HISTORIA DEL LIBRO MÁGICO
Y dijo:
En los anales de los pueblos y en los libros de tiempos antiguos se cuenta -pero Alah es el único que conoce el pasado y ve el porvenir- que una noche entre las noches, el califa, hijo de los califas ortodoxos de la posteridad de Abbas, Harún Al-Raschid, que reinaba en Bagdad, se incorporó en su lecho, presa de la opresión, y, vestido con sus ropas de dormir, mandó que fuese a su presencia Massrur, porta alfanje de su gracia, el cual se presentó al punto entre sus manos.
Y le dijo el califa: "¡Oh Massrur! esta noche resulta abrumadora y pesada para mi pecho, y deseo que disipes mi malestar". Y Massrur contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! levántate y vamos a la terraza a mirar con nuestros propios ojos el dosel de los cielos salpicado de estrellas y a ver pasearse a la luna brillante, mientras sube hasta nosotros la música de las aguas chapoteantes y los lamentos de las norias cantarinas, de las que ha dicho el poeta:
¡La noria, que por cada ojo vierte llanto gimiendo, es semejante al enamorado que se pasa los días en una queja monótona, a pesar de la magia que inunda su corazón!
"Y el mismo poeta ¡oh Emir de los Creyentes! es quien ha dicho, hablando del agua corriente:
¡Mi preferida es una joven que me evita tener que beber y me divierte!
¡Porque ella es un jardín, sus ojos son las fuentes, y su voz es el agua corriente!
Y Harún escuchó a su porta alfanje y sacudió la cabeza Y dijo: "¡No tengo ganas de eso esta noche!" Y dijo Massrur: "¡Oh Emir de los Creyentes! en tu palacio hay trescientas sesenta jóvenes de todos colores, semejantes a otras tantas lunas y gacelas, y vestidas con trajes tan hermosos como flores. Levántate y vamos a pasarles revista, sin que nos vean, a cada cual en su aposento. Y oirás sus cánticos y verás sus juegos y asistirás a sus escarceos. Y quizá entonces tu alma se sienta atraída por alguna de ellas. Y la tendrás por compañera esta noche, y se entregará a sus juegos contigo. ¡Y ya veremos lo que te queda de tu malestar!"
Pero Harún dijo: "¡Oh Massrur! ve a buscarme a Giafar inmediatamente". Y el aludido contestó con el oído y la obediencia. Y fué a buscar a Giafar a su casa, y le dijo: "Ven con el Emir de los Creyentes". Y el otro contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, se vistió y siguió a Massrur al palacio. Y se presentó ante el califa, que permanecía en el lecho; y besó la tierra entre sus manos y dijo: "¡Haga Alah que no sea para algo malo!" Y dijo Harún: "Sólo es para bien, ¡oh Giafar! Pero esta noche estoy aburrido y fatigado y oprimido. Y he enviado a Massrur para decirte que vengas aquí a distraerme y a disipar mi fastidio". Y Giafar reflexionó un instante, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! cuando nuestra alma no quiere alegrarse ni con la belleza del cielo, ni con los jardines, ni con la dulzura de la brisa, ni con la contemplación de las flores, ya no queda más que un remedio, y es el libro. Porque ¡oh Emir de los Creyentes! un armario de libros es el más hermoso de los jardines. ¡Y un paseo por sus estantes es el más dulce y el más encantador de los paseos! ¡Levántate, pues, y vamos a buscar un libro al azar en los armarios de los libros!"
Y Harún contestó: "Verdad dices, ¡oh Giafar! pues ése es el mejor remedio para el fastidio. Y no había pensado en ello". Y se levantó, y acompañado de Giafar y de Massrur, fué a la sala donde estaban los armarios de los libros.
Y Giafar y Massrur sostenían sendas antorchas, y el califa cogía libros de los armarios magníficos y de los cofres de madera aromática, y los abría y los cerraba. Y de tal suerte examinó varios estantes, y acabó por echar mano a un libro viejísimo que abrió al azar. Y encontró algo que hubo de interesarle vivamente, porque, en vez de abandonar el libro al cabo de un instante, se sentó y se puso a hojearlo página por página y a leerlo atentamente. Y he aquí que de pronto se echó a reír de tal modo, que se cayó de trasero. Luego volvió a coger el libro y continuó su lectura. Y he aquí que de sus ojos brotó el llanto; y se echó a llorar de tal manera, que se mojó toda la barba con lágrimas que corrían por sus intersticios hasta caer sobre el libro que tenía él en las rodillas. Después cerró el libro, se lo metió en la manga y se levantó para salir.
Cuando Giafar vió al califa llorar y reír de tal suerte, no pudo por menos de decir a su soberano: "¡Oh Emir de los Creyentes y soberano de ambos mundos! ¿cuál puede ser el motivo que te hace reír y llorar casi en el mismo momento?" Y el califa, al oír aquello, se encolerizó hasta el límite de la cólera, y gritó a Giafar con voz irritada: "¡Oh perro entre los perros de los Barmecidas! ¿a qué viene esa impertinencia de parte tuya? ¿Y por qué te inmiscuyes en donde no debes? ¡Acabas de arrogarte el derecho a ser enfadoso y petulante; y te has extralimitado! ¡Y ya no te falta más que insultar al califa! Pero ¡por mis ojos, que desde el momento en que te has mezclado en lo que no te concierne, quiero que la cosa tenga todas las consecuencias correspondientes! Te ordeno pues, que vayas a buscar a alguien que me diga por qué he reído y llorado con la lectura de este libro y adivine lo que hay en este volumen desde la primera página hasta la última. Y si no encuentras a ese hombre, te cortaré el cuello, y entonces te enseñaré lo que me ha hecho reír y llorar".
Cuando Giafar oyó estas palabras y advirtió aquella cólera, dijo: . ¡Oh Emir de los Creyentes! he cometido una falta. Y la falta es natural en personas como yo; pero el perdón es natural en quienes tienen un alma como la de Tu Grandeza". Y Harún contestó: "¡No! ¡acabo de hacer un juramento! Tienes que ir en busca de alguien que me explique todo el contenido de este libro, o si no, te cortaré la cabeza al punto". Y dijo Giafar: "¡Oh Emir de los Creyentes! Alah creó los cielos y los mundos en seis días, y si hubiera querido, los habría creado en una hora. Y si no lo hizo, fué para enseñar a sus criaturas que es necesario obrar con paciencia y moderación en todo, incluso al hacer el bien. Mucho más cuando se trata de hacer lo contrario del bien, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡De todos modos, si quieres absolutamente que vaya yo a buscar a la persona consabida que adivine lo que te ha hecho reír y llorar, concede a tu esclavo un plazo sólo de tres días!"
Y dijo el califa: "¡Si no me traes a la persona de que se trata, perecerás con la más horrible de las muertes!"
Y Giafar contestó a esto: "Voy a cumplir la misión".
Y salió, acto seguido, con el color cambiado, el alma turbada y el corazón lleno de amargura y de pena.
Y se fué a su casa, con el corazón amargado, para decir adiós a su padre Yahia y a su hermano El-Fadl, y para llorar. Y le dijeron ellos: "¿Por qué vienes en ese estado de turbación y de tristeza, ¡oh Giafar! ?" Y les contó lo que había ocurrido entre él y el califa y les puso al corriente de la condición impuesta.
Y añadió: "El que juegue con una punta acerada se pinchará la mano; y el que luche con el león perecerá. En cuanto a mí, renuncio a mi plaza al lado del sultán; porque en lo sucesivo la estancia junto a él sería el mayor de los peligros para mí, así como para ti, ¡oh padre mío! y para ti, ¡oh hermano mío! Mejor será, pues, que me aleje de su vista. Porque la preservación de la vida es cosa inestimable y jamás se sabe todo lo que vale. Y el alejamiento es el preservativo mejor de nuestros cuellos. Por otra parte, ha dicho el poeta:
¡Preserva tu vida de los peligros que la amenazan y deja que la casa se queje a su constructor!
Y su padre y su hermano contestaron a esto: "¡No partas, ¡oh Giafar! porque probablemente te perdonará el califa!" Pero Giafar dijo: "¡Para ello ha impuesto la condición! Pero ¿cómo voy a encontrar alguien que sea capaz de adivinar a primera vista el motivo que ha hecho reír y llorar al califa, así como el contenido, desde el principio hasta el fin, de ese libro calamitoso?" Y Yahia contestó entonces: "Verdad dices, ¡oh Giafar! Para resguardar las cabezas, no queda otro remedio que partir. Y lo mejor es que te marches a Damasco, y que vivas allí hasta que se termine este revés de fortuna y vuelva el Destino dichoso". Y Giafar preguntó: "¿Y qué va a ser de mi esposa y de mi harén durante mi ausencia?" Y dijo Yahia: "Parte, y note preocupes de los demás. Esas son puertas que no tienes tiempo de abrir. ¡Parte para Damasco, pues tal es para ti el decreto del Destino ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 896ª NOCHE
Ella dijo:
". .. Esas son puertas que no tienes tiempo de abrir. ¡Parte para Damasco, pues tal es para ti el decreto del Destino!" Y añadió: "Respecto a lo que pueda sobrevenir después de tu marcha, Alah proveerá".
Por consiguiente, Giafar el visir inclinó el oído a las palabras de su padre, y sin dilación ni tardanza, tomó consigo un saco que contenía mil dinares, se ciñó su cinturón y su espada, se despidió de su padre y de su hermano, montó en una mula, y sin hacerse acompañar por su esclavo ni por un servidor, se puso en camino para Damasco. Y viajó en línea recta a través del desierto, y no cesó de viajar hasta el décimo día, en que llegó a la llanura verde, El Marj, que está a la entrada de Damasco la regocijante.
Y vió el hermoso minarete de la Desposada, que emergía del verdor que lo circundaba, y estaba cubierto desde la base hasta lo más alto de tejas doradas; y los jardines regados por aguas corrientes, donde vivían los macizos de flores; y los campos de mirtos, y los montes de violetas, y los campos de laureles rosas. Y se detuvo a mirar toda aquella hermosura, escuchando a los pájaros cantores en los árboles. Y vió que era una ciudad cuyo igual no se había creado en la superficie de la tierra. Y miró a la derecha, y miró a la izquierda, y acabó por divisar a un hombre. Y se acercó a él y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿cuál es el nombre de esta ciudad?" Y el aludido contestó: "¡Oh mi señor! esta ciudad en los tiempos antiguos se llamaba Julag, y de ella es de quien habla el poeta en estos versos:
¡Me llamo Julag, y cautivo los corazones! ¡Por mí corren hermosas aguas, por mí y fuera de mí!
Jardín de Edén en la tierra y patria de todos los esplendores, ¡oh Damasco!
¡No olvidaré nunca tus bellezas, ni nada me gustará tanto como tú! ¡Y benditas sean tus terrazas y cuantas maravillas vivientes brillan en tus terrazas!
Y el hombre que recitó estos versos añadió: "También se llama Scham, o dicho de otro modo, Grano-de-Belleza, porque es el grano de belleza de Dios en la tierra".
Y Giafar experimentó un vivo placer en oír estas explicaciones. Y dió gracias al hombre, y se apeó de su mula, y la cogió de la brida para aventurarse con ella entre las casas y las mezquitas. Y se paseó lentamente, examinando una tras de otra las hermosas casas delante de las cuales paseaba. Y mirando así, divisó, al fondo de una calle bien barrida y regada, una casa magnífica en medio de un gran jardín. Y en el jardín vió una tienda de seda labrada, tapizada con hermosos tapices del Khorassán y ricas telas, y bien provista de cojines de seda, de sillas y de lechos para reposo. Y en medio de la tienda estaba sentado un joven como la luna cuando sale en su décimocuarto día. Y aparecía negligentemente vestido, sin llevar a la cabeza más que un pañuelo, y en el cuerpo más que una túnica de color de rosa. Y ante él había un grupo de personas atentas, y bebidas de todas las especies finas. Y Giafar se detuvo un momento a contemplar la escena, y quedó muy contento de lo que veía en aquel joven. Y al mirar más atentamente, divisó al lado del joven a una muchacha joven como el sol en un cielo sereno. Y tenía un laúd al pecho, como un niño en los brazos de su madre. Y lo tañía, cantando estos versos:
¡Pobres de los que tienen su corazón entre las manos de sus amados; porque, si quieren recuperarlo, lo encontrarán muerto!
¡Lo confiaron en manos de sus amados cuando lo sentían enamorado; y se vieron obligados a abandonarlos!
¡Pequeño, lo arrancan del fondo de sus entrañas! ¡Oh pájaro! repite: "¡Lo arrancaron pequeño!"
¡Lo mataron injustamente; el bienamado coquetea con su humilde enamorado!
¡Yo soy quien busca los efectos del amor, yo soy el amor, el hermano del amor y suspiro!
¡Ved al que el amor ha envejecido! ¡Aunque su corazón no haya cambiado, lo enterraron!
Y al oír estos versos y aquel canto, Giafar experimentó un placer infinito, y se le conmovieron los órganos con los acentos de aquella voz, y dijo: "¡Por Alah, qué hermoso!" Pero ya la joven había preludiado de otro modo, con el laúd en las rodillas, y cantaba estos versos:
¡Poseído por tales sentimientos, estás enamorado! ¡No hay de qué asombrarse, pues, si te amo yo!
¡Levanto hacia ti mi mano, pidiendo gracia y piedad para mi humildad! ¡Ojalá te muestres caritativo!
¡He pasado mi vida solicitando tu consentimiento; pero nunca tuve dentro de mí la sensación de que fueras caritativo!
¡Y a causa de la toma de posesión del amor, me he convertido en un esclavo, y tengo envenenado el corazón, y corren mis lágrimas!
Cuando se terminó el canto de este poema, avanzó Giafar cada vez más, dominado por el placer que sentía al oír y al mirar a la joven que cantaba. Y de pronto le advirtió el joven, que estaba tendido en la tienda, y se incorporó a medias, y llamó a uno de sus jóvenes esclavos, y le dijo: "¿Ves a ese hombre que está ahí, en la entrada, frente a nosotros?" Y el muchacho dijo: "¡Sí!" Y dijo el joven: "Debe ser un extranjero, pues veo en él las huellas del viaje. Corre a buscarle y guárdate bien de ofenderle". Y el chico contestó: "¡Con gusto y alegría!" Y se apresuró a ir en busca de Giafar -que ya le había visto acercarse- y le dijo: "¡En el nombre de Alah, ¡oh mi señor! por favor, ten la generosidad de venir a ver a nuestro amo!" Y Giafar franqueó la puerta con el mozalbete, y al llegar a la entrada de la tienda entregó su mula a los diligentes esclavos, y traspuso el umbral. Y el joven ya estaba erguido sobre ambos pies en honor suyo; y avanzó hacia él extendiendo mucho las dos manos, y le saludó como si le conociera de siempre, y después de dar gracias a Alah por habérsele enviado, cantó:
¡Bien venido seas, ¡oh visitante! ¡Nos alegras con tu presencia y nos haces revivir con esta unión!
¡Por tu rostro juro que vivo cuando apareces y muero cuando desapareces!
Y tras de cantar esto en honor de Giafar, le dijo: "Dígnate sentarte, ¡oh mi dulce señor! ¡Y loores a Alah por tu feliz arribo!" Y recitó la plegaria del envío de Alah, y continuó así su canto:
¡Si de antemano hubiéramos estado prevenidos de tu llegada, a tus pies hubiéramos extendido por alfombra la pura sangre de nuestros corazones y el terciopelo negro de nuestros ojos!
í Porque tu sitio está por encima de nuestros párpados!
Y cuando hubo acabado este canto, se acercó a Giafar, le besó en el pecho, exaltó sus virtudes, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡este día es un día feliz, y si no fuese ya de fiesta, yo habría hecho que lo fuese para dar gracias a Alah!" Y al punto se agruparon entre sus manos los esclavos; y les dijo él: "¡Traednos lo que ya está dispuesto!" Y llevaron las bandejas de manjares, de viandas y de todas las demás cosas excelentes, y el joven dijo a Giafar: "¡Oh mi señor! los sabios dicen: "¡Si te invitan, satisface tu alma con lo que tengas ante ti!" Pero si hubiésemos sabido que ibas a favorecernos hoy con tu llegada, te hubiéramos servido la carne de nuestros cuerpos y sacrificado nuestros hijos pequeños". Y Giafar contestó: "¡Echo, pues, mano a los manjares, y comeré hasta que me sacie!" Y el joven se puso a servirle con su propia mano los trozos más delicados y a conversar con él con toda cordialidad y con todo gusto. Luego les llevaron el jarro y la jofaina, y se lavaron las manos. Tras de lo cual el joven hizo pasar a Giafar a la sala de bebidas, donde dijo a la joven que cantara. Y ella cogió el laúd, lo templó, lo apoyó sobre su seno, y tras de tararear un instante, cantó:
¡Se trata de un visitante cuya llegada ha sido respetada por todos, más dulce que el ingenio y la esperanza de consumo!
¡Esparce ante el alba las tinieblas de sus cabellos, y el alba no aparece por vergüenza!
¡Y cuando mi destino quiso matarme, le pedí protección; y su llegada hizo revivir un alma a quien reclamaba la muerte!
¡Me he tornado en esclava del Príncipe de los Enamorados, y mi sino se reduce ya a estar bajo la dominación del amor!
Y Giafar se sintió poseído de una alegría excesiva, igual a la de su joven huésped. Sin embargo, no cesaba de preocuparle lo que le había ocurrido con el califa. Y su rostro y su actitud denotaban esta preocupación, que no pasó inadvertida a los ojos del joven, el cual notó que estaba inquieto, asustado, pensativo y con incertidumbre por algo. Y por su parte, Giafar comprendió que el joven se había dado cuenta de su estado y que por discreción se reprimía para no preguntarle la causa de su turbación. Pero el joven acabó por decirle: "¡Oh mi señor! escucha lo que han dicho los sabios:
¡No te asustes ni te aflijas por las cosas que deben suceder, sino, antes bien, levanta la copa de este vino, veneno que ahuyenta las preocupaciones y los fastidios!
¿No ves cómo unas manos pintaron hermosas flores en los ropajes de la bebida?
¡El fruto de la rama de vid, los lirios y los narcisos, y la violeta y la flor rayada de Nemán!
¡Si te asalta el fastidio, mécele para que se adormezca entre licores, flores y favoritas!
Luego dijo a Giafar: "No te oprimas ni contraigas el pecho, ¡oh mi señor!" Y dijo a la joven: "¡Canta!" Y ella cantó. Y Giafar, que se deleitaba con aquellos cánticos y estaba maravillado de ellos, acabó por decir: "No cesemos de regocijarnos con el canto y las palabras hasta que cierre el día y venga la noche con las tinieblas ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 897ª NOCHE
Ella dijo:
"... No cesemos de regocijarnos con el canto y las palabras hasta que cierre el día y venga la noche con las tinieblas".
Y a continuación ordenó el joven a los esclavos que fueran a buscar caballos. Y obedecieron al punto los esclavos; y ofrecieron al huésped de su señor una yegua de reyes. Y ambos saltaron a lomos de sus monturas, y se dedicaron a recorrer Damasco y a mirar el espectáculo de los zocos y de las calles, hasta que llegaron ante una fachada brillantemente iluminada y decorada con linternas de todos colores; y delante de una cortina había una lámpara grande de cobre cincelado que colgaba de una cadena de oro. Y dentro de la morada había pabellones rodeados de estatuas maravillosas y conteniendo todas las especies de aves y todas las variedades de flores; y en medio de todos aquellos pabellones había una sala con cúpula y ventanas de plata. Y el joven abrió la puerta de la tal sala. Y apareció ésta como un hermoso jardín del paraíso, animado por los cantos de los pájaros y los perfumes de las flores y el susurrar de los arroyos. Y la sala entera resonaba con los diversos lenguajes de aquellos pájaros, y estaba alfombrada con alfombras de seda y bien provista de cojines de brocado y plumas de avestruz. Y también contenía un número incalculable de toda clase de objetos suntuosos y de artículos de precio, y estaba perfumada por el olor de las flores y de las frutas; y encerraba un número inconcebible de cosas magníficas, como platos de plata, vasos de plata, copas preciosas, pebeteros y provisiones de ámbar gris, polvo de áloe y frutas secas.
En una palabra, era como aquella morada descripta en estos versos del poeta:
¡La casa era perfectamente espléndida, y brillaba con todo el resplandor de su magnificencia!
Y cuando Giafar se hubo sentado, el joven le dijo: "¡Con tu llegada, ¡oh señor e invitado mío! han descendido del cielo sobre nuestra cabeza un millar de bendiciones!" Y aún le dijo otras cosas amables, y le preguntó por fin: "¿Y cuál es el motivo a que debemos el honor de tu llegada a nuestra ciudad? ¡Aquí encuentras familia y holgura con toda cordialidad!"
Y Giafar contestó: "Yo soy ¡oh mi señor! soldado de profesión, y mando una compañía de soldados. Y soy oriundo de la ciudad de Bassra, de donde vengo en este momento. Y la causa de mi llegada aquí es que, no pudiendo pagar al califa el tributo que le debo, me he asustado por mi vida, y he emprendido la fuga, cabizbajo, con terror. Y no he cesado de correr por llanuras y desiertos hasta que el Destino me ha conducido hasta ti". Y el joven dijo: "¡Oh llegada bendita! ¿Y cuál es tu nombre?" El aludido contestó: "Mi nombre es como el tuyo, ¡oh mi señor!" Y al oír esto, el joven sonrió y dijo, risueño: "¡Oh mi señor! ¡entonces te llamas Abul´ Hassán! Pero te ruego que no tengas ninguna opresión de pecho ni ninguna turbación de tu corazón". Y dió orden para que los sirvieran. Y les llevaron bandejas llenas de todas clases de cosas delicadas y deliciosas; y comieron y quedaron satisfechos. Tras de lo cual se levantó la mesa y se les llevó el jarro y la jofaina. Y se lavaron las manos, y fueron a la sala de las bebidas, que estaba llena de flores y frutas. Y el joven habló a la joven, refiriéndose a la música y al canto. Y ella los encantó a ambos y los deleitó con la perfección de su arte; y hasta la morada y sus muros se conmovieron y agitaron. Y Giafar, en el paroxismo de su entusiasmo, se quitó la ropa y la arrojó a lo lejos después de hacerla trizas. Y el joven le dijo: "¡Ualahí! ¡ojalá sea efecto del placer esa desgarradura, y no efecto del sentimiento y de la pena! Y Alah aleje de nosotros la amargura del enemigo". Luego hizo señas a uno de sus esclavos, quien al punto llevó a Giafar ropas nuevas que costaban cien dinares, y le ayudó a ponérselas. Y el joven dijo a la joven: "¡Cambia el tono del laúd!" Y ella cambió el tono y cantó estos versos:
¡Mi mirada celosa está clavada en él! ¡Y si mira él a otro, me tortura!
¡Doy fin a mis deseos y a mi canto, gritando!: "¡Mi amistad hacia ti durará hasta que la muerte se albergue en mi corazón!"
Y terminado este cántico, de nuevo Giafar se despojó de sus ropas, gritando. Y el joven le dijo: "¡Ojalá mejore Alah tu vida y haga que su principio sea su fin y que su fin sea su principio!" Y los esclavos volvieron a poner a Giafar otras ropas más hermosas que las primeras. Y la joven ya no dijo nada durante una hora de tiempo, en tanto que charlaban los dos hombres. Luego el joven dijo a Giafar: "Escucha ¡oh mi señor! lo que el poeta ha dicho del país adonde te ha conducido el Destino, para
dicha nuestra, en este día bendito".
Y dijo a la joven: "Cántanos las palabras del poeta referente al valle nuestro que en la antigüedad se llamaba valle de Rabwat".
Y la joven cantó:
¡Oh generosidad de nuestra noche en el valle de Rabwat, adonde lleva sus perfumes el delicado céfiro!
¡Es un valle cuya hermosura es como un collar: lo rodean árboles y flores!
¡Sus campos están tapizados con flores de todas las variedades, y los pájaros vuelan por encima de ellas!
¡Cuando sus árboles nos ven sentados debajo, nos arrojan por sí mismos sus frutos!
¡Y mientras cambiamos sobre el césped las copas desbordantes de la charla y de la poesía, el valle es generoso con nosotros y su céfiro nos trae lo que las flores nos envían.
Cuando la joven hubo acabado de cantar, Giafar se despojó de sus ropas por tercera vez. Y el joven se levantó, y le besó en la cabeza, e hizo que le pusieran otra vestidura. Porque aquel joven, como se verá, era el hombre más generoso y el más magnífico de su tiempo, y la largueza de su mano y la alteza de su alma eran por lo menos tan grandes como las de Hatim, jefe de la tribu de Thay. Y continuó charlando con él acerca de los acontecimientos de aquellos días y utilizando otros motivos de conversación y contando anécdotas y hablando de las obras maestras de la poesía. Y le dijo: "¡Oh mi señor! no apesadumbres tu espíritu con cavilaciones y preocupaciones". Y Giafar le dijo: "¡Oh mi señor! he abandonado mi país sin tomarme tiempo para comer ni beber. Y lo he hecho con intención de divertirme y de ver mundo. Pero si Alah me concede el regreso a mi país, y mi familia, mis amigos y mis vecinos me interrogan y me preguntan dónde he estado y qué he visto, les diré los beneficios con que me has favorecido y los favores que has amontonado sobre mi cabeza en la ciudad de Damasco, en el país de Scham. Y les contaré lo que he visto por acá y lo que he visto por allá, y les dedicaré hermosos discursos y charlas instructivas acerca de todo aquello con que se enriquezca mi espíritu junto a ti en la ciudad". Y el joven contestó: "¡Me refugio en Alah ¡contra las ideas de orgullo! El es el Unico generoso". Y añadió: "¡Estarás conmigo el tiempo que quieras, diez años o más, lo que gustes! Porque la casa es tu casa, con su dueño y con lo que contiene".
Y entretanto, como la noche avanzaba, entraron los eunucos y dispusieron para Giafar un lecho delicado en el sitio de honor de la sala. Y extendieron un segundo lecho al lado del de Giafar. Y se fueron después de disponerlo todo y ponerlo todo en orden. Y Giafar el visir, al ver aquello, dijo para sí: "¡Por lo visto, mi huésped es soltero! Y por eso han dispuesto su lecho al lado del mío. Creo que podré aventurar una pregunta". Y efectivamente, aventuró la pregunta, interrogando a su huésped: "¡Oh mi señor! ¿eres soltero o casado?" Y el joven contestó: "¡Casado!, ¡oh mi señor!" Y Giafar replicó a esto: "¿Por qué, pues, si estás casado, vas a dormir al lado mío, en lugar de entrar en tu harén y de acostarte como los hombres casados?" Y el joven contestó: "Por Alah, ¡oh mi señor! No va a echar a volar el harén con su contenido y ya tendré más tarde tiempo de ir a acostarme allá. Pero ahora sería en mí incorrecto y grosero y descortés dejarte solo para ir a acostarme en mi harén, tratándose de un hombre como tú, de un visitante, ¡de un huésped de Alah! ¡Una acción así sería contraria a la cortesía y a los deberes de hospitalidad! ¡Y mientras tu presencia ¡oh mi señor! se digne favorecer esta casa, no reposaré mi cabeza en mi
harén, ni me acostaré allí, y obraré de este modo hasta que nos despidamos tú y yo en el día que te convenga y elijas, cuando quieras volver en paz y seguridad a tu ciudad y a tu país!" Y Giafar dijo para sí: "¡Qué cosa tan prodigiosa y tan excesivamente maravillosa!" Y durmieron juntos aquella noche.
Y al día siguiente muy de mañana, se levantaron y fueron al hammam, donde ya el joven -que, en realidad, se llamaba Ataf el Generoso- había enviado para uso de su huésped un envoltorio con vestidos magníficos. Y después de tomar el más delicioso de los baños, montaron en caballos espléndidos que se encontraron ensillados ya a la puerta del hammam, y se dirigieron al cementerio para visitar la tumba de la Dama, y pasaron todo aquel día recordando las vidas de los hombres y sus muertes. Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 898ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses.
Pero, al cabo de este tiempo, el alma de Giafar se tornó triste y abatido su espíritu; y un día entre los días se sentó y lloró. Y al verle bañado en lágrimas, Ataf el Generoso le interrogó diciéndole: "Alah aleje de ti la aflicción y la pena, ¡oh mi señor! ¿Por qué te veo llorar? ¿Y qué es lo que te produce pena? Si tienes pesadumbre en el corazón, ¿por qué no me revelas el motivo que te lo apesadumbra y te amarga el alma?" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! ¡me siento con el pecho en extremo oprimido, y quisiera andar al azar por las calles de Damasco, y también quisiera calmar mi espíritu con la contemplación de la mezquita de los Ommiadas!" Y Ataf el Generoso contestó: "¿Y quién puede impedírtelo, ¡oh hermano mío!? ¿No eres libre de ir a pasearte por donde quieras y a refrescar tu alma como desees para que tu pecho se dilate y tu espíritu se esparza y regocije? ¡En verdad ¡oh hermano mío! que todo eso es una nimiedad, una verdadera nimiedad!" Y ya se levantaba Giafar para salir, cuando su huésped le detuvo para decirle: "¡Oh mi señor! ten la bondad de esperar un momento, a fin de que nuestros criados te ensillen una hacanea". Pero Giafar contestó: "¡Oh amigo mío! prefiero ir a pie; porque el hombre que va a caballo no puede divertirse mirando y observando lo que hay en torno suyo, sino que es la gente quien se divierte mirándole y observándole". Y Ataf el Generoso le dijo: "¡Sea! ¡pero déjame al menos, darte este saco de dinares para que puedas hacer dádivas por el camino y distribuir el dinero a la multitud, tirándoselo a puñados!" Y añadió: "Ahora puedes ir a pasearte. ¡Y ojalá te calme eso el espíritu, y te apacigüe, y te haga volver a nosotros alegre y contento!"
A continuación Giafar admitió de su generoso huésped un saco de trescientos dinares, y salió de la morada, acompañado por los votos de su amigo.Y echó a andar lentamente, pensando en la condición que le había impuesto el califa, y muy desesperado de no encontrar ninguna solución y de que ninguna aventura le hubiese permitido todavía adivinar la cosa y encontrar al hombre que pudiese adivinarla; y de tal suerte llegó ante la magnífica mezquita, y subió los treinta peldaños de mármol de la puerta principal, y contempló con admiración los hermosos azulejos, los dorados, las pedrerías y los mármoles magníficos que la adornaban por doquiera, y los hermosos estanques en que había un agua tan pura que no se veía. Y se recogió y rezó su plegaria y escuchó el sermón, y permaneció allí hasta mediodía, sintiendo que a su alma descendía una gran frescura y le calmaba el corazón.
Luego salió de la mezquita, e hizo dádivas a los mendigos de la puerta, recitando estos versos:
¡He visto las bellezas acumuladas en la mezquita de lulag, y en sus murallas está explicada la significación de la belleza!
¡Si el pueblo frecuenta las mezquitas, dile que su puerta de entrada siempre está abierta de par en par!
Y cuando abandonó la hermosa mezquita, continuó su paseo por los barrios y las calles, mirando y observando, hasta que llegó ante una casa espléndida, de apariencia señorial, adornada de ventanas de plata con marcos de oro que arrebataban la razón y con cortinas de seda en cada ventana. Y frente a la puerta había un banco de mármol cubierto con un tapiz. Y como Giafar ya se sentía cansado de su paseo, se sentó en aquel banco, y se puso a pensar en sí mismo, en su propio estado, en los acontecimientos últimos y en lo que pudo pasar en Bagdad durante su ausencia. Y he aquí que de pronto se separó la cortina de una de las ventanas, y una mano muy blanca, seguida de su propietaria, apareció con una pequeña regadera de oro. Y aquella mujer, que era como la luna llena, tenía unas miradas que arrebataban la razón y un rostro que carecía de hermano. Y permaneció un momento regando sus flores, que estaban en jardineras sobre las ventana, flores de albahaca, de jazmín doble, de clavel y de alelí. Y mientras regaba ella con su mano las flores olorosas, sus gracias se mostraban llenas de equilibrio, de simetría y de armonía. Y al verla, se sintió Giafar con el corazón herido de amor. Y se irguió sobre ambos pies y se inclinó hasta el suelo ante ella. Y cuando la joven acabó de regar sus plantas, miró a la calle y advirtió a Giafar, que estaba inclinado hasta el suelo. Y en un principio tuvo intención de cerrar su ventana y desaparecer. Luego reaccionó, y asomándose desde el alféizar, dijo a Giafar: "¿Es tu casa esta casa?" Y contestó él: "No, por Alah ¡oh mi señora! la casa no es mi casa; ¡pero el esclavo que hay a su puerta es tu esclavo! ¡Y espera tus órdenes!" Y ella dijo: 'Pues si esta casa no es tuya, ¿qué haces ahí, y por qué no te vas?" Y contestó: "¡Porque me he parado aquí, ya setti, para componer en tu honor unos versos!" Y ella preguntó: "¿Y qué dices de mí en tus versos, ¡oh
hombre!?"
Y al punto recitó Giafar este poema, que improvisó:
¡Apareció ella envuelta en un traje blanco, con miradas y párpados de maravilla!
Y le dije: "¡Ven, ¡oh única! ven sin otra zalema que la de tus ojos! ¡Contigo seré dichoso, hasta en mi corazón dichoso!
¡Bendito sea El que ha vestido con rosas tus mejillas! ¡El puede crear sin obstáculo lo que quiera!
¡Blanco es tu traje, como tu mano y como tu destino; y es blanco sobre blanco, y blanco sobre blanco!
Luego, como quisiera ella retirarse, a pesar de estos versos, exclamó él: "Aguarda, por favor, ¡oh mi señora! ¡He aquí otros versos que he compuesto, dedicados a tu fisonomía y a tu expresión!" Y ella dijo: "¿Y qué dices de mi expresión y de mi fisonomía?" Y él recitó estos versos:
¿Ves aparecer su cara, que, a pesar del velo, brilla tanto como la luna en el horizonte?
¡Su esplendor alumbra la sombra de los templos en donde se la adora, y el sol entra en tinieblas cuando ella pasa!
¡Su frente eclipsa a la rosa y su mejilla a la manzana! ¡Y su mirada expresiva conmueve al pueblo y le encanta!
¡Por ella, si un mortal la viese, sería víctima del amor y se abrasaría en los fuegos del deseo!
Cuando la joven hubo oído esta improvisación, dijo a Giafar: "¡Muy bien! ¡Pero estas palabras me gustan más que tú!" Y le lanzó una ojeada que le traspasó, y cerró la ventana y desapareció vivamente. Y Giafar el visir se estuvo quieto en el banco, anhelando y esperando que la ventana se abriese por segunda vez y le permitiese dirigir una segunda mirada a la admirable joven. Y cada vez que quería él levantarse para marcharse, su instinto le decía: "¡Siéntate!" Y no cesó de conducirse así hasta que llegó la noche. Entonces se levantó, con el corazón prendado, y volvió a casa de Ataf el Generoso. Y se encontró con que el propio Ataf le esperaba a la puerta de su casa, en el umbral, y exclamaba al verle: "¡Oh mi señor! ¡me has tenido hoy excesivamente desolado con tu ausencia! Y eran para ti mis pensamientos, a causa de la larga espera y de la tardanza de tu regreso". Y se le echó sobre el pecho y le besó entre los ojos. Pero Giafar no contestaba nada y estaba distraído. Y Ataf le miró y leyó en su rostro muchas palabras, encontrándole, efectivamente, muy cambiado de color y amarillo e inquieto. Y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡veo demudada tu cara y trastornado tu espíritu!" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! desde el momento en que te he dejado hasta el presente, he sufrido un violento dolor de cabeza y un ataque nervioso, porque esta noche he dormido sobre una oreja. ¡Y en la mezquita no oía nada de las plegarias que recitaban los creyentes! ¡Y es lastimoso mi estado y lamentable mi condición!"
Entonces Ataf el Generoso cogió de la mano a su huésped y le condujo a la sala donde por lo general se complacían en charlar. Y los esclavos llevaron las bandejas de manjares para la comida de la noche. Pero Giafar no pudo comer nada, y levantó la mano. Y el joven le preguntó: "¿Por qué, ¡oh mi señor! levantas la mano y la alejas de los manjares?" Y el otro contestó: "Porque me pesa la comida de esta mañana y me impide cenar. ¡Pero no tiene importancia eso, pues creo que una hora de sueño hará que pase la cosa, y mañana no habrá nada en mi estómago!"
En vista de aquello, Ataf mandó hacer el lecho de Giafar más temprano que de costumbre, y Giafar se acostó con el espíritu muy deprimido. Y se echó encima la manta, y se puso a pensar en la joven, en su belleza, en su elegancia, en su apostura, en sus proporciones felices y en cuanto el Donador (¡glorificado sea!) le había concedido de belleza, de magnificencia y de esplendor. Y con ello olvidó todo lo que le había sucedido en los días de su pasado, lo ocurrido con el califa, la condición impuesta, su familia, sus amigos y su país. Y era tanto el zumbar de sus pensamientos, que sintióse poseído de vértigo y se le quedó el cuerpo molido. Y no cesó de dar vueltas y vueltas con fiebre en su lecho hasta por la mañana. Y estaba como cualquiera que se hubiese perdido en el mar del amor.
Y cuando llegó la hora en que tenían costumbre de levantarse, Ataf se levantó el primero y se inclinó sobre él y le dijo: "¿Cómo va tu salud?" Mis pensamientos han sido para ti esta noche. Y he notado que en toda la noche has gustado del sueño". Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 899ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!" Al oír estas palabras, Ataf el Generoso, el Excelente, se emocionó hasta el límite extremo de la emoción, y al punto envió un esclavo blanco en busca de un médico. Y el esclavo blanco fué a toda prisa a cumplir su misión, y no tardó en volver con el mejor médico de Damasco y el más hábil de los médicos de su tiempo.
Y el médico, que era un gran sabio, se acercó a Giafar, que estaba tendido en su lecho, con los ojos perdidos, y le miró al rostro, y le dijo: "¡No te turbes a mi vista, y que el don de la salud sea contigo! ¡Dame la mano!" Y le cogió la mano, y le tomó el pulso, y vió que todo estaba en su sitio, y no había ninguna molestia, ni sufrimiento, ni dolor, y que las pulsaciones eran fuertes y las intermitencias eran regulares. Y al observar todo esto, comprendió la causa del mal y que el enfermo estaba enfermo de amor. Y no quiso hablar de su descubrimiento al enfermo delante de Ataf. Y para hacer las cosas con elegancia y discreción, cogió un papel y escribió su prescripción. Y puso cuidadosamente aquel papel debajo de la cabeza de Giafar, diciéndole: "¡El remedio está bajo tu cabeza! Te he recetado una purga. Si la tomas, te curarás". Y tras de hablar así, el médico se despidió de Giafar para ir a visitar a sus demás enfermos, que eran numerosos. Y Ataf le acompañó hasta la puerta, y le preguntó: "¡Oh señor! ¿qué tiene?"
Y contestó el otro: "Ya lo he puesto en el papel". Y se marchó.
Y Ataf volvió junto a su huésped, y le encontró acabando de recitar este poema:
¡Un médico viene a mí un día, y me coge la mano y me toma el pulso! Pero le digo: "¡Deja mi mano, porque el fuego está en mi corazón!"
Y me dice: "¡Bebe jarabe de rosas después de mezclarlo bien con el agua de la lengua! ¡Y no se lo digas a nadie!"
Y contesto: "¡Conozco mucho el jarabe de rosas: es el agua de las mejillas que me han destrozado el corazón!"
"Pero ¿cómo podré procurarme el agua de la lengua? ¿Y cómo podré refrescar el fuego ardiente que se alberga dentro de mí?"
Y él me dice: "¡Estás enamorado!" Yo le digo: "¡Sí!" Y él contesta: "¡El único remedio para eso es tener aquí al objeto de tu amor!"
Y Ataf, que no había oído el poema y no había cogido más que el último verso, sin comprenderlo, se sentó a la cabecera del lecho e interrogó a su huésped acerca de lo que había dicho y recetado el médico.
Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! me ha escrito un papel que está ahí, debajo de la almohada". Y Ataf sacó el papel de debajo de la almohada, y lo leyó. Y encontró estas líneas trazadas de mano del médico:
"¡En el nombre de Alah el Curador, maestro de las curaciones y de los regímenes buenos! ¡He aquí lo que hay que tomar con la ayuda y la bendición de Alah! Tres medidas de esencia pura de la amada mezcladas con un poco de prudencia y de temor a ser espiado por los envidiosos; además, tres medidas de excelente unión clasificada con un grano de ausencia y de alejamiento; además, dos pesas de afecto puro y de discreción sin mezcla con la madera de la separación; hacer una mixtura de ello con un poco de extracto de incienso de besos, dados en los dientes y en el centro; dos medidas de cada variedad, más cien besos dados en las dos hermosas granadas consabidas, cincuenta de los cuales deben ser endulzados pasando por los labios, como hacen las palomas, y veinte como lo hacen los pajarillos; además, dos medidas iguales de movimientos de Alepo y de suspiros del Irak; además, dos okes de puntas de lenguas en la boca y fuera de la boca, bien mezcladas y trituradas; después poner en un crisol tres dracmas de granos de Egipto, adicionándoles grasa de buena calidad, haciéndolo cocer en el agua del amor y el jarabe del deseo sobre un fuego de leña de placer en el retiro del ardor; tras de lo cual se decantará el total en un diván bien mullido, y se añadirán dos okes de jarabe de saliva, y se beberá en ayunas durante tres días. Y al cuarto día, en la comida de mediodía, se tomará una raja de melón del deseo, con leche de almendras y zumo de limón del acuerdo, y por último, con tres medidas de buena maniobra de muslos. Y acabar con un baño en beneficio de la salud. ¡Y la zalema!"
Cuando Ataf el Generoso hubo acabado la lectura de esta receta, no pudo por menos de reír y dar palmadas. Luego miró a Giafar, y le dijo: "¡Oh hermano mío! este médico es un gran médico y su descubrimiento un gran descubrimiento. ¡He aquí que ha averiguado que estás enfermo de amor!" Y añadió "Dime, pues, cómo y de quién te has enamorado". Pero Giafar, cabizbajo, no dió respuesta alguna ni quiso pronunciar ninguna palabra. Y Ataf se apenó mucho por el silencio que el otro guardaba y había guardado con él, y se afligió mucho por su falta de confianza, y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿no eres para mí más que un amigo? ¿no estás en mi casa como el alma en el cuerpo? ¿Y no hay entre tú y yo cuatro meses pasados en la ternura, la camaradería, la charla y la amistad pura? ¿Por qué, pues, ocultarme tu estado? ¡Por lo que a mí respecta, estoy muy entristecido y asustado de verte solo y sin guía en asunto tan delicado! Porque eres un extranjero en esta capital, y yo soy un hijo de la ciudad, y puedo ayudarte con eficacia, y disipar tu turbación y tu inquietud. ¡Por mi vida, que te pertenece, y por el pan y la sal que hay entre nosotros, te suplico que me reveles tu secreto!" Y no cesó de hablarle de tal suerte, hasta que le decidió a hablar. Y Giafar levantó la cabeza, y le dijo: "No te ocultaré por más tiempo el motivo de mi turbación, ¡oh hermano mío! Y en lo sucesivo no censuraré ya a los enamorados que enferman de inquietud y de impaciencia. ¡Porque he aquí que me ha sucedido una cosa que jamás pensé que me sucedería, no, jamás! Y no sé lo que eso va a traerme, porque mi caso es un caso embarazoso y complicado con pérdida de la vida!"
