LOS OCIOS ENCANTADORES DE LA ADOLESCENCIA DESOCUPADA EL MOZALBETE DE LA CABEZA DURA Y SU HERMANA LA DEL PIE PEQUEÑO
Se cuenta -pero Alah es más sabio- que en una ciudad entre las ciudades de un país entre los países, había un hombre honrado y sumiso a la voluntad del Altísimo, con una esposa excelente y temerosa del Todopoderoso, y- había tenido ella -gracias a la bendición- dos hijos, un niño y una niña. Y el muchacho había nacido con una cabeza voluntariosa y dura, y la niña con un alma dulce y unos piececitos deliciosos. Y cuando los dos niños eran ya mayorcitos murió su padre. Pero a la hora de la muerte llamó a su esposa y le dijo: "¡Oh hija del tío! te recomiendo muy particularmente que veles por nuestro hijo, pupila de nuestros ojos; que no le regañes, haga lo que haga; que no le contradigas nunca, diga lo que diga, y sobre todo, que le dejes hacer siempre lo que quiera en cualquier circunstancia de su vida (¡ojalá sea larga y próspera!) " Y cuando su esposa se lo prometió llorando, ya había muerto él dichoso y sin desear nada más.
Y la madre no dejó de cumplir la última recomendación de su difunto esposo. Y al cabo de cierto tiempo se acostó para morir (¡solo Alah es el eterno viviente!) y llamó a su hija, la hermana del muchacho, y le dijo: "¡Hija mía, has de saber que tu difunto padre (¡sea con él la misericordia del Clemente!) me hizo jurar, a su muerte, que jamás contrariaría los deseos de tu hermano! ¡Ahora júrame a tu vez, para que yo muera tranquila, que cumplirás esta recomendación!" Y la joven prestó el juramento a su madre, que murió contenta en la paz de su Señor.
Y he aquí que, en cuanto estuvo enterrada la madre, el mozalbete fué en busca de su hermana y le dijo: "Escucha, ¡oh hija de mi padre y de mi madre! Quiero, en esta hora y en este instante, reunir en casa todo lo que posee nuestra mano en muebles, cosechas, búfalos, cabras, y en una palabra, cuanto nos ha dejado nuestro padre, y quemar el continente con el contenido". Y la joven, llena de estupor, abrió sus grandes ojos, y exclamó, olvidando la recomendación: "¡Oh querido! pero, si haces eso, ¿qué va a ser de nosotros?" Y contestó él: "¡Ya verás!"
E hizo lo que había dicho. Amontonando todo en la casa, le prendió fuego. Y se convirtió en llamas todo, bienes y fondos. Y advirtiendo el mozalbete que su hermana había conseguido esconder en casa de los vecinos diferentes objetos para salvarlos del desastre, se dedicó a la busca de las tales cosas y dió con ellas siguiendo las huellas de los piececitos de su hermana. Y cuando las encontró, las prendió fuego a una tras de otra, continente y contenido. Pero los propietarios, mirándole con malos ojos, se armaron de horquillas y se pusieron en persecución del hermano y de la hermana, para matarlos. Y le dijo la joven, muriéndose de miedo: "¡Ya ves ¡oh hermano mío! lo que has hecho! ¡Pongámonos en salvo! ¡ah! ¡pongámonos en salvo!" Y emprendieron juntos la fuga, poniendo pies en polvorosa.
Y estuvieron corriendo un día y una noche, y de tal suerte lograron escapar de los que aspiraban a su muerte. Y llegaron a una hermosa propiedad en donde hacían la recolección unos labradores. Y para poder vivir ambos hermanos se ofrecieron a ayudar, y en vista de su buena cara, fueron admitidos.
Y he aquí que, días más tarde, estando el mozalbete solo en la casa con los tres hijos del amo, les hizo mil caricias para atraérselos, y les dijo: "¡Vamos a la era para jugar a que trillamos el grano!" Y cogidos de las manos se fueron los cuatro a la era consabida. Y para dar comienzo al juego, el mozalbete hizo primero de grano, y los niños se divirtieron trillándole, aunque sin hacerle daño, lo preciso para que el juego resultase más a lo vivo. Y les tocó a su vez convertirse en grano. E hicieron de grano. Y el mozalbete los trilló como si fuesen granos. Y los trilló tan bien, que les hizo papilla. Y murieron en la era. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
Pero, volviendo a la joven, hermana del mozalbete, es el caso que cuando notó la ausencia de su hermano pensó fundadamente que estaría cometiendo alguna acción destructora. Y se puso en busca suya, y acabó por encontrarle cuando acababa él de aplastar a los tres niños, hijos del propietario. Y al ver aquello, le dijo: "¡Pongámonos en salvo pronto!, ¡oh hermano mío! ¡pongámonos en salvo pronto! ¡Mira lo que has hecho! ¡Con lo bien que estábamos en esta propiedad!" Y cogiéndole de la mano, le obligó a emprender la fuga con ella. Y como la cosa entraba en sus proyectos, se dejó él arrastrar. Y partieron. Y cuando el padre de los niños regresó a la casa, y tras de buscar a sus hijos los halló hechos papillas en la era, y se enteró de la desaparición
del hermano y de la hermana, exclamó, encarándose con su gente: "¡Hay que echar a correr detrás de esos dos infames que han pagado nuestros beneficios y la hospitalidad matando a mis tres hijos!" Y se armaron de un modo terrible con flechas y estacas, y persiguieron al hermano y a la hermana, tomando los mismos senderos que ellos. Y a la caída de la noche llegaron a un árbol muy gordo y muy alto, al pie del cual se acostaron en espera del día.
Y he aquí que el hermano y la hermana se habían escondido precisamente en la copa de aquel árbol. Y al despertar por el alba, vieron al pie del árbol a todos los hombres que les perseguían, y que dormían aún. Y el mozalbete dijo a su hermana, mostrándole al amo, padre de los tres niños: "¿Ves a ese tan alto que está durmiendo? ¡Pues bien; voy a hacer mis necesidades sobre su cabeza!" Y la hermana, llena de terror, se dió un manotazo en la boca, y le dijo: "¡Estamos perdidos sin remedio! No hagas eso, ¡oh querido mío! ¡Todavía no saben que estamos escondidos encima de su cabeza, y si continúas tranquilo, se marcharán y nos veremos libres!" Pero dijo él: "¡No quiero!" Y añadió: "¡Tengo que hacer mis necesidades en la cabeza de ese hombre alto!" Y se acurrucó en la rama más alta, y se meó, y dejó caer sus excrementos en la cabeza y el rostro del amo, que hubo de quedar inundado.
¡Eso fué todo!
Y el hombre, al sentir aquellas cosas, se despertó sobresaltado, y divisó en la
copa del árbol al mozalbete, que se limpiaba tranquilamente con las hojas. Y en el límite extremo del furor, cogió su arco y disparó sus flechas al hermano y a la hermana. Pero como el árbol era muy alto, las flechas no les alcanzaban, enredándose en las ramas. Entonces despertó a sus gentes y les dijo: "¡Derribad ese árbol!" Y la joven al oír estas palabras, dijo a su hermano el mozalbete: "¡Ya lo ves! ¡Estamos perdidos!" El preguntó: "¿Quién te lo ha dicho?" Ella contestó: "¡Vaya un suplicio que nos harán sufrir a causa de lo que has hecho!" El dijo: "¡Todavía no estamos entre sus manos!"
Y en el mismo momento, un gran pájaro rokh, que los había visto pasar por allí, descendió sobre ellos y se los llevó a ambos en sus garras. Y emprendió el vuelo con ellos, en tanto que el árbol caía a impulso de los hachazos, y el amo, burlado, estallaba de rabia y de furor reconcentrados.
En cuanto al pájaro rokh, continuaba elevándose por los aires, con el hermano y la hermana en sus garras. Y ya se disponía a dejarlos en cualquier parte de tierra firme, para lo cual sólo tenía que atravesar un brazo de mar sobre el que se cernía, cuando el mozalbete dijo a su hermana, la joven: "¡Hermana mía, voy a hacer cosquillas en el trasero a este pájaro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 882ª NOCHE
Ella dijo:
... el mozalbete dijo a su hermana, la joven: "¡Hermana mía, voy a hacer cosquillas en el trasero a este pájaro!" Y la joven, con el corazón agitado de espanto, exclamó con temblorosa voz: "¡Oh! ¡por favor, querido, no hagas eso, no hagas eso! ¡Porque nos soltará, y nos caeremos!" El dijo: "¡Tengo muchas ganas de hacer cosquillas en el trasero a este pájaro!" Ella dijo: "¡Moriremos!" El dijo: "¡Lo haré! ¡Y va a ser así!" E hizo lo que había dicho. Y el pájaro cosquilleado se sobresaltó mucho, de tanto como le desagradó la cosa, y soltó su presa, que era el hermano y la hermana.
Y cayeron al mar. Y fueron a parar al fondo del mar, que era excesivamente profundo. Pero, como sabían nadar, pudieron salir a la superficie del agua y ganar la orilla.
Sin embargo, no veían nada y no distinguían nada, exactamente igual que si estuviesen en medio de una noche negra. Porque el país en que se hallaban era el país de las tinieblas.
Y el mozalbete, sin vacilar, buscó a tientas guijarros, y restregó dos, uno contra otro, hasta que salieron chispas. Y recogió leña en gran cantidad y con ella hizo un montón enorme, al que prendió fuego por medio de los dos guijarros. Y cuando ardió todo el montón, vieron claro. Pero, en el mismo momento, oyeron un espantoso mugido, como mil voces de búfalos salvajes reunidas en una sola. Y a la claridad de la hoguera, vieron avanzar hacia ellos, terrible, una ghula negra y gigantesca, que gritaba con sus fauces abiertas como un horno: "¿Quién es el temerario que enciende luz en el país que he consagrado a las tinieblas?"
Y a la hermana le dio aquello mucho miedo. Y con voz apagada, dijo a su hermano el mozalbete: "¡Oh hijo de mi padre y de mi madre! esta vez vamos a morir indudablemente. ¡Oh! ¡tengo miedo a esa ghula!" Y se acurrucó contra él, dispuesta a morir, y desmayada ya. Pero el muchacho, sin perder ni por un instante su presencia de ánimo, se irguió sobre ambos pies, hizo frente a la ghula, y una a una cogió las mayores brasas ardientes de la hoguera y empezó a lanzarlas con tino en la ancha boca abierta de la ghula. Y cuando de aquel modo hubo él arrojado la última brasa grande, la ghula estalló por la mitad. Y el sol alumbró de nuevo aquel país consagrado a las tinieblas. Porque, volviendo su gigantesco trasero contra el sol, la ghula le había impedido alumbrar aquella tierra. ¡Y he aquí lo referente al trasero de la ghula!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe al rey de aquella tierra! Cuando el rey que reinaba en el país hubo visto relucir el sol después de tantos años pasados en tinieblas negras, comprendió que la terrible ghula había muerto, y salió de su palacio, seguido de sus guardias, para ponerse en busca del valiente que había librado de la opresión y de la oscuridad al país. Y al llegar a orillas del mar, vió desde lejos el montón de leña que humeaba aún, y encaminó sus pasos por aquel lado. Y al ver avanzar toda aquella tropa armada con el rey que brillaba a su cabeza, la hermana se sintió poseída de un terror grande, y dijo a su hermano: "¡Oh hijo de mi padre y de mi madre, huyamos! ¡Ah! ¡huyamos!" Y preguntó él: "¿Por qué vamos a huir? ¿Y quién nos amenaza?" Ella dijo: "¡Por Alah sobre ti, vámonos antes de que nos den alcance esas gentes armadas que avanzan hacia nosotros!" Pero dijo él: "¡No quiero!"
Y ni se movió siquiera.
Y el rey llegó con su tropa a las proximidades de la hoguera humeante, y encontró a la ghula hecha mil pedazos. Y junto a ella vió una pequeña sandalia de muchacha. Era una sandalia que se le había salido de su piececito a la hermana cuando corría a refugiarse con su hermano detrás de un montículo, adonde había ido él a tenderse para descansar algo. Y el rey dijo a sus gentes: "¡Indudablemente es una sandalia de la que ha matado a la ghula y nos ha librado de la oscuridad! Buscad bien y la encontraréis". Y la joven oyó estas palabras, y se atrevió a salir detrás del montículo y a acercarse al rey. Y se arrojó a sus plantas, implorando la salvaguardia. Y el rey vió en el pie de ella la sandalia compañera de la que se había encontrado. Y levantó a la joven y la besó, y le dijo: "¡Oh joven bendita! ¿eres tú quien ha matado a esta terrible ghula?" Ella contestó: "Es mi hermano, ¡oh rey!" El preguntó: "¿Y dónde está ese valiente?"
Ella dijo: "¿No le harás daño nadie?" El dijo: "¡Al contrario!"
Entonces fué detrás de la roca y cogió de la mano al mozalbete, que se dejó hacer. Y le condujo ella a presencia del rey, que le dijo: "¡Oh jefe de los valientes y corona suya! te doy en matrimonio a mi única hija y tomo por esposa a esta joven del pie pequeño, cuya sandalia me he encontrado".
Y el muchacho dijo: "¡No hay inconveniente!"
Y vivieron todos en las delicias, contentos y prosperando.
Luego dijo Schehrazada:
LA PULSERA DE TOBILLO
Se dice, entre lo que se dice, que en una ciudad había tres hermanas, hijas del mismo padre, pero no de la misma madre, que vivían juntas hilando lino para ganarse la vida. Y las tres eran como lunas; pero la más pequeña era la más hermosa y la más dulce y la más encantadora y la más diestra de manos, pues ella sola hilaba más que sus dos hermanas reunidas, y lo que hilaba estaba mejor y sin defecto por lo general. Lo cual daba envidia a sus dos hermanas, que no eran de la misma madre.
Un día fué ella al zoco, y con el dinero que había ahorrado de la venta de su lino se compró un búcaro pequeño de alabastro, que era de su gusto, a fin de tenerlo delante con una flor dentro cuando hilara el lino. Pero no bien regresó a casa con su búcaro en la mano, sus dos hermanas se burlaron de ella y de su compra, tildándola de derrochadora y de extravagante. Y muy conmovida y muy avergonzada, no supo ella qué decir, y para consolarse cogió una rosa y la puso en el búcaro. Y se sentó ante su búcaro y ante su rosa y se puso a hilar su lino.
Y he aquí que el búcaro de alabastro que había comprado la joven hilandera era un búcaro mágico. Y cuando su dueña quería comer, él le proporcionaba manjares deliciosos, y cuando ella quería vestirse, él la satisfacía. Pero la joven, temerosa de que le tuviesen más envidia todavía sus hermanas, que no eran de la misma madre, se guardó bien de revelarles las virtudes de su búcaro de alabastro. Y en presencia de ellas aparentaba que vivía como ellas y vestía como ellas, y aún más modestamente. Pero cuando salían sus hermanas se encerraba completamente sola en su cuarto, ponía delante de ella su búcaro de alabastro, le acariciaba dulcemente, y le decía: "¡Oh bucarito mío! ¡oh bucarito mío! ¡hoy quiero tal y cuál cosa!" Y al punto el búcaro de alabastro le proporcionaba cuantas ropas hermosas y golosinas había pedido ella. Y a solas consigo misma, la joven se vestía con trajes de seda y oro, se adornaba con alhajas, se ponía sortijas en todos los dedos, pulseras en las muñecas y en los tobillos y comía golosinas deliciosas. Tras de lo cual el búcaro de alabastro hacía desaparecer todo. Y la joven lo cogía de nuevo, e iba a hilar su lino en presencia de sus hermanas, poniéndose delante el búcaro con su rosa. Y de tal suerte vivió cierto espacio de tiempo, pobre ante sus envidiosas hermanas y rica ante sí misma.
Un día, entre los días, el rey de la ciudad, con motivo de su cumpleaños, dió en su palacio grandes festejos, a los cuales fueron invitados todos los habitantes. Y las tres jóvenes también fueron invitadas. Y las dos hermanas mayores se ataviaron con lo mejor que tenían y dijeron a su hermana pequeña: "Tú te quedarás para guardar la casa". Pero, en cuanto se marcharon ellas, la joven fué a su cuarto, y dijo a su búcaro de alabastro: "¡Oh bucarito mío! esta noche quiero de ti un traje de seda verde, una veste de seda roja y un manto de seda blanca, todo de lo más rico y más bonito que tengas, y hermosas sortijas para mis dedos, y pulseras de turquesas para mis muñecas, y pulseras de diamantes para mis tobillos. Y dame también todo lo preciso para que yo sea la más bella en palacio esta tarde". Y tuvo cuanto había pedido. Y se atavió, y se presentó en el palacio del rey, y entró en el harén, donde había festejos aparte reservados para las mujeres. Y apareció como la luna en medio de las estrellas. Y no la reconoció radie, ni siquiera sus hermanas, de tanto como realzaba su belleza natural el esplendor de su indumentaria. Y todas las mujeres iban a extasiarse ante ella, y la miraban con ojos húmedos. Y ella recibía bus homenajes como una reina, con dulzura y amabilidad, de modo que conquistó todos los corazones y dejó entusiasmadas a todas las mujeres.
Pero cuando la fiesta tocaba a su fin, la joven, sin querer que sus hermanas regresasen a casa antes que ella, aprovechó el momento en que atraían toda la atención las cantarinas, para deslizarse fuera del harén y salir del palacio. Mas, en su precipitación por huir, dejó caer, al correr, una de las pulseras de diamantes de sus tobillos en la pila a ras de tierra que servía de abrevadero a los caballos del rey. Y no advirtió la pérdida de su pulsera de tobillo, y volvió a casa, donde llegó antes que sus hermanas.
Al día siguiente...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 883ª NOCHE
Ella dijo:
Al día siguiente los palafreneros llevaron a los caballos del hijo del rey a beber en el abrevadero; pero no quiso acercarse al abrevadero ninguno de los caballos del hijo del rey. Y todos juntos retrocedieron, asustados, con los nasales dilatados y resoplando con violencia. Porque habían visto algo que brillaba y lanzaba chispas en el fondo del agua. Y los palafreneros les hicieron acercarse de nuevo al agua, silbando con insistencia, aunque sin llegar a convencerles, pues los animales tiraban de la cuerda, encabritándose y dando vueltas. Entonces los palafreneros registraron el abrevadero, y descubrieron la pulsera de diamantes que había dejado caer de su tobillo la joven.
Cuando el hijo del rey, que según su costumbre, vigilaba cómo se cuidaba a los caballos, hubo examinado la pulsera de diamantes que acababan de entregarle los palafreneros, se maravilló de la finura del tobillo que debía oprimir, y pensó: "¡Por vida de mi cabeza, que no hay tobillo de mujer lo bastante fino para caber en una pulsera tan pequeña!" Y la dió vueltas en todos sentidos, y se encontró con que las piedras eran tan hermosas que la menor de entre ellas valdría por todas las gemas que adornaban la diadema de su padre el rey. Y se dijo: "¡Por Alah, que es preciso que tome yo por esposa a la propietaria de un tobillo tan encantador y dueña de esta pulsera!" Y en aquella hora y en aquel instante se fué a despertar a su padre el rey, y le enseñó la pulsera, diciéndole: "Quiero tomar por esposa a la propietaria de un tobillo tan encantador y dueña de esta pulsera". Y el rey le contestó: "¡Oh hijo mío! no hay inconveniente. Pero ese asunto incumbe a tu madre, y ella es a quien tienes que dirigirte. ¡Porque yo no entiendo de esas cosas, y ella entiende!"
Y el hijo del rey fué en busca de su madre, y enseñándole la pulsera y contándole la historia, le dijo: "Tú eres ¡ oh madre! quien puede casarme con la propietaria de un tobillo tan encantador, a la cual está unido mi corazón. ¡Porque mi padre me ha dicho que tú entendías de estas cosas, y que él no entendía". Y se irguió sobre ambos pies, y llamó a sus mujeres, y salió con ellas en busca de la dueña de la pulsera. Y recorrieron todas las casas de la ciudad, y entraron en todos los harenes, probando en el pie de todas las mujeres mayores y de todas las jóvenes la pulsera de tobillo. Pero todos los pies resultaron demasiado grandes para la estrechez del objeto. Y al cabo de quince días de pesquisas vanas y pruebas, llegaron a casa de las tres hermanas, y lanzó un estridente grito de alegría al comprobar que se ajustaba a maravilla al tobillo de la más pequeña.
Y la reina besó a la joven, y también la besaron las demás damas del séquito de la reina. Y la cogieron de la mano, y la condujeron a palacio, donde al punto quedó decidido su matrimonio con el hijo del rey. Y comenzaron las ceremonias de las bodas, que debían durar cuarenta días y cuarenta noches.
Y he aquí que el último día, después de ser conducida la joven al hammam, sus hermanas, a quienes se había llevado ella consigo, a fin de que compartiesen su alegría y se convirtieran en grandes damas de palacio, la vistieron y la peinaron. Y como, confiada en el afecto que le mostraban, les había revelado ella el secreto y las virtudes del búcaro de alabastro, no les fué difícil obtener del búcaro mágico todos los trajes, todos los atavíos y todas las alhajas que se necesitaban para adornar a la recién casada como nunca fué adornada hija de rey o de sultán. Y cuando acabaron de peinarla le clavaron en sus hermosos cabellos grandes alfileres de diamantes a manera de airón.
Y he aquí que, apenas quedó clavado el últilmo alfiler, la joven desposada se metamorfoseó repentinamente en tórtola con un pequeño moño en la cabeza. Y salió volando muy de prisa por la ventana del palacio.
Porque los alfileres que sus hermanas le habían clavado en los cabellos eran alfileres mágicos, dotados del poder de transformar a las jóvenes en tórtolas, y la envidia que sentían ambas hermanas les había impulsado a pedir esos alfileres al búcaro de alabastro.
Y las dos hermanas, que en aquel momento se encontraban solas con su hermana pequeña, se guardaron mucho de contar la verdad al hijo del rey. Y se limitaron a decirle que su hermana había salido un momento y que no había vuelto. Y el hijo del rey, viendo que no aparecía, mandó hacer pesquisas por toda la ciudad y todo el reino. Pero las pesquisas no dieron resultado. Y la desaparición de la joven le sumió en la consunción y la amargura. ¡Y he aquí lo referente al desolado hijo del rey, consumido de amor!
En cuanto a la tórtola, todas las mañanas y todas las tardes iba a posarse en la ventana de su joven esposo, y arrullaba con voz melancólica durante mucho rato, ¡mucho rato! Y al hijo del rey le parecía que aquel arrullo respondía a su propia tristeza; y le tomó gran cariño. Y un día, al ver que ella no se asustaba aunque se acercase él, tendió la mano y la atrapó. Y la tórtola se echó a temblar entre sus manos y empezó a dar sacudidas, sin dejar de arrullar tristemente. Y él se puso a acariciarla con delicadeza, alisándole las plumas y rascándole la cabeza. Y he aquí que, al rascarle la cabeza, sintió bajo sus dedos unos pequeños objetos duros corno cabezas de alfiler. Y los extrajo del moño delicadamente, uno tras otro. Y cuando él le hubo sacado el último alfiler, la tórtola dió una sacudida y de nuevo se tornó en joven.
Y ambos vivieron entre delicias, contentos y prosperando. Y las dos malas hermanas se murieron de envidia y de una reconcentración de sangre. Y Alah otorgó a los amantes numerosos hijos, tan hermosos como sus padres.
Y aquella noche aún dijo Schehrazada:
HISTORIA DEL MACHO CABRIO Y DE LA HIJA DEL REY
Se cuenta, entre lo que se cuenta, que en una ciudad de la India había un sultán a quien Alah, que es grande y generoso, había hecho padre de tresprincesas como lunas, perfectas en todos sentidos y deliciosas para la mirada del espectador. Y su padre el sultán, que las amaba en extremo, quiso, en cuanto fueron púberes, buscarles esposos que fuesen capaces de estimarlas en su valor y de hacer su dicha. Y a tal fin llamó a su esposa la reina, y le dijo: "He aquí que nuestras tres hijas, las bienamadas de su padre, han llegado a la nubilidad, y cuando el árbol está en su primavera, conviene, para que no se pierda, que tenga flores anunciadoras de hermosos frutos. Por eso es preciso que busquemos a nuestras hijas esposos que las hagan dichosas". Y dijo la reina. "La idea es excelente".
Y tras de haber deliberado entre sí acerca de los medios mejores de conseguir su objeto, resolvieron hacer anunciar por los pregoneros públicos, en toda la extensión del reino, que las tres princesas estaban en edad de casarse, y que todos los hijos de emires y de grandes señores, amén de los simples particulares y de los hombres del pueblo, debían presentarse bajo las ventanas del palacio en un día fijo. Porque la reina había dicho a su esposo: "La dicha en el matrimonio no depende ni de la riqueza ni del nacimiento, sino sólo del designio del Todopoderoso. Lo mejor es, pues, dejar que el Destino elija por sí mismo a los esposos de nuestras hijas.
Y cuando llegue el día de elegirlos, no tendrán ellas más que tirar su pañuelo por la ventana sobre la muchedumbre de pretendientes. Y aquellos sobre quienes caigan los tres pañuelos serán los esposos de nuestras tres hijas". Y el sultán hubo de responder: "La idea es excelente". Y así se hizo.
De modo que cuando llegó el día fijado por los pregoneros públicos, y se llenó con la muchedumbre de pretendientes el meidán que se extendía al pie del palacio, abrióse la ventana, y la hija mayor del rey apareció, como la luna, la primera con su pañuelo en la mano. Y tiró el pañuelo al aire. Y se lo llevó el viento y lo hizo caer sobre la cabeza de un joven emir, brillante y hermoso.
Luego apareció, como la luna, en la ventana la segunda hija del rey, y tiró su pañuelo, que fué a caer sobre la cabeza de un joven príncipe tan hermoso y tan
encantador como el primero.
Y la tercera hija del sultán arrojó su pañuelo a la muchedumbre. Y el pañuelo se agitó un instante, se inmovilizó un instante, y cayó para ir a engancharse en los cuernos de un macho cabrío que se hallaba entre los pretendientes. Pero el sultán, aunque había prometido solemnemente su hija a cualquier espectador sobre quien cayera el pañuelo, tuvo por nula la experiencia, y la hizo repetir. Y la joven princesa arrojó de nuevo al aire su pañuelo, que, tras de vacilar entre dos aires, por encima del meidán, cayó con rapidez y en línea recta sobre los cuernos del mismo macho cabrío. Y el sultán, en el límite de la contrariedad dió por nula esta segunda elección de la suerte, e hizo repetir la prueba a su hija. Y por tercera vez el pañuelo voltejeó algún tiempo en el aire, y fué a posarse precisamente en la cabeza cornuda del macho cabrío...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 884ª NOCHE
Ella dijo:
...Y por tercera vez el pañuelo voltejeó algún tiempo en el aire, y fué a posarse precisamente en la cabeza cornuda del macho cabrío. Al ver aquello, el despecho del sultán, padre de la joven, llegó a sus límites extremos, y exclamó él: "¡No, por Alah, prefiero verla envejecer virgen en mi palacio a verla convertida en esposa de un macho cabrío inmundo!" Pero, a estas palabras de su padre, la joven se echó a llorar; y corrían por sus mejillas numerosas lágrimas y acabó por decir entre dos sollozos: "Ya que ése es mi Destino, ¡oh padre! ¿Por qué quieres impedir que se cumpla? ¿Por qué interponerte entre mi suerte y yo? ¿No sabes que cada criatura lleva atado al cuello su Destino? Y si el mío va atado a ese macho cabrío, ¿por qué impedirme que sea su esposa?" Y por otra parte, sus dos hermanas, que en secreto tenían mucha envidia de ella porque era la más joven y la más bonita, unieron sus protestas a las suyas, pues la realización de aquel matrimonio con el macho cabrío las vengaba hasta más allá de sus deseos. Y tanto y tanto porfiaron entre las tres, que su padre el sultán acabó por dar su consentimiento para un matrimonio tan extraño y tan extraordinario.
Y al punto se dió orden para que se celebrasen las bodas de las tres princesas con toda la pompa deseable y con arreglo al ceremonial de rigor. Y toda la ciudad estuvo iluminada y empavesada durante cuarenta días y cuarenta noches, en el transcurso de los cuales se dieron grandes festejos y magníficos festines, con danzas, cantos y conciertos de instrumentos. Y no cesó de reinar la alegría en todos los corazones, y hubiera sido completa si cada uno de los invitados no estuviesen un poco preocupados por los resultados de semejante unión entre una princesa virgen y un macho cabrío cuya apariencia era la de un macho cabrío terrible entre todos los machos cabríos. Y durante aquellos días preparatorios de la noche nupcial, el sultán y su esposa, así como las mujeres de los visires y de los dignatarios fatigaron su lengua en querer disuadir, a la joven de la consumación de su matrimonio con aquel animal de olor repugnante, de ojos encendidos y de herramienta espantosa. Pero ella contestaba siempre a todos y a todas con estas palabras: "Cada cual lleva colgado al cuello su Destino y si el mío es ser esposa del macho cabrío, nadie podrá oponerse a ello".
Y he aquí que, cuando llegó la noche de la consumación, se condujo a la princesa, con sus hermanas, al hammam. Tras de lo cual las arreglaron, adornaron y peinaron. Y cada cual fué conducida a la cámara nupcial que le tenía escrito el Destino. ¡Y sucedió lo que sucedió, en cuanto a las dos hermanas mayores!
¡Pero he aquí lo que le aconteció a la princesita con su marido el macho cabrío! No bien el macho cabrío fué introducido en el cuarto de la joven y se cerró la puerta tras ellos, el macho cabrío besó la tierra entre las manos de su esposa, y dando una sacudida repentina, arrojó su piel de macho cabrío y se tornó en un joven tan hermoso como el ángel Harut. Y se acercó a la joven, y la besó entre ambos ojos, luego en el mentón, luego en el cuello, luego en todas partes, y le dijo: "¡Oh vida de las almas! no intentes saber quién soy. Bástate saber que soy más poderoso y más rico que tu padre el sultán y que todos los hijos del tío que tienen por esposos tus hermanas. Mucho tiempo hace que en mi corazón se albergaba tu amor, y hasta ahora no pude llegar hasta ti. ¡Y si me encuentras de tu gusto y quieres conservarme, no tienes más que hacerme una promesa!" Y la princesa, que encontraba al hermoso joven muy de su conveniencia y absolutamente de su gusto, contestó: "¿Y cuál es la promesa que tengo que hacerte?.
¡ Dila, y me someteré a ella, aunque sea muy difícil de cumplir, por el amor de tus ojos!" El dijo: "La cosa es sencilla, ¡ya setti! Unicamente pido que me prometas no revelar a nadie nunca el poder que poseo de transformarme a mi antojo. Porque si alguien un día sospechase solamente que soy macho cabrío a la vez que ser humano, yo desaparecería al instante, y te sería difícil encontrar mis huellas". Y la joven le prometió la cosa con todo género de seguridades, y añadió: "¡Prefiero morir a perder un esposo tan hermoso como tú!"
Entonces, sin tener ya motivos fundados para desconfiar uno de otro, se dejaron llevar de su inclinación natural. Y se amaron con un amor grande, y se pasaron aquella noche, noche de bendición, labios sobre labios y piernas sobre piernas, entre delicias puras y trueques encantadores. Y no cesaron en sus escarceos y empresas hasta que nació la mañana. Y el joven abandonó entonces las blancuras de la joven, y recobró su forma prístina de macho cabrío barbudo, con cuernos, pezuñas hendidas, mercancías enormes y todo lo consiguiente. Y de cuanto había tenido lugar no quedó nada, a no ser algunas manchas de sangre en la toalla de honor.
Y he aquí que, cuando la madre de la princesa entró por la mañana, como es costumbre, a saber noticias de su hija y a examinar con sus propios ojos la toalla de honor, llegó al límite del asombro al observar que el honor de la joven estaba de manifiesto en la toalla, y que la cosa era indudable. Y vió que su hija estaba lozana y contenta, y que a sus pies, en la alfombra, estaba sentado el macho cabrío rumiando discretamente. Y al ver aquello, corrió en busca de su esposo el sultán, padre de la princesa, que vió lo que vió, y no quedó menos estupefacto que su esposa. Dijo a su hija: "¡Oh hija mía! ¿es verdad eso?" Ella contestó: "¡Es verdad, padre mío!" El preguntó: "¿Y no te has muerto de vergüenza y de dolor?" Ella contestó: "¡Por Alah! ¿para qué iba a morirme, siendo mi esposo tan diligente y tan encantador?" Y la madre de la princesa preguntó: "¿Por lo visto no tienes motivo de queja?" Ella dijo: "¡Ni por asomo!" Entonces dijo el sultán: "Si no tiene motivo de queja de su esposo, es porque es feliz con él. ¿Y qué más podemos desear para nuestra hija?" Y la dejaron vivir en paz con su esposo el macho cabrío.
Al cabo de cierto tiempo, con motivo de su cumpleaños, organizó el rey un gran torneo en la plaza del meidán, debajo de las ventanas de palacio. E invitó para aquel torneo a todos los dignatarios de su palacio, así como a los dos esposos de sus hijas. En cuanto al macho cabrío, no le invitó por no exponerse a la burla de los espectadores.
Y comenzó el torneo.
Y sobre sus corceles devoradores del aire, los caballeros justaron con grandes gritos, lanzando sus djerids. Y entre todos se distinguieron los dos esposos de las princesas. Y ya les aclamaba con entusiasmo la muchedumbre de espectadores, cuando entró en el meidán un soberbio caballero que sólo con su aspecto hacía fruncir la frente de los guerreros. Y provocó a justa, uno tras de otro, a los emires vencedores, y al primer disparo de su djerid los demontó. Y fué aclamado por la muchedumbre como héroe de la jornada.
Así es que cuando el joven jinete pasó bajo las ventanas de palacio saludando al rey con su djerid, como es costumbre, las dos princesas lanzáronle miradas cargadas de odio. Pero la más joven, aunque reconoció en él a su propio esposo, no dejó traslucir nada en su rostro para no traicionar su secreto; pero se quitó una rosa de sus cabellos y se la arrojó. Y el rey, la reina y sus hermanas lo vieron, y se disgustaron mucho.
Y al segundo día hubo de celebrarse en el meidán otra justa. Y de nuevo fué héroe de la jornada el hermoso joven desconocido. Y cuando pasaba por debajo de las ventanas de palacio, la más joven de las princesas le arrojó ostensiblemente un jazmín que se había quitado de los cabellos. Y el rey y la reina y las dos hermanas, lo vieron y se molestaron en extremo. Y el rey dijo para sí: "¡Ahora resulta que esta hija desvergonzada declara públicamente sus sentimientos a un extraño, no contenta con habernos hecho ver negro el mundo desde que se casó con el macho cabrío de perdición!" Y la reina le lanzó miradas atravesadas. Y sus dos hermanas se sacudieron las vestiduras con horror, mirándola.
Y al tercer día, cuando el vencedor de la última justa, que era el mismo hermoso caballero, pasó bajo las ventanas de palacio, la joven princesa, esposa del macho cabrío, se quitó de los cabellos, para arrojársela, una flor de tamarindo. Porque no había podido contenerse al ver tan espléndido a su esposo.
Cuando observaron aquello, la cólera del sultán y la indignación de la sultana y el furor de las dos hermanas estallaron con violencia. Y al sultán se le pusieron encarnados los ojos, y le temblaron las orejas, y se le estremecieron las narices. Y cogió por los cabellos a su hija y quiso matarla y hacer desaparecer sus huellas. Y le gritó: "¡Ah, maldita desvergonzada! no contenta con hacer entrar en mi linaje a un macho cabrío, he aquí ahora que provocas públicamente a los extraños y atraes sobre ti sus deseos. ¡Muere, pues, y líbranos de tu ignominia!" Y se dispuso a aplastarle la cabeza contra las baldosas de mármol. Y la pobre, princesa, llena de espanto al ver la muerte ante sus ojos, no pudo por menos -que tan preciada y cara es la propia alma- de exclamar: "¡Voy a decir la verdad! ¡Perdonadme, que voy a decir la verdad!" Y sin tomar aliento, contó a su padre, a su madre y a sus hermanas lo que le había sucedido con el macho cabrío, y quién era el macho cabrío, y cómo el macho cabrío era macho cabrío a la vez que ser humano. Y les dijo que era su propio esposo el hermoso caballero vencedor en las justas.
¡Eso fué todo!
Y el sultán y la esposa del sultán, y las dos hijas del sultán, hermanas de la princesita, se mostraron prodigiosamente asombrados y se maravillaron del Destino de la joven. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
Pero, volviendo al macho cabrío, el caso es que desapareció. Y ya no hubo ni macho cabrío, ni joven hermoso, ni olor de macho cabrío, ni vestigio de joven. Y la princesita, tras de esperar en vano varios días y varias noches, comprendió que no volvería él a aparecer; y quedó triste, doliente, sollozante y sin esperanza ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 885ª NOCHE
Ella dijo:
... Pero, volviendo al macho cabrío, el caso es que desapareció. Y ya no hubo ni macho cabrío, ni joven hermoso, ni olor de macho cabrío, ni vestigio de joven. Y la princesa, tras de esperar en vano varios días y varias noches, comprendió que no volvería él a aparecer; y quedó triste, doliente, sollozante y sin esperanza.
Y vivió de tal suerte durante algún tiempo, entre lágrimas continuas y presa de la consunción, rehusando todo consuelo y toda distracción. Y contestaba a cuantos trataban de hacerle olvidar su desdicha: "Es inútil; soy la más infortunada entre las criaturas, y moriré de pena indudablemente".
Pero, antes de morir, quiso saber por sí misma si en toda la extensión de la tierra de Alah existía una mujer tan abandonada de la suerte y tan desgraciada como ella. Y primero decidió viajar e interrogar a todas las mujeres de las ciudades por donde pasara. Luego abandonó aquella primera idea para hacer construir, sin reparar en gastos, un hamman espléndido que no tenía igual en todo el reino de la India. E hizo que los pregoneros públicos anunciasen por todo el Imperio que la entrada al hamman sería gratuita para todas las mujeres que quisieran ir a bañarse allí, pero a condición de que cada favorecida contase a la hija del rey, para distraerla, la desdicha mayor o la mayor tristeza que hubiera afligido su vida. En cuanto a las que
no tuviesen nada que contar a este respecto, no tenían permiso para entrar en el hanunam.
