma tarde el esposo de Zein Al-Mawassif, para festejar su contrato de asociación, invitó a su nuevo asociado a que fuese a su casa para compartir su comida. Y se lo llevó consigo; y como era judío, y los judíos no tienen vergüenza y no guardan a sus mujeres ocultas a las miradas de los extraños, quiso hacerle conocer a su esposa. Y fué a prevenirle de la llegada de su asociado Anís, y le dijo: "Es un joven rico y de buenas maneras. ¡Y deseo que vengas a verle!" Y aunque transportada de alegría al saber aquella noticia, Zein Al-Mawassif no quiso dejar traslucir sus sentimientos, y fingiendo hallarse extremadamente indignada, exclamó: "¡Por Alah! ¿cómo te atreves, ¡oh padre de la barba! a introducir a extraños en la intimidad de tu casa? ¿Y de qué modo pretendes imponerme la dura necesidad de mostrarme a ellos, con el rostro descubierto o velado? ¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¿Es que, porque tú hayas encontrado un socio, debo yo olvidar la modestia que conviene a las jóvenes ¡Antes me dejaría cortar en pedazos!"
Pero contestó el: "¡Qué palabras tan desconsideradas dices, oh mujer! ¿Y desde cuándo hemos resuelto hacer como los musulmanes, que tienen por ley esconder a sus mujeres? ¡Qué vergüenza tan inaudita y qué modestia tan extemporánea! ¡Nosotros somos moisitas, y tus escrúpulos a ese respecto resultan excesivos en una moisita!" Y le habló así. Pero pensaba para su ánima: "¡Qué bendición sobre mi casa es el tener una esposa tan casta, tan modesta, tan prudente y tan llena de timidez!" Luego se puso a hablar con tanta elocuencia, que acabó por convencerla para que fuera a cumplir por sí misma los deberes de hospitalidad para con el recién venido.
Y he aquí que Anís y Zein Al-Mawassif, al verse, se guardaron mucho de aparentar que se conocían. Y durante toda la comida, Anís tuvo los ojos bajos muy honestamente; y fingía gran discreción, y no miraba más que al marido. Y el propio judío pensaba: "¡Qué joven tan excelente!" Así es que, cuando se hubo terminado la comida, no dejó de invitar a Anís para que al día siguiente fuera también a hacerle compañía en la mesa. Y Anís volvió al día siguiente, y al otro día; y cada vez se portaba en todo con un tacto y una discreción admirables.
Pero al judío le había chocado ya una cosa extraña que ocurría en cuanto se encontraba en la casa Anís. Efectivamente, había en la casa un pájaro domesticado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 660ª NOCHE
Ella dijo:
"...Efectivamente, había en la casa un pájaro domesticado, a quien amaestró el judío, y que reconocía y quería mucho a su amo. Pero, mientras duró la ausencia del judío, aquel pájaro hubo de cifrar su afecto en Anís y tomó la costumbre de posársele en la cabeza y en los hombros y hacerle mil caricias, de modo que, cuando su amo el judío regresó de viaje, no quiso el pájaro reconocerle ya, considerándole como un extraño. Y ya no había píos de alegría, aleteos y caricias más que para el joven Anís, socio de su amo. Y el judío pensó para sí: "¡Por Muza y Aarún! ¡pues no me ha olvidado este pájaro! ¡Y su conducta para conmigo da más valor todavía a los sentimientos de mi esposa, que ha caído enferma de dolor por mi ausencia!" ¡Así pensaba! Pero no tardó en chocarle y en hacer que le asaltasen mil ideas torturadoras otra cosa extraña.
Porque notó que su esposa, tan reservada y tan modesta en presencia de Anís, tenía sueños extraordinarios en cuanto se dormía. Tendía los brazos, jadeaba, suspiraba y hacía mil contorsiones pronunciando el nombre de Anís y hablándole como hablan las enamoradas más apasionadas. Y el judío se quedó extremadamente asombrado al comprobar aquello varias noches sucesivas, y pensó: "¡Por el Pentateuco, que esto viene a demostrarme que todas las mujeres son iguales y que, cuando una de ellas es virtuosa y casta y continente como mi esposa, tiene que satisfacer de una manera o de otra sus malos deseos, aunque sea en sueños! ¡Alejado sea de nosotros el Maligno! ¡Qué calamidad son estas criaturas formadas con la llama del infierno!" Luego se dijo: "¡He de poner a prueba a mi esposa! ¡Si resiste a la tentación y permanece casta y reservada, lo del pájaro y lo de los sueños no será más que una coincidencia entre las coincidencias sin resultados!"
Y he aquí que, cuando llegó la hora de la comida acostumbrada, el judío anunció a su esposa y a su socio que estaba invitado a casa del walí con motivo de un gran pedido de mercaderías; y les rogó que esperasen su regreso para empezar a comer. Luego les dejó y salió al jardín. Pero, en vez de ir a casa del walí, se apresuró a volver sobre sus pasos y a subir al piso superior de la casa; allí, desde una habitación cuya ventana daba a la sala de reunión, podría vigilar lo que iba a ocurrir.
No se hizo esperar mucho el resultado, que por parte de los amantes se manifestó con besos y caricias de una intensidad y una pasión increíbles. Y como no quería el judío descubrir su presencia ni dejarles adivinar que no había ido a casa del walí, se vió obligado durante una hora de tiempo a asistir a las manifestaciones desenfrenadas de ambos amantes. Pero, tras de esta espera dolorosa, bajó a reunirse con ellos y entró en la sala con rostro sonriente, como si nada supiera. Y mientras duró la comida, se guardó bien de dejarles adivinar sus sentimientos, y tuvo muchas más consideraciones y atenciones para el joven Anís, quien, por otra parte, se mostró todavía más reservado y más discreto que de costumbre.
Pero cuando se terminó la comida y se marchó el joven Anís, el judío se dijo: "¡Por los cuernos de nuestro señor Muza, que he de abrasarles el corazón al separarlos!" Y sacó del seno una carta que abrió y leyó; luego exclamó: "He aquí que voy a verme obligado a partir de nuevo para un viaje largo. ¡Porque me llega esta carta de mis corresponsales del extranjero, y es preciso que vaya a verles para arreglar con ellos un importante asunto comercial!" Y Zein Al-Mawassif supo disimular perfectamente la alegría que le causaba esta noticia, y dijo: "¡Oh esposo mío bienamado! ¡vas a dejarme morir durante tu ausencia! ¡Dime, por lo menos, cuánto tiempo vas a estar lejos de mí!" Dijo él: "¡Tres años, o acaso cuatro años, ni más ni menos!" Ella exclamó: "¡Oh, pobre Zein Al-Mawassif! ¡Tu mala suerte no te deja nunca disfrutar de la presencia de tu esposo! ¡Oh desesperación de mi alma!"
Pero le dijo él: "¡No te desesperes más por eso! Porque para no dejarte sola esta vez y exponerte a la tristeza, quiero que vengas conmigo! ¡Levántate, pues, y ordena que tus doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub te ayuden a hacer tu equipaje para la marcha!"
Al oír estas palabras, a la quebrantada Zein Al-Mawassif se le puso el color muy amarillo, y sus ojos humedeciéronse con lágrimas, y no pudo pronunciar ni una sola palabra. Y su marido, que interiormente se dilataba de contento, le preguntó con acento muy afectuoso: "¿Qué te pasa, Zein?" Ella contestó: "¡Nada, por Alah! ¡Solamente estoy un poco emocionada con esta agradable noticia de saber que ya no voy a separarme de ti!"
Luego se levantó y se puso a hacer los preparativos de la marcha, ayudada por sus doncellas, a la vista de su esposo el judío. Y no sabía cómo enterar de la triste nueva a Anís. Por fin pudo disponer de un momento para trazar sobre la puerta de entrada estos versos de adiós a su amigo:
¡A ti mis penas, Anís! ¡Hete aquí solo, con el corazón sangrando por vivas heridas!
¡Los celos más que la necesidad ocasionan nuestra separación! ¡Y la alegría hubo de entrar en el alma del envidioso a la vista de mi dolor y de mi desesperación!
¡Pero por Alah juro que no me poseerá otro que no seas tú, Anís, aunque venga acompañado de mil intercesores!
Tras de lo cual montó en el camello preparado para ella, y segura de no volver a ver ya a Anís, se metió en su litera, dedicando versos de adiós a la casa y al jardín. Y se puso en marcha toda la caravana, con el judío a la cabeza, Zein Al-Mawassif en medio y las doncellas a la cola. Y esto es lo referente a Zein y a su esposo el judío ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 662ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y esto es lo referente a Zein y a su esposo el judío.
¡Pero he aquí lo que atañe a Anís!
Cuando al día siguiente vió que no iba al zoco su asociado el mercader judío, quedó extremadamente sorprendido y esperó su llegada hasta la tarde. Pero en vano. Entonces decidióse a ir a ver por sí mismo la causa de semejante ausencia. Y llegó de tal suerte ante la puerta de entrada, y leyó la inscripción que Zein Al-Mawassif había grabado allí. Y comprendió su sentido, y trastornado se dejó caer en tierra, presa de la desesperación. Y cuando se repuso un poco de la emoción que hubo de causarle aquella ausencia de su bienamada, preguntó a los vecinos. Y así fué como se enteró de que su esposo el judío se la había llevado con sus doncellas y un gran equipaje, que cargaron en diez camellos, y con víveres para un viaje muy largo.
Al saber esta noticia, Anís caminó como un insensato por entre las soledades del jardín; e improvisó estos versos:
¡Para llorar el recuerdo de la bienaventurada, detengámonos aquí en el límite de árboles de su jardín, donde se yergue su querida casa, donde sus huellas, como en mi corazón, no pueden ser borradas ni por los vientos del Norte ni por los vientos del Sur!
¡Se marchó, pero mi corazón está con ella, atado al aguijón que apresura la marcha de los camellos!
¡Ah, ven, oh noche! ¡ven a refrescar mis mejillas ardientes y a calmar el fuego que me consume el corazón!
¡Oh brisa del desierto! a ti, cuyo soplo perfumó su aliento, ¿no te ha recetado ningún colirio para secar mis lágrimas, ningún remedio para reanimar mi cuerpo helado?
¡Ay! ¡ay! ¡el conductor de la caravana dió señal de partir en medio de las tinieblas de la noche, antes que el soplo del céfiro matinal viniera a vivificar las cañadas!
¡Se arrodillaron los camellos; hiciéronse los fardos; metiáse ella en la litera; se marchó!
¡Ay! ¡se marchó, y me ha dejado sin poder seguir sus huellas! ¡La sigo desde lejos, regando con mis lágrimas el polvo!
Luego, mientras se entregaba de este modo a sus reflexiones y recuerdos, oyó graznar a un cuervo que tenía su nido en una palmera del jardín. E improvisó esta estrofa:
¡Oh cuervo! ¿qué tienes que hacer ya en el jardín de mi bienamada? ¿Vienes a gemir con tu voz lúgubre por los tormentos de mi amor? ¡Ay! ¡ay! ¡gritas a mi oído! y el eco infatigable repite sin cesar: ¡Ay! ¡ay!
Luego, sin poder ya resistirse a tantas penas y tormentos, se echó Anís en el suelo y se sintió invadido por el sopor. Y he aquí que en sueños se le apareció su bienamada; y se encontraba dichoso él con ella; y la oprimía en sus brazos, y hacía ella lo mismo.
Pero despertóse de pronto y quedó desvanecida la ilusión. Y para consolarse, sólo pudo él improvisar estos versos:
¡Salve, imagen de la bienamada! ¡Te me apareces en medio de las tinieblas de la noche, y vienes a calmar por un instante la violencia de mi amor!
¡Me habla ella, me sonríe, me hace mil tiernas caricias; tengo en mis manos toda la
felicidad de la tierra, y me despierto bañado en lágrimas!
Así se lamentaba el joven Anís. Y continuó viviendo a la sombra de la casa abandonada, sin
alejarse más que para tomar algún alimento en su vivienda.
Y he aquí lo referente a él.
En cuanto a la caravana, cuando llegó a un mes de distancia de la ciudad consabida, hizo alto. Y el judío mandó armar las tiendas cerca de una ciudad situada a orillas del mar. Allí quitó a su esposa los ricos trajes que la cubrían, cogió una vara larga y flexible, y le dijo: "¡Ah, miserable traidora! ¡tu piel manchada sólo se podrá limpiar con esto! ¡Que venga ahora a librarte de entre mis manos ese joven Anís!" Y a pesar de sus gritos y protestas, le fustigó dolorosamente con toda su fuerza.
Luego le envolvió un manto de crines viejo, y fué a la ciudad en busca de un herrador, y le dijo:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 663ª NOCHE
Ella dijo:
".. . y fué a la ciudad en busca de un herrador, y le dijo: "Vas a herrar sólidamente los pies de esta esclava; tras de lo cual le herrarás las manos. ¡Y me servirá de cabalgadura!" Y el herrador asombrado, miró al viejo, y le dijo: "¡Por Alah, que es la primera vez que me llaman para herrar a seres humanos! ¿Pues qué ha hecho esta joven para merecer ese castigo?" El viejo dijo: "¡Por el Pentateuco! ésa es la pena con que nosotros los judíos castigamos a nuestros esclavos cuando tenemos queja de su conducta". Pero el herrador, deslumbrado por la belleza de Zein Al-Mawassif e impresionado en extremo por sus encantos, miró al judío con desprecio e indignación, y le escupió en la cara; y en lugar de tocar a la joven, improvisó esta estrofa:
¡Ojalá ¡oh mulo! te herraran a ti en toda tu piel antes de torturar sus pies delicados! ¡Si fueras sensato, con anillos de oro adornarías sus pies encantadores!
¡Porque bien seguro estoy de que, al comparecer ante el Juez Soberano, será declarada inocente y pura tan bella criatura!
Luego corrió el herrador en busca del walí de la ciudad y le contó lo que había visto, describiéndole la belleza maravillosa de Zein Al-Mawassif y el trato cruel que quería hacerle soportar su esposo el judío. Y el walí ordenó a los guardias que inmediatamente fueran al campamento y trajeran a su presencia a la bella esclava, al judío y a las demás mujeres de la caravana. Y los guardias se apresuraron a ejecutar la orden. Y al cabo de una hora, volvieron e introdujeron en la sala de audiencias, ante el walí, al judío, a Zein Al-Mawassif y a las cuatro doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub. Y deslumbrado por la belleza de Zein Al-Mawassif, el walí le preguntó: "¿Cómo te llamas, hija mía?" Ella dijo, moviendo las caderas: "Tu esclava Zein Al-Mawassif, ¡oh amo nuestro!" Y él le preguntó: "¿Y quién es este hombre tan feo?" Ella contestó: "¡Es judío ¡oh mi señor! que me separó de mi padre y de mi madre, y me violentó, y con toda clase de malos tratos quiso forzarme a abjurar de la santa fe de mis padres musulmanes! ¡Y me hace sufrir tortura a diario, y por ese procedimiento intenta vencer mi resistencia! Y en prueba de lo que revelo a nuestro amo, aquí tenéis las huellas de los golpes con que no cesa de martirizarme!" Y con mucho rubor descubrió la parte alta de los brazos y enseñó los verdugones que los surcaban. Luego añadió: "¡Y por cierto ¡oh amo nuestro! que el honorable herrador puede dar testimonio del trato bárbaro que quería hacerme sufrir ese judío! ¡Y mis doncellas confirmarán mis palabras! ¡Por lo que a mí respecta, soy una musulmana, una creyente, y atestiguo que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el Enviado de Alah!
Al oír estas palabras, el walí se encaró con las doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub, y les preguntó: "¿Es cierto lo que dice vuestra ama?" Ellas contestaron: "¡Es cierto!" Entonces el walí se encaró con el judío, y con los ojos chispeantes, le dijo: "¡Mal hayas, enemigo de Alah! ¿Por qué arrebataste esta joven a su padre y a su madre, a su casa y a su patria, y la torturaste, e intentaste hacerle renegar de nuestra santa religión y precipitarla en los horribles errores de tu creencia maldita?"
El judío contestó: "¡Oh amo nuestro! ¡por vida de la cabeza de Yacub, de Muza y de Aarún, te juro que esta joven es mi esposa legal!" Entonces exclamó el walí: "¡Que le den una paliza!" Y los guardias le tiraron al suelo y le aplicaron cien palos en la planta de los pies, cien palos en la espalda y cien palos en las nalgas. Y como continuara en sus gritos y vociferaciones, protestando y afirmando que Zein Al-Mawassif le pertenecía legalmente, el walí dijo: "¡Ya que no quiere declarar, que le corten las manos y los pies, y que le fustiguen!"
Al oír esta terrible sentencia, exclamó el judío: "¡Por los cuernos sagrados de Muza! ¡si sólo eso basta para salvarme, declaro que no es mi esposa esta mujer y que se la he quitado a su familia!"
Entonces pronunció el walí: "¡Ya que ha declarado, que le encarcelen! ¡Y que esté preso toda su vida! ¡Sean castigados así los judíos descreídos!" Y al punto los guardias ejecutaron la orden. Y arrastraron al judío hasta la cárcel. Y sin duda allí moriría en su descreimiento y en su fealdad. ¡Que Alah no tenga nunca compasión de él! ¡Y precipite su alma judía en el fuego del último piso del infierno! ¡Pero nosotros somos creyentes! ¡Y reconocemos que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el Enviado de Alah!
En cuanto a Zein Al-Mawassif, besó la mano del walí, y acompañada por sus cuatro doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub, volvió a las tiendas y ordenó a los camelleros que levantaran el campo y se pusieran en camino para el país de su bienamado Anís.
Y he aquí que viajó sin contratiempos la caravana, y hacia la noche del tercer día, llegó a un monasterio cristiano que estaba habitado por cuarenta monjes y por su patriarca. Y este patriarca, que se llamaba Danis, estaba precisamente sentado a la puerta del monasterio, tomando el fresco, cuando acertó a pasar por allí en su camello la joven sacando la cabeza fuera de la litera. Y a la vista de aquel rostro de luna, el patriarca sintió que se rejuvenecía su vieja carne muerta; y se le estremecieron los pies, la espalda, el corazón y la cabeza. Y se levantó de su asiento e hizo señas a la caravana para que se detuviese, e inclinándose hasta el suelo ante la litera de Zein Al-Mawassif, invitó a la joven a apearse y descansar con todo su acompañamiento. Y la instó vivamente a pasar la noche en el monasterio, asegurándole que de noche estaban los caminos infestados de bandoleros salteadores. Y Zein Al-Mawassif no quiso rehusar la oferta de esta hospitalidad, aunque viniera de cristianos y monjes; se apeó de su litera y entró en el monasterio seguida por sus cuatro acompañantes.
Y he aquí que el patriarca Danis, abrasado de amor por la belleza y los encantos de Zein Al-Mawassif . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 665ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y he aquí que el patriarca Danis, abrasado de amor por la belleza y los encantos de Zein Al-Mawassif, no sabía cómo arreglarse para declararle su pasión. Y en efecto, la cosa era muy ardua. Por último creyó dar con un buen medio, que consistió en enviar con la joven al monje menos elocuente entre los cuarenta monjes del monasterio. Y llegó a presencia de la joven aquel monje, con intención de hablar en pro de su patriarca. Pero al ver a aquella luna de belleza, sintió que se le trababa en la boca la lengua con mil nudos, y que su zib, por el contrario, hablaba elocuentemente por debajo de la ropa, irguiéndose como una trompa de elefante.
Y al ver aquello, Zein Al-Mawassif se echó a reír con toda su alma en compañía de Hubub, Khutub, Sukub y Rukub. Luego, viendo que el monje permanecía sin hablar con la herramienta preparada, hizo una seña a sus doncellas, que se levantaron al punto y le echaron de su habitación.
Entonces, al ver que el monje volvía con un aire muy mohino, se dijo el patriarca Danis: "¡Sin duda no ha sabido convencerla!" Y mandó a ella un segundo monje. Y el segundo monje fué a presencia de Zein Al-Mawassif; pero le sucedió exactamente lo mismo que le había sucedido al primero. Y le echaron, y volvió cabizbajo junto al patriarca, quien envió entonces al tercero, luego al cuarto y al quinto, y así sucesivamente hasta el cuatrigésimo. Y cada vez que enviaba a alguno para preparar el terreno, el monje enviado regresaba sin conseguir ningún resultado, no habiendo podido exponer la misión de su patriarca, y no habiendo manifestado su presencia más que por la elevación de la herencia paterna.
Cuando el patriarca vió todo aquello, se acordó del proverbio que dice: "¡Hay que rascarse con las uñas propias y andar con los propios pies!"
Y resolvió obrar por sí mismo.
Entonces se levantó y entró con paso grave y mesurado en la habitación en que se hallaba Zein Al-Mawassif. ¡Y he aquí lo que pasó! Exactamente igual que a sus monjes le sucedió todo lo que a los otros les había sucedido en cuanto a lengua trabada con mil nudos y elocuencia de herramienta. Y ante la risa y la befa de la joven y sus acompañantes, salió de la habitación con la nariz alargada hasta los pies.
Pero, no bien salió él, Zein Al-Mawassif se levantó, y dijo a sus acompañantes: "¡Por Alah! ¡tenemos que escapar de este monasterio lo más pronto posible, porque mucho me temo que esos monjes terribles y su patriarca repugnante vengan a violentarnos esta noche y a mancharnos con su contacto envilecedor!" Y a favor de las tinieblas, se deslizaron fuera del monasterio las cinco, y volviendo a montar en sus camellos, continuaron la marcha a su país.
Y he aquí lo referente a ellas.
En cuanto al patriarca y a los cuarenta monjes, cuando se despertaron por la mañana y advirtieron la desaparición de Zein Al-Mawassif, sintieron que se les retorcían de desesperación las tripas. Y se reunieron en su iglesia para cantar como asnos, según tenían por costumbre. Pero en vez de cantar antífonas y de recitar sus plegarias ordinarias, he aquí lo que improvisaron:
El primer monje cantó:
¡Congregaos, hermanos míos, antes de que os abandone mi alma, porque ha llegado mi última hora!
¡El fuego del amor consume mis huesos, la pasión devora mi corazón, y ardo por una belleza que ha venido a esta región para herirnos a todos con flechas mortales, disparadas por las pestañas de sus párpados!
Y el segundo monje respondió con este canto:
¡Oh tú que viajas lejos de mí! ¿por qué, ya que me arrebataste el corazón, no me has llevado contigo?
¡Te marchaste llevándote mi reposo! ¡Ah! ¡ojalá vuelvas pronto para verme expirar en tus brazos!
El tercer monje cantó:
¡Oh tú, cuya imagen brilla en mis ojos, llena mi alma y habita en mi corazón!
¡Tu recuerdo es más dulce para mi espíritu que lo dulce que la miel es para los labios del niño; y tus dientes, que sonríen en mis ensueños, son más brillantes que la espada de Asrael! (El angel de la muerte)
¡Todo pasó cual una sombra, vertiendo llama devoradora en mis entrañas!
¡Si alguna vez en sueños te acercas a mi lecho, le encontrarás bañado con mi llanto!
El cuarto monje respondió:
¡Reprimamos nuestras lenguas, hermanos míos, y no dejemos escapar más palabras superfluas que nos aflijan los corazones sufridores!
¡Oh luna llena de la belleza! ¡tu amor ha esparcido en mi cabeza oscura sus rayos brillantes, y me han incendiado en una pasión infinita!
El quinto monje cantó, sollozando:
¡Mi único deseo es mi bienamada! ¡Su belleza borra el resplandor de la luna; su saliva es más dulce que el agua preciosa de las uvas; la anchura de sus caderas alaba a su Creador!
¡He aquí que mi corazón se consume en la llama del amor que ella me ha inspirado, y mis ojos manan lágrimas cual gotas de ágata!
Entonces prosiguió el sexto monje:
¡Oh ramas cargadas de rosas! ¡oh estrellas de los cielos! ¿dónde está la que apareció en nuestro horizonte, y cuya influencia mortal hace perecer a los hombres sin ayuda de armas, sólo con su mirada?
Luego el séptimo monje entonó este canto:
¡Mis ojos, que la han perdido, se llenan de lágrimas; el amor se acrecienta y la paciencia disminuye!
¡Oh dulce encantadora, aparecida en nuestros caminos! ¡el amor se acrecienta y la paciencia disminuye!
Y así, sucesivamente, entonaron todos los demás monjes un canto improvisado a su vez por cada cual, hasta que le llegó el turno al patriarca, quien con voz sollozante cantó entonces:
¡Mi alma está llena de turbación, y me ha abandonado la esperanza!
¡Una belleza arrebatadora pasó por nuestro cielo y me robó el reposo!
¡Ahora huye de mis párpados el sueño, y la tristeza los consume!
¡A Ti, Señor, me quejo de mis sufrimientos! ¡Haz que, al partir mi alma, mi cuerpo se desvanezca como una sombra!
Cuando hubieron terminado con sus cánticos, los monjes pegaron la cara a las baldosas de su iglesia, y lloraron mucho tiempo. Tras de lo cual resolvieron dibujar de memoria el retrato de la fugitiva, y colocarlo en el altar de su descreimiento. Pero no pudieron realizar su propósito, porque les sorprendió la muerte y puso término a sus tormentos cuando se hubieron cavado por sí mismos sus tumbas en el monasterio.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente:
Y CUANDO LLEGO LA 666ª NOCHE
Ella dijo:
". . . porque les sorprendió la muerte y puso término a sus tormentos cuando se hubieron cavado por sí mismo sus tumbas en el monasterio. ¡He aquí lo referente a los cuarenta monjes y a su patriarca!
En cuanto a la caravana, la vigilancia de Alah le escribió la seguridad, y tras de un viaje sin contratiempos, llegó al país natal con buena salud. Y ayudada por sus acompañantes, Zein Al-Mawassif descendió de su litera y echó pie a tierra en su jardín. Y entró en la morada, e hizo al punto prepararlo todo, y perfumar el lecho con ámbar precioso, antes de enviar a Hubub para que avisara su regreso a su bienamado Anís.
Y he aquí que en aquel momento Anís, que continuaba pasándose días y noches bañado en lágrimas, estaba echado, somnoliento, en su cama, y tenía un sueño en el que veía distintamente a su bienamada de regreso. Y como tenía fe en los sueños, se levantó muy emocionado, y al punto se encaminó a la casa de Zein Al-Mawassif para cerciorarse si era verdad el sueño. Y franqueó la puerta del jardín. Y enseguida aspiró en el aire el perfume de ámbar y almizcle de su bienamada. Y voló a la vivienda y entró en la habitación donde esperaba su llegada Zein Al-Mawassif, dispuesta ya. Y cayeron uno en brazos de otro, y permanecieron mucho tiempo enlazados, prodigándose muestras apasionadas de su amor. Y para no desmayarse de alegría y de emoción bebieron en un jarro lleno de una bebida refrescante que tenía azúcar, limones y agua de flores. Tras de lo cual se expansionaron mutuamente, contándose cuanto les había sucedido durante su ausencia; y no se interrumpían más que para acariciarse y besarse tiernamente. Y sólo Alah sabe el número y la intensidad de las pruebas de amor de aquella noche. Y al día siguiente enviaron a la joven Hubub en busca del kadí y de los testigos, quienes acto seguido extendieron su contrato de matrimonio. ¡Y vivieron todos una vida dichosa hasta la llegada de la Segadora de jóvenes y jovenzuelas ! ¡Pero gloria y loor a Quien con Su Justicia distribuye belleza y placeres! ¡Y sean la plegaria y la paz para el Señor de los Enviados, Mohamed, que ha reservado el paraíso a sus creyentes!
Cuando Schehrazada hubo contado así esta historia, exclamó la pequeña Doniazada: "¡Oh hermana mía! ¡cuánto sabor, cuántas delicias, cuánta pureza y cuánta excelencia hay en tus palabras!" Y Schehrazada dijo: "¿Pues qué será todo eso comparado con lo que todavía tengo que contar del Joven Holgazán, si es que antes quiere permitírmelo el rey?" Y el rey Schahriar dijo: "¡Claro, Schehrazada, que quiero permitírtelo esta noche aun, porque me han satisfecho tus palabras, y no conzoco la HISTORIA DEL JOVEN HOLGAZÁN!"
Y dijo Schehrazada:
HISTORIA DEL JOVEN HOLGAZAN
Se cuenta -entre muchas cosas- que un día, estando sentado en su trono el califa Harún Al-Raschid, entró un pequeño eunuco que llevaba en las manos una corona de oro rojo incrustada de perlas, de rubíes y de todas las especies más inestimables de gemas y pedrerías. Y aquel eunuco niño besó la tierra entre las manos del califa, y dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! nuestra ama Sett Zobeida me envía a transmitirte sus zalemas y sus homenajes y a decirte, al propio tiempo, que a esta maravillosa corona que aquí ves, y que ya conoces, le falta todavía en su remate una gema grande, y no se ha podido encontrar una lo bastante hermosa para que ocupe este sitio vacío. ¡Y ha mandado hacer pesquisas por todas partes en casa de los mercaderes, y ha revuelto sus propios tesoros; pero hasta el presente no pudo aún encontrar la piedra digna de rematar esta corona! Por eso anhela que por tu cuenta mandes hacer pesquisas a tal fin para satisfacer su deseo".
Entonces el califa se encaró con sus visires, emires, chambelanes y lugartenientes, y les dijo: "¡Buscad todos una gema tan grande y tan hermosa como la que desea Sett Zobeida!"
Y he aquí que todos buscaron una gema así en las pedrerías de sus esposas pero no encontraron nada que se amoldase a lo que anhelaba Sett Zobeida. Y dieron cuenta al califa de la inutilidad de sus investigaciones. Y al califa se le oprimió mucho el pecho al saber tal noticia, y les dijo: "¿Cómo, siendo yo califa y rey de reyes, va a serme imposible poseer cosa tan miserable como una piedra? ¡Maldición sobre vuestras cabezas! ¡Id a investigar en casa de los mercaderes!" E hicieron pesquisas en casa de todos los mercaderes, los cuales contestaron unánimes: "¡No busquéis más! ¡Nuestro señor el califa sólo podrá encontrar esa gema en casa de un joven de Bassra que se llama Abu-Mohammad-Huesos-Blandos!" Y fueron a dar cuenta al califa de lo que habían hecho y sabido, diciéndole: "¡Nuestro señor el califa sólo podrá encontrar esa gema en casa de un joven de Bassra, que se llama Abu- Mohammad-Huesos-Blandos! "
Entonces el califa ordenó a su visir Giafar que mandara avisar al emir de Bassra, a fin de que inmediatamente se pusiera en busca de aquel Abu-Mohammad-Huesos-Blandos para conducirle con toda urgencia a Bagdad, entre sus manos ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 667ª NOCHE
Ella dijo:
". .. en busca de aquel Abu-Mohammad-Huesos-Blandos para conducirle con toda urgencia a Bagdad, entre sus manos. Y al punto escribió Giafar una misiva apropiada, y encargó al portaalfanje Massrur que a toda prisa fuera a Bassra para llevársela por sí mismo al emir El-Zobeidi, gobernador de la ciudad. Y Massrur partió sin tardanza a cumplir su misión.
Cuando el emir El-Zobeidi, gobernador de Bassra, recibió la misiva del califa, hubo de contestar con el oído y la obediencia; y tras de rendir al emisario del califa todos los honores y miramientos debidos, le dió guardias para que le condujeran a casa de Abu-Mohammad-HuesosBlandos. Y llegó Massrur al palacio habitado por aquel joven; y fué recibido en la puerta por una tropa de esclavos ricamente vestidos, a los cuales dijo: "¡Advertid a vuestro amo que el Emir de los Creyentes le reclama en Bagdad!" Y los esclavos entraron a avisar a su amo.
Algunos instantes después, apareció en el umbral de su morada el propio joven Abu-Mohammad y vió al emisario del califa con los guardias del emir de Bassra; y se inclinó hasta el suelo ante él, y dijo: "¡Obediencia a las órdenes del Emir de los Creyentes!" Luego añadió: "¡Pero os suplico ¡oh honorables! que entréis un instante a honrar mi casa!" Massrur contestó: "¡No podemos retardarnos mucho aquí, a causa de la urgencia de las órdenes del Emir de los Creyentes, que está esperando tu llegada en Bagdad!" Dijo él: "No obstante, es preciso que me déis tiempo para hacer mis preparativos de viaje. ¡Entrad, pues, a descansar!" Todavía pusieron algunas dificultades Massrur y sus acompañantes, por pura fórmula; pero acabaron por seguir al joven.
Y desde el vestíbulo vieron magníficas cortinas de terciopelo azul recamado de oro y mármoles preciosos y tallas de madera y toda clase de maravillas, y por doquiera, igual en las tapicerías que en los muebles, igual en las paredes que en los techos, metales preciosos y titilar de
pedrerías. Y el huésped hizo que les condujeran a una sala de baño, deslumbradora de limpieza y perfumada cual un corazón de rosal, tan espléndida como no poseía ninguna el palacio del califa. Y terminado el baño, les vistieron los esclavos a todos con suntuosos trajes de brocado verde, sembrados de motivos de perlas, de oro afiligranado y de pedrerías de todos colores. Y haciendo votos por ellos para después del baño, los esclavos les ofrecieron copas de sorbetes y refrescos en bandejas de porcelana dorada. Tras de lo cual entraron cinco mozalbetes, hermosos como el ángel Harut, que de parte del amo dieron a cada uno una bolsa con cinco mil dinares de oro de regalo, después de hacer los votos consecutivos al baño. Y entonces entraron los primeros esclavos que les habían llevado al hammam; y les rogaron que les siguieran, y les condujeron a la sala de reunión, donde les esperaba Abu-Mohammad, sentado en un diván de seda y apoyando los brazos en cojines orlados de perlas. Y se levantó en honor suyo y les hizo sentarse a su lado, y comió y bebió con ellos toda clase de manjares admirables y bebidas como no las había más que en el palacio de los Kaissares.
Entonces se levantó el joven, y dijo: "¡Soy el esclavo del Emir de los Creyentes! ¡Ya están hechos los preparativos, y podemos partir para Bagdad!" Y salió con ellos, y mientras los otros montaban de nuevo en sus caballos, los esclavos que tenía a sus órdenes le ayudaron a poner el pie en el estribo y a acomodarse en una mula blanca como la plata virgen, cuya silla y cuyos arreos titilaban con todas las luces de los oros y pedrerías que la adornaban. Y Massrur y el joven Abu-Mohammad se pusieron a la cabeza de la escolta y salieron de Bassra para emprender el camino de Bagdad. Y después de un viaje feliz, llegaron a la Ciudad de Paz, y entraron en el palacio del Emir de los Creyentes.
Cuando se le introdujo a presencia del califa, el joven besó por tres veces la tierra entre sus manos y tomó una actitud llena de modestia y de deferencia. Y el califa le invitó a sentarse. Y el joven se sentó respetuosamente al borde del asiento, y con un lenguaje muy distinguido, dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! tu esclavo sumiso ha sabido, sin que se lo digan, el motivo porque se le llamó ante su soberano. ¡Por eso, en vez de una sola gema, ha creído era su deber de humilde súbdito traer al Emir de los Creyentes lo que le ha concedido la suerte!" Y cuando hubo dicho estas palabras, añadió: "¡Si nuestro amo el califa me lo permite, voy a hacer abrir los cofres que traje conmigo en calidad de regalo de un leal a su soberano!" Y le dijo el califa: "No veo inconveniente en ello".
Entonces Abu-Mohammad mandó subir los cofres a la sala de recepción. Y abrió el primer cofre, y entre otras maravillas que arrebataban la razón, sacó de él tres árboles de oro con los troncos de oro, las ramas y las hojas de esmeraldas y aguas marinas y las frutas de rubíes, perlas y topacios en lugar de naranjas, manzanas y granadas.
Luego, mientras el califa se maravillaba de la hermosura de aquellos árboles, abrió el segundo cofre, y entre otros esplendores, sacó de él ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 668ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Luego, mientras el califa se maravillaba de la hermosura de aquellos árboles, abrió el segundo cofre, y entre otros esplendores sacó de él un pabellón de seda y oro, incrustado de perlas, jacintos, esmeraldas, rubíes y zafiros y otras muchas gemas de nombres desconocidos; y el poste central de aquel pabellón era de madera de áloe indio; y todas las franjas de aquel pabellón estaban salpicadas de gemas de todos colores, y por dentro estaba adornado con dibujos de un arte maravilloso que representaban graciosos retozos de animales y vuelos de pájaros; y todos estos animales y estos pájaros eran de oro, crisólitos, granates, esmeraldas y otras muchas variedades de gemas y metales preciosos.
Y cuando el joven Abu-Mohammad sacó de aquel cofre tan distintos objetos, que iba colocando en la alfombra según los sacaba y de cualquier modo, se puso de pie, y sin mover la cabeza, alzó y bajó las cejas. Y al punto se armó por sí mismo en medio de la sala todo el pabellón con tanta prontitud, orden y simetría como si lo hubiesen manejado veinte personas expertas; y los tres árboles maravillosos fueron a plantarse por sí mismos a la entrada del pabellón para protegerlo con su sombra.
Entonces Abu-Mohammad miró por segunda vez al pabellón y dejó oír un ligerísimo silbido. Y al punto se pusieron a cantar todos los pájaros de gemas que había dentro, y los animales de oro se pusieron a responderles con dulzura y armonía. Y al cabo de un instante, Abu-Mohammad
dejó oír otro silbido, y el coro entero se interrumpió en la nota comenzada.
Cuando el califa y todos los presentes vieron y oyeron cosas tan extraordinarias, no supieron si soñaban o estaban despiertos. Y AbuMohammad besó una vez más la tierra entre las manos de Al-Raschid, y dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! no creas que te traigo con alma interesada estos pequeños obsequios que tienen la suerte de no disgustarte, sino que te los traigo en calidad de homenaje de un leal a su dueño soberano. Y no son nada en comparación de los que pienso ofrecerte aún, siempre que me lo permitas".
Cuando el califa se repuso un poco del asombro en que le había sumido la contemplación de aquellas cosas como nunca hubo visto, dijo al joven: "¿Puedes decirme ¡oh joven! de dónde te vienen todas esas cosas, siendo un simple súbdito entre mis súbditos? ¡Te conocen por el nombre de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, y sé que tu padre sólo era un ventosista del hammam que murió sin dejarte ninguna herencia! ¿A qué se debe, pues, el hecho de que, en tan poco tiempo y tan joven todavía, hayas llegado a semejante grado de riqueza, de distinción y de poderío?" Y contestó Abu-Mohammad: "¡Te contaré, pues, mi historia, ¡oh Emir de los Creyentes! que es una historia tan maravillosa y está tan llena de hechos extraordinariamente prodigiosos, que si se escribiera con agujas de tatuaje en el ángulo interior del ojo, serviría sin duda de lección rica en provecho para los que quisieran aprovecharse de ella!" Y dijo Al-Raschid, extremadamente intrigado: "¡Date prisa entonces a hacernos oír lo que tienes que decirnos, ¡ya Abu-Mohammad!"
Y dijo el joven:
"Sabe, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! (¡Alah aumente tu poderío y tu gloria!) que, en efecto, se me conoce de ordinario con el nombre de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, soy hijo de un antiguo y pobre ventosista de hammam que murió sin dejarnos a mi madre ni a mí nada con qué atender a nuestra subsistencia. Así es que te han dicho verdad quienes te dieron estos detalles; pero no te dijeron por qué ni cómo me vino aquel mote. ¡Pues helo aquí!
Desde mi niñez ¡oh Emir de los Creyentes! era yo el muchacho más holgazán y más perezoso que podría encontrarse sobre la faz de la tierra. Y eran tan grandes, en verdad, mi holgazanería y mi pereza, que si estaba tumbado en el suelo a mediodía y el sol caía a plomo sobre mi cráneo descubierto, no tenía yo arrestos para cambiar de postura, y me dejaba cocer como una colocasia por no mover una pierna o un brazo. Con lo cual no tardé en tener un cráneo a prueba de toda clase de golpes; y si quieres ¡oh Emir de los Creyentes! mandar ahora a tu portaalfanje Massrur que me parta la cabeza, verás cómo se mella su alfanje y se hace trizas contra los huesos de mi cráneo.
Cuando murió mi difunto padre (¡Alah le tenga en su misericordia!), era yo un mozo de quince años; pero no parecía tuviese más de dos años de edad, pues continuaba sin querer trabajar ni moverme de un sitio; y mi pobre madre se veía obligada a servir a la gente del barrio para alimentarme, mientras yo me pasaba los días tumbado de lado, y no tenía fuerza ni para levantar la mano con objeto de espantarme las moscas que habían establecido su domicilio en todos los agujeros de mi cara . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 669ª NOCHE
Ella dijo:
"...las moscas que habían establecido su domicilio en todos los agujeros de mi cara.
Un día, por una casualidad muy rara entre las casualidades, mi madre, que había estado bregando todo un mes al servicio de quienes le daban trabajo, fué a mí llevando en la mano cinco monedas de plata, fruto de toda su labor. Y me dijo: "¡Oh hijo mío! ¡acabo de saber que nuestro vecino el jeique Muzaffar va a partir para la China! Ya sabes, hijo mío, que ese venerable jeique es un hombre excelente, un hombre de bien que no desprecia ni rechaza a los pobres como nosotros. Toma, pues, los cinco dracmas de plata y levántate para acompañarme a casa del jeique; y le entregarás estos cinco dracmas y le rogarás que en China te compre mercaderías para revenderlas tú aquí luego y de las cuales (¡ Alah lo quiera así, compadeciéndose de nosotros!) sacarás sin duda alguna un beneficio considerable. ¡He aquí, pues, ¡oh hijo mío! una buena ocasión de enriquecernos! ¡Y quien rehusa el pan de Alah es un descreído!"
Al oír este discurso de mi madre, se me aumentó más aún la holgazanería, y me hice completamente el muerto. ¡Y mi madre me suplicó y me conjuró de todas maneras, por el nombre de Alah y por la tumba de mi padre, y por todo! ¡Pero en vano! Porque yo hice como que roncaba. Entonces me dijo mi madre: "¡Por las virtudes de tu padre, te juro ¡oh Abu-Mohammad-Huesos Blandos! que, si no quieres escucharme y acompañarme a ver al jeique, no volveré a darte de comer ni de beber, y te dejaré morir de inanición!" Y dijo estas palabras con tan resuelto acento, ¡oh Emir de los Creyentes! que comprendía que aquella vez pondría en práctica sus palabras; y dejé oír un sonido sordo que significaba: "¡Ayúdame a sentarme!" Y me cogió del brazo y me ayudó a incorporarme y a sentarme. Entonces, aniquilado de fatiga, me eché a llorar, y entre mis gemidos, suspiraba: "¡Dame mis zapatos!" ¡Y me los llevó, y le dije: "¡Pónmelos!" Y me los puso. Y le dije: "¡Ayúdame a ponerme en pie!" Y me levantó y me hizo ponerme en pie. Y llorando hasta rendir el alma, le dije: "¡Sostenme para que ande!" Y se puso detrás de mí y me sostuvo, empujándome suavemente para hacerme avanzar. Y eché a andar despacio, parándome a cada paso para tomar aliento, e inclinando la cabeza sobre los hombros como para rendir el alma. Y acabé por llegar de esta manera a la orilla del mar, donde vi al jeique Muzaffar rodeado de sus allegados y amigos, disponiéndose a embarcar para ponerse en marcha. Y mi llegada fué acogida con asombro por todos los presentes, que exclamaban al mirarme: "¡Qué prodigio! ¡Es la primera vez que vemos andar a Abu-Mohammad-Huesos-Blandos! ¡Y es la primera vez que sale de su casa!"
Cuando estuve al lado del jeique, le dije: "¡Oh tío mío! ¿eres el jeique Muzaffar?" El me dijo: "Para servirte, ¡oh Abu-Mohammad, oh hijo de mi amigo el difunto ventosista a quien Alah tenga en Su gracia y en Su piedad!" Yo le dije, dándole las cinco monedas de plata: "¡Toma estos cinco dracmas ¡oh jeique! y cómprame con ellos mercaderías de la China! ¡Y quizás así por mediación tuya, tengamos ocasión de enriquecernos!" Y el jeique Muzaffar no se negó a tomar los cinco dracmas; y se los guardó en el cinturón, diciendo: "¡En el nombre de Alah!" Y me dijo: "¡Con la bendición de Alah!"
Y se despidió de mí y de mi madre; y acompañado de varios mercaderes que se habían juntado con él para el viaje, se embarcó con rumbo a China.
Alah escribió la seguridad al jeique Muzaffar., que llegó sin contratiempos al país de la China. Y compró, como todos los mercaderes que iban con él, lo que tenía que comprar, y vendió lo que tenía que vender, y traficó e hizo lo que tenía que hacer. Tras de lo cual, volvió a embarcarse, para regresar al país con sus compañeros, en el mismo navío que habían fletado en Bassra. Y se dieron a la vela y abandonaron la China.
Al cabo de diez días de navegación, una mañana se levantó de pronto el jeique Muzaffar, se golpeó con desesperación las manos, y exclamó: "¡Arriad las velas!" Y los mercaderes le preguntaron, muy sorprendidos: "¿Qué ocurre, ¡oh jeique Muzaffar!?" El dijo: "¡Ocurre que hay que volver a la China!" Y en el límite de la estupefacción, le preguntaron: "¿Por qué, ¡oh jeique Muzaffar!?" El dijo: "¡Habéis de saber que me olvidé de comprar el pedido de mercancías para el cual me dió los cinco dracmas de plata Abu-Mohammad-Huesos-Blandos!" Y le dijeron los mercaderes: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh jeique nuestro! no nos obligues por tan poca cosa a volver a China después de todas las fatigas pasadas y los peligros corridos y la ya tan larga ausencia de nuestro país!" El jeique dijo: "¡Es absolutamente preciso que volvamos a China! ¡Porque he empeñado mi palabra en la promesa que hice a Abu-Mohammad y a su pobre madre, la mujer de mi amigo el difunto ventosista!" Los demás le dijeron: "No te detenga eso, ¡oh jeique! ¡Porque estamos dispuestos a pagarte cinco dinares de oro cada cual como intereses de las cinco monedas de plata que has de devolver a Abu-Mohammad-Huesos-Blandos! ¡Y a nuestra llegada le darás todo ese oro!" El jeique dijo: "¡Acepto en nombre suyo vuestra oferta!" Entonces cada mercader pagó al jeique Muzaffar cinco dinares de oro destinados a mí, y prosiguieron su viaje.
Durante la travesía hizo escala el navío, para aprovisionarse, en una isla entre las islas. Y los mercaderes y el jeique Muzaffar desembarcaron para pasear por tierra. Y después de pasear y respirar el aire de aquella isla, se disponía el jeique a embarcarse otra vez, cuando a la orilla del mar vió a un mercader de monos que tenía en venta unos veinte animales de esta especie. Y he aquí que, entre todos aquellos monos, había uno de aspecto muy miserable, pelado, tembloroso y con lágrimas en los ojos. Y cada vez que su amo volvía la cabeza para hablar con el jeique y sus acompañantes, no dejaban los demás monos de saltar sobre su miserable compañero, y morderle y arañarle y mearle en la cabeza.
Y al jeique Muzaffar, que tenía un corazón compasivo, le conmovió el estado de aquel pobre mono, y preguntó al mercader: "¿Cuánto vale ese mono?" El mercader dijo: "Ese no es muy caro, ¡oh mi señor! ¡Para desembarazarme de él, te lo dejo en cinco dracmas solamente!" Y el jeique se dijo: "¡Precisamente es la cantidad que me dió el huérfano! ¡Y voy a comprarle este animal, a fin de que le sirva para enseñarlo por los zocos y ganar así su pan y el de su madre!" Y pagó al mercader los cinco dracmas, e hizo que se llevara el mono al navío un marinero. Tras de lo cual se embarcó con sus compañeros los mercaderes para ponerse en marcha.
Antes de hacerse a la vela, vieron a unos pescadores que se sumergían hasta el fondo del mar, y salían llevando siempre en las manos conchas llenas de perlas.
Y también lo vió el mono ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 670ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y también lo vió el mono. Y al punto dió un brinco y saltó al mar. Y se zambulló hasta el fondo del agua para salir al cabo de cierto tiempo, llevando en las manos y en la boca conchas llenas de perlas de tamaño y hermosura maravillosos. Y trepó al navío y entregó al jeique su pesca. Luego le hizo con la mano varias señas, que significaban: "¡Cuélgame algo al cuello!" Y el jeique le colgó al cuello un saco, y el mono saltó de nuevo al mar, y salió con el saco atestado de conchas llenas de perlas más gruesas y más hermosas que las anteriores. Luego volvió a saltar al mar varias veces seguidas, y cada vez iba a entregar al jeique el saco lleno de su pesca maravillosa.
¡Eso fue todo!
Y el jeique y todos los mercaderes estaban en el límite de la estupefacción. Y se decían: "¡No hay poder ni fuerza más que en Alah el Omnipotente! ¡Porque este mono posee secretos que no conocemos nosotros! ¡Pero todo se debe a la suerte de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, el hijo del ventosista!" Tras de lo cual se hicieron a la vela y abandonaron la isla de las perlas. Y después de una navegación excelente, arribaron a Bassra.
En cuanto echó pie a tierra, el jeique Muzaffar fue a llamar a nuestra puerta. Y preguntó desde dentro mi madre: "¿Quién es?" Y contestó él: "¡Soy yo! Abre, ¡oh madre de Abu-Mohammad! ¡Vuelvo de la China!" Y me gritó mi madre: "¡Levántate, Huesos-Blandos! ¡Ahí tienes al jeique Muzaffar, que vuelve de la China! ¡Ve a abrirle la puerta, y a saludarle y a desearle la bienvenida! ¡Y le preguntarás qué te ha traído, confiando en que, por mediación suya, te haya enviado Alah con qué atender a nuestras necesidades!" Y le dije: "Ayúdame a levantarme y a andar!" Y ella lo hizo así. Y enredándome los pies en la orla de mi ropón, me arrastré hasta la puerta, abriéndola.
Y entró en el vestíbulo el jeique Muzaffar seguido de sus esclavos, y me dijo: "¡La zalema y la bendición con aquel cuyos cinco dracmas han dado buena suerte a nuestro viaje! ¡He aquí, ¡oh hijo mío! lo que ese dinero te ha proporcionado!" E hizo poner en fila en el vestíbulo los sacos de perlas, me entregó el oro que le dieron los mercaderes, y me puso en la mano la cuerda con que estaba atado el mono. Luego me dijo: "¡Ahí tienes todo lo que te han proporcionado los cinco dracmas! ¡En cuanto a este mono, ¡oh hijo mío! no le maltrates, porque es un mono de bendición!" Y se despidió de nosotros y se marchó con sus esclavos.
Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! me encaré con mi madre, y le dije: "¡Ya ves ¡oh madre mía! quién de nosotros tenía más razón! Tú me has torturado la vida, diciéndome todos los días: "¡Levántate, Huesos-Blandos, y trabaja!"
Y yo te decía: "¡Quién me ha creado, me hará vivir!" Y me contestó mi madre: "¡Tienes razón, hijo mío! ¡Cada cual lleva colgado al cuello su destino, y haga lo que haga, no escapará a él!" Luego me ayudó a contar las perlas y a clasificarlas según su tamaño y su hermosura.
Y abandoné la holgazanería y la pereza, y empecé a ir todos los días al zoco para vender las perlas a los mercaderes. Y logré un beneficio inmenso, que me permitió comprar tierras, casas, tiendas, jardines, palacios y esclavos y esclavas y mozos jóvenes.
Y he aquí que el mono me seguía a todas partes, y comía de lo que yo comía y bebía de lo que yo bebía, y jamás me perdía de vista. Pero un día, estando yo sentado en el palacio que hice edificar para mí, el mono me hizo señas de que quería un tintero, un papel y un cálamo. Y le llevé las tres cosas. Y cogió el papel, poniéndoselo en la mano izquierda, como hacen los escribas, y cogió el cálamo, mojándolo en el tintero, y escribió: "¡Oh Abu-Mohammad! ¡ve a buscarme un gallo blanco! ¡Y ven a reunirte conmigo en el jardín!" Y cuando leí aquellas líneas, fui a buscar un gallo blanco, y corrí al jardín para dárselo al mono, a quien encontré con una serpiente entre sus manos. Y cogió el gallo y le azuzó hacia la serpiente. Y al punto empezaron a pelearse ambos animales, y el gallo acabó por vencer y matar a la serpiente. Luego, al revés de lo que hacen los gallos, la devoró por completo.
Entonces el mono cogió al gallo, le arrancó todas las plumas, y las plantó una tras otra en el jardín. Después mató al gallo y con su sangre regó todas las plumas. Y cogió la molleja del gallo, la limpió y la puso en medio del jardín. Tras de lo cual...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 671ª NOCHE
La pequeña Doniazada dijo a su hermana: "¡Oh hermana mía! ¡por favor, date prisa a decirnos qué hizo el mono de Abu-Mohammad después de plantar en el jardín las plumas del gallo y de regarlas con la sangre del gallo!" Y dijo Schehrazada: "¡De todo corazón amistoso!" Y continuó así:
"...Cogió la molleja del gallo, la limpió y la puso en medio del jardín. Tras de lo cual fué ante cada pluma, hizo crujir sus mandíbulas lanzando algunos gritos que no pude comprender y volvió a mí para dar un salto prodigioso que le alzó del suelo y le hizo desaparecer de mi vista por los aires. Y al mismo tiempo, en el jardín todas las plumas del gallo se convirtieron en árboles de oro con ramas y hojas de esmeraldas y aguamarinas que a manera de frutas ostentaban rubíes, perlas y toda clase de pedrerías. Y la molleja del gallo se convirtió en este pabellón maravilloso que me he permitido ofrecerte con tres árboles de mi jardín, ¡oh Emir de los Creyentes!
Entonces, rico ya con aquellos bienes inestimables, de los que cada piedra valía un tesoro, pedí en matrimonio a la hija del cherif de Bassra, descendiente de nuestro Profeta. Y cuando hubo visitado mi palacio y mi jardín, el cherif me concedió su hija. ¡Y ahora vivo con ella entre delicias y felicidades! ¡Y todo fué debido a que durante mi juventud tuve confianza en la generosidad sin límites del Retribuidor, que jamás abandona en la necesidad a sus creyentes!"
Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo oído esta historia, maravillóse hasta el límite de la maravilla, y exclamó: "¡Los favores de Alah son ilimitados!" Y retuvo al lado suyo a Abu-Mohammad para que dictara a los escribas de palacio esta historia. Y no le dejó partir de Bagdad hasta verle colmado de honores y de regalos de una magnificencia igual a la de que su huésped había hecho alarde para con él.
¡Pero Alah es más generoso y más poderoso!
Cuando el rey Schahriar oyó esta historia, dijo a Schehrazada: "¡Oh Schehrazada! ¡me satisface esa historia por su moraleja!" Y Schehrazada dijo: "¡Está bien, ¡oh rey! pero nada es comparada con la que quiero contarte esta noche!"
Y dijo. ..
HISTORIA DEL JOVEN NUR Y DE LA FRANCA HEROICA
Y dijo Schehrazada:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del momento, había en el país de Egipto un hombre entre los notables, llamado Corona, que se pasó la vida viajando por tierra y por mar, por islas y desiertos, y por comarcas conocidas y desconocidas, sin temor ni peligros, ni fatigas, ni tormentos, y afrontando riesgos tan horribles, que con oírlos solamente, hasta a los niños se les pondrían blancos del todo los cabellos. Pero, rico ya, dichoso y respetado, el mercader Corona había renunciado a los viajes para vivir dentro de su palacio en la serenidad, sentado a su gusto en el diván y con la frente ceñida por su turbante de muselina blanca inmaculada. Y nada le faltaba para la satisfacción de sus deseos. Porque los palacios de reyes y sultanes no podían competir en magnificencia con los aposentos de él, con sus armarios y sus cofres, llenos de suntuosidades, de trajes de Mordín, de telas de Baalbeck, de sedas de Homs, de armas de Damasco, de brocatos de Bagdad, de gasas de Mossul, de mantos del Magreb y bordados de la India. Y poseía gran número de esclavos negros y esclavos blancos, mamelucos turcos, concubinas, eunucos, caballos de raza y mulas, camellos de la Bactriana y dromedarios de carrera, mozuelos de Grecia y de Siria, jovenzuelas de Circasia, eunucos pequeños de Abisinia, y mujeres de todos los países. Y por tanto, era sin duda alguna el mercader más satisfecho y más honrado de su tiempo.
Pero el bien más preciado y la cosa más espléndida que poseía el mercader Corona, lo constituía su propio hijo, joven de catorce años, que era indiscutiblemente, y con mucho, más hermoso que la luna en su décimocuarto día. Pues nada, ni la lozanía de la primavera, ni los ramajes flexibles del árbol ban, ni la rosa en su cáliz, ni el alabastro transparente, igualaba a la delicadeza de su adolescencia feliz, a la soltura de sus andares, a los tiernos colores de su rostro y a la blancura pura de su cuerpo encantador. Y por cierto que, inspirado en sus perfecciones, le ha cantado así el poeta:
¡Mi joven amigo, que tan hermoso es!, me ha dicho: "¡Oh poeta! ¡te falta elocuencia!" Yo le digo: "¡Oh mi señor! ¡la elocuencia nada tiene que hacer en nuestro caso! ¡Tú eres el rey de la belleza, y en ti es todo igualmente perfecto!
¡Pero -si se me permite tener una preferencia- ¡oh, qué hermosa es en tu mejilla esa mancha negra, gota de ámbar sobre una mesa de mármol blanco! ¡Y he aquí los alfanjes de tus pupilas, que declaran la guerra a los indiferentes!"
Y ha dicho otro poeta:
¡En el rumor de un combate, pregunté a los que se mataban: "¿Por qué vertéis esa sangre?" Me dijeron: "¡Por los hermosos ojos del adolescente!"
Y ha dicho un tercero:
¡Por sí mismo viene él a visitarme, y al verme todo conmovido y turbado, dice: "¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa?" Yo le digo: "¡Aleja las flechas de tus ojos adolescentes!"
Y ha dicho otro:
¡Lunas y gacelas vienen a competir con él en encantos y en belleza; pero yo les digo: "¡Oh gacelas! ¡huid pronto y no os comparéis con ese cervatillo! ¡Y vosotras, ¡oh lunas! absteneos! ¡Son inútiles todos vuestros esfuerzos!"
Y ha dicho otro:
¡Esbelto jovenzuelo! ¡Lo negro de su cabellera y la blancura de su frente sumen respectivamente al mundo en la noche y en el día!
¡Oh! ¡No despreciéis el grano de belleza de su mejilla! ¡No es hermosa en su rojo esplendor la tierna anémona más que a causa de la gota negra que adorna su corola!
Y ha dicho otro:
¡Al contacto de su rostro, se purifica el agua de la belleza! ¡Y sus párpados suministran a los arqueros flechas para traspasar el corazón de sus enamorados! Pero loadas sean tres perfecciones; ¡su belleza, su gracia y mi amor!
¡Sus ropas ligeras dibujan los contornos de sus graciosas nalgas, cual nubes transparentes dejan divisar la dulce imagen de la luna! Loadas sean estas tres perfecciones: ¡sus ropas ligeras, sus graciosas nalgas y mi amor!
¡Negras son las pupilas de sus ojos, negra la mancha que adorna su mejilla, y también negras mis lágrimas! ¡Loadas sean por su perfecta negrura!
¡Su frente, las facciones tan finas de su rostro y mi cuerpo consumido por su amor, se asemejan al final del cuarto creciente de la luna: ellas, por su brillo, y mi cuerpo consumido, por la forma. ¡Loadas sean sus perfecciones!
¡Aunque están empapadas con mi sangre, no han envejecido sus pupilas y siguen siendo suaves como el terciopelo! ¡Loadas sean por tres veces sus pupilas!
¡El día de nuestra unión aplacó él mi sed con la pureza de sus labios y de su sonrisa! ¡Ah! ¡yo le doy, en cambio, para que use de ella a discreción, mis bienes, mi sangre y mi vida! ¡Y loados sean por siempre sus labios puros y su sonrisa!
Finalmente, ha dicho un poeta, entre otros mil que le han cantado:
¡Por los arcos abovedados que resguardan sus ojos, y por sus ojos, que disparan los dardos encantadores de sus visuales;
Por sus formas delicadas; por la cortante cimitarra de sus miradas; por la suprema elegancia de su porte; por el color de su negra cabellera;
Por sus ojos lánguidos que arrebatan el sueño y dictan la ley en el imperio del amor;
Por los bucles de sus cabellos, comparables a escorpiones, que clavan en los corazones dardos de desesperación;
Por las rosas y los lirios que florecen en sus mejillas; por los rubíes de sus labios, en que brilla la sonrisa; por sus dientes de perlas deslumbrantes;
Por el suave olor de sus cabellos; por los ríos de vino y de miel que fluyen de su boca cuando habla;
Por la rama de su talle flexible; por su andar ligero; por su grupa fastuosa, que tiembla cuando anda o cuando está en reposo;
Por la seda de su piel de albaricoque; por las gracias y la elegancia que acompañan a sus pasos;
Por la afabilidad de sus maneras, el sabor de sus palabras, la nobleza de su nacimiento y la cuantía de su fortuna;
¡Por todos estos raros dones, juro que el sol de mediodía es menos resplandeciente que su rostro; que la luna nueva no es más que una recortadura de sus uñas; que el olor del almizcle es menos dulce que su aliento, y que la brisa embalsamada roba el perfume de su cabellera!
Y he aquí que un día en que el admirable joven, hijo de Corona el mercader, estaba sentado en la tienda de su padre, algunos jóvenes amigos suyos fueron a charlar con él, y le propusieron. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 672ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y he aquí que un día en que el admirable joven, hijo de Corona el mercader, estaba sentado en la tienda de su padre, algunos jóvenes amigos suyos fueron a charlar con él, y le propusieron ir a pasearse a un jardín de la propiedad de uno de ellos, y le dijeron: "¡Oh Nur, ya verás qué hermoso es ese jardín!" Y les contestó Nur: "¡Está bien! Pero antes tengo que pedir permiso a mi padre". Y fué a pedir a su padre el tal permiso. Y el mercader Corona no puso dificultades, y además de conceder a Nur la autorización, le dió una bolsa llena de oro para que no fuese a expensas de sus camaradas.
Entonces Nur y los jóvenes montaron en mulas y asnos, y llegaron a un jardín que encerraba cuanto puede halagar los ojos y endulzar la boca. Y entraron por una puerta abovedada, hermosa cual la puerta del Paraíso, formada por listas alternadas de mármoles de color y sombreada por parras trepadoras cargadas de uvas rojas y negras, blancas y doradas, como ha dicho el poeta:
¡Oh racimos de uvas llenas de vinos, deliciosas cual sorbetes y vestidas de negro como cuervos!
¡Brillando entre las sombrías hojas, parecéis tiernos dedos femeninos frescamente teñidos de henné;
Y de todas maneras nos embriagáis: ¡Si colgáis de las cepas con gracia, nos arrebatáis el alma con vuestra hermosura; si descansáis en el fondo del lagar, os transformáis en una miel embriagadora!
Y cuando entraron, vieron encima de aquella puerta abovedada estos versos grabados en hermosos caracteres azules:
¡Ven, amigo! ¡si quieres disfrutar de la hermosura de un jardín, ven a mirarme!
¡Tu corazón olvidará sus penas al fresco contacto de la brisa que constantemente corre por mis avenidas, a la vista de las flores que me visten con sus lindos ropajes y sonríen en sus mangas de pétalos!
¡El cielo generoso riega con abundancia mis árboles de ramas inclinadas bajo el peso de sus frutos! ¡ Y cuando los ramajes se balanceen bailando entre los dedos del céfiro, verás a las Pléyades arrojarles, entusiasmadas, el oro líquido y las perlas de las nubes a manos llenas!
¡Y si fatigado de jugar con los ramajes, el céfiro los abandona para acariciar la onda de los arroyos que corren a su encuentro, le verás dejarlos en seguida para ir a besar en la boca a mis flores!
Cuando hubieron franqueado aquella puerta, vieron al guarda del jardín sentado bajo el enrejado de parras trepadoras y hermoso cual el ángel Rizán, que guarda los tesoros del Paraíso. Y se levantó en honor suyo, y fue a ellos, y tras de las zalemas y los deseos de bienvenida, les ayudó a descender de sus monturas, y quiso servirles por sí mismo de guía para mostrarles con todos sus detalles las bellezas del jardín. Y pudieron así admirar las claras aguas que serpenteaban entre las flores y las abandonaban con pena, las plantas cargadas de perfumes, los árboles fatigados de tanta fruta, los pájaros cantores, los boscajes de flores, los arbustos de especies, todo cuanto convertía a aquel jardín en una parte suelta de los jardines edénicos. Pero lo que les encantaba por encima de toda ponderación, era el espectáculo, a ningún otro parecido, de los árboles frutales milagrosos, cantados respectivamente por todos los poetas, como atestiguan entre mil estos diversos poemas:
LAS GRANADAS
¡Deliciosas, de corteza pulida, granadas entreabiertas, caras de rubíes encerradas en membranas de plata, sois gotas cuajadas de una sangre virginal!
¡Oh granadas de piel fina, senos de adolescentes erguidas que adelantaran el pecho en presencia de los machos!
¡Cúpulas! ¡cuando os miro, aprendo arquitectura, y si os como, sano de todas las enfermedades!
LAS MANZANAS
¡Bellas de rostro exquisito, ¡oh manzanas dulces y almizcladas! sonreís al mostrar en vuestros colores rojos y amarillos, respectivamente, la tez de un amante dichoso y la de un amante desdichado; y en vuestro doble rostro unís el rubor a un amor sin esperanza!
LOS ALBARICOQUES
Albaricoques de almendras sabrosas, ¿quién podrá poner en duda vuestra excelencia? ¡Cuando estáis sin granar aún, sois flores semejantes a estrellas, y cuando sois frutas maduras entre el follaje, redondas y completamente de oro, se os tomaría por minúsculos soles!
LOS HIGOS
¡Oh blancos, oh negros, oh higos bienvenidos a mis bandejas! ¡me gustáis tanto como las blancas vírgenes de Grecia, tanto como las ardientes hijas de Etiopía!
¡Oh amigos míos predilectos! estáis tan seguros de los deseos tumultuosos que me asaltan a vuestra vista, que tomáis una actitud descuidada, ¡oh perezosos!
¡Tiernos amigos, arrugados ya por las desilusiones en las ramas altas que os balancean a merced de todos los vientos, sois dulces y olorosos como la flor seca de la manzanilla!
¡Y entre todos vuestros hermanos, sólo vosotros ¡oh jugosas! sabéis dejar brillar, en el momento del deseo, la gota de jugo hecha con miel y sol!
LAS PERAS
¡Oh jóvenes, todavía vírgenes y un tanto ácidas al paladar! ¡oh sinaíticas, oh jónicas, oh aleppinas!
¡Vosotras que, balanceándoos sobre vuestras espléndidas caderas y colgadas de un tallo tan fino, esperáis a los amantes que os comerán sin duda!
¡Oh peras! amarillas o verdes, gordas o alargadas, de dos en dos en las ramas o solitarias,
¡Siempre sois deseables y exquisitas para nuestro paladar, ¡oh aguanosas, oh buenas, que nos reserváis nuevas sorpresas cada vez que tocamos vuestra carne!
LOS ALBERCHIGOS
¡Resguardamos con el bozo nuestras mejillas para que no nos azote el aire fuerte o cálido! ¡Por todas nuestras caras somos de terciopelo y estamos rojos y redondos por haber rodado durante mucho tiempo entre sangre de vírgenes!
¡Por eso son exquisitos nuestros matices y es nuestra piel tan delicada! ¡Prueba, pues, nuestra carne y muerde en ella clavando bien tus dientes; pero no toques al hueso que tenemos por corazón: ¡te envenenaría!
LAS ALMENDRAS
¡Me dijeron: "Vírgenes tímidas, nos envolvemos en nuestros triples mantos verdes, como las perlas en sus conchas!
¡Y aunque somos muy dulces por dentro, y tan exquisitas para quien sabe vencer nuestra resistencia, queremos ser amargas y duras en apariencia mientras somos jóvenes!
¡Pero, cuando avanzamos en edad, no somos ya tan rigurosas! ¡Estallamos entonces, y nuestro corazón, intacto y blanco, se ofrece con su frescura al caminante!"
Y exclamé: "¡Oh almendras cándidas, oh pequeñuelas que cabéis todas juntas en la palma de mi mano, oh gentiles!
¡Vuestra verde pelusa es la mejilla todavía imberbe de mi amigo; sus grandes ojos alargados están en las dos mitades de vuestro cuerpo, y sus uñas toman su linda forma a vuestra pulpa!
¡Hasta la infidelidad en vosotras se torna cualidad, porque vuestro corazón, tan a menudo doble y compartido, permanece blanco a pesar de todo, al igual de la perla engastada en un trozo de jade!"
LAS AZUFAIFAS
¡Mira las azufaifas, colgadas de las ramas en racimos con cadenas de flores, como campanillas de oro que besaron los tobillos de las mujeres!
¡Son los frutos del árbol Sidrah que se yergue a la diestra del trono de Alah! ¡Bajo su sombra reposan las huríes! ¡Su madera sirvió para construir las tablas de Moisés; y al pie suyo brotan los cuatro maravillosos manantiales del Paraíso!
LAS NARANJAS
¡Cuando el céfiro sopla sobre la colina, las naranjas se mecen en sus ramas, y ríen con gracia entre el zumbido de sus flores y sus hojas!
¡Parecéis mujeres que un día de fiesta adornan sus cuerpos jóvenes con hermosos trajes de brocato de oro rojo!, ¡oh naranjas!
¡Sois flores por el olor y frutas por el sabor! ¡Y aunque sois globos de fuego, encerráis la frescura de la nieve! ¡Nieve maravillosa que no se derrite en medio del fuego! ¡Maravilloso fuego sin llama y sin calor!
Y si contemplo vuestra piel luciente, ¿me es posible no pensar en mi amiga, la joven de lindas mejillas, cuyo trasero de oro está también granulado?
LAS CIDRAS
¡Las ramas de los citroneros se abaten hacia tierra, cargadas con sus riquezas!
¡Y entre las hojas, los pebeteros de oro de las cidras exhalan perfumes que levantan el corazón, y emanaciones que devuelven el alma a los agonizantes!
LOS LIMONES
¡Mira estos limones que empiezan a madurar! ¡Es nieve que se tiñe con colores de azafrán; es plata que se convierte en oro; es la luna que se torna en sol!
¡Oh limones, bolas de crisólito, senos de vírgenes, alcanfor puro! ¡Oh limones! ¡Oh limones. .. !
LOS PLÁTANOS
¡Plátanos de formas atrevidas, carne mantecosa como un pastel;
¡Plátanos de piel lisa y dulce, que dilatáis los ojos de las jóvenes;
¡Plátanos! ¡Cuando os deslizáis por nuestros gaznates, no herís nuestros órganos satisfechos de sentiros!
¡Ora colguéis del tallo poroso de vuestra madre, pesados cual lingotes de oro,
¡Ora maduréis lentamente en nuestros techos, ¡oh pomos llenos de oro!
¡Siempre sabéis complacer nuestros sentidos! ¡Y entre todas las frutas, sólo vosotros estáis dotados de un corazón compasivo, ¡oh consoladores de viudas y de divorciadas!
LOS DÁTILES
¡Somos los hijos sanos de las palmeras, los beduínos de carne morena! ¡Crecemos escuchando a la brisa tocar sus flautas entre nuestras cabelleras!
¡Desde la infancia, nuestro padre el sol nos ha alimentado con su luz; y durante mucho tiempo nos hemos amamantado en los púdicos pechos de nuestra madre!
¡Somos los preferidos del. pueblo libre que levanta sus tiendas espaciosas y no conoce los vestíbulos de los ciudadanos;
¡El pueblo de veloces yeguas, de camellas flacas, de vírgenes arrebatadoras, de generosa hospitalidad y de sólidas cimitarras!
¡Y quien ha disfrutado del reposo a la sombra de nuestras palmas, anhela oírnos murmurar sobre su tumba!
Y tales son, entre millares, algunos de los poemas dedicados a las frutas. Pero se necesitaría toda una vida para decir los versos dedicados a flores como las que encerraba aquel maravilloso jardín: jazmines, jacintos, lirios acuáticos, mirtos, claveles, narcisos y rosas en todas sus variedades.
Pero ya el guarda del jardín había conducido a los jóvenes, por entre las avenidas, a un pabellón hundido en medio del verdor. Y les invitó a entrar allí para descansar, y les hizo sentarse en almohadones de brocato alrededor de un estanque de agua, rogando al joven Nur que se colocara en medio de ellos. Y para que se refrescara el rostro, le ofreció un abanico de plumas de avestruz, en el cual había inscrito este verso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 673ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y para que se refrescara el rostro, le ofreció un abanico de plumas de avestruz, en el cual había inscrito este verso:
¡Soy blanca ala infatigable, y mis ráfagas perfumadas, que acarician el rostro del que amo, dan una idea de la brisa del Paraíso!
Luego, tras de quitarse sus mantos y turbantes, los jóvenes se pusieron a hablar y a divertirse, y no podían apartar sus miradas de su hermoso camarada Nur. Y el guarda les sirvió por sí mismo la comida, que era muy espléndida, y estaba compuesta de pollos, patos, codornices, pichones, perdices y corderos rellenos, sin contar las cestas llenas de frutas cogidas en la rama. Y después de la comida, los jóvenes se lavaron las manos con jabón mezclado con almizcle, y se secaron con toallas de seda bordadas de oro.
Entonces entró el guarda con un hermoso ramo de rosas, y dijo: "Antes de tocar a las bebidas, ¡oh amigos míos! conviene que preparéis vuestra alma para el placer con los colores y el perfume de las rosas". Y exclamaron ellos: "Verdad dices, ¡oh guarda!" Dijo él: "Está bien. ¡Pero no os daré estas rosas más que a cambio de un poema hermoso acerca de esta flor admirable!"
Entonces el joven a quien pertenecía el jardín cogió la cesta de rosas de manos del guarda, hundió en ella la cabeza, aspiró el ramo lentamente, luego hizo una seña con la mano para imponer silencio, e improvisó:
¡Virgen odorífera, pero tan tímida en tu juventud, que ocultabas el rojo de tu bello rostro en la seda verde de tus mangas
¡Oh rosa soberana! ¡entre todas las flores, eres la sultana en medio de tus esclavas, y el hermoso emir en el círculo de sus guerreros!
¡En tu corola llena de bálsamo encierras la esencia de todos los pomos!
¡Oh rosa amorosa! ¡tus pétalos entreabiertos al soplo del céfiro son labios de una belleza joven que se dispusiera a dar un beso a su amigo!
¡Eres en tu frescura ¡oh rosa! más dulce que la mejilla sombreada del mozalbete, y más deseable que la boca viva de una joven intacta!
¡La sangre delicada que colorea tu carne dichosa te hace comparable a la aurora veteada de oro, a la copa llena de un vino purpúreo, a una floración de rubíes en rama de esmeralda!
¡Oh rosa voluptuosa, pero tan cruel con los amantes groseros, que, cuando te golpean sin cuidado, les castigas con las flechas de tu carcaj de oro!
¡Oh maravillosa, oh regocijada, oh deleitosa! ¡también sabes retener a los refinados que te aprecian! ¡Para ellos te revistes con las gracias de trajes de distintos colores, y sigues siendo la bienamada a quien no se abandona nunca!
Al oír esta admirable loa de la rosa, los jóvenes no pudieron contener su entusiasmo, y
lanzaron mil exclamaciones y repitieron a coro, moviendo la cabeza: "¡Y sigues siendo la bienamada a quien no se abandona nunca!" Y el que acababa de improvisar el poema vació al punto el cesto y cubrió de rosas a sus huéspedes. Luego llenó de vino la anchurosa copa y la hizo circular en torno. Y cuando le llegó la vez, el joven Nur cogió la copa con cierto temor; porque jamás hasta entonces había bebido vino, y su paladar ignoraba el sabor de las bebidas fermentadas, como su cuerpo ignoraba el contacto de las mujeres. Estaba virgen, en efecto, y sus padres, en vista de su tierna edad, aun no le habían regalado una concubina, como es costumbre entre los notables que quieren dar a sus hijos púberes experiencias y sabiduría en esta materia antes del matrimonio. ¡Y sus compañeros sabían este detalle de la virginidad de Nur, y al invitarle a aquella jira en el jardín, se habían propuesto despertar sus deseos!