Y le contó lo que le había ocurrido: cómo se había sentado en el banco de mármol, se había abierto la ventana enfrente de él y había aparecido una joven, la más bella de su tiempo, que había regado el jardín de su ventana. Y añadió: "¡Ahora mi corazón tumultuoso está agitado de amor por ella, que ha cerrado súbitamente su ventana después de lanzar una sola ojeada a la calle en donde yo estaba, y la ha cerrado tan de prisa como si hubiese sido vista al descubierto por un extraño. Y heme aquí ya incapaz de nada e imposibilitado de comer y de beber a causa de la excesiva excitación y del ardor de amor en que estoy por ella; y ha truncado mi sueño la fuerza de mi deseo por ella que se ha albergado en mi corazón". Y añadió: "Y tal es mi caso, ¡oh hermano mío Ataf! y ya te he contado cuanto me ha ocurrido, sin ocultarte nada".
Cuando el generoso Ataf oyó las palabras de su huésped y comprendió su alcance, bajó la cabeza y reflexionó una hora de tiempo. Porque acababa de descubrir, sin género de duda, en vista de todos los detalles e indicios oídos y de la descripción de la casa, de la ventana y de la calle, que la joven consabida no era otra que su propia esposa, la hija de su tío, a la cual amaba y de la cual era amado, y que habitaba en una casa separada, con sus esclavas y sus servidores. Y dijo para sí: "¡Oh Ataf! ¡no hay recurso ni poder más que en Alah el Altísimo, el Magno, pues venimos de Alah y a Él volveremos!" Y su generosidad y su grandeza de alma tomaron al punto una decisión, y pensó: "No seré semejante en mi amistad al que construyere sobre arena y sobre agua, y por el Dios magnánimo, que serviré a mi huésped con mi alma y mis bienes!"
Y así pensando, con rostro sonriente y tranquilo, se encaró con su huésped, y le dijo: "¡Oh hermano mío! calma tu corazón y refresca tus ojos, porque pongo sobre mi cabeza el llevar a buen fin tu asunto en el sentido que deseas. Conozco, en efecto, a la familia de la joven de quien me has hablado, y que es una mujer divorciada de su marido hace unos días. Y desde esta hora y este instante voy a ocuparme de tu asunto. Por lo que a ti respecta, ¡ oh hermano mío! espera mi regreso con toda tranquilidad y ponte contento". Y aún le dijo otras palabras para calmarle, y salió de su casa.
Y fué a la casa donde vivía su esposa, la joven que había visto Giafar, y entró en la sala de los hombres sin cambiar de traje y sin dirigir la palabra a nadie, y llamó a uno de los pequeños eunucos, y le dijo: "¡Ve a casa de mi tío, padre de tu señora, y dile que venga"! Y el eunuco se apresuró a ir a casa del suegro y a llevarle a casa de su amo.
Y Ataf se levantó en honor suyo para recibirle, y le abrazó, y le hizo sentarse, y le dijo: "¡Oh tío mío! ¡todo es para bien! Sabe que, cuando Alah envía sus beneficios a sus servidores, les enseña al mismo tiempo el camino que tienen que seguir. Y he aquí que he encontrado mi camino, porque mi corazón se inclina hacia la Meca y anhela ir a visitar la casa de Alah y besar la piedra negra de la Kaaba santa, además de ir a El-Medinah a visitar la tumba del Profeta (¡con Él la plegaria, la paz, las gracias y las bendiciones!). Y he resuelto visitar en este año esos lugares santos, e ir a ellos en peregrinación, para volver hecho un perfecto hajj. Por eso no conviene dejar tras de mí ataderos, deudas ni obligaciones, ni nada que pueda proporcionarme preocupaciones, pues ningún hombre sabe si será amigo de su destino al día siguiente. ¡Y por eso ¡oh tío! te llamo para entregarte el acta de divorcio de tu hija, esposa mía!"
Cuando el tío del generoso Ataf, padre de su esposa, hubo oído estas palabras y comprendido que Ataf quería divorciarse, quedó extremadamente conmovido, y exagerando en su espíritu la gravedad del caso, dijo: "¡Oh Ataf, hijo mío! ¿qué te obliga a recurrir a semejantes procedimientos? ¡Si vas a partir dejando aquí a tu esposa, por muy larga que sea tu ausencia y por mucha duración que le des, no por eso dejará tu esposa de ser esposa tuya y dependencia tuya y propiedad tuya! Nada te obliga a divorciarte, ¡oh hijo mío!" Y Ataf contestó, mientras de sus ojos rodaban lágrimas: "¡Oh tío mío! ¡he hecho ese juramento, y lo que está escrito debe ocurrir!"
Y el padre de la joven, consternado con estas palabras de Ataf, sintió entrar la desolación en su corazón. Y la joven esposa de Ataf se quedó como muerta al saber esta noticia, y su estado fué un estado lamentable, y su alma nadó en la noche, en la amargura y en el dolor, porque desde la infancia amaba a su esposo Ataf, que era el hijo de su tío, y sentía una ternura extremada por él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 900ª NOCHE
Ella dijo:
". . .Porque desde la infancia amaba a su esposo Ataf, que era el hijo de su tío, y sentía una ternura extremada por él.
En cuanto a Ataf, tras de dar aquella noticia a su tío, se apresuró a ir en busca de su huésped, y le dijo: "¡Oh hermano mío! he estado ocupándome de la joven divorciada, y Alah ha querido llevar a buen fin mi empresa. Regocíjate, pues, porque tu unión con ella será fácil ahora. Levántate y desecha tu tristeza y tu malestar". Y Giafar se levantó al punto, y desapareció su malestar, comió y bebió con apetito, y dió gracias a su Creador. Y Ataf le dijo entonces: "Ahora has de saber ¡oh hermano mío! que para que yo pueda intervenir más eficazmente todavía en la cosa, no conviene que el padre de tu amada, al cual voy a volver a hablar de tu matrimonio, sepa que eres un extranjero, y me diga: "¡Oh Ataf! ¿y desde cuándo los padres casan a sus hijas con hombres extranjeros a quienes no conocen?" Por eso mi propósito es que seas ventajosamente conocido por el padre de la joven. Y a tal fin, haré armar para ti, fuera de la ciudad, unas tiendas con hermosas alfombras, cojines, cosas suntuosas y caballos. Y sin que nadie sepa que sales de aquí, irás a habitar en esas hermosas tiendas, que serán tu campamento de viaje, y harás una entrada pomposa en nuestra ciudad. Y yo, por mi parte, tendré cuidado de difundir por toda la ciudad el rumor de que eres un gran personaje de Bagdad, ¡y hasta diré que eres Giafar Al-Barmaki en persona, y que vienes, de parte del Emir de los Creyentes, a visitar nuestra ciudad! Y el walí de Damasco, el kadí y el naieb, a quien yo mismo habré ido a informar de la llegada del visir Giafar, saldrán en persona a tu encuentro, y te harán sus zalemas y besarán la tierra entre tus manos. Y entonces dirás a cada uno las palabras que debes decir, y les tratarás con arreglo a su rango. Y también yo iré a visitarte a tu tienda, y nos dirás a todos: "¡Vengo a vuestra ciudad para cambiar de aires y encontrar una esposa de mi gusto! ¡Y como he oído hablar de la belleza de la hija del emir Amr, a ella es a quien quisiera tener por esposa!" Y entonces ¡oh hermano mío! no sucederá más que lo que anhelas".
Así habló el generoso Ataf al huésped de quien no conocía nombre ni posición, y que no era otro que Giafar Al-Barmaki con sus propios ojos. Y se conducía de tal suerte con él solo porque era su huésped y había probado el pan y la sal de su hospitalidad. Porque el generoso Ataf estaba dotado de un alma generosa y de sentimientos sublimes. Y antes de él jamás hubo sobre la tierra hombre que se le pudiese comparar, y después de él no lo habrá jamás tampoco.
Por lo que respecta a Giafar, cuando hubo oído aquellas palabras de su amigo, se irguió sobre ambos pies y cogió la mano de Ataf y quiso besársela; pero Ataf lo comprendió, y retiró vivamente su mano. Y Giafar continuó callando su nombre y ocultando a su huésped su alta condición de gran visir y cabeza de los Barmecidas y corona suya, dió gracias con efusión a su huésped, y pasó con él aquella noche, y se acostó en el mismo lecho que él. Y al día siguiente, al despuntar el alba, se levantaron ambos, e hicieron sus abluciones y recitaron sus plegarias de la mañana. Luego salieron juntos, y Ataf acompañó a su amigo hasta las afueras de la ciudad.
Tras de lo cual Ataf hizo preparar las tiendas y todo lo necesario, como caballos, camellos, mulas, esclavos, mamalik, cofres conteniendo toda clase de regalos para repartir y cajones conteniendo sacos de oro y plata. Y envió todo aquello fuera de la ciudad, secretamente, y fué en busca de su amigo, y le puso un traje de gran visir, de lo más suntuoso y de mucho valor. Y mandó que levantaran para él, en la tienda principal, un trono de gran visir, y le hizo sentarse allí. ¡Y no sabía que aquel a quien
iba a llamar en lo sucesivo gran visir Giafar era en realidad el propio Giafar, hijo de Yahía el Barmecida! Y hecho y combinado aquello, envió esclavos mensajeros al naiab de Damasco para anunciarle la llegada de Giafar el gran visir, enviado en comisión por el califa.
Y en cuanto el naieb de Damasco se enteró de aquel acontecimiento, salió de la ciudad, acompañado por los notables de la ciudad de su autoridad y de su gobierno, y fué al encuentro del visir Giafar y besó la tierra entre sus manos, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¿por qué no nos has informado antes de tu llegada bendita, a fin de que hubiésemos podido prepararte una recepción digna de tu rango?". Y Giafar contestó: "¡No hay para qué! Plegue a Alah favorecerte y aumentar tu buena salud; pero no he venido aquí más que con intención de cambiar de aires y visitar la ciudad. Y por cierto que voy a permanecer aquí muy poco tiempo, lo preciso para casarme. Porque me he enterado de que el emir Arar tiene una hija de noble raza, y deseo de ti que hables del asunto con su padre y que me la obtengas de él por esposa". Y el naieb de Damasco contestó: "Escucho y obedezco. Precisamente su esposo acaba de divorciarse de ella, porque desea ir al Hedjaz en peregrinación. Y en cuanto haya transcurrido el tiempo legal de la separación, no habrá ya ningún inconveniente para que se celebren los esponsales de Tu Honor".
Y se despidió de Giafar, y en aquella hora y en aquel instante fué en busca del padre de la joven, esposa divorciada del generoso Ataf, y le hizo ir a las tiendas y le dijo que el gran visir Giafar había manifestado deseos de casarse con su hija, que era de noble linaje. Y el emir Arar no pudo contestar más que con el oído y la obediencia.
Entonces Giafar dió orden de llevar los ropones de honor y el oro de los sacos y de que lo distribuyeran. E hizo ir al kadí y a los testigos, y les mandó extender sin tardanza el contrato de matrimonio. E hizo inscribir, como dote y viudedad de la joven, diez cofres de suntuosidades y diez sacos de oro. Y ordenó sacar los regalos, grandes y pequeños, y los hizo distribuir, con la generosidad de un Barmecida, a los concurrentes ricos y pobres, para que todo el mundo quedase contento. Y cuando estuvo escrito el contrato sobre una tela de raso, mandó llevar agua con azúcar, e hizo poner ante los invitados las mesas de manjares y de cosas excelentes. Y todo el mundo comió y se lavó las manos. Luego se sirvieron los dulces y las frutas y las bebidas refrescantes. Y cuando se dió fin a todo y se revisó el contrato, el naieb de Damasco dijo al visir Giafar: "¡Voy a preparar una casa para tu residencia y para recibir a tu esposa!"
Y Giafar contestó: "No es posible. He venido aquí en comisión oficial del Emir de los Creyentes, y he de llevarme conmigo a mi esposa a Bagdad, donde solamente deberán tener lugar las ceremonias de las bodas". Y el padre de la desposada dijo: "Celebremos ya los desposorios, y parte cuando te plazca". Y Giafar contestó: "¡Tampoco puedo acceder a eso, porque primero es preciso que haga yo preparar el equipo de tu hija, y una vez que esté dispuesto y sólo entonces, partiré". Y el padre contestó: "¡No hay inconveniente!".
Y cuando estuvo dispuesto el equipo y todas las cosas se encontraron a punto, el padre de la desposada hizo sacar el palanquín y sentarse dentro a su hija. Y el convoy emprendió el camino de las tiendas, entre una muchedumbre. Y después de las despedidas por una y otra parte, se dió la señal de marcha. Y Giafar en su caballo y la desposada en el soberbio palanquín, emprendieron la ruta de Bagdad con un séquito numeroso y bien ordenado.
Y viajaron durante cierto tiempo. Y ya habían llegado al paraje llamado Tiniat el'lgab, que está a media jornada del camino de Damasco, cuando Giafar miró atrás y divisó en lontananza, por la parte de Damasco, a un jinete que galopaba hacia ellos. Y al punto mandó parar la caravana para ver de qué se trataba. Y cuando el jinete estuvo muy cerca de ellos, Giafar le miró, y he aquí que era Ataf el Generoso, que iba gritando: "No te detengas, ¡oh hermano mío!". Y se acercó a Giafar y le abrazó y le dijo: "¡Oh mi señor! no tengo ningún sosiego lejos de ti. ¡Oh hermano mío Abu'l-Hassán! más me hubiera valido no haberte visto ni conocido nunca, porque ahora no podré soportar tu ausencia". Y Giafar le dió las gracias y le dijo: "No he podido corresponder a todos los beneficios de que me has colmado. Pero ruego a Alah que facilite nuestra reunión para pronto y para no separarnos ya nunca. ¡Él es Todopoderoso, y puede lo que quiera!" Luego Giafar se apeó del caballo, e hizo extender un tapiz de seda, y se sentó al lado de Ataf. Y les sirvieron una bandeja con un gallo asado, pollos, dulces y otras cosas delicadas. Y comieron. Y les llevaron frutas secas, y confituras secas y dátiles maduros. Luego bebieron durante una hora de tiempo, y volvieron a montar en sus caballos. Y Giafar dijo a Ataf: "¡Oh hermano mío! cada viajero debe partir hacia su punto de destino".
Y Ataf le estrechó contra su pecho, y le besó entre ambos ojos y le dijo: "¡Oh hermano mío Abu'l-Hassán! no interrumpas el envío de tus cartas a nosotros y no prolongues tu ausencia a costa de nuestro corazón. Y tenme al corriente de cuanto te ocurra, de modo que me parezca que estoy cerca de ti". Y aún se dijeron otras palabras de adiós, y se despidieron uno de otro, y cada cual se fué por su camino. ¡Y he aquí lo referente al gran visir Giafar, de quien su amigo no sospechaba que fuese el propio Giafar, y a Ataf el Generoso!
He aquí ahora lo referente a la joven divorciada, nueva esposa de Giafar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 901ª NOCHE
Ella dijo:
"...He aquí ahora lo referente a la joven divorciada, nueva esposa de Giafar. Cuando advirtió que los camellos y la caravana habían detenido su marcha, sacó la cabeza fuera de la litera, y vió a su primo Ataf sentado en tierra sobre el tapiz al lado de Giafar, y que ambos comían y bebían juntos y se decían adiós. Y dijo ella para sí: "¡Por Alah! ése es mi primo Ataf, y ese otro es el hombre que me vió a la ventana y sobre el cual hasta creo que dejé caer agua cuando regaba el jardín de mi ventana. Y sin duda alguna el amigo de mi primo es él. Se ha prendado de amor por mí y se ha lamentado por ello ante mi primo Ataf. Y me ha descripto, y ha descripto mi casa; y entonces la generosidad y la grandeza de alma de mi primo le han impulsado a divorciarse para que su amigo me tome por esposa". Y pensando de este modo, se puso a llorar sola en la litera, y a lamentarse por lo que les había ocurrido, por su separación de su primo, a quien amaba, de sus parientes y de su ciudad. Y recordó cuanto era y cuanto había sido.
Y de sus ojos cayeron lágrimas abrasadoras, mientras recitaba estos versos:
¡Lloro el recuerdo de los sitios que amaba y de las bellezas que he perdido! ¡Oh! ¡no censuréis al enamorado si un día se vuelve loco!
¡Porque los seres queridos habitan en esos sitios, en esos parajes! ¡Oh, loores a Alah! ¡cuán dulce es su habitación!
¡Alah proteja los días pasados entre nosotros, ¡oh queridos amigos míos! y ojalá nos reuna la dicha en la misma casa!
Y cuando acabó este recitado, lloró y se lamentó, y recitó aún: ¡Asombrado estoy de vivir todavía sin vosotros, en medio de todas las preocupaciones que nos abruman!
¡Deseo por vosotros, caros ausentes bienamados, que con vosotros quede mi corazón herido!
Tras de lo cual lloró y sollozó más aún, y no pudo por menos de recordar estos versos:
¡Venid, ¡oh vosotros a quienes he dado mi alma! ¡He deseado arrancarla de vosotros, pero no lo pude conseguir!
¡Y tú, apiádate del resto de una vida que te he sacrificado antes de que yo lance mi última mirada a la hora de la muerte!
¡Si os hubierais perdido todos, no me asombraría; mi asombro existiría si su destino perteneciese a otro!
¡Y he aquí lo referente a ella!
Pero he aquí ahora lo relativo al gran visir Giafar. En cuanto la caravana se puso en marcha otra vez, se acercó él al palanquín y dijo a la recién casada: "¡Oh señora del palanquín, el viaje nos ha matado!". Pero a estas palabras, ella le miró con dulzura y modestia, y contestó: "No debo hablarte, porque soy la prima-esposa de tu amigo y compañero Ataf, príncipe de la generosidad y de la abnegación. Si hay en ti el menor sentimiento humano, debes hacer por él lo que en su abnegación ha hecho él mismo por ti".
Cuando Giafar hubo oído estas palabras, se le turbó mucho el alma; pero comprendiendo lo difícil de la situación, dijo a la joven: "¡Oh tú! ¿eres verdaderamente su prima-esposa?"
Y ella dijo: "¡Sí! Yo soy la que viste a la ventana en tal día, cuando ocurrieron tales y cuales cosas y tu corazón se prendó de mí. Y se lo contaste todo. Y él se divorció. Y mientras expiraba el plazo legal, ha preparado cuanto me está causando tanta pena ahora. Y ya que te he explicado la situación, no te queda más remedio que conducirte como un hombre".
Cuando Giafar oyó estas palabras empezó a sollozar muy fuerte, diciendo: "De Alah procedemos y tornamos a Él. ¡Oh tú! He aquí que ahora estás prohibida para mí, y serás entre mis manos un depósito sagrado hasta que vuelvas al sitio que quieras indicar". Entonces dijo a uno de sus servidores: "Quedas encargado de la guardia de tu señora". Y así continuaron viajando día y noche, ¡y esto es lo referente a ellos!
Pero he aquí lo referente al califa Harún Al-Raschid.
En seguida de partir Giafar, se sintió a disgusto y lleno de pena por su ausencia. Y tuvo una gran impaciencia y le atormentó el deseo de volver a verle. Y se arrepintió de las condiciones irrealizables que le había impuesto, obligándolo con ello a errar por desiertos y soledades como un vagabundo y forzándolo a abandonar su comarca natal. Y despachó emisarios en todas direcciones para buscarle. Pero no pudo saber noticia alguna de él, y quedó disgustado por no tenerle junto a sí. Y le añoraba y le esperaba.
Y he aquí que, cuando Giafar estuvo próximo a Bagdad con su caravana, el califa se enteró de ello y se regocijó en el alma, y sintió que se le aligeraba el corazón y se le dilataba el pecho. Y salió a su encuentro, y en cuanto estuvo a su lado, le besó y le estrechó contra su seno. Y entraron juntos en palacio, y el Emir de los Creyentes hizo sentarse al lado suyo a su visir, y le dijo: "Ahora cuéntame tu historia, a partir del momento en que abandonaste este palacio, y todo lo que te ha sucedido durante tu ausencia".
Y Giafar le contó todo lo que le había sucedido desde el momento de su marcha hasta el de su regreso. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo. Y el califa se asombró mucho, y dijo: "¡Ualahí! me has causado mucha pena con tu ausencia. ¡Pero ahora tengo muchas ganas de conocer a tu amigo! Y en cuanto a la joven del palanquín, mi opinión es que inmediatamente debes divorciarte de ella y ponerla en camino, para que regrese acompañada de un servidor de confianza. Porque si tu compañero encuentra en ti un enemigo, se hará enemigo nuestro; y si encuentra en ti un amigo, se hará también amigo nuestro. Y le haremos venir entre nosotros, y le veremos, y tendremos el gusto de oirle y pasaremos el tiempo con él alegremente.
Un hombre así no es de despreciar, y de su generosidad sacaremos una enseñanza grande y otras muchas cosas útiles".
Y Giafar contestó: "Oír es obedecer". E hizo arreglar, para la joven consabida, una casa muy hermosa con un jardín delicioso; y puso a su disposición todo un séquito de esclavos y de servidores. Y además le envió tapices y porcelanas y todas las demás cosas de que podía tener necesidad. Pero nunca se acercó a ella ni trató de verla nunca. Y a diario le transmitía sus zalemas y palabras tranquilizadoras concernientes a su regreso y a su reunión con su primo. Y le dió mil dinares al mes para los gastos de su existencia. ¡Y esto es lo referente a Giafar, al califa y a la joven del palanquín!
¡Por lo que a Ataf respecta, las cosas sucedieron de modo muy distinto! En efecto, no bien se despidió de Giafar y desanduvo su camino, cuantos le tenían envidia se aprovecharon de los acontecimientos para combinar su perdición, embaucando al naieb de Damasco. Y dijeron al naieb: "¡Oh señor nuestro! ¿cómo es posible que no vuelvas tus ojos hacia Ataf? ¿No sabes que el visir Giafar era amigo suyo? ¿Y no sabes que Ataf ha echado a correr detrás de él para decirle adiós después de regresar nuestras gentes, y le ha acompañado hasta Katifa? ¿Y no sabes que Giafar le dijo entonces?: "¿No necesitas nada de mi, ¡oh Ataf!?". Y Ataf contestó: "Sí, necesito una cosa. Y es un edicto del califa por el cual sea destituído el naieb de Damasco". Y así se ha acordado y prometido entre ellos. Y lo más prudente que puedes hacer es invitarle a tu mantel para la comida de la mañana, antes de que él te invite al suyo para la comida de la noche. Porque el éxito estriba en la ocasión, y el asalto no aprovecha más que a quien lo da".
Y el naieb de Damasco les contestó: "Bien dicho. Traédmele, pues, inmediatamente". Y fueron a casa de Ataf, que descansaba tranquilamente, ignorando que pudiese nadie tramar contra él cosa alguna. Y se abalanzaron a él, armados de sables y garrotes, y le maltrataron hasta que estuvo cubierto de sangre. Y le arrastraron a la presencia del naieb. Y el naieb ordenó que saquearan su casa. Y sus esclavos, sus riquezas y toda su familia pasaron a manos de los saqueadores. Y Ataf preguntó "¿Cuál es mi crimen?". Y le contestaron: "¡Oh rostro de brea! ¿tan ignorante estás de la justicia de Alah (¡exaltado sea!) que atacas al naieb de Damasco, nuestro señor y nuestro padre, y crees que vas a poder dormir en paz después en tu casa?" Y se ordenó al porta alfanje que le cortara la cabeza en aquella hora y en aquel instante. Y el porta alfanje le desgarró un trozo del traje y le vendó los ojos. Y ya esgrimía el alfanje sobre su cuello, cuando uno de los emires que asistían a la ejecución se levantó y dijo: "¡Oh naieb! no te apresures tanto a hacer cortar la cabeza de este hombre. Porque la precipitación es un consejo del Cheitán, y dice el proverbio: "Sólo consigue su propósito el que alberga a la paciencia en su corazón, mientras el error es patrimonio de quien se precipita".
No te apresures, pues, a poner en peligro el cuello de este hombre, porque quizá no sean más que unos embusteros los que han hablado mal de él. Y nadie se halla exento de envidia. Así, pues, ten paciencia, porque acaso más tarde te arrepentirás de haberle quitado la vida injustamente.
¿Y quién sabe lo que sucedería si el visir Giafar se entera del trato que has hecho sufrir a su amigo y compañero? ¡Y entonces es cuando tu cabeza no estará segura sobre tus hombros...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 902ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ...Y entonces es cuando tu cabeza no estará segura sobre tus hombros! ".
Cuando el naieb de Damasco oyó estas palabras, salió de su sueño y levantó la mano, y detuvo el alfanje que tan de cerca amenazaba la vida de Ataf. Y ordenó que solamente se encarcelase a Ataf y se le echase una cadena al cuello. Y a pesar de sus gritos y súplicas, le arrastraron a la cárcel de la ciudad y le encadenaron por el cuello, como había sido ordenado. Y Ataf se pasaba las noches y los días llorando, poniendo Alah por testigo y suplicándole que le librara de su aflicción y de sus desdichas. Y vivió tres meses de aquella manera.
Una noche entre las noches se despertó, se humilló ante Alah, y recorrió su prisión hasta donde le permitía su cadena. Y observó que estaba solo en su prisión y que el carcelero que la víspera le había llevado el pan y el agua se había olvidado de cerrar la puerta detrás de él. Y por la puerta entreabierta penetraba un débil resplandor. Y al ver aquello, Ataf sintió de pronto que se le henchían los músculos de una fuerza extraordinaria, y alzando los ojos en dirección al cielo de Alah, hizo un gran esfuerzo y de primera intención rompió la cadena que le sujetaba. Y a tientas, con mil precauciones, se aventuró por los recovecos de la cárcel dormida, y acabó por encontrarse ante la propia puerta que daba a la calle. Y no le costó trabajo encontrar la llave, colgada en un rincón. Y abriendo sin hacer el menor ruido, salió a la calle y se perdió en la noche. Y las tinieblas de Alah le protegieron hasta por la mañana. Y no bien se abrieron las puertas de la ciudad, salió él, mezclándose con la muchedumbre, y apresuró su marcha en dirección a Alepo. Y después de largas caminatas, llegó sin contratiempo a la ciudad de Alepo y entró en la mezquita principal. Y se encontró allí con un grupo de extranjeros que se disponían de modo manifiesto a partir. Y les preguntó adónde iban. Y le contestaron: "¡A Bagdad!" Y al punto exclamó Ataf: "¡Y yo con vosotros!" Y ellos le dijeron: "¡Esa es la tierra a que pertenecen nuestros cuerpos; pero nuestra subsistencia está al lado de Alah solamente!". Y partieron con Ataf entre ellos. Y al cabo de veinte días de camino llegaron a la ciudad de Kufa; y prosiguieron el viaje hasta llegar a Bagdad: Y Ataf vió una ciudad con grandes edificios, y elegante, y rica en palacios magníficos que ascendían hasta el cielo, y en deleitables jardines; y contenía por igual a sabios y a ignorantes, a pobres y a ricos, a buenos y a malos. Y entró él en la ciudad con su traje de pobre, con un turbante sucio y desgarrado a la cabeza, y una barba inculta y cabellos demasiado largos. Y era lamentable su condición. Y franqueó la puerta de la primera mezquita que encontró. Y hacía dos días que no había comido. Y estaba sentado en un rincón, descansando y reflexionando tristemente, cuando entró en la mezquita un vagabundo, de la especie de los vagabundos que mendigan a las puertas de Alah, y fué a sentarse precisamente enfrente de él. Y se descargó un zurrón viejo que llevaba al hombro, y lo abrió y sacó un pan, luego un pollo, luego otro pan, luego confituras, luego una naranja, luego aceitunas, luego pasteles de dátiles y luego un cohombro. Y el hambriento Ataf veía con sus ojos y olía con su nariz. Y el vagabundo se puso a comer y Ataf a mirarle cómo engullía con calma aquella comida que se diría la del propio mantel de Issa, (Jesús)hijo de Miriam (Maria) (¡con ambos la paz y la bendición de Alah!) Y Ataf, que no solamente no había comido desde hacía dos días, sino que ni siquiera se había hartado ninguna vez desde hacía cuatro meses, dijo para sí: "¡Por Alah, que me tomaría un bocado de ese excelente pollo, y un pedazo de ese pan, y por lo menos una raja de ese cohombro delicioso!". Y tanto le salía a los ojos el deseo del pan y del pollo y del cohombro, que el vagabundo le miró. Y torturado por su hambre extremada, Ataf no pudo por menos de llorar. Y el vagabundo movió la cabeza contemplándole, y cuando hubo tragado el bocado de cosas buenas que a la sazón le llenaba la boca, tomó la palabra y dijo: "¿Por qué ¡oh padre de la barba sucia! haces como los extranjeros y como los perros famélicos, que piden con la mirada el pedazo que se come su amo? ¡Por la protección de Alah, que aun cuando viertas lágrimas bastantes para alimentar el Yaxarte, el Bactros, y el Dajlah, y el Eufrates, y el río de Bassra, y el río de Antioquía, y el Oronto, y el Nilo de Egipto, y el mar salado, y la profundidad de todos los océanos, no te cederé ni un trozo de lo que como. Pero si quieres comer pollo blanco, y pan caliente, y cordero tierno, y todas las confituras y pasteles de Alah, no tienes más que llamar en la casa del gran visir Giafar, hijo de Yahia el Barmecida. Porque ha recibido en Damasco la hospitalidad de un hombre llamado Ataf, y en recuerdo suyo y en honor suyo prodiga así sus beneficios; y no se levanta ni se acuesta sin hablar de él".
Cuando Ataf oyó estas palabras al vagabundo del zurrón bien provisto, alzó los ojos al cielo y dijo: "¡Oh Tú, cuyos designios son impenetrables, he aquí que de nuevo prodigas Tus beneficios sobre Tu servidor!".
Y recitó estos versos:
¡Confía tus asuntos al Creador en cuanto los veas embrollados! ¡Luego siéntate con tus penas y desecha tus pensamientos!
Después fué a casa de un mercader de papel y le pidió por caridad un trozo de papel y el préstamo de un cálamo sólo por el tiempo preciso para escribir unas palabras. Y el mercader accedió a darle lo que le pedía. Y Ataf escribió lo que sigue:
"¡De parte de tu hermano Ataf, a quien Alah conoce! Quien posea el mundo no se enorgullezca, porque día llegará en que se vea arruinado y permanezca solo en el polvo con su amargo destino. Si me vieras, no me reconocerías por mi pobreza y mi miseria, pues los reveses del tiempo, el hambre, la sed y un largo viaje han reducido mi alma y mi cuerpo al estado de inanición. Y mira por dónde te encuentro al llegar aquí. ¡Y la paz sea contigo!".
Luego dobló el papel y devolvió el cálamo a su propietario, dándole muchas gracias. Y preguntó dónde estaba la casa de Giafar. Y cuando se la indicaron, se detuvo y se quedó de pie ante la puerta a cierta distancia. Y los guardias de la puerta le vieron así, de pie y sin pronunciar una palabra, y tampoco le hablaron. Y cuando ya empezaba a sentirse muy azorado por aquella situación, pasó junto a él un eunuco vestido con un traje magnífico y con cinturón de oro. Y Ataf se le aproximó y le besó la mano y le dijo: "¡Oh mi señor! el enviado de Alah (¡con Él la plegaria y la paz!) ha dicho: "El intermediario de una buena acción vale tanto como el que hace la buena acción, y el que la hace se halla entre los bienaventurados de Alah en el cielo" Y el eunuco preguntó: "¿Y qué necesitas?". Ataf dijo: "Deseo de tu bondad que
lleves este papel al dueño de esa casa, diciéndole: "Tu hermano Ataf está a la puerta".
Cuando el eunuco hubo oído estas palabras, montó en cólera y los ojos se le salieron de la cabeza, y gritó: "¡Oh descarado embustero! ¿cómo pretendes ser hermano del visir Giafar?" Y con un bastón de oro que llevaba en la mano golpeó a Ataf en el rostro. Y brotó la sangre del rostro de Ataf, que cayó al suelo cuan largo era, porque la fatiga, el hambre y las lágrimas le habían debilitado en extremo.
Pero, como dice el Libro: "Alah ha puesto el instinto de la bondad en el corazón de ciertos esclavos, lo mismo que ha puesto el instinto de la maldad en el de los otros". Así es que un segundo eunuco, que veía desde lejos lo que pasaba, se acercó al primero, lleno de cólera y de indignación por lo que acababa de hacer, y movido a piedad por Ataf. Y el primer eunuco le dijo: "¿No has oído que pretende ser hermano del visir Giafar?". Y el segundo eunuco le contestó: "¡Oh mal hombre, hijo de la maldad, esclavo de la maldad! ¡oh maldito! ¡oh cochino! ¿Acaso Giafar es uno de nuestros profetas? ¿No es un perro de la tierra como nosotros? Todos los hombres son hermanos, que tienen por padre y por madre a Adán y Eva, y ha dicho el poeta:
¡Los hombres, por comparación, son todos hermanos! ¡Su padre es Adán y su madre es Eva!
"Y la diferencia que hay entre unos y otros sólo estriba en la mayor o menor bondad de los corazones".
Y tras de hablar así se inclinó sobre Ataf y le incorporó y le hizo sentarse, y secó la sangre que le corría por la cara y le lavó y sacudió el polvo de la ropa, y le preguntó: "¡Oh hermano mío! ¿qué es lo que deseas?". Y Ataf contestó: "Solamente deseo que lleven a Giafar este papel y lo entreguen entre sus manos". Y el servidor de corazón compasivo cogió el papel de manos de Ataf y entró en la sala donde se hallaba el gran visir Giafar el Barmecida, en medio de sus oficiales, de sus parientes y de sus amigos, sentados unos a su derecha y otros a su izquierda. Y todos bebían y recitaban versos, y se regocijaban con música de laúdes y de cánticos deliciosos. Y el visir Giafar; con la copa en la mano, decía a los que les rodeaban: "¡Oh vosotros todos los que os reunís aquí! la ausencia de los ojos no impide ver la presencia en el corazón. Y nada puede hacerme que no piense en mi hermano Ataf ni hable de él. Es el hombre más magnífico de su tiempo y de su edad. Me ha regalado caballos, esclavos jóvenes blancos y negros, muchachas y hermosas telas, y cosas suntuosas, en cantidad bastante para constituir la dote y la viudedad de mi esposa. Y si no se hubiese conducido así, habría perecido yo, sin duda, y estaría perdido sin remedio. ¡Fué mi bienhechor sin saber quién era yo, y se mostró generoso sin la menor mira de provecho o interés!".
Cuando el excelente servidor hubo oído estas palabras de su señor, se regocijó en el alma, y avanzó e inclinó su cuello y su cabeza ante él, y le presentó el papel. Y Giafar lo cogió, y habiéndolo leído, quedó tan trastornado que parecía que había bebido veneno. Y ya no supo qué hacer ni qué decir. Y cayó de bruces, teniendo todavía en la mano la copa de cristal y el papel. Y la copa se rompió en mil pedazos y le hirió profundamente en la frente. Y corrió su sangre, y de su mano se escapó el papel. Cuando el servidor vió aquello, se apresuró a poner pies en polvorosa por miedo a las consecuencias. Y los amigos del visir Giafar levantaron a su señor y le restañaron la sangre. Y exclamaron: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Altísimo, el Todopoderoso! Estos malditos están siempre afligidos del mismo carácter: turban la vida de los reyes en sus placeres e interrumpen su buen humor. ¡Por Alah, que quien ha escrito este papel merece sencillamente ser arrastrado a casa del walí para que le aplique quinientos palos y le meta en la cárcel!".
Y acto seguido, los esclavos del visir salieron a la busca del que había escrito el papel. Y Ataf evitó la pesquisa, diciendo: "Es mío, ¡oh mis señores!". Y se apoderaron de él y le arrastraron a presencia del walí, y pidieron para él quinientos palos. Y el walí se los concedió. Y además hizo escribir en las cadenas de Ataf: "Cadena perpetua". ¡Así se portaron con Ataf el Generoso! Y de nuevo le arrojaron a un calabozo, donde estuvo aún dos meses, y donde se perdieron y borraron sus huellas.
Y al cabo de estos dos meses le nació un niño al Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, quien, con tal motivo, ordenó que se distribuyesen limosnas y se hiciesen dádivas a todo el mundo, y que se libertase de cárceles y calabozos a los presos. Y entre los que se soltaron se encontró Ataf el Generoso.
Cuando Ataf se vió libre de la prisión, débil, hambriento, arruinado y desnudo, alzó sus miradas al cielo y exclamó: "¡Gracias te sean dadas, Señor, en toda circunstancia!" Y sollozó y dijo: "Sin duda he sufrido todo esto a causa de alguna falta cometida por mí en el pasado, pues Alah me ha favorecido con sus mejores beneficios y yo le he correspondido con la desobediencia y la rebeldía. ¡Pero le suplico que me perdone, aunque haya ido demasiado lejos en el libertinaje y en mi abominable conducta!".
Luego recitó estos versos:
¡Oh Dios! ¡el adorador hace lo que no debería hacer; es pobre y depende de ti!
¡En los placeres de la vida, se olvida; y como lo hace por ignorancia, perdónale sus culpas!
Y todavía vertió algún llanto más y dijo para sí: "¿Qué voy a hacer ahora? Si parto para mi país tan débil como estoy, moriré antes de llegar; y si, por suerte mía, llego, no habrá ninguna seguridad para mi vida, a causa del naieb; y si me quedo aquí entre los mendigos, mendigando yo también, ninguno de ellos me admitirá en la corporación, ya que nadie me conoce; y no podré proporcionarme a mí mismo la menor ayuda ni la menor utilidad. Por eso, lo que voy a hacer es abandonar mi destino al Dueño de los destinos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 903ª NOCHE
Ella dijo:
"... Por eso, lo que voy a hacer es abandonar mi destino al Dueño de los destinos.
He aquí que todo se vuelve contra mí y todo sale al contrario de lo que yo esperaba.
Y el poeta estaba en lo cierto cuando decía:
¡Oh amigo! ¡he corrido a través del mundo, de Oriente a Occidente! ¡Pero todo lo que encontré fueron penas y fatigas!
¡He tratado a los hombres de la época! ¡Pero no he encontrado ni un amigo agradable ni mi igual!
Y de nuevo lloró y exclamó: "¡Oh Dios! ¡dame la virtud de la paciencia! Tras de lo cual se levantó y se dirigió a una mezquita, entrando en ella. Y allí se quedó hasta la tarde. Y aunque aumentaba su hambre, dijo: "Por Tu magnanimidad y Tu majestad, Señor, juro que no pediré nada a nadie más que a Ti". Y se quedó en la mezquita, sin tender la mano a ningún creyente, hasta la caída de la noche Y entonces salió, diciendo: "Conozco la frase del Profeta (¡con É1 la bendición y la paz de Alah!) que dice: "Alah te dejaría dormir en el santuario; pero tú debes abandonarlo a Sus adoradores, porque el santuario se hizo para la plegaria y no para el sueño". Y anduvo algún tiempo por las calles, y acabó por llegar a una construcción en ruinas, donde entró para pasar la noche y dormir. Y tropezó en la oscuridad y cayó de bruces. Y notó que había caído sobre el mismo obstáculo que le había hecho tropezar. Y vió que era un cadáver de un hombre recientemente asesinado. Y a su lado estaba, en el suelo, el cuchillo del asesinato.
Y ante aquel descubrimiento, Ataf se levantó vivamente, con sus andrajos cubiertos de sangre. Y allí permaneció inmóvil, perplejo y sin saber qué partido tomar, diciéndose: "¿Me quedaré o huiré?" Y mientras estaba en aquella situación acertaron a pasar por delante de la entrada de la ruina el walí y sus agentes de policía, y Ataf les gritó "¡Venid a ver esto!" Y entraron ellos con sus antorchas y se encontraron con el cuerpo del asesinado, y con el cuchillo al lado suyo, y con el desdichado Ataf de pie a la cabecera del cadáver y manchados de sangre sus andrajos. Y le gritaron: "¡Oh miserable! ¡tú eres quien le ha matado!" Y Ataf no dió respuesta alguna. Entonces se apoderaron de él, y el walí dijo: "Amarradle y arrojadle al calabozo hasta que demos cuenta del asunto al gran visir Giafar. Y si Giafar ordena su muerte, le ejecutaremos".
E hicieron como habían dicho.
En efecto, al día siguiente, el hombre encargado de los escritos escribió a Giafar una comunicación concebida así: "Entramos en una ruina y nos encontramos en ella a un hombre que había matado a otro. Y le interrogamos, y con su silencio declaró que era el autor del asesinato. ¿Cuáles son, pues, tus órdenes?". Y el visir les ordenó que le condenaran a muerte. Y en consecuencia, sacaron a Ataf de la prisión, le arrastraron a la plaza donde se ahorcaba y se cortaban cabezas, arrancaron una tira de sus andrajos y le vendaron con ella los ojos. Y le entregaron al porta alfanje. Y el porta alfanje preguntó al walí: "¿Le corto el cuello, ¡oh mi señor!?". Y el walí contestó: "¡Córtaselo!". Y el porta alfanje blandió su hoja bien afilada, que brilló y lanzó chispas en el aire; y la hizo voltear, y ya la bajaba para hacer saltar la cabeza, cuando se dejó oír un grito detrás de él: "¡Detén tu mano!". Y aquella era la voz del gran visir Giafar, que volvía de paseo.Y el walí se puso ante él, y besó la tierra entre sus manos. Y Giafar le preguntó: "¿Por qué hay aquí tanta gente?". Y el walí contestó: 'Porque se procedía a la ejecución de un joven de Damasco, al que encontramos ayer en unas ruinas, y que a todas nuestras preguntas, repetidas por tres veces, ha contestado con el silencio en lo que afecta al asesinado, hombre de sangre noble".
Y dijo Giafar: "¡Oh! ¿cómo va a venir de Damasco hasta aquí un hombre para arriesgarse en semejante empresa? ¡Ualahí, eso no es posible!". Y ordenó que llevaran a su presencia al hombre. Y cuando el hombre estuvo entre sus manos, Giafar no le reconoció, porque la fisonomía de Ataf había cambiado y su buena cara y su buen aspecto se habían desvanecido.
Y Giafar le preguntó: "¿De qué país eres, ¡oh joven!?". Y el otro contestó: "¡Soy un hombre de Damasco!". Y Giafar preguntó: "¿De la ciudad misma o de los pueblos que la rodean?".
Y Ataf contestó: "¡Ualahí! ¡oh mi señor! de la propia ciudad de Damasco, en donde he nacido". Y Giafar preguntó: "¿Conociste, por casualidad, allí a un hombre reputado por su generosidad y su mano abierta, que se llamaba Ataf?". Y el condenado a muerte contestó: "¡Le he conocido cuando tú eras amigo suyo y vivías con él en tal casa, en tal calle y en tal barrio, ¡oh mi señor! y cuando ambos ibais a pasearos juntos por los jardines! ¡Le he conocido cuando te casaste con su prima-esposa! ¡Le he conocido cuando os despedisteis en el camino de Bagdad y cuando bebisteis en la misma copa!" Y Giafar contestó: "¡Sí, es cierto cuanto dices con respecto a Ataf Pero ¿qué ha sido de él después de separarse de mí?" Y el otro contestó: "¡Oh mi señor! ¡le ha perseguido el Destino y le ha ocurrido tal y cual cosa!". Y le hizo el relato de cuanto le había ocurrido desde el día de su separación en el camino que conducía a Bagdad hasta el momento en que el porta alfanje iba a cercenarle el cuello.
Y recitó estos versos:
¡El tiempo ha hecho de mí su víctima, mientras tú vives en la gloria! ¡Los lobos tratan de devorarme, y he aquí que llegas tú, el león!
¡Apagas la sed de cualquier sediento que se presenta! ¿Es posible que tenga yo sed, siendo tú siempre nuestro refugio?