Así es que no tardaron en afluir al hamman de la princesa todas las afligidas del reino, todas las abandonadas de la suerte, las desgraciadas de todos los colores, las miserables de todas las especies, las viudas y las divorciadas, y cuantas, de una manera o de otra, fueron heridas por las vicisitudes del tiempo, y las traiciones de la vida. Y cada una, antes de bañarse, contaba a la hija del rey lo que había experimentado de más entristecedor en su vida. Las hubo que contaron el número de golpes con que las gratificaban sus esposos, y las hubo que vertieron lágrimas al hacer el relato de su viudez, en tanto que otras manifestaban su amargura por ver que sus esposos daban preferencia sobre ellas a cualquier rival horrible y vieja o cualquier negra de labios de camello, y hasta las hubo que tuvieron palabras conmovedoras para hacer el relato de la muerte de un hijo único o de un marido muy amado. Y de tal suerte transcurrió en el hammam un año entre historias negras y lamentaciones. Pero la princesa no dió con una mujer, entre los millares que había visto, cuya desdicha pudiese compararse con la suya en intensidad y en profundidad. Y cada vez sumíase más en la tristeza y en la desesperación.
Y he aquí que un día entró en el hamman una pobre vieja, temblorosa ya bajo el soplo de la muerte, que se apoyaba en un báculo para andar. Y se acercó a la hija del rey, y le besó la mano, y le dijo: "Por lo que a mí respecta, ¡ya setti! mis desdichas son más numerosas que mis años, y antes de acabar de contártelas se me secaría la lengua. Por eso no te diré más que la última desgracia que me ha ocurrido, y que, por cierto, es la mayor de todas, pues es la única cuyo sentido y motivo no comprendí. Y esa desgracia me aconteció ayer precisamente durante el día. ¡Y si estoy temblando tanto delante de ti, ¡ya setti! es por haber visto lo que he visto! Escucha:
"Has de saber, ¡ya setti! que por toda hacienda no poseo más que esta única camisa de cotonada azul que ves sobre mí. Y como necesitaba lavarla, a fin de que me fuese posible presentarme de una manera conveniente ,en el hamman de tu generosidad, me decidí a ir a la orilla del río, a un lugar solitario donde pudiese desnudarme sin ser vista y lavar mi camisa.”
"Y la cosa se hizo sin contratiempos, y ya había lavado mi camisa y la había tendido al sol en los guijarros, cuando vi avanzar en dirección mía una mula sin mulero que iba con dos odres llenos de agua. Y creyendo que el mulero llegaría en seguida, me apresuré a ponerme mi camisa, que sólo estaba seca a medias, y dejé pasar a la mula. Pero como no veía ni mulero ni sombra de mulero, sentí gran perplejidad al pensar en aquella mula sin dueño que marchaba por la ribera meneando la cabeza, segura del camino y de la dirección que llevaba. E impulsada por la curiosidad, me erguí sobre ambos pies y la seguí de lejos. Y pronto llegó ante un montículo, no muy separado de la orilla del agua, y se detuvo, golpeando la tierra con un casco. Y por tres veces golpeó así la tierra con el casco de su pata derecha y al tercer golpe se entreabrió el montículo y la mula descendió al interior por una pendiente suave. Y a pesar de mi sorpresa extremada, no pude impedir a mi alma seguir a aquella mula. Y entré en el subterráneo detrás de ella.
"Y no tardé en llegar de tal suerte a una cocina grande que, sin duda alguna, debía ser la cocina de algún palacio de debajo de tierra. Y vi hermosas marmitas alineadas por orden en los fogones, cantando y esparciendo un tufillo de primer orden que dilató los abanicos de mi corazón y vivificó las membranas de mis narices.
Y se me despertó un gran apetito, y mi alma anheló ardientemente probar aquella cocina excelente. Y no pude resistir a las solicitudes de mi alma. Y como no veía cocinero, ni pinche ni nadie a quien pedir algo por Alah, me acerqué a la marmita que exhalaba más exquisito olor, y levanté la tapa. Y me envolvió una gran nube aromática, y desde el fondo de la marmita me gritó de repente una voz: "¡Eh! ¡eh! ¡que esto es para nuestra señora! ¡No lo toques, o morirás!" Y yo, poseída de espanto, dejé caer la tapa sobre la marmita y salí de la cocina a escape. Y llegué a una segunda sala un poco más pequeña, en la que estaban alineados en bandejas pasteles de buena calidad, y tortas que olían bien, y una porción de cosas de primer orden buenas de comer. Y sin poder resistir a las solicitaciones de mi alma, tendí la mano hacia una de las bandejas y cogí una torta húmeda y tibia todavía. Y he aquí que recibí en la mano un cachete que me hizo soltar la torta; y de en medio de la bandeja salió una voz que me gritó: "¡Eh! ¡eh¡ ¡que esto es para nuestra señora! , ¡No lo toques, o morirás!" Y mi susto llegó a sus límites extremos, y corrí en línea recta, temblándome mis viejas piernas que me fallaban. Y después de cruzar galerías y galerías, me vi de pronto en una gran sala abovedada, de una belleza y una riqueza que nada tenían que envidiar a los palacios de los reyes, sino al contrario. Y en medio de aquella sala había un gran estanque de agua viva. Y alrededor de aquel estanque había cuarenta tronos, uno de los cuales era más alto y más espléndido que los demás.”
"Y no vi a nadie en aquella sala, que sólo estaba habitada por la frescura y la armonía. Y llevaba allí un rato admirando toda aquella hermosura, cuando, en medio del silencio, hirió mis oídos un ruido semejante al que hacen esas pezuñas de un rebaño de cabras al andar por las piedras. Y sin saber de qué podía tratarse, me apresuré a esconderme debajo de un diván que estaba apoyado en la pared, de modo que pudiese mirar sin ser vista. Y el ruido de las pezuñas golpeando el suelo se acercó a la sala, y en seguida vi entrar cuarenta machos cabríos de barbas largas. Y el último iba montado en el penúltimo. Y todos fueron a colocarse en buen orden, cada cual ante un trono, alrededor del estanque. Y el que cabalgaba en su compañero se apeó del lomo de su cabalgadura y fué a colocarse ante el trono principal. Luego todos los demás machos cabríos se inclinaron ante él, dando con la cabeza en el suelo, y así permanecieron un momento sin moverse. Después se levantaron todos a una, y al mismo tiempo que su jefe, dieron tres sacudidas. Y en el mismo instante cayeron sus pieles de machos cabríos. Y vi a cuarenta jóvenes como lunas, el más hermoso de los cuales era el jefe. Y descendieron al estanque, con su jefe a la cabeza, y se bañaron en el agua. Y salieron de ella con unos cuerpos como el jazmín, que bendecían a su Creador. Y fueron a sentarse en sus tronos, completamente desnudos en su hermosura.”
"Y mientras contemplaba al joven sentado en el trono grande y me maravillaba a su vista en mi corazón, vi de pronto gotear de sus ojos gruesas lágrimas. Y también caían lágrimas, aunque menos numerosas, de los ojos de los demás jóvenes. Y todos empezaron a suspirar, diciendo: "¡Oh señora nuestra! ¡oh señora nuestra!" Y su joven jefe suspiraba: "¡Oh soberana de la gracia y de la belleza!" Luego oí gemidos que salían de la tierra, bajaban de la bóveda; partían de los muros, de las puertas y de todos los muebles, repitiendo con acento de pena y de dolor estas mismas palabras: "¡Oh señora nuestra! ¡oh soberana de la gracia y de la belleza!"
"Y cuando hubieron llorado y suspirado y gemido durante una hora, el joven se levantó y dijo: "¿Cuándo vas a venir? ¡Yo no puedo salir! ¡Oh soberana mía! ¿cuándo vas a venir, ya que yo no puedo salir?" Y bajó de su trono, y volvió a entrar en su piel de macho cabrío. Y todos bajaron de sus tronos igualmente, y volvieron a entrar en sus pieles de machos cabríos. Y se fueron como habían venido.”
"Y cuando dejé de oír en el suelo el ruido de sus pezuñas, me levanté de mi escondite, y también me marché como había venido. Y no pude respirar a mis anchas hasta que me vi fuera del subterráneo.”
"Y tal es mi historia, ¡oh princesa! Y constituye la mayor desdicha de mi vida. Porque no solamente me fué imposible satisfacer mi deseo en las marmitas y las bandejas, sino que no comprendí nada de cuanto de prodigioso vi en aquel subterráneo. ¡Y eso es precisamente la mayor desdicha de mi vida!"
Cuando la vieja hubo terminado de tal suerte su relato, la hija del rey, que la había escuchado con el corazón palpitante, no dudó ya de que fuese su bienamado el macho cabrío que cabalgaba, y creyó morirse de emoción. Y cuando por fin pudo hablar, dijo a la vieja: "¡Oh madre mía! Alah el Misericordioso te ha conducido aquí sólo para que tu vejez sea feliz por mediación mía. Porque en adelante serás para mí una madre, y cuanto posee mi mano estará en tu mano. Pero si en algo estimas los beneficios de Alah sobre tu cabeza, por favor levántate ahora mismo y condúceme al paraje donde has visto entrar a la mula con los dos odres. ¡Y no te pido que vengas conmigo, sino que me indiques el paraje solamente!" Y la vieja contestó con el oído y la obediencia. Y cuando se alzó la luna sobre la terraza del hammam, salieron ambas y fueron a la orilla del río.
Y en seguida vieron a la mula, que iba en dirección suya, cargada con sus dos odres llenos de agua. Y la siguieron de lejos, y la vieron llamar con el casco al pie del montículo, y adentrarse en el subterráneo abierto delante de ella. Y la hija del rey dijo a la vieja: "Espérame aquí". Pero la vieja no quiso dejarla entrar sola, y la siguió, no obstante su emoción.
Y entraron en el subterráneo y llegaron a la cocina. Y de todas las hermosas marmitas rojas alineadas por orden en los hornillos, y que cantaban con armonía, se exhalaban tufillos de primer orden que dilataban los abanicos del corazón, vivificaban las membranas de las narices y disipaban las preocupaciones de las almas en pena. Y a su paso se alzaban por sí mismas las tapas de las marmitas, y salían de ellas voces alegres que decían: "¡Bien venida sea nuestra señora! ¡bien venida!" Y en la segunda sala estaban alineadas las bandejas que contenían pasteles excelentes, y tortas ahuecadas, y otras cosas buenas y tiernas que halagaban la vista del espectador. Y de todas las bandejas, y del fondo de las artesas que contenían el pan reciente, exclamaban voces dichosas a su paso: "¡Bien venida! ¡bien venida!" Y el aire mismo parecía agitado en torno de ellas por estremecimientos de dicha y resonaba con exclamaciones de júbilo.
Y la vieja, que veía y oía todo aquello, dijo a la hija del rey, mostrándole la entrada de las galerías que conducían a la sala abovedada: "¡Oh mi señora! por ahí es por donde tienes que entrar. En cuanto a mí, aquí te espero, pues el sitio de las servidoras es la cocina, y no las salas del trono".
Y la princesa, cruzando las galerías, penetró sola en la sala grande que le había descrito la vieja, mientras a su paso las alegres voces hacían oír conciertos de bienvenida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 886ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y la princesa, cruzando las galerías, penetró en la sala grande que le había descripto la vieja, mientras a su paso las alegres voces hacían oír conciertos de bienvenida. Y lejos de esconderse debajo del diván, como lo había hecho la vieja, fué a sentarse en el trono grande que se elevaba en el sitio de honor, al borde del estanque. Y por toda precaución se echó sobre el rostro su velillo.
Apenas habíase instalado de tal modo, como una reina en su trono, se oyó un ruido muy tenue, no de pezuñas golpeando el suelo, sino de pasos ligeros que anunciaban a quien los daba. Y entró el joven, como un diamante.
Y ocurrió lo que ocurrió.
Y en el corazón de ambos enamorados sucedió la alegría a los tormentos. Y se unieron como el amante se une a su amante, en tanto que desde la bóveda y desde los muros y desde todos los rincones del aposento se dejaba oír la armonía de los cánticos y se elevaban las voces de los servidores en honor de la hija del sultán.
Y después de algún tiempo pasado allí por los amantes entre delicias y placeres encantadores, regresaron al palacio del sultán, donde fué acogida su llegada con entusiasmo, igual por parientes que por grandes y chicos, en medio de regocijos y de cánticos, mientras todos los habitantes empavesaban la ciudad.
Y desde entonces vivieron contentos y prosperando. ¡Pero Alah es el más grande!
Y sin sentirse fatigada aquella noche, Schehrazada dijo todavía:
HISTORIA DEL HIJO DE REY CON LA TORTUGA GIGANTESCA
Se cuenta, entre lo que se cuenta, que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del momento, había un poderoso sultán a quien el Retribuidor había concedido tres hijos. Y estos tres hijos, que eran varones indomables y heroicos guerreros, se llamaban: el mayor, Schater-Alí (principe Alí); el segundo, Schater-Hossein, y el más pequeño, Schater-Mohammad. Y el tal pequeño era con mucho el más hermoso, el más valiente y el más generoso de los tres hermanos. Y su padre los quería con igual cariño, por lo que había resuelto dejar, después de su muerte, una parte igual de sus bienes y de su reino a cada uno. Porque era justo y leal. Y no quería favorecer a uno con detrimento de los otros, ni perjudicar a uno en beneficio de los otros.
Y cuando llegaron ellos a la edad de casarse, su padre el rey se vió perplejo y vacilante, y para tomar consejo, llamó a su visir, hombre sabio, íntegro y lleno de prudencia, y le dijo: "¡Oh visir mío! tengo muchas ganas de hallar esposas para mis tres hijos, que están en edad de casarse, y te he llamado para contar con tu opinión sobre el particular". Y el visir reflexionó durante una hora de tiempo, luego levantó la cabeza y contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡se trata de una cosa muy delicada!" Después añadió: "La suerte y la mala suerte están en lo invisible; y nadie podría forzar los decretos del Destino. Por eso mi idea es que los tres hijos de nuestro señor el rey dejen a su destino la elección de sus esposas. Y a tal fin, lo mejor que pueden hacer los tres príncipes es subir a la terraza de palacio con su arco y sus flechas. Y allí se les vendarán los ojos y se les hará dar varias vueltas. Tras de lo cual, cada uno de ellos tirará una flecha desde donde se haya parado. Y se visitarán las casas sobre las cuales caigan las flechas; y nuestro señor el sultán llamará al propietario de cada una de estas casas y le pedirá en matrimonio a su hija para el príncipe propietario de la flecha correspondiente, ya que la joven habrá sido escrita así en su suerte por el Destino".
Cuando el sultán oyó estas palabras de su visir, le dijo: "¡Oh visir mío! tu consejo es un consejo excelente, y tendré en cuenta tu opinión". Y al punto hizo llamar a sus tres hijos, que volvían de caza; y les participó la decisión tomada con respecto a ellos entre él y el visir, y subió con ellos a la terraza de palacio, seguido de sus visires y de todos sus dignatarios.
Y cada uno de los tres príncipes, que habían subido a la terraza con su arco y su carcaj, escogió una flecha y tendió su arco. Y les vendaron los ojos.
Y el hijo mayor del rey, después de que le hicieron girar sobre sí mismo, apuntó con su flecha el primero desde donde se había parado. Y la flecha, lanzada por la cuerda muy floja, voló por los aires y fué a caer en la morada de un gran señor.
Y el segundo hijo del rey lanzó a su vez su flecha, que fué a caer en la terraza del oficial mayor de las tropas del reino.
Y el tercer hijo del rey, que era el príncipe Schater-Mohammad, lanzó su flecha en la dirección en que se había vuelto. Y la flecha fué a caer en una casa a cuyo propietario no se conocía.
Y fueron a visitar las tres casas consabidas. Y resultó que la hija del gran señor y la hija del oficial del ejército eran dos jóvenes como lunas. Y sus padres llegaron al límite del contento por casarlas con dos hijos del rey. Pero cuando fueron a visitar la tercera casa, que era aquella donde había caído la flecha de Schater-Mohammad, advirtieron que no estaba habitada más que por una gigantesca tortuga solitaria.
Y el sultán, padre de Schater-Mohammad, y los visires y los emires y los chambelanes vieron a la tortuga, que vivía completamente sola en aquella casa, y se asombraron prodigiosamente. Pero como ni por un instante había que pensar en dársela por esposa el príncipe SchaterMohammad, el sultán decidió repetir la experiencia. Y, por consiguiente, el joven príncipe volvió a subir a la terraza, llevando al hombro su arco y su carcaj, y ante toda la concurrencia lanzó una segunda flecha a la suerte. Y la flecha, conducida por su Destino, fué a caer precisamente sobre la casa habitada por la enorme tortuga solitaria.
Al ver aquello, el sultán quedó extremadamente contrariado, y dijo al príncipe: "Por Alah, ¡oh hijo mío! que la bendición no guía hoy tu mano. ¡Ruega al Profeta!" Y contestó el joven: "¡Sean con Él, con Sus compañeros y con Sus fieles la salutación y las bendiciones!" Y el sultán repuso: "¡Invoca el nombre de Alah y lanza la flecha para hacer la experiencia por tercera vez!" Y dijo el joven príncipe: "¡En el nombre de Alah el Clemente sin límites, el Misericordioso!" Y aflojando su arco lanzó por tercera vez la flecha, que, dirigida por el Destino, fué a caer una vez más sobre la casa en que vivía solitaria la enorme tortuga.
Cuando el sultán vió sin género de duda que la prueba era tan precisa y tan fehaciente en favor de la tortuga gigantesca, decidió que su hijo menor, el príncipe Schater-Mohammad, se quedase soltero. Y le dijo "¡Oh hijo mío! ¡como esa tortuga no es de nuestra raza, ni de nuestra especie, ni de nuestra religión, más vale que no te cases con nadie hasta que Alah nos vuelva a Su gracia!" Pero Schater-Mohammad exclamó: "¡Por los méritos del Profeta! (¡con El la plegaria y la paz!), la época de mi soltería ha pasado; y puesto que la tortuga me ha sido escrita por el Destino, consiento en casarme con ella". Y contestó el sultán en el límite del asombro: "Ciertamente, ¡oh hijo mío! te ha sido escrita la tortuga por el Destino; pero ¿desde cuándo los hijos de Adán toman por esposas a las tortugas? ¡Se trata de una cosa prodigiosa!" Pero el príncipe contestó: "¡A esa tortuga es a la que quiero por esposa, y no a otra!"
Y el sultán, que amaba a su hijo, no intentó contrariarle ni apenarle, y volviendo de su decisión, dió su consentimiento para tan extraño matrimonio.
Y se celebraron grandes fiestas y grandes regocijos y grandes festines, con danzas, cantos y conciertos de instrumentos, en honor de las bodas de Schater-Alí y Schater-Hossein, los dos hijos mayores del sultán. Y cuando transcurrieron los cuarenta días y las cuarenta noches que duraron los festejos de cada boda, los dos príncipes entraron en los aposentos de sus esposas en la noche nupcial, y consumaron su matrimonio con toda felicidad y gallardía.
Pero cuando tocó el turno a las bodas del joven príncipe Schater-Mohammad con su esposa la enorme tortuga solitaria, los dos hermanos mayores y las dos esposas de ambos hermanos, y los padres, y todas las mujeres de los emires y de los dignatarios, negaron su presencia a la ceremonia, y no perdonaron nada para que aquellos festejos resultasen entristecedores y lúgubres. Así es que el joven príncipe quedó muy humillado en su alma, y sufrió toda clase de vejaciones en miradas, sonrisas y espaldas vueltas. Pero en cuanto a lo que pasó durante la noche nupcial, cuando el príncipe entró en el aposento de su esposa, nadie lo pudo saber. Porque todo pasó tras el velo, que sólo pueden penetrar los ojos de Alah. Y lo mismo ocurrió la siguiente noche y las demás noches. ¡Y asombrábanse todos de que hubiese podido celebrarse semejante unión! Y ninguno comprendía cómo un hijo de Adán podía cohabitar con una tortuga, aunque fuese tan grande como un tonel de los mayores. ¡Y esto es lo referente a las bodas del príncipe Schater-Mohammad con su esposa la tortuga!
Por lo que respecta al sultán, los años, las preocupaciones del reino y las emociones de todas clases, sin contar la pena que le había producido el matrimonio de su hijo pequeño, curvaron su espalda y adelgazaron sus huesos. Y enflaqueció, y amarilleó, y perdió el apetito. Y con sus fuerzas disminuyó su vista y se quedó completamente ciego. Cuando sus tres hijos, que querían a su padre tanto como les quería él, vieron el estado en que se hallaba, resolvieron no dejar que cuidasen de su salud las mujeres del harem, que eran ignorantes y supersticiosas; y pensaron de qué medios se valdrían para devolver a su padre las fuerzas con la salud. Y dieron con uno, y tras de besar la mano al rey, le dijeron: "¡Oh padre nuestro! he aquí que tu tez amarillea y disminuye tu apetito y se debilita tu vista. ¡ Y si las cosas continúan así, no nos quedará más remedio que desgarrarnos las vestiduras de color por perder contigo nuestro sostén y nuestro guía! Es preciso, pues, que escuches nuestro consejo, porque somos tus hijos y tú eres nuestro padre. Opinamos que en adelante deben ser nuestras esposas quienes te preparen el alimento, y no las mujeres de tu harén. Porque nuestras esposas son muy expertas en arte culinario, y guisarán para ti manjares que te devolverán el apetito, y con el apetito las fuerzas, y con las fuerzas la salud, y con la salud la excelencia de la vista y la curación de tus ojos enfermos". Y el sultán se conmovió mucho ante aquella atención de sus hijos, y les contestó: "Que Alah os inunde con Sus gracias, ¡oh hijos de vuestro padre! ¡Pero eso va a ser una molestia muy grande para vuestras esposas ... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 887ª NOCHE
Ella dijo:
"...Que Alah os inunde con Sus gracias, ¡oh hijos de vuestro padre! ¡Pero eso va a ser una molestia muy grande para vuestras esposas!" Mas ellos empezaron a protestar, diciendo: "¡Una molestia! ¿Pues no son tus esclavas? ¿Y qué tienen que hacer de más urgencia que preparar manjares que contribuyan a tu restablecimiento? Y hemos pensado ¡oh padre! que lo mejor para ti sería que cada una te preparara una bandeja de manjares cocinados por ella, a fin de que tu alma pueda escoger entre todos el que te sea más agradable por el aspecto, por el olor y por el sabor. Y de tal suerte te volverá la salud y curarán tus ojos". Y el sultán los abrazó y les dijo: "¡Vosotros sabréis mejor que yo lo que me conviene!"
Y en vista de aquella innovación, que los regocijó hasta el límite del regocijo, los tres príncipes fueron en busca de sus tres esposas, y les mandaron que prepararan cada cual una bandeja de manjares que fuesen admirables a la vista y al olfato. Y cada uno estimuló a su esposa respectiva, diciéndole: "¡Es preciso que nuestro padre prefiera los manjares de mi casa a los de la casa de mis hermanos!"
Y, entretanto, los dos hermanos mayores no cesaron de burlarse de su hermano menor, preguntándole con mucha ironía qué iba a enviar su esposa, la enorme tortuga, para hacer volver el apetito a su padre y dulcificar el paladar. Pero él no contestaba a sus preguntas e interrogaciones más que con una sonrisa tranquila.
En cuanto a la esposa de Schater-Mohammad, que era la gigantesca tortuga solitaria, no esperaba más que aquella ocasión para demostrar de lo que era capaz. Y en aquella hora y en aquel instante puso manos a la obra. Y empezó por enviar a la esposa del hijo mayor del rey su servidora de confianza, con encargo de pedirle que tuviera la bondad de recoger para ella, la tortuga, todas las cagarrutas de las ratas y ratones de su casa, ya que ella, la tortuga, tenía una necesidad urgente de aquello para condimentar el arroz, los rellenos y los demás manjares, y nunca se servía de otros condimentos que de aquellos. Y al oír semejante cosa, se dijo la esposa de Schater-Alí: "¡No, por Alah! me guardaré mucho de dar esas cagarrutas de ratas y ratones que me pide esa miserable tortuga. ¡Porque ya sabré yo utilizarlas como condimentos mejor que ella!" Y contestó a la servidora: "Siento tener que contestar con una negativa. ¡Pero, por Alah, que apenas si me basta para mi uso personal la cagarruta de que dispongo!" Y la servidora volvió a llevar esta respuesta a su ama la tortuga.
Entonces la tortuga se echó a reír, y se convulsionó de alegría. Y envió su servidora de confianza a la esposa del segundo hijo del rey, con encargo de pedirle toda la basura de pollos y de palomas que tuviese al alcance de la mano, bajo pretexto de que ella, la tortuga, tenía una apremiante necesidad de aquella para salpimentar los manjares que preparase para el sultán. Pero la servidora volvió al lado de su ama sin nada en la mano y con ásperas palabras en la lengua de parte de la esposa de Schater-Hossein. Y la tortuga, al no ver nada en manos de su servidora, y al oír las palabras ásperas que llevaba en la lengua de parte de la esposa del segundo hijo del sultán, se bamboleó de satisfacción y de contento, y se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
Tras de lo cual preparó los manjares como mejor sabía, los colocó en la bandeja, tapó la bandeja con una tapadera de mimbre, y lo cubrió todo con un pañuelo de lino perfumado de rosa. Y mandó a su fiel servidora que llevara la bandeja al sultán, mientras que, por su parte, las otras dos esposas de los príncipes hacían llevar las suyas por esclavas.
Y llegó, pues, el momento de la comida; y el sultán sentose ante las tres bandejas; pero en cuanto se levantó la tapa de la bandeja de la primera princesa, se exhaló de ella un olor infecto y nauseabundo de cagarruta de rata capaz de asfixiar a un elefante. Y al sultán le afectó tan desagradablemente aquel olor, que le dió vueltas la cabeza y se cayó desmayado, con los pies junto al mentón. Y sus hijos se apresuraron a rodearle, y le rociaron con agua de rosas, y le abanicaron y consiguieron hacerle recobrar el conocimiento. Y al acordarse entonces de la causa de su indisposición, no pudo por menos de dar rienda suelta a su cólera contra su nuera y abrumarla de maldiciones.
Y al cabo de cierto tiempo se le pudo calmar, y tanto y tanto hubo de porfiársele, que se le decidió a que probara la segunda bandeja. Pero en cuanto se la destapó, llenó la sala de un olor atroz y fétido, como si acabasen de quemar allí la basura de todas las aves de corral de la ciudad. Y aquel olor penetró en la garganta, en la nariz y en los ojos delicados del desdichado sultán, que a la sazón creyó que se iba a quedar ciego del todo y a morir. Pero se apresuraron a abrir las ventanas, y a llevarse la bandeja causante de todo el mal, y a quemar incienso y benjuí para purificar el aire y contrarrestar el mal olor.
Y cuando el asqueado sultán respiró un poco el aire libre y pudo hablar, exclamó: "¿Qué daño he hecho a vuestras esposas ¡oh hijos míos! para que así maltraten a un anciano y le caven la tumba en vida? ¡Eso es un crimen que castiga Alah!" Y los dos príncipes esposos de las que habían preparado las bandejas se mostraron muy cariacontecidos, y contestaron que aquello era una cosa que escapaba a su entendimiento.
Y, entretanto, el joven príncipe Schater-Mohammad fue a besar la mano de su padre, y le suplicó que olvidara sus impresiones desagradables para no pensar más que en el gusto que le iba a dar la tercer bandeja.
Y el sultán, al oír aquello, llegó al límite de la cólera y de la indignación, y exclamó: "¿Qué dices, ¡oh Schater-Mohammad!? ¿Te burlas de tu anciano padre? ¿Que toque yo ahora a los manjares preparados por la tortuga, cuando los preparados por dedos de mujeres son ya tan horribles y tan espantosos? Bien veo que entre los tres habéis jurado hacer estallar mi hígado y darme a beber de un trago la muerte". Pero el joven príncipe se arrojó a los pies de su padre, y le juró por su vida y por la verdad sagrada de la fe que la tercer bandeja le haría olvidar sus tribulaciones, y que él, Schater-Mohammad, consentía en tomarse todos los manjares si no eran del agrado de su padre. Y suplicó y rogó e insistió e intercedió con tanto fervor y tanta humildad en favor de la bandeja, que el rey acabó por dejarse ablandar, e hizo seña a un esclavo para que levantara la tapa de la tercer bandeja, mientras pronunciaba la fórmula: "¡Me refugio en Alah el Protector!"
Pero he aquí que, al ser levantada la tapa, se desprendió de la bandeja de la tortuga un tufillo compuesto de los más suaves aromas de cocina, y tan exquisito y tan deliciosamente penetrante, que en el mismo momento se dilataron los abanicos del corazón del sultán, y se ensancharon los abanicos de sus pulmones, y se estremecieron los abanicos de sus narices, y le volvió el apetito desaparecido desde hacía tanto tiempo, y se abrieron sus ojos y se aclaró su vista. Y se le puso sonrosado el color y reposado el aspecto de su rostro. Y se estuvo comiendo sin interrupción durante una hora de tiempo. Tras de lo cual bebió un excelente sorbete de almizcle y nieve machacada, y regoldó de gusto varias veces con regüeldos que partían del fondo de su estómago satisfecho. Y en el límite de la holgura y del bienestar, dió gracias por Sus beneficios al Retribuidor, diciendo: "¡Al Gamdú lilah!"
Y no supo cómo expresar a su hijo pequeño lo satisfecho que estaba de los manjares cocinados por su esposa la tortuga. Y Schater-Mohammad aceptó las felicitaciones con modestia para no dar envidia a sus hermanos e indisponerlos contra él. Y dijo a su padre: "¡Esto ¡oh padre! no es más que una pequeña parte de los talentos de mi esposa! ¡ Pero, si Alah quiere, día llegará en que le sea dado merecer con más razón tus cumplimientos!" Y le rogó que, puesto que estaba satisfecho, fuese en lo porvenir la tortuga quien quedase encargada únicamente de suministrar todos los días las bandejas de manjares. Y el sultán aceptó, diciendo: "De todo corazón paternal y afectuoso, ¡oh hijo mío!"
Y con aquel régimen se restableció completamente. Y también se le curaron los ojos.
Y para celebrar su curación y el recobro de su vista, el sultán dió en palacio una gran fiesta, con un festín magnífico, al cual convidó a sus tres hijos con sus esposas. Y las princesas se arreglaron como mejor pudieron para presentarse al sultán de modo que hiciesen honor a sus esposos y les blanquease el rostro ante su padre.
Y la enorme tortuga también se arregló para que blanquease en público el rostro de su esposo a causa de la hermosura de su atavío y de la elegancia de su indumentaria. Y cuando estuvo ataviada a su gusto, mandó a su servidora de confianza que fuese a ver a la mayor de sus cuñadas para rogarle que prestase a la tortuga el pato grande que tenía en su corral, porque la tortuga se proponía ir al palacio a caballo sobre tan hermosa montura. Pero la princesa le contestó, por la mediación de la lengua de la servidora, que si ella, la princesa, tenía un pato tan hermoso, era para servirse de él para su propio uso. Y al oír esta respuesta, la tortuga se cayó de trasero a fuerza de reír, y envió a la servidora a casa de la segunda princesa con encargo de pedirle, en calidad de simple préstamo por un día, el gran macho cabrío que le pertenecía. Pero la servidora volvió al lado de su ama para transmitirle con su lengua una negativa acompañada de palabras agrias y comentarios desagradables. Y la tortuga se convulsionó y se bamboleó y llegó al límite de la dilatación y de la holgura.
Y cuando llegó la hora del festín, y las mujeres de la sultana, por orden de su ama, se colocaron ordenadamente ante la puerta exterior del harén para recibir a las tres esposas de los hijos del rey, vieron alzarse de improviso una nube de polvo que se acercó rápidamente. Y en medio de aquella nube apareció en seguida un pato gigantesco que corría a ras del suelo, espatarrado, con el pescuezo estirado; agitando las alas, y llevando a su lomo, encaramada de cualquier manera y con la cara demudada de espanto, a la primera princesa. E inmediatamente detrás de ella, a caballo sobre un macho cabrío bramador y revoltoso, toda cascarrienta y polvorienta, aparecía la segunda princesa.
Y al ver aquello, el sultán y su esposa se disgustaron en extremo, y se les puso muy negro el rostro de vergüenza y de indignación. Y el sultán rompió en reprimendas y reproches contra ellas, diciéndoles: "¡He aquí que, no contentas con haber querido mi muerte por asfixia y envenenamiento, queréis que sea yo la burla del pueblo, y comprometernos a todos y deshonrarnos en público!" Y la sultana también las recibió con palabras airadas y ojos atravesados. Y no se sabe lo que habría sucedido si no hubiesen anunciado la proximidad del cortejo de la tercera princesa. Y el corazón del sultán y el de su esposa se atemorizaron; porque se decían: "Si han venido de este modo las dos primeras, que pertenecen a nuestra especie de seres humanos, ¿cómo va a venir la tercera, que pertenece a la raza de las tortugas?" E invocaron el nombre de Alah, diciendo: "¡No hay recurso ni refugio más que en Alah, que es grande y poderoso!" Y esperaron la calamidad, conteniendo la respiración ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 888ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y esperaron la calamidad, conteniendo la respiración.
Y he aquí que primero apareció en el meidán un equipo de corredores anunciando la llegada de la esposa del príncipe Schater-Mohammad. Y en seguida avanzaron cuatro hermosos sais vestidos de brocado y de espléndidas túnicas con mangas que les arrastraban, gritando, con una larga vara en la mano: "¿Paso a la hija de reyes!" Y apareció el palanquín, recubierto de estofas preciosas de hermosos colores, llevado en hombros de sombríos negros, y fué a detenerse al pie de las gradas de entrada. Y salió de él una princesa vestida de esplendor y de belleza, a quien nadie conocía. Y como esperaban que también se apease la tortuga, creyeron que aquella princesa era la dama de honor. Pero cuando vieron que subía sola la escalera y que el palanquín se alejaba, se vieron obligados todos a reconocer en ella a la esposa de Schater-Mohammad, y a recibirla con todos los honores debidos a su rango y con toda la cordialidad deseable. Y el corazón del sultán se dilató de satisfacción a la vista de aquella belleza, de su gracia, de su tacto, de sus buenas maneras y de todo el encanto que emanaba de ella y del menor de sus gestos o movimientos.
Y como había llegado el momento de tomar parte en el festín, el sultán invitó a sus hijos y a las esposas de sus hijos a situarse en torno de él y de la sultana. Y empezó la comida.
Y he aquí que el primer manjar servido en la bandeja fué, como es de rigor, un gran plato de arroz cocido con manteca. Pero antes de que nadie tuviese tiempo de probar un bocado, la hermosa princesa lo alzó por encima de ella y se lo vertió todo entero en los cabellos. Y en el mismo momento todos los granos de arroz se convirtieron en perlas, que corrieron a lo largo de los hermosos cabellos de la princesa y se esparcieron a su alrededor y cayeron al suelo haciendo un ruido maravilloso.
Y sin dar tiempo a que los convidados hubiesen vuelto de su asombro frente a prodigio tan admirable, la princesa cogió una sopera grande que contenía un potaje
verde y espeso de mulukhia, y se lo vertió tal como estaba sobre la cabeza. Y el potaje verde se transformó al punto en una infinidad de esmeraldas del agua más hermosa, que corrieron a lo largo de sus cabellos y de sus vestidos, y se desparramaron en torno a ella, mezclando en el suelo sus hermosas tonalidades verdes con los albores puros de las perlas.
Y el espectáculo de aquellos prodigios maravilló en extremo al sultán y a los convidados. Y las servidoras se apresuraron a poner en el mantel del festín otras bandejas de arroz y de potaje de mulukhia. Y las otras dos princesas, muy amarillas de envidia, no quisieron quedar oscurecidas por el éxito de su cuñada, y cogieron a su vez los platos de manjares. Y la mayor cogió el plato de arroz, y la segunda el plato de potaje verde. Y se los vertieron, respectivamente, en su propia cabeza. Y el arroz siguió siendo arroz en los cabellos de la una y se le pegó de un modo terrible a la cabeza, pringándola. Y el potaje verde siguió siendo potaje, y corrió por los cabellos y la cabeza de la otra, revistiéndola por entero de una capa verde semejante a la boñiga de vaca, pegajosa y horrible en extremo.
Y al ver aquello, el sultán se disgustó hasta el límite del disgusto, y mandó a sus dos nueras mayores que se levantaran de la sala para ponerse lejos de su vista. Y les manifestó que no quería volver a verlas más, ni percibir su olor siquiera. Y ellas se levantaron en aquella hora y en aquel instante, y se fueron de la presencia de él, con sus esposos, avergonzadas, humilladas y asqueantes. ¡Y esto es lo referente a ellas!
Pero en cuanto a la princesa maravillosa y a su esposo el príncipe Schater-Mohammad, se quedaron solos en la sala con el sultán, que los besó y los estrechó contra su corazón efusivamente, y les dijo: "¡Vosotros solos sois mis hijos!" Y al instante quiso inscribir el trono a nombre de su hijo menor, y congregó a los emires y a los visires, e inscribió ante ellos el trono sobre la cabeza de Schater-Mohammad, en calidad de herencia y sucesión, con exclusión de sus demás herederos. Y les dijo a ambos: "Deseo que en adelante habitéis conmigo en palacio, porque sin vosotros me moriría indudablemente". Y contestaron ellos: "¡Oír es obedecer! ¡Y tu deseo está por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos!"
Y la princesa maravillosa, para no verse tentada a volver a tomar su forma de tortuga, que podía ocasionar alguna emoción desagradable al viejo sultán, dió orden a su servidora de que le llevase el caparazón que había dejado en casa. Y cuando tuvo el caparazón entre las manos, le prendió fuego hasta que se consumió. Y desde entonces permaneció siempre bajo su forma de princesa. ¡Y gloria a Alah, que la dotó de un cuerpo sin defecto, maravilla de los ojos!