Así es que al verle con la copa en la mano y vacilando como ante una cosa prohibida, los jóvenes empezaron a reír con grandes carcajadas, de modo que Nur, enojado y un tanto mortificado, acabó por llevarse resueltamente la copa a los labios y de un trago la vació hasta la última gota. Y al ver aquello, prorrumpieron los jóvenes en un grito de triunfo. Y el dueño de la casa acercóse a Nur con la copa llena de nuevo, y le dijo: "¡Qué razón tienes ¡oh Nur! al no privarte por más tiempo ya de ese licor precioso que embriaga! ¡Es el padre de las virtudes, el específico contra todas las penas, la panacea para los males del cuerpo y del alma! ¡A los pobres les da riqueza, a los cobardes valor, a los débiles fuerza y poder! ¡Oh, Nur, encantador amigo mío! ¡aquí yo y todos nosotros somos servidores y esclavos tuyos! ¡Pero, por favor, toma esta copa y bebe de este vino, que es menos embriagador que tus ojos!" Y Nur no pudo rechazarlo, y de un trago vació la copa que le ofrecía su huésped.
Entonces comenzó a circular por su razón el fermento de la embriaguez; y uno de los jóvenes exclamó, dirigiéndose al huésped: "Bien está todo esto, ¡oh generoso amigo! pero ¿podría ser completo nuestro placer sin escuchar el canto y la música de labios femeninos? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 674ª NOCHE
Ella dijo:
". . Bien está todo esto, ¡oh generoso amigo! pero ¿podría ser completo nuestro placer sin escuchar el canto y la música de labios femeninos? ¿Acaso no conoces las palabras del poeta:
¡Vamos! ¡ofreced una ronda de vino en la copa pequeña y en la grande!
¡Y tú, amigo mío, toma el licor de manos de una belleza semejante a la luna!
¡Pero para vaciar tu vaso aguarda a que toque la música; siempre vi beber con gusto al caballo cuando silban al lado suyo!
Cuando el joven dueño del jardín hubo oído estos versos, contestó con una sonrisa; luego se levantó al punto y salió de la sala de reunión para volver transcurrido un momento llevando de la mano a una joven enteramente vestida de seda azul. Era una esbelta egipcia admirablemente formada, derecha como la letra alef, de ojos babilónicos, de cabellos negros cual las tinieblas, y blanca como la plata en la mina o como una almendra mondada. Y estaba tan bella y tan brillante en su traje oscuro, que se la hubiera tomado por la luna de verano en medio de una noche de invierno. Después de esto, ¿cómo no iba a tener senos de marfil blanco, un vientre armonioso, muslos de gloria y nalgas rellenas, como almohadones, debajo de las cuales había una cosa lisa, rosada y embalsamada, semejante a una bolsita fruncida en medio de un envoltorio grande? ¿Y acaso no es precisamente de aquella egipcia de quien ha dicho el poeta:
¡Avanza cual la corza, arrastrando tras de ella a los leones vencidos por las ojeadas aceradas del arco de sus cejas!
¡Para protegerla, la noche hermosa de su cabellera arma sobre ella una tienda sin columnas, una tienda milagrosa!
¡Con la manga de su traje tapa las rosas ruborosas de sus mejillas! pero ¿podrá impedir a los corazones que se embriaguen con el ámbar de su piel perfumada?
¡Y si llega a levantar el velo que oculta su rostro, entonces, ¡vergüenza sobre ti, hermoso azul de los cielos! ¡Y tú, cristal de roca, humíllate ante sus ojos de pedrería!
Y el joven dueño del jardín dijo a la joven: "¡Oh bella soberana de los astros! ¡sabe que no te hicimos venir a nuestro jardín más que para complacer a nuestro huésped y amigo Nur a quien tienes aquí, y que por primera vez nos honra hoy con su visita!"
Entonces la joven egipcia fue a sentarse junto a Nur, lanzándole una mirada extraordinaria; luego se sacó de debajo del velo una bolsa de seda verde, y la abrió y extrajo de ella treinta y dos pedazos de madera, que acopló de dos en dos, como se acoplan los machos con las hembras y las hembras con los machos, y acabó por formar así un hermoso laúd indio. Y se recogió las mangas hasta los codos, descubriendo sus muñecas y sus brazos, apoyó el laúl en su seno, como apoyaría a su hijo una madre, y lo rozó con las uñas de sus dedos. Y el laúd estremecióse a esta caricia y gimió resonante; y no pudo menos de pensar repentinamente en su propio origen y en su destino: se acordó de la tierra en que fué plantado, de las aguas que le regaron siendo árbol, de los lugares donde hubo vivido en la inmovilidad de su tronco, de los pájaros que cobijó, de los leñadores que lo talaron, del hábil obrero que lo labró, del barnizador que revistióle de brillo, del barco que le había transportado, y de todas las lindas manos por las cuales hubo de pasar.
Y asaltado por estos recuerdos, gimió y cantó con armonía, y en su lenguaje parecía responder con estas coplas rimadas a las uñas que le interrogaban:
¡En otro tiempo f uí una rama verde habitada por ruiseñores, y les mecía amorosamente cuando cantaban!
¡Diéronme así el sentimiento de la armonía; y no me atrevía yo a agitar mi follaje por escucharlos atentamente!
¡Pero un día me derribó en tierra una mano bárbara, y me convirtió, como véis, en laúd frágil!
¡Sin embargo, no me quejo de mi destino; porque cuando me rozan uñas firmes, me estremezco con todas mis cuerdas y sufro con gusto lo que me golpea una mano hermosa!
¡En desquite de mi esclavitud reposo sobre senos de jóvenes, y los brazos de las huríes se enlazan con amor en torno a mi cintura!
¡Con mis acordes sé deleitar a los amigos que gustan de las reuniones alegres; y cantando como mis pájaros, sé embriagar sin la ayuda del copero!
Tras de este preludio sin palabras, en que el laúd habíase expresado en un lenguaje sensible al alma sólo, la bella egipcia cesó por un momento de tocar; luego, volviendo sus miradas hacia el joven Nur, cantó estos versos, acompañándose...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 675ª NOCHE
Ella dijo:
"... volviendo sus miradas hacia el joven Nur, la bella egipcia cantó estos versos, acompañándose:
¡La noche es clara y transparente, y en la umbría cercana, el ruiseñor suspira sus transportes, como un amante apasionado!
¡Ah! ¡despiértate! ¡la desnudez del cielo y su frescura invitan al placer a nuestra alma, y esta noche la luna está llena de sortilegios! ¡Ven!
¡No temamos a los envidiosos, y aprovechémonos del sueño de nuestros censores para sumirnos impunemente en el seno de las voluptuosidades! ¡No siempre están las noches estrelladas y embalsamadas! ¡Ven!
¿Acaso, para disfrutar del placer tranquilo, no tienes mirtos, rosas, flores de oro y perfumes?
¿Y no posees las cuatro cosas necesarias para el regocijo ideal: un amigo, una amante, una bolsa llena y vino?
¿Qué más se necesita para ser dichoso? ¡Aprovéchate de ello cuanto antes! ¡mañana se desvanecerá todo! ¡He aquí la copa del placer!
Al oír estos versos, el joven Nur embriagado de vino y de amor, dirigió miradas inflamadas a la bella esclava, que le respondió con una sonrisa atrayente. Entonces se inclinó él a ella poseído de deseo; y ella, al punto, asestó contra él los botones de sus senos, le besó entre los ojos y se le abandonó del todo entre sus manos. Y Nur, cediendo a la turbación de sus sentidos y a la calentura que le abrasaba, pegó sus labios a la boca de la joven y la aspiró como a una rosa. Pero ella. advertida por las miradas de los demás jóvenes, se desenlazó de aquel primer abrazo del joven para volver a coger el láud, y cantar:
¡Por la hermosura de tu rostro, por tus mejillas, parterre de rosas, por el vino precioso de tu saliva, te juro que eres el espíritu de mi espíritu, la luz de mis ojos, el bálsamo de mis párpados, y que sólo te amo a ti!, ¡oh vida de las almas!
Al oír esta ardiente declaración, Nur, transportado de amor, improvisó a su vez lo siguiente:
¡Oh, tú, cuyo porte es gallardo como el de un barco pirata sobre el mar, bella de mirada de halcón!
¡Oh joven vestida de gracia, la de boca adornada con dos sartas de perlas, la de mejillas florecidas de rosas en un parterre de difícil acceso;
¡Oh propietaria de una cabellera de esplendor que se esparce a derecha y a izquierda en toda su longitud, negra como un negro joven que se vendiera en almoneda!
¡Te conviertes en pensamiento tiránico de mi alma! ¡A la vista de tus encantos, el amor entró en mi corazón profundamente y lo tiñó con el color oscuro de la cochinilla, que es el tinte más indeleble! ¡Y su fuego me consumió el hígado hasta la locura!
¡Así, pues, quiero darte mis bienes y mi alma toda! Y si me preguntaras: "¿Sacrificarías por mí tu sueño?", te contestaría yo: "¡Sí, por cierto, e incluso mis ojos, oh maga!"
Cuando el joven a quien pertenecía el jardín vió el estado en que se encontraba su amigo Nur, le pareció que había llegado el momento de dejar a la bella egipcia que le iniciara en las alegrías del amor. E hizo inmediatamente señas a los jóvenes, que se levantaron uno tras otro y se retiraron de la sala del festín, dejando a Nur cara a cara con la bella egipcia.
Tan pronto como la joven se vió sola con el hermoso Nur, se irguió cuan larga era y se despojó de todos sus adornos y de sus trajes para quedarse enteramente desnuda, con sólo su cabellera por todo velo. Y fué a sentarse en las rodillas de Nur, y le besó entre los ojos, y le dijo: "Has de saber ¡oh ojos míos! que el regalo guarda proporción siempre con la generosidad del donante. ¡Por tanto, en vista de tu hermosura y de que me gustas, te hago el don de todo lo que poseo! ¡Toma mis labios, toma mi lengua, toma mis senos, toma mi vientre y todo lo demás!" Y aceptó Nur el maravilloso obsequio, y en cambio, le hizo don de otro más maravilloso todavía. Y la joven le preguntó cuando hubieron acabado, encantada y sorprendida de su generosidad y su destreza: "¡El caso es ¡oh Nur! que tus compañeros decían que estabas virgen!" El dijo: "¡Es verdad!" Ella dijo: "¡Qué asombroso! ¿Y cómo fuiste tan experto en tu primer ensayo?" El dijo riendo: "¡Siempre salen chispas cuando se frota el pedernal!"
Y así fué cómo entre rosas y escarceos múltiples, el joven Nur conoció el amor en los brazos de una egipcia bella y sana cual el ojo del gallo, y blanca cual la almendra mondada...
PERO CUANDO LLEGO LA 676ª NOCHE
Ella dijo:
" ... Y así fué como entre rosas, alegrías y escarceos múltiples, el joven Nur conoció el amor en los brazos de una egipcia bella y sana cual el ojo del gallo y blanca cual la almendra mondada.
Esta escrito en su destino que así tenía que suceder su iniciación. Pues si no, ¿cómo se comprenderían las cosas aun más maravillosas que marcarían sus pasos por el camino llano de la vida feliz?
Una vez que terminaron sus escarceos, se levantó el joven Nur, porque comenzaban a brillar estrellas en el cielo, y el soplo de Dios alzábase con el viento de la noche. Y dijo él a la joven: "¡Con tu permiso!"
Y a pesar de las súplicas de ella para retenerle, no quiso retrasarse más, y la abandonó para montar en su mula y regresar lo más pronto posible a su casa, donde ya le esperaban con ansiedad su padre Corona y su madre.
Y he aquí que, en cuanto él franqueó el umbral, su madre, llena de inquietud por aquella desacostumbrada ausencia de su hijo, corrió a su encuentro, le estrechó en sus brazos, y le dijo: "¿Dónde estuviste, querido mío, que tanto tardaste en volver a casa?" Pero en cuanto Nur abrió la boca, su madre notó que había tomado vino y le olió el aliento. Y le dijo: "¡Ah! ¿qué has hecho, desgraciado Nur? ¡Qué calamidad como llegue a olerte tu padre!" Porque, aunque Nur había soportado la bebida mientras estuvo en brazos de la egipcia, cuando se expuso al aire libre se dislocó la razón y titubeaba a derecha y a izquierda como un beodo. Así es que su madre se apresuró a llevarle al lecho y a acostarle, arropándole mucho.
Pero en aquel momento llegó a la habitación el mercader Corona, que era un observante fiel de la ley de Alah, que prohibe a los creyentes bebidas fermentadas. Y al ver acostado a su hijo, pálido y con el rostro descompuesto, preguntó a su esposa: "¿Qué le pasa?" Ella contestó: "¡Tiene un dolor muy fuerte de cabeza, ocasionado por el exceso de aire de ese jardín adonde le permitiste que fuera con sus camaradas!" Y el mercader Corona, muy apesadumbrado por aquel reproche de su esposa y por la indisposición de su hijo, se inclinó sobre Nur para preguntarle cómo estaba; pero le olió el aliento, e indignado, sacudió del brazo a Nur, y le gritó: "¿Cómo se entiende, hijo libertino? ¡has infringido la ley de Alah y de su profeta, y te atreves a entrar en casa sin purificarte la boca!" Y siguió amonestándole con dureza.
Entonces Nur, que se hallaba en completo estado de embriaguez, sin saber a punto fijo lo que hacía, levantó la mano y asestó a su padre, el mercader Corona, un puñetazo que le alcanzó al ojo derecho, y lo hizo con tanta violencia, que le derribó a tierra.
En el límite de la indignación, el anciano Corona juró por el divorcio y por el tercer poder, que al día siguiente echaría de casa a su hijo Nur después de cortarle la mano derecha. Luego abandonó la habitación.
Cuando la madre de Nur oyó aquel tremendo juramento, contra el cual no había recurso ni remedio posible, desgarró sus ropas con desesperación, y se pasó toda la noche lamentándose y llorando junto al lecho de su hijo sumido en la embriaguez. Pero como la cosa urgía, consiguió disiparle los vapores del vino, haciéndole sudar y orinar mucho. Y como no se acordara él de nada de lo que había sucedido, le contó ella la acción que hubo de cometer y el terrible juramento de su padre Corona. Luego le dijo: "¡Ay de nosotros! ¡ahora son inútiles las lamentaciones! ¡Y el único partido que puedes tomar, hasta tanto que el destino haya cambiado el aspecto de las cosas, es alejarte cuanto antes ¡oh Nur! de casa de tu padre! ¡Parte, hijo mío!, para la ciudad de AlIskandaria, y aquí tienes una bolsa con mil dinares de oro y cien dinares! Cuando te falte poco para agotar este dinero, pídeme otra, cuidando de darme noticias tuyas".
Y se echó a llorar, besándole.
Entonces, tras de haber vertido por su parte muchas lágrimas de arrepentimiento, se ató Nur la bolsa a la cintura, despidióse de su madre, y salió de la casa ocultamente para ganar al punto el puerto de Bulak y desde allí bajar por el Nilo en un navío hasta Al-Iskandaria, en donde desembarcó con buena salud.
Y he aquí que Nur se encontró con que Al-Iskandaria era una ciudad maravillosa, habitada por gentes de lo más encantadoras, y dotada de un clima delicioso; de jardines llenos de rumores y flores, de hermosas calles y de zocos magníficos. Y hubo de complacerse, pues, en recorrer los diversos barrios de la ciudad y todos los zocos, uno tras otro. Y al pasar por el zoco de los mercaderes de flores y frutas, que era particularmente agradable...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente. .
PERO CUANDO LLEGO LA 677ª NOCHE
Ella dijo:
".. . Y al pasar por el zoco de los mercaderes de flores y frutas, que era particularmente agradable, vió que pasaba un persa montado en una mula, llevando a la grupa una maravillosa joven de aspecto delicioso y estatura de cinco palmos largos. Era blanca como la bellota en su cáscara, como la breca en la pecera, como palmera en el desierto. Su rostro era más deslumbrante que el resplandor del sol, y bajo la guardia de los arcos tensos de sus cejas, brillaban dos grandes ojos negros, originarios de Babilonia. Y a través de la tela transparente que la envolvía, se adivinaban en ella esplendores a ningunos otros parecidos: mejillas suaves cual el raso más hermoso y sembradas de rosas; dientes que eran dos collares de perlas; senos firmes y amenazadores; caderas ondulosas; muslos semejantes a las colas rollizas de los carneros de Siria, y guardando en su cima de nieve un tesoro incomparable, y soportando un trasero formado en su totalidad con una pasta de perlas, de rosas y de jazmines. ¡Gloria a su Creador!
Así es que, cuando el joven Nur vió a aquella joven, que superaba en esplendores a la morena egipcia del jardín, no pudo menos de seguir a la mula feliz que la llevaba. Y echó a andar detrás de ella hasta que llegaron a la plaza del Mercado de Esclavos.
Entonces el persa se apeó de la mula, y tras de ayudar a la joven para que se apease a su vez, la cogió de la mano y se la entregó al subastador público para que la subastase en el mercado. Y el subastador, apartando a la muchedumbre, hizo sentarse a la joven en medio de la plaza sobre un sillón de marfil enriquecido de oro. Luego paseó sus miradas por los que lo rodeaban, y gritó:
"¡Oh mercaderes! ¡oh compradores! ¡oh dueños de riquezas! ¡Ciudadanos y beduínos! ¡oh
presentes que me rodeáis de cerca o de lejos, abrid la subasta! ¡Nadie censura al primer postor!
¡Examinad y hablad! ¡Alah es omnipotente y omnisciente! ¡Abrid la subasta!"
Entonces se adelantó en primer término un anciano, que era el síndico de los mercaderes de la ciudad y ante quien ninguno se atrevió a alzar la voz para pujar. Y lentamente dió la vuelta al sillón en que estaba la joven, y después de examinarla con gran atención, dijo: "¡Abro la subasta ofreciendo novecientos veinticinco dinares!"
Al punto gritó con toda su alma el subastador: "¡Se abre la subasta con una oferta de novecientos veinticinco dinares! ¡Oh abridor! ¡Oh omnisciente! ¡Oh generoso! ¡En novecientos veinticinco dinares está tasada la perla incomparable!" Luego, como nadie quería aumentar la puja por consideración al venerable síndico, el subastador encaróse con la joven, y le preguntó: "¿Consientes ¡oh soberana de las lunas! en pertenecer a nuestro venerable síndico?" Y contestó la joven debajo de sus velos: "¿Estás loco, ¡oh subastador! o solamente tienes dislocación de la lengua, ya que me haces semejante ofrecimiento?"
Y preguntó el subastador, cohibido: "¿Y por qué, ¡oh soberana de las bellas!?" Y dijo la joven, descubriendo con una sonrisa las perlas de su boca: "¡Oh subastador! ¿no te da vergüenza ante Alah y por tu barba querer entregar jóvenes de mi calidad a un anciano como éste, decrépito y sin facultades, al cual más de una vez sin duda su mujer le habrá, reprochado su frialdad en términos violentos e indignados? ¿Y acaso no sabes que es a ese viejo precisamente a quien se aplican estos versos del poeta:
¡Me pertenece en propiedad un zib calamitoso! ¡Es de cera que se derrite, pues cuanto más se le toca, más se ablanda!
¡Por más razones que le expongo, se obstina en dormir cuando hace falta que se despierte! ¡Es un zib perezoso!
¡Pero en cuanto estoy con él a solas, he aquí que de pronto se siente poseído de ardor guerrero! ¡Ah! ¡es un zib calamitoso!
¡Es avaro cuando tiene que alardear de generosidad, y pródigo cuando tiene que hacer economías! ¡Hijo de perro! ¡Si duermo, se despierta al punto; y si me despierto, al punto se duerme!
¡Es un zib calamitoso! ¡Maldito sea quien se compadezca de él!
Cuando los presentes oyeron estas palabras y estos versos de la joven, se pusieron extremadamente serios en vista de aquella falta de consideración y de respeto para con el síndico. Y el subastador dijo a la joven: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que estás haciendo que se me ennegrezca el rostro en presencia de los mercaderes! ¿Cómo puedes decir semejantes cosas de nuestro síndico, que es un hombre respetable y prudente, incluso un sabio?"
Pero ella contestó: "¡Ah! ¡tanto mejor entonces, si es un sabio! ¡Ojalá le aproveche la lección! ¿Para qué sirven los sabios sin zib? ¡Mejor será que vaya a esconderse. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 678ª NOCHE
Ella dijo:
"¿ .. Para qué sirven los sabios sin zib? ¡Mejor será que vaya a esconderse!"
Entonces, para que la joven no siguiese en sus insultos al viejo síndico, el subastador se apresuró a continuar la subasta, chillando a toda voz: "¡Oh mercaderes! ¡oh compradores! ¡la subasta está abierta y permanece abierta! ¡Para el mejor postor será la hija de reyes!" Entonces adelantóse otro mercader, que no había presenciado lo que acababa de ocurrir, y que dijo, deslumbrado por la belleza de la joven: "¡Para mí, por novecientos cincuenta dinares!"
Pero al verle, la joven lanzó una carcajada; y cuando se acercó él a ella para examinarla mejor, le dijo: "Dime, ¡oh jeique! ¿tienes en tu casa un alfanje fuerte?" El contestó: "Sí, ¡por Alah! ¡oh señora mía! Pero ¿para qué lo quieres?"
Ella contestó: ".¿No ves que ante todo necesitas cortarte un buen pedazo de esa berengena que llevas a modo de nariz? No ignorarás que a ti mejor que a nadie cuadran estas palabras del poeta:
¡En su rostro se eleva un inmenso minarete que por sus dos puertas podría dar acceso a todos los humanos! Y de una vez se despoblaría la tierra entonces!
Cuando el mercader de la nariz gorda hubo oído estas palabras de la joven, sintió tanta ira, que estornudó muy fuerte; luego, cogiendo por el cuello al subastador, le asestó golpes en la nuca, gritando: "¡Maldito subastador! ¿es que sólo nos has traído a esta impúdica esclava para que nos injurie y nos convierta en motivo de escarnio?" Y el subastador, muy pesaroso, se encaró con la joven, y le dijo: "¡Por Alah, que en todo el tiempo que llevo ejerciendo mi oficio, nunca tuve una jornada tan mala como ésta! ¿No podrás reprimir los desórdenes de tu lengua, y dejarnos ganar nuestro sustento?" Luego, para poner fin a los murmullos que se alzaban, continuó la subasta.
Entonces se presentó un tercer mercader muy barbudo, que quiso comprar la hermosa esclava. Pero antes de que abriese la boca para pujar, la joven se echó a reír, y exclamó: "Mira., ¡oh subastador! En casa de este hombre está cambiado el orden de la Naturaleza; es un carnero de cola gorda, ¡pero le ha salido la cola en el mentón! ¡Y claro está que no pensarás en cederme a un hombre que posee una barba tan larga, y por consiguiente, un ingenio tan corto! ¡Porque ya sabes que la inteligencia y la razón están en orden inverso con la longitud de la barba!"
¡Al oír estas palabras, el subastador, en el límite de la desesperación, no quiso llevar más adelante aquella venta! Y exclamó: "¡Por Alah, que ya no ejerzo más por hoy mi oficio!" Y cogiendo de la mano a la joven, poseído de terror, se la entregó a su antiguo amo el persa, diciéndole: "¡Es invendible entre nosotros! ¡Que Alah abra para ti por otra parte la puerta de la venta y de la compra!"
Y sin turbarse ni conmoverse, el persa se encaró con la joven, y le dijo: "¡Alah es el más generoso! ¡Ven, hija mía, que acabaremos por encontrar al comprador que te corresponda!" Y se la llevó consigo y se marchó, cogiéndola de la mano, mientras que con la otra mano conducía de la brida a la mula, y la joven lanzaba con sus ojos a los que la miraban largas flechas negras y aceradas.
¡Y he aquí que sólo entonces fué cuando advertiste al joven Nur, ¡oh maravillosa! y a su vista, sentiste que el deseo te mordía el hígado y el amor te trastornaba las entrañas! Y te paraste de pronto y dijiste a tu amo el persa: "¡A éste es a quien quiero! ¡Véndeme a él!" Y el persa se volvió y divisó a su vez a aquel joven adornado con todos los encantos de la juventud y de la belleza, y elegantemente envuelto en un manto color de pasa. Y dijo a la joven: "Ese joven estaba entre los presentes hace un momento en la subasta, y no se adelantó a pujar. ¿Cómo quieres, pues, que vaya a proponerte a él? ¿No ves que un paso así haría bajar mucho el precio de la venta?" Ella contestó: "No hay inconveniente en que así sea. No quiero pertenecer a nadie más que a ese hermoso joven. Y no me poseerá ninguno otro". Y se adelantó resueltamente hacia el joven Nur, y le dijo, deslizándole una mirada cargada de tentaciones: "¿Es que no soy lo bastante bella ¡oh mi señor! para que te dignes pujar tú?" El joven contestó: "¡Oh soberana mía! ¿acaso hay por el mundo una belleza que se te pueda comparar?" Ella preguntó: "¿Por qué, pues, me has desdeñado, cuando me proponían al mejor postor?" ¡Sin duda no me encuentras de tu agrado!" El joven contestó: "Alah te bendiga, ¡oh mi señora! En verdad que de estar en mi país te hubiese comprado con todas las riquezas y los bienes todos que posee mi mano. ¡Pero aquí no soy más que un extranjero y no poseo, por todo recurso, más que una bolsa con mil dinares!" Ella dijo: "¡Ofrécela para comprarme y no te arrepentirás!" Y el joven Nur, sin poder resistir a la tentación de la mirada fija en él, se quitó el cinturón en que tenía guardados los mil dinares, y contó y pesó el oro ante el persa. Y ultimaron el trato ambos tras de hacer ir al kadí y a los testigos para la legalización del contrato de venta y compra. Y al fin de confirmar el acto, declaró la joven: "¡Consiento en que se me venda a este hermoso joven por los mil dinares entregados a mi amo el persa!" Y los presentes se dijeron unos a otros: "¡Ualah! ¡están hechos el uno para el otro!" Y el persa dijo a Nur: "¡Ojalá sea para ti ella motivo de bendiciones! ¡Regocijáos juntos con vuestra juventud! ¡por igual merecéis la dicha que os espera...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 679ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ . . por igual merecéis la dicha que os espera!"
Entonces el joven Nur, seguido por la joven de caderas ondulantes, se encaminó al khan grande de la ciudad, y apresuróse a alquilar allí una habitación en que alojarse. Y se excusó con la joven por no poder ofrecerle nada mejor, diciendo: "¡Por Alah, oh mi señora! que si estuviese yo en El Cairo, mi ciudad, te alojaría en un palacio digno de ti! Pero te repito que aquí no soy más que un extranjero! ¡Y para atender a nuestras necesidades, sólo llevo encima lo justo con lo que pagar este alojamiento!" Ella se sacó del dedo una sortija que tenía engastado un rubí de gran valor, y le dijo: "Toma esto, y ve a venderlo al zoco. ¡Y compra lo que haga falta para un festín de dos personas; y gasta sin temor y compra los víveres y bebidas mejores que haya, sin olvidar las flores, las frutas y los perfumes!" Y Nur se apresuró a ejecutar la orden, y no tardó en volver cargado con provisiones de todas clases. Y se recogió las mangas y el ropón, y puso el mantel, y sirvió con mucho cuidado el festín. Luego sentóse junto a la joven, que le miraba sonriendo; y para empezar, se pusieron a comer bien y a beber bien. Y cuando estuvieron hartos y la bebida comenzó a producir su efecto, el joven Nur, que estaba un poco intimidado por los ojos brillantes de su esclava, no quiso dejarse llevar de los deseos tumultuosos que le agitaban sin informarse antes del país y del origen de la joven. Y le tomó la mano y la besó, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señora! ¿No podrías decirme ya tu nombre y tu país?" Ella contestó: "¡Precisamente ¡oh Nur! yo misma iba a hablarte de ello la primera!" Y se paró un momento y dijo:
"Has de saber ¡oh Nur! que me llamo Mariam, y que soy la hija única del poderoso rey de los francos que reina en la ciudad de Constantinia. Así, pues, no tienes por qué asombrarte cuando sepas que en mi infancia recibí la mejor educación y que tuve maestros de todo. También me enseñaron a manejar la aguja y el huso, a hacer pinturas y bordados, a tejer tapices y ceñidores y a labrar telas de oro sobre fondo de plata o de plata sobre fondo de oro. Y asimismo aprendí cuanto pudiera adornar el ingenio y realzar la belleza. Y crecí de tal suerte en el palacio de mi padre, lejos de todas las miradas. Y las mujeres de palacio, mirándome con ojos de ternura, decían que era yo la maravilla de mi tiempo. Así es que no dejaron de ir a pedirme en matrimonio gran número de príncipes y reyes que reinaban en tierras y en islas; pero mi padre el rey rechazó todas sus proposiciones, sin querer separarse de su única hija, a la que quería más que a su vida y más que a los numerosos hijos varones, hermanos míos, que tenía.
"Por aquel entonces, habiendo yo caído enferma, hice la promesa de que, si recobraba la salud, iría en peregrinación a un monasterio muy venerado entre los francos. Y cuando estuve curada, quise cumplir mi promesa, y me embarqué con una de mis damas de honor, hija de un grande entre los grandes de la corte de mi padre el rey. Pero en cuanto perdimos de vista la tierra, atacaron y abordaron nuestro navío unos piratas musulmanes, y yo misma, con todo mi séquito, fui reducida a esclavitud y conducida a Egipto, en donde me vendieron al mercader persa que viste en el zoco y que, felizmente para mi virginidad, es eunuco. Y también para suerte mía y porque así lo quiso mi destino, mi amo, estando yo en su casa, sufrió una larga y peligrosa enfermedad durante la cual le prodigué los cuidados más atentos. Así es que, en cuanto recobró la salud, quiso probarme'su gratitud por las muestras de afecto que yo le había dado mientras duró su dolencia, y me rogó que le pidiese cuanto pudiera anhelar mi alma. Y por todo favor yo reclamé de él que me vendiera a alguno que pudiese utilizar lo que en mí había de utilizable, pero que no me cediera más que a quien yo escogiese por mí misma. Y al instante me lo prometió el persa, y se apresuró a venderme en la plaza del mercado, ¡desde donde pude fijar en ti mi elección, ¡oh ojos míos!
excluyendo a todos los viejos y decrépitos personajes que me codiciaban!"
Y tras de hablar así, la joven franca miró a Nur con ojos en que llameaba el oro de las tentaciones, y le dijo: "¿Podría, tal como soy, pertenecer a otro que no fueras tú, ¡oh joven!?" Y con un ademán rápido, retiró sus velos y se desnudó por completo para aparecer en su deliciosa desnudez.
¡Bendito sea el vientre que la llevó! ¡Sólo entonces pudo Nur darse cuenta de la bendición que había descendido sobre su cabeza! Y vió que la princesa era una belleza suave y blanca como un tejido de lino, y que esparcía por doquiera el delicado olor del ámbar, al igual de la rosa, que segrega por sí misma su perfume original. Y la estrechó en sus brazos, y cuando la exploró en su profundidad íntima, hubo de encontrar en ella una perla intacta aún. Y con aquel descubrimiento se puso jubiloso hasta el límite del júbilo, y se inflamó hasta el límite de la inflamación. Y empezó a pasarle la mano por sus miembros encantadores y su cuello delicado, y a hundirla entre las olas y bucles de su cabellera, haciendo chasquear los besos en sus mejillas como guijarros que sonasen al caer en el agua; y se endulzaba con sus labios, y le daba palmadas en las nalgas temblorosas. ¡Eso fué todo, en verdad!
Y a su vez, no dejó ella de hacer ver una parte considerable de los dones que poseía y de las maravillosas aptitudes de las griegas, las amorosas facultades de las egipcias, los movimientos lascivos de las muchachas árabes y la fogosidad de los etíopes, el candor asustado de las francas, y la ciencia consumada de las indias, la experiencia de las hijas de Circasia y los deseos apasionados de las rubias, la coquetería de las hijas del Yamán y la violencia muscular de las mujeres del Alto Egipto, la pequeñez de órganos de las chinas, el ardor de las hijas de Hedjaz, y el vigor de las mujeres del Irak y la delicadeza de las persas. Así es que no cesaron de suceder los enlazamientos a los abrazos, los besos a las caricias y las copulaciones a las locuras, durante toda la noche, hasta que, un poco fatigados de sus transportes y de sus múltiples asaltos, se durmieron por fin uno en brazos de otro, ebrios de goces.
¡Gloria a Alah, que no ha creado espectáculo más encantador que el de dos amantes dichosos que, después de embriagarse con las delicias de la voluptuosidad, reposan en su cama, con los brazos entrelazados, las manos unidas y los corazones latiendo juntos!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 700ª NOCHE
Ella dijo:
¡...Gloria a Alah, que no ha creado espectáculo más encantador que el de dos amantes dichosos, que después de embriagarse con las delicias de la voluptuosidad, reposan en su cama, con los brazos entrelazados, las manos unidas y los corazones latiendo juntos!
Cuando se despertaron al día siguiente, no dejaron de repetir sus escarceos, con más intensidad, calor, multiplicidad, repeticiones, vigor y experiencia que la víspera. Así es que la princesa franca, maravillada y en el límite de la admiración al ver tantas facultades reunidas en los hijos de los musulmanes, se dijo: "¡En verdad que cuando una religión inspira y desarrolla en sus creyentes tales alardes de valor, de heroísmo y de aptitud, es incontestablemente la mejor, la más humana y la única verdadera entre todas las religiones!" Y en el momento quiso ennoblecerse con el Islam.
Encaróse con Nur, y le preguntó: "¿Qué tengo que hacer para ennoblecerme con el Islam, ¡oh ojos míos!? i Porque quiero hacerme musulmana como tú, ya que la paz de mi alma no se hallaba con los francos, que hacen una virtud de la horrible continencia y nada estiman tanto como un sacerdote castrado! ¡Son unos pervertidos que ignoran el valor inestimable de la vida! ¡Son unos desgraciados a quienes no calienta con sus rayos el sol! Así es que mi alma quiere morar aquí, donde florecerá con todas sus rosas y cantará con todos sus pájaros! ¡Dime, pues, qué tengo que hacer para convertirme en musulmana!"
Y Nur, lleno de dicha por haber contribuido así, en la medida de sus fuerzas, a convertir a la princesa franca, le dijo: "¡Oh mi señora! ¡nuestra religión es sencilla e ignora las complicaciones externas! ¡Tarde o temprano, reconocerán todos los descreídos la superioridad de nuestras creencias, y se encaminarán a nosotros por sí mismos, como se sale de las tinieblas a la luz, de lo incomprensible a lo claro y de lo imposible a lo natural! En cuanto a ti, ¡oh princesa de bendición! para lavarte de la mugre cristiana, no tienes más que pronunciar estas palabras: "¡No hay más Dios que Alah y Mohamed es el Enviado de Alah! ¡Y al instante te volverás creyente musulmana!" Al oír estas palabras, la princesa Mariam, hija del rey de los francos, levantó el dedo y pronunció: "¡Atestiguo y certifico que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el Enviado de Alah!" ¡Y al instante se ennobleció con el Islam! ¡Gloria a Quien con procedimientos sencillos abre los ojos de los ciegos, torna sensibles los oídos de los sordos, desata la lengua de los mudos y ennoblece los corazones pervertidos, al Dueño de las virtudes, al Distribuidor de gracias, al Bueno para sus creyentes! ¡Amín!
Realizado de tal modo aquel acto importante (¡loado sea Alah! ) se levantaron ambos de su lecho de voluptuosidad, y fueron a los retretes, haciendo luego sus abluciones y las plegarias prescritas. Tras de lo cual comieron y bebieron y se pusieron a charlar con mucho agrado y a divagar amistosamente. Y cada vez se maravillaba más Nur de los conocimientos numerosos de la princesa y de su sabiduría y sagacidad.
Por la tarde, a la hora de la plegaria del asr, el joven Nur se dirigió a la mezquita, y la princesa Mariam fué a pasearse por el lado de la Columna del Mástil. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
Pero en cuanto al rey de los francos de Constantinia, padre de Mariam, cuando supo la captura de su hija por los piratas musulmanes, afligióse hasta el límite de la aflicción y se desesperó hasta sentirse morir. Y envió a todas partes jinetes y patricios para que hicieran las pesquisas necesarias y rescataran a la princesa y la salvaran, de grado o por fuerza, de las manos de sus raptores. Pero cuantos se encargaron de aquellas pesquisas regresaron al cabo de cierto tiempo sin haberse enterado de nada. Entonces hizo ir a su visir, que también era jefe de policía, un viejecillo tuerto del ojo derecho y cojo de la pierna izquierda, pero un verdadero demonio entre los espías; porque era capaz de desenredar, sin romperlos, los hilos enredados de una tela de araña, de sacar los dientes a un dormido sin despertarle, de escamotear los bocados entre los labios de un beduino hambriento, y de horadar por tres veces seguidas, a un negro sin que el negro pudiese ni revolverse siquiera. Y le dió la orden de recorrer todos los países musulmanes y que no volviera sin la princesa. Y le prometió toda clase de honores y de prerrogativas a su regreso, pero haciéndole entrever el palo para en caso de que fracasase. Y se apresuró a partir el visir tuerto y cojo. Y empezó a viajar, disfrazado, por países amigos y enemigos, sin dar con ninguna pista, hasta que llegó a Al-Iskandaria.
Y aquel día precisamente fué a la Columna del Mástil, con los esclavos que le habían acompañado, para recrearse un momento. Y quiso el destino que se encontrase con la princesa Mariam, la cual tomaba el fresco por aquellos contornos. Así es que, en cuanto la reconoció, se bamboleó de alegría, y se precipitó a su encuentro. Y llegado que fué ante ella, puso una rodilla en tierra y quiso besarle las manos. Pero la princesa, que había adquirido todas las virtudes musulmanas y la decencia para con los hombres, aplicó una tremenda bofetada a aquel visir franco tan feo, y le gritó: "¡Perro maldito! ¿qué vienes a hacer en tierra musulmana? ¿Acaso crees que voy a caer en tu poder...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 701ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Pero la princesa, que había adquirido todas las virtudes musulmanas y la decencia para con los hombres, aplicó una tremenda bofetada a aquel visir franco tan feo, y le gritó: "¡Perro maldito! ¿qué vienes a hacer en tierra musulmana? ¿Acaso crees que voy a caer en tu poder?"
El franco contestó: "¡Oh princesa! Yo no tengo la culpa de esto. ¡Culpa sólo a tu padre el rey, que me ha amenazado con el palo si no te encuentro! Es preciso, pues, que vengas con nosotros, de grado o por fuerza, para salvarme de ese suplicio espantoso. ¡Además, tu padre está muriéndose de desesperación al saber que eres cautiva de los infieles, y tu madre está bañada en lágrimas de pensar en los malos tratos que debiste sufrir entre las manos de esos bandidos perforadores!" Pero la princesa Mariam contestó: "¡Nada de eso! He encontrado la paz de mi alma aquí mismo. ¡Y no abandonaré esta tierra de bendición! ¡Vuélvete, pues, por donde has venido, antes de que te haga yo empalar precisamente aquí en lo alto de la Columna del Mástil!
Al oír estas palabras, el franco cojo comprendió que no decidiría a la princesa para que le siguiese de buen grado, y le dijo: "Con tu permiso, ¡oh mi señora!" E hizo seña de que se apoderaran de ella a sus esclavos, que al punto la rodearon, la amordazaron, y aunque ella se defendió y les arañaba cruelmente, se la cargaron a la espalda, y al caer la noche la transportaron a bordo de un navío que se hacía a la vela para Constantinia. ¡Y he aquí lo referente al visir tuerto y cojo y a la princesa Mariam!
En cuanto al joven Nur, cuando vió que la princesa Mariam no volvía al khan, no supo a qué atribuir su tardanza. Y como avanzaba la noche y aumentaba su inquietud, salió del khan y echó a andar por las calles desiertas, con la esperanza de encontrarla, y acabó por llegar al puerto. Unos bateleros le enteraron allí de que acababa de zarpar un navío y que habían llevado a bordo de él a una joven cuyas señas coincidían exactamente con las que les daban.
Al enterarse de aquella marcha de su bienamada, Nur empezó a lamentarse y a llorar, sin interrumpir sus sollozos más que para decir a gritos: "¡Mariam!" Entonces, conmovido por su belleza y por su desesperación, un anciano que le veía quejarse de tal suerte, se acercó a él y le interrogó bondadosamente acerca de la causa de sus lágrimas. Y Nur le contó la desgracia que acababa de sucederle. Entonces le dijo el anciano: "¡No llores más, hijo mío, y no te desesperes!
El navío que acaba de zarpar se hizo a la vela con rumbo a Constantinia, y precisamente yo, que soy capitán marino, voy también a hacerme a la vela esta noche para esa ciudad con los cien musulmanes que llevo a bordo. ¡No tienes, pues, más que embarcarte conmigo, y encontrarás al objeto de tus deseos!" Y con lágrimas en los ojos, besó Nur la mano al capitán marino y se apresuró a embarcarse con él en el navío, que salió disparando a toda vela por el mar.
Y he aquí que Alah les escribió la seguridad, y al cabo de una navegación de cincuenta y un días, llegaron a la vista de Constantinia, donde no tardaron en echar pie a tierra. Pero al punto les prendieron los soldados francos que guardaban la costa, y les despojaron y metieron en la cárcel, siguiendo órdenes del rey, que quería vengarse así en todos los mercaderes extranjeros de la afrenta hecha a su hija en los países musulmanes.
Porque la princesa Mariam había llegado a Constantinia la misma víspera de aquel día. Y en cuanto cundió por la ciudad la nueva de su regreso, se adornaron en honor suyo todas las calles, y toda la población corrió a su encuentro. Y el rey y la reina montaron a caballo con todos los grandes dignatarios de palacio, y fueron a recibirla al desembarcar. Y tras de haber besado con ternura a su hija, la reina le preguntó ansiosamente si estaba virgen todavía o si, para desgracia suya y para oprobio de su nombre, había perdido el sello inestimable. Pero, echándose a reír ante todos los concurrentes, la princesa contestó: "¿Qué me preguntas, ¡oh madre mía!? ¿Acaso crees que se puede permanecer virgen en el país de los musulmanes? ¿Ignoras que en los libros de los musulmanes se dice: "¡Ninguna mujer envejecerá virgen en el Islam...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 702ª NOCHE
Ella dijo:
"...Ninguna mujer envejecerá virgen en el Islam!?"
Cuando la reina -que no había hecho públicamente esta pregunta a su hija más que para esparcir, en cuanto llegase, la noticia de que su virginidad permanecía intacta y de que su honor estaba a salvo- oyó estas palabras tan insólitas y pronunciadas en presencia de toda la corte, se puso muy amarilla y cayó desmayada en brazos de sus doncellas, que estaban asombradas ante aquel escándalo tan enorme. Y el rey, muy furioso con aquella aventura y sobre todo en vista de la franqueza con que su hija se avenía a lo que le había ocurrido, sintió que la bolsa de la hiel se le reventaba dentro del hígado, e indignado hasta el límite de la indignación, se llevó a la princesa y entró a toda prisa en el palacio en medio de la consternación general, de narices alargadas de dignatarios y caras indigestas de ancianas matronas pudibundas. Y convocó con urgencia a su Consejo de Estado, y pidió su opinión a los visires y a los patriarcas. Y contestaron los visires y los patriarcas consultados: "Nuestra opinión es que, para purificar a la princesa de la impureza de los musulmanes, sólo hay un medio, y consiste en lavarla con la sangre de ellos. ¡Es preciso, pues, sacar de la cárcel cien musulmanes, y cortarles la cabeza! ¡Y se recogerá la sangre que brote de sus cuellos, y en ella se bañará el cuerpo de la princesa, como si se tratase de un segundo bautismo!"
Entonces, el rey ordenó que cogieran a los cien musulmanes que acababan de meter en la cárcel, y entre los cuales se encontraba, como es sabido, el joven Nur. Y empezaron por cortar la cabeza al capitán marino. Luego cortaron la cabeza a todos los mercaderes. Y cada vez recogían en un baño la sangre que brotaba de los cuellos sin cabeza. Y llegó el turno al joven Nur. Y ya le conducían al sitio de la ejecución, vendándole los ojos y colocándole en la alfombra ensangrentada, en tanto que el ejecutor blandía su alfanje para hacerle saltar del cuello la cabeza, cuando se acercó al rey una vieja y le dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡Ya se han cortado las cien cabezas, y el baño está lleno de sangre! ¡Debes perdonar, pues, a ese joven musulmán que queda, y dármelo para dedicarle al servicio de la iglesia!" Y exclamó el rey: "¡Por el Mesías, que dices la verdad! Ya se hallan ahí las cien cabezas, y el baño está lleno. ¡Quédate, pues, con él y utilízale en servicio de la iglesia!" Y la vieja, que era la celadora de la iglesia, dió las gracias al rey, y mientras éste se retiraba con sus visires para proceder al bautismo de sangre de la princesa, se llevó al joven Nur. Y encantada de su belleza, le condujo a la iglesia sin tardanza.
Allí la vieja ordenó al joven Nur que se desnudase, y le dió un largo ropón negro, un gorro alto de sacerdote, un velo negro muy grande para cubrir aquel gorro, una estola y un cinturón ancho. Y le vistió por sí misma para enseñarle cómo debía servirse de aquellas prendas, y le dió sus instrucciones para que se dedicase, como era debido, al servicio de la iglesia. Y durante siete días consecutivos vigiló su trabajo y fomentó sus aptitudes, en tanto que él se lamentaba con su corazón de creyente por verse obligado a hacer semejante farsa al servicio de los descreídos.
Pero por la tarde del séptimo día, la vieja dijo a Nur: "Has de saber, hijo mío, que dentro de unos instantes la princesa Mariam, que ha sido purificada con el bautismo de sangre va a venir a la iglesia para pasar aquí toda la noche en devoción y hacerse perdonar de esa manera los actos de su pasado. Por tanto, te aviso su llegada, a fin de que, cuando yo me vaya a acostar, te quedes a la puerta para prestarle el servicio que pida o para llamarme en caso de que cayese desvanecida de contrición a causa de sus antiguos pecados. ¿Has comprendido bien?" Y contestó Nur, chispeantes los ojos: "He comprendido, ¡oh mi señora!"
Entretanto, llegó al vestíbulo de la iglesia la princesa Mariam vestida de negro desde la cabeza hasta los pies y con el rostro cubierto por un velo negro, y después de inclinarse profundamente ante Nur, a quien tomaba por un sacerdote a causa de sus hábitos, penetró en la iglesia, cuya puerta hubo de abrirle la anciana celadora, y con paso lento se dirigió hacia una especie de oratorio interior, de aspecto muy tenebroso. Entonces, sin querer distraerla de sus devociones, la vieja se apresuró a retirarse; y tras de recomendar mucho a Nur que vigilara la puerta, se retiró a descansar a su habitación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 703ª NOCHE
Ella dijo:
"...se retiró a descansar a su habitación.
Cuando se cercioró Nur de que la anciana celadora, dormida ya, roncaba como una fiera, deslizóse hasta la iglesia y se dirigió al sitio en que se hallaba la princesa Mariam, el cual consistía en un oratorio alumbrado por una lámpara que ardía ante imágenes de impiedad (¡que el fuego las destruya!). Y entró sigilosamente en aquel oratorio, y dijo con voz temblorosa: "Soy Nur, ¡oh Mariam!" Y al reconocer la voz de su bienamado, la princesa creyó en un principio que soñaba y luego acabó por arrojarse en sus brazos. Y en el límite de la emoción, se besaron ambos en silencio durante largo rato. Y cuando pudieron hablar, contáronse mutuamente lo que les había sucedido desde el día de la separación. Y juntos dieron gracias a Àlah, que hubo de permitir su encuentro.
Tras de lo cual, para celebrar con alegría aquel momento, la princesa se apresuró a quitarse los hábitos de duelo que su madre la reina la obligó a llevar para recordarle de continuo la pérdida de su virginidad. Y enteramente desnuda, se sentó en las rodillas de Nur, el cual por su parte, había arrojado lejos de sí su traje y sus prendas de sacerdote cristiano. Y comenzaron una serie de caricias extraordinarias y tales como nunca las había visto aquel lugar de perdición de las almas descreídas. Y en toda la noche no cesaron de abandonarse sin restricciones de ningún género a los regocijos más diversos de voluptuosidad, dándose mutuas pruebas de su grande y violento amor. Y en aquel momento sentíase Nur revivir con tanta intensidad, que hubiera podido degollar uno tras otro, sin interrumpirse, a mil sacerdotes con su patriarcas. i Alah extermine a los impíos y dé fuerza y valor a sus verdaderos creyentes!
Cuando al apuntar el alba las campanas de la iglesia tocaron el primer toque de llamada para los descreídos, la princesa Mariam, aunque con lágrimas en los ojos, se apresuró a ponerse otra vez sus hábitos de duelo; y también Nur se vistió con sus vestiduras de impiedad (¡que Alah, que ve el fondo de las conciencias, les excuse por aquella necesidad cruel a que se hallaron reducidos!). Pero antes de separarse y tras de haberle besado por última vez, la princesa dijo a Nur: "¡Después de los siete días que llevas en esta ciudad ¡oh Nur! supongo que conocerás a fondo el emplazamiento y los alrededores de esta iglesia!"
Y contestó Nur: "Sí, ¡oh mi señora!" Ella dijo: "Pues bien; entonces escucha mis palabras y no las olvides. ¡Porque acabo de combinar ahora mismo un proyecto que nos permitirá escapar para siempre de este país! A tal fin, mañana a primera hora de la noche, no tendrás más que abrir la puerta de la iglesia que da hacia el mar, e ir sin tardanza a la costa. Allí encontrarás un navío pequeño con una tripulación de diez hombres, cuyo capitán se apresurará a darte la mano al verte llegar. Pero aguarda a que te llame por tu nombre; y sobre todo ¡no te precipites!
En cuanto a mí, no tengas ninguna inquietud; ya sabré reunirme contigo sin dificultad. ¡Y Alah nos librará de entre estas manos!" Luego, antes de despedirse de él, añadió aún: "No te olvides tampoco, ¡oh Nur! para hacer una buena despedida a los patriarcas, de escamotear del tesoro de la iglesia todo lo que encuentres más pesado respecto al valor y más ligero respecto al peso, y de vaciar antes de marcharte la arquilla en que los infieles depositan las ofrendas en oro que hacen a los jefes de su impostura!"
Y tras de haber hecho repetir a Nur, palabra por palabra, las instrucciones que acababa de darle, la princesa salió de la iglesia y volvió con ojos contritos al palacio en que la esperaba su madre para predicarle el arrepentimiento y la continencia. ¡Ojalá se vean siempre los creyentes preservados de la continencia impura y no se arrepientan más que del daño hecho al prójimo! ¡Amín!
Así, pues, a primera hora de la noche, después de cerciorarse de los ronquidos de la anciana celadora de la iglesia, no dejó Nur de meter mano a las cosas preciosas del tesoro subterráneo, y de vaciar en su cinturón de sacerdote todo el oro y la plata contenidos en el arca de los patriarcas. Y cargado con aquellos despojos que hubo de tomar a los descreídos, salió a toda prisa a la orilla del mar por la puerta que le fue indicada. Y siguiendo las instrucciones que le dió la princesa encontró el bajel cuyo capitán recibióle con toda cordialidad en compañía de su carga preciosa, dándole la mano y llamándole por su nombre. Y al punto se dió la señal de marcha.
Pero los marineros, en vez de obedecer la orden de su capitán y soltar las amarras que sujetaban el navío a los postes de la orilla, empezaron a murmurar, y uno de ellos levantó la voz y dijo: "¡Oh capitán! ¡bien sabes, no obstante, que hemos recibido órdenes completamente distintas del rey nuestro señor, que quiere que mañana embarque en nuestro navío su visir para ver si encuentra a los piratas musulmanes que parece amenazan con llevarse a la princesa Mariam!" Pero exclamó el capitán, en el límite del furor ante semejante resistencia: "¿Quién se atreve a resistirse a mis órdenes?" Y blandiendo su sable, de un solo tajo derribó la cabeza del que había hablado. Y en la noche flameó el sable, rojo de sangre, como una antorcha. Pero aquel rasgo de energía no impidió que continuaran murmurando los demás marineros, que eran hombres de cuidado. Así es que todos compartieron la suerte de su camarada, perdiendo la cabeza de sobre sus hombros, los diez uno tras otro, a impulso del sable rápido como el relámpago. Y el capitán empujó con el pie sus cuerpos hacia el mar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 704ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y el capitán empujó con el pie sus cuerpos hacia el mar. Hecho lo cual, encaróse con Nur, y en un tono de mando que no admitía réplica, le gritó: "¡Yalah! ¡Vamos! ¡Suelta las amarras, despliega las velas y cuida las jarcias, mientras yo me ocupo del timón!" Y dominado por el ascendiente que sobre él ejercía el terrible capitán, y como, además, no disponía de armas con qué defenderse y tratar de echar pie a tierra para ponerse en salvo, no tuvo más remedio Nur que obedecer, y aunque era inexperto en cosas de mar, ejecutó la maniobra lo mejor que pudo. Y dirigido desde la barra por la mano firme del capitán, el pequeño navío alejóse a toda vela, y empujado por el viento propicio, puso la proa hacia Al-Iskandaria.
Entretanto, el pobre Nur se lamentaba desde lo más profundo de su alma, sin atreverse a quejarse descaradamente en presencia del barbudo capitán, que le miraba con ojos chispeantes; y se decía: "¡Vaya una calamidad que ha caído sobre mi cabeza en el momento en que creía yo acabadas mis tribulaciones! ¡Y cada contratiempo que me ocurre es peor que el anterior! ¡Si al menos comprendiese yo algo de todo esto! Y luego, ¿qué va a ser de mí al lado de este hombre feroz? ¡Sin duda que no saldré vivo de entre sus manos!" Y siguió dejándose llevar así de sus desoladores pensamientos durante toda la noche, cuidando de las velas y de los aparejos.
Por la mañana, a la vista de una ciudad donde iban a anclar para contratar más tripulantes, el capitán se levantó de pronto, presa de gran agitación, y empezó por tirar el turbante a sus pies. Luego, como Nur le mirara estupefacto, sin comprender nada, se echó a reír, y arrancándose a dos manos la barba y los bigotes, se transformó de improviso en una joven como la luna cuando sale sobre el mar. Y Nur reconoció a la princesa Mariam. Y una vez que se le hubo pasado la emoción, se arrojó a los pies de ella, en el límite de la admiración y de la alegría, y le confesó que había tenido mucho miedo a aquel terrible capitán que con tanta facilidad separaba de los hombros las cabezas de las personas. Y la princesa Mariam se rió mucho de su terror; y tras de abrazarse, apresuróse cada cual a maniobrar para entrar en el puerto de la ciudad. Y cuando estuvieron en tierra, contrataron a varios marineros, y se hicieron a la mar otra vez. Y la princesa Mariam, que entendía a maravilla la navegación y conocía las rutas marinas y los vientos y las corrientes, siguió dando de día las órdenes necesarias en el transcurso del viaje.
Pero por la noche no dejaba de acostarse junto a su bienamado Nur y de saborear, en medio de la frescura marina, bajo el cielo puro, todas las voluptuosidades del amor. ¡Alah los guarde y los conserve y aumente sobre ellos sus favores!
Alah les decretó hasta el fin del viaje una navegación sin contratiempo, y no tardaron en divisar la Columna del Mástil. Y cuando el navío estuvo amarrado al puerto y los hombres de la tripulación bajaron a tierra, dijo Nur a la princesa Mariam: "¡Henos por fin en tierra musulmana! ¡Espérame aquí un momento solamente, que voy a comprarte todo lo preciso para que entres decentemente en la ciudad, pues veo que no tienes ropa, ni velo, ni babuchas!" Y contestó Mariam: "Sí, vé a comprarme todo eso, ¡pero no tardes en volver!" Y Nur bajó a tierra para comprar aquellos objetos. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente al rey de los francos de Constantinia! Al día siguiente de la partida nocturna de la princesa fueron a anunciarle su desaparición, y no pudieron darle otro detalle sino que había ido a hacer sus devociones a la gran iglesia patriarcal. Pero en el mismo instante llegó la anciana celadora, que iba a anunciarle la desaparición del nuevo servidor de la iglesia, e inmediatamente le enteraron también de la marcha del navío y de la muerte de los diez marineros cuyos cuerpos decapitados se hallaron en la playa. Y el rey de los francos, bullendo de furor reconcentrado en su vientre, reflexionó durante una hora de tiempo, y dijo: "¡Puesto que mi navío ha desaparecido, no cabe duda que ha transportado a mi hija!" Y sobre la marcha llamó al capitán del puerto y al visir tuerto y cojo, y les dijo: "¡Ya os habréis enterado de lo que acaba de suceder! Sin duda ha partido mi hija para el país de los musulmanes en busca de sus perforadores. ¡Como no déis con ella, viva o muerta, nada os salvará del palo que os espera! ¡Salid!"
Entonces el viejo visir tuerto y cojo y el capitán del puerto se apresuraron a fletar un navío, y sin tardanza se hicieron a la vela con rumbo a Al-Iskandaria, adonde llegaron en el mismo momento que ambos fugitivos. Y reconocieron el navío amarrado al puerto. Y también divisaron, sin dejar lugar a duda, a la princesa Mariam, que estaba sentada sobre cubierta en un montón de jarcias. Y al punto hicieron destacarse en una barca a unos cuantos hombres armados, que se abalanzaron de pronto al navío de la princesa, consiguieron apoderarse de ella de improviso, la amordazaron y la transportaron a bordo de su nave después de prender fuego al navío. Y sin pérdida de tiempo llegaron a alta mar y pusieron la proa con rumbo a Constantinia, teniendo la fortuna de arribar allá sin contratiempo. Y se apresuraron a hacer entrega de la princesa Mariam a su padre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 705ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y se apresuraron a hacer entrega de la princesa Mariam a su padre.
Cuando el rey de los francos vió entrar a su hija, y sus ojos se encontraron con los ojos de ella, no pudo contener la violencia de sus sentimientos, e inclinándose en su trono y adelantando los puños, le gritó: "¡Mal hayas, hija maldita! ¡Sin duda abjuraste de las creencias de tus antepasados, ya que así abandonas las moradas de tu padre y vas en busca de los descreídos que te quitaron el sello! ¡En verdad que tu muerte apenas podrá lavar la afrenta hecha al nombre cristiano y al honor de nuestra raza! ¡Ah, maldita! ¡prepárate a ser ahorcada a la puerta de la iglesia!" Pero, lejos de turbarse, contestó la princesa Mariam: "Ya conoces mi franqueza, padre mío. No soy tan culpable como crees. Porque, ¿qué crimen cometí al querer volver a una tierra en que calienta el sol con sus rayos y en que lòs hombres son fuertes y enteros? ¿Y qué iba a hacer aquí entre sacerdotes y eunucos?"
Al oír estas palabras, la cólera del rey llegó a sus límites extremos, y gritó a sus verdugos: "¡Quitad de mi vista a esa hija ignominiosa, y lleváosla para hacerla perecer con la muerte más cruel!"
Cuando los verdugos se disponían a prender a la princesa, el viejo visir tuerto avanzó hacia el trono renqueando, y después de besar la tierra entre las manos del rey, dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡permite a tu esclavo formular un ruego antes de la muerte de la princesa!" El rey dijo: "Habla, ¡oh mi viejo visir abnegado! ¡oh sostén de la cristiandad!" Y dijo el visir: "Has de saber ¡oh rey! que desde hace mucho tiempo tu indigno esclavo está prendado de los encantos de la princesa. Por eso vengo a rogarte que no la hagas morir, y como única recompensa por las pruebas acumuladas que te di de mi abnegación en interés de su trono y de la cristiandad, me la concedas por esposa. ¡Y el caso es que, como soy tan feo, este matrimonio, que resulta para mí un favor, podrá servir al mismo tiempo de castigo a los pecados de la princesa! ¡Por lo demás, me comprometo a tenerla encerrada en el fondo de mi palacio, al abrigo de toda fuga y de las asechanzas de los musulmanes para en adelante!"
Al oír estas palabras de su viejo visir, dijo el rey: "¡No hay inconveniente! Pero ¿qué vas a hacer ¡oh pobre! con este tizón quemado en los fuegos del infierno? ¿Y no temes las funestas consecuencias de ese matrimonio? ¡Por el Mesías que, en tu lugar, me metería yo en la boca el dedo durante largo rato para reflexionar acerca de un asunto tan grave!"
Pero el visir contestó: "¡Por el Mesías, que no me hago ilusiones a ese respecto, y no ignoro la gravedad de la situación! ¡Pero ya sabré obrar con el tacto bastante para impedir que mi esposa se entregue a excesos reprensibles!" Y al oír estas palabras, echándose a reír, el rey de los francos bamboleó en su trono, y dijo al viejo visir: "¡Oh padre claudicante! ¡espero ver crecer en tu cabeza dos colmillos de elefante! ¡Pero te prevengo que, como dejes escapar de tu palacio a mi hija o no la impidas añadir una aventura más a sus aventuras tan deshonrosas para nuestro nombre, tu cabeza saltará de tus hombros! ¡Con esa única condición te doy mi consentimiento!" Y el viejo visir aceptó la condición, y besó los pies al rey.
Al punto se informó de aquel matrimonio a todos los sacerdotes, monjes y patriarcas, así como a todos los dignatarios de la cristiandad. Y con tal motivo se dieron grandes fiestas en palacio. Y terminadas las ceremonias, el viejo repugnante visir penetró en la cámara de la princesa. ¡Que Alah impida a la fealdad tocar al esplendor! ¡Y ojalá entregue el alma ese inmundo cerdo antes que mancillar las cosas puras!
¡Pero ya volveremos a encontrarle!
En cuanto a Nur, que había bajado a tierra para comprar las cosas necesarias al tocado de la princesa, cuando volvió con el velo, el traje y un par de babuchas de cuero amarillo limón, vió que una muchedumbre inmensa iba y venía por el puerto. Y preguntó la causa de tal tumulto; y le dijeron que la tripulación de un barco franco acababa de abordar y quemar de improviso un navío amarrado no lejos de allá, llevándose a una joven que se hallaba en él. Y al escuchar esta noticia, a Nur se le mudó el color y cayó al suelo sin conocimiento.
Cuando, al cabo de cierto tiempo, volvió de su desmayo, hubo de contar a los presentes su triste aventura. Pero no hay utilidad en repetirla. Y todos empezaron a censurar su conducta y a dirigirle mil reproches, diciéndole: "¡No tienes más que tu merecido! ¿Por qué là dejaste sola? ¿Qué necesidad tenías de ir a comprarle un velo y babuchas nuevas de cuero amarillo limón? ¿No podía ella bajar a tierra con sus ropas viejas y cubrirse el rostro por el momento con un trapo o un trozo de velo o cualquier otra tela? ¡Sí, por Alah, no tienes más que tu merecido!"
A la sazón llegó un jeique, que era el propietario del khan donde se alojaron Nur y la princesa a raíz de su encuentro. Y reconoció al pobre Nur, y al verle en un estado tan lastimoso, le preguntó la causa. Y cuando estuvo al corriente de la historia, le dijo: "¡En verdad que el velo era tan superfluo como el traje nuevo y las babuchas amarillas! Pero más superfluo aún sería seguir hablando de ello. ¡Ven conmigo, hijo mío! Eres joven, y en vez de llorar por una mujer y desesperarte, debes aprovecharte cuanto antes de tu juventud y de tu salud. ¡Ven! ¡Todavía no se ha extinguido en nuestro país la raza de las jóvenes hermosas! ¡Y ya sabremos encontrar para ti una egipcia bella y experta que sin duda alguna te resarcirá y te consolará de la pérdida de esa princesa franca ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 706ª NOCHE
Ella dijo:
¡ ... Y ya sabremos encontrar para ti una egipcia bella y experta que sin duda alguna te resarcirá y te consolará de la pérdida de esa princesa franca!" Pero contestó Nur, sin dejar de llorar: "¡No por Alah, mi buen tío, que nada podrá resarcirme de la pérdida de la princesa ni hacerme olvidar mi dolor!" El jeique preguntó: "Pues entonces, ¿qué vas a hacer ahora? ¡El navío se alejó con la princesa, y nada podrán ya tus lamentos!" El joven dijo: "¡Pues por eso voy a volver a la ciudad del rey de los francos, y sacaré de allí a mi bienamada!"
El otro dijo: "¡Ah hijo mío, no escuches los dictados de tu alma temeraria! Si conseguiste llevártela contigo la primera vez, ten cuidado con la segunda tentativa, y no olvides el proverbio que dice: «¡No siempre que se cae queda intacto el jarro!»" Pero Nur contestó: "¡Te agradezco tus consejos de prudencia, tío mío; pero nada impedirá que vaya a recuperar a mi bienamada, aunque tuviera que exponer a la muerte mi alma preciosa!" Y como, por voluntad de la suerte, se encontraba en el puerto un navío pronto a hacerse a la vela con rumbo a las islas de los francos, el joven Nur se presentó a embarcarse en él, y al punto levaron el ancla.
Razón tenía el jeique, propietario del khan, en advertir a Nur los peligros en medio de los cuales iba a arrojarse desatentadamente. En efecto, el rey de los francos, desde que ocurrió la última aventura a su hija, había jurado por el Mesías y por los libros de la impiedad exterminar por tierra y por mar a la raza de los musulmanes; y había mandado fletar cien navíos de guerra para dar caza a los barcos de los musulmanes y asolar las costas y sembrar por doquiera ruina, carnicería y muerte. Así es que, en el momento en que entraba en el mar de las islas el navío donde se hallaba Nur, fue visto por uno de aquellos barcos de guerra, y capturado y conducido al puerto del rey de los francos, precisamente el primer día de las fiestas que se daban para celebrar las nupcias del visir tuerto con la princesa Mariam. Y para celebrar mejor aquellas fiestas y satisfacer su sed de venganza, el rey dio orden de hacer morir en el palo a todos los prisioneros musulmanes.
Se ejecutó, naturalmente, orden tan feroz, y todos los prisioneros musulmanes fueron empalados, uno tras otro, a la puerta del palacio en que tenía lugar la boda. Y ya no quedaba por empalar más que el joven Nur, cuando el rey, que asistía con toda su corte a la ejecución, le miró atentamente, y dijo: "¡No estoy seguro; pero, ¡por el Mesías! me parece que éste es el joven que cedí, hace algún tiempo, a la celadora de la iglesia! ¿A qué se debe que esté aquí después de evadirse la primera vez?"
Y añadió: "¡Hola! ¡hola! ¡que le empalen por haberse evadido!" Pero en aquel momento se adelantó el visir tuerto, y dijo al rey: "¡Oh rey del tiempo! ¡también yo hice a mi vez una promesa! ¡Y consiste en inmolar a la puerta de mi palacio tres musulmanes jóvenes para atraer la bendición sobre mi matrimonio! ¡Te ruego, pues, que me facilites los medios de cumplir mi promesa, dejándome escoger tres prisioneros entre la redada de prisioneros!" Y dijo el rey: "¡Por el Mesías, que no sabía yo tu promesa! ¡De no ser así, te hubiera cedido no tres, sino treinta prisioneros! Y el visir se llevó consigo a Nur, con intención de regar con la sangre del joven el umbral de su palacio; pero después de haber pensado que su promesa no se cumpliría por completo mientras no sacrificase a tres musulmanes a la vez, arrojó a Nur, todo encadenado, en la cuadra del palacio, adonde por el momento pensaba torturarle de hambre y sed.
Y he aquí que el visir tuerto tenía en su cuadra dos caballos gemelos de una hermosura milagrosa, de la raza más noble de Arabia, y cuya genealogía llevaban colgada al cuello en una bolsa sujeta por una cadena de turquesas y de oro. Uno de ellos era blanco como una paloma y se llamaba Sabik, y el otro era negro como un cuervo y se llamaba Lahik. Y aquellos dos maravillosos caballos eran famosos entre los francos y los árabes, y daban envidia a reyes y sultanes. Uno de aquellos caballos, empero, tenía en un ojo una nube blanca; y la ciencia de los más hábiles veterinarios no pudo conseguir que desapareciese. Y el mismo tuerto había tratado de curarle, porque estaba muy versado en las ciencias y en la medicina; pero no hizo más que agravar el mal y aumentar la opacidad de la nube.
Cuando Nur, conducido por el visir, llegó a la cuadra, observó la nube en el ojo del caballo y se sonrió. Y el visir vióle sonreír de aquella manera, y le dijo: "¡Oh musulmán! ¿de qué te sonríes?" El joven dijo: "¡De esa nube!" El visir dijo: "¡Oh musulmán! ¡ya se que los de tu raza son muy entendidos en caballos y conocen mejor que nosotros el arte de cuidarlos! ¿Es por eso por lo que te sonríes?" Y Nur, que precisamente sabía a maravilla el arte veterinario, contestó: "¡Tú lo has dicho! ¡En todo el reino de los cristianos no hay veterinario que pueda curar a ese caballo! ¡Pero yo puedo hacerlo! ¿Qué me darás si mañana te encuentras a tu caballo con los ojos tan sanos como los de la gacela?" El visir contestó: "¡Te concederé la vida y la libertad y te nombraré en el momento jefe de mis caballerizas y veterinario del palacio!" Nur dijo: "¡En ese caso, desátame las ligaduras!" Y el visir desató las ligaduras que sujetaban los brazos de Nur; y Nur cogió enseguida sebo, cera, cal y ajo, y lo mezcló con extracto de cebollas concentrado, e hizo un emplasto que aplicó al ojo del caballo. Tras de lo cual se acostó en el camastro de la cuadra, y dejó a Alah el cuidado de la cura...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 707ª NOCHE
Ella dijo:
"...Tras de lo cual se acostó en el camastro de la cuadra, y dejó a Alah el cuidado de la cura.
Al día siguiente por la mañana fué renqueando el visir tuerto a levantar el emplasto por sí mismo. Y su asombro y su alegría llegaron a los límites extremos cuando vió que el ojo del caballo estaba limpio como la luz de la mañana. Y llegaron a tanto sus transportes, que puso a Nur su propio manto y en el momento le nombró jefe de sus caballerizas y primer veterinario del palacio. Y le dió por habitación el aposento situado encima de las cuadras, enfrente del palacio en que se hallaban sus propios aposentos, que sólo estaban separados por el patio. Tras de lo cual se fué para asistir a las fiestas que se daban con motivo de sus bodas con la princesa. ¡Y no sabía que el hombre jamás escapa a su destino, y de cuanto prepara la suerte a quienes de antemano tiene reservado para servir de escarmiento a las generaciones!
Había llegado el séptimo día de las fiestas, y aquella misma noche el feo viejo debía entrar en posesión de la princesa. (¡Alejado sea el Maligno!) Y he aquí que precisamente la princesa estaba asomada a su ventana y oía los últimos tumultos y los gritos lanzados a lo lejos en honor suyo. Y pensaba, muy triste, en su bienamado Nur, el vigoroso y hermoso joven de Egipto, que había cortado la flor de su virginidad. Y a este recuerdo bañaba su alma una gran melancolía, y le subían las lágrimas a los ojos. Y se decía ella: "¡En verdad que nunca dejaré que se aproxime a mí ese viejo repulsivo! ¡Antes le mataré y luego me tiraré al mar por la ventana!" Y mientras dejábase impregnar por la amargura de estos pensamientos, oyó debajo de sus ventanas una hermosa voz de joven que en medio de la noche cantaba versos árabes acerca de la separación de los amantes. Era Nur, que en aquel momento, cuando terminó de cuidar a los dos caballos, había subido a su aposento y también se había asomado a su ventana para pensar en su bienamada. Y cantaba estas palabras del poeta:
¡Oh felicidad desaparecida; vengo a buscarte lejos de nuestras moradas, en un país cruel, o a hacerme, por lo menos, la ilusión de encontrarte! ¡Ay de mí!
¡Mis sentidos equivocados creen reconocerte en todo lo que tiene algo de gracia o algún encanto atrayente! ¡Ay de mí!
¡Si en la lejanía suspira sus melodías una flauta o un laúd le responde con sus acordes armoniosos, se me mojan de lágrimas los ojos al pensar en nosotros dos! ¡Ay de ambos!
Cuando la princesa Mariam hubo oído este canto con que el bienamado de su corazón expresaba los sentimientos de su amor fiel, reconoció su voz al punto y se emocionó hasta el límite de la emoción.
Pero como era prudente y avisada, supo dominarse para no hacerse traición ante las doncellas que la rodeaban, y empezó por mandarlas que se marchasen. Después cogió un papel y un cálamo, y escribió lo que sigue:
"¡En el nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso! ¡Y ahora, que la paz de Alah sea contigo, ¡oh Nur! así como Su misericordia y Su bendición!
"¡Quiero decirte que tu esclava Mariam te saluda y arde en deseos de reunirse contigo! Escucha, pues, lo que te dice aquí, y haz lo que te ordena.
"A primera hora de la noche, hora propicia a los amantes, coge los dos corceles, Sabik y Lahik, y condúcelos fuera de la ciudad, detrás de la puerta del Sultán, donde me esperarás. ¡Y si te preguntan que adónde llevas los caballos, contesta que los sacas para que den un paseo!"
Luego dobló este billete, lo escondió en un pañuelo de seda, y agitó el pañuelo desde la ventana en dirección a Nur. Y cuando vió que él la había advertido y que estaba ya cerca, arrojó por la ventana el pañuelo. Y Nur lo recogió, lo abrió y se encontró con el billete, que hubo de leer para llevárselo después a los labios y a la frente en señal de asentimiento. Y se apresuró a volver a las cuadras, donde esperó con la más viva impaciencia la primera hora de la noche. Ensilló entonces a los dos nobles animales y salió de la ciudad con ellos, sin que nadie le estorbase el camino. Y esperó a la princesa detrás de la puerta del Sultán, teniendo de la brida a los caballos.
Precisamente en aquel momento, terminadas las fiestas y llegada la noche, el viejo tuerto tan feo y tan repugnante penetraba en la cámara de la princesa para cumplir lo que tenía que cumplir. Y la princesa, al verle entrar, se estremeció de horror, de tan repulsivo como era el aspecto de él. Pero como ella tenía que seguir un plan que no quería hacer fracasar, trató de dominar sus sentimientos de repulsión, y levantándose en honor suyo, le invitó a sentarse junto a ella en el diván. Y le dijo el viejo cojo: "¡Oh soberana mía! ¡eres la perla de Oriente y de Occidente, y a tus pies es donde debiera yo prosternarme!" Y contestó la princesa: "¡Está bien! pero dejémonos de cumplimientos. ¿Dónde está la cena? ¡Tengo mucha hambre, y ante todo debemos empezar por comer!"
Al punto llamó el viejo a las esclavas, y en un instante se sirvieron bandejas cubiertas de los manjares más raros y más exquisitos, que se componían de cuanto vuela por los aires, nada por los mares, anda por la tierra y crece en los árboles de los huertos y en los arbustos de los parterres. Y se pusieron ambos a comer juntos; y la princesa se desvivía por ofrecerle los mejores bocados; y el viejo estaba entusiasmado de tales atenciones y se le dilataba el pecho y se felicitaba de alcanzar sus propósitos con mucha más facilidad de lo que creía. Pero de pronto cayó de espaldas sin conocimiento, dando con la cabeza antes que con los pies. Porque la princesa había logrado echar disimuladamente en la copa un poco de bang marroquí capaz de derribar a un elefante y dejarle más ancho que largo. ¡Loores a Alah, que no permite que la fealdad mancille la pureza ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 708ª NOCHE
Ella dijo:
". . . un poco de bang marroquí capaz de derribar a un elefante y de dejarle más ancho que largo. ¡Loores a Alah, que no permite que la fealdad mancille la pureza!
Cuando la princesa Mariam vió al visir rodar de tal modo como un cerdo hinchado, se levantó en aquella hora y en aquel instante, tomó dos sacos que llenó de pedrerías y de joyas, cogió un alfanje que tenía la hoja empapada en sangre de leones, se lo sujetó a la cintura, se cubrió con amplio velo, y valiéndose de una cuerda se descolgó por la ventana al patio para salir desde allí del palacio sin ser notada y correr en dirección a la puerta del Sultán, adonde llegó sin contratiempo. Y no bien divisó a Nur, se lanzó hacia él, y sin darle tiempo para besarla siquiera, saltó a lomos del caballo Lahik, y gritó a Nur: "¡Monta en Sabik, y sígueme!" Y renunciando a toda reflexión, Nur a su vez saltó a lomos del otro caballo y le puso a galope tendido para alcanzar a su bienamada, que estaba ya lejos. Y corrieron de tal suerte durante toda la noche hasta la aurora.