Y cuando hubo recitado estos versos, gritó: `¡Oh mi señor Giafar, te reconozco!". Y gritó también: "¡Soy Ataf!". Y Giafar, por su parte, se irguió sobre ambos pies, lanzando un grito estridente, y se precipitó en los brazos de Ataf. Y tanta fué la emoción de ambos, que perdieron el conocimiento por unos instantes. Y cuando volvieron en sí se besaron y se interrogaron mutuamente acerca de lo que les había sucedido, desde el principio hasta el fin. Y aún no habían acabado de hacerse confidencias, cuando se dejó oír un grito penetrante; y se volvieron y vieron que había sido lanzado por un jeique que se adelantaba diciendo: "¡No es humano lo que hace!". Y le miraron, y vieron que el tal jeique era un anciano que tenía la barba teñida con henné y la cabeza cubierta con un pañuelo azul. Y al verle, Giafar le mandó avanzar y le preguntó qué quería. Y el jeique de la barba teñida exclamó: "¡Oh hombres! ¡alejad del alfanje al inocente! ¡Porque el crimen que se le imputa no es un crimen cometido por él, y el cadáver del joven asesinado no es obra suya, y él nada tiene que ver con eso! ¡Porque yo mismo soy el único matador!"
Y Giafar el visir le dijo: "Entonces ¿eres tú quien le ha matado?" El aludido contestó: "¡Sí!" El visir preguntó: "¿Y por qué le has matado? ¿Es que no albergas en tu corazón el temor de Alah, ya que de tal suerte matas a un hijo de sangre noble, a un Haschimita?". Y el jeique contestó: "Ese joven a quien habéis encontrado muerto era propiedad mía, y le había criado yo mismo. Y todos los días tomaba dinero mío para sus gastos. Pero, en vez de serme fiel, iba a divertirse tan pronto con el llamado Schumuschag como con el llamado Nagisch, y con Ghasis, y con Ghubar, y con Ghouschir, y con muchos otros libertinos; se pasaba los días con ellos, abandonándome. Y todos se envanecían en mis barbas de haberle poseído, hasta Odis el basurero y Abu-Butrán el zapatero remendón.
"Y mis celos aumentaban a diario. Y por más que le predicaba e intentaba disuadirle de obrar así, él no aceptaba ningún consejo ni ninguna reprimenda; por fin, aquella noche lo sorprendí con el llamado Schumuschag el mondonguero; y al ver aquello, el mundo se ennegreció ante mi rostro, ¡y en las mismas ruinas donde le sorprendí le maté! Y con ello me libré de todos los tormentos que me ocasionaba. ¡Y tal es mi historia!".
Luego añadió: "Y he guardado silencio hasta hoy. Pero al saber que iban a ejecutar a un inocente en lugar del culpable, no he podido callar mi secreto, y he venido para sacar al inocente de debajo del alfanje. Y heme aquí ante vosotros. Herid mi nuca y tomad vida por vida! ¡Pero antes libertad a ese joven inocente que no tiene que ver nada en este asunto!".
Y Giafar, al oír estas palabras del jeique, reflexionó un instante, y dijo: "¡El caso es dudoso! ¡Y en la duda, se debe alejar la mano! ¡Oh jeique! ¡vete en la paz de Alah, y séate perdonado tu crimen!". Y le despidió.
Tras de lo cual cogió a Ataf de la mano, y le estrechó de nuevo contra su pecho, y le condujo al hammam. Y cuando el arruinado Ataf se refrescó y restauró, fué con él al palacio del califa. Y entró a ver al califa y besó la tierra entre sus manos, y dijo: "Ahí está ¡oh Emir de los Creyentes! Ataf el Generoso, el que ha sido mi huésped en Damasco, quien me ha tratado con tantos miramientos, tanta bondad y tanta generosidad, y quien me ha preferido a su propia alma". Y Al-Raschid dijo: "¡Tráemele inmediatamente!". Y Giafar le condujo tal y como estaba, débil, extenuado y temblando de emoción todavía. Y sin embargo, Ataf no dejó de rendir sus homenajes al califa, de la mejor manera y con el lenguaje más elocuente. Y Al-Raschid suspiró al verle, y le dijo: "¡En qué estado te hallo!, ¡oh pobre!". Y Ataf se echó a llorar; e invitado por Al-Raschid, contó toda su historia, desde el principio hasta el fin. Y mientras él la contaba, Al-Raschid lloraba y sufría, así como el desolado Giafar.
Y he aquí que, entretanto, entró el jeique de la barba teñida, que había sido indultado por Giafar. Y el califa se echó a reír al verle.
Luego rogó a Ataf el Generoso que se sentara, y le hizo repetir su historia. Y cuando Ataf hubo acabado de hablar, el califa miró a Giafar y le dijo: "¡Cuéntame ¡oh Giafar! lo que piensas hacer por tu hermano Ataf!" Y Giafar contestó: "Por lo pronto, le pertenece mi sangre y soy su esclavo. Además, tengo para él cofres que contienen tres millones de dinares de oro, y otros tantos millones en caballos de raza, mozalbetes, esclavos negros y blancos, jóvenes de todos los países y todo género de suntuosidades. Y se quedará con nosotros para que nos regocijemos con su compañía". Y añadió: "¡Por lo que respecta a su prima-esposa, es cosa a tratar entre yo y él!".
Y el califa comprendió que había llegado el momento de dejar juntos a los dos amigos; y les permitió salir. Giafar condujo a Ataf a su casa, y le dijo: "iOh hermano mío Ataf! has de saber que la hija de tu tío, que te ama, está intacta, y que no he visto descubierto su rostro desde el día de nuestra separación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 904ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Oh hermano mío Ataf! has de saber que la hija de tu tío, que te ama, está intacta, y que no he visto descubierto su rostro desde el día de nuestra separación. Y he aquí que me he desligado de ella, y me he divorciado en honor tuyo; y he anulado nuestro contrato. Y en el mismo estado en que se hallaba te devuelvo el precioso depósito que pusiste entre mis manos".
Y así lo hizo. Y Ataf y su prima se reunieron con la misma ternura y el mismo afecto que antes.
Pero en cuanto al naieb de Damasco, que había sido el autor de todos los sufrimientos de Ataf, el califa mandó emisarios, que le arrestaron, y le rodearon de cadenas, y le arrojaron a un calabozo. Y allí quedó hasta nueva orden.
Y Ataf pasó en Bagdad varios meses, disfrutando de una dicha perfecta, al lado de su prima, y al lado de su amigo Giafar, y en la intimidad de Al-Raschid. Y bien hubiera querido pasarse toda la vida en Bagdad; pero de Damasco le llegaron numerosas cartas de sus parientes y de sus amigos, que le suplicaban volviera a su país, y pensó que tenía el deber de hacerlo. Y fué a pedir el beneplácito al califa, que le concedió la autorización, no sin pena y suspiros amistosos. Y no quiso, empero, dejarle partir sin darle pruebas duraderas de su benevolencia. Y le nombró walí de Damasco, y le dió todas las insignias de su cargo. E hizo que le acompañara una escolta de jinetes, de mulos y de camellos cargados con regalos magníficos. Y así fué escoltado Ataf hasta Damasco.
Y toda la ciudad se iluminó y empavesó con motivo del regreso de Ataf, el más generoso de los hijos de la ciudad. Porque Ataf era querido y respetado por todas las clases populares, y sobre todo por los pobres, que habían llorado siempre su ausencia.
Pero, volviendo al naieb, llegó un segundo decreto del califa condenándole a muerte por sus injusticias. Pero el generoso Ataf intercedió en favor suyo ante Al-Raschid, que se limitó entonces a conmutarle la pena de muerte por la de destierro de por vida.
En cuanto al libro mágico en que el califa había leído las cosas que le habían
hecho reír y llorar, no se habló más de él. Porque AlRaschid, con la alegría de volver a ver a su visir Giafar, no se acordó ya de las cosas pasadas. Y Giafar, que por su parte, no había logrado adivinar el contenido de aquel libro ni encontrar hombre capaz de adivinarlo, se guardó mucho de iniciar conversación a este respecto. Y por cierto que no hay ninguna utilidad en saber semejante cosa, ya que desde entonces vivieron todos con dicha, tranquilidad y amistad sin mácula, y gozando de todos los placeres de la vida hasta la llegada de la Destructora de alegrías y Constructora de tumbas, la que está mandada por el Dueño de los destinos, el Único Viviente, el Misericordioso para sus creyentes.
"Y esto es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- lo que nos han transmitido los narradores acerca de Ataf el Generoso, que habitaba en Damasco. Pero su historia no puede compararse de cerca ni de lejos con la que me reservo contarte, si mis palabras no han pesado en tu espíritu".
Y Schahriar contestó: "¿Qué dices, ¡oh Schehrazada!? Esa historia me ha instruido y me ha ilustrado y me ha hecho reflexionar. Y heme aquí dispuesto a escucharte como el primer día".
HISTORIA ESPLÉNDIDA DEL PRÍNCIPE DIAMANTE
A la condesa Jacques de Chabannes La Palite.
Y dijo Schehrazada:
Se cuenta en los libros de las gentes perfectas, sabios y poetas que abrieron el palacio de su inteligencia a los que van a tientas por la pobreza -¡loores múltiples y escogidos al que sobre la tierra ha dotado de excelencia a ciertos hombres, lo mismo que ha colocado en el firmamento el sol, tragaluz de la casa de Su gloria, y en el borde del cielo la aurora, antorcha de la sala nocturna de Su belleza; que ha vestido a los cielos con un manto de raso húmedo y a la tierra con un manto de verdor brillante; que ha adornado los jardines con sus árboles y los árboles con sus trajes verdes; que ha dado a los sedientos los manantiales de hermosas aguas, a los borrachos la sombra de las viñas, a las mujeres su hermosura, a la primavera las rosas, a las rosas la sonrisa, y para celebrar a las rosas, la garganta cantarina del ruiseñor; que ha puesto a la mujer ante los ojos del hombre, y el deseo en el corazón del hombre, joyel en medio de la piedra!; se cuenta, repito, que en un reino entre los grandes reinos había un rey magnífico, cada paso del cual era una felicidad, con esclavas que constituían la fortuna y la dicha, y el cual superaba a Khosroes-Anuschirwán en justicia y a Hatim-Tai en generosidad.
Y aquel rey de frente serena se llamaba Schams-Schah, y tenía un hijo de maneras exquisitas y de hechizos encantadores, semejante en belleza a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar.
Y aquel príncipe jovenzuelo, que se llamaba Diamante, fué un día en busca de su padre, y le dijo: "¡Oh padre mío! hoy está triste mi alma por vivir en la ciudad, y
desea que vaya yo de caza y de paseo para recrearnos. Si no, el fastidio hará que me desgarre hasta abajo las vestiduras".
Cuando el rey Schams-Schah hubo oído estas palabras-de su hijo, se apresuró, movido del gran cariño que por él sentía, a dar las órdenes oportunas para la cacería y el paseo en cuestión. Y los montoneros y los halconeros prepararon los halcones, y los palafreneros ensillaron a los caballos de montaña. Y el príncipe Diamante se puso a la cabeza de una brillante tropa de jóvenes de complexión robusta, y se encaminó con ellos a los lugares en donde anhelaba cazar para disipar su hastío.
Y cabalgando entre el tumulto heroico, acabó por llegar al pie de una montaña que tocaba al cielo con su cima. Y al pie de la tal montaña había un árbol corpulento; y al pie de tal árbol corría un arroyo; y en el tal arroyo bebía un gamo, con la cabeza inclinada hacia el agua. Y Diamante, entusiasmado al ver aquello, mandó a sus gentes que detuvieran sus caballos y le dejaran ir solo a la busca y captura de aquella presa. Y con todo el ímpetu de su corcel, se lanzó sobre el hermoso animal salvaje...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 905ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y con todo el ímpetu de su corcel, se lanzó sobre el hermoso animal salvaje, el cual, comprendiendo que en aquel instante corría su vida gran peligro, dió un salto tremendo, y tras de desviarse rápidamente, se puso fuera del alcance con sus cuatro patas, devorando a su paso la distancia en la llanura. Y Diamante, abandonado a la embriaguez de la carrera, siguió al gamo por el desierto, alejándose de su séquito armado. Y continuó su persecución por arenas y piedras, hasta que al caballo, todo espumeante y sin aliento, le colgó seca la lengua en aquel desierto donde no aparecía huella ni olor de un hijo de Adán, y donde, por toda presencia no había más que la de lo Invisible.
A la sazón había llegado él frente a una colina arenosa que se interponía ante la vista y detrás de la cual había desaparecido el gamo. Y el desesperado Diamante subió a aquella colina, y llegado que fue a la otra vertiente, vió de pronto desarrollarse a sus miradas un espectáculo distinto. Porque, en lugar de la aridez inexorable del desierto, vivía allí una vida de verdor cierto oasis refrescante, entrecruzado de arroyos y adornado con macizos naturales de flores rojas y de flores blancas, comparables al crepúsculo vespertino y al crepúsculo matutino. Y Diamante sintió holgarse su alma y dilatarse su corazón, igual que si estuviese en el jardín de que Rizwán es el guardián alado.
Cuando el príncipe Diamante hubo contemplado la obra admirable de su Creador, y dado de beber por sí mismo a su caballo, en el hueco de la mano, el agua deliciosa del oasis, se levantó y dió expansión a sus miradas para juzgar las cosas al detalle. Y he aquí que vió un trono solitario al abrigo de un árbol añoso cuyas raíces debían llegar hasta las puertas interiores de la tierra. Y en aquel trono estaba sentado un viejo rey, con la cabeza coronada con la corona real y los pies desnudos, reflexionando. Y Diamante le abordó con la zalema, respetuoso. Y el viejo rey le devolvió su zalema, y le dijo: "¡Oh hijo de reyes! ¿a qué obedece el que hayas atravesado el desierto terrible en donde ni siquiera el pájaro puede agitar sus alas y donde la sangre de las alimañas feroces se torna hiel?" Y Diamante le contó su aventura, y añadió: "Y tú, ¡oh venerable rey! ¿puedes decirme el motivo de tu estancia en este sitio rodeado de desolación? Porque tu historia debe ser una historia extraña". Y el viejo rey contestó: "¡Ciertamente, mi historia es extraña y prodigiosa! Pero lo es de tal modo, que más valdría que renunciaras a oírla relatar de mi boca. De no hacerlo así, constituirá para ti un motivo de lágrimas y calamidades". Pero el príncipe Diamante dijo: "Puedes hablar, ¡oh venerable! porque me he criado con leche de mi madre, y soy hijo de mi padre". E insistió mucho para decidirle a que le relatara lo que anhelaba oír.
Entonces el viejo rey, que estaba sentado en el trono debajo del árbol, dijo: "Escucha, pues, las palabras que van a salir de la cáscara de mi corazón. Recógelas y ponlas en la orla de tu traje". Y bajó la cabeza un instante, luego la levantó, y habló así:
"Has de saber ¡oh joven! que antes de mi llegada a este islote perdido en medio del desierto, yo reinaba en las tierras de Babil, en medio de mis riquezas, de mi corte, de mis ejércitos y de mi gloria. Y Alah el Altísimo (¡exaltado sea!) me había concedido una posteridad de siete hijos reales que bendecían a su creador y constituían la alegría de mi corazón. Y todo era paz y prosperidad en mi Imperio, cuando un día mi hijo mayor supo, por boca de un caravanero, que en las comarcas lejanas de Sinn y de Masinn había una princesa, hija del rey Qamús, hijo de Tammuz, la cual se llamaba Mohra, y no tenía par en el mundo; que la perfección de su belleza ennegrecía el rostro de la luna nueva, y que Josef y Zuleikha tenían, ante ella, la oreja horadada por la argolla de la esclavitud. En una palabra, que estaba modelada con arreglo a estos versos del poeta:
¡Es una belleza ladrona de corazones, espléndida por todos lados! ¡Los bucles de sus cabellos son el nardo del jardín de la excelencia, y su mejilla es la rosa lozana!
¡Sus labios tienen a la vez rubíes y azúcar cande!
¡Sus dientes son de una pureza asombrosa, y hasta en la cólera sonríen!
¡Es una belleza ladrona de corazones, espléndida por todos lados!
"Y el caravanero enteró también a mi hijo de que el tal rey Qamús no tenía otra hija que aquella bienaventurada. Y como retoño encantador de la hermosura había llegado a la primavera de su desarrollo, y las abejas empezaban a agruparse junto a su cuerpo florido, se hizo urgente, según la costumbre, reunir, para escoger esposo, a los príncipes de todas las comarcas, siempre que estuviesen en edad de merecer y de ser admitidos. Pero se impuso por toda condición la de que los pretendientes respondieran a una pregunta que les haría la princesa, y que consistía sencillamente en estas palabras: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?". Y esto era cuanto del pretendiente se reclamaba a modo de viudedad para la princesa, pero con la cláusula de que a aquel que no pudiera contestar satisfactoriamente a la pregunta se le cortaría la cabeza, clavándola en el pináculo del palacio.
"Y he aquí que cuando mi hijo mayor supo estos detalles por boca del caravanero, se abrasó su corazón como carne a la parrilla; y fué a mí vertiendo llanto cual un chaparrón tempestuoso. Estaba decidido a arriesgar su vida. Y gimiendo me pidió permiso de partir, para irse a ver si obtenía a la princesa de los países de Sinn y de Massin. Y aunque yo estaba en extremo asustado de aquella empresa loca, por más que procuré remediar semejante situación, la medicina del aviso no dió resultado en la vehemencia del mar del amor. Y dije entonces a mi hijo: "¡Oh luz de mis ojos! si, a trueque de morir de tristeza, no puedes por menos de ir a las comarcas de Sinn y de Massin, donde reina el rey Qamús, hijo de Tammuz, padre de la princesa Mohra, yo te acompañaré, llevándote a la cabeza de mis ejércitos. Y si el rey Qamus consiente de buen grado en concederme a su hija para ti, todo irá bien; pero de no ser así, ¡por Alah! que haré derrumbarse sobre su cabeza los escombros de su palacio y aventaré su reino. Y de tal suerte la joven se tornará en cautiva tuya y propiedad tuya". Pero parece que mi hijo mayor no encontró de su gusto este proyecto, y me contestó: "No es digno de nosotros, ¡oh padre nuestro! tomar por fuerza lo que no se conceda por persuasión. Es preciso, pues, que vaya yo mismo a dar la respuesta exigida y a contestar a la hija del rey."
"Entonces comprendí mejor que nunca que ninguna criatura puede borrar lo escrito por el Destino, ni siquiera un carácter de las palabras que en el libro de los destinos traza el escriba alado. Y viendo que la cosa estaba así decretada en la suerte de mi hijo, le concedí, no sin muchos suspiros, el permiso de partir. Y acto seguido se despidió él de mí y se fué en busca de su destino.
"Y llegó a las comarcas profundas donde reinaba el rey Qamús, y se presentó en el palacio donde residía la princesa Mohra, y no pudo contestar a la pregunta de que te he hablado, ¡oh extranjero! Y la princesa hizo que le cortaran la cabeza sin piedad, y la mandó clavar en el pináculo de su palacio. Y al tener noticia de ello, lloré todas mis lágrimas de desesperación. Y vestido con trajes de luto, permanecí enterrado con mi dolor durante cuarenta días. Y mis íntimos se cubrieron la cabeza con polvo. Y nos desgarramos la vestidura de la paciencia. Y los gritos de duelo hicieron retemblar todo el palacio con un ruido parecido al de la resurrección.
"Entonces mi segundo hijo produjo en mi corazón con su propia mano la segunda herida penosa, tragando, como su hermano, la bebida de la muerte. Porque, como el mayor, quiso intentar la empresa. Igual ocurrió después a mis otros cinco hijos, que de la propia manera pusiéronse por turno en marcha hacia el camino de la defunción, y perecieron mártires del sentimiento del amor.
"Y mordido incurablemente por el Destino negro, y abatido por un dolor sin esperanza, abandoné la realeza y mi país, y salí errante por el camino de la fatalidad. Y atravesé, como un sonámbulo, llanuras y desiertos. Y llegué, como ves, con la corona a la cabeza y los pies descalzos, al rincón en que estoy esperando la muerte sobre este trono". Cuando el príncipe Diamante oyó este relato del viejo rey. Quedó herido por la flecha del sentimiento torturador, y lanzó suspiros de amor que
echaban chispas. Porque, como dice el poeta:
¡El amor se ha insinuado en mí sin que yo haya visto al objeto que lo infunde por el oído solamente!
¡E ignoro lo que ha pasado entre la amiga desconocida y mi corazón!
¡Y esto es lo referente al anciano rey de Babil, que estaba sentado sobre el trono en el oasis, y a su dolorosa historia!
En cuanto a los compañeros de cacería de Diamante, se inquietaron mucho por la desaparición del príncipe, y al cabo de cierto tiempo, a pesar de la orden que les había dado de no seguirle, se pusieron en busca suya, y acabaron por encontrarle cuando salía del oasis. Y llevaba él la cabeza inclinada tristemente sobre el pecho y el rostro atacado de palidez. Y le rodearon, cual las mariposas a la rosa, y le presentaron un caballo de repuesto, rápido en la carrera, un céfiro por la ligereza, pues marchaba más de prisa que la imaginación. Y Diamante confió su primer caballo a las gentes de su séquito, y montó en el que le presentaban, que tenía una silla dorada y unas bridas enriquecidas con perlas. Y llegaron todos sin contratiempo al palacio del rey Schams-Schah, padre de Diamante.
Y en lugar de encontrarse a su hijo con el rostro satisfecho y el corazón dilatado a consecuencia de aquel paseo y de aquella cacería, el rey le halló muy alterado de color y sumido en un océano de pena negra. Porque el amor le había penetrado hasta los huesos, le había tornado débil y sin energías, y al presente le consumía el corazón y el hígado.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 906ª NOCHE
Ella dijo:
Porque el amor le había penetrado hasta los huesos, le había tornado débil y sin energías, y al presente le consumía el corazón y el hígado. Y el rey, a fuerza de súplicas y de ruegos, acabó por decidir a su hijo a revelarle la causa de su doloroso estado. Y al descorrerse el velo de aquel camino oculto, el rey besó a su hijo y le estrechó contra su pecho y le dijo: "¡No te importe! refresca tus ojos y calma tu alma cara, pues voy a enviar embajadores míos al rey Qamús, hijo de Tammuz, que reina en las comarcas de Sinn y de Massin, con una carta de mi puño y letra, en que le pediré en matrimonio para ti a su hija Mohra. Y le mandaré, en camellos, fardos de trajes preciosos, joyas valiosas y presentes de todos los colores, dignos de reyes. Y si por desdicha para su vida, el padre de la princesa Mohra no accede a nuestra demanda y con ello se torna en motivo de humillación y de pena para nosotros, enviaré contra él ejércitos de devastación que harán hundirse en sangre su trono y arrojarán al viento su corona. ¡Y de tal suerte nos apoderaremos honorablemente de la bella Mohra la de maneras encantadoras! ".
Así habló, con su trono dorado, el rey Schams-Schah a su hijo Diamante ante los visires, los emires y los ulemas, que aprobaron con la cabeza las palabras reales.
Pero el príncipe Diamante contestó: "¡Oh asilo del mundo! eso no puede hacerse; antes bien, iré yo mismo y daré la respuesta exigida. Y sólo por mis méritos me llevaré a la princesa milagrosa".
Y al oír esta respuesta de su hijo, el rey Schams-Schah empezó a lanzar gemidos dolorosos, y dijo: "¡Oh alma de tu padre! hasta ahora he conservado por ti la claridad de mis ojos y la vida de mi cuerpo, porque tú eres el único consuelo de mi viejo corazón de rey y el único sostén de mi frente. ¿Cómo, pues, puedes abandonarme para correr en pos de una muerte sin remedio?" Y continuó hablando en estos términos para enternecer su corazón. Pero fué en vano. Y para no verle morir de
pena reconcentrada ante sus ojos, se vió obligado a dejarle en libertad de partir.
Y el príncipe Diamante montó en un caballo hermoso como un animal feérico, y emprendió el camino que conducía al reino de Qamús. Y su padre y su madre y todos los suyos se retorcieron las manos de desesperación, y quedaron sumidos en el pozo sin fondo de su desolación.
Y el príncipe Diamante recorrió etapa tras etapa, y gracias a la seguridad que le fué escrita, acabó por llegar a la capital profunda del reino de Qamús. Y se encontró frente a un palacio más alto que una montaña. Y en los pináculos de aquel palacio había colgadas millares de cabezas de príncipes y de reyes, unas con su corona y otras desnudas y melenudas. Y en la plaza del meidán se habían armado tiendas de tisú de oro y de raso chino; con cortinas de muselina dorada.
Y cuando hubo contemplado todo aquello, el príncipe Diamante observó que en la puerta principal del palacio estaba colgado un tambor enriquecido de pedrerías, así como el palillo correspondiente. Y sobre el tambor aparecía escrito en letras de oro: "Todo aquel, de sangre real, que desee ver a la princesa Mohra, debe hacer sonar este tambor por medio de este palillo". Y Diamante, sin vacilar, se apeó de su caballo, y fué resueltamente a la puerta consabida. Y tomó el palillo enriquecido de pedrerías, y tocó el tambor con tanta fuerza, que el sonido que sacó de él hizo retemblar toda la ciudad.
Y al punto se presentaron los criados del palacio y condujeron al príncipe a presencia del rey Qamús. Y a la vista de su hermosura, el rey quedó seducido hasta el alma y quiso salvarle de la muerte.
Y entonces le dijo: "¡Ay de tu juventud, oh hijo mío! ¿Por qué quieres perder la vida, como todos los que no pudieron responder a la pregunta de mi hija? Renuncia a esa empresa, ten compasión de ti mismo, y serás mi chambelán. Porque nadie, a no ser Alah el Omnisciente, desentraña los misterios ni puede explicar las ideas fantásticas de una joven".
Y como el príncipe Diamante persistiera en su propósito, el rey Qamús aún le dijo: "Escucha, ¡oh hijo mío! Me duele mucho ver exponerse a esa muerte sin gloria a tan hermoso joven de las comarcas orientales. Por eso te ruego que, antes de afrontar la prueba fatal, reflexiones durante tres días y vuelvas luego a pedir la audiencia que ha de separar tu graciosa cabeza del reino de tu cuerpo". Y le hizo seña de que se
retirara.
Y el príncipe Diamante se vió obligado a salir del palacio aquel día. Y para pasar el tiempo, se dedicó a andar por zocos y tiendas, y observó aue las gentes de aquel país de Sinn y de Massin estaban llenas de tacto y de inteligencia. Pero se sintió atraído invenciblemente por la morada donde vivía aquella cuya influencia le había atraído desde el fondo de su país como el imán atrae a la aguja. Y llegó ante el jardín del palacio, y pensó que, si conseguía introducirse en aquel jardín, podría atisbar a la princesa y satisfacer su alma con la vista. Pero no sabía cómo arreglarse para entrar sin que le detuviesen los guardias en las puertas, cuando advirtió un canal que iba a desaguarse en el jardín por debajo de la muralla. Y se dijo que bien podría él entrar en el jardín con el agua. Así es que, tirándose de pronto al canal, entró sin dificultad en el jardín. Y se sentó un instante, en un paraje retirado, para que se le secasen al sol las vestiduras.
Entonces se levantó y empezó a pasearse a pasos lentos por entre los macizos. Y admiraba aquel jardín verdeante, bañado por el agua de los arroyos, donde la tierra estaba adornada como un rico en día de fiesta; donde la rosa blanca sonreía a su hermana la rosa roja; donde el lenguaje de los ruiseñores, enamorados de sus amantes, las rosas, era conmovedor como una hermosa música puesta a versos tiernos; donde se manifestaban múltiples bellezas sobre los lechos de flores de los parterres; donde las gotas de rocío, sobre el púrpura de las rosas, eran como las lágrimas de una joven honesta que ha recibido una ligera afrenta; donde los pájaros, ebrios de alegría, cantaban en el vergel todos los cánticos de su gaznate, mientras que, entre las ramas de los cipreses erguidos a orillas del agua, arrullaban las tórtolas, que tienen el cuello adornado con el collar de la obediencia; donde todo era tan perfectamente hermoso, en fin, que los jardines de Irem, en comparación con aquél, sólo hubieran sido un matorral de abrojos.
Y paseándose de aquel modo, con lentitud y precaución, el príncipe Diamante se encontró de pronto, a la vuelta de una avenida, frente a un estanque de mármol blanco, al borde del cual estaba extendido un tapiz de seda. Y en aquel tapiz estaba sentada perezosamente, como una pantera en reposo, una joven tan bella, que a su resplandor brillaba todo el jardín. Y tan penetrante era el aroma de los bucles de sus cabellos, que iba hasta el cielo a perfumar de ámbar el cerebro de las huríes.
Y el príncipe Diamante, a la vista de aquella bienaventurada a quien no podía dejar de mirar, como el hidrópico no puede dejar de beber agua del Eufrates, comprendió que semejante belleza no podía adjudicarse más que a Mohra, aquella por quien millares de almas se sacrificaban como las mariposas en la llama.
Y he aquí que, mientras permanecía él en el éxtasis y la contemplación, una joven del séquito de Mohra se acercó al sitio donde estaba escondido, y se dispuso a llenar con agua del arroyo una copa de oro que llevaba en la mano. Y de improviso la joven lanzó un grito de horror y dejó caer en el agua su copa de oro. Y corriendo temblorosa y con la mano en el corazón, se volvió al lado de sus compañeras. Y éstas la condujeron al punto a presencia de su señora Mohra para que explicase el motivo de su atolondramiento y la caída de la copa en el agua.
Y la joven, que tenía el nombre de Rama de Coral, cuando pudo reprimir un poco los latidos de su corazón, dijo a la princesa: "¡Oh corona de mi cabeza! ¡oh mi señora! estando yo inclinada sobre el arroyo, vi reflejarse en él de repente el rostro tierno de un joven tan hermoso, que no supe si pertenecía a un hijo de los genn o de los hombres. Y en mi emoción, dejé caer de mi mano al agua la copa de oro ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 907ª NOCHE
Ella dijo:
". . . reflejarse en él de repente el rostro tierno de un joven tan hermoso, que no supe si pertenecía a un hijo de los genn o de los hombres. Y en mi emoción, dejé caer de mi mano al agua la copa de oro".
Al oír estas palabras de Rama de Coral, la princesa Mohra ordenó que, para comprobar la cosa, fuese en seguida otra de sus mujeres a mirar en el agua. Y al punto corrió al arroyo una segunda joven, y al ver reflejarse el rostro encantador, volvió corriendo, con el corazón abrasado y gimiendo de amor, a decir a su señora: "¡Oh nuestra señora Mohra! ¡no estoy segura, pero creo que esa imagen que se refleja en el agua es de un ángel o de un hijo de los genn! ¡0 quizá sea que la propia luna ha bajado al arroyo!"
A estas palabras de su servidora, la princesa Mohra sintió chispear en su alma el tizón de la curiosidad; y en su corazón surgió el deseo de ver por sí misma. Y se irguió sobre sus pies encantadores, y orgullosa a la manera de los pavos reales, se dirigió al arroyo. Y vió la imagen de Diamante. Y se puso muy pálida, y se sintió presa del amor.
Y tambaleándose ya y sostenida por sus mujeres, hizo llamar a toda prisa a su nodriza y le dijo: "Ve ¡oh nodriza! y traéme a ése cuyo rostro se refleja en el agua. ¡Porque si no lo haces, me muero!" Y la nodriza contestó con el oído y la obediencia, y se alejó, mirando a todos lados. Y al cabo de cierto tiempo fué a caer su mirada en el rincón donde estaba escondido el príncipe de cuerpo encantador, el joven de cara de sol, aquel de quien tenían envidia los astros. Y por su parte, al verse descubierto, el hermoso Diamante tuvo de pronto la idea de simular la locura para salvar su vida.
Así es que, cuando la nodriza, que acababa de coger al joven por la mano con todas las precauciones que se toman para tocar las alas de la mariposa, le hubo conducido ante su señora sin par, aquel joven de cara de sol, aquel príncipe de cuerpo encantador, se echó a reír como los insensatos, y empezó a decir: "¡Estoy hambriento y no tengo hambre!" Y a decir también: "¡La mosca se ha convertido en búfalo!" Y a decir también: "¡Una montaña de algodón se ha vuelto de arcilla por efecto del agua!" Y dijo igualmente, poniendo los ojos en blanco: "¡La cera se ha derretido bajo la acción de la nieve; el camello ha comido carbón; el ratón ha devorado al gato!" Y añadió: "¡Yo, y solamente yo, voy a comerme el mundo entero!" Y continuó soltando de tal suerte, sin perder aliento, una porción de palabras sin orden ni concierto y sin ton ni son, hasta que la princesa quedó convencida de su locura.
Entonces, cuando ella hubo admirado la hermosura de él detenidamente, se emocionó su corazón y se turbó su espíritu, y dijo, llena de pena, encarándose con sus servidoras: "¡Ay! ¡qué lástima!" Y tras de pronunciar estas palabras se agitó y se tambaleó como un pollo medio muerto. Porque por primera vez entraba en su seno el amor y producía los efectos habituales.
Al cabo de algún tiempo pudo arrancarse a la contemplación del joven, y dijo tristemente a sus mujeres: "Ya veis que este joven está loco, pues tiene el espíritu habitado por los genn. Y ya sabéis que los locos de Alah son santos muy grandes, y que es tan grave faltar al respeto a los santos como dudar de la misma existencia de Alah o del origen divino del Korán. Hay que dejarle, pues, aquí en toda libertad, a fin de que viva a su gusto y haga lo que quiera. Y no pretenda nadie contrariarle o negarle cualquier cosa que anhele o pida". Luego se encaró con el joven, a quien tomaba por un santón, y le dijo, besándole la mano con religioso respeto: "¡Oh santón venerado! haznos la merced de elegir por morada este jardín y el pabellón que ves en este jardín, donde tendrás cuanto te sea necesario". Y el joven santón, que era el propio Diamante con sus mismos ojos, contestó, abriendo mucho los párpados: "¡Necesario! ¡necesario! ¡necesario!" Y añadió: "¡Nada! ¡nada! ¡nada!"
Entonces le dejó la princesa, tras de inclinarse ante él por última vez, y se marchó edificada y desolada, seguida de sus acompañantas y de la vieja nodriza.
Y, en consecuencia, el joven santón vióse desde entonces rodeado de toda clase de miramientos y cuidados. Y el pabellón que se le cedió para vivienda fué ataviado por las más abnegadas entre las esclavas de Mohra, y desde por la mañana hasta por la noche lo llenaban bandejas cargadas de manjares de todas clases y confituras de todos los colores. Y la santidad del joven sirvió de general edificación al palacio. Y rivalizaban en ir a cuál más pronto a barrer el suelo hollado por él y a recoger los restos de su comida o las recortaduras de sus uñas o cualquier otra cosa semejante para guardarla como amuleto.
Un día entre los días, la joven que se llamaba Rama de Coral, y que era la favorita de la princesa Mohra, entró en el aposento del joven santón, que estaba solo, y se acercó a él, muy palida y temblorosa de emoción, y abatió la cabeza ante sus plantas humildemente, y lanzando suspiros y gemidos le dijo: "¡Oh corona de mi cabeza! ¡oh dueño de las perfecciones! Alah el Altísimo, autor de la belleza que te distingue, hará más en favor tuyo por mediación mía, si accedes a ello. Mi corazón, que tiembla por ti, está entristecido y se derrite de amor como la cera, porque las flechas de tus miradas lo han atravesado y el dardo del amor lo ha penetrado. Dime, pues, por favor, quién eres y cómo has llegado a este jardín, con objeto de que, conociéndote mejor, pueda yo servirte más eficazmente". Pero Diamante, que temía algún ardid de la princesa Mohra, no se dejó conquistar por las frases suplicantes y las miradas apasionadas de la joven, y continuó expresándose como los que tienen realmente sometido el espíritu al poder de los genn. Y Rama de Coral, gemebunda y suspirante, continuó suplicando al joven y dando vueltas a su alrededor, cual la mariposa nocturna en torno de la llama. Y como él se abstenía siempre de responder concretamente, acabó ella por decirle: "¡Por Alah sobre ti y por el Profeta! ábreme los abanicos de tu corazón y aventa para acá tu secreto. Porque no cabe duda de que guardas un secreto. Y yo tengo un corazón que es un cofrecillo cuya llave se pierde cuando se cierra. ¡Date prisa, pues, en vista del amor por ti que hay ya en ese
cofrecillo, a decirme con toda confianza lo que indudablemente tienes que decirme!"
Cuando el príncipe Diamante hubo oído estas palabras de la encantadora Rama de Coral, quedó convencido de que en sus palabras se hacía sentir el olor del amor, y por tanto, no había ningún inconveniente en explicar la situación a aquella encantadora joven. La miró, pues, un momento sin hablar, luego sonrió, y abriendo los abanicos de su corazón, le dijo: "¡Oh encantadora! si llegué hasta aquí después de haber sufrido mil penalidades y de exponerme a grandes peligros, fué únicamente con la esperanza de contestar a la pregunta de la princesa Mohra, que dice así: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?" Por tanto, ¡oh compasiva! si sabes la verdadera respuesta que hay que dar a esta pregunta obscura, dímela, y la sensibilidad de mi corazón trabajará en favor tuyo .. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 908ª NOCHE
Ella dijo:
". . , y la sensibilidad de mi corazón trabajará en favor tuyo". Y añadió: "¡No lo dudes!" Y Rama de Coral contestó: "¡Oh joven insigne! claro que no dudo de la sensibilidad del gamo de tu corazón; pero si quieres que te responda con respecto a la pregunta obscura, prométeme por la verdad de nuestra fe que me tomarás por esposa y en tu reino me pondrás a la cabeza de todas las damas del palacio de tu padre". Y el príncipe Diamante cogió la mano de la joven y la besó y la puso sobre su corazón, prometiéndole los desposorios y el rango que pedía.
Cuando la joven Rama de Coral tuvo esta promesa y esta seguridad del príncipe Diamante, se tambaleó de satisfacción y de contento, y le dijo: "¡Oh capital de mi vida! has de saber que debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra está un negro sombrío. Y el tal negro ha venido a establecer allí su morada, ignorado por todos, excepto por la princesa, después de huir de su país, que es la ciudad de Wakak. Y precisamente ese negro calamitoso es quien ha incitado a nuestra princesa a formular pregunta tan obscura a los hijos de reyes. Por lo tanto, si quieres conocer la verdadera solución del problema es preciso que vayas a la ciudad de Wakak. Y de esta sola manera podrá descubrirse el secreto. ¡Y esto es cuanto sé acerca de la clase de relaciones que hay entre Piña y Ciprés! ¡Pero Alah es más sabio!"
Cuando el príncipe Diamante hubo oído estas palabras de boca de Rama de Coral, dijo para sí: "¡Oh corazón mío! conviene tener un poco de paciencia antes de que se haga para nosotros la claridad detrás de la cortina del misterio. Porque, por el pronto, ¡oh corazón mío! sin duda tendrás que experimentar en esta ciudad del negro, o sea en la ciudad de Wakak, muchas cosas enojosas que te pesarán". Luego se encaró con la joven, y le dijo: "¡Oh caritativa! en verdad que mientras no vaya a la ciudad de Wakak, que es la ciudad del negro, y no penetre el misterio de que se trata, me parecerá que me está prohibido el reposo. Pero si Alah me depara la seguridad y me hace obtener el resultado apetecido, cumpliré entonces tu deseo. Si no lo hago, consiento en no volver a levantar la cabeza hasta el día de la resurrección".
Y tras de hablar así, el príncipe Diamante se despidió de la suspirante, la gemebunda, la sollozante Rama de Coral, y con el corazón derretido, salió del jardín, sin ser visto, y se dirigió al khan en donde había dejado sus efectos de viaje, y montó en un caballo hermoso como un animal feérico, y salió al camino de Alah.
Pero como ignoraba hacia qué lado estaba situada la ciudad de Wakak, y el camino que había que tomar para llegar a ella, por dónde había de pasar para llegar a ella, empezó a girar la cabeza en busca de algún indicio que pudiera orientarle, cuando divisó a un derviche que iba en dirección suya, vestido con un traje verde y calzados los pies con babuchas de cuero amarillo limón, llevando un báculo en la mano, y semejante a Khizr el Guardián, de tan radiante como tenía el rostro y claro el espíritu ante las cosas. Y Diamante fué en busca de aquel derviche venerable, y le abordó con la zalema, apeándose del caballo. Y cuando le devolvió la zalema el derviche, le preguntó el príncipe: "¿Hacia qué lado ¡oh venerable! está situada la ciudad de Wakak, y a qué distancia se halla?" Y el derviche, tras de mirar atentamente al príncipe durante una hora de tiempo, le dijo: "¡Oh hijo de reyes! abstente de aventurarte en un camino sin salida y en una ruta espantosa. Renuncia a tan loco proyecto, y ocúpate en otra tarea, porque, aunque te pasaras toda la vida en busca de ese camino, no encontrarías ni vestigios de él. ¡Además, al querer ir a la ciudad de Wakak, entregas, al viento de la muerte, tu existencia y tu vida cara!" Pero el príncipe Diamante le dijo: "¡Oh respetable y venerado jeique! el asunto que me mueve es un asunto decisivo, y mi propósito es un propósito tan importante, que prefiero sacrificar mil vidas como la mía antes que renunciar a ello. Así, pues, si sabes algo referente a ese camino, sírveme de guía como Khizr el Guardián".
Cuando el derviche vió que Diamante en manera alguna desistía de su idea, no obstante los útiles consejos de todas clases que seguía dándole, le dijo: "¡Oh joven bendito! sabe que la ciudad de Wakak está situada en el centro de la montaña Kaf, allí donde los genn, los mareds y los efrits habitan por dentro y fuera. Y para llegar allá hay tres caminos: el de la derecha, el de la izquierda y el del medio; pero es preciso ir por el camino de la derecha, y no por el de la izquierda, como tampoco debe intentarse tomar el de en medio. Además, cuando hayas viajado un día y una noche, y aparezca la verdadera aurora, verás un minarete en el cual se encuentra una losa de mármol con una inscripción en caracteres kúficos. Hay que leer esa inscripción precisamente. ¡Y tendrás que ajustar tu conducta a esa lectura!"
Y el príncipe Diamante dió gracias al anciano y le besó la mano. Luego volvió a montar en su caballo y emprendió el camino de la derecha, que debía conducirle a la ciudad de Wakak.
Y anduvo por aquel camino un día y una noche, y llegó al pie del minarete que le indicó el derviche. Y vió que el minarete era tan grande como el firmamento cerúleo. Y estaba empotrada en él una losa de mármol grabada con caracteres kúficos. Y decían así los tales caracteres: "Los tres caminos que tienes ante ti ¡oh caminante! Conducen todos al país de Wakak. Si tomas el de la izquierda, experimentarás gran número de vejaciones. Si tomas el de la derecha, te arrepentirás. Si tomas el de en medio, te ocurrirá algo espantoso".
Cuando hubo descifrado esta inscripción y comprendido todo su alcance, el príncipe Diamante cogió un puñado de tierra, y echándola por la abertura de su traje, dijo: "¡Que yo me vea reducido a polvo, pero que llegue a la meta!" Y se acomodó de nuevo en la silla, y sin vacilar, tomó por el más peligroso de los tres caminos, el de en medio. Y anduvo por él resueltamente un día y una noche. Y a la mañana, se ofreció a su vista un ancho espacio que estaba cubierto de árboles con ramas que llegaban hasta el cielo. Y los árboles estaban dispuestos en hilera para servir de límite y abrigo contra el viento salvaje a un jardín verdeante. Y la puerta de aquel jardín aparecía cerrada por un bloque de granito. Y para guardar aquella puerta y aquel jardín había un negro cuyo rostro daba un tinte sombrío a todo el jardín y a quien robaba sus tinieblas la noche sin luna. Y aquel producto de brea era gigantesco. Su labio superior se alzaba muy por encima de sus narices, que tenían forma de berenjena, y el labio de abajo le caía hasta el cuello. Llevaba al pecho una muela de molino que le servía de escudo; y una espada de hierro chino iba sujeta a su cinturón, que lo constituía una cadena de hierro tan gorda, que por cada uno de sus anillos hubiera podido pasar con toda facilidad un elefante de guerra.