Y el Retribuidor continuó colmándolos con sus gracias y les concedió muchos hijos. Y vivieron contentos y prosperando.
Al ver que el rey la escuchaba sin desagrado, Schehrazada contó aún aquella noche la historia de:
LA HIJA DEL VENDEDOR DE GARBANZOS
Ha llegado hasta mi conocimiento entre lo que ha llegado hasta mi conocimiento, que en la ciudad de El Cairo había un honrado y respetable vendedor de garbanzos, a quien el Donador había concedido tres hijas por toda posteridad. Y aunque por lo general las hijas no traen consigo bendiciones, el vendedor de garbanzos aceptaba con resignación el don de su Creador y profesaba mucho cariño a sus tres hijas. Ellas, por cierto, eran como lunas, y la más pequeña superaba a sus hermanas en belleza, en encantos, en gracia, en sagacidad, en inteligencia y en perfecciones. Y se llamaba Zeina.
Todas las mañanas las tres jóvenes iban a casa de su maestra, que les enseñaba el arte del bordado en seda y en terciopelo. Porque su padre, el vendedor de garbanzos, hombre excelente, quería que tuviesen una educación esmerada, a fin de que el Destino les pusiese en el camino de su matrimonio, hijos de mercaderes y no hijos de cualquier vendedor como él.
Y todas las mañanas, al ir a casa de su maestra de bordados, las jóvenes pasaban por debajo de la ventana del sultán con su talle ondulante, con su aspecto de princesas y con sus tres pares de ojos babilónicos, que aparecían con toda su belleza fuera del velo del rostro.
Y el hijo del sultán, al verlas llegar cada mañana, les gritaba desde su ventana con voz provocadora: "¡La zalema sobre las hijas del vendedor de garbanzos! ¡La zalema sobre las tres letras derechas del alfabeto!" Y la mayor y la mediana contestaban siempre al saludo con una leve sonrisa de sus ojos; mas la pequeña no contestaba nada absolutamente y seguía su camino sin levantar siquiera la cabeza. Pero si el hijo del sultán insistía, pidiendo, por ejemplo, noticias de los garbanzos, y del precio actual de los garbanzos, y de la venta de los garbanzos, y de la buena o mala calidad de los garbanzos, y de la salud del vendedor de garbanzos, entonces era la pequeña la única que contestaba, sin tomarse siquiera la molestia de mirarle: "¿Y qué hay de común entre los garbanzos y tú, ¡oh rostro de pez!?" Y las tres se echaban a reír y se marchaban por su camino.
Y he aquí que al hijo del sultán, que estaba apasionadamente prendado de la menor de las hijas del mercader de garbanzos, la pequeña Zeina, no cesaban de desolarle la ironía, el desdén y la mala gana con que ella respondía a sus deseos. Y un día en que la joven se había burlado de él más que de ordinario al contestar a sus preguntas, el príncipe comprendió que jamás obtendría de ella nada por la galantería, y decidió vengarse humillándola y castigándola en la persona de su padre. Porque sabía que la joven Zeina quería a su padre hasta el límite extremo del afecto.
Y se dijo: "Así le haré sentir el peso de mi poder".
Y como era hijo del sultán y tenía un poder omnímodo sobre las almas, hizo ir al vendedor de garbanzos y le dijo: "¿Eres el padre de las tres jóvenes?" Y el vendedor contestó temblando: "Sí, por Alah, ¡ya sidi!" Y el hijo del sultán le dijo: "Pues bien, ¡oh hombre! quiero que mañana a la hora de la plegaria vengas aquí, entre mis manos, vestido y desnudo a la vez, riendo y llorando en el mismo momento y a caballo sobre una caballería al mismo tiempo que andando por tu pie. ¡Y si, por desgracia tuya, llegas a mí como estás, sin haber cumplido mis condiciones, o si aunque hayas cumplido una, no llenas las otras dos, estás perdido sin remedio y tu cabeza saltará de tus hombros!" Y el vendedor de garbanzos besó la tierra y se marchó, pensando: "¡En verdad que la cosa es enorme! Y mi perdición no tiene remedio, indudablemente!"
Y llegó al lado de sus hijas, con el color muy amarillo, vuelto el saco de su estómago y la nariz alargada hasta sus pies.
Y sus hijas vieron su inquietud y su perplejidad, y la más pequeña, que era la joven Zeina, le preguntó: "¿Por qué ¡oh padre mío! veo amarillear tu tez y ennegrecerse el mundo ante tu rostro?" Y le contestó él: "¡Oh hija mía! ¡en mi ser íntimo llevo una calamidad y en mi pecho una opresión!" Y ella le dijo: "Cuéntame la calamidad, ¡oh padre! pues quizás así cese la opresión y se dilate tu pecho...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 889ª NOCHE
Ella dijo:
"...La joven dijo a su padre el vendedor de garbanzos: "Cuéntame la calamidad, ¡oh padre mío! pues quizás así cese la opresión y se dilate tu pecho". Y le contó él la cosa desde el principio hasta el fin, sin olvidar un detalle. Pero no hay ninguna utilidad en repetirla. Cuando la joven Zeina oyó el relato de la aventura de su padre y supo el motivo de su pena, de su cambio de color y de su opresión de pecho, se echó a reír con mucha, mucha gana, hasta casi desmayarse. Luego se encaró con él, v le dijo: "Pero ¿no se trata más que de eso, ¡oh padre mío!? ¿Por Alah, no tengas inquietud ni preocupaciones y sigue mis consejos! Y verás cómo al hijo del sultán, a ese cualquiera, le llega la vez de morderse los dedos y de reventar de despecho. ¡Escucha!". Y reflexionó un instante y dijo: "En cuanto a la primera condición, no tienes más que ir a casa de nuestro vecino el pescador y rogarle que te venda una de sus redes. Y me traerás esa red, y con ella te haré un traje para que te lo pongas sobre la carne, después de haberte quitado toda la ropa. Y de tal suerte, estarás vestido y desnudo a la vez.
"Y en cuanto a la segunda condición, no tiene más que coger una cebolla antes de ir al palacio del sultán. Y en el umbral te frotarás con ella los ojos. Y estarás llorando y risueño en el mismo momento.
"Y, por último, en cuanto a la tercera condición, ve ¡oh padre! a casa de nuestro vecino el arriero y ruégale que te deje el buche que le nació este año. Y te le llevarás, y cuando hayas llegado a casa del hijo del sultán, de ese granuja, montarás en el buche, y como tocarás el suelo con los pies, andarás por tu pie al mismo tiempo que el buche avance. ¡Y de tal suerte, irás montado y a pie al mismo tiempo!
"¡Y ésta es mi opinión! ¡Y Alah es más poderoso y el único inteligente!"
Cuando el vendedor de garbanzos, padre de la ingeniosa Zeina, hubo oído estas palabras de su hija, la besó entre ambos ojos, y le dijo: "¡Oh hija de tu padre y de tu madre! ¡oh Zeina! ¡quien engendra hijas como tú no muere! ¡Gloria a Quien ha puesto tanta inteligencia detrás de tu frente y tanta sagacidad en tu espíritu!" Y en aquella hora y en aquel instante, el mundo se blanqueó ante su rostro, huyeron de su corazón las preocupaciones, y se le dilató el pecho. Y comió un bocado y bebió un jarro de agua, y salió a hacer cuanto le había indicado su hija.
Y al día siguiente, cuando todo estuvo dispuesto como era debido, el vendedor de garbanzos se fué a palacio, y entró en el aposento del hijo del sultán de la manera y el modo requeridos, vestido y desnudo a la vez, riendo y llorando al mismo tiempo, andando y cabalgando en el mismo momento, en tanto que el borriquillo, asustado, se había puesto a rebuznar y a echar cuescos en medio de la sala de recepción.
Al ver aquello, el hijo del sultán llegó al límite del furor y del despecho, y como no podía hacer sufrir al vendedor de garbanzos el trato con que le había amenazado, pues había cumplido las condiciones requeridas, sintió que la bolsa de la hiel estaba a punto de estallarle en el hígado. Y se juró a sí mismo vengarse en la propia joven, exterminándola sin remisión. Y echó al vendedor de garbanzos, y se puso a meditar el plan de sus asechanzas contra la joven. ¡Y he aquí lo referente a él!
Pero, por lo que respecta a la joven Zeina, como estaba llena de previsión y sus ojos veían desde lejos y su nariz olfateaba la proximidad de los acontecimientos, sospechó en seguida, por la manera como su padre le contó el estado de furor en que se hallaba el hijo del sultán, que aquel mal sujeto iba a atacarla de un modo peligroso. Y se dijo: "¡Antes de que nos ataque, ataquémosle!" Y se irguió sobre ambos pies y fué en busca de un armero muy experto en su oficio, y le dijo: "Quiero ¡oh padre de manos hábiles! que me fabriques a mi medida una armadura toda de acero, y perneras y brazaletes y un casco del mismo metal. Pero es preciso que todos estos objetos estén hechos de tal manera, que al menor movimiento en la marcha o al menor contacto produzcan un ruido ensordecedor y un estrépito espantoso". Y el armero contestó con el oído y la obediencia, y no tardó en entregarle los objetos consabidos, tales como los había encargado.
Y he aquí que, cuando llegó la noche, la joven Zeina se disfrazó terriblemente poniéndose el traje de hierro, y se echó al bolsillo un par de tijeras y una navaja de afeitar, y cogió en la mano una horquilla puntiaguda, y se dirigió así a palacio.
Y en cuanto desde lejos vieron llegar a aquel guerrero espantable, el portero y los guardias de palacio huyeron en todas direcciones. Y en el interior del palacio los esclavos siguieron el ejemplo del portero y de los guardias, y cada cual se apresuró a esconderse para resguardarse en cualquier rincón seguro, aterrados por el estrépito ensordecedor que producían las diversas partes del traje de hierro, y por el aspecto amedrentador de quien lo llevaba, y por la horquilla que blandía. Y de tal suerte, la hija del vendedor de garbanzos, sin encontrar ningún obstáculo ni la menor señal de resistencia, llegó sin contratiempo a la habitación en que de ordinario se hallaba la mala persona del hijo del sultán.
Y al oír todo aquel ruido terrible y al ver entrar a quien lo producía, el hijo del sultán se sintió poseído de un gran espanto, y creyó que veía aparecer a un efrit raptor de almas. Y se puso muy pálido, empezó a temblar y a rechinar los dientes, y cayó al suelo, exclamando "¡Oh poderoso efrit raptor de almas! ¡perdóname y Alah te perdonará!" Pero la joven le contestó, hablando con voz terrible: "¡Cose tus labios y tus mandíbulas, ¡oh proxeneta! o te clavo esta horquilla en un ojo!" Y el asustado mozo juntó sus labios y sus mandíbulas, y no se atrevió a decir una palabra ni a hacer un movimiento. Y la hija del vendedor de garbanzos se acercó a él, que estaba tendido en el suelo, inmóvil y desmayado; y sacando las tijeras y la navaja, le afeitó la mitad de sus tiernos bigotes, el lado izquierdo de su barba, el lado derecho de sus cabellos y ambas cejas. Tras de lo cual le restregó la cara con estiércol de asno y le metió un pedazo en la boca. Y hecho aquello, se fué como había venido, sin que nadie se atreviese a estorbarle el paso. Y regresó sin contratiempos a su casa, donde se apresuró a quitarse su traje de hierro y a acostarse al lado de sus hermanas para dormir muy bien hasta por la mañana.
Y aquel día, como de ordinario, después de lavarse y peinarse y arreglarse, las tres hermanas salieron de su casa para ir a casa de su maestra de bordado. Y como todas las mañanas, pasaron por debajo de la ventana del hijo del sultán. Y le vieron sentado junto a la ventana, según su costumbre, pero con la cara y la cabeza arrebozadas en un pañuelo, de modo que sólo tenía al descubierto los ojos. Y las tres, comportándose con él al revés de como lo hacían por lo general, le miraron con insistencia y coquetería. Y el hijo del sultán se dijo: "No sé; pero me parece que se amansan. ¡Acaso sea porque el pañuelo que me envuelve la cabeza y el rostro hace que resulten más hermosos mis ojos!" Y les gritó: "¡Eh! ¡las tres letras derechas del alfabeto. ¡oh hijas de mi corazón! la zalema sobre vosotras tres! ¿Cómo van los garbanzos esta mañana?" Y la más joven de las tres hermanas, la pequeña Zeina, levantó la cabeza hacia él y contestó por sus hermanas: "¡Eh, ualah! y la zalema sobre ti, ¡oh rostro entrapado! ¿Cómo tienes esta mañana el lado izquierdo de tu barba y de tus bigotes, y cómo tienes la mitad derecha del cráneo, y cómo están tus hermosas cejas, y has encontrado de tu gusto el estiércol de asno, ¡oh querido mío!? ¡Ojalá haya sido de deliciosa digestión para tu corazón!"
Y así diciendo, echó a correr con sus hermanas, riendo a carcajadas, y haciendo desde lejos, al hijo del sultán, muecas burlonas y provocativas. ¡Esto fué todo!
Y al oír y ver, el hijo del sultán comprendió, sin quedarle lugar a duda, que el efrit de la noche anterior no era otro que la hija del vendedor de garbanzos. Y en el límite de la rabia, sintió que se le subía a la nariz la hiel de su vejiga, y juró que se apoderaría de la joven o moriría. Y tras de combinar su plan, esperó algún tiempo para que le creciesen la barba, los bigotes, las cejas y los cabellos, e hizo ir a su presencia al vendedor de garbanzos, padre de su joven adversaria, el cual se dijo, dirigiéndose al palacio: "¿Quién sabe qué calamidad me prepara ahora ese proxeneta?" Y llegó, muy seguro, entre las manos del hijo del sultán, que le dijo: "¡Oh hombre! ¡quiero que me concedas en matrimonio a tu tercera hija, de quien estoy locamente prendado! ¡Y como te atrevas a rehusármela, tu cabeza saltará de tus hombros!" Y el vendedor de garbanzos contestó: "¡No hay inconveniente! ¡Pero concédame un plazo el hijo de nuestro amo el sultán, a fin de que vaya yo a consultar a mi hija antes de casarla!" Y contestó el joven: "Ve a consultarla; ¡pero sabe que, si rehusa, sufrirá como tú la muerte negra!"
Y el azorado vendedor de garbanzos fué en busca de su hija, y la puso al corriente de la situación, y dijo: "¡Oh hija mía, se trata de una calamidad inevitable!" Pero la joven se echó a reír, y le dijo: "¿Por Alah, ¡oh padre! no hay en ello ni calamidad ni olor de calamidad. Porque ese matrimonio es una bendición para mí y para ti y para mis hermanas. Y doy desde luego mi consentimiento?
Y el vendedor de garbanzos fué a llevar la respuesta de su hija al hijo del sultán, que osciló de satisfacción y de contento. Y dió orden de hacer sin tardanza los preparativos de las bodas, que comenzaron al punto. ¡Y he aquí lo referente a él!
Pero en cuanto a la joven, fué en busca de un confitero experto en el arte de confeccionar muñecas de azúcar, y le dijo: "Deseo de ti que me hagas una muñeca toda de azúcar, que sea de mi estatura y tenga mis facciones y mi color, con cabellos de azúcar hilado y hermosos ojos negros, y boca pequeña, y nariz bonita, y largas cejas rectas, y con todo lo necesario en las demás partes". Y el confitero, que poseía unos dedos muy hábiles, le confeccionó una muñeca que tenía las facciones de ella y un parecido exacto, tan bien hecha, que no le faltaba más que hablar para ser una hija de Adán.
Y he aquí que, cuando llegó la noche nupcial de la penetración, la joven, ayudada por sus hermanas, que eran sus damas de honor, puso su propia camisa en el cuerpo de la muñeca, y la acostó en el lecho en lugar suyo, y corrió sobre ella el mosquitero. Y dió las instrucciones necesarias a sus hermanas y fué a esconderse en la habitación, detrás del lecho.
Y cuando llegó el momento de la penetración, ambas jóvenes, hermanas de Zeina, guiaron al esposo y le introdujeron en la cámara nupcial. Y tras de formular los deseos de rigor y hacerle recomendaciones referentes a su hermana pequeña, diciéndole: "¡Es delicada, y te la confiamos! ¡Es amable y dulce, y no tendrás queja de ella!", se despidieron de él y le dejaron solo en la habitación.
Y el hijo del sultán, acordándose entonces de todas las vejaciones que le había hecho sufrir la hija del vendedor de garbanzos, y de todas sus humillaciones, y de todos los desdenes con que le había abrumado, se acercó a la joven que creía acostada bajo el mosquitero, y que le esperaba sin salir de su inmovilidad. Y de pronto desenvainó su enorme sable, y con todas sus fuerzas le asestó un golpe que hizo rodar por todos lados la cabeza en añicos. Y uno de los trozos le entró en la boca, que tenía él abierta para proferir injurias dirigidas a su víctima. Y sintió el sabor del azúcar, y se asombró prodigiosamente, y exclamó: "¡Por vida mía! he aquí que, después de haberme hecho comer en vida el amargo estiércol de los asnos, me hace gustar, después de muerta, la dulzura exquisita de su carne".
Y persuadido de que acababa de cercenar la cabeza a tan deliciosa criatura, dió rienda suelta a su desesperación, y quiso abrirse el vientre con el sable que le había servido para destrozar a la muñeca.
Pero de repente la verdadera joven salió de su escondite, y le sujetó el brazo por detrás, y le besó, diciéndole: "¡Perdónanos y Alah nos perdonará!"
Y el hijo del sultán olvidó todas sus tribulaciones al ver la sonrisa de la exquisita
adolescente a quien había deseado tanto. Y la perdonó y la amó.Y vivieron prósperamente, dejando numerosa posteridad.
Y como Schehrazada no se sentía fatigada aquella noche, contó aún al rey Schahriar la historia siguiente, que es la del DESLIGADOR:
EL DESLIGADOR
Se cuenta que en la ciudad de Damasco, en el país de Scham, había en su tienda un joven mercader que era cual la luna en su décimocuarta noche, tan hermoso y atrayente, que ni uno solo de los compradores del zoco se resistía a su maravillosa belleza. Porque era, en verdad, una alegría para los ojos que le miraban y una condenación para el alma del espectador.
Y de él es de quien ha dicho el poeta:
¡Mi señor es el rey de la belleza, y en su cuerpo, obra de su Creador, no hay ni un rincón despreciable, pues todo es igualmente perfecto!
¡Son sus formas tan delicadas como duro es su corazón; sus rasgados ojos declaran la guerra a los indiferentes y producen incendios en los corazones más fríos!
¡Sus cabellos son enroscados y negros como escorpiones; su talle flexible como la rama del árbol ban y fino como el tallo del bambú!
¡Y su grupa, que es notable, tiembla, cuando se balancea, como la leche cuajada en la escudilla del beduino!
Un día entre los días, el joven, como de ordinario, estaba sentado delante de su tienda, con sus grandes ojos negros y la seducción de su rostro, cuando entró una dama para hacer compras. Y la recibió él con dignidad, y trabaron conversación acerca de la venta y la compra. Pero, al cabo de un momento, absolutamente subyugada por sus encantos, le dijo la dama: "¡Oh rostro de luna! quisiera volver a verte mañana. ¡Y quedarás contento de mí!" Y le dejó, tras de comprar algo que pagó sin regatear, y se fué por su camino.
Y como le había prometido, volvió a la tienda al día siguiente a la misma hora. Pero llevaba de la mano a una adolescente mucho más joven que ella, y más bonita y más atractiva y más deseable. Y el joven mercader, al ver a la recién llegada, no se ocupó ya más que de ella, y no reparó en la primera más que si no la viese. Y ésta acabó por decirle al oído: "¡Oh rostro bendito! ¡por Alah, que no has escogido mal! Y si quieres, serviré de intermediaria entre tú y esta adolescente, que es mi propia hija". Y dijo el joven: "En tu mano está la bendición, ¡oh dama selecta! Ciertamente, por el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!), es extremado mi deseo de esta adolescente hija tuya. Pero ¡ay! el deseo no es la realidad, y a juzgar por las apariencias, tu hija es demasiado rica para mí". Pero ella protestó diciendo: "¡Por el Profeta, ¡oh hijo mío! no te preocupes de eso! Porque te hacemos gracia de la dote que el esposo debe inscribir a nombre de la esposa, y tomamos a nuestro cargo todos los gastos de la boda y demás dispendios. ¡Tú no tienes más que dejarnos, y te encontrarás con buena cama, pan caliente, carne firme y bienestar! ¡Porque, cuando se halla un ser tan hermoso como tú, se le toma tal y como es, sin pedirle otra cosa que el que se porte con gallardía en el momento que tú sabes, y permanezca seco y duro mucho tiempo!"
Y el joven contestó: "No hay inconveniente".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 890ª NOCHE
Ella dijo:
"...seco y duro mucho tiempo!" Y el joven contestó: "No hay inconveniente".
Y acto seguido se pusieron de acuerdo respecto a todo, y se convino en que las bodas se celebrarían en el más breve plazo, sin ceremonias ni invitaciones, sin músicos ni danzarinas ni cantarinas, y sin paseos ni cortejos.
Y en el día fijado se hizo ir al kadí y a los testigos. Y se redactó con arreglo a las prescripciones de la Ley. Y la madre, en presencia del kadí y de los testigos, introdujo al joven en la cámara nupcial, y le dejó solo con su esposa, diciéndoles: "Gozad de vuestro destino, ¡oh hijos míos!"
Y aquella noche no hubo en toda la ciudad de Damasco, ni en el país de Scham, un grupo más hermoso que el que formaban ambos jóvenes enlazados, adaptándose uno a otro como las dos mitades de la misma almendra.
Y al día siguiente, después de una noche pasada entre delicias; el joven se levantó y fué a hacer sus abluciones en el hammam. Tras de lo cual se marchó a su tienda como de ordinario, y allí permaneció hasta que se cerró el zoco. Y entonces se levantó y volvió a su nueva casa para encontrarse de nuevo con su esposa, entró en el harén, y fué derecho a la cámara nupcial, donde la víspera había probado tantas cosas excelentes. Y he aquí que, bajo el mosquitero, dormía su esposa, con los cabellos en desorden, al lado de un mozalbete con mejillas vírgenes de pelo, que la estrechaba con amor contra sí.
Al ver aquello, el mundo se ennegreció ante el rostro del joven, que se precipitó fuera de la cámara para ir en busca de la madre y hacerle ver lo que había que ver. Y encontró a la madre, que estaba sentada precisamente en el umbral de la habitación y que, al verle con el color tan amarillo y muy emocionado, le dijo: "¿Qué te pasa, ¡oh hijo mío!? ¡Ruega al Profeta!" Y contestó el joven: "¡Con El la plegaria y la paz! ¿Qué es eso, ¡oh tía!? ¿Qué es eso que he visto en el lecho? ¡Me refugio en Alah contra las asechanzas del Lapidario!" Y escupió con violencia en tierra, como si lo hiciese sobre alguien que estuviese a sus pies. Y dijo la madre: "¿Y a qué viene ¡oh hijo mío! toda esa cólera y toda esa emoción? ¿Es porque tu esposa está con otra persona? Pero, ¡por los méritos del Profeta! ¿crees que puede una alimentarse del aire? ¿Y crees que te he dado por esposa a mi hija, sin exigir de ti nada en calidad de dote ni de viudedad, para que vengas ahora reprobando su conducta y contrariando sus caprichos? ¡Es esa mucha pretensión de parte tuya, hijo mío! ¡Porque bien debiste figurarte que dos mujeres como nosotras no podrían mantenerte si no estuvieran en libertad de acción! ¿Comprendes ya?"
Y el joven, estupefacto por todo lo que oía, no supo otra cosa que murmurar: "¡Me refugio en Alah! ¡El es el Misericordioso!" Y la madre añadió: "¡Vaya, no te quejes más! ¡Pero si nuestra manera de vivir no te conviene, hijo mío, no tienes más que hacernos ver la anchura de tus hombros!"
Al oír estas palabras, el joven, en el límite de la cólera, exclamó, de manera que fuese oído tanto por la madre como por la hija: "¡Me divorcio! ¡por Alah y por el Profeta, que me divorcio!"
Y al propio tiempo salió de debajo del mosquitero la joven desperezándose, y al oír la fórmula del divorcio, se apresuró a bajarse el velo del rostro para no estar descubierta ante el que en adelante sería para ella un extraño. Y al mismo tiempo que ella salió de debajo del mosquitero la persona con quien ella estaba enlazada tan amorosamente. Y he aquí que aquella persona, que de lejos parecía un mozalbete imberbe, era una joven, como podía observarse sólo al ver la ola de sus cabellos, desatados de pronto, que le acariciaban los tobillos.
Y mientras el desgraciado joven permanecía inmóvil de asombro, hicieron su aparición dos testigos que había ocultado la madre detrás de una cortina, y le dijeron: "¡Hemos oído la fórmula del divorcio, y damos fe de que te has divorciado de tu esposa!" Y la madre le dijo, riendo: "Pues bien, hijo mío, ¡ya no te queda más remedio que irte!
Y para que no te marches mal impresionado, has de saber que la joven que ves aquí, y que estaba acostada con tu esposa, es mi hija menor. ¡Y lo que has pensado es un pecado que tienes sobre la conciencia! Pero sabe también que tu esposa estaba casada primero con un joven a quien amaba y que la amaba. Pero un día disputaron, y en el calor de la disputa, mi yerno dijo a mi hija: "¡Quedas divorciada tres veces!" Ya sabes que ésa es la fórmula más grave del divorcio y la más solemne. Y el que la pronuncia no puede volver a casarse con su primera esposa, si un día lo desea, mientras su esposa no consume un nuevo matrimonio con un segundo marido que, a su vez, la repudie.
Necesitábamos, pues, un desligador, hijo mío. Y he buscado mucho tiempo a ese desligador, sin encontrarle. Y acabé por encontrarte. Y al verte, comprendí que serías un desligador perfecto. Y te escogí. Y ha sucedido lo que ha sucedido. ¡Uassalam!"
Y a continuación le echó de la casa a empujones, y cerró la puerta, mientras el primer esposo, ante el mismo kadí y los mismos testigos, suscribía un segundo contrato de matrimonio con su primera esposa.
"Y tal es ¡oh rey afortunado! la historia del Desligador. Pero se halla lejos de ser tan deliciosa como la HISTORIA DEL CAPITÁN DE POLICÍA".
EL CAPITÁN DE POLICÍA
En otro tiempo había en El Cairo un kurdo, que llegó a Egipto bajo el reinado del victorioso rey Saladino (¡Alah le tenga en Su gracia!). Y aquel kurdo era un hombre de una corpulencia terrible, con bigotes enormes y una barba que le subía hasta los ojos, y cejas que le tapaban los ojos, y con mechones de pelo que le salían de la nariz y de las orejas. Y tenía un aspecto tan terrible, que no tardó en llegar a ser capitán de policía. Y los pilluelos del barrio, sólo con verle lejos, se daban a la fuga, echando a correr más de prisa que si hubiesen visto aparecer una ghula. Y las madres amenazaban a sus hijos con llamar al capitán kurdo cuando no los podían soportar.
En una palabra, era el terror del barrio y de la ciudad.
Un día entre los días, sintió él que le pesaba la soledad, y pensó en lo bueno que sería encontrar en su casa carne fresca para meterle el diente cuando volviera por la noche. En vista de lo cual, fué en busca de una casamentera, y le dijo: "Deseo mujer. Pero tengo mucha experiencia, y sé cuántas tribulaciones traen de ordinario consigo las mujeres. Por eso, como quiero tener las menos complicaciones posibles, deseo que me busques una joven virgen que no se haya separado nunca de la ropa de su madre, y que esté dispuesta a vivir conmigo en una casa que se compone de una sola habitación. Y pongo por condición la de que jamás ha de salir de esa habitación ni de esa casa. ¡Y ahora dime si puedes o no puedes encontrarme esa joven!" Y la casamentera contestó: "¡Puedo! ¡Dame algo de señal!"
Y el capitán de policía le entregó un dinar en señal, y se fué por su camino. Y la casamentera se irguió sobre ambos pies, y se dedicó a la busca de la joven consabida.
Y tras de varios días de pesquisas y negociaciones, de preguntas y respuestas, acabó por encontrar una joven que consintiera en vivir con el kurdo sin salir nunca de la casa, compuesta de una sola habitación. Y la casamentera fué a participar al capitán de policía el éxito de sus buenos oficios, y le dijo: "He encontrado para ti una joven virgen que jamás se ha separado de su madre, y que me ha dicho cuando le he impuesto la condición: "¡Vivir con el valiente capitán o permanacer aquí encerrada con mi madre da lo mismo!". Y el kurdo quedó muy satisfecho de esta respuesta, y preguntó a la casamentera: "¿Y cómo es?" Ella contestó: "¡Es gorda y rolliza y blanca!" El dijo: "¡Eso es lo que me gusta!"
Así, pues, como el padre de la joven estaba conforme, y como la madre estaba conforme, y como la hija estaba conforme, y como el kurdo estaba conforme, se celebró la boda sin tardanza. Y el kurdo, padre de bigotes grandes, se llevó a la joven gorda y rolliza y blanca a su casa, compuesta de una sola habitación, y se encerró con ella y con su destino.
Y sólo Alah sabe lo que pasó aquella noche.
Y al día siguiente el kurdo fué a evacuar los asuntos propios de la policía, diciéndose al salir de su casa. "He hecho mi suerte con esta joven". Y por la noche, al volver a su casa, le bastó una mirada para asegurarse de que todo estaba en orden en su casa. Y se decía a diario: "Todavía no ha nacido quien meta la nariz en mi cena". Y su tranquilidad era perfecta y su seguridad absoluta. Y a pesar de toda su experiencia, no sabía que la mujer es sagaz de nacimiento, y que cuando desea algo
nada puede detenerla. Y pronto iba a tener prueba de ello.
En efecto, había en la misma calle, frente a la ventana de la casa, un carnicero que vendía carne de carnero. Y el tal carnicero tenía un hijo de lo más truhán, que por naturaleza estaba lleno de atractivo y de alegría, y que, desde por la mañana hasta por la noche, cantaba sin parar con una voz hermosa. Y la joven esposa del capitán kurdo quedó subyugada por los encantos y la voz del hijo del carnicero, y sucedió entre ellos lo que sucedió.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 891ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y la joven esposa del capitán kurdo quedó subyugada por los encantos del hijo del carnicero, y sucedió entre ellos lo que sucedió. Y el señor kurdo volvió aquel día más temprano que de costumbre, e introdujo la llave en la cerradura para abrir la puerta. Y su esposa, que estaba copulando en aquel momento, oyó rechinar la llave y lo dejó todo para saltar sobre ambos pies. Y se apresuró a ocultar a su amante en un rincón de la habitación, detrás de la cuerda en que estaban colgados los trajes de su esposo y los suyos propios. Luego cogió un velo grande, en el cual se envolvía de ordinario, y bajó la escalerilla para salir al encuentro de su marido el capitán, el cual, sólo con subir la mitad de los escalones, había olfateado ya que en su casa pasaba algo que no pasaba de ordinario. Y dijo a su mujer: "¿Quién hay? ¿Y por qué tienes ese velo?" Y ella contestó: "¡La historia de este velo ¡oh dueño mío! es una historia que, si estuviese escrita con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la leyera con respeto! ¡Pero empieza por sentarte en el diván para que te la cuente!" Y le llevó al diván, le rogó que se sentara, y continuó así: "Has de saber, en efecto, que en la ciudad de El Cairo había un capitán de policía, hombre terrible y celoso, que vigilaba a su mujer de continuo. Y para estar seguro de su fidelidad la había encerrado en una casa como ésta, con una sola habitación. Pero a pesar de todas sus precauciones, la mujer le ponía cuernos con todo su corazón, y sobre los cuernos insensibles de él copulaba con el hijo de su vecino el carnicero, de modo y manera que, un día en que había vuelto más temprano que de costumbre, el capitán sospechó algo. Y, en efecto, cuando su mujer le oyó entrar, se apresuró a ocultar a su amante y llevó a su marido a un diván, igual que yo he hecho contigo. ¡Y entonces le echó por la cabeza una tela que tenía en la mano, y le apretó el cuello con todas sus fuerzas, de esta manera!" Y así diciendo, la joven echó la tela por la cabeza del kurdo, y le apretó el cuello, riendo y continuando así su historia: "Y cuando el hijo de perro tuvo la cabeza y el cuello bien cogidos con la tela, la joven gritó a su amante, que estaba escondido detrás de las ropas del marido: "¡Eh, querido mío, ponte en salvo! ¡pronto, pronto!" Y el joven carnicero se apresuró a salir de su escondite y a precipitarse por la escalera a la calle: ¡Y tal es la historia de la tela que tenía yo en la
mano, ¡ya sidi!"
Y tras de contar así esta historia, y al ver que su amante estaba en salvo ya, la joven aflojó la tela que tenía fuertemente enrollada al cuello de su marido el kurdo, y se echó a reír de tal manera que cayó de trasero.
En cuanto el capitán kurdo, libre ya de la estrangulación, no supo si debía reír o enfadarse por la historia y la broma de su mujer. Por lo demás, kurdo era y kurdo siguió siendo. Por eso jamás comprendió nada de aquel incidente. Y continuaron creciéndole los bigotes y los pelos. Y murió como un bienaventurado, contento y prosperando, tras de haber dejado muchos hijos.
Y aquella noche todavía dijo Schehrazada la historia siguiente, que es un torneo de generosidad entre tres personas de diferente especie, a saber: entre un marido, un amante y un ladrón.
¿CUAL ES EL MAS GENEROSO?
Cuentan que había en Bagdad un primo y una prima que desde la infancia se amaban con un amor extremado. Y sus padres les destinaron uno para otro, diciendo siempre: "¡Cuando Habib sea mayor, le casaremos con Habiba!" Y ambos habían vivido y crecido juntos, y con ellos había crecido su mutuo afecto. Pero cuando estuvieron en edad de casarse, el Destino no decretó su matrimonio. Porque los padres, que habían sufrido reveses de fortuna, quedaron muy pobres; y el padre y la madre de Habiba se consideraron favorecidos aceptando por esposo para su hija a un respetable jeique que era uno de los mercaderes más ricos de Bagdad y la había pedido en matrimonio.
Y cuando de tal suerte quedó decidido su matrimonio con el jeique, la joven Habiba quiso ver por última vez a su primo Habib y le dijo llorando: "¡Oh hijo de mi tío! ¡oh bien amado mío! ¡ya sabes lo que ha pasado, y que mis padres me han dado en matrimonio a un jeique a quien no he visto nunca y que no me ha visto nunca! Y he aquí que con este matrimonio se nos desbarata nuestro amor, ¡oh primo mío! ¡Y quizá nuestra muerte sea preferible a nuestra vida!" Y Habib contestó sollozando: "¡Oh bienamada prima mía! ¡amargo es nuestro destino, y nuestra vida no tendrá objeto en adelante! ¿Cómo podremos, lejos uno de otro seguir saboreando el gusto de la vida y deleitándonos con las bellezas de la tierra? ¡Ay! ¡ay! ¡oh prima mía! ¿cómo vamos a soportar el peso de nuestro destino?" Y lloraron uno junto a otro y casi se desmayaron de pena. Pero los separaron, diciéndoles que estaban esperando a la desposada para conducirla a casa del esposo.
Y condujeron a la desolada Habiba, en medio de un cortejo, a la casa del jeique. Y después de las ceremonias de rigor y los deseos y las invocaciones y las bendiciones, dió fin la boda, y se marchó todo el mundo, dejando con su esposo a la recién casada.
Y cuando llegó el momento de la consumación, el jeique penetró en la cámara nupcial, y vió a su esposa llorando en los cojines y con el pecho henchido de
sollozos. Y pensó: "Seguramente, llora por lo que lloran todas las jóvenes que se separan de su madre. Pero generalmente no dura mucho eso, por fortuna. ¡Con aceite se abren los candados más duros, y con dulzura se amansa a los cachorros de león!" Y se acercó a ella, que seguía llorando, y le dijo: "¡Ya setti Habiba! ¡oh luz del alma! ¿Por qué maltratas así la hermosura de tus ojos? ¿Y qué dolor es el tuyo, que te hace olvidar hasta la presencia de alguien nuevo para ti?". Pero la joven, al oír la voz de su esposo, redobló en sus lágrimas y sollozos y hundió más la cabeza en las almohadas. Y el jeique le dijo muy apurado: "¡Ya setti Habiba! ¡si lloras por verte separada de tu madre, iré a buscarla al instante!" Y la joven, por toda respuesta, sacudió la cabeza, sin levantarla de las almohadas, llorando más fuerte, y eso fué todo. Y su esposo le dijo: "¡Si lloras tanto por tu padre, o por una hermana tuya, o por tu nodriza, o por algún animal doméstico, gallo, gato o gacela, dímelo, y por Alah, que iré a buscarle!".
Pero la respuesta fué un signo negativo de cabeza en las almohadas. Y el jeique reflexionó un instante, y dijo: "¿Lloras quizá por la casa de tus padres, donde has pasado tu infancia y tu adolescencia, ¡oh Habiba!? Si lloras por eso dímelo, y te cogeré de la mano y te llevaré allá". Y la joven, un tanto amansada por las buenas palabras de su esposo, levantó un poco la cabeza; y sus hermosos ojos estaban llenos de lágrimas y su rostro encantador era como una llama. Y contestó con voz temblorosa de llanto: "¡Ya sidi! ¡no es por mi madre por quien lloro, ni por mi padre ni por mi hermana, ni por mi nodriza, ni por mis animales domésticos! Te suplico, pues, que me dispenses de revelarte el motivo de mis lágrimas y de mi pena".
Y el excelente jeique, que por primera vez veía al descubierto el rostro de su mujer, quedó muy conmovido por su belleza, por el encanto infantil que se desprendía de toda ella y por la dulzura de su habla. Y le dijo: "¡Ya setti Habiba! ¡oh la más bella entre las jóvenes y corona suya! si no es el alejamiento de tu familia y de tu casa lo que te da tanta pena, es porque hay otro motivo. Y te ruego que me lo digas para remediarlo".