Cuando le pareció a la princesa que había puesto una distancia grande entre ellos dos y los que pudieran perseguirles, consintió en detenerse un momento para descansar y dar aliento a los dos nobles brutos. Y como el paraje a que habían llegado era delicioso y tenía prados verdes, boscajes, árboles frutales, flores y agua corriente, y la frescura de la hora les invitaba al placer tranquilo, quedaron encantados de poder sentarse por fin uno al lado del otro en la paz de aquellos lugares, y de contarse mutuamente lo que sufrieron durante su separación. Y después de beber hasta saciarse agua de arroyo y de refrescarse con frutas cogidas a discreción en los propios árboles, hicieron sus abluciones y se tendieron uno en brazos de otro, frescos, bien dispuestos y enamorados. Y de una vez se resarcieron de todo el tiempo perdido en abstinencia. Luego, halagados por la dulzura del aire y el silencio, se dejaron llevar del sueño bajo las caricias de la brisa de la mañana.
Estuvieron dormidos de aquel modo hasta mediar el día, y sólo se despertaron cuando oyeron resonar la tierra como si la golpearan millares de cascos de caballos. Y abrieron los ojos, y vieron el ojo del sol oscurecido por un torbellino de polvo, en medio de cuya densidad brillaban relámpagos como en un cielo tempestuoso. Y no tardaron en percibir galope de caballos y tintineo de armas. ¡Les perseguía un ejército entero!
En efecto, por la mañana de aquel día, el rey de los francos se había levantado muy temprano para ir a saber por sí mismo noticias de su hija la princesa y tranquilizarse con respecto a ella, porque estaba muy lejos de creer en el éxito del matrimonio de ella con un viejo que sin duda tenía la médula derretida desde hacía mucho tiempo. Pero su sorpresa llegó a los límites extremos al no encontrar a suhija y al ver al visir tendido en tierra, privado de sentido y con la cabeza entre los pies. Y como ante todo quería saber lo que había sido de la princesa, aplicó vinagre a la nariz del visir, quien recobró al punto el uso de sus facultades. Y con voz aterradora, le gritó el rey: "¡Oh maldito! ¿dónde está mi hija Mariam, esposa tuya? El viejo contestó:"¡Oh rey, no lo sé!" Entonces, lleno de furor, sacó el rey su sable, y de un solo tajo partió en dos la cabeza del visir; y salió el alma por las mandíbulas, brillando. ¡Alah aloje por siempre su alma descreída en el último piso del infierno!
Al mismo tiempo llegaron, temblando, los palafreneros, para anunciar al rey la desaparición del nuevo veterinario y de los dos caballos Sabik y Lahik. Y ya el rey no dudó de la fuga de su hija con el jefede las caballerizas, y al punto punto hizo llamar a tres de sus primeros patricios y les ordenó que cada uno se pusiera a la cabeza de tres mil hombres y le acompañaran a ir en busca de su hija. Y agregó a este ejército los patriarcas y los grandes de su corte, se adelantó él mismo al frente de las tropas, y se puso en persecución de la fugitiva, a la cual alcanzó en la pradera consabida.
Cuando Mariam vió acercarse aquel ejército, montó a caballo, y gritó a Nur: "Deseo ¡oh Nur! que vayas a mi zaga, porque voy a atacar yo sola a nuestros enemigos, y a defenderte y defenderme de ellos, aunque sean innumerables como los granos de arena!" Y blandiendo su alfanje, improvisó estos versos:
¡Quiero mostrar hoy mi vigor y mi valentía, y aplastar yo sola a mis enemigos coaligados!
¡Demoleré hasta los cimientos los baluartes de los francos, y mi sable afilado partirá las cabezas de sus jefes!
¡Tiene mi caballo el color de la noche, y mi bravura es resplandeciente como el día!
Ya se comentará hoy lo que digo: ¡porque soy la amazona única entre los mortales!
Dijo, y se lanzó contra el ejército de su padre ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 709ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Cuando la princesa hubo improvisado estos versos, se lanzó contra el ejército de su padre. Y el rey la vió llegar, girando en sus órbitas unos ojos que parecían de azogue. Y exclamó: "¡Por la fe del Mesías, que es lo bastante insensata para atacarnos!" Y detuvo la marcha de sus tropas, y avanzó solo hacia su hija, gritándole: "¡Oh hija de la perversidad! ¡he aquí que te atreves a retarme y te dispones a atacar al ejército de los francos! ¡Oh insensata! ¿es que renunciaste a todo pudor y renegaste de la religión de tus padres? ¿E ignoras que, si no te confías a mi clemencia, te espera una muerte segura?" Ella contestó: "¡Lo que ha pasado es irrevocable, y consiste en el misterio de la ley musulmana! ¡Creo en Alah el Unico y en su Enviado Mahomed el Bendito, hijo de Abdalah! ¡Y jamás renunciaré a mi creencia y a la fidelidad de mi afecto por el joven de Egipto, aunque tuviera que apurar la copa de mi ruina!" Dijo, e hizo caracolear a su caballo espumeante a la vista del ejército de los francos, y cantó estas estrofas guerreras, hendiendo el aire con su sable centelleante:
¡Qué dulce es combatir en el día de la batalla! ¡Ven a mí, si te atreves, vil barahúnda! ¡Venid, cristianos, a afrontar mis golpes que aplastan!
¡Hundiré en el polvo vuestras cabezas cortadas, y heriré en el corazón a vuestro poderío! ¡Y los cuervos graznarán sobre vuestras moradas y anunciarán vuestra destrucción!
¡En el filo de mi alfanje beberéis tragos amargos como el jugo de la coloquíntida! ¡Y serviré a vuestro rey la copa de las calamidades para quitarle por siempre el sabor del agua clara!
¡Ea! ¡venid a mí, si existe un bravo entre vosotros! ¡Venid a aliviar mi pena y a curar mi dolor con vuestra sangre!
¡Adelantaos, si es que no está forjada con cobardía vuestra alma, y veréis cómo os acoje la punta de mi alfanje bajo la polvareda!
Así cantó la heroica princesa. Y se inclinó sobre el caballo, le besó en el cuello, le acarició con la mano, y le dijo al oído: "¡Ya te ha llegado ¡oh Lahik! el día digno de tu raza y de tu nobleza!" Y el hijo de árabes se estremeció y relinchó, y saltó más rápido que el viento Norte, echando lumbre por la narices. Y la princesa Mariam, lanzando un espantoso rugido, cargó sobre el ala izquierda de los francos, y al galope de su corcel segó con su alfanje diecinueve cabezas de jinetes. Luego volvió a colocarse en medio de la arena, y desafió a los francos con grandes gritos.
Al ver aquello, el rey llamó a uno de los tres patricios jefes de sus tropas, que se llamaba Barbut. Era un hábil guerrero, vivo como el fuego y el sostén más firme del trono del rey franco, y el primero de los grandes de su reino y de su corte por su fuerza y por su valentía; y la caballería era su fuerte. Y a la llamada de su rey, se adelantó el patricio Barbut, hirviendo de ardor, montado en un caballo de noble raza y jarretes robustos; y le resguardaba una cota de oro sobrecargada de adornos, con mallas apretadas como alas de langosta. Y consistían sus armas en un sable afilado y destructor, una lanza enorme semejante al mástil de un barco, y con un golpe de la cual hubiese derribado una montaña, cuatro javelinas aguzadas y una maza espantosa erizada de clavos. Y bordado así de hierro y de armas ofensivas y defensivas, era comparable a una torre.
El rey le dijo: "¡Oh Barbut! ¡Ya ves la matanza que ha hecho esta hija desnaturalizada! ¡A ti te incumbe someterla y traérmela viva o muerta!" Luego le hizo bendecir por los patriarcas, los cuales iban cubiertos con vestiduras abigarradas y enarbolando cruces por encima de sus cabezas, y leyeron sobre la cabeza del guerrero el Evangelio, implorando en favor suyo a los ídolos de su terror y de su impiedad. ¡Pero nosotros, musulmanes, invocamos a Alah el Unico, que está lleno de fuerza y majestad!
En cuanto al patricio Barbut acabó de besar el estandarte de la cruz, se lanzó a la arena bramando como un elefante furioso y vomitando su lengua horribles injurias para la religión de los creyentes. ¡Maldito sea! Pero la princesa, por su parte, le vió llegar a ella, y rugió cual una leona madre de leoncillos; y gruñendo, mugiendo y rápida como una ave de presa, lanzó su corcel Lahik contra su adversario. Y se entrechocaron ambos como dos montañas desquiciadas, y se acometieron con furor, aullando con la fuerza de los demonios. Luego se separaron e hicieron varias evoluciones, y volvieron a encontrarse con rabia en un nuevo asalto, parando los golpes mutuos con una destreza y una rapidez maravillosas que llevaban a los ojos la estupefacción. Y la polvareda que los cascos de los caballos levantaban les hurtaba a las miradas a veces; y era tan fuerte el calor abrumador, que las piedras llameaban cual tizones. Y duró la lucha una hora con igual heroísmo por una y otra parte.
Pero el patricio Barbut, que perdió alientos el primero, quiso acabar ya; y se cambió la maza de armas de la mano derecha a la mano izquierda, asió una de sus cuatro javelinas y la lanzó contra la princesa, acompañándola de un grito semejante al estrépito del trueno. Y se escapó de su mano el arma cual relámpago que cegase la mirada. Pero la princesa la vió venir, esperó a que estuviese próxima, y la desvió prestamente con un revés de su alfanje; y la javelina fué silbando a hundirse a lo lejos en la arena. Y cuando el ejército todo vió aquello, se sintió poseído de asombro.
Entonces Barbut cogió una segunda javelina, y la disparó con furor, gritando: "¡Hiera y mate!" Pero la princesa evitó el tiro y lo hizo inútil. Y la tercera y la cuarta javelinas corrieron la misma suerte. Entonces Barbut, tremendo de furor y loco de humillación, tomó otra vez su maza con la mano derecha, rugió como un león, y la lanzó con toda la fuerza de su brazo, apuntando a su adversaria. Y la enorme maza hendió pesadamente el aire y llegó hasta Mariam, la cual hubiese sido aplastada sin remedio, si la heroína no la cogiese al vuelo y la retuviese en la mano; pues Alah habíala dotado de destreza, de astucia y de fuerza. ¡Y la blandió ella a su vez! Y las miradas de quien la veía cegaban de admiración. Y como una loba, corrió hacia el patricio y le gritó, mientras su respiración silbaba cual la víbora cornuda: "¡Mal hayas, maldito! ¡Ven aquí para aprender a manejar una maza de armas ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 710ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y como una loba, corrió hacia el patricio, y le gritó, mientras su respiración silbaba cual la víbora cornuda: "¡Mal hayas, maldito! ¡Ven aquí para aprender a manejar una maza de armas!"
Cuando el patricio Barbut vió que su adversaria blandía de aquel modo la maza en el aire, creyó que cielo y tierra desvanecíanse a su vista. Y desalentado, olvidando todo valor y toda presencia de ánimo, volvió la espalda, protegiéndose en su fuga con el escudo. Pero la princesa heroica le siguió de cerca, le apuntó, y haciendo voltear la pesada maza de armas, se la lanzó a la espalda. Y la maza voltigeante fué a caer sobre el escudo con más fuerza que una roca disparada por una máquina de guerra. Y derribó del caballo al patricio, rompiéndole cuatro costillas. Y rodó él por el polvo, se revolcó en su sangre y arañó la tierra con sus uñas. Y fué la suya una muerte sin agonía, porque Azrael, ángel de la muerte, se acercó a él a última hora, y le arrancó el alma, que fué a rendir cuenta de sus errores y de su descreimiento a Quien conoce los secretos y penetra los sentimientos.
Entonces la princesa Mariam, a galope tendido, hizo rozar la tierra el vientre de su caballo, recogió la enorme lanza de su enemigo muerto, y se alejó a alguna distancia. Y allá hundió en tierra profundamente la lanza, y haciendo cara a todo el ejército de su padre, detuvo bruscamente su caballo dócil, se apoyó en la larga lanza, y se mantuvo inmóvil en aquella actitud con la cabeza erguida y provocadora. Y de tal modo, formando un solo cuerpo con su caballo y su lanza clavada en el suelo, era inquebrantable como una montaña e inmutable como el Destino.
Cuando el rey de los francos vió sucumbir de tal suerte al patricio Barbut, en su dolor se golpeó el rostro, desgarró sus vestiduras y llamó al segundo patricio jefe de su ejército, que se llamaba Bartú y era un héroe reputado entre los francos pór su intrepidez y su valor en los combates singulares. Y le dijo: "¡Oh patricio Bartú! ¡A ti te incumbe ahora vengar la muerte de Barbut, hermano tuyo en armas!" Y el patricio Bartú contestó, inclinándose: "¡Escucho y obedezco!" Y lanzando su caballo a la arena, corrió hacia la princesa.
Pero la heroína, siempre en la misma actitud, no se movió: y su corcel se mantuvo firme y apuntalado sobre sus patas como un puente. Y he aquí que llegó a ella el galope furioso del patricio, que había soltado las riendas a su caballo y acudía enristrando su lanza cuyo hierro se asemejaba al aguijón del escorpión. Y se verificó tumultuosamente el doble choque.
Entonces avanzaron un paso todos los guerreros para ver mejor las terribles maravillas de aquel combate, parecido al cual jamás lo habían presenciado sus ojos. Y corría por todas las filas un escalofrío de admiración.
Pero ya los adversarios, envueltos en espesa polvareda, se asaltaban de un modo salvaje, y hacían gemir el aire con los golpes que se distribuían. Y así combatieron durante mucho rato, con la rabia en el alma y lanzándose injurias espantosas. Y el patricio no tardó en reconocer la superioridad de su enemiga, y se dijo: "¡Por el Mesías, que llegó la hora de manifestar todo mi poder!" Y asió una pica mensajera de muerte, la enarboló y la lanzó apuntando a su adversaria, y gritando: "¡Para ti!"
¡Pero no sabía que la princesa Mariam era la heroína incomparable de Oriente y de Occidente, la amazona de tierras y desiertos, y la guerrera de llanuras y montañas!
Había ella observado el movimiento del patricio y comprendido su intención. Y cuando la pica enemiga partió al vuelo en dirección suya, esperó que rozase su pecho, la cogió al vuelo de pronto, y encarándose con el patricio estupefacto, le hirió en mitad del vientre con aquella arma, que le salió centelleante por las vértebras dorsales. Y cayó él cual una torre que se derrumba; y el ruido de sus armas hizo retemblar los ecos. Y su alma fué a reunirse para siempre con la de su compañero en las llamas inextinguibles encendidas por la cólera del Juez Supremo.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 711ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y cayó él cual una torre que se derrumba; y el ruido de sus armas hizo retemblar los ecos. Y su alma fué a reunirse para siempre con la de su compañero en las llamas inextinguibles encendidas por la cólera del Juez Supremo.
Entonces la princesa Mariam hizo de nuevo caracolear a su caballo en torno del ejército, gritando: "¿En dónde están los esclavos? ¿En dónde están los jinetes? ¿En dónde están los héroes? ¿En dónde está el visir tuerto, ese perro cojo? ¡Que se presente aquí, si tiene valor para ello, el más valiente de vosotros! ¡Vergüenza sobre vosotros, ¡oh cristianos! que tembláis ante el brazo de una mujer!
Al oír y ver todo aquello, el rey de los francos, extremadamente mortificado, y muy desesperado por la pérdida de sus dos patricios, hizo ir al tercero, que se llamaba Fassián, es decir, el Pedorro, ya que era famoso por sus follones y sus cuescos, y también era un pederasta ilustre, y le dijo: "¡Oh Fassián, cuya pederastia es tu principal virtud! ¡a ti te corresponde ahora combatir con esa maldita, y vengar con su muerte la de tus compañeros!" Y después de responder con el oído y la obediencia, el patricio Fassián lanzó su caballo al galope, soltando tras de sí un trueno de cuescos retumbantes, capaces de hacer blanquear de terror los cabellos de un niño en la cuna, y de henchir las velas de un navío.
Pero ya, por su parte, Sett Mariam había tomado campo, y había lanzado a Lahik en un galope más rápido que el relámpago que brilla y el granizo que cae. Y saltaron ambos uno sobre otro como dos carneros, y se encontraron con tanta violencia, que se hubiera creído el suyo el choque de dos montañas. Y el patricio, precipitándose sobre la princesa, dió un grito estridente y le tiró un derrote furibundo. Pero lo evitó ella con ligereza, paró diestramente la lanza de su adversario y la rompió en dos. Luego, en el momento en que el patricio Fassián, impulsado por la velocidad adquirida, pasaba junto a ella, se volvió de pronto, efectuando un giro rápido, y con el mango de su propia lanza le hirió ambos hombros con tanta violencia, que le hizo perder los estribos. Y acompañando aquel movimiento con un grito terrible, se precipitó sobre él, que yacía de espaldas, y le metió la lanza por la boca, y le clavó en el suelo la cabeza, hundiendo profundamente en tierra la punta del arma.
Al ver aquello, todos los guerreros quedaron mudos de estupefacción al pronto. Luego sintieron de improviso pasar sobre sus cabezas el escalofrío del pánico; porque ya no sabían si la heroína que acababa de realizar tales hazañas era una criatura humana o un demonio. Y volviendo la espalda, trataron de salvarse por medio de la fuga, azotando el viento con sus piernas. Pero Sett Mariam echó a correr tras ellos, devorando a su paso la distancia. Y les alcanzaba por grupos o separadamente, les hería con su alfanje, voltigeante, y les hacía beber de un trago la muerte, sumergiéndoles en el océano de los destinos.
¡Y estaba tan alegre su corazón, que parecíale que el mundo no podría contenerlo! Y mató a los que mató, e hirió a los que hirió, y cubrió de muertos la tierra en todos sentidos. Y con los brazos alzados al cielo en señal de desesperación, el rey de los francos huía con sus guerreros corriendo en medio de sus tropas desbandadas, de sus patriarcas y de sus sacerdotes, como correría en medio de un rebaño de carneros el pastor perseguido por la tempestad. Y la princesa no cesó de perseguirles de aquel modo, haciendo una gran matanza, hasta el momento en que el sol se cubrió por completo con el manto de la palidez.
Sólo entonces pensó Mariam en detener su carrera victoriosa. Volvió, pues, sobre sus pasos, y fué en busca de su bienamado Nur, que ya comenzaba a inquietarse por ella, y reposó en sus brazos aquella noche, olvidando con las caricias compartidas y las voluptuosidades del amor, los peligros que acababa de afrontar para salvarle y librarse por siempre de sus perseguidores cristianos. Y al día siguiente, después de discutir ampliamente acerca del paraje que habitarían mejor en adelante, decidieron probar el clima de Damasco. Y se pusieron en camino para aquella ciudad deliciosa.
¡Y he aquí lo referente a ellos!
En cuanto al rey de los francos, cuando estuvo de regreso en Constantinia, con la nariz bastante alargada y el saco de su estómago revuelto a causa de la muerte de sus tres patricios Barbut, Bartú y Fassián, y a causa también de la derrota de su ejército, convocó su Consejo de Estado, y después de exponer su desgracia con los menores detalles, preguntó qué partido debía tomar. Y añadió: "¡Ya no sé adónde habrá ido esa hija de los mil cornudos del impudor! Pero me inclino a creer que habrá ido a algún país musulmán de esos en que dice que los hombres son machos robustos e incansables! ¡Porque esa hija de zorra es un tizón inflamado del infierno! ¡Y los cristianos no le parecían lo bastante membrudos para calmar sus deseos incesantes! ¡Os pido, pues, que me digáis ¡oh patriarcas! qué debo hacer en tan enojosa situación!" Y tras de reflexionar durante una hora de tiempo, los patriarcas y los monjes y los grandes del reino contestaron: "Nosotros creemos ¡oh rey del tiempo! que, después de lo que ha pasado, ya no te queda más que un partido que tomar, y es enviar, con regalos, una carta al poderoso jefe de los musulmanes, al califa Harún Al-Raschid, que es señor de las tierras y de los países adonde van a llegar ambos fugitivos; y en esa carta que has de escribirle de tu puño y letra, le harás toda clase de promesas y juramentos de amistad para que acceda a detener a los fugitivos y a enviarlos con escolta a Constantinia. ¡Y no por eso te comprometerás ni nos comprometeremos a nada con ese jefe de descreídos, sino que, en cuanto nos devuelva a los fugitivos, nos apresuraremos a exterminar a los musulmanes de la escolta y a olvidar nuestros juramentos y nuestros compromisos, como tenemos costumbre de hacer cuantas veces celebramos un tratado con esos infieles, sectarios de Mahomed!" Así hablaron los patriarcas y consejeros del rey de los francos. ¡Malditos sean en esta vida y en la otra por su descreimiento y por su felonía...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 712ª NOCHE
Ella dijo:
"...Así hablaron los patriarcas y consejeros del rey de los francos. ¡Malditos sean en esta vida y en la otra por su descreimiento y por su felonía!
Y he aquí que el rey de los francos, que tenía un alma tan mala como la de sus patriarcas, no dejó de seguir aquel consejo lleno de perfidia. ¡Pero ignoraba que, tarde o temprano, la perfidia se vuelve siempre contra sus autores, y que el ojo de Alah vela siempre por sus creyentes y les defiende contra las emboscadas de sus inmundos enemigos!
Tomó, pues, un papel y un cálamo y escribió en caracteres griegos al califa Harún Al-Raschid una carta en que, después de las fórmulas más respetuosas y más llenas de admiración y de amistad, le decía
"¡Oh poderoso emir de nuestros hermanos los musulmanes! tengo una hija desnaturalizada, llamada Mariam, que se ha dejado seducir por un joven egipcio de El Cairo, el cual me la raptó y la condujo a los países que se hallan bajo tu reino y tu dominación. Por consiguiente, te suplico ¡oh poderoso emir de los musulmanes! que te sirvas hacer las pesquisas necesarias para dar con ella, y me la envíes cuanto antes con una escolta de seguridad.
"¡Y yo, en cambio, colmaré de honores y consideraciones a esa escolta que has de enviarme con mi hija, y haré todo lo que pueda serte grato! Por tanto, para mostrarte mi agradecimiento y darte prueba de mis sentimientos de amistad, te prometo, entre otras cosas, mandar edificar una mezquita en mi capital por los arquitectos que tú mismo escojas. Y además, te enviaré riquezas indiscutibles, como jamás las ha visto parecidas el hombre: jóvenes comparables a huríes, jóvenes imberbes como lunas, tesoros que no podrá destruir el fuego, perlas, pedrerías, caballos, yeguas y potros, camellas y crías de camello, y mulas con cargas preciosas conteniendo los mejores productos de nuestro clima. ¡Y si no te bastara todo eso, disminuiré los confines de mi reino para aumentar tus dominios y tus fronteras! ¡Y sello con mi sello estas promesas yo, César, rey de los adoradores de la Cruz!"
Y después de sellar esta carta, el rey de los francos se la entregó al nuevo visir que había nombrado en lugar del viejo tuerto y cojo, y le dirigió estas palabras: "Si obtuvieras audiencia de ese Harún, le dirás: "¡Oh poderosísimo califa! vengo a reclamar cerca de ti a nuestra princesa: porque tal es el motivo de la importante misión que nos está confiada: ¡Si acoges favorablemente nuestra demanda, puedes contar con el agradecimiento de nuestro señor el rey, que te mandará los más ricos presentes!" Luego, para excitar aun más el celo de su visir, a quien enviaba como embajador, el rey de los francos le prometió a él también, si tenían un feliz éxito su embajada, darle a su hija en matrimonio y colmarle de riquezas y de prerrogativas. Después le despidió, y le recomendó expresamente que entregara la carta al propio califa. Y tras de besar la tierra entre las manos del rey, se puso en camino el visir.
Y he aquí que, después de un largo viaje, llegó con su séquito a Bagdad, donde empezó por tomarse un descanso de tres días. Luego preguntó dónde estaba el palacio del califa, y cuando se lo indicaron, se presentó en él para pedir audiencia al Emir de los Creyentes. Y cuando se le introdujó en el diwán de las recepciones, el visir, postrándose a los pies del califa, besó por tres veces la tierra entre sus manos, le dijo en pocas palabras el objeto de la misión que le estaba confiada, y le entregó la carta de su señor el rey de los francos, padre de la princesa Mariam. Y Al-Raschid desprecintó la carta, la leyó, y tras de darse cuenta de todo su alcance, se mostró propicio a la demanda que contenía la esquela, aunque procedía de un rey descreído. E hizo escribir inmediatamente a los gobernadores de todas las provincias musulmanas para darles las señas de la princesa Marian y de su acompañante, con orden expresa de hacer todas las pesquisas necesarias para dar con ambos, amenazándoles con los peores castigos en caso de fracaso o negligencia, encargándoles que los enviaran a su corte sin tardanza y con buena escolta tan pronto como los descubrieran. Y a caballo o a lomos de dromedarios de carrera, partieron correos en todas direcciones, llevando cada cual una carta para un walí de provincia. Y mientras tanto, el califa retuvo consigo en el palacio al embajador franco y a todo su séquito. ¡Y he aquí lo
referente a estos diversos reyes y a sus negociaciones!
¡Pero he aquí ahora lo referente a ambos amantes! Cuando la princesa hubo derrotado por sí sola al ejército de su padre el rey de los francos, y dejó para pasto de buitres a los tres patricios que midieron sus fuerzas con ella, se encaminó a Siria con Nur, y llegó felizmente a las puertas de Damasco. Pero como viajaban por etapas pequeñas, deteniéndose en los sitios hermosos para entregarse a las manifestaciones de su amor, y no se preocupaban de las emboscadas que pudieran tenderles sus enemigos, llegaron a Damasco algunos días más tarde que los veloces correos del califa, los cuales les habían precedido y comunicaron al walí de la ciudad las órdenes concernientes a ambos. Y como no sospechaban lo que les esperaba allí, dieron su nombre sin desconfianza a los espías de la policía, que les reconocieron al punto y los mandaron detener por los guardias del walí. Y sin pérdida de tiempo, los guardias les hicieron retroceder en su camino, sin permitirles la entrada en la ciudad, y rodeándoles de armas amenazadoras les obligaron a acompañarles a Bagdad, adonde llegaron extenuados de fatiga al cabo de diez días de marcha forzada a través del desierto. Y fueron introducidos en el diwán de audiencias por los guardias del palacio ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 713ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y fueron introducidos en el diwán de audiencias, rodeados por los guardias del palacio. Y cuando estuvieron en la presencia augusta del califa, se prosternaron ante él, y besaron la tierra entre sus manos. Y dijo el chambelán que estaba de servicio entonces: "¡Oh Emir de los Creyentes! he aquí a la princesa Mariam, hija del rey de los francos, y a Nur, su raptor, hijo del mercader Corona, de El Cairo. ¡Y siguiendo órdenes del walí de la ciudad, se les ha detenido a ambos en Damasco!"
Entonces el califa posó sus ojos en Mariam, y quedó entusiasmado de la elegancia de su figura y de la belleza de sus facciones; y le preguntó: "¿Eres tú la que se llama Mariam y es hija del rey de los francos?"
Ella contestó: "Sí, yo misma soy la princesa Mariam, esclava tuya únicamente, ¡oh Emir de los Creyentes, protector de la Fe, descendiente del príncipe de los enviados de Alah!" Y el califa, muy asombrado de aquella respuesta, se encaró luego con Nur, y también quedó encantado de los hechizos de su juventud y de su hermosura; y le dijo: "¿Y tú eres el joven Nur, hijo de Corona, el mercader de El Cairo?" El aludido contestó: "Sí, soy yo, tu esclavo, ¡oh Emir de los Creyentes, sostén del imperio, defensor de la Fe!"
Y le dijo el califa: "¿Cómo te has atrevido a raptar a esta princesa franca, con menosprecio de la ley?" Entonces Nur, aprovechándose del permiso para hablar, contó toda su aventura con los menores detalles al califa, que escuchó su relato con mucho interés. Pero no hay utilidad en repetirlo.
Entonces Al-Raschid se encaró con la princesa Mariam, y le dijo: "Has de saber que tu padre, el rey de los francos, me ha enviado a este embajador que ves aquí, con una carta escrita de su puño y letra. ¡Y me afirma su gratitud y su intención de levantar una mezquita en su capital si consiento en mandarte a sus Estados! ¿Qué tienes que responder a eso?" Y Mariam levantó la cabeza, y con voz segura y deliciosa a la vez, contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! eres el representante de Alah sobre la tierra y el que mantiene la ley de Su Profeta Mahomed (¡con El por siempre la paz y la plegaria!) Yo me he vuelto musulmana, y creo en la unidad de Alah, y la profeso en tu augusta presencia, y digo: ¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el Enviado de Alah! ¿Podrás, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! enviarme al país de los infieles que buscan competidores a Alah, creer en la divinidad de Jesús, hijo del hombre, adorar a los ídolos, reverencian la cruz y rinde un culto supersticioso a toda clase de criaturas muertas en la impiedad y precipitadas en las llamas de la cólera de Alah? Si obrares así, entregándome a esos cristianos, yo en el día del Juicio, en que nada valdrán todas las grandezas y sólo se mirará a los corazones, te acusaré, por tu conducta ante Alah y ante nuestro Profeta, primo tuyo (¡con El la plegaria y la paz!) "
Cuando el califa hubo oído estas palabras de Mariam y su profesión de fe, se entusiasmó con toda el alma al saber que era musulmana semejante heroína, y exclamó con lágrimas en los ojos: "¡Oh Mariam, hija mía! ¡ojalá no permita nunca Alah que yo entregue a los infieles una musulmana que cree en la unidad de Alah y en Su Profeta! ¡Que Alah te guarde y te conserve y esparza sobre ti su misericordia y sus bendiciones, aumentando la convicción de tu fe! ¡Y ahora, en vista, de tu heroísmo y tu bravura, puedes reclamarlo todo de mí; y juro que no te rehusaré nada, aunque sea la mitad de mi imperio! ¡Alegra, pues, tus ojos, dilata tu corazón y desecha toda inquietud! Y para que a tal fin haga yo lo que sea preciso, dime si te gustaría que se convirtiese en tu esposo legal ese joven, hijo de nuestro servidor Corona, el mercader de El Cairo".
Y contestó Mariam: "¿Cómo no voy a desearlo, ¡oh Emir de los Creyentes!? ¿No es él quien me ha comprado? ¿No es él quien ha tomado lo que había que tomar en mí? ¿No es él quien ha expuesto por mí su vida con frecuencia? ¿Y no es él, en fin, quien ha dado paz a mi alma revelándome la pureza de la fe musulmana?"
Al punto el califa hizo llamar al kadí y a los testigos, y extender inmediatamente el contrato de matrimonio. Luego mandó acercarse al visir, embajador de los francos, y le dijo: "Ya ves con tus propios ojos y oyes con tus propios oídos que no puedo acceder a la demanda de tu señor, ya que la princesa Mariam nos pertenece al hacerse musulmana. ¡De no obrar así, cometería yo una acción de la que tendría que dar cuenta a Alah y a su profeta el día del Juicio! Porque está escrito en el Libro de Alah: "¡Nunca será posible a los infieles prevalecer sobre los creyentes!" ¡Vuelve pues, al lado de tu señor, y entérale de lo que viste y oíste...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 714ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Nunca será posible a los infieles prevalecer sobre los creyentes!" ¡Vuelve, pues, al lado de tu señor, y entérale de lo que viste y oíste!"
Cuando el embajador, en vista de aquello, comprendió que el califa no quería entregarle la hija del rey de los francos, se atrevió a indignarse, lleno de despecho y de soberbia, porque Alah no le había dejado entrever las consecuencias de sus palabras; y exclamó: "¡Por el Mesías, que aunque sea veinte veces más musulmana, habré de llevársela a mi señor su padre! Si no vendrá él a invadir tu reino y cubrirá con sus tropas tu país desde el Eufrates hasta el Yaman!"
Al oír estas palabras, exclamó el califa en el límite de la indignación: "¿Cómo se entiende? ¿es que este perro cristiano se atreve a proferir amenazas? ¡Que le corten la cabeza y que la pongan a la entrada de la ciudad, crucificando su cuerpo, para que sirva de escarmiento a los embajadores de los infieles!"
Pero la princesa Mariam exclamó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no manches tu alfanje glorioso con la sangre de ese perro! ¡Yo misma le trataré como se merece!" Y habiendo dicho estas palabras, tiró del sable que el visir franco llevaba al costado, y enarbolándolo, le quitó de un solo tajo la cabeza y la arrojó por la ventana. Y rechazó el cuerpo con el pie, haciendo seña a los esclavos de que se lo llevaran.
Al ver aquello, el califa quedó maravillado de la prontitud con que la princesa había procedido a semejante ejecución, y la puso su propio manto. Y también hizo que pusieran a Nur un ropón de honor, y les colmó a ambos de ricos presentes; y de acuerdo con el deseo que manifestaron, les dió una magnífica escolta para que les acompañara hasta El Cairo, y les entregó cartas de recomendación para el walí de Egipto y los ulemas.
De tal suerte regresaron Nur y la princesa Mariam a Egipto, a casa de los ancianos padres. Y al ver el mercader Corona que su hijo le llevava a su casa una princesa en calidad de nuera, llegó al límite del orgullo y perdonó a Nur por su conducta de antes. E invitó a una gran fiesta que hubo de dar en honor suyo a todos los grandes de El Cairo, que colmaron de presentes a los jóvenes esposos, rivalizando en obsequiosidad unos con otros.
¡Y el joven Nur y la princesa Mariam vivieron largos años en el límite de la dilatación y el desahogo sin privarse de nada en absoluto, y comiendo bien, y bebiendo bien, y copulando mucho, a su antojo y durante largo tiempo, en medio de los honores y de la prosperidad, llevando la vida más tranquila y más deliciosa, hasta que fué a visitarles la Destructora de felicidades, la Separadora de amigos y sociedades, la que derriba casas y palacios y llena el vientre de las tumbas! ¡Pero gloria al Unico Viviente que no conoce la muerte y que tiene en Sus manos las llaves de lo Visible y de lo Invisible! ¡Amín!
Cuando el rey Schahriar hubo oído esta historia, se incorporó de repente, y exclamó: "¡En verdad que me ha entusiasmado esa historia tan heroica!" Y tras de hablar así, se sentó de nuevo en los cojines, pensando: "¡Me parece que, después de ésa, ya no tendrá más historias que contarme! ¡Y por lo tanto voy a reflexionar acerca de lo que me toca hacer con respecto a su cabeza!"
Pero Schehrazada, que le había visto fruncir las cejas, se dijo: "¡No hay tiempo que perder!" Y exclamó: "¡Oh rey! admirable es realmente esa historia tan heroica; pero, ¿a qué se reduce en comparación con las que aun tengo que contarte, siempre que me lo permitas?"
Y preguntó el rey: "¿Qué estás diciendo, Schehrazada? ¿Qué historias piensas contarme todavía que sean más admirables o más hermosas que ésa?"
Y Schehrazada, sonriendo, dijo: "El rey juzgará! ¡Pero esta noche, para terminar nuestra velada, no debo referir más que una anécdota corta, de las que no resultan fatigosas de escuchar! Está sacada de IOS CONSEJOS DE LA GENEROSIDAD Y DE LA EXPERIENCIA".
CONSEJOS DE LA GENEROSIDAD Y DE LA EXPERIENCIA
SALADINO Y SU VISIR
Y dijo al punto:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que el visir del victorioso rey sultán Saladino tenía, entre los esclavos favoritos de su pertenencia, a un joven cristiano perfectamente hermoso, al cual quería en extremo, y tan agraciado como jamás le habían encontrado semejante los ojos de los hombres. Y he aquí que un día e que el visir se paseaba con aquel joven, del que no podía separarse, reparó en él el sultán Saladino, que le hizo seña para que se acercara. Y tras de echar una mirada entusiasta al joven, el sultán Saladino preguntó al visir. ";,De dónde te ha venido este joven?" Y el visir contestó un poco azorado: "¡De Alah!, ¡oh mi señor!" Y el sultán Saladino sonrió, y dijo prosiguiendo su camino: "¡He aquí cómo ahora ¡oh visir nuestro! has encontrado la manera de subyugarnos con la belleza de un astro y cautivarnos con los encantos de una luna!"
Esto impresionó mucho al visir, que se dijo: "¡Ya no puedo, en verdad, reservarme este joven, habiéndose fijado el sultán en él!" Y preparó un rico regalo, llamó al hermoso joven cristiano, y le dijo: "¡Por Alah, ¡oh joven! que de no haberse visto precisada a ello mi alma, no se habría separado de ti nunca!" Y le entregó el regalo, diciendo: "¡Llevarás este regalo en mi nombre a nuestro amo el sultán, y tú mismo formarás parte del obsequio, pues a partir de este instante te cedo a nuestro amo!" Y al propio tiempo le dió, para que se lo entregase al sultán Saladino, un billete en que había escrito estas dos estrofas:
¡He aquí ¡oh mi señor! una luna llena para tu horizonte; porque no hay en la tierra un horizonte más digno de esta luna!
¡Para serte agradable, no vacilo en separarme de mi alma preciosa, a fin de dártela, aunque ¡oh rareza sin par! no sé de ningún hombre que haya nunca consentido en deshacerse voluntariamente de su alma!
Y el regalo satisfizo muchísimo al sultán Saladino, el cual, generoso y magnánimo como de costumbre, no dejó de indemnizar a su visir por aquel sacrificio, colmándole de riquezas y favores, y haciéndole comprender en toda ocasión hasta qué punto había entrado en su gracia y en su amistad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 715ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y el regalo satisfizo muchísimo al sultán Saladino, el cual generoso y magnánimo como de costumbre, no dejó de indemnizar a su visir por aquel sacrificio, colmándole de riquezas y favores, y haciéndole comprender en toda ocasión hasta qué punto había entrado en su gracia y en su amistad.
A la sazón adquirió el visir, para aumentar el número de esclavas de su harén, una joven entre las jóvenes más deliciosas y perfectas del tiempo. Y desde su llegada, aquella joven supo captarse el corazón del visir; pero antes de aficionarse a ella, como lo había hecho con el joven, se dijo él: "¡Quién sabe si la fama de esta perla nueva no llegará a oídos del sultán! Más me valdrá regalársela también al sultán antes que mi corazón se aficione a esta joven esclava. ¡De tal modo será menos grande el sacrificio y la pérdida menos cruel!" Así pensando, hizo ir a la joven, la cargó con un regalo para el sultán todavía más rico que el de la primera vez, y le dijo: "¡Tú misma formarás parte del obsequio!" Y le dió, para que se lo entregase al sultán, un billete en que había escrito estos versos:
¡Oh mi señor! ¡en tu horizonte ha aparecido ya una luna, y he aquí el sol ahora!
¡Con lo cual se unen en el mismo cielo estos dos astros de luz para formar, con destino a tu reino, la más hermosa de las constelaciones!
Y he aquí que, después de aquello, el crédito del visir se duplicó en el ánimo del sultán Saladino, quien no perdonaba ocasión de demostrar, ante toda su corte, la estimación y amistad que sentía por él. Y esto hizo que el visir tuviese de tal suerte muchos enemigos y envidiosos, los cuales, proyectando su perdición resolvieron desorientar al sultán con respecto a él. Valiéndose de diversas alusiones y afirmaciones, dejaron entrever a Saladino que el visir conservaba siempre mucha inclinación hacia el joven cristiano, y que no cesaba en desearle ardientemente y de llamarle con toda su alma, sobre todo cuando la brisa fresca del Norte le incitaba al recuerdo de los antiguos paseos. Y le dijeron que se reprochaba con amargura el don que le hizo, y hasta que se mordía los dedos y se saltaba las muelas de despecho y de arrepentimiento. Pero el Sultán Saladino, lejos de prestar oído a aquellas murmuraciones indignas del visir, en quien había puesto toda su confianza, gritó con furiosa voz a los que pronunciaban aquellos discursos: "¡Dejad de mover esas lenguas de perdición contra el visir, o al instante vuestras cabezas os saltarán de los hombros!"
Luego, como era avisado y justo, les dijo: "¡Sin embargo, quiero comprobar esas mentiras y calumnias, y dejar que se vuelvan contra vosotros vuestras propias armas! ¡Voy, pues, a poner a prueba la rectitud de alma de mi visir!" Y llamó al joven, y le preguntó: "¿Sabes escribir?" El aludido contestó: "Sí, ¡oh mi señor!" El sultán dijo: "¡Tomad entonces un papel y un cálamo y escribe lo que voy a dictarte!" Y dictó, como si estuviese redactada por el propio niño, la siguiente carta dirigida al visir:
"¡Oh mi antiguo amo bienamado! Por el sentimiento que tú mismo debes experimentar por mí, comprenderás la ternura que por ti siento y el recuerdo que dejaron en mi alma nuestras delicias de antaño. Por eso me quejo a ti de mi suerte actual en el palacio, donde nada puede hacerme olvidar tus bondades, máxime cuando aquí la majestad del sultán y el respeto que le tengo me impiden disfrutar de sus favores. Te ruego, pues, busques un procedimiento para arrancarme del sultán de una u otra manera. ¡Por lo demás, el sultán hasta ahora no ha estado a solas conmigo, y me verás lo mismo que me dejaste!"
Y escrita esta carta, el sultán hizo que la llevara un esclavo de palacio, que se la entregó al visir, diciéndole: "Tu antiguo esclavo el niño cristiano me encarga que te entregue esta carta de parte suya". Y el visir cogió la carta, la miró un momento, y sin abrirla, escribió las siguientes estrofas al dorso:
"¿Desde cuándo el hombre de experiencia expone, como el insensato, su cabeza en las fauces del león?
"¡No soy de esos cuya razón se somete y sucumbe al amor, ni de los que dan que reír a los envidiosos que ejecutan maniobras solapadas!
"¡Cuando hice el sacrificio de mi alma dándola, es porque sabía bien que, una vez que saliera el alma, no debería ya volver a habitar el cuerpo abandonado!"
Al recibir esta respuesta, el sultán Saladino se entusiasmó, y no dejó de leerla ante la expresión de despecho de los envidiosos. Luego mandó llamar a su visir, y después de darle nuevas pruebas de amistad, le preguntó: "¿Puedes decirnos ¡oh padre de la sabiduría! cómo te arreglas para tener tanto poder sobre ti mismo?"
Y el visir contestó: "¡Jamás dejo que mis pasiones lleguen al umbral de mi voluntad!" ¡Pero Alah es más sabio todavía!
Luego dijo Schehrazada: "¡Ahora que te conté ¡oh rey afortunado! cómo la voluntad del prudente le ayuda a dominar sus pasiones, ¡voy a contarte una historia de amor apasionado!"
Y dijo:
LA TUMBA DE LOS AMANTES
Esta historia nos la trasmite en sus escritos Abdalah, hijo de Al-Kaissi.
Dice:
Iba yo un año en peregrinación a la Santa Casa de Alah. Y cuando hube cumplido con todos mis deberes de peregrino, volví a Medina para visitar una vez más la tumba del Profeta (¡Con El la paz y la bendición de Alah!) Y he aquí que estando yo sentado cierta noche en un jardín, no lejos de la tumba venerada, oí una voz que cantaba muy dulcemente en medio del silencio.
Encantado, presté toda mi atención, y escuchando de aquel modo, entendí estos versos que la tal voz cantaba:
¡Oh ruiseñor de mi alma, que exhalas tus cantos en recuerdo de la bienamada... ! ¡Oh tórtola de su voz! ¿cuándo responderás a mis gemidos?
¡Oh noche! ¡Cuán larga resultas para aquellos a quienes atormenta la fiebre de la impaciencia, para aquellos a quienes torturan las preocupaciones de la ausencia!
¡Oh luminosa aparecida! ¿acaso no brillaste como un faro en mi camino más que para desaparecer y dejarme errar a ciegas en las tinieblas?
Luego se hizo el silencio. Y miré a todos lados para ver quién acaba de cantar aquellas estrofas apasionadas, cuando se presentó a mí el poseedor de la voz. Y a la claridad que caía del cielo nocturno, vi que era un joven hermoso hasta arrebatar las almas y que tenía bañado en lágrimas el rostro.
Me volví hacia él, y no pude menos que gritar: "¡Ya Alah! ¡qué joven tan hermoso!" Y le tendí los brazos. Y él me miró, y me preguntó: "¿Quién eres y qué me quieres?" Y contesté, inclinándome ante su belleza: "¿Qué voy a querer de ti que no sea bendecir a Alah al mirarte? Por lo que a mí y a mi nombre se refiere, soy tu esclavo Abdalah, hijo de Ma'amar Al-Kaissi. ¡Oh mi señor, cómo desea mi alma conocerte! Tu cántico que oí hace un momento me ha impresionado, y tu presencia acaba de transportarme. ¡Y aquí me tienes dispuesto a sacrificarte mi vida, si pudiera serte útil!" Entonces me miró el joven, ¡ah, con qué ojos! y me dijo: "¡Siéntate, pues, a mi lado!" Y me senté muy cerca de él, con el alma estremecida, y me dijo: "¡Escucha ahora, ya que te he llegado al corazón, lo que acaba de sucederme!"
Y prosiguió en estos términos: "Soy Otbah, hijo de Al Hubab, hijo de Al-Mundhir, hijo de Al-Jamuh el Ansarita. Y he aquí que ayer por la mañana hacía yo mis devociones en la mezquita de la tribu, cuando vi entrar, ondulando sobre su cintura y sus caderas, a varias mujeres muy hermosas, que acompañaban a una joven cuyos encantos borraban los de todas las demás. Y en un momento dado aquella luna se acercó a mí, sin ser notada entre la muchedumbre de fieles, y me dijo: "¡Otbab! ¿qué te parecería la unión con la que es tu amante y desea ser tu esposa?" Luego, antes de que yo tuviese tiempo de abrir la boca para contestarle, ella me dejó y desapareció en medio de sus acompañantes. Después salieron de la mezquita todas juntas, y se perdieron entre la multitud de peregrinos. Y a pesar de todos los esfuerzos que hice para encontrarla, no pude volver a verla desde aquel instante. Y mi alma y mi corazón están con ella. ¡Y mientras no me sea posible volver a verla, no disfrutaré de dicha alguna, aunque gozase de las delicias del paraíso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 717ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y mi alma y mi corazón están con ella. ¡Y mientras no me sea posible volver a verla, no disfrutaré de dicha alguna, aunque gozase de las delicias del paraíso!"
Habló así, y a medida que se coloreaban sus mejillas sombreadas, crecía mi cariño hacia él. Y le dije cuando calló: "¡Oh Otbah! ¡oh primo mío ¡pon tu esperanza en Alah, y ruégale que te otorgue el perdón de tus pecados! Por lo que a mí se refiere, heme aquí dispuesto a ayudarte con todo mi poder y con todos mis medios para que encuentres a la joven de tus pensamientos. ¡Porque al verte sentí que mi alma iba por sí misma en pos de tu persona, y lo que haga yo por ti en lo sucesivo será únicamente por ver bajarse contentos hacia mí tus ojos!" Y así diciendo, le oprimí contra mí afectuosamente, y le besé como un hermano besaría a su hermano; y durante toda la noche no cesé de tranquilizar su alma querida. Y en verdad que en toda mi vida olvidaré aquellos momentos deliciosos e incompletos pasados al lado suyo.
Al día siguiente fui con él a la mezquita, y le dejé pasar el primero por consideración. Y estuvimos juntos allí, desde por la mañana hasta mediodía, hora en que las mujeres suelen ir a la mezquita. Pero, con gran desaliento por nuestra parte, observamos que ya estaban en la mezquita todas las mujeres, sin que entre ellas se encontrara la joven. Y al ver yo la pena que aquel
descubrimiento producía en mi joven amigo, le dije: "¡No te inquietes por eso! ¡Voy a preguntar
por tu bienamada a estas mujeres que ayer estaban con ella!"
Y salí corriendo hasta llegar junto a ellas, y conseguí al fin que me enterasen de que la joven era una virgen de muy alta estirpe que se llamaba Riya, y era hija de Al-Ghitrif, jefe de la tribu de los Bani-Sulem. Y les pregunté: "¡Oh mujeres de bien! ¿por qué no ha venido ella hoy con vosotras?" Contestaron: "¿Cómo ha de hacerlo, si su padre, que custodió a los peregrinos durante la travesía por el desierto desde el Irak hasta la Meca, ha regresado ayer con sus jinetes a su tribu, que está a orillas del Eufrates, y ha llevado consigo a su hija Riya?" Y les di las gracias por sus informes, y volví al lado de Otbah; y le dije: "¡Las noticias que te anuncio ¡ay! no están de acuerdo con mis deseos!" Y le puse al corriente de la marcha de Riya con su padre hacia la tribu. Luego le dije: "Pero tranquiliza tu alma, ¡oh Otbah! ¡oh primo mío! porque Alah me ha concedido riquezas numerosas, y estoy dispuesto a gastarlas para hacerte llegar al logro de tus fines. ¡Y desde este momento voy a tomar parte en el asunto, y a llevarlo a buen término, con ayuda de Alah!" Y añadí: "¡Pero has de tomarte el trabajo de acompañarme!" Y se levantó y me acompañó hasta la mezquita de sus parientes los Ansaritas.
Allí esperamos a que se reuniese el pueblo, y saludé a la asamblea, y dije: "¡Oh creyentes Ansaritas reunidos aquí! ¿qué opinión tenéis acerca de Otbah y del padre de Otbah?" Ycontestaron a la vez: "¡Todos creemos que son árabes, pertenecientes a una familia ilustre y de una noble tribu!" Y les dije: "Sabed, pues, que Otbah, hijo de Al-Hubab, está consumido por una pasión violenta. ¡Y vengo precisamente a rogaros que unáis vuestros esfuerzos a los míos para asegurar su dicha!" Contestaron: "¡De todo corazón amistoso!" Dije: "¡En este caso, tenéis que acompañarme a las tiendas de los Bani-Sulem para ver al jeique Al-Ghitrif, su jefe, a fin de pedirle en matrimonio a su hija Riya para vuestro primo Otbah, hijo de Al-Hubab!" Y todos contestaron con el oído y la obediencia. Entonces monté a caballo, y también Otbah; y la asamblea hizo lo mismo. Y pusimos a galope tendido nuestros caballos sin detenernos. Y de tal suerte conseguimos llegar a las tiendas de los jinetes del jeique Al-Ghitrif, a seis jornadas de Medina.
Cuando nos vió llegar el jeique Al-Ghitrif, salió a nuestro encuentro hasta la puerta de su tienda, y después de las zalemas, le dijimos: "Venimos a pedirte hospitalidad, ¡oh padre de los árabes!" El contestó: "Bienvenidos seáis a nuestras tiendas ¡oh nobles huéspedes!" Y así diciendo, al punto dió a sus esclavos las órdenes necesarias para recibirnos como era debido. Y los esclavos extendieron en honor nuestro esteras y alfombras, y mataron carneros y camellos para ofrecernos un espléndido festín...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 718ª NOCHE
Ella dijo:
". ..y mataron carneros y camellos para ofrecernos un espléndido festín. Pero cuando llegó el momento de sentarnos a tomar parte en el festín, nos negamos a ello; y en nombre de toda la asamblea, declaré yo al jeique Al-Ghitrif: "¡Por los merecimientos sagrados del pan y de la sal, y por la fe de los árabes, que no tocaremos ninguno de estos manjares mientras no hayas accedido a nuestra demanda!" Y dijo AlGhitrif: "¿Y cuál es vuestra demanda?" Contesté: "¡Venimos a solicitarte para el matrimonio de tu noble hija Riya con Otbah; hijo de Al-Hubab el Ansarita, hijo de Al-Mundhir, hijo de Al-Jamuh, el bravo, el bueno, el ilustre, el victorioso, el excelente!" Y cambiando repentinamente de color, el padre de Riya nos dijo inmediatamente con voz tranquila: "¡Oh hermanos árabes! dueña de su voluntad es la que me hacéis el honor de pedirme en matrimonio para el ilustre Otbah, hijo de Al-Hubab. Y no he de contrariar su voluntad. ¡Ella es, pues, quien tiene que hablar! ¡Y al mismo instante voy a buscarla para pedirle su opinión!" Y se levantó, alejándose de nosotros, muy pálido, llena de cólera la nariz y con una cara que por sí sola desmentía el sentido de sus palabras.
Se fué, pues, a su tienda en busca de su hija Riya, la cual, muy asustada por la expresión
de su rostro, le preguntó: "¡Oh padre mío! ¿por qué la cólera altera de modo tan violento la tranquilidad de tu alma?" Y se sentó él en silencio junto a su hija; y según supimos más tarde, acabó por decirle: "¡Has de saber ¡oh Riya, hija mía! que acabo de dar hospitalidad a unos Ansaritas que vinieron a mí con el fin de pedirte en matrimonio para uno de ellos!"
Ella dijo: "¡Oh padre! ¡la familia de los Ansaritas es una de las más ilustres entre los árboles! ¡Y has hecho bien en darles hospitalidad! Pero dime, ¿para cuál de ellos acaban de pedirme en matrimonio?" El contestó: "¡Para Otbah, hijo de Hubab!" Ella dijo: "¡Se trata de un joven conocido! ¡Y es digno de entrar en tu raza!" Pero exclamó él, lleno de furor: "¿Qué palabras acabas de pronunciar? ¿Es que has entablado relaciones con él? ¡Porque ¡por Alah! he jurado a mi hermano en otro tiempo que te concedería en matrimonio a su hijo, y ninguno, a no ser el hijo de tu tío, es digno de entrar en mi familia!" Ella dijo: "¡Oh padre! ¿y qué vas a responder a los Ansaritas? ¡Son árabes llenos de nobleza y muy susceptibles en todas las cuestiones de preeminencia y honor! Y si me niegas en matrimonio a uno de ellos, vas a atraer sobre ti y la tribu su rencor y el efecto de su venganza. ¡Porque se creerán menospreciados por ti y no te lo perdonarán!"
El dijo: "¡Verdad dices! Pero voy a disimular mi negativa pidiendo para ti una dote exorbitante. Porque dice el proverbio: "¡Si no quieres casar a tu hija, exagera tu petición de dote!"
Dejó, pues, a su hija y volvió a nuestro lado para decirnos: "La hija de la tribu ¡oh huéspedes míos! no se opone a vuestra petición de matrimonio; pero exige una dote que sea digna de sus méritos. ¿Quién de entre vosotros podrá darme el valor de esa perla incomparable?" A estas palabras, se adelantó Otbah y dijo: "¡Yo!" El jeique dijo: "¡Pues bien; mi hija pide mil brazaletes de oro rojo, cinco mil monedas de oro del cuño de Hajar, un collar de cinco mil perlas, mil piezas de tela de seda indiana, doce pares de botas de cuero amarillo, diez sacos de dátiles del Irak, mil cabezas de ganado, una yegua de la tribu de Anazi, cinco cajas de almizcle, cinco pomos de esencia de rosas y cinco cajas de ámbar gris!"
Y añadió, encarándose con Otbah: "¿Eres hombre que se preste a esta demanda?" Y contestó Otbah: "¿Lo dudas, oh ¡padre de los árabes!? ¡No solamente accedo a pagarte la dote pedida, sino que añadiré a ella algo más aún!"
Entonces yo me volví a Medina con mi amigo Otbah, y no sin muchos esfuerzos y trabajos, logramos reunir todas las cosas pedidas. Y gasté sin tasa mi dinero, con más gusto que si hubiese hecho para mí todas aquellas compras. Y regresamos a las tiendas de los Bani-Sulem con todas nuestras compras, y nos apresuramos a entregárselas al jeique Al-Ghitrif. Y sin poder ya retirarse de su palabra, el jeique se vió obligado a recibir a todos sus huéspedes los Ansaritas, que se reunieron para cumplimentarle por el matrimonio de su hija. Y comenzaron los festejos y duraron cuarenta días. Y degolláronse camellos y corderos en gran número, y se guisaron en calderas manjares de todas clases, de los que cada individuo de la tribu podía comer a su antojo.
Al cabo de aquel tiempo, preparamos un palanquín suntuoso que pusimos al lomo de un tronco de camellos, y en él colocamos a la recién casada. Y partimos todos en el límite de la alegría, seguidos por una caravana entera de camellos cargados con presentes. Y mi amigo Otbah estaba lleno de gozo en espera del día de la llegada, en que por fin se encontraría a solas con su bienamada. Y durante todo el viaje no la abandonaba un instante, y le hacía compañía en su palanquín, de donde no bajaba más que para favorecerme con una conversación de amistad, confianza y gratitud...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 719ª NOCHE
Ella dijo:
". ..Y durante todo el viaje no la abandonaba un instante, y le hacía compañía en su palanquín, de donde no bajaba más que para favorecerme con una conversación de amistad, confianza y gratitud. Y yo me regocijaba con toda el alma y me decía: "¡Hete aquí ¡oh Abdalah! convertido en amigo de Otbah, porque, olvidando tus propios sentimientos, supiste conmover su corazón uniéndole a Riya! ¡No dudes de que algún día será recompensado con creces tu sacrificio! ¡Y también tú disfrutarás del cariño de Otbah hasta el límite de lo deseable y exquisito!"
Estábamos a una jornada de marcha de Medina, cuando al anochecer nos detuvimos para descansar en un oasis. Y la paz era completa; y la luz de la luna reía ante la alegría de nuestro campamento; y por encima de nuestras cabezas, doce palmeras, que parecían doce jóvenes, acompañaban con los susurros de sus ramas la canción de la brisa nocturna. Y como los autores del mundo en días antiguos, disfrutábamos de la hora llena de quietud, de la frescura del agua, de la hierba espesa y de la dulzura del aire.
Pero ¡ay! no se puede escapar al destino, aunque se tengan alas para rehuirle. ¡Y mi amigo Otbah tenía que apurar hasta las heces la copa inevitable! En efecto, de improviso turbó nuestro reposo el ataque de unos jinetes armados que cayeron sobre nosotros lanzando gritos y aullidos. Eran jinetes de la tribu de los Bani-Sulem, enviados por el jeique Al-Ghitrif para que raptaran a su hija. Porque no se había atrevido a violar en sus tiendas las leyes de la hospitalidad, y había esperado a que nos alejáramos para hacer que nos atacaran de aquel modo sin faltar ya a las costumbres del desierto. Pero no contaba con el valor de Otbah y de nuestros jinetes, que resistieron con gran valor el ataque de los Bani-Sulem, y tras de matar gran número de ellos, acabaron por derrotarles. Pero en medio de la refriega, mi amigo Otbah recibió una lanzada, y cuando estuvo de vuelta en el campamento, cayó muerto en mis brazos.
Al ver aquello, la joven Riya lanzó un grito angustioso y se desplomó sobre el cuerpo de su amante. Y se pasó toda la noche lamentándose. Y cuando llegó la mañana, nos la encontramos muerta de desesperación. ¡Que Alah les tenga a ambos en Su Misericordia! Y cavamos para ellos una tumba en la arena, y les enterramos uno junto al otro. Y con el alma dolorida, regresamos a Medina. Y cuando terminé lo que tenía que terminar, me volví a mi país.
Pero siete años más tarde, me invadió el deseo de hacer otra peregrinación a los santos lugares. Y mi alma anheló ir a visitar la tumba de Otbah y de Riya. Y cuando llegué a la tumba, la vi sombreada por un árbol hermoso de especie desconocida, que habían plantado piadosamente los de la tribu de los Ansaritas. Y me senté en la piedra, a la sombra del árbol, llorando y con el alma entristecida. Y pregunté a los que me acompañaban: "¡Oh amigos míos! ¿cuál es el nombre de este árbol que llora conmigo la muerte de Otbah y de Riya?" Y me contestaron: "Se llama el Arbol de los Amantes". ¡Ah! ¡ojalá, oh Otbah! reposes en la paz de tu Señor, a la sombra del árbol que se lamenta encima de tu tumba!
EL DIVORCIO DE HIND
Cuentan que la joven Hind, hija de Al-Nemán, era la joven más bella entre las jóvenes de su tiempo, y sus ojos, su finura y sus encantos la hacían parecerse en todo a una gacela. Y he aquí que la fama de su belleza llegó a oídos de Al-Hajage, gobernador del Irak; y éste la pidió en matrimonio. Pero el padre de Hind no quiso concedérsela por menos de una dote de doscientos mil dracmas de plata, a pagar antes del matrimonio, con la condición de pagarle también, en caso de divorcio, otros doscientos mil dracmas. Y Al-Hajage aceptó todas las condiciones, y se llevó a Hind a su casa.
Pero Al-Hajage, para amargura y calamidad suyas, era impotente. Y había venido al mundo con un zib de lo más deforme y con el ano obstruído. Y como con aquella constitución no podía vivir el niño, el diablo se apareció bajo forma humana a la madre, y le previno que, si quería que viviese su hijo, tenía que darle de mamar, en vez de leche, sangre de dos cabritos negros, de un cabrón negro y de una serpiente negra. Y la madre siguió aquel consejo y obtuvo el efecto deseado. Sin embargo, la impotencia y la deformidad, que son dones de Satán y no de Alah el Generoso, continuaron siendo patrimonio del niño cuando se hizo hombre
.Así es que, cuando Al-Hajage se llevó a Hind a su casa, estuvo mucho tiempo sin atreverse a acercarse a ella más que de día y sin tocarla, a pesar de todo el deseo que tenía de hacerlo.
Y no tardó Hind en conocer el motivo de aquella abstinencia, y lo lamentó mucho con sus esclavas.
Y he aquí que un día fué a verla Al-Hajage, como de costumbre, para regocijarse los ojos con su belleza. Y estaba ella de espaldas a la puerta, distraída en mirarse al espejo, y cantando estos versos:
¡Hind, yegua de noble sangre árabe, hete aquí condenada a vivir con un miserable mulo!
¡Oh! ¡desembarazadme de estos ricos trajes de púrpura, y devolvedme mis ropas de pelo de camello!
¡Abandonaré este palacio odioso para volver a los lugares donde las tiendas negras de la tribu crujen al viento de mi desierto!
¡Allá donde la flauta y el céfiro se hablan con melodías a través de los agujeros de la tienda, melodías más dulces para mí que la música de laúdes y tambores!
Y donde los jóvenes de la tribu, criados con sangre de leones, son potentes y hermosos como leones!
¡Aquí, morirá Hind sin posteridad, al lado de un miserable mulo!
Cuando Al-Hajage oyó el canto en que Hind le comparaba con un mulo, salió de la habitación, lleno de desaliento, sin que su esposa advirtiese su presencia y su desaparición, y mandó al instante que buscaran al kadí Abdalah, hijo de Taher, para hacer pronunciar su divorcio. Y Abdalah se presentó a Hind, y le dijo: "¡Oh hija de Al-Nemán! ¡he aquí que Al-Hajage Abu-Mohammad te envía doscientos mil dracmas de plata, y al propio tiempo me encarga de llenar en nombre suyo las formalidades de su divorcio contigo!"
Y exclamó Hind: "¡Gracias a Alah, he aquí atendido mi ruego, y heme aquí en libertad para volverme con mi padre! ¡Oh hijo de Taher! no podías darme una noticia más agradable que la de que estoy libre de ese perro inoportuno. ¡Guárdate, pues, esos doscientos mil dracmas, como recompensa por la feliz noticia que me traes!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 720ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Guárdate, pues, esos doscientos mil dracmas, como recompensa por la feliz noticia que me traes!"
Entonces el califa Abd Al-Malek ben-Merwán, que había oído hablar de la incomparable belleza y del ingenio de Hind, la deseó, y envió a pedirla en matrimonio. Pero ella le contestó con una carta en que, después de las alabanzas a Alah y de las fórmulas de respeto, le decía: "¡Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que el perro ha manchado el vaso al tocarlo con el hocico para olerlo!"
Y cuando recibió esta carta, el califa se echó a reír a carcajadas, y al punto escribió esta respuesta: "¡Oh Hind! ¡si el perro manchó el vaso al tocarlo con el hocico, lo lavaremos siete veces, y con el uso que hagamos de él, lo purificaremos! "
Y al ver que el califa, a pesar de los obstáculos que ella le oponía, continuaba deseándola ardientemente, Hind no pudo por menos de inclinarse. Aceptó, pues, pero poniendo una condición, como se lo escribió en otra carta en que, después de las alabanzas y las fórmulas,
decía: "¡Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que no partiré más que con una condición: que Al-Hajage, con los pies descalzos, conduzca de la brida, durante todo este viaje, mi camello hasta tu palacio!"
Esta carta hizo reír al califa aún más que la primera. Y transmitió a Al-Hajage la orden de conducir de la brida el camello de Hind. Y no obstante todo su despecho, como Al-Hajage sabía bien que no podía hacer más que obedecer las órdenes del califa, fué con los pies descalzos hasta la morada de Hind, y cogió al camello por la brida. Y montó Hind en su litera, y durante todo el camino no dejó de divertirse con toda el alma a costa de su conductor. Y llamó a su nodriza, y le dijo: "¡Oh nodriza mía! descorre un poco las cortinas del palanquín!" Y la nodriza separó las cortinas, y sacó Hind la cabeza por la portezuela, y tiró a tierra un dinar de oro que fué a caer en medio del barro. Y se encaró con su antiguo esposo, y le dijo: "¡Oh canciller, devuélveme esa moneda de plata!" Y Al-Hajage recogió la moneda y se la entregó a Hind, diciéndole: "¡Es un dinar de oro y no una moneda de plata!" Y echándose a reír, exclamó Hind: "¡Loores a Alah, que hace convertirse la plata en oro, a pesar de la suciedad del barro!" Y Al-Hajage, al oír estas palabras, comprendió que aquello era una nueva burla de Hind para humillarle. Y se puso muy colorado de vergüenza y de cólera. ¡Pero bajó la cabeza y se vió obligado a ocultar su rencor contra Hind, convertida en esposa del califa!
Cuando Schehrazada hubo contado esta historia, se calló. Y le dijo el rey Schahriar: "Me gustan esas anécdotas, Schehrazada. Pero querría oír ahora una historia maravillosa. ¡Y si es que no sabes más, dímelo para que me entere!"
Y Schehrazada exclamó: "¿Y dónde hay una historia más maravillosa que la que precisamente voy a contar en seguida al rey, siempre que me lo permita?"
Y dijo Schahriar: "¡Te lo permito!"
HISTORIA MARAVILLOSA DEL ESPEJO DE LAS VIRGENES
¡Levántate, compañero, y no dejes transcurrir en balde la estación de primavera!
¡Ahí está la joven! ¡Cásate! ¿No sabes que en la casa una mujer es un almanaque excelente para todo el año?
Y Abul-Hossein, por último, sin poder ya resistirse a todas las insinuaciones de sus amigos, se decidió a entablar negociaciones con las damas viejas componedoras de matrimonios; y acabó por casarse con una joven tan hermosa cual la luna cuando brilla sobre el mar. Y con motivo de sus nupcias dió grandes festines, a los que invitó a todos sus amigos y conocidos, así como a ulemas, fakires, derviches y santones. Y abrió de par en par las puertas de su casa, e hizo que sirvieran a sus invitados manjares de toda especie, y entre otras cosas, arroz de siete colores diferentes, y sorbetes, y corderos rellenos de avellanas, almendras, alfónsigos y pasas, y una cría de camello asada entera y servida en un pedazo. Y todo el mundo comió y bebió y disfrutó de júbilo, de alegría y de contento. Y se paseó y exhibió a la esposa ostentosamente siete veces seguidas, vestida cada vez con un traje distinto y más hermoso que el anterior. E incluso por octava vez la pasearon en medio de la concurrencia, para satisfacción de los invitados que no habían podido recrear sus ojos en ella lo bastante. Tras de lo cual, las damas de edad la introdujeron en la cámara nupcial y la acostaron en un lecho alto como un trono, y la prepararon en todos sentidos para la entrada del esposo.
Entonces, destacándose del cortejo, Abul-Hossein penetró lentamente y con dignidad en el aposento de la desposada. Y sentóse un instante en el diván para probarse a sí propio y mostrar a su esposa y a las damas del cortejo cuán lleno estaba de tacto y de mesura. Luego se levantó con cortesía para recibir las felicitaciones de las damas y despedirse de ellas antes de acercarse al lecho, donde le esperaba modestamente su esposa, cuando he aquí ¡oh calamidad! que de su vientre, que estaba atiborrado de viandas pesadas y de bebidas, escapó un cuesco ruidoso hasta el límite del ruido, terrible y prolongado. ¡Alejado sea el Maligno!
Al oír aquel ruido, cada dama se encaró con la que tenía al lado, poniéndose a hablar en voz alta y fingiendo no haber oído nada; y también la desposada, en lugar de echarse a reír o de burlarse, se puso a hacer sonar sus brazaletes. Pero Abul-Hossein, confuso hasta el límite de la confusión, pretextó una necesidad urgente, y con vergüenza en el corazón, bajó al patio, ensilló su yegua, saltó al lomo del animal, y abandonó su casa, y la boda, y la desposada, huyó a través de las tinieblas de la noche. Y salió de la ciudad, y se adentró en el desierto. Y de tal suerte llegó a orillas del mar, en donde vió un navío que partía para la India. Y se embarcó en él, y llegó a la costa de Malabar.
Allí hizo amistad con varias personas oriundas del Yamán, que le recomendaron al rey del país. Y el rey le dió un cargo de confianza y le nombró capitán de su guardia. Y vivió en aquel país diez años, honrado y respetado, y con la tranquilidad de una vida deliciosa. Y cada vez que el recuerdo del cuesco asaltaba su memoria, lo ahuyentaba como se ahuyentan los malos olores.
Pero al cabo de aquellos diez años le poseyó la nostalgia del país natal; y poco a poco enfermó de languidez; y sin cesar suspiraba pensando en su casa y en su ciudad; y creyó morir de aquel deseo reconcentrado. Pero un día, sin poder ya resistir a los apremios de su alma, ni siquiera se tomó tiempo para despedirse del rey, y se evadió y retornó al país de Hadramón, en el Yemán. Allí disfrazóse de derviche y fué a pie a la ciudad de Kaukabán; y ocultando su nombre y su condición, llegó de tal modo a la colina que dominaba la ciudad. Y con los ojos llenos de lágrimas vió la terraza de su antigua casa y las terrazas contiguas, y se dijo: "¡Menos mal si no me reconoce nadie! ¡Haga Álah que todos hayan olvidado mi historia!"
Y pensando así bajó de la colina y tomó por atajos extraviados para llegar a su casa. Y en el camino vió a una vieja que, sentada en el umbral de una puerta, quitaba piojos de la cabeza a una niña de diez años; y decía la niña a la vieja: "¡Oh madre mía! desearía saber la edad que tengo, porque una de mis compañeras quiere hacer mi horóscopo. ¿Vas a decirme, pues, en qué año he nacido?"
Y la vieja reflexionó un momento, y contestó: "¡Naciste, ¡oh hija mía! en el mismo año y en la misma noche en que Abul-Hossein soltó el cuesco!"
Cuando el desdichado Abul-Hossein oyó estas palabras, hubo de desandar lo andado y echó a correr con piernas más ligeras que el viento. Y se decía: "¡He aquí que tu cuesco es ya una fecha en los anales! ¡Y se transmitirá a través de las edades mientras de las palmeras nazcan flores!" Y no dejó de correr y de viajar hasta llegar al país de la India. Y vivió en el destierro con amargura hasta su muerte. ¡Sean con él la misericordia de Alah y su piedad!
Después Schehrazada todavía dijo aquella noche:
LOS DOS CHISTOSOS
He llegado a saber también, ¡oh rey afortunado! que en la ciudad de Damasco, en Siria, había antaño un hombre reputado por sus buenas jugarretas, sus chistes y sus atrevimientos, y en El Cairo, otro hombre no menos famoso por las mismas cualidades. Y he aquí que el bromista de Damasco, que a menudo oía hablar de su compañero de El Cairo, anhelaba mucho conocerle, tanto más cuanto que sus clientes habituales le decían de continuo: "¡No cabe duda! ¡el egipcio es incuestionablemente mucho más intencionado, más inteligente, más listo y más chistoso que tú! ¡Y su trato es mucho más divertido que el tuyo! ¡Si acaso no nos creyeras, no tienes más que ir a El Cairo a verle actuar, y comprobarás su superioridad!" Y arregláronse de manera que se dijo el hombre: "¡Por Alah ¡ya veo que no me queda más remedio que ir a El Cairo a observar por mis propios ojos si es cierto lo que de él se dice!"
Y lió sus bártulos y abandonó Damasco, que era su ciudad, y partió para El Cairo, adonde llegó, con asentimiento de Alah, en buena salud. Y sin tardanza preguntó por la morada de su rival, y estuvo a visitarle. Y fué recibido con todas las consideraciones de una hospitalidad amplia, y fué honrado y albergado tras los deseos de bienvenida más cordiales.
Luego pusiéronse ambos a contarse mutuamente las cosas más importantes del mundo, y pasaron la noche charlando alegremente.
Pero al día siguiente, el hombre de Damasco dijo al hombre de El Cairo: "¡Por Alah, ¡oh compañero! que no he venido desde Damasco a El Cairo más que para juzgar por mis propios ojos acerca de las buenas jugarretas y de las bromas que sin cesar gastas por la ciudad! ¡Y desearía regresar a mi país enriquecido con tu instrucción! ¿Quieres, pues, que atestigüe lo que tan ardientemente deseo ver?" El otro dijo: "¡Por Alah, ¡oh compañero! sin duda te engañaron los que te han hablado de mí! ¡Apenas si sé diferenciar mi mano izquierda de mi mano derecha! ¿Cómo voy, pues, a instruir en la delicadeza y en el ingenio a un noble damasquino como tú? ¡Pero salgamos a pasear, ya que mi deber de huésped consiste en hacer que veas las cosas buenas que hay en nuestra ciudad!"
Salió, pues, con él, y ante todo, le llevó a la mezquita de Al-Azhar, a fin de que pudiese contar a los habitantes de Damasco las maravillas de la instrucción y de la ciencia. Y de camino, al pasar por junto a los mercaderes de flores, se hizo un ramo de flores, con hierbas aromáticas, con clavelinas, con rosas, con albahaca, con jazmines, con ramas de menta y mejorana. Y así llegaron ambos a la mezquita, y pasaron al patio. Pero al entrar divisaron ante la fuente de las abluciones, acurrucadas en los retretes, personas que estaban evacuando imperiosas necesidades. Y el hombre de El Cairo dijo al de Damasco: "Vamos a ver, compañero. Si tuvieras que gastar una broma a esas personas acurrucadas en fila, ¿cómo te arreglarías... ?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 618ª NOCHE
Ella dijo:
"...Vamos a ver, compañero. Si tuvieras que gastar una broma a esas personas acurrucadas en fila, ¿cómo te arreglarías?" El otro contestó: "¡Lo más indicado sería pasar por detrás de ellas con una escoba de esparto, y como por inadvertencia, haciendo que barría, pincharlas en el trasero con las espinas de la escoba!" El hombre de El Cairo dijo: "Ese procedimiento, compañero, sería algo torpe y grosero. ¡Y verdaderamente resultan soeces semejantes bromas! ¡He aquí lo que haría yo!" Y después de hablar así, se acercó con aire amable y simpático a las personas puestas en cuclillas, diciendo: "Con tu permiso, ¡oh mi señor!" Y cada cual hubo de contestarle, en el límite de la confusión y del furor: "¡Alah arruine tu casa, ¡oh hijo de alcahuete! ¿Acaso celebramos un festín aquí?" Y al ver la cara indignada de las personas aludidas, reían en extremo todos los circunstantes reunidos en el patio de la mezquita.
De modo que, cuando el hombre de Damasco hubo visto aquello con sus propios ojos, encaróse con el hombre de El Cairo, y le dijo: "¡Por Alah, que me venciste. ¡oh jeique de los bromistas! Y razón tiene el proverbio que dice: "¡Sutil como el egipcio, que pasa por el ojo de una aguja!"
Después Schehrazada todavía dijo aquella noche:
ARDID DE MUJER
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que, en una ciudad entre las ciudades, una joven de alto rango, cuyo esposo se ausentaba a menudo para hacer viajes próximos y lejanos, acabó por no resistir ya a la incitaciones de su tormento y escogió para sí, a manera de bálsamo calmante, un muchacho, que no tenía par entre los jóvenes de aquel tiempo. Y se amaron ambos con un amor extraordinario; y se satisficieron mutuamente con toda alegría y toda tranquilidad, levantándose para comer, comiendo para acostarse y acostándose para copular. Y de aquella manera vivieron durante un largo transcurso de tiempo.