Y en aquel momento, el tal negro estaba echado cuán largo era sobre pieles de animales, y de su ancha boca abierta salían ronquidos hijos del trueno.
Y el príncipe Diamante echó pie a tierra sin conmoverse, ató la brida de su caballo a la cabecera del negro, y retirando la puerta de granito, entró en el jardín.
Y el aire de aquel jardín era tan excelente, que las ramas de los árboles se balanceaban como personas ebrias. Y debajo de los árboles pacían gamos grandes que llevaban sujetos a sus cuernos adornos de oro guarnecidos de pedrerías, cubriéndoles los lomos un ropaje bordado y llevando atados al cuello pañuelos de brocado. Y todos aquellos gamos, con sus patas delanteras y sus patas traseras, con sus ojos y sus cejas, se pusieron a hacer señas expresivas a Diamante para que no entrase. Pero Diamante, sin tener en cuenta sus advertencias, y antes bien, pensando que aquellos gamos sólo agitaban así sus ojos, sus cejas y sus extremidades para manifestarle el gusto que tenían en recibirle, empezó a circular tranquilamente por las avenidas de aquel jardín.
Y paseándose de tal modo, acabó por llegar a un palacio al que no habría igualado el del Kessra o el de Kaissar. Y la puerta de aquel palacio estaba entreabierta como el ojo del amante. Y por la abertura de aquella puerta se mostraba una cabeza encantadora de jovenzuela, que era feérica y que habría hecho retorcerse de envidia a la luna nueva. Y aquella cabecita, cuyos ojos avergonzarían a los del narciso, miraba a un lado y a otro, sonriendo.
Pero, en cuanto advirtió a Diamante, quedó estupefacta a la vez que rendida a su hermosura. Y permaneció algunos instantes en aquel estado; luego le devolvió la zalema, y le dijo: "¿Quién eres, ¡oh joven lleno de audacia! que te permites penetrar en este jardín donde ni los pájaros se atreven a agitar sus alas?"
Así habló a Diamante la joven, que se llamaba Latifa y era bella hasta constituir el alboroto del tiempo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 909ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Así habló a Diamante la joven, que se llamaba Latifa y era bella hasta constituir el alboroto del tiempo. Y Diamante se inclinó hasta besar la tierra entre sus manos, y tras de incorporarse luego, contestó: "¡Oh retoño del jardín de la perfección! ¡oh mi señora! ¡soy Fulano, hijo de Mengano, y he venido aquí para tal y cual cosa!" Y le contó su historia desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle. Pero no hay utilidad de repetirla.
Y Latifa, cuando oyó su historia, le cogió de la mano y le hizo sentarse al lado de ella en la alfombra tendida bajo la parra trepadora de la entrada. Luego, empleando palabras dulces, le dijo: "¡Oh ciprés ambulante del jardín de la belleza! ¡lástima de juventud la tuya!" Después dijo: "¡Qué malhadada idea tuviste! ¡qué proyecto tan difícil de ejecutar meditaste! ¡cuántos peligros corres!" Y aun dijo: "Hay que renunciar a eso, si en algo estimas tu alma cara. Y quédate aquí conmigo; a fin de que tu mano bendita acaricie el cuello de mi deseo. Porque la unión con una hermosa que tiene cara de hada, como yo, es más deseable que la busca de lo desconocido". Pero Diamante contestó: "Mientras no vaya a la ciudad de Wakak y no resuelva el problema que me trae, a saber: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?", me están prohibidos los placeres y la dicha. Pero cuando haya ejecutado mi proyecto, ¡oh encantadora! pondré el collar de la unión al cuello de tu deseo, casándome contigo". Y Latifa suspiró, diciendo: "¡Oh corazón abandonado! Luego hizo seña de que se acercaran a unas escanciadoras con mejillas de rosa. E hizo llegar a unas jóvenes cuya contemplación asombraba al sol y a la luna, y cuyos cabellos ondulados hacían experimentar una torsión involuntaria a los corazones de los amantes. Y circularon las copas de bienvenida para festejar al huésped encantador con música y cánticos. Y las delicias de las mujeres, unidas a las de la armonía, seducían y arrebataban los corazones, fuesen abiertos o cerrados.
Pero, cuando se vaciaron las copas, el príncipe Diamante se irguió sobre ambos pies para despedirse de la jovenzuela. Y le dijo, después de formularle sus votos y darle las gracias: "¡Oh princesa el mundo! tengo que despedirme de ti ahora; porque ya sabes que el camino que he de recorrer es largo, y si permaneciese un momento más, el fuego de tu amor prendería llamas en las mieses de mi alma. Pero si Alah quiere; cuando logre mi propósito volveré a cortar aquí las rosas del deseo y a apagar la sed de mi sediento corazón".
Cuando la jovenzuela vió que el príncipe Diamante, por quien se abrasaba, persistía en su resolución de abandonarla, se irguió también sobre ambos pies, y cogió un báculo en forma de serpiente, sobre el cual murmuró algunas palabras en una lengua incomprensible. Y de improviso lo enarboló y con él golpeó en el hombro al príncipe de modo tan violento, que le hizo girar sobre sí mismo por tres veces y caer a tierra para perder al punto su figura humana. Y se convirtió en un gamo entre los gamos.
Y en seguida Latifa hizo que le pusiesen en los cuernos adornos semejantes a los que llevaban los otros gamos, y le ató al pescuezo un pañuelo de seda bordada, y le soltó por el jardín, gritándole: "¡Vete con tus semejantes, ya que no has querido a una hermosa con cara de hada!" Y Diamante el gamo echó a andar con sus cuatro patas, animal por la forma, pero semejante a los hijos de Adán en cualidades interiores y en las sensaciones.
Y caminando así con sus cuatro patas por las avenidas donde erraban los demás animales metamorfoseados, Diamante el gamo se dedicó a reflexionar profundamente acerca de su nueva situación y del modo de recobrar su libertad y evadirse de las manos de aquella hechicera. Y vagando de tal suerte, llegó a un rincón del jardín en que la tapia era mucho más baja que en ningún sitio. Y tras de elevar su alma hacia el dueño de los destinos, tomó impulso y franqueó la tapia de un salto. Pero no tardó en advertir que seguía encontrándose en el mismo jardín, exactamente igual que si no hubiese franqueado la tapia; y entonces se convenció de que continuaban los efectos del encanto. Por otra parte, saltó la tapia de la propia manera siete veces seguida; pero sin mejor resultado, pues siempre se encontraba en el mismo sitio. Entonces llegó a los límites extremos su perplejidad, y el sudor de la impaciencia transpiró en sus cascos. Y dedicóse a ir y venir a lo largo de la tapia, como haría un león encerrado, hasta que se encontró frente a una abertura en forma de ventana abierta en la tapia y que había permanecido invisible a sus miradas. Y se deslizó por aquella abertura, y tras de mil trabajos se encontró fuera del recinto del jardín aquella vez.
Y fué a parar a un segundo jardín que perfumaba el cerebro con su buen olor. Y se le apareció un palacio al final de las avenidas de aquel jardín. Y en una ventana de aquel palacio vió una joven y encantadora cara con tiernos colores de tulipán, cuyas pupilas habrían dado envidia a la gacela de China. Sus cabellos, color de ámbar, habían retenido todos los rayos del sol, y su tez era de jazmín persa. Y la joven mantenía erguida la cabeza, y sonreía en dirección a Diamante.
Cuando Diamante el gamo estuvo muy próximo a su ventana, ella se levantó a toda prisa y bajó al jardín. Y arrancó algunos puñados de hierba, y como para atraerle e impedirle que huyera al acercársele, le tendió la hierba desde lejos muy cariñosamente, chasqueando la lengua. Y Diamante el gamo, que no esperaba otra cosa que ver cómo salía de aquel segundo paso, se acercó a la joven, acudiendo como los animales hambrientos. Y al punto la joven, que se llamaba Gamila, y que era hermana de padre de Latifa, pero no de la misma madre, cogió el cordón de seda que llevaba al cuello el príncipe gamo y lo utilizó de ronzal para conducirle al interior del palacio. Y se apresuró a ofrecerle frutas y refrescos exquisitos. Y bebió él hasta que estuvo harto.
Y hecho lo cual, inclinó la cabeza y la apoyó en el hombro de la joven, y se echó a llorar. Y Gamila, muy conmovida al ver que de tal suerte fluían lágrimas de los ojos de aquel gamo, le acarició delicadamente con su dulce mano. Y al sentir que le compadecía, el gamo humilló su cabeza a los pies de la joven, y lloró aún más. Y ella dijo: "¡Ob gamo mío querido! ¿por qué lloras? ¡te quiero más que a mí misma!" Pero él redobló en su llanto y lagrimeo, y restregó su cabeza contra los pies de la dulce y compasiva Gamila, que a la sazón comprendió, sin género de duda, que le suplicaba le devolviese su figura humana.
Entonces, aunque tenía mucho miedo a su hermana mayor, la maga Latifa, se levantó ella y cogió de un agujero del muro una cajita enriquecida con pedrerías. Y acto seguido hizo las abluciones rituales, se puso siete trajes de lino recién planchados y tomó de la cajita un poco del electuario que contenía. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 910ª NOCHE
Ella dijo:
.. Y acto seguido hizo las abluciones rituales, se puso siete trajes de lino recién planchados y tomó de la cajita un poco del electuario que contenía. Y dió de comer al gamo aquel electuario. Y en el mismo momento le tiró con fuerza del cordón mágico que le rodeaba el cuello. Y al punto el gamo dió una sacudida, y abandonando su forma de animal, recobró su apariencia de hijo de Adán.
Luego fué a besar la tierra entre las manos de la joven Gamila, y en acción de gracias, le dijo: "He aquí ¡oh princesa! que me has salvado de las garras de la desdicha y me has devuelto mi vida de ser humano. ¿Cómo podría, pues, mi lengua darte gracias con arreglo a tus méritos, cuando todos los pelos de mi cuerpo celebran con alabanzas tu benevolencia y tu generosidad, ¡oh bienhechora!?" Pero Gamila se apresuró a ayudarle a incorporarse, y después de ponerle vestiduras reales, le dijo: "¡Oh joven príncipe cuya blancura se manifiesta a través de tus vestidos y cuya belleza ilumina nuestra morada y este jardín! ¿quién eres y cuál es tu nombre? ¿Qué motivo nos hace el honor de tu venida y cómo has sido preso en las redes de mi hermana Latifa?"
Entonces el príncipe Diamante contó a su libertadora toda su historia. Y cuando hubo acabado de hablar él, le dijo ella: "¡Oh Diamante! renuncia, por favor, a la idea peligrosa y sin fruto que te asalta. y no expongas a los poderes desconocidos tu juventud encantadora y tu vida que tan preciosa es. Porque está fuera de toda sabiduría el exponerse a perecer sin motivo. Mejor será que te quedes aquí y llenes la copa de tu vida, con el vino de la voluptuosidad. ¡Porque aquí me tienes dispuesta a servirte conforme a tu deseo, y a poner tu bienestar por encima del mío, obedeciéndote como un niño a la voz de su madre!" Y Diamante contestó: "¡Oh princesa! el agradecimiento que hacia ti siento pesa tanto sobre las alas de mi alma, que sin tardanza debería hacer con mi piel sandalias y calzarlas en tus pequeños pies. Porque me has revestido con la vestidura de la forma humana, sacándome de mi piel de gamo y librándome de los artificios de la hechicería de tu hermana. Pero, hoy por hoy, si tu generosidad quiere llegar hasta mí, te suplico que me concedas sin tardanza licencia por algunos días, a fin de que consiga yo realizar mi deseo. Y cuando, merced a la seguridad que espero de Alah el Altísimo, regrese de la ciudad de Wakak, únicamente me ocuparé de darte gusto y de volver a ver tus pies mágicos. Y con ello no haré más que cumplir los deberes de un corazón que sabe el agradecimiento".
Cuando la joven vió que Diamante, a pesar de que ella seguía insistiendo para ablandarle, no accedía a lo que le proponía ella, y permanecía apegado a su idea desesperante, no pudo por menos de permitirle partir. Así es que, lanzando quejas, suspiros y gemidos, le dijo: "¡Oh ojos míos! ¡ya que nadie puede rehuir el destino que lleva atado al cuello, y puesto que tu destino es abandonarme a raíz de nuestro encuentro, quiero darte, para ayudarte en tu empresa, asegurar tu regreso y resguardar tu alma cara, tres cosas que me tocaron en herencia!" Y cogió un cajón que había en otro agujero del muro, lo abrió y sacó de él un arco de oro con sus flechas, una espada de acero chino y un puñal con el puño de jade, y se los entregó a Diamante, diciéndole: "Este arco y sus flechas han pertenecido al profeta Saleh (¡con él la plegaria y la paz!). Esta espada que es conocida bajo el nombre de Escorpión de Soleimán, es tan excelente que si se golpeara con ella una montaña la partiría como jabón. Y por último, este puñal, fabricado en otro tiempo por el sabio Tammuz, es inapreciable para quien lo posee, porque preserva de todo ataque la virtud oculta en su hoja". Luego añadió: "Sin embargo, ¡oh Diamante! no podrás llegar a la ciudad de Wakak, que está separada de nosotros por siete océanos, como no te ayude mi tío Al-Simurg. Por eso acerco mis labios a tu oído para que escuches bien las instrucciones que van a salir de ellos en tu honor". Y se calló un momento, y dijo: "Has de saber, en efecto, ¡oh amigo Diamante! que a una jornada de marcha de aquí hay una fuente; y muy cerca de esa fuente se encuentra el palacio de un rey negro llamado Tak-Tak. Y este palacio de Tak-Tak está guardado por cuarenta etíopes sanguinarios, cada uno de los cuales manda un ejército de cinco mil negros feroces. Pero el tal rey Tak-Tak, será benévolo contigo a causa de los objetos de que te hago entrega; e incluso se portará contigo muy amistosamente, aunque de ordinario acostumbra a mandar asar a los transeúntes del camino y a comérselos sin pan ni condimentos. Y permanecerás dos días en su compañía. Tras de lo cual hará que te acompañen al palacio de mi tío Al-Simurg, gracias al cual acaso puedas llegar a la ciudad de Wakak y resolver el problema de la clase de relaciones que hay entre Piña y Ciprés". Y como conclusión, dijo: "¡Sobre todo, oh Diamante, guárdate bien de desviarte ni en un pelo siquiera de lo que te digo!" Luego le besó, llorando, y le dijo: "Y ahora que a causa de tu ausencia mi vida se convierte en desdicha para mi corazón, hasta tu regreso no sonreiré más, no hablaré más y abriré sin cesar a mi espíritu la puerta de la tristeza. De mi corazón se elevarán suspiros constantemente, y ya no tendré noticias de mi cuerpo. Porque, sin fuerza y sin sostén interior, mi cuerpo no será en lo sucesivo más que el espejo de mi alma". Luego se puso a recitar estas estrofas:
;No rechaces mi corazón lejos de esos ojos de quienes está enamorado el narciso!
¡Oh abstemio! ¡no se deben desoír las quejas de los beodos, sino conducirlos de nuevo a la taberna!
¡Mi corazón no podrá librarse del ejército de tu bozo; y como una rosa rota, la abertura de mi traje no podrá zurcirse!
¡Oh tiránica belleza! ¡oh hermoso, moreno y encantador! ¡mi corazón yace a tus pies de jazmín!
¡Mi corazón de muchacha sencilla, en la tierna edad de la adolescencia, yace a los pies del raptor de corazones!
Después la joven dijo adiós a Diamante, invocando sobre él las bendiciones y deseándole la seguridad. Y se apresuró a entrar de nuevo en el palacio para ocultar las lágrimas que le cubrían el rostro.
En cuanto a Diamante, se marchó, montado en su caballo hermoso como un hijo de los genn, y prosiguió su camino, etapa tras de etapa, preguntando por la ciudad de Wakak.
Y cabalgando de este modo acabó por llegar sin contratiempo a una fuente. Aquella era precisamente la fuente de que le había hablado la joven. Y allí era donde se alzaba el castillo fortificado del rey de los negros, el terrible Tak-Tak. Y Diamante vió que, en efecto, las cercanías del castillo estaban guardadas por etíopes de diez codos de altos, con caras espantosas...
En este momento de su narración, 5chehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 911ª NOCHE
Ella dijo:
. . . el castillo fortificado del rey de los negros el terrible Tak-Tak. Y Diamante vió que, en efecto, las cercanías de aquel castillo estaban guardadas por etíopes de diez codos de alto, con caras espantosas. Y sin dejar que el temor invadiera su pecho, ató su caballo a un árbol que había junto a la fuente, y se sentó a la sombra para descansar. Y oyó que los negros decían entre sí: "Vaya, por fin, después de tanto tiempo, viene un ser humano a abastecernos de carne fresca. Apoderémonos de esa presa, a fin de que nuestro rey Tak-Tak se endulce con ella la boca y el paladar". Y acto seguido, diez o doce etíopes de los más feroces avanzaron hacia Diamante para apoderarse de él y presentárselo en el asador a su rey.
Cuando Diamante vió que su vida estaba realmente en peligro, sacó de su cinto la espada salomónica, y abalanzándose sobre sus agresores, expidió a gran número de ellos por la llanura de la muerte. Y cuando aquellos hijos del infierno llegaron a su destino, se enteró por correo de la noticia el rey Tak-Tak, quien, montando en roja cólera, envió al punto, para que se apoderase del audaz, al jefe de los negros, el embetunado Mak-Mak. Y el tal Mak-Mak, que era una calamidad reconocida, se puso a la cabeza del ejército de embetunados, cayendo como la irrupción de un enjambre de aberrojos. Y de sus ojos salía la muerte negra, buscando víctimas.
Al ver aquello, el príncipe Diamante se irguió sobre ambos pies, y le esperó, firme de piernas. Y silbando como una víbora cornuda, y mugiendo con sus anchas narices, el calamitoso Mak-Mak fué derecho a Diamante, blandiendo su maza destructora de cabezas, y la hizo voltear de tal manera, que retembló el aire. Pero, en aquel mismo momento, el bienamado Diamante alargó su brazo armado con el puñal de Tammuz, y rápido como el relámpago, clavó la hoja en el costado del gigante etíope, e hizo beber de un trago la muerte a aquel hijo de mil cornudos. Y al punto se acercó el ángel de la muerte a aquel maldito, llevándoselo a su última morada.
En cuanto a los negros del séquito de Mak-Mak, cuando vieron a su jefe caer al suelo más ancho que largo, echaron a correr y volaron como los pajarillos ante el Padre de pico gordo. Y Diamante les persiguió, y mató a los que mató.
Cuando el rey Tak-Tak se enteró de la derrota de Mak-Mak, la cólera invadió sus narices tan violentamente, que ya no pudo él distinguir su mano derecha de su mano izquierda. Y su estupidez le incitó a ir a atacar por sí mismo al jinete de los precipicios y barrancos, corona de los jinetes, a Diamante. Pero, a la vista del héroe rugiente, el hijo negro de la impúdica de nariz gorda sintió aflojársele los músculos, revolverse el saco del estómago y pasar sobre su cabeza el viento de la muerte. Y Diamante, tomándole de blanco, y disparando sobre él una de las flechas del profeta Saleh (¡con él la plegaria y la paz!), le hizo tragar el polvo de sus talones, y de una vez envió a un alma a habitar los lugares fúnebres donde se ha aposentado la Alimentadora de buitres.
Tras de lo cual Diamante hizo papilla a los negros que rodeaban a su rey muerto, y abrió un camino recto a su caballo por entre sus cuerpos sin alma. Y de tal suerte llegó vencedor a la puerta del palacio en que había reinado Tak-Tak. Y llamó en la puerta como un amo que llamara en su propia morada. Y la que salió a abrirle era una reina a quien había quitado su trono y su herencia aquel Tak-Tak de mal agüero. Y era una joven semejante a la gacela asustada, y cuya faz era tan picante, que derramaba sal sobre la herida del corazón de los amantes. Y si no había ido más allá para salir al encuentro de Diamante, en verdad que era porque la pesadez de las caderas que colgaban de su talle frágil se lo habían impedido, y porque su trasero, adornado de diversos hoyuelos, era tan notable y bendito, que no podía ella moverlo a su antojo, pues le temblaba su propio impulso, como la leche cuajada en la escudilla del beduíno y como la salsa de membrillo en medio de la bandeja perfumada con benjuí.
Y recibió a Diamante con efusiones propias de una cautiva para con su libertador. Y quiso hacerle sentar en el trono del rey difunto; pero Diamante se negó, y cogiéndole la mano, la invitó a subir por sí misma al trono que Tak-Tak arrebató a su padre. Y no le pidió nada a cambio de tantos beneficios. Entonces subyugada por su generosidad, ella le dijo: "¡Oh hermoso! ¿a qué religión perteneces para hacer así el bien sin esperanza de recompensa?" Y Diamante contestó: "¡Oh princesa! ¡mi fe es la fe del Islam, y su creencia es mi creencia!" Y ella le preguntó: "¿Y en qué consisten ¡oh mi señor! esa fe y esa creencia?" El contestó: "Consisten sencillamente en atestiguar la Unidad con la profesión de fe que nos ha sido revelada por nuestro Profeta (¡con El la plegaria y la paz!)" Y ella preguntó: "¿Y puedes hacerme la merced de revelarme a tu vez esa profesión de fe que torna tan perfectos a los hombres?" El dijo: "Consiste en estas únicas palabras: "No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el enviado de Alah!" Y quienquiera que la pronuncie con convicción, en aquella hora y en aquel instante queda ennoblecido con el Islam. ¡Y aunque sea el último de los descreídos, al punto se torna en igual del más noble de los musulmanes!" Y cuando hubo oído estas palabras, la princesa Aziza sintió que su corazón se conmovía con la verdadera fe; y levantó la mano espontáneamente, y llevando el índice a la altura de sus ojos, pronunció la schehada, y al punto se ennobleció con el Islam . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 912ª NOCHE
Ella dijo:
... levantó la mano espontáneamente, y llevando el índice a la altura de sus ojos, pronunció la schehada, y al punto se ennobleció con el Islam. Tras de lo cual dijo a Diamante: "¡Oh mi señor! ahora que me has hecho reina y que me veo iluminada en la vida de la rectitud, heme aquí entre tus manos dispuesta a servirte con mis ojos y a ser una esclava entre las esclavas de tu harén. ¿Quieres, pues, haciéndome favor con ello, aceptar por esposa a la reina de este país y vivir con ella en donde te plazca, llevándola de séquito en la aureola de tu belleza?" Y Diamante contestó: "¡Oh mi señora! tan querida eres para mí como mi propia vida; pero en este momento me requiere un asunto muy importante, por el cual abandoné padre, morada, reino y país. Y hasta puede que mi padre, el rey Schams-Schah, a la hora de ahora me llore como muerto o peor todavía. Y no obstante, es preciso que yo vaya adonde me espera mi destino, a la ciudad de Wakak. Y a mi vuelta, ¡inschalah! me casaré contigo, y te llevaré a mi país, y me refocilaré con tu belleza. Pero, por el momento, deseo saber de ti, si lo sabes, dónde se halla Al-Simurg, tío de la princesa Latifa. Porque sólo ese Al-Simurg podrá guiarme a la ciudad de Wakak. Pero ignoro su morada, no sé siquiera quién es, ni si es un genio o un ser humano. Así, pues, si tienes algunas referencias del tío de Gamila, el precioso Al-Simurg, date prisa a participármelas, a fin de que vaya yo en busca suya. Y eso es cuanto te pido por el momento, ya que deseas serme agradable".
Cuando la reina Aziza enteróse del proyecto de Diamante, se apenó en el corazón y se afligió en extremo. Pero al ver que ni sus lágrimas ni sus suspiros podían disuadir de su resolución al joven príncipe, se levantó de su trono, y cogiéndole de la mano, le condujo en silencio por las galerías del palacio y salió con él al jardín.
Y era un jardín semejante a aquel de quien Rizwán es el guardián alado. Un seto de rosas formaban las avenidas, y el céfiro, que pasaba por encima de aquellas rosas y parecía aventar almizcle, perfumaba el olfato y embalsamaba el cerebro. Allí entreabríase el tulipán embriagado con su propia sangre, y el ciprés se agitaba con todos sus susurros para alabar a su manera el canto cadencioso del ruiseñor. Allí corrían los arroyos como niños risueños, al pie de las rosas, que hacían rimar con ellos sus capullos. Y arrastrando tras ella sus pesados esplendores, a despecho de su talle frágil, que sucumbía bajo tan considerable carga, la princesa Aziza llegó de tal
modo con Diamante al pie de un árbol corpulento cuya generosa sombra protegía en aquel momento el sueño de un gigante. Y aproximó sus labios al oído de Diamante, y le dijo en voz baja: "Ese que ves aquí acostado es precisamente el que buscas, el tío de Gamila, Al-Simurg el Volador. Si, cuando salga él de su sueño, quiere tu suerte que abra el ojo derecho antes que el ojo izquierdo, es que le satisface verte, y comprendiendo por tus armas que te envía la hija de su hermano, hará por ti lo que le pidas. Pero si, por tu mala suerte y tu irremediable destino, es su ojo izquierdo el que primero se abra a la luz, estás perdido sin remedio; porque se apoderará de ti, a pesar de tu valentía, y alzándote del suelo con la fuerza de su brazo, te tendrá suspendido como el pajarillo en las garras del halcón, ¡y te estrellará contra el suelo, pulverizando tus huesos encantadores, ¡oh querido mío! y haciendo entrar en su anchura la longitud de tu cuerpo deseable!" Luego añadió: "¡Y ahora, que Alah te guarde y te conserve y te acelere tu regreso al lado de una enamorada a quien ya asaltan los sollozos por tu ausencia!"
Y le dejó para alejarse a toda prisa con los ojos llenos de lágrimas y las mejillas semejantes a flores de granado.
Y Diamante esperó, durante una hora de tiempo, a que el gigante Al-Simurg el Volador saliese de su ensueño. Y pensaba para su ánima: "¿Por qué se llamará el Volador este gigante? ¿Y cómo, siendo tan gigantesco, puede elevarse sin alas por el aire y moverse de otra manera que un elefante?" Luego, perdiendo la paciencia al ver que Al-Simurg continuaba roncando debajo del árbol con un ruido semejante precisamente al que produciría un rebaño de elefantes pequeños, se inclinó y le hizo cosquillas en la planta de los pies. Y con aquel contacto, el gigante se convulsionó de pronto y batió el aire con sus piernas, lanzando un cuesco espantoso. Y en el mismo momento abrió ambos ojos a la vez...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 913ª NOCHE
Ella dijo:
. . . se convulsionó de pronto y batió el aire con sus piernas, lanzando un cuesco. Y en el mismo momento abrió ambos ojos a la vez. Y vió al joven príncipe y comprendió que era el autor de la trastada hecha en su pie cosquilleado. Así es que, alzando la pierna, le soltó en pleno rostro una pedorrera que duró una hora de tiempo y que envenenaría a todos los seres animados en cuatro parasangas a la redonda. Y sólo gracias a la virtud que tenían las armas de que era portador, pudo Diamante escapar de aquel soplo infernal.
Y cuando el gigante Al-Simurg hubo agotado su provisión, se sentó sobre su trasero, y mirando al joven con estupefacción, le dijo: "¡Cómo! ¿Es que no te has muerto del efecto que produce mi trasero, ¡oh ser humano!?" Y así diciendo, le miró atentamente, y vió las armas de que era portador el joven. Entonces se irguió sobre ambos pies y se inclinó ante Diamante, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡dispensa mi comportamiento! Pero si hubieras hecho que algún esclavo me avisara de tu llegada, habría yo cubierto con mis propios pelos el suelo que tenías que pisar. Espero, pues, que no me guardarás rencor en tu corazón por lo que de mi parte ha sido involuntario y sin intención maligna. Así, pues, hazme el favor de decirme qué asunto tan importante es el que te ha impulsado a venir hasta este lugar, adonde no pueden llegar ni seres humanos ni animales. Apresúrate ya a explicármelo, a fin de que yo obre en favor tuyo, si es posible, y lleve a buen término tu empresa".
Y tras de manifestar a Al-Simurg su simpatía, Diamante le contó toda su historia, sin omitir un detalle. Luego le dijo: "Y he venido hasta ti ¡oh Padre de los Voladores! sólo para tener tu ayuda Y llegar hasta la ciudad de Wakak, surcando los océanos infranqueables".
Cuando Al-Simurg hubo oído el relato de Diamante, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, y contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos". Luego añadió: "Vamos a partir sin tardanza para la ciudad de Wakak; pero antes he de preparar mis provisiones de boca. Para lo cual, voy a cazar asnos salvajes de los que pueblan la selva, y me apoderaré de algunos para hacer kababs con su carne y odres con su pellejo. Y cuando ambos estemos provistos de cosas tan necesarias, tú te montarás a caballo en mis hombros, y echaré a volar contigo. Y así te pasaré por los siete océanos. Y cuando yo esté debilitado por la fatiga, me darás kababs y agua, hasta que lleguemos á la ciudad de Wakak".
Y de acuerdo con su discurso, al punto púsose a cazar, y cogió siete asnos salvajes, uno para la travesía de cada océano, e hizo los kababs y los odres consabidos. Luego volvió al lado de Diamante y le
hizo montar en sus hombros tras de llenar con los kababs de los asnos salvajes unas alforjas que se había pasado al cuello, tras de cargarse los siete odres llenos de agua de manantial.
Cuando Diamante se vió montado de tal modo a hombros del gigante Al-Simurg, dijo para sí: "¡Este gigante, que es mayor que un elefante, pretende volar conmigo sin alas por los aires! ¡Por Alah, que es cosa prodigiosa y de la que no oí hablar nunca!" Y mientras reflexionaba de este modo, oyó de pronto un ruido como el que produce el viento al pasar por el intersticio de una puerta, y vió que el vientre del gigante se inflaba a ojos vistas y alcanzaba en seguida las dimensiones de una cúpula. Y aquel ruido de viento a la sazón se hizo semejante al de un fuelle de herrero, a medida que se inflaba el vientre del gigante. Y de pronto Al-Simurg golpeó el suelo con el pie, y en un instante se remontó con su carga por encima del jardín. Luego continuó subiendo por el cielo, haciendo maniobrar sus piernas como un sapo en el agua. Y llegado que fué a una altura conveniente, tomó en línea recta hacia Occidente. Y cuando, a pesar suyo, sentía que no iba bien y estaba a más altura de la que deseaba, soltaba uno o dos o tres o cuatro cuescos de fuerza y duración variadas. Y cuando, por el contrario, a consecuencia de esta pérdida, se le desinflaba el vientre, aspiraba aire con todas sus aberturas superiores, o sea boca, nariz y oídos. Y al punto se remontaba por el cielo cerúleo, y seguía en línea recta con la rapidez del ave.
Y viajaron de tal suerte como pájaros, cerniéndose por encima de las aguas, y franqueando uno tras otro los océanos. Y cada vez que surcaban uno de los siete mares, bajaban a descansar un momento en tierra firme para comer kababs de asno salvaje y beber agua de los odres. Al propio tiempo, el gigante renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas para reponerse de las fatigas del viaje...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 914ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Al propio tiempo, el gigante renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas para reponerse de las fatigas del viaje. Y al cabo de siete días de travesía aérea, llegaron una mañana encima de una ciudad toda blanca que dormía en medio de sus jardines. Y el Volador dijo a Diamante: "En lo sucesivo serás un hijo para mí, y no me arrepiento de las fatigas que he soportado para traerte hasta aquí. Ahora voy a dejarte en la terraza más alta de esta ciudad, que es precisamente la ciudad de Wakak, y en la que sin duda hallarás la solución del problema que buscas y dice así: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?" Sí, ésta es la ciudad del negro sombrío que se encuentra debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra. Y aquí es donde podrás saber por qué ese negro es el padre de todo este asunto tan complicado". Y tras de hablar así descendió, desinflándose poco a poco, y depositó dulcemente y sin sacudidas al príncipe Diamante en la terraza consabida. Y al despedirse de él, le entregó un mechón de pelos de su barba diciéndole: "Guarda cuidadosamente estos pelos de mi barba y no te separes de ellos nunca. Y cuando estés apurado y tengas necesidad de mí para que te saque del apuro o para que te lleve al sitio donde te encontré, no tendrás más que quemar uno de estos pelos, y me verás sin tardanza ante ti". Y acto seguido volvió a inflarse y se remontó por los aires, bogando con soltura y rapidez en pos de su morada.
Y Diamante, sentado en aquella terraza, se puso a reflexionar en lo que tenía que hacer. Y se preguntaba cómo se arreglaría para bajar de aquella terraza sin ser notado por las gentes que habitaban la casa, cuando vió salir de la escalera y avanzar hacia él un joven de una belleza sin par y que era precisamente el dueño de aquella morada. Y el joven le abordó con la zalema, sonriéndole, y le deseó la bienvenida, diciendo: "¡Qué mañana tan luminosa la que trae para mí tu llegada a mi terraza, ¡oh el más hermoso de los humanos! ¿Eres un ángel, un genni o un ser humano?" Y Diamante contestó: "¡Oh caro jovenzuelo! soy un ser humano encantado de inaugurar este día con tu contemplación deliciosa. Y me hallo aquí porque me ha conducido mi destino. Y esto es cuanto puedo decirte acerca de mi presencia en tu morada bendita". Y tras de hablar así estrechó al jovenzuelo contra su pecho. Y se juraron ambos amistad. Y bajaron juntos a la sala de los amigos, y comieron y bebieron en compañía. ¡Loores al que une a dos seres hermosos y allana en su camino las dificultades y simplifica las complicaciones!
Cuando estuvo consolidada la amistad entre Diamante y el j ovenzuelo, que se llamaba Farah, y era precisamente el favorito del sultán de la ciudad de Wakak, Diamante le dijo: "¡Oh amigo mío Farah!, ya que eres tan querido del sultán y compañero íntimo suyo, en vista de lo cual no podrá permanecer oculto para ti ningún asunto de este reino, ¿puedes hacerme, en nombre de la amistad, un servicio que no te ocasionará ningún gasto?" Y contestó el joven Farah: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh amigo mío Diamante! Habla, y si es preciso que venda mi piel para hacerte sandalias con ella, me someteré con alegría y contento". Y entonces le dijo Diamante: "¿Puedes decirme sencillamente qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés? ¿Y puedes explicarme también por qué el negro sombrío está echado debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del rey Tammuz ben Qamús, señor de las comarcas de Sinn y de Masinn?"
Al oír esta pregunta de Diamante, al joven Farah se le demudó mucho el semblante y se le puso muy amarilla la tez y turbada la mirada. Y empezó a temblar como si estuviese delante del ángel Asrail. Y al verle en aquel estado, Diamante le prodigó las más dulces palabras para calmar su alma y lavarla del susto. Y el joven Farah acabó por decirle: "¡Oh Diamante! sabe que el rey ha ordenado se haga morir a todo habitante o a todo viajero que pronuncie el nombre de Ciprés o de Piña. Porque Ciprés es precisamente el nombre de nuestro rey y Piña es el de nuestra reina. Y he aquí todo lo que se acerca de tan temible cuestión.
En cuanto a la clase de relaciones que haya entre el rey Ciprés y la reina Piña, las ignoro, de la propia manera que mi lengua no puede decir nada respecto a lo que tenga que ver en tan peligroso asunto el negro consabido. Todo lo que puedo decirte para darte gusto ¡oh Diamante!, es que nadie más que el propio rey Ciprés conoce este secreto oculto. Y me ofrezco a conducirte a palacio y a ponerte en presencia del rey. Y no dejarás de entrar en su gracia, y acaso puedas desanudar directamente entonces tan difícil nudo".
Y Diamante dió las gracias a su amigo por aquella intervención, y convino con él respecto al día en que harían aquella visita al rey Ciprés. Y cuando llegó el momento esperado, fueron juntos a palacio; e iban cogidos de la mano, y parecían dos ángeles. Y el rey Ciprés se dilató y se holgó al ver entrar a Diamante. Y después de admirarle una hora de tiempo, le ordenó que se acercara. Y Diamante avanzó entre las manos del rey, y tras de los homenajes y deseos, le ofreció como presente una perla roja que llevaba colgada de un rosario de ámbar amarillo, tan preciosa, que no se hubiera podido pagar su valor con todo el reino de Wakak, y los reyes más poderosos no hubieran podido procurarse otra igual. Y Ciprés quedó muy contento, y aceptó el regalo, diciendo: "Lo admito de corazón". Luego añadió: "¡Oh jovenzuelo circundado de gracia! en justa correspondencia, puedes pedirme cualquier favor, que de antemano te está concedido". Y no bien oyó estas palabras que esperaba, contestó Diamante: "¡Oh rey del tiempo! ¡Alah me libre de pedir otro favor que el de ser tu esclavo! ¡Sin embargo, si quieres permitírmelo y consientes en dejar a salvo mi vida, te diré lo que llevo en el corazón!" Y añadió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 915ª NOCHE
Ella dijo:
"... te diré lo que llevo en el corazón!" Y añadió: "¡Oh mi señor! bien dichosos son los sordos y los ciegos por no estar expuestos a las calamidades, las cuales nos entran por los ojos y por los oídos. ¡Porque en mi caso fueron mis oídos los que atrajeron sobre mí la mala suerte! Porque ¡oh asilo del mundo! desde el día nefasto en que oí mencionar delante de mí lo que voy a contarte, ya no he tenido reposo ni sueño"Y le contó toda su historia con los menores detalles. Y no hay utilidad en repetirla. Luego añadió: "Y ahora que el Destino me ha gratificado con la vista de tu presencia luminosa, ¡oh rey del tiempo! y que quieres concederme, como favor insigne, la merced que me permites solicitarte, te pediré sencillamente que me digas exactamente qué clase de relaciones hay entre nuestro señor rey Ciprés y nuestra señora la reina Piña, y que me digas también qué tiene que ver en el asunto el negro sombrío que a la hora de ahora está tendido debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del del rey Tammuz ben Qamús, soberano de las comarcas de Sinn y de Massin".
Así habló Diamante al rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak. Y a medida que hablaba Diamante, el rey Ciprés cambiaba sensiblemente de color y de intenciones. Y cuando Diamante acabó su discurso Ciprés se había puesto como una llama; y en sus ojos ardía un incendio. Y en su pecho le roncaba el hervidero interior, de todo punto semejante al furor de la caldera en el brasero. Y permaneció un momento sin poder emitir sonidos. Y de improviso estalló, diciendo: "Mal hayas, ¡oh extranjero! ¡Por vida de mi cabeza, que si no fueras sagrado para mí después del juramento que hice de dejar a salvo tu vida, en este mismo instante te separaría del cuerpo la cabeza!" Y Diamante dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡perdona a tu esclavo su indiscreción! Pero la he cometido porque me lo permitiste. Y ahora, por mucho que digas, no puedes menos de ceder a mi demanda, después de tu promesa. Porque me has ordenado que formule un deseo entre tus manos, y lo único que me interesa es precisamente la cosa que sabes".
Y el rey Ciprés, al oír este discurso de Diamante, llegó al límite de la perplejidad y de la desesperación. Y tan pronto se inclinaba su alma a desear la muerte de Diamante como a mantener sus propios compromisos. Pero el primer deseo era mucho más violento. Sin embargo, consiguió dominarse temporalmente, y dijo a Diamante: "¡Oh hijo del rey Schams-Schah! ¿por qué quieres obligarme a echar inútilmente por el aire tu vida? ¿No te valdrá más que renuncies a la idea peligrosa que te preocupa, y que me pidas otra cosa en cambio, aunque sea la mitad de mi reino?" Pero Diamante insistió, diciendo: "Mi alma no anhela nada más, ¡oh rey Ciprés!" Entonces le dijo el rey: "No hay inconveniente en complacerte. ¡No obstante, ten presente que, cuando te haya revelado lo que quieres saber, haré que sin remisión te corten la cabeza!" Y Diamante dijo: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh rey del tiempo! ¡Cuando me haya enterado de la solución que anhelo, o sea de la clase de relaciones que hay entre nuestro señor el rey Ciprés y nuestra señora la reina Piña, y qué tiene que ver el negro con la princesa Mohra, haré mis abluciones y
moriré con la cabeza cortada!"
Entonces el rey Ciprés se mostró muy pesaroso, no solamente porque se veía obligado a revelar un secreto que estimaba más que su alma, sino a causa de la muerte segura de Diamante. Permaneció, pues, con la cabeza baja y la nariz alargada durante una hora de tiempo. Tras de lo cual hizo evacuar la sala del trono por los guardias, a los cuales dió, por señas, algunas órdenes. Y salieron los guardias, y volvieron al cabo de un momento, llevando atado con una correa de cuero rojo enriquecida de pedrerías a un hermoso perro lebrel de la especie de los lebreles de color castaño claro. Y luego extendieron ceremoniosamente un gran tapiz de brocado de forma cuadrada. Y el lebrel fué a sentarse en una esquina del tapiz, tras de lo cual entraron en la sala algunas esclavas, en medio de las cuales iba una maravillosa joven de cuerpo delicado, con las manos atadas a la espalda, bajo la mirada vigilante de doce etíopes sanguinarios. Y las esclavas hicieron sentarse a aquella joven en la esquina opuesta del tapiz, y pusieron delante de ella una bandeja con la cabeza de un negro. Y aquella cabeza estaba conservada en sal y hierbas aromáticas y parecía recién cortada. Después el rey hizo una nueva seña. Y al punto entró el cocinero mayor de palacio, seguido de portadores de toda clase de manjares agradables a la vista y al gusto; y colocó todos aquellos manjares en un mantel delante del perro lebrel. Y cuando el animal comió y se sació, colocaron las sobras en un plato sucio, de mala calidad, delante de la hermosa joven que tenía atadas las manos. Y ella se puso primero a llorar y luego a sonreír, y las lágrimas que caían de sus ojos se convertían en perlas, y las sonrisas de sus labios en rosas. Y los etíopes recogieron delicadamente las perlas y las rosas y se las dieron al rey.
Tras de lo cual el rey Ciprés dijo a Diamante: "¡Ha llegado el momento de tu muerte con el alfanje o con la cuerda!" Pero Diamante dijo: "Sí, ciertamente, ¡oh rey! pero no antes de que me expliques lo que acabo de ver. ¡Cuando lo hagas, moriré!"
Entonces el rey Ciprés recogió la orla de su traje real sobre su pie izquierdo, y apoyando la barba en la palma de su mano derecha, habló así:
"Has de saber, pues, ¡oh hijo del rey Schams-Schah! que la joven que estás viendo con las manos atadas a la espalda, y cuyas lágrimas y sonrisa son perlas y rosas, se llama Piña. Es mi esposa. Y yo, el rey Ciprés, soy señor de este país y de esta ciudad, que es la ciudad de Wakak...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 916ª NOCHE
Ella dijo:
"...Has de saber, pues, ¡oh hijo del rey Schams-Schah! que la joven que estás viendo con las manos atadas a la espalda, y cuyas lágrimas y sonrisas son perlas y rosas, se llama Piña. Es mi esposa. Y yo, el rey Ciprés, soy señor de este país y de
esta ciudad, que es la ciudad de Wakak.