Y contestó ella: "¡Por favor, dispénsame de contestártelo!" Dijo él: "Entonces ese motivo no es otro que la repugnancia y la aversión que sientes por mí. Pues ¡por tu vida, que si me hubieses dicho, por la intermediaria de tu madre, que no querías ser mi esposa, claro es que no te habría obligado a entrar a pesar tuyo en mi casa!"
Y dijo ella: "iNo, por Alah!, ¡oh mi señor! el motivo de mi pena no se debe a repugnancia o aversión! ¿Cómo iba a abrigar semejantes sentimientos para quien no había visto nunca? ¡Se debe a otra cosa que no puedo revelarte!"
Pero tanto y con tanta bondad la porfió él, que la joven, con los ojos bajos, acabó por confesarle su amor a su primo, diciendo: "¡El motivo de mis lágrimas y de mi pena es un ser querido que ha quedado en casa, el hijo de mi tío, con el que he crecido, y que me ama y a quien amo desde la infancia! ¡Y el amor joh mi señor! es una planta cuyas raíces agarran en el corazón, y para arrancarla habría que arrancar el corazón con ella!".
Al oír esta revelación de su esposa, el jeique bajó la cabeza sin decir palabra. Y reflexionó una hora de tiempo; luego levantó la cabeza y dijo a la joven: "¡Oh señora mía! la ley de Alah y de su Profeta (¡con El la plegaria y la paz!) prohibe al creyente obtener del creyente nada por violencia. Y si no se debe coger por fuerza al creyente el pedazo de pan, ¿qué será cuando se trata de arrebatarle el corazón?
¡Así, pues, tranquiliza tu alma y refresca tus ojos, que no sucederá nada más que lo que está escrito en tu destino!" Y añadió: "Levántate, pues, ¡oh esposa mía de un momento! y con mi consentimiento y de mi agrado, ve a buscar al que tiene sobre ti derechos más efectivos que los míos, y entrégate a él libremente. Y volverás aquí por la mañana, antes de que se despierten los criados y te vean entrar. ¡Porque desde este momento eres como una hija de mi carne y de mi sangre! Y el padre no toca a su hija. ¡Y cuando muera yo serás mi heredera!"
Y añadió aún: "¡Levántate sin vacilar, hija mía, y ve a consolar a tu primo, que debe llorarte como se llora a los muertos!"
Y la ayudó a levantarse, y por si mismo le puso sus hermosas vestiduras y sus pedrerías de novia, y la acompañó hasta la puerta. Y salió ella a la calle, con sus hermosas vestiduras y sus pedrerías, como un ídolo paseado por los descreídos en un día de fiesta...
En ese momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 892ª NOCHE
Ella dijo
"... Y salió ella a la calle, con sus hermosas vestiduras y sus pedrerías, como un ídolo paseado por los descreídos en un día de fiesta. Pero apenas había dado veinte pasos por la calle, por donde no pasaba ni un alma a aquella hora de la noche, surgió desde la sombra, de improviso, una forma negra y se lanzó a ella. Era un ladrón que estaba al acecho de cualquier caza nocturna, y al ver brillar sus pedrerías, se había dicho: "¡Ahora puedo enriquecerme para toda la vida!" Y la paró brutalmente y se apresuró a despojarla, diciéndole, con voz sofocada y amedrentadora: "¡Si abres la boca para gritar, te dejaré más ancha que larga!" Y ya había echado mano a los collares, cuando su mirada se encontró con la belleza de aquel rostro; y pensó, muy conmovido: "¡Por Alah, que me la voy a llevar toda entera, porque es más preciosa que todos los tesoros!" Y le dijo: "¡Oh señora mía; no te haré daño ninguno! Pero no te me resistas, y ven conmigo de buen grado. ¡Y nuestra noche será una noche bendita!" Porque pensaba: "¡Es una almea! Pues sólo las almeas salen por la noche vestidas con tanto esplendor. ¡Y debe volver de la boda de algún gran señor!"
Y la joven se echó a llorar por toda respuesta. Y el ladrón le dijo: "¡Por Alah! ¿Por qué lloras? ¡Hago juramento de no maltratarte ni despojarte si te entregas a mí libremente!" Y al propio tiempo la cogió de la mano y quiso llevársela. Entonces le dijo ella a través de sus lágrimas quién era; y le contó la generosidad de su esposo el jeique. Y no le ocultó nada de su historia. Y añadió: "Y ahora estoy en tus manos. ¡Haz de mí lo que quieras!"
Cuando el ladrón, que era el más hábil desvalijador de toda la corporación de ladrones de Bagdad, hubo oído la historia singular de la joven y comprendido todo el alcance del proceder generoso de su esposo el jeique, bajó un instante la cabeza y reflexionó profundamente. Luego levantó la cabeza y dijo a la joven: "¿Y dónde vive el hijo de tu tío a quien amas?" Ella dijo: "¡En tal barrio y tal calle, donde ocupa la habitación que da al jardín de la casa!" Y dijo el ladrón: "¡Oh señora mía! ¡no se dirá que dos amantes han sido molestados en su amor por un ladrón! ¡Plegue a Alah concederte sus gracias más escogidas en esta noche que vas a pasar con tu primo! ¡Por lo que a mí respecta, voy a conducirte y a darte escolta para evitarte malos encuentros con otros ladrones!"
Y añadió: "¡Oh mi señora! ¡si el viento es de todos, la flauta no es mía!"
Y tras de hablar así, el ladrón cogió de la mano a la joven y le dió escolta, con todos los miramientos de que se hace alarde con una reina, hasta la casa de su amante. Y se despidió de ella después de besarle la orla del traje, y se fué por su camino.
Y la joven empujó la puerta del jardín, atravesó el jardín, y fué derecha al cuarto de su primo. Y le oyó sollozar completamente solo, pensando en ella. Y llamó a la puerta; y preguntó la voz de su primo, entrecortada por las lágrimas: "¿Quién hay en la puerta?" Ella dijo: "¡Habiba!" Y exclamó él desde dentro: "¡Oh voz de Habiba!" Y dijo aún: "¡Habiba ha muerto! ¿Quién eres tú, que me hablas con su voz?" Ella dijo: "¡Soy Habiba, la hija de tu tío!"
Y la puerta se abrió, y Habib cayó desmayado en brazos de su prima. Y cuando, gracias a los cuidados de Habiba, volvió de su desmayo, Habiba le hizo descansar junto a ella, puso la cabeza de él sobre sus rodillas y le hizo el relato de lo que le había ocurrido con su esposo el jeique y con el ladrón generoso. Y al oír aquello, Habib se conmovió tanto, que no pudo articular palabra. Luego se levantó de repente, y dijo a su prima: "Ven, ¡oh bienamada prima mía!" Y la cogió de la mano, sin querer conocerla, y salió con ella a la calle, y la condujo sin pronunciar palabra, a la morada de su esposo el jeique.
Cuando el jeique vió volver a su esposa con su primo el joven Habib, y comprendió la razón que así le llevaba a ambos a su morada, los introdujo en su propia habitación, y les besó como un padre besaría a sus hijos, y les dijo con voz llena de gravedad: "¡Cuando el creyente ha dicho a su esposa: "¡Eres hija de mi carne y de mi sangre!", ningún poder logrará hacerle desdecirse de sus palabras! Así, pues, nada me debéis, ¡oh hijos míos! ¡Porque estoy ligado por mis propias palabras!"
Y tras de hablar así, inscribió a nombre de ellos su casa y sus bienes, y se marchó a habitar en otra ciudad.
Y Schehrazada dejó al rey Schahriar el cuidado de concluir, sin preguntarle nada a este respecto. Y aquella noche todavía dijo:
EL BARBERO EMASCULADO
Cuentan que había en El Cairo un mozalbete sin igual en belleza y en méritos. Y
tenía por amiga, a quien amaba mucho y que le amaba, una joven cuyo esposo era un yuzbaschi, jefe de cien guardias de policía, hombre lleno de ímpetu y de bravura, con manos que hubiesen podido aplastar al joven sólo con un dedo. Y el tal yuzbaschi tenía todas las cualidades relevantes para satisfacer a su harén; pero el joven no tenía barba, y la esposa era de las que prefieren la carne de cordero, y una yegua de las que gustan de sentirse cabalgadas, con preferencia, por los jovenzuelos.
Un día entre los días, el yuzbaschi entró en su casa y dijo a su joven esposa: "¡Oh hija del tío! estoy invitado a ir esta tarde a tal sitio de los jardines para tomar el aire con mis amigos. Por tanto, si se me necesita para cualquier asunto, ya sabes dónde enviar a buscarme". Y su esposa le dijo: "¡Nadie deseará de ti otra cosa que saber que disfrutas de delicias y contento! ¡Ve a divertirte en los jardines, ¡oh mi señor! y que eso te dilate y te esponje para alegría nuestra!" Y el yuzbaschi se fué por su camino, felicitándose una vez más por tener una esposa tan atenta y bien dotada y obediente y bien educada.
Y en cuanto él hubo vuelto la espalda, su esposa exclamó: "¡Loores a Alah, que aleja de nosotros por esta tarde a ese cerdo salvaje! ¡He aquí que voy a enviar a buscar al pendiente de mi corazón!" Y llamó al pequeño eunuco que tenía a su servicio, y le dijo: "¡Oh muchacho! ve en seguida a buscar de mi parte a Fulano. Y si no le encuentras en su casa, búscale por doquiera hasta que le encuentres, y dile: "¡Mi señora te envía la zalema y te pide que vayas a su casa al momento!" Y el eunuco salió de casa de su señora, y como no encontró al joven en su casa, se dedicó a recorrer, en busca suya, todas las tiendas del zoco adonde tenía él costumbre de ir a sentarse. Y acabó por encontrarle en la tienda de un barbero, donde había ido para que le afeitasen la cabeza. Y se acercó a él precisamente en el momento en que el barbero le anudaba al cuello una toalla limpia y le decía: "¡Haga Alah que el refresco te sea delicioso!" Y aproximándose el eunuco al joven, se inclinó hacia él, y le dijo al oído: "¡Mi señora te envía sus zalemas más escogidas, y me encarga que te diga que hoy la ribera se ha aclarado y el yuzbaschi está en los jardines! Si deseas la posesión, pues, no tienes más que ir sin dilación ni tardanza". Y al oír aquello, el mozalbete no pudo sufrir el permanecer allí un momento más, y gritó al barbero: "¡Sécame pronto la cabeza, que me voy, y ya vendré otra vez! Y diciendo estas palabras, puso en su mano un dracma de plata, como si ya tuviese la cabeza arreglada por el barbero. Y el barbero, al ver aquella generosidad, se dijo: "¡Me da un dracma sin haberle afeitado nada! ¿Qué sería si le hubiese afeitado la cabeza? ¡Por Alah, he aquí un cliente al que no perderé de vista! ¡Sin duda alguna, cuando le afeite la cabeza me dará un puñado de dracmas!"
Entretanto el joven se levantó con rapidez, y salió a la calle. Y el barbero le acompañó hasta el umbral de la tienda, diciéndole: "¡Alah contigo, ¡oh mi señor! Espero que, cuando hayas ventilado los asuntos que tienes pendientes, volverás a esta tienda, de donde saldrás más hermoso todavía que al entrar. ¡Alah contigo!" Y el joven contestó: "¡Taieb! Está bien; ya volveré". Y se marchó a escape y desapareció por un recodo de la calle.
Y llegó a la casa de su amiga, esposa del yuzbaschi. Y ya iba a llamar a la puerta, cuando, con extremada sorpresa por parte suya, vió surgir ante él al barbero, que venía por el otro lado de la calle. Y sin saber qué era lo que obligaba a correr así al barbero, que le llamaba por señas desde lejos, no llegó a llamar. Y el barbero le dijo: "¡Oh mi señor, Alah contigo! Te ruego no olvides mi tienda, que se ha perfumado e iluminado con tu llegada. Y ha dicho el sabio: "¡Cuando te endulces en un paraje, no busques otro!" Y el gran médico de los árabes, Abu Alí el Hossein Ibn Sina (¡con él las gracias del Altísimo!), ha dicho: "¡Ninguna leche para el niño es comparable a la leche de la madre! ¡Y nada más dulce para la cabeza que la mano de un barbero hábil!" Espero, pues, de ti ¡oh mi señor! que reconocerás mi tienda entre todas las tiendas de los demás barberos del zoco". Y dijo el joven: "¡Ualah! ciertamente que la reconoceré, ¡oh barbero!" Y empujó la puerta que ya se había abierto por dentro, y se apresuró a cerrarla detrás de sí. Y subió a reunirse con su amante para hacer su cosa acostumbrada con ella.
En cuanto al barbero, en lugar de volver a su tienda, se quedó quieto en la calle frente a la puerta, diciéndose: "¡Lo mejor será que espere aquí mismo a este cliente inesperado, a fin de conducirle a mi tienda, no vaya a ser que la confunda con las de mis vecinos!" Y sin quitar los ojos de la puerta un instante, se paró definitivamente. Pero, volviendo al yuzbaschi, cuando llegó al sitio de la cita, el amigo que le había invitado le dijo: "¡Ya sidi! perdóname la descortesía sin par de que soy culpable para contigo. Pero acaba de morir mi madre, y es preciso que prepare el entierro. Dispénsame, pues, por no poder disfrutar hoy de tu compañía, y perdóname mis malas maneras. Alah es generoso, y en breve volveremos aquí juntos". Y se despidió de él, excusándose mucho más aún, y se fué por su camino. Y el yuzbaschi, con la nariz muy alargada, dijo para sí: "¡Alah maldiga a las viejas calamitosas que ennegrecen de tan mala manera los días de diversión! ¡Y súmalas el Maligno en el agujero más profundo del quinto infierno!" Y así diciendo, escupió al aire con furor...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 893ª NOCHE
Ella dijo:
".. . Y el yuzbaschi, con la nariz muy alargada, dijo para sí: "¡Alah maldiga a las viejas calamitosas que ennegrecen de tan mala manera los días de diversión! ¡Y súmalas el Maligno en el agujero más profundo del quinto infierno!" Y así diciendo, escupió al aire con furor, murmurando para su barba: "Escupo sobre ti y sobre la tierra que te cubrirá, ¡oh madre de las calamidades!" Y emprendió el camino de su casa, y llegó a su calle girándole de cólera los ojos. Y divisó al barbero, que estaba parado, con la cabeza vuelta hacia la ventana de la casa, como un perro que espera que le echen un hueso. Y le abordó y le dijo: "¿Qué esperas, ¡oh hombre!? ¿Y qué hay de común entre esta casa y tú?" Y el barbero se inclinó hasta tierra y contestó: "¡Oh sidi yuzbaschi! ¡espero aquí al mejor cliente de mi tienda! ¡Porque mi pan está entre sus manos!" Y el yuzbaschi le preguntó muy asombrado: "¿Qué dices, ¡oh secuaz de los efrits!? ¿Acaso se ha convertido ahora mi casa en punto de cita de los clientes de barberos de tu especie? ¡Vete, ¡oh proxeneta! o conocerás la fuerza de mi brazo!" Y dijo el barbero: "¡El nombre de Alah sobre ti ¡oh mi señor yuzbaschi! y sobre tu casa y sobre los habitantes de tu honorable casa, receptáculo de la honestidad y de todas las virtudes! ¡Pero por tu preciosa vida te juro que mi mejor cliente ha entrado aquí mismo! ¡Y como ya lleva mucho tiempo, y mi trabajo y mi tienda me ponen en la imposibilidad de esperar más, te ruego que le digas, cuando le veas, que no se retarde!" Y el esposo de la joven le dijo: "¿Y qué clase de hombre es tu cliente, oh hijo de alcahuetes y descendencia de procuradores!?" El aludido dijo: "Es un buen mozo, con unos ojos así, y una estatura así, y lo demás por el estilo! ¡Es un perfecto schalabi, un elegante, un refinado de maneras y de aspecto, y generoso, y delicioso, un terrón de azúcar,! ya sidi! un panal de miel, ualahi!"
Cuando el capitán de los cien guardias de policía oyó este elogio y esta descripción del que había entrado en su casa, cogió al barbero por la nuca, y sacudiéndolo repetidas veces, le dijo: "¡Oh posteridad de proxenetas e hijo de zorras!" Y el barbero sacudido exclamó: "¡No hay inconveniente!" Y el yuzbaschi continuó: "¿Cómo te atreves a pronunciar semejantes palabras con relación a mi casa?" Y el barbero dijo: "¡Oh mi señor! ya verás lo que te dice mi cliente cuando le hayas dicho: "¡El barbero de manos suaves te espera en la puerta!" Y el yuzbaschi le gritó, echando espuma: "¡Pues bien; quédate aquí aguardando a que vaya yo a comprobar tus palabras!" Y se precipitó en su casa.
Y he aquí que, mientras tanto, la joven, que había visto y oído desde detrás de la ventana cuanto acababa de pasar en la calle, había tenido tiempo de esconder a su amante en la cisterna de la casa. Y cuando el yuzbaschi penetró en las habitaciones, ya no había allí ni joven, ni olor de joven, ni nada que se le pareciese de cerca o de lejos. Y preguntó a su esposa: "Por Alah, ¡oh mujer! ¿es posible verdaderamente creer que haya penetrado en casa un hombre?" Y la esposa, fingiéndose en extremo enfadada de aquella suposición, exclamó: "¡Qué vergüenza para nuestra casa y para mí misma! ¿Cómo iba a entrar aquí un hombre, ¡oh mi señor!?" Y el yuzbaschi dijo: "¡Es que el barbero que está en la calle me ha dicho que esperaba a que saliese de casa un joven de entre sus clientes!" Ella dijo: "¿Y no le has aplastado contra el muro?" El dijo: "¡Voy a hacerlo ahora!" Y bajó, y cogió al barbero por la nuca, y le volteó, gritándole: "¡Oh alcahuete de tu madre y de tu esposa! ¿Cómo te has atrevido a decir semejantes palabras del harén de un creyente?" Y ya iba sin duda a hacerle entrar su longitud en su anchura, cuando el barbero exclamó: "¡Por la verdad que nos ha revelado el Profeta, ¡oh yuzbaschi! que he visto con mis ojos entrar en la casa al joven! ¡Pero no lo he visto salir!" Y el otro dejó de darle volteretas, y llegó al límite de la perplejidad al oír a aquel hombre sostener semejante cosa cara a cara de la muerte. Y le dijo: "No quiero matarte sin probarte que has mentido, ¡oh perro! ¡Ven conmigo!" Y le arrastró a la casa, y empezó a recorrer con él todas las habitaciones del piso bajo, las de arriba y de todas partes. Y cuando lo hubieron examinado todo y visitado todo, bajaron al patio y registraron por todos los rincones, sin encontrar nada. Y el yuzbaschi se encaró con el barbero y le dijo: "¡No hay nada!" Y el otro dijo: "Es verdad; pero queda todavía esta cisterna que no hemos visitado".
¡Eso fué todo! Y el joven oía sus idas y venidas, y su conversación. Y al escuchar aquellas últimas palabras de cisterna y de visita a la cisterna, maldijo en su alma al barbero, pensando: "¡Ah, hijo de prostitutas de infamia! ¡Va a hacer que me cojan!" Y por su parte, la esposa oyó que el barbero hablaba de visitar la cisterna, y bajó a toda prisa, gritando a su esposo: "¿Hasta cuándo ¡oh hombre! vas a hacer recorrer tu casa y tu harén a ese producto de los mil cornudos de la impudicia? ¿Y no te da vergüenza introducir de tal suerte en la intimidad de tu morada a un extraño de la especie de éste? ¿A qué esperas para castigarle como se merece su crimen?" Y el yuzbaschi dijo: "Verdad dices, ¡oh mujer! hay que castigarle. Pero tú eres la calumniada, y a ti te corresponde castigarle. ¡Castígale con arreglo a la gravedad y a la naturaleza de sus imputaciones!"
Entonces la joven subió a coger un cuchillo de la cocina, y lo calentó hasta que estuvo al rojo blanco. Y se acercó al barbero, a quien el yuzbaschi ya había tendido en tierra de un solo empellón. Y con el cuchillo incandescente, le cauterizó los compañones y le quemó la piel, en tanto que el yuzbaschi le sujetaba contra el suelo. Tras de lo cual le echaron a la calle, gritándole: "¡Eso te enseñará a hablar mal de los harenes de las personas honradas!" Y el infortunado barbero permaneció donde le dejaron, hasta que unos transeúntes compasivos le recogieron y llevaron a su tienda. ¡Y he aquí lo referente a él!
Pero en cuanto al joven encerrado en la cisterna, no bien cesaron todos los ruidos de la casa, se apresuró a escapar de su escondite echando a correr. ¡Y Alah veló lo que tenía que velar!
Y Schehrazada no quiso dejar pasar aquella noche sin contar todavía al rey Schahriar la HISTORIA DE FAIRUZ Y DE SU ESPOSA.
FAIRUZ Y SU ESPOSA
Cuentan que cierto rey estaba sentado un día en la terraza de su palacio tomando el aire y alegrándose los ojos con la contemplación del cielo que tenía sobre su cabeza y de los hermosos jardines que tenía a sus pies. Y su mirada tropezó de pronto, en la terraza de una casa situada frente al palacio, con una mujer como no la había visto igual en belleza. Y se encaró con los que le rodeaban y les preguntó: "¿A quién pertenece esa casa?" Y le contestaron: "A tu servidor Fairuz. ¡Y ésa es su esposa!" Entonces bajó de la terraza el rey; y la pasión le había puesto ebrio sin vino, y el amor se albergaba en su corazón. Y llamó a su servidor Fairuz y le dijo: "¡Toma esta carta y ve a tal ciudad, y vuelve con la respuesta!" Y Fairuz cogió la carta, y fué a su casa, y guardó la carta debajo de la almohada, y así pasó aquella noche. Y cuando llegó la mañana, se levantó, despidiéndose de su esposa, y salió para la ciudad consabida, ignorando los proyectos que abrigaba contra él su soberano.
En cuanto al rey, se levantó a toda prisa no bien partió el esposo, y se dirigió disfrazado a casa de Fairuz y llamó a la puerta. Y la esposa de Fairuz preguntó: "¿Quién hay a la puerta?" Y contestó él: "¡Soy el rey, señor de tu esposo!" Y ella abrió. Y entró el rey, y se sentó, diciendo: "Venimos a visitarte". Y ella sonrió, y contestó: "¡Me refugio en Alah contra esta visita! ¡Porque, en verdad, no espero de ella nada bueno!" Pero el rey dijo: "¡Oh deseo de los corazones! ¡soy el señor de tu marido, y me parece que no me conoces!" Y contestó ella: "Claro que te conozco ¡oh mi señor y dueño! y conozco tu proyecto y sé lo que quieres y que eres el amo de mi esposo. Y para demostrarte que comprendo muy bien lo que te propones, te aconsejo ¡oh soberano mío! que tengas la suficiente alteza de alma para aplicarte a ti mismo estos versos del poeta:
¡No pisaré el camino que conduce a la fuente, mientras otros caminantes puedan posar sus labios sobre la piedra húmeda que aplacaría mi sed!
¡Cuando el sonsoneante enjambre de moscas inmundas cae sobre mis bandejas, por mucha que sea el hambre que me tortura, retiro al punto mi mano de los manjares condimentados para mi placer!
¿No evitan los leones el camino que conduce a la orilla del agua, cuando los perros son libres de lengüetear en el mismo sitio?
Y tras de recitar estos versos, la esposa de Fairuz añadió: "Y tú, ¡oh rey! ¿vas a beber en la fuente donde otros posaron sus labios antes que tú?" Y el rey, al oír estas palabras, la miró con estupefacción. Y se impresionó tanto, que volvió la espalda, sin hallar una palabra de respuesta; y en su prisa por huir, olvidó en la casa una de sus sandalias.
Y tal fué su caso.
¡Pero he aquí lo que aconteció a Fairuz! Cuando salió de su casa para ir adonde le había enviado el rey, buscó la carta en su bolsillo, pero no la encontró. Y se acordó de que la había dejado debajo de la almohada. Y volvió a su casa, y entró en el preciso momento en que el rey acababa de irse. Y vió la sandalia del rey en el umbral. Y al punto comprendió el motivo de que se le enviara fuera de la ciudad, hacia un país lejano. Y se dijo: "¡El rey mi señor no me envía allá más que para dar libre curso a su pasión inconfesable!" Sin embargo, guardó silencio, y penetrando en su cuarto sin hacer ruido, cogió la carta de donde la había dejado, y salió sin que su esposa advirtiese su entrada. Y se apresuró a dejar la ciudad y a ir a cumplir la misión que le había encargado su señor el rey. Y Alah le escribió la seguridad, y llevó él la carta a su destinatario, y volvió a la ciudad del rey con la respuesta oportuna. Y antes de ir a descansar a su casa, se apresuró a presentarse entre las manos del rey, quien, para recompensarle por su diligencia, le hizo un presente de cien dinares.
Y no se dijo y pronunció nada acerca de lo consabido.
Y tras de tomar los cien dinares, Fairuz fué al zoco de los joyeros y de los orfebres, e invirtió toda la suma en comprar cosas magníficas entre preseas para uso de las mujeres. Y se lo llevó todo a su esposa, diciéndole: "¡Para celebrar mi regreso!"
Y añadió: "¡Toma esto y cuanto aquí te pertenezca, y vuelve a casa de tu padre!"
Y ella le preguntó: "¿Por qué?" El dijo: "En verdad que mi señor el rey me ha colmado de bondades. Y como quiero que lo sepa todo el mundo, y que tu padre se regocije al ver sobre ti todas esas preseas, deseo que vayas adonde te he dicho". Y ella contestó: "¡Con cariño y de todo corazón jubiloso!" Y se atavió con cuanto le había llevado su esposo y con cuanto ella poseía ya, y fué a casa de su padre. Y su padre se regocijó mucho de su llegada y de ver todo lo que de hermoso llevaba encima ella, que permaneció en casa de su padre un mes entero, sin que su esposo Fairuz pensase en ir a buscarla y sin que ni siquiera mandase a pedir noticias suyas.
Así es que, al cabo de aquel mes de separación, el hermano de la joven fué en busca de Fairuz y le dijo: "¡Oh Fairuz! ¡si no quieres revelar el motivo de tu cólera contra tu esposa y del abandono en que la dejas, ven y queréllate con nosotros ante nuestro señor el rey!"
Y Fairuz contestó: "¡Aunque vosotros queráis querellaros, yo no me querellaré!" Y el hermano de la joven dijo: "¡De todos modos ven, y me oirás querellarme!" Y se fué con él a ver al rey.
Y encontraron al rey en la sala de audiencias, y al kadí sentado al lado suyo. Y el hermano de la joven, después de besar la tierra entre las manos del rey, dijo: "¡Oh señor nuestro, vengo a querellarme de una cosa!" Y el rey le dijo: "Las querellas competen al señor kadí. ¡A él es a quien tienes que dirigirte!" Y el hermano de la joven se encaró con el kadí, y dijo: "¡Alah asista a nuestro señor el kadí! He aquí la cosa y la querella: Hemos alquilado a este hombre, en calidad de simple arrendamiento, un hermoso jardín, protegido por altas tapias y resguardado, maravillosamente cuidado y plantado de flores y de árboles frutales. Pero este hombre, después de cortar todas las flores y comerse todas las frutas, ha derribado las tapias, ha dejado el jardín a merced de los cuatro vientos y ha sembrado por doquiera la devastación. ¡Y ahora quiere rescindir el contrato y devolvernos nuestro jardín en el estado en que lo ha puesto! ¡Y tal es la querella y el asunto, ya sidi kadí!"
Y el kadí se encaró con Fairuz y le dijo: "¿Y qué tienes que decir, tú, ¡oh joven!?" Y el aludido contestó: "¡La verdad es que les devuelvo el jardín en mejor estado que se hallaba antes!" Y el kadí dijo al hermano: "¿Es verdad que devuelve el jardín en mejor estado, como acaba de declarar?" Y el hermano dijo: "¡No! ¡Pero deseo saber por él qué motivo le ha impulsado a devolvérnoslo!"
Y el kadí preguntó, encarándose con Fairuz: "¿Qué tienes que decir, ¡oh joven!?" Y Fairuz contestó: "¡Yo se lo devuelvo de buena gana y de mala gana a la vez! Y el motivo de esta restitución, ya que desean conocerlo, es que un día entré en el jardín consabido, y he visto en la tierra huellas de pasos de león y de su planta. Y he tenido miedo de que el león me devorase si me aventuraba de nuevo por allí. Y por eso he devuelto el jardín a sus propietarios. Y no lo hice más que por respeto al león y por miedo por mí ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió ;parecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 894ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y por eso he devuelto el jardín a sus propietarios. Y no lo hice más que por
respeto al león y por miedo por mí".
Cuando el rey, que estaba tendido en los cojines y que escuchaba sin que lo pareciese, hubo oído las palabras de su servidor Fairuz y comprendido su alcance y significación, se levantó acto seguido y dijo al joven: "¡Oh Fairuz! calma tu corazón, desecha tus escrúpulos y vuelve a tu jardín. ¡Porque te juro por la verdad y la santidad del Islam que tu jardín es el mejor defendido y el mejor guardado que encontré en mi vida; y sus murallas están al abrigo de todos los asaltos; y sus árboles, sus frutos y sus flores son los más sanos y los más hermosos que vi nunca!"
Y Fairuz comprendió. Y volvió con su esposa. Y la amó.
Y de esta manera, ni el kadí ni ninguno de los numerosos concurrentes que había en la sala de audiencias pudieron comprender nada de la cosa, que permaneció secreta entre el rey y Fairuz y el hermano de la esposa. ¡Pero Alah es Omnisciente!
Y todavía dijo Schehrazada:
EL NACIMIENTO Y EL INGENIO
Había un hombre, sirio de nacimiento, a quien Alah había dotado, como a todos los schamitas de su raza, de una sangre pesada y de un ingenio espeso. Porque es cosa notoria que, cuando Alah distribuyó sus dones a los humanos, puso en cada tierra las cualidades y los defectos que debían transmitirse a todos los que nacieran allí. Así es como otorgó el ingenio y la listeza a los habitantes de El Cairo, la fuerza copulativa a los del Alto Egipto, el amor de la poesía a nuestros padres árabes, la bravura a los jinetes del centro, costumbres ordenadas a los habitantes del Irak, cordialidad a los individuos de las tribus errantes, y muchos otros dones a otros muchos países; pero a los sirios no les dió más que el amor a la ganancia e ingenio para el comercio, y les olvidó totalmente cuando distribuyó los dones gratos. Por eso, haga lo que haga, un sirio schamita, de los países que se extienden desde el mar salado a los confines del desierto de Damasco, será siempre un zopenco de sangre gorda, y su ingenio no se avivará nunca más que ante el incentivo grosero de la ganancia y del tráfico.
Y he aquí que el sirio en cuestión se despertó, un día entre los días, con deseo de ir a traficar a El Cairo. Y sin duda alguna era su mal destino quien le sugería aquella idea de ir a vivir entre las gentes más deliciosas y más ingeniosas de la tierra. Pero, como todos los de su raza, estaba lleno de pedantería, y pensó que deslumbraría a aquellas gentes con las cosas hermosas que iba a llevar consigo. En efecto, metió en cofres lo más suntuoso que poseía de sederías, telas preciosas, armas labradas y otras cosas semejantes, y llegó a la ciudad resguardada, a Misr Al-Kahira, a El Cairo!
Y empezó por alquilar un local para sus mercancías y una vivienda para él mismo en un khan de la ciudad, situado en el centro de los zocos. Y se dedicó a ir todos los días a casa de los clientes y de los mercaderes, invitándoles a visitar sus mercancías. Y continuó obrando de tal suerte durante algún tiempo, hasta que, un día entre los días, estando de paseo y mirando a derecha y a izquierda, se encontró
con tres mujeres jóvenes que avanzaban inclinándose y contoneándose, y reían diciéndose cosas así y asá. Y cada una era más hermosa que la otra y más atrayente y más encantadora. Y cuando las divisó, se le pusieron tiesos y provocadores los bigotes; y al ver que le miraban de reojo, se acercó a ellas y les dijo: "¿Podréis venir esta noche a hacerme agradable compañía en mi khan para divertirme?" Y ellas contestaron, risueñas: "En verdad que sí, y haremos lo que nos digas que hagamos para complacerte". Y preguntó él: "¿En mi casa o en vuestra casa, ¡oh mis señoras!?" Ellas contestaron: "¡Por Alah, en tu casa! ¿Acaso crees que nuestros maridos nos dejan introducir en casa hombres extraños?" Y añadieron ellas: "¡Esta noche iremos a tu casa! Dinos dónde te alojas".
El dijo: "Me alojo en un cuarto de tal khan, en tal calle". Ellas dijeron: "En ese caso, nos prepararás la cena y nos la tendrás caliente; e iremos a visitarte después de la hora de la plegaria de la noche". Y dijo: "Así se habla". Y le dejaron ellas para proseguir su camino. Y por su parte, él se encargó de las provisiones, y compró pescado, cohombros, ostras, vino y perfumes, y lo llevó todo a su cuarto; y preparó cinco especies de manjares a base de carne, sin contar el arroz y las verduras; y los guisó por sí mismo; y lo tuvo todo dispuesto en las mejores condiciones.
Y cuando se acercó la hora de cenar, llegaron las tres mujeres, como le habían prometido, envueltas en kababits de tela azul que hacían que no se las conociese. Pero al entrar, se quitaron de los hombros aquellas envolturas, y fueron a sentarse como lunas. Y el sirio se levantó y se sentó enfrente de ellas, como un bobalicón, tras de ponerles delante las bandejas cargadas de manjares. Y comieron con arreglo a su capacidad. Y luego él les llevó el taburete de los vinos. Y circuló entre ellos la copa. Y a las invitaciones apremiantes de las jóvenes, el sirio no se negó a beber ninguna vez, y bebió de tal modo, que se le iba la cabeza en todas direcciones. Y entonces fué cuando, un poco envalentonado, miró cara a cara a sus compañeras y pudo admirar su belleza y maravillarse de sus perfecciones. Y fluctuó entre la perplejidad y la estupefacción. Y osciló entre la extravagancia y el azoramiento. Y ya no sabía distinguir el macho de la hembra. Y su estado fué memorable y su destino deplorable. Y miró sin ver y comió sin beber. Y manipuló con los pies y anduvo con la cabeza. Y giró los ojos y sacudió la nariz. Y moqueó y estornudó. Y rió y lloró. Tras de lo cual se encaró con una de las tres, y le preguntó: "¡Por Alah sobre ti, ya setti! ¿cómo es tu nombre?" Ella contestó: "Me llamo ¿Has-visto-nunca-nada-como-yo?" Y a él se le huyó más la razón, y exclamó: "¡No, walahi, nunca he visto nada como tú!" Luego se tendió en el suelo, apoyándose en los codos, y preguntó a la segunda: "¿Y cuál es tu nombre, ya setti, ¡oh sangre de la vida de mi corazón!?"
Ella contestó: "¡No-has-visto-nunca-a-nadie-que-se-me-parezca!" Y exclamó él: "¡Inschalah! así lo habrá querido Alah, oh mi señora No-has-visto-nunca-a-nadie-que-se-me-parezca!"
Luego se encaró con la tercera y le preguntó: "¿Y cuál es tu honorable nombre, ya setti, ¡oh quemadura de mi corazón!?" Ella contestó: "¡Mírame-y-me-conocerás!" Y al oír esta tercera respuesta, el sirio rodó por tierra, exclamando con toda su voz: "No hay inconveniente, ¡oh mi señora Mírame-y-me-conocerás!"
Y ellas continuaron haciendo circular la copa y vaciándola en el gaznate de él, hasta que se cayó dando con la cabeza antes que con los pies y deteniéndosele la circulación. Entonces, al verle en aquel estado, se levantaron ellas y le quitaron el turbante y le pusieron un gorro de loco. Luego miraron a su alrededor, y se apropiaron de cuanto dinero y cosas de precio les deparó la suerte. Y cargadas con el botín y con el corazón ligero, le dejaron roncando como un búfalo en su khan y abandonaron la morada a su propietario. Y el velador veló lo que tenía que velar.
Al día siguiente, cuando el sirio se repuso de su borrachera, se vió solo en su cuarto, y no tardó en comprobar que su cuarto estaba barrido de cuanto contenía. Y de pronto recobró completamente el sentido, y exclamó: "¡No hay majestad ni poder más que en Alah el Glorioso, el Grande!" Y se precipitó fuera del khan con el gorro de loco en la cabeza, y empezó a preguntar a todos los transeúntes si habían encontrado a Fulana, Mengana y Zutana. Y decía los nombres que le habían revelado las jóvenes. Y las gentes, al verle ataviado de tal modo, lo creían escapado del maristán, y contestaban: "¡No, por Alah, nunca hemos visto nada como tú!" Y decían otros: "¡Nunca hemos visto a nadie que se te parezca!" Y decían otros: "¡En verdad que te miramos, pero no te conocemos!"
Así es que, harto de preguntar, ya no supo él a quién recurrir ni a quién quejarse, y acabó por encontrar al fin a un traseúnte caritativo y de buen consejo, que le dijo: "Escúchame, ¡oh sirio! lo mejor que puedes hacer en estas circunstancias es volverte a Siria sin tardanza ni dilación, pues en El Cairo ya ves que las gentes saben volcar los cerebros duros igual que los ligeros y jugar con los huevos tan bien como con las piedras".
Y el sirio, con la nariz alargada hasta los pies, se volvió a Siria, su país, de donde no debía haber salido nunca.
Y como les han sucedido con frecuencia aventuras semejantes por eso los nacidos en Siria hablan tan mal de los hijos de Egipto.
Y Schehrazada, habiendo acabado de contar esta historia, se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada! ¡me han complacido en extremo estas anécdotas, y con ellas me encuentro más instruido y esclarecido!" Y Schehrazada sonrió y dijo: "¡Sólo Alah es el Instructor y el Esclarecedor!" Y añadió: "¿Pero qué son estas anécdotas, si se las compara con la Historia del libro mágico?"
Y dijo el rey Schahriar: ¿Qué libro mágico es ése ¡oh Schehrazada! y qué historia es la suya?"