Y he aquí que un día solicitó con malas intenciones al muchacho un jeique de barba blanca, un pérfido redomado, semejante al cuchillo del vendedor de colocasias. Pero el joven no quiso prestarse a lo que le pedía el jeique, y enfadándose con él, le pegó mucho en la cara y le arrancó su barba de confusión. Y el jeique fué al walí de la ciudad para quejarse del mal trato que acababa de sufrir; y el walí mandó detener y encarcelar al muchacho.
Entretanto, se enteró la joven de lo que acababa de sucederle a su enamorado, y al saber que estaba preso, tuvo una pena muy violenta. Así es que no tardó en combinar un plan para libertar a su amigo, y adornándose con sus atavíos más hermosos, fué al palacio del walí, solicitó audiencia y la introdujeron en la sala de las peticiones. Y en verdad ¡por Alah! que, nada más que con mostrarse de aquel modo en su esbeltez, habría podido obtener de antemano la concesión de todas las peticiones de la tierra a lo ancho y a lo largo. De manera que, después de las zalemas, dijo al walí: "¡Oh nuestro señor walí! el desgraciado joven, a quien hiciste encarcelar, es mi propio hermano y el único sostén de mi casa. Y ha sido calumniado por los testigos del jeique y por el mismo jeique, que es un pérfido, un disoluto. ¡Vengo, pues, a solicitar de tu justicia la libertad de mi hermano, sin lo cual va a arruinarse mi casa, y yo moriré de hambre!"
Pero no bien el walí hubo visto a la joven, se le afectó mucho el corazón por causa suya; y se enamoró de ella; y le dijo: "¡Claro que estoy dispuesto a libertar a tu hermano! ¡Pero conviene que antes entres en el harén de mi casa, que yo iré a buscarte allí después de las audiencias, para hablar acerca del asunto contigo!" Mas comprendiendo ella lo que pretendía él, se dijo: "¡Por Alah ¡oh barba de pez! que no me tocarás hasta que las ranas críen pelo!"
Y contestó: "¡Oh nuestro señor el walí! ¡es preferible que vayas tú a mi casa, donde tendremos tiempo sobrado para hablar acerca del asunto con más tranquilidad que aquí, en donde al fin y al cabo soy una extraña!" Y le preguntó el walí en el límite de la alegría: "¿Y dónde está tu casa?" Ella dijo: "¡En tal sitio! ¡Y te espero allí esta tarde al ponerse el sol!" Y salió de casa del walí, a quien dejó sumido en un mar agitado, y fué en busca del kadí de la ciudad.Entró, pues, en casa del kadí, que era un hombre de edad, y le dijo: "¡Oh nuestro amo el kadí!" El dijo: "¿Qué hay?"
Ella continuó: "¡Te suplico que detengas tus miradas en mi tribulación, y Alah lo aprobará!"
El preguntó: "¿Quién te ha oprimido?" Ella contestó: "Un jeique pérfido que, valiéndose de testigos falsos, logró que encarcelasen a mi hermano, único sostén de mi casa. ¡Y vengo a rogarte que intercedas con el walí para que suelten a mi hermano!" Y he aquí que, cuando el kadí vió y oyó a la joven, quedó locamente enamorado de ella, y le dijo: "Con mucho gusto me interesaré por tu hermano. Pero empieza por entrar en el harén y esperarme allí. Y entonces hablaremos del asunto. ¡Y todo saldrá a medida de tu deseo!" Y se dijo la joven: "¡Ah hijo de alcahuete! ¡como no me poseas para cuando las ranas críen pelo!" Y contestó: "¡Oh amo nuestro! ¡Mejor será que te espere en mi casa, donde no nos molestará nadie!" El preguntó: "¿Y dónde está tu casa?"
Ella dijo: "¡En tal sitio! ¡Y te espero allí esta misma tarde después de que se ponga el sol!" Y salió de casa del kadí y fué en busca del visir del rey.
Cuando estuvo en presencia del visir, le contó el encarcelamiento del muchacho, que decía era hermano suyo, y le suplicó que diera orden de que le libertaran. Y le dijo el visir: "¡No hay inconveniente! ¡Pero entra ahora a esperar en el harén, adonde iré a reunirme contigo para hablar acerca del asunto!" Ella dijo: "¡Por la vida de tu cabeza, ¡oh amo nuestro! soy muy tímida, y ni siquiera sabré conducirme en el harén de tu señoría! Pero mi casa es más a propósito para conversaciones de ese género, y te esperaré en ella esta misma noche una hora después de ponerse el sol!" Y le indicó el sitio en que estaba situada su casa, y salió de allí para ir a palacio en busca del rey de la ciudad.
Y he aquí que cuando entró en la sala del trono, el rey se dijo, maravillado de su belleza: "¡Por Alah! ¡Qué buen bocado para tomárselo caliente aún y en ayunas!" Y le preguntó: "¿Quién te ha oprimido?"
Ella dijo: "¡No me han oprimido, puesto que existe la justicia del rey!" Dijo él: "¡Sólo Alah es justo! ¿Pero qué puedo hacer en tu favor?" Ella dijo: "¡Dar orden para que pongan en libertad a mi hermano, encarcelado injustamente!" Dijo él: "¡Fácil es la cosa! ¡Ve a esperarme en el harén, hija mía! ¡Y no ocurrirá más que lo que te convenga!"
Ella dijo: "En ese caso ¡oh rey! mejor te esperaré en mi casa. Porque ya sabe nuestro rey que para esta clase de cosas son necesarios muchos preparativos, como baño, limpieza y otros requisitos parecidos. ¡Y nada de eso puedo hacerlo bien más que en mi casa, la cual habrá de ser honrada y bendita por siempre en cuanto pisen en ella los pasos de nuestro rey!"
Y el rey dijo: "¡Sea, pues, así!" Y se pusieron ambos de acuerdo acerca de la hora y el sitio del encuentro. Y la joven salió de palacio y fué en busca de un carpintero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 620ª NOCHE
...de un carpintero, al cual dijo: "¡Esta tarde me enviarás a casa un armario grande con tres entrepaños superpuestos, y del que cada entrepaño tenga una puerta independiente que se cierre bien con un candado!" El carpintero contestó : “Por Alah, ¡oh mi ama! Que las cosa no es tan facil de hacer de aquí a esta tarde!" Ella dijo: "¡Te pagaré lo que quieras!" Dijo él: "En ese caso, estará listo. i Pero el precio que de ti quiero no es oro ni plata, ¡oh mi señora! sino solamente lo que tú sabes! ¡Entra, pues, en la trastienda, a fin de que pueda hablar contigo!" Al oír estas palabras del carpintero, contestó la joven: “!Oh carpintero de bendición, que hombre de tan poco tacto eres! ¡Por Alah! ¿Es que esta miserable trastienda tuya resulta a propósito para una conversación como la que quieres mantener? ¡Mejor será que vengas esta noche a mi casa después de enviarme el armario, y me hallarás dispuesta a conversar contigo hasta por la mañana!" Y el carpintero contestó: "¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido!" Y continuó la joven: "¡Bueno! ¡Pero el armario que vas a hacerme no ha de tener cuatro entrepaños, sino cinco! ¡Porque, si he de guardar en él todo lo que tengo que guardar, necesito cinco entrepaños!"
Y después de darle las señas de su casa, se separó del carpintero y regresó a su domicilio.
Ya en él, sacó de un cofre cinco ropones de hechuras y colores distintos, los dejó cuidadosamente e hizo aportar manjares y bebidas, y colocar flores y quemar perfumes. Y de esta manera aguardó la llegada de sus invitados.
Y he aquí que al oscurecer llevó el armario consabido el mozo del carpintero; y la joven mandó colocarlo en la sala de visitas. Luego despidió al mozo, y antes de que tuviese tiempo de probar los candados del armario, llamaron a la puerta, y entró el primero de los invitados, que era el walí de la ciudad. Y levantóse en honor suyo, y besó la tierra entre sus manos, y le invitó a sentarse, y le sirvió refrescos. Luego empezó a posar en él unos ojos de un palmo de largos, y a lanzarle miradas abrasadoras, de modo que el walí hubo de levantarse acto seguido, y haciendo muchos gestos y tembloroso ya, quiso poseerla al instante.
Pero dijo la joven, desasiéndose de él: "¡Oh mi señor! ¡Cuán refinado eres! ¡Comienza por desnudarte para tener soltura de movimientos!" Y dijo el walí: "¡No hay inconveniente!" Y se quitó sus vestiduras. Y ella le presentó un ropón de seda amarilla y de forma extraordinaria, un gorro del mismo color, para que se los pusiese en lugar de sus trajes de color oscuro, como suele hacerse en los festines de libertinos. Y el walí se apropió del ropón amarillo, y el gorro amarillo, y se dispuso a divertirse. Pero en aquel mismo momento llamaron a la puerta con violencia.
Y preguntó el walí, muy contrariado: "¿Esperas a algunas vecinas o a alguna proveedora?" Ella contestó aterrada: "¡Por Alah, que no! ¡Pero he olvidado que esta misma noche volvía de viaje mi esposo! ¡Y él mismo es quien llama a la puerta en este momento!" El walí preguntó: "¿Y qué va a ser de mí entonces? ¿Y qué voy a hacer?"
Ella dijo: "¡No tienes más que un modo de salvarte, y consiste en meterte en este armario!" Y abrió la puerta del primer entrepaño del armario, y dijo al walí: "¡Métete ahí dentro!" Dijo él: "¿Y cómo voy a caber?" Ella dijo: "¡Acurrucándote!" Y encorvándose por la cintura, entró el walí en el armario, y se acurrucó allí. Y la joven cerró con llave la puerta y fué a abrir al que llamaba.
Y he aquí que era el kadí.
Y le recibió como había recibido al walí, y cuando llegó el momento oportuno, le puso un ropón rojo de forma extraordinaria y un gorro del mismo color; y como quería él arrojarse sobre ella, le dijo: "¡No, por Alah! ¡Antes tendrás que escribirme una orden disponiendo que suelten a mi hermano!" Y el kadí le escribió la orden consabida, y se la entregó en el mismo momento en que llamaban a la puerta. Y exclamó la joven con acento aterrado: "¡Es mi esposo, que vuelve de viaje!" E hizo encaramarse al kadí hasta el segundo entrepaño del armario, y fué a abrir al que llamaba a la puerta de la casa.
Y precisamente era el visir. Y ocurrió lo que les había sucedido a los otros dos; y ataviado con un ropón verde y un gorro verde, hubo de meterse en el tercer entrepaño del armario en el momento de llegar a su vez el rey de la ciudad. Y del propio modo, se atavió el rey con un ropón azul y un gorro azul, y en el instante en que se disponía a verificar lo que le había llevado allí, resonó la puerta, y ante el terror de la joven, se vió obligado a trepar al cuarto entrepaño del armario, donde hubo de acurrucarse en una postura muy penosa para él, que estaba bastante grueso.
Entonces quiso caer sobre la joven el carpintero, que le miraba con ojos devoradores y quería cobrarse el armario. Pero le dijo ella: "¡Oh carpintero! ¿Por qué has hecho tan pequeño el quinto entrepaño del armario? ¡Apenas si puede guardarse ahí el contenido de una caja pequeña!"
Dijo él: "¡Por Alah, que en ese entrepaño quepo yo y aun cuatro más gordos que yo!" Ella dijo: "¡Prueba, a ver si cabes" Y encaramándose en banquetas superpuestas, el carpintero se metió en el quinto entrepaño, donde quedó encerrado bajo llave inmediatamente.
En seguida, cogiendo la orden que le había dado el kadí, la joven fué en busca de los celadores de la cárcel, los cuales, al ver el sello estampado debajo del escrito, soltaron al muchacho.
Entonces volvieron ella y él a la casa a toda prisa, y para festejar su reunión, copularon de firme y durante largo tiempo con muchos ruidos y jadeos. Y los cinco encerrados oían desde dentro del armario todo aquello, pero no se atrevían a moverse ni podían tampoco. Y acurrucados en los entrepaños unos encima de otros, no sabían cuándo se les libertaría.
Y he aquí que, no bien la joven y el muchacho terminaron con sus escarceos, recogieron cuantas cosas preciosas pudieron llevarse, las metieron en cofres, vendieron todo lo demás, y abandonaron aquella ciudad para ir a otra ciudad y a otro reino. ¡Y esto en cuanto a ellos! ¡Pero encuanto a los otros cinco, he aquí lo que les sucedió! Al cabo de dos días de estar allí, los cinco
se sintieron poseídos por una necesidad imperiosa de orinar.
Y el primero que se meó fue el carpintero. Y cayeron los orines en la cabeza del rey. Y en el mismo momento se puso el rey a mear encima de la cabeza de su visir, que se orinó en la cabeza del kadí, el cual se meó en la cabeza del walí. Entonces alzaron la voz todos, excepto el rey y el carpintero, gritando: "¡Qué asco!" Y el kadí reconoció la voz del visir, el cual reconoció la voz del kadí. Y se dijeron unos a otros: "¡Henos aquí caídos en la trampa! ¡Menos mal que ha escapado el rey!"
Pero en aquel momento les gritó el rey, que habíase callado por dignidad: "¡No digáis eso, porque también estoy aquí! ¡Y no sé quién me ha meado en la cabeza!" Entonces exclamó el carpintero: "¡Alah eleve la dignidad del rey! ¡Me parece que he sido yo! ¡Porque estoy en el quinto entrepaño!"
Luego añadió: "¡Por Alah! ¡Soy el causante de todo esto, pues el armario es obra mía!"
Entretanto, regresó de su viaje el esposo de la joven; y los vecinos, que no se habían dado cuenta de la marcha de la joven, lo vieron llegar y llamar a su puerta inútilmente. Y les preguntó él porqué no le respondía nadie desde dentro. Y no supieron informarle acerca del particular. Entonces, hartos de esperar, derribaron la puerta entre todos y penetraron en el interior; pero se encontraron con la casa vacía y sin más mueble que el armario consabido. Y oyeron voces de hombres dentro del armario. Y ya no dudaron que el armario estaba habitado por genn...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 622ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y oyeron voces de hombres dentro del armario. Y ya no dudaron que el armario estaba habitado por genn. Y en alta voz dijeron que iban a prender fuego al armario y a quemarlo con quienes encerrase. Y cuando iban a poner en práctica su proyecto, se dejó oír desde dentro del armario la voz del kadí, que gritaba: "Deteneos, ¡oh buenas gentes! ¡No somos ni genn ni ladrones, sino que somos tal y cual!"
Y en pocas palabras les puso al corriente del ardid de que habían sido víctimas. Entonces los vecinos, con el esposo a la cabeza, rompieron los candados y libertaron a los cinco presos, a quienes hallaron vestidos con los trajes extraños que la joven les hizo ponerse. Y al ver aquello, ninguno pudo por menos de reír la aventura. Y para consolar al esposo de la marcha de su mujer, le dijo el rey: "¡Te nombro mi segundo visir!"
Y tal es esta historia. ¡Pero Alah es más sabio! Y tras de hablar así, Schehrazada dijo al rey Schahriar: "¡Pero no creas ¡oh rey! que todo esto es comparable a la historia del DORMIDO DESPIERTO!" Y como el rey Schahriar frunciese las cejas al oír este título, que era desconocido para él, Schehrazada dijo sin más tardanza:
HISTORIA DEL DORMIDO DESPIERTO
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que antaño, en tiempos del califa Harún Al-Raschid, había en Bagdad un joven soltero, llamado Abul-Hassán, que llevaba una vida muy extraña y muy extraordinaria. Porque sus vecinos jamás le veían tratar dos días seguidos a la misma persona ni invitar en su casa a ningún habitante de Bagdad, pues cuantos a su casa iban eran extranjeros. Así es que las gentes de su barrio, como ignoraban lo que hacía, le habían puesto el mote de
Abul-Hassán el Disoluto.
Tenía él costumbre de ir todas las tardes a apostarse al extremo del puente de Bagdad, y allá esperaba que pasase algún extranjero; y en cuanto divisaba uno, fuese rico o pobre, joven o viejo, se adelantaba a él sonriendo y lleno de urbanidad, y después de las zalemas y los deseos de bienvenida, le invitaba a aceptar la hospitalidad de su casa durante la primera noche que residiese en Bagdad. Y se lo llevaba con él, y le albergaba lo mejor que podía; y como se trataba de un individuo muy jovial y de carácter complaciente, le hacía compañía toda la noche y no escatimaba nada para darle la mejor idea de su generosidad. Pero al día siguiente le decía: "¡Oh huésped mío! has de saber que, si te invité a mi casa cuando en esta ciudad sólo Alah te conoce, es porque tengo mis razones para obrar de esa manera. Pero hice juramento de no tratar jamás dos días seguidos al mismo extranjero, aunque sea el más encantador y el más delicioso entre los hijos de los hombres. ¡Así, pues, heme aquí precisado a separarme de ti, e incluso te ruego que, si alguna vez me encuentras por las calles de Bagdad, hagas como que no me conoces para no obligarme a que me aparte de ti!"
Y tras de hablar así, Abul-Hassán conducía a su huésped a cualquier khan de la ciudad, le daba todos los informes que pudiera necesitar, se despedía de él y no volvía a verle ya. Y si por casualidad ocurría que se encontrase más tarde por los zocos con alguno de los extranjeros que
había recibido en su casa, fingía no conocerle, e incluso volvía a otro lado la cabeza para no verse obligado a hablarle o saludarle. Y continuó obrando de tal suerte, sin dejar nunca ni una sola tarde de llevarse a su casa un nuevo extranjero.
Pero una tarde, al ponerse el sol, cuando estaba sentado, según tenía por costumbre, al extremo del puente de Bagdad esperando la llegada de algún extranjero, vió avanzar en dirección suya a un rico mercader vestido a la manera de los mercaderes de Mossul, y seguido por un esclavo de alta estatura y de aspecto imponente. Era nada menos que el califa Harún Al-Raschid, disfrazado, como solía hacerlo todos los meses, a fin de ver y examinar por sus propios ojos lo que ocurría en Bagdad. Y Abul-Hassán, al verle, ni por asomo se figuró quién era; y levantándose del sitio en que estaba sentado, avanzó a él, y después de la zalema más graciosa y el deseo de bienvenida, le dijo: "¡Oh mi señor, bendita sea tu llegada entre nosotros! Hazme el favor de aceptar por esta noche mi hospitalidad en lugar de ir a dormir en el khan. ¡Y ya tendrás tiempo mañana por la mañana de buscar tranquilamente alojamiento!" Y para decidirle a aceptar su oferta, en pocas palabras le contó que desde hacía mucho tiempo tenía costumbre de dar hospitalidad, sólo por una noche, al primer extranjero que veía pasar por el puente. Luego añadió: "Alah es generoso, ¡oh mi señor! ¡En mi casa encontrarás amplia hospitalidad, pan caliente y vino clarificado!"
Cuando el califa hubo oído las palabras de Abul-Hassán, le pareció tan extraña la aventura y tan singular Abul-Hassán, que ni por un instante vaciló en satisfacer su anhelo de conocerle más a fondo. Así es que, tras de hacerse rogar un momento por pura fórmula y para no resultar un hombre mal educado, aceptó la oferta, diciendo: "¡Por encima de mi cabeza y de mi oído! ¡Alah aumente sobre ti sus beneficios!, ¡oh mi señor! ¡Heme aquí pronto a seguirte!" Y Abul-Hassán mostró el camino a su huésped y le condujo a su casa, conversando con él con mucho agrado.
Aquella noche la madre de Hassán había preparado una comida excelente. Y les sirvió primero bollos tostados con manteca y rellenos con picadillo de carne y piñones, luego un capón muy gordo rodeado de cuatro pollos grandes, luego un pato relleno de pasas y alfónsigos, y por último, unos pichones en salsa. Y en verdad que todo aquello era exquisito al paladar y agradable a la vista.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 624ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y en verdad que todo aquello era exquisito al paladar y agradable a la vista. Así es que, sentándose ambos ante las bandejas, comieron con gran apetito; y Abul-Hassán escogía los trozos más delicados para dárselos a su huésped. Después, cuando acabaron de comer, el esclavo les presentó el jarro y la jofaina; y se lavaron las manos, en tanto que la madre de Hassán retiraba las fuentes de manjares para servir los platos de frutas llenos de uvas, dátiles y peras, así como otros platos con botes llenos de confituras, pastas de almendras y toda clase de cosas deliciosas. Y comieron hasta la saciedad para comenzar a beber luego.
Entonces Abul-Hassán llenó de vino la copa del festín, y con ella en la mano, se encaró con su huésped, y le dijo: "¡Oh huésped mío! Ya sabes que el gallo no bebe nunca sin llamar con cacareos antes a las gallinas para que vayan a beber con él. Por tanto, si yo me llevase a los labios esta copa para beber estando solo, la bebida detendríase en mi gaznate, y moriría yo seguramente. Ruégote, pues, que por esta, noche dejes la sobriedad para quienes estén de mal humor, y busques conmigo la alegría en el fondo de la copa. ¡Porque, en verdad, ¡oh huésped mío! que mi felicidad alcanza su límite extremado al tener yo en mi casa a un personaje tan honorable como tú!"
El califa, que no quería desairarle, y que, además, deseaba hacerle hablar, no rehusó la copa y se puso a beber con él. Y cuando empezó el vino a aligerarles las almas, dijo el califa a Abul-Hassán: "¡Oh mi señor! Ahora que existe entre nosotros el pan y la sal, ¿quieres decirme el motivo que te induce a portarte así con extranjeros a quienes no conoces, y contarme, a fin de que yo la oiga, tu historia, que debe ser asombrosa?"
Y contestó Abul-Hassán: "Has de saber ¡oh huésped mío! que mi historia no es asombrosa, sino instructiva únicamente. Me llamo Abul-Hassán, y soy hijo de un mercader que a su muerte me dejó lo bastante para vivir con toda holgura en Bagdad, nuestra ciudad. Y como yo había sido educado muy severamente en vida de mi padre, me apresuré a hacer cuanto estaba en mi mano para ganar el tiempo perdido en mi juventud. Pero como estaba naturalmente dotado de reflexión, tuve la precaución de dividir mi herencia en dos partes: una que convertí en oro y otra que conservé como reserva. Y cogí el oro realizado con la primera parte, y empecé a dilapidarlo a manos llenas, tratando a jóvenes de mi edad, a quienes regalaba y atendía con una esplendidez y una generosidad de emir. Y no escatimaba nada para que nuestra vida estuviese llena de delicias y comodidades.
Pero, gastando de tal suerte, advertí que, al cabo de un año no me quedaba ya ni un solo dinar en el fondo de la arquilla, y volví la vista a mis amigos, pero habían desaparecido. Entonces fui en busca suya, y les pedí que a su vez me ayudasen en la situación penosa por que atravesaba. Pero, uno tras de otro, todos me pusieron algún pretexto que les impedía ir en mi ayuda, y ninguno de ellos accedió a ofrecerme algo para que subsistiese ni un solo día. Entonces volví en mí, y comprendí cuánta razón tuvo mi padre para educarme con severidad.
Y regresé a mi casa, y me puse a reflexionar acerca de lo que me quedaba que hacer. Y a la sazón hice hincapié en una resolución que desde entonces mantengo sin vacilar. Juré ante Alah, en efecto, que jamás frecuentaría el trato de los individuos de mi país, ni daría en mi casa hospitalidad a nadie más que a extranjeros; pero la experiencia me ha enseñado también que la amistad corta y efusiva es preferible con mucho a la amistad larga y que acaba mal, ¡e hice juramento de no tratar nunca dos días seguidos al mismo extranjero invitado en mi casa, aunque sea el más encantador y el más delicioso entre los hijos de los hombres! Porque ya he experimentado cuán crueles son los lazos del afecto, y hasta qué punto impiden saborear en su plenitud las alegrías de la amistad.
Así, pues, ¡oh huésped mío! no te asombres de que mañana por la mañana, tras esta noche en que la amistad se nos deja ver bajo el aspecto más atrayente, me encuentre obligado a decirte adiós. ¡E incluso si, más tarde, me encontraras en las calles de Bagdad, no tomes a mal que no te reconozca ya siquiera!"
Cuando el califa hubo oído estas palabras de Abul-Hassán, le dijo: "¡Por Alah, que tu conducta es una conducta maravillosa, y en mi vida he visto conducirse con tanta prudencia como tú a ningún joven disoluto! Así es que mi admiración por ti llega a sus límites extremos: con los fondos que te reservaste de la segunda parte de tu patrimonio, supiste llevar una vida inteligente que te permite disfrutar cada noche del trato de un hombre distinto con quien puedes variar siempre de placeres y conversaciones, y que no podrá hacerte experimentar sensaciones desagradables". Luego añadió: "Pero ¡oh mi señor! lo que me has dicho respecto a nuestra separación de mañana me produce una pena extremada. Porque yo quería corresponder de algún modo a lo bien que conmigo te portaste y a la hospitalidad de esta noche.
Te ruego, pues, ahora, que manifiestes un deseo, y te juro por la Kaaba santa que me comprometo a satisfacerlo. ¡Háblame, por tanto, con toda sinceridad, y no temas que resulte excesiva tu petición, pueslos bienes de Alah son numerosos sobre este mercader que te habla, y no me será difícil realizar nada, con ayuda de Alah ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 625ª NOCHE
Ella dijo:
"...y no me será difícil realizar nada, con ayuda de Alah!"
Al oír estas palabras del califa disfrazado de mercader, Abul-Hassán contestó sin turbarse ni manifestar el menor asombro: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! que mis ojos están pagados ya con verte, y tus beneficios estarían de más! ¡Te doy las gracias, pues, por tu buena voluntad para conmigo; pero, como no tengo ningún deseo que satisfacer ni ninguna ambición que realizar, me noto muy perplejo al responderte! ¡Porque me basta con mi suerte, y no deseo más que vivir como vivo, sin tener necesidad de nadie nunca!" Pero el califa insistió: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! no rechaces mi oferta, y deja a tu alma expresar un deseo, a fin de que yo lo satisfaga! ¡De no ser así, me marcharé de aquí con el corazón muy torturado y muy humillado! ¡Porque más pesa un beneficio recibido que una mala acción, y el hombre bien nacido debe siempre devolver duplicado el bien que se le hace! ¡Así, pues, habla y no temas molestarme!"
Entonces, al ver que no podía comportarse de otro modo, AbulHassán bajó la cabeza y se puso a reflexionar profundamente acerca de la petición que se veía obligado a hacer; levantó de pronto luego la cabeza, y exclamó: "¡Pues bien; ya di con ello! Pero se trata de una petición loca, sin duda. ¡Y me parece que no voy a indicártela para no separarme de ti haciéndote formar con respecto a mí tan mala idea!"
El califa dijo: "¡Por la vida de mi cabeza! ¿Y quién puede decir de antemano si una idea es loca o razonable? ¡En verdad que no soy más que un mercader! pero, a pesar de todo, puedo hacer bastante más de lo que parece a juzgar por mi oficio! ¡Habla pronto, pues!" Abul-Hassán contestó: "Hablaré, ¡oh mi señor! pero por los méritos de nuestro Profeta (con El la paz y la plegaria), te juro que sólo el califa podría realizar lo que yo deseo. ¡Pues, para complacerme, sería preciso que me convirtiese yo, aunque fuese nada más que por un día, en califa en lugar de nuestro amo el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid!" El califa preguntó: "Pero, vamos a ver, ya AbulHassán ¿qué harías si fueses califa un día solamente?"
El otro contestó: "¡Escucha!" Y Abul-Hassán se interrumpió un momento, luego dijo:
"Has de saber ¡oh mi señor! que la ciudad de Bagdad está dividida en barrios y que cada barrio tiene al frente un jeique al que llaman al-balad. Pero, para desgracia de este barrio en que habito, el jeique-al-balad que lo regentea es un hombre tan feo y tan horroroso, que ha debido nacer sin duda de la copulación de una hiena con un cerdo. Su presencia resulta pestilente, porque no tiene por boca una boca vulgar, sino un brocal sucio comparable al agujero de una letrina; sus ojos de pez le salen de los lados y parece que se le van a saltar hasta caer a sus pies; sus labios tumefactos se dirían una llaga maligna, y cuando habla, lanzan chorros de saliva; sus orejas son unas orejas de puerco; sus mejillas, fláccidas y pintadas, se asemejan al trasero de un mono viejo; sus mandíbulas carecen de dientes a fuerza de mascar basuras; su cuerpo está aquejado de todas las enfermedades; en cuanto a su ano, ya no existe; a fuerza de servir de estuche a las herramientas de arrieros, poceros y barrenderos, está atacado de podredumbre y lo reemplazan ahora unos tapones de lana que impiden que se le salgan por allí las tripas.
"Y este innoble depravado es quien se permite poner en conmoción a todo el barrio con ayuda de otros dos depravados que voy a describirte. Porque no hay villanía que no cometa y calumnia que no difunda, y como tiene un alma excrementicia, ejerce su maldad de mujerzuela vieja sobre las personas honradas, tranquilas y limpias. Pero como no puede encontrarse a la vez en todas partes para infestar el barrio con su pestilencia, tiene a su servicio dos ayudantes tan infames como él.
"El primero de estos infames es un esclavo de rostro imberbe como el de los eunucos, de ojos amarillos y de voz tan desagradable como el sonido que se escapa del trasero de los asnos. Y ese esclavo, hijo de zorra y de perro, se hace pasar por un noble árabe, cuando sólo es un rumí de la más vil y de la más baja extracción. Su oficio consiste en ir a hacer compañía a los cocineros, a los criados y a los eunucos en casa de los visires y de los grandes del reino para sorprender los secretos de sus amos y contárselos a su jefe, el jeique al-balad, y traerlos y llevarlos por las tabernas y los sitios peores. Ninguna tarea le repugna, y lame los traseros cuando de ese modo puede encontrar un dinar de oro.
"En cuanto al segundo infame, es una especie de bufón de ojos saltones que se ocupa en decir chistes y gracias por los zocos, en donde se le conoce por su cráneo calvo como un casco de cebolla y su tartamudez, que es tan penosa, que a cada palabra que dice parece que va a vomitar los hígados. ¡Además, ningún mercader le invita a que se siente en su tienda, ya que está tan gordo y tan macizo, que cuando se sienta en una silla, vuela hecha pedazos la silla a causa de su peso! ¡Pero éste no es tan depravado como el primero, aunque es bastante más tonto!
"Por tanto, ¡oh mi señor! si yo fuese únicamente un día Emir de los Creyentes, no intentaría enriquecerme ni enriquecer a los míos, sino que me apresuraría a librar a nuestro barrio de esos tres horribles canallas, y los echaría al hoyo de la basura, una vez que hubiese castigado a cada cual con arreglo al grado de su ignominia. Y de tal suerte devolvería la tranquilidad a los habitantes de nuestro barrio. ¡Y eso es todo lo que deseo!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 627ª NOCHE
Ella dijo:
"Y de tal suerte devolvería la tranquilidad a los habitantes de nuestro barrio. ¡Y eso es todo lo que deseo!".
Cuando el califa hubo oído estas palabras de Abul-Hassán, le dijo: "En verdad, ya Abul-Hassán, que tu deseo es el deseo de un hombre que va por el buen camino y el de un corazón excelente, porque sólo los hombres buenos y los corazones excelentes sufren cuando la impunidad resulta el pago de los malos. ¡ Pero no creas que tu deseo es tan difícil de realizar como me hiciste creer, pues bien convencido estoy de que si lo supiese el Emir de los Creyentes, a quien tanto le gustan las aventuras singulares, se apresuraría a entregar su poderío entre tus manos por un día y una noche!"
Pero Abul-Hassán se echó a reír, y contestó: "¡Por Alah! ¡demasiado se me alcanza que cuanto acabamos de decir no es más que una broma! ¡Y a mi vez estoy convencido de que, si el califa se enterase de mi extravagancia, haría que me encerraran como a un loco! ¡Así, pues, te ruego, que, si por casualidad tus relaciones te llevan a presencia de algún personaje de palacio, no le hables nunca de lo que dijimos bajo la influencia de la bebida!"
Y para no contrariar a su huésped, le dijo el califa: "¡Te juro que a nadie le hablaré de ello!" Pero en su interior se prometió no dejar pasar aquella ocasión de divertirse como jamás lo había hecho desde que recorría su ciudad disfrazado con toda clase de disfraces. Y dijo a Abul-Hassán; "¡Oh huésped mío! ¡conviene que a mi vez te eche yo de beber, pues hasta el presente fuiste tú quien se tomó el trabajo de servirme!" Y cogió la botella y la copa, vertió vino en la copa, echando en ella diestramente un poco de bang de la calidad más pura, y ofreció la copa a Abul-Hassán, diciéndole: "¡Que te sea sano y delicioso!" Y Abul-Hassán contestó: "¿Cómo rehusar la bebida que nos ofrece la mano del invitado? ¡Pero, por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! como mañana no podré levantarme para acompañarte fuera de mi casa, te ruego que al salir no te olvides de cerrar bien detrás de ti la puerta!"
Y el califa se lo prometió así. Tranquilo ya por aquel lado, Abul-Hassán tomó la copa y la vació de un solo trago. Pero al punto surtió su efecto el bang, y Abul-Hassán rodó por tierra, dando con la cabeza antes que con los pies, de manera tan rápida, que el califa se echó a reír. Tras de lo cual llamó al esclavo que esperaba sus órdenes, y le dijo: "¡Cárgate a la espalda a este hombre, y sígueme!" Y el esclavo obedeció, y cargándose a la espalda a Abul-Hassán, siguió al califa, que le dijo: "¡Acuérdate bien del emplazamiento de esta casa, a fin de que puedas volver a ella cuando yo te lo ordene!"
Y salieron a la calle, olvidándose de cerrar la puerta, no obstante la recomendación.
Llegados que fueron a palacio, entraron por la puerta secreta y penetraron en el aposento particular en que estaba situada la alcoba. Y el califa dijo a su esclavo: "¡Quítale la ropa a este hombre, vístele con mi traje de noche, y échale en mi propio lecho!" Y cuando el esclavo hubo ejecutado la orden, el califa le envió a buscar a todos los dignatarios del palacio, visires, chambelanes y eunucos, así como a todas las damas del harén; y cuando se presentaron todos entre sus manos, les dijo: "Es preciso que mañana por la mañana estéis todos en esta habitación, y que cada cual de vosotros se ponga a las órdenes de este hombre que está echado en mi lecho y vestido con mi ropa. Y no dejéis de guardarle las mismas consideraciones que a mí mismo, y en todo os portaréis con él como si yo mismo fuese. Y al contestar a sus preguntas, le daréis el tratamiento de Emir de los Creyentes; y tendréis mucho cuidado de no contrariarle en ninguno de sus deseos. ¡Porque si alguno de vosotros, aunque fuese mi propio hijo, no interpreta bien las intenciones que os indico, en aquella hora y en aquel instante será ahorcado a la puerta principal de palacio!"
Al oír estas palabras del califa, todos los circunstantes contestaron: "¡Oír es obedecer!" Y a una seña del visir se retiraron en silencio, comprendiendo que, cuando el califa les había dado aquellas instrucciones, era porque quería divertirse de una manera extraordinaria. Cuando se marcharon, Al-Raschid se encaró con Giafar y con el portaalfanje Massrur, que se habían quedado en la habitación, y les dijo: "Ya habéis oído mis palabras. ¡Pues bien: es preciso que mañana
seáis vosotros los primeros que os levantéis y vengáis a esta habitación para poneros a las órdenes de mi sustituto, que es éste que aquí véis! Y no habéis de asombraros por ninguna de las cosas que os diga, para sacaros de vuestro error simulado. Y haréis dádivas a quienes él os indique, aunque tuviérais que agotar todos los tesoros del reino; y recompensaréis, y castigaréis, y ahorcaréis, y mataréis, y nombraréis, y destituiréis exactamente como él os diga que hagáis. Y no tendréis necesidad de ir a consultarme antes. ¡Yo estaré escondido cerca, y veré y oiré cuanto ocurra! ¡Y sobre todo, obrad de manera que ni por un momento pueda sospechar que todo lo que sucede se reduce a una broma combinada por orden mía!
¡Eso es todo! ¡Y que se cumpla así!"
Luego añadió: "¡No dejéis tampoco, en cuanto os despertéis, de ir a sacarme de mi sueño a la hora de la plegaria matinal.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 629ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...No dejéis tampoco, en cuanto os despertéis, de ir a sacarme de mi sueño a la hora de la plegaria mantinal!"
Y he aquí que al día siguiente, a la hora indicada, no dejaron Giafar y Massrur de ir a despertar al califa, que al punto corrió a colocarse detrás de una cortina en la misma habitación en que dormía Abul-Hassán. Y desde allí podía oír y ver todo lo que iba a ocurrir, sin exponerse a que Abul-Hassán le advirtiera entre los presentes.
Entonces entraron Giafar y Massrur, así como todos los dignatarios, las damas y los esclavos, y cada cual se colocó en el sitio de costumbre, con arreglo a su categoría. Y reinaban en la habitación una gravedad y un silencio como si se tratase del despertar del Emir de los Creyentes. Cuando todos estuvieron formados por orden, el esclavo designado de antemano se acercó a Abul-Hassán, que seguía dormido, y le aplicó a la nariz un hisopo empapado en vinagre. Y al punto estornudó Abul-Hassán una vez, dos veces y tres veces, arrojando por la nariz largos filamentos producidos por el efecto del bang. Y el esclavo recogió aquellas mucosidades en una bandeja de oro para que no cayesen en el lecho o en la alfombra; luego secó la nariz y el rostro a AbulHassán y le roció con agua de rosas. Y Abul-Hassán acabó por salir de su sopor, y abrió los ojos, despertándose.
¡Y se vió de primera intención en un lecho magnífico, cuya colcha era un magnífico y admirable brocato de oro rojo constelado de perlas y pedrerías! ¡Y alzó los ojos y se vió en un salón de paredes y techo tapizados de raso, con cortinas de seda y vasos de oro y de cristal en los rincones! Y giró los ojos a su alrededor y se vió rodeado de mujeres jóvenes y de esclavos jóvenes, de una belleza subyugante, que se inclinaban a su vista, y detrás de ellos divisó a la muchedumbre de visires, emires, chambelanes, eunucos negros y tañedores de instrumentos prontos a pulsar las cuerdas armoniosas y acompañar a las cantarinas colocadas en un círculo sobre un estrado. Y junto a él, encima de un taburete, reconoció por el color de los trajes, el manto y el turbante del Emir de los Creyentes.
Cuando Abul-Hassán vió todo aquello, cerró de nuevo los ojos para dormirse otra vez, de tan convencido como estaba de que se hallaba bajo el efecto de un sueño. Pero en el mismo momento se acercó a él el gran visir Giafar, y después de besar la tierra por tres veces, le dijo con acento respetuoso: "¡Oh Emir de los Creyentes, permite que te despierte tu esclavo, pues ya es la hora de la plegaria matinal!"
Al oír estas palabras de Giafar, Abul-Hassán se restregó los ojos repetidas veces, luego se pellizcó en un brazo tan cruelmente que hubo de lanzar un grito de dolor, y se dijo: "¡No, por Alah, no estoy soñando! ¡Heme aquí convertido en califa!" Pero vaciló aún, y dijo en voz alta: "¡Por Alah, que todo esto es producto de mi razón extraviada por tanta bebida como ingerí ayer con el mercader de Mossul, y también es efecto de la disparatada conversación que con él tuve!" Y se volvió del lado de la pared para dormirse de nuevo. Y como ya no se movía, Giafar se aproximó más a él, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡permite que tu esclavo se asombre al ver que su señor falte a su costumbre de levantarse para la plegaria!" En aquel mismo momento, a una seña de Giafar, las tañedoras de instrumentos hicieron oír un concierto de arpas, de laúdes y de guitarras, y las voces de las cantarinas resonaron armoniosamente. Y Abul-Hassán volvióse hacia las cantarinas, diciéndose en alta voz: "¿Y desde cuándo, ¡ya Abul-Hassán! los durmientes oyen lo que tú oyes y ven lo que tú ves?" Y acto seguido se levantó en el límite de la estupefacción y del encanto, aunque dudando siempre de la realidad de todo aquello. Y se puso las manos delante de los ojos a modo de pantalla, para distinguir mejor y probarse mejor sus impresiones, diciéndose: "¡Ualah! ¡Qué extraño! ¡Qué asombroso! ¿Dónde estás, Abul-Hassán, ¡oh hijo de tu madre!? ¿Sueñas o no sueñas? ¿Desde cuándo eres califa? ¿Desde cuándo este palacio, este lecho, estos dignatarios, estos eunucos, estas mujeres encantadoras, estas tañedoras de instrumentos, estas cantarinas hechiceras y todo esto es tuyo?"
Pero en aquel momento cesó el concierto, y Massrur el porta. alfanje se acercó al lecho, besó la tierra por tres veces, e incorporándose, dijo a Abul-Hassán: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡permite al último de tus esclavos que te diga que ya ha pasado la hora de la plegaria, y es tiempo de ir al diwán para despachar los asuntos del reino!" Y AbulHassán, cada vez más estupefacto, sin saber ya qué partido tomar en su perplejidad, acabó por mirar a Massrur entre ambos ojos, y le dijo con cólera: "¿Quién eres tú? ¿Y quién soy yo?"
Massrur contestó con acento respetuoso: "Tú eres nuestro amo el Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid, quinto de los Ani-Abbas, descendiente del tío del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) ¡Y el esclavo que te habla es el pobre, el despreciable, el ínfimo Massrur, honrado con el cargo augusto que consiste en llevar el alfanje de la voluntad de nuestro señor...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 630ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Y el esclavo que te habla es el pobre, el despreciable, el ínfimo Massrur, honrado con el cargo augusto que consiste en llevar el alfanje de la voluntad de nuestro señor!" Al oír estas palabras de Massrur, le gritó Abul-Hassán: "¡Mientes, hijo de mil cornudos!" Pero Massrur, sin turbarse contestó: "¡Oh mi señor! ¡en verdad que, al oír hablar así al califa, moriría de dolor otro cualquiera! ¡Pero yo, tu antiguo esclavo, que desde hace tan largos años estoy a tu servicio y vivo a la sombra de tus beneficios y de tu bondad, sé que el vicario del Profeta sólo me habla así para poner á prueba mi fidelidad! ¡Por favor, pues, j oh mi señor! te suplico que no me sometas a prueba más tiempo! ¡Si alguna pesadilla fatigó tu sueño esta noche, ahuyéntala y tranquiliza a tu esclavo tembloroso!"
Al oír estas palabras de Massrur, Abul-Hassán no pudo contenerse por más tiempo, y lanzando una inmensa carcajada, se tiró en el lecho, y empezó a revolcarse, enredándose en la colcha y alzando las piernas por encima de su cabeza. Y Harún Al-Raschid, que oía y veía todo aquello desde detrás de la cortina, hinchaba los carrillos para sofocar la risa que le embargaba.
Cuando Abul-Hassán se estuvo riendo en aquella postura durante una hora de tiempo, acabó por calmarse un poco, y levantándose acto seguido, hizo seña de que se aproximara a un esclavo negro, y le dijo: "¡Oye! ¿me conoces? ¿Y podrías decirme quién soy?"
El negro bajó los ojos con respeto y modestia, y contestó: "Eres nuestro amo el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, califa del Profeta (¡bendito sea!) y vicario en la tierra del Soberano de la Tierra y del Cielo". Pero AbulHassán le gritó: "¡Mientes, ¡oh rostro de pez! oh hijo de mil alcahuetes! "
Se encaró entonces con una de las esclavas que estaban allí presentes, y haciéndole seña de que se aproximara, le tendió un dedo, diciéndole: "¡Muerde este dedo! ¡Así veré si duermo o estoy despierto!" Y la joven, que sabía que el califa estaba viendo y oyendo cuanto pasaba, se dijo para sí: "¡Esta es la ocasión de mostrar al Emir de los Creyentes todo lo que sé hacer para divertirle!" Y juntando los dientes con todas sus fuerzas, mordió el dedo hasta llegar al hueso. Y lanzando un grito de dolor, exclamó Abul-Hassán: "¡Ay! ¡Ah! ¡ya veo que no duermo! ¡Qué he de dormir!"
Y preguntó a la joven: "¿Podrías decirme si me conoces y si soy verdaderamente quien has dicho?" Y la esclava contestó, extendiendo los brazos: "¡El nombre de Alah sobre el califa y alrededor suyo! ¡Eres mi señor! ¡el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, vicario de Alah!"'
Al oír estas palabras, exclamó Abul-Hassán: "Hete aquí en una noche convertido en vicario de Alah, ¡oh Abul-Hassán! ¡oh hijo de tu madre!" Luego, rehaciéndose, gritó a la joven: "¡Mientes, oh zorra! ¿Acaso no sé bien yo quién soy?"
Pero en aquel momento acercóse al lecho el jefe eunuco, y después de besar por tres veces la tierra, se levantó, y encorvado por la cintura, se dirigió a Abul-Hassán, y le dijo: "¡Perdóneme nuestro amo! ¡Pero es la hora en que nuestro amo tiene costumbre de satisfacer sus necesidades en el retrete!" Y le pasó el brazo por los sobacos, y le ayudó a salir del lecho. Y en cuanto Abul-Hassán estuvo de pie sobre sus plantas, la sala y el palacio retemblaron al grito con que le saludaban todos los presentes: "¡Alah haga victorioso al califa!" Y pensaba Abul-Hassán: "¡Por Alah ¿no es cosa maravillosa? ¡Ayer era AbulHassán! ¿Y hoy soy Harún Al-Raschid?" Luego se dijo: "¡Ya que es la hora de mear, vamos a mear! ¡Pero no estoy ahora muy seguro de si también es la hora en que asimismo satisfago la otra necesidad!"
Pero sacóle de estas reflexiones el jefe eunuco, que le ofreció un calzado descubierto, bordado de oro y perlas, y que era alto del talón por estar especialmente destinado a usarlo en el retrete. ¡Pero Ábul-Hassán, que en su vida había visto nada parecido, cogió aquel calzado, y creyendo sería algún objeto precioso que le regalaban, se lo metió en una de las amplias mangas de su ropón!
Al ver aquello, todos los presentes, que hasta entonces habían logrado retener la risa, no pudieron comprimir por más tiempo su hilaridad. Y los unos volvieron la cabeza, en tanto que los otros, fingiendo besar la tierra ante la majestad del califa, cayeron convulsos sobre sus alfombras. Y detrás de la cortina, el califa era presa de tal acceso de risa silenciosa, que cayó de costado al suelo.
Entretanto, el jefe eunuco, sosteniendo a Abul-Hassán por debajo del hombro, le condujo a un retrete pavimentado de mármol blanco, en tanto que todas las demás habitaciones del palacio estaban cubiertas de ricas alfombras. Tras de lo cual, volvió con él a la alcoba, en medio de los dignatarios y de las damas, alineados todos en dos filas. Y al punto se adelantaron otros esclavos que estaban dedicados especialmente al tocado y que le quitaron sus efectos de noche y le presentaron la jofaina de oro, llena de agua de rosas, para sus abluciones. Y cuando se lavó, sorbiendo con delicia el agua perfumada, le pusieron sus vestiduras reales, le colocaron la diadema, y le entregaron el cetro de oro.
Al ver aquello, Abul-Hassán pensó: "¡Vamos a ver! ¿Soy o no soy Abul-Hassán?" Y reflexionó un instante, y con acento resuelto, gritó en alta voz para ser oído por todos los presentes: "¡Yo no soy Abul-Hassán! ¡Que empalen a quien diga que soy Abul-Hassán! ¡Soy Harún Al-Raschid en persona!"
Y tras de pronunciar estas palabras, ordenó Abul-Hassán con un acento de mando tan firme como si hubiese nacido en el trono: "¡Marchen!" Y al punto se formó el cortejo; y colocándose el último, AbulHassán siguió al cortejo que le condujo a la sala del trono. Y Massrur le ayudó a subir al trono, donde sentóse él entre las aclamaciones de todos los presentes. Y se puso el cetro en las rodillas, y miró a su alrededor. Y vió que todo el mundo estaba colocado por orden en la sala de cuarenta puertas; y vió una muchedumbre innumerable de guardias con alfanjes brillantes, y visires y emires, y notables, y representantes de todos los pueblos del imperio, y otros más. Y entre la silenciosa multitud divisó algunas caras que conocía muy bien: Giafar el visir, Abu-Nowas, Al-Ijli,
Al-Rakashi, Ibdán, Al-Farazadk, Al-Loz, Al-Sakar, Omar Al-Tartis, Abu-Ishak, Al-Khalia y Padim.
Y he aquí que mientras paseaba de aquel modo sus miradas de rostro en rostro, se adelantó Giafar, seguido de los principales dignatarios, todos vestidos con trajes espléndidos; y llegando ante el trono, se prosternaron con la faz en tierra, y permanecieron en aquella postura hasta que les ordenó que se levantaran. Entonces Giafar sacó de debajo de su manto un gran rollo que deshizo y del cual extrajo un legajo de papeles que se puso a leer uno tras otro y que eran los proyectos ordinarios. Y aunque Abul-Hassán jamás había entendido en semejantes asuntos, ni por un instante se turbó; y en cada uno de los asuntos que se le sometieron, dictó sentencia con tanto tacto y con justicia tanta, que el califa, que había ido a ocultarse detrás de una cortina de la sala del trono, quedó del todo maravillado.
Cuando Giafar hubo terminado su exposición, Abul-Hassán le preguntó: "¿Dónde está el jefe de policía?" Y Giafar le designó con el dedo a Ahmad-la-Tiña, jefe de policía, y le dijo: "Este es, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Al verse aludido, el jefe de policía se destacó del sitio que ocupaba, y se acercó gravemente al trono, al pie del cual se prosternó con la faz en la tierra. Y después de permitirle que se levantara, le dijo Abul-Hassán: "¡Oh jefe de policía! ¡lleva contigo diez guardias, y ve al instante a tal barrio, tal calle y tal casa! En ella encontrarás a un horrible cerdo que es jeique-al-balad del barrio, y le hallarás sentado entre sus dos compadres, dos canallas no menos innobles que él. Apodérate de sus personas, y para acostumbrarles a lo que tienen que sufrir, empieza por dar a cada uno cuatrocientos palos en la planta de los pies ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 632ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Apodérate de sus personas, y para acostumbrarles a lo que tienen que sufrir, empieza por dar a cada uno cuatrocientos palos en la planta de los pies. Tras de lo cual, les subirás en un camello sarnoso, vestidos de andrajos y con la cara vuelta hacia la cola del camello, y les pasearás por todos los barrios de la ciudad, haciendo pregonar al pregonero público: "¡Este es el principio del castigo impuesto a los calumniadores, a los que manchan a las mujeres, a los que turban la paz de sus vecinos y babean sobre las personas honradas!" Efectuado esto, harás empalar por la boca al jeique-al-balad, ya que por ahí es por donde ha pecado y ya que en la actualidad no tiene ano; y arrojarás su cuerpo podrido a los perros. Cogerás luego al hombre imberbe de ojos amarillos, que es el más infame de los dos compadres que ayudan en su vil tarea al jeique-al-balad, y harás que le ahoguen en el hoyo de los excrementos de la casa de su vecino Abul-Hassán. ¡Después le tocará el turno al segundo compadre! A éste, que es un bufón y un tonto ridículo, no le harás sufrir más castigo que el siguiente: mandarás a un carpintero hábil que construya una silla hecha de manera que vuele en pedazos cada vez que vaya a sentarse en ella el hombre consabido, ¡y le condenarás a sentarse toda su vida en esa silla! ¡Ve, y ejecuta mis órdenes!"
Al oír estas palabras, el jefe de policía Ahmad-la-Tiña, que había recibido de Giafar la orden de ejecutar todos los mandatos que le formulara Abul-Hassán, se llevó la mano a la cabeza para indicar con ello que estaba dispuesto a perder su propia cabeza si no ejecutaba puntualmente las órdenes recibidas. Luego besó la tierra por segunda vez entre las manos de Abul-Hassán y salió de la sala del trono.
¡Eso fué todo! Y el califa, al ver a Abul-Hassán desempeñar con tanta gravedad prerrogativas de la realeza, experimentó un placer extremado. Y Abul-Hassán continuó juzgando, nombrando, destituyendo y ultimando los asuntos pendientes hasta que el jefe de policía estuvo de vuelta al pie del trono. Y le preguntó: "¿Ejecutaste mis órdenes?" Y después de prosternarse como de ordinario, el jefe de policía sacó de su seno un papel y se lo presentó a Abul-Hassán, que lo desdobló y lo leyó por entero. Era precisamente el proceso verbal de la ejecución de los tres compadres, firmado por los testigos legales y por personas muy conocidas en el barrio. Y dijo Abul-Hassán: "¡Está bien! ¡Quedo satisfecho! ¡Sean por siempre castigados así los calumniadores, los que manchan a las mujeres y cuantos se mezclan en asuntos ajenos!"
Tras de lo cual Abul-Hassán hizo seña al jefe tesorero para que se acercara, y le dijo: "Coged del tesoro al instante un saco de mil dinares de oro, y ve al mismo barrio adonde he enviado al jefe de policía y pregunta por la casa de Abul-Hassán el que llaman el Disoluto. Y como este Abul-Hassán, que está muy lejos de ser un disoluto, es un hombre excelente y de agradable compañía, todo el mundo se apresurará a indicarte su casa. Entonces entrarás en ella y dirás que tienes que hablar con su venerable madre; y después de las zalemas y las consideraciones debidas a esta excelente anciana, le dirás: "¡Oh madre de Hassán! he aquí un saco de mil dinares de oro que te envía nuestro amo el califa. Y este regalo no es nada en proporción a tus méritos. ¡Pero en este momento está vacío el tesoro, y el califa siente no poder hacer más por ti hoy! ¡Y sin más tardanza, le entregarás el saco y volverás a darme cuenta de tu misión!" Y el jefe tesorero contestó con el oído y la obediencia, y apresuróse a ejecutar la orden.
Hecho lo cual, Abul-Hassán indicó con una seña al gran visir Giafar que se levantara el diwán. Y Giafar transmitió la seña a los visires, a los emires, a los chambelanes y a los demás concurrentes, y todos, después de prosternarse al pie del trono, salieron en el mismo orden que cuando entraron. Y sólo se quedaron con Abul-Hassán el gran visir Giafar y el portaalfanje Massrur, que se acercaron a él y le ayudaron a levantarse, cogiéndole uno por debajo del brazo derecho y otro por debajo del brazo izquierdo. Y le condujeron hasta la puerta del aposento interior de las mujeres, en donde habían servido el festín del día. Y al punto las damas de servicio fueron a reemplazar junto a él a Giafar y a Massrur, y le introdujeron en la sala del festín.
Enseguida dejóse oír un concierto de laúdes, de tiorbas, de guitarras, de flautas, de oboes y de clarinetes que acompañaban a frescas voces de jóvenes, con tanto encanto, melodía y justeza, que Abul-Hassán no sabía por cuál decidirse, entusiasmado hasta el límite extremo del entusiasmo. Y acabó por decirse: "¡Ahora ya no puedo dudar! Soy realmente el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid. ¡Porque no va a ser un sueño todo esto! De ser así ¿vería, oiría, sentiría y andaría como lo hago? ¡En la mano tengo este papel con el proceso verbal de la ejecución de los tres compadres; escucho estos cánticos y estas voces; y todo lo demás, y estos honores, y estas consideraciones son para mí! ¡Soy el califa!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 634ª NOCHE
Ella dijo:
j. . . Soy el califa!" Y miró a su derecha y miró a su izquierda; y lo que vió le afirmó todavía más en la idea de su realeza. Estaba en medio de una sala espléndida, donde brillaba el oro en todas las paredes, donde los colores más agradables dibujábanse de manera variada en los tintes de los tapices, y donde ponían un resplandor incomparable siete áureas arañas de siete brazos colgadas del techo azul. Y en medio de la sala, en taburetes bajos, había siete grandes bandejas de oro macizo cubiertas con manjares admirables, cuyo olor embalsamaba el aire con ámbar y especias. Y alrededor de estas bandejas hallábanse de pie, en espera de una seña, siete jóvenes de belleza incomparable, vestidas con trajes de colores y hechuras diferentes. Y cada una tenía en la mano un abanico, dispuestas a refrescar el aire en torno de Abul-Hassán.
Entonces Abul-Hassán, que aun no había comido nada desde la víspera, se sentó ante las bandejas; y al punto las siete jóvenes se pusieron a agitar todas a la vez sus abanicos para hacer aire en torno suyo. Pero como no estaba él acostumbrado a recibir tanto aire mientras comía, miró a las jóvenes una tras de otra con sonrisa graciosa, y les dijo: "¡Por Alah ¡oh jóvenes! que me parece bastante para darme aire una sola persona! Venid, pues, todas a sentaros a mi alrededor para hacerme compañía. ¡Y decid a esa negra que está ahí que venga a hacernos aire!" Y las obligó a sentarse a su derecha, a su izquierda y delante de él, de modo que, por cualquier lado que se volviese, tuviese a la vista un espectáculo agradable.
Entonces comenzó a comer; pero, al cabo de algunos instantes, advirtió que las jóvenes no se atrevían a tocar la comida por consideración a él; y las invitó repetidas veces a que se sirvieran sin escrúpulos, e incluso les ofreció con su propia mano pedazos escogidos. Luego las interrogó por el nombre de cada una; y le contestaron: "¡Nos llamamos Grano-de-Almizcle, Cuello-de-Alabastro, Hoja-de-Rosa, Corazón-de-Granada, Boca-de-Coral, Nuez-Moscada y Caña-de-Azúcar!" Y al oír nombres tan graciosos, exclamó él: "¡Por Alah, que se os amoldan esos nombres, oh jóvenes! ¡Porque ni el almizcle, ni el alabastro, ni la rosa, ni la granada, ni el coral, ni la nuez moscada, ni la caña de azúcar pierden sus cualidades al pasar por vuestra gracia!" Y mientras duró la comida, continuó diciéndoles palabras tan exquisitas, que el califa, que le observaba con gran atención oculto detrás de una cortina, se felicitó cada vez más de haber organizado semejante diversión.
Cuando se terminó la comida, las jóvenes avisaron a los eunucos que al punto llevaron con qué lavarse las manos. Y las jóvenes apresuráronse a tomar de manos de los eunucos la jofaina de oro, el jarro y las toallas perfumadas, y poniéndose de rodillas ante Abul-Hassán, le vertieron agua en las manos. Luego le ayudaron a levantarse; y cuando los eunucos descorrieron una gran cortina, apareció otra sala en que estaban colocadas las frutas sobre bandejas de oro. Y las jóvenes le acompañaron hasta la puerta de aquella sala, y se retiraron.
Entonces, sostenido por dos eunucos, Abul-Hassán llegó hasta el centro de aquella sala, que era más hermosa y estaba mejor decorada que la anterior. Y en cuanto se sentó, un nuevo concierto, dado por otra orquesta de músicas y cantarinas, hizo oír acordes admirables. Y muy entusiasmado, Abul-Hassán advirtió en las bandejas diez hileras alternadas de las frutas más raras y más exquisitas; y había siete bandejas; y cada bandeja estaba debajo de una araña colgada del techo; y ante cada bandeja hallábase una joven más hermosa y mejor adornada que las anteriores; y también tenía cada cual un abanico. Y Abul-Hassán las examinó una tras de otra y quedó encantado de su belleza. Y las invitó a sentarse a su alrededor; y para animarlas a comer, no dejó de servirlas por sí mismo en vez de dejarlas servirle. Y se informó de sus nombres, y supo decir a cada una un cumplimiento apropiado al presentarles un higo, o un racimo de uvas, o una raja de sandía, o un plátano. Y el califa, que le escuchaba, se divertía en extremo y estada cada vez más satisfecho de ver lo que el otro daba de sí.
Cuando Abul-Hassán hubo probado de todas las frutas que había en las bandejas, y también se las hizo probar a las jóvenes, levantóse, ayudado por los eunucos, que le introdujeron en una tercera sala más hermosa sin duda que las dos primeras...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 636ª NOCHE
Ella dijo:
"...levantóse, ayudado por los eunucos, que le introdujeron en una tercera sala más hermosa sin duda que las dos primeras.
Era la sala de las confituras. Había, en efecto, siete bandejas, cada una debajo de una araña, y ante cada bandeja una joven de pie; y en aquellas bandejas, dentro de botes de cristal y de fuentes de plata sobredorada, se contenían confituras excelentes. Y las había de todos colores y de todas especies. Y había confituras líquidas y confituras secas, y pasteles de hojaldre, ¡y todo!
Y en medio de un nuevo concierto de voces e instrumentos, Abul-Hassán probó un poco de cada dulce perfumado, y también hizo que los probaran las jóvenes, a quienes, de la misma manera que a las anteriores, invitó a hacerle compañía. Y a cada una supo decirle una palabra agradable que respondiera al nombre que le había preguntado.
Tras de lo cual le introdujeron en la cuarta sala, que era la sala de las bebidas, y que era la más sorprendente y la más maravillosa con mucho. Debajo de las siete arañas de oro del techo, había siete bandejas con frascos de todas las formas y de todos los tamaños, dispuestos en filas simétricas; y hacíanse oír músicas y cantarinas invisibles para los ojos del espectador; y ante las bandejas se erguían siete jóvenes que no iban vestidas con trajes pesados, como sus hermanas de las demás salas, sino sencillamente envueltas en una camisa de seda; y eran de colores distintos y de aspecto distinto: la primera era morena, la segunda negra, la tercera blanca, la cuarta rubia, la quinta gruesa, la sexta delgada y la séptima roja. Y Abul-Hassán las examinó con más gusto y atención aún, porque podía fácilmente entrever sus formas y atractivos bajo la transparencia de la tela sutil.
Con extremada complacencia las invitó a sentarse a su alrededor y a echarle de beber. Y empezó a preguntar su nombre a cada joven, según le iban presentando las copas. Y cada vez que vaciaba una copa, daba a la joven correspondiente un beso, un mordisco o un pellizco en la nalga. Y continuó jugando de tal modo con ellas hasta que el niño heredero se puso a gritar. Entonces, para apaciguarle, preguntó a las siete jóvenes: "¡Por vida mía! ¿quién de vosotras quiere encargarse de este niño inoportuno?" Y por toda respuesta a esta pregunta, las siete jóvenes se lanzaron a la vez sobre el mamoncillo y quisieron darle de mamar. Y cada cual lo atraía a sí por un lado o por otro, riendo y dando gritos, de modo que el padre del niño, sin saber ya a quien escuchar ni a quien atender, se lo guardó de nuevo, diciendo: "¡Ha vuelto a dormirse!"
¡Eso fué todo!
Y el califa, que iba siguiendo por todas partes a Abul-Hassán y se ocultaba detrás de las cortinas, regocijábase en silencio con lo que veía y oía, y bendecía al Destino que lo puso en el camino de un hombre como aquél. Pero, entretanto, una de las jóvenes, que había recibido de Giafar las instrucciones necesarias, tomó una copa y echó en ella disimuladamente unos pocos polvos narcóticos de los que el califa empleó la noche anterior para dormir a Abul-Hassán. Luego ofreció la copa a Abul-Hassán riendo, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡te suplico que bebas todavía esta copa, la cual despertará quizás al querido niño!"
Riendo a carcajadas, contestó Abul-Hassán: "¡Sí, ualáh!" Y tomó la copa que le ofrecía la joven, y se la bebió de un trago. Luego se dispuso a hablar con la que le había servido de beber; pero sólo consiguió abrir la boca para balbucear algo y cayó desplomado, dando con la cabeza antes que con los pies.
Entonces el califa, que con todo aquello se había divertido hasta el límite de la diversión, y que no esperaba más que aquel sueño de Abul-Hassán, salió de detrás de la cortina, sin poder tenerse ya en pie a fuerza de reír tanto. Y encaróse con los esclavos que acudieron y les ordenó que quitaran a Abul-Hassán las vestiduras reales que le habían puesto por la mañana, y le vistieran con sus trajes usuales. Y cuando se hubo ejecutado esta orden, hizo llamar al esclavo que raptó a Abul-Hassán, y le ordenó que se le cargara a hombros, le transportara a su casa y le acostara en su lecho. Pues el califa dijo para sí: "¡Como esto dure más, voy a morirme de risa, o se va él a volver loco!" Y el esclavo, cargándose a la espalda a Abul-Hassán, le sacó de palacio por la puerta secreta, y corrió a dejarle en su lecho, dentro de su casa, cuya puerta tuvo cuidado de cerrar al retirarse.
En cuanto a Abul-Hassán ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 637ª NOCHE
Ella dijo:
". . . En cuanto a Abul-Hassán, permaneció dormido en un profundo sueño hasta el día siguiente al mediodía, y no se despertó hasta que disipóse por completo en su cerebro el efecto del bang. Y pensó antes de poder abrir los ojos: "¡He reflexionado, y la que prefiero entre todas las jóvenes es sin duda Caña-de-Azúcar, y también Boca-de-Coral, y en tercer lugar solamente Aderezo-de-Perlas, la rubia que me sirvió ayer la última copa!" Y llamó en alta voz: "¡Hola! ¡Venid, oh jóvenes! ¡Caña-de-Azúcar, Boca-de-Coral, Aderezo-de-Perlas, Alba-del-Día, Estrella-de-la-Mañana, Grano-de-Almizcle, Cuello-de-Alabastro, Cara-de-Luna, Corazón-de-Granada, Flor-de-Manzano, Hoja-de-Rosa, ¡Hola! ¡Acudid! ¡Ayer estaba un poco fatigado! ¡Pero hoy va bien el niño!"
Y esperó un momento. Pero como nadie contestaba ni acudía a sus voces, hubo de enojarse, y abriendo los ojos, se incorporó a medias. Y entonces se vió en su habitación, pero ni por asomo en el palacio suntuoso en que había habitado la víspera y desde donde había mandado como amo en toda la tierra. Y le pareció que se encontraba bajo el efecto de un sueño, y para disiparlo, se puso a gritar con todas sus fuerzas: "Vamos a ver, Giafar, ¡oh hijo de perro! Y tú alcahuete Massrur, ¿dónde estáis?"
Al oír estos gritos, acudió la anciana madre, y le dijo: "¿Qué te pasa, hijo mío? ¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¿Qué sueño tuviste, ¡oh hijo mío! ¡oh Abul-Hassán!?" E indignado al ver a la anciana a su cabecera, le gritó Abul-Hassán: "¿Quién eres, anciana? ¿Y quién es ese Abul-Hassán?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¡Soy tu madre! Y tú eres mi hijo, tú eres Abul-Hassán, ¡oh hijo mío! ¿Qué extrañas palabras escucho de tu boca? ¡Parece que no me reconoces!" Pero Abul-Hassán le gritó: "¡Atrás! ¡oh maldita vieja! ¡Estás hablando con el Emir de los Creyentes, con el califa Harún Al-Raschid! ¡Quítate de la vista del vicario de Alah en la tierra!"
Al oír estas palabras, la pobre vieja empezó a golpearse la cara, exclamando: "¡El nombre de Alah sobre ti, oh hijo mío! ¡Por favor, no alces la voz para decir semejantes locuras! ¡Van a oírte los vecinos, y estaremos perdidos sin remedio! ¡Ojalá desciendan sobre tu razón la seguridad y la calma!" Abul-Hassán exclamó: "Te digo que salgas al instante, ¡oh vieja execrable! ¿Estás loca para confundirme con tu hijo? ¡Yo soy Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes, señor de Oriente y de Occidente!"
Ella se golpeó el rostro, y dijo lamentándose: "¡Alah confunda al Maligno! Y líbrete de la posesión la misericordia del Altísimo, ¡oh hijo mío! ¿Cómo pudo entrar en tu espíritu cosa tan insensata? ¿No ves que esta habitación en que te hallas ni por asomo es el palacio del califa, y que desde que naciste has vivido aquí, y que jamás habitaste fuera de aquí con más personas que con tu anciana madre que te quiere, hijo mío, ya Abul-Hassán? ¡Escúchame, ahuyenta de tu pensamiento esos ensueños vanos y peligrosos que te han asaltado esta noche, y para calmarte, bebe un poco de agua de este jarro!;"
Entonces Abul-Hassán cogió de manos de su madre el jarro, bebió un buche de agua, y dijo algo calmado: "¡Bien puede ocurrir, en efecto, que yo sea Abul-Hassán!" Y bajó la cabeza, y con la mano apoyada en la mejilla, reflexionó durante una hora de tiempo, y sin levantar la cabeza, dijo hablando consigo mismo como quien sale de un profundo sueño: "¡Sí, por Alah, bien puede ocurrir, en efecto, que yo sea Abul-Hassán! ¡Soy Abul-Hassán sin duda alguna! ¡Esta habitación es mi habitación! ¡ualahí! ¡La reconozco ahora! ¡Y tú eres mi madre, y yo soy tu hijo! ¡Sí, yo soy Abul-Hassán!"
Y añadió: "¿Pero por qué sortilegio me han invadido la razón tales locuras?"
Al oír estas palabras, la pobre vieja lloró de alegría, sin dudar ya de que su hijo estuviese completamente calmado. Y después de secarse las lágrimas, se disponía a llevarle de comer y a pedirle detalles del extraño sueño que acababa de tener, cuando Abul-Hassán, que desde hacía un momento miraba fijamente delante de sí, saltó de pronto como un loco, y cogiendo por la ropa a la pobre mujer, empezó a zarandearla, gritándole: "¡Ah infame vieja! ¡si no quieres que te estrangule, vas a decirme al instante qué enemigos me han destronado, y quién me ha encerrado en esta prisión, y quién eres tú para alojarme en este miserable tugurio! ¡Ah! ¡teme los efectos de mi cólera cuando vuelva yo al trono! ¡Tiembla a la venganza de tu augusto soberano el califa Harún Al-Raschid, que sigo siendo yo!"
A fuerza de zarandearla, acabó por dejar que se le escapase de las manos. Y cayó ella en la estera, sollozando y lamentándose. Y en el límite de la rabia, Abul-Hassán se metió otra vez en el lecho, y permaneció con la cabeza entre las manos, presa de pensamientos tumultuosos. Pero, al cabo de cierto tiempo, se levantó la anciana, y como se le enternecía el corazón a causa de su hijo, no vaciló en llevarle, aunque temblando, un poco de jarabe con agua de rosas, y le decidió
a tomar un buche, y para hacerle cambiar de ideas, le dijo: "¡Escucha, hijo mío, lo que tengo que contarte! Es una cosa que estoy convencida de que te alegrará mucho. Porque has de saber que ayer vino aquí, de parte del califa, el jefe de policía para detener al jeique al-balad y a sus dos compadres; y después de hacer que a cada uno le dieran cuatrocientos palos en la planta de los pies, mandó que les pasearan, montados al revés en un camello sarnoso, por los barrios de la ciudad, entre la rechifla y los salivazos de las mujeres y de los niños. ¡Tras de lo cual hizo empalar por la boca al jeique-al-balad, luego hizo arrojar en el hoyo de los excrementos de nuestra casa al segundo compadre, y al tercero le condenó a un suplicio extremadamente complicado, que consiste en obligarle a que se siente toda su vida en una silla que se rompe bajo su peso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 639ª NOCHE
Ella dijo:
". . . un suplicio extremadamente complicado, que consiste en obligarle a que se siente toda su vida en una silla que se rompe bajo su peso!"
Cuando Abul-Hassán hubo oído aquellas palabras, que, en opinión de la buena vieja, contribuirían a ahuyentar la turbación que oscurecía el alma de su hijo, quedó éste más persuadido que nunca de su realeza y de su dignidad hereditaria de Emir de los Creyentes. Y dijo a su madre: "¡Oh vieja de desgracia! al contrario de convencerme, tus palabras no hacen más que afirmarme en la idea, que no he abandonado nunca, de que soy Harún Al-Raschid. ¡Y para demostrártelo, has de saber que yo mismo di orden a mi jefe de policía Ahmadla-Tiña de castigar a los tres canallas de este barrio! Cesa, pues, de decirme que sueño o que estoy poseído por el soplo del Cheitán. ¡Prostérnate, pues, ante mi gloria, besa la tierra entre mis manos, y pídeme perdón por las palabras desconsideradas y de duda que emitiste con respecto a mí!"
Al oír estas palabras de su hijo, la madre ya no abrigó la menor duda acerca de la locura de Abul-Hassán, y le dijo: "¡Que Alab el misericordioso haga descender sobre tu cabeza el rocío de su bendición. ¡oh Abul-Hassán! y te perdone y te conceda la gracia de que vuelvas a ser un hombre dotado de razón y de buen sentido! ¡Y te suplico ¡oh hijo mío! que dejes de pronunciar y de adjudicarte el nombre del califa, porque pueden oírte los vecinos y contar tus palabras al walí, que hará entonces que te detengan y te ahorquen a la puerta de palacio!" Luego, sin poder ya resistirse a su emoción, empezó a lamentarse y a golpearse el pecho con desesperación.
Y he aquí que, al ver aquello, en vez de apaciguarse, Abul-Hassán se excitó más; e irguióse sobre ambos pies, asió un palo, y precipitándose sobre su madre, extraviado de furor, le gritó con voz aterradora: "¡Te prohibo ¡oh maldita! que vuelvas a llamarme Abul-Hassán! ¡Soy Harún Al-Raschid, y si todavía dudas de ello, te inculcaré esta creencia en la cabeza a estacazos!" Y al oír estas palabras, aunque temblaba toda de miedo y de emoción, la anciana no olvidó que AbulHassán era su hijo, y mirándole como mira a su vástago una madre, le dijo con voz dulce: "¡Oh hijo mío! ¡no creo que la ley de Alah y de su Profeta falte de tu espíritu hasta el punto de que llegues a olvidarte del respeto que un hijo debe a la madre que le ha llevado nueve meses en su seno y le ha nutrido con su leche y su ternura! Permíteme, por tanto, decirte por última vez que te equivocas, dejando sumergirse tu razón en ese extraño ensueño y arrogándote ese título augusto de califa que sólo pertenece a nuestro señor y soberano el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid. Y sobre todo, te haces culpable de una ingratitud muy grande para con el califa, precisamente al día siguiente de aquel en que nos ha colmado con sus beneficios. ¡Porque has de saber que el jefe tesorero de palacio vino ayer a nuestra casa, enviado por el propio Emir de los Creyentes, y me entregó por orden suya un saco con mil dinares de oro, acompañándolo de excusas por la exigüidad de la suma y prometiéndome que no sería el último regalo de su generosidad!"
Al oír estas palabras de su madre, Abul-Hassán perdió los postreros escrúpulos que pudieran quedarle con referencia a su antiguo estado, y quedó convencido de que siempre fué califa, puesto que él mismo había enviado el saco con mil dinares a la madre de Abul-Hassán. Miró, pues, a la pobre mujer con los ojos fuera de sus órbitas y amenazadores, y le dijo: "¿Acaso pretendes decir, para tu desgracia, ¡oh vieja calamitosa! que no soy yo quien te ha enviado el saco del oro, y que no vino a entregártelo ayer por orden mía mi jefe tesorero? Y después de eso, ¿te atreverás todavía a llamarme hijo tuyo y a decirme que soy Abul-Hassán el Disoluto?" Y como su madre se tapara los oídos para no escuchar estas palabras que la trastornaban, Abul-Hassán no pudo contenerse más, y excitado hasta el límite del frenesí, se arrojó a ella con el palo en la mano y empezó a molerla a golpes.
Entonces la pobre anciana, no pudiendo pasar en silencio su dolor y su indignación por aquella manera de tratarla, empezó a chillar pidiendo socorro a los vecinos, y gritando: "¡Oh! ¡qué calamidad la mía! Acudid, ¡oh musulmanes!" Y Abul-Hassán, a quien aquellos gritos excitaban más aún, continuó pegando a la anciana con el palo, mientras le gritaba de vez en cuando: "¿Soy o no soy el Emir de los Creyentes?" Y a pesar de los golpes, contestaba la madre: "¡Eres mi hijo! ¡Eres Abul-Hassán el Disoluto!"
Entretanto, atraídos los vecinos por los gritos y el estrépito ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 640ª NOCHE
Ella dijo:
¡ ... Entretanto, atraídos los vecinos por los gritos y el estrépito, penetraron en la estancia, y se interpusieron entre la madre y el hijo para separarlos, y arrebataron el palo de manos de AbulHassán, e indignados por la conducta de un hijo así le sujetaron para que no se moviera y le preguntaron: "¿Te has vuelto loco, Abul-Hassán, para levantar así la mano a tu madre, a esta pobre vieja? ¿Olvidaste completamente los preceptos del Libro Santo?"