"Un día entre los días de Alah, salí de mi ciudad para cazar, cuando he aquí que en la llanura me asaltó una sed ardiente. Y como una persona perdida en el desierto, iba yo de un lado a otro en busca de agua. Y tras de muchas penalidades y mucha ansiedad, acabé por descubrir una tenebrosa cisterna abierta por los pueblos antiguos. Y di gracias al Altísimo por aquel descubrimiento, aunque ya no tenía fuerzas ni para moverme. Sin embargo, cuando invoqué el nombre de Alah, conseguí tocar los bordes de aquella cisterna, a la que era difícil acercarse a causa de los desprendimientos de tierra y de las ruinas que la circundaban. Luego, sirviéndome de mi gorro como un cubo, y de mi turbante añadido a mi cinturón como de una cuerda, solté todo en la cisterna. Y ya se me refrescaba el corazón sólo con oír el ruido del agua contra mi gorro. Pero ¡ay! cuando quise tirar de la cuerda improvisada, no puede sacar nada. Porque mi gorro se había vuelto tan pesado como si contuviese todas las calamidades. Y me costó un trabajo infinito tratar de moverlo, sin conseguirlo. Y en el límite de la desesperación, y sin poder soportar la sed que me abrasaba, exclamé: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah! ¡Oh seres que habéis establecido vuestra residencia en esta cisterna! seáis genn o seres humanos, tened compasión de un pobre de Alah a quien hace agonizar la sed, y dejadme que saque el cubo. ¡Oh habitantes ilustres de este pozo! me falta e! aliento y se me detiene en la boca la respiración".
"Y me puse a proclamar de tal suerte mi tormento y a gemir mucho, hasta que al fin llegó desde el pozo a mi oído una voz que dejó oír estas palabras: "Más vale la vida que la muerte. ¡Oh servidor de Alah! si nos sacas de este pozo, te recompensaremos. ¡Más vale la vida que la muerte!"
"Entonces, olvidando por un instante mi sed, hice acopio de las energías que me quedaban, y sacando fuerzas de flaqueza, por fin logré extraer del pozo mi cubo con su carga. Y vi, agarradas con los dedos a mi gorro, dos viejísimas mujeres ciegas, con la espalda curvada como un arco, y tan delgadas, que habrían pasado por el ojo de una aguja de ensalmar. Se les hundían los párpados en la cabeza, tenían sin dientes las mandíbulas, su cabeza oscilaba lamentablemente, temblaban sus piernas, y tenían los cabellos tan blancos como algodón cardado. Y cuando, poseído de piedad y olvidando finalmente mi sed, les pregunté la causa de que habitaran en aquella antigua cisterna, ellas me dijeron: "¡Oh joven caritativo! en otro tiempo incurrimos en la cólera de nuestro señor, el rey de los genn de la Primera División, que nos privó de la vista e hizo que nos arrojaran en este pozo. Y henos aquí dispuestas, por gratitud, a hacer que obtengas cuanto puedas desear. Vamos a indicarte antes, empero, el modo de curarnos nuestra ceguera. Y una vez curadas, quedaremos obligadas por tus beneficios". Y prosiguieron en estos términos: "A poca distancia de aquí, en tal paraje, hay un río a cuyas orillas suele ir a pastar una vaca de tal color. Ve a buscar boñiga fresca de esa vaca, úntanos los ojos con ella, y en el mismo instante recobraremos la vista. Pero en el momento en que aparezca esa vaca tienes que ocultarte de ella, porque si te ve, no estercolará".
"Entonces yo, teniendo presente este discurso, me dirigí al río consabido, que no había visto en mis correrías anteriores, y llegué al paraje indicado, acurrucándome allí detrás de unas cañas. Y no tardé en ver salir del río una vaca blanca como la
plata. Y en cuanto estuvo al aire, estercoló abundantemente, poniéndose después a
pacer hierba. Tras de lo cual volvió a entrar en el río y desapareció.
"En seguida me levanté de mi escondrijo y recogí la boñiga de la vaca blanca, y regresé a la cisterna. Y apliqué aquella boñiga en los ojos de las viejas, y al punto se tornaron clarividentes y miraron a todos lados.
"Entonces me besaron las manos, y me dijeron: "¡Oh señor nuestro! ¿quieres riqueza, salud o una partícula de belleza? Y contesté sin vacilar: "¡Oh tías mías! Alah el Generoso me ha otorgado riqueza y salud. ¡En cuanto a la belleza, jamás se tiene entre las manos lo bastante para satisfacer al corazón! ¡Dadme esa partícula de que habláis!" Y me dijeron: "¡Por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos! te daremos esa partícula de belleza. Es la propia hija de nuestro rey. Se asemeja a la risueña hoja del jardín, y ella misma es una rosa, cultivada o salvaje. Son lánguidos sus ojos como los de una persona ebria, y uno de sus besos calma mil penas de las más negras. En cuanto a su belleza general, domina al sol, abrasa a la luna y hace desfallecer a los corazones todos, y sus padres, que la quieren extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e inauguran todas sus jornadas admirando la hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene oculto, te pertenecerá; y disfrutarás de ella; y viceversa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 917ª NOCHE
Ella dijo:
". . . sus padres, que la quieren extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e inauguran todas sus jornadas admirando la hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene oculto, te pertenecerá; y disfrutarás de ella; y viceversa. Vamos, pues, a conducirte al lado suyo, y haréis ambos lo que tengáis que hacer. Pero ten cuidado de que no te vean sus padres, sobre todo cuando estéis enlazados; porque te arrojarían vivo al fuego. Sin embargo, el mal no sería irremediable, porque estaremos allí siempre para velar por ti y salvarte de la muerte. Y todo saldrá bien, porque iremos a buscarte en secreto, y te untaremos el cuerpo con aceite de la serpiente faraónica, de modo que, aunque estuvieras mil años en la hoguera o en la horca, no experimentaría tu cuerpo el menor daño, y el fuego resultaría para ti un baño tan fresco cual los manantiales del jardín de Irem".
"Y tras de prevenirme así de cuanto debía sucederme, y tranquilizándome de antemano por el resultado de la aventura, las dos viejas me transportaron, con una rapidez que me dejó atónito, al palacio consabido, que era el del rey de los genn de la Primera División. Y creí verme de repente en el paraíso sublime. Y en la sala retirada donde me introdujeron, vi a la que me había deparado mi destino, una joven iluminada por su propia belleza, y acostada en su lecho, apoyando la cabeza en una almohada encantadora. Y en verdad que el resplandor de sus mejillas avergonzaba al mismo sol; y mirándola demasiado tiempo, se os lavarían las manos de la razón y de la vida. Y en seguida la flecha penetrante del deseo por unirme a ella entró profundamente en mi corazón. Y permanecí en su presencia, con la boca abierta, en tanto que el niño que me tocó en herencia se conmovía considerablemente y pretendía nada menos que salir a tomar el aire.
"Al ver aquello, la joven lunar frunció las cejas, como si la moviese un sentimiento de pudor, a la vez que su mirada llena de malicia daba su consentimiento. Y me dijo con un tono que quería hacer iracundo: "¡Oh ser humano! ¿de dónde has venido y hasta dónde llega tu audacia? ¿Es que no temes lavarte de tu propia vida s las manos?" Y comprendiendo los verdaderos sentimientos que la animaban con respecto a mí contesté: "¡Oh mi deliciosa señora! ¿qué vida es preferible en este instante en que mi alma goza contemplándote? ¡Por Alah! estás escrita en mi destino, y he venido aquí precisamente por obedecer a mi destino. Te suplico, pues, por los diamantes de tus ojos, que no perdamos en palabras sin objeto un tiempo que se podría emplear de manera útil".
"Entonces la joven abandonó de pronto su postura displicente, y corrió a mí, cual movida de un deseo irresistible, y me tomó en sus brazos, y me estrechó contra ella con calor, y se puso muy pálida y cayó desvanecida en mis brazos. Y no tardó en moverse, jadeando y estremeciéndose, de modo y manera que, sin interrupción, entró el niño en su cuna, sin gritos ni sufrimientos, igual que el pez en el agua. Y mi espíritu conmovido, libre de inconvenientes de los celos, ya sólo se preocupó del goce puro y sin trabas. Y nos pasamos todo el día y toda la noche sin hablar, ni comer, ni beber, haciendo contorsiones de piernas y de riñones y todo lo consiguiente respecto a movimientos de avance y retroceso. Y el cordero corneador no perdonó a aquella oveja batalladora, y sus sacudidas eran las de un verdadero padre de cuello gordo, y la confitura que le sirvió era una confitura de nervio gordo, y el padre de la blancura no fué inferior a la herramienta prodigiosa, y la carne dulce fué la ración del asaltante tuerto, y el mulo terco fué domado por el báculo del derviche, y el estornino mudo se acordó con el ruiseñor modulador, y el conejo sin orejas marchó a compás con el gallo sin voz, y el músculo caprichoso hizo moverse a la lengua silenciosa, y en una palabra, se arrebató lo que había que arrebatar, y se redujo lo que había que reducir; y no cesamos en nuestra tarea hasta la aparición de la mañana, en que nos interrumpimos para recitar la plegaria e ir al baño.
"Y de tal modo nos pasamos un mes, sin que nadie sospechara mi presencia en el palacio ni la vida extraordinaria que llevábamos, toda llena de copulaciones sin palabras y de otras cosas semejantes. Y habría sido completa mi alegría, a no ser por la aprensión que no cesaba de sentir mi amiga, temerosa de ver nuestro secreto descubierto por su padre y su madre, aprensión tan viva, en verdad, que partía el corazón.
"Y he aquí que no dejó de llegar el tan temido día. Porque una mañana el padre de la joven, al despertarse, fué al aposento de su hija, y observó que su belleza lunar y su lozanía había disminuido y que una especie de fatiga profunda alteraba sus facciones y las velaba de palidez. Y al instante llamó a la madre y le dijo: "¿Por qué ha cambiado el color del rostro de nuestra hija? ¿No ves que el viento funesto de otoño ha marchitado las rosas de sus mejillas?" Y la madre miró durante largo rato en silencio y con aire suspicaz a su hija, que dormía apaciblemente, y sin pronunciar palabra se acercó a ella, le levantó con un movimiento brusco la camisa, y con los dedos de la mano izquierda separó las dos mitades encantadoras de
cierta parte inferior de su hija. Y con sus ojos vió lo que vió, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel conejo color de jazmín...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 918ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y con sus ojos vió lo que vió, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel conejo color de jazmín. Y al comprobar aquello, casi se desmayó de emoción, y exclamó: "¡Oh su pudor y su honor saqueados! ¡Qué hija tan desvergonzada y tan tranquila! ¡Qué manchas tan indelebles sobre el vestido de su castidad!" Luego la sacudió furiosamente y la desperto, gritándole: "¡Si no dices la verdad, ¡oh perra! te haré probar la muerte roja!"
"Y la joven, despertando sobresaltada con aquello, y al ver a su madre, con la nariz llena de cólera negra contra ella, sospechó lo que ocurría y comprendió vagamente que había llegado el momento grave. Así es que no trató de negar lo que era innegable, ni de confesar lo que era inconfesable, sino que tomó el partido de bajar la cabeza y los párpados y de guardar silencio. Y de cuando en cuando, abrumada por la ola de palabras tempestuosas lanzadas por su madre, se contentaba con alzar los párpados un instante para bajarlos en seguida sobre sus ojos asombrados. En cuanto a responder de una manera o de otra, se guardó mucho de hacerlo. Y cuando, a vuelta de preguntas, amenazas y ruidos tormentosos, sintió la madre que se le atropellaba la voz y su garganta se negaba a emitir sonidos, dejó allí a su hija y salió alborotada a dar orden de que hicieran pesquisas por todo el palacio para encontrar al perpetrador del estrago. Y no tardaron en encontrarme, pues se hicieron las pesquisas; siguiéndome la pista por mi olor de ser humano, perceptible para el olfato de ellos.
"Y por consiguiente se apoderaron de mí y me hicieron salir del harén y del palacio; y acumulando una enorme cantidad de leña, me desnudaron y se dispusieron a arrojarme a la pira. Y en aquel preciso momento las dos viejas de la cisterna se acercaron a mí, y dijeron a los guardias: "Vamos a verter sobre el cuerpo de este ser humano malhechor esta zafra de aceite de quemar, a fin de que el fuego lama mejor sus miembros y nos libre más pronto de su presencia de mal agüero". Y los guardias no pusieron ningún inconveniente, sino al contrario. Entonces las dos viejas me vertieron sobre el cuerpo una zafra llena de aceite salomonico, cuyas virtudes me habían explicado, y me frotaron con él todos los miembros, sin omitir una partícula de mi persona. Tras de lo cual los guardias me colocaron en medio de la inmensa hoguera, a la que prendieron fuego. Y a los pocos instantes me rodearon las llamas furiosas. Pero las lenguas rojas que me lamían eran para mí más dulces y más frescas que la caricia del agua en los jardines del Irem. Y permanecía desde por la mañana hasta por la noche en medio de aquella hornaza, tan intacto como el día que salí del vientre de mi madre.
"Y he aquí que los genn de la Primera División, que atizaban el fuego donde me creían en estado de osamenta, preguntaron a su señor qué tenían que hacer con mis cenizas. Y el rey les ordenó que recogieran las cenizas y las arrojaran de nuevo al fuego. Y la reina añadió: "¡Pero antes os mearéis todos encima!". Y cumpliendo esta orden, los servidores genn apagaron el fuego para recoger mis cenizas y mearse encima. Y me encontraron sonriente e intacto, en el estado que ya he dicho.
"Al ver aquello, el rey y la reina de los genn de la Primera División no dudaron de mi poder. Y reflexionaron con su espíritu, y opinaron que tenía el deber de respetar en lo sucesivo a un personaje tan eminente. Y les pareció conveniente casar a su hija conmigo. Y fueron a darme la mano, y se excusaron por su conducta para conmigo, y me trataron con mucho honor y cordialidad. Y cuando les revelé que era hijo del rey de Wakak, se regocijaron hasta el límite del regocijo, bendiciendo la suerte que unía a su hija con el más noble de los hijos de Adán. Y celebraron con pompa y ostentación mi matrimonio con aquella hermosa de cuerpo de rosa.
"Y cuando, al cabo de algunos días, experimenté el deseo de volver a mi reino, pedí permiso para hacerlo a mi tío, padre de mi esposa. Y aunque para ellos era doloroso separarse de su hija, no quisieron oponerse a mi deseo. Y mandaron prepararnos un carro de oro, al que uncieron seis pares de genn aéreos, y me dieron, en calidad de regalos, un número considerable de joyas y gemas espléndidas. Y después de los adioses y los votos, en un abrir y cerrar de ojos fuimos transportados a la ciudad de Wakak, mi ciudad.
"Has de saber ahora ¡oh joven! que esta adolescente que ves delante de ti, con las manos atadas a la espalda, es la hija de mi tío, el rey de los genn de la Primera División. Ella precisamente es mi esposa, y se llama Piña. Y de ella se ha tratado hasta el presente, y a ella también he de referirme en lo que ahora voy a contarte.
"En efecto, una noche, algún tiempo después de mi regreso, estaba yo dormido al lado de mi esposa Piña. Y a causa del calor, que era grande, me desperté, contra mi costumbre, y observé que, a pesar de la temperatura de aquella noche sofocante, los pies y las manos de Piña estaban más fríos que la nieve. Y me extrañó aquel frío singular, y creyendo en alguna dolencia profunda de mi esposa, la desperté dulcemente y le dije: "¡Encantadora mía, tu cuerpo está helado! ¿Sufres o no sientes nada?". Y ella me contestó con acento indiferente: "No es nada. Hace un rato satisfice una necesidad, y a causa de la ablución que hice luego se me han puesto fríos los pies y las manos". Y yo creí que su discurso era verídico, y me volví a acostar sin decir palabra.
"Pero, algunos días después, ocurrió otra vez lo mismo, y mi esposa, interrogada por mí, me dió la misma contestación. Aquella vez, sin embargo, no me quedé satisfecho, y en mi espíritu penetraron confusamente vagas sospechas. Y estuve inquieto desde entonces. No obstante, guardé aquellas sospechas en el cofrecillo de mi corazón, y puse la cerradura del silencio a la puerta de mi lengua...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 919ª NOCHE
Ella dijo:
". . . No obstante, guardé aquellas sospechas en el cofrecillo de mi corazón, y puse la cerradura del silencio a la puerta de mi lengua. Y por intentar una distracción de mi inquietud, fui a mis cuadras a mirar mis hermosos caballos. Y vi que los caballos que tenía reservados para mi uso personal a causa de su velocidad, que superaba a la del viento, estaban tan delgados y extenuados que los huesos se les clavaban en la piel, y tenían desollado el lomo por varios sitios. Y sin enterarme de nada más, hice ir a mi presencia a los palafreneros, y les dije: "¡Oh hijos de perro! ¿qué es esto? ¿Y a qué obedece esto?". Y se prosternaron con la faz contra el suelo ante mi ira, y uno de ellos levantó un poco la cabeza, temblando, y me dijo: "¡Oh señor nuestro! si me haces gracia de la vida, te diré una cosa en secreto". Y le tiré el pañuelo de la seguridad, diciéndole: "¡Dime la verdad, y no me ocultes nada, porque, si no, te espera el palo!". Entonces dijo él: "Sabe ¡oh señor nuestro! que todas las noches sin falta nuestra señora la reina, vestida con sus trajes reales, adornada con sus atavíos y sus joyas, semejantes a Balkis con sus preseas, viene a la cuadra, escoge uno de los caballos particulares de nuestro amo, lo monta, y va a pasearse. Y cuando regresa, al terminar la noche, el caballo no vale para nada, y cae al suelo, extenuado. ¡Y ya hace mucho tiempo que dura este estado de cosas, del que no nos hemos atrevido nunca a avisar a nuestro señor el sultán!"
"Al enterarme de aquellos detalles tan extraños, se me turbó el corazón, y mi inquietud se hizo tumultuosa, y en mi espíritu arraigaron profundamente las sospechas. Y de tal suerte transcurrió para mi la jornada, sin que tuviese yo un momento de calma para ocuparme de los asuntos del reino. Y esperé la noche con una impaciencia que distendía mis piernas y mis brazos a pesar mío. Así es que cuando llegó la hora de la noche en que de ordinario iba yo en busca de mi esposa, entré en su aposento y la encontré desnuda ya y estirando los brazos. Y me dijo: "Estoy muy cansada y sólo tengo ganas de acostarme. Mira cómo se abate el sueño sobre mis ojos. ¡Ah, durmamos!" Y yo, por mi parte, supe disimular mi agitación interna, y fingiendo estar más extenuado todavía que ella, me eché a su lado, y aunque estaba muy despierto, me puse a respirar roncando, como los que duermen en la taberna.
"Entonces esta mujer de mala fortuna se levantó como un gato, y aproximó a mis labios una taza cuyo contenido hubo de verter en mi boca. Y tuve fuerza de voluntad para no traicionarme; pero, volviéndome un poco hacia la pared, como si continuase durmiendo, escupí sin ruido en la almohada el bang líquido que me había dado. Y sin dudar del efecto del bang, no tuvo ella cuidado para ir y venir por la habitación, y lavarse y arreglarse, ponerse kohl en los ojos, y nardo en los cabellos, y surma indio en los ojos, y missi también indio en los dientes, y perfumarse con esencia volátil de rosas y cubrirse de alhajas, y echar a andar como si estuviera borracha.
"Entonces, esperando a que hubiese salido ella, me levanté de mi lecho, y echándome sobre los hombros una abaya con capucha, la seguí a pasos recatados, con los pies descalzos. Y la vi dirigirse a las cuadras, y escoger un caballo tan hermoso y tan ligero como el de Schirin. Y montó en él, y se marchó. Y quise montar también a caballo para seguirla; pero pensé que el ruido de los cascos llegaría a oídos de aquella esposa desvergonzada, y quedaría advertida de lo que debía permanecer oculto para ella. Así es que, apretándome el cinturón a la manera de los sais y de los mensajeros, eché a correr sigilosamente detrás del caballo de mi esposa, agitando mis piernas con rapidez. Y si tropezaba, me levantaba; y si caía, me levantaba también, sin perder ánimos. Y de tal modo continué mi carrera, lastimándome los pies con los guijarros del camino.
"Y has de saber joh joven! que, sin que yo hubiese pensado en darle orden de seguirme, este perro lebrel que está de pie delante de ti, con el cuello adornado por un collar de oro, había salido detrás de mí y corría fielmente, sin ladrar.
"Y al cabo de aquella carrera sin tregua, mi esposa llegó a una llanura desolada donde no había más que una sola casa, baja y constiuída con barro, que estaba habitada por negros. Y se apeó del caballo y entró en la casa de los negros. Y quise penetrar detrás de ella; pero se cerró la puerta antes de que yo hubiese llegado al umbral, y me contenté con mirar por un tragaluz para ver si me enteraba de la cosa.
"Y he aquí que los negros, que eran siete, semejantes a búfalos, acogieron a mi esposa con injurias espantosas, y se apoderaron de ella, y la tiraron al suelo, y la pisotearon, golpeándola tanto, que la creí ya con los huesos molidos y el alma expirante. Pero, lejos de mostrarse dolida por aquel trato feroz del que hasta hoy tienen señales sus hombros, su vientre y su espalda, ella se limitaba a decir a los negros: "¡Oh queridos míos! por el ardor de mi amor hacia vosotros, os juro que he venido un poco retrasada esta noche sólo porque mi esposo el rey, ese sarnoso, ese trasero infame, ha estado despierto hasta después de su hora habitual. De no ser así, ¿hubiera yo esperado tanto tiempo para venir y hacer disfrutar a mi alma con la bebida de nuestra unión?".
Y al ver aquello, no sabía yo dónde estaba ya, ni si era presa de un sueño horrible. Y pensé para mi ánima: "¡Ya Alah! ¡jamás he pegado a Piña, ni siquiera con una rosa! ¿Cómo se explica, pues, que soporte semejantes golpes sin morir?" Y mientras yo reflexionaba así, vi que los negros, apaciguados por las excusas de mi esposa, la desnudaron por completo, desgarrándole sus trajes reales, y le arrancaron las alhajas y sus adornos, precipitándose después todos sobre ella, como un solo hombre, para asaltarla por todos lados a la vez. Y a estas violencias respondía ella con suspiros de contento, ojos en blanco y jadeos.
"Entonces, sin poder soportar por más tiempo aquel espectáculo, me precipité por el tragaluz en medio de la sala, y cogiendo una maza entre las mazas que había allí me aproveché de la estupefacción de los negros, que creían que había bajado entre ellos algún genni, para arrojarme sobre ellos y matarlos a golpazos asestados en sus cabezas. Y de tal suerte desenlacé de mi esposa a cinco de ellos, y los precipité en el infierno derecho. Viendo lo cual, los otros dos negros que quedaban se desenlazaron de mi esposa por sí mismos y buscaron su salvación en la fuga. Pero conseguí atrapar a uno, y de un golpe le tendí a mis pies; y como solamente estaba aturdido cogí una cuerda y quise atarle las manos y los pies. Y cuando me inclinaba, mi esposa acudió de pronto por detrás, y me empujó con tanta fuerza, que di de bruces en el suelo. Entonces el negro aprovechó la ocasión para levantarse y echarse encima de mi pecho. Y ya levantaba su maza para terminar conmigo de una vez, cuando mi fiel perro, este lebrel de color castaño claro, le saltó a la garganta y le derribó, rodando por el suelo con él. Y al punto aproveché aquel instante favorable para caer sobre mi adversario y agarrotarle brazos y piernas. Luego le tocó el turno a Piña, a la cual até, sin pronunciar palabra, mientras me salían chispas de los ojos.
"Hecho esto, arrastré al negro fuera de la casa y lo até a la cola de mi caballo. Después cogí a mi esposa y la puse atravesada en la silla, como un fardo, delante de mí. Y seguido de mi perro lebrel, que me había salvado la vida, regresé a mi palacio, en donde, con mi propia mano, corté la cabeza al negro, cuyo cuerpo, arrastrado a lo largo de la ruta, no era ya más que un pingajo jadeante, y di a comer su carne a mi perro. E hice salar aquella cabeza, que precisamente es la que aquí estás viendo en esa bandeja que tiene delante Piña. E infligí por todo castigo a esa desvergonzada esposa mía la contemplación diaria de la cabeza cortada de su amante negro. Y he aquí lo referente a ellos dos.
"Pero, volviendo al séptimo negro, que logró ponerse en fuga, no cesó de correr hasta que hubo llegado a las comarcas de Sinn y de Massin, donde reina el rey Tammuz ben Qamús. Y tras de una serie de maquinaciones, el negro consiguió ocultarse debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del rey Tammuz. Y al presente es su consejero íntimo. Y en el palacio nadie conoce su presencia debajo del lecho de la princesa.
"¡Y he aquí ¡oh joven! la historia de cuanto me ocurrió con Piña! Y eso es lo referente al negro sombrío que a la hora de ahora está debajo del lecho de marfil de la hija del rey de Sinn y de Massin, Mohra, la matadora de tantos jóvenes reales".
Así habló el rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak, al joven príncipe Diamante. Luego añadió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 920ª NOCHE
Ella dijo:
. ..Así habló el rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak, al joven príncipe Diamante. Luego añadió: "¡Y ahora que has oído lo que no sabe ningún ser humano, pon la cabeza que ya no te pertenece, y lava de la vida tus manos!".
Pero Diamante contestó: "¡Oh rey del tiempo! sé que mi cabeza se halla entre tus
manos, y estoy dispuesto a separarme de ella sin excesiva pena. ¡No obstante, hasta el presente no está suficientemente esclarecido para mi espíritu el punto más importante de esa historia, pues todavía no sé por qué el séptimo negro ha ido a refugiarse precisamente debajo del lecho de la princesa Mohra, y no en otro lugar de la tierra, y sobre todo, ignoro cómo ha consentido esa princesa en tenerle en su morada! Entérame, por tanto, de cómo ha pasado la cosa; y una vez enterado, haré mis abluciones y moriré".
Cuando el rey Ciprés oyó estas palabras de Diamante, quedóse prodigiosamente sorprendido. Porque no se esperaba semejante pregunta ni, por cierto, había tenido nunca la curiosidad de saber por sí mismo los detalles que pedía Diamante. Pero, no queriendo aparecer ignorante de tan importante cuestión, dijo al joven príncipe: "¡Oh viajero! lo que preguntas pertenece al dominio de los secretos de Estado, y si yo accediera a revelártelo, atraería sobre mi cabeza y sobre mi reino las peores calamidades. ¡Por eso prefiero hacerte gracia de la vida y de tu cabeza y perdonarte tu indiscreción! ¡Date prisa, pues, a salir de palacio, antes de que me retracte de mi decisión de dejarte marchar en libertad!".
Y Diamante, que no esperaba salvarse a tan poca costa, besó la tierra entre las manos del rey Ciprés, e instruido para en lo sucesivo de lo que tanto ansiaba conocer, salió del palacio dando gracias a Alah, que le había deparado la seguridad. Y fué a despedirse de su joven amigo, el hermoso Farah, que derramó lágrimas por su marcha. Luego subió a la terraza y quemó uno de los pelos de Al-Simurg. Y al punto apareció ante él el Volador, precedido de una ráfaga tempestuosa. Y cuando se informó de su deseo, le tomó a hombros, le hizo atravesar los siete océanos y le llevó a su habitación, cordial y amablemente. Y le hizo descansar en ella unos días. Tras de lo cual lo transportó al lado de la deliciosa reina Aziza, en medio de las rosas y sus capullos. Y el joven vió que la deliciosa Aziza, lloraba su ausencia y suspiraba por su vuelta, con las mejillas semejantes a la flor del granado. Y al verle entrar acompañado de Al-Simurg el Volador, desfalleció su corazón, y se levantó temblorosa como la corza a quien se parecía. Y Al-Simurg e! Volador, para no importunarlos, salió de la casa y los dejó reunirse con libertad. Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, los encontró enlazados todavía, esplendores sobre esplendores.
Y Diamante, que ya tenía sus proyectos, dijo a Al-Simurg: "¡Oh bienhechor nuestro! ¡oh padre de los gigantes y corona suya! ¡ahora deseo de ti que nos transportes a casa de tu sobrina la encantadora Gamila, que me espera en las ascuas enrojecidas del deseo!". Y el excelente Al-Simurg los tomó a ambos, en un hombro a cada uno, y en un abrir y cerrar de ojos los transportó al lado de la gentil Gamila, a quien encontraron sumida en la tristeza, sin tener noticias de su cuerpo, y dedicada a suspirar estas estrofas:
¡No rechaces mi corazón lejos de esos ojos, de quienes está enamorado el narciso!
¡Oh abstemio! ¡no se deben desoír las quejas de los beodos, sino conducirlos de nuevo a la taberna!
¡Mi corazón no podrá librarse del ejército de tu bozo; y como una rosa rota, la
abertura de mi traje no podrá zurcirse!
¡Oh tiránica belleza! ¡oh hermoso, moreno y encantador! ¡mi corazón yace a tus pies de jazmín!
¡Mi corazón de muchacha sencilla, en la tierna edad de la adolescencia, yace a los pies del raptor de corazones!
Y Diamante, que no había olvidado las atenciones que debía a aquella compasiva Gamila, que le había sacado de su piel de gamo y librado a los artificios de su hermana Latifa, la hechicera, sin contar el don de las armas mágicas con que le había revestido, no dejó de manifestarle con calor sus sentimientos de gratitud. Y después de los transportes de alegría por volver a encontrarse, rogó a la reina Aziza que le dejara una hora con Gamila, sin testigos. Y a Aziza le pareció justificada la petición y equitativo el reparto, y salió con Al-Simurg.
Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, encontró a Gamila desfallecida en los brazos de Diamante.
Entonces Diamante, que gustaba de hacer cada cosa a su tiempo, se encaró con sus dos esposas y con Al-Simurg, y les dijo: "Creo que ya es hora de arreglar las cuentas a la maga Latifa, que es tu hermana, ¡ya Gamila! e hija de tu hermano, ¡oh padre de los Voladores!". Y contestaron todos: "¡No hay inconveniente!". Luego Al-Simurg, a instancias de Diamante, se transportó al lado de su sobrina la maga Latifa, y de improviso le ató los brazos a la espalda y la llevó a presencia de Diamante. Y al verla, dijo el joven príncipe: "Sentémonos en corro aquí para juzgarla y meditemos el castigo que ha de imponérsele". Y cuando se colocaron unos frente a otros, Al-Simurg dió su opinión, diciendo: "Hay que desembarazar, sin vacilaciones, a la raza humana de esta malhechora. Mi opinión es que sin tardanza la colguemos cabeza abajo y la empajemos luego. 0 también, después de colgarla, podríamos dar a comer su carne a los buitres y a las aves de rapiña". Y Diamante se encaró con la reina Aziza y le preguntó su opinión. Y Aziza dijo: "¡Entiendo que mejor es olvidar sus yerros para con nuestro esposo Diamante, y perdonarla para solemnizar nuestra unión en este día bendito!" Y Gamila, a su vez, opinó que se debía absolver a su hermana, y pedirle, en compensación, que devolviera la forma humana a todos los jóvenes a quienes había convertido en gamos. Entonces dijo Diamante: "¡Pues bien; sean con ella el perdón y la seguridad!" Y le tiró su pañuelo. Luego dijo: "¡Convendría que me dejarais con ella una hora de tiempo!". Y al punto accedieron ellos a su deseo. Y cuando de nuevo entraron en la sala, encontraron a Latifa perdonada y contenta en brazos del joven.
Y cuando Latifa hubo devuelto en forma primitiva a los príncipes y demás individuos a quienes con sus hechicerías había convertido en gamos, y los hubo despedido tras de darle de comer y vestirlos, Al-Simurg se echó a la espalda a Diamante y a sus tres esposas, y los transportó en poco tiempo a la ciudad del rey Tammuz ben Qamús, padre de la princesa Mohra. Y levantó tiendas fuera de la ciudad para que las ocupasen y les dejó descansando un poco, para ir él por sí mismo, a instancias de Diamante, al harén donde se encontraba la favorita Rama de Coral. Y previno a la joven de la llegada de Diamante, que esperaba ella entre suspiros y dolores de corazón. Y no le costó trabajo decidirla a dejarse conducir por él junto a su enamorado. Y la transportó a la tienda en que Diamante estaba amodorrado, y la dejó sola con él, llevándose a las otras tres esposas. Y Diamante, tras de las expansiones propias del regreso, supo demostrar a Rama de Coral que no olvidaba sus promesas, y acto seguido le habló con el lenguaje oportuno. Y ella se dilató de satisfacción y de contento, y la encontraron encantadora las tres esposas de Diamante.
Cuando se arreglaron de aquel modo entre Diamante y sus cuatro esposas las cuestiones íntimas, se pensó en la realización del proyecto principal. Y Diamante abandonó el campamento, y se encaminó solo a la ciudad, y llegó a la plaza del meidán, frente al palacio de Mohra, en donde aparecían clavadas a millares las cabezas de príncipes y reyes, con sus coronas unas y desnudas y melenudas otras. Y se lanzó al tambor, y le hizo sonar con fuerza para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la respuesta que exigía ella a sus pretendientes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 921ª NOCHE
Ella dijo:
...para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la respuesta que exigía ella a sus pretendientes. Y los guardias al punto le llevaron a presencia del rey Tammuz ben Qamús, que reconoció en él al joven cuya hermosura le había seducido, y a quien hubo de decir la vez primera: "Reflexiona durante tres días, y vuelve luego a pedir la audiencia que ha de separar tu graciosa cabeza del reino de tu cuerpo".
Y he aquí que a la sazón le hizo seña para que se acercase, y le dijo: "¡Oh hijo mío, que Alah te proteja! ¿Persistes siempre en querer desentrañar los misterios y explicar las ideas fantásticas de una joven". Y dijo Diamante: "¡De Alah nos viene la ciencia de la adivinación, y no debemos enorgullecernos de los dones de Alah! Nadie conoce ese secreto que tu hija ha escondido en el cofrecillo de su corazón, y cuya apertura pide; pero yo tengo la clave de él". Y dijo el rey: "¡Lástima de tu juventud! ¡Acabas de lavar tus manos de la vida!".
Y como no esperaba ya hacer que el joven desistiera de su funesto proyecto, dió orden a los esclavos para que previnieran a su señora Mohra de que un príncipe extranjero venía a tratar de explicar sus fantasmagorías, con objeto de ser admitido por ella.
Y precedida por el aroma de sus bucles perfumados, entró en seguida en la sala de audiencias la joven princesa de maneras encantadoras, Mohra la bienaventurada, causa de tantas vidas truncadas, aquella a quien no se podía dejar de mirar, como el hidrópico no puede dejar de beber el agua del Eufrates, y por quien millares de almas se sacrificaban como las mariposas en la llama. Y a la primera ojeada reconoció ella en Diamante al joven santón del jardín, al adolescente con cara de sol, al cuerpo encantador cuya vista tanto le había trastornado el corazón. Y por consiguiente, llegó entonces al límite del asombro; pero no tardó en comprender que había sido engañada por aquel santón, que desapareció de la noche a la mañana sin dejar rastro. Y se puso furiosa en el alma; y se dijo: "No se me escapará esta vez". Y sentándose en el lecho del trono, al lado de su padre, miró al joven cara a cara con ojos tenebrosos, y le dijo: "¡Nadie ignora la pregunta!!Responde! ¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?".
Y Diamante contestó: "Nadie ignora la respuesta, ¡oh princesa! Pero hela aquí: las relaciones entre Piña y Ciprés son de mala calidad. Porque Piña, que es la esposa de Ciprés, rey de la ciudad de Wakak, ha recibido el justo pago de lo que ha hecho. ¡Y hay negros mezclados en el asunto!".
Al oír estas palabras de Diamante, la princesa Mohra se puso muy amarilla de color, y apoderóse de su corazón el temor. Sin embargo, sobreponiéndose a su inquietud, dijo: "No están claras esas palabras. Cuando dés más explicaciones sabré si conoces la verdad o si mientes". Cuando Diamante vió que la princesa Mohra no quería rendirse a la evidencia y se negaba a entender las medias palabras, le dijo: "¡Oh princesa! ¡si deseas que te lo cuente con más extensión, alzando la cortina que oculta lo que debe estar oculto, empieza por decirme quién te ha enterado de esas cosas que debe ignorar una joven virgen! ¡Porque es posible que retengas aquí a alguien cuya llegada ha constituido una calamidad para todos los príncipes que me precedieron!".
Y tras de hablar así, Diamante se encaró con el rey, y le dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡no conviene que ignores en adelante el misterio en que vive tu honorable hija, y te ruego que le ordenes responda a la pregunta que le he hecho!". Y el rey se encaró con la hermosa Mohra, y le hizo con los ojos una seña que quería decir: "¡Habla!" Pero Mohra guardó silencio, y a pesar de las señas reiteradas de su padre, no quiso libertarse la lengua del nudo que la ataba.
Entonces Diamante cogió de la mano al rey Tammuz, y sin pronunciar palabra, le condujo al aposento de Mohra. Y de repente se inclinó, y con un solo movimiento levantó el lecho de marfil de la princesa. Y he aquí que, de improviso, la redoma del secreto de Mohra se hizo añicos contra la piedra del abridor, y su consejero, el negro, apareció a los ojos de todos con su cabeza crespa.
Al ver aquello, el rey Tammuz y todos los presentes quedaron sumidos en la estupefacción; luego bajaron la cabeza con vergüenza, y se les cubrió de sudor el cuerpo. Y el viejo rey no preguntó más, sin querer que su deshonor apareciese en toda plenitud ante las personas de su corte. Y sin pedir siquiera otras explicaciones, entregó a su hija entre las manos de Diamante para que dispusiese de ella a su antojo. Y añadió: "¡Solamente te pido ¡oh hijo mío! que te vayas de aquí cuanto antes, llevándote a esta hija desvergonzada, a fin de que no vuelva yo a oír hablar de ella y mis ojos no sufran más el verla!".
En cuanto al negro, fué empalado.
Y no dejó Diamante de obedecer al viejo rey, y cogiendo de la mano a la confusa princesa, se la llevó a sus tiendas, atada de pies y manos y, rogó a Al-Simurg el Volador que le transportara con todas sus mujeres a la entrada de la ciudad de su padre, el rey Schams-Schah. Lo cual fué ejecutado al instante. Y el excelente Al-Simurg despidióse de Diamante entonces, sin querer aceptar su reconocimiento. E inflándose, se marchó por su camino. ¡Y esto es lo referente a él!
En cuanto al rey Schams-Schah, padre de Diamante, cuando corrió hasta él la noticia de la llegada de su hijo bienamado, la noche de la pena se tornó para él en la mañana de la alegría, después de que la ausencia convirtió en fuente sus dos ojos. Y salió al encuentro de su hijo, mientras la proclamación de la buena nueva se esparcía por toda la ciudad y en todas se exteriorizaba el júbilo. Y se acercó al príncipe, temblando de emoción, y le estrechó contra su pecho, y le besó en la boca y en los ojos, y lloró mucho y ruidosamente sobre él. Y Diamante, apretando los puños, procuraba reprimir sus llantos y suspiros. Y cuando, por fin, se calmaron un poco las primeras exaltaciones, y pudo hablar el viejo rey, dijo a su hijo Diamante: "¡Oh ojo y lámpara de la casa de tu padre...".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 922ª NOCHE
Ella dijo:
". . . ¡Oh ojo y lámpara de la casa de tu padre! cuéntame al detalle la historia de tu viaje, a fin de que yo viva con el pensamiento los días de tu dolorosa ausencia". Y Diamante contó al viejo rey Schams-Schah todo lo que le había sucedido, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirlo. Luego le presentó, una tras de otra, a sus cuatro esposas, y acabó por hacer llevar a su presencia a la princesa Mohra, atada de pies y manos. Y le dijo: "Ahora a ti corresponde ¡oh padre mío! ordenar lo que te plazca respecto a ella".
Y el viejo rey, a quien el Altísimo había dotado de cordura y de inteligencia, pensó en su espíritu que su hijo debía amar desde el fondo de su corazón a aquella joven funesta, causante de la muerte de tantos príncipes hermosos, ya que por ella fué por quién hubo de soportar todas aquellas penas y todas aquellas fatigas. Y se dijo que, si dictaba una sentencia severa, le afligiría sin duda alguna. Así es que, tras de reflexionar un instante todavía, le dijo: "¡Oh hijo mío! el que, a vuelta de muchas penas y dificultades, obtiene una perla inapreciable, debe guardarla cuidadosamente. Claro que esta princesa de espíritu fantástico se ha hecho culpable, por su ceguera, de acciones reprensibles; pero es preciso considerarlas como llevadas a cabo por voluntad del Altísimo. Y si por culpa suya se privó de la vida a tantos jóvenes, fué porque el escriba de la suerte lo había escrito así en el libro del Destino. Por otra parte, no olvides ¡oh hijo mío! que esta joven te ha tratado con muchos miramientos cuando hubiste de introducirte, en calidad de santón, en su jardín. Por último, ya sabes que la mano del deseo de quienquiera, sea el negro o cualquier otro en el mundo, no ha tocado el fruto del tierno arbolillo de su ser, y que nadie ha saboreado el gusto de la manzana de su barbilla ni del alfónsigo de sus labios".
Y Diamante se conmovió con las palabras de tan dulce lenguaje, máxime cuando sus cuatro esposas, las bienaventuradas de modales encantadores, apoyaron con su asentimiento aquel discurso. En vista de lo cual, escogiendo un día y un momento favorables, aquel jovenzuelo de sol se unió con aquella luna pérfida, semejante a la serpiente guardadora del tesoro. Y tuvo de ella, como de sus cuatro esposas legítimas, hijos maravillosos, cuyos pasos fueron otras tantas felicidades, y que tuvieron por esclavas, como su padre Diamante el Espléndido y su abuelo Schams-Schah el Magnífico, a la fortuna y a la dicha.
Y tal es la historia del príncipe Diamante, con cuantas cosas extraordinarias le sucedieron. ¡Gloria, pues, a quien reserva los relatos de los antiguos para lección de los modernos, a fin de que las gentes aprendan sabiduría!
Y el rey Schahriar, que había escuchado aquella historia con extremada atención, dió gracias por primera vez a Schehrazada, diciendo: "Loores a ti, ¡oh boca de miel! ¡Me hiciste olvidar amargas preocupaciones!"
Luego se ensombreció su rostro repentinamente. Y al ver aquello, Schehrazada se apresuró a decir: "Está bien, ¡oh rey del tiempo! Pero ¿qué vale esto comparado con lo que voy a contarte del MAESTRO DE LAS DIVISAS Y DE LAS RISAS?".
Y dijo el rey Schahriar: "¿Quién es ¡oh Schehrazada! ese maestro de las divisas y de las risas a quien no conozco?"
Y dijo Schehrazada:
ALGUNAS TONTERIAS Y TEORIAS DEL MAESTRO
DE LAS DIVISAS Y DE LAS RISAS
En los anales de los antiguos y en los libros de los sabios se cuenta, y se nos ha transmitido por la tradición, ¡oh rey del tiempo! que en la ciudad de El Cairo, residencia del buen humor y de la gracia, había un hombre de apariencia estúpida que, bajo su aspecto de bufón extravagante, ocultaba un fondo sin igual de listeza, de sagacidad, de inteligencia y de cordura, a más de ser indudablemente el hombre más divertido, más instruido y más ingenioso de su tiempo. Tenía por nombre Goha, y por oficio ninguno en absoluto, aunque circunstancialmente ejercía el cargo de predicador en las mezquitas.
Un día le dijeron sus amigos: "¡Oh Goha! ¿no te da vergüenza pasarte la vida sin hacer nada, y no usar tus manos, con sus diez dedos, más que para llevártelas llenas a la boca? ¿Y no piensas que ya es hora de que ceses en tu vida de holgazanería y te amoldes al modo de ser de todo el mundo?". Y he aquí que él no contestó nada. Pero un día atrapó una cigüeña grande y hermosa, dotada de alas magníficas, que la hacían volar muy alto por el cielo, y de un pico maravilloso, terror de los pájaros, y de dos tallos de lirio por patas. Y cuando la cogió, subió con ella a su terraza, en presencia de los que le habían hecho reproches, y con un cuchillo le cortó las magníficas plumas de las alas, y el largo pico maravilloso, y las encantadoras patas tan finas, y empujándola con el pie hacia el vacío, le dijo: "¡Vuela, vuela!". Y sus amigos le gritaron, escandalizados: "Alah te maldiga, ¡oh Goha! ¿A qué viene esa locura?". Y les respondió él: "Esta cigüeña me molestaba y pesaba sobre mi vista porque no era como los demás pájaros. Pero ahora le he hecho semejante a todo el mundo".