Y ella dijo: "¡Me reservo para contártela la próxima noche, ¡oh rey! si Alah quiere y si tal es tu gusto!" Y dijo el rey: "¡Claro que quiero escuchar la próxima noche esa historia que no conozco!"
Y CUANDO LLEGO LA 895ª NOCHE
La pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y dijo: "¡Oh hermana mía! ¿cuándo vas a empezar la HISTORIA DEL LIBRO MÁGICO? Y Schehrazada contestó: "¡Sin tardanza ni dilación, pues que así lo desea nuestro señor el rey!"
HISTORIA DEL LIBRO MÁGICO
Y la madre no dejó de cumplir la última recomendación de su difunto esposo. Y al cabo de cierto tiempo se acostó para morir (¡solo Alah es el eterno viviente!) y llamó a su hija, la hermana del muchacho, y le dijo: "¡Hija mía, has de saber que tu difunto padre (¡sea con él la misericordia del Clemente!) me hizo jurar, a su muerte, que jamás contrariaría los deseos de tu hermano! ¡Ahora júrame a tu vez, para que yo muera tranquila, que cumplirás esta recomendación!" Y la joven prestó el juramento a su madre, que murió contenta en la paz de su Señor.
Y he aquí que, en cuanto estuvo enterrada la madre, el mozalbete fué en busca de su hermana y le dijo: "Escucha, ¡oh hija de mi padre y de mi madre! Quiero, en esta hora y en este instante, reunir en casa todo lo que posee nuestra mano en muebles, cosechas, búfalos, cabras, y en una palabra, cuanto nos ha dejado nuestro padre, y quemar el continente con el contenido". Y la joven, llena de estupor, abrió sus grandes ojos, y exclamó, olvidando la recomendación: "¡Oh querido! pero, si haces eso, ¿qué va a ser de nosotros?" Y contestó él: "¡Ya verás!"
E hizo lo que había dicho. Amontonando todo en la casa, le prendió fuego. Y se convirtió en llamas todo, bienes y fondos. Y advirtiendo el mozalbete que su hermana había conseguido esconder en casa de los vecinos diferentes objetos para salvarlos del desastre, se dedicó a la busca de las tales cosas y dió con ellas siguiendo las huellas de los piececitos de su hermana. Y cuando las encontró, las prendió fuego a una tras de otra, continente y contenido. Pero los propietarios, mirándole con malos ojos, se armaron de horquillas y se pusieron en persecución del hermano y de la hermana, para matarlos. Y le dijo la joven, muriéndose de miedo: "¡Ya ves ¡oh hermano mío! lo que has hecho! ¡Pongámonos en salvo! ¡ah! ¡pongámonos en salvo!" Y emprendieron juntos la fuga, poniendo pies en polvorosa.
Y estuvieron corriendo un día y una noche, y de tal suerte lograron escapar de los que aspiraban a su muerte. Y llegaron a una hermosa propiedad en donde hacían la recolección unos labradores. Y para poder vivir ambos hermanos se ofrecieron a ayudar, y en vista de su buena cara, fueron admitidos.
Y he aquí que, días más tarde, estando el mozalbete solo en la casa con los tres hijos del amo, les hizo mil caricias para atraérselos, y les dijo: "¡Vamos a la era para jugar a que trillamos el grano!" Y cogidos de las manos se fueron los cuatro a la era consabida. Y para dar comienzo al juego, el mozalbete hizo primero de grano, y los niños se divirtieron trillándole, aunque sin hacerle daño, lo preciso para que el juego resultase más a lo vivo. Y les tocó a su vez convertirse en grano. E hicieron de grano. Y el mozalbete los trilló como si fuesen granos. Y los trilló tan bien, que les hizo papilla. Y murieron en la era. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
Pero, volviendo a la joven, hermana del mozalbete, es el caso que cuando notó la ausencia de su hermano pensó fundadamente que estaría cometiendo alguna acción destructora. Y se puso en busca suya, y acabó por encontrarle cuando acababa él de aplastar a los tres niños, hijos del propietario. Y al ver aquello, le dijo: "¡Pongámonos en salvo pronto!, ¡oh hermano mío! ¡pongámonos en salvo pronto! ¡Mira lo que has hecho! ¡Con lo bien que estábamos en esta propiedad!" Y cogiéndole de la mano, le obligó a emprender la fuga con ella. Y como la cosa entraba en sus proyectos, se dejó él arrastrar. Y partieron. Y cuando el padre de los niños regresó a la casa, y tras de buscar a sus hijos los halló hechos papillas en la era, y se enteró de la desaparición
del hermano y de la hermana, exclamó, encarándose con su gente: "¡Hay que echar a correr detrás de esos dos infames que han pagado nuestros beneficios y la hospitalidad matando a mis tres hijos!" Y se armaron de un modo terrible con flechas y estacas, y persiguieron al hermano y a la hermana, tomando los mismos senderos que ellos. Y a la caída de la noche llegaron a un árbol muy gordo y muy alto, al pie del cual se acostaron en espera del día.
Y he aquí que el hermano y la hermana se habían escondido precisamente en la copa de aquel árbol. Y al despertar por el alba, vieron al pie del árbol a todos los hombres que les perseguían, y que dormían aún. Y el mozalbete dijo a su hermana, mostrándole al amo, padre de los tres niños: "¿Ves a ese tan alto que está durmiendo? ¡Pues bien; voy a hacer mis necesidades sobre su cabeza!" Y la hermana, llena de terror, se dió un manotazo en la boca, y le dijo: "¡Estamos perdidos sin remedio! No hagas eso, ¡oh querido mío! ¡Todavía no saben que estamos escondidos encima de su cabeza, y si continúas tranquilo, se marcharán y nos veremos libres!" Pero dijo él: "¡No quiero!" Y añadió: "¡Tengo que hacer mis necesidades en la cabeza de ese hombre alto!" Y se acurrucó en la rama más alta, y se meó, y dejó caer sus excrementos en la cabeza y el rostro del amo, que hubo de quedar inundado.
¡Eso fué todo!
Y el hombre, al sentir aquellas cosas, se despertó sobresaltado, y divisó en la
copa del árbol al mozalbete, que se limpiaba tranquilamente con las hojas. Y en el límite extremo del furor, cogió su arco y disparó sus flechas al hermano y a la hermana. Pero como el árbol era muy alto, las flechas no les alcanzaban, enredándose en las ramas. Entonces despertó a sus gentes y les dijo: "¡Derribad ese árbol!" Y la joven al oír estas palabras, dijo a su hermano el mozalbete: "¡Ya lo ves! ¡Estamos perdidos!" El preguntó: "¿Quién te lo ha dicho?" Ella contestó: "¡Vaya un suplicio que nos harán sufrir a causa de lo que has hecho!" El dijo: "¡Todavía no estamos entre sus manos!"
Y en el mismo momento, un gran pájaro rokh, que los había visto pasar por allí, descendió sobre ellos y se los llevó a ambos en sus garras. Y emprendió el vuelo con ellos, en tanto que el árbol caía a impulso de los hachazos, y el amo, burlado, estallaba de rabia y de furor reconcentrados.
En cuanto al pájaro rokh, continuaba elevándose por los aires, con el hermano y la hermana en sus garras. Y ya se disponía a dejarlos en cualquier parte de tierra firme, para lo cual sólo tenía que atravesar un brazo de mar sobre el que se cernía, cuando el mozalbete dijo a su hermana, la joven: "¡Hermana mía, voy a hacer cosquillas en el trasero a este pájaro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 882ª NOCHE
Ella dijo:
... el mozalbete dijo a su hermana, la joven: "¡Hermana mía, voy a hacer cosquillas en el trasero a este pájaro!" Y la joven, con el corazón agitado de espanto, exclamó con temblorosa voz: "¡Oh! ¡por favor, querido, no hagas eso, no hagas eso! ¡Porque nos soltará, y nos caeremos!" El dijo: "¡Tengo muchas ganas de hacer cosquillas en el trasero a este pájaro!" Ella dijo: "¡Moriremos!" El dijo: "¡Lo haré! ¡Y va a ser así!" E hizo lo que había dicho. Y el pájaro cosquilleado se sobresaltó mucho, de tanto como le desagradó la cosa, y soltó su presa, que era el hermano y la hermana.
Y cayeron al mar. Y fueron a parar al fondo del mar, que era excesivamente profundo. Pero, como sabían nadar, pudieron salir a la superficie del agua y ganar la orilla.
Sin embargo, no veían nada y no distinguían nada, exactamente igual que si estuviesen en medio de una noche negra. Porque el país en que se hallaban era el país de las tinieblas.
Y el mozalbete, sin vacilar, buscó a tientas guijarros, y restregó dos, uno contra otro, hasta que salieron chispas. Y recogió leña en gran cantidad y con ella hizo un montón enorme, al que prendió fuego por medio de los dos guijarros. Y cuando ardió todo el montón, vieron claro. Pero, en el mismo momento, oyeron un espantoso mugido, como mil voces de búfalos salvajes reunidas en una sola. Y a la claridad de la hoguera, vieron avanzar hacia ellos, terrible, una ghula negra y gigantesca, que gritaba con sus fauces abiertas como un horno: "¿Quién es el temerario que enciende luz en el país que he consagrado a las tinieblas?"
Y a la hermana le dio aquello mucho miedo. Y con voz apagada, dijo a su hermano el mozalbete: "¡Oh hijo de mi padre y de mi madre! esta vez vamos a morir indudablemente. ¡Oh! ¡tengo miedo a esa ghula!" Y se acurrucó contra él, dispuesta a morir, y desmayada ya. Pero el muchacho, sin perder ni por un instante su presencia de ánimo, se irguió sobre ambos pies, hizo frente a la ghula, y una a una cogió las mayores brasas ardientes de la hoguera y empezó a lanzarlas con tino en la ancha boca abierta de la ghula. Y cuando de aquel modo hubo él arrojado la última brasa grande, la ghula estalló por la mitad. Y el sol alumbró de nuevo aquel país consagrado a las tinieblas. Porque, volviendo su gigantesco trasero contra el sol, la ghula le había impedido alumbrar aquella tierra. ¡Y he aquí lo referente al trasero de la ghula!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe al rey de aquella tierra! Cuando el rey que reinaba en el país hubo visto relucir el sol después de tantos años pasados en tinieblas negras, comprendió que la terrible ghula había muerto, y salió de su palacio, seguido de sus guardias, para ponerse en busca del valiente que había librado de la opresión y de la oscuridad al país. Y al llegar a orillas del mar, vió desde lejos el montón de leña que humeaba aún, y encaminó sus pasos por aquel lado. Y al ver avanzar toda aquella tropa armada con el rey que brillaba a su cabeza, la hermana se sintió poseída de un terror grande, y dijo a su hermano: "¡Oh hijo de mi padre y de mi madre, huyamos! ¡Ah! ¡huyamos!" Y preguntó él: "¿Por qué vamos a huir? ¿Y quién nos amenaza?" Ella dijo: "¡Por Alah sobre ti, vámonos antes de que nos den alcance esas gentes armadas que avanzan hacia nosotros!" Pero dijo él: "¡No quiero!"
Y ni se movió siquiera.
Y el rey llegó con su tropa a las proximidades de la hoguera humeante, y encontró a la ghula hecha mil pedazos. Y junto a ella vió una pequeña sandalia de muchacha. Era una sandalia que se le había salido de su piececito a la hermana cuando corría a refugiarse con su hermano detrás de un montículo, adonde había ido él a tenderse para descansar algo. Y el rey dijo a sus gentes: "¡Indudablemente es una sandalia de la que ha matado a la ghula y nos ha librado de la oscuridad! Buscad bien y la encontraréis". Y la joven oyó estas palabras, y se atrevió a salir detrás del montículo y a acercarse al rey. Y se arrojó a sus plantas, implorando la salvaguardia. Y el rey vió en el pie de ella la sandalia compañera de la que se había encontrado. Y levantó a la joven y la besó, y le dijo: "¡Oh joven bendita! ¿eres tú quien ha matado a esta terrible ghula?" Ella contestó: "Es mi hermano, ¡oh rey!" El preguntó: "¿Y dónde está ese valiente?"
Ella dijo: "¿No le harás daño nadie?" El dijo: "¡Al contrario!"
Entonces fué detrás de la roca y cogió de la mano al mozalbete, que se dejó hacer. Y le condujo ella a presencia del rey, que le dijo: "¡Oh jefe de los valientes y corona suya! te doy en matrimonio a mi única hija y tomo por esposa a esta joven del pie pequeño, cuya sandalia me he encontrado".
Y el muchacho dijo: "¡No hay inconveniente!"
Y vivieron todos en las delicias, contentos y prosperando.
Luego dijo Schehrazada:
LA PULSERA DE TOBILLO
Se dice, entre lo que se dice, que en una ciudad había tres hermanas, hijas del mismo padre, pero no de la misma madre, que vivían juntas hilando lino para ganarse la vida. Y las tres eran como lunas; pero la más pequeña era la más hermosa y la más dulce y la más encantadora y la más diestra de manos, pues ella sola hilaba más que sus dos hermanas reunidas, y lo que hilaba estaba mejor y sin defecto por lo general. Lo cual daba envidia a sus dos hermanas, que no eran de la misma madre.
Un día fué ella al zoco, y con el dinero que había ahorrado de la venta de su lino se compró un búcaro pequeño de alabastro, que era de su gusto, a fin de tenerlo delante con una flor dentro cuando hilara el lino. Pero no bien regresó a casa con su búcaro en la mano, sus dos hermanas se burlaron de ella y de su compra, tildándola de derrochadora y de extravagante. Y muy conmovida y muy avergonzada, no supo ella qué decir, y para consolarse cogió una rosa y la puso en el búcaro. Y se sentó ante su búcaro y ante su rosa y se puso a hilar su lino.
Y he aquí que el búcaro de alabastro que había comprado la joven hilandera era un búcaro mágico. Y cuando su dueña quería comer, él le proporcionaba manjares deliciosos, y cuando ella quería vestirse, él la satisfacía. Pero la joven, temerosa de que le tuviesen más envidia todavía sus hermanas, que no eran de la misma madre, se guardó bien de revelarles las virtudes de su búcaro de alabastro. Y en presencia de ellas aparentaba que vivía como ellas y vestía como ellas, y aún más modestamente. Pero cuando salían sus hermanas se encerraba completamente sola en su cuarto, ponía delante de ella su búcaro de alabastro, le acariciaba dulcemente, y le decía: "¡Oh bucarito mío! ¡oh bucarito mío! ¡hoy quiero tal y cuál cosa!" Y al punto el búcaro de alabastro le proporcionaba cuantas ropas hermosas y golosinas había pedido ella. Y a solas consigo misma, la joven se vestía con trajes de seda y oro, se adornaba con alhajas, se ponía sortijas en todos los dedos, pulseras en las muñecas y en los tobillos y comía golosinas deliciosas. Tras de lo cual el búcaro de alabastro hacía desaparecer todo. Y la joven lo cogía de nuevo, e iba a hilar su lino en presencia de sus hermanas, poniéndose delante el búcaro con su rosa. Y de tal suerte vivió cierto espacio de tiempo, pobre ante sus envidiosas hermanas y rica ante sí misma.
Un día, entre los días, el rey de la ciudad, con motivo de su cumpleaños, dió en su palacio grandes festejos, a los cuales fueron invitados todos los habitantes. Y las tres jóvenes también fueron invitadas. Y las dos hermanas mayores se ataviaron con lo mejor que tenían y dijeron a su hermana pequeña: "Tú te quedarás para guardar la casa". Pero, en cuanto se marcharon ellas, la joven fué a su cuarto, y dijo a su búcaro de alabastro: "¡Oh bucarito mío! esta noche quiero de ti un traje de seda verde, una veste de seda roja y un manto de seda blanca, todo de lo más rico y más bonito que tengas, y hermosas sortijas para mis dedos, y pulseras de turquesas para mis muñecas, y pulseras de diamantes para mis tobillos. Y dame también todo lo preciso para que yo sea la más bella en palacio esta tarde". Y tuvo cuanto había pedido. Y se atavió, y se presentó en el palacio del rey, y entró en el harén, donde había festejos aparte reservados para las mujeres. Y apareció como la luna en medio de las estrellas. Y no la reconoció radie, ni siquiera sus hermanas, de tanto como realzaba su belleza natural el esplendor de su indumentaria. Y todas las mujeres iban a extasiarse ante ella, y la miraban con ojos húmedos. Y ella recibía bus homenajes como una reina, con dulzura y amabilidad, de modo que conquistó todos los corazones y dejó entusiasmadas a todas las mujeres.
Pero cuando la fiesta tocaba a su fin, la joven, sin querer que sus hermanas regresasen a casa antes que ella, aprovechó el momento en que atraían toda la atención las cantarinas, para deslizarse fuera del harén y salir del palacio. Mas, en su precipitación por huir, dejó caer, al correr, una de las pulseras de diamantes de sus tobillos en la pila a ras de tierra que servía de abrevadero a los caballos del rey. Y no advirtió la pérdida de su pulsera de tobillo, y volvió a casa, donde llegó antes que sus hermanas.
Al día siguiente...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 883ª NOCHE
Ella dijo:
Al día siguiente los palafreneros llevaron a los caballos del hijo del rey a beber en el abrevadero; pero no quiso acercarse al abrevadero ninguno de los caballos del hijo del rey. Y todos juntos retrocedieron, asustados, con los nasales dilatados y resoplando con violencia. Porque habían visto algo que brillaba y lanzaba chispas en el fondo del agua. Y los palafreneros les hicieron acercarse de nuevo al agua, silbando con insistencia, aunque sin llegar a convencerles, pues los animales tiraban de la cuerda, encabritándose y dando vueltas. Entonces los palafreneros registraron el abrevadero, y descubrieron la pulsera de diamantes que había dejado caer de su tobillo la joven.
Cuando el hijo del rey, que según su costumbre, vigilaba cómo se cuidaba a los caballos, hubo examinado la pulsera de diamantes que acababan de entregarle los palafreneros, se maravilló de la finura del tobillo que debía oprimir, y pensó: "¡Por vida de mi cabeza, que no hay tobillo de mujer lo bastante fino para caber en una pulsera tan pequeña!" Y la dió vueltas en todos sentidos, y se encontró con que las piedras eran tan hermosas que la menor de entre ellas valdría por todas las gemas que adornaban la diadema de su padre el rey. Y se dijo: "¡Por Alah, que es preciso que tome yo por esposa a la propietaria de un tobillo tan encantador y dueña de esta pulsera!" Y en aquella hora y en aquel instante se fué a despertar a su padre el rey, y le enseñó la pulsera, diciéndole: "Quiero tomar por esposa a la propietaria de un tobillo tan encantador y dueña de esta pulsera". Y el rey le contestó: "¡Oh hijo mío! no hay inconveniente. Pero ese asunto incumbe a tu madre, y ella es a quien tienes que dirigirte. ¡Porque yo no entiendo de esas cosas, y ella entiende!"
Y el hijo del rey fué en busca de su madre, y enseñándole la pulsera y contándole la historia, le dijo: "Tú eres ¡ oh madre! quien puede casarme con la propietaria de un tobillo tan encantador, a la cual está unido mi corazón. ¡Porque mi padre me ha dicho que tú entendías de estas cosas, y que él no entendía". Y se irguió sobre ambos pies, y llamó a sus mujeres, y salió con ellas en busca de la dueña de la pulsera. Y recorrieron todas las casas de la ciudad, y entraron en todos los harenes, probando en el pie de todas las mujeres mayores y de todas las jóvenes la pulsera de tobillo. Pero todos los pies resultaron demasiado grandes para la estrechez del objeto. Y al cabo de quince días de pesquisas vanas y pruebas, llegaron a casa de las tres hermanas, y lanzó un estridente grito de alegría al comprobar que se ajustaba a maravilla al tobillo de la más pequeña.
Y la reina besó a la joven, y también la besaron las demás damas del séquito de la reina. Y la cogieron de la mano, y la condujeron a palacio, donde al punto quedó decidido su matrimonio con el hijo del rey. Y comenzaron las ceremonias de las bodas, que debían durar cuarenta días y cuarenta noches.
Y he aquí que el último día, después de ser conducida la joven al hammam, sus hermanas, a quienes se había llevado ella consigo, a fin de que compartiesen su alegría y se convirtieran en grandes damas de palacio, la vistieron y la peinaron. Y como, confiada en el afecto que le mostraban, les había revelado ella el secreto y las virtudes del búcaro de alabastro, no les fué difícil obtener del búcaro mágico todos los trajes, todos los atavíos y todas las alhajas que se necesitaban para adornar a la recién casada como nunca fué adornada hija de rey o de sultán. Y cuando acabaron de peinarla le clavaron en sus hermosos cabellos grandes alfileres de diamantes a manera de airón.
Y he aquí que, apenas quedó clavado el últilmo alfiler, la joven desposada se metamorfoseó repentinamente en tórtola con un pequeño moño en la cabeza. Y salió volando muy de prisa por la ventana del palacio.
Porque los alfileres que sus hermanas le habían clavado en los cabellos eran alfileres mágicos, dotados del poder de transformar a las jóvenes en tórtolas, y la envidia que sentían ambas hermanas les había impulsado a pedir esos alfileres al búcaro de alabastro.
Y las dos hermanas, que en aquel momento se encontraban solas con su hermana pequeña, se guardaron mucho de contar la verdad al hijo del rey. Y se limitaron a decirle que su hermana había salido un momento y que no había vuelto. Y el hijo del rey, viendo que no aparecía, mandó hacer pesquisas por toda la ciudad y todo el reino. Pero las pesquisas no dieron resultado. Y la desaparición de la joven le sumió en la consunción y la amargura. ¡Y he aquí lo referente al desolado hijo del rey, consumido de amor!
En cuanto a la tórtola, todas las mañanas y todas las tardes iba a posarse en la ventana de su joven esposo, y arrullaba con voz melancólica durante mucho rato, ¡mucho rato! Y al hijo del rey le parecía que aquel arrullo respondía a su propia tristeza; y le tomó gran cariño. Y un día, al ver que ella no se asustaba aunque se acercase él, tendió la mano y la atrapó. Y la tórtola se echó a temblar entre sus manos y empezó a dar sacudidas, sin dejar de arrullar tristemente. Y él se puso a acariciarla con delicadeza, alisándole las plumas y rascándole la cabeza. Y he aquí que, al rascarle la cabeza, sintió bajo sus dedos unos pequeños objetos duros corno cabezas de alfiler. Y los extrajo del moño delicadamente, uno tras otro. Y cuando él le hubo sacado el último alfiler, la tórtola dió una sacudida y de nuevo se tornó en joven.
Y ambos vivieron entre delicias, contentos y prosperando. Y las dos malas hermanas se murieron de envidia y de una reconcentración de sangre. Y Alah otorgó a los amantes numerosos hijos, tan hermosos como sus padres.
Y aquella noche aún dijo Schehrazada:
HISTORIA DEL MACHO CABRIO Y DE LA HIJA DEL REY
Se cuenta, entre lo que se cuenta, que en una ciudad de la India había un sultán a quien Alah, que es grande y generoso, había hecho padre de tresprincesas como lunas, perfectas en todos sentidos y deliciosas para la mirada del espectador. Y su padre el sultán, que las amaba en extremo, quiso, en cuanto fueron púberes, buscarles esposos que fuesen capaces de estimarlas en su valor y de hacer su dicha. Y a tal fin llamó a su esposa la reina, y le dijo: "He aquí que nuestras tres hijas, las bienamadas de su padre, han llegado a la nubilidad, y cuando el árbol está en su primavera, conviene, para que no se pierda, que tenga flores anunciadoras de hermosos frutos. Por eso es preciso que busquemos a nuestras hijas esposos que las hagan dichosas". Y dijo la reina. "La idea es excelente".
Y tras de haber deliberado entre sí acerca de los medios mejores de conseguir su objeto, resolvieron hacer anunciar por los pregoneros públicos, en toda la extensión del reino, que las tres princesas estaban en edad de casarse, y que todos los hijos de emires y de grandes señores, amén de los simples particulares y de los hombres del pueblo, debían presentarse bajo las ventanas del palacio en un día fijo. Porque la reina había dicho a su esposo: "La dicha en el matrimonio no depende ni de la riqueza ni del nacimiento, sino sólo del designio del Todopoderoso. Lo mejor es, pues, dejar que el Destino elija por sí mismo a los esposos de nuestras hijas.
Y cuando llegue el día de elegirlos, no tendrán ellas más que tirar su pañuelo por la ventana sobre la muchedumbre de pretendientes. Y aquellos sobre quienes caigan los tres pañuelos serán los esposos de nuestras tres hijas". Y el sultán hubo de responder: "La idea es excelente". Y así se hizo.
De modo que cuando llegó el día fijado por los pregoneros públicos, y se llenó con la muchedumbre de pretendientes el meidán que se extendía al pie del palacio, abrióse la ventana, y la hija mayor del rey apareció, como la luna, la primera con su pañuelo en la mano. Y tiró el pañuelo al aire. Y se lo llevó el viento y lo hizo caer sobre la cabeza de un joven emir, brillante y hermoso.
Luego apareció, como la luna, en la ventana la segunda hija del rey, y tiró su pañuelo, que fué a caer sobre la cabeza de un joven príncipe tan hermoso y tan
encantador como el primero.
Y la tercera hija del sultán arrojó su pañuelo a la muchedumbre. Y el pañuelo se agitó un instante, se inmovilizó un instante, y cayó para ir a engancharse en los cuernos de un macho cabrío que se hallaba entre los pretendientes. Pero el sultán, aunque había prometido solemnemente su hija a cualquier espectador sobre quien cayera el pañuelo, tuvo por nula la experiencia, y la hizo repetir. Y la joven princesa arrojó de nuevo al aire su pañuelo, que, tras de vacilar entre dos aires, por encima del meidán, cayó con rapidez y en línea recta sobre los cuernos del mismo macho cabrío. Y el sultán, en el límite de la contrariedad dió por nula esta segunda elección de la suerte, e hizo repetir la prueba a su hija. Y por tercera vez el pañuelo voltejeó algún tiempo en el aire, y fué a posarse precisamente en la cabeza cornuda del macho cabrío...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 884ª NOCHE
Ella dijo:
...Y por tercera vez el pañuelo voltejeó algún tiempo en el aire, y fué a posarse precisamente en la cabeza cornuda del macho cabrío. Al ver aquello, el despecho del sultán, padre de la joven, llegó a sus límites extremos, y exclamó él: "¡No, por Alah, prefiero verla envejecer virgen en mi palacio a verla convertida en esposa de un macho cabrío inmundo!" Pero, a estas palabras de su padre, la joven se echó a llorar; y corrían por sus mejillas numerosas lágrimas y acabó por decir entre dos sollozos: "Ya que ése es mi Destino, ¡oh padre! ¿Por qué quieres impedir que se cumpla? ¿Por qué interponerte entre mi suerte y yo? ¿No sabes que cada criatura lleva atado al cuello su Destino? Y si el mío va atado a ese macho cabrío, ¿por qué impedirme que sea su esposa?" Y por otra parte, sus dos hermanas, que en secreto tenían mucha envidia de ella porque era la más joven y la más bonita, unieron sus protestas a las suyas, pues la realización de aquel matrimonio con el macho cabrío las vengaba hasta más allá de sus deseos. Y tanto y tanto porfiaron entre las tres, que su padre el sultán acabó por dar su consentimiento para un matrimonio tan extraño y tan extraordinario.
Y al punto se dió orden para que se celebrasen las bodas de las tres princesas con toda la pompa deseable y con arreglo al ceremonial de rigor. Y toda la ciudad estuvo iluminada y empavesada durante cuarenta días y cuarenta noches, en el transcurso de los cuales se dieron grandes festejos y magníficos festines, con danzas, cantos y conciertos de instrumentos. Y no cesó de reinar la alegría en todos los corazones, y hubiera sido completa si cada uno de los invitados no estuviesen un poco preocupados por los resultados de semejante unión entre una princesa virgen y un macho cabrío cuya apariencia era la de un macho cabrío terrible entre todos los machos cabríos. Y durante aquellos días preparatorios de la noche nupcial, el sultán y su esposa, así como las mujeres de los visires y de los dignatarios fatigaron su lengua en querer disuadir, a la joven de la consumación de su matrimonio con aquel animal de olor repugnante, de ojos encendidos y de herramienta espantosa. Pero ella contestaba siempre a todos y a todas con estas palabras: "Cada cual lleva colgado al cuello su Destino y si el mío es ser esposa del macho cabrío, nadie podrá oponerse a ello".
Y he aquí que, cuando llegó la noche de la consumación, se condujo a la princesa, con sus hermanas, al hammam. Tras de lo cual las arreglaron, adornaron y peinaron. Y cada cual fué conducida a la cámara nupcial que le tenía escrito el Destino. ¡Y sucedió lo que sucedió, en cuanto a las dos hermanas mayores!
¡Pero he aquí lo que le aconteció a la princesita con su marido el macho cabrío! No bien el macho cabrío fué introducido en el cuarto de la joven y se cerró la puerta tras ellos, el macho cabrío besó la tierra entre las manos de su esposa, y dando una sacudida repentina, arrojó su piel de macho cabrío y se tornó en un joven tan hermoso como el ángel Harut. Y se acercó a la joven, y la besó entre ambos ojos, luego en el mentón, luego en el cuello, luego en todas partes, y le dijo: "¡Oh vida de las almas! no intentes saber quién soy. Bástate saber que soy más poderoso y más rico que tu padre el sultán y que todos los hijos del tío que tienen por esposos tus hermanas. Mucho tiempo hace que en mi corazón se albergaba tu amor, y hasta ahora no pude llegar hasta ti. ¡Y si me encuentras de tu gusto y quieres conservarme, no tienes más que hacerme una promesa!" Y la princesa, que encontraba al hermoso joven muy de su conveniencia y absolutamente de su gusto, contestó: "¿Y cuál es la promesa que tengo que hacerte?.
¡ Dila, y me someteré a ella, aunque sea muy difícil de cumplir, por el amor de tus ojos!" El dijo: "La cosa es sencilla, ¡ya setti! Unicamente pido que me prometas no revelar a nadie nunca el poder que poseo de transformarme a mi antojo. Porque si alguien un día sospechase solamente que soy macho cabrío a la vez que ser humano, yo desaparecería al instante, y te sería difícil encontrar mis huellas". Y la joven le prometió la cosa con todo género de seguridades, y añadió: "¡Prefiero morir a perder un esposo tan hermoso como tú!"
Entonces, sin tener ya motivos fundados para desconfiar uno de otro, se dejaron llevar de su inclinación natural. Y se amaron con un amor grande, y se pasaron aquella noche, noche de bendición, labios sobre labios y piernas sobre piernas, entre delicias puras y trueques encantadores. Y no cesaron en sus escarceos y empresas hasta que nació la mañana. Y el joven abandonó entonces las blancuras de la joven, y recobró su forma prístina de macho cabrío barbudo, con cuernos, pezuñas hendidas, mercancías enormes y todo lo consiguiente. Y de cuanto había tenido lugar no quedó nada, a no ser algunas manchas de sangre en la toalla de honor.
Y he aquí que, cuando la madre de la princesa entró por la mañana, como es costumbre, a saber noticias de su hija y a examinar con sus propios ojos la toalla de honor, llegó al límite del asombro al observar que el honor de la joven estaba de manifiesto en la toalla, y que la cosa era indudable. Y vió que su hija estaba lozana y contenta, y que a sus pies, en la alfombra, estaba sentado el macho cabrío rumiando discretamente. Y al ver aquello, corrió en busca de su esposo el sultán, padre de la princesa, que vió lo que vió, y no quedó menos estupefacto que su esposa. Dijo a su hija: "¡Oh hija mía! ¿es verdad eso?" Ella contestó: "¡Es verdad, padre mío!" El preguntó: "¿Y no te has muerto de vergüenza y de dolor?" Ella contestó: "¡Por Alah! ¿para qué iba a morirme, siendo mi esposo tan diligente y tan encantador?" Y la madre de la princesa preguntó: "¿Por lo visto no tienes motivo de queja?" Ella dijo: "¡Ni por asomo!" Entonces dijo el sultán: "Si no tiene motivo de queja de su esposo, es porque es feliz con él. ¿Y qué más podemos desear para nuestra hija?" Y la dejaron vivir en paz con su esposo el macho cabrío.
Al cabo de cierto tiempo, con motivo de su cumpleaños, organizó el rey un gran torneo en la plaza del meidán, debajo de las ventanas de palacio. E invitó para aquel torneo a todos los dignatarios de su palacio, así como a los dos esposos de sus hijas. En cuanto al macho cabrío, no le invitó por no exponerse a la burla de los espectadores.
Y comenzó el torneo.
Y sobre sus corceles devoradores del aire, los caballeros justaron con grandes gritos, lanzando sus djerids. Y entre todos se distinguieron los dos esposos de las princesas. Y ya les aclamaba con entusiasmo la muchedumbre de espectadores, cuando entró en el meidán un soberbio caballero que sólo con su aspecto hacía fruncir la frente de los guerreros. Y provocó a justa, uno tras de otro, a los emires vencedores, y al primer disparo de su djerid los demontó. Y fué aclamado por la muchedumbre como héroe de la jornada.
Así es que cuando el joven jinete pasó bajo las ventanas de palacio saludando al rey con su djerid, como es costumbre, las dos princesas lanzáronle miradas cargadas de odio. Pero la más joven, aunque reconoció en él a su propio esposo, no dejó traslucir nada en su rostro para no traicionar su secreto; pero se quitó una rosa de sus cabellos y se la arrojó. Y el rey, la reina y sus hermanas lo vieron, y se disgustaron mucho.
Y al segundo día hubo de celebrarse en el meidán otra justa. Y de nuevo fué héroe de la jornada el hermoso joven desconocido. Y cuando pasaba por debajo de las ventanas de palacio, la más joven de las princesas le arrojó ostensiblemente un jazmín que se había quitado de los cabellos. Y el rey y la reina y las dos hermanas, lo vieron y se molestaron en extremo. Y el rey dijo para sí: "¡Ahora resulta que esta hija desvergonzada declara públicamente sus sentimientos a un extraño, no contenta con habernos hecho ver negro el mundo desde que se casó con el macho cabrío de perdición!" Y la reina le lanzó miradas atravesadas. Y sus dos hermanas se sacudieron las vestiduras con horror, mirándola.
Y al tercer día, cuando el vencedor de la última justa, que era el mismo hermoso caballero, pasó bajo las ventanas de palacio, la joven princesa, esposa del macho cabrío, se quitó de los cabellos, para arrojársela, una flor de tamarindo. Porque no había podido contenerse al ver tan espléndido a su esposo.
Cuando observaron aquello, la cólera del sultán y la indignación de la sultana y el furor de las dos hermanas estallaron con violencia. Y al sultán se le pusieron encarnados los ojos, y le temblaron las orejas, y se le estremecieron las narices. Y cogió por los cabellos a su hija y quiso matarla y hacer desaparecer sus huellas. Y le gritó: "¡Ah, maldita desvergonzada! no contenta con hacer entrar en mi linaje a un macho cabrío, he aquí ahora que provocas públicamente a los extraños y atraes sobre ti sus deseos. ¡Muere, pues, y líbranos de tu ignominia!" Y se dispuso a aplastarle la cabeza contra las baldosas de mármol. Y la pobre, princesa, llena de espanto al ver la muerte ante sus ojos, no pudo por menos -que tan preciada y cara es la propia alma- de exclamar: "¡Voy a decir la verdad! ¡Perdonadme, que voy a decir la verdad!" Y sin tomar aliento, contó a su padre, a su madre y a sus hermanas lo que le había sucedido con el macho cabrío, y quién era el macho cabrío, y cómo el macho cabrío era macho cabrío a la vez que ser humano. Y les dijo que era su propio esposo el hermoso caballero vencedor en las justas.
¡Eso fué todo!
Y el sultán y la esposa del sultán, y las dos hijas del sultán, hermanas de la princesita, se mostraron prodigiosamente asombrados y se maravillaron del Destino de la joven. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
Pero, volviendo al macho cabrío, el caso es que desapareció. Y ya no hubo ni macho cabrío, ni joven hermoso, ni olor de macho cabrío, ni vestigio de joven. Y la princesita, tras de esperar en vano varios días y varias noches, comprendió que no volvería él a aparecer; y quedó triste, doliente, sollozante y sin esperanza ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 885ª NOCHE
Ella dijo:
... Pero, volviendo al macho cabrío, el caso es que desapareció. Y ya no hubo ni macho cabrío, ni joven hermoso, ni olor de macho cabrío, ni vestigio de joven. Y la princesa, tras de esperar en vano varios días y varias noches, comprendió que no volvería él a aparecer; y quedó triste, doliente, sollozante y sin esperanza.
Y vivió de tal suerte durante algún tiempo, entre lágrimas continuas y presa de la consunción, rehusando todo consuelo y toda distracción. Y contestaba a cuantos trataban de hacerle olvidar su desdicha: "Es inútil; soy la más infortunada entre las criaturas, y moriré de pena indudablemente".
Pero, antes de morir, quiso saber por sí misma si en toda la extensión de la tierra de Alah existía una mujer tan abandonada de la suerte y tan desgraciada como ella. Y primero decidió viajar e interrogar a todas las mujeres de las ciudades por donde pasara. Luego abandonó aquella primera idea para hacer construir, sin reparar en gastos, un hamman espléndido que no tenía igual en todo el reino de la India. E hizo que los pregoneros públicos anunciasen por todo el Imperio que la entrada al hamman sería gratuita para todas las mujeres que quisieran ir a bañarse allí, pero a condición de que cada favorecida contase a la hija del rey, para distraerla, la desdicha mayor o la mayor tristeza que hubiera afligido su vida. En cuanto a las que
no tuviesen nada que contar a este respecto, no tenían permiso para entrar en el hanunam.