Pero les gritó Abul-Hassán, con los ojos brillantes de furor: "¿Qué es eso de AbulHassán? ¿A quién dáis ese nombre?" Y al oír esta pregunta, los vecinos se quedaron extremadamente perplejos, y acabaron por preguntarle: "¿Cómo? ¿Acaso no eres tú Abul-Hassán el Disoluto? ¿Y no es esta buena vieja tu madre, que te ha educado y criado con su leche y su ternura?" El contestó: "¡Ah, hijos de perros, quitaos de mi vista! ¡Yo soy vuestro amo el califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes!"
Al oír estas palabras de Abul-Hassán, los vecinos quedaron en absoluto convencidos de su locura; y sin querer dejar ya en libertad de acción a aquel hombre a quien habían visto poseído por la ceguera del furor, le ataron de pies y manos, y enviaron a uno de ellos a buscar al portero del hospital de locos. Y al cabo de una hora, seguido de dos robustos celadores, llegó el portero del hospital de locos con todo un arsenal de cadenas y grilletes y llevando en la mano un latiguillo de nervio de buey.
Como al ver aquello, Abul-Hassán hacía grandes esfuerzos para librarse de sus ligaduras y dirigía injurias a los presentes, el portero comenzó por aplicarle en el hombro dos o tres latigazos con el nervio de buey. Tras de lo cual, sin reparar en sus protestas ni en los títulos que se adjudicaba, le cargaron de cadenas de hierro y le transportaron al hospital de locos en medio de la muchedumbre de transeúntes, que le daban unos un puñetazo y otros un puntapié, creyéndole loco.
Cuando llegó al hospital de locos, le encerraron en una jaula de hierro, como si fuese una bestia feroz, y la primera precaución fué administrarle una paliza de cincuenta latigazos con el nervio de buey. Y a partir de aquel día, sufrió una paliza de cincuenta latigazos con el nervio de buey cada mañana y cada tarde, de modo que, al cabo de diez días de hallarse sometido a semejante tratamiento, cambió de piel como una serpiente. Entonces volvió en sí, y pensó: "¡A qué estado me veo reducido ahora! ¡Debo ser yo el equivocado, puesto que todo el mundo me trata de loco! ¡Sin embargo, no es posible que sólo fuera efecto de un sueño todo lo que me sucedió en palacio! En fin, no quiero profundizar más en esta cuestión ni seguir tratando de comprenderla, porque voy a volverme realmente loco. Después de todo, no es ésta la única cosa que no puede llegar a comprender la razón del hombre, y encomiendo a Alah la solución!"
Mientras estaba sumido en estos nuevos pensamientos, llegó su madre, bañada en lágrimas, para ver en qué estado se encontraba y si tenía sentimientos más razonables. Y le vió tan flaco y extenuado, que prorrumpió en sollozos; pero consiguió sobreponerse a su dolor y acabó por poder saludarle tiernamente; y Abul-Hassán le devolvió la zalema con voz tranquila, como un hombre sensato, contestándole: "Contigo el saludo y la misericordia de Alah y sus bendiciones, ¡oh madre mía!" Y la madre sintió una alegría grande al oír que la llamaba madre, y le dijo: "El nombre de Alah sobre ti, ¡oh hijo mío! iBendito sea Alah, que te ha devuelto la razón y puso en su sitio tu cerebro volcado!" Y Abul-Hassán contestó con acento muy contrito: "Pido perdón a Alah y a ti, ¡oh madre mía! ¡En verdad que no comprendo cómo pude decir todas las locuras que dije, y cometer excesos que sólo un insensato es capaz de realizar! ¡Por lo visto, fué el Cheitán quien me poseyó y me impulsó a dejarme llevar de semejantes arrebatos! ¡Porque no cabe duda de que a otros les hizo caer en extravagancias mayores todavía! ¡Pero ha tenido buen fin todo, y heme aquí repuesto de mi extravío!" Y al oír estas palabras, notó la madre que sus lágrimas de dolor se tornaban en lágrimas de dicha, y exclamó: "Tan alegre está mi corazón ¡oh hijo mío! como si acabase yo de echarte al mundo por segunda vez. ¡Bendito sea por siempre Alah!" Luego añadió ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 642ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Bendito sea por siempre Alah!" Luego añadió: "Claro que tú no tienes culpa por qué reprocharte; ¡oh hijo mío! pues todo el mal que nos ha sucedido se debe a aquel mercader extranjero a quien invitaste la tarde última a comer y beber contigo, y que se marchó por la mañana sin tomarse el trabajo de cerrar tras él la puerta. ¡Y ya debes saber que cada vez que queda abierta la puerta de una casa antes de salir el sol, el Cheitán entra en la casa y se posesiona del espíritu de los habitantes!
¡Y entonces ocurre lo que ocurre!
¡Demos, pues, gracias a Alah por no haber permitido que caigan sobre nuestras cabezas desgracias peores!" Y contestó Abul-Hassán: "Tienes razón, ¡oh madre! ¡Obra fué de la posesión del Cheitán! Por lo que a mí respecta, bien hube de advertir al mercader de Mossul que cerrara tras de sí la puerta para evitar que entrase el Cheitán en nuestra casa; pero no lo hizo, ¡y con ello nos causó tantos contratiempos!" Luego añadió: "¡Ahora que noto bien que no tengo el cerebro volcado y que se acabaron las extravagancias, te ruego ¡oh tierna madre! que hables con el portero del hospital de locos para que me libren de esta jaula y de los suplicios que soporto aquí a diario!"
Y sin más dilación, corrió la madre de Abul-Hassán a advertir al portero que su hijo había recobrado la razón. Y el portero fué con ella para examinar a Abul-Hassán e interrogarle. Y como las respuestas eran sensatas y el interpelado reconocía que era Abul-Hassán y no Harún Al-Raschid, el portero le sacó de la jaula y le libró de las cadenas. Y sin poder tenerse sobre sus piernas, Abul-Hassán regresó lentamente a su casa, ayudado por su madre, y estuvo acostado durante varios días hasta que le volvieron las fuerzas y se le pasaron un poco los efectos de los golpes recibidos.
Entonces, como empezaba a aburrirle la soledad, se decidió a reanudar su vida de antes, y a ir a sentarse en el extremo del puente, a la puesta del sol, para esperar la llegada del huésped extranjero que le deparase el Destino.
Y he aquí que aquella tarde era precisamente la de primero de mes; y el califa Harún Al-Raschid, que tenía la costumbre de disfrazarse de mercader a principio de cada mes, había salido en secreto de su palacio en busca de alguna aventura, y también para ver por sí mismo si reinaba en la ciudad el orden conforme a sus deseos. Y de tal suerte llegó al puente, al extremo del cual estaba sentado Abul-Hassán. Y Abul-Hassán, que acechaba la aparición de extranjeros, no tardó en divisar al mercader de Mossul a quien ya había albergado, y que se adelantaba, seguido, como la primera vez, de un esclavo corpulento.
Al verle, quizás porque considerase al mercader causa inicial de sus desgracias, quizás porque tenía la costumbre de hacer como que no conocía a las personas que había invitado en su casa, Abul-Hassán apresuróse a volver la cara en dirección al río para no verse obligado a saludar a su antiguo huésped. Pero el califa, que estaba enterado por sus espías de cuanto le sucedió a Abul-Hassán desde su ausencia y del trato que hubo de sufrir en el hospital de locos, no quiso dejar pasar aquella ocasión de divertirse más aún a costa de hombre tan singular. Y además, el califa, que tenía un corazón generoso y magnánimo, había resuelto reparar un día, en la medida de sus fuerzas, el daño sufrido por Abul-Hassán, devolviéndole con beneficios, de una manera o de otra, el placer que experimentó en su compañía. Así es que, en cuanto vió a Abul-Hassán, se acercó a él, y asomó la cabeza por encima del hombro de Abul-Hassán, que mantenía obstinadamente vuelto el rostro hacia el lado del río, y mirándole a los ojos, le dijo: "La zalema contigo, ¡oh amigo mío Abul-Hassán! ¡Mi alma desea besarte!"
Pero Abul-Hassán le contestó sin mirarle y sin moverse: "¡Entre tú y yo no hay zalema que valga! ¡Vete! ¡No te conozco!" Y exclamó el califa: "¿Cómo Abul-Hassán? ¿Es que no reconoces al huésped a quien albergaste toda una noche en tu casa?" El otro contestó: "¡No, por Alah, no te reconozco! ¡Vete por tu camino!" Pero Al-Raschid insistió cerca de él, y dijo: "¡Sin embargo, yo bien te reconozco, y no puedo creer que me hayas olvidado tan completamente, cuando apenas ha transcurrido un mes desde que tuvo lugar nuestra última entrevista y la velada agradable que pasé en tu casa solo contigo!" Y como AbulHassán continuara sin contestar y haciéndole señas para que se marchase, el califa le echó los brazos al cuello y empezó a besarle, y le dijo: "¡Oh hermano mío Abul-Hassán! ¡me parece muy mal que procedas conmigo de ese modo! En cuanto a mí, estoy decidido a no abandonarte sin que me hayas conducido por segunda vez a tu casa y me hayas contado la causa de tu resentimiento para conmigo. ¡Porque, por la manera de rechazarme, veo que tienes que reprocharme algo!"
Abul-Hassán exclamó con acento indignado: "¿Conducirte yo a mi casa por segunda vez, ¡oh rostro de mal agüero!? ¡Vamos, vuelve las espaldas y hazme ver la amplitud de tus hombros!" Pero el califa le besó por segunda vez, y le dijo: "¡Ah, amigo mío AbulHassán, qué duramente me tratas! ¡Si por acaso mi presencia en tu casa ocasionó alguna desgracia, puedes estar bien seguro de que aquí me tienes dispuesto a reparar todo el daño que involuntariamente te causase! ¡Cuéntame, pues, lo que haya pasado y el daño que hayas sufrido, para que pueda yo ponerle remedio!" Y a pesar de las protestas de Abul-Hassán, sentóse en el puente al lado suyo, y le pasó el brazo por el cuello, como haría un hermano con su hermano, y aguardó la respuesta ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 643ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y a pesar de las protestas de Abul-Hassán, sentóse en el puente al lado suyo, y le pasó el brazo por el cuello, como haría un hermano con su hermano, y aguardó la respuesta.
Entonces Abul-Hassán, conquistado por las caricias, acabó por decir: "Con mucho gusto te contaré las cosas extraordinarias que me ocurrieron a raíz de aquella velada, y las desgracias que se desarrollaron. ¡Y todo fué por culpa de la puerta que no cerraste tras de ti, y por la cual entró la Posesión!" ¡Y le contó todo lo que en realidad creyó ver y suponía que era indudablemente una ilusión suscitada por el Cheitán, y todas las desgracias y los malos tratos que hubo de soportar en el hospital de locos, y el escándalo dado en el barrio con todo aquel asunto, y la mala fama que había adquirido definitivamente ante todos sus vecinos! ¡Y no omitió ningún detalle, y puso en su relato una vehemencia tal, y narró con tanta credulidad la historia de su presunta Posesión, que el califa no pudo menos que soltar una gran carcajada! Y Abul-Hassán no supo con exactitud a qué atribuir esta risa, y le preguntó: "¿Es que no te da lástima de la desgracia que descendió sobre mi cabeza, pues que así te burlas de mí? ¿O acaso te imaginas que soy yo quien me burlo de ti contándote una historia imaginaria? ¡Si así es, voy a disipar tus dudas y a probártelo de antemano!" Y así diciendo, se sacó las mangas del ropón y dejó aldesnudo sus hombros, su espalda y su trasero, y de aquel modo enseñó al califa las cicatrices y los rosetones de su piel maltratada por los latigazos del nervio de buey.
Al ver aquello el califa no pudo menos de compadecer realmente la suerte del desdichado Abul-Hassán. Cesó entonces de abrigar con respecto a él la menor intención de broma, y aquella vez le besó con afección muy verdadera, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti, hermano mío Abul-Hassán! te suplico que vuelvas a llevarme a tu casa esta noche, porque anhelo regocijarme el alma con tu hospitalidad. ¡ Y verás cómo mañana te devuelve Alah tu beneficio centuplicado!"
Y siguió prodigándole tan buenas palabras y besándole tan afectuosamente, que no obstante su resolución de no recibir nunca por dos veces a la misma persona, le decidió a llevarle a su casa. Pero, por el camino, le dijo Abul-Hassán: "Cedo a tus inoportunidades, aunque de mala gana. Y en cambio, no quiero pedirte más que una sola cosa: que esta vez, al salir de mi casa mañana por la mañana ¡no te olvides de cerrar detrás de ti la puerta!" Y sofocando en su interior la risa que le producía la creencia que Abul-Hassán tenía siempre de que el Cheitán había entrado en su casa por la puerta abierta, le prometió con juramento que tendría cuidado de cerrarla. Y de tal suerte llegaron a la casa.
Cuando entraron y descansaron un poco, les sirvió el esclavo, y después de la comida les llevó las bebidas. Y con la copa en la mano, se pusieron a hablar agradablemente de unas cosas y de otras hasta que en su corazón fermentó la bebida. Entonces el califa encaminó diestramente la conversación hacia motivos de amor, y preguntó a su huésped si alguna vez se había enamorado de mujeres violentamente, o si ya estaba casado, o si había permanecido siempre soltero.
Abul-Hassán contestó: "Debo decirte ¡oh mi señor! que hasta hoy no me han gustado verdaderamente más que los compañeros alegres, los manjares delicados, las bebidas y los perfumes; y nada en la vida encontré superior a la conversación con amigos, teniendo la copa en la mano. Pero eso no significa que, al llegar la ocasión, no sepa yo reconocer los méritos de una mujer, sobre todo si se pareciera a una de las maravillosas jóvenes que el Cheitán me hizo ver en aquellos sueños fantásticos que me volvieron loco; una de esas jóvenes que siempre están de buen humor, que saben cantar, tañer instrumentos, danzar y calmar al niño que hemos heredado; que consagran su vida a complacernos y a divertirnos. En verdad que, si encontrase una joven así, me apresuraría a comprársela a su padre y a casarme con ella y a sentir por ella un afecto profundo. ¡Pero las que son así sólo están con el Emir de los Creyentes, o por lo menos con el gran visir Giafar!
Por eso ¡oh mi señor! en vez de escoger una mujer que estropeara mi vida con su mal humor o sus imperfecciones, prefiero mucho más la sociedad de los amigos de paso y de las botellas rancias que aquí ves. ¡Y de esta manera transcurre tranquila mi vida, y si quedo pobre, me comeré sólo el pan negro de la miseria!"
Y diciendo estas palabras, Abul-Hassán vació de un trago la copa que le ofrecía el califa, y al punto dió en la alfombra con la cabeza antes que con los pies. Porque el califa tuvo también cuidado aquella vez de mezclar al vino unos polvos de bang. Y, a una seña de su amo, el esclavo cargó con Abul-Hassán a la espalda y salió de la casa, seguido por el califa, quien, como aquella vez no tenía intención de volver a Abul-Hassán a su casa, no dejó de cerrar cuidadosamente detrás de sí la puerta. Y llegaron al palacio, y sin hacer ruido, penetraron en él por la puerta secreta, y llegaron a los aposentos reservados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 644ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y llegaron al palacio, y sin hacer ruido, penetraron en él por la puerta secreta, y llegaron a los aposentos reservados.
Entonces el califa mandó que echaran a Abul-Hassán en su propio lecho, como la primera vez, e hizo que le vistieran de la misma manera. Y dió las mismas órdenes que antes, y recomendó a Massrur que fuera a despertarle por la mañana temprano, antes de la hora de la plegaria. Y fué a acostarse en una habitación vecina.
Al día siguiente, a la hora indicada, cuando le despertó Massrur, el califa marchó a la habitación en que todavía estaba aletargado AbulHassán, e hizo ir a su presencia a todas las jóvenes que la vez primera se hallaban en las diferentes salas por donde pasó Abul-Hassán, así como a todas las músicas y cantarinas. Y las hizo ponerse en orden, y les dió instrucciones. Luego, tras de hacer aspirar un poco de vinagre a Abul-Hassán, que al punto estornudó, echando por la nariz alguna mucosidad, se escondió detrás de la cortina y dió la señal convenida.
Inmediatamente las cantarinas mezclaron a coro sus voces deliciosas al son de arpas, de flautas y de oboes, y dejaron oír un concierto comparable al concierto de los ángeles en el paraíso. Y en aquel momento salió Abul-Hassán de su letargo, y antes de abrir los ojos oyó aquella música llena de armonía, que acabó de despertarle. Y abrió entonces los ojos y se vió rodeado por las veintiocho jóvenes que hubo de encontrar de siete en siete en las cuatro salas; y las reconoció de una ojeada, así como el lecho, la habitación, las pinturas y los adornos. Y también reconoció las mismas voces que le encantaron la primera vez. E incorporáse a la sazón con los ojos fuera de las órbitas, sentándose en la cama, y se pasó la mano por la cara varias veces para asegurarse bien de su estado de vigilia.
En aquel momento, tal como se había convenido de antemano, cesó el concierto y reinó en la habitación un silencio grande. Y todas las damas bajaron modestamente los ojos ante los ojos augustos que las miraban. Entonces Abul-Hassán, en el límite de la estupefacción, se mordió los dedos, y exclamó en medio del silencio: "¡Desgraciado de ti, ya Abul-Hassán! ¡oh hijo de tu madre! ¡Ahora le toca el turno a la ilusión; pero mañana serán contigo el nervio de buey, las cadenas, el hospital de locos y la jaula de hierro!"
Luego gritó aún: "¡Ah, infame mercader de Mossul! ¡así te ahogaras en el fondo del infierno, en brazos de tu señor el Cheitán! Sin duda volviste a dejar entrar en mi casa al Cheitán por no haber cerrado la puerta, y me posee ya. Y ahora el Maligno me vuelca el cerebro y me hace ver cosas extravagantes. ¡Alah te confunda, oh Cheitán! con tus secuaces y con todos los mercaderes de Mossul. ¡Y ojalá la ciudad de Mossul entera se derrumbe sobre sus habitantes y los sepulte a todos en sus escombros!"
Luego cerró los ojos, y los abrió, y los volvió a cerrar, y los volvió a abrir repetidas veces, y exclamó: "¡Oh pobre Abul-Hassán! lo mejor que puedes hacer es dormirte de nuevo tranquilo, y no despertarte hasta que estés bien seguro de que el Maligno te ha salido del cuerpo y tienes el cerebro en su sitio acostumbrado. ¡De no ser así, ya sabes lo que te aguarda mañana!" Y diciendo estas palabras, se echó otra vez en el lecho, se tapó la cabeza con la colcha, y para hacerse la ilusión de que dormía se puso a roncar como un camello en celo o como un rebaño de búfalos en el agua.
Y he aquí que, al ver y oír aquello desde detrás de la cortina, el califa tuvo un acceso de risa tan grande, que creyó ahogarse.
En cuanto a Abul-Hassán, no consiguió dormir, porque su preferida la joven Caña-de-Azúcar,
siguiendo las instrucciones recibidas, se aproximó al lecho donde él roncaba sin dormir, y sentándose al borde de la cama, dijo con amable voz a Abul-Hassán: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡prevengo a Tu Alteza que ha llegado el momento de despertarse para la plegaria de la mañana!" Pero Abul-Hassán gritó con sorda voz desde debajo de la colcha: "¡Confundido sea el Maligno! Retírate, ¡oh Cheitán!" Sin desconcertarse, añadió Caña-de-Azúcar: "¡Sin duda el Emir de los Creyentes se halla bajo el influjo de un mal sueño! ¡No es Cheitán quien te habla, ¡oh mi señor! sino la pequeña Caña-de-Azúcar! ¡Alejado sea el Maligno! Soy la pequeña Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyentes... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 645ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Soy la pequeña Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Al oír estas palabras, Abul-Hassán separó la colcha, y abriendo los ojos, vió, en efecto, sentada al borde de la cama a su preferida la pequeña Caña-de-Azúcar, y de pie ante él, en tres filas, a las demás jóvenes, a quienes reconoció una por una: Hoja-de-Rosa, Cuello-de-Alabastro, Aderezo-de-Perlas, Estrella-de-la-Mañana, Alba-del-Día, Grano-de Almizcle, Corazón-de-Granada, Boca-de-Coral, Nuez-Moscada, Fuerza-de-los-Corazones, y las otras. Y al ver aquello, se restregó los ojos hasta hundírselos en el cráneo, y exclamó: "¿Quiénes sois? ¿y quién soy yo?" Y todas contestaron a coro con tonalidades diferentes: "¡Gloria a nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes, rey del mundo!" Y en el límite de la estupefacción, preguntó Abul-Hassán: "¿Pero es que no soy Abul-Hassán el Disoluto?" Ellas contestaron a coro con tonalidades diferentes: "¡Alejado sea el Maligno! ¡No eres Abul-Hassán, sino Abul-Hossn! (Padre de la Belleza) ¡Eres nuestro soberano y la corona de nuestra cabeza!" Y Abul-Hassán se dijo: "¡Ahora voy a saber con certeza si duermo o estoy despierto!" Y encarándose con Caña-de-Azúcar, le dijo: "¡Ven por aquí, pequeña!" Y Caña-de-Azúcar, adelantó la cabeza, y Abul-Hassán le dijo: "¡Muérdeme en la oreja!" Y Caña-deAzúcar clavó sus dientes en el lóbulo de la oreja de Abul-Hassán, pero tan cruelmente, que empezó él a chillar de una manera espantosa. Luego exclamó: "¡Claro que soy el Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid en persona!"
Enseguida empezaron a tocar al mismo tiempo los instrumentos de música un atrayente paso de danza, y las cantarinas entonaron a coro una canción animada. Y cogiéndose de la mano, todas las jóvenes hicieron un gran corro en la habitación, y levantando los pies con ligereza, se pusieron a bailar alrededor del lecho, respondiendo con el estribillo al canto principal de tan gracioso modo y tan locamente, que AbulHassán, exaltado de pronto y poseído de entusiasmo, arrojó las mantas y almohadas, tiró al aire su gorro de dormir, saltó del lecho, se desnudó completamente, quitándose a toda prisa sus vestiduras, y con el zib enhiesto y el trasero al descubierto, se metió entre las jóvenes y se puso a bailar con ellas, haciendo mil contorsiones, y moviendo el vientre, el zib y el trasero en medio de las carcajadas y del tumulto progresivo. E hizo tantas bufonadas, y tales movimientos divertidos hubo de ejecutar, que el califa, detrás de la cortina, no pudo reprimir la explosión de su hilaridad, ¡y empezó a lanzar una serie de carcajadas tan fuertes, que dominaron la algazara del baile y el canto y el ruido de los tambores, de los instrumentos de cuerda y de los instrumentos de viento! Y le dió hipo, y se cayó de trasero, y estuvo a punto de perder el conocimiento. Pero logró levantarse, y descorriendo la cortina, sacó la cabeza, y gritó: "Abul-Hassán, ya Abul-Hassán, ¿es que juraste hacerme morir ahogado por la risa?"
Al ver al califa y al oír el sonido de su voz, cesó el baile de improviso, las jóvenes quedáronse inmóviles en el lugar que ocupaban respectivamente, y se interrumpió tan por completo el ruido, que se oiría resonar una aguja que cayese en el suelo. Y Abul-Hassán, estupefacto, se detuvo como los demás y volvió la cabeza en dirección de la voz. Y divisó al califa, y al primer golpe de vista, reconoció en él al mercader de Mossul.
Entonces, rápida cual el relámpago que brilla, asaltó su cerebro la comprensión de la causa a que hubo de obedecer cuanto le había sucedido. Y adivinó de pronto toda la broma. Así es que, lejos de desconcertarse o de turbarse, fingió no reconocer la persona del califa; y queriendo divertirse a su vez, se adelantó hacia el califa, y le gritó: "¡Hola! ¡hola! hete aquí ya, ¡oh mercader de mi trasero! ¡Espera, y verás cómo voy a enseñarte a dejar abiertas las puertas de las personas honradas!" Y el califa se echó a reír muy a gusto y contestó: "¡He jurado por los méritos de mis santos abuelos ¡oh Abul-Hassán, hermano mío! que te concederé cuanto tu alma pueda desear para indemnizarte de todas las tribulaciones que te hemos causado! ¡Y en adelante, se te tratará en mi palacio como hermano mío!" Y le besó con efusión, estrechándole contra su pecho.
Tras de lo cual, se encaró con las jóvenes y les ordenó que vistieran a su hermano Abul-Hassán con trajes de su ropero particular, escogiendo lo más rico y suntuoso que había. Y las jóvenes se apresuraron a ejecutar la orden. Y cuando Abul-Hassán estuvo completamente vestido, el califa le dijo: "¡Habla ya, Abul-Hassán! ¡Cuanto me pidas te será concedido al instante!"
Y Abul-Hassán besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡No quiero pedir a nuestro generoso señor más que una cosa: que me otorgue el favor de vivir a su sombra toda mi vida!"
Y extremadamente conmovido por la delicadeza de sentimientos de Abul-Hassán, le dijo el califa: "¡Mucho aprecio tu desinterés, ya Abul-Hassán! Así es que, no solamente te escojo en este instante para compañero de copa y hermano mío, sino que te concedo entrada libre y salida libre a todas horas del día y de la noche, sin demanda de audiencia y sin demanda de ausencia. ¡Más aún! quiero que ni siquiera te esté prohibido, como a los demás, el acceso al aposento de Sett Zobeida, la hija de mi tío. ¡Y cuando entre yo allí, irás conmigo, sea la hora que sea del día o de la noche!"
Al propio tiempo el califa destinó a Abul-Hassán un espléndido alojamiento en el palacio, y empezó por darle, como primeros emolumentos, diez mil dinares de oro. Y le prometió que cuidaría por sí mismo que no careciese de nada nunca. Tras de lo cual le abandonó para ir al diwán a arreglar los asuntos del reino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 647ª NOCHE
Ella dijo:
"... Tras de lo cual le abandonó para ir al diwán a arreglar los asuntos del reino.
Entonces Abul-Hassán no quiso retrasar por más tiempo el informar a su madre de cuanto acababa de sucederle. Y corrió a buscarla, y le contó al-detalle los sucesos extraños que habían ocurrido, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirlos. Y al ver que ella no conseguía entenderlos bien, no dejó de explicarle que era el propio califa quien le hizo víctima de todas aquellas jugarretas sin otro objeto que divertirse. Y añadió: "¡Pero ya que todo ha terminado con ventaja para mí, glorificado sea Alah el Bienhechor!" Luego se apresuró a dejar a su madre, prometiéndole que volvería a verla todos los días, y emprendió de nuevo el camino de palacio, en tanto que la noticia de su aventura con el califa y de su nueva situación se esparcía por todo el barrio, y desde allí se extendió a todo Bagdad para difundirse después por las provincias cercanas y distantes.
En cuanto a Abul-Hassán, el favor de que gozaba cerca del califa, al revés de volverle arrogante o desagradable, no hizo más que aumentar su buen humor, su carácter jovial y su alegría. Y no se pasaba día en que con sus agudezas llenas de gracia y con sus bromas no divirtiese al califa y a todas las personas de palacio, grandes y pequeñas. Y el califa, que no podía prescindir de su trato, le llevaba con él a todas partes, incluso a los aposentos reservados y a las habitaciones de Sett Zobeida, lo cual era un favor que jamás había otorgado ni siquiera a su gran visir Giafar.Pero no tardó en notar Sett Zobeida que Abul-Hassán, cada vez que se encontraba con el califa en el aposento de las mujeres, obstinábase en fijar los ojos en una de las mujeres del séquito, en la que se llamaba Caña-de-Azúcar, y que bajo las miradas de Abul-Hassán, la joven se ponía roja de placer. Por eso dijo un día a su esposo. "¡Oh Emir de los Creyentes! sin duda habrás notado, como yo, las señas inequívocas de amor que se hacen Abul-Hassán y la pequeña Caña-de-Azúcar. ¿Qué te parecería un matrimonio entre ambos?"
El califa contestó: "Bien. No veo inconveniente. Por cierto que debí pensar en ello hace tiempo. Pero los asuntos del reino me distrajeron de ese cuidado. Y me contraría mucho, pues desde la segunda velada que pasé en su casa, tengo prometido buscar a Abul-Hassán una esposa selecta. Y veo que Caña-de-Azúcar sirve para el caso. Y sólo nos resta ya interrogar a ambos para saber si es de su gusto el matrimonio".
Al punto hicieron ir a Abul-Hassán y a Caña-de-Azúcar, y les preguntaron si consentían en casarse uno con otro. Y Caña-de-Azúcar, por toda respuesta, se limitó a enrojecer en extremo, y se arrojó a los pies de Sett Zobeida, besándole la orla del traje en acción de gracias. Pero Abul-Hassán contestó: "En verdad, ¡oh Emir de los Creyentes! que abrumaste con tu generosidad a tu esclavo Abul-Hassán. Peró antes de tomar por esposa a esta encantadora joven cuyo solo nombre indica ya sus cualidades exquisitas, quisiera, con tu permiso, que nuestra ama le hiciese una pregunta. . ." Y Sett Zobeida sonrió, y dijo: "¿.Y qué pregunta es ésa, ¡oh Abul-Hassán! ?"
Abul-Hassán contestó: "¡Oh mi señora! quisiera saber si a mi esposa le gusta lo que a mí me gusta. ¡Tengo que declararte ¡oh mi señora! que las únicas cosas que estimo son la animación del vino, el placer de los manjares y la alegría del canto y de los versos hermosos! Si a Caña-de-Azúcar, pues, le gustan esas cosas, y además es sensible y no dice nunca que no a lo que tú sabes, ¡ oh mi señora! consiento en amarla con un amor grande. ¡De no ser así, por Alah, que permaneceré soltero!" Y al oír estas palabras, Sett Zobeida se encaró con Caña-de-Azúcar, riendo, y le preguntó: "Ya lo has oído... ¿Qué contestas a eso?" Y Caña-de-Azúcar respondió haciendo con la cabeza una seña que significaba que sí.
Entonces el califa hizo ir sin tardanza al kadí y a los testigos, que escribieron el contrato de matrimonio. Y con aquel motivo se dieron en palacio grandes festines y hubo grandes festejos durante treinta días y treinta noches, al cabo de los cuales pudieron ambos esposos gozar uno de otro con toda tranquilidad. ¡Y pasaban la vida comiendo, bebiendo y riendo a carcajadas, sin tasar sus gastos! Y nunca estaban vacías en su casa las bandejas de manjares, de fruta, de pastelería y de bebidas, y la alegría y las delicias marcaban todos sus instantes. Así es que, al cabo de cierto tiempo, a fuerza de gastarse el dinero en festines y en diversiones, no les quedó ya nada entre las manos. Y como, preocupado con sus asuntos, el califa hubo de olvidarse de señalar a Abul-Hassán emolumentos fijos, una mañana se despertaron desprovistos de todo dinero, y aquel día no pudieron arreglarse con los traficantes que les hacían todos los adelantos. Y se creyeron muy desdichados, y por discreción no se atrevieron a ir a pedir nada al califa o a Sett Zobeida. Entonces bajaron la cabeza y se pusieron a reflexionar acerca de la situación. Pero Abul-Hassán fué el primero en levantar la cabeza, y dijo: "¡La verdad es que fuimos pródigos! Y no quiero exponerme a la vergüenza de ir a pedir oro, como un mendigo. ¡Y menos quiero que vayas a pedírselo tú a Sett Zobeida! Así es que he pensado lo que tenemos que hacer, ¡oh Caña-de-Azúcar!". Y Caña-de-Azúcar contestó, suspirando: "¡Habla! ¡Dispuesta estoy a ayudarte en tus proyectos, pues no vamos a ir pordioseando, y por otra parte, tampoco vamos a cambiar de vida y a disminuir nuestros gastos, si no queremos exponernos a que los demás nos traten con menos consideración!"
Y dijo Abul-Hassán: "¡Bien sabía yo ¡oh Caña-de-Azúcar! que jamás te negarías a ayudarme en las diversas circunstancias por que los designios del destino nos hicieran atravesar! Pues bien; has de saber que sólo disponemos de un medio para salir del apuro, ¡oh Caña-de-Azúcar!" Ella contestó: "¡Dilo ya!" El dijo: "¡Dejarnos morir... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 648ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Dejarnos morir!"
Al oír estas palabras, la joven Caña-de-Azúcar exclamó espantada: "¡No, por Alah, yo no quiero morir! ¡Emplea para ti solo ese medio!" Abul-Hassán contestó, sin conmoverse ni enfadarse: "¡Ah, hija de mujer! ¡bien decía yo, de soltero, que nada valía tanto como la soledad! ¡Y la poca solidez de tu juicio acaba de demostrármelo mejor que nunca! ¡Si en vez de contestarme con tanta prontitud te hubieras tomado la pena de pedirme explicaciones, te habrías alegrado en extremo de esa muerte que te propongo y que vuelvo a proponerte! ¿No comprendes que se trata de morir con una muerte fingida y no con una muerte verdadera, a fin de tener oro para todo lo que nos queda de vida?"
Al oír estas palabras, Caña-de-Azúcar se echó a reír, y preguntó: "¿Y cómo vamos a arreglarnos?" Dijo él: "¡Escucha, pues! Y no olvides nada de lo que voy a indicarte. ¡Mira! Cuando yo me muera, o mejor dicho, cuando yo finja morirme, porque soy yo el que primero morirá, cogerás un sudario y me amortajarás. Hecho lo cual, me pondrás en medio de esta habitación en que estamos, en la posición prescrita, con el turbante encima de la cara, y el rostro y los pies vueltos en dirección a la Kaaba santa, hacia la Meca. ¡Luego empezarás a lanzar gritos agudos, a chillar desaforadamente, a verter lágrimas ordinarias y extraordinarias, a desgarrarte las vestiduras y a aparentar que te arrancas el cabello! Y cuando todo esté a punto, irás bañada en llanto y con los cabellos despeinados a presentarte a tu señora Sett Zobeida, y con palabras entrecortadas por sollozos y desmayos diversos, le contarás mi muerte en términos enternecedores; luego te tirarás al suelo, en donde estarás una hora de tiempo para no recobrar el sentido hasta que te notes anegada en el agua de rosas con que no dejarán de rociarte. ¡Y entonces ¡oh Caña-de-Azúcar! verás cómo va a entrar en nuestra casa el oro!"
Al oír estas palabras, Caña-de-Azúcar contestó: "En verdad que es hacedera esa muerte. ¡Y consiento en ayudarte a llevarla a cabo!" Luego añadió: "¿Pero cuándo y de qué manera tengo yo que morirme?" Dijo él: "Primero harás lo que acabo de decirte. ¡Y después Alah proveerá!" Y añadió: "¡Mira! ¡Ya estoy muerto!" Y se tendió en medio de la habitación, y se hizo el muerto.
Entonces Caña-de-Azúcar le desnudó, le amortajó con un sudario, le volvió los pies en dirección a la Meca y le colocó el turbante encima del rostro. Tras lo cual se puso a ejecutar todo lo que Abul-Hassán le había dicho que hiciera en cuanto a gritos penetrantes, chillidos desaforados, lágrimas ordinarias y extraordinarias, desgarrar de trajes, tirones de cabellos y arañar de mejillas. Y cuando estuvo en el estado prescripto, con el rostro amarillo como el azafrán y los cabellos desordenados, fué a presentarse a Sett Zobeida, y empezó por dejarse caer a los pies de su señora cuan larga era, lanzando un gemido capaz de enternecer un corazón de roca.
Al ver aquello, Sett Zobeida, que ya había oído desde su aposento los gritos penetrantes y los chillidos de duelo lanzados por Caña-deAzúcar desde lejos, no dudó ya al ver en aquel estado a su favorita Caña-de-Azúcar, que la muerte habíase cebado en su esposo Abul-Hassán. Así es que, afligida hasta el límite de la aflicción, le prodigó por sí misma cuantos cuidados requería su estado, y se la echó en las rodillas, y consiguió volverla a la vida. Pero Caña-de-Azúcar, desolada y con los ojos bañados en lágrimas, continuó gimiendo y arañándose y tirándose de los pelos y golpeándose las mejillas, mientras suspiraba entre sollozos el nombre de Abul-Hassán. Y acabó por contar con palabras entrecortadas que por la noche había muerto él de una indigestión. Y dándose en el pecho un golpe último, añadió: "Ya no me queda que hacer más que morirme a mi vez. ¡Pero que Alah prolongue en tanto la vida de nuestra señora!" Y se dejó caer una vez más a los pies de Sett Zobeida; y se desmayó de dolor.
Al ver aquello, todas las mujeres empezaron a lamentarse en torno de ella, y a apenarse por la muerte de aquel Abul-Hassán que tanto las había divertido en vida con sus bromas y su buen humor.
Y sus llantos y suspiros demostraron a Caña-de-Azúcar, que había vuelto de su desmayo a fuerza de agua de rosas con que la rociaron, la parte que tomaban en su pena y en su dolor.
En cuanto a Sett Zobeida, que también lloraba con las mujeres de su séquito la muerte de Abul-Hassán, acabó por llamar a su tesorera, después de todas las fórmulas de pésame que se usan en semejantes circunstancias, y le dijo: "¡Ve en seguida a coger de mi arquilla particular un saco de diez mil dinares de oro, y dáselo a la pobre, a la desolada Caña-de-Azúcar, a fin de que pueda hacer que se celebren dignamente los funerales de su esposo Abul-Hassán!" Y la tesorera
se apresuró a ejecutar la orden, y cargó el saco de oro a espaldas de un eunuco, que fué a
dejarlo a la puerta del aposento de Abul-Hassán.
Luego Sett Zobeida abrazó a su servidora y le prodigó palabras dulces para consolarla, y la acompañó hasta la salida, diciéndole: "¡Qué Alah te haga olvidar tu aflicción ¡oh Caña-de-Azúcar! y cure tus heridas y prolongue tu vida tantos años como dejó de vivir el difunto...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 649ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Que Alah te haga olvidar tu aflicción ¡oh Caña-de-Azúcar! y cure tus heridas y prolongue tu vida tantos años como dejó de vivir el difunto!" Y la desolada Caña-de-Azúcar besó la mano de su señora, llorando, y regresó a su aposento completamente sola.
Entró, pues, en la habitación donde la esperaba Abul-Hassán, siempre tendido como un muerto y envuelto en el sudario, y cerró la puerta al entrar, y empezó por soltar una carcajada de buen augurio. Y dijo a Abul-Hassán: "¡Levántate ya de entre los muertos ¡oh padre de la sagacidad! y ven a arrastrar conmigo este saco de oro, fruto de tu malicia! ¡Por Alah, que no va a ser hoy cuando nos muramos de hambre!" Y Abul-Hassán, ayudado por su mujer, se apresuró a desembarazarse del sudario, y saltando sobre ambos pies, corrió adonde estaba el saco de oro y lo arrastró hasta el centro de la habitación, y se puso a bailar alrededor en un pie.
Tras de lo cual se encaró con su esposa y la felicitó por el éxito obtenido, y le dijo: "Pero no es esto todo, ¡oh mujer! ¡Ahora te toca a ti morirte como yo lo he hecho, y a mí me toca ganar el saco! Y así veremos si soy tan hábil con el califa como lo has sido tú con Sett Zobeida. ¡Porque conviene que el califa, que tanto se divirtió a expensas mías en otra ocasión, sepa ahora que no sólo es él quien gasta bromas! ¡Pero es inútil perder tiempo en vana palabrería! ¡Vamos, muérete!"
Y Abul-Hassán acomodó a su mujer en el sudario con que le había amortajado ella, la colocó en medio de la estancia, en el mismo sitio en que estuvo él tendido, le volvió los pies en dirección a la Meca y le recomendó que no diese señal de vida, aunque le sintiera llegar. Hecho lo cual, se atavió de mala manera, deshizo a medias su turbante, se frotó los ojos con cebolla para hacer que lloraba copiosamente, y desgarrándose el traje y mesándose la barba y dándose en el pecho grandes puñetazos, corrió en busca del califa, que en aquel momento estaba en medio del diwán, rodeado de su gran visir Giafar, de Massrur y de varios chambelanes.
Al ver en aquel estado de aflicción y de inconsciencia al mismo Abul-Hassán que de ordinario era tan jovial y despreocupado, el califa llegó al límite del asombro y de la aflicción, e interrumpiendo la sesión del diwán, se levantó de su sitio y corrió hacia Abul-Hassán, a quien pidió que en seguida le manifestase la causa de su dolor. Pero Abul-Hassán, que se llevaba el pañuelo a los ojos, sólo contestó redoblando en sus llantos y sollozos y dejando escapar de sus labios al fin, entre mil suspiros y mil desmayos fingidos, el nombre de Caña-de-Azúcar, mientras decía: "¡Ay! ¡oh pobre Caña-de-Azúcar! ¡Ay! ¡oh infortunada! ¿Qué será de mí sin ti?"
Al oír estas palabras y estos suspiros, el califa comprendió que Abul-Hassán acababa de anunciarle la muerte de su esposa Caña-deAzúcar, y quedó extremadamente afectado. Y se le saltaron lágrimas de los ojos, y dijo a Abul-Hassán, echándole un brazo por los hombros: "¡Alah la tenga en su misericordia! ¡Y prolongue tus días con todos los que se le arrebataron a esa esclava dulce y encantadora ¡Te la dimos con el fin de que fuese para ti motivo de alegría, y he aquí ahora que se torna en motivo de duelo! ¡Pobre Caña-de-Azúcar!" Y el califa no pudo por menos de llorar ardientes lágrimas. Y se secó los ojos con el pañuelo. Y Giafar y los demás visires y todos los presentes lloraron también ardientes lágrimas, y se secaron los ojos como lo había hecho el califa.
Luego asaltó al califa la misma idea que a Sett Zobeida: e hizo ir al tesorero, y le dijo: "¡Cuenta al instante a Abul-Hassán diez mil dinares para los gastos de los funerales de su difunta esposa! ¡Y dispón que se los lleven a la puerta de su aposento!" Y el tesorero contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a ejecutar la orden. Y Abul-Hassán, más desolado que nunca, besó la mano al califa y se retiró sollozando.
Cuando llegó a la habitación en que le esperaba Caña-de-Azúcar, envuelta siempre en el sudario, exclamó: "¡Pues bien! ¿crees que eres tú sola quien ha ganado tantas monedas de oro como lágrimas has vertido? ¡Mira! ¡Ahí tienes mi saco!" Y arrastró el saco hasta el centro de la habitación, y después de ayudar a Caña-de-Azúcar a salir del sudario, le dijo: "¡Bueno! pero no es esto todo, ¡oh mujer! ¡Ahora hay que obrar de modo que, cuando se sepa nuestra estratagema, no nos atraigamos la cólera del califa y de Sett Zobeida!
He aquí, pues, lo que tenemos que hacer. . . " Y empezó a instruir a Caña-de-Azúcar sobre sus intenciones acerca del particular.
¡Y tal es lo referente a ellos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 650ª NOCHE
Ella dijo:
¡. . . Y tal es lo referente a ellos!
En cuanto al califa, cuando hubo terminado la sesión del diwán, la cual abrevió aquel día, por cierto, se apresuró a ir con Massrur al palacio de Sett Zobeida para darle el pésame por la muerte de su esclava favorita. Y entreabrió la puerta del aposento de su esposa, y la vió echada en su lecho rodeada de sus mujeres, que le secaban los ojos y la consolaban. Y se acercó a ella, y le dijo: "¡Oh hija del tío! ¡ojalá vivas tantos años como se perdieron para tu pobre favorita Caña-deAzúcar!" Al oír este cumplimiento de pésame Sett Zobeida, que esperaba la llegada del califa para darle ella el pésame por la muerte de Abul-Hassán, quedó extremadamente sorprendida, y creyendo que el califa estaba mal informado, exclamó: "Preservada sea la vida de mi favorita Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡A mí es a quien toca participar de tu duelo! ¡Ojalá vivas y sobrevivas por mucho tiempo a tu compañero el difunto Abul-Hassán! ¡Si me ves tan afligida, no es más que por causa de la muerte de tu amigo, no por la de Caña-deAzúoar, que ¡bendito sea Alah! goza de buena salud!"
Al oír estas palabras, el califa, que tenía los mayores motivos para creer que estaba bien informado de la verdad, no pudo por menos de sonreír, y encarándose con Massrur, le dijo: "Por Alah, ¡oh Massrur! ¿qué te parecen estas palabras de tu ama? He aquí que ella, tan sensata y prudente por lo común, tiene los mismos desvaríos que las demás mujeres. ¡Qué verdad es que todas son iguales al final! ¡Vengo a consolarla, y quiere apenarme y engañarme anunciándome una noticia falsa! ¡En fin, háblale tú! ¡Y dile lo que viste y oíste como yo! ¡Quizá cambie entonces de táctica, y no intente ya engañarnos!" Y para obedecer al califa, Massrur dijo a la princesa: "¡Oh mi señora! ¡nuestro Emir de los Creyentes tiene razón! ¡Abul-Hassán goza de buena salud y de fuerzas excelentes, aunque deplora la pérdida de su esposa Caña-de-Azúcar, tu favorita, muerta anoche de una indigestión! Porque has de saber que Abul-Hassán acaba de salir hace un instante del diván, adonde ha ido a anunciarnos por sí mismo la muerte de su esposa. ¡Y se ha vuelto a su casa muy desolado, y gratificado, merced a la generosidad de nuestro amo, con un saco de diez mil dinares de oro para los gastos de los funerales!"
Estas palabras de Massrur, lejos de persuadir a Sett Zobeida, no hicieron más que confirmarla en la creencia de que el califa tenía ganas de broma, y exclamó: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no es hoy el día más a propósito para gastar las bromas que acostumbras! Bien sé lo que me digo, y mi tesorera te dirá lo que me cuestan los funerales de Abul-Hassán. ¡Más valdría que tomáramos parte en el duelo de nuestra esclava, en lugar de reír sin tacto y sin medida, como lo estamos haciendo!" Y al oír estas palabras, el califa sintió que le invadía la cólera, y exclamó: "¿Qué dices, ¡oh hija del tío!? ¡Por Alah! ¿es que te has vuelto loca para decir semejantes cosas? ¡Te digo que quien ha muerto es Caña-de-Azúcar! ¡Y además, es inútil que disputemos acerca del asunto, pues inmediatamente voy a darte pruebas de lo que afirmo!" Y se sentó en el diván y se encaró con Massrur, y le dijo: "¡Aunque no tengo necesidad de más pruebas que las que conozco, ve ya al aposento de Abul-Hassán para ver cuál de los dos esposos es el muerto! ¡Y vuelve al punto a decirnos lo que haya!" Y en tanto que Massrur se apresuraba a ejecutar la orden, el califa se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡Oh hija del tío! ¡ahora vamos a ver quién de nosotros dos tiene razón! ¡Pero desde el momento en que insistes de ese modo acerca de cosa tan clara, voy a apostar en contra tuya lo que quieras!"
Ella contestó: "¡Acepto la apuesta! ¡Y voy a apostar lo que más me gusta en el mundo, que es mi pabellón de pinturas, contra lo que quieras proponerme, por muy poco valor que tenga!" El dijo: "¡Contra tu apuesta arriesgo lo que más me gusta en el mundo, que es mi palacio de recreo! ¡Creo que de esa manera no abuso! ¡Porque mi palacio de recreo es superior con mucho, en valor y en belleza, a tu pabellón de pinturas!"
Sett Zobeida contestó muy molesta: "¡No se trata de saber ahora, para estar aún más disconforme, si tu palacio es superior a mi pabellón! ¡Por otra parte, no tendrías más que escuchar lo que se dice a espaldas tuyas! Pero antes hemos de sancionar nuestra apuesta. ¡Sea, pues, la Fatiha entre nosotros!" Y dijo el califa: "¡Bueno, sea la Fatiha del Korán entre nosotros!" Y recitaron a la vez el capítulo liminar del libro santo para sellar su apuesta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 651ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y recitaron a la vez el capítulo liminar del libro santo para sellar su apuesta. Y en medio de un silencio hostil, esperaron la vuelta del porta alfange Massrur. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
En cuanto a Abul-Hassán, que estaba al acecho para enterarse de lo que iba a ocurrir, vió desde lejos avanzar a Massrur y comprendió el propósito que le guiaba. Y dijo a Caña-de-Azúcar: "¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡he aquí que Massrur viene derecho a nuestra casa! Sin duda alguna le han mandado venir con motivo del desacuerdo que seguramente ha surgido entre el califa y Sett Zobeida acerca de nuestra muerte. ¡Date prisa a hacerte la muerta una vez más, a fin de que te amortaje yo sin tardanza!" Al punto se hizo la muerta Caña-deAzúcar, y Abul-Hassán la amortajó con el sudario y la colocó como la primera vez para sentarse inmediatamente junto a ella, con el turbante deshecho, la cara alargada y el pañuelo en los ojos.
En aquel mismo momento entró Massrur. Y al ver a Caña-deAzúcar amortajada en medio de la habitación y a Abul-Hassán sumido en desesperación, no pudo menos de emocionarse, y pronunció: "¡No hay más dios que Alah! Muy grande es mi aflicción por ti, ¡oh pobre Caña-de-Azúcar, hermana nuestra! ¡oh tú, antaño tan gentil y tan dulce! ¡Cuán doloroso para todos nosotros es tu destino! ¡Y cuán rápida fué para ti la orden del retorno hacia Quien te ha creado! ¡Ojalá te conceda, al menos, su compasión y su gracia el Retribuidor!"
Luego besó a Abul-Hassán, y se apresuró a despedirse de él, muy triste, para ir a dar cuenta al califa de lo que había comprobado. Y no le desagradaba hacer ver así a Sett Zobeida cuán obstinada era y cuán equivocada estaba en contradecir al califa.
Entró, pues, en el aposento de Sett Zobeida, y después de haber besado la tierra, dijo: "¡Alah prolongue la vida de nuestra señora! ¡La difunta está amortajada en medio de la habitación, y ya tiene hinchado el cuerpo debajo del sudario, y huele mal! ¡En cuanto al pobre AbulHassán, me parece, que no sobrevive a su esposa!"
Al oír estas palabras de Massrur, al califa se le quitó un peso de encima y se regocijó infinitamente; luego, encarándose con Sett Zobeida, que habíase puesto muy amarilla, le dijo: "¡Oh hija del tío! ¿a qué esperas para llamar al escriba que ha de inscribir a mi nombre el pabellón de pinturas?"
Pero Sett Zobeida empezó a injuriar a Massrur, y en el límite de la indignación, dijo al califa: "¿Cómo puedes tener confianza en las palabras de ese eunuco embustero e hijo de embustero? ¿Acaso no he visto aquí por mí misma, y mis esclavas la han visto conmigo hace una hora, a mi favorita Caña-de-Azúcar, que lloraba desolada la muerte de Abul-Hassán?" Y excitándose con sus propias palabras, tiró su babucha a la cabeza de Massrur, y le gritó "Sal de aquí, ¡oh hijo de perro!" Y Massrur, más estupefacto todavía que el califa, no quiso irritar más a su ama, y doblándose por la cintura, se apresuró a escapar, meneando la cabeza.
Entonces, llena de cólera, Sett Zobeida se encaró con el califa, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡nunca imaginé que un día te pusieras de acuerdo con ese eunuco para darme un disgusto tan grande y hacerme creer lo que no es! Porque no me cabe duda de que lo que ha contado Massrur lo convinisteis de antemano con objeto de disgustarme. De todos modos, para probarte de manera indudable que soy yo quien tiene razón, a mi vez voy a enviar a alguien para que se vea cuál de nosotros ha perdido la apuesta. ¡Y si eres tú quien dice verdad seré una insensata y todas mis mujeres serán tan insensatas como su ama! ¡Si, por el contrario, soy yo quien tiene razón, quiero que, además de la ganancia de la apuesta, me concedas la cabeza del impertinente eunuco de pez!"
El califa, que sabía por experiencia propia cuán irritable era su prima, dió inmediatamente su consentimiento a cuanto ella le pedía. Y Sett Zobeida hizo presentarse enseguida a la anciana nodriza que la había criado y en la cual tenía toda su confianza, y le dijo: "¡Oh, nodriza! Ve ahora a casa de Abul-Hassán, el compañero de nuestro Señor el califa, y sencillamente mira quién se ha muerto en esa casa, si es Abul-Hassán o si es su esposa Caña-de-Azúcar. ¡Y vuelve al punto a contarme lo que hayas visto y sepas!"
Y la nodriza contestó con el oído y la obediencia, y a pesar de sus piernas viejas, apretó el paso en dirección a la casa de Abul-Hassán. Pero Abul-Hassán, que vigilaba constantemente las idas y venidas a su casa, divisó desde lejos a la anciana nodriza, que se acercaba trabajosamente; y comprendió por qué la habían enviado, y se encaró con su esposa, y exclamó riendo: "¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡ya estoy muerto! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 652ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡ya estoy muerto!". Y como no tenía tiempo que perder, se amortajó por sí mismo con el sudario y se echó en tierra con los pies en dirección a la Meca. Y Caña-de-Azúcar le puso el turbante encima de la cara; y con la cabellera despeinada, empezó a golpearse las mejillas y el pecho, lanzando gritos de duelo. Y en aquel momento entró la anciana nodriza. ¡Y vió lo que vió! Y se acercó muy triste a la desolada Caña-de-Azúcar, y le dijo: "¡Que Alah otorgue sobre tu cabeza los años que se perdieron para el difunto! ¡Ay hija mía Caña-de-Azúcar! ¡hete aquí sola en la viudez en medio de tu juventud! ¿Qué va a ser de ti sin Abul-Hassán, ¡oh Caña-de-Azúcar!?" Y estuvo llorando con ella algún tiempo. Luego le dijo: "Hija mía, tengo que dejarte, bien a pesar mío. ¡Pero he de volver a toda prisa junto a mi señora Sett Zobeida para librarla de la aflictiva inquietud en que la ha sumido ese embustero descarado, el eunuco Massrur, que le afirmó que eras tú la muerta en vez de Abul-Hassán!" Y Caña-de-Azúcar, gimiendo, dijo: "¡Pluguiera a Alah, ¡oh madre mía! que hubiese dicho la verdad ese eunuco! ¡No estaría aquí llorando como lo hago! ¡Pero no va a tardar mucho en llegarme mi hora! Mañana, lo más tarde, me enterrarán, muerta de dolor!" Y diciendo estas palabras, redobló en sus llantos, suspiros y lamentos. Y más enternecida que nunca, la nodriza la besó otra vez y salió lentamente para no importunarla, y cerró la puerta tras de sí. Y fué a dar cuenta a su señora de lo que había visto y oído. Y cuando acabó de hablar, hubo de sentarse, falta de aliento por lo mucho que había trabajado para su avanzada edad.
Cuando Sett Zobeida oyó la relación de su nodriza, encaróse, altanera, con el califa, y le dijo: "¡Ante todo, hay que ahorcar a tu esclavo Massrur, ese eunuco impertinente!" Y en el límite de la perplejidad, el califa hizo ir a su presencia a Massrur, y le miró con cólera y quiso reprocharle su mentira. Pero no le dejó tiempo Sett Zobeida. Excitada por la presencia de Massrur, se encaró con su nodriza, y le dijo: "¡Repite ante ese hijo de perro, ¡oh nodriza! lo que acabas de decirnos!" Y la nodriza, que aún no había recobrado el aliento, se vió obligada a repetir su relación ante Massrur, quien irritado por sus palabras, no pudo por menos de gritarle, a pesar de la presencia del califa y de Sett Zobeida: "¡Ah vieja desdentada! ¿cómo te atreves a mentir tan impúdicamente y a envilecer tus cabellos blancos? ¿Es que vas a hacerme creer que no he visto con mis propios ojos a Caña-de-Azúcar muerta y amortajada?" Y la nodriza, sofocada, adelantó la cabeza con furia, y le gritó: "Tú solo eres el embustero, ¡oh negro de betún! ¡No deberían condenarte a muerte en la horca, sino cortándote en pedazos y haciéndote comer tu propia carne!"
Y replicó Massrur: "¡Cállate, vieja chocha! ¡Ve a contar tus historias a las muchachas del harem!" Pero Sett Zobeida, furiosa ante la insolencia de Massrur, prorrumpió en sollozos, tirándole a la cabeza los cojines, los vasos, los jarros y los taburetes, y le escupió en el rostro, y acabó por dejarse caer en su lecho, llorando.
Cuando el califa hubo visto y oído todo aquello, llegó al límite de la perplejidad, y dió una palmada, y dijo: "¡Por Alah, que no sólo es Massrur el embustero! Yo también soy un embustero, y la nodriza también es una embustera, y tú también eres una embustera, ¡oh hija del tío!" Luego bajó la cabeza y no dijo nada más. Pero, al cabo de una hora de tiempo, levantó la cabeza, y dijo: "¡Por Alah, que nos hace falta saber la verdad ahora! ¡Lo único que nos queda que hacer es ir a casa de Abul-Hassán, para ver con nuestros ojos cuál de todos nosotros es el embustero y cuál es el veraz !" Y se levantó y rogó a Sett Zobeida que le acompañara; y seguido de Massrur, de la nodriza y de la muchedumbre de mujeres, se encaminó al aposento de Abul-Hassán.
Y he aquí que, al ver acercarse aquel cortejo, Caña-de-Azúcar no pudo por menos de inquietarse y conmoverse mucho, aunque AbulHassán la había prevenido de antemano que la cosa tendría buen fin, y exclamó: "¡Por Alah! ¡no siempre que se cae queda entero el jarro!" Pero Abul-Hassán se echó a reír, y dijo: "Murámonos ambos; ¡oh Caña-de-Azúcar!" Y tendió en tierra a su mujer, la amortajó con el sudario, se metió por sí mismo en una pieza de seda que sacó de un cofre, y se tendió junto a ella, sin olvidarse de ponerse el turbante encima de la cara con arreglo al rito. Y apenas había terminado sus preparativos, la comitiva entró en la sala.
Cuando el califa y Sett Zobeida vieron el espectáculo fúnebre que se presentaba a sus ojos, se quedaron inmóviles y mudos. Y Sett Zobeida, a quien tantas emociones en tan poco tiempo habían trastornado completamente, se puso de pronto muy pálida, dió un grito y cayó desmayada en brazos de sus mujeres. Y cuando volvió de su desmayo, vertió un torrente de lágrimas, y exclamó: "¡Ay de ti, oh Caña-de-Azúcar! ¡no pudiste sobrevivir a tu esposo, y has muerto de pena!" Pero el califa, que no quería oírle aquello y que, además, lloraba también la muerte de su amigo Abul-Hassán, se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡No, ¡por Alah! no es Caña-de-Azúcar quien ha muerto de pena, sino el pobre Abul-Hassán, que no pudo sobrevivir a su esposa! ¡Eso es lo cierto...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 653ª NOCHE
Ella dijo:
". . -el califa, que no quería oírle decir aquello, y que, además, lloraba también la muerte de su amigo Abul-Hassán, se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡No, ¡por Alah! no es Caña-de-Azúcar quien ha muerto de pena, sino el pobre Abul-Hassán, que no pudo sobrevivir a su esposa! ¡Eso es lo cierto!" Y añadió: "¡Y he aquí que lloras y te desmayas porque te parece que tienes razón!" Y contestó Sett Zobeida: "¡Y a ti te parece que tienes razón, a pesar mío, porque ese maldito esclavo te ha mentido!" Y añadió: "¡Bueno! ¿pero dónde están los servidores de Abul-Hassán? ¡Que vayan a buscarlos ya! ¡Y como han amortajado a sus amos, ellos nos dirán cuál de ambos murió primero, y cuál murió de pena!" Y dijo el califa: "Tienes razón, ¡oh hija mía! ¡Y por Alah, que prometo diez
mil dinares de oro a quien me dé la noticia!"
Pero apenas había pronunciado estas palabras el califa, cuando se dejó oír una voz que salía de debajo del sudario de la derecha, y decía: "¡Que me cuenten los diez mil dinares, pues anuncio a nuestro señor el califa, que soy yo, Abul-Hassán, quien se murió el segundo, de dolor sin duda!"
Al oír aquella voz, Sett Zobeida y las mujeres, poseídas de espanto, lanzaron un gran grito y se precipitaron a la puerta, en tanto que, por el contrario, el califa, que comprendió en seguida la jugarreta de Abul-Hassán, se reía de tal manera, que se cayó de trasero en medio de la sala, y exclamó: "¡Por Alah, ya Abul-Hassán, que ahora soy yo quien va a morirse a fuerza de reír!"
Luego, cuando el califa acabó de reír y Sett Zobeida se repuso de su terror, Abul-Hassán y Caña-de-Azúcar salieron de su sudario, y en medio de las risas de todos, decidiéronse a contar el motivo que hubo de impulsarles a gastar aquella broma. Y Abul-Hassán se arrojó a los pies del califa; y Caña-de-Azúcar besó los pies de su ama; y ambos pidieron perdón con acento muy arrepentido. Y añadió AbulHassán: "¡Mientras estuve soltero, ¡oh Emir de los Creyentes! desprecié el dinero! ¡Pero esta Caña-de-Azúcar, que debo a tu generosidad, posee tanto apetito, que se come los sacos con su contenido, y por Alah, que es capaz de devorar todo el tesoro del califa con el tesorero!" Y el califa y Sett Zobeida se echaron a reír a carcajadas otra vez. Y perdonaron a ambos e hicieron que acto seguido les contasen los diez mil dinares que ganó con su respuesta Abul-Hassán, y además otros diez mil por haberse librado de la muerte.
Tras de lo cual, el califa, a quien aquella farsa había hecho ocuparse de los gastos y necesidades de Abul-Hassán, no quiso que su amigo careciese de paga fija en adelante. Y dió orden a su tesorero para que mensualmente le pagaran emolumentos iguales a los de su gran visir. Y con más deseos que antes, quiso también que Abul-Hassán siguiese siendo su amigo íntimo y su compañero de copa. ¡Y vivieron todos la más deliciosa vida hasta que llegó la Separadora de amigos, la Destructora de palacios y Constructora de tumbas, la Inexorable, la Inevitable!
Y cuando aquella noche Schehrazada acabó de contar esta historia, dijo al rey Schahriar: "¡Esto es cuanto se ¡oh rey! acerca del Dormido Despierto. ¡Pero, si me lo permites, voy a contarte otra historia que supera con mucho y en todos sentidos a la que acabas de oír!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Antes de permitírtelo, quiero que me digas el título de esa historia, Schehrazada". Ella dijo: "¡Es la historia de los AMORES DE ZEIN AL-MAWASSIF!" Dijo él: "¿Y qué historia es esa que no conozco?"
Schehrazada sonrió, y dijo:
LOS AMORES DE ZEIN AL-MAWASSIF
He llegado a saber j oh rey afortunado! que en las edades y los años de hace mucho tiempo, había un joven de lo más hermoso que se llamaba Anís y que sin duda era el más rico, el más generoso, el más delicado, el más excelente y el más delicioso de su tiempo. Y como, además, le gustaba cuanto hay de gustoso en la tierra, -las mujeres, los amigos, la buena comida, la poesía, la música, los perfumes, los jardines, los baños, los paseos y todos los placeres- vivía con la holgura de la vida dichosa.
Una tarde el hermoso Anís dormía una agradable siesta, como tenía costumbre, echado bajo un algarrobo de su jardín. Y tuvo un ensueño en el cual se vió jugando y entreteniéndose con cuatro hermosos pájaros y una paloma de blancura deslumbrante. Y sentía un placer intenso al acariciarlos, alisando su plumaje y besándolos, cuando un gran cuervo muy feo se abalanzó de pronto a la paloma, con el pico amenazador, dispersando a sus camaradas, los cuatro pájaros tan hermosos. Y Anís se despertó muy afectado, y se incorporó y salió en busca de alguien que le explicase aquel ensueño. Pero estuvo andando durante mucho tiempo sin encontrar a nadie. Y pensaba ya en volverse a su casa, cuando acertó a pasar por las cercanías de una morada de magnífico aspecto, de la cual oyó que, al acercarse él, se elevaba una voz de mujer, encantadora y melancólica, que cantaba estos versos:
¡La dulce aurora de la mañana fresca conmueve el corazón de los enamorados! ¿Pero es mi corazón cautivo el libre corazón de los enamorados?
¡Oh frescura de las mañanas! ¿calmaste alguna vez un amor igual al que siente mi corazón por un joven cervatillo, más delicado que la flexible rama del ban?
Y Anís sintió que le penetraban en el alma los acentos de aquella voz; y acuciado por el deseo de conocer a la que la poseía, se aproximó a la puerta, que encontrábase a medio abrir, y miró adentro. Y vió un jardín magnífico donde se perdían las miradas en parterres armoniosos; calles floridas y boscajes de rosas, jazmines, violetas, narcisos y otras mil flores, habitados por todo un pueblo cantor bajo el cielo de Alah.
Así es que, atraído por la pureza de aquellos lugares, Anís no vaciló en franquear la puerta y adentrarse en el jardín. Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos, divisó un grupo blanco de jóvenes en libertad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 655ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos, divisó un grupo blanco de jóvenes en libertad. Y se encaminó por aquel lado, y llegó hasta el primer arco, en el que se leía esta inscripción grabada en caracteres color de bermellón:
¡Oh casa! ¡Ojalá no trasponga tu umbral nunca la tristeza, ni nunca pese el tiempo sobre la cabeza de tus habitantes!
¡Ojalá dures eternamente, ¡oh casa! para abrir tus puertas a la hospitalidad, y jamás seas demasiado estrecha para los amigos!
Y llegó al segundo arco y leyó en él esta inscripción grabada en letras de oro:
¡Oh casa de dicha! ¡Ojalá dures tanto tiempo como han de regocijarse tus boscajes con la armonía de tus pájaros!
¡Que los perfumes de la amistad te embalsamen tanto tiempo como han de languidecer tus flores por saberse tan bellas!¡Y que tus poseedores vivan en la serenidad tanto tiempo como han de ver tus árboles madurar sus frutos, y han de lucir nuevas estrellas en la bóveda de los cielos!
Y llegó de tal suerte debajo del tercer arco, en el que leyó estos versos grabados en caracteres azules:
¡Oh casa de lujo y de gloria! ¡Ojalá te eternices en tu belleza bajo la cálida luz y bajo las tinieblas dulces, a despecho del tiempo y las mudanzas!
Cuando hubo franqueado el último arco, llegó al final de la avenida; y ante él, al pie de los peldaños de mármol lavado que conducían a la morada, vió a una joven que debía tener más de catorce años de edad, pero que indudablemente no había cumplido los quince años. Y estaba tendida en una alfombra de terciopelo y apoyada en cojines. Y la rodeaban y estaban a sus órdenes otras cuatro jóvenes. Y era hermosa y blanca como la luna, con cejas puras y tan delicadas cual un arco formado con almizcle precioso, con ojos grandes y negros cargados de exterminios y asesinatos, con una boca de coral tan pequeña como una nuez moscada y con un mentón que decía perfectamente: "¡Heme aquí!" Y sin disputa habría abrasado de amor con tantos encantos a los corazones más fríos y más endurecidos.
Así es que el hermoso Anís se adelantó hacia la bella joven, se inclinó hasta el suelo, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, y dijo: "La zalema contigo, ¡oh soberana de las puras!" Pero ella le contestó: "¿Cómo te atreviste ¡oh joven impertinente! a entrar en paraje prohibido y que no te pertenece?" El contestó: "¡Oh mi señora! ¡la culpa no es mía, sino tuya y de este jardín! ¡Por la puerta entreabierta he visto este jardín con sus parterres de flores, sus jazmines, sus mirtos y sus violetas, y he visto que todo el jardín con sus parterres y sus flores se inclinaba ante la luna de belleza que se sentaba aquí mismo donde te hallas tú! ¡Y mi alma no pudo resistir al deseo que la impulsaba a venir a inclinarse y rendir homenaje con las flores y los pájaros!"
La joven se echó a reír, y le dijo: "¿Cómo te llamas?" Dijo él: "Tu esclavo Anís, ¡oh mi señora!" Dijo ella: "¡Me gustas infinitamente, ya Anís! ¡Ven a sentarte a mi lado!"
Le hizo, pues, sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Ya Anís! ¡tengo ganas de distraerme un poco! ¡Sabes jugar al ajedrez?" Dijo él: "¡Sí, por cierto!" Y ella hizo señas a una de las jóvenes, quien al punto les llevó un tablero de ébano y marfil con cantoneras de oro, y los peones del ajedrez eran rojos y blancos y estaban tallados en rubíes los peones rojos y tallados en cristal de roca los peones blancos. Y le preguntó ella: "¿Quieres los rojos o los blancos?" El contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que he de coger los blancos, porque los rojos tienen el color de las gacelas, y por esa semejanza y por muchas otras más, se amoldan a ti perfectamente!" Ella dijo: "¡Puede ser!" Y se puso a arreglar los peones.
Y empezó el juego.
Pero Anís, que prestaba más atención a los encantos de su contrincante que a los peones del ajedrez, se sentía arrebatado hasta el éxtasis por la belleza de las manos de ella, que parecíanle semejantes a la pasta de almendra, y por la elegancia y la finura de sus dedos, comparables al alcanfor blanco. Y acabó por exclamar: "¿Cómo voy a poder ¡oh mi señora! jugar sin peligro contra unos dedos así?" Pero le contestó ella embebida en su juego: "¡Jaque al rey! ¡Jaque al rey, ya Anís! ¡Has perdido!"
Luego, como viera que Anís no prestaba atención al juego, le dijo: "¡Para que estés más atento al juego, Anís, vamos a jugar en cada partida una apuesta de cien dinares!"
El contestó: "¡Bueno!" Y arregló los peones. Y por su parte, la joven, que tenía por nombre Zein Al-Mawassif, se quitó en aquel momento el velo de seda que le cubría los cabellos y apareció cual una resplandeciente columna de luz. Y Anís, que no lograba separar sus miradas de su contrincante, continuaba sin darse cuenta de lo que hacía: tan pronto cogía peones rojos en vez de peones blancos, como los movía atravesados, de modo que perdió seguidas cinco partidas de cien dinares cada una. Y le dijo Zein Al-Mawassif: "Ya veo que no estás más atento que antes. ¡Juguemos una apuesta más fuerte! ¡A mil dinares la partida!" Pero Anís, a pesar de la suma empeñada, no se condujo mejor; y perdió la partida.
Entonces le dijo ella: "¡Juguemos todo tu oro contra todo el mío!" Aceptó él, y perdió. Entonces se jugó sus tiendas, sus casas, sus jardines y sus esclavos, y los perdió unos tras de otros. Y ya no le quedó nada entre las manos.
Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con él y le dijo: "Eres un insensato, Anís. Y no quiero que tengas que arrepentirte de haber entrado en mi jardín y de haber entablado amistad conmigo. ¡Te devuelvo, pues, cuanto perdiste! ¡Levántate, Anís, y vete en paz por donde viniste!" Pero Anís contestó: "¡No, por Alah, ¡oh soberana mía! que no me apena lo más mínimo lo que perdí! Y si mi vida me pides, te perteneceré al instante. ¡Pero, por favor, no me obligues a abandonarte!"
Ella dijo: "¡Puesto que no quieres recuperar lo que has perdido, ve, al menos, en busca del kadí y de los testigos, y tráeles aquí para que extiendan una donación en regla de los bienes que te he ganado!" Y fué Anís a buscar al kadí y a los testigos. Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cálamo de entre los dedos al ver la belleza de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en ella sus sellos a los dos testigos.
Luego se marchó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 656ª NOCHE
Ella dijo:
" ... Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cálamo de entre los dedos al ver la belleza de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en ella sus sellos a los dos testigos.
Luego se marchó.
Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con Anís y le dijo, riendo: "Ahora puedes marcharte, Anís. ¡Ya no nos conocemos!" Dijo él: "¡Oh soberana mía! ¿vas a dejarme partir sin la satisfacción del deseo?" Ella dijo: "¡Con mucho gusto accederé a lo que quieres, Anís; pero todavía me queda que pedirte algo! ¡Aun tendrás que traerme cuatro vejigas de almizcle puro, cuatro onzas de ámbar gris, cuatro mil piezas de brocado de oro de la mejor calidad y cuatro mulas enjaezadas!" Dijo él: "Por encima de mi cabeza, ¡oh mi señora!"
Ella preguntó: "¿Cómo te arreglarás para proporcionármelas, si ya no posees nada?" Dijo él: "¡Alah proveerá! Tengo amigos que me prestarán todo el dinero que me haga falta". Ella dijo: "Entonces date prisa a traerme lo que te he pedido". Y Anís, sin dudar que sus amigos fuesen en su ayuda, salió para ir a buscarlos.
Entonces Zein Al-Mawassif dijo a una de sus mujeres, que se llamaba Hubub: "Sal detrás de él, ¡oh Hubub! y espíale. Y cuando veas que todos los amigos de que habló se niegan a ir en su ayuda y le rechazan con un pretexto o con otro, te acercarás a él, y le dirás: "¡Oh amo mío, Anís! mi ama Zein Al-Mawassif me envía a ti para decirte que quiere verte al instante!" Y le traerás contigo, y le introducirás en la sala de recepción. ¡Y entonces sucederá lo que suceda!"
Y Hubub contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a salir detrás de Anís y a seguir sus pasos.
En cuanto a Zein Al-Mawassif, entró en su casa y empezó por ir al hammam para tomar un baño. Y después del baño, sus doncellas le prodigaron los cuidados que requiere un tocado extraordinario; luego depilaron lo que tenían que depilar, frotaron lo que tenían que frotar; alargaron lo que tenían que alargar y oprimieron lo que tenían que oprimir. Luego la vistieron con un traje bordado de oro fino, y le pusieron en la cabeza una lámina de plata para que sirviera de sostén a una rica diadema de perlas que por detrás se hacía un nudo cuyos dos cabos, adornados cada uno con un rubí del tamaño de un huevo de paloma, le caían por los hombros deslumbradores cual la plata virgen. Luego acabaron de trenzar sus hermosos cabellos negros, perfumados de almizcle y de ámbar, en veinticuatro trenzas que le arrastraban hasta los pies. Y cuando terminaron de adornarla, y quedó semejante a una recién casada, se echaron a sus plantas, y le dijeron con voz temblorosa de admiración: "¡Alah te conserve en tu esplendor, ¡oh ama nuestra Zein Al-Mawassif! y aleje de ti por siempre la mirada de los envidiosos, y te preserve del mal de ojo!" Y mientras ella ensayaba en la habitación un modo gallardo de andar, no cesaron de hacerle mil y mil cumplimientos desde el fondo de su alma.
Entretanto, volvió la joven Hubub con el hermoso Anís, al que se llevó cuando sus amigos le rechazaron negándose a ir en su ayuda. Y le introdujo a la sala en donde se hallaba su ama Zein Al-Mawassif.
Cuando el hermoso Anís advirtió a Zein Al-Mawassif en todo el esplendor de su belleza, se detuvo deslumbrado, y se preguntó: "¿Pero es ella, o una de las recién casadas que sólo se ven en el paraíso?" Y Zein Al-Mawassif, satisfecha del efecto producido en Anís, fué a él sonriendo, le cogió de la mano y le condujo hasta el diván amplio y bajo que se sentaba ella, y le hizo sentarse al lado suyo. Luego ordenó por señas a sus mujeres que llevaran una mesa grande y baja, hecha de un solo trozo de plata, y en la cual había grabados estos versos gastronómicos:
¡Hunde las cucharas en las salseras grandes, y regocija tus ojos y regocija tu corazón con todas estas especies admirables y variadas!
¡Guisados y cochifritos, asados y cocidos, confituras y helados, fritadas y compotas al aire libre o al horno!
¡Oh codornices! ¡oh pollos! ¡oh capones! ¡oh enternecedores! ¡os adoro!
¡Y vosotros, corderos cebados durante tanto tiempo con alfónsigos, y ahora rellenos de uvas en esta bandeja, ¡oh excelencias!
¡Aunque no tenéis alas como las codornices y los pollos y los capones, me gustáis mucho!
¡En cuanto a ti, ¡oh kabab a la parrilla! que Alah te bendiga! ¡Jamás me verá tu color dorado decirle que no!
¡Y a ti, ensalada de verdolaga, que en esta escudilla bebes el alma misma de los olivos, te pertenece mi espíritu, ¡oh amiga mía!
¡A la vista de esta pareja de pescados asentados en el fondo del plato sobre menta fresca, te estremeces de placer en mi pecho, ¡oh corazón mío!