Y otro día dijo a los que le rodeaban: "¡Oh musulmanes, y vosotros, cuantos estáis aquí presentes! ¿sabéis por qué Alah el Altísimo, el Generoso (¡glorificado y venerado sea!) no dió alas al camello y al elefante?". Y los demás se echaron a reír, y contestaron: "No, por Alah, que no lo sabemos, ¡oh Goha! Pero tú, a quien nada se oculta de las ciencias y de los misterios, dínoslo pronto para que nos instruyamos". Y Goha les dijo: "Voy a decíroslo. Porque si el camello y el elefante tuvieran alas, cagarían con todo su peso sobre las flores de vuestros jardines y las aplastarían".
-Y otro día, un amigo de Goha fué a llamar a su puerta y dijo: "¡Oh Goha! en nombre de la amistad, préstame tu burro, que le necesito para hacer con él un trayecto urgente". Y Goha, que no tenía gran confianza en aquel amigo, contestó: "Bien quisiera prestarte el burro, pero no está aquí, que le he vendido". Mas en aquel momento mismo empezó a rebuznar el burro desde la cuadra, y el hombre oyó a aquel burro que parecía no iba nunca a terminar de rebuznar, y dijo a Goha: "¡Pues si tienes ahí a tu burro!". Y Goha contestó con acento muy ofendido: "¡Vaya, por Alah! ¿conque ahora resulta que crees al burro y no me crees a mí? ¡Vete, que no quiero verte más!"
-Y otra vez, el vecino de Goha fué en busca suya para invitarle a una comida, diciéndole: "Ven ¡oh Goha! a comer en mi casa". Y Goha aceptó la invitación. Y cuando ambos estuvieron sentados ante la bandeja de manjares, les sirvieron una gallina. Y tras de intentar masticarla varias veces, acabó Goha por renunciar a tocar aquella gallina, que era una vieja entre las gallinas más viejas, y tenía la carne correosa; y se limitó a sorber un poco del caldo en que estaba cocida. Tras de lo cual se levantó, y cogiendo la gallina, la colocó en dirección a la Meca, y se dispuso a recitar sobre ella su plegaria. Y su huésped, enfadado, le dijo: "¿Qué vas a hacer, ¡oh descreído!, ¿Y desde cuándo los musulmanes recitan sus plegarias sobre las gallinas?". Y contestó Goha: "¡Oh tío! ¡qué ilusiones te haces! ¡Esta ave de corral, sobre la que voy a recitar mi plegaria, no es un ave de corral! j De ave de corral tiene solamente la apariencia, pues, en realidad, es una santa mujer vieja convertida en gallina, o acaso en venerable santón! ¡Porque la han puesto a la lumbre, y la lumbre la ha respetado!".
-Otra vez salió con una caravana, y las provisiones de boca eran exiguas, y el hambre de los caravaneros era considerable. Por lo que a Goha respecta, su estómago le requería tan insistentemente, que hubiera él devorado la ración de los camellos. El caso es que cuando, en la primer parada, se sentó todo el mundo para comer, Goha hizo gala de una reserva y de una discreción que maravillaron a sus compañeros. Y como le instaran para que cogiera el pan y el huevo duro que le correspondía, contestó: "¡No, por Alah! ¡comed vosotros y satisfaceos, que a mí me sería imposible comer un pan entero y y un huevo duro yo solo! Así, pues, tome cada uno de vosotros el pan y el huevo duro que le corresponde, y luego, si os parece bien, me daréis la mitad de cada pan y de cada huevo; porque no cabe más en
mi estómago; que es delicado".
-Y en otra ocasión, fué a casa del carnicero y le dijo: "¡Hoy es día de fiesta en casa! Dame, pues, el mejor trozo que tengas de carne del carnero gordo". Y el carnicero apartó para él todo el solomillo del carnero, que tenía un peso considerable, y se lo entregó. Y, Goha llevó todo el solomillo a su mujer, diciéndole: "Haznos con este excelente solomillo filetes con cebollas. Y sazónalo bien a mi gusto". Luego salió a dar una vuelta por el zoco.
Y he aquí que la esposa se aprovechó de la ausencia de Goha para asar a toda prisa el solomillo de carnero y comérselo con su hermano, sin dejar nada. Y cuando volvió Goha, sintió el apetitoso tufillo de los filetes asados, y se le dilataron las narices, y se le conmovió el estómago. Pero, cuando estuvo sentado ante la bandeja, su mujer le llevó por toda comida un pedazo de queso griego y un pan duro. En cuanto al kabab, ni rastro de él había. Y Goha, que no había hecho más que pensar en aquel kabab, dijo a su mujer: "¡Oh hija del tío! ¿y el kabab? ¿Cuándo vas a servírmelo?". Y ella contestó: "¡La misericordia de Alah sobre ti y sobre el kabab! Lo ha devorado el gato mientras yo estaba en el retrete". Y Goha, sin decir palabra, se levantó y cogió al gato y le pesó en la balanza de la cocina. Y observó que pesaba bastante menos que el solomillo de carnero que había llevado él. Y se encaró con su esposa, y le dijo: "¡Oh hija de perros! ¡oh desvergonzada! Si este gato que tengo se ha comido la carne, ¿dónde está el peso del gato? Y si lo que tengo es sólo el gato, ¿dónde está la carne?".
-Y otro día, estando su esposa ocupada en la cocina, le entregó al niño de pecho, hijo suyo, que tenía tres meses, y le dijo: "¡Oh padre de Abdalah! ten al niño y mécele, mientras estoy junto al fogón. Luego te le cogeré". Y Goha accedió a quedarse con el niño, aunque aquello no le agradaba mucho. Y en aquel preciso momento sintió el niño ganas de mear, y empezó a mearse en el caftán nuevo de su padre. Y Goha, en el límite de la contrariedad, se apresuró a dejar en el suelo al niño; y presa del furor, empezó a mearse en él, a su vez. Y al verle su esposa conducirse de aquel modo, acudió gritando: "¡Oh rostro de brea! ¿qué haces al niño?". Y él le contestó: "¿Estás ciega? ¿Pues no ves que me meo en él para no tratarle como a un hijo extraño? Porque, si hubiese sido hijo de un extraño quien se hubiese meado en mí, y no mi propio hijo, en verdad que hubiese vaciado mi interior sin duda alguna en su cara".
-Y una noche en que estaba reunido con sus amigos, le dijeron éstos: "¡Ya Si-Goha! puesto que estás tan instruido en las ciencias y tan versado en la astronomía, ¿puedes decirnos qué es la luna cuando pasa su último cuarto?", Y Goha contestó: "¿Qué os ha enseñado entonces el maestro de escuela, ¡oh compañeros!? ¡Por Alah! ¡pues cada vez que una luna está en su último cuarto, se la rompe para hacer de '' ella estrellas!".
-Y otro día, Goha fué en busca de un vecino suyo y le dijo: "El vecino se debe a su vecino. Préstame una marmita para cocer en casa una cabeza de carnero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 923ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Préstame una marmita para cocer en casa una cabeza de carnero". Y el vecino prestó a Goha la marmita en cuestión. Y se coció en ella lo que se coció. Y al día siguiente Goha devolvió la marmita a su propietario. Pero había tenido cuidado de meter en ella otra marmita más pequeña. Y el vecino se asombró mucho, cuando recuperó lo que le pertenecía, al ver que le había dado fruto. Y dijo a Goha: "¡Ya Si-Goha! ¿qué marmita es esta Pequeña que veo dentro de mi marmita?". Y dijo Goha: "No sé; pero supongo que será que tu marmita ha parido esta noche". Y dijo el otro: "¡Alahu akbar! se trata de un beneficio de la bendición por mediación tuya, ¡oh rostro de buen augurio!". Y colocó en el vasar de la cocina la marmita y su hija.
Al cabo de cierto tiempo volvió Goha a casa de su vecino y le dijo: "¡Si no fuera por miedo a molestarte, ¡oh vecino! te pediría la marmita con su hija, que las necesito hoy!". Y el otro contestó: "De todo corazón amistoso, ¡oh vecino!". Y le entregó la marmita con la otra más pequeña dentro. Y Goha las cogió y se marchó. Y transcurrieron varios días sin que Goha devolviese lo que se había llevado. Y el vecino fué a buscarle, y le dijo: "¡Ya Si-Goha! no es por falta de confianza en ti, pero en casa necesitamos hoy el utensilio que te llevaste". Y Goha preguntó: "¿Qué utensilio, ¡oh vecino!?". Y el otro dijo: "¡La marmita que te presté y engendró!" Y contestó Goha: "¡Alah la tenga en su misericordia! Se ha muerto". Y dijo el vecino: "¡No hay más dios que Alah! ¿Cómo se entiende, ¡oh Goha! ? ¿Es que puede morirse una marmita?" Y Goha dijo: "¡Todo lo que engendra, muere! ¡De Alah venimos, y a Él retornaremos!".
-Y otra vez, un felah regaló a Goha una gallina cebada. Y Goha hizo guisar la gallina e invitó al felah a la comida. Y se comieron la gallina y quedaron muy satisfechos. Pero, al cabo de cierto tiempo, llamó a la puerta de Goha otro felah y pidió albergue. Y Goha le abrió y le dijo: "Bienvenido seas; pero ¿quién eres?" Y el felah contestó: "Soy vecino del que te regaló la gallina". Y Goha contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos". Y le albergó con toda cordialidad y le dió de comer y no le hizo carecer de nada. Y el otro se marchó tan contento. Y algunos días después llamó a la puerta un tercer felah. Y Goha preguntó: "¿Quién es?". Y dijo el hombre: "Soy vecino del vecino del que te ha regalado la gallina". Y Goha dijo: "No hay inconveniente". Y le hizo entrar y sentarse ante la bandeja de manjares. Pero, por todo alimento y por toda bebida, puso delante de él una marmita con agua caliente, en la superficie de la cual se veían algunas gotitas de grasa. Y el felah, viendo que no había más, preguntó: "¿Qué es esto, ¡oh huésped mío!?". Y Goha contestó: "¿Esto? pues la substancia de la substancia del agua en que se coció la gallina".
-Y un día en que los amigos de Goha querían divertirse a costa suya, se concertaron entre sí, y le llevaron al hammam. Y llevaron huevos sin que Goha lo sospechara. Y cuando estuvieron en el hammam y se desnudaron todos, entraron con Goha en la sala de las sudaciones y dijeron: "¡Ha llegado el momento! Cada cual de nosotros va a poner un huevo". Y añadieron: "Aquel de nosotros que no pueda poner tendrá que pagar la entrada al hammam a todos los demás". Y acto seguido se pusieron todos en cuclillas, cacareando a más y mejor, a manera de gallinas. Y cada uno de ellos acabó por sacar un huevo de debajo de sí. Y al ver aquello, Goha enarboló de pronto el niño de su padre, y lanzando el cacareo de gallo, se precipitó sobre sus amigos, disponiéndose a asaltarlos. Y se levantaron muy de prisa todos, gritándole: "¿Qué vas a hacer, ¡oh miserable!? Y Goha contestó: "¿No lo estáis viendo? ¡Por mi vida! ¡veo gallinas delante de mí, y como soy el único gallo, tengo que montarlas!".
-También hemos llegado a saber que Goha tenía costumbre de ponerse todas las mañanas a la puerta de su casa y de recitar a Alah esta plegaria: "¡Oh Generoso! tengo que pedirte cien dinares de oro.
ni uno más ni uno menos, porque los necesito. ¡Pero si, en vista de Tu generosidad, se pasase de la cifra de ciento, aunque sólo fuese en un dinar, o sí, por mi carencia de méritos, faltara un solo dinar de los ciento que te pido, no aceptaría el don!".
Y he aquí que entre los vecinos de Goha había un judío enriquecido (¡de Alah nos viene la riqueza!) con toda clase de negocios reprensibles (¡sepultado sea en los fuegos del quinto infierno!). Y el tal judío oía todos los días a Goha recitar en voz alta aquella plegaria delante de su puerta. Y pensó para sí: "¡Por vida de Ibraim y de Yacub, que voy a hacer con Goha un experimento! Y ya veré cómo sale de la
prueba." Y cogió una bolsa con noventa y nueve dinares de oro nuevo, y desde su ventana la tiró a los pies de Goha cuando éste recitaba su plegaria acostumbrada de pie ante el umbral de su casa. Y Goha recogió la bolsa, mientras el judío le vigilaba para ver en qué paraba el asunto. Y vió a Goha desatar los cordones de la bolsa, vaciando el contenido en su regazo y contando los dinares uno a uno. Luego oyó que Goha, al notar que faltaba un dinar para los cientos que había pedido, exclamaba, alzando las manos hacia su Creador: "¡Oh Generoso! ¡loado y reverenciado y glorificado seas por tus beneficios! pero el don no está completo, y en vista de mi promesa, no puedo aceptarlo tal y como viene". Y añadió: "Por eso voy a gratificar con ello a mi vecino el judío, que es un hombre pobre, cargado de familia y un modelo de honradez". Y así diciendo, cogió la bolsa y la tiró dentro de la casa del judío. Luego se fué por su camino.
Cuando el judío vió y oyó todo aquello, llegó al límite de la estufacción, y se dijo: "¡Por los cuernos luminosos de Mussa! nuestro vecino Goha es un hombre lleno de candor y de buena fe. Pero no puedo verdaderamente opinar con respecto a él mientras no haya comprobado la segunda parte de su aserto". Y al día siguiente tomó la bolsa, metió en ella cien dinares más uno, y la tiró a los pies de Goha en el momento en que éste recitaba su acostumbrada plegaria delante de su puerta. Y Goha, que demasiado sabía de dónde caía la bolsa, pero continuaba fingiendo creer en la intervención del Altísimo, se inclinó y recogió el don. Y cuando contó de un modo ostensible las monedas de oro, se encontró con que aquella vez era ciento uno el número de dinares. Entonces dijo, levantando las manos al cielo: "¡Ya Alah, tu generosidad no tiene límites! He aquí me has concedido lo que te pedía con toda confianza, y aun has querido colmar mi deseo, dándome más de lo que anhelaba. Así es que, para no herir tu bondad, acepto este don tal como viene, aunque en esta bolsa hay un dinar más de los que yo pedía". Y tras de hablar así, se guardó la bolsa en el cinturón e hizo andar una tras otra a sus dos piernas. Cuando el judío, que miraba a la calle, vió que Goha se guardaba de tal suerte la bolsa en su cinturón y se marchaba tranquilamente, se puso muy amarillo de color y sintió que de cólera se le salía el alma por la nariz. Y se precipitó fuera de su casa y corrió detrás de Goha, gritándole: "¡Espera!, ¡oh Goha, espera!". Y Goha dejó de andar, y encarándose con el judío, le preguntó: "¿Qué te pasa?". El otro contestó: "¡La bolsa! ¡devuélveme la bolsa!". Y dijo Goha: "¿Devolverte la bolsa de cien dinares y un dinar que Alah me ha deparado? ¡Oh perro de judíos! ¿es que esta mañana ha fermentado tu razón en tu cráneo? ¿0 acaso piensas que debo dártela como te di la de ayer? En este caso, puedes desengañarte, porque ésta la guardo por miedo a ofender al Altísimo en Su Generosidad para conmigo, que soy indigno de ella. Bien sé que hay un dinar de más en esta bolsa, pero eso no perjudica a los demás. ¡Por lo que a ti respecta, ya estás yendo!" Y enarboló un grueso garrote nudoso, e hizo ademán de dejarlo caer con todo su peso sobre la cabeza del judío. Y el desgraciado de la descendencia de Yacub se vió obligado a volverse con las manos vacías y la nariz alargada hasta los pies.
-Y otro día Si-Goha escuchaba en la mezquita predicar al khateb. Y en aquel momento el khateb explicaba a sus oyentes un extremo de derecho canónico, diciendo: "¡Oh creyentes! sabed que si a la caída de la noche el marido cumple con su esposa los deberes de un buen esposo, se verá recompensado por el Retribuidor como si hubiese sacrificado un carnero. Pero si la copulación lícita tiene lugar durante el día, se le tendrá en cuenta al marido como si se tratara del rescate de un esclavo. ¡Y si la cosa se realiza a media noche, la recompensa será igual a la obtenida por el sacrificio de un camello!".
Y he aquí que, de vuelta en su casa, Si-Goha transmitió a su esposa estas palabras. Luego se acostó a su lado para dormir. Pero la mujer, sintiéndose poseída de violentos deseos, dijo a Goha: "Levántate ¡oh hombre! a fin de que ganemos la recompensa que se obtiene por el sacrificio de un carnero". Y Goha dijo: "Está bien". E hizo la cosa y volvió a acostarse. Pero a media noche de nuevo se sintió la hija de perro con el organismo en disposición copulativa y volvió a despertar a Goha, diciéndole: "Ven ¡oh hombre! para que juntos nos procuremos el beneficio que reporta el sacrificio de un camello ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 924ª NOCHE
Ella dijo:
" . . Ven ¡oh hombre! para que juntos nos procuremos el beneficio de un camello". Y Goha se despertó refunfuñando, y con los ojos medio cerrados, hizo la cosa en cuestión. Y al punto se volvió a dormir.
Pero a primera hora de la mañana, la esposa, asaltada de nuevos deseos, sacó de su sueño a Goha, diciéndole: "¡Date prisa ¡oh hombre! a despertarte antes de que salga el sol, que tenemos que hacer juntos lo que nos proporcionará, de parte del Retribuidor, el precio acordado por rescate de un esclavo!"
Pero aquella vez Goha no quiso oír, y contestó: ¡Oh mujer! ¿y qué esclavitud peor que la de un hombre que se ve obligado a sacrificar a su propio niño? Deja, pues, al niño de su padre, y rescátame el primero a mí, que soy tu esclavo".
-Y otro día, en otra mezquita, Si-Goha, escuchaba piadosamente al imam, que decía: "¡Oh creyentes que evitáis a vuestras mujeres para correr en pos de las nalgas de los mancebos! sabed que cada vez que un creyente realiza con su esposa el acto conyugal, Alah levanta para él un kiosco en el paraíso". Y de vuelta en su casa, Goha contó a su mujer la cosa, porque así salió en la conversación, aunque sin darle importancia. Pero la esposa, que no había dejado salir por la otra oreja lo que le había entrado por una, esperó a que estuviesen acostados los niños, y dijo a Goha: "¡Bueno, ven para que hagamos que nos levanten un kiosco a nombre de nuestros hijos!" Y Goha contestó: "No hay inconveniente". Y metió la herramienta del albañil en el cajón de la argamasa. Luego se acostó.
Pero al cabo de una hora de tiempo, la esposa de ojos vacíos despertó a Goha, y le dijo: "Me he olvidado de que tenemos una hija casadera que debe habitar sola. Levantemos un kiosco para ella". Y Goha dijo: "¡Vaya, ualahí! ¡Sacrifiquemos al muchacho por la muchacha!" E introdujo al niño consabido en la cuna que le reclamaba. Luego se echó en su colchón, resoplando, y se volvió a dormir. Pero a media noche la esposa le tiró del pie, reclamando otro kiosko para su madre. Pero Goha exclamó: "¡Sea la maldición de Alah con los pedigüeños indiscretos! ¿Acaso no sabes ¡oh mujer de ojos vacíos! que la generosidad de Alah prescindiría de nosotros si le obligáramos a levantar tantos kioscos a nuestro nombre?"
Y siguió roncando.
-Y un día entre los días, una mujer devota entre las vecinas de Goha estaba orando, cuando, por inadvertencia, se le escapó un cuesco. Y como no acostumbraba a hacerlo, no supo con exactitud si el cuesco consabido lo había engendrado ella realmente, o si el ruido que oyó provenía del roce de su pie contra las baldosas o de un gemido lanzado al orar. Y llena de escrúpulos, fué a consultar a Goha, de quien sabía estaba muy versado en la jurisprudencia. Y se lo explicó y le pidió su opinión. Y Goha, a manera de respuesta, soltó al punto un cuesco de importancia y preguntó a la devota: "¿Era un ruido como éste, tía mía?" Y la vieja devota contestó: "¡Era un poco más fuerte!" Y Goha lanzó al punto un segundo cuesco más importante que el primero, y preguntó a la devota: "¿Era así?" Y ella contestó: "¡'Era un poco más fuerte todavía". Entonces Goha exclamó: "¡No, por Alah, entonces no era un ventoseo, sino una tempestad! ¡Vete segura, ¡oh madre de los Ventoseos! porque si no, a fuerza de hacer ganas, voy a hacer pasteles!"
-Y un día, el asombroso conquistador tártaro Timur-Lenk, el Cojo de hierro, pasó cerca de la ciudad donde residía Si-Goha. Y se reunieron los habitantes, y después de discutir mucho la manera de impedir al khan tártaro que devastara su ciudad, acordaron rogar a Si-Goha que les sacara de tan cruel apuro. Y al punto Si-Goha hizo que le llevaran toda la muselina que había disponible en los zocos, y con ella se fabricó un turbante del tamaño de una rueda de carro. Luego montó en su burro, y salió de la ciudad al encuentro de Timur. Y cuando estuvo en su presencia, el tártaro observó aquel turbante extraordinario, y dijo a Goha: "¿Cómo traes ese turbante?" Y Goha contestó: "¡Oh soberano del mundo! es mi gorro de noche, y te suplico que me dispenses por haber venido entre tus manos con este gorro de noche; pero dentro de un instante tendré mi gorro de día, que viene detrás cargado en un carromato alquilado a tal fin". Entonces Timur-Lenk, espantado del enorme tocado de los habitantes, no pasó por aquella ciudad. Y lleno de simpatía por Goha, le retuvo a su lado, y le preguntó: "¿Quién eres?" Y Goha contestó: "¡Aquí donde me ves, soy el dios de la tierra!"
Y Timur, que era de raza tártara, en aquel momento estaba rodeado de algunos mozalbetes, que eran los más hermosos de su nación, y tenían, como es corriente en los de su raza, los ojos muy pequeños y encogidos. Y dijo a Goha, mostrándole aquellos niños: "Y bien, ¡oh dios de la tierra! ¿encuentras de tu gusto a estos lindos niños que aquí ves? ¿Tiene par su belleza?" Y Goha dijo: "No es por disgustarte, ¡oh soberano del mundo! pero me parece que estos niños tienen los ojos demasiado pequeños, y a causa de ello carece de gracia su rostro". Y Timur le dijo: "¡No te preocupen por eso! ¡Y puesto que eres el dios de la tierra, hazme el favor de agrandarle los ojos!" Y Goha contestó: "¡Oh mi señor! ¡respecto a ojos del rostro, sólo Alah puede agrandarlos, pues, por mi parte, yo, que soy el dios de la tierra, sólo puedo agrandarle el ojo que tienen de cintura para abajo!" Y al oír estas palabras, Timur comprendió con qué clase de granuja tenía que habérselas, y se regocijó con su réplica, y en lo sucesivo, lo retuvo con él, como bufón habitual.
-Y un día, Timur, que no solamente era cojo y tenía un pie de hierro, sino también tuerto y extremadamente feo, charlaba de unas cosas y de otras con Goha. Y a la sazón entró el barbero de Timur, y después de afeitarle la cabeza, le presentó un espejo para que se mirase. Y Timur se echó a llorar. Y siguiendo su ejemplo, Goha rompió en llanto, y lanzó suspiros tras gemidos, e invirtió en ello una o dos o tres horas de tiempo. Así es que ya había acabado de llorar Timur, y Goha seguía sollozando y lamentándose. Y Timur, asombrado, le dijo:
¿Qué te pasa? Si yo he llorado, fué porque me miré en el espejo de este barbero de mal augurio y me encontré verdaderamente feo. Pero ¿por qué motivo viertes tú tantas lágrimas y continúas gimiendo tan lamentablemente?" Y Goha contestó: "Dicho sea con todo respeto. ¡oh soberano nuestro! he de hacerte observar que ha bastado que te mires un breve instante en el espejo para llorar dos horas de tiempo. ¿Qué tiene, pues, que quien te está mirando todo el día llore más tiempo que tú?" Y a estas palabras, en vez de enfadarse, Timus se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
-Y otro día, estando Timur a la mesa, eructó muy cerca de la cara de Goha. Y exclamó Goha: "¡Oh soberano mío! ¡eructar es un acto vergonzoso!" Y Timur, asombrado, dijo: "En nuestro país no se tiene por vergonzoso el eructo". Y Goha no contestó nada; pero, al final de la comida, soltó un cuesco ruidoso. Y exclamó Timur, enfadado: "¡Oh hijo de perro! ¿qué haces? ¿Y no te da vergüenza?" Y Goha contestó: "¡Oh mi señor! en nuestro país no se tiene eso por vergonzoso. ¡Y como sé que no comprendes la lengua de nuestro país, no he tenido escrúpulo en hacerlo!"
-Otro día, en otra ocasión, Goha reemplazaba al khateb en la mezquita de un pueblo vecino. Y cuando hubo acabado de predicar, dijo a sus oyentes, meneando la cabeza: "¡Oh musulmanes! el clima de vuestra ciudad es exactamente el mismo que el de mi pueblo". Y ellos dijeron: "¿Por qué lo dices. El contestó, «Porque acabó de tentarme el zib, y lo encuentro como en mi pueblo, flojo y colgante sobre mis testículos. ¡La zalema con todos vosotros, que me voy!"
-Y otro día predicaba Goha en la mezquita, Y a manera de conclusión, alzó las manos al cielo, y dijo: "Dámoste gracias y te glorificamos por Tus bondades, ¡oh Dios verídico y todopoderoso que no nos has colocado el culo en la mano!" Y asombrados por aquella acción de gracias, sus oyentes le preguntaron: "¿Qué quieres decir con esa extraña plegaria, ¡oh khateb!?" Y Goha dijo: "¡Pues bien claro está, por Alah. Si el Donador nos hubiese creado con el culo en la mano, nos mancharíamos la nariz cien veces al día".
-Y otra vez, subido también en el púlpito, tomó la palabra; diciendo: "¡Oh musulmanes! ¡loores a Alah, que no nos ha colocado detrás lo que tenemos delante!" Y le preguntaron: "¿Por qué dices eso...?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 925ª NOCHE
Ella dijo:
" .. ¡Oh musulmanes! ¡loores a Alah, que no nos ha colocado detrás lo que tenemos delante!" Y le preguntaron: "¿Por qué dices eso?" El dijo: "Porque si el báculo estuviera situado detrás, cada cual, sin querer, podría tornarse semejante a los compañeros de Loth, haciendo aquello a lo que sólo pudo sustraerse Loth".
-Y un día encontrándose sola y completamente desnuda, la mujer de Goha se puso a contar su historia con mucha fruición, diciendo "¡Oh caro tesoro! ¿por qué no tendré dos o tres o cuatro como tú? Eres manantial de mis placeres, y me procuras preciosas ventajas". Y he aquí que quiso el Destino que llegase Goha mientras tanto. Y oyó aquellas palabras, y comprendió por qué se expresaba así su esposa. Entonces sacó su herencia, y le dijo, llorando: "¡Oh hijo de perro! ¡oh proxeneta! ¡cuántas calamidades has traído sobre mi cabeza! ¡Ojalá no hubieras sido nunca el niño de tu padre!"
-Y otro día penetró Goha en la viña de su vecino, y se puso a comer uvas como un zorro, cogiendo los racimos por el rabo y sacándoselos de la boca sin un grano. Y he aquí que de repente apareció el vecino, amenazándole con un garrote y gritándole: "¿Qué haces ahí, ¡oh maldito!?" Y Goha contestó: "Tenía retorcijones, y he entrado aquí para descargarme el vientre". Y el otro preguntó: "Si es verdad eso, vamos a ver dónde está lo que has hecho". Y Goha se quedó muy perplejo por un instante; pero, tras de mirar a un lado y a otro buscando con qué justificarse, mostró al viñero una boñiga de asno, diciéndole: "Aquí tienes la prueba". Y el hombre dijo: "¡Cállate!, ¡oh embustero! ¿Desde cuándo eres un burro?" Y al punto sacó Goha su zib, que era enorme, y dijo: "Desde que el Retribuidor me gratificó con la herramienta calamitosa que estás viendo".
-Y un día se paseaba Goha a orillas del río; y vió un grupo de lavanderas lavando su ropa interior. Y las lavanderas, al verle, se acercaron a él y le rodearon como un enjambre de abejas. Y una de ellas, levantándose la ropa, dejó al descubierto el cebón. Y Goha lo advirtió y volvió la cabeza, diciendo: "En ti me refugio, ¡oh Protector del Pudor!" Pero las lavanderas le dijeron alborotadas: "¿Qué te pasa, ¡oh pillastre!? ¿Acaso no sabes el nombre de este bienaventurado?" El dijo: "¡Demasiado sé que se llama el Origen de mis males!" Pero ellas exclamaron: "¡Quiá! ¡Si es el Paraíso del Pobre!" Entonces Goha pidió permiso para retirarse, apartándose un poco, y envolvió al niño con la tela de su turbante, como en un sudario, y se acercó de nuevo a las lavanderas, que le preguntaron: "¿Qué es eso, ¡oh Goha!?" El dijo: "Es un pobre que ha muerto, y desea entrar en el paraíso consabido". Y se echaron ellas a reír hasta caerse. Y al propio tiempo notaron que fuera del sudario colgaba una cosa y que era la bolsa enorme de Goha. Y le dijeron: "¡Bueno! pero ¿qué es eso que cuelga de tal modo por debajo del muerto, como dos huevos de avestruz?" El dijo: "¡Son los dos hijos de este pobre, que han venido a visitar su tumba!"
-Y una vez que estaba Goha de visita en casa de la hermana de su esposa. Y le dijo ella: "¡Ya Si-Goha! me veo precisada a ir al hammam, por lo que te ruego que tengas cuidado de mi mamoncillo durante mi ausencia". Y se marchó. Entonces el pequeñuelo empezó a gritar y a chillar. Y Goha, muy fastidiado, se dispuso a hacer por calmarle. Sacó, pues, su rahat-lucum y se lo dió a chupar al mamoncillo, que no tardó en dormirse. Y cuando estuvo de vuelta la madre y vió al niño dormido, dió muchas gracias a Goha, que le dijo: "De nada, ¡oh hija del tío! y si hubiera hecho contigo lo que con él y hubieses probado mi narcótico, también te hubieras dormido, dando con la cabeza antes que con los pies".
-Y otra vez se disponía Goha a violar a su burro a la puerta de una mezquita aislada. Y acertó a pasar un hombre que iba a hacer sus devociones en aquella mezquita. Y vió a Goha que estaba muy ocupado en la cosa consabida. Y asqueado, escupió en el suelo manifiestamente. Y Goha le miró atravesado, y le dijo: "¡Da gracias a Alah, que si no tuviera yo ahora entre manos una cosa tan urgente, ya te enseñaría a escupir aquí".
-Y otra vez Goha estaba tumbado en el camino, a pleno sol, un día de calor, teniendo en la mano su garboso báculo al descubierto. Y le dijo un transeúnte: "Vergüenza sobre ti, ¡oh Goha! ¿Qué estás haciendo?" Y Goha contestó: "Calla, ¡oh hombre! y vete de mi vista. ¿No ves que he sacado a tomar el aire a mi niño para refrescarle?" -Y otro día fueron a preguntar a Goha en consulta jurídica: "Si en la mezquita suelta un cuesco el imam, ¿qué debe hacer la asamblea?" Y Goha contestó sin vacilar: "¡Es evidente que lo que debe hacer es responder!"
-Y Goha y su mujer iban por la orilla del río un día de crecida. Y de pronto, dando un mal paso, la mujer resbaló y cayó al agua. Y como la corriente era muy fuerte, se la llevó. Y Goha no vaciló en tirarse al agua para pescar a su mujer: pero, en lugar de seguir la corriente, fué en dirección contraria. Y la gente que se había reunido le hizo observar aquello, y le dijo: "¿Qué buscas, ya Si-Goha?"
Y contestó él:
"¡Por Alah! ¡busco a la hija del tío, que se ha caído al agua!" Y le contestaron: "¡Pero ¡oh Goha! ha debido arrastrarla la corriente, y la estás buscando contra la corriente!" Dijo él: "¡Quiá! ¡Conozco a mi esposa mejor que vosotros! ¡Tiene un carácter tan atrabiliario, que de antemano estoy seguro de que ha ido contra la corriente!"
-Y otro día llevaron un hombre a presencia de Goha, que desempeñaba entonces las funciones de kadí. Y le dijeron: "El hombre que ves aquí ha sido sorprendido en plena calle mientras se dedicaba a violar a un gato". Y como había testigos del hecho, el hombre no pudo negar de una manera aceptable. Y Goha le dijo: "¡Vamos, habla! ¡Si me dices la verdad, te será otorgada la indulgencia de Alah! ¡Dime, pues, cómo te has arreglado para violar al gato!" Y el hombre contestó: "Por Alah, ¡oh nuestro señor el kadí! ¡he acercado lo que tú sabes a la puerta de la gracia, y he forzado esta puerta sujetando las patas del animal con mis manos y su cabeza con mis rodillas! ¡Y como la cosa había resultado bien la vez primera, he cometido la torpeza de reincidir! Confieso mi falta, ¡oh señor kadí!"
Pero Goha exclamó: "Mientes, ¡oh hijo de proxenetas! ¡Porque yo he intentado más de treinta veces hacer lo mismo que tú, sin obtener buen resultado nunca!" Y mandó que le dieran una paliza.
-Otro día, estando Goha de visita en casa del kadí de la ciudad, se presentaron dos querellantes, y dijeron: "¡Oh señor kadí! Nuestras casas se hallan tan próximas, que se tocan. Y he aquí que esta noche ha venido un perro a ensuciarse entre nuestras dos puertas, a igual distancia. Y venimos en tu busca para que nos digas a quién incumbe recoger la cosa". Y el kadí se encaró con Goha, y le dijo con acento irónico: "A tu juicio dejo la tarea de examinar este caso y de sentenciarlo". Y Goha se encaró con ambos querellantes, y dijo a uno: "Vamos a ver, ¡oh hombre! ¿ha ocurrido el hecho evidentemente más cerca de tu puerta?" El hombre contestó: "¡La verdad es que la cosa ha tenido lugar en medio exactamente!" Y Goha preguntó al segundo: "¿Es cierto, o quizá la cosa está más hacia tu casa?" El otro contestó "¡La mentira es ilícita! La cosa ha tenido lugar exactamente entre nosotros dos, en la calle". Entonces Goha dijo, a manera de sentencia: "Ya está resuelto el asunto. Esa tarea no os incumbe ni a uno ni a otro, sino a quien, por deber de su cargo, corresponde el cuidado de las calles, es decir, a nuestro señor el kadí".
-Y otro día el hijo de Goha, que tenía cuatro años de edad, había ido con su padre a casa de unos vecinos que estaban de fiesta. Y le presentaron una hermosa berenjena, preguntándole: "¿Qué es esto?" Y el niño contestó: "¡Un ternerillo que todavía no ha abierto los ojos!" Y todo el mundo se echó a reír, mientras Goha exclamaba: "¡Por Alah, que no soy yo quien se lo ha enseñado!"
-¡Y, finalmente, estando Goha otro día con ganas de copulación, sacó al aire el niño de su padre. Y he aquí que, por casualidad, una mosca de la miel se posó en la cabeza de la herramienta. Y Goha se pavoneó, exclamando . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 926ª NOCHE
"... Y he aquí que, por casualidad, una mosca de la miel se posó en la cabeza de la herramienta. Y Goha se pavoneó, exclamando: "Por Alah, que sabes lo que es bueno, ¡oh mosca! Porque ésta es una flor digna de ser escogida entre todas las flores para hacer miel".
"Y estas son ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- solamente algunas entre las numerosas gracias, palabras, tonterías y teorías del maestro de las divisas y de la risa, el delicioso e inolvidable Si-Goha. ¡La misericordia y la bendición de Alah sean con él! ¡Y ojalá se conserve viva su memoria hasta el día de la Retribución!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Esas gracias de Goha me han hecho olvidar las más graves preocupaciones, Schehrazada!" Y la pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y frescas son tus palabras!"
Y Schehrazada dijo: "Pero ¿qué es eso comparado con la HISTORIA DE LA JOVENZUELA OBRA MAESTRA DE LOS CORAZONES, LUGARTENIENTA DE LOS PÁJAROS?" Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, ¡oh Schehrazada! que conozco bastantes jovenzuelas, y he visto más aún; pero no recuerdo ese nombre! ¿Quién es, pues, "Obra maestra de los corazones, y cómo es lugartenienta de los pájaros?"
HISTORIA DE LA JOVENZUELA OBRA MAESTRA DE LOS CORAZONES, LUGAR TENIENTA DE LOS PÁJAROS
En los anales de los pueblos y en los libros de tiempos antiguos se cuenta -pero Alah es el único que conoce el pasado y ve el porvenir- que una noche entre las noches, el califa, hijo de los califas ortodoxos de la posteridad de Abbas, Harún Al-Raschid, que reinaba en Bagdad, se incorporó en su lecho, presa de la opresión, y, vestido con sus ropas de dormir, mandó que fuese a su presencia Massrur, porta alfanje de su gracia, el cual se presentó al punto entre sus manos.
Y le dijo el califa: "¡Oh Massrur! esta noche resulta abrumadora y pesada para mi pecho, y deseo que disipes mi malestar". Y Massrur contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! levántate y vamos a la terraza a mirar con nuestros propios ojos el dosel de los cielos salpicado de estrellas y a ver pasearse a la luna brillante, mientras sube hasta nosotros la música de las aguas chapoteantes y los lamentos de las norias cantarinas, de las que ha dicho el poeta:
¡La noria, que por cada ojo vierte llanto gimiendo, es semejante al enamorado que se pasa los días en una queja monótona, a pesar de la magia que inunda su corazón!
"Y el mismo poeta ¡oh Emir de los Creyentes! es quien ha dicho, hablando del agua corriente:
¡Mi preferida es una joven que me evita tener que beber y me divierte!
¡Porque ella es un jardín, sus ojos son las fuentes, y su voz es el agua corriente!
Y Harún escuchó a su porta alfanje y sacudió la cabeza Y dijo: "¡No tengo ganas de eso esta noche!" Y dijo Massrur: "¡Oh Emir de los Creyentes! en tu palacio hay trescientas sesenta jóvenes de todos colores, semejantes a otras tantas lunas y gacelas, y vestidas con trajes tan hermosos como flores. Levántate y vamos a pasarles revista, sin que nos vean, a cada cual en su aposento. Y oirás sus cánticos y verás sus juegos y asistirás a sus escarceos. Y quizá entonces tu alma se sienta atraída por alguna de ellas. Y la tendrás por compañera esta noche, y se entregará a sus juegos contigo. ¡Y ya veremos lo que te queda de tu malestar!"
Pero Harún dijo: "¡Oh Massrur! ve a buscarme a Giafar inmediatamente". Y el aludido contestó con el oído y la obediencia. Y fué a buscar a Giafar a su casa, y le dijo: "Ven con el Emir de los Creyentes". Y el otro contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, se vistió y siguió a Massrur al palacio. Y se presentó ante el califa, que permanecía en el lecho; y besó la tierra entre sus manos y dijo: "¡Haga Alah que no sea para algo malo!" Y dijo Harún: "Sólo es para bien, ¡oh Giafar! Pero esta noche estoy aburrido y fatigado y oprimido. Y he enviado a Massrur para decirte que vengas aquí a distraerme y a disipar mi fastidio". Y Giafar reflexionó un instante, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! cuando nuestra alma no quiere alegrarse ni con la belleza del cielo, ni con los jardines, ni con la dulzura de la brisa, ni con la contemplación de las flores, ya no queda más que un remedio, y es el libro. Porque ¡oh Emir de los Creyentes! un armario de libros es el más hermoso de los jardines. ¡Y un paseo por sus estantes es el más dulce y el más encantador de los paseos! ¡Levántate, pues, y vamos a buscar un libro al azar en los armarios de los libros!"
Y Harún contestó: "Verdad dices, ¡oh Giafar! pues ése es el mejor remedio para el fastidio. Y no había pensado en ello". Y se levantó, y acompañado de Giafar y de Massrur, fué a la sala donde estaban los armarios de los libros.
Y Giafar y Massrur sostenían sendas antorchas, y el califa cogía libros de los armarios magníficos y de los cofres de madera aromática, y los abría y los cerraba. Y de tal suerte examinó varios estantes, y acabó por echar mano a un libro viejísimo que abrió al azar. Y encontró algo que hubo de interesarle vivamente, porque, en vez de abandonar el libro al cabo de un instante, se sentó y se puso a hojearlo página por página y a leerlo atentamente. Y he aquí que de pronto se echó a reír de tal modo, que se cayó de trasero. Luego volvió a coger el libro y continuó su lectura. Y he aquí que de sus ojos brotó el llanto; y se echó a llorar de tal manera, que se mojó toda la barba con lágrimas que corrían por sus intersticios hasta caer sobre el libro que tenía él en las rodillas. Después cerró el libro, se lo metió en la manga y se levantó para salir.
Cuando Giafar vió al califa llorar y reír de tal suerte, no pudo por menos de decir a su soberano: "¡Oh Emir de los Creyentes y soberano de ambos mundos! ¿cuál puede ser el motivo que te hace reír y llorar casi en el mismo momento?" Y el califa, al oír aquello, se encolerizó hasta el límite de la cólera, y gritó a Giafar con voz irritada: "¡Oh perro entre los perros de los Barmecidas! ¿a qué viene esa impertinencia de parte tuya? ¿Y por qué te inmiscuyes en donde no debes? ¡Acabas de arrogarte el derecho a ser enfadoso y petulante; y te has extralimitado! ¡Y ya no te falta más que insultar al califa! Pero ¡por mis ojos, que desde el momento en que te has mezclado en lo que no te concierne, quiero que la cosa tenga todas las consecuencias correspondientes! Te ordeno pues, que vayas a buscar a alguien que me diga por qué he reído y llorado con la lectura de este libro y adivine lo que hay en este volumen desde la primera página hasta la última. Y si no encuentras a ese hombre, te cortaré el cuello, y entonces te enseñaré lo que me ha hecho reír y llorar".
Cuando Giafar oyó estas palabras y advirtió aquella cólera, dijo: . ¡Oh Emir de los Creyentes! he cometido una falta. Y la falta es natural en personas como yo; pero el perdón es natural en quienes tienen un alma como la de Tu Grandeza". Y Harún contestó: "¡No! ¡acabo de hacer un juramento! Tienes que ir en busca de alguien que me explique todo el contenido de este libro, o si no, te cortaré la cabeza al punto". Y dijo Giafar: "¡Oh Emir de los Creyentes! Alah creó los cielos y los mundos en seis días, y si hubiera querido, los habría creado en una hora. Y si no lo hizo, fué para enseñar a sus criaturas que es necesario obrar con paciencia y moderación en todo, incluso al hacer el bien. Mucho más cuando se trata de hacer lo contrario del bien, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡De todos modos, si quieres absolutamente que vaya yo a buscar a la persona consabida que adivine lo que te ha hecho reír y llorar, concede a tu esclavo un plazo sólo de tres días!"
Y dijo el califa: "¡Si no me traes a la persona de que se trata, perecerás con la más horrible de las muertes!"
Y Giafar contestó a esto: "Voy a cumplir la misión".
Y salió, acto seguido, con el color cambiado, el alma turbada y el corazón lleno de amargura y de pena.