Así es que no tardaron en afluir al hamman de la princesa todas las afligidas del reino, todas las abandonadas de la suerte, las desgraciadas de todos los colores, las miserables de todas las especies, las viudas y las divorciadas, y cuantas, de una manera o de otra, fueron heridas por las vicisitudes del tiempo, y las traiciones de la vida. Y cada una, antes de bañarse, contaba a la hija del rey lo que había experimentado de más entristecedor en su vida. Las hubo que contaron el número de golpes con que las gratificaban sus esposos, y las hubo que vertieron lágrimas al hacer el relato de su viudez, en tanto que otras manifestaban su amargura por ver que sus esposos daban preferencia sobre ellas a cualquier rival horrible y vieja o cualquier negra de labios de camello, y hasta las hubo que tuvieron palabras conmovedoras para hacer el relato de la muerte de un hijo único o de un marido muy amado. Y de tal suerte transcurrió en el hammam un año entre historias negras y lamentaciones. Pero la princesa no dió con una mujer, entre los millares que había visto, cuya desdicha pudiese compararse con la suya en intensidad y en profundidad. Y cada vez sumíase más en la tristeza y en la desesperación.
Y he aquí que un día entró en el hamman una pobre vieja, temblorosa ya bajo el soplo de la muerte, que se apoyaba en un báculo para andar. Y se acercó a la hija del rey, y le besó la mano, y le dijo: "Por lo que a mí respecta, ¡ya setti! mis desdichas son más numerosas que mis años, y antes de acabar de contártelas se me secaría la lengua. Por eso no te diré más que la última desgracia que me ha ocurrido, y que, por cierto, es la mayor de todas, pues es la única cuyo sentido y motivo no comprendí. Y esa desgracia me aconteció ayer precisamente durante el día. ¡Y si estoy temblando tanto delante de ti, ¡ya setti! es por haber visto lo que he visto! Escucha:
"Has de saber, ¡ya setti! que por toda hacienda no poseo más que esta única camisa de cotonada azul que ves sobre mí. Y como necesitaba lavarla, a fin de que me fuese posible presentarme de una manera conveniente ,en el hamman de tu generosidad, me decidí a ir a la orilla del río, a un lugar solitario donde pudiese desnudarme sin ser vista y lavar mi camisa.”
"Y la cosa se hizo sin contratiempos, y ya había lavado mi camisa y la había tendido al sol en los guijarros, cuando vi avanzar en dirección mía una mula sin mulero que iba con dos odres llenos de agua. Y creyendo que el mulero llegaría en seguida, me apresuré a ponerme mi camisa, que sólo estaba seca a medias, y dejé pasar a la mula. Pero como no veía ni mulero ni sombra de mulero, sentí gran perplejidad al pensar en aquella mula sin dueño que marchaba por la ribera meneando la cabeza, segura del camino y de la dirección que llevaba. E impulsada por la curiosidad, me erguí sobre ambos pies y la seguí de lejos. Y pronto llegó ante un montículo, no muy separado de la orilla del agua, y se detuvo, golpeando la tierra con un casco. Y por tres veces golpeó así la tierra con el casco de su pata derecha y al tercer golpe se entreabrió el montículo y la mula descendió al interior por una pendiente suave. Y a pesar de mi sorpresa extremada, no pude impedir a mi alma seguir a aquella mula. Y entré en el subterráneo detrás de ella.
"Y no tardé en llegar de tal suerte a una cocina grande que, sin duda alguna, debía ser la cocina de algún palacio de debajo de tierra. Y vi hermosas marmitas alineadas por orden en los fogones, cantando y esparciendo un tufillo de primer orden que dilató los abanicos de mi corazón y vivificó las membranas de mis narices.
Y se me despertó un gran apetito, y mi alma anheló ardientemente probar aquella cocina excelente. Y no pude resistir a las solicitudes de mi alma. Y como no veía cocinero, ni pinche ni nadie a quien pedir algo por Alah, me acerqué a la marmita que exhalaba más exquisito olor, y levanté la tapa. Y me envolvió una gran nube aromática, y desde el fondo de la marmita me gritó de repente una voz: "¡Eh! ¡eh! ¡que esto es para nuestra señora! ¡No lo toques, o morirás!" Y yo, poseída de espanto, dejé caer la tapa sobre la marmita y salí de la cocina a escape. Y llegué a una segunda sala un poco más pequeña, en la que estaban alineados en bandejas pasteles de buena calidad, y tortas que olían bien, y una porción de cosas de primer orden buenas de comer. Y sin poder resistir a las solicitaciones de mi alma, tendí la mano hacia una de las bandejas y cogí una torta húmeda y tibia todavía. Y he aquí que recibí en la mano un cachete que me hizo soltar la torta; y de en medio de la bandeja salió una voz que me gritó: "¡Eh! ¡eh¡ ¡que esto es para nuestra señora! , ¡No lo toques, o morirás!" Y mi susto llegó a sus límites extremos, y corrí en línea recta, temblándome mis viejas piernas que me fallaban. Y después de cruzar galerías y galerías, me vi de pronto en una gran sala abovedada, de una belleza y una riqueza que nada tenían que envidiar a los palacios de los reyes, sino al contrario. Y en medio de aquella sala había un gran estanque de agua viva. Y alrededor de aquel estanque había cuarenta tronos, uno de los cuales era más alto y más espléndido que los demás.”
"Y no vi a nadie en aquella sala, que sólo estaba habitada por la frescura y la armonía. Y llevaba allí un rato admirando toda aquella hermosura, cuando, en medio del silencio, hirió mis oídos un ruido semejante al que hacen esas pezuñas de un rebaño de cabras al andar por las piedras. Y sin saber de qué podía tratarse, me apresuré a esconderme debajo de un diván que estaba apoyado en la pared, de modo que pudiese mirar sin ser vista. Y el ruido de las pezuñas golpeando el suelo se acercó a la sala, y en seguida vi entrar cuarenta machos cabríos de barbas largas. Y el último iba montado en el penúltimo. Y todos fueron a colocarse en buen orden, cada cual ante un trono, alrededor del estanque. Y el que cabalgaba en su compañero se apeó del lomo de su cabalgadura y fué a colocarse ante el trono principal. Luego todos los demás machos cabríos se inclinaron ante él, dando con la cabeza en el suelo, y así permanecieron un momento sin moverse. Después se levantaron todos a una, y al mismo tiempo que su jefe, dieron tres sacudidas. Y en el mismo instante cayeron sus pieles de machos cabríos. Y vi a cuarenta jóvenes como lunas, el más hermoso de los cuales era el jefe. Y descendieron al estanque, con su jefe a la cabeza, y se bañaron en el agua. Y salieron de ella con unos cuerpos como el jazmín, que bendecían a su Creador. Y fueron a sentarse en sus tronos, completamente desnudos en su hermosura.”
"Y mientras contemplaba al joven sentado en el trono grande y me maravillaba a su vista en mi corazón, vi de pronto gotear de sus ojos gruesas lágrimas. Y también caían lágrimas, aunque menos numerosas, de los ojos de los demás jóvenes. Y todos empezaron a suspirar, diciendo: "¡Oh señora nuestra! ¡oh señora nuestra!" Y su joven jefe suspiraba: "¡Oh soberana de la gracia y de la belleza!" Luego oí gemidos que salían de la tierra, bajaban de la bóveda; partían de los muros, de las puertas y de todos los muebles, repitiendo con acento de pena y de dolor estas mismas palabras: "¡Oh señora nuestra! ¡oh soberana de la gracia y de la belleza!"
"Y cuando hubieron llorado y suspirado y gemido durante una hora, el joven se levantó y dijo: "¿Cuándo vas a venir? ¡Yo no puedo salir! ¡Oh soberana mía! ¿cuándo vas a venir, ya que yo no puedo salir?" Y bajó de su trono, y volvió a entrar en su piel de macho cabrío. Y todos bajaron de sus tronos igualmente, y volvieron a entrar en sus pieles de machos cabríos. Y se fueron como habían venido.”
"Y cuando dejé de oír en el suelo el ruido de sus pezuñas, me levanté de mi escondite, y también me marché como había venido. Y no pude respirar a mis anchas hasta que me vi fuera del subterráneo.”
"Y tal es mi historia, ¡oh princesa! Y constituye la mayor desdicha de mi vida. Porque no solamente me fué imposible satisfacer mi deseo en las marmitas y las bandejas, sino que no comprendí nada de cuanto de prodigioso vi en aquel subterráneo. ¡Y eso es precisamente la mayor desdicha de mi vida!"
Cuando la vieja hubo terminado de tal suerte su relato, la hija del rey, que la había escuchado con el corazón palpitante, no dudó ya de que fuese su bienamado el macho cabrío que cabalgaba, y creyó morirse de emoción. Y cuando por fin pudo hablar, dijo a la vieja: "¡Oh madre mía! Alah el Misericordioso te ha conducido aquí sólo para que tu vejez sea feliz por mediación mía. Porque en adelante serás para mí una madre, y cuanto posee mi mano estará en tu mano. Pero si en algo estimas los beneficios de Alah sobre tu cabeza, por favor levántate ahora mismo y condúceme al paraje donde has visto entrar a la mula con los dos odres. ¡Y no te pido que vengas conmigo, sino que me indiques el paraje solamente!" Y la vieja contestó con el oído y la obediencia. Y cuando se alzó la luna sobre la terraza del hammam, salieron ambas y fueron a la orilla del río.
Y en seguida vieron a la mula, que iba en dirección suya, cargada con sus dos odres llenos de agua. Y la siguieron de lejos, y la vieron llamar con el casco al pie del montículo, y adentrarse en el subterráneo abierto delante de ella. Y la hija del rey dijo a la vieja: "Espérame aquí". Pero la vieja no quiso dejarla entrar sola, y la siguió, no obstante su emoción.
Y entraron en el subterráneo y llegaron a la cocina. Y de todas las hermosas marmitas rojas alineadas por orden en los hornillos, y que cantaban con armonía, se exhalaban tufillos de primer orden que dilataban los abanicos del corazón, vivificaban las membranas de las narices y disipaban las preocupaciones de las almas en pena. Y a su paso se alzaban por sí mismas las tapas de las marmitas, y salían de ellas voces alegres que decían: "¡Bien venida sea nuestra señora! ¡bien venida!" Y en la segunda sala estaban alineadas las bandejas que contenían pasteles excelentes, y tortas ahuecadas, y otras cosas buenas y tiernas que halagaban la vista del espectador. Y de todas las bandejas, y del fondo de las artesas que contenían el pan reciente, exclamaban voces dichosas a su paso: "¡Bien venida! ¡bien venida!" Y el aire mismo parecía agitado en torno de ellas por estremecimientos de dicha y resonaba con exclamaciones de júbilo.
Y la vieja, que veía y oía todo aquello, dijo a la hija del rey, mostrándole la entrada de las galerías que conducían a la sala abovedada: "¡Oh mi señora! por ahí es por donde tienes que entrar. En cuanto a mí, aquí te espero, pues el sitio de las servidoras es la cocina, y no las salas del trono".
Y la princesa, cruzando las galerías, penetró sola en la sala grande que le había descrito la vieja, mientras a su paso las alegres voces hacían oír conciertos de bienvenida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 886ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y la princesa, cruzando las galerías, penetró en la sala grande que le había descripto la vieja, mientras a su paso las alegres voces hacían oír conciertos de bienvenida. Y lejos de esconderse debajo del diván, como lo había hecho la vieja, fué a sentarse en el trono grande que se elevaba en el sitio de honor, al borde del estanque. Y por toda precaución se echó sobre el rostro su velillo.
Apenas habíase instalado de tal modo, como una reina en su trono, se oyó un ruido muy tenue, no de pezuñas golpeando el suelo, sino de pasos ligeros que anunciaban a quien los daba. Y entró el joven, como un diamante.
Y ocurrió lo que ocurrió.
Y en el corazón de ambos enamorados sucedió la alegría a los tormentos. Y se unieron como el amante se une a su amante, en tanto que desde la bóveda y desde los muros y desde todos los rincones del aposento se dejaba oír la armonía de los cánticos y se elevaban las voces de los servidores en honor de la hija del sultán.
Y después de algún tiempo pasado allí por los amantes entre delicias y placeres encantadores, regresaron al palacio del sultán, donde fué acogida su llegada con entusiasmo, igual por parientes que por grandes y chicos, en medio de regocijos y de cánticos, mientras todos los habitantes empavesaban la ciudad.
Y desde entonces vivieron contentos y prosperando. ¡Pero Alah es el más grande!
Y sin sentirse fatigada aquella noche, Schehrazada dijo todavía:
HISTORIA DEL HIJO DE REY CON LA TORTUGA GIGANTESCA
Se cuenta, entre lo que se cuenta, que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del momento, había un poderoso sultán a quien el Retribuidor había concedido tres hijos. Y estos tres hijos, que eran varones indomables y heroicos guerreros, se llamaban: el mayor, Schater-Alí (principe Alí); el segundo, Schater-Hossein, y el más pequeño, Schater-Mohammad. Y el tal pequeño era con mucho el más hermoso, el más valiente y el más generoso de los tres hermanos. Y su padre los quería con igual cariño, por lo que había resuelto dejar, después de su muerte, una parte igual de sus bienes y de su reino a cada uno. Porque era justo y leal. Y no quería favorecer a uno con detrimento de los otros, ni perjudicar a uno en beneficio de los otros.
Y cuando llegaron ellos a la edad de casarse, su padre el rey se vió perplejo y vacilante, y para tomar consejo, llamó a su visir, hombre sabio, íntegro y lleno de prudencia, y le dijo: "¡Oh visir mío! tengo muchas ganas de hallar esposas para mis tres hijos, que están en edad de casarse, y te he llamado para contar con tu opinión sobre el particular". Y el visir reflexionó durante una hora de tiempo, luego levantó la cabeza y contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡se trata de una cosa muy delicada!" Después añadió: "La suerte y la mala suerte están en lo invisible; y nadie podría forzar los decretos del Destino. Por eso mi idea es que los tres hijos de nuestro señor el rey dejen a su destino la elección de sus esposas. Y a tal fin, lo mejor que pueden hacer los tres príncipes es subir a la terraza de palacio con su arco y sus flechas. Y allí se les vendarán los ojos y se les hará dar varias vueltas. Tras de lo cual, cada uno de ellos tirará una flecha desde donde se haya parado. Y se visitarán las casas sobre las cuales caigan las flechas; y nuestro señor el sultán llamará al propietario de cada una de estas casas y le pedirá en matrimonio a su hija para el príncipe propietario de la flecha correspondiente, ya que la joven habrá sido escrita así en su suerte por el Destino".
Cuando el sultán oyó estas palabras de su visir, le dijo: "¡Oh visir mío! tu consejo es un consejo excelente, y tendré en cuenta tu opinión". Y al punto hizo llamar a sus tres hijos, que volvían de caza; y les participó la decisión tomada con respecto a ellos entre él y el visir, y subió con ellos a la terraza de palacio, seguido de sus visires y de todos sus dignatarios.
Y cada uno de los tres príncipes, que habían subido a la terraza con su arco y su carcaj, escogió una flecha y tendió su arco. Y les vendaron los ojos.
Y el hijo mayor del rey, después de que le hicieron girar sobre sí mismo, apuntó con su flecha el primero desde donde se había parado. Y la flecha, lanzada por la cuerda muy floja, voló por los aires y fué a caer en la morada de un gran señor.
Y el segundo hijo del rey lanzó a su vez su flecha, que fué a caer en la terraza del oficial mayor de las tropas del reino.
Y el tercer hijo del rey, que era el príncipe Schater-Mohammad, lanzó su flecha en la dirección en que se había vuelto. Y la flecha fué a caer en una casa a cuyo propietario no se conocía.
Y fueron a visitar las tres casas consabidas. Y resultó que la hija del gran señor y la hija del oficial del ejército eran dos jóvenes como lunas. Y sus padres llegaron al límite del contento por casarlas con dos hijos del rey. Pero cuando fueron a visitar la tercera casa, que era aquella donde había caído la flecha de Schater-Mohammad, advirtieron que no estaba habitada más que por una gigantesca tortuga solitaria.
Y el sultán, padre de Schater-Mohammad, y los visires y los emires y los chambelanes vieron a la tortuga, que vivía completamente sola en aquella casa, y se asombraron prodigiosamente. Pero como ni por un instante había que pensar en dársela por esposa el príncipe SchaterMohammad, el sultán decidió repetir la experiencia. Y, por consiguiente, el joven príncipe volvió a subir a la terraza, llevando al hombro su arco y su carcaj, y ante toda la concurrencia lanzó una segunda flecha a la suerte. Y la flecha, conducida por su Destino, fué a caer precisamente sobre la casa habitada por la enorme tortuga solitaria.
Al ver aquello, el sultán quedó extremadamente contrariado, y dijo al príncipe: "Por Alah, ¡oh hijo mío! que la bendición no guía hoy tu mano. ¡Ruega al Profeta!" Y contestó el joven: "¡Sean con Él, con Sus compañeros y con Sus fieles la salutación y las bendiciones!" Y el sultán repuso: "¡Invoca el nombre de Alah y lanza la flecha para hacer la experiencia por tercera vez!" Y dijo el joven príncipe: "¡En el nombre de Alah el Clemente sin límites, el Misericordioso!" Y aflojando su arco lanzó por tercera vez la flecha, que, dirigida por el Destino, fué a caer una vez más sobre la casa en que vivía solitaria la enorme tortuga.
Cuando el sultán vió sin género de duda que la prueba era tan precisa y tan fehaciente en favor de la tortuga gigantesca, decidió que su hijo menor, el príncipe Schater-Mohammad, se quedase soltero. Y le dijo "¡Oh hijo mío! ¡como esa tortuga no es de nuestra raza, ni de nuestra especie, ni de nuestra religión, más vale que no te cases con nadie hasta que Alah nos vuelva a Su gracia!" Pero Schater-Mohammad exclamó: "¡Por los méritos del Profeta! (¡con El la plegaria y la paz!), la época de mi soltería ha pasado; y puesto que la tortuga me ha sido escrita por el Destino, consiento en casarme con ella". Y contestó el sultán en el límite del asombro: "Ciertamente, ¡oh hijo mío! te ha sido escrita la tortuga por el Destino; pero ¿desde cuándo los hijos de Adán toman por esposas a las tortugas? ¡Se trata de una cosa prodigiosa!" Pero el príncipe contestó: "¡A esa tortuga es a la que quiero por esposa, y no a otra!"
Y el sultán, que amaba a su hijo, no intentó contrariarle ni apenarle, y volviendo de su decisión, dió su consentimiento para tan extraño matrimonio.
Y se celebraron grandes fiestas y grandes regocijos y grandes festines, con danzas, cantos y conciertos de instrumentos, en honor de las bodas de Schater-Alí y Schater-Hossein, los dos hijos mayores del sultán. Y cuando transcurrieron los cuarenta días y las cuarenta noches que duraron los festejos de cada boda, los dos príncipes entraron en los aposentos de sus esposas en la noche nupcial, y consumaron su matrimonio con toda felicidad y gallardía.
Pero cuando tocó el turno a las bodas del joven príncipe Schater-Mohammad con su esposa la enorme tortuga solitaria, los dos hermanos mayores y las dos esposas de ambos hermanos, y los padres, y todas las mujeres de los emires y de los dignatarios, negaron su presencia a la ceremonia, y no perdonaron nada para que aquellos festejos resultasen entristecedores y lúgubres. Así es que el joven príncipe quedó muy humillado en su alma, y sufrió toda clase de vejaciones en miradas, sonrisas y espaldas vueltas. Pero en cuanto a lo que pasó durante la noche nupcial, cuando el príncipe entró en el aposento de su esposa, nadie lo pudo saber. Porque todo pasó tras el velo, que sólo pueden penetrar los ojos de Alah. Y lo mismo ocurrió la siguiente noche y las demás noches. ¡Y asombrábanse todos de que hubiese podido celebrarse semejante unión! Y ninguno comprendía cómo un hijo de Adán podía cohabitar con una tortuga, aunque fuese tan grande como un tonel de los mayores. ¡Y esto es lo referente a las bodas del príncipe Schater-Mohammad con su esposa la tortuga!
Por lo que respecta al sultán, los años, las preocupaciones del reino y las emociones de todas clases, sin contar la pena que le había producido el matrimonio de su hijo pequeño, curvaron su espalda y adelgazaron sus huesos. Y enflaqueció, y amarilleó, y perdió el apetito. Y con sus fuerzas disminuyó su vista y se quedó completamente ciego. Cuando sus tres hijos, que querían a su padre tanto como les quería él, vieron el estado en que se hallaba, resolvieron no dejar que cuidasen de su salud las mujeres del harem, que eran ignorantes y supersticiosas; y pensaron de qué medios se valdrían para devolver a su padre las fuerzas con la salud. Y dieron con uno, y tras de besar la mano al rey, le dijeron: "¡Oh padre nuestro! he aquí que tu tez amarillea y disminuye tu apetito y se debilita tu vista. ¡ Y si las cosas continúan así, no nos quedará más remedio que desgarrarnos las vestiduras de color por perder contigo nuestro sostén y nuestro guía! Es preciso, pues, que escuches nuestro consejo, porque somos tus hijos y tú eres nuestro padre. Opinamos que en adelante deben ser nuestras esposas quienes te preparen el alimento, y no las mujeres de tu harén. Porque nuestras esposas son muy expertas en arte culinario, y guisarán para ti manjares que te devolverán el apetito, y con el apetito las fuerzas, y con las fuerzas la salud, y con la salud la excelencia de la vista y la curación de tus ojos enfermos". Y el sultán se conmovió mucho ante aquella atención de sus hijos, y les contestó: "Que Alah os inunde con Sus gracias, ¡oh hijos de vuestro padre! ¡Pero eso va a ser una molestia muy grande para vuestras esposas ... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló
discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 887ª NOCHE
Ella dijo:
"...Que Alah os inunde con Sus gracias, ¡oh hijos de vuestro padre! ¡Pero eso va a ser una molestia muy grande para vuestras esposas!" Mas ellos empezaron a protestar, diciendo: "¡Una molestia! ¿Pues no son tus esclavas? ¿Y qué tienen que hacer de más urgencia que preparar manjares que contribuyan a tu restablecimiento? Y hemos pensado ¡oh padre! que lo mejor para ti sería que cada una te preparara una bandeja de manjares cocinados por ella, a fin de que tu alma pueda escoger entre todos el que te sea más agradable por el aspecto, por el olor y por el sabor. Y de tal suerte te volverá la salud y curarán tus ojos". Y el sultán los abrazó y les dijo: "¡Vosotros sabréis mejor que yo lo que me conviene!"
Y en vista de aquella innovación, que los regocijó hasta el límite del regocijo, los tres príncipes fueron en busca de sus tres esposas, y les mandaron que prepararan cada cual una bandeja de manjares que fuesen admirables a la vista y al olfato. Y cada uno estimuló a su esposa respectiva, diciéndole: "¡Es preciso que nuestro padre prefiera los manjares de mi casa a los de la casa de mis hermanos!"
Y, entretanto, los dos hermanos mayores no cesaron de burlarse de su hermano menor, preguntándole con mucha ironía qué iba a enviar su esposa, la enorme tortuga, para hacer volver el apetito a su padre y dulcificar el paladar. Pero él no contestaba a sus preguntas e interrogaciones más que con una sonrisa tranquila.
En cuanto a la esposa de Schater-Mohammad, que era la gigantesca tortuga solitaria, no esperaba más que aquella ocasión para demostrar de lo que era capaz. Y en aquella hora y en aquel instante puso manos a la obra. Y empezó por enviar a la esposa del hijo mayor del rey su servidora de confianza, con encargo de pedirle que tuviera la bondad de recoger para ella, la tortuga, todas las cagarrutas de las ratas y ratones de su casa, ya que ella, la tortuga, tenía una necesidad urgente de aquello para condimentar el arroz, los rellenos y los demás manjares, y nunca se servía de otros condimentos que de aquellos. Y al oír semejante cosa, se dijo la esposa de Schater-Alí: "¡No, por Alah! me guardaré mucho de dar esas cagarrutas de ratas y ratones que me pide esa miserable tortuga. ¡Porque ya sabré yo utilizarlas como condimentos mejor que ella!" Y contestó a la servidora: "Siento tener que contestar con una negativa. ¡Pero, por Alah, que apenas si me basta para mi uso personal la cagarruta de que dispongo!" Y la servidora volvió a llevar esta respuesta a su ama la tortuga.
Entonces la tortuga se echó a reír, y se convulsionó de alegría. Y envió su servidora de confianza a la esposa del segundo hijo del rey, con encargo de pedirle toda la basura de pollos y de palomas que tuviese al alcance de la mano, bajo pretexto de que ella, la tortuga, tenía una apremiante necesidad de aquella para salpimentar los manjares que preparase para el sultán. Pero la servidora volvió al lado de su ama sin nada en la mano y con ásperas palabras en la lengua de parte de la esposa de Schater-Hossein. Y la tortuga, al no ver nada en manos de su servidora, y al oír las palabras ásperas que llevaba en la lengua de parte de la esposa del segundo hijo del sultán, se bamboleó de satisfacción y de contento, y se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
Tras de lo cual preparó los manjares como mejor sabía, los colocó en la bandeja, tapó la bandeja con una tapadera de mimbre, y lo cubrió todo con un pañuelo de lino perfumado de rosa. Y mandó a su fiel servidora que llevara la bandeja al sultán, mientras que, por su parte, las otras dos esposas de los príncipes hacían llevar las suyas por esclavas.
Y llegó, pues, el momento de la comida; y el sultán sentose ante las tres bandejas; pero en cuanto se levantó la tapa de la bandeja de la primera princesa, se exhaló de ella un olor infecto y nauseabundo de cagarruta de rata capaz de asfixiar a un elefante. Y al sultán le afectó tan desagradablemente aquel olor, que le dió vueltas la cabeza y se cayó desmayado, con los pies junto al mentón. Y sus hijos se apresuraron a rodearle, y le rociaron con agua de rosas, y le abanicaron y consiguieron hacerle recobrar el conocimiento. Y al acordarse entonces de la causa de su indisposición, no pudo por menos de dar rienda suelta a su cólera contra su nuera y abrumarla de maldiciones.
Y al cabo de cierto tiempo se le pudo calmar, y tanto y tanto hubo de porfiársele, que se le decidió a que probara la segunda bandeja. Pero en cuanto se la destapó, llenó la sala de un olor atroz y fétido, como si acabasen de quemar allí la basura de todas las aves de corral de la ciudad. Y aquel olor penetró en la garganta, en la nariz y en los ojos delicados del desdichado sultán, que a la sazón creyó que se iba a quedar ciego del todo y a morir. Pero se apresuraron a abrir las ventanas, y a llevarse la bandeja causante de todo el mal, y a quemar incienso y benjuí para purificar el aire y contrarrestar el mal olor.
Y cuando el asqueado sultán respiró un poco el aire libre y pudo hablar, exclamó: "¿Qué daño he hecho a vuestras esposas ¡oh hijos míos! para que así maltraten a un anciano y le caven la tumba en vida? ¡Eso es un crimen que castiga Alah!" Y los dos príncipes esposos de las que habían preparado las bandejas se mostraron muy cariacontecidos, y contestaron que aquello era una cosa que escapaba a su entendimiento.
Y, entretanto, el joven príncipe Schater-Mohammad fue a besar la mano de su padre, y le suplicó que olvidara sus impresiones desagradables para no pensar más que en el gusto que le iba a dar la tercer bandeja.
Y el sultán, al oír aquello, llegó al límite de la cólera y de la indignación, y exclamó: "¿Qué dices, ¡oh Schater-Mohammad!? ¿Te burlas de tu anciano padre? ¿Que toque yo ahora a los manjares preparados por la tortuga, cuando los preparados por dedos de mujeres son ya tan horribles y tan espantosos? Bien veo que entre los tres habéis jurado hacer estallar mi hígado y darme a beber de un trago la muerte". Pero el joven príncipe se arrojó a los pies de su padre, y le juró por su vida y por la verdad sagrada de la fe que la tercer bandeja le haría olvidar sus tribulaciones, y que él, Schater-Mohammad, consentía en tomarse todos los manjares si no eran del agrado de su padre. Y suplicó y rogó e insistió e intercedió con tanto fervor y tanta humildad en favor de la bandeja, que el rey acabó por dejarse ablandar, e hizo seña a un esclavo para que levantara la tapa de la tercer bandeja, mientras pronunciaba la fórmula: "¡Me refugio en Alah el Protector!"
Pero he aquí que, al ser levantada la tapa, se desprendió de la bandeja de la tortuga un tufillo compuesto de los más suaves aromas de cocina, y tan exquisito y tan deliciosamente penetrante, que en el mismo momento se dilataron los abanicos del corazón del sultán, y se ensancharon los abanicos de sus pulmones, y se estremecieron los abanicos de sus narices, y le volvió el apetito desaparecido desde hacía tanto tiempo, y se abrieron sus ojos y se aclaró su vista. Y se le puso sonrosado el color y reposado el aspecto de su rostro. Y se estuvo comiendo sin interrupción durante una hora de tiempo. Tras de lo cual bebió un excelente sorbete de almizcle y nieve machacada, y regoldó de gusto varias veces con regüeldos que partían del fondo de su estómago satisfecho. Y en el límite de la holgura y del bienestar, dió gracias por Sus beneficios al Retribuidor, diciendo: "¡Al Gamdú lilah!"
Y no supo cómo expresar a su hijo pequeño lo satisfecho que estaba de los manjares cocinados por su esposa la tortuga. Y Schater-Mohammad aceptó las felicitaciones con modestia para no dar envidia a sus hermanos e indisponerlos contra él. Y dijo a su padre: "¡Esto ¡oh padre! no es más que una pequeña parte de los talentos de mi esposa! ¡ Pero, si Alah quiere, día llegará en que le sea dado merecer con más razón tus cumplimientos!" Y le rogó que, puesto que estaba satisfecho, fuese en lo porvenir la tortuga quien quedase encargada únicamente de suministrar todos los días las bandejas de manjares. Y el sultán aceptó, diciendo: "De todo corazón paternal y afectuoso, ¡oh hijo mío!"
Y con aquel régimen se restableció completamente. Y también se le curaron los ojos.
Y para celebrar su curación y el recobro de su vista, el sultán dió en palacio una gran fiesta, con un festín magnífico, al cual convidó a sus tres hijos con sus esposas. Y las princesas se arreglaron como mejor pudieron para presentarse al sultán de modo que hiciesen honor a sus esposos y les blanquease el rostro ante su padre.
Y la enorme tortuga también se arregló para que blanquease en público el rostro de su esposo a causa de la hermosura de su atavío y de la elegancia de su indumentaria. Y cuando estuvo ataviada a su gusto, mandó a su servidora de confianza que fuese a ver a la mayor de sus cuñadas para rogarle que prestase a la tortuga el pato grande que tenía en su corral, porque la tortuga se proponía ir al palacio a caballo sobre tan hermosa montura. Pero la princesa le contestó, por la mediación de la lengua de la servidora, que si ella, la princesa, tenía un pato tan hermoso, era para servirse de él para su propio uso. Y al oír esta respuesta, la tortuga se cayó de trasero a fuerza de reír, y envió a la servidora a casa de la segunda princesa con encargo de pedirle, en calidad de simple préstamo por un día, el gran macho cabrío que le pertenecía. Pero la servidora volvió al lado de su ama para transmitirle con su lengua una negativa acompañada de palabras agrias y comentarios desagradables. Y la tortuga se convulsionó y se bamboleó y llegó al límite de la dilatación y de la holgura.
Y cuando llegó la hora del festín, y las mujeres de la sultana, por orden de su ama, se colocaron ordenadamente ante la puerta exterior del harén para recibir a las tres esposas de los hijos del rey, vieron alzarse de improviso una nube de polvo que se acercó rápidamente. Y en medio de aquella nube apareció en seguida un pato gigantesco que corría a ras del suelo, espatarrado, con el pescuezo estirado; agitando las alas, y llevando a su lomo, encaramada de cualquier manera y con la cara demudada de espanto, a la primera princesa. E inmediatamente detrás de ella, a caballo sobre un macho cabrío bramador y revoltoso, toda cascarrienta y polvorienta, aparecía la segunda princesa.
Y al ver aquello, el sultán y su esposa se disgustaron en extremo, y se les puso muy negro el rostro de vergüenza y de indignación. Y el sultán rompió en reprimendas y reproches contra ellas, diciéndoles: "¡He aquí que, no contentas con haber querido mi muerte por asfixia y envenenamiento, queréis que sea yo la burla del pueblo, y comprometernos a todos y deshonrarnos en público!" Y la sultana también las recibió con palabras airadas y ojos atravesados. Y no se sabe lo que habría sucedido si no hubiesen anunciado la proximidad del cortejo de la tercera princesa. Y el corazón del sultán y el de su esposa se atemorizaron; porque se decían: "Si han venido de este modo las dos primeras, que pertenecen a nuestra especie de seres humanos, ¿cómo va a venir la tercera, que pertenece a la raza de las tortugas?" E invocaron el nombre de Alah, diciendo: "¡No hay recurso ni refugio más que en Alah, que es grande y poderoso!" Y esperaron la calamidad, conteniendo la respiración ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 888ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y esperaron la calamidad, conteniendo la respiración.
Y he aquí que primero apareció en el meidán un equipo de corredores anunciando la llegada de la esposa del príncipe Schater-Mohammad. Y en seguida avanzaron cuatro hermosos sais vestidos de brocado y de espléndidas túnicas con mangas que les arrastraban, gritando, con una larga vara en la mano: "¿Paso a la hija de reyes!" Y apareció el palanquín, recubierto de estofas preciosas de hermosos colores, llevado en hombros de sombríos negros, y fué a detenerse al pie de las gradas de entrada. Y salió de él una princesa vestida de esplendor y de belleza, a quien nadie conocía. Y como esperaban que también se apease la tortuga, creyeron que aquella princesa era la dama de honor. Pero cuando vieron que subía sola la escalera y que el palanquín se alejaba, se vieron obligados todos a reconocer en ella a la esposa de Schater-Mohammad, y a recibirla con todos los honores debidos a su rango y con toda la cordialidad deseable. Y el corazón del sultán se dilató de satisfacción a la vista de aquella belleza, de su gracia, de su tacto, de sus buenas maneras y de todo el encanto que emanaba de ella y del menor de sus gestos o movimientos.
Y como había llegado el momento de tomar parte en el festín, el sultán invitó a sus hijos y a las esposas de sus hijos a situarse en torno de él y de la sultana. Y empezó la comida.
Y he aquí que el primer manjar servido en la bandeja fué, como es de rigor, un gran plato de arroz cocido con manteca. Pero antes de que nadie tuviese tiempo de probar un bocado, la hermosa princesa lo alzó por encima de ella y se lo vertió todo entero en los cabellos. Y en el mismo momento todos los granos de arroz se convirtieron en perlas, que corrieron a lo largo de los hermosos cabellos de la princesa y se esparcieron a su alrededor y cayeron al suelo haciendo un ruido maravilloso.
Y sin dar tiempo a que los convidados hubiesen vuelto de su asombro frente a prodigio tan admirable, la princesa cogió una sopera grande que contenía un potaje
verde y espeso de mulukhia, y se lo vertió tal como estaba sobre la cabeza. Y el potaje verde se transformó al punto en una infinidad de esmeraldas del agua más hermosa, que corrieron a lo largo de sus cabellos y de sus vestidos, y se desparramaron en torno a ella, mezclando en el suelo sus hermosas tonalidades verdes con los albores puros de las perlas.
Y el espectáculo de aquellos prodigios maravilló en extremo al sultán y a los convidados. Y las servidoras se apresuraron a poner en el mantel del festín otras bandejas de arroz y de potaje de mulukhia. Y las otras dos princesas, muy amarillas de envidia, no quisieron quedar oscurecidas por el éxito de su cuñada, y cogieron a su vez los platos de manjares. Y la mayor cogió el plato de arroz, y la segunda el plato de potaje verde. Y se los vertieron, respectivamente, en su propia cabeza. Y el arroz siguió siendo arroz en los cabellos de la una y se le pegó de un modo terrible a la cabeza, pringándola. Y el potaje verde siguió siendo potaje, y corrió por los cabellos y la cabeza de la otra, revistiéndola por entero de una capa verde semejante a la boñiga de vaca, pegajosa y horrible en extremo.
Y al ver aquello, el sultán se disgustó hasta el límite del disgusto, y mandó a sus dos nueras mayores que se levantaran de la sala para ponerse lejos de su vista. Y les manifestó que no quería volver a verlas más, ni percibir su olor siquiera. Y ellas se levantaron en aquella hora y en aquel instante, y se fueron de la presencia de él, con sus esposos, avergonzadas, humilladas y asqueantes. ¡Y esto es lo referente a ellas!
Pero en cuanto a la princesa maravillosa y a su esposo el príncipe Schater-Mohammad, se quedaron solos en la sala con el sultán, que los besó y los estrechó contra su corazón efusivamente, y les dijo: "¡Vosotros solos sois mis hijos!" Y al instante quiso inscribir el trono a nombre de su hijo menor, y congregó a los emires y a los visires, e inscribió ante ellos el trono sobre la cabeza de Schater-Mohammad, en calidad de herencia y sucesión, con exclusión de sus demás herederos. Y les dijo a ambos: "Deseo que en adelante habitéis conmigo en palacio, porque sin vosotros me moriría indudablemente". Y contestaron ellos: "¡Oír es obedecer! ¡Y tu deseo está por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos!"
Y la princesa maravillosa, para no verse tentada a volver a tomar su forma de tortuga, que podía ocasionar alguna emoción desagradable al viejo sultán, dió orden a su servidora de que le llevase el caparazón que había dejado en casa. Y cuando tuvo el caparazón entre las manos, le prendió fuego hasta que se consumió. Y desde entonces permaneció siempre bajo su forma de princesa. ¡Y gloria a Alah, que la dotó de un cuerpo sin defecto, maravilla de los ojos!
Y el Retribuidor continuó colmándolos con sus gracias y les concedió muchos hijos. Y vivieron contentos y prosperando.
Al ver que el rey la escuchaba sin desagrado, Schehrazada contó aún aquella noche la historia de:
LA HIJA DEL VENDEDOR DE GARBANZOS
Ha llegado hasta mi conocimiento entre lo que ha llegado hasta mi conocimiento, que en la ciudad de El Cairo había un honrado y respetable vendedor de garbanzos, a quien el Donador había concedido tres hijas por toda posteridad. Y aunque por lo general las hijas no traen consigo bendiciones, el vendedor de garbanzos aceptaba con resignación el don de su Creador y profesaba mucho cariño a sus tres hijas. Ellas, por cierto, eran como lunas, y la más pequeña superaba a sus hermanas en belleza, en encantos, en gracia, en sagacidad, en inteligencia y en perfecciones. Y se llamaba Zeina.