¡Y tú, bienhadada boca mía, cállate y sueña con comer estas delicias de las que por siempre hablarán los anales!
Entonces las doncellas les sirvieron los manjares perfumados. Y ambos comieron juntos hasta la saciedad y se endulzaron. Y les llevaron los frascos de vino, y bebieron ambos en la misma copa. Y Zein Al-Mawassif se inclinó hacia Anís, y le dijo: "¡He aquí que hemos comido juntos el pan y la sal, y ya eres mi huésped! No creas, pues, que voy a quedarme ahora con la menor cosa de lo que te ha pertenecido. ¡Así es que, quieras o no, te devuelvo cuanto te he ganado!" Y Anís no tuvo más remedio que aceptar como regalo los bienes que le habían pertenecido. Y se arrojó a los pies de la joven, y le expresó su gratitud. Pero ella le levantó, y le dijo: "Si verdaderamente, Anís, quieres agradecerme este don, no tienes más que seguirme a mi lecho. ¡Y allí me probarás positivamente si eres un buen jugador de ajedrez...
] En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 658ª NOCHE
Ella dijo:
"...no tienes más que seguirme a mi lecho. ¡Y allí me probarás positivamente si eres un buen jugador de ajedrez!" Y saltando sobre ambos pies, contestó Anís: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que en el lecho vas a ver cómo el rey blanco supera a todos los jinetes!" Y diciendo estas palabras, la cogió en brazos, y cargado con aquella luna, corrió a la alcoba, cuya puerta hubo de abrirle la servidora Hubub. Y allí jugó con la joven una partida de ajedrez siguiendo todas las reglas de un arte consumado, e hizo que la sucediese una segunda partida y una tercera partida, y así sucesivamente hasta la partida décimoquinta, haciendo portarse tan valientemente al rey en todos los asaltos, que la joven, maravillada y sin alientos, hubo de darse por vencida, y exclamó: "Triunfaste, ¡oh padre de las lanzas y de los jinetes!" Luego añadió: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! di al rey que descanse!" Y se levantó riendo y puso fin por aquella noche a las partidas de ajedrez.
Entonces, nadando con alma y cuerpo en el océano de las delicias, reposaron un momento en brazos uno de otro. Y Zein Al-Mawassif dijo a Anís: "Llegó la hora del descanso bien ganado, ¡oh invencible Anís! ¡Pero, para juzgar mejor todavía de tu valer, deseo saber por ti si en el arte de los versos eres tan excelente como en el juego de ajedrez! ¿Podrías, pues, ordenar rítmicamente los
diversos episodios de nuestro encuentro y de nuestro juego, de manera que se nos quedaran bien
en la memoria?" Y contestó Anís: "La cosa es muy sencilla para mí, ¡oh señora mía!" Y se sentó en la cama perfumada, y mientras Zein Al-Mawassif le pasaba el brazo por el cuello y le acariciaba dulcemente, improvisó él esta oda sublime:
¡Levantáos para escuchar la historia de una joven de catorce años y un cuarto de año, a quien encontré en un paraíso, y era más bella que las lunas en el cielo de Alah!
¡Como una gacela, se balanceaba en el jardín y las ramas flexibles de los árboles se inclinaban hacia ella, y la cantaban los pájaros! ¡Y aparecí, y le dije; "¡La zalema contigo, ¡oh sedosa de mejillas, oh soberana! ¡Dime, para que lo sepa, el nombre de aquella cuyas miradas me vuelven loco!"
¡Con acento más dulce que el tintineo de las perlas en la copa, me dijo: "¿No darás con mi nombre tú solo? ¿Tan ocultas están mis cualidades, que no puede mi rostro reflejarlas a tu vista?
¡Contesté: "¡No, por cierto! ¡No, por cierto! ¿Sin duda te llamas Ornamento de las Cualidades? ¡Dame una limosna, ¡oh Ornamento de las Cualidades! (traducción de Zein Al-Mawassif)
¡Y en cambio, ¡oh joven! aquí tienes almizcle, aquí tienes ámbar, aquí tienes perlas, aquí tienes oro y alhajas y todas las gemas y sedas!"
¡Entonces brilló en sus dientes jóvenes el relámpago de su sonrisa, y me dijo: "¡Heme aquí, pues! Heme aquí, ¡oh caros ojos míos!"
¡Extasis de mi alma, ¡oh su cintura desceñida! ¡oh su camisa descubierta! ¡oh su carne al desnudo! ¡oh diamantes! ¡Satisfacción de mis deseos! ¡Emanaciones suyas, que eran perfumes al besar! ¡Olor de piel suprema calor de regazo! ¡Oh frescura, mil besos!
¡Si la hubiéseis visto, censores que me impugnáis! ¡Escuchad! ¡Os cantaré toda mi embriaguez, y quizás comprendáis!
¡Su inmensa cabellera, color de noche, se despliega triunfal sobre la blancura de su espalda hasta llegar al suelo! ¡Y las rosas de sus mejillas incendiarias alumbrarían el infierno!
¡Un arco precioso son sus cejas puras; matan sus párpados, cargados de flechas; y es un alfanje cada una de sus miradas!
¡Su boca es un frasco de vino añejo; su saliva es agua de fuente; sus dientes son un collar de perlas acabadas de coger del mar!
¡Su cuello, cual el cuello del antílope, es elegante y está tallado admirablemente; su pecho es una losa de mármol sobre la que descansan dos copas invertidas!
¡Su vientre tiene un hoyo que embalsama con los perfumes más ricos; y debajo, enfrontando mi espera, gordo y rollizo, alto como un trono de rey, asentado entre dos columnas de gloria, está aquel que es la locura de los más cuerdos!
¡Por unos lados liso y por otros barbudo, es tan sensible, que se encabrita como un mulo en cuanto se le toca!
¡Tiene los ojos rojos, tiene los labios carnosos y dulces, tiene el hocico fresco y encantador!
¡Si te aproximas a él con valentía, le encontrarás caliente, sólido, resuelto y suntuoso, sin temer las fatigas, ni los asaltos, ni las batallas!
¡Así eres, ¡oh Zein Al-Mawassif ! completa de encantos y de cortesía! ¡Y por eso no olvidaré las delicias de nuestras noches, ni la hermosura de nuestros amores!
Al oír esta oda improvisada en honor suyo, Zein Al-Mawassif se sintió transportada de placer y se expansionó hasta el límite de la expansión...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 659ª NOCHE
Ella dijo:
"Al oír esta oda improvisada en honor suyo, Zein Al-Mawassif se sintió transportada de placer y se expansionó hasta el límite de la expansión. Y dijo a Anís, besándole: "¡Oh Anís, qué excelencia! ¡Por Alah, ya no quiero vivir más que contigo!" Y pasaron juntos el resto de la noche entre escarceos diversos, caricias, copulaciones y otras cosas semejantes, hasta la mañana. Y dejaron transcurrir el día, uno junto a otro, tan pronto descansando como comiendo y bebiendo y divirtiéndose hasta la noche. Y continuaron viviendo de tal suerte durante un mes en medio de transportes de alegría y de voluptuosidad.
Pero, al cabo del mes, la joven Zein Al-Mawassif, que era una mujer casada, recibió una carta de su esposo en que le anunciaba su próximo regreso. Y cuando la hubo leído, exclamó: "¡Ojalá se le rompan las piernas! ¡Alejada sea la fealdad! ¡He aquí que nuestra deliciosa vida va a verse turbada por la llegada de ese rostro de mal agüero!" Y enseñó a su amigo la carta, y le dijo: "¿Qué partido vamos a tomar, ¡oh Anís!?" El contestó: "Me entrego enteramente a ti, ¡oh Zein! ¡Porque, en cuestión de astucias y sutilezas, las mujeres superaron siempre a los hombres!" Ella dijo: "¡Está bien! ¡Pero te advierto que mi marido es un hombre muy violento, y sus celos no tienen límites! ¡Y nos resultará muy difícil el no despertar sus sospechas!" Y reflexionó una hora de tiempo, y dijo: "¡Para introducirte en casa después de su llegada maldita, no veo otro medio que hacerte pasar por un mercader de perfumes y especias! ¡Medita, pues, acerca de este oficio, y sobre todo ten mucho cuidado con contrariarle en nada durante los tratos!" Y se pusieron ambos de acuerdo respecto a los medios de que se valdrían para engañar al marido.
Entretanto, regresó de viaje el marido, y llegó al límite de la sorpresa al ver a su mujer toda amarilla de pies a cabeza. La astuta se había puesto en aquel estado frotándose con azafrán. Y su marido, muy asombrado, le preguntó qué enfermedad tenía; y contestó ella: "Si tan amarilla me ves, ¡ay! no es a causa de una enfermedad, sino a causa de la tristeza y de la inquietud en que estuve durante tu ausencia! ¡Por favor no vuelvas a viajar sin llevar contigo un acompañante que te defienda y te cuide! ¡Y entonces estaré más tranquila por ti!" El contestó: "¡Lo haré de todo corazón! ¡Por vida mía, que es sensata tu idea! ¡Tranquiliza, pues, tu alma, y procura recuperar tu color brillante de otras veces!" Luego la besó y se fué a su tienda, porque era un gran mercader, judío de religión. ¡Y su esposa, la joven, era, asimismo, judía como él!
Y he aquí que Anís, que había adquirido todos los informes referentes al nuevo oficio que tenía que ejercer, esperaba al marido a la puerta de su tienda. Y para entablar amistad con él, le ofreció perfumes y especias a un precio muy inferior al corriente. Y el marido de Zein Al-Mawassif, que tenía el alma endurecida de los judíos, quedó tan satisfecho de aquel negocio y del comportamiento de Anís y de sus buenas maneras, que se hizo su cliente habitual. Y a los pocos días, acabó por proponerle que se asociara con él, en caso de poder aportar suficiente capital. Y no dejó Anís de aceptar una oferta que sin duda le aproximaría a su bienamada Zein Al-Mawassif,
y contestó que abrigaba ese mismo deseo y que anhelaba mucho ser socio de un mercader tan estimable. Y sin tardanza redactaron su contrato de asociación, y le pusieron sus sellos en presencia de dos testigos entre los notables del zoco.
Y he aquí que aquella misma tarde el esposo de Zein Al-Mawassif, para festejar su contrato de asociación, invitó a su nuevo asociado a que fuese a su casa para compartir su comida. Y se lo llevó consigo; y como era judío, y los judíos no tienen vergüenza y no guardan a sus mujeres ocultas a las miradas de los extraños, quiso hacerle conocer a su esposa. Y fué a prevenirle de la llegada de su asociado Anís, y le dijo: "Es un joven rico y de buenas maneras. ¡Y deseo que vengas a verle!" Y aunque transportada de alegría al saber aquella noticia, Zein Al-Mawassif no quiso dejar traslucir sus sentimientos, y fingiendo hallarse extremadamente indignada, exclamó: "¡Por Alah! ¿cómo te atreves, ¡oh padre de la barba! a introducir a extraños en la intimidad de tu casa? ¿Y de qué modo pretendes imponerme la dura necesidad de mostrarme a ellos, con el rostro descubierto o velado? ¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¿Es que, porque tú hayas encontrado un socio, debo yo olvidar la modestia que conviene a las jóvenes ¡Antes me dejaría cortar en pedazos!"
Pero contestó el: "¡Qué palabras tan desconsideradas dices, oh mujer! ¿Y desde cuándo hemos resuelto hacer como los musulmanes, que tienen por ley esconder a sus mujeres? ¡Qué vergüenza tan inaudita y qué modestia tan extemporánea! ¡Nosotros somos moisitas, y tus escrúpulos a ese respecto resultan excesivos en una moisita!" Y le habló así. Pero pensaba para su ánima: "¡Qué bendición sobre mi casa es el tener una esposa tan casta, tan modesta, tan prudente y tan llena de timidez!" Luego se puso a hablar con tanta elocuencia, que acabó por convencerla para que fuera a cumplir por sí misma los deberes de hospitalidad para con el recién venido.
Y he aquí que Anís y Zein Al-Mawassif, al verse, se guardaron mucho de aparentar que se conocían. Y durante toda la comida, Anís tuvo los ojos bajos muy honestamente; y fingía gran discreción, y no miraba más que al marido. Y el propio judío pensaba: "¡Qué joven tan excelente!" Así es que, cuando se hubo terminado la comida, no dejó de invitar a Anís para que al día siguiente fuera también a hacerle compañía en la mesa. Y Anís volvió al día siguiente, y al otro día; y cada vez se portaba en todo con un tacto y una discreción admirables.
Pero al judío le había chocado ya una cosa extraña que ocurría en cuanto se encontraba en la casa Anís. Efectivamente, había en la casa un pájaro domesticado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 660ª NOCHE
Ella dijo:
"...Efectivamente, había en la casa un pájaro domesticado, a quien amaestró el judío, y que reconocía y quería mucho a su amo. Pero, mientras duró la ausencia del judío, aquel pájaro hubo de cifrar su afecto en Anís y tomó la costumbre de posársele en la cabeza y en los hombros y hacerle mil caricias, de modo que, cuando su amo el judío regresó de viaje, no quiso el pájaro reconocerle ya, considerándole como un extraño. Y ya no había píos de alegría, aleteos y caricias más que para el joven Anís, socio de su amo. Y el judío pensó para sí: "¡Por Muza y Aarún! ¡pues no me ha olvidado este pájaro! ¡Y su conducta para conmigo da más valor todavía a los sentimientos de mi esposa, que ha caído enferma de dolor por mi ausencia!" ¡Así pensaba! Pero no tardó en chocarle y en hacer que le asaltasen mil ideas torturadoras otra cosa extraña.
Porque notó que su esposa, tan reservada y tan modesta en presencia de Anís, tenía sueños extraordinarios en cuanto se dormía. Tendía los brazos, jadeaba, suspiraba y hacía mil contorsiones pronunciando el nombre de Anís y hablándole como hablan las enamoradas más apasionadas. Y el judío se quedó extremadamente asombrado al comprobar aquello varias noches sucesivas, y pensó: "¡Por el Pentateuco, que esto viene a demostrarme que todas las mujeres son iguales y que, cuando una de ellas es virtuosa y casta y continente como mi esposa, tiene que satisfacer de una manera o de otra sus malos deseos, aunque sea en sueños! ¡Alejado sea de nosotros el Maligno! ¡Qué calamidad son estas criaturas formadas con la llama del infierno!" Luego se dijo: "¡He de poner a prueba a mi esposa! ¡Si resiste a la tentación y permanece casta y reservada, lo del pájaro y lo de los sueños no será más que una coincidencia entre las coincidencias sin resultados!"
Y he aquí que, cuando llegó la hora de la comida acostumbrada, el judío anunció a su esposa y a su socio que estaba invitado a casa del walí con motivo de un gran pedido de mercaderías; y les rogó que esperasen su regreso para empezar a comer. Luego les dejó y salió al jardín. Pero, en vez de ir a casa del walí, se apresuró a volver sobre sus pasos y a subir al piso superior de la casa; allí, desde una habitación cuya ventana daba a la sala de reunión, podría vigilar lo que iba a ocurrir.
No se hizo esperar mucho el resultado, que por parte de los amantes se manifestó con besos y caricias de una intensidad y una pasión increíbles. Y como no quería el judío descubrir su presencia ni dejarles adivinar que no había ido a casa del walí, se vió obligado durante una hora de tiempo a asistir a las manifestaciones desenfrenadas de ambos amantes. Pero, tras de esta espera dolorosa, bajó a reunirse con ellos y entró en la sala con rostro sonriente, como si nada supiera. Y mientras duró la comida, se guardó bien de dejarles adivinar sus sentimientos, y tuvo muchas más consideraciones y atenciones para el joven Anís, quien, por otra parte, se mostró todavía más reservado y más discreto que de costumbre.
Pero cuando se terminó la comida y se marchó el joven Anís, el judío se dijo: "¡Por los cuernos de nuestro señor Muza, que he de abrasarles el corazón al separarlos!" Y sacó del seno una carta que abrió y leyó; luego exclamó: "He aquí que voy a verme obligado a partir de nuevo para un viaje largo. ¡Porque me llega esta carta de mis corresponsales del extranjero, y es preciso que vaya a verles para arreglar con ellos un importante asunto comercial!" Y Zein Al-Mawassif supo disimular perfectamente la alegría que le causaba esta noticia, y dijo: "¡Oh esposo mío bienamado! ¡vas a dejarme morir durante tu ausencia! ¡Dime, por lo menos, cuánto tiempo vas a estar lejos de mí!" Dijo él: "¡Tres años, o acaso cuatro años, ni más ni menos!" Ella exclamó: "¡Oh, pobre Zein Al-Mawassif! ¡Tu mala suerte no te deja nunca disfrutar de la presencia de tu esposo! ¡Oh desesperación de mi alma!"
Pero le dijo él: "¡No te desesperes más por eso! Porque para no dejarte sola esta vez y exponerte a la tristeza, quiero que vengas conmigo! ¡Levántate, pues, y ordena que tus doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub te ayuden a hacer tu equipaje para la marcha!"
Al oír estas palabras, a la quebrantada Zein Al-Mawassif se le puso el color muy amarillo, y sus ojos humedeciéronse con lágrimas, y no pudo pronunciar ni una sola palabra. Y su marido, que interiormente se dilataba de contento, le preguntó con acento muy afectuoso: "¿Qué te pasa, Zein?" Ella contestó: "¡Nada, por Alah! ¡Solamente estoy un poco emocionada con esta agradable noticia de saber que ya no voy a separarme de ti!"
Luego se levantó y se puso a hacer los preparativos de la marcha, ayudada por sus doncellas, a la vista de su esposo el judío. Y no sabía cómo enterar de la triste nueva a Anís. Por fin pudo disponer de un momento para trazar sobre la puerta de entrada estos versos de adiós a su amigo:
¡A ti mis penas, Anís! ¡Hete aquí solo, con el corazón sangrando por vivas heridas!
¡Los celos más que la necesidad ocasionan nuestra separación! ¡Y la alegría hubo de entrar en el alma del envidioso a la vista de mi dolor y de mi desesperación!
¡Pero por Alah juro que no me poseerá otro que no seas tú, Anís, aunque venga acompañado de mil intercesores!
Tras de lo cual montó en el camello preparado para ella, y segura de no volver a ver ya a Anís, se metió en su litera, dedicando versos de adiós a la casa y al jardín. Y se puso en marcha toda la caravana, con el judío a la cabeza, Zein Al-Mawassif en medio y las doncellas a la cola. Y esto es lo referente a Zein y a su esposo el judío ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 662ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y esto es lo referente a Zein y a su esposo el judío.
¡Pero he aquí lo que atañe a Anís!
Cuando al día siguiente vió que no iba al zoco su asociado el mercader judío, quedó extremadamente sorprendido y esperó su llegada hasta la tarde. Pero en vano. Entonces decidióse a ir a ver por sí mismo la causa de semejante ausencia. Y llegó de tal suerte ante la puerta de entrada, y leyó la inscripción que Zein Al-Mawassif había grabado allí. Y comprendió su sentido, y trastornado se dejó caer en tierra, presa de la desesperación. Y cuando se repuso un poco de la emoción que hubo de causarle aquella ausencia de su bienamada, preguntó a los vecinos. Y así fué como se enteró de que su esposo el judío se la había llevado con sus doncellas y un gran equipaje, que cargaron en diez camellos, y con víveres para un viaje muy largo.
Al saber esta noticia, Anís caminó como un insensato por entre las soledades del jardín; e improvisó estos versos:
¡Para llorar el recuerdo de la bienaventurada, detengámonos aquí en el límite de árboles de su jardín, donde se yergue su querida casa, donde sus huellas, como en mi corazón, no pueden ser borradas ni por los vientos del Norte ni por los vientos del Sur!
¡Se marchó, pero mi corazón está con ella, atado al aguijón que apresura la marcha de los camellos!
¡Ah, ven, oh noche! ¡ven a refrescar mis mejillas ardientes y a calmar el fuego que me consume el corazón!
¡Oh brisa del desierto! a ti, cuyo soplo perfumó su aliento, ¿no te ha recetado ningún colirio para secar mis lágrimas, ningún remedio para reanimar mi cuerpo helado?
¡Ay! ¡ay! ¡el conductor de la caravana dió señal de partir en medio de las tinieblas de la noche, antes que el soplo del céfiro matinal viniera a vivificar las cañadas!
¡Se arrodillaron los camellos; hiciéronse los fardos; metiáse ella en la litera; se marchó!
¡Ay! ¡se marchó, y me ha dejado sin poder seguir sus huellas! ¡La sigo desde lejos, regando con mis lágrimas el polvo!
Luego, mientras se entregaba de este modo a sus reflexiones y recuerdos, oyó graznar a un cuervo que tenía su nido en una palmera del jardín. E improvisó esta estrofa:
¡Oh cuervo! ¿qué tienes que hacer ya en el jardín de mi bienamada? ¿Vienes a gemir con tu voz lúgubre por los tormentos de mi amor? ¡Ay! ¡ay! ¡gritas a mi oído! y el eco infatigable repite sin cesar: ¡Ay! ¡ay!
Luego, sin poder ya resistirse a tantas penas y tormentos, se echó Anís en el suelo y se sintió invadido por el sopor. Y he aquí que en sueños se le apareció su bienamada; y se encontraba dichoso él con ella; y la oprimía en sus brazos, y hacía ella lo mismo.
Pero despertóse de pronto y quedó desvanecida la ilusión. Y para consolarse, sólo pudo él improvisar estos versos:
¡Salve, imagen de la bienamada! ¡Te me apareces en medio de las tinieblas de la noche, y vienes a calmar por un instante la violencia de mi amor!
¡Me habla ella, me sonríe, me hace mil tiernas caricias; tengo en mis manos toda la
felicidad de la tierra, y me despierto bañado en lágrimas!
Así se lamentaba el joven Anís. Y continuó viviendo a la sombra de la casa abandonada, sin
alejarse más que para tomar algún alimento en su vivienda.
Y he aquí lo referente a él.
En cuanto a la caravana, cuando llegó a un mes de distancia de la ciudad consabida, hizo alto. Y el judío mandó armar las tiendas cerca de una ciudad situada a orillas del mar. Allí quitó a su esposa los ricos trajes que la cubrían, cogió una vara larga y flexible, y le dijo: "¡Ah, miserable traidora! ¡tu piel manchada sólo se podrá limpiar con esto! ¡Que venga ahora a librarte de entre mis manos ese joven Anís!" Y a pesar de sus gritos y protestas, le fustigó dolorosamente con toda su fuerza.
Luego le envolvió un manto de crines viejo, y fué a la ciudad en busca de un herrador, y le dijo:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 663ª NOCHE
Ella dijo:
".. . y fué a la ciudad en busca de un herrador, y le dijo: "Vas a herrar sólidamente los pies de esta esclava; tras de lo cual le herrarás las manos. ¡Y me servirá de cabalgadura!" Y el herrador asombrado, miró al viejo, y le dijo: "¡Por Alah, que es la primera vez que me llaman para herrar a seres humanos! ¿Pues qué ha hecho esta joven para merecer ese castigo?" El viejo dijo: "¡Por el Pentateuco! ésa es la pena con que nosotros los judíos castigamos a nuestros esclavos cuando tenemos queja de su conducta". Pero el herrador, deslumbrado por la belleza de Zein Al-Mawassif e impresionado en extremo por sus encantos, miró al judío con desprecio e indignación, y le escupió en la cara; y en lugar de tocar a la joven, improvisó esta estrofa:
¡Ojalá ¡oh mulo! te herraran a ti en toda tu piel antes de torturar sus pies delicados! ¡Si fueras sensato, con anillos de oro adornarías sus pies encantadores!
¡Porque bien seguro estoy de que, al comparecer ante el Juez Soberano, será declarada inocente y pura tan bella criatura!
Luego corrió el herrador en busca del walí de la ciudad y le contó lo que había visto, describiéndole la belleza maravillosa de Zein Al-Mawassif y el trato cruel que quería hacerle soportar su esposo el judío. Y el walí ordenó a los guardias que inmediatamente fueran al campamento y trajeran a su presencia a la bella esclava, al judío y a las demás mujeres de la caravana. Y los guardias se apresuraron a ejecutar la orden. Y al cabo de una hora, volvieron e introdujeron en la sala de audiencias, ante el walí, al judío, a Zein Al-Mawassif y a las cuatro doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub. Y deslumbrado por la belleza de Zein Al-Mawassif, el walí le preguntó: "¿Cómo te llamas, hija mía?" Ella dijo, moviendo las caderas: "Tu esclava Zein Al-Mawassif, ¡oh amo nuestro!" Y él le preguntó: "¿Y quién es este hombre tan feo?" Ella contestó: "¡Es judío ¡oh mi señor! que me separó de mi padre y de mi madre, y me violentó, y con toda clase de malos tratos quiso forzarme a abjurar de la santa fe de mis padres musulmanes! ¡Y me hace sufrir tortura a diario, y por ese procedimiento intenta vencer mi resistencia! Y en prueba de lo que revelo a nuestro amo, aquí tenéis las huellas de los golpes con que no cesa de martirizarme!" Y con mucho rubor descubrió la parte alta de los brazos y enseñó los verdugones que los surcaban. Luego añadió: "¡Y por cierto ¡oh amo nuestro! que el honorable herrador puede dar testimonio del trato bárbaro que quería hacerme sufrir ese judío! ¡Y mis doncellas confirmarán mis palabras! ¡Por lo que a mí respecta, soy una musulmana, una creyente, y atestiguo que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el Enviado de Alah!
Al oír estas palabras, el walí se encaró con las doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub, y les preguntó: "¿Es cierto lo que dice vuestra ama?" Ellas contestaron: "¡Es cierto!" Entonces el walí se encaró con el judío, y con los ojos chispeantes, le dijo: "¡Mal hayas, enemigo de Alah! ¿Por qué arrebataste esta joven a su padre y a su madre, a su casa y a su patria, y la torturaste, e intentaste hacerle renegar de nuestra santa religión y precipitarla en los horribles errores de tu creencia maldita?"
El judío contestó: "¡Oh amo nuestro! ¡por vida de la cabeza de Yacub, de Muza y de Aarún, te juro que esta joven es mi esposa legal!" Entonces exclamó el walí: "¡Que le den una paliza!" Y los guardias le tiraron al suelo y le aplicaron cien palos en la planta de los pies, cien palos en la espalda y cien palos en las nalgas. Y como continuara en sus gritos y vociferaciones, protestando y afirmando que Zein Al-Mawassif le pertenecía legalmente, el walí dijo: "¡Ya que no quiere declarar, que le corten las manos y los pies, y que le fustiguen!"
Al oír esta terrible sentencia, exclamó el judío: "¡Por los cuernos sagrados de Muza! ¡si sólo eso basta para salvarme, declaro que no es mi esposa esta mujer y que se la he quitado a su familia!"
Entonces pronunció el walí: "¡Ya que ha declarado, que le encarcelen! ¡Y que esté preso toda su vida! ¡Sean castigados así los judíos descreídos!" Y al punto los guardias ejecutaron la orden. Y arrastraron al judío hasta la cárcel. Y sin duda allí moriría en su descreimiento y en su fealdad. ¡Que Alah no tenga nunca compasión de él! ¡Y precipite su alma judía en el fuego del último piso del infierno! ¡Pero nosotros somos creyentes! ¡Y reconocemos que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el Enviado de Alah!
En cuanto a Zein Al-Mawassif, besó la mano del walí, y acompañada por sus cuatro doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub, volvió a las tiendas y ordenó a los camelleros que levantaran el campo y se pusieran en camino para el país de su bienamado Anís.
Y he aquí que viajó sin contratiempos la caravana, y hacia la noche del tercer día, llegó a un monasterio cristiano que estaba habitado por cuarenta monjes y por su patriarca. Y este patriarca, que se llamaba Danis, estaba precisamente sentado a la puerta del monasterio, tomando el fresco, cuando acertó a pasar por allí en su camello la joven sacando la cabeza fuera de la litera. Y a la vista de aquel rostro de luna, el patriarca sintió que se rejuvenecía su vieja carne muerta; y se le estremecieron los pies, la espalda, el corazón y la cabeza. Y se levantó de su asiento e hizo señas a la caravana para que se detuviese, e inclinándose hasta el suelo ante la litera de Zein Al-Mawassif, invitó a la joven a apearse y descansar con todo su acompañamiento. Y la instó vivamente a pasar la noche en el monasterio, asegurándole que de noche estaban los caminos infestados de bandoleros salteadores. Y Zein Al-Mawassif no quiso rehusar la oferta de esta hospitalidad, aunque viniera de cristianos y monjes; se apeó de su litera y entró en el monasterio seguida por sus cuatro acompañantes.
Y he aquí que el patriarca Danis, abrasado de amor por la belleza y los encantos de Zein Al-Mawassif . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 665ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y he aquí que el patriarca Danis, abrasado de amor por la belleza y los encantos de Zein Al-Mawassif, no sabía cómo arreglarse para declararle su pasión. Y en efecto, la cosa era muy ardua. Por último creyó dar con un buen medio, que consistió en enviar con la joven al monje menos elocuente entre los cuarenta monjes del monasterio. Y llegó a presencia de la joven aquel monje, con intención de hablar en pro de su patriarca. Pero al ver a aquella luna de belleza, sintió que se le trababa en la boca la lengua con mil nudos, y que su zib, por el contrario, hablaba elocuentemente por debajo de la ropa, irguiéndose como una trompa de elefante.
Y al ver aquello, Zein Al-Mawassif se echó a reír con toda su alma en compañía de Hubub, Khutub, Sukub y Rukub. Luego, viendo que el monje permanecía sin hablar con la herramienta preparada, hizo una seña a sus doncellas, que se levantaron al punto y le echaron de su habitación.
Entonces, al ver que el monje volvía con un aire muy mohino, se dijo el patriarca Danis: "¡Sin duda no ha sabido convencerla!" Y mandó a ella un segundo monje. Y el segundo monje fué a presencia de Zein Al-Mawassif; pero le sucedió exactamente lo mismo que le había sucedido al primero. Y le echaron, y volvió cabizbajo junto al patriarca, quien envió entonces al tercero, luego al cuarto y al quinto, y así sucesivamente hasta el cuatrigésimo. Y cada vez que enviaba a alguno para preparar el terreno, el monje enviado regresaba sin conseguir ningún resultado, no habiendo podido exponer la misión de su patriarca, y no habiendo manifestado su presencia más que por la elevación de la herencia paterna.
Cuando el patriarca vió todo aquello, se acordó del proverbio que dice: "¡Hay que rascarse con las uñas propias y andar con los propios pies!"
Y resolvió obrar por sí mismo.
Entonces se levantó y entró con paso grave y mesurado en la habitación en que se hallaba Zein Al-Mawassif. ¡Y he aquí lo que pasó! Exactamente igual que a sus monjes le sucedió todo lo que a los otros les había sucedido en cuanto a lengua trabada con mil nudos y elocuencia de herramienta. Y ante la risa y la befa de la joven y sus acompañantes, salió de la habitación con la nariz alargada hasta los pies.
Pero, no bien salió él, Zein Al-Mawassif se levantó, y dijo a sus acompañantes: "¡Por Alah! ¡tenemos que escapar de este monasterio lo más pronto posible, porque mucho me temo que esos monjes terribles y su patriarca repugnante vengan a violentarnos esta noche y a mancharnos con su contacto envilecedor!" Y a favor de las tinieblas, se deslizaron fuera del monasterio las cinco, y volviendo a montar en sus camellos, continuaron la marcha a su país.
Y he aquí lo referente a ellas.
En cuanto al patriarca y a los cuarenta monjes, cuando se despertaron por la mañana y advirtieron la desaparición de Zein Al-Mawassif, sintieron que se les retorcían de desesperación las tripas. Y se reunieron en su iglesia para cantar como asnos, según tenían por costumbre. Pero en vez de cantar antífonas y de recitar sus plegarias ordinarias, he aquí lo que improvisaron:
El primer monje cantó:
¡Congregaos, hermanos míos, antes de que os abandone mi alma, porque ha llegado mi última hora!
¡El fuego del amor consume mis huesos, la pasión devora mi corazón, y ardo por una belleza que ha venido a esta región para herirnos a todos con flechas mortales, disparadas por las pestañas de sus párpados!
Y el segundo monje respondió con este canto:
¡Oh tú que viajas lejos de mí! ¿por qué, ya que me arrebataste el corazón, no me has llevado contigo?
¡Te marchaste llevándote mi reposo! ¡Ah! ¡ojalá vuelvas pronto para verme expirar en tus brazos!
El tercer monje cantó:
¡Oh tú, cuya imagen brilla en mis ojos, llena mi alma y habita en mi corazón!
¡Tu recuerdo es más dulce para mi espíritu que lo dulce que la miel es para los labios del niño; y tus dientes, que sonríen en mis ensueños, son más brillantes que la espada de Asrael! (El angel de la muerte)
¡Todo pasó cual una sombra, vertiendo llama devoradora en mis entrañas!
¡Si alguna vez en sueños te acercas a mi lecho, le encontrarás bañado con mi llanto!
El cuarto monje respondió:
¡Reprimamos nuestras lenguas, hermanos míos, y no dejemos escapar más palabras superfluas que nos aflijan los corazones sufridores!
¡Oh luna llena de la belleza! ¡tu amor ha esparcido en mi cabeza oscura sus rayos brillantes, y me han incendiado en una pasión infinita!
El quinto monje cantó, sollozando:
¡Mi único deseo es mi bienamada! ¡Su belleza borra el resplandor de la luna; su saliva es más dulce que el agua preciosa de las uvas; la anchura de sus caderas alaba a su Creador!
¡He aquí que mi corazón se consume en la llama del amor que ella me ha inspirado, y mis ojos manan lágrimas cual gotas de ágata!
Entonces prosiguió el sexto monje:
¡Oh ramas cargadas de rosas! ¡oh estrellas de los cielos! ¿dónde está la que apareció en nuestro horizonte, y cuya influencia mortal hace perecer a los hombres sin ayuda de armas, sólo con su mirada?
Luego el séptimo monje entonó este canto:
¡Mis ojos, que la han perdido, se llenan de lágrimas; el amor se acrecienta y la paciencia disminuye!
¡Oh dulce encantadora, aparecida en nuestros caminos! ¡el amor se acrecienta y la paciencia disminuye!
Y así, sucesivamente, entonaron todos los demás monjes un canto improvisado a su vez por cada cual, hasta que le llegó el turno al patriarca, quien con voz sollozante cantó entonces:
¡Mi alma está llena de turbación, y me ha abandonado la esperanza!
¡Una belleza arrebatadora pasó por nuestro cielo y me robó el reposo!
¡Ahora huye de mis párpados el sueño, y la tristeza los consume!
¡A Ti, Señor, me quejo de mis sufrimientos! ¡Haz que, al partir mi alma, mi cuerpo se desvanezca como una sombra!
Cuando hubieron terminado con sus cánticos, los monjes pegaron la cara a las baldosas de su iglesia, y lloraron mucho tiempo. Tras de lo cual resolvieron dibujar de memoria el retrato de la fugitiva, y colocarlo en el altar de su descreimiento. Pero no pudieron realizar su propósito, porque les sorprendió la muerte y puso término a sus tormentos cuando se hubieron cavado por sí mismos sus tumbas en el monasterio.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente:
Y CUANDO LLEGO LA 666ª NOCHE
Ella dijo:
". . . porque les sorprendió la muerte y puso término a sus tormentos cuando se hubieron cavado por sí mismo sus tumbas en el monasterio. ¡He aquí lo referente a los cuarenta monjes y a su patriarca!
En cuanto a la caravana, la vigilancia de Alah le escribió la seguridad, y tras de un viaje sin contratiempos, llegó al país natal con buena salud. Y ayudada por sus acompañantes, Zein Al-Mawassif descendió de su litera y echó pie a tierra en su jardín. Y entró en la morada, e hizo al punto prepararlo todo, y perfumar el lecho con ámbar precioso, antes de enviar a Hubub para que avisara su regreso a su bienamado Anís.
Y he aquí que en aquel momento Anís, que continuaba pasándose días y noches bañado en lágrimas, estaba echado, somnoliento, en su cama, y tenía un sueño en el que veía distintamente a su bienamada de regreso. Y como tenía fe en los sueños, se levantó muy emocionado, y al punto se encaminó a la casa de Zein Al-Mawassif para cerciorarse si era verdad el sueño. Y franqueó la puerta del jardín. Y enseguida aspiró en el aire el perfume de ámbar y almizcle de su bienamada. Y voló a la vivienda y entró en la habitación donde esperaba su llegada Zein Al-Mawassif, dispuesta ya. Y cayeron uno en brazos de otro, y permanecieron mucho tiempo enlazados, prodigándose muestras apasionadas de su amor. Y para no desmayarse de alegría y de emoción bebieron en un jarro lleno de una bebida refrescante que tenía azúcar, limones y agua de flores. Tras de lo cual se expansionaron mutuamente, contándose cuanto les había sucedido durante su ausencia; y no se interrumpían más que para acariciarse y besarse tiernamente. Y sólo Alah sabe el número y la intensidad de las pruebas de amor de aquella noche. Y al día siguiente enviaron a la joven Hubub en busca del kadí y de los testigos, quienes acto seguido extendieron su contrato de matrimonio. ¡Y vivieron todos una vida dichosa hasta la llegada de la Segadora de jóvenes y jovenzuelas ! ¡Pero gloria y loor a Quien con Su Justicia distribuye belleza y placeres! ¡Y sean la plegaria y la paz para el Señor de los Enviados, Mohamed, que ha reservado el paraíso a sus creyentes!
Cuando Schehrazada hubo contado así esta historia, exclamó la pequeña Doniazada: "¡Oh hermana mía! ¡cuánto sabor, cuántas delicias, cuánta pureza y cuánta excelencia hay en tus palabras!" Y Schehrazada dijo: "¿Pues qué será todo eso comparado con lo que todavía tengo que contar del Joven Holgazán, si es que antes quiere permitírmelo el rey?" Y el rey Schahriar dijo: "¡Claro, Schehrazada, que quiero permitírtelo esta noche aun, porque me han satisfecho tus palabras, y no conzoco la HISTORIA DEL JOVEN HOLGAZÁN!"
Y dijo Schehrazada:
HISTORIA DEL JOVEN HOLGAZAN
Se cuenta -entre muchas cosas- que un día, estando sentado en su trono el califa Harún Al-Raschid, entró un pequeño eunuco que llevaba en las manos una corona de oro rojo incrustada de perlas, de rubíes y de todas las especies más inestimables de gemas y pedrerías. Y aquel eunuco niño besó la tierra entre las manos del califa, y dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! nuestra ama Sett Zobeida me envía a transmitirte sus zalemas y sus homenajes y a decirte, al propio tiempo, que a esta maravillosa corona que aquí ves, y que ya conoces, le falta todavía en su remate una gema grande, y no se ha podido encontrar una lo bastante hermosa para que ocupe este sitio vacío. ¡Y ha mandado hacer pesquisas por todas partes en casa de los mercaderes, y ha revuelto sus propios tesoros; pero hasta el presente no pudo aún encontrar la piedra digna de rematar esta corona! Por eso anhela que por tu cuenta mandes hacer pesquisas a tal fin para satisfacer su deseo".
Entonces el califa se encaró con sus visires, emires, chambelanes y lugartenientes, y les dijo: "¡Buscad todos una gema tan grande y tan hermosa como la que desea Sett Zobeida!"
Y he aquí que todos buscaron una gema así en las pedrerías de sus esposas pero no encontraron nada que se amoldase a lo que anhelaba Sett Zobeida. Y dieron cuenta al califa de la inutilidad de sus investigaciones. Y al califa se le oprimió mucho el pecho al saber tal noticia, y les dijo: "¿Cómo, siendo yo califa y rey de reyes, va a serme imposible poseer cosa tan miserable como una piedra? ¡Maldición sobre vuestras cabezas! ¡Id a investigar en casa de los mercaderes!" E hicieron pesquisas en casa de todos los mercaderes, los cuales contestaron unánimes: "¡No busquéis más! ¡Nuestro señor el califa sólo podrá encontrar esa gema en casa de un joven de Bassra que se llama Abu-Mohammad-Huesos-Blandos!" Y fueron a dar cuenta al califa de lo que habían hecho y sabido, diciéndole: "¡Nuestro señor el califa sólo podrá encontrar esa gema en casa de un joven de Bassra, que se llama Abu- Mohammad-Huesos-Blandos! "
Entonces el califa ordenó a su visir Giafar que mandara avisar al emir de Bassra, a fin de que inmediatamente se pusiera en busca de aquel Abu-Mohammad-Huesos-Blandos para conducirle con toda urgencia a Bagdad, entre sus manos ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 667ª NOCHE
Ella dijo:
". .. en busca de aquel Abu-Mohammad-Huesos-Blandos para conducirle con toda urgencia a Bagdad, entre sus manos. Y al punto escribió Giafar una misiva apropiada, y encargó al portaalfanje Massrur que a toda prisa fuera a Bassra para llevársela por sí mismo al emir El-Zobeidi, gobernador de la ciudad. Y Massrur partió sin tardanza a cumplir su misión.
Cuando el emir El-Zobeidi, gobernador de Bassra, recibió la misiva del califa, hubo de contestar con el oído y la obediencia; y tras de rendir al emisario del califa todos los honores y miramientos debidos, le dió guardias para que le condujeran a casa de Abu-Mohammad-HuesosBlandos. Y llegó Massrur al palacio habitado por aquel joven; y fué recibido en la puerta por una tropa de esclavos ricamente vestidos, a los cuales dijo: "¡Advertid a vuestro amo que el Emir de los Creyentes le reclama en Bagdad!" Y los esclavos entraron a avisar a su amo.
Algunos instantes después, apareció en el umbral de su morada el propio joven Abu-Mohammad y vió al emisario del califa con los guardias del emir de Bassra; y se inclinó hasta el suelo ante él, y dijo: "¡Obediencia a las órdenes del Emir de los Creyentes!" Luego añadió: "¡Pero os suplico ¡oh honorables! que entréis un instante a honrar mi casa!" Massrur contestó: "¡No podemos retardarnos mucho aquí, a causa de la urgencia de las órdenes del Emir de los Creyentes, que está esperando tu llegada en Bagdad!" Dijo él: "No obstante, es preciso que me déis tiempo para hacer mis preparativos de viaje. ¡Entrad, pues, a descansar!" Todavía pusieron algunas dificultades Massrur y sus acompañantes, por pura fórmula; pero acabaron por seguir al joven.
Y desde el vestíbulo vieron magníficas cortinas de terciopelo azul recamado de oro y mármoles preciosos y tallas de madera y toda clase de maravillas, y por doquiera, igual en las tapicerías que en los muebles, igual en las paredes que en los techos, metales preciosos y titilar de
pedrerías. Y el huésped hizo que les condujeran a una sala de baño, deslumbradora de limpieza y perfumada cual un corazón de rosal, tan espléndida como no poseía ninguna el palacio del califa. Y terminado el baño, les vistieron los esclavos a todos con suntuosos trajes de brocado verde, sembrados de motivos de perlas, de oro afiligranado y de pedrerías de todos colores. Y haciendo votos por ellos para después del baño, los esclavos les ofrecieron copas de sorbetes y refrescos en bandejas de porcelana dorada. Tras de lo cual entraron cinco mozalbetes, hermosos como el ángel Harut, que de parte del amo dieron a cada uno una bolsa con cinco mil dinares de oro de regalo, después de hacer los votos consecutivos al baño. Y entonces entraron los primeros esclavos que les habían llevado al hammam; y les rogaron que les siguieran, y les condujeron a la sala de reunión, donde les esperaba Abu-Mohammad, sentado en un diván de seda y apoyando los brazos en cojines orlados de perlas. Y se levantó en honor suyo y les hizo sentarse a su lado, y comió y bebió con ellos toda clase de manjares admirables y bebidas como no las había más que en el palacio de los Kaissares.
Entonces se levantó el joven, y dijo: "¡Soy el esclavo del Emir de los Creyentes! ¡Ya están hechos los preparativos, y podemos partir para Bagdad!" Y salió con ellos, y mientras los otros montaban de nuevo en sus caballos, los esclavos que tenía a sus órdenes le ayudaron a poner el pie en el estribo y a acomodarse en una mula blanca como la plata virgen, cuya silla y cuyos arreos titilaban con todas las luces de los oros y pedrerías que la adornaban. Y Massrur y el joven Abu-Mohammad se pusieron a la cabeza de la escolta y salieron de Bassra para emprender el camino de Bagdad. Y después de un viaje feliz, llegaron a la Ciudad de Paz, y entraron en el palacio del Emir de los Creyentes.
Cuando se le introdujo a presencia del califa, el joven besó por tres veces la tierra entre sus manos y tomó una actitud llena de modestia y de deferencia. Y el califa le invitó a sentarse. Y el joven se sentó respetuosamente al borde del asiento, y con un lenguaje muy distinguido, dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! tu esclavo sumiso ha sabido, sin que se lo digan, el motivo porque se le llamó ante su soberano. ¡Por eso, en vez de una sola gema, ha creído era su deber de humilde súbdito traer al Emir de los Creyentes lo que le ha concedido la suerte!" Y cuando hubo dicho estas palabras, añadió: "¡Si nuestro amo el califa me lo permite, voy a hacer abrir los cofres que traje conmigo en calidad de regalo de un leal a su soberano!" Y le dijo el califa: "No veo inconveniente en ello".
Entonces Abu-Mohammad mandó subir los cofres a la sala de recepción. Y abrió el primer cofre, y entre otras maravillas que arrebataban la razón, sacó de él tres árboles de oro con los troncos de oro, las ramas y las hojas de esmeraldas y aguas marinas y las frutas de rubíes, perlas y topacios en lugar de naranjas, manzanas y granadas.
Luego, mientras el califa se maravillaba de la hermosura de aquellos árboles, abrió el segundo cofre, y entre otros esplendores, sacó de él ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 668ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Luego, mientras el califa se maravillaba de la hermosura de aquellos árboles, abrió el segundo cofre, y entre otros esplendores sacó de él un pabellón de seda y oro, incrustado de perlas, jacintos, esmeraldas, rubíes y zafiros y otras muchas gemas de nombres desconocidos; y el poste central de aquel pabellón era de madera de áloe indio; y todas las franjas de aquel pabellón estaban salpicadas de gemas de todos colores, y por dentro estaba adornado con dibujos de un arte maravilloso que representaban graciosos retozos de animales y vuelos de pájaros; y todos estos animales y estos pájaros eran de oro, crisólitos, granates, esmeraldas y otras muchas variedades de gemas y metales preciosos.
Y cuando el joven Abu-Mohammad sacó de aquel cofre tan distintos objetos, que iba colocando en la alfombra según los sacaba y de cualquier modo, se puso de pie, y sin mover la cabeza, alzó y bajó las cejas. Y al punto se armó por sí mismo en medio de la sala todo el pabellón con tanta prontitud, orden y simetría como si lo hubiesen manejado veinte personas expertas; y los tres árboles maravillosos fueron a plantarse por sí mismos a la entrada del pabellón para protegerlo con su sombra.
Entonces Abu-Mohammad miró por segunda vez al pabellón y dejó oír un ligerísimo silbido. Y al punto se pusieron a cantar todos los pájaros de gemas que había dentro, y los animales de oro se pusieron a responderles con dulzura y armonía. Y al cabo de un instante, Abu-Mohammad
dejó oír otro silbido, y el coro entero se interrumpió en la nota comenzada.
Cuando el califa y todos los presentes vieron y oyeron cosas tan extraordinarias, no supieron si soñaban o estaban despiertos. Y AbuMohammad besó una vez más la tierra entre las manos de Al-Raschid, y dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! no creas que te traigo con alma interesada estos pequeños obsequios que tienen la suerte de no disgustarte, sino que te los traigo en calidad de homenaje de un leal a su dueño soberano. Y no son nada en comparación de los que pienso ofrecerte aún, siempre que me lo permitas".
Cuando el califa se repuso un poco del asombro en que le había sumido la contemplación de aquellas cosas como nunca hubo visto, dijo al joven: "¿Puedes decirme ¡oh joven! de dónde te vienen todas esas cosas, siendo un simple súbdito entre mis súbditos? ¡Te conocen por el nombre de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, y sé que tu padre sólo era un ventosista del hammam que murió sin dejarte ninguna herencia! ¿A qué se debe, pues, el hecho de que, en tan poco tiempo y tan joven todavía, hayas llegado a semejante grado de riqueza, de distinción y de poderío?" Y contestó Abu-Mohammad: "¡Te contaré, pues, mi historia, ¡oh Emir de los Creyentes! que es una historia tan maravillosa y está tan llena de hechos extraordinariamente prodigiosos, que si se escribiera con agujas de tatuaje en el ángulo interior del ojo, serviría sin duda de lección rica en provecho para los que quisieran aprovecharse de ella!" Y dijo Al-Raschid, extremadamente intrigado: "¡Date prisa entonces a hacernos oír lo que tienes que decirnos, ¡ya Abu-Mohammad!"
Y dijo el joven:
"Sabe, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! (¡Alah aumente tu poderío y tu gloria!) que, en efecto, se me conoce de ordinario con el nombre de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, soy hijo de un antiguo y pobre ventosista de hammam que murió sin dejarnos a mi madre ni a mí nada con qué atender a nuestra subsistencia. Así es que te han dicho verdad quienes te dieron estos detalles; pero no te dijeron por qué ni cómo me vino aquel mote. ¡Pues helo aquí!
Desde mi niñez ¡oh Emir de los Creyentes! era yo el muchacho más holgazán y más perezoso que podría encontrarse sobre la faz de la tierra. Y eran tan grandes, en verdad, mi holgazanería y mi pereza, que si estaba tumbado en el suelo a mediodía y el sol caía a plomo sobre mi cráneo descubierto, no tenía yo arrestos para cambiar de postura, y me dejaba cocer como una colocasia por no mover una pierna o un brazo. Con lo cual no tardé en tener un cráneo a prueba de toda clase de golpes; y si quieres ¡oh Emir de los Creyentes! mandar ahora a tu portaalfanje Massrur que me parta la cabeza, verás cómo se mella su alfanje y se hace trizas contra los huesos de mi cráneo.
Cuando murió mi difunto padre (¡Alah le tenga en su misericordia!), era yo un mozo de quince años; pero no parecía tuviese más de dos años de edad, pues continuaba sin querer trabajar ni moverme de un sitio; y mi pobre madre se veía obligada a servir a la gente del barrio para alimentarme, mientras yo me pasaba los días tumbado de lado, y no tenía fuerza ni para levantar la mano con objeto de espantarme las moscas que habían establecido su domicilio en todos los agujeros de mi cara . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 669ª NOCHE
Ella dijo:
"...las moscas que habían establecido su domicilio en todos los agujeros de mi cara.
Un día, por una casualidad muy rara entre las casualidades, mi madre, que había estado bregando todo un mes al servicio de quienes le daban trabajo, fué a mí llevando en la mano cinco monedas de plata, fruto de toda su labor. Y me dijo: "¡Oh hijo mío! ¡acabo de saber que nuestro vecino el jeique Muzaffar va a partir para la China! Ya sabes, hijo mío, que ese venerable jeique es un hombre excelente, un hombre de bien que no desprecia ni rechaza a los pobres como nosotros. Toma, pues, los cinco dracmas de plata y levántate para acompañarme a casa del jeique; y le entregarás estos cinco dracmas y le rogarás que en China te compre mercaderías para revenderlas tú aquí luego y de las cuales (¡ Alah lo quiera así, compadeciéndose de nosotros!) sacarás sin duda alguna un beneficio considerable. ¡He aquí, pues, ¡oh hijo mío! una buena ocasión de enriquecernos! ¡Y quien rehusa el pan de Alah es un descreído!"
Al oír este discurso de mi madre, se me aumentó más aún la holgazanería, y me hice completamente el muerto. ¡Y mi madre me suplicó y me conjuró de todas maneras, por el nombre de Alah y por la tumba de mi padre, y por todo! ¡Pero en vano! Porque yo hice como que roncaba. Entonces me dijo mi madre: "¡Por las virtudes de tu padre, te juro ¡oh Abu-Mohammad-Huesos Blandos! que, si no quieres escucharme y acompañarme a ver al jeique, no volveré a darte de comer ni de beber, y te dejaré morir de inanición!" Y dijo estas palabras con tan resuelto acento, ¡oh Emir de los Creyentes! que comprendía que aquella vez pondría en práctica sus palabras; y dejé oír un sonido sordo que significaba: "¡Ayúdame a sentarme!" Y me cogió del brazo y me ayudó a incorporarme y a sentarme. Entonces, aniquilado de fatiga, me eché a llorar, y entre mis gemidos, suspiraba: "¡Dame mis zapatos!" ¡Y me los llevó, y le dije: "¡Pónmelos!" Y me los puso. Y le dije: "¡Ayúdame a ponerme en pie!" Y me levantó y me hizo ponerme en pie. Y llorando hasta rendir el alma, le dije: "¡Sostenme para que ande!" Y se puso detrás de mí y me sostuvo, empujándome suavemente para hacerme avanzar. Y eché a andar despacio, parándome a cada paso para tomar aliento, e inclinando la cabeza sobre los hombros como para rendir el alma. Y acabé por llegar de esta manera a la orilla del mar, donde vi al jeique Muzaffar rodeado de sus allegados y amigos, disponiéndose a embarcar para ponerse en marcha. Y mi llegada fué acogida con asombro por todos los presentes, que exclamaban al mirarme: "¡Qué prodigio! ¡Es la primera vez que vemos andar a Abu-Mohammad-Huesos-Blandos! ¡Y es la primera vez que sale de su casa!"
Cuando estuve al lado del jeique, le dije: "¡Oh tío mío! ¿eres el jeique Muzaffar?" El me dijo: "Para servirte, ¡oh Abu-Mohammad, oh hijo de mi amigo el difunto ventosista a quien Alah tenga en Su gracia y en Su piedad!" Yo le dije, dándole las cinco monedas de plata: "¡Toma estos cinco dracmas ¡oh jeique! y cómprame con ellos mercaderías de la China! ¡Y quizás así por mediación tuya, tengamos ocasión de enriquecernos!" Y el jeique Muzaffar no se negó a tomar los cinco dracmas; y se los guardó en el cinturón, diciendo: "¡En el nombre de Alah!" Y me dijo: "¡Con la bendición de Alah!"
Y se despidió de mí y de mi madre; y acompañado de varios mercaderes que se habían juntado con él para el viaje, se embarcó con rumbo a China.
Alah escribió la seguridad al jeique Muzaffar., que llegó sin contratiempos al país de la China. Y compró, como todos los mercaderes que iban con él, lo que tenía que comprar, y vendió lo que tenía que vender, y traficó e hizo lo que tenía que hacer. Tras de lo cual, volvió a embarcarse, para regresar al país con sus compañeros, en el mismo navío que habían fletado en Bassra. Y se dieron a la vela y abandonaron la China.
Al cabo de diez días de navegación, una mañana se levantó de pronto el jeique Muzaffar, se golpeó con desesperación las manos, y exclamó: "¡Arriad las velas!" Y los mercaderes le preguntaron, muy sorprendidos: "¿Qué ocurre, ¡oh jeique Muzaffar!?" El dijo: "¡Ocurre que hay que volver a la China!" Y en el límite de la estupefacción, le preguntaron: "¿Por qué, ¡oh jeique Muzaffar!?" El dijo: "¡Habéis de saber que me olvidé de comprar el pedido de mercancías para el cual me dió los cinco dracmas de plata Abu-Mohammad-Huesos-Blandos!" Y le dijeron los mercaderes: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh jeique nuestro! no nos obligues por tan poca cosa a volver a China después de todas las fatigas pasadas y los peligros corridos y la ya tan larga ausencia de nuestro país!" El jeique dijo: "¡Es absolutamente preciso que volvamos a China! ¡Porque he empeñado mi palabra en la promesa que hice a Abu-Mohammad y a su pobre madre, la mujer de mi amigo el difunto ventosista!" Los demás le dijeron: "No te detenga eso, ¡oh jeique! ¡Porque estamos dispuestos a pagarte cinco dinares de oro cada cual como intereses de las cinco monedas de plata que has de devolver a Abu-Mohammad-Huesos-Blandos! ¡Y a nuestra llegada le darás todo ese oro!" El jeique dijo: "¡Acepto en nombre suyo vuestra oferta!" Entonces cada mercader pagó al jeique Muzaffar cinco dinares de oro destinados a mí, y prosiguieron su viaje.
Durante la travesía hizo escala el navío, para aprovisionarse, en una isla entre las islas. Y los mercaderes y el jeique Muzaffar desembarcaron para pasear por tierra. Y después de pasear y respirar el aire de aquella isla, se disponía el jeique a embarcarse otra vez, cuando a la orilla del mar vió a un mercader de monos que tenía en venta unos veinte animales de esta especie. Y he aquí que, entre todos aquellos monos, había uno de aspecto muy miserable, pelado, tembloroso y con lágrimas en los ojos. Y cada vez que su amo volvía la cabeza para hablar con el jeique y sus acompañantes, no dejaban los demás monos de saltar sobre su miserable compañero, y morderle y arañarle y mearle en la cabeza.
Y al jeique Muzaffar, que tenía un corazón compasivo, le conmovió el estado de aquel pobre mono, y preguntó al mercader: "¿Cuánto vale ese mono?" El mercader dijo: "Ese no es muy caro, ¡oh mi señor! ¡Para desembarazarme de él, te lo dejo en cinco dracmas solamente!" Y el jeique se dijo: "¡Precisamente es la cantidad que me dió el huérfano! ¡Y voy a comprarle este animal, a fin de que le sirva para enseñarlo por los zocos y ganar así su pan y el de su madre!" Y pagó al mercader los cinco dracmas, e hizo que se llevara el mono al navío un marinero. Tras de lo cual se embarcó con sus compañeros los mercaderes para ponerse en marcha.
Antes de hacerse a la vela, vieron a unos pescadores que se sumergían hasta el fondo del mar, y salían llevando siempre en las manos conchas llenas de perlas.
Y también lo vió el mono ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 670ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y también lo vió el mono. Y al punto dió un brinco y saltó al mar. Y se zambulló hasta el fondo del agua para salir al cabo de cierto tiempo, llevando en las manos y en la boca conchas llenas de perlas de tamaño y hermosura maravillosos. Y trepó al navío y entregó al jeique su pesca. Luego le hizo con la mano varias señas, que significaban: "¡Cuélgame algo al cuello!" Y el jeique le colgó al cuello un saco, y el mono saltó de nuevo al mar, y salió con el saco atestado de conchas llenas de perlas más gruesas y más hermosas que las anteriores. Luego volvió a saltar al mar varias veces seguidas, y cada vez iba a entregar al jeique el saco lleno de su pesca maravillosa.
¡Eso fue todo!
Y el jeique y todos los mercaderes estaban en el límite de la estupefacción. Y se decían: "¡No hay poder ni fuerza más que en Alah el Omnipotente! ¡Porque este mono posee secretos que no conocemos nosotros! ¡Pero todo se debe a la suerte de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, el hijo del ventosista!" Tras de lo cual se hicieron a la vela y abandonaron la isla de las perlas. Y después de una navegación excelente, arribaron a Bassra.
En cuanto echó pie a tierra, el jeique Muzaffar fue a llamar a nuestra puerta. Y preguntó desde dentro mi madre: "¿Quién es?" Y contestó él: "¡Soy yo! Abre, ¡oh madre de Abu-Mohammad! ¡Vuelvo de la China!" Y me gritó mi madre: "¡Levántate, Huesos-Blandos! ¡Ahí tienes al jeique Muzaffar, que vuelve de la China! ¡Ve a abrirle la puerta, y a saludarle y a desearle la bienvenida! ¡Y le preguntarás qué te ha traído, confiando en que, por mediación suya, te haya enviado Alah con qué atender a nuestras necesidades!" Y le dije: "Ayúdame a levantarme y a andar!" Y ella lo hizo así. Y enredándome los pies en la orla de mi ropón, me arrastré hasta la puerta, abriéndola.
Y entró en el vestíbulo el jeique Muzaffar seguido de sus esclavos, y me dijo: "¡La zalema y la bendición con aquel cuyos cinco dracmas han dado buena suerte a nuestro viaje! ¡He aquí, ¡oh hijo mío! lo que ese dinero te ha proporcionado!" E hizo poner en fila en el vestíbulo los sacos de perlas, me entregó el oro que le dieron los mercaderes, y me puso en la mano la cuerda con que estaba atado el mono. Luego me dijo: "¡Ahí tienes todo lo que te han proporcionado los cinco dracmas! ¡En cuanto a este mono, ¡oh hijo mío! no le maltrates, porque es un mono de bendición!" Y se despidió de nosotros y se marchó con sus esclavos.
Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! me encaré con mi madre, y le dije: "¡Ya ves ¡oh madre mía! quién de nosotros tenía más razón! Tú me has torturado la vida, diciéndome todos los días: "¡Levántate, Huesos-Blandos, y trabaja!"
Y yo te decía: "¡Quién me ha creado, me hará vivir!" Y me contestó mi madre: "¡Tienes razón, hijo mío! ¡Cada cual lleva colgado al cuello su destino, y haga lo que haga, no escapará a él!" Luego me ayudó a contar las perlas y a clasificarlas según su tamaño y su hermosura.
Y abandoné la holgazanería y la pereza, y empecé a ir todos los días al zoco para vender las perlas a los mercaderes. Y logré un beneficio inmenso, que me permitió comprar tierras, casas, tiendas, jardines, palacios y esclavos y esclavas y mozos jóvenes.
Y he aquí que el mono me seguía a todas partes, y comía de lo que yo comía y bebía de lo que yo bebía, y jamás me perdía de vista. Pero un día, estando yo sentado en el palacio que hice edificar para mí, el mono me hizo señas de que quería un tintero, un papel y un cálamo. Y le llevé las tres cosas. Y cogió el papel, poniéndoselo en la mano izquierda, como hacen los escribas, y cogió el cálamo, mojándolo en el tintero, y escribió: "¡Oh Abu-Mohammad! ¡ve a buscarme un gallo blanco! ¡Y ven a reunirte conmigo en el jardín!" Y cuando leí aquellas líneas, fui a buscar un gallo blanco, y corrí al jardín para dárselo al mono, a quien encontré con una serpiente entre sus manos. Y cogió el gallo y le azuzó hacia la serpiente. Y al punto empezaron a pelearse ambos animales, y el gallo acabó por vencer y matar a la serpiente. Luego, al revés de lo que hacen los gallos, la devoró por completo.
Entonces el mono cogió al gallo, le arrancó todas las plumas, y las plantó una tras otra en el jardín. Después mató al gallo y con su sangre regó todas las plumas. Y cogió la molleja del gallo, la limpió y la puso en medio del jardín. Tras de lo cual...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 671ª NOCHE
La pequeña Doniazada dijo a su hermana: "¡Oh hermana mía! ¡por favor, date prisa a decirnos qué hizo el mono de Abu-Mohammad después de plantar en el jardín las plumas del gallo y de regarlas con la sangre del gallo!" Y dijo Schehrazada: "¡De todo corazón amistoso!" Y continuó así:
"...Cogió la molleja del gallo, la limpió y la puso en medio del jardín. Tras de lo cual fué ante cada pluma, hizo crujir sus mandíbulas lanzando algunos gritos que no pude comprender y volvió a mí para dar un salto prodigioso que le alzó del suelo y le hizo desaparecer de mi vista por los aires. Y al mismo tiempo, en el jardín todas las plumas del gallo se convirtieron en árboles de oro con ramas y hojas de esmeraldas y aguamarinas que a manera de frutas ostentaban rubíes, perlas y toda clase de pedrerías. Y la molleja del gallo se convirtió en este pabellón maravilloso que me he permitido ofrecerte con tres árboles de mi jardín, ¡oh Emir de los Creyentes!
Entonces, rico ya con aquellos bienes inestimables, de los que cada piedra valía un tesoro, pedí en matrimonio a la hija del cherif de Bassra, descendiente de nuestro Profeta. Y cuando hubo visitado mi palacio y mi jardín, el cherif me concedió su hija. ¡Y ahora vivo con ella entre delicias y felicidades! ¡Y todo fué debido a que durante mi juventud tuve confianza en la generosidad sin límites del Retribuidor, que jamás abandona en la necesidad a sus creyentes!"
Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo oído esta historia, maravillóse hasta el límite de la maravilla, y exclamó: "¡Los favores de Alah son ilimitados!" Y retuvo al lado suyo a Abu-Mohammad para que dictara a los escribas de palacio esta historia. Y no le dejó partir de Bagdad hasta verle colmado de honores y de regalos de una magnificencia igual a la de que su huésped había hecho alarde para con él.
¡Pero Alah es más generoso y más poderoso!
Cuando el rey Schahriar oyó esta historia, dijo a Schehrazada: "¡Oh Schehrazada! ¡me satisface esa historia por su moraleja!" Y Schehrazada dijo: "¡Está bien, ¡oh rey! pero nada es comparada con la que quiero contarte esta noche!"
Y dijo. ..
HISTORIA DEL JOVEN NUR Y DE LA FRANCA HEROICA
Y dijo Schehrazada:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del momento, había en el país de Egipto un hombre entre los notables, llamado Corona, que se pasó la vida viajando por tierra y por mar, por islas y desiertos, y por comarcas conocidas y desconocidas, sin temor ni peligros, ni fatigas, ni tormentos, y afrontando riesgos tan horribles, que con oírlos solamente, hasta a los niños se les pondrían blancos del todo los cabellos. Pero, rico ya, dichoso y respetado, el mercader Corona había renunciado a los viajes para vivir dentro de su palacio en la serenidad, sentado a su gusto en el diván y con la frente ceñida por su turbante de muselina blanca inmaculada. Y nada le faltaba para la satisfacción de sus deseos. Porque los palacios de reyes y sultanes no podían competir en magnificencia con los aposentos de él, con sus armarios y sus cofres, llenos de suntuosidades, de trajes de Mordín, de telas de Baalbeck, de sedas de Homs, de armas de Damasco, de brocatos de Bagdad, de gasas de Mossul, de mantos del Magreb y bordados de la India. Y poseía gran número de esclavos negros y esclavos blancos, mamelucos turcos, concubinas, eunucos, caballos de raza y mulas, camellos de la Bactriana y dromedarios de carrera, mozuelos de Grecia y de Siria, jovenzuelas de Circasia, eunucos pequeños de Abisinia, y mujeres de todos los países. Y por tanto, era sin duda alguna el mercader más satisfecho y más honrado de su tiempo.
Pero el bien más preciado y la cosa más espléndida que poseía el mercader Corona, lo constituía su propio hijo, joven de catorce años, que era indiscutiblemente, y con mucho, más hermoso que la luna en su décimocuarto día. Pues nada, ni la lozanía de la primavera, ni los ramajes flexibles del árbol ban, ni la rosa en su cáliz, ni el alabastro transparente, igualaba a la delicadeza de su adolescencia feliz, a la soltura de sus andares, a los tiernos colores de su rostro y a la blancura pura de su cuerpo encantador. Y por cierto que, inspirado en sus perfecciones, le ha cantado así el poeta:
¡Mi joven amigo, que tan hermoso es!, me ha dicho: "¡Oh poeta! ¡te falta elocuencia!" Yo le digo: "¡Oh mi señor! ¡la elocuencia nada tiene que hacer en nuestro caso! ¡Tú eres el rey de la belleza, y en ti es todo igualmente perfecto!
¡Pero -si se me permite tener una preferencia- ¡oh, qué hermosa es en tu mejilla esa mancha negra, gota de ámbar sobre una mesa de mármol blanco! ¡Y he aquí los alfanjes de tus pupilas, que declaran la guerra a los indiferentes!"
Y ha dicho otro poeta:
¡En el rumor de un combate, pregunté a los que se mataban: "¿Por qué vertéis esa sangre?" Me dijeron: "¡Por los hermosos ojos del adolescente!"
Y ha dicho un tercero:
¡Por sí mismo viene él a visitarme, y al verme todo conmovido y turbado, dice: "¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa?" Yo le digo: "¡Aleja las flechas de tus ojos adolescentes!"
Y ha dicho otro:
¡Lunas y gacelas vienen a competir con él en encantos y en belleza; pero yo les digo: "¡Oh gacelas! ¡huid pronto y no os comparéis con ese cervatillo! ¡Y vosotras, ¡oh lunas! absteneos! ¡Son inútiles todos vuestros esfuerzos!"
Y ha dicho otro:
¡Esbelto jovenzuelo! ¡Lo negro de su cabellera y la blancura de su frente sumen respectivamente al mundo en la noche y en el día!
¡Oh! ¡No despreciéis el grano de belleza de su mejilla! ¡No es hermosa en su rojo esplendor la tierna anémona más que a causa de la gota negra que adorna su corola!
Y ha dicho otro:
¡Al contacto de su rostro, se purifica el agua de la belleza! ¡Y sus párpados suministran a los arqueros flechas para traspasar el corazón de sus enamorados! Pero loadas sean tres perfecciones; ¡su belleza, su gracia y mi amor!
¡Sus ropas ligeras dibujan los contornos de sus graciosas nalgas, cual nubes transparentes dejan divisar la dulce imagen de la luna! Loadas sean estas tres perfecciones: ¡sus ropas ligeras, sus graciosas nalgas y mi amor!
¡Negras son las pupilas de sus ojos, negra la mancha que adorna su mejilla, y también negras mis lágrimas! ¡Loadas sean por su perfecta negrura!
¡Su frente, las facciones tan finas de su rostro y mi cuerpo consumido por su amor, se asemejan al final del cuarto creciente de la luna: ellas, por su brillo, y mi cuerpo consumido, por la forma. ¡Loadas sean sus perfecciones!
¡Aunque están empapadas con mi sangre, no han envejecido sus pupilas y siguen siendo suaves como el terciopelo! ¡Loadas sean por tres veces sus pupilas!
¡El día de nuestra unión aplacó él mi sed con la pureza de sus labios y de su sonrisa! ¡Ah! ¡yo le doy, en cambio, para que use de ella a discreción, mis bienes, mi sangre y mi vida! ¡Y loados sean por siempre sus labios puros y su sonrisa!
Finalmente, ha dicho un poeta, entre otros mil que le han cantado:
¡Por los arcos abovedados que resguardan sus ojos, y por sus ojos, que disparan los dardos encantadores de sus visuales;
Por sus formas delicadas; por la cortante cimitarra de sus miradas; por la suprema elegancia de su porte; por el color de su negra cabellera;
Por sus ojos lánguidos que arrebatan el sueño y dictan la ley en el imperio del amor;
Por los bucles de sus cabellos, comparables a escorpiones, que clavan en los corazones dardos de desesperación;
Por las rosas y los lirios que florecen en sus mejillas; por los rubíes de sus labios, en que brilla la sonrisa; por sus dientes de perlas deslumbrantes;
Por el suave olor de sus cabellos; por los ríos de vino y de miel que fluyen de su boca cuando habla;
Por la rama de su talle flexible; por su andar ligero; por su grupa fastuosa, que tiembla cuando anda o cuando está en reposo;
Por la seda de su piel de albaricoque; por las gracias y la elegancia que acompañan a sus pasos;
Por la afabilidad de sus maneras, el sabor de sus palabras, la nobleza de su nacimiento y la cuantía de su fortuna;
¡Por todos estos raros dones, juro que el sol de mediodía es menos resplandeciente que su rostro; que la luna nueva no es más que una recortadura de sus uñas; que el olor del almizcle es menos dulce que su aliento, y que la brisa embalsamada roba el perfume de su cabellera!
Y he aquí que un día en que el admirable joven, hijo de Corona el mercader, estaba sentado en la tienda de su padre, algunos jóvenes amigos suyos fueron a charlar con él, y le propusieron. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 672ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y he aquí que un día en que el admirable joven, hijo de Corona el mercader, estaba sentado en la tienda de su padre, algunos jóvenes amigos suyos fueron a charlar con él, y le propusieron ir a pasearse a un jardín de la propiedad de uno de ellos, y le dijeron: "¡Oh Nur, ya verás qué hermoso es ese jardín!" Y les contestó Nur: "¡Está bien! Pero antes tengo que pedir permiso a mi padre". Y fué a pedir a su padre el tal permiso. Y el mercader Corona no puso dificultades, y además de conceder a Nur la autorización, le dió una bolsa llena de oro para que no fuese a expensas de sus camaradas.
Entonces Nur y los jóvenes montaron en mulas y asnos, y llegaron a un jardín que encerraba cuanto puede halagar los ojos y endulzar la boca. Y entraron por una puerta abovedada, hermosa cual la puerta del Paraíso, formada por listas alternadas de mármoles de color y sombreada por parras trepadoras cargadas de uvas rojas y negras, blancas y doradas, como ha dicho el poeta:
¡Oh racimos de uvas llenas de vinos, deliciosas cual sorbetes y vestidas de negro como cuervos!
¡Brillando entre las sombrías hojas, parecéis tiernos dedos femeninos frescamente teñidos de henné;
Y de todas maneras nos embriagáis: ¡Si colgáis de las cepas con gracia, nos arrebatáis el alma con vuestra hermosura; si descansáis en el fondo del lagar, os transformáis en una miel embriagadora!
Y cuando entraron, vieron encima de aquella puerta abovedada estos versos grabados en hermosos caracteres azules:
¡Ven, amigo! ¡si quieres disfrutar de la hermosura de un jardín, ven a mirarme!
¡Tu corazón olvidará sus penas al fresco contacto de la brisa que constantemente corre por mis avenidas, a la vista de las flores que me visten con sus lindos ropajes y sonríen en sus mangas de pétalos!
¡El cielo generoso riega con abundancia mis árboles de ramas inclinadas bajo el peso de sus frutos! ¡ Y cuando los ramajes se balanceen bailando entre los dedos del céfiro, verás a las Pléyades arrojarles, entusiasmadas, el oro líquido y las perlas de las nubes a manos llenas!
¡Y si fatigado de jugar con los ramajes, el céfiro los abandona para acariciar la onda de los arroyos que corren a su encuentro, le verás dejarlos en seguida para ir a besar en la boca a mis flores!
Cuando hubieron franqueado aquella puerta, vieron al guarda del jardín sentado bajo el enrejado de parras trepadoras y hermoso cual el ángel Rizán, que guarda los tesoros del Paraíso. Y se levantó en honor suyo, y fue a ellos, y tras de las zalemas y los deseos de bienvenida, les ayudó a descender de sus monturas, y quiso servirles por sí mismo de guía para mostrarles con todos sus detalles las bellezas del jardín. Y pudieron así admirar las claras aguas que serpenteaban entre las flores y las abandonaban con pena, las plantas cargadas de perfumes, los árboles fatigados de tanta fruta, los pájaros cantores, los boscajes de flores, los arbustos de especies, todo cuanto convertía a aquel jardín en una parte suelta de los jardines edénicos. Pero lo que les encantaba por encima de toda ponderación, era el espectáculo, a ningún otro parecido, de los árboles frutales milagrosos, cantados respectivamente por todos los poetas, como atestiguan entre mil estos diversos poemas:
LAS GRANADAS
¡Deliciosas, de corteza pulida, granadas entreabiertas, caras de rubíes encerradas en membranas de plata, sois gotas cuajadas de una sangre virginal!
¡Oh granadas de piel fina, senos de adolescentes erguidas que adelantaran el pecho en presencia de los machos!
¡Cúpulas! ¡cuando os miro, aprendo arquitectura, y si os como, sano de todas las enfermedades!
LAS MANZANAS
¡Bellas de rostro exquisito, ¡oh manzanas dulces y almizcladas! sonreís al mostrar en vuestros colores rojos y amarillos, respectivamente, la tez de un amante dichoso y la de un amante desdichado; y en vuestro doble rostro unís el rubor a un amor sin esperanza!
LOS ALBARICOQUES
Albaricoques de almendras sabrosas, ¿quién podrá poner en duda vuestra excelencia? ¡Cuando estáis sin granar aún, sois flores semejantes a estrellas, y cuando sois frutas maduras entre el follaje, redondas y completamente de oro, se os tomaría por minúsculos soles!
LOS HIGOS
¡Oh blancos, oh negros, oh higos bienvenidos a mis bandejas! ¡me gustáis tanto como las blancas vírgenes de Grecia, tanto como las ardientes hijas de Etiopía!
¡Oh amigos míos predilectos! estáis tan seguros de los deseos tumultuosos que me asaltan a vuestra vista, que tomáis una actitud descuidada, ¡oh perezosos!
¡Tiernos amigos, arrugados ya por las desilusiones en las ramas altas que os balancean a merced de todos los vientos, sois dulces y olorosos como la flor seca de la manzanilla!