Y se fué a su casa, con el corazón amargado, para decir adiós a su padre Yahia y a su hermano El-Fadl, y para llorar. Y le dijeron ellos: "¿Por qué vienes en ese estado de turbación y de tristeza, ¡oh Giafar! ?" Y les contó lo que había ocurrido entre él y el califa y les puso al corriente de la condición impuesta.
Y añadió: "El que juegue con una punta acerada se pinchará la mano; y el que luche con el león perecerá. En cuanto a mí, renuncio a mi plaza al lado del sultán; porque en lo sucesivo la estancia junto a él sería el mayor de los peligros para mí, así como para ti, ¡oh padre mío! y para ti, ¡oh hermano mío! Mejor será, pues, que me aleje de su vista. Porque la preservación de la vida es cosa inestimable y jamás se sabe todo lo que vale. Y el alejamiento es el preservativo mejor de nuestros cuellos. Por otra parte, ha dicho el poeta:
¡Preserva tu vida de los peligros que la amenazan y deja que la casa se queje a su constructor!
Y su padre y su hermano contestaron a esto: "¡No partas, ¡oh Giafar! porque probablemente te perdonará el califa!" Pero Giafar dijo: "¡Para ello ha impuesto la condición! Pero ¿cómo voy a encontrar alguien que sea capaz de adivinar a primera vista el motivo que ha hecho reír y llorar al califa, así como el contenido, desde el principio hasta el fin, de ese libro calamitoso?" Y Yahia contestó entonces: "Verdad dices, ¡oh Giafar! Para resguardar las cabezas, no queda otro remedio que partir. Y lo mejor es que te marches a Damasco, y que vivas allí hasta que se termine este revés de fortuna y vuelva el Destino dichoso". Y Giafar preguntó: "¿Y qué va a ser de mi esposa y de mi harén durante mi ausencia?" Y dijo Yahia: "Parte, y note preocupes de los demás. Esas son puertas que no tienes tiempo de abrir. ¡Parte para Damasco, pues tal es para ti el decreto del Destino ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 896ª NOCHE
Ella dijo:
". .. Esas son puertas que no tienes tiempo de abrir. ¡Parte para Damasco, pues tal es para ti el decreto del Destino!" Y añadió: "Respecto a lo que pueda sobrevenir después de tu marcha, Alah proveerá".
Por consiguiente, Giafar el visir inclinó el oído a las palabras de su padre, y sin dilación ni tardanza, tomó consigo un saco que contenía mil dinares, se ciñó su cinturón y su espada, se despidió de su padre y de su hermano, montó en una mula, y sin hacerse acompañar por su esclavo ni por un servidor, se puso en camino para Damasco. Y viajó en línea recta a través del desierto, y no cesó de viajar hasta el décimo día, en que llegó a la llanura verde, El Marj, que está a la entrada de Damasco la regocijante.
Y vió el hermoso minarete de la Desposada, que emergía del verdor que lo circundaba, y estaba cubierto desde la base hasta lo más alto de tejas doradas; y los jardines regados por aguas corrientes, donde vivían los macizos de flores; y los campos de mirtos, y los montes de violetas, y los campos de laureles rosas. Y se detuvo a mirar toda aquella hermosura, escuchando a los pájaros cantores en los árboles. Y vió que era una ciudad cuyo igual no se había creado en la superficie de la tierra. Y miró a la derecha, y miró a la izquierda, y acabó por divisar a un hombre. Y se acercó a él y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿cuál es el nombre de esta ciudad?" Y el aludido contestó: "¡Oh mi señor! esta ciudad en los tiempos antiguos se llamaba Julag, y de ella es de quien habla el poeta en estos versos:
¡Me llamo Julag, y cautivo los corazones! ¡Por mí corren hermosas aguas, por mí y fuera de mí!
Jardín de Edén en la tierra y patria de todos los esplendores, ¡oh Damasco!
¡No olvidaré nunca tus bellezas, ni nada me gustará tanto como tú! ¡Y benditas sean tus terrazas y cuantas maravillas vivientes brillan en tus terrazas!
Y el hombre que recitó estos versos añadió: "También se llama Scham, o dicho de otro modo, Grano-de-Belleza, porque es el grano de belleza de Dios en la tierra".
Y Giafar experimentó un vivo placer en oír estas explicaciones. Y dió gracias al hombre, y se apeó de su mula, y la cogió de la brida para aventurarse con ella entre las casas y las mezquitas. Y se paseó lentamente, examinando una tras de otra las hermosas casas delante de las cuales paseaba. Y mirando así, divisó, al fondo de una calle bien barrida y regada, una casa magnífica en medio de un gran jardín. Y en el jardín vió una tienda de seda labrada, tapizada con hermosos tapices del Khorassán y ricas telas, y bien provista de cojines de seda, de sillas y de lechos para reposo. Y en medio de la tienda estaba sentado un joven como la luna cuando sale en su décimocuarto día. Y aparecía negligentemente vestido, sin llevar a la cabeza más que un pañuelo, y en el cuerpo más que una túnica de color de rosa. Y ante él había un grupo de personas atentas, y bebidas de todas las especies finas. Y Giafar se detuvo un momento a contemplar la escena, y quedó muy contento de lo que veía en aquel joven. Y al mirar más atentamente, divisó al lado del joven a una muchacha joven como el sol en un cielo sereno. Y tenía un laúd al pecho, como un niño en los brazos de su madre. Y lo tañía, cantando estos versos:
¡Pobres de los que tienen su corazón entre las manos de sus amados; porque, si quieren recuperarlo, lo encontrarán muerto!
¡Lo confiaron en manos de sus amados cuando lo sentían enamorado; y se vieron obligados a abandonarlos!
¡Pequeño, lo arrancan del fondo de sus entrañas! ¡Oh pájaro! repite: "¡Lo arrancaron pequeño!"
¡Lo mataron injustamente; el bienamado coquetea con su humilde enamorado!
¡Yo soy quien busca los efectos del amor, yo soy el amor, el hermano del amor y suspiro!
¡Ved al que el amor ha envejecido! ¡Aunque su corazón no haya cambiado, lo enterraron!
Y al oír estos versos y aquel canto, Giafar experimentó un placer infinito, y se le conmovieron los órganos con los acentos de aquella voz, y dijo: "¡Por Alah, qué hermoso!" Pero ya la joven había preludiado de otro modo, con el laúd en las rodillas, y cantaba estos versos:
¡Poseído por tales sentimientos, estás enamorado! ¡No hay de qué asombrarse, pues, si te amo yo!
¡Levanto hacia ti mi mano, pidiendo gracia y piedad para mi humildad! ¡Ojalá te muestres caritativo!
¡He pasado mi vida solicitando tu consentimiento; pero nunca tuve dentro de mí la sensación de que fueras caritativo!
¡Y a causa de la toma de posesión del amor, me he convertido en un esclavo, y tengo envenenado el corazón, y corren mis lágrimas!
Cuando se terminó el canto de este poema, avanzó Giafar cada vez más, dominado por el placer que sentía al oír y al mirar a la joven que cantaba. Y de pronto le advirtió el joven, que estaba tendido en la tienda, y se incorporó a medias, y llamó a uno de sus jóvenes esclavos, y le dijo: "¿Ves a ese hombre que está ahí, en la entrada, frente a nosotros?" Y el muchacho dijo: "¡Sí!" Y dijo el joven: "Debe ser un extranjero, pues veo en él las huellas del viaje. Corre a buscarle y guárdate bien de ofenderle". Y el chico contestó: "¡Con gusto y alegría!" Y se apresuró a ir en busca de Giafar -que ya le había visto acercarse- y le dijo: "¡En el nombre de Alah, ¡oh mi señor! por favor, ten la generosidad de venir a ver a nuestro amo!" Y Giafar franqueó la puerta con el mozalbete, y al llegar a la entrada de la tienda entregó su mula a los diligentes esclavos, y traspuso el umbral. Y el joven ya estaba erguido sobre ambos pies en honor suyo; y avanzó hacia él extendiendo mucho las dos manos, y le saludó como si le conociera de siempre, y después de dar gracias a Alah por habérsele enviado, cantó:
¡Bien venido seas, ¡oh visitante! ¡Nos alegras con tu presencia y nos haces revivir con esta unión!
¡Por tu rostro juro que vivo cuando apareces y muero cuando desapareces!
Y tras de cantar esto en honor de Giafar, le dijo: "Dígnate sentarte, ¡oh mi dulce señor! ¡Y loores a Alah por tu feliz arribo!" Y recitó la plegaria del envío de Alah, y continuó así su canto:
¡Si de antemano hubiéramos estado prevenidos de tu llegada, a tus pies hubiéramos extendido por alfombra la pura sangre de nuestros corazones y el terciopelo negro de nuestros ojos!
í Porque tu sitio está por encima de nuestros párpados!
Y cuando hubo acabado este canto, se acercó a Giafar, le besó en el pecho, exaltó sus virtudes, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡este día es un día feliz, y si no fuese ya de fiesta, yo habría hecho que lo fuese para dar gracias a Alah!" Y al punto se agruparon entre sus manos los esclavos; y les dijo él: "¡Traednos lo que ya está dispuesto!" Y llevaron las bandejas de manjares, de viandas y de todas las demás cosas excelentes, y el joven dijo a Giafar: "¡Oh mi señor! los sabios dicen: "¡Si te invitan, satisface tu alma con lo que tengas ante ti!" Pero si hubiésemos sabido que ibas a favorecernos hoy con tu llegada, te hubiéramos servido la carne de nuestros cuerpos y sacrificado nuestros hijos pequeños". Y Giafar contestó: "¡Echo, pues, mano a los manjares, y comeré hasta que me sacie!" Y el joven se puso a servirle con su propia mano los trozos más delicados y a conversar con él con toda cordialidad y con todo gusto. Luego les llevaron el jarro y la jofaina, y se lavaron las manos. Tras de lo cual el joven hizo pasar a Giafar a la sala de bebidas, donde dijo a la joven que cantara. Y ella cogió el laúd, lo templó, lo apoyó sobre su seno, y tras de tararear un instante, cantó:
¡Se trata de un visitante cuya llegada ha sido respetada por todos, más dulce que el ingenio y la esperanza de consumo!
¡Esparce ante el alba las tinieblas de sus cabellos, y el alba no aparece por vergüenza!
¡Y cuando mi destino quiso matarme, le pedí protección; y su llegada hizo revivir un alma a quien reclamaba la muerte!
¡Me he tornado en esclava del Príncipe de los Enamorados, y mi sino se reduce ya a estar bajo la dominación del amor!
Y Giafar se sintió poseído de una alegría excesiva, igual a la de su joven huésped. Sin embargo, no cesaba de preocuparle lo que le había ocurrido con el califa. Y su rostro y su actitud denotaban esta preocupación, que no pasó inadvertida a los ojos del joven, el cual notó que estaba inquieto, asustado, pensativo y con incertidumbre por algo. Y por su parte, Giafar comprendió que el joven se había dado cuenta de su estado y que por discreción se reprimía para no preguntarle la causa de su turbación. Pero el joven acabó por decirle: "¡Oh mi señor! escucha lo que han dicho los sabios:
¡No te asustes ni te aflijas por las cosas que deben suceder, sino, antes bien, levanta la copa de este vino, veneno que ahuyenta las preocupaciones y los fastidios!
¿No ves cómo unas manos pintaron hermosas flores en los ropajes de la bebida?
¡El fruto de la rama de vid, los lirios y los narcisos, y la violeta y la flor rayada de Nemán!
¡Si te asalta el fastidio, mécele para que se adormezca entre licores, flores y favoritas!
Luego dijo a Giafar: "No te oprimas ni contraigas el pecho, ¡oh mi señor!" Y dijo a la joven: "¡Canta!" Y ella cantó. Y Giafar, que se deleitaba con aquellos cánticos y estaba maravillado de ellos, acabó por decir: "No cesemos de regocijarnos con el canto y las palabras hasta que cierre el día y venga la noche con las tinieblas ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 897ª NOCHE
Ella dijo:
"... No cesemos de regocijarnos con el canto y las palabras hasta que cierre el día y venga la noche con las tinieblas".
Y a continuación ordenó el joven a los esclavos que fueran a buscar caballos. Y obedecieron al punto los esclavos; y ofrecieron al huésped de su señor una yegua de reyes. Y ambos saltaron a lomos de sus monturas, y se dedicaron a recorrer Damasco y a mirar el espectáculo de los zocos y de las calles, hasta que llegaron ante una fachada brillantemente iluminada y decorada con linternas de todos colores; y delante de una cortina había una lámpara grande de cobre cincelado que colgaba de una cadena de oro. Y dentro de la morada había pabellones rodeados de estatuas maravillosas y conteniendo todas las especies de aves y todas las variedades de flores; y en medio de todos aquellos pabellones había una sala con cúpula y ventanas de plata. Y el joven abrió la puerta de la tal sala. Y apareció ésta como un hermoso jardín del paraíso, animado por los cantos de los pájaros y los perfumes de las flores y el susurrar de los arroyos. Y la sala entera resonaba con los diversos lenguajes de aquellos pájaros, y estaba alfombrada con alfombras de seda y bien provista de cojines de brocado y plumas de avestruz. Y también contenía un número incalculable de toda clase de objetos suntuosos y de artículos de precio, y estaba perfumada por el olor de las flores y de las frutas; y encerraba un número inconcebible de cosas magníficas, como platos de plata, vasos de plata, copas preciosas, pebeteros y provisiones de ámbar gris, polvo de áloe y frutas secas.
En una palabra, era como aquella morada descripta en estos versos del poeta:
¡La casa era perfectamente espléndida, y brillaba con todo el resplandor de su magnificencia!
Y cuando Giafar se hubo sentado, el joven le dijo: "¡Con tu llegada, ¡oh señor e invitado mío! han descendido del cielo sobre nuestra cabeza un millar de bendiciones!" Y aún le dijo otras cosas amables, y le preguntó por fin: "¿Y cuál es el motivo a que debemos el honor de tu llegada a nuestra ciudad? ¡Aquí encuentras familia y holgura con toda cordialidad!"
Y Giafar contestó: "Yo soy ¡oh mi señor! soldado de profesión, y mando una compañía de soldados. Y soy oriundo de la ciudad de Bassra, de donde vengo en este momento. Y la causa de mi llegada aquí es que, no pudiendo pagar al califa el tributo que le debo, me he asustado por mi vida, y he emprendido la fuga, cabizbajo, con terror. Y no he cesado de correr por llanuras y desiertos hasta que el Destino me ha conducido hasta ti". Y el joven dijo: "¡Oh llegada bendita! ¿Y cuál es tu nombre?" El aludido contestó: "Mi nombre es como el tuyo, ¡oh mi señor!" Y al oír esto, el joven sonrió y dijo, risueño: "¡Oh mi señor! ¡entonces te llamas Abul´ Hassán! Pero te ruego que no tengas ninguna opresión de pecho ni ninguna turbación de tu corazón". Y dió orden para que los sirvieran. Y les llevaron bandejas llenas de todas clases de cosas delicadas y deliciosas; y comieron y quedaron satisfechos. Tras de lo cual se levantó la mesa y se les llevó el jarro y la jofaina. Y se lavaron las manos, y fueron a la sala de las bebidas, que estaba llena de flores y frutas. Y el joven habló a la joven, refiriéndose a la música y al canto. Y ella los encantó a ambos y los deleitó con la perfección de su arte; y hasta la morada y sus muros se conmovieron y agitaron. Y Giafar, en el paroxismo de su entusiasmo, se quitó la ropa y la arrojó a lo lejos después de hacerla trizas. Y el joven le dijo: "¡Ualahí! ¡ojalá sea efecto del placer esa desgarradura, y no efecto del sentimiento y de la pena! Y Alah aleje de nosotros la amargura del enemigo". Luego hizo señas a uno de sus esclavos, quien al punto llevó a Giafar ropas nuevas que costaban cien dinares, y le ayudó a ponérselas. Y el joven dijo a la joven: "¡Cambia el tono del laúd!" Y ella cambió el tono y cantó estos versos:
¡Mi mirada celosa está clavada en él! ¡Y si mira él a otro, me tortura!
¡Doy fin a mis deseos y a mi canto, gritando!: "¡Mi amistad hacia ti durará hasta que la muerte se albergue en mi corazón!"
Y terminado este cántico, de nuevo Giafar se despojó de sus ropas, gritando. Y el joven le dijo: "¡Ojalá mejore Alah tu vida y haga que su principio sea su fin y que su fin sea su principio!" Y los esclavos volvieron a poner a Giafar otras ropas más hermosas que las primeras. Y la joven ya no dijo nada durante una hora de tiempo, en tanto que charlaban los dos hombres. Luego el joven dijo a Giafar: "Escucha ¡oh mi señor! lo que el poeta ha dicho del país adonde te ha conducido el Destino, para
dicha nuestra, en este día bendito".
Y dijo a la joven: "Cántanos las palabras del poeta referente al valle nuestro que en la antigüedad se llamaba valle de Rabwat".
Y la joven cantó:
¡Oh generosidad de nuestra noche en el valle de Rabwat, adonde lleva sus perfumes el delicado céfiro!
¡Es un valle cuya hermosura es como un collar: lo rodean árboles y flores!
¡Sus campos están tapizados con flores de todas las variedades, y los pájaros vuelan por encima de ellas!
¡Cuando sus árboles nos ven sentados debajo, nos arrojan por sí mismos sus frutos!
¡Y mientras cambiamos sobre el césped las copas desbordantes de la charla y de la poesía, el valle es generoso con nosotros y su céfiro nos trae lo que las flores nos envían.
Cuando la joven hubo acabado de cantar, Giafar se despojó de sus ropas por tercera vez. Y el joven se levantó, y le besó en la cabeza, e hizo que le pusieran otra vestidura. Porque aquel joven, como se verá, era el hombre más generoso y el más magnífico de su tiempo, y la largueza de su mano y la alteza de su alma eran por lo menos tan grandes como las de Hatim, jefe de la tribu de Thay. Y continuó charlando con él acerca de los acontecimientos de aquellos días y utilizando otros motivos de conversación y contando anécdotas y hablando de las obras maestras de la poesía. Y le dijo: "¡Oh mi señor! no apesadumbres tu espíritu con cavilaciones y preocupaciones". Y Giafar le dijo: "¡Oh mi señor! he abandonado mi país sin tomarme tiempo para comer ni beber. Y lo he hecho con intención de divertirme y de ver mundo. Pero si Alah me concede el regreso a mi país, y mi familia, mis amigos y mis vecinos me interrogan y me preguntan dónde he estado y qué he visto, les diré los beneficios con que me has favorecido y los favores que has amontonado sobre mi cabeza en la ciudad de Damasco, en el país de Scham. Y les contaré lo que he visto por acá y lo que he visto por allá, y les dedicaré hermosos discursos y charlas instructivas acerca de todo aquello con que se enriquezca mi espíritu junto a ti en la ciudad". Y el joven contestó: "¡Me refugio en Alah ¡contra las ideas de orgullo! El es el Unico generoso". Y añadió: "¡Estarás conmigo el tiempo que quieras, diez años o más, lo que gustes! Porque la casa es tu casa, con su dueño y con lo que contiene".
Y entretanto, como la noche avanzaba, entraron los eunucos y dispusieron para Giafar un lecho delicado en el sitio de honor de la sala. Y extendieron un segundo lecho al lado del de Giafar. Y se fueron después de disponerlo todo y ponerlo todo en orden. Y Giafar el visir, al ver aquello, dijo para sí: "¡Por lo visto, mi huésped es soltero! Y por eso han dispuesto su lecho al lado del mío. Creo que podré aventurar una pregunta". Y efectivamente, aventuró la pregunta, interrogando a su huésped: "¡Oh mi señor! ¿eres soltero o casado?" Y el joven contestó: "¡Casado!, ¡oh mi señor!" Y Giafar replicó a esto: "¿Por qué, pues, si estás casado, vas a dormir al lado mío, en lugar de entrar en tu harén y de acostarte como los hombres casados?" Y el joven contestó: "Por Alah, ¡oh mi señor! No va a echar a volar el harén con su contenido y ya tendré más tarde tiempo de ir a acostarme allá. Pero ahora sería en mí incorrecto y grosero y descortés dejarte solo para ir a acostarme en mi harén, tratándose de un hombre como tú, de un visitante, ¡de un huésped de Alah! ¡Una acción así sería contraria a la cortesía y a los deberes de hospitalidad! ¡Y mientras tu presencia ¡oh mi señor! se digne favorecer esta casa, no reposaré mi cabeza en mi
harén, ni me acostaré allí, y obraré de este modo hasta que nos despidamos tú y yo en el día que te convenga y elijas, cuando quieras volver en paz y seguridad a tu ciudad y a tu país!" Y Giafar dijo para sí: "¡Qué cosa tan prodigiosa y tan excesivamente maravillosa!" Y durmieron juntos aquella noche.
Y al día siguiente muy de mañana, se levantaron y fueron al hammam, donde ya el joven -que, en realidad, se llamaba Ataf el Generoso- había enviado para uso de su huésped un envoltorio con vestidos magníficos. Y después de tomar el más delicioso de los baños, montaron en caballos espléndidos que se encontraron ensillados ya a la puerta del hammam, y se dirigieron al cementerio para visitar la tumba de la Dama, y pasaron todo aquel día recordando las vidas de los hombres y sus muertes. Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 898ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses.
Pero, al cabo de este tiempo, el alma de Giafar se tornó triste y abatido su espíritu; y un día entre los días se sentó y lloró. Y al verle bañado en lágrimas, Ataf el Generoso le interrogó diciéndole: "Alah aleje de ti la aflicción y la pena, ¡oh mi señor! ¿Por qué te veo llorar? ¿Y qué es lo que te produce pena? Si tienes pesadumbre en el corazón, ¿por qué no me revelas el motivo que te lo apesadumbra y te amarga el alma?" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! ¡me siento con el pecho en extremo oprimido, y quisiera andar al azar por las calles de Damasco, y también quisiera calmar mi espíritu con la contemplación de la mezquita de los Ommiadas!" Y Ataf el Generoso contestó: "¿Y quién puede impedírtelo, ¡oh hermano mío!? ¿No eres libre de ir a pasearte por donde quieras y a refrescar tu alma como desees para que tu pecho se dilate y tu espíritu se esparza y regocije? ¡En verdad ¡oh hermano mío! que todo eso es una nimiedad, una verdadera nimiedad!" Y ya se levantaba Giafar para salir, cuando su huésped le detuvo para decirle: "¡Oh mi señor! ten la bondad de esperar un momento, a fin de que nuestros criados te ensillen una hacanea". Pero Giafar contestó: "¡Oh amigo mío! prefiero ir a pie; porque el hombre que va a caballo no puede divertirse mirando y observando lo que hay en torno suyo, sino que es la gente quien se divierte mirándole y observándole". Y Ataf el Generoso le dijo: "¡Sea! ¡pero déjame al menos, darte este saco de dinares para que puedas hacer dádivas por el camino y distribuir el dinero a la multitud, tirándoselo a puñados!" Y añadió: "Ahora puedes ir a pasearte. ¡Y ojalá te calme eso el espíritu, y te apacigüe, y te haga volver a nosotros alegre y contento!"
A continuación Giafar admitió de su generoso huésped un saco de trescientos dinares, y salió de la morada, acompañado por los votos de su amigo.Y echó a andar lentamente, pensando en la condición que le había impuesto el califa, y muy desesperado de no encontrar ninguna solución y de que ninguna aventura le hubiese permitido todavía adivinar la cosa y encontrar al hombre que pudiese adivinarla; y de tal suerte llegó ante la magnífica mezquita, y subió los treinta peldaños de mármol de la puerta principal, y contempló con admiración los hermosos azulejos, los dorados, las pedrerías y los mármoles magníficos que la adornaban por doquiera, y los hermosos estanques en que había un agua tan pura que no se veía. Y se recogió y rezó su plegaria y escuchó el sermón, y permaneció allí hasta mediodía, sintiendo que a su alma descendía una gran frescura y le calmaba el corazón.
Luego salió de la mezquita, e hizo dádivas a los mendigos de la puerta, recitando estos versos:
¡He visto las bellezas acumuladas en la mezquita de lulag, y en sus murallas está explicada la significación de la belleza!
¡Si el pueblo frecuenta las mezquitas, dile que su puerta de entrada siempre está abierta de par en par!
Y cuando abandonó la hermosa mezquita, continuó su paseo por los barrios y las calles, mirando y observando, hasta que llegó ante una casa espléndida, de apariencia señorial, adornada de ventanas de plata con marcos de oro que arrebataban la razón y con cortinas de seda en cada ventana. Y frente a la puerta había un banco de mármol cubierto con un tapiz. Y como Giafar ya se sentía cansado de su paseo, se sentó en aquel banco, y se puso a pensar en sí mismo, en su propio estado, en los acontecimientos últimos y en lo que pudo pasar en Bagdad durante su ausencia. Y he aquí que de pronto se separó la cortina de una de las ventanas, y una mano muy blanca, seguida de su propietaria, apareció con una pequeña regadera de oro. Y aquella mujer, que era como la luna llena, tenía unas miradas que arrebataban la razón y un rostro que carecía de hermano. Y permaneció un momento regando sus flores, que estaban en jardineras sobre las ventana, flores de albahaca, de jazmín doble, de clavel y de alelí. Y mientras regaba ella con su mano las flores olorosas, sus gracias se mostraban llenas de equilibrio, de simetría y de armonía. Y al verla, se sintió Giafar con el corazón herido de amor. Y se irguió sobre ambos pies y se inclinó hasta el suelo ante ella. Y cuando la joven acabó de regar sus plantas, miró a la calle y advirtió a Giafar, que estaba inclinado hasta el suelo. Y en un principio tuvo intención de cerrar su ventana y desaparecer. Luego reaccionó, y asomándose desde el alféizar, dijo a Giafar: "¿Es tu casa esta casa?" Y contestó él: "No, por Alah ¡oh mi señora! la casa no es mi casa; ¡pero el esclavo que hay a su puerta es tu esclavo! ¡Y espera tus órdenes!" Y ella dijo: 'Pues si esta casa no es tuya, ¿qué haces ahí, y por qué no te vas?" Y contestó: "¡Porque me he parado aquí, ya setti, para componer en tu honor unos versos!" Y ella preguntó: "¿Y qué dices de mí en tus versos, ¡oh
hombre!?"
Y al punto recitó Giafar este poema, que improvisó:
¡Apareció ella envuelta en un traje blanco, con miradas y párpados de maravilla!
Y le dije: "¡Ven, ¡oh única! ven sin otra zalema que la de tus ojos! ¡Contigo seré dichoso, hasta en mi corazón dichoso!
¡Bendito sea El que ha vestido con rosas tus mejillas! ¡El puede crear sin obstáculo lo que quiera!
¡Blanco es tu traje, como tu mano y como tu destino; y es blanco sobre blanco, y blanco sobre blanco!
Luego, como quisiera ella retirarse, a pesar de estos versos, exclamó él: "Aguarda, por favor, ¡oh mi señora! ¡He aquí otros versos que he compuesto, dedicados a tu fisonomía y a tu expresión!" Y ella dijo: "¿Y qué dices de mi expresión y de mi fisonomía?" Y él recitó estos versos:
¿Ves aparecer su cara, que, a pesar del velo, brilla tanto como la luna en el horizonte?
¡Su esplendor alumbra la sombra de los templos en donde se la adora, y el sol entra en tinieblas cuando ella pasa!
¡Su frente eclipsa a la rosa y su mejilla a la manzana! ¡Y su mirada expresiva conmueve al pueblo y le encanta!
¡Por ella, si un mortal la viese, sería víctima del amor y se abrasaría en los fuegos del deseo!
Cuando la joven hubo oído esta improvisación, dijo a Giafar: "¡Muy bien! ¡Pero estas palabras me gustan más que tú!" Y le lanzó una ojeada que le traspasó, y cerró la ventana y desapareció vivamente. Y Giafar el visir se estuvo quieto en el banco, anhelando y esperando que la ventana se abriese por segunda vez y le permitiese dirigir una segunda mirada a la admirable joven. Y cada vez que quería él levantarse para marcharse, su instinto le decía: "¡Siéntate!" Y no cesó de conducirse así hasta que llegó la noche. Entonces se levantó, con el corazón prendado, y volvió a casa de Ataf el Generoso. Y se encontró con que el propio Ataf le esperaba a la puerta de su casa, en el umbral, y exclamaba al verle: "¡Oh mi señor! ¡me has tenido hoy excesivamente desolado con tu ausencia! Y eran para ti mis pensamientos, a causa de la larga espera y de la tardanza de tu regreso". Y se le echó sobre el pecho y le besó entre los ojos. Pero Giafar no contestaba nada y estaba distraído. Y Ataf le miró y leyó en su rostro muchas palabras, encontrándole, efectivamente, muy cambiado de color y amarillo e inquieto. Y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡veo demudada tu cara y trastornado tu espíritu!" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! desde el momento en que te he dejado hasta el presente, he sufrido un violento dolor de cabeza y un ataque nervioso, porque esta noche he dormido sobre una oreja. ¡Y en la mezquita no oía nada de las plegarias que recitaban los creyentes! ¡Y es lastimoso mi estado y lamentable mi condición!"
Entonces Ataf el Generoso cogió de la mano a su huésped y le condujo a la sala donde por lo general se complacían en charlar. Y los esclavos llevaron las bandejas de manjares para la comida de la noche. Pero Giafar no pudo comer nada, y levantó la mano. Y el joven le preguntó: "¿Por qué, ¡oh mi señor! levantas la mano y la alejas de los manjares?" Y el otro contestó: "Porque me pesa la comida de esta mañana y me impide cenar. ¡Pero no tiene importancia eso, pues creo que una hora de sueño hará que pase la cosa, y mañana no habrá nada en mi estómago!"
En vista de aquello, Ataf mandó hacer el lecho de Giafar más temprano que de costumbre, y Giafar se acostó con el espíritu muy deprimido. Y se echó encima la manta, y se puso a pensar en la joven, en su belleza, en su elegancia, en su apostura, en sus proporciones felices y en cuanto el Donador (¡glorificado sea!) le había concedido de belleza, de magnificencia y de esplendor. Y con ello olvidó todo lo que le había sucedido en los días de su pasado, lo ocurrido con el califa, la condición impuesta, su familia, sus amigos y su país. Y era tanto el zumbar de sus pensamientos, que sintióse poseído de vértigo y se le quedó el cuerpo molido. Y no cesó de dar vueltas y vueltas con fiebre en su lecho hasta por la mañana. Y estaba como cualquiera que se hubiese perdido en el mar del amor.
Y cuando llegó la hora en que tenían costumbre de levantarse, Ataf se levantó el primero y se inclinó sobre él y le dijo: "¿Cómo va tu salud?" Mis pensamientos han sido para ti esta noche. Y he notado que en toda la noche has gustado del sueño". Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 899ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!" Al oír estas palabras, Ataf el Generoso, el Excelente, se emocionó hasta el límite extremo de la emoción, y al punto envió un esclavo blanco en busca de un médico. Y el esclavo blanco fué a toda prisa a cumplir su misión, y no tardó en volver con el mejor médico de Damasco y el más hábil de los médicos de su tiempo.
Y el médico, que era un gran sabio, se acercó a Giafar, que estaba tendido en su lecho, con los ojos perdidos, y le miró al rostro, y le dijo: "¡No te turbes a mi vista, y que el don de la salud sea contigo! ¡Dame la mano!" Y le cogió la mano, y le tomó el pulso, y vió que todo estaba en su sitio, y no había ninguna molestia, ni sufrimiento, ni dolor, y que las pulsaciones eran fuertes y las intermitencias eran regulares. Y al observar todo esto, comprendió la causa del mal y que el enfermo estaba enfermo de amor. Y no quiso hablar de su descubrimiento al enfermo delante de Ataf. Y para hacer las cosas con elegancia y discreción, cogió un papel y escribió su prescripción. Y puso cuidadosamente aquel papel debajo de la cabeza de Giafar, diciéndole: "¡El remedio está bajo tu cabeza! Te he recetado una purga. Si la tomas, te curarás". Y tras de hablar así, el médico se despidió de Giafar para ir a visitar a sus demás enfermos, que eran numerosos. Y Ataf le acompañó hasta la puerta, y le preguntó: "¡Oh señor! ¿qué tiene?"
Y contestó el otro: "Ya lo he puesto en el papel". Y se marchó.
Y Ataf volvió junto a su huésped, y le encontró acabando de recitar este poema:
¡Un médico viene a mí un día, y me coge la mano y me toma el pulso! Pero le digo: "¡Deja mi mano, porque el fuego está en mi corazón!"
Y me dice: "¡Bebe jarabe de rosas después de mezclarlo bien con el agua de la lengua! ¡Y no se lo digas a nadie!"
Y contesto: "¡Conozco mucho el jarabe de rosas: es el agua de las mejillas que me han destrozado el corazón!"
"Pero ¿cómo podré procurarme el agua de la lengua? ¿Y cómo podré refrescar el fuego ardiente que se alberga dentro de mí?"
Y él me dice: "¡Estás enamorado!" Yo le digo: "¡Sí!" Y él contesta: "¡El único remedio para eso es tener aquí al objeto de tu amor!"
Y Ataf, que no había oído el poema y no había cogido más que el último verso, sin comprenderlo, se sentó a la cabecera del lecho e interrogó a su huésped acerca de lo que había dicho y recetado el médico.
Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! me ha escrito un papel que está ahí, debajo de la almohada". Y Ataf sacó el papel de debajo de la almohada, y lo leyó. Y encontró estas líneas trazadas de mano del médico:
"¡En el nombre de Alah el Curador, maestro de las curaciones y de los regímenes buenos! ¡He aquí lo que hay que tomar con la ayuda y la bendición de Alah! Tres medidas de esencia pura de la amada mezcladas con un poco de prudencia y de temor a ser espiado por los envidiosos; además, tres medidas de excelente unión clasificada con un grano de ausencia y de alejamiento; además, dos pesas de afecto puro y de discreción sin mezcla con la madera de la separación; hacer una mixtura de ello con un poco de extracto de incienso de besos, dados en los dientes y en el centro; dos medidas de cada variedad, más cien besos dados en las dos hermosas granadas consabidas, cincuenta de los cuales deben ser endulzados pasando por los labios, como hacen las palomas, y veinte como lo hacen los pajarillos; además, dos medidas iguales de movimientos de Alepo y de suspiros del Irak; además, dos okes de puntas de lenguas en la boca y fuera de la boca, bien mezcladas y trituradas; después poner en un crisol tres dracmas de granos de Egipto, adicionándoles grasa de buena calidad, haciéndolo cocer en el agua del amor y el jarabe del deseo sobre un fuego de leña de placer en el retiro del ardor; tras de lo cual se decantará el total en un diván bien mullido, y se añadirán dos okes de jarabe de saliva, y se beberá en ayunas durante tres días. Y al cuarto día, en la comida de mediodía, se tomará una raja de melón del deseo, con leche de almendras y zumo de limón del acuerdo, y por último, con tres medidas de buena maniobra de muslos. Y acabar con un baño en beneficio de la salud. ¡Y la zalema!"
Cuando Ataf el Generoso hubo acabado la lectura de esta receta, no pudo por menos de reír y dar palmadas. Luego miró a Giafar, y le dijo: "¡Oh hermano mío! este médico es un gran médico y su descubrimiento un gran descubrimiento. ¡He aquí que ha averiguado que estás enfermo de amor!" Y añadió "Dime, pues, cómo y de quién te has enamorado". Pero Giafar, cabizbajo, no dió respuesta alguna ni quiso pronunciar ninguna palabra. Y Ataf se apenó mucho por el silencio que el otro guardaba y había guardado con él, y se afligió mucho por su falta de confianza, y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿no eres para mí más que un amigo? ¿no estás en mi casa como el alma en el cuerpo? ¿Y no hay entre tú y yo cuatro meses pasados en la ternura, la camaradería, la charla y la amistad pura? ¿Por qué, pues, ocultarme tu estado? ¡Por lo que a mí respecta, estoy muy entristecido y asustado de verte solo y sin guía en asunto tan delicado! Porque eres un extranjero en esta capital, y yo soy un hijo de la ciudad, y puedo ayudarte con eficacia, y disipar tu turbación y tu inquietud. ¡Por mi vida, que te pertenece, y por el pan y la sal que hay entre nosotros, te suplico que me reveles tu secreto!" Y no cesó de hablarle de tal suerte, hasta que le decidió a hablar. Y Giafar levantó la cabeza, y le dijo: "No te ocultaré por más tiempo el motivo de mi turbación, ¡oh hermano mío! Y en lo sucesivo no censuraré ya a los enamorados que enferman de inquietud y de impaciencia. ¡Porque he aquí que me ha sucedido una cosa que jamás pensé que me sucedería, no, jamás! Y no sé lo que eso va a traerme, porque mi caso es un caso embarazoso y complicado con pérdida de la vida!"
Y le contó lo que le había ocurrido: cómo se había sentado en el banco de mármol, se había abierto la ventana enfrente de él y había aparecido una joven, la más bella de su tiempo, que había regado el jardín de su ventana. Y añadió: "¡Ahora mi corazón tumultuoso está agitado de amor por ella, que ha cerrado súbitamente su ventana después de lanzar una sola ojeada a la calle en donde yo estaba, y la ha cerrado tan de prisa como si hubiese sido vista al descubierto por un extraño. Y heme aquí ya incapaz de nada e imposibilitado de comer y de beber a causa de la excesiva excitación y del ardor de amor en que estoy por ella; y ha truncado mi sueño la fuerza de mi deseo por ella que se ha albergado en mi corazón". Y añadió: "Y tal es mi caso, ¡oh hermano mío Ataf! y ya te he contado cuanto me ha ocurrido, sin ocultarte nada".
Cuando el generoso Ataf oyó las palabras de su huésped y comprendió su alcance, bajó la cabeza y reflexionó una hora de tiempo. Porque acababa de descubrir, sin género de duda, en vista de todos los detalles e indicios oídos y de la descripción de la casa, de la ventana y de la calle, que la joven consabida no era otra que su propia esposa, la hija de su tío, a la cual amaba y de la cual era amado, y que habitaba en una casa separada, con sus esclavas y sus servidores. Y dijo para sí: "¡Oh Ataf! ¡no hay recurso ni poder más que en Alah el Altísimo, el Magno, pues venimos de Alah y a Él volveremos!" Y su generosidad y su grandeza de alma tomaron al punto una decisión, y pensó: "No seré semejante en mi amistad al que construyere sobre arena y sobre agua, y por el Dios magnánimo, que serviré a mi huésped con mi alma y mis bienes!"
Y así pensando, con rostro sonriente y tranquilo, se encaró con su huésped, y le dijo: "¡Oh hermano mío! calma tu corazón y refresca tus ojos, porque pongo sobre mi cabeza el llevar a buen fin tu asunto en el sentido que deseas. Conozco, en efecto, a la familia de la joven de quien me has hablado, y que es una mujer divorciada de su marido hace unos días. Y desde esta hora y este instante voy a ocuparme de tu asunto. Por lo que a ti respecta, ¡ oh hermano mío! espera mi regreso con toda tranquilidad y ponte contento". Y aún le dijo otras palabras para calmarle, y salió de su casa.
Y fué a la casa donde vivía su esposa, la joven que había visto Giafar, y entró en la sala de los hombres sin cambiar de traje y sin dirigir la palabra a nadie, y llamó a uno de los pequeños eunucos, y le dijo: "¡Ve a casa de mi tío, padre de tu señora, y dile que venga"! Y el eunuco se apresuró a ir a casa del suegro y a llevarle a casa de su amo.
Y Ataf se levantó en honor suyo para recibirle, y le abrazó, y le hizo sentarse, y le dijo: "¡Oh tío mío! ¡todo es para bien! Sabe que, cuando Alah envía sus beneficios a sus servidores, les enseña al mismo tiempo el camino que tienen que seguir. Y he aquí que he encontrado mi camino, porque mi corazón se inclina hacia la Meca y anhela ir a visitar la casa de Alah y besar la piedra negra de la Kaaba santa, además de ir a El-Medinah a visitar la tumba del Profeta (¡con Él la plegaria, la paz, las gracias y las bendiciones!). Y he resuelto visitar en este año esos lugares santos, e ir a ellos en peregrinación, para volver hecho un perfecto hajj. Por eso no conviene dejar tras de mí ataderos, deudas ni obligaciones, ni nada que pueda proporcionarme preocupaciones, pues ningún hombre sabe si será amigo de su destino al día siguiente. ¡Y por eso ¡oh tío! te llamo para entregarte el acta de divorcio de tu hija, esposa mía!"
Cuando el tío del generoso Ataf, padre de su esposa, hubo oído estas palabras y comprendido que Ataf quería divorciarse, quedó extremadamente conmovido, y exagerando en su espíritu la gravedad del caso, dijo: "¡Oh Ataf, hijo mío! ¿qué te obliga a recurrir a semejantes procedimientos? ¡Si vas a partir dejando aquí a tu esposa, por muy larga que sea tu ausencia y por mucha duración que le des, no por eso dejará tu esposa de ser esposa tuya y dependencia tuya y propiedad tuya! Nada te obliga a divorciarte, ¡oh hijo mío!" Y Ataf contestó, mientras de sus ojos rodaban lágrimas: "¡Oh tío mío! ¡he hecho ese juramento, y lo que está escrito debe ocurrir!"
Y el padre de la joven, consternado con estas palabras de Ataf, sintió entrar la desolación en su corazón. Y la joven esposa de Ataf se quedó como muerta al saber esta noticia, y su estado fué un estado lamentable, y su alma nadó en la noche, en la amargura y en el dolor, porque desde la infancia amaba a su esposo Ataf, que era el hijo de su tío, y sentía una ternura extremada por él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 900ª NOCHE
Ella dijo:
". . .Porque desde la infancia amaba a su esposo Ataf, que era el hijo de su tío, y sentía una ternura extremada por él.
En cuanto a Ataf, tras de dar aquella noticia a su tío, se apresuró a ir en busca de su huésped, y le dijo: "¡Oh hermano mío! he estado ocupándome de la joven divorciada, y Alah ha querido llevar a buen fin mi empresa. Regocíjate, pues, porque tu unión con ella será fácil ahora. Levántate y desecha tu tristeza y tu malestar". Y Giafar se levantó al punto, y desapareció su malestar, comió y bebió con apetito, y dió gracias a su Creador. Y Ataf le dijo entonces: "Ahora has de saber ¡oh hermano mío! que para que yo pueda intervenir más eficazmente todavía en la cosa, no conviene que el padre de tu amada, al cual voy a volver a hablar de tu matrimonio, sepa que eres un extranjero, y me diga: "¡Oh Ataf! ¿y desde cuándo los padres casan a sus hijas con hombres extranjeros a quienes no conocen?" Por eso mi propósito es que seas ventajosamente conocido por el padre de la joven. Y a tal fin, haré armar para ti, fuera de la ciudad, unas tiendas con hermosas alfombras, cojines, cosas suntuosas y caballos. Y sin que nadie sepa que sales de aquí, irás a habitar en esas hermosas tiendas, que serán tu campamento de viaje, y harás una entrada pomposa en nuestra ciudad. Y yo, por mi parte, tendré cuidado de difundir por toda la ciudad el rumor de que eres un gran personaje de Bagdad, ¡y hasta diré que eres Giafar Al-Barmaki en persona, y que vienes, de parte del Emir de los Creyentes, a visitar nuestra ciudad! Y el walí de Damasco, el kadí y el naieb, a quien yo mismo habré ido a informar de la llegada del visir Giafar, saldrán en persona a tu encuentro, y te harán sus zalemas y besarán la tierra entre tus manos. Y entonces dirás a cada uno las palabras que debes decir, y les tratarás con arreglo a su rango. Y también yo iré a visitarte a tu tienda, y nos dirás a todos: "¡Vengo a vuestra ciudad para cambiar de aires y encontrar una esposa de mi gusto! ¡Y como he oído hablar de la belleza de la hija del emir Amr, a ella es a quien quisiera tener por esposa!" Y entonces ¡oh hermano mío! no sucederá más que lo que anhelas".