Todas las mañanas las tres jóvenes iban a casa de su maestra, que les enseñaba el arte del bordado en seda y en terciopelo. Porque su padre, el vendedor de garbanzos, hombre excelente, quería que tuviesen una educación esmerada, a fin de que el Destino les pusiese en el camino de su matrimonio, hijos de mercaderes y no hijos de cualquier vendedor como él.
Y todas las mañanas, al ir a casa de su maestra de bordados, las jóvenes pasaban por debajo de la ventana del sultán con su talle ondulante, con su aspecto de princesas y con sus tres pares de ojos babilónicos, que aparecían con toda su belleza fuera del velo del rostro.
Y el hijo del sultán, al verlas llegar cada mañana, les gritaba desde su ventana con voz provocadora: "¡La zalema sobre las hijas del vendedor de garbanzos! ¡La zalema sobre las tres letras derechas del alfabeto!" Y la mayor y la mediana contestaban siempre al saludo con una leve sonrisa de sus ojos; mas la pequeña no contestaba nada absolutamente y seguía su camino sin levantar siquiera la cabeza. Pero si el hijo del sultán insistía, pidiendo, por ejemplo, noticias de los garbanzos, y del precio actual de los garbanzos, y de la venta de los garbanzos, y de la buena o mala calidad de los garbanzos, y de la salud del vendedor de garbanzos, entonces era la pequeña la única que contestaba, sin tomarse siquiera la molestia de mirarle: "¿Y qué hay de común entre los garbanzos y tú, ¡oh rostro de pez!?" Y las tres se echaban a reír y se marchaban por su camino.
Y he aquí que al hijo del sultán, que estaba apasionadamente prendado de la menor de las hijas del mercader de garbanzos, la pequeña Zeina, no cesaban de desolarle la ironía, el desdén y la mala gana con que ella respondía a sus deseos. Y un día en que la joven se había burlado de él más que de ordinario al contestar a sus preguntas, el príncipe comprendió que jamás obtendría de ella nada por la galantería, y decidió vengarse humillándola y castigándola en la persona de su padre. Porque sabía que la joven Zeina quería a su padre hasta el límite extremo del afecto.
Y se dijo: "Así le haré sentir el peso de mi poder".
Y como era hijo del sultán y tenía un poder omnímodo sobre las almas, hizo ir al vendedor de garbanzos y le dijo: "¿Eres el padre de las tres jóvenes?" Y el vendedor contestó temblando: "Sí, por Alah, ¡ya sidi!" Y el hijo del sultán le dijo: "Pues bien, ¡oh hombre! quiero que mañana a la hora de la plegaria vengas aquí, entre mis manos, vestido y desnudo a la vez, riendo y llorando en el mismo momento y a caballo sobre una caballería al mismo tiempo que andando por tu pie. ¡Y si, por desgracia tuya, llegas a mí como estás, sin haber cumplido mis condiciones, o si aunque hayas cumplido una, no llenas las otras dos, estás perdido sin remedio y tu cabeza saltará de tus hombros!" Y el vendedor de garbanzos besó la tierra y se marchó, pensando: "¡En verdad que la cosa es enorme! Y mi perdición no tiene remedio, indudablemente!"
Y llegó al lado de sus hijas, con el color muy amarillo, vuelto el saco de su estómago y la nariz alargada hasta sus pies.
Y sus hijas vieron su inquietud y su perplejidad, y la más pequeña, que era la joven Zeina, le preguntó: "¿Por qué ¡oh padre mío! veo amarillear tu tez y ennegrecerse el mundo ante tu rostro?" Y le contestó él: "¡Oh hija mía! ¡en mi ser íntimo llevo una calamidad y en mi pecho una opresión!" Y ella le dijo: "Cuéntame la calamidad, ¡oh padre! pues quizás así cese la opresión y se dilate tu pecho...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 889ª NOCHE
Ella dijo:
"...La joven dijo a su padre el vendedor de garbanzos: "Cuéntame la calamidad, ¡oh padre mío! pues quizás así cese la opresión y se dilate tu pecho". Y le contó él la cosa desde el principio hasta el fin, sin olvidar un detalle. Pero no hay ninguna utilidad en repetirla. Cuando la joven Zeina oyó el relato de la aventura de su padre y supo el motivo de su pena, de su cambio de color y de su opresión de pecho, se echó a reír con mucha, mucha gana, hasta casi desmayarse. Luego se encaró con él, v le dijo: "Pero ¿no se trata más que de eso, ¡oh padre mío!? ¿Por Alah, no tengas inquietud ni preocupaciones y sigue mis consejos! Y verás cómo al hijo del sultán, a ese cualquiera, le llega la vez de morderse los dedos y de reventar de despecho. ¡Escucha!". Y reflexionó un instante y dijo: "En cuanto a la primera condición, no tienes más que ir a casa de nuestro vecino el pescador y rogarle que te venda una de sus redes. Y me traerás esa red, y con ella te haré un traje para que te lo pongas sobre la carne, después de haberte quitado toda la ropa. Y de tal suerte, estarás vestido y desnudo a la vez.
"Y en cuanto a la segunda condición, no tiene más que coger una cebolla antes de ir al palacio del sultán. Y en el umbral te frotarás con ella los ojos. Y estarás llorando y risueño en el mismo momento.
"Y, por último, en cuanto a la tercera condición, ve ¡oh padre! a casa de nuestro vecino el arriero y ruégale que te deje el buche que le nació este año. Y te le llevarás, y cuando hayas llegado a casa del hijo del sultán, de ese granuja, montarás en el buche, y como tocarás el suelo con los pies, andarás por tu pie al mismo tiempo que el buche avance. ¡Y de tal suerte, irás montado y a pie al mismo tiempo!
"¡Y ésta es mi opinión! ¡Y Alah es más poderoso y el único inteligente!"
Cuando el vendedor de garbanzos, padre de la ingeniosa Zeina, hubo oído estas palabras de su hija, la besó entre ambos ojos, y le dijo: "¡Oh hija de tu padre y de tu madre! ¡oh Zeina! ¡quien engendra hijas como tú no muere! ¡Gloria a Quien ha puesto tanta inteligencia detrás de tu frente y tanta sagacidad en tu espíritu!" Y en aquella hora y en aquel instante, el mundo se blanqueó ante su rostro, huyeron de su corazón las preocupaciones, y se le dilató el pecho. Y comió un bocado y bebió un jarro de agua, y salió a hacer cuanto le había indicado su hija.
Y al día siguiente, cuando todo estuvo dispuesto como era debido, el vendedor de garbanzos se fué a palacio, y entró en el aposento del hijo del sultán de la manera y el modo requeridos, vestido y desnudo a la vez, riendo y llorando al mismo tiempo, andando y cabalgando en el mismo momento, en tanto que el borriquillo, asustado, se había puesto a rebuznar y a echar cuescos en medio de la sala de recepción.
Al ver aquello, el hijo del sultán llegó al límite del furor y del despecho, y como no podía hacer sufrir al vendedor de garbanzos el trato con que le había amenazado, pues había cumplido las condiciones requeridas, sintió que la bolsa de la hiel estaba a punto de estallarle en el hígado. Y se juró a sí mismo vengarse en la propia joven, exterminándola sin remisión. Y echó al vendedor de garbanzos, y se puso a meditar el plan de sus asechanzas contra la joven. ¡Y he aquí lo referente a él!
Pero, por lo que respecta a la joven Zeina, como estaba llena de previsión y sus ojos veían desde lejos y su nariz olfateaba la proximidad de los acontecimientos, sospechó en seguida, por la manera como su padre le contó el estado de furor en que se hallaba el hijo del sultán, que aquel mal sujeto iba a atacarla de un modo peligroso. Y se dijo: "¡Antes de que nos ataque, ataquémosle!" Y se irguió sobre ambos pies y fué en busca de un armero muy experto en su oficio, y le dijo: "Quiero ¡oh padre de manos hábiles! que me fabriques a mi medida una armadura toda de acero, y perneras y brazaletes y un casco del mismo metal. Pero es preciso que todos estos objetos estén hechos de tal manera, que al menor movimiento en la marcha o al menor contacto produzcan un ruido ensordecedor y un estrépito espantoso". Y el armero contestó con el oído y la obediencia, y no tardó en entregarle los objetos consabidos, tales como los había encargado.
Y he aquí que, cuando llegó la noche, la joven Zeina se disfrazó terriblemente poniéndose el traje de hierro, y se echó al bolsillo un par de tijeras y una navaja de afeitar, y cogió en la mano una horquilla puntiaguda, y se dirigió así a palacio.
Y en cuanto desde lejos vieron llegar a aquel guerrero espantable, el portero y los guardias de palacio huyeron en todas direcciones. Y en el interior del palacio los esclavos siguieron el ejemplo del portero y de los guardias, y cada cual se apresuró a esconderse para resguardarse en cualquier rincón seguro, aterrados por el estrépito ensordecedor que producían las diversas partes del traje de hierro, y por el aspecto amedrentador de quien lo llevaba, y por la horquilla que blandía. Y de tal suerte, la hija del vendedor de garbanzos, sin encontrar ningún obstáculo ni la menor señal de resistencia, llegó sin contratiempo a la habitación en que de ordinario se hallaba la mala persona del hijo del sultán.
Y al oír todo aquel ruido terrible y al ver entrar a quien lo producía, el hijo del sultán se sintió poseído de un gran espanto, y creyó que veía aparecer a un efrit raptor de almas. Y se puso muy pálido, empezó a temblar y a rechinar los dientes, y cayó al suelo, exclamando "¡Oh poderoso efrit raptor de almas! ¡perdóname y Alah te perdonará!" Pero la joven le contestó, hablando con voz terrible: "¡Cose tus labios y tus mandíbulas, ¡oh proxeneta! o te clavo esta horquilla en un ojo!" Y el asustado mozo juntó sus labios y sus mandíbulas, y no se atrevió a decir una palabra ni a hacer un movimiento. Y la hija del vendedor de garbanzos se acercó a él, que estaba tendido en el suelo, inmóvil y desmayado; y sacando las tijeras y la navaja, le afeitó la mitad de sus tiernos bigotes, el lado izquierdo de su barba, el lado derecho de sus cabellos y ambas cejas. Tras de lo cual le restregó la cara con estiércol de asno y le metió un pedazo en la boca. Y hecho aquello, se fué como había venido, sin que nadie se atreviese a estorbarle el paso. Y regresó sin contratiempos a su casa, donde se apresuró a quitarse su traje de hierro y a acostarse al lado de sus hermanas para dormir muy bien hasta por la mañana.
Y aquel día, como de ordinario, después de lavarse y peinarse y arreglarse, las tres hermanas salieron de su casa para ir a casa de su maestra de bordado. Y como todas las mañanas, pasaron por debajo de la ventana del hijo del sultán. Y le vieron sentado junto a la ventana, según su costumbre, pero con la cara y la cabeza arrebozadas en un pañuelo, de modo que sólo tenía al descubierto los ojos. Y las tres, comportándose con él al revés de como lo hacían por lo general, le miraron con insistencia y coquetería. Y el hijo del sultán se dijo: "No sé; pero me parece que se amansan. ¡Acaso sea porque el pañuelo que me envuelve la cabeza y el rostro hace que resulten más hermosos mis ojos!" Y les gritó: "¡Eh! ¡las tres letras derechas del alfabeto. ¡oh hijas de mi corazón! la zalema sobre vosotras tres! ¿Cómo van los garbanzos esta mañana?" Y la más joven de las tres hermanas, la pequeña Zeina, levantó la cabeza hacia él y contestó por sus hermanas: "¡Eh, ualah! y la zalema sobre ti, ¡oh rostro entrapado! ¿Cómo tienes esta mañana el lado izquierdo de tu barba y de tus bigotes, y cómo tienes la mitad derecha del cráneo, y cómo están tus hermosas cejas, y has encontrado de tu gusto el estiércol de asno, ¡oh querido mío!? ¡Ojalá haya sido de deliciosa digestión para tu corazón!"
Y así diciendo, echó a correr con sus hermanas, riendo a carcajadas, y haciendo desde lejos, al hijo del sultán, muecas burlonas y provocativas. ¡Esto fué todo!
Y al oír y ver, el hijo del sultán comprendió, sin quedarle lugar a duda, que el efrit de la noche anterior no era otro que la hija del vendedor de garbanzos. Y en el límite de la rabia, sintió que se le subía a la nariz la hiel de su vejiga, y juró que se apoderaría de la joven o moriría. Y tras de combinar su plan, esperó algún tiempo para que le creciesen la barba, los bigotes, las cejas y los cabellos, e hizo ir a su presencia al vendedor de garbanzos, padre de su joven adversaria, el cual se dijo, dirigiéndose al palacio: "¿Quién sabe qué calamidad me prepara ahora ese proxeneta?" Y llegó, muy seguro, entre las manos del hijo del sultán, que le dijo: "¡Oh hombre! ¡quiero que me concedas en matrimonio a tu tercera hija, de quien estoy locamente prendado! ¡Y como te atrevas a rehusármela, tu cabeza saltará de tus hombros!" Y el vendedor de garbanzos contestó: "¡No hay inconveniente! ¡Pero concédame un plazo el hijo de nuestro amo el sultán, a fin de que vaya yo a consultar a mi hija antes de casarla!" Y contestó el joven: "Ve a consultarla; ¡pero sabe que, si rehusa, sufrirá como tú la muerte negra!"
Y el azorado vendedor de garbanzos fué en busca de su hija, y la puso al corriente de la situación, y dijo: "¡Oh hija mía, se trata de una calamidad inevitable!" Pero la joven se echó a reír, y le dijo: "¿Por Alah, ¡oh padre! no hay en ello ni calamidad ni olor de calamidad. Porque ese matrimonio es una bendición para mí y para ti y para mis hermanas. Y doy desde luego mi consentimiento?
Y el vendedor de garbanzos fué a llevar la respuesta de su hija al hijo del sultán, que osciló de satisfacción y de contento. Y dió orden de hacer sin tardanza los preparativos de las bodas, que comenzaron al punto. ¡Y he aquí lo referente a él!
Pero en cuanto a la joven, fué en busca de un confitero experto en el arte de confeccionar muñecas de azúcar, y le dijo: "Deseo de ti que me hagas una muñeca toda de azúcar, que sea de mi estatura y tenga mis facciones y mi color, con cabellos de azúcar hilado y hermosos ojos negros, y boca pequeña, y nariz bonita, y largas cejas rectas, y con todo lo necesario en las demás partes". Y el confitero, que poseía unos dedos muy hábiles, le confeccionó una muñeca que tenía las facciones de ella y un parecido exacto, tan bien hecha, que no le faltaba más que hablar para ser una hija de Adán.
Y he aquí que, cuando llegó la noche nupcial de la penetración, la joven, ayudada por sus hermanas, que eran sus damas de honor, puso su propia camisa en el cuerpo de la muñeca, y la acostó en el lecho en lugar suyo, y corrió sobre ella el mosquitero. Y dió las instrucciones necesarias a sus hermanas y fué a esconderse en la habitación, detrás del lecho.
Y cuando llegó el momento de la penetración, ambas jóvenes, hermanas de Zeina, guiaron al esposo y le introdujeron en la cámara nupcial. Y tras de formular los deseos de rigor y hacerle recomendaciones referentes a su hermana pequeña, diciéndole: "¡Es delicada, y te la confiamos! ¡Es amable y dulce, y no tendrás queja de ella!", se despidieron de él y le dejaron solo en la habitación.
Y el hijo del sultán, acordándose entonces de todas las vejaciones que le había hecho sufrir la hija del vendedor de garbanzos, y de todas sus humillaciones, y de todos los desdenes con que le había abrumado, se acercó a la joven que creía acostada bajo el mosquitero, y que le esperaba sin salir de su inmovilidad. Y de pronto desenvainó su enorme sable, y con todas sus fuerzas le asestó un golpe que hizo rodar por todos lados la cabeza en añicos. Y uno de los trozos le entró en la boca, que tenía él abierta para proferir injurias dirigidas a su víctima. Y sintió el sabor del azúcar, y se asombró prodigiosamente, y exclamó: "¡Por vida mía! he aquí que, después de haberme hecho comer en vida el amargo estiércol de los asnos, me hace gustar, después de muerta, la dulzura exquisita de su carne".
Y persuadido de que acababa de cercenar la cabeza a tan deliciosa criatura, dió rienda suelta a su desesperación, y quiso abrirse el vientre con el sable que le había servido para destrozar a la muñeca.
Pero de repente la verdadera joven salió de su escondite, y le sujetó el brazo por detrás, y le besó, diciéndole: "¡Perdónanos y Alah nos perdonará!"
Y el hijo del sultán olvidó todas sus tribulaciones al ver la sonrisa de la exquisita
adolescente a quien había deseado tanto. Y la perdonó y la amó.Y vivieron prósperamente, dejando numerosa posteridad.
Y como Schehrazada no se sentía fatigada aquella noche, contó aún al rey Schahriar la historia siguiente, que es la del DESLIGADOR:
EL DESLIGADOR
Se cuenta que en la ciudad de Damasco, en el país de Scham, había en su tienda un joven mercader que era cual la luna en su décimocuarta noche, tan hermoso y atrayente, que ni uno solo de los compradores del zoco se resistía a su maravillosa belleza. Porque era, en verdad, una alegría para los ojos que le miraban y una condenación para el alma del espectador.
Y de él es de quien ha dicho el poeta:
¡Mi señor es el rey de la belleza, y en su cuerpo, obra de su Creador, no hay ni un rincón despreciable, pues todo es igualmente perfecto!
¡Son sus formas tan delicadas como duro es su corazón; sus rasgados ojos declaran la guerra a los indiferentes y producen incendios en los corazones más fríos!
¡Sus cabellos son enroscados y negros como escorpiones; su talle flexible como la rama del árbol ban y fino como el tallo del bambú!
¡Y su grupa, que es notable, tiembla, cuando se balancea, como la leche cuajada en la escudilla del beduino!
Un día entre los días, el joven, como de ordinario, estaba sentado delante de su tienda, con sus grandes ojos negros y la seducción de su rostro, cuando entró una dama para hacer compras. Y la recibió él con dignidad, y trabaron conversación acerca de la venta y la compra. Pero, al cabo de un momento, absolutamente subyugada por sus encantos, le dijo la dama: "¡Oh rostro de luna! quisiera volver a verte mañana. ¡Y quedarás contento de mí!" Y le dejó, tras de comprar algo que pagó sin regatear, y se fué por su camino.
Y como le había prometido, volvió a la tienda al día siguiente a la misma hora. Pero llevaba de la mano a una adolescente mucho más joven que ella, y más bonita y más atractiva y más deseable. Y el joven mercader, al ver a la recién llegada, no se ocupó ya más que de ella, y no reparó en la primera más que si no la viese. Y ésta acabó por decirle al oído: "¡Oh rostro bendito! ¡por Alah, que no has escogido mal! Y si quieres, serviré de intermediaria entre tú y esta adolescente, que es mi propia hija". Y dijo el joven: "En tu mano está la bendición, ¡oh dama selecta! Ciertamente, por el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!), es extremado mi deseo de esta adolescente hija tuya. Pero ¡ay! el deseo no es la realidad, y a juzgar por las apariencias, tu hija es demasiado rica para mí". Pero ella protestó diciendo: "¡Por el Profeta, ¡oh hijo mío! no te preocupes de eso! Porque te hacemos gracia de la dote que el esposo debe inscribir a nombre de la esposa, y tomamos a nuestro cargo todos los gastos de la boda y demás dispendios. ¡Tú no tienes más que dejarnos, y te encontrarás con buena cama, pan caliente, carne firme y bienestar! ¡Porque, cuando se halla un ser tan hermoso como tú, se le toma tal y como es, sin pedirle otra cosa que el que se porte con gallardía en el momento que tú sabes, y permanezca seco y duro mucho tiempo!"
Y el joven contestó: "No hay inconveniente".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 890ª NOCHE
Ella dijo:
"...seco y duro mucho tiempo!" Y el joven contestó: "No hay inconveniente".
Y acto seguido se pusieron de acuerdo respecto a todo, y se convino en que las bodas se celebrarían en el más breve plazo, sin ceremonias ni invitaciones, sin músicos ni danzarinas ni cantarinas, y sin paseos ni cortejos.
Y en el día fijado se hizo ir al kadí y a los testigos. Y se redactó con arreglo a las prescripciones de la Ley. Y la madre, en presencia del kadí y de los testigos, introdujo al joven en la cámara nupcial, y le dejó solo con su esposa, diciéndoles: "Gozad de vuestro destino, ¡oh hijos míos!"
Y aquella noche no hubo en toda la ciudad de Damasco, ni en el país de Scham, un grupo más hermoso que el que formaban ambos jóvenes enlazados, adaptándose uno a otro como las dos mitades de la misma almendra.
Y al día siguiente, después de una noche pasada entre delicias; el joven se levantó y fué a hacer sus abluciones en el hammam. Tras de lo cual se marchó a su tienda como de ordinario, y allí permaneció hasta que se cerró el zoco. Y entonces se levantó y volvió a su nueva casa para encontrarse de nuevo con su esposa, entró en el harén, y fué derecho a la cámara nupcial, donde la víspera había probado tantas cosas excelentes. Y he aquí que, bajo el mosquitero, dormía su esposa, con los cabellos en desorden, al lado de un mozalbete con mejillas vírgenes de pelo, que la estrechaba con amor contra sí.
Al ver aquello, el mundo se ennegreció ante el rostro del joven, que se precipitó fuera de la cámara para ir en busca de la madre y hacerle ver lo que había que ver. Y encontró a la madre, que estaba sentada precisamente en el umbral de la habitación y que, al verle con el color tan amarillo y muy emocionado, le dijo: "¿Qué te pasa, ¡oh hijo mío!? ¡Ruega al Profeta!" Y contestó el joven: "¡Con El la plegaria y la paz! ¿Qué es eso, ¡oh tía!? ¿Qué es eso que he visto en el lecho? ¡Me refugio en Alah contra las asechanzas del Lapidario!" Y escupió con violencia en tierra, como si lo hiciese sobre alguien que estuviese a sus pies. Y dijo la madre: "¿Y a qué viene ¡oh hijo mío! toda esa cólera y toda esa emoción? ¿Es porque tu esposa está con otra persona? Pero, ¡por los méritos del Profeta! ¿crees que puede una alimentarse del aire? ¿Y crees que te he dado por esposa a mi hija, sin exigir de ti nada en calidad de dote ni de viudedad, para que vengas ahora reprobando su conducta y contrariando sus caprichos? ¡Es esa mucha pretensión de parte tuya, hijo mío! ¡Porque bien debiste figurarte que dos mujeres como nosotras no podrían mantenerte si no estuvieran en libertad de acción! ¿Comprendes ya?"
Y el joven, estupefacto por todo lo que oía, no supo otra cosa que murmurar: "¡Me refugio en Alah! ¡El es el Misericordioso!" Y la madre añadió: "¡Vaya, no te quejes más! ¡Pero si nuestra manera de vivir no te conviene, hijo mío, no tienes más que hacernos ver la anchura de tus hombros!"
Al oír estas palabras, el joven, en el límite de la cólera, exclamó, de manera que fuese oído tanto por la madre como por la hija: "¡Me divorcio! ¡por Alah y por el Profeta, que me divorcio!"
Y al propio tiempo salió de debajo del mosquitero la joven desperezándose, y al oír la fórmula del divorcio, se apresuró a bajarse el velo del rostro para no estar descubierta ante el que en adelante sería para ella un extraño. Y al mismo tiempo que ella salió de debajo del mosquitero la persona con quien ella estaba enlazada tan amorosamente. Y he aquí que aquella persona, que de lejos parecía un mozalbete imberbe, era una joven, como podía observarse sólo al ver la ola de sus cabellos, desatados de pronto, que le acariciaban los tobillos.
Y mientras el desgraciado joven permanecía inmóvil de asombro, hicieron su aparición dos testigos que había ocultado la madre detrás de una cortina, y le dijeron: "¡Hemos oído la fórmula del divorcio, y damos fe de que te has divorciado de tu esposa!" Y la madre le dijo, riendo: "Pues bien, hijo mío, ¡ya no te queda más remedio que irte!
Y para que no te marches mal impresionado, has de saber que la joven que ves aquí, y que estaba acostada con tu esposa, es mi hija menor. ¡Y lo que has pensado es un pecado que tienes sobre la conciencia! Pero sabe también que tu esposa estaba casada primero con un joven a quien amaba y que la amaba. Pero un día disputaron, y en el calor de la disputa, mi yerno dijo a mi hija: "¡Quedas divorciada tres veces!" Ya sabes que ésa es la fórmula más grave del divorcio y la más solemne. Y el que la pronuncia no puede volver a casarse con su primera esposa, si un día lo desea, mientras su esposa no consume un nuevo matrimonio con un segundo marido que, a su vez, la repudie.
Necesitábamos, pues, un desligador, hijo mío. Y he buscado mucho tiempo a ese desligador, sin encontrarle. Y acabé por encontrarte. Y al verte, comprendí que serías un desligador perfecto. Y te escogí. Y ha sucedido lo que ha sucedido. ¡Uassalam!"
Y a continuación le echó de la casa a empujones, y cerró la puerta, mientras el primer esposo, ante el mismo kadí y los mismos testigos, suscribía un segundo contrato de matrimonio con su primera esposa.
"Y tal es ¡oh rey afortunado! la historia del Desligador. Pero se halla lejos de ser tan deliciosa como la HISTORIA DEL CAPITÁN DE POLICÍA".
EL CAPITÁN DE POLICÍA
En otro tiempo había en El Cairo un kurdo, que llegó a Egipto bajo el reinado del victorioso rey Saladino (¡Alah le tenga en Su gracia!). Y aquel kurdo era un hombre de una corpulencia terrible, con bigotes enormes y una barba que le subía hasta los ojos, y cejas que le tapaban los ojos, y con mechones de pelo que le salían de la nariz y de las orejas. Y tenía un aspecto tan terrible, que no tardó en llegar a ser capitán de policía. Y los pilluelos del barrio, sólo con verle lejos, se daban a la fuga, echando a correr más de prisa que si hubiesen visto aparecer una ghula. Y las madres amenazaban a sus hijos con llamar al capitán kurdo cuando no los podían soportar.
En una palabra, era el terror del barrio y de la ciudad.
Un día entre los días, sintió él que le pesaba la soledad, y pensó en lo bueno que sería encontrar en su casa carne fresca para meterle el diente cuando volviera por la noche. En vista de lo cual, fué en busca de una casamentera, y le dijo: "Deseo mujer. Pero tengo mucha experiencia, y sé cuántas tribulaciones traen de ordinario consigo las mujeres. Por eso, como quiero tener las menos complicaciones posibles, deseo que me busques una joven virgen que no se haya separado nunca de la ropa de su madre, y que esté dispuesta a vivir conmigo en una casa que se compone de una sola habitación. Y pongo por condición la de que jamás ha de salir de esa habitación ni de esa casa. ¡Y ahora dime si puedes o no puedes encontrarme esa joven!" Y la casamentera contestó: "¡Puedo! ¡Dame algo de señal!"
Y el capitán de policía le entregó un dinar en señal, y se fué por su camino. Y la casamentera se irguió sobre ambos pies, y se dedicó a la busca de la joven consabida.
Y tras de varios días de pesquisas y negociaciones, de preguntas y respuestas, acabó por encontrar una joven que consintiera en vivir con el kurdo sin salir nunca de la casa, compuesta de una sola habitación. Y la casamentera fué a participar al capitán de policía el éxito de sus buenos oficios, y le dijo: "He encontrado para ti una joven virgen que jamás se ha separado de su madre, y que me ha dicho cuando le he impuesto la condición: "¡Vivir con el valiente capitán o permanacer aquí encerrada con mi madre da lo mismo!". Y el kurdo quedó muy satisfecho de esta respuesta, y preguntó a la casamentera: "¿Y cómo es?" Ella contestó: "¡Es gorda y rolliza y blanca!" El dijo: "¡Eso es lo que me gusta!"
Así, pues, como el padre de la joven estaba conforme, y como la madre estaba conforme, y como la hija estaba conforme, y como el kurdo estaba conforme, se celebró la boda sin tardanza. Y el kurdo, padre de bigotes grandes, se llevó a la joven gorda y rolliza y blanca a su casa, compuesta de una sola habitación, y se encerró con ella y con su destino.
Y sólo Alah sabe lo que pasó aquella noche.
Y al día siguiente el kurdo fué a evacuar los asuntos propios de la policía, diciéndose al salir de su casa. "He hecho mi suerte con esta joven". Y por la noche, al volver a su casa, le bastó una mirada para asegurarse de que todo estaba en orden en su casa. Y se decía a diario: "Todavía no ha nacido quien meta la nariz en mi cena". Y su tranquilidad era perfecta y su seguridad absoluta. Y a pesar de toda su experiencia, no sabía que la mujer es sagaz de nacimiento, y que cuando desea algo
nada puede detenerla. Y pronto iba a tener prueba de ello.
En efecto, había en la misma calle, frente a la ventana de la casa, un carnicero que vendía carne de carnero. Y el tal carnicero tenía un hijo de lo más truhán, que por naturaleza estaba lleno de atractivo y de alegría, y que, desde por la mañana hasta por la noche, cantaba sin parar con una voz hermosa. Y la joven esposa del capitán kurdo quedó subyugada por los encantos y la voz del hijo del carnicero, y sucedió entre ellos lo que sucedió.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 891ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y la joven esposa del capitán kurdo quedó subyugada por los encantos del hijo del carnicero, y sucedió entre ellos lo que sucedió. Y el señor kurdo volvió aquel día más temprano que de costumbre, e introdujo la llave en la cerradura para abrir la puerta. Y su esposa, que estaba copulando en aquel momento, oyó rechinar la llave y lo dejó todo para saltar sobre ambos pies. Y se apresuró a ocultar a su amante en un rincón de la habitación, detrás de la cuerda en que estaban colgados los trajes de su esposo y los suyos propios. Luego cogió un velo grande, en el cual se envolvía de ordinario, y bajó la escalerilla para salir al encuentro de su marido el capitán, el cual, sólo con subir la mitad de los escalones, había olfateado ya que en su casa pasaba algo que no pasaba de ordinario. Y dijo a su mujer: "¿Quién hay? ¿Y por qué tienes ese velo?" Y ella contestó: "¡La historia de este velo ¡oh dueño mío! es una historia que, si estuviese escrita con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la leyera con respeto! ¡Pero empieza por sentarte en el diván para que te la cuente!" Y le llevó al diván, le rogó que se sentara, y continuó así: "Has de saber, en efecto, que en la ciudad de El Cairo había un capitán de policía, hombre terrible y celoso, que vigilaba a su mujer de continuo. Y para estar seguro de su fidelidad la había encerrado en una casa como ésta, con una sola habitación. Pero a pesar de todas sus precauciones, la mujer le ponía cuernos con todo su corazón, y sobre los cuernos insensibles de él copulaba con el hijo de su vecino el carnicero, de modo y manera que, un día en que había vuelto más temprano que de costumbre, el capitán sospechó algo. Y, en efecto, cuando su mujer le oyó entrar, se apresuró a ocultar a su amante y llevó a su marido a un diván, igual que yo he hecho contigo. ¡Y entonces le echó por la cabeza una tela que tenía en la mano, y le apretó el cuello con todas sus fuerzas, de esta manera!" Y así diciendo, la joven echó la tela por la cabeza del kurdo, y le apretó el cuello, riendo y continuando así su historia: "Y cuando el hijo de perro tuvo la cabeza y el cuello bien cogidos con la tela, la joven gritó a su amante, que estaba escondido detrás de las ropas del marido: "¡Eh, querido mío, ponte en salvo! ¡pronto, pronto!" Y el joven carnicero se apresuró a salir de su escondite y a precipitarse por la escalera a la calle: ¡Y tal es la historia de la tela que tenía yo en la
mano, ¡ya sidi!"
Y tras de contar así esta historia, y al ver que su amante estaba en salvo ya, la joven aflojó la tela que tenía fuertemente enrollada al cuello de su marido el kurdo, y se echó a reír de tal manera que cayó de trasero.
En cuanto el capitán kurdo, libre ya de la estrangulación, no supo si debía reír o enfadarse por la historia y la broma de su mujer. Por lo demás, kurdo era y kurdo siguió siendo. Por eso jamás comprendió nada de aquel incidente. Y continuaron creciéndole los bigotes y los pelos. Y murió como un bienaventurado, contento y prosperando, tras de haber dejado muchos hijos.
Y aquella noche todavía dijo Schehrazada la historia siguiente, que es un torneo de generosidad entre tres personas de diferente especie, a saber: entre un marido, un amante y un ladrón.
¿CUAL ES EL MAS GENEROSO?
Cuentan que había en Bagdad un primo y una prima que desde la infancia se amaban con un amor extremado. Y sus padres les destinaron uno para otro, diciendo siempre: "¡Cuando Habib sea mayor, le casaremos con Habiba!" Y ambos habían vivido y crecido juntos, y con ellos había crecido su mutuo afecto. Pero cuando estuvieron en edad de casarse, el Destino no decretó su matrimonio. Porque los padres, que habían sufrido reveses de fortuna, quedaron muy pobres; y el padre y la madre de Habiba se consideraron favorecidos aceptando por esposo para su hija a un respetable jeique que era uno de los mercaderes más ricos de Bagdad y la había pedido en matrimonio.
Y cuando de tal suerte quedó decidido su matrimonio con el jeique, la joven Habiba quiso ver por última vez a su primo Habib y le dijo llorando: "¡Oh hijo de mi tío! ¡oh bien amado mío! ¡ya sabes lo que ha pasado, y que mis padres me han dado en matrimonio a un jeique a quien no he visto nunca y que no me ha visto nunca! Y he aquí que con este matrimonio se nos desbarata nuestro amor, ¡oh primo mío! ¡Y quizá nuestra muerte sea preferible a nuestra vida!" Y Habib contestó sollozando: "¡Oh bienamada prima mía! ¡amargo es nuestro destino, y nuestra vida no tendrá objeto en adelante! ¿Cómo podremos, lejos uno de otro seguir saboreando el gusto de la vida y deleitándonos con las bellezas de la tierra? ¡Ay! ¡ay! ¡oh prima mía! ¿cómo vamos a soportar el peso de nuestro destino?" Y lloraron uno junto a otro y casi se desmayaron de pena. Pero los separaron, diciéndoles que estaban esperando a la desposada para conducirla a casa del esposo.
Y condujeron a la desolada Habiba, en medio de un cortejo, a la casa del jeique. Y después de las ceremonias de rigor y los deseos y las invocaciones y las bendiciones, dió fin la boda, y se marchó todo el mundo, dejando con su esposo a la recién casada.
Y cuando llegó el momento de la consumación, el jeique penetró en la cámara nupcial, y vió a su esposa llorando en los cojines y con el pecho henchido de
sollozos. Y pensó: "Seguramente, llora por lo que lloran todas las jóvenes que se separan de su madre. Pero generalmente no dura mucho eso, por fortuna. ¡Con aceite se abren los candados más duros, y con dulzura se amansa a los cachorros de león!" Y se acercó a ella, que seguía llorando, y le dijo: "¡Ya setti Habiba! ¡oh luz del alma! ¿Por qué maltratas así la hermosura de tus ojos? ¿Y qué dolor es el tuyo, que te hace olvidar hasta la presencia de alguien nuevo para ti?". Pero la joven, al oír la voz de su esposo, redobló en sus lágrimas y sollozos y hundió más la cabeza en las almohadas. Y el jeique le dijo muy apurado: "¡Ya setti Habiba! ¡si lloras por verte separada de tu madre, iré a buscarla al instante!" Y la joven, por toda respuesta, sacudió la cabeza, sin levantarla de las almohadas, llorando más fuerte, y eso fué todo. Y su esposo le dijo: "¡Si lloras tanto por tu padre, o por una hermana tuya, o por tu nodriza, o por algún animal doméstico, gallo, gato o gacela, dímelo, y por Alah, que iré a buscarle!".
Pero la respuesta fué un signo negativo de cabeza en las almohadas. Y el jeique reflexionó un instante, y dijo: "¿Lloras quizá por la casa de tus padres, donde has pasado tu infancia y tu adolescencia, ¡oh Habiba!? Si lloras por eso dímelo, y te cogeré de la mano y te llevaré allá". Y la joven, un tanto amansada por las buenas palabras de su esposo, levantó un poco la cabeza; y sus hermosos ojos estaban llenos de lágrimas y su rostro encantador era como una llama. Y contestó con voz temblorosa de llanto: "¡Ya sidi! ¡no es por mi madre por quien lloro, ni por mi padre ni por mi hermana, ni por mi nodriza, ni por mis animales domésticos! Te suplico, pues, que me dispenses de revelarte el motivo de mis lágrimas y de mi pena".
Y el excelente jeique, que por primera vez veía al descubierto el rostro de su mujer, quedó muy conmovido por su belleza, por el encanto infantil que se desprendía de toda ella y por la dulzura de su habla. Y le dijo: "¡Ya setti Habiba! ¡oh la más bella entre las jóvenes y corona suya! si no es el alejamiento de tu familia y de tu casa lo que te da tanta pena, es porque hay otro motivo. Y te ruego que me lo digas para remediarlo".
Y contestó ella: "¡Por favor, dispénsame de contestártelo!" Dijo él: "Entonces ese motivo no es otro que la repugnancia y la aversión que sientes por mí. Pues ¡por tu vida, que si me hubieses dicho, por la intermediaria de tu madre, que no querías ser mi esposa, claro es que no te habría obligado a entrar a pesar tuyo en mi casa!"
Y dijo ella: "iNo, por Alah!, ¡oh mi señor! el motivo de mi pena no se debe a repugnancia o aversión! ¿Cómo iba a abrigar semejantes sentimientos para quien no había visto nunca? ¡Se debe a otra cosa que no puedo revelarte!"