¡Y entre todos vuestros hermanos, sólo vosotros ¡oh jugosas! sabéis dejar brillar, en el momento del deseo, la gota de jugo hecha con miel y sol!
LAS PERAS
¡Oh jóvenes, todavía vírgenes y un tanto ácidas al paladar! ¡oh sinaíticas, oh jónicas, oh aleppinas!
¡Vosotras que, balanceándoos sobre vuestras espléndidas caderas y colgadas de un tallo tan fino, esperáis a los amantes que os comerán sin duda!
¡Oh peras! amarillas o verdes, gordas o alargadas, de dos en dos en las ramas o solitarias,
¡Siempre sois deseables y exquisitas para nuestro paladar, ¡oh aguanosas, oh buenas, que nos reserváis nuevas sorpresas cada vez que tocamos vuestra carne!
LOS ALBERCHIGOS
¡Resguardamos con el bozo nuestras mejillas para que no nos azote el aire fuerte o cálido! ¡Por todas nuestras caras somos de terciopelo y estamos rojos y redondos por haber rodado durante mucho tiempo entre sangre de vírgenes!
¡Por eso son exquisitos nuestros matices y es nuestra piel tan delicada! ¡Prueba, pues, nuestra carne y muerde en ella clavando bien tus dientes; pero no toques al hueso que tenemos por corazón: ¡te envenenaría!
LAS ALMENDRAS
¡Me dijeron: "Vírgenes tímidas, nos envolvemos en nuestros triples mantos verdes, como las perlas en sus conchas!
¡Y aunque somos muy dulces por dentro, y tan exquisitas para quien sabe vencer nuestra resistencia, queremos ser amargas y duras en apariencia mientras somos jóvenes!
¡Pero, cuando avanzamos en edad, no somos ya tan rigurosas! ¡Estallamos entonces, y nuestro corazón, intacto y blanco, se ofrece con su frescura al caminante!"
Y exclamé: "¡Oh almendras cándidas, oh pequeñuelas que cabéis todas juntas en la palma de mi mano, oh gentiles!
¡Vuestra verde pelusa es la mejilla todavía imberbe de mi amigo; sus grandes ojos alargados están en las dos mitades de vuestro cuerpo, y sus uñas toman su linda forma a vuestra pulpa!
¡Hasta la infidelidad en vosotras se torna cualidad, porque vuestro corazón, tan a menudo doble y compartido, permanece blanco a pesar de todo, al igual de la perla engastada en un trozo de jade!"
LAS AZUFAIFAS
¡Mira las azufaifas, colgadas de las ramas en racimos con cadenas de flores, como campanillas de oro que besaron los tobillos de las mujeres!
¡Son los frutos del árbol Sidrah que se yergue a la diestra del trono de Alah! ¡Bajo su sombra reposan las huríes! ¡Su madera sirvió para construir las tablas de Moisés; y al pie suyo brotan los cuatro maravillosos manantiales del Paraíso!
LAS NARANJAS
¡Cuando el céfiro sopla sobre la colina, las naranjas se mecen en sus ramas, y ríen con gracia entre el zumbido de sus flores y sus hojas!
¡Parecéis mujeres que un día de fiesta adornan sus cuerpos jóvenes con hermosos trajes de brocato de oro rojo!, ¡oh naranjas!
¡Sois flores por el olor y frutas por el sabor! ¡Y aunque sois globos de fuego, encerráis la frescura de la nieve! ¡Nieve maravillosa que no se derrite en medio del fuego! ¡Maravilloso fuego sin llama y sin calor!
Y si contemplo vuestra piel luciente, ¿me es posible no pensar en mi amiga, la joven de lindas mejillas, cuyo trasero de oro está también granulado?
LAS CIDRAS
¡Las ramas de los citroneros se abaten hacia tierra, cargadas con sus riquezas!
¡Y entre las hojas, los pebeteros de oro de las cidras exhalan perfumes que levantan el corazón, y emanaciones que devuelven el alma a los agonizantes!
LOS LIMONES
¡Mira estos limones que empiezan a madurar! ¡Es nieve que se tiñe con colores de azafrán; es plata que se convierte en oro; es la luna que se torna en sol!
¡Oh limones, bolas de crisólito, senos de vírgenes, alcanfor puro! ¡Oh limones! ¡Oh limones. .. !
LOS PLÁTANOS
¡Plátanos de formas atrevidas, carne mantecosa como un pastel;
¡Plátanos de piel lisa y dulce, que dilatáis los ojos de las jóvenes;
¡Plátanos! ¡Cuando os deslizáis por nuestros gaznates, no herís nuestros órganos satisfechos de sentiros!
¡Ora colguéis del tallo poroso de vuestra madre, pesados cual lingotes de oro,
¡Ora maduréis lentamente en nuestros techos, ¡oh pomos llenos de oro!
¡Siempre sabéis complacer nuestros sentidos! ¡Y entre todas las frutas, sólo vosotros estáis dotados de un corazón compasivo, ¡oh consoladores de viudas y de divorciadas!
LOS DÁTILES
¡Somos los hijos sanos de las palmeras, los beduínos de carne morena! ¡Crecemos escuchando a la brisa tocar sus flautas entre nuestras cabelleras!
¡Desde la infancia, nuestro padre el sol nos ha alimentado con su luz; y durante mucho tiempo nos hemos amamantado en los púdicos pechos de nuestra madre!
¡Somos los preferidos del. pueblo libre que levanta sus tiendas espaciosas y no conoce los vestíbulos de los ciudadanos;
¡El pueblo de veloces yeguas, de camellas flacas, de vírgenes arrebatadoras, de generosa hospitalidad y de sólidas cimitarras!
¡Y quien ha disfrutado del reposo a la sombra de nuestras palmas, anhela oírnos murmurar sobre su tumba!
Y tales son, entre millares, algunos de los poemas dedicados a las frutas. Pero se necesitaría toda una vida para decir los versos dedicados a flores como las que encerraba aquel maravilloso jardín: jazmines, jacintos, lirios acuáticos, mirtos, claveles, narcisos y rosas en todas sus variedades.
Pero ya el guarda del jardín había conducido a los jóvenes, por entre las avenidas, a un pabellón hundido en medio del verdor. Y les invitó a entrar allí para descansar, y les hizo sentarse en almohadones de brocato alrededor de un estanque de agua, rogando al joven Nur que se colocara en medio de ellos. Y para que se refrescara el rostro, le ofreció un abanico de plumas de avestruz, en el cual había inscrito este verso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 673ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y para que se refrescara el rostro, le ofreció un abanico de plumas de avestruz, en el cual había inscrito este verso:
¡Soy blanca ala infatigable, y mis ráfagas perfumadas, que acarician el rostro del que amo, dan una idea de la brisa del Paraíso!
Luego, tras de quitarse sus mantos y turbantes, los jóvenes se pusieron a hablar y a divertirse, y no podían apartar sus miradas de su hermoso camarada Nur. Y el guarda les sirvió por sí mismo la comida, que era muy espléndida, y estaba compuesta de pollos, patos, codornices, pichones, perdices y corderos rellenos, sin contar las cestas llenas de frutas cogidas en la rama. Y después de la comida, los jóvenes se lavaron las manos con jabón mezclado con almizcle, y se secaron con toallas de seda bordadas de oro.
Entonces entró el guarda con un hermoso ramo de rosas, y dijo: "Antes de tocar a las bebidas, ¡oh amigos míos! conviene que preparéis vuestra alma para el placer con los colores y el perfume de las rosas". Y exclamaron ellos: "Verdad dices, ¡oh guarda!" Dijo él: "Está bien. ¡Pero no os daré estas rosas más que a cambio de un poema hermoso acerca de esta flor admirable!"
Entonces el joven a quien pertenecía el jardín cogió la cesta de rosas de manos del guarda, hundió en ella la cabeza, aspiró el ramo lentamente, luego hizo una seña con la mano para imponer silencio, e improvisó:
¡Virgen odorífera, pero tan tímida en tu juventud, que ocultabas el rojo de tu bello rostro en la seda verde de tus mangas
¡Oh rosa soberana! ¡entre todas las flores, eres la sultana en medio de tus esclavas, y el hermoso emir en el círculo de sus guerreros!
¡En tu corola llena de bálsamo encierras la esencia de todos los pomos!
¡Oh rosa amorosa! ¡tus pétalos entreabiertos al soplo del céfiro son labios de una belleza joven que se dispusiera a dar un beso a su amigo!
¡Eres en tu frescura ¡oh rosa! más dulce que la mejilla sombreada del mozalbete, y más deseable que la boca viva de una joven intacta!
¡La sangre delicada que colorea tu carne dichosa te hace comparable a la aurora veteada de oro, a la copa llena de un vino purpúreo, a una floración de rubíes en rama de esmeralda!
¡Oh rosa voluptuosa, pero tan cruel con los amantes groseros, que, cuando te golpean sin cuidado, les castigas con las flechas de tu carcaj de oro!
¡Oh maravillosa, oh regocijada, oh deleitosa! ¡también sabes retener a los refinados que te aprecian! ¡Para ellos te revistes con las gracias de trajes de distintos colores, y sigues siendo la bienamada a quien no se abandona nunca!
Al oír esta admirable loa de la rosa, los jóvenes no pudieron contener su entusiasmo, y
lanzaron mil exclamaciones y repitieron a coro, moviendo la cabeza: "¡Y sigues siendo la bienamada a quien no se abandona nunca!" Y el que acababa de improvisar el poema vació al punto el cesto y cubrió de rosas a sus huéspedes. Luego llenó de vino la anchurosa copa y la hizo circular en torno. Y cuando le llegó la vez, el joven Nur cogió la copa con cierto temor; porque jamás hasta entonces había bebido vino, y su paladar ignoraba el sabor de las bebidas fermentadas, como su cuerpo ignoraba el contacto de las mujeres. Estaba virgen, en efecto, y sus padres, en vista de su tierna edad, aun no le habían regalado una concubina, como es costumbre entre los notables que quieren dar a sus hijos púberes experiencias y sabiduría en esta materia antes del matrimonio. ¡Y sus compañeros sabían este detalle de la virginidad de Nur, y al invitarle a aquella jira en el jardín, se habían propuesto despertar sus deseos!
Así es que al verle con la copa en la mano y vacilando como ante una cosa prohibida, los jóvenes empezaron a reír con grandes carcajadas, de modo que Nur, enojado y un tanto mortificado, acabó por llevarse resueltamente la copa a los labios y de un trago la vació hasta la última gota. Y al ver aquello, prorrumpieron los jóvenes en un grito de triunfo. Y el dueño de la casa acercóse a Nur con la copa llena de nuevo, y le dijo: "¡Qué razón tienes ¡oh Nur! al no privarte por más tiempo ya de ese licor precioso que embriaga! ¡Es el padre de las virtudes, el específico contra todas las penas, la panacea para los males del cuerpo y del alma! ¡A los pobres les da riqueza, a los cobardes valor, a los débiles fuerza y poder! ¡Oh, Nur, encantador amigo mío! ¡aquí yo y todos nosotros somos servidores y esclavos tuyos! ¡Pero, por favor, toma esta copa y bebe de este vino, que es menos embriagador que tus ojos!" Y Nur no pudo rechazarlo, y de un trago vació la copa que le ofrecía su huésped.
Entonces comenzó a circular por su razón el fermento de la embriaguez; y uno de los jóvenes exclamó, dirigiéndose al huésped: "Bien está todo esto, ¡oh generoso amigo! pero ¿podría ser completo nuestro placer sin escuchar el canto y la música de labios femeninos? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 674ª NOCHE
Ella dijo:
". . Bien está todo esto, ¡oh generoso amigo! pero ¿podría ser completo nuestro placer sin escuchar el canto y la música de labios femeninos? ¿Acaso no conoces las palabras del poeta:
¡Vamos! ¡ofreced una ronda de vino en la copa pequeña y en la grande!
¡Y tú, amigo mío, toma el licor de manos de una belleza semejante a la luna!
¡Pero para vaciar tu vaso aguarda a que toque la música; siempre vi beber con gusto al caballo cuando silban al lado suyo!
Cuando el joven dueño del jardín hubo oído estos versos, contestó con una sonrisa; luego se levantó al punto y salió de la sala de reunión para volver transcurrido un momento llevando de la mano a una joven enteramente vestida de seda azul. Era una esbelta egipcia admirablemente formada, derecha como la letra alef, de ojos babilónicos, de cabellos negros cual las tinieblas, y blanca como la plata en la mina o como una almendra mondada. Y estaba tan bella y tan brillante en su traje oscuro, que se la hubiera tomado por la luna de verano en medio de una noche de invierno. Después de esto, ¿cómo no iba a tener senos de marfil blanco, un vientre armonioso, muslos de gloria y nalgas rellenas, como almohadones, debajo de las cuales había una cosa lisa, rosada y embalsamada, semejante a una bolsita fruncida en medio de un envoltorio grande? ¿Y acaso no es precisamente de aquella egipcia de quien ha dicho el poeta:
¡Avanza cual la corza, arrastrando tras de ella a los leones vencidos por las ojeadas aceradas del arco de sus cejas!
¡Para protegerla, la noche hermosa de su cabellera arma sobre ella una tienda sin columnas, una tienda milagrosa!
¡Con la manga de su traje tapa las rosas ruborosas de sus mejillas! pero ¿podrá impedir a los corazones que se embriaguen con el ámbar de su piel perfumada?
¡Y si llega a levantar el velo que oculta su rostro, entonces, ¡vergüenza sobre ti, hermoso azul de los cielos! ¡Y tú, cristal de roca, humíllate ante sus ojos de pedrería!
Y el joven dueño del jardín dijo a la joven: "¡Oh bella soberana de los astros! ¡sabe que no te hicimos venir a nuestro jardín más que para complacer a nuestro huésped y amigo Nur a quien tienes aquí, y que por primera vez nos honra hoy con su visita!"
Entonces la joven egipcia fue a sentarse junto a Nur, lanzándole una mirada extraordinaria; luego se sacó de debajo del velo una bolsa de seda verde, y la abrió y extrajo de ella treinta y dos pedazos de madera, que acopló de dos en dos, como se acoplan los machos con las hembras y las hembras con los machos, y acabó por formar así un hermoso laúd indio. Y se recogió las mangas hasta los codos, descubriendo sus muñecas y sus brazos, apoyó el laúl en su seno, como apoyaría a su hijo una madre, y lo rozó con las uñas de sus dedos. Y el laúd estremecióse a esta caricia y gimió resonante; y no pudo menos de pensar repentinamente en su propio origen y en su destino: se acordó de la tierra en que fué plantado, de las aguas que le regaron siendo árbol, de los lugares donde hubo vivido en la inmovilidad de su tronco, de los pájaros que cobijó, de los leñadores que lo talaron, del hábil obrero que lo labró, del barnizador que revistióle de brillo, del barco que le había transportado, y de todas las lindas manos por las cuales hubo de pasar.
Y asaltado por estos recuerdos, gimió y cantó con armonía, y en su lenguaje parecía responder con estas coplas rimadas a las uñas que le interrogaban:
¡En otro tiempo f uí una rama verde habitada por ruiseñores, y les mecía amorosamente cuando cantaban!
¡Diéronme así el sentimiento de la armonía; y no me atrevía yo a agitar mi follaje por escucharlos atentamente!
¡Pero un día me derribó en tierra una mano bárbara, y me convirtió, como véis, en laúd frágil!
¡Sin embargo, no me quejo de mi destino; porque cuando me rozan uñas firmes, me estremezco con todas mis cuerdas y sufro con gusto lo que me golpea una mano hermosa!
¡En desquite de mi esclavitud reposo sobre senos de jóvenes, y los brazos de las huríes se enlazan con amor en torno a mi cintura!
¡Con mis acordes sé deleitar a los amigos que gustan de las reuniones alegres; y cantando como mis pájaros, sé embriagar sin la ayuda del copero!
Tras de este preludio sin palabras, en que el laúd habíase expresado en un lenguaje sensible al alma sólo, la bella egipcia cesó por un momento de tocar; luego, volviendo sus miradas hacia el joven Nur, cantó estos versos, acompañándose...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 675ª NOCHE
Ella dijo:
"... volviendo sus miradas hacia el joven Nur, la bella egipcia cantó estos versos, acompañándose:
¡La noche es clara y transparente, y en la umbría cercana, el ruiseñor suspira sus transportes, como un amante apasionado!
¡Ah! ¡despiértate! ¡la desnudez del cielo y su frescura invitan al placer a nuestra alma, y esta noche la luna está llena de sortilegios! ¡Ven!
¡No temamos a los envidiosos, y aprovechémonos del sueño de nuestros censores para sumirnos impunemente en el seno de las voluptuosidades! ¡No siempre están las noches estrelladas y embalsamadas! ¡Ven!
¿Acaso, para disfrutar del placer tranquilo, no tienes mirtos, rosas, flores de oro y perfumes?
¿Y no posees las cuatro cosas necesarias para el regocijo ideal: un amigo, una amante, una bolsa llena y vino?
¿Qué más se necesita para ser dichoso? ¡Aprovéchate de ello cuanto antes! ¡mañana se desvanecerá todo! ¡He aquí la copa del placer!
Al oír estos versos, el joven Nur embriagado de vino y de amor, dirigió miradas inflamadas a la bella esclava, que le respondió con una sonrisa atrayente. Entonces se inclinó él a ella poseído de deseo; y ella, al punto, asestó contra él los botones de sus senos, le besó entre los ojos y se le abandonó del todo entre sus manos. Y Nur, cediendo a la turbación de sus sentidos y a la calentura que le abrasaba, pegó sus labios a la boca de la joven y la aspiró como a una rosa. Pero ella. advertida por las miradas de los demás jóvenes, se desenlazó de aquel primer abrazo del joven para volver a coger el láud, y cantar:
¡Por la hermosura de tu rostro, por tus mejillas, parterre de rosas, por el vino precioso de tu saliva, te juro que eres el espíritu de mi espíritu, la luz de mis ojos, el bálsamo de mis párpados, y que sólo te amo a ti!, ¡oh vida de las almas!
Al oír esta ardiente declaración, Nur, transportado de amor, improvisó a su vez lo siguiente:
¡Oh, tú, cuyo porte es gallardo como el de un barco pirata sobre el mar, bella de mirada de halcón!
¡Oh joven vestida de gracia, la de boca adornada con dos sartas de perlas, la de mejillas florecidas de rosas en un parterre de difícil acceso;
¡Oh propietaria de una cabellera de esplendor que se esparce a derecha y a izquierda en toda su longitud, negra como un negro joven que se vendiera en almoneda!
¡Te conviertes en pensamiento tiránico de mi alma! ¡A la vista de tus encantos, el amor entró en mi corazón profundamente y lo tiñó con el color oscuro de la cochinilla, que es el tinte más indeleble! ¡Y su fuego me consumió el hígado hasta la locura!
¡Así, pues, quiero darte mis bienes y mi alma toda! Y si me preguntaras: "¿Sacrificarías por mí tu sueño?", te contestaría yo: "¡Sí, por cierto, e incluso mis ojos, oh maga!"
Cuando el joven a quien pertenecía el jardín vió el estado en que se encontraba su amigo Nur, le pareció que había llegado el momento de dejar a la bella egipcia que le iniciara en las alegrías del amor. E hizo inmediatamente señas a los jóvenes, que se levantaron uno tras otro y se retiraron de la sala del festín, dejando a Nur cara a cara con la bella egipcia.
Tan pronto como la joven se vió sola con el hermoso Nur, se irguió cuan larga era y se despojó de todos sus adornos y de sus trajes para quedarse enteramente desnuda, con sólo su cabellera por todo velo. Y fué a sentarse en las rodillas de Nur, y le besó entre los ojos, y le dijo: "Has de saber ¡oh ojos míos! que el regalo guarda proporción siempre con la generosidad del donante. ¡Por tanto, en vista de tu hermosura y de que me gustas, te hago el don de todo lo que poseo! ¡Toma mis labios, toma mi lengua, toma mis senos, toma mi vientre y todo lo demás!" Y aceptó Nur el maravilloso obsequio, y en cambio, le hizo don de otro más maravilloso todavía. Y la joven le preguntó cuando hubieron acabado, encantada y sorprendida de su generosidad y su destreza: "¡El caso es ¡oh Nur! que tus compañeros decían que estabas virgen!" El dijo: "¡Es verdad!" Ella dijo: "¡Qué asombroso! ¿Y cómo fuiste tan experto en tu primer ensayo?" El dijo riendo: "¡Siempre salen chispas cuando se frota el pedernal!"
Y así fué cómo entre rosas y escarceos múltiples, el joven Nur conoció el amor en los brazos de una egipcia bella y sana cual el ojo del gallo, y blanca cual la almendra mondada...
PERO CUANDO LLEGO LA 676ª NOCHE
Ella dijo:
" ... Y así fué como entre rosas, alegrías y escarceos múltiples, el joven Nur conoció el amor en los brazos de una egipcia bella y sana cual el ojo del gallo y blanca cual la almendra mondada.
Esta escrito en su destino que así tenía que suceder su iniciación. Pues si no, ¿cómo se comprenderían las cosas aun más maravillosas que marcarían sus pasos por el camino llano de la vida feliz?
Una vez que terminaron sus escarceos, se levantó el joven Nur, porque comenzaban a brillar estrellas en el cielo, y el soplo de Dios alzábase con el viento de la noche. Y dijo él a la joven: "¡Con tu permiso!"
Y a pesar de las súplicas de ella para retenerle, no quiso retrasarse más, y la abandonó para montar en su mula y regresar lo más pronto posible a su casa, donde ya le esperaban con ansiedad su padre Corona y su madre.
Y he aquí que, en cuanto él franqueó el umbral, su madre, llena de inquietud por aquella desacostumbrada ausencia de su hijo, corrió a su encuentro, le estrechó en sus brazos, y le dijo: "¿Dónde estuviste, querido mío, que tanto tardaste en volver a casa?" Pero en cuanto Nur abrió la boca, su madre notó que había tomado vino y le olió el aliento. Y le dijo: "¡Ah! ¿qué has hecho, desgraciado Nur? ¡Qué calamidad como llegue a olerte tu padre!" Porque, aunque Nur había soportado la bebida mientras estuvo en brazos de la egipcia, cuando se expuso al aire libre se dislocó la razón y titubeaba a derecha y a izquierda como un beodo. Así es que su madre se apresuró a llevarle al lecho y a acostarle, arropándole mucho.
Pero en aquel momento llegó a la habitación el mercader Corona, que era un observante fiel de la ley de Alah, que prohibe a los creyentes bebidas fermentadas. Y al ver acostado a su hijo, pálido y con el rostro descompuesto, preguntó a su esposa: "¿Qué le pasa?" Ella contestó: "¡Tiene un dolor muy fuerte de cabeza, ocasionado por el exceso de aire de ese jardín adonde le permitiste que fuera con sus camaradas!" Y el mercader Corona, muy apesadumbrado por aquel reproche de su esposa y por la indisposición de su hijo, se inclinó sobre Nur para preguntarle cómo estaba; pero le olió el aliento, e indignado, sacudió del brazo a Nur, y le gritó: "¿Cómo se entiende, hijo libertino? ¡has infringido la ley de Alah y de su profeta, y te atreves a entrar en casa sin purificarte la boca!" Y siguió amonestándole con dureza.
Entonces Nur, que se hallaba en completo estado de embriaguez, sin saber a punto fijo lo que hacía, levantó la mano y asestó a su padre, el mercader Corona, un puñetazo que le alcanzó al ojo derecho, y lo hizo con tanta violencia, que le derribó a tierra.
En el límite de la indignación, el anciano Corona juró por el divorcio y por el tercer poder, que al día siguiente echaría de casa a su hijo Nur después de cortarle la mano derecha. Luego abandonó la habitación.
Cuando la madre de Nur oyó aquel tremendo juramento, contra el cual no había recurso ni remedio posible, desgarró sus ropas con desesperación, y se pasó toda la noche lamentándose y llorando junto al lecho de su hijo sumido en la embriaguez. Pero como la cosa urgía, consiguió disiparle los vapores del vino, haciéndole sudar y orinar mucho. Y como no se acordara él de nada de lo que había sucedido, le contó ella la acción que hubo de cometer y el terrible juramento de su padre Corona. Luego le dijo: "¡Ay de nosotros! ¡ahora son inútiles las lamentaciones! ¡Y el único partido que puedes tomar, hasta tanto que el destino haya cambiado el aspecto de las cosas, es alejarte cuanto antes ¡oh Nur! de casa de tu padre! ¡Parte, hijo mío!, para la ciudad de AlIskandaria, y aquí tienes una bolsa con mil dinares de oro y cien dinares! Cuando te falte poco para agotar este dinero, pídeme otra, cuidando de darme noticias tuyas".
Y se echó a llorar, besándole.
Entonces, tras de haber vertido por su parte muchas lágrimas de arrepentimiento, se ató Nur la bolsa a la cintura, despidióse de su madre, y salió de la casa ocultamente para ganar al punto el puerto de Bulak y desde allí bajar por el Nilo en un navío hasta Al-Iskandaria, en donde desembarcó con buena salud.
Y he aquí que Nur se encontró con que Al-Iskandaria era una ciudad maravillosa, habitada por gentes de lo más encantadoras, y dotada de un clima delicioso; de jardines llenos de rumores y flores, de hermosas calles y de zocos magníficos. Y hubo de complacerse, pues, en recorrer los diversos barrios de la ciudad y todos los zocos, uno tras otro. Y al pasar por el zoco de los mercaderes de flores y frutas, que era particularmente agradable...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente. .
PERO CUANDO LLEGO LA 677ª NOCHE
Ella dijo:
".. . Y al pasar por el zoco de los mercaderes de flores y frutas, que era particularmente agradable, vió que pasaba un persa montado en una mula, llevando a la grupa una maravillosa joven de aspecto delicioso y estatura de cinco palmos largos. Era blanca como la bellota en su cáscara, como la breca en la pecera, como palmera en el desierto. Su rostro era más deslumbrante que el resplandor del sol, y bajo la guardia de los arcos tensos de sus cejas, brillaban dos grandes ojos negros, originarios de Babilonia. Y a través de la tela transparente que la envolvía, se adivinaban en ella esplendores a ningunos otros parecidos: mejillas suaves cual el raso más hermoso y sembradas de rosas; dientes que eran dos collares de perlas; senos firmes y amenazadores; caderas ondulosas; muslos semejantes a las colas rollizas de los carneros de Siria, y guardando en su cima de nieve un tesoro incomparable, y soportando un trasero formado en su totalidad con una pasta de perlas, de rosas y de jazmines. ¡Gloria a su Creador!
Así es que, cuando el joven Nur vió a aquella joven, que superaba en esplendores a la morena egipcia del jardín, no pudo menos de seguir a la mula feliz que la llevaba. Y echó a andar detrás de ella hasta que llegaron a la plaza del Mercado de Esclavos.
Entonces el persa se apeó de la mula, y tras de ayudar a la joven para que se apease a su vez, la cogió de la mano y se la entregó al subastador público para que la subastase en el mercado. Y el subastador, apartando a la muchedumbre, hizo sentarse a la joven en medio de la plaza sobre un sillón de marfil enriquecido de oro. Luego paseó sus miradas por los que lo rodeaban, y gritó:
"¡Oh mercaderes! ¡oh compradores! ¡oh dueños de riquezas! ¡Ciudadanos y beduínos! ¡oh
presentes que me rodeáis de cerca o de lejos, abrid la subasta! ¡Nadie censura al primer postor!
¡Examinad y hablad! ¡Alah es omnipotente y omnisciente! ¡Abrid la subasta!"
Entonces se adelantó en primer término un anciano, que era el síndico de los mercaderes de la ciudad y ante quien ninguno se atrevió a alzar la voz para pujar. Y lentamente dió la vuelta al sillón en que estaba la joven, y después de examinarla con gran atención, dijo: "¡Abro la subasta ofreciendo novecientos veinticinco dinares!"
Al punto gritó con toda su alma el subastador: "¡Se abre la subasta con una oferta de novecientos veinticinco dinares! ¡Oh abridor! ¡Oh omnisciente! ¡Oh generoso! ¡En novecientos veinticinco dinares está tasada la perla incomparable!" Luego, como nadie quería aumentar la puja por consideración al venerable síndico, el subastador encaróse con la joven, y le preguntó: "¿Consientes ¡oh soberana de las lunas! en pertenecer a nuestro venerable síndico?" Y contestó la joven debajo de sus velos: "¿Estás loco, ¡oh subastador! o solamente tienes dislocación de la lengua, ya que me haces semejante ofrecimiento?"
Y preguntó el subastador, cohibido: "¿Y por qué, ¡oh soberana de las bellas!?" Y dijo la joven, descubriendo con una sonrisa las perlas de su boca: "¡Oh subastador! ¿no te da vergüenza ante Alah y por tu barba querer entregar jóvenes de mi calidad a un anciano como éste, decrépito y sin facultades, al cual más de una vez sin duda su mujer le habrá, reprochado su frialdad en términos violentos e indignados? ¿Y acaso no sabes que es a ese viejo precisamente a quien se aplican estos versos del poeta:
¡Me pertenece en propiedad un zib calamitoso! ¡Es de cera que se derrite, pues cuanto más se le toca, más se ablanda!
¡Por más razones que le expongo, se obstina en dormir cuando hace falta que se despierte! ¡Es un zib perezoso!
¡Pero en cuanto estoy con él a solas, he aquí que de pronto se siente poseído de ardor guerrero! ¡Ah! ¡es un zib calamitoso!
¡Es avaro cuando tiene que alardear de generosidad, y pródigo cuando tiene que hacer economías! ¡Hijo de perro! ¡Si duermo, se despierta al punto; y si me despierto, al punto se duerme!
¡Es un zib calamitoso! ¡Maldito sea quien se compadezca de él!
Cuando los presentes oyeron estas palabras y estos versos de la joven, se pusieron extremadamente serios en vista de aquella falta de consideración y de respeto para con el síndico. Y el subastador dijo a la joven: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que estás haciendo que se me ennegrezca el rostro en presencia de los mercaderes! ¿Cómo puedes decir semejantes cosas de nuestro síndico, que es un hombre respetable y prudente, incluso un sabio?"
Pero ella contestó: "¡Ah! ¡tanto mejor entonces, si es un sabio! ¡Ojalá le aproveche la lección! ¿Para qué sirven los sabios sin zib? ¡Mejor será que vaya a esconderse. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 678ª NOCHE
Ella dijo:
"¿ .. Para qué sirven los sabios sin zib? ¡Mejor será que vaya a esconderse!"
Entonces, para que la joven no siguiese en sus insultos al viejo síndico, el subastador se apresuró a continuar la subasta, chillando a toda voz: "¡Oh mercaderes! ¡oh compradores! ¡la subasta está abierta y permanece abierta! ¡Para el mejor postor será la hija de reyes!" Entonces adelantóse otro mercader, que no había presenciado lo que acababa de ocurrir, y que dijo, deslumbrado por la belleza de la joven: "¡Para mí, por novecientos cincuenta dinares!"
Pero al verle, la joven lanzó una carcajada; y cuando se acercó él a ella para examinarla mejor, le dijo: "Dime, ¡oh jeique! ¿tienes en tu casa un alfanje fuerte?" El contestó: "Sí, ¡por Alah! ¡oh señora mía! Pero ¿para qué lo quieres?"
Ella contestó: ".¿No ves que ante todo necesitas cortarte un buen pedazo de esa berengena que llevas a modo de nariz? No ignorarás que a ti mejor que a nadie cuadran estas palabras del poeta:
¡En su rostro se eleva un inmenso minarete que por sus dos puertas podría dar acceso a todos los humanos! Y de una vez se despoblaría la tierra entonces!
Cuando el mercader de la nariz gorda hubo oído estas palabras de la joven, sintió tanta ira, que estornudó muy fuerte; luego, cogiendo por el cuello al subastador, le asestó golpes en la nuca, gritando: "¡Maldito subastador! ¿es que sólo nos has traído a esta impúdica esclava para que nos injurie y nos convierta en motivo de escarnio?" Y el subastador, muy pesaroso, se encaró con la joven, y le dijo: "¡Por Alah, que en todo el tiempo que llevo ejerciendo mi oficio, nunca tuve una jornada tan mala como ésta! ¿No podrás reprimir los desórdenes de tu lengua, y dejarnos ganar nuestro sustento?" Luego, para poner fin a los murmullos que se alzaban, continuó la subasta.
Entonces se presentó un tercer mercader muy barbudo, que quiso comprar la hermosa esclava. Pero antes de que abriese la boca para pujar, la joven se echó a reír, y exclamó: "Mira., ¡oh subastador! En casa de este hombre está cambiado el orden de la Naturaleza; es un carnero de cola gorda, ¡pero le ha salido la cola en el mentón! ¡Y claro está que no pensarás en cederme a un hombre que posee una barba tan larga, y por consiguiente, un ingenio tan corto! ¡Porque ya sabes que la inteligencia y la razón están en orden inverso con la longitud de la barba!"
¡Al oír estas palabras, el subastador, en el límite de la desesperación, no quiso llevar más adelante aquella venta! Y exclamó: "¡Por Alah, que ya no ejerzo más por hoy mi oficio!" Y cogiendo de la mano a la joven, poseído de terror, se la entregó a su antiguo amo el persa, diciéndole: "¡Es invendible entre nosotros! ¡Que Alah abra para ti por otra parte la puerta de la venta y de la compra!"
Y sin turbarse ni conmoverse, el persa se encaró con la joven, y le dijo: "¡Alah es el más generoso! ¡Ven, hija mía, que acabaremos por encontrar al comprador que te corresponda!" Y se la llevó consigo y se marchó, cogiéndola de la mano, mientras que con la otra mano conducía de la brida a la mula, y la joven lanzaba con sus ojos a los que la miraban largas flechas negras y aceradas.
¡Y he aquí que sólo entonces fué cuando advertiste al joven Nur, ¡oh maravillosa! y a su vista, sentiste que el deseo te mordía el hígado y el amor te trastornaba las entrañas! Y te paraste de pronto y dijiste a tu amo el persa: "¡A éste es a quien quiero! ¡Véndeme a él!" Y el persa se volvió y divisó a su vez a aquel joven adornado con todos los encantos de la juventud y de la belleza, y elegantemente envuelto en un manto color de pasa. Y dijo a la joven: "Ese joven estaba entre los presentes hace un momento en la subasta, y no se adelantó a pujar. ¿Cómo quieres, pues, que vaya a proponerte a él? ¿No ves que un paso así haría bajar mucho el precio de la venta?" Ella contestó: "No hay inconveniente en que así sea. No quiero pertenecer a nadie más que a ese hermoso joven. Y no me poseerá ninguno otro". Y se adelantó resueltamente hacia el joven Nur, y le dijo, deslizándole una mirada cargada de tentaciones: "¿Es que no soy lo bastante bella ¡oh mi señor! para que te dignes pujar tú?" El joven contestó: "¡Oh soberana mía! ¿acaso hay por el mundo una belleza que se te pueda comparar?" Ella preguntó: "¿Por qué, pues, me has desdeñado, cuando me proponían al mejor postor?" ¡Sin duda no me encuentras de tu agrado!" El joven contestó: "Alah te bendiga, ¡oh mi señora! En verdad que de estar en mi país te hubiese comprado con todas las riquezas y los bienes todos que posee mi mano. ¡Pero aquí no soy más que un extranjero y no poseo, por todo recurso, más que una bolsa con mil dinares!" Ella dijo: "¡Ofrécela para comprarme y no te arrepentirás!" Y el joven Nur, sin poder resistir a la tentación de la mirada fija en él, se quitó el cinturón en que tenía guardados los mil dinares, y contó y pesó el oro ante el persa. Y ultimaron el trato ambos tras de hacer ir al kadí y a los testigos para la legalización del contrato de venta y compra. Y al fin de confirmar el acto, declaró la joven: "¡Consiento en que se me venda a este hermoso joven por los mil dinares entregados a mi amo el persa!" Y los presentes se dijeron unos a otros: "¡Ualah! ¡están hechos el uno para el otro!" Y el persa dijo a Nur: "¡Ojalá sea para ti ella motivo de bendiciones! ¡Regocijáos juntos con vuestra juventud! ¡por igual merecéis la dicha que os espera...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 679ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ . . por igual merecéis la dicha que os espera!"
Entonces el joven Nur, seguido por la joven de caderas ondulantes, se encaminó al khan grande de la ciudad, y apresuróse a alquilar allí una habitación en que alojarse. Y se excusó con la joven por no poder ofrecerle nada mejor, diciendo: "¡Por Alah, oh mi señora! que si estuviese yo en El Cairo, mi ciudad, te alojaría en un palacio digno de ti! Pero te repito que aquí no soy más que un extranjero! ¡Y para atender a nuestras necesidades, sólo llevo encima lo justo con lo que pagar este alojamiento!" Ella se sacó del dedo una sortija que tenía engastado un rubí de gran valor, y le dijo: "Toma esto, y ve a venderlo al zoco. ¡Y compra lo que haga falta para un festín de dos personas; y gasta sin temor y compra los víveres y bebidas mejores que haya, sin olvidar las flores, las frutas y los perfumes!" Y Nur se apresuró a ejecutar la orden, y no tardó en volver cargado con provisiones de todas clases. Y se recogió las mangas y el ropón, y puso el mantel, y sirvió con mucho cuidado el festín. Luego sentóse junto a la joven, que le miraba sonriendo; y para empezar, se pusieron a comer bien y a beber bien. Y cuando estuvieron hartos y la bebida comenzó a producir su efecto, el joven Nur, que estaba un poco intimidado por los ojos brillantes de su esclava, no quiso dejarse llevar de los deseos tumultuosos que le agitaban sin informarse antes del país y del origen de la joven. Y le tomó la mano y la besó, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señora! ¿No podrías decirme ya tu nombre y tu país?" Ella contestó: "¡Precisamente ¡oh Nur! yo misma iba a hablarte de ello la primera!" Y se paró un momento y dijo:
"Has de saber ¡oh Nur! que me llamo Mariam, y que soy la hija única del poderoso rey de los francos que reina en la ciudad de Constantinia. Así, pues, no tienes por qué asombrarte cuando sepas que en mi infancia recibí la mejor educación y que tuve maestros de todo. También me enseñaron a manejar la aguja y el huso, a hacer pinturas y bordados, a tejer tapices y ceñidores y a labrar telas de oro sobre fondo de plata o de plata sobre fondo de oro. Y asimismo aprendí cuanto pudiera adornar el ingenio y realzar la belleza. Y crecí de tal suerte en el palacio de mi padre, lejos de todas las miradas. Y las mujeres de palacio, mirándome con ojos de ternura, decían que era yo la maravilla de mi tiempo. Así es que no dejaron de ir a pedirme en matrimonio gran número de príncipes y reyes que reinaban en tierras y en islas; pero mi padre el rey rechazó todas sus proposiciones, sin querer separarse de su única hija, a la que quería más que a su vida y más que a los numerosos hijos varones, hermanos míos, que tenía.
"Por aquel entonces, habiendo yo caído enferma, hice la promesa de que, si recobraba la salud, iría en peregrinación a un monasterio muy venerado entre los francos. Y cuando estuve curada, quise cumplir mi promesa, y me embarqué con una de mis damas de honor, hija de un grande entre los grandes de la corte de mi padre el rey. Pero en cuanto perdimos de vista la tierra, atacaron y abordaron nuestro navío unos piratas musulmanes, y yo misma, con todo mi séquito, fui reducida a esclavitud y conducida a Egipto, en donde me vendieron al mercader persa que viste en el zoco y que, felizmente para mi virginidad, es eunuco. Y también para suerte mía y porque así lo quiso mi destino, mi amo, estando yo en su casa, sufrió una larga y peligrosa enfermedad durante la cual le prodigué los cuidados más atentos. Así es que, en cuanto recobró la salud, quiso probarme'su gratitud por las muestras de afecto que yo le había dado mientras duró su dolencia, y me rogó que le pidiese cuanto pudiera anhelar mi alma. Y por todo favor yo reclamé de él que me vendiera a alguno que pudiese utilizar lo que en mí había de utilizable, pero que no me cediera más que a quien yo escogiese por mí misma. Y al instante me lo prometió el persa, y se apresuró a venderme en la plaza del mercado, ¡desde donde pude fijar en ti mi elección, ¡oh ojos míos!
excluyendo a todos los viejos y decrépitos personajes que me codiciaban!"
Y tras de hablar así, la joven franca miró a Nur con ojos en que llameaba el oro de las tentaciones, y le dijo: "¿Podría, tal como soy, pertenecer a otro que no fueras tú, ¡oh joven!?" Y con un ademán rápido, retiró sus velos y se desnudó por completo para aparecer en su deliciosa desnudez.
¡Bendito sea el vientre que la llevó! ¡Sólo entonces pudo Nur darse cuenta de la bendición que había descendido sobre su cabeza! Y vió que la princesa era una belleza suave y blanca como un tejido de lino, y que esparcía por doquiera el delicado olor del ámbar, al igual de la rosa, que segrega por sí misma su perfume original. Y la estrechó en sus brazos, y cuando la exploró en su profundidad íntima, hubo de encontrar en ella una perla intacta aún. Y con aquel descubrimiento se puso jubiloso hasta el límite del júbilo, y se inflamó hasta el límite de la inflamación. Y empezó a pasarle la mano por sus miembros encantadores y su cuello delicado, y a hundirla entre las olas y bucles de su cabellera, haciendo chasquear los besos en sus mejillas como guijarros que sonasen al caer en el agua; y se endulzaba con sus labios, y le daba palmadas en las nalgas temblorosas. ¡Eso fué todo, en verdad!
Y a su vez, no dejó ella de hacer ver una parte considerable de los dones que poseía y de las maravillosas aptitudes de las griegas, las amorosas facultades de las egipcias, los movimientos lascivos de las muchachas árabes y la fogosidad de los etíopes, el candor asustado de las francas, y la ciencia consumada de las indias, la experiencia de las hijas de Circasia y los deseos apasionados de las rubias, la coquetería de las hijas del Yamán y la violencia muscular de las mujeres del Alto Egipto, la pequeñez de órganos de las chinas, el ardor de las hijas de Hedjaz, y el vigor de las mujeres del Irak y la delicadeza de las persas. Así es que no cesaron de suceder los enlazamientos a los abrazos, los besos a las caricias y las copulaciones a las locuras, durante toda la noche, hasta que, un poco fatigados de sus transportes y de sus múltiples asaltos, se durmieron por fin uno en brazos de otro, ebrios de goces.
¡Gloria a Alah, que no ha creado espectáculo más encantador que el de dos amantes dichosos que, después de embriagarse con las delicias de la voluptuosidad, reposan en su cama, con los brazos entrelazados, las manos unidas y los corazones latiendo juntos!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 700ª NOCHE
Ella dijo:
¡...Gloria a Alah, que no ha creado espectáculo más encantador que el de dos amantes dichosos, que después de embriagarse con las delicias de la voluptuosidad, reposan en su cama, con los brazos entrelazados, las manos unidas y los corazones latiendo juntos!
Cuando se despertaron al día siguiente, no dejaron de repetir sus escarceos, con más intensidad, calor, multiplicidad, repeticiones, vigor y experiencia que la víspera. Así es que la princesa franca, maravillada y en el límite de la admiración al ver tantas facultades reunidas en los hijos de los musulmanes, se dijo: "¡En verdad que cuando una religión inspira y desarrolla en sus creyentes tales alardes de valor, de heroísmo y de aptitud, es incontestablemente la mejor, la más humana y la única verdadera entre todas las religiones!" Y en el momento quiso ennoblecerse con el Islam.
Encaróse con Nur, y le preguntó: "¿Qué tengo que hacer para ennoblecerme con el Islam, ¡oh ojos míos!? i Porque quiero hacerme musulmana como tú, ya que la paz de mi alma no se hallaba con los francos, que hacen una virtud de la horrible continencia y nada estiman tanto como un sacerdote castrado! ¡Son unos pervertidos que ignoran el valor inestimable de la vida! ¡Son unos desgraciados a quienes no calienta con sus rayos el sol! Así es que mi alma quiere morar aquí, donde florecerá con todas sus rosas y cantará con todos sus pájaros! ¡Dime, pues, qué tengo que hacer para convertirme en musulmana!"
Y Nur, lleno de dicha por haber contribuido así, en la medida de sus fuerzas, a convertir a la princesa franca, le dijo: "¡Oh mi señora! ¡nuestra religión es sencilla e ignora las complicaciones externas! ¡Tarde o temprano, reconocerán todos los descreídos la superioridad de nuestras creencias, y se encaminarán a nosotros por sí mismos, como se sale de las tinieblas a la luz, de lo incomprensible a lo claro y de lo imposible a lo natural! En cuanto a ti, ¡oh princesa de bendición! para lavarte de la mugre cristiana, no tienes más que pronunciar estas palabras: "¡No hay más Dios que Alah y Mohamed es el Enviado de Alah! ¡Y al instante te volverás creyente musulmana!" Al oír estas palabras, la princesa Mariam, hija del rey de los francos, levantó el dedo y pronunció: "¡Atestiguo y certifico que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el Enviado de Alah!" ¡Y al instante se ennobleció con el Islam! ¡Gloria a Quien con procedimientos sencillos abre los ojos de los ciegos, torna sensibles los oídos de los sordos, desata la lengua de los mudos y ennoblece los corazones pervertidos, al Dueño de las virtudes, al Distribuidor de gracias, al Bueno para sus creyentes! ¡Amín!
Realizado de tal modo aquel acto importante (¡loado sea Alah! ) se levantaron ambos de su lecho de voluptuosidad, y fueron a los retretes, haciendo luego sus abluciones y las plegarias prescritas. Tras de lo cual comieron y bebieron y se pusieron a charlar con mucho agrado y a divagar amistosamente. Y cada vez se maravillaba más Nur de los conocimientos numerosos de la princesa y de su sabiduría y sagacidad.
Por la tarde, a la hora de la plegaria del asr, el joven Nur se dirigió a la mezquita, y la princesa Mariam fué a pasearse por el lado de la Columna del Mástil. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
Pero en cuanto al rey de los francos de Constantinia, padre de Mariam, cuando supo la captura de su hija por los piratas musulmanes, afligióse hasta el límite de la aflicción y se desesperó hasta sentirse morir. Y envió a todas partes jinetes y patricios para que hicieran las pesquisas necesarias y rescataran a la princesa y la salvaran, de grado o por fuerza, de las manos de sus raptores. Pero cuantos se encargaron de aquellas pesquisas regresaron al cabo de cierto tiempo sin haberse enterado de nada. Entonces hizo ir a su visir, que también era jefe de policía, un viejecillo tuerto del ojo derecho y cojo de la pierna izquierda, pero un verdadero demonio entre los espías; porque era capaz de desenredar, sin romperlos, los hilos enredados de una tela de araña, de sacar los dientes a un dormido sin despertarle, de escamotear los bocados entre los labios de un beduino hambriento, y de horadar por tres veces seguidas, a un negro sin que el negro pudiese ni revolverse siquiera. Y le dió la orden de recorrer todos los países musulmanes y que no volviera sin la princesa. Y le prometió toda clase de honores y de prerrogativas a su regreso, pero haciéndole entrever el palo para en caso de que fracasase. Y se apresuró a partir el visir tuerto y cojo. Y empezó a viajar, disfrazado, por países amigos y enemigos, sin dar con ninguna pista, hasta que llegó a Al-Iskandaria.
Y aquel día precisamente fué a la Columna del Mástil, con los esclavos que le habían acompañado, para recrearse un momento. Y quiso el destino que se encontrase con la princesa Mariam, la cual tomaba el fresco por aquellos contornos. Así es que, en cuanto la reconoció, se bamboleó de alegría, y se precipitó a su encuentro. Y llegado que fué ante ella, puso una rodilla en tierra y quiso besarle las manos. Pero la princesa, que había adquirido todas las virtudes musulmanas y la decencia para con los hombres, aplicó una tremenda bofetada a aquel visir franco tan feo, y le gritó: "¡Perro maldito! ¿qué vienes a hacer en tierra musulmana? ¿Acaso crees que voy a caer en tu poder...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 701ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Pero la princesa, que había adquirido todas las virtudes musulmanas y la decencia para con los hombres, aplicó una tremenda bofetada a aquel visir franco tan feo, y le gritó: "¡Perro maldito! ¿qué vienes a hacer en tierra musulmana? ¿Acaso crees que voy a caer en tu poder?"
El franco contestó: "¡Oh princesa! Yo no tengo la culpa de esto. ¡Culpa sólo a tu padre el rey, que me ha amenazado con el palo si no te encuentro! Es preciso, pues, que vengas con nosotros, de grado o por fuerza, para salvarme de ese suplicio espantoso. ¡Además, tu padre está muriéndose de desesperación al saber que eres cautiva de los infieles, y tu madre está bañada en lágrimas de pensar en los malos tratos que debiste sufrir entre las manos de esos bandidos perforadores!" Pero la princesa Mariam contestó: "¡Nada de eso! He encontrado la paz de mi alma aquí mismo. ¡Y no abandonaré esta tierra de bendición! ¡Vuélvete, pues, por donde has venido, antes de que te haga yo empalar precisamente aquí en lo alto de la Columna del Mástil!
Al oír estas palabras, el franco cojo comprendió que no decidiría a la princesa para que le siguiese de buen grado, y le dijo: "Con tu permiso, ¡oh mi señora!" E hizo seña de que se apoderaran de ella a sus esclavos, que al punto la rodearon, la amordazaron, y aunque ella se defendió y les arañaba cruelmente, se la cargaron a la espalda, y al caer la noche la transportaron a bordo de un navío que se hacía a la vela para Constantinia. ¡Y he aquí lo referente al visir tuerto y cojo y a la princesa Mariam!
En cuanto al joven Nur, cuando vió que la princesa Mariam no volvía al khan, no supo a qué atribuir su tardanza. Y como avanzaba la noche y aumentaba su inquietud, salió del khan y echó a andar por las calles desiertas, con la esperanza de encontrarla, y acabó por llegar al puerto. Unos bateleros le enteraron allí de que acababa de zarpar un navío y que habían llevado a bordo de él a una joven cuyas señas coincidían exactamente con las que les daban.
Al enterarse de aquella marcha de su bienamada, Nur empezó a lamentarse y a llorar, sin interrumpir sus sollozos más que para decir a gritos: "¡Mariam!" Entonces, conmovido por su belleza y por su desesperación, un anciano que le veía quejarse de tal suerte, se acercó a él y le interrogó bondadosamente acerca de la causa de sus lágrimas. Y Nur le contó la desgracia que acababa de sucederle. Entonces le dijo el anciano: "¡No llores más, hijo mío, y no te desesperes!
El navío que acaba de zarpar se hizo a la vela con rumbo a Constantinia, y precisamente yo, que soy capitán marino, voy también a hacerme a la vela esta noche para esa ciudad con los cien musulmanes que llevo a bordo. ¡No tienes, pues, más que embarcarte conmigo, y encontrarás al objeto de tus deseos!" Y con lágrimas en los ojos, besó Nur la mano al capitán marino y se apresuró a embarcarse con él en el navío, que salió disparando a toda vela por el mar.
Y he aquí que Alah les escribió la seguridad, y al cabo de una navegación de cincuenta y un días, llegaron a la vista de Constantinia, donde no tardaron en echar pie a tierra. Pero al punto les prendieron los soldados francos que guardaban la costa, y les despojaron y metieron en la cárcel, siguiendo órdenes del rey, que quería vengarse así en todos los mercaderes extranjeros de la afrenta hecha a su hija en los países musulmanes.
Porque la princesa Mariam había llegado a Constantinia la misma víspera de aquel día. Y en cuanto cundió por la ciudad la nueva de su regreso, se adornaron en honor suyo todas las calles, y toda la población corrió a su encuentro. Y el rey y la reina montaron a caballo con todos los grandes dignatarios de palacio, y fueron a recibirla al desembarcar. Y tras de haber besado con ternura a su hija, la reina le preguntó ansiosamente si estaba virgen todavía o si, para desgracia suya y para oprobio de su nombre, había perdido el sello inestimable. Pero, echándose a reír ante todos los concurrentes, la princesa contestó: "¿Qué me preguntas, ¡oh madre mía!? ¿Acaso crees que se puede permanecer virgen en el país de los musulmanes? ¿Ignoras que en los libros de los musulmanes se dice: "¡Ninguna mujer envejecerá virgen en el Islam...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 702ª NOCHE
Ella dijo:
"...Ninguna mujer envejecerá virgen en el Islam!?"
Cuando la reina -que no había hecho públicamente esta pregunta a su hija más que para esparcir, en cuanto llegase, la noticia de que su virginidad permanecía intacta y de que su honor estaba a salvo- oyó estas palabras tan insólitas y pronunciadas en presencia de toda la corte, se puso muy amarilla y cayó desmayada en brazos de sus doncellas, que estaban asombradas ante aquel escándalo tan enorme. Y el rey, muy furioso con aquella aventura y sobre todo en vista de la franqueza con que su hija se avenía a lo que le había ocurrido, sintió que la bolsa de la hiel se le reventaba dentro del hígado, e indignado hasta el límite de la indignación, se llevó a la princesa y entró a toda prisa en el palacio en medio de la consternación general, de narices alargadas de dignatarios y caras indigestas de ancianas matronas pudibundas. Y convocó con urgencia a su Consejo de Estado, y pidió su opinión a los visires y a los patriarcas. Y contestaron los visires y los patriarcas consultados: "Nuestra opinión es que, para purificar a la princesa de la impureza de los musulmanes, sólo hay un medio, y consiste en lavarla con la sangre de ellos. ¡Es preciso, pues, sacar de la cárcel cien musulmanes, y cortarles la cabeza! ¡Y se recogerá la sangre que brote de sus cuellos, y en ella se bañará el cuerpo de la princesa, como si se tratase de un segundo bautismo!"
Entonces, el rey ordenó que cogieran a los cien musulmanes que acababan de meter en la cárcel, y entre los cuales se encontraba, como es sabido, el joven Nur. Y empezaron por cortar la cabeza al capitán marino. Luego cortaron la cabeza a todos los mercaderes. Y cada vez recogían en un baño la sangre que brotaba de los cuellos sin cabeza. Y llegó el turno al joven Nur. Y ya le conducían al sitio de la ejecución, vendándole los ojos y colocándole en la alfombra ensangrentada, en tanto que el ejecutor blandía su alfanje para hacerle saltar del cuello la cabeza, cuando se acercó al rey una vieja y le dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡Ya se han cortado las cien cabezas, y el baño está lleno de sangre! ¡Debes perdonar, pues, a ese joven musulmán que queda, y dármelo para dedicarle al servicio de la iglesia!" Y exclamó el rey: "¡Por el Mesías, que dices la verdad! Ya se hallan ahí las cien cabezas, y el baño está lleno. ¡Quédate, pues, con él y utilízale en servicio de la iglesia!" Y la vieja, que era la celadora de la iglesia, dió las gracias al rey, y mientras éste se retiraba con sus visires para proceder al bautismo de sangre de la princesa, se llevó al joven Nur. Y encantada de su belleza, le condujo a la iglesia sin tardanza.
Allí la vieja ordenó al joven Nur que se desnudase, y le dió un largo ropón negro, un gorro alto de sacerdote, un velo negro muy grande para cubrir aquel gorro, una estola y un cinturón ancho. Y le vistió por sí misma para enseñarle cómo debía servirse de aquellas prendas, y le dió sus instrucciones para que se dedicase, como era debido, al servicio de la iglesia. Y durante siete días consecutivos vigiló su trabajo y fomentó sus aptitudes, en tanto que él se lamentaba con su corazón de creyente por verse obligado a hacer semejante farsa al servicio de los descreídos.
Pero por la tarde del séptimo día, la vieja dijo a Nur: "Has de saber, hijo mío, que dentro de unos instantes la princesa Mariam, que ha sido purificada con el bautismo de sangre va a venir a la iglesia para pasar aquí toda la noche en devoción y hacerse perdonar de esa manera los actos de su pasado. Por tanto, te aviso su llegada, a fin de que, cuando yo me vaya a acostar, te quedes a la puerta para prestarle el servicio que pida o para llamarme en caso de que cayese desvanecida de contrición a causa de sus antiguos pecados. ¿Has comprendido bien?" Y contestó Nur, chispeantes los ojos: "He comprendido, ¡oh mi señora!"
Entretanto, llegó al vestíbulo de la iglesia la princesa Mariam vestida de negro desde la cabeza hasta los pies y con el rostro cubierto por un velo negro, y después de inclinarse profundamente ante Nur, a quien tomaba por un sacerdote a causa de sus hábitos, penetró en la iglesia, cuya puerta hubo de abrirle la anciana celadora, y con paso lento se dirigió hacia una especie de oratorio interior, de aspecto muy tenebroso. Entonces, sin querer distraerla de sus devociones, la vieja se apresuró a retirarse; y tras de recomendar mucho a Nur que vigilara la puerta, se retiró a descansar a su habitación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 703ª NOCHE
Ella dijo:
"...se retiró a descansar a su habitación.
Cuando se cercioró Nur de que la anciana celadora, dormida ya, roncaba como una fiera, deslizóse hasta la iglesia y se dirigió al sitio en que se hallaba la princesa Mariam, el cual consistía en un oratorio alumbrado por una lámpara que ardía ante imágenes de impiedad (¡que el fuego las destruya!). Y entró sigilosamente en aquel oratorio, y dijo con voz temblorosa: "Soy Nur, ¡oh Mariam!" Y al reconocer la voz de su bienamado, la princesa creyó en un principio que soñaba y luego acabó por arrojarse en sus brazos. Y en el límite de la emoción, se besaron ambos en silencio durante largo rato. Y cuando pudieron hablar, contáronse mutuamente lo que les había sucedido desde el día de la separación. Y juntos dieron gracias a Àlah, que hubo de permitir su encuentro.
Tras de lo cual, para celebrar con alegría aquel momento, la princesa se apresuró a quitarse los hábitos de duelo que su madre la reina la obligó a llevar para recordarle de continuo la pérdida de su virginidad. Y enteramente desnuda, se sentó en las rodillas de Nur, el cual por su parte, había arrojado lejos de sí su traje y sus prendas de sacerdote cristiano. Y comenzaron una serie de caricias extraordinarias y tales como nunca las había visto aquel lugar de perdición de las almas descreídas. Y en toda la noche no cesaron de abandonarse sin restricciones de ningún género a los regocijos más diversos de voluptuosidad, dándose mutuas pruebas de su grande y violento amor. Y en aquel momento sentíase Nur revivir con tanta intensidad, que hubiera podido degollar uno tras otro, sin interrumpirse, a mil sacerdotes con su patriarcas. i Alah extermine a los impíos y dé fuerza y valor a sus verdaderos creyentes!
Cuando al apuntar el alba las campanas de la iglesia tocaron el primer toque de llamada para los descreídos, la princesa Mariam, aunque con lágrimas en los ojos, se apresuró a ponerse otra vez sus hábitos de duelo; y también Nur se vistió con sus vestiduras de impiedad (¡que Alah, que ve el fondo de las conciencias, les excuse por aquella necesidad cruel a que se hallaron reducidos!). Pero antes de separarse y tras de haberle besado por última vez, la princesa dijo a Nur: "¡Después de los siete días que llevas en esta ciudad ¡oh Nur! supongo que conocerás a fondo el emplazamiento y los alrededores de esta iglesia!"
Y contestó Nur: "Sí, ¡oh mi señora!" Ella dijo: "Pues bien; entonces escucha mis palabras y no las olvides. ¡Porque acabo de combinar ahora mismo un proyecto que nos permitirá escapar para siempre de este país! A tal fin, mañana a primera hora de la noche, no tendrás más que abrir la puerta de la iglesia que da hacia el mar, e ir sin tardanza a la costa. Allí encontrarás un navío pequeño con una tripulación de diez hombres, cuyo capitán se apresurará a darte la mano al verte llegar. Pero aguarda a que te llame por tu nombre; y sobre todo ¡no te precipites!
En cuanto a mí, no tengas ninguna inquietud; ya sabré reunirme contigo sin dificultad. ¡Y Alah nos librará de entre estas manos!" Luego, antes de despedirse de él, añadió aún: "No te olvides tampoco, ¡oh Nur! para hacer una buena despedida a los patriarcas, de escamotear del tesoro de la iglesia todo lo que encuentres más pesado respecto al valor y más ligero respecto al peso, y de vaciar antes de marcharte la arquilla en que los infieles depositan las ofrendas en oro que hacen a los jefes de su impostura!"
Y tras de haber hecho repetir a Nur, palabra por palabra, las instrucciones que acababa de darle, la princesa salió de la iglesia y volvió con ojos contritos al palacio en que la esperaba su madre para predicarle el arrepentimiento y la continencia. ¡Ojalá se vean siempre los creyentes preservados de la continencia impura y no se arrepientan más que del daño hecho al prójimo! ¡Amín!
Así, pues, a primera hora de la noche, después de cerciorarse de los ronquidos de la anciana celadora de la iglesia, no dejó Nur de meter mano a las cosas preciosas del tesoro subterráneo, y de vaciar en su cinturón de sacerdote todo el oro y la plata contenidos en el arca de los patriarcas. Y cargado con aquellos despojos que hubo de tomar a los descreídos, salió a toda prisa a la orilla del mar por la puerta que le fue indicada. Y siguiendo las instrucciones que le dió la princesa encontró el bajel cuyo capitán recibióle con toda cordialidad en compañía de su carga preciosa, dándole la mano y llamándole por su nombre. Y al punto se dió la señal de marcha.
Pero los marineros, en vez de obedecer la orden de su capitán y soltar las amarras que sujetaban el navío a los postes de la orilla, empezaron a murmurar, y uno de ellos levantó la voz y dijo: "¡Oh capitán! ¡bien sabes, no obstante, que hemos recibido órdenes completamente distintas del rey nuestro señor, que quiere que mañana embarque en nuestro navío su visir para ver si encuentra a los piratas musulmanes que parece amenazan con llevarse a la princesa Mariam!" Pero exclamó el capitán, en el límite del furor ante semejante resistencia: "¿Quién se atreve a resistirse a mis órdenes?" Y blandiendo su sable, de un solo tajo derribó la cabeza del que había hablado. Y en la noche flameó el sable, rojo de sangre, como una antorcha. Pero aquel rasgo de energía no impidió que continuaran murmurando los demás marineros, que eran hombres de cuidado. Así es que todos compartieron la suerte de su camarada, perdiendo la cabeza de sobre sus hombros, los diez uno tras otro, a impulso del sable rápido como el relámpago. Y el capitán empujó con el pie sus cuerpos hacia el mar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 704ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y el capitán empujó con el pie sus cuerpos hacia el mar. Hecho lo cual, encaróse con Nur, y en un tono de mando que no admitía réplica, le gritó: "¡Yalah! ¡Vamos! ¡Suelta las amarras, despliega las velas y cuida las jarcias, mientras yo me ocupo del timón!" Y dominado por el ascendiente que sobre él ejercía el terrible capitán, y como, además, no disponía de armas con qué defenderse y tratar de echar pie a tierra para ponerse en salvo, no tuvo más remedio Nur que obedecer, y aunque era inexperto en cosas de mar, ejecutó la maniobra lo mejor que pudo. Y dirigido desde la barra por la mano firme del capitán, el pequeño navío alejóse a toda vela, y empujado por el viento propicio, puso la proa hacia Al-Iskandaria.
Entretanto, el pobre Nur se lamentaba desde lo más profundo de su alma, sin atreverse a quejarse descaradamente en presencia del barbudo capitán, que le miraba con ojos chispeantes; y se decía: "¡Vaya una calamidad que ha caído sobre mi cabeza en el momento en que creía yo acabadas mis tribulaciones! ¡Y cada contratiempo que me ocurre es peor que el anterior! ¡Si al menos comprendiese yo algo de todo esto! Y luego, ¿qué va a ser de mí al lado de este hombre feroz? ¡Sin duda que no saldré vivo de entre sus manos!" Y siguió dejándose llevar así de sus desoladores pensamientos durante toda la noche, cuidando de las velas y de los aparejos.
Por la mañana, a la vista de una ciudad donde iban a anclar para contratar más tripulantes, el capitán se levantó de pronto, presa de gran agitación, y empezó por tirar el turbante a sus pies. Luego, como Nur le mirara estupefacto, sin comprender nada, se echó a reír, y arrancándose a dos manos la barba y los bigotes, se transformó de improviso en una joven como la luna cuando sale sobre el mar. Y Nur reconoció a la princesa Mariam. Y una vez que se le hubo pasado la emoción, se arrojó a los pies de ella, en el límite de la admiración y de la alegría, y le confesó que había tenido mucho miedo a aquel terrible capitán que con tanta facilidad separaba de los hombros las cabezas de las personas. Y la princesa Mariam se rió mucho de su terror; y tras de abrazarse, apresuróse cada cual a maniobrar para entrar en el puerto de la ciudad. Y cuando estuvieron en tierra, contrataron a varios marineros, y se hicieron a la mar otra vez. Y la princesa Mariam, que entendía a maravilla la navegación y conocía las rutas marinas y los vientos y las corrientes, siguió dando de día las órdenes necesarias en el transcurso del viaje.
Pero por la noche no dejaba de acostarse junto a su bienamado Nur y de saborear, en medio de la frescura marina, bajo el cielo puro, todas las voluptuosidades del amor. ¡Alah los guarde y los conserve y aumente sobre ellos sus favores!
Alah les decretó hasta el fin del viaje una navegación sin contratiempo, y no tardaron en divisar la Columna del Mástil. Y cuando el navío estuvo amarrado al puerto y los hombres de la tripulación bajaron a tierra, dijo Nur a la princesa Mariam: "¡Henos por fin en tierra musulmana! ¡Espérame aquí un momento solamente, que voy a comprarte todo lo preciso para que entres decentemente en la ciudad, pues veo que no tienes ropa, ni velo, ni babuchas!" Y contestó Mariam: "Sí, vé a comprarme todo eso, ¡pero no tardes en volver!" Y Nur bajó a tierra para comprar aquellos objetos. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente al rey de los francos de Constantinia! Al día siguiente de la partida nocturna de la princesa fueron a anunciarle su desaparición, y no pudieron darle otro detalle sino que había ido a hacer sus devociones a la gran iglesia patriarcal. Pero en el mismo instante llegó la anciana celadora, que iba a anunciarle la desaparición del nuevo servidor de la iglesia, e inmediatamente le enteraron también de la marcha del navío y de la muerte de los diez marineros cuyos cuerpos decapitados se hallaron en la playa. Y el rey de los francos, bullendo de furor reconcentrado en su vientre, reflexionó durante una hora de tiempo, y dijo: "¡Puesto que mi navío ha desaparecido, no cabe duda que ha transportado a mi hija!" Y sobre la marcha llamó al capitán del puerto y al visir tuerto y cojo, y les dijo: "¡Ya os habréis enterado de lo que acaba de suceder! Sin duda ha partido mi hija para el país de los musulmanes en busca de sus perforadores. ¡Como no déis con ella, viva o muerta, nada os salvará del palo que os espera! ¡Salid!"
Entonces el viejo visir tuerto y cojo y el capitán del puerto se apresuraron a fletar un navío, y sin tardanza se hicieron a la vela con rumbo a Al-Iskandaria, adonde llegaron en el mismo momento que ambos fugitivos. Y reconocieron el navío amarrado al puerto. Y también divisaron, sin dejar lugar a duda, a la princesa Mariam, que estaba sentada sobre cubierta en un montón de jarcias. Y al punto hicieron destacarse en una barca a unos cuantos hombres armados, que se abalanzaron de pronto al navío de la princesa, consiguieron apoderarse de ella de improviso, la amordazaron y la transportaron a bordo de su nave después de prender fuego al navío. Y sin pérdida de tiempo llegaron a alta mar y pusieron la proa con rumbo a Constantinia, teniendo la fortuna de arribar allá sin contratiempo. Y se apresuraron a hacer entrega de la princesa Mariam a su padre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 705ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y se apresuraron a hacer entrega de la princesa Mariam a su padre.
Cuando el rey de los francos vió entrar a su hija, y sus ojos se encontraron con los ojos de ella, no pudo contener la violencia de sus sentimientos, e inclinándose en su trono y adelantando los puños, le gritó: "¡Mal hayas, hija maldita! ¡Sin duda abjuraste de las creencias de tus antepasados, ya que así abandonas las moradas de tu padre y vas en busca de los descreídos que te quitaron el sello! ¡En verdad que tu muerte apenas podrá lavar la afrenta hecha al nombre cristiano y al honor de nuestra raza! ¡Ah, maldita! ¡prepárate a ser ahorcada a la puerta de la iglesia!" Pero, lejos de turbarse, contestó la princesa Mariam: "Ya conoces mi franqueza, padre mío. No soy tan culpable como crees. Porque, ¿qué crimen cometí al querer volver a una tierra en que calienta el sol con sus rayos y en que lòs hombres son fuertes y enteros? ¿Y qué iba a hacer aquí entre sacerdotes y eunucos?"
Al oír estas palabras, la cólera del rey llegó a sus límites extremos, y gritó a sus verdugos: "¡Quitad de mi vista a esa hija ignominiosa, y lleváosla para hacerla perecer con la muerte más cruel!"
Cuando los verdugos se disponían a prender a la princesa, el viejo visir tuerto avanzó hacia el trono renqueando, y después de besar la tierra entre las manos del rey, dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡permite a tu esclavo formular un ruego antes de la muerte de la princesa!" El rey dijo: "Habla, ¡oh mi viejo visir abnegado! ¡oh sostén de la cristiandad!" Y dijo el visir: "Has de saber ¡oh rey! que desde hace mucho tiempo tu indigno esclavo está prendado de los encantos de la princesa. Por eso vengo a rogarte que no la hagas morir, y como única recompensa por las pruebas acumuladas que te di de mi abnegación en interés de su trono y de la cristiandad, me la concedas por esposa. ¡Y el caso es que, como soy tan feo, este matrimonio, que resulta para mí un favor, podrá servir al mismo tiempo de castigo a los pecados de la princesa! ¡Por lo demás, me comprometo a tenerla encerrada en el fondo de mi palacio, al abrigo de toda fuga y de las asechanzas de los musulmanes para en adelante!"
Al oír estas palabras de su viejo visir, dijo el rey: "¡No hay inconveniente! Pero ¿qué vas a hacer ¡oh pobre! con este tizón quemado en los fuegos del infierno? ¿Y no temes las funestas consecuencias de ese matrimonio? ¡Por el Mesías que, en tu lugar, me metería yo en la boca el dedo durante largo rato para reflexionar acerca de un asunto tan grave!"
Pero el visir contestó: "¡Por el Mesías, que no me hago ilusiones a ese respecto, y no ignoro la gravedad de la situación! ¡Pero ya sabré obrar con el tacto bastante para impedir que mi esposa se entregue a excesos reprensibles!" Y al oír estas palabras, echándose a reír, el rey de los francos bamboleó en su trono, y dijo al viejo visir: "¡Oh padre claudicante! ¡espero ver crecer en tu cabeza dos colmillos de elefante! ¡Pero te prevengo que, como dejes escapar de tu palacio a mi hija o no la impidas añadir una aventura más a sus aventuras tan deshonrosas para nuestro nombre, tu cabeza saltará de tus hombros! ¡Con esa única condición te doy mi consentimiento!" Y el viejo visir aceptó la condición, y besó los pies al rey.
Al punto se informó de aquel matrimonio a todos los sacerdotes, monjes y patriarcas, así como a todos los dignatarios de la cristiandad. Y con tal motivo se dieron grandes fiestas en palacio. Y terminadas las ceremonias, el viejo repugnante visir penetró en la cámara de la princesa. ¡Que Alah impida a la fealdad tocar al esplendor! ¡Y ojalá entregue el alma ese inmundo cerdo antes que mancillar las cosas puras!
¡Pero ya volveremos a encontrarle!
En cuanto a Nur, que había bajado a tierra para comprar las cosas necesarias al tocado de la princesa, cuando volvió con el velo, el traje y un par de babuchas de cuero amarillo limón, vió que una muchedumbre inmensa iba y venía por el puerto. Y preguntó la causa de tal tumulto; y le dijeron que la tripulación de un barco franco acababa de abordar y quemar de improviso un navío amarrado no lejos de allá, llevándose a una joven que se hallaba en él. Y al escuchar esta noticia, a Nur se le mudó el color y cayó al suelo sin conocimiento.
Cuando, al cabo de cierto tiempo, volvió de su desmayo, hubo de contar a los presentes su triste aventura. Pero no hay utilidad en repetirla. Y todos empezaron a censurar su conducta y a dirigirle mil reproches, diciéndole: "¡No tienes más que tu merecido! ¿Por qué là dejaste sola? ¿Qué necesidad tenías de ir a comprarle un velo y babuchas nuevas de cuero amarillo limón? ¿No podía ella bajar a tierra con sus ropas viejas y cubrirse el rostro por el momento con un trapo o un trozo de velo o cualquier otra tela? ¡Sí, por Alah, no tienes más que tu merecido!"
A la sazón llegó un jeique, que era el propietario del khan donde se alojaron Nur y la princesa a raíz de su encuentro. Y reconoció al pobre Nur, y al verle en un estado tan lastimoso, le preguntó la causa. Y cuando estuvo al corriente de la historia, le dijo: "¡En verdad que el velo era tan superfluo como el traje nuevo y las babuchas amarillas! Pero más superfluo aún sería seguir hablando de ello. ¡Ven conmigo, hijo mío! Eres joven, y en vez de llorar por una mujer y desesperarte, debes aprovecharte cuanto antes de tu juventud y de tu salud. ¡Ven! ¡Todavía no se ha extinguido en nuestro país la raza de las jóvenes hermosas! ¡Y ya sabremos encontrar para ti una egipcia bella y experta que sin duda alguna te resarcirá y te consolará de la pérdida de esa princesa franca ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 706ª NOCHE
Ella dijo:
¡ ... Y ya sabremos encontrar para ti una egipcia bella y experta que sin duda alguna te resarcirá y te consolará de la pérdida de esa princesa franca!" Pero contestó Nur, sin dejar de llorar: "¡No por Alah, mi buen tío, que nada podrá resarcirme de la pérdida de la princesa ni hacerme olvidar mi dolor!" El jeique preguntó: "Pues entonces, ¿qué vas a hacer ahora? ¡El navío se alejó con la princesa, y nada podrán ya tus lamentos!" El joven dijo: "¡Pues por eso voy a volver a la ciudad del rey de los francos, y sacaré de allí a mi bienamada!"
El otro dijo: "¡Ah hijo mío, no escuches los dictados de tu alma temeraria! Si conseguiste llevártela contigo la primera vez, ten cuidado con la segunda tentativa, y no olvides el proverbio que dice: «¡No siempre que se cae queda intacto el jarro!»" Pero Nur contestó: "¡Te agradezco tus consejos de prudencia, tío mío; pero nada impedirá que vaya a recuperar a mi bienamada, aunque tuviera que exponer a la muerte mi alma preciosa!" Y como, por voluntad de la suerte, se encontraba en el puerto un navío pronto a hacerse a la vela con rumbo a las islas de los francos, el joven Nur se presentó a embarcarse en él, y al punto levaron el ancla.
Razón tenía el jeique, propietario del khan, en advertir a Nur los peligros en medio de los cuales iba a arrojarse desatentadamente. En efecto, el rey de los francos, desde que ocurrió la última aventura a su hija, había jurado por el Mesías y por los libros de la impiedad exterminar por tierra y por mar a la raza de los musulmanes; y había mandado fletar cien navíos de guerra para dar caza a los barcos de los musulmanes y asolar las costas y sembrar por doquiera ruina, carnicería y muerte. Así es que, en el momento en que entraba en el mar de las islas el navío donde se hallaba Nur, fue visto por uno de aquellos barcos de guerra, y capturado y conducido al puerto del rey de los francos, precisamente el primer día de las fiestas que se daban para celebrar las nupcias del visir tuerto con la princesa Mariam. Y para celebrar mejor aquellas fiestas y satisfacer su sed de venganza, el rey dio orden de hacer morir en el palo a todos los prisioneros musulmanes.
Se ejecutó, naturalmente, orden tan feroz, y todos los prisioneros musulmanes fueron empalados, uno tras otro, a la puerta del palacio en que tenía lugar la boda. Y ya no quedaba por empalar más que el joven Nur, cuando el rey, que asistía con toda su corte a la ejecución, le miró atentamente, y dijo: "¡No estoy seguro; pero, ¡por el Mesías! me parece que éste es el joven que cedí, hace algún tiempo, a la celadora de la iglesia! ¿A qué se debe que esté aquí después de evadirse la primera vez?"
Y añadió: "¡Hola! ¡hola! ¡que le empalen por haberse evadido!" Pero en aquel momento se adelantó el visir tuerto, y dijo al rey: "¡Oh rey del tiempo! ¡también yo hice a mi vez una promesa! ¡Y consiste en inmolar a la puerta de mi palacio tres musulmanes jóvenes para atraer la bendición sobre mi matrimonio! ¡Te ruego, pues, que me facilites los medios de cumplir mi promesa, dejándome escoger tres prisioneros entre la redada de prisioneros!" Y dijo el rey: "¡Por el Mesías, que no sabía yo tu promesa! ¡De no ser así, te hubiera cedido no tres, sino treinta prisioneros! Y el visir se llevó consigo a Nur, con intención de regar con la sangre del joven el umbral de su palacio; pero después de haber pensado que su promesa no se cumpliría por completo mientras no sacrificase a tres musulmanes a la vez, arrojó a Nur, todo encadenado, en la cuadra del palacio, adonde por el momento pensaba torturarle de hambre y sed.
Y he aquí que el visir tuerto tenía en su cuadra dos caballos gemelos de una hermosura milagrosa, de la raza más noble de Arabia, y cuya genealogía llevaban colgada al cuello en una bolsa sujeta por una cadena de turquesas y de oro. Uno de ellos era blanco como una paloma y se llamaba Sabik, y el otro era negro como un cuervo y se llamaba Lahik. Y aquellos dos maravillosos caballos eran famosos entre los francos y los árabes, y daban envidia a reyes y sultanes. Uno de aquellos caballos, empero, tenía en un ojo una nube blanca; y la ciencia de los más hábiles veterinarios no pudo conseguir que desapareciese. Y el mismo tuerto había tratado de curarle, porque estaba muy versado en las ciencias y en la medicina; pero no hizo más que agravar el mal y aumentar la opacidad de la nube.
Cuando Nur, conducido por el visir, llegó a la cuadra, observó la nube en el ojo del caballo y se sonrió. Y el visir vióle sonreír de aquella manera, y le dijo: "¡Oh musulmán! ¿de qué te sonríes?" El joven dijo: "¡De esa nube!" El visir dijo: "¡Oh musulmán! ¡ya se que los de tu raza son muy entendidos en caballos y conocen mejor que nosotros el arte de cuidarlos! ¿Es por eso por lo que te sonríes?" Y Nur, que precisamente sabía a maravilla el arte veterinario, contestó: "¡Tú lo has dicho! ¡En todo el reino de los cristianos no hay veterinario que pueda curar a ese caballo! ¡Pero yo puedo hacerlo! ¿Qué me darás si mañana te encuentras a tu caballo con los ojos tan sanos como los de la gacela?" El visir contestó: "¡Te concederé la vida y la libertad y te nombraré en el momento jefe de mis caballerizas y veterinario del palacio!" Nur dijo: "¡En ese caso, desátame las ligaduras!" Y el visir desató las ligaduras que sujetaban los brazos de Nur; y Nur cogió enseguida sebo, cera, cal y ajo, y lo mezcló con extracto de cebollas concentrado, e hizo un emplasto que aplicó al ojo del caballo. Tras de lo cual se acostó en el camastro de la cuadra, y dejó a Alah el cuidado de la cura...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 707ª NOCHE
Ella dijo:
"...Tras de lo cual se acostó en el camastro de la cuadra, y dejó a Alah el cuidado de la cura.
Al día siguiente por la mañana fué renqueando el visir tuerto a levantar el emplasto por sí mismo. Y su asombro y su alegría llegaron a los límites extremos cuando vió que el ojo del caballo estaba limpio como la luz de la mañana. Y llegaron a tanto sus transportes, que puso a Nur su propio manto y en el momento le nombró jefe de sus caballerizas y primer veterinario del palacio. Y le dió por habitación el aposento situado encima de las cuadras, enfrente del palacio en que se hallaban sus propios aposentos, que sólo estaban separados por el patio. Tras de lo cual se fué para asistir a las fiestas que se daban con motivo de sus bodas con la princesa. ¡Y no sabía que el hombre jamás escapa a su destino, y de cuanto prepara la suerte a quienes de antemano tiene reservado para servir de escarmiento a las generaciones!
Había llegado el séptimo día de las fiestas, y aquella misma noche el feo viejo debía entrar en posesión de la princesa. (¡Alejado sea el Maligno!) Y he aquí que precisamente la princesa estaba asomada a su ventana y oía los últimos tumultos y los gritos lanzados a lo lejos en honor suyo. Y pensaba, muy triste, en su bienamado Nur, el vigoroso y hermoso joven de Egipto, que había cortado la flor de su virginidad. Y a este recuerdo bañaba su alma una gran melancolía, y le subían las lágrimas a los ojos. Y se decía ella: "¡En verdad que nunca dejaré que se aproxime a mí ese viejo repulsivo! ¡Antes le mataré y luego me tiraré al mar por la ventana!" Y mientras dejábase impregnar por la amargura de estos pensamientos, oyó debajo de sus ventanas una hermosa voz de joven que en medio de la noche cantaba versos árabes acerca de la separación de los amantes. Era Nur, que en aquel momento, cuando terminó de cuidar a los dos caballos, había subido a su aposento y también se había asomado a su ventana para pensar en su bienamada. Y cantaba estas palabras del poeta:
¡Oh felicidad desaparecida; vengo a buscarte lejos de nuestras moradas, en un país cruel, o a hacerme, por lo menos, la ilusión de encontrarte! ¡Ay de mí!
¡Mis sentidos equivocados creen reconocerte en todo lo que tiene algo de gracia o algún encanto atrayente! ¡Ay de mí!
¡Si en la lejanía suspira sus melodías una flauta o un laúd le responde con sus acordes armoniosos, se me mojan de lágrimas los ojos al pensar en nosotros dos! ¡Ay de ambos!
Cuando la princesa Mariam hubo oído este canto con que el bienamado de su corazón expresaba los sentimientos de su amor fiel, reconoció su voz al punto y se emocionó hasta el límite de la emoción.
Pero como era prudente y avisada, supo dominarse para no hacerse traición ante las doncellas que la rodeaban, y empezó por mandarlas que se marchasen. Después cogió un papel y un cálamo, y escribió lo que sigue:
"¡En el nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso! ¡Y ahora, que la paz de Alah sea contigo, ¡oh Nur! así como Su misericordia y Su bendición!
"¡Quiero decirte que tu esclava Mariam te saluda y arde en deseos de reunirse contigo! Escucha, pues, lo que te dice aquí, y haz lo que te ordena.
"A primera hora de la noche, hora propicia a los amantes, coge los dos corceles, Sabik y Lahik, y condúcelos fuera de la ciudad, detrás de la puerta del Sultán, donde me esperarás. ¡Y si te preguntan que adónde llevas los caballos, contesta que los sacas para que den un paseo!"
Luego dobló este billete, lo escondió en un pañuelo de seda, y agitó el pañuelo desde la ventana en dirección a Nur. Y cuando vió que él la había advertido y que estaba ya cerca, arrojó por la ventana el pañuelo. Y Nur lo recogió, lo abrió y se encontró con el billete, que hubo de leer para llevárselo después a los labios y a la frente en señal de asentimiento. Y se apresuró a volver a las cuadras, donde esperó con la más viva impaciencia la primera hora de la noche. Ensilló entonces a los dos nobles animales y salió de la ciudad con ellos, sin que nadie le estorbase el camino. Y esperó a la princesa detrás de la puerta del Sultán, teniendo de la brida a los caballos.
Precisamente en aquel momento, terminadas las fiestas y llegada la noche, el viejo tuerto tan feo y tan repugnante penetraba en la cámara de la princesa para cumplir lo que tenía que cumplir. Y la princesa, al verle entrar, se estremeció de horror, de tan repulsivo como era el aspecto de él. Pero como ella tenía que seguir un plan que no quería hacer fracasar, trató de dominar sus sentimientos de repulsión, y levantándose en honor suyo, le invitó a sentarse junto a ella en el diván. Y le dijo el viejo cojo: "¡Oh soberana mía! ¡eres la perla de Oriente y de Occidente, y a tus pies es donde debiera yo prosternarme!" Y contestó la princesa: "¡Está bien! pero dejémonos de cumplimientos. ¿Dónde está la cena? ¡Tengo mucha hambre, y ante todo debemos empezar por comer!"
Al punto llamó el viejo a las esclavas, y en un instante se sirvieron bandejas cubiertas de los manjares más raros y más exquisitos, que se componían de cuanto vuela por los aires, nada por los mares, anda por la tierra y crece en los árboles de los huertos y en los arbustos de los parterres. Y se pusieron ambos a comer juntos; y la princesa se desvivía por ofrecerle los mejores bocados; y el viejo estaba entusiasmado de tales atenciones y se le dilataba el pecho y se felicitaba de alcanzar sus propósitos con mucha más facilidad de lo que creía. Pero de pronto cayó de espaldas sin conocimiento, dando con la cabeza antes que con los pies. Porque la princesa había logrado echar disimuladamente en la copa un poco de bang marroquí capaz de derribar a un elefante y dejarle más ancho que largo. ¡Loores a Alah, que no permite que la fealdad mancille la pureza ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 708ª NOCHE
Ella dijo:
". . . un poco de bang marroquí capaz de derribar a un elefante y de dejarle más ancho que largo. ¡Loores a Alah, que no permite que la fealdad mancille la pureza!
Cuando la princesa Mariam vió al visir rodar de tal modo como un cerdo hinchado, se levantó en aquella hora y en aquel instante, tomó dos sacos que llenó de pedrerías y de joyas, cogió un alfanje que tenía la hoja empapada en sangre de leones, se lo sujetó a la cintura, se cubrió con amplio velo, y valiéndose de una cuerda se descolgó por la ventana al patio para salir desde allí del palacio sin ser notada y correr en dirección a la puerta del Sultán, adonde llegó sin contratiempo. Y no bien divisó a Nur, se lanzó hacia él, y sin darle tiempo para besarla siquiera, saltó a lomos del caballo Lahik, y gritó a Nur: "¡Monta en Sabik, y sígueme!" Y renunciando a toda reflexión, Nur a su vez saltó a lomos del otro caballo y le puso a galope tendido para alcanzar a su bienamada, que estaba ya lejos. Y corrieron de tal suerte durante toda la noche hasta la aurora.
Cuando le pareció a la princesa que había puesto una distancia grande entre ellos dos y los que pudieran perseguirles, consintió en detenerse un momento para descansar y dar aliento a los dos nobles brutos. Y como el paraje a que habían llegado era delicioso y tenía prados verdes, boscajes, árboles frutales, flores y agua corriente, y la frescura de la hora les invitaba al placer tranquilo, quedaron encantados de poder sentarse por fin uno al lado del otro en la paz de aquellos lugares, y de contarse mutuamente lo que sufrieron durante su separación. Y después de beber hasta saciarse agua de arroyo y de refrescarse con frutas cogidas a discreción en los propios árboles, hicieron sus abluciones y se tendieron uno en brazos de otro, frescos, bien dispuestos y enamorados. Y de una vez se resarcieron de todo el tiempo perdido en abstinencia. Luego, halagados por la dulzura del aire y el silencio, se dejaron llevar del sueño bajo las caricias de la brisa de la mañana.
Estuvieron dormidos de aquel modo hasta mediar el día, y sólo se despertaron cuando oyeron resonar la tierra como si la golpearan millares de cascos de caballos. Y abrieron los ojos, y vieron el ojo del sol oscurecido por un torbellino de polvo, en medio de cuya densidad brillaban relámpagos como en un cielo tempestuoso. Y no tardaron en percibir galope de caballos y tintineo de armas. ¡Les perseguía un ejército entero!
En efecto, por la mañana de aquel día, el rey de los francos se había levantado muy temprano para ir a saber por sí mismo noticias de su hija la princesa y tranquilizarse con respecto a ella, porque estaba muy lejos de creer en el éxito del matrimonio de ella con un viejo que sin duda tenía la médula derretida desde hacía mucho tiempo. Pero su sorpresa llegó a los límites extremos al no encontrar a suhija y al ver al visir tendido en tierra, privado de sentido y con la cabeza entre los pies. Y como ante todo quería saber lo que había sido de la princesa, aplicó vinagre a la nariz del visir, quien recobró al punto el uso de sus facultades. Y con voz aterradora, le gritó el rey: "¡Oh maldito! ¿dónde está mi hija Mariam, esposa tuya? El viejo contestó:"¡Oh rey, no lo sé!" Entonces, lleno de furor, sacó el rey su sable, y de un solo tajo partió en dos la cabeza del visir; y salió el alma por las mandíbulas, brillando. ¡Alah aloje por siempre su alma descreída en el último piso del infierno!
Al mismo tiempo llegaron, temblando, los palafreneros, para anunciar al rey la desaparición del nuevo veterinario y de los dos caballos Sabik y Lahik. Y ya el rey no dudó de la fuga de su hija con el jefede las caballerizas, y al punto punto hizo llamar a tres de sus primeros patricios y les ordenó que cada uno se pusiera a la cabeza de tres mil hombres y le acompañaran a ir en busca de su hija. Y agregó a este ejército los patriarcas y los grandes de su corte, se adelantó él mismo al frente de las tropas, y se puso en persecución de la fugitiva, a la cual alcanzó en la pradera consabida.
Cuando Mariam vió acercarse aquel ejército, montó a caballo, y gritó a Nur: "Deseo ¡oh Nur! que vayas a mi zaga, porque voy a atacar yo sola a nuestros enemigos, y a defenderte y defenderme de ellos, aunque sean innumerables como los granos de arena!" Y blandiendo su alfanje, improvisó estos versos:
¡Quiero mostrar hoy mi vigor y mi valentía, y aplastar yo sola a mis enemigos coaligados!
¡Demoleré hasta los cimientos los baluartes de los francos, y mi sable afilado partirá las cabezas de sus jefes!
¡Tiene mi caballo el color de la noche, y mi bravura es resplandeciente como el día!
Ya se comentará hoy lo que digo: ¡porque soy la amazona única entre los mortales!
Dijo, y se lanzó contra el ejército de su padre ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 709ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Cuando la princesa hubo improvisado estos versos, se lanzó contra el ejército de su padre. Y el rey la vió llegar, girando en sus órbitas unos ojos que parecían de azogue. Y exclamó: "¡Por la fe del Mesías, que es lo bastante insensata para atacarnos!" Y detuvo la marcha de sus tropas, y avanzó solo hacia su hija, gritándole: "¡Oh hija de la perversidad! ¡he aquí que te atreves a retarme y te dispones a atacar al ejército de los francos! ¡Oh insensata! ¿es que renunciaste a todo pudor y renegaste de la religión de tus padres? ¿E ignoras que, si no te confías a mi clemencia, te espera una muerte segura?" Ella contestó: "¡Lo que ha pasado es irrevocable, y consiste en el misterio de la ley musulmana! ¡Creo en Alah el Unico y en su Enviado Mahomed el Bendito, hijo de Abdalah! ¡Y jamás renunciaré a mi creencia y a la fidelidad de mi afecto por el joven de Egipto, aunque tuviera que apurar la copa de mi ruina!" Dijo, e hizo caracolear a su caballo espumeante a la vista del ejército de los francos, y cantó estas estrofas guerreras, hendiendo el aire con su sable centelleante:
¡Qué dulce es combatir en el día de la batalla! ¡Ven a mí, si te atreves, vil barahúnda! ¡Venid, cristianos, a afrontar mis golpes que aplastan!
¡Hundiré en el polvo vuestras cabezas cortadas, y heriré en el corazón a vuestro poderío! ¡Y los cuervos graznarán sobre vuestras moradas y anunciarán vuestra destrucción!
¡En el filo de mi alfanje beberéis tragos amargos como el jugo de la coloquíntida! ¡Y serviré a vuestro rey la copa de las calamidades para quitarle por siempre el sabor del agua clara!
¡Ea! ¡venid a mí, si existe un bravo entre vosotros! ¡Venid a aliviar mi pena y a curar mi dolor con vuestra sangre!
¡Adelantaos, si es que no está forjada con cobardía vuestra alma, y veréis cómo os acoje la punta de mi alfanje bajo la polvareda!
Así cantó la heroica princesa. Y se inclinó sobre el caballo, le besó en el cuello, le acarició con la mano, y le dijo al oído: "¡Ya te ha llegado ¡oh Lahik! el día digno de tu raza y de tu nobleza!" Y el hijo de árabes se estremeció y relinchó, y saltó más rápido que el viento Norte, echando lumbre por la narices. Y la princesa Mariam, lanzando un espantoso rugido, cargó sobre el ala izquierda de los francos, y al galope de su corcel segó con su alfanje diecinueve cabezas de jinetes. Luego volvió a colocarse en medio de la arena, y desafió a los francos con grandes gritos.
Al ver aquello, el rey llamó a uno de los tres patricios jefes de sus tropas, que se llamaba Barbut. Era un hábil guerrero, vivo como el fuego y el sostén más firme del trono del rey franco, y el primero de los grandes de su reino y de su corte por su fuerza y por su valentía; y la caballería era su fuerte. Y a la llamada de su rey, se adelantó el patricio Barbut, hirviendo de ardor, montado en un caballo de noble raza y jarretes robustos; y le resguardaba una cota de oro sobrecargada de adornos, con mallas apretadas como alas de langosta. Y consistían sus armas en un sable afilado y destructor, una lanza enorme semejante al mástil de un barco, y con un golpe de la cual hubiese derribado una montaña, cuatro javelinas aguzadas y una maza espantosa erizada de clavos. Y bordado así de hierro y de armas ofensivas y defensivas, era comparable a una torre.
El rey le dijo: "¡Oh Barbut! ¡Ya ves la matanza que ha hecho esta hija desnaturalizada! ¡A ti te incumbe someterla y traérmela viva o muerta!" Luego le hizo bendecir por los patriarcas, los cuales iban cubiertos con vestiduras abigarradas y enarbolando cruces por encima de sus cabezas, y leyeron sobre la cabeza del guerrero el Evangelio, implorando en favor suyo a los ídolos de su terror y de su impiedad. ¡Pero nosotros, musulmanes, invocamos a Alah el Unico, que está lleno de fuerza y majestad!
En cuanto al patricio Barbut acabó de besar el estandarte de la cruz, se lanzó a la arena bramando como un elefante furioso y vomitando su lengua horribles injurias para la religión de los creyentes. ¡Maldito sea! Pero la princesa, por su parte, le vió llegar a ella, y rugió cual una leona madre de leoncillos; y gruñendo, mugiendo y rápida como una ave de presa, lanzó su corcel Lahik contra su adversario. Y se entrechocaron ambos como dos montañas desquiciadas, y se acometieron con furor, aullando con la fuerza de los demonios. Luego se separaron e hicieron varias evoluciones, y volvieron a encontrarse con rabia en un nuevo asalto, parando los golpes mutuos con una destreza y una rapidez maravillosas que llevaban a los ojos la estupefacción. Y la polvareda que los cascos de los caballos levantaban les hurtaba a las miradas a veces; y era tan fuerte el calor abrumador, que las piedras llameaban cual tizones. Y duró la lucha una hora con igual heroísmo por una y otra parte.
Pero el patricio Barbut, que perdió alientos el primero, quiso acabar ya; y se cambió la maza de armas de la mano derecha a la mano izquierda, asió una de sus cuatro javelinas y la lanzó contra la princesa, acompañándola de un grito semejante al estrépito del trueno. Y se escapó de su mano el arma cual relámpago que cegase la mirada. Pero la princesa la vió venir, esperó a que estuviese próxima, y la desvió prestamente con un revés de su alfanje; y la javelina fué silbando a hundirse a lo lejos en la arena. Y cuando el ejército todo vió aquello, se sintió poseído de asombro.
Entonces Barbut cogió una segunda javelina, y la disparó con furor, gritando: "¡Hiera y mate!" Pero la princesa evitó el tiro y lo hizo inútil. Y la tercera y la cuarta javelinas corrieron la misma suerte. Entonces Barbut, tremendo de furor y loco de humillación, tomó otra vez su maza con la mano derecha, rugió como un león, y la lanzó con toda la fuerza de su brazo, apuntando a su adversaria. Y la enorme maza hendió pesadamente el aire y llegó hasta Mariam, la cual hubiese sido aplastada sin remedio, si la heroína no la cogiese al vuelo y la retuviese en la mano; pues Alah habíala dotado de destreza, de astucia y de fuerza. ¡Y la blandió ella a su vez! Y las miradas de quien la veía cegaban de admiración. Y como una loba, corrió hacia el patricio y le gritó, mientras su respiración silbaba cual la víbora cornuda: "¡Mal hayas, maldito! ¡Ven aquí para aprender a manejar una maza de armas ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 710ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y como una loba, corrió hacia el patricio, y le gritó, mientras su respiración silbaba cual la víbora cornuda: "¡Mal hayas, maldito! ¡Ven aquí para aprender a manejar una maza de armas!"
Cuando el patricio Barbut vió que su adversaria blandía de aquel modo la maza en el aire, creyó que cielo y tierra desvanecíanse a su vista. Y desalentado, olvidando todo valor y toda presencia de ánimo, volvió la espalda, protegiéndose en su fuga con el escudo. Pero la princesa heroica le siguió de cerca, le apuntó, y haciendo voltear la pesada maza de armas, se la lanzó a la espalda. Y la maza voltigeante fué a caer sobre el escudo con más fuerza que una roca disparada por una máquina de guerra. Y derribó del caballo al patricio, rompiéndole cuatro costillas. Y rodó él por el polvo, se revolcó en su sangre y arañó la tierra con sus uñas. Y fué la suya una muerte sin agonía, porque Azrael, ángel de la muerte, se acercó a él a última hora, y le arrancó el alma, que fué a rendir cuenta de sus errores y de su descreimiento a Quien conoce los secretos y penetra los sentimientos.
Entonces la princesa Mariam, a galope tendido, hizo rozar la tierra el vientre de su caballo, recogió la enorme lanza de su enemigo muerto, y se alejó a alguna distancia. Y allá hundió en tierra profundamente la lanza, y haciendo cara a todo el ejército de su padre, detuvo bruscamente su caballo dócil, se apoyó en la larga lanza, y se mantuvo inmóvil en aquella actitud con la cabeza erguida y provocadora. Y de tal modo, formando un solo cuerpo con su caballo y su lanza clavada en el suelo, era inquebrantable como una montaña e inmutable como el Destino.
Cuando el rey de los francos vió sucumbir de tal suerte al patricio Barbut, en su dolor se golpeó el rostro, desgarró sus vestiduras y llamó al segundo patricio jefe de su ejército, que se llamaba Bartú y era un héroe reputado entre los francos pór su intrepidez y su valor en los combates singulares. Y le dijo: "¡Oh patricio Bartú! ¡A ti te incumbe ahora vengar la muerte de Barbut, hermano tuyo en armas!" Y el patricio Bartú contestó, inclinándose: "¡Escucho y obedezco!" Y lanzando su caballo a la arena, corrió hacia la princesa.
Pero la heroína, siempre en la misma actitud, no se movió: y su corcel se mantuvo firme y apuntalado sobre sus patas como un puente. Y he aquí que llegó a ella el galope furioso del patricio, que había soltado las riendas a su caballo y acudía enristrando su lanza cuyo hierro se asemejaba al aguijón del escorpión. Y se verificó tumultuosamente el doble choque.
Entonces avanzaron un paso todos los guerreros para ver mejor las terribles maravillas de aquel combate, parecido al cual jamás lo habían presenciado sus ojos. Y corría por todas las filas un escalofrío de admiración.
Pero ya los adversarios, envueltos en espesa polvareda, se asaltaban de un modo salvaje, y hacían gemir el aire con los golpes que se distribuían. Y así combatieron durante mucho rato, con la rabia en el alma y lanzándose injurias espantosas. Y el patricio no tardó en reconocer la superioridad de su enemiga, y se dijo: "¡Por el Mesías, que llegó la hora de manifestar todo mi poder!" Y asió una pica mensajera de muerte, la enarboló y la lanzó apuntando a su adversaria, y gritando: "¡Para ti!"
¡Pero no sabía que la princesa Mariam era la heroína incomparable de Oriente y de Occidente, la amazona de tierras y desiertos, y la guerrera de llanuras y montañas!
Había ella observado el movimiento del patricio y comprendido su intención. Y cuando la pica enemiga partió al vuelo en dirección suya, esperó que rozase su pecho, la cogió al vuelo de pronto, y encarándose con el patricio estupefacto, le hirió en mitad del vientre con aquella arma, que le salió centelleante por las vértebras dorsales. Y cayó él cual una torre que se derrumba; y el ruido de sus armas hizo retemblar los ecos. Y su alma fué a reunirse para siempre con la de su compañero en las llamas inextinguibles encendidas por la cólera del Juez Supremo.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 711ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y cayó él cual una torre que se derrumba; y el ruido de sus armas hizo retemblar los ecos. Y su alma fué a reunirse para siempre con la de su compañero en las llamas inextinguibles encendidas por la cólera del Juez Supremo.
Entonces la princesa Mariam hizo de nuevo caracolear a su caballo en torno del ejército, gritando: "¿En dónde están los esclavos? ¿En dónde están los jinetes? ¿En dónde están los héroes? ¿En dónde está el visir tuerto, ese perro cojo? ¡Que se presente aquí, si tiene valor para ello, el más valiente de vosotros! ¡Vergüenza sobre vosotros, ¡oh cristianos! que tembláis ante el brazo de una mujer!
Al oír y ver todo aquello, el rey de los francos, extremadamente mortificado, y muy desesperado por la pérdida de sus dos patricios, hizo ir al tercero, que se llamaba Fassián, es decir, el Pedorro, ya que era famoso por sus follones y sus cuescos, y también era un pederasta ilustre, y le dijo: "¡Oh Fassián, cuya pederastia es tu principal virtud! ¡a ti te corresponde ahora combatir con esa maldita, y vengar con su muerte la de tus compañeros!" Y después de responder con el oído y la obediencia, el patricio Fassián lanzó su caballo al galope, soltando tras de sí un trueno de cuescos retumbantes, capaces de hacer blanquear de terror los cabellos de un niño en la cuna, y de henchir las velas de un navío.
Pero ya, por su parte, Sett Mariam había tomado campo, y había lanzado a Lahik en un galope más rápido que el relámpago que brilla y el granizo que cae. Y saltaron ambos uno sobre otro como dos carneros, y se encontraron con tanta violencia, que se hubiera creído el suyo el choque de dos montañas. Y el patricio, precipitándose sobre la princesa, dió un grito estridente y le tiró un derrote furibundo. Pero lo evitó ella con ligereza, paró diestramente la lanza de su adversario y la rompió en dos. Luego, en el momento en que el patricio Fassián, impulsado por la velocidad adquirida, pasaba junto a ella, se volvió de pronto, efectuando un giro rápido, y con el mango de su propia lanza le hirió ambos hombros con tanta violencia, que le hizo perder los estribos. Y acompañando aquel movimiento con un grito terrible, se precipitó sobre él, que yacía de espaldas, y le metió la lanza por la boca, y le clavó en el suelo la cabeza, hundiendo profundamente en tierra la punta del arma.
Al ver aquello, todos los guerreros quedaron mudos de estupefacción al pronto. Luego sintieron de improviso pasar sobre sus cabezas el escalofrío del pánico; porque ya no sabían si la heroína que acababa de realizar tales hazañas era una criatura humana o un demonio. Y volviendo la espalda, trataron de salvarse por medio de la fuga, azotando el viento con sus piernas. Pero Sett Mariam echó a correr tras ellos, devorando a su paso la distancia. Y les alcanzaba por grupos o separadamente, les hería con su alfanje, voltigeante, y les hacía beber de un trago la muerte, sumergiéndoles en el océano de los destinos.
¡Y estaba tan alegre su corazón, que parecíale que el mundo no podría contenerlo! Y mató a los que mató, e hirió a los que hirió, y cubrió de muertos la tierra en todos sentidos. Y con los brazos alzados al cielo en señal de desesperación, el rey de los francos huía con sus guerreros corriendo en medio de sus tropas desbandadas, de sus patriarcas y de sus sacerdotes, como correría en medio de un rebaño de carneros el pastor perseguido por la tempestad. Y la princesa no cesó de perseguirles de aquel modo, haciendo una gran matanza, hasta el momento en que el sol se cubrió por completo con el manto de la palidez.
Sólo entonces pensó Mariam en detener su carrera victoriosa. Volvió, pues, sobre sus pasos, y fué en busca de su bienamado Nur, que ya comenzaba a inquietarse por ella, y reposó en sus brazos aquella noche, olvidando con las caricias compartidas y las voluptuosidades del amor, los peligros que acababa de afrontar para salvarle y librarse por siempre de sus perseguidores cristianos. Y al día siguiente, después de discutir ampliamente acerca del paraje que habitarían mejor en adelante, decidieron probar el clima de Damasco. Y se pusieron en camino para aquella ciudad deliciosa.
¡Y he aquí lo referente a ellos!
En cuanto al rey de los francos, cuando estuvo de regreso en Constantinia, con la nariz bastante alargada y el saco de su estómago revuelto a causa de la muerte de sus tres patricios Barbut, Bartú y Fassián, y a causa también de la derrota de su ejército, convocó su Consejo de Estado, y después de exponer su desgracia con los menores detalles, preguntó qué partido debía tomar. Y añadió: "¡Ya no sé adónde habrá ido esa hija de los mil cornudos del impudor! Pero me inclino a creer que habrá ido a algún país musulmán de esos en que dice que los hombres son machos robustos e incansables! ¡Porque esa hija de zorra es un tizón inflamado del infierno! ¡Y los cristianos no le parecían lo bastante membrudos para calmar sus deseos incesantes! ¡Os pido, pues, que me digáis ¡oh patriarcas! qué debo hacer en tan enojosa situación!" Y tras de reflexionar durante una hora de tiempo, los patriarcas y los monjes y los grandes del reino contestaron: "Nosotros creemos ¡oh rey del tiempo! que, después de lo que ha pasado, ya no te queda más que un partido que tomar, y es enviar, con regalos, una carta al poderoso jefe de los musulmanes, al califa Harún Al-Raschid, que es señor de las tierras y de los países adonde van a llegar ambos fugitivos; y en esa carta que has de escribirle de tu puño y letra, le harás toda clase de promesas y juramentos de amistad para que acceda a detener a los fugitivos y a enviarlos con escolta a Constantinia. ¡Y no por eso te comprometerás ni nos comprometeremos a nada con ese jefe de descreídos, sino que, en cuanto nos devuelva a los fugitivos, nos apresuraremos a exterminar a los musulmanes de la escolta y a olvidar nuestros juramentos y nuestros compromisos, como tenemos costumbre de hacer cuantas veces celebramos un tratado con esos infieles, sectarios de Mahomed!" Así hablaron los patriarcas y consejeros del rey de los francos. ¡Malditos sean en esta vida y en la otra por su descreimiento y por su felonía...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 712ª NOCHE
Ella dijo:
"...Así hablaron los patriarcas y consejeros del rey de los francos. ¡Malditos sean en esta vida y en la otra por su descreimiento y por su felonía!
Y he aquí que el rey de los francos, que tenía un alma tan mala como la de sus patriarcas, no dejó de seguir aquel consejo lleno de perfidia. ¡Pero ignoraba que, tarde o temprano, la perfidia se vuelve siempre contra sus autores, y que el ojo de Alah vela siempre por sus creyentes y les defiende contra las emboscadas de sus inmundos enemigos!
Tomó, pues, un papel y un cálamo y escribió en caracteres griegos al califa Harún Al-Raschid una carta en que, después de las fórmulas más respetuosas y más llenas de admiración y de amistad, le decía
"¡Oh poderoso emir de nuestros hermanos los musulmanes! tengo una hija desnaturalizada, llamada Mariam, que se ha dejado seducir por un joven egipcio de El Cairo, el cual me la raptó y la condujo a los países que se hallan bajo tu reino y tu dominación. Por consiguiente, te suplico ¡oh poderoso emir de los musulmanes! que te sirvas hacer las pesquisas necesarias para dar con ella, y me la envíes cuanto antes con una escolta de seguridad.
"¡Y yo, en cambio, colmaré de honores y consideraciones a esa escolta que has de enviarme con mi hija, y haré todo lo que pueda serte grato! Por tanto, para mostrarte mi agradecimiento y darte prueba de mis sentimientos de amistad, te prometo, entre otras cosas, mandar edificar una mezquita en mi capital por los arquitectos que tú mismo escojas. Y además, te enviaré riquezas indiscutibles, como jamás las ha visto parecidas el hombre: jóvenes comparables a huríes, jóvenes imberbes como lunas, tesoros que no podrá destruir el fuego, perlas, pedrerías, caballos, yeguas y potros, camellas y crías de camello, y mulas con cargas preciosas conteniendo los mejores productos de nuestro clima. ¡Y si no te bastara todo eso, disminuiré los confines de mi reino para aumentar tus dominios y tus fronteras! ¡Y sello con mi sello estas promesas yo, César, rey de los adoradores de la Cruz!"
Y después de sellar esta carta, el rey de los francos se la entregó al nuevo visir que había nombrado en lugar del viejo tuerto y cojo, y le dirigió estas palabras: "Si obtuvieras audiencia de ese Harún, le dirás: "¡Oh poderosísimo califa! vengo a reclamar cerca de ti a nuestra princesa: porque tal es el motivo de la importante misión que nos está confiada: ¡Si acoges favorablemente nuestra demanda, puedes contar con el agradecimiento de nuestro señor el rey, que te mandará los más ricos presentes!" Luego, para excitar aun más el celo de su visir, a quien enviaba como embajador, el rey de los francos le prometió a él también, si tenían un feliz éxito su embajada, darle a su hija en matrimonio y colmarle de riquezas y de prerrogativas. Después le despidió, y le recomendó expresamente que entregara la carta al propio califa. Y tras de besar la tierra entre las manos del rey, se puso en camino el visir.
Y he aquí que, después de un largo viaje, llegó con su séquito a Bagdad, donde empezó por tomarse un descanso de tres días. Luego preguntó dónde estaba el palacio del califa, y cuando se lo indicaron, se presentó en él para pedir audiencia al Emir de los Creyentes. Y cuando se le introdujó en el diwán de las recepciones, el visir, postrándose a los pies del califa, besó por tres veces la tierra entre sus manos, le dijo en pocas palabras el objeto de la misión que le estaba confiada, y le entregó la carta de su señor el rey de los francos, padre de la princesa Mariam. Y Al-Raschid desprecintó la carta, la leyó, y tras de darse cuenta de todo su alcance, se mostró propicio a la demanda que contenía la esquela, aunque procedía de un rey descreído. E hizo escribir inmediatamente a los gobernadores de todas las provincias musulmanas para darles las señas de la princesa Marian y de su acompañante, con orden expresa de hacer todas las pesquisas necesarias para dar con ambos, amenazándoles con los peores castigos en caso de fracaso o negligencia, encargándoles que los enviaran a su corte sin tardanza y con buena escolta tan pronto como los descubrieran. Y a caballo o a lomos de dromedarios de carrera, partieron correos en todas direcciones, llevando cada cual una carta para un walí de provincia. Y mientras tanto, el califa retuvo consigo en el palacio al embajador franco y a todo su séquito. ¡Y he aquí lo
referente a estos diversos reyes y a sus negociaciones!
¡Pero he aquí ahora lo referente a ambos amantes! Cuando la princesa hubo derrotado por sí sola al ejército de su padre el rey de los francos, y dejó para pasto de buitres a los tres patricios que midieron sus fuerzas con ella, se encaminó a Siria con Nur, y llegó felizmente a las puertas de Damasco. Pero como viajaban por etapas pequeñas, deteniéndose en los sitios hermosos para entregarse a las manifestaciones de su amor, y no se preocupaban de las emboscadas que pudieran tenderles sus enemigos, llegaron a Damasco algunos días más tarde que los veloces correos del califa, los cuales les habían precedido y comunicaron al walí de la ciudad las órdenes concernientes a ambos. Y como no sospechaban lo que les esperaba allí, dieron su nombre sin desconfianza a los espías de la policía, que les reconocieron al punto y los mandaron detener por los guardias del walí. Y sin pérdida de tiempo, los guardias les hicieron retroceder en su camino, sin permitirles la entrada en la ciudad, y rodeándoles de armas amenazadoras les obligaron a acompañarles a Bagdad, adonde llegaron extenuados de fatiga al cabo de diez días de marcha forzada a través del desierto. Y fueron introducidos en el diwán de audiencias por los guardias del palacio ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 713ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y fueron introducidos en el diwán de audiencias, rodeados por los guardias del palacio. Y cuando estuvieron en la presencia augusta del califa, se prosternaron ante él, y besaron la tierra entre sus manos. Y dijo el chambelán que estaba de servicio entonces: "¡Oh Emir de los Creyentes! he aquí a la princesa Mariam, hija del rey de los francos, y a Nur, su raptor, hijo del mercader Corona, de El Cairo. ¡Y siguiendo órdenes del walí de la ciudad, se les ha detenido a ambos en Damasco!"
Entonces el califa posó sus ojos en Mariam, y quedó entusiasmado de la elegancia de su figura y de la belleza de sus facciones; y le preguntó: "¿Eres tú la que se llama Mariam y es hija del rey de los francos?"
Ella contestó: "Sí, yo misma soy la princesa Mariam, esclava tuya únicamente, ¡oh Emir de los Creyentes, protector de la Fe, descendiente del príncipe de los enviados de Alah!" Y el califa, muy asombrado de aquella respuesta, se encaró luego con Nur, y también quedó encantado de los hechizos de su juventud y de su hermosura; y le dijo: "¿Y tú eres el joven Nur, hijo de Corona, el mercader de El Cairo?" El aludido contestó: "Sí, soy yo, tu esclavo, ¡oh Emir de los Creyentes, sostén del imperio, defensor de la Fe!"
Y le dijo el califa: "¿Cómo te has atrevido a raptar a esta princesa franca, con menosprecio de la ley?" Entonces Nur, aprovechándose del permiso para hablar, contó toda su aventura con los menores detalles al califa, que escuchó su relato con mucho interés. Pero no hay utilidad en repetirlo.
Entonces Al-Raschid se encaró con la princesa Mariam, y le dijo: "Has de saber que tu padre, el rey de los francos, me ha enviado a este embajador que ves aquí, con una carta escrita de su puño y letra. ¡Y me afirma su gratitud y su intención de levantar una mezquita en su capital si consiento en mandarte a sus Estados! ¿Qué tienes que responder a eso?" Y Mariam levantó la cabeza, y con voz segura y deliciosa a la vez, contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! eres el representante de Alah sobre la tierra y el que mantiene la ley de Su Profeta Mahomed (¡con El por siempre la paz y la plegaria!) Yo me he vuelto musulmana, y creo en la unidad de Alah, y la profeso en tu augusta presencia, y digo: ¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el Enviado de Alah! ¿Podrás, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! enviarme al país de los infieles que buscan competidores a Alah, creer en la divinidad de Jesús, hijo del hombre, adorar a los ídolos, reverencian la cruz y rinde un culto supersticioso a toda clase de criaturas muertas en la impiedad y precipitadas en las llamas de la cólera de Alah? Si obrares así, entregándome a esos cristianos, yo en el día del Juicio, en que nada valdrán todas las grandezas y sólo se mirará a los corazones, te acusaré, por tu conducta ante Alah y ante nuestro Profeta, primo tuyo (¡con El la plegaria y la paz!) "
Cuando el califa hubo oído estas palabras de Mariam y su profesión de fe, se entusiasmó con toda el alma al saber que era musulmana semejante heroína, y exclamó con lágrimas en los ojos: "¡Oh Mariam, hija mía! ¡ojalá no permita nunca Alah que yo entregue a los infieles una musulmana que cree en la unidad de Alah y en Su Profeta! ¡Que Alah te guarde y te conserve y esparza sobre ti su misericordia y sus bendiciones, aumentando la convicción de tu fe! ¡Y ahora, en vista, de tu heroísmo y tu bravura, puedes reclamarlo todo de mí; y juro que no te rehusaré nada, aunque sea la mitad de mi imperio! ¡Alegra, pues, tus ojos, dilata tu corazón y desecha toda inquietud! Y para que a tal fin haga yo lo que sea preciso, dime si te gustaría que se convirtiese en tu esposo legal ese joven, hijo de nuestro servidor Corona, el mercader de El Cairo".
Y contestó Mariam: "¿Cómo no voy a desearlo, ¡oh Emir de los Creyentes!? ¿No es él quien me ha comprado? ¿No es él quien ha tomado lo que había que tomar en mí? ¿No es él quien ha expuesto por mí su vida con frecuencia? ¿Y no es él, en fin, quien ha dado paz a mi alma revelándome la pureza de la fe musulmana?"
Al punto el califa hizo llamar al kadí y a los testigos, y extender inmediatamente el contrato de matrimonio. Luego mandó acercarse al visir, embajador de los francos, y le dijo: "Ya ves con tus propios ojos y oyes con tus propios oídos que no puedo acceder a la demanda de tu señor, ya que la princesa Mariam nos pertenece al hacerse musulmana. ¡De no obrar así, cometería yo una acción de la que tendría que dar cuenta a Alah y a su profeta el día del Juicio! Porque está escrito en el Libro de Alah: "¡Nunca será posible a los infieles prevalecer sobre los creyentes!" ¡Vuelve pues, al lado de tu señor, y entérale de lo que viste y oíste...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 714ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Nunca será posible a los infieles prevalecer sobre los creyentes!" ¡Vuelve, pues, al lado de tu señor, y entérale de lo que viste y oíste!"
Cuando el embajador, en vista de aquello, comprendió que el califa no quería entregarle la hija del rey de los francos, se atrevió a indignarse, lleno de despecho y de soberbia, porque Alah no le había dejado entrever las consecuencias de sus palabras; y exclamó: "¡Por el Mesías, que aunque sea veinte veces más musulmana, habré de llevársela a mi señor su padre! Si no vendrá él a invadir tu reino y cubrirá con sus tropas tu país desde el Eufrates hasta el Yaman!"
Al oír estas palabras, exclamó el califa en el límite de la indignación: "¿Cómo se entiende? ¿es que este perro cristiano se atreve a proferir amenazas? ¡Que le corten la cabeza y que la pongan a la entrada de la ciudad, crucificando su cuerpo, para que sirva de escarmiento a los embajadores de los infieles!"
Pero la princesa Mariam exclamó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no manches tu alfanje glorioso con la sangre de ese perro! ¡Yo misma le trataré como se merece!" Y habiendo dicho estas palabras, tiró del sable que el visir franco llevaba al costado, y enarbolándolo, le quitó de un solo tajo la cabeza y la arrojó por la ventana. Y rechazó el cuerpo con el pie, haciendo seña a los esclavos de que se lo llevaran.
Al ver aquello, el califa quedó maravillado de la prontitud con que la princesa había procedido a semejante ejecución, y la puso su propio manto. Y también hizo que pusieran a Nur un ropón de honor, y les colmó a ambos de ricos presentes; y de acuerdo con el deseo que manifestaron, les dió una magnífica escolta para que les acompañara hasta El Cairo, y les entregó cartas de recomendación para el walí de Egipto y los ulemas.
De tal suerte regresaron Nur y la princesa Mariam a Egipto, a casa de los ancianos padres. Y al ver el mercader Corona que su hijo le llevava a su casa una princesa en calidad de nuera, llegó al límite del orgullo y perdonó a Nur por su conducta de antes. E invitó a una gran fiesta que hubo de dar en honor suyo a todos los grandes de El Cairo, que colmaron de presentes a los jóvenes esposos, rivalizando en obsequiosidad unos con otros.
¡Y el joven Nur y la princesa Mariam vivieron largos años en el límite de la dilatación y el desahogo sin privarse de nada en absoluto, y comiendo bien, y bebiendo bien, y copulando mucho, a su antojo y durante largo tiempo, en medio de los honores y de la prosperidad, llevando la vida más tranquila y más deliciosa, hasta que fué a visitarles la Destructora de felicidades, la Separadora de amigos y sociedades, la que derriba casas y palacios y llena el vientre de las tumbas! ¡Pero gloria al Unico Viviente que no conoce la muerte y que tiene en Sus manos las llaves de lo Visible y de lo Invisible! ¡Amín!
Cuando el rey Schahriar hubo oído esta historia, se incorporó de repente, y exclamó: "¡En verdad que me ha entusiasmado esa historia tan heroica!" Y tras de hablar así, se sentó de nuevo en los cojines, pensando: "¡Me parece que, después de ésa, ya no tendrá más historias que contarme! ¡Y por lo tanto voy a reflexionar acerca de lo que me toca hacer con respecto a su cabeza!"
Pero Schehrazada, que le había visto fruncir las cejas, se dijo: "¡No hay tiempo que perder!" Y exclamó: "¡Oh rey! admirable es realmente esa historia tan heroica; pero, ¿a qué se reduce en comparación con las que aun tengo que contarte, siempre que me lo permitas?"
Y preguntó el rey: "¿Qué estás diciendo, Schehrazada? ¿Qué historias piensas contarme todavía que sean más admirables o más hermosas que ésa?"
Y Schehrazada, sonriendo, dijo: "El rey juzgará! ¡Pero esta noche, para terminar nuestra velada, no debo referir más que una anécdota corta, de las que no resultan fatigosas de escuchar! Está sacada de IOS CONSEJOS DE LA GENEROSIDAD Y DE LA EXPERIENCIA".
CONSEJOS DE LA GENEROSIDAD Y DE LA EXPERIENCIA
SALADINO Y SU VISIR
Y dijo al punto:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que el visir del victorioso rey sultán Saladino tenía, entre los esclavos favoritos de su pertenencia, a un joven cristiano perfectamente hermoso, al cual quería en extremo, y tan agraciado como jamás le habían encontrado semejante los ojos de los hombres. Y he aquí que un día e que el visir se paseaba con aquel joven, del que no podía separarse, reparó en él el sultán Saladino, que le hizo seña para que se acercara. Y tras de echar una mirada entusiasta al joven, el sultán Saladino preguntó al visir. ";,De dónde te ha venido este joven?" Y el visir contestó un poco azorado: "¡De Alah!, ¡oh mi señor!" Y el sultán Saladino sonrió, y dijo prosiguiendo su camino: "¡He aquí cómo ahora ¡oh visir nuestro! has encontrado la manera de subyugarnos con la belleza de un astro y cautivarnos con los encantos de una luna!"
Esto impresionó mucho al visir, que se dijo: "¡Ya no puedo, en verdad, reservarme este joven, habiéndose fijado el sultán en él!" Y preparó un rico regalo, llamó al hermoso joven cristiano, y le dijo: "¡Por Alah, ¡oh joven! que de no haberse visto precisada a ello mi alma, no se habría separado de ti nunca!" Y le entregó el regalo, diciendo: "¡Llevarás este regalo en mi nombre a nuestro amo el sultán, y tú mismo formarás parte del obsequio, pues a partir de este instante te cedo a nuestro amo!" Y al propio tiempo le dió, para que se lo entregase al sultán Saladino, un billete en que había escrito estas dos estrofas:
¡He aquí ¡oh mi señor! una luna llena para tu horizonte; porque no hay en la tierra un horizonte más digno de esta luna!
¡Para serte agradable, no vacilo en separarme de mi alma preciosa, a fin de dártela, aunque ¡oh rareza sin par! no sé de ningún hombre que haya nunca consentido en deshacerse voluntariamente de su alma!
Y el regalo satisfizo muchísimo al sultán Saladino, el cual, generoso y magnánimo como de costumbre, no dejó de indemnizar a su visir por aquel sacrificio, colmándole de riquezas y favores, y haciéndole comprender en toda ocasión hasta qué punto había entrado en su gracia y en su amistad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 715ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y el regalo satisfizo muchísimo al sultán Saladino, el cual generoso y magnánimo como de costumbre, no dejó de indemnizar a su visir por aquel sacrificio, colmándole de riquezas y favores, y haciéndole comprender en toda ocasión hasta qué punto había entrado en su gracia y en su amistad.
A la sazón adquirió el visir, para aumentar el número de esclavas de su harén, una joven entre las jóvenes más deliciosas y perfectas del tiempo. Y desde su llegada, aquella joven supo captarse el corazón del visir; pero antes de aficionarse a ella, como lo había hecho con el joven, se dijo él: "¡Quién sabe si la fama de esta perla nueva no llegará a oídos del sultán! Más me valdrá regalársela también al sultán antes que mi corazón se aficione a esta joven esclava. ¡De tal modo será menos grande el sacrificio y la pérdida menos cruel!" Así pensando, hizo ir a la joven, la cargó con un regalo para el sultán todavía más rico que el de la primera vez, y le dijo: "¡Tú misma formarás parte del obsequio!" Y le dió, para que se lo entregase al sultán, un billete en que había escrito estos versos:
¡Oh mi señor! ¡en tu horizonte ha aparecido ya una luna, y he aquí el sol ahora!
¡Con lo cual se unen en el mismo cielo estos dos astros de luz para formar, con destino a tu reino, la más hermosa de las constelaciones!
Y he aquí que, después de aquello, el crédito del visir se duplicó en el ánimo del sultán Saladino, quien no perdonaba ocasión de demostrar, ante toda su corte, la estimación y amistad que sentía por él. Y esto hizo que el visir tuviese de tal suerte muchos enemigos y envidiosos, los cuales, proyectando su perdición resolvieron desorientar al sultán con respecto a él. Valiéndose de diversas alusiones y afirmaciones, dejaron entrever a Saladino que el visir conservaba siempre mucha inclinación hacia el joven cristiano, y que no cesaba en desearle ardientemente y de llamarle con toda su alma, sobre todo cuando la brisa fresca del Norte le incitaba al recuerdo de los antiguos paseos. Y le dijeron que se reprochaba con amargura el don que le hizo, y hasta que se mordía los dedos y se saltaba las muelas de despecho y de arrepentimiento. Pero el Sultán Saladino, lejos de prestar oído a aquellas murmuraciones indignas del visir, en quien había puesto toda su confianza, gritó con furiosa voz a los que pronunciaban aquellos discursos: "¡Dejad de mover esas lenguas de perdición contra el visir, o al instante vuestras cabezas os saltarán de los hombros!"
Luego, como era avisado y justo, les dijo: "¡Sin embargo, quiero comprobar esas mentiras y calumnias, y dejar que se vuelvan contra vosotros vuestras propias armas! ¡Voy, pues, a poner a prueba la rectitud de alma de mi visir!" Y llamó al joven, y le preguntó: "¿Sabes escribir?" El aludido contestó: "Sí, ¡oh mi señor!" El sultán dijo: "¡Tomad entonces un papel y un cálamo y escribe lo que voy a dictarte!" Y dictó, como si estuviese redactada por el propio niño, la siguiente carta dirigida al visir:
"¡Oh mi antiguo amo bienamado! Por el sentimiento que tú mismo debes experimentar por mí, comprenderás la ternura que por ti siento y el recuerdo que dejaron en mi alma nuestras delicias de antaño. Por eso me quejo a ti de mi suerte actual en el palacio, donde nada puede hacerme olvidar tus bondades, máxime cuando aquí la majestad del sultán y el respeto que le tengo me impiden disfrutar de sus favores. Te ruego, pues, busques un procedimiento para arrancarme del sultán de una u otra manera. ¡Por lo demás, el sultán hasta ahora no ha estado a solas conmigo, y me verás lo mismo que me dejaste!"
Y escrita esta carta, el sultán hizo que la llevara un esclavo de palacio, que se la entregó al visir, diciéndole: "Tu antiguo esclavo el niño cristiano me encarga que te entregue esta carta de parte suya". Y el visir cogió la carta, la miró un momento, y sin abrirla, escribió las siguientes estrofas al dorso:
"¿Desde cuándo el hombre de experiencia expone, como el insensato, su cabeza en las fauces del león?
"¡No soy de esos cuya razón se somete y sucumbe al amor, ni de los que dan que reír a los envidiosos que ejecutan maniobras solapadas!
"¡Cuando hice el sacrificio de mi alma dándola, es porque sabía bien que, una vez que saliera el alma, no debería ya volver a habitar el cuerpo abandonado!"
Al recibir esta respuesta, el sultán Saladino se entusiasmó, y no dejó de leerla ante la expresión de despecho de los envidiosos. Luego mandó llamar a su visir, y después de darle nuevas pruebas de amistad, le preguntó: "¿Puedes decirnos ¡oh padre de la sabiduría! cómo te arreglas para tener tanto poder sobre ti mismo?"
Y el visir contestó: "¡Jamás dejo que mis pasiones lleguen al umbral de mi voluntad!" ¡Pero Alah es más sabio todavía!
Luego dijo Schehrazada: "¡Ahora que te conté ¡oh rey afortunado! cómo la voluntad del prudente le ayuda a dominar sus pasiones, ¡voy a contarte una historia de amor apasionado!"
Y dijo:
LA TUMBA DE LOS AMANTES
Esta historia nos la trasmite en sus escritos Abdalah, hijo de Al-Kaissi.
Dice:
Iba yo un año en peregrinación a la Santa Casa de Alah. Y cuando hube cumplido con todos mis deberes de peregrino, volví a Medina para visitar una vez más la tumba del Profeta (¡Con El la paz y la bendición de Alah!) Y he aquí que estando yo sentado cierta noche en un jardín, no lejos de la tumba venerada, oí una voz que cantaba muy dulcemente en medio del silencio.
Encantado, presté toda mi atención, y escuchando de aquel modo, entendí estos versos que la tal voz cantaba:
¡Oh ruiseñor de mi alma, que exhalas tus cantos en recuerdo de la bienamada... ! ¡Oh tórtola de su voz! ¿cuándo responderás a mis gemidos?
¡Oh noche! ¡Cuán larga resultas para aquellos a quienes atormenta la fiebre de la impaciencia, para aquellos a quienes torturan las preocupaciones de la ausencia!
¡Oh luminosa aparecida! ¿acaso no brillaste como un faro en mi camino más que para desaparecer y dejarme errar a ciegas en las tinieblas?
Luego se hizo el silencio. Y miré a todos lados para ver quién acaba de cantar aquellas estrofas apasionadas, cuando se presentó a mí el poseedor de la voz. Y a la claridad que caía del cielo nocturno, vi que era un joven hermoso hasta arrebatar las almas y que tenía bañado en lágrimas el rostro.
Me volví hacia él, y no pude menos que gritar: "¡Ya Alah! ¡qué joven tan hermoso!" Y le tendí los brazos. Y él me miró, y me preguntó: "¿Quién eres y qué me quieres?" Y contesté, inclinándome ante su belleza: "¿Qué voy a querer de ti que no sea bendecir a Alah al mirarte? Por lo que a mí y a mi nombre se refiere, soy tu esclavo Abdalah, hijo de Ma'amar Al-Kaissi. ¡Oh mi señor, cómo desea mi alma conocerte! Tu cántico que oí hace un momento me ha impresionado, y tu presencia acaba de transportarme. ¡Y aquí me tienes dispuesto a sacrificarte mi vida, si pudiera serte útil!" Entonces me miró el joven, ¡ah, con qué ojos! y me dijo: "¡Siéntate, pues, a mi lado!" Y me senté muy cerca de él, con el alma estremecida, y me dijo: "¡Escucha ahora, ya que te he llegado al corazón, lo que acaba de sucederme!"
Y prosiguió en estos términos: "Soy Otbah, hijo de Al Hubab, hijo de Al-Mundhir, hijo de Al-Jamuh el Ansarita. Y he aquí que ayer por la mañana hacía yo mis devociones en la mezquita de la tribu, cuando vi entrar, ondulando sobre su cintura y sus caderas, a varias mujeres muy hermosas, que acompañaban a una joven cuyos encantos borraban los de todas las demás. Y en un momento dado aquella luna se acercó a mí, sin ser notada entre la muchedumbre de fieles, y me dijo: "¡Otbab! ¿qué te parecería la unión con la que es tu amante y desea ser tu esposa?" Luego, antes de que yo tuviese tiempo de abrir la boca para contestarle, ella me dejó y desapareció en medio de sus acompañantes. Después salieron de la mezquita todas juntas, y se perdieron entre la multitud de peregrinos. Y a pesar de todos los esfuerzos que hice para encontrarla, no pude volver a verla desde aquel instante. Y mi alma y mi corazón están con ella. ¡Y mientras no me sea posible volver a verla, no disfrutaré de dicha alguna, aunque gozase de las delicias del paraíso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 717ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y mi alma y mi corazón están con ella. ¡Y mientras no me sea posible volver a verla, no disfrutaré de dicha alguna, aunque gozase de las delicias del paraíso!"
Habló así, y a medida que se coloreaban sus mejillas sombreadas, crecía mi cariño hacia él. Y le dije cuando calló: "¡Oh Otbah! ¡oh primo mío ¡pon tu esperanza en Alah, y ruégale que te otorgue el perdón de tus pecados! Por lo que a mí se refiere, heme aquí dispuesto a ayudarte con todo mi poder y con todos mis medios para que encuentres a la joven de tus pensamientos. ¡Porque al verte sentí que mi alma iba por sí misma en pos de tu persona, y lo que haga yo por ti en lo sucesivo será únicamente por ver bajarse contentos hacia mí tus ojos!" Y así diciendo, le oprimí contra mí afectuosamente, y le besé como un hermano besaría a su hermano; y durante toda la noche no cesé de tranquilizar su alma querida. Y en verdad que en toda mi vida olvidaré aquellos momentos deliciosos e incompletos pasados al lado suyo.
Al día siguiente fui con él a la mezquita, y le dejé pasar el primero por consideración. Y estuvimos juntos allí, desde por la mañana hasta mediodía, hora en que las mujeres suelen ir a la mezquita. Pero, con gran desaliento por nuestra parte, observamos que ya estaban en la mezquita todas las mujeres, sin que entre ellas se encontrara la joven. Y al ver yo la pena que aquel
descubrimiento producía en mi joven amigo, le dije: "¡No te inquietes por eso! ¡Voy a preguntar
por tu bienamada a estas mujeres que ayer estaban con ella!"
Y salí corriendo hasta llegar junto a ellas, y conseguí al fin que me enterasen de que la joven era una virgen de muy alta estirpe que se llamaba Riya, y era hija de Al-Ghitrif, jefe de la tribu de los Bani-Sulem. Y les pregunté: "¡Oh mujeres de bien! ¿por qué no ha venido ella hoy con vosotras?" Contestaron: "¿Cómo ha de hacerlo, si su padre, que custodió a los peregrinos durante la travesía por el desierto desde el Irak hasta la Meca, ha regresado ayer con sus jinetes a su tribu, que está a orillas del Eufrates, y ha llevado consigo a su hija Riya?" Y les di las gracias por sus informes, y volví al lado de Otbah; y le dije: "¡Las noticias que te anuncio ¡ay! no están de acuerdo con mis deseos!" Y le puse al corriente de la marcha de Riya con su padre hacia la tribu. Luego le dije: "Pero tranquiliza tu alma, ¡oh Otbah! ¡oh primo mío! porque Alah me ha concedido riquezas numerosas, y estoy dispuesto a gastarlas para hacerte llegar al logro de tus fines. ¡Y desde este momento voy a tomar parte en el asunto, y a llevarlo a buen término, con ayuda de Alah!" Y añadí: "¡Pero has de tomarte el trabajo de acompañarme!" Y se levantó y me acompañó hasta la mezquita de sus parientes los Ansaritas.
Allí esperamos a que se reuniese el pueblo, y saludé a la asamblea, y dije: "¡Oh creyentes Ansaritas reunidos aquí! ¿qué opinión tenéis acerca de Otbah y del padre de Otbah?" Ycontestaron a la vez: "¡Todos creemos que son árabes, pertenecientes a una familia ilustre y de una noble tribu!" Y les dije: "Sabed, pues, que Otbah, hijo de Al-Hubab, está consumido por una pasión violenta. ¡Y vengo precisamente a rogaros que unáis vuestros esfuerzos a los míos para asegurar su dicha!" Contestaron: "¡De todo corazón amistoso!" Dije: "¡En este caso, tenéis que acompañarme a las tiendas de los Bani-Sulem para ver al jeique Al-Ghitrif, su jefe, a fin de pedirle en matrimonio a su hija Riya para vuestro primo Otbah, hijo de Al-Hubab!" Y todos contestaron con el oído y la obediencia. Entonces monté a caballo, y también Otbah; y la asamblea hizo lo mismo. Y pusimos a galope tendido nuestros caballos sin detenernos. Y de tal suerte conseguimos llegar a las tiendas de los jinetes del jeique Al-Ghitrif, a seis jornadas de Medina.
Cuando nos vió llegar el jeique Al-Ghitrif, salió a nuestro encuentro hasta la puerta de su tienda, y después de las zalemas, le dijimos: "Venimos a pedirte hospitalidad, ¡oh padre de los árabes!" El contestó: "Bienvenidos seáis a nuestras tiendas ¡oh nobles huéspedes!" Y así diciendo, al punto dió a sus esclavos las órdenes necesarias para recibirnos como era debido. Y los esclavos extendieron en honor nuestro esteras y alfombras, y mataron carneros y camellos para ofrecernos un espléndido festín...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 718ª NOCHE
Ella dijo:
". ..y mataron carneros y camellos para ofrecernos un espléndido festín. Pero cuando llegó el momento de sentarnos a tomar parte en el festín, nos negamos a ello; y en nombre de toda la asamblea, declaré yo al jeique Al-Ghitrif: "¡Por los merecimientos sagrados del pan y de la sal, y por la fe de los árabes, que no tocaremos ninguno de estos manjares mientras no hayas accedido a nuestra demanda!" Y dijo AlGhitrif: "¿Y cuál es vuestra demanda?" Contesté: "¡Venimos a solicitarte para el matrimonio de tu noble hija Riya con Otbah; hijo de Al-Hubab el Ansarita, hijo de Al-Mundhir, hijo de Al-Jamuh, el bravo, el bueno, el ilustre, el victorioso, el excelente!" Y cambiando repentinamente de color, el padre de Riya nos dijo inmediatamente con voz tranquila: "¡Oh hermanos árabes! dueña de su voluntad es la que me hacéis el honor de pedirme en matrimonio para el ilustre Otbah, hijo de Al-Hubab. Y no he de contrariar su voluntad. ¡Ella es, pues, quien tiene que hablar! ¡Y al mismo instante voy a buscarla para pedirle su opinión!" Y se levantó, alejándose de nosotros, muy pálido, llena de cólera la nariz y con una cara que por sí sola desmentía el sentido de sus palabras.
Se fué, pues, a su tienda en busca de su hija Riya, la cual, muy asustada por la expresión
de su rostro, le preguntó: "¡Oh padre mío! ¿por qué la cólera altera de modo tan violento la tranquilidad de tu alma?" Y se sentó él en silencio junto a su hija; y según supimos más tarde, acabó por decirle: "¡Has de saber ¡oh Riya, hija mía! que acabo de dar hospitalidad a unos Ansaritas que vinieron a mí con el fin de pedirte en matrimonio para uno de ellos!"
Ella dijo: "¡Oh padre! ¡la familia de los Ansaritas es una de las más ilustres entre los árboles! ¡Y has hecho bien en darles hospitalidad! Pero dime, ¿para cuál de ellos acaban de pedirme en matrimonio?" El contestó: "¡Para Otbah, hijo de Hubab!" Ella dijo: "¡Se trata de un joven conocido! ¡Y es digno de entrar en tu raza!" Pero exclamó él, lleno de furor: "¿Qué palabras acabas de pronunciar? ¿Es que has entablado relaciones con él? ¡Porque ¡por Alah! he jurado a mi hermano en otro tiempo que te concedería en matrimonio a su hijo, y ninguno, a no ser el hijo de tu tío, es digno de entrar en mi familia!" Ella dijo: "¡Oh padre! ¿y qué vas a responder a los Ansaritas? ¡Son árabes llenos de nobleza y muy susceptibles en todas las cuestiones de preeminencia y honor! Y si me niegas en matrimonio a uno de ellos, vas a atraer sobre ti y la tribu su rencor y el efecto de su venganza. ¡Porque se creerán menospreciados por ti y no te lo perdonarán!"
El dijo: "¡Verdad dices! Pero voy a disimular mi negativa pidiendo para ti una dote exorbitante. Porque dice el proverbio: "¡Si no quieres casar a tu hija, exagera tu petición de dote!"
Dejó, pues, a su hija y volvió a nuestro lado para decirnos: "La hija de la tribu ¡oh huéspedes míos! no se opone a vuestra petición de matrimonio; pero exige una dote que sea digna de sus méritos. ¿Quién de entre vosotros podrá darme el valor de esa perla incomparable?" A estas palabras, se adelantó Otbah y dijo: "¡Yo!" El jeique dijo: "¡Pues bien; mi hija pide mil brazaletes de oro rojo, cinco mil monedas de oro del cuño de Hajar, un collar de cinco mil perlas, mil piezas de tela de seda indiana, doce pares de botas de cuero amarillo, diez sacos de dátiles del Irak, mil cabezas de ganado, una yegua de la tribu de Anazi, cinco cajas de almizcle, cinco pomos de esencia de rosas y cinco cajas de ámbar gris!"
Y añadió, encarándose con Otbah: "¿Eres hombre que se preste a esta demanda?" Y contestó Otbah: "¿Lo dudas, oh ¡padre de los árabes!? ¡No solamente accedo a pagarte la dote pedida, sino que añadiré a ella algo más aún!"
Entonces yo me volví a Medina con mi amigo Otbah, y no sin muchos esfuerzos y trabajos, logramos reunir todas las cosas pedidas. Y gasté sin tasa mi dinero, con más gusto que si hubiese hecho para mí todas aquellas compras. Y regresamos a las tiendas de los Bani-Sulem con todas nuestras compras, y nos apresuramos a entregárselas al jeique Al-Ghitrif. Y sin poder ya retirarse de su palabra, el jeique se vió obligado a recibir a todos sus huéspedes los Ansaritas, que se reunieron para cumplimentarle por el matrimonio de su hija. Y comenzaron los festejos y duraron cuarenta días. Y degolláronse camellos y corderos en gran número, y se guisaron en calderas manjares de todas clases, de los que cada individuo de la tribu podía comer a su antojo.
Al cabo de aquel tiempo, preparamos un palanquín suntuoso que pusimos al lomo de un tronco de camellos, y en él colocamos a la recién casada. Y partimos todos en el límite de la alegría, seguidos por una caravana entera de camellos cargados con presentes. Y mi amigo Otbah estaba lleno de gozo en espera del día de la llegada, en que por fin se encontraría a solas con su bienamada. Y durante todo el viaje no la abandonaba un instante, y le hacía compañía en su palanquín, de donde no bajaba más que para favorecerme con una conversación de amistad, confianza y gratitud...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 719ª NOCHE
Ella dijo:
". ..Y durante todo el viaje no la abandonaba un instante, y le hacía compañía en su palanquín, de donde no bajaba más que para favorecerme con una conversación de amistad, confianza y gratitud. Y yo me regocijaba con toda el alma y me decía: "¡Hete aquí ¡oh Abdalah! convertido en amigo de Otbah, porque, olvidando tus propios sentimientos, supiste conmover su corazón uniéndole a Riya! ¡No dudes de que algún día será recompensado con creces tu sacrificio! ¡Y también tú disfrutarás del cariño de Otbah hasta el límite de lo deseable y exquisito!"
Estábamos a una jornada de marcha de Medina, cuando al anochecer nos detuvimos para descansar en un oasis. Y la paz era completa; y la luz de la luna reía ante la alegría de nuestro campamento; y por encima de nuestras cabezas, doce palmeras, que parecían doce jóvenes, acompañaban con los susurros de sus ramas la canción de la brisa nocturna. Y como los autores del mundo en días antiguos, disfrutábamos de la hora llena de quietud, de la frescura del agua, de la hierba espesa y de la dulzura del aire.
Pero ¡ay! no se puede escapar al destino, aunque se tengan alas para rehuirle. ¡Y mi amigo Otbah tenía que apurar hasta las heces la copa inevitable! En efecto, de improviso turbó nuestro reposo el ataque de unos jinetes armados que cayeron sobre nosotros lanzando gritos y aullidos. Eran jinetes de la tribu de los Bani-Sulem, enviados por el jeique Al-Ghitrif para que raptaran a su hija. Porque no se había atrevido a violar en sus tiendas las leyes de la hospitalidad, y había esperado a que nos alejáramos para hacer que nos atacaran de aquel modo sin faltar ya a las costumbres del desierto. Pero no contaba con el valor de Otbah y de nuestros jinetes, que resistieron con gran valor el ataque de los Bani-Sulem, y tras de matar gran número de ellos, acabaron por derrotarles. Pero en medio de la refriega, mi amigo Otbah recibió una lanzada, y cuando estuvo de vuelta en el campamento, cayó muerto en mis brazos.
Al ver aquello, la joven Riya lanzó un grito angustioso y se desplomó sobre el cuerpo de su amante. Y se pasó toda la noche lamentándose. Y cuando llegó la mañana, nos la encontramos muerta de desesperación. ¡Que Alah les tenga a ambos en Su Misericordia! Y cavamos para ellos una tumba en la arena, y les enterramos uno junto al otro. Y con el alma dolorida, regresamos a Medina. Y cuando terminé lo que tenía que terminar, me volví a mi país.
Pero siete años más tarde, me invadió el deseo de hacer otra peregrinación a los santos lugares. Y mi alma anheló ir a visitar la tumba de Otbah y de Riya. Y cuando llegué a la tumba, la vi sombreada por un árbol hermoso de especie desconocida, que habían plantado piadosamente los de la tribu de los Ansaritas. Y me senté en la piedra, a la sombra del árbol, llorando y con el alma entristecida. Y pregunté a los que me acompañaban: "¡Oh amigos míos! ¿cuál es el nombre de este árbol que llora conmigo la muerte de Otbah y de Riya?" Y me contestaron: "Se llama el Arbol de los Amantes". ¡Ah! ¡ojalá, oh Otbah! reposes en la paz de tu Señor, a la sombra del árbol que se lamenta encima de tu tumba!
EL DIVORCIO DE HIND
Cuentan que la joven Hind, hija de Al-Nemán, era la joven más bella entre las jóvenes de su tiempo, y sus ojos, su finura y sus encantos la hacían parecerse en todo a una gacela. Y he aquí que la fama de su belleza llegó a oídos de Al-Hajage, gobernador del Irak; y éste la pidió en matrimonio. Pero el padre de Hind no quiso concedérsela por menos de una dote de doscientos mil dracmas de plata, a pagar antes del matrimonio, con la condición de pagarle también, en caso de divorcio, otros doscientos mil dracmas. Y Al-Hajage aceptó todas las condiciones, y se llevó a Hind a su casa.
Pero Al-Hajage, para amargura y calamidad suyas, era impotente. Y había venido al mundo con un zib de lo más deforme y con el ano obstruído. Y como con aquella constitución no podía vivir el niño, el diablo se apareció bajo forma humana a la madre, y le previno que, si quería que viviese su hijo, tenía que darle de mamar, en vez de leche, sangre de dos cabritos negros, de un cabrón negro y de una serpiente negra. Y la madre siguió aquel consejo y obtuvo el efecto deseado. Sin embargo, la impotencia y la deformidad, que son dones de Satán y no de Alah el Generoso, continuaron siendo patrimonio del niño cuando se hizo hombre
.Así es que, cuando Al-Hajage se llevó a Hind a su casa, estuvo mucho tiempo sin atreverse a acercarse a ella más que de día y sin tocarla, a pesar de todo el deseo que tenía de hacerlo.
Y no tardó Hind en conocer el motivo de aquella abstinencia, y lo lamentó mucho con sus esclavas.
Y he aquí que un día fué a verla Al-Hajage, como de costumbre, para regocijarse los ojos con su belleza. Y estaba ella de espaldas a la puerta, distraída en mirarse al espejo, y cantando estos versos:
¡Hind, yegua de noble sangre árabe, hete aquí condenada a vivir con un miserable mulo!
¡Oh! ¡desembarazadme de estos ricos trajes de púrpura, y devolvedme mis ropas de pelo de camello!
¡Abandonaré este palacio odioso para volver a los lugares donde las tiendas negras de la tribu crujen al viento de mi desierto!
¡Allá donde la flauta y el céfiro se hablan con melodías a través de los agujeros de la tienda, melodías más dulces para mí que la música de laúdes y tambores!
Y donde los jóvenes de la tribu, criados con sangre de leones, son potentes y hermosos como leones!
¡Aquí, morirá Hind sin posteridad, al lado de un miserable mulo!
Cuando Al-Hajage oyó el canto en que Hind le comparaba con un mulo, salió de la habitación, lleno de desaliento, sin que su esposa advirtiese su presencia y su desaparición, y mandó al instante que buscaran al kadí Abdalah, hijo de Taher, para hacer pronunciar su divorcio. Y Abdalah se presentó a Hind, y le dijo: "¡Oh hija de Al-Nemán! ¡he aquí que Al-Hajage Abu-Mohammad te envía doscientos mil dracmas de plata, y al propio tiempo me encarga de llenar en nombre suyo las formalidades de su divorcio contigo!"
Y exclamó Hind: "¡Gracias a Alah, he aquí atendido mi ruego, y heme aquí en libertad para volverme con mi padre! ¡Oh hijo de Taher! no podías darme una noticia más agradable que la de que estoy libre de ese perro inoportuno. ¡Guárdate, pues, esos doscientos mil dracmas, como recompensa por la feliz noticia que me traes!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 720ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Guárdate, pues, esos doscientos mil dracmas, como recompensa por la feliz noticia que me traes!"
Entonces el califa Abd Al-Malek ben-Merwán, que había oído hablar de la incomparable belleza y del ingenio de Hind, la deseó, y envió a pedirla en matrimonio. Pero ella le contestó con una carta en que, después de las alabanzas a Alah y de las fórmulas de respeto, le decía: "¡Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que el perro ha manchado el vaso al tocarlo con el hocico para olerlo!"
Y cuando recibió esta carta, el califa se echó a reír a carcajadas, y al punto escribió esta respuesta: "¡Oh Hind! ¡si el perro manchó el vaso al tocarlo con el hocico, lo lavaremos siete veces, y con el uso que hagamos de él, lo purificaremos! "
Y al ver que el califa, a pesar de los obstáculos que ella le oponía, continuaba deseándola ardientemente, Hind no pudo por menos de inclinarse. Aceptó, pues, pero poniendo una condición, como se lo escribió en otra carta en que, después de las alabanzas y las fórmulas,
decía: "¡Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que no partiré más que con una condición: que Al-Hajage, con los pies descalzos, conduzca de la brida, durante todo este viaje, mi camello hasta tu palacio!"
Esta carta hizo reír al califa aún más que la primera. Y transmitió a Al-Hajage la orden de conducir de la brida el camello de Hind. Y no obstante todo su despecho, como Al-Hajage sabía bien que no podía hacer más que obedecer las órdenes del califa, fué con los pies descalzos hasta la morada de Hind, y cogió al camello por la brida. Y montó Hind en su litera, y durante todo el camino no dejó de divertirse con toda el alma a costa de su conductor. Y llamó a su nodriza, y le dijo: "¡Oh nodriza mía! descorre un poco las cortinas del palanquín!" Y la nodriza separó las cortinas, y sacó Hind la cabeza por la portezuela, y tiró a tierra un dinar de oro que fué a caer en medio del barro. Y se encaró con su antiguo esposo, y le dijo: "¡Oh canciller, devuélveme esa moneda de plata!" Y Al-Hajage recogió la moneda y se la entregó a Hind, diciéndole: "¡Es un dinar de oro y no una moneda de plata!" Y echándose a reír, exclamó Hind: "¡Loores a Alah, que hace convertirse la plata en oro, a pesar de la suciedad del barro!" Y Al-Hajage, al oír estas palabras, comprendió que aquello era una nueva burla de Hind para humillarle. Y se puso muy colorado de vergüenza y de cólera. ¡Pero bajó la cabeza y se vió obligado a ocultar su rencor contra Hind, convertida en esposa del califa!
Cuando Schehrazada hubo contado esta historia, se calló. Y le dijo el rey Schahriar: "Me gustan esas anécdotas, Schehrazada. Pero querría oír ahora una historia maravillosa. ¡Y si es que no sabes más, dímelo para que me entere!"
Y Schehrazada exclamó: "¿Y dónde hay una historia más maravillosa que la que precisamente voy a contar en seguida al rey, siempre que me lo permita?"
Y dijo Schahriar: "¡Te lo permito!"
HISTORIA MARAVILLOSA DEL ESPEJO DE LAS VIRGENES