Pero tanto y con tanta bondad la porfió él, que la joven, con los ojos bajos, acabó por confesarle su amor a su primo, diciendo: "¡El motivo de mis lágrimas y de mi pena es un ser querido que ha quedado en casa, el hijo de mi tío, con el que he crecido, y que me ama y a quien amo desde la infancia! ¡Y el amor joh mi señor! es una planta cuyas raíces agarran en el corazón, y para arrancarla habría que arrancar el corazón con ella!".
Al oír esta revelación de su esposa, el jeique bajó la cabeza sin decir palabra. Y reflexionó una hora de tiempo; luego levantó la cabeza y dijo a la joven: "¡Oh señora mía! la ley de Alah y de su Profeta (¡con El la plegaria y la paz!) prohibe al creyente obtener del creyente nada por violencia. Y si no se debe coger por fuerza al creyente el pedazo de pan, ¿qué será cuando se trata de arrebatarle el corazón?
¡Así, pues, tranquiliza tu alma y refresca tus ojos, que no sucederá nada más que lo que está escrito en tu destino!" Y añadió: "Levántate, pues, ¡oh esposa mía de un momento! y con mi consentimiento y de mi agrado, ve a buscar al que tiene sobre ti derechos más efectivos que los míos, y entrégate a él libremente. Y volverás aquí por la mañana, antes de que se despierten los criados y te vean entrar. ¡Porque desde este momento eres como una hija de mi carne y de mi sangre! Y el padre no toca a su hija. ¡Y cuando muera yo serás mi heredera!"
Y añadió aún: "¡Levántate sin vacilar, hija mía, y ve a consolar a tu primo, que debe llorarte como se llora a los muertos!"
Y la ayudó a levantarse, y por si mismo le puso sus hermosas vestiduras y sus pedrerías de novia, y la acompañó hasta la puerta. Y salió ella a la calle, con sus hermosas vestiduras y sus pedrerías, como un ídolo paseado por los descreídos en un día de fiesta...
En ese momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 892ª NOCHE
Ella dijo
"... Y salió ella a la calle, con sus hermosas vestiduras y sus pedrerías, como un ídolo paseado por los descreídos en un día de fiesta. Pero apenas había dado veinte pasos por la calle, por donde no pasaba ni un alma a aquella hora de la noche, surgió desde la sombra, de improviso, una forma negra y se lanzó a ella. Era un ladrón que estaba al acecho de cualquier caza nocturna, y al ver brillar sus pedrerías, se había dicho: "¡Ahora puedo enriquecerme para toda la vida!" Y la paró brutalmente y se apresuró a despojarla, diciéndole, con voz sofocada y amedrentadora: "¡Si abres la boca para gritar, te dejaré más ancha que larga!" Y ya había echado mano a los collares, cuando su mirada se encontró con la belleza de aquel rostro; y pensó, muy conmovido: "¡Por Alah, que me la voy a llevar toda entera, porque es más preciosa que todos los tesoros!" Y le dijo: "¡Oh señora mía; no te haré daño ninguno! Pero no te me resistas, y ven conmigo de buen grado. ¡Y nuestra noche será una noche bendita!" Porque pensaba: "¡Es una almea! Pues sólo las almeas salen por la noche vestidas con tanto esplendor. ¡Y debe volver de la boda de algún gran señor!"
Y la joven se echó a llorar por toda respuesta. Y el ladrón le dijo: "¡Por Alah! ¿Por qué lloras? ¡Hago juramento de no maltratarte ni despojarte si te entregas a mí libremente!" Y al propio tiempo la cogió de la mano y quiso llevársela. Entonces le dijo ella a través de sus lágrimas quién era; y le contó la generosidad de su esposo el jeique. Y no le ocultó nada de su historia. Y añadió: "Y ahora estoy en tus manos. ¡Haz de mí lo que quieras!"
Cuando el ladrón, que era el más hábil desvalijador de toda la corporación de ladrones de Bagdad, hubo oído la historia singular de la joven y comprendido todo el alcance del proceder generoso de su esposo el jeique, bajó un instante la cabeza y reflexionó profundamente. Luego levantó la cabeza y dijo a la joven: "¿Y dónde vive el hijo de tu tío a quien amas?" Ella dijo: "¡En tal barrio y tal calle, donde ocupa la habitación que da al jardín de la casa!" Y dijo el ladrón: "¡Oh señora mía! ¡no se dirá que dos amantes han sido molestados en su amor por un ladrón! ¡Plegue a Alah concederte sus gracias más escogidas en esta noche que vas a pasar con tu primo! ¡Por lo que a mí respecta, voy a conducirte y a darte escolta para evitarte malos encuentros con otros ladrones!"
Y añadió: "¡Oh mi señora! ¡si el viento es de todos, la flauta no es mía!"
Y tras de hablar así, el ladrón cogió de la mano a la joven y le dió escolta, con todos los miramientos de que se hace alarde con una reina, hasta la casa de su amante. Y se despidió de ella después de besarle la orla del traje, y se fué por su camino.
Y la joven empujó la puerta del jardín, atravesó el jardín, y fué derecha al cuarto de su primo. Y le oyó sollozar completamente solo, pensando en ella. Y llamó a la puerta; y preguntó la voz de su primo, entrecortada por las lágrimas: "¿Quién hay en la puerta?" Ella dijo: "¡Habiba!" Y exclamó él desde dentro: "¡Oh voz de Habiba!" Y dijo aún: "¡Habiba ha muerto! ¿Quién eres tú, que me hablas con su voz?" Ella dijo: "¡Soy Habiba, la hija de tu tío!"
Y la puerta se abrió, y Habib cayó desmayado en brazos de su prima. Y cuando, gracias a los cuidados de Habiba, volvió de su desmayo, Habiba le hizo descansar junto a ella, puso la cabeza de él sobre sus rodillas y le hizo el relato de lo que le había ocurrido con su esposo el jeique y con el ladrón generoso. Y al oír aquello, Habib se conmovió tanto, que no pudo articular palabra. Luego se levantó de repente, y dijo a su prima: "Ven, ¡oh bienamada prima mía!" Y la cogió de la mano, sin querer conocerla, y salió con ella a la calle, y la condujo sin pronunciar palabra, a la morada de su esposo el jeique.
Cuando el jeique vió volver a su esposa con su primo el joven Habib, y comprendió la razón que así le llevaba a ambos a su morada, los introdujo en su propia habitación, y les besó como un padre besaría a sus hijos, y les dijo con voz llena de gravedad: "¡Cuando el creyente ha dicho a su esposa: "¡Eres hija de mi carne y de mi sangre!", ningún poder logrará hacerle desdecirse de sus palabras! Así, pues, nada me debéis, ¡oh hijos míos! ¡Porque estoy ligado por mis propias palabras!"
Y tras de hablar así, inscribió a nombre de ellos su casa y sus bienes, y se marchó a habitar en otra ciudad.
Y Schehrazada dejó al rey Schahriar el cuidado de concluir, sin preguntarle nada a este respecto. Y aquella noche todavía dijo:
EL BARBERO EMASCULADO
Cuentan que había en El Cairo un mozalbete sin igual en belleza y en méritos. Y
tenía por amiga, a quien amaba mucho y que le amaba, una joven cuyo esposo era un yuzbaschi, jefe de cien guardias de policía, hombre lleno de ímpetu y de bravura, con manos que hubiesen podido aplastar al joven sólo con un dedo. Y el tal yuzbaschi tenía todas las cualidades relevantes para satisfacer a su harén; pero el joven no tenía barba, y la esposa era de las que prefieren la carne de cordero, y una yegua de las que gustan de sentirse cabalgadas, con preferencia, por los jovenzuelos.
Un día entre los días, el yuzbaschi entró en su casa y dijo a su joven esposa: "¡Oh hija del tío! estoy invitado a ir esta tarde a tal sitio de los jardines para tomar el aire con mis amigos. Por tanto, si se me necesita para cualquier asunto, ya sabes dónde enviar a buscarme". Y su esposa le dijo: "¡Nadie deseará de ti otra cosa que saber que disfrutas de delicias y contento! ¡Ve a divertirte en los jardines, ¡oh mi señor! y que eso te dilate y te esponje para alegría nuestra!" Y el yuzbaschi se fué por su camino, felicitándose una vez más por tener una esposa tan atenta y bien dotada y obediente y bien educada.
Y en cuanto él hubo vuelto la espalda, su esposa exclamó: "¡Loores a Alah, que aleja de nosotros por esta tarde a ese cerdo salvaje! ¡He aquí que voy a enviar a buscar al pendiente de mi corazón!" Y llamó al pequeño eunuco que tenía a su servicio, y le dijo: "¡Oh muchacho! ve en seguida a buscar de mi parte a Fulano. Y si no le encuentras en su casa, búscale por doquiera hasta que le encuentres, y dile: "¡Mi señora te envía la zalema y te pide que vayas a su casa al momento!" Y el eunuco salió de casa de su señora, y como no encontró al joven en su casa, se dedicó a recorrer, en busca suya, todas las tiendas del zoco adonde tenía él costumbre de ir a sentarse. Y acabó por encontrarle en la tienda de un barbero, donde había ido para que le afeitasen la cabeza. Y se acercó a él precisamente en el momento en que el barbero le anudaba al cuello una toalla limpia y le decía: "¡Haga Alah que el refresco te sea delicioso!" Y aproximándose el eunuco al joven, se inclinó hacia él, y le dijo al oído: "¡Mi señora te envía sus zalemas más escogidas, y me encarga que te diga que hoy la ribera se ha aclarado y el yuzbaschi está en los jardines! Si deseas la posesión, pues, no tienes más que ir sin dilación ni tardanza". Y al oír aquello, el mozalbete no pudo sufrir el permanecer allí un momento más, y gritó al barbero: "¡Sécame pronto la cabeza, que me voy, y ya vendré otra vez! Y diciendo estas palabras, puso en su mano un dracma de plata, como si ya tuviese la cabeza arreglada por el barbero. Y el barbero, al ver aquella generosidad, se dijo: "¡Me da un dracma sin haberle afeitado nada! ¿Qué sería si le hubiese afeitado la cabeza? ¡Por Alah, he aquí un cliente al que no perderé de vista! ¡Sin duda alguna, cuando le afeite la cabeza me dará un puñado de dracmas!"
Entretanto el joven se levantó con rapidez, y salió a la calle. Y el barbero le acompañó hasta el umbral de la tienda, diciéndole: "¡Alah contigo, ¡oh mi señor! Espero que, cuando hayas ventilado los asuntos que tienes pendientes, volverás a esta tienda, de donde saldrás más hermoso todavía que al entrar. ¡Alah contigo!" Y el joven contestó: "¡Taieb! Está bien; ya volveré". Y se marchó a escape y desapareció por un recodo de la calle.
Y llegó a la casa de su amiga, esposa del yuzbaschi. Y ya iba a llamar a la puerta, cuando, con extremada sorpresa por parte suya, vió surgir ante él al barbero, que venía por el otro lado de la calle. Y sin saber qué era lo que obligaba a correr así al barbero, que le llamaba por señas desde lejos, no llegó a llamar. Y el barbero le dijo: "¡Oh mi señor, Alah contigo! Te ruego no olvides mi tienda, que se ha perfumado e iluminado con tu llegada. Y ha dicho el sabio: "¡Cuando te endulces en un paraje, no busques otro!" Y el gran médico de los árabes, Abu Alí el Hossein Ibn Sina (¡con él las gracias del Altísimo!), ha dicho: "¡Ninguna leche para el niño es comparable a la leche de la madre! ¡Y nada más dulce para la cabeza que la mano de un barbero hábil!" Espero, pues, de ti ¡oh mi señor! que reconocerás mi tienda entre todas las tiendas de los demás barberos del zoco". Y dijo el joven: "¡Ualah! ciertamente que la reconoceré, ¡oh barbero!" Y empujó la puerta que ya se había abierto por dentro, y se apresuró a cerrarla detrás de sí. Y subió a reunirse con su amante para hacer su cosa acostumbrada con ella.
En cuanto al barbero, en lugar de volver a su tienda, se quedó quieto en la calle frente a la puerta, diciéndose: "¡Lo mejor será que espere aquí mismo a este cliente inesperado, a fin de conducirle a mi tienda, no vaya a ser que la confunda con las de mis vecinos!" Y sin quitar los ojos de la puerta un instante, se paró definitivamente. Pero, volviendo al yuzbaschi, cuando llegó al sitio de la cita, el amigo que le había invitado le dijo: "¡Ya sidi! perdóname la descortesía sin par de que soy culpable para contigo. Pero acaba de morir mi madre, y es preciso que prepare el entierro. Dispénsame, pues, por no poder disfrutar hoy de tu compañía, y perdóname mis malas maneras. Alah es generoso, y en breve volveremos aquí juntos". Y se despidió de él, excusándose mucho más aún, y se fué por su camino. Y el yuzbaschi, con la nariz muy alargada, dijo para sí: "¡Alah maldiga a las viejas calamitosas que ennegrecen de tan mala manera los días de diversión! ¡Y súmalas el Maligno en el agujero más profundo del quinto infierno!" Y así diciendo, escupió al aire con furor...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 893ª NOCHE
Ella dijo:
".. . Y el yuzbaschi, con la nariz muy alargada, dijo para sí: "¡Alah maldiga a las viejas calamitosas que ennegrecen de tan mala manera los días de diversión! ¡Y súmalas el Maligno en el agujero más profundo del quinto infierno!" Y así diciendo, escupió al aire con furor, murmurando para su barba: "Escupo sobre ti y sobre la tierra que te cubrirá, ¡oh madre de las calamidades!" Y emprendió el camino de su casa, y llegó a su calle girándole de cólera los ojos. Y divisó al barbero, que estaba parado, con la cabeza vuelta hacia la ventana de la casa, como un perro que espera que le echen un hueso. Y le abordó y le dijo: "¿Qué esperas, ¡oh hombre!? ¿Y qué hay de común entre esta casa y tú?" Y el barbero se inclinó hasta tierra y contestó: "¡Oh sidi yuzbaschi! ¡espero aquí al mejor cliente de mi tienda! ¡Porque mi pan está entre sus manos!" Y el yuzbaschi le preguntó muy asombrado: "¿Qué dices, ¡oh secuaz de los efrits!? ¿Acaso se ha convertido ahora mi casa en punto de cita de los clientes de barberos de tu especie? ¡Vete, ¡oh proxeneta! o conocerás la fuerza de mi brazo!" Y dijo el barbero: "¡El nombre de Alah sobre ti ¡oh mi señor yuzbaschi! y sobre tu casa y sobre los habitantes de tu honorable casa, receptáculo de la honestidad y de todas las virtudes! ¡Pero por tu preciosa vida te juro que mi mejor cliente ha entrado aquí mismo! ¡Y como ya lleva mucho tiempo, y mi trabajo y mi tienda me ponen en la imposibilidad de esperar más, te ruego que le digas, cuando le veas, que no se retarde!" Y el esposo de la joven le dijo: "¿Y qué clase de hombre es tu cliente, oh hijo de alcahuetes y descendencia de procuradores!?" El aludido dijo: "Es un buen mozo, con unos ojos así, y una estatura así, y lo demás por el estilo! ¡Es un perfecto schalabi, un elegante, un refinado de maneras y de aspecto, y generoso, y delicioso, un terrón de azúcar,! ya sidi! un panal de miel, ualahi!"
Cuando el capitán de los cien guardias de policía oyó este elogio y esta descripción del que había entrado en su casa, cogió al barbero por la nuca, y sacudiéndolo repetidas veces, le dijo: "¡Oh posteridad de proxenetas e hijo de zorras!" Y el barbero sacudido exclamó: "¡No hay inconveniente!" Y el yuzbaschi continuó: "¿Cómo te atreves a pronunciar semejantes palabras con relación a mi casa?" Y el barbero dijo: "¡Oh mi señor! ya verás lo que te dice mi cliente cuando le hayas dicho: "¡El barbero de manos suaves te espera en la puerta!" Y el yuzbaschi le gritó, echando espuma: "¡Pues bien; quédate aquí aguardando a que vaya yo a comprobar tus palabras!" Y se precipitó en su casa.
Y he aquí que, mientras tanto, la joven, que había visto y oído desde detrás de la ventana cuanto acababa de pasar en la calle, había tenido tiempo de esconder a su amante en la cisterna de la casa. Y cuando el yuzbaschi penetró en las habitaciones, ya no había allí ni joven, ni olor de joven, ni nada que se le pareciese de cerca o de lejos. Y preguntó a su esposa: "Por Alah, ¡oh mujer! ¿es posible verdaderamente creer que haya penetrado en casa un hombre?" Y la esposa, fingiéndose en extremo enfadada de aquella suposición, exclamó: "¡Qué vergüenza para nuestra casa y para mí misma! ¿Cómo iba a entrar aquí un hombre, ¡oh mi señor!?" Y el yuzbaschi dijo: "¡Es que el barbero que está en la calle me ha dicho que esperaba a que saliese de casa un joven de entre sus clientes!" Ella dijo: "¿Y no le has aplastado contra el muro?" El dijo: "¡Voy a hacerlo ahora!" Y bajó, y cogió al barbero por la nuca, y le volteó, gritándole: "¡Oh alcahuete de tu madre y de tu esposa! ¿Cómo te has atrevido a decir semejantes palabras del harén de un creyente?" Y ya iba sin duda a hacerle entrar su longitud en su anchura, cuando el barbero exclamó: "¡Por la verdad que nos ha revelado el Profeta, ¡oh yuzbaschi! que he visto con mis ojos entrar en la casa al joven! ¡Pero no lo he visto salir!" Y el otro dejó de darle volteretas, y llegó al límite de la perplejidad al oír a aquel hombre sostener semejante cosa cara a cara de la muerte. Y le dijo: "No quiero matarte sin probarte que has mentido, ¡oh perro! ¡Ven conmigo!" Y le arrastró a la casa, y empezó a recorrer con él todas las habitaciones del piso bajo, las de arriba y de todas partes. Y cuando lo hubieron examinado todo y visitado todo, bajaron al patio y registraron por todos los rincones, sin encontrar nada. Y el yuzbaschi se encaró con el barbero y le dijo: "¡No hay nada!" Y el otro dijo: "Es verdad; pero queda todavía esta cisterna que no hemos visitado".
¡Eso fué todo! Y el joven oía sus idas y venidas, y su conversación. Y al escuchar aquellas últimas palabras de cisterna y de visita a la cisterna, maldijo en su alma al barbero, pensando: "¡Ah, hijo de prostitutas de infamia! ¡Va a hacer que me cojan!" Y por su parte, la esposa oyó que el barbero hablaba de visitar la cisterna, y bajó a toda prisa, gritando a su esposo: "¿Hasta cuándo ¡oh hombre! vas a hacer recorrer tu casa y tu harén a ese producto de los mil cornudos de la impudicia? ¿Y no te da vergüenza introducir de tal suerte en la intimidad de tu morada a un extraño de la especie de éste? ¿A qué esperas para castigarle como se merece su crimen?" Y el yuzbaschi dijo: "Verdad dices, ¡oh mujer! hay que castigarle. Pero tú eres la calumniada, y a ti te corresponde castigarle. ¡Castígale con arreglo a la gravedad y a la naturaleza de sus imputaciones!"
Entonces la joven subió a coger un cuchillo de la cocina, y lo calentó hasta que estuvo al rojo blanco. Y se acercó al barbero, a quien el yuzbaschi ya había tendido en tierra de un solo empellón. Y con el cuchillo incandescente, le cauterizó los compañones y le quemó la piel, en tanto que el yuzbaschi le sujetaba contra el suelo. Tras de lo cual le echaron a la calle, gritándole: "¡Eso te enseñará a hablar mal de los harenes de las personas honradas!" Y el infortunado barbero permaneció donde le dejaron, hasta que unos transeúntes compasivos le recogieron y llevaron a su tienda. ¡Y he aquí lo referente a él!
Pero en cuanto al joven encerrado en la cisterna, no bien cesaron todos los ruidos de la casa, se apresuró a escapar de su escondite echando a correr. ¡Y Alah veló lo que tenía que velar!
Y Schehrazada no quiso dejar pasar aquella noche sin contar todavía al rey Schahriar la HISTORIA DE FAIRUZ Y DE SU ESPOSA.
FAIRUZ Y SU ESPOSA
Cuentan que cierto rey estaba sentado un día en la terraza de su palacio tomando el aire y alegrándose los ojos con la contemplación del cielo que tenía sobre su cabeza y de los hermosos jardines que tenía a sus pies. Y su mirada tropezó de pronto, en la terraza de una casa situada frente al palacio, con una mujer como no la había visto igual en belleza. Y se encaró con los que le rodeaban y les preguntó: "¿A quién pertenece esa casa?" Y le contestaron: "A tu servidor Fairuz. ¡Y ésa es su esposa!" Entonces bajó de la terraza el rey; y la pasión le había puesto ebrio sin vino, y el amor se albergaba en su corazón. Y llamó a su servidor Fairuz y le dijo: "¡Toma esta carta y ve a tal ciudad, y vuelve con la respuesta!" Y Fairuz cogió la carta, y fué a su casa, y guardó la carta debajo de la almohada, y así pasó aquella noche. Y cuando llegó la mañana, se levantó, despidiéndose de su esposa, y salió para la ciudad consabida, ignorando los proyectos que abrigaba contra él su soberano.
En cuanto al rey, se levantó a toda prisa no bien partió el esposo, y se dirigió disfrazado a casa de Fairuz y llamó a la puerta. Y la esposa de Fairuz preguntó: "¿Quién hay a la puerta?" Y contestó él: "¡Soy el rey, señor de tu esposo!" Y ella abrió. Y entró el rey, y se sentó, diciendo: "Venimos a visitarte". Y ella sonrió, y contestó: "¡Me refugio en Alah contra esta visita! ¡Porque, en verdad, no espero de ella nada bueno!" Pero el rey dijo: "¡Oh deseo de los corazones! ¡soy el señor de tu marido, y me parece que no me conoces!" Y contestó ella: "Claro que te conozco ¡oh mi señor y dueño! y conozco tu proyecto y sé lo que quieres y que eres el amo de mi esposo. Y para demostrarte que comprendo muy bien lo que te propones, te aconsejo ¡oh soberano mío! que tengas la suficiente alteza de alma para aplicarte a ti mismo estos versos del poeta:
¡No pisaré el camino que conduce a la fuente, mientras otros caminantes puedan posar sus labios sobre la piedra húmeda que aplacaría mi sed!
¡Cuando el sonsoneante enjambre de moscas inmundas cae sobre mis bandejas, por mucha que sea el hambre que me tortura, retiro al punto mi mano de los manjares condimentados para mi placer!
¿No evitan los leones el camino que conduce a la orilla del agua, cuando los perros son libres de lengüetear en el mismo sitio?
Y tras de recitar estos versos, la esposa de Fairuz añadió: "Y tú, ¡oh rey! ¿vas a beber en la fuente donde otros posaron sus labios antes que tú?" Y el rey, al oír estas palabras, la miró con estupefacción. Y se impresionó tanto, que volvió la espalda, sin hallar una palabra de respuesta; y en su prisa por huir, olvidó en la casa una de sus sandalias.
Y tal fué su caso.
¡Pero he aquí lo que aconteció a Fairuz! Cuando salió de su casa para ir adonde le había enviado el rey, buscó la carta en su bolsillo, pero no la encontró. Y se acordó de que la había dejado debajo de la almohada. Y volvió a su casa, y entró en el preciso momento en que el rey acababa de irse. Y vió la sandalia del rey en el umbral. Y al punto comprendió el motivo de que se le enviara fuera de la ciudad, hacia un país lejano. Y se dijo: "¡El rey mi señor no me envía allá más que para dar libre curso a su pasión inconfesable!" Sin embargo, guardó silencio, y penetrando en su cuarto sin hacer ruido, cogió la carta de donde la había dejado, y salió sin que su esposa advirtiese su entrada. Y se apresuró a dejar la ciudad y a ir a cumplir la misión que le había encargado su señor el rey. Y Alah le escribió la seguridad, y llevó él la carta a su destinatario, y volvió a la ciudad del rey con la respuesta oportuna. Y antes de ir a descansar a su casa, se apresuró a presentarse entre las manos del rey, quien, para recompensarle por su diligencia, le hizo un presente de cien dinares.
Y no se dijo y pronunció nada acerca de lo consabido.
Y tras de tomar los cien dinares, Fairuz fué al zoco de los joyeros y de los orfebres, e invirtió toda la suma en comprar cosas magníficas entre preseas para uso de las mujeres. Y se lo llevó todo a su esposa, diciéndole: "¡Para celebrar mi regreso!"
Y añadió: "¡Toma esto y cuanto aquí te pertenezca, y vuelve a casa de tu padre!"
Y ella le preguntó: "¿Por qué?" El dijo: "En verdad que mi señor el rey me ha colmado de bondades. Y como quiero que lo sepa todo el mundo, y que tu padre se regocije al ver sobre ti todas esas preseas, deseo que vayas adonde te he dicho". Y ella contestó: "¡Con cariño y de todo corazón jubiloso!" Y se atavió con cuanto le había llevado su esposo y con cuanto ella poseía ya, y fué a casa de su padre. Y su padre se regocijó mucho de su llegada y de ver todo lo que de hermoso llevaba encima ella, que permaneció en casa de su padre un mes entero, sin que su esposo Fairuz pensase en ir a buscarla y sin que ni siquiera mandase a pedir noticias suyas.
Así es que, al cabo de aquel mes de separación, el hermano de la joven fué en busca de Fairuz y le dijo: "¡Oh Fairuz! ¡si no quieres revelar el motivo de tu cólera contra tu esposa y del abandono en que la dejas, ven y queréllate con nosotros ante nuestro señor el rey!"
Y Fairuz contestó: "¡Aunque vosotros queráis querellaros, yo no me querellaré!" Y el hermano de la joven dijo: "¡De todos modos ven, y me oirás querellarme!" Y se fué con él a ver al rey.
Y encontraron al rey en la sala de audiencias, y al kadí sentado al lado suyo. Y el hermano de la joven, después de besar la tierra entre las manos del rey, dijo: "¡Oh señor nuestro, vengo a querellarme de una cosa!" Y el rey le dijo: "Las querellas competen al señor kadí. ¡A él es a quien tienes que dirigirte!" Y el hermano de la joven se encaró con el kadí, y dijo: "¡Alah asista a nuestro señor el kadí! He aquí la cosa y la querella: Hemos alquilado a este hombre, en calidad de simple arrendamiento, un hermoso jardín, protegido por altas tapias y resguardado, maravillosamente cuidado y plantado de flores y de árboles frutales. Pero este hombre, después de cortar todas las flores y comerse todas las frutas, ha derribado las tapias, ha dejado el jardín a merced de los cuatro vientos y ha sembrado por doquiera la devastación. ¡Y ahora quiere rescindir el contrato y devolvernos nuestro jardín en el estado en que lo ha puesto! ¡Y tal es la querella y el asunto, ya sidi kadí!"
Y el kadí se encaró con Fairuz y le dijo: "¿Y qué tienes que decir, tú, ¡oh joven!?" Y el aludido contestó: "¡La verdad es que les devuelvo el jardín en mejor estado que se hallaba antes!" Y el kadí dijo al hermano: "¿Es verdad que devuelve el jardín en mejor estado, como acaba de declarar?" Y el hermano dijo: "¡No! ¡Pero deseo saber por él qué motivo le ha impulsado a devolvérnoslo!"
Y el kadí preguntó, encarándose con Fairuz: "¿Qué tienes que decir, ¡oh joven!?" Y Fairuz contestó: "¡Yo se lo devuelvo de buena gana y de mala gana a la vez! Y el motivo de esta restitución, ya que desean conocerlo, es que un día entré en el jardín consabido, y he visto en la tierra huellas de pasos de león y de su planta. Y he tenido miedo de que el león me devorase si me aventuraba de nuevo por allí. Y por eso he devuelto el jardín a sus propietarios. Y no lo hice más que por respeto al león y por miedo por mí ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió ;parecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 894ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y por eso he devuelto el jardín a sus propietarios. Y no lo hice más que por
respeto al león y por miedo por mí".
Cuando el rey, que estaba tendido en los cojines y que escuchaba sin que lo pareciese, hubo oído las palabras de su servidor Fairuz y comprendido su alcance y significación, se levantó acto seguido y dijo al joven: "¡Oh Fairuz! calma tu corazón, desecha tus escrúpulos y vuelve a tu jardín. ¡Porque te juro por la verdad y la santidad del Islam que tu jardín es el mejor defendido y el mejor guardado que encontré en mi vida; y sus murallas están al abrigo de todos los asaltos; y sus árboles, sus frutos y sus flores son los más sanos y los más hermosos que vi nunca!"
Y Fairuz comprendió. Y volvió con su esposa. Y la amó.
Y de esta manera, ni el kadí ni ninguno de los numerosos concurrentes que había en la sala de audiencias pudieron comprender nada de la cosa, que permaneció secreta entre el rey y Fairuz y el hermano de la esposa. ¡Pero Alah es Omnisciente!
Y todavía dijo Schehrazada:
EL NACIMIENTO Y EL INGENIO
Había un hombre, sirio de nacimiento, a quien Alah había dotado, como a todos los schamitas de su raza, de una sangre pesada y de un ingenio espeso. Porque es cosa notoria que, cuando Alah distribuyó sus dones a los humanos, puso en cada tierra las cualidades y los defectos que debían transmitirse a todos los que nacieran allí. Así es como otorgó el ingenio y la listeza a los habitantes de El Cairo, la fuerza copulativa a los del Alto Egipto, el amor de la poesía a nuestros padres árabes, la bravura a los jinetes del centro, costumbres ordenadas a los habitantes del Irak, cordialidad a los individuos de las tribus errantes, y muchos otros dones a otros muchos países; pero a los sirios no les dió más que el amor a la ganancia e ingenio para el comercio, y les olvidó totalmente cuando distribuyó los dones gratos. Por eso, haga lo que haga, un sirio schamita, de los países que se extienden desde el mar salado a los confines del desierto de Damasco, será siempre un zopenco de sangre gorda, y su ingenio no se avivará nunca más que ante el incentivo grosero de la ganancia y del tráfico.
Y he aquí que el sirio en cuestión se despertó, un día entre los días, con deseo de ir a traficar a El Cairo. Y sin duda alguna era su mal destino quien le sugería aquella idea de ir a vivir entre las gentes más deliciosas y más ingeniosas de la tierra. Pero, como todos los de su raza, estaba lleno de pedantería, y pensó que deslumbraría a aquellas gentes con las cosas hermosas que iba a llevar consigo. En efecto, metió en cofres lo más suntuoso que poseía de sederías, telas preciosas, armas labradas y otras cosas semejantes, y llegó a la ciudad resguardada, a Misr Al-Kahira, a El Cairo!
Y empezó por alquilar un local para sus mercancías y una vivienda para él mismo en un khan de la ciudad, situado en el centro de los zocos. Y se dedicó a ir todos los días a casa de los clientes y de los mercaderes, invitándoles a visitar sus mercancías. Y continuó obrando de tal suerte durante algún tiempo, hasta que, un día entre los días, estando de paseo y mirando a derecha y a izquierda, se encontró
con tres mujeres jóvenes que avanzaban inclinándose y contoneándose, y reían diciéndose cosas así y asá. Y cada una era más hermosa que la otra y más atrayente y más encantadora. Y cuando las divisó, se le pusieron tiesos y provocadores los bigotes; y al ver que le miraban de reojo, se acercó a ellas y les dijo: "¿Podréis venir esta noche a hacerme agradable compañía en mi khan para divertirme?" Y ellas contestaron, risueñas: "En verdad que sí, y haremos lo que nos digas que hagamos para complacerte". Y preguntó él: "¿En mi casa o en vuestra casa, ¡oh mis señoras!?" Ellas contestaron: "¡Por Alah, en tu casa! ¿Acaso crees que nuestros maridos nos dejan introducir en casa hombres extraños?" Y añadieron ellas: "¡Esta noche iremos a tu casa! Dinos dónde te alojas".
El dijo: "Me alojo en un cuarto de tal khan, en tal calle". Ellas dijeron: "En ese caso, nos prepararás la cena y nos la tendrás caliente; e iremos a visitarte después de la hora de la plegaria de la noche". Y dijo: "Así se habla". Y le dejaron ellas para proseguir su camino. Y por su parte, él se encargó de las provisiones, y compró pescado, cohombros, ostras, vino y perfumes, y lo llevó todo a su cuarto; y preparó cinco especies de manjares a base de carne, sin contar el arroz y las verduras; y los guisó por sí mismo; y lo tuvo todo dispuesto en las mejores condiciones.
Y cuando se acercó la hora de cenar, llegaron las tres mujeres, como le habían prometido, envueltas en kababits de tela azul que hacían que no se las conociese. Pero al entrar, se quitaron de los hombros aquellas envolturas, y fueron a sentarse como lunas. Y el sirio se levantó y se sentó enfrente de ellas, como un bobalicón, tras de ponerles delante las bandejas cargadas de manjares. Y comieron con arreglo a su capacidad. Y luego él les llevó el taburete de los vinos. Y circuló entre ellos la copa. Y a las invitaciones apremiantes de las jóvenes, el sirio no se negó a beber ninguna vez, y bebió de tal modo, que se le iba la cabeza en todas direcciones. Y entonces fué cuando, un poco envalentonado, miró cara a cara a sus compañeras y pudo admirar su belleza y maravillarse de sus perfecciones. Y fluctuó entre la perplejidad y la estupefacción. Y osciló entre la extravagancia y el azoramiento. Y ya no sabía distinguir el macho de la hembra. Y su estado fué memorable y su destino deplorable. Y miró sin ver y comió sin beber. Y manipuló con los pies y anduvo con la cabeza. Y giró los ojos y sacudió la nariz. Y moqueó y estornudó. Y rió y lloró. Tras de lo cual se encaró con una de las tres, y le preguntó: "¡Por Alah sobre ti, ya setti! ¿cómo es tu nombre?" Ella contestó: "Me llamo ¿Has-visto-nunca-nada-como-yo?" Y a él se le huyó más la razón, y exclamó: "¡No, walahi, nunca he visto nada como tú!" Luego se tendió en el suelo, apoyándose en los codos, y preguntó a la segunda: "¿Y cuál es tu nombre, ya setti, ¡oh sangre de la vida de mi corazón!?"
Ella contestó: "¡No-has-visto-nunca-a-nadie-que-se-me-parezca!" Y exclamó él: "¡Inschalah! así lo habrá querido Alah, oh mi señora No-has-visto-nunca-a-nadie-que-se-me-parezca!"
Luego se encaró con la tercera y le preguntó: "¿Y cuál es tu honorable nombre, ya setti, ¡oh quemadura de mi corazón!?" Ella contestó: "¡Mírame-y-me-conocerás!" Y al oír esta tercera respuesta, el sirio rodó por tierra, exclamando con toda su voz: "No hay inconveniente, ¡oh mi señora Mírame-y-me-conocerás!"
Y ellas continuaron haciendo circular la copa y vaciándola en el gaznate de él, hasta que se cayó dando con la cabeza antes que con los pies y deteniéndosele la circulación. Entonces, al verle en aquel estado, se levantaron ellas y le quitaron el turbante y le pusieron un gorro de loco. Luego miraron a su alrededor, y se apropiaron de cuanto dinero y cosas de precio les deparó la suerte. Y cargadas con el botín y con el corazón ligero, le dejaron roncando como un búfalo en su khan y abandonaron la morada a su propietario. Y el velador veló lo que tenía que velar.
Al día siguiente, cuando el sirio se repuso de su borrachera, se vió solo en su cuarto, y no tardó en comprobar que su cuarto estaba barrido de cuanto contenía. Y de pronto recobró completamente el sentido, y exclamó: "¡No hay majestad ni poder más que en Alah el Glorioso, el Grande!" Y se precipitó fuera del khan con el gorro de loco en la cabeza, y empezó a preguntar a todos los transeúntes si habían encontrado a Fulana, Mengana y Zutana. Y decía los nombres que le habían revelado las jóvenes. Y las gentes, al verle ataviado de tal modo, lo creían escapado del maristán, y contestaban: "¡No, por Alah, nunca hemos visto nada como tú!" Y decían otros: "¡Nunca hemos visto a nadie que se te parezca!" Y decían otros: "¡En verdad que te miramos, pero no te conocemos!"
Así es que, harto de preguntar, ya no supo él a quién recurrir ni a quién quejarse, y acabó por encontrar al fin a un traseúnte caritativo y de buen consejo, que le dijo: "Escúchame, ¡oh sirio! lo mejor que puedes hacer en estas circunstancias es volverte a Siria sin tardanza ni dilación, pues en El Cairo ya ves que las gentes saben volcar los cerebros duros igual que los ligeros y jugar con los huevos tan bien como con las piedras".
Y el sirio, con la nariz alargada hasta los pies, se volvió a Siria, su país, de donde no debía haber salido nunca.
Y como les han sucedido con frecuencia aventuras semejantes por eso los nacidos en Siria hablan tan mal de los hijos de Egipto.
Y Schehrazada, habiendo acabado de contar esta historia, se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada! ¡me han complacido en extremo estas anécdotas, y con ellas me encuentro más instruido y esclarecido!" Y Schehrazada sonrió y dijo: "¡Sólo Alah es el Instructor y el Esclarecedor!" Y añadió: "¿Pero qué son estas anécdotas, si se las compara con la Historia del libro mágico?"
Y dijo el rey Schahriar: ¿Qué libro mágico es ése ¡oh Schehrazada! y qué historia es la suya?"
Y ella dijo: "¡Me reservo para contártela la próxima noche, ¡oh rey! si Alah quiere y si tal es tu gusto!" Y dijo el rey: "¡Claro que quiero escuchar la próxima noche esa historia que no conozco!"
Y CUANDO LLEGO LA 895ª NOCHE
La pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y dijo: "¡Oh hermana mía! ¿cuándo vas a empezar la HISTORIA DEL LIBRO MÁGICO? Y Schehrazada contestó: "¡Sin tardanza ni dilación, pues que así lo desea nuestro señor el rey!"
HISTORIA DEL LIBRO MÁGICO