Así habló el generoso Ataf al huésped de quien no conocía nombre ni posición, y que no era otro que Giafar Al-Barmaki con sus propios ojos. Y se conducía de tal suerte con él solo porque era su huésped y había probado el pan y la sal de su hospitalidad. Porque el generoso Ataf estaba dotado de un alma generosa y de sentimientos sublimes. Y antes de él jamás hubo sobre la tierra hombre que se le pudiese comparar, y después de él no lo habrá jamás tampoco.
Por lo que respecta a Giafar, cuando hubo oído aquellas palabras de su amigo, se irguió sobre ambos pies y cogió la mano de Ataf y quiso besársela; pero Ataf lo comprendió, y retiró vivamente su mano. Y Giafar continuó callando su nombre y ocultando a su huésped su alta condición de gran visir y cabeza de los Barmecidas y corona suya, dió gracias con efusión a su huésped, y pasó con él aquella noche, y se acostó en el mismo lecho que él. Y al día siguiente, al despuntar el alba, se levantaron ambos, e hicieron sus abluciones y recitaron sus plegarias de la mañana. Luego salieron juntos, y Ataf acompañó a su amigo hasta las afueras de la ciudad.
Tras de lo cual Ataf hizo preparar las tiendas y todo lo necesario, como caballos, camellos, mulas, esclavos, mamalik, cofres conteniendo toda clase de regalos para repartir y cajones conteniendo sacos de oro y plata. Y envió todo aquello fuera de la ciudad, secretamente, y fué en busca de su amigo, y le puso un traje de gran visir, de lo más suntuoso y de mucho valor. Y mandó que levantaran para él, en la tienda principal, un trono de gran visir, y le hizo sentarse allí. ¡Y no sabía que aquel a quien
iba a llamar en lo sucesivo gran visir Giafar era en realidad el propio Giafar, hijo de Yahía el Barmecida! Y hecho y combinado aquello, envió esclavos mensajeros al naiab de Damasco para anunciarle la llegada de Giafar el gran visir, enviado en comisión por el califa.
Y en cuanto el naieb de Damasco se enteró de aquel acontecimiento, salió de la ciudad, acompañado por los notables de la ciudad de su autoridad y de su gobierno, y fué al encuentro del visir Giafar y besó la tierra entre sus manos, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¿por qué no nos has informado antes de tu llegada bendita, a fin de que hubiésemos podido prepararte una recepción digna de tu rango?". Y Giafar contestó: "¡No hay para qué! Plegue a Alah favorecerte y aumentar tu buena salud; pero no he venido aquí más que con intención de cambiar de aires y visitar la ciudad. Y por cierto que voy a permanecer aquí muy poco tiempo, lo preciso para casarme. Porque me he enterado de que el emir Arar tiene una hija de noble raza, y deseo de ti que hables del asunto con su padre y que me la obtengas de él por esposa". Y el naieb de Damasco contestó: "Escucho y obedezco. Precisamente su esposo acaba de divorciarse de ella, porque desea ir al Hedjaz en peregrinación. Y en cuanto haya transcurrido el tiempo legal de la separación, no habrá ya ningún inconveniente para que se celebren los esponsales de Tu Honor".
Y se despidió de Giafar, y en aquella hora y en aquel instante fué en busca del padre de la joven, esposa divorciada del generoso Ataf, y le hizo ir a las tiendas y le dijo que el gran visir Giafar había manifestado deseos de casarse con su hija, que era de noble linaje. Y el emir Arar no pudo contestar más que con el oído y la obediencia.
Entonces Giafar dió orden de llevar los ropones de honor y el oro de los sacos y de que lo distribuyeran. E hizo ir al kadí y a los testigos, y les mandó extender sin tardanza el contrato de matrimonio. E hizo inscribir, como dote y viudedad de la joven, diez cofres de suntuosidades y diez sacos de oro. Y ordenó sacar los regalos, grandes y pequeños, y los hizo distribuir, con la generosidad de un Barmecida, a los concurrentes ricos y pobres, para que todo el mundo quedase contento. Y cuando estuvo escrito el contrato sobre una tela de raso, mandó llevar agua con azúcar, e hizo poner ante los invitados las mesas de manjares y de cosas excelentes. Y todo el mundo comió y se lavó las manos. Luego se sirvieron los dulces y las frutas y las bebidas refrescantes. Y cuando se dió fin a todo y se revisó el contrato, el naieb de Damasco dijo al visir Giafar: "¡Voy a preparar una casa para tu residencia y para recibir a tu esposa!"
Y Giafar contestó: "No es posible. He venido aquí en comisión oficial del Emir de los Creyentes, y he de llevarme conmigo a mi esposa a Bagdad, donde solamente deberán tener lugar las ceremonias de las bodas". Y el padre de la desposada dijo: "Celebremos ya los desposorios, y parte cuando te plazca". Y Giafar contestó: "¡Tampoco puedo acceder a eso, porque primero es preciso que haga yo preparar el equipo de tu hija, y una vez que esté dispuesto y sólo entonces, partiré". Y el padre contestó: "¡No hay inconveniente!".
Y cuando estuvo dispuesto el equipo y todas las cosas se encontraron a punto, el padre de la desposada hizo sacar el palanquín y sentarse dentro a su hija. Y el convoy emprendió el camino de las tiendas, entre una muchedumbre. Y después de las despedidas por una y otra parte, se dió la señal de marcha. Y Giafar en su caballo y la desposada en el soberbio palanquín, emprendieron la ruta de Bagdad con un séquito numeroso y bien ordenado.
Y viajaron durante cierto tiempo. Y ya habían llegado al paraje llamado Tiniat el'lgab, que está a media jornada del camino de Damasco, cuando Giafar miró atrás y divisó en lontananza, por la parte de Damasco, a un jinete que galopaba hacia ellos. Y al punto mandó parar la caravana para ver de qué se trataba. Y cuando el jinete estuvo muy cerca de ellos, Giafar le miró, y he aquí que era Ataf el Generoso, que iba gritando: "No te detengas, ¡oh hermano mío!". Y se acercó a Giafar y le abrazó y le dijo: "¡Oh mi señor! no tengo ningún sosiego lejos de ti. ¡Oh hermano mío Abu'l-Hassán! más me hubiera valido no haberte visto ni conocido nunca, porque ahora no podré soportar tu ausencia". Y Giafar le dió las gracias y le dijo: "No he podido corresponder a todos los beneficios de que me has colmado. Pero ruego a Alah que facilite nuestra reunión para pronto y para no separarnos ya nunca. ¡Él es Todopoderoso, y puede lo que quiera!" Luego Giafar se apeó del caballo, e hizo extender un tapiz de seda, y se sentó al lado de Ataf. Y les sirvieron una bandeja con un gallo asado, pollos, dulces y otras cosas delicadas. Y comieron. Y les llevaron frutas secas, y confituras secas y dátiles maduros. Luego bebieron durante una hora de tiempo, y volvieron a montar en sus caballos. Y Giafar dijo a Ataf: "¡Oh hermano mío! cada viajero debe partir hacia su punto de destino".
Y Ataf le estrechó contra su pecho, y le besó entre ambos ojos y le dijo: "¡Oh hermano mío Abu'l-Hassán! no interrumpas el envío de tus cartas a nosotros y no prolongues tu ausencia a costa de nuestro corazón. Y tenme al corriente de cuanto te ocurra, de modo que me parezca que estoy cerca de ti". Y aún se dijeron otras palabras de adiós, y se despidieron uno de otro, y cada cual se fué por su camino. ¡Y he aquí lo referente al gran visir Giafar, de quien su amigo no sospechaba que fuese el propio Giafar, y a Ataf el Generoso!
He aquí ahora lo referente a la joven divorciada, nueva esposa de Giafar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 901ª NOCHE
Ella dijo:
"...He aquí ahora lo referente a la joven divorciada, nueva esposa de Giafar. Cuando advirtió que los camellos y la caravana habían detenido su marcha, sacó la cabeza fuera de la litera, y vió a su primo Ataf sentado en tierra sobre el tapiz al lado de Giafar, y que ambos comían y bebían juntos y se decían adiós. Y dijo ella para sí: "¡Por Alah! ése es mi primo Ataf, y ese otro es el hombre que me vió a la ventana y sobre el cual hasta creo que dejé caer agua cuando regaba el jardín de mi ventana. Y sin duda alguna el amigo de mi primo es él. Se ha prendado de amor por mí y se ha lamentado por ello ante mi primo Ataf. Y me ha descripto, y ha descripto mi casa; y entonces la generosidad y la grandeza de alma de mi primo le han impulsado a divorciarse para que su amigo me tome por esposa". Y pensando de este modo, se puso a llorar sola en la litera, y a lamentarse por lo que les había ocurrido, por su separación de su primo, a quien amaba, de sus parientes y de su ciudad. Y recordó cuanto era y cuanto había sido.
Y de sus ojos cayeron lágrimas abrasadoras, mientras recitaba estos versos:
¡Lloro el recuerdo de los sitios que amaba y de las bellezas que he perdido! ¡Oh! ¡no censuréis al enamorado si un día se vuelve loco!
¡Porque los seres queridos habitan en esos sitios, en esos parajes! ¡Oh, loores a Alah! ¡cuán dulce es su habitación!
¡Alah proteja los días pasados entre nosotros, ¡oh queridos amigos míos! y ojalá nos reuna la dicha en la misma casa!
Y cuando acabó este recitado, lloró y se lamentó, y recitó aún: ¡Asombrado estoy de vivir todavía sin vosotros, en medio de todas las preocupaciones que nos abruman!
¡Deseo por vosotros, caros ausentes bienamados, que con vosotros quede mi corazón herido!
Tras de lo cual lloró y sollozó más aún, y no pudo por menos de recordar estos versos:
¡Venid, ¡oh vosotros a quienes he dado mi alma! ¡He deseado arrancarla de vosotros, pero no lo pude conseguir!
¡Y tú, apiádate del resto de una vida que te he sacrificado antes de que yo lance mi última mirada a la hora de la muerte!
¡Si os hubierais perdido todos, no me asombraría; mi asombro existiría si su destino perteneciese a otro!
¡Y he aquí lo referente a ella!
Pero he aquí ahora lo relativo al gran visir Giafar. En cuanto la caravana se puso en marcha otra vez, se acercó él al palanquín y dijo a la recién casada: "¡Oh señora del palanquín, el viaje nos ha matado!". Pero a estas palabras, ella le miró con dulzura y modestia, y contestó: "No debo hablarte, porque soy la prima-esposa de tu amigo y compañero Ataf, príncipe de la generosidad y de la abnegación. Si hay en ti el menor sentimiento humano, debes hacer por él lo que en su abnegación ha hecho él mismo por ti".
Cuando Giafar hubo oído estas palabras, se le turbó mucho el alma; pero comprendiendo lo difícil de la situación, dijo a la joven: "¡Oh tú! ¿eres verdaderamente su prima-esposa?"
Y ella dijo: "¡Sí! Yo soy la que viste a la ventana en tal día, cuando ocurrieron tales y cuales cosas y tu corazón se prendó de mí. Y se lo contaste todo. Y él se divorció. Y mientras expiraba el plazo legal, ha preparado cuanto me está causando tanta pena ahora. Y ya que te he explicado la situación, no te queda más remedio que conducirte como un hombre".
Cuando Giafar oyó estas palabras empezó a sollozar muy fuerte, diciendo: "De Alah procedemos y tornamos a Él. ¡Oh tú! He aquí que ahora estás prohibida para mí, y serás entre mis manos un depósito sagrado hasta que vuelvas al sitio que quieras indicar". Entonces dijo a uno de sus servidores: "Quedas encargado de la guardia de tu señora". Y así continuaron viajando día y noche, ¡y esto es lo referente a ellos!
Pero he aquí lo referente al califa Harún Al-Raschid.
En seguida de partir Giafar, se sintió a disgusto y lleno de pena por su ausencia. Y tuvo una gran impaciencia y le atormentó el deseo de volver a verle. Y se arrepintió de las condiciones irrealizables que le había impuesto, obligándolo con ello a errar por desiertos y soledades como un vagabundo y forzándolo a abandonar su comarca natal. Y despachó emisarios en todas direcciones para buscarle. Pero no pudo saber noticia alguna de él, y quedó disgustado por no tenerle junto a sí. Y le añoraba y le esperaba.
Y he aquí que, cuando Giafar estuvo próximo a Bagdad con su caravana, el califa se enteró de ello y se regocijó en el alma, y sintió que se le aligeraba el corazón y se le dilataba el pecho. Y salió a su encuentro, y en cuanto estuvo a su lado, le besó y le estrechó contra su seno. Y entraron juntos en palacio, y el Emir de los Creyentes hizo sentarse al lado suyo a su visir, y le dijo: "Ahora cuéntame tu historia, a partir del momento en que abandonaste este palacio, y todo lo que te ha sucedido durante tu ausencia".
Y Giafar le contó todo lo que le había sucedido desde el momento de su marcha hasta el de su regreso. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo. Y el califa se asombró mucho, y dijo: "¡Ualahí! me has causado mucha pena con tu ausencia. ¡Pero ahora tengo muchas ganas de conocer a tu amigo! Y en cuanto a la joven del palanquín, mi opinión es que inmediatamente debes divorciarte de ella y ponerla en camino, para que regrese acompañada de un servidor de confianza. Porque si tu compañero encuentra en ti un enemigo, se hará enemigo nuestro; y si encuentra en ti un amigo, se hará también amigo nuestro. Y le haremos venir entre nosotros, y le veremos, y tendremos el gusto de oirle y pasaremos el tiempo con él alegremente.
Un hombre así no es de despreciar, y de su generosidad sacaremos una enseñanza grande y otras muchas cosas útiles".
Y Giafar contestó: "Oír es obedecer". E hizo arreglar, para la joven consabida, una casa muy hermosa con un jardín delicioso; y puso a su disposición todo un séquito de esclavos y de servidores. Y además le envió tapices y porcelanas y todas las demás cosas de que podía tener necesidad. Pero nunca se acercó a ella ni trató de verla nunca. Y a diario le transmitía sus zalemas y palabras tranquilizadoras concernientes a su regreso y a su reunión con su primo. Y le dió mil dinares al mes para los gastos de su existencia. ¡Y esto es lo referente a Giafar, al califa y a la joven del palanquín!
¡Por lo que a Ataf respecta, las cosas sucedieron de modo muy distinto! En efecto, no bien se despidió de Giafar y desanduvo su camino, cuantos le tenían envidia se aprovecharon de los acontecimientos para combinar su perdición, embaucando al naieb de Damasco. Y dijeron al naieb: "¡Oh señor nuestro! ¿cómo es posible que no vuelvas tus ojos hacia Ataf? ¿No sabes que el visir Giafar era amigo suyo? ¿Y no sabes que Ataf ha echado a correr detrás de él para decirle adiós después de regresar nuestras gentes, y le ha acompañado hasta Katifa? ¿Y no sabes que Giafar le dijo entonces?: "¿No necesitas nada de mi, ¡oh Ataf!?". Y Ataf contestó: "Sí, necesito una cosa. Y es un edicto del califa por el cual sea destituído el naieb de Damasco". Y así se ha acordado y prometido entre ellos. Y lo más prudente que puedes hacer es invitarle a tu mantel para la comida de la mañana, antes de que él te invite al suyo para la comida de la noche. Porque el éxito estriba en la ocasión, y el asalto no aprovecha más que a quien lo da".
Y el naieb de Damasco les contestó: "Bien dicho. Traédmele, pues, inmediatamente". Y fueron a casa de Ataf, que descansaba tranquilamente, ignorando que pudiese nadie tramar contra él cosa alguna. Y se abalanzaron a él, armados de sables y garrotes, y le maltrataron hasta que estuvo cubierto de sangre. Y le arrastraron a la presencia del naieb. Y el naieb ordenó que saquearan su casa. Y sus esclavos, sus riquezas y toda su familia pasaron a manos de los saqueadores. Y Ataf preguntó "¿Cuál es mi crimen?". Y le contestaron: "¡Oh rostro de brea! ¿tan ignorante estás de la justicia de Alah (¡exaltado sea!) que atacas al naieb de Damasco, nuestro señor y nuestro padre, y crees que vas a poder dormir en paz después en tu casa?" Y se ordenó al porta alfanje que le cortara la cabeza en aquella hora y en aquel instante. Y el porta alfanje le desgarró un trozo del traje y le vendó los ojos. Y ya esgrimía el alfanje sobre su cuello, cuando uno de los emires que asistían a la ejecución se levantó y dijo: "¡Oh naieb! no te apresures tanto a hacer cortar la cabeza de este hombre. Porque la precipitación es un consejo del Cheitán, y dice el proverbio: "Sólo consigue su propósito el que alberga a la paciencia en su corazón, mientras el error es patrimonio de quien se precipita".
No te apresures, pues, a poner en peligro el cuello de este hombre, porque quizá no sean más que unos embusteros los que han hablado mal de él. Y nadie se halla exento de envidia. Así, pues, ten paciencia, porque acaso más tarde te arrepentirás de haberle quitado la vida injustamente.
¿Y quién sabe lo que sucedería si el visir Giafar se entera del trato que has hecho sufrir a su amigo y compañero? ¡Y entonces es cuando tu cabeza no estará segura sobre tus hombros...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 902ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ...Y entonces es cuando tu cabeza no estará segura sobre tus hombros! ".
Cuando el naieb de Damasco oyó estas palabras, salió de su sueño y levantó la mano, y detuvo el alfanje que tan de cerca amenazaba la vida de Ataf. Y ordenó que solamente se encarcelase a Ataf y se le echase una cadena al cuello. Y a pesar de sus gritos y súplicas, le arrastraron a la cárcel de la ciudad y le encadenaron por el cuello, como había sido ordenado. Y Ataf se pasaba las noches y los días llorando, poniendo Alah por testigo y suplicándole que le librara de su aflicción y de sus desdichas. Y vivió tres meses de aquella manera.
Una noche entre las noches se despertó, se humilló ante Alah, y recorrió su prisión hasta donde le permitía su cadena. Y observó que estaba solo en su prisión y que el carcelero que la víspera le había llevado el pan y el agua se había olvidado de cerrar la puerta detrás de él. Y por la puerta entreabierta penetraba un débil resplandor. Y al ver aquello, Ataf sintió de pronto que se le henchían los músculos de una fuerza extraordinaria, y alzando los ojos en dirección al cielo de Alah, hizo un gran esfuerzo y de primera intención rompió la cadena que le sujetaba. Y a tientas, con mil precauciones, se aventuró por los recovecos de la cárcel dormida, y acabó por encontrarse ante la propia puerta que daba a la calle. Y no le costó trabajo encontrar la llave, colgada en un rincón. Y abriendo sin hacer el menor ruido, salió a la calle y se perdió en la noche. Y las tinieblas de Alah le protegieron hasta por la mañana. Y no bien se abrieron las puertas de la ciudad, salió él, mezclándose con la muchedumbre, y apresuró su marcha en dirección a Alepo. Y después de largas caminatas, llegó sin contratiempo a la ciudad de Alepo y entró en la mezquita principal. Y se encontró allí con un grupo de extranjeros que se disponían de modo manifiesto a partir. Y les preguntó adónde iban. Y le contestaron: "¡A Bagdad!" Y al punto exclamó Ataf: "¡Y yo con vosotros!" Y ellos le dijeron: "¡Esa es la tierra a que pertenecen nuestros cuerpos; pero nuestra subsistencia está al lado de Alah solamente!". Y partieron con Ataf entre ellos. Y al cabo de veinte días de camino llegaron a la ciudad de Kufa; y prosiguieron el viaje hasta llegar a Bagdad: Y Ataf vió una ciudad con grandes edificios, y elegante, y rica en palacios magníficos que ascendían hasta el cielo, y en deleitables jardines; y contenía por igual a sabios y a ignorantes, a pobres y a ricos, a buenos y a malos. Y entró él en la ciudad con su traje de pobre, con un turbante sucio y desgarrado a la cabeza, y una barba inculta y cabellos demasiado largos. Y era lamentable su condición. Y franqueó la puerta de la primera mezquita que encontró. Y hacía dos días que no había comido. Y estaba sentado en un rincón, descansando y reflexionando tristemente, cuando entró en la mezquita un vagabundo, de la especie de los vagabundos que mendigan a las puertas de Alah, y fué a sentarse precisamente enfrente de él. Y se descargó un zurrón viejo que llevaba al hombro, y lo abrió y sacó un pan, luego un pollo, luego otro pan, luego confituras, luego una naranja, luego aceitunas, luego pasteles de dátiles y luego un cohombro. Y el hambriento Ataf veía con sus ojos y olía con su nariz. Y el vagabundo se puso a comer y Ataf a mirarle cómo engullía con calma aquella comida que se diría la del propio mantel de Issa, (Jesús)hijo de Miriam (Maria) (¡con ambos la paz y la bendición de Alah!) Y Ataf, que no solamente no había comido desde hacía dos días, sino que ni siquiera se había hartado ninguna vez desde hacía cuatro meses, dijo para sí: "¡Por Alah, que me tomaría un bocado de ese excelente pollo, y un pedazo de ese pan, y por lo menos una raja de ese cohombro delicioso!". Y tanto le salía a los ojos el deseo del pan y del pollo y del cohombro, que el vagabundo le miró. Y torturado por su hambre extremada, Ataf no pudo por menos de llorar. Y el vagabundo movió la cabeza contemplándole, y cuando hubo tragado el bocado de cosas buenas que a la sazón le llenaba la boca, tomó la palabra y dijo: "¿Por qué ¡oh padre de la barba sucia! haces como los extranjeros y como los perros famélicos, que piden con la mirada el pedazo que se come su amo? ¡Por la protección de Alah, que aun cuando viertas lágrimas bastantes para alimentar el Yaxarte, el Bactros, y el Dajlah, y el Eufrates, y el río de Bassra, y el río de Antioquía, y el Oronto, y el Nilo de Egipto, y el mar salado, y la profundidad de todos los océanos, no te cederé ni un trozo de lo que como. Pero si quieres comer pollo blanco, y pan caliente, y cordero tierno, y todas las confituras y pasteles de Alah, no tienes más que llamar en la casa del gran visir Giafar, hijo de Yahia el Barmecida. Porque ha recibido en Damasco la hospitalidad de un hombre llamado Ataf, y en recuerdo suyo y en honor suyo prodiga así sus beneficios; y no se levanta ni se acuesta sin hablar de él".
Cuando Ataf oyó estas palabras al vagabundo del zurrón bien provisto, alzó los ojos al cielo y dijo: "¡Oh Tú, cuyos designios son impenetrables, he aquí que de nuevo prodigas Tus beneficios sobre Tu servidor!".
Y recitó estos versos:
¡Confía tus asuntos al Creador en cuanto los veas embrollados! ¡Luego siéntate con tus penas y desecha tus pensamientos!
Después fué a casa de un mercader de papel y le pidió por caridad un trozo de papel y el préstamo de un cálamo sólo por el tiempo preciso para escribir unas palabras. Y el mercader accedió a darle lo que le pedía. Y Ataf escribió lo que sigue:
"¡De parte de tu hermano Ataf, a quien Alah conoce! Quien posea el mundo no se enorgullezca, porque día llegará en que se vea arruinado y permanezca solo en el polvo con su amargo destino. Si me vieras, no me reconocerías por mi pobreza y mi miseria, pues los reveses del tiempo, el hambre, la sed y un largo viaje han reducido mi alma y mi cuerpo al estado de inanición. Y mira por dónde te encuentro al llegar aquí. ¡Y la paz sea contigo!".
Luego dobló el papel y devolvió el cálamo a su propietario, dándole muchas gracias. Y preguntó dónde estaba la casa de Giafar. Y cuando se la indicaron, se detuvo y se quedó de pie ante la puerta a cierta distancia. Y los guardias de la puerta le vieron así, de pie y sin pronunciar una palabra, y tampoco le hablaron. Y cuando ya empezaba a sentirse muy azorado por aquella situación, pasó junto a él un eunuco vestido con un traje magnífico y con cinturón de oro. Y Ataf se le aproximó y le besó la mano y le dijo: "¡Oh mi señor! el enviado de Alah (¡con Él la plegaria y la paz!) ha dicho: "El intermediario de una buena acción vale tanto como el que hace la buena acción, y el que la hace se halla entre los bienaventurados de Alah en el cielo" Y el eunuco preguntó: "¿Y qué necesitas?". Ataf dijo: "Deseo de tu bondad que
lleves este papel al dueño de esa casa, diciéndole: "Tu hermano Ataf está a la puerta".
Cuando el eunuco hubo oído estas palabras, montó en cólera y los ojos se le salieron de la cabeza, y gritó: "¡Oh descarado embustero! ¿cómo pretendes ser hermano del visir Giafar?" Y con un bastón de oro que llevaba en la mano golpeó a Ataf en el rostro. Y brotó la sangre del rostro de Ataf, que cayó al suelo cuan largo era, porque la fatiga, el hambre y las lágrimas le habían debilitado en extremo.
Pero, como dice el Libro: "Alah ha puesto el instinto de la bondad en el corazón de ciertos esclavos, lo mismo que ha puesto el instinto de la maldad en el de los otros". Así es que un segundo eunuco, que veía desde lejos lo que pasaba, se acercó al primero, lleno de cólera y de indignación por lo que acababa de hacer, y movido a piedad por Ataf. Y el primer eunuco le dijo: "¿No has oído que pretende ser hermano del visir Giafar?". Y el segundo eunuco le contestó: "¡Oh mal hombre, hijo de la maldad, esclavo de la maldad! ¡oh maldito! ¡oh cochino! ¿Acaso Giafar es uno de nuestros profetas? ¿No es un perro de la tierra como nosotros? Todos los hombres son hermanos, que tienen por padre y por madre a Adán y Eva, y ha dicho el poeta:
¡Los hombres, por comparación, son todos hermanos! ¡Su padre es Adán y su madre es Eva!
"Y la diferencia que hay entre unos y otros sólo estriba en la mayor o menor bondad de los corazones".
Y tras de hablar así se inclinó sobre Ataf y le incorporó y le hizo sentarse, y secó la sangre que le corría por la cara y le lavó y sacudió el polvo de la ropa, y le preguntó: "¡Oh hermano mío! ¿qué es lo que deseas?". Y Ataf contestó: "Solamente deseo que lleven a Giafar este papel y lo entreguen entre sus manos". Y el servidor de corazón compasivo cogió el papel de manos de Ataf y entró en la sala donde se hallaba el gran visir Giafar el Barmecida, en medio de sus oficiales, de sus parientes y de sus amigos, sentados unos a su derecha y otros a su izquierda. Y todos bebían y recitaban versos, y se regocijaban con música de laúdes y de cánticos deliciosos. Y el visir Giafar; con la copa en la mano, decía a los que les rodeaban: "¡Oh vosotros todos los que os reunís aquí! la ausencia de los ojos no impide ver la presencia en el corazón. Y nada puede hacerme que no piense en mi hermano Ataf ni hable de él. Es el hombre más magnífico de su tiempo y de su edad. Me ha regalado caballos, esclavos jóvenes blancos y negros, muchachas y hermosas telas, y cosas suntuosas, en cantidad bastante para constituir la dote y la viudedad de mi esposa. Y si no se hubiese conducido así, habría perecido yo, sin duda, y estaría perdido sin remedio. ¡Fué mi bienhechor sin saber quién era yo, y se mostró generoso sin la menor mira de provecho o interés!".
Cuando el excelente servidor hubo oído estas palabras de su señor, se regocijó en el alma, y avanzó e inclinó su cuello y su cabeza ante él, y le presentó el papel. Y Giafar lo cogió, y habiéndolo leído, quedó tan trastornado que parecía que había bebido veneno. Y ya no supo qué hacer ni qué decir. Y cayó de bruces, teniendo todavía en la mano la copa de cristal y el papel. Y la copa se rompió en mil pedazos y le hirió profundamente en la frente. Y corrió su sangre, y de su mano se escapó el papel. Cuando el servidor vió aquello, se apresuró a poner pies en polvorosa por miedo a las consecuencias. Y los amigos del visir Giafar levantaron a su señor y le restañaron la sangre. Y exclamaron: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Altísimo, el Todopoderoso! Estos malditos están siempre afligidos del mismo carácter: turban la vida de los reyes en sus placeres e interrumpen su buen humor. ¡Por Alah, que quien ha escrito este papel merece sencillamente ser arrastrado a casa del walí para que le aplique quinientos palos y le meta en la cárcel!".
Y acto seguido, los esclavos del visir salieron a la busca del que había escrito el papel. Y Ataf evitó la pesquisa, diciendo: "Es mío, ¡oh mis señores!". Y se apoderaron de él y le arrastraron a presencia del walí, y pidieron para él quinientos palos. Y el walí se los concedió. Y además hizo escribir en las cadenas de Ataf: "Cadena perpetua". ¡Así se portaron con Ataf el Generoso! Y de nuevo le arrojaron a un calabozo, donde estuvo aún dos meses, y donde se perdieron y borraron sus huellas.
Y al cabo de estos dos meses le nació un niño al Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, quien, con tal motivo, ordenó que se distribuyesen limosnas y se hiciesen dádivas a todo el mundo, y que se libertase de cárceles y calabozos a los presos. Y entre los que se soltaron se encontró Ataf el Generoso.
Cuando Ataf se vió libre de la prisión, débil, hambriento, arruinado y desnudo, alzó sus miradas al cielo y exclamó: "¡Gracias te sean dadas, Señor, en toda circunstancia!" Y sollozó y dijo: "Sin duda he sufrido todo esto a causa de alguna falta cometida por mí en el pasado, pues Alah me ha favorecido con sus mejores beneficios y yo le he correspondido con la desobediencia y la rebeldía. ¡Pero le suplico que me perdone, aunque haya ido demasiado lejos en el libertinaje y en mi abominable conducta!".
Luego recitó estos versos:
¡Oh Dios! ¡el adorador hace lo que no debería hacer; es pobre y depende de ti!
¡En los placeres de la vida, se olvida; y como lo hace por ignorancia, perdónale sus culpas!
Y todavía vertió algún llanto más y dijo para sí: "¿Qué voy a hacer ahora? Si parto para mi país tan débil como estoy, moriré antes de llegar; y si, por suerte mía, llego, no habrá ninguna seguridad para mi vida, a causa del naieb; y si me quedo aquí entre los mendigos, mendigando yo también, ninguno de ellos me admitirá en la corporación, ya que nadie me conoce; y no podré proporcionarme a mí mismo la menor ayuda ni la menor utilidad. Por eso, lo que voy a hacer es abandonar mi destino al Dueño de los destinos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 903ª NOCHE
Ella dijo:
"... Por eso, lo que voy a hacer es abandonar mi destino al Dueño de los destinos.
He aquí que todo se vuelve contra mí y todo sale al contrario de lo que yo esperaba.
Y el poeta estaba en lo cierto cuando decía:
¡Oh amigo! ¡he corrido a través del mundo, de Oriente a Occidente! ¡Pero todo lo que encontré fueron penas y fatigas!
¡He tratado a los hombres de la época! ¡Pero no he encontrado ni un amigo agradable ni mi igual!
Y de nuevo lloró y exclamó: "¡Oh Dios! ¡dame la virtud de la paciencia! Tras de lo cual se levantó y se dirigió a una mezquita, entrando en ella. Y allí se quedó hasta la tarde. Y aunque aumentaba su hambre, dijo: "Por Tu magnanimidad y Tu majestad, Señor, juro que no pediré nada a nadie más que a Ti". Y se quedó en la mezquita, sin tender la mano a ningún creyente, hasta la caída de la noche Y entonces salió, diciendo: "Conozco la frase del Profeta (¡con É1 la bendición y la paz de Alah!) que dice: "Alah te dejaría dormir en el santuario; pero tú debes abandonarlo a Sus adoradores, porque el santuario se hizo para la plegaria y no para el sueño". Y anduvo algún tiempo por las calles, y acabó por llegar a una construcción en ruinas, donde entró para pasar la noche y dormir. Y tropezó en la oscuridad y cayó de bruces. Y notó que había caído sobre el mismo obstáculo que le había hecho tropezar. Y vió que era un cadáver de un hombre recientemente asesinado. Y a su lado estaba, en el suelo, el cuchillo del asesinato.
Y ante aquel descubrimiento, Ataf se levantó vivamente, con sus andrajos cubiertos de sangre. Y allí permaneció inmóvil, perplejo y sin saber qué partido tomar, diciéndose: "¿Me quedaré o huiré?" Y mientras estaba en aquella situación acertaron a pasar por delante de la entrada de la ruina el walí y sus agentes de policía, y Ataf les gritó "¡Venid a ver esto!" Y entraron ellos con sus antorchas y se encontraron con el cuerpo del asesinado, y con el cuchillo al lado suyo, y con el desdichado Ataf de pie a la cabecera del cadáver y manchados de sangre sus andrajos. Y le gritaron: "¡Oh miserable! ¡tú eres quien le ha matado!" Y Ataf no dió respuesta alguna. Entonces se apoderaron de él, y el walí dijo: "Amarradle y arrojadle al calabozo hasta que demos cuenta del asunto al gran visir Giafar. Y si Giafar ordena su muerte, le ejecutaremos".
E hicieron como habían dicho.
En efecto, al día siguiente, el hombre encargado de los escritos escribió a Giafar una comunicación concebida así: "Entramos en una ruina y nos encontramos en ella a un hombre que había matado a otro. Y le interrogamos, y con su silencio declaró que era el autor del asesinato. ¿Cuáles son, pues, tus órdenes?". Y el visir les ordenó que le condenaran a muerte. Y en consecuencia, sacaron a Ataf de la prisión, le arrastraron a la plaza donde se ahorcaba y se cortaban cabezas, arrancaron una tira de sus andrajos y le vendaron con ella los ojos. Y le entregaron al porta alfanje. Y el porta alfanje preguntó al walí: "¿Le corto el cuello, ¡oh mi señor!?". Y el walí contestó: "¡Córtaselo!". Y el porta alfanje blandió su hoja bien afilada, que brilló y lanzó chispas en el aire; y la hizo voltear, y ya la bajaba para hacer saltar la cabeza, cuando se dejó oír un grito detrás de él: "¡Detén tu mano!". Y aquella era la voz del gran visir Giafar, que volvía de paseo.Y el walí se puso ante él, y besó la tierra entre sus manos. Y Giafar le preguntó: "¿Por qué hay aquí tanta gente?". Y el walí contestó: 'Porque se procedía a la ejecución de un joven de Damasco, al que encontramos ayer en unas ruinas, y que a todas nuestras preguntas, repetidas por tres veces, ha contestado con el silencio en lo que afecta al asesinado, hombre de sangre noble".
Y dijo Giafar: "¡Oh! ¿cómo va a venir de Damasco hasta aquí un hombre para arriesgarse en semejante empresa? ¡Ualahí, eso no es posible!". Y ordenó que llevaran a su presencia al hombre. Y cuando el hombre estuvo entre sus manos, Giafar no le reconoció, porque la fisonomía de Ataf había cambiado y su buena cara y su buen aspecto se habían desvanecido.
Y Giafar le preguntó: "¿De qué país eres, ¡oh joven!?". Y el otro contestó: "¡Soy un hombre de Damasco!". Y Giafar preguntó: "¿De la ciudad misma o de los pueblos que la rodean?".
Y Ataf contestó: "¡Ualahí! ¡oh mi señor! de la propia ciudad de Damasco, en donde he nacido". Y Giafar preguntó: "¿Conociste, por casualidad, allí a un hombre reputado por su generosidad y su mano abierta, que se llamaba Ataf?". Y el condenado a muerte contestó: "¡Le he conocido cuando tú eras amigo suyo y vivías con él en tal casa, en tal calle y en tal barrio, ¡oh mi señor! y cuando ambos ibais a pasearos juntos por los jardines! ¡Le he conocido cuando te casaste con su prima-esposa! ¡Le he conocido cuando os despedisteis en el camino de Bagdad y cuando bebisteis en la misma copa!" Y Giafar contestó: "¡Sí, es cierto cuanto dices con respecto a Ataf Pero ¿qué ha sido de él después de separarse de mí?" Y el otro contestó: "¡Oh mi señor! ¡le ha perseguido el Destino y le ha ocurrido tal y cual cosa!". Y le hizo el relato de cuanto le había ocurrido desde el día de su separación en el camino que conducía a Bagdad hasta el momento en que el porta alfanje iba a cercenarle el cuello.
Y recitó estos versos:
¡El tiempo ha hecho de mí su víctima, mientras tú vives en la gloria! ¡Los lobos tratan de devorarme, y he aquí que llegas tú, el león!
¡Apagas la sed de cualquier sediento que se presenta! ¿Es posible que tenga yo sed, siendo tú siempre nuestro refugio?
Y cuando hubo recitado estos versos, gritó: `¡Oh mi señor Giafar, te reconozco!". Y gritó también: "¡Soy Ataf!". Y Giafar, por su parte, se irguió sobre ambos pies, lanzando un grito estridente, y se precipitó en los brazos de Ataf. Y tanta fué la emoción de ambos, que perdieron el conocimiento por unos instantes. Y cuando volvieron en sí se besaron y se interrogaron mutuamente acerca de lo que les había sucedido, desde el principio hasta el fin. Y aún no habían acabado de hacerse confidencias, cuando se dejó oír un grito penetrante; y se volvieron y vieron que había sido lanzado por un jeique que se adelantaba diciendo: "¡No es humano lo que hace!". Y le miraron, y vieron que el tal jeique era un anciano que tenía la barba teñida con henné y la cabeza cubierta con un pañuelo azul. Y al verle, Giafar le mandó avanzar y le preguntó qué quería. Y el jeique de la barba teñida exclamó: "¡Oh hombres! ¡alejad del alfanje al inocente! ¡Porque el crimen que se le imputa no es un crimen cometido por él, y el cadáver del joven asesinado no es obra suya, y él nada tiene que ver con eso! ¡Porque yo mismo soy el único matador!"
Y Giafar el visir le dijo: "Entonces ¿eres tú quien le ha matado?" El aludido contestó: "¡Sí!" El visir preguntó: "¿Y por qué le has matado? ¿Es que no albergas en tu corazón el temor de Alah, ya que de tal suerte matas a un hijo de sangre noble, a un Haschimita?". Y el jeique contestó: "Ese joven a quien habéis encontrado muerto era propiedad mía, y le había criado yo mismo. Y todos los días tomaba dinero mío para sus gastos. Pero, en vez de serme fiel, iba a divertirse tan pronto con el llamado Schumuschag como con el llamado Nagisch, y con Ghasis, y con Ghubar, y con Ghouschir, y con muchos otros libertinos; se pasaba los días con ellos, abandonándome. Y todos se envanecían en mis barbas de haberle poseído, hasta Odis el basurero y Abu-Butrán el zapatero remendón.
"Y mis celos aumentaban a diario. Y por más que le predicaba e intentaba disuadirle de obrar así, él no aceptaba ningún consejo ni ninguna reprimenda; por fin, aquella noche lo sorprendí con el llamado Schumuschag el mondonguero; y al ver aquello, el mundo se ennegreció ante mi rostro, ¡y en las mismas ruinas donde le sorprendí le maté! Y con ello me libré de todos los tormentos que me ocasionaba. ¡Y tal es mi historia!".
Luego añadió: "Y he guardado silencio hasta hoy. Pero al saber que iban a ejecutar a un inocente en lugar del culpable, no he podido callar mi secreto, y he venido para sacar al inocente de debajo del alfanje. Y heme aquí ante vosotros. Herid mi nuca y tomad vida por vida! ¡Pero antes libertad a ese joven inocente que no tiene que ver nada en este asunto!".
Y Giafar, al oír estas palabras del jeique, reflexionó un instante, y dijo: "¡El caso es dudoso! ¡Y en la duda, se debe alejar la mano! ¡Oh jeique! ¡vete en la paz de Alah, y séate perdonado tu crimen!". Y le despidió.
Tras de lo cual cogió a Ataf de la mano, y le estrechó de nuevo contra su pecho, y le condujo al hammam. Y cuando el arruinado Ataf se refrescó y restauró, fué con él al palacio del califa. Y entró a ver al califa y besó la tierra entre sus manos, y dijo: "Ahí está ¡oh Emir de los Creyentes! Ataf el Generoso, el que ha sido mi huésped en Damasco, quien me ha tratado con tantos miramientos, tanta bondad y tanta generosidad, y quien me ha preferido a su propia alma". Y Al-Raschid dijo: "¡Tráemele inmediatamente!". Y Giafar le condujo tal y como estaba, débil, extenuado y temblando de emoción todavía. Y sin embargo, Ataf no dejó de rendir sus homenajes al califa, de la mejor manera y con el lenguaje más elocuente. Y Al-Raschid suspiró al verle, y le dijo: "¡En qué estado te hallo!, ¡oh pobre!". Y Ataf se echó a llorar; e invitado por Al-Raschid, contó toda su historia, desde el principio hasta el fin. Y mientras él la contaba, Al-Raschid lloraba y sufría, así como el desolado Giafar.
Y he aquí que, entretanto, entró el jeique de la barba teñida, que había sido indultado por Giafar. Y el califa se echó a reír al verle.
Luego rogó a Ataf el Generoso que se sentara, y le hizo repetir su historia. Y cuando Ataf hubo acabado de hablar, el califa miró a Giafar y le dijo: "¡Cuéntame ¡oh Giafar! lo que piensas hacer por tu hermano Ataf!" Y Giafar contestó: "Por lo pronto, le pertenece mi sangre y soy su esclavo. Además, tengo para él cofres que contienen tres millones de dinares de oro, y otros tantos millones en caballos de raza, mozalbetes, esclavos negros y blancos, jóvenes de todos los países y todo género de suntuosidades. Y se quedará con nosotros para que nos regocijemos con su compañía". Y añadió: "¡Por lo que respecta a su prima-esposa, es cosa a tratar entre yo y él!".
Y el califa comprendió que había llegado el momento de dejar juntos a los dos amigos; y les permitió salir. Giafar condujo a Ataf a su casa, y le dijo: "iOh hermano mío Ataf! has de saber que la hija de tu tío, que te ama, está intacta, y que no he visto descubierto su rostro desde el día de nuestra separación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 904ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Oh hermano mío Ataf! has de saber que la hija de tu tío, que te ama, está intacta, y que no he visto descubierto su rostro desde el día de nuestra separación. Y he aquí que me he desligado de ella, y me he divorciado en honor tuyo; y he anulado nuestro contrato. Y en el mismo estado en que se hallaba te devuelvo el precioso depósito que pusiste entre mis manos".
Y así lo hizo. Y Ataf y su prima se reunieron con la misma ternura y el mismo afecto que antes.
Pero en cuanto al naieb de Damasco, que había sido el autor de todos los sufrimientos de Ataf, el califa mandó emisarios, que le arrestaron, y le rodearon de cadenas, y le arrojaron a un calabozo. Y allí quedó hasta nueva orden.
Y Ataf pasó en Bagdad varios meses, disfrutando de una dicha perfecta, al lado de su prima, y al lado de su amigo Giafar, y en la intimidad de Al-Raschid. Y bien hubiera querido pasarse toda la vida en Bagdad; pero de Damasco le llegaron numerosas cartas de sus parientes y de sus amigos, que le suplicaban volviera a su país, y pensó que tenía el deber de hacerlo. Y fué a pedir el beneplácito al califa, que le concedió la autorización, no sin pena y suspiros amistosos. Y no quiso, empero, dejarle partir sin darle pruebas duraderas de su benevolencia. Y le nombró walí de Damasco, y le dió todas las insignias de su cargo. E hizo que le acompañara una escolta de jinetes, de mulos y de camellos cargados con regalos magníficos. Y así fué escoltado Ataf hasta Damasco.
Y toda la ciudad se iluminó y empavesó con motivo del regreso de Ataf, el más generoso de los hijos de la ciudad. Porque Ataf era querido y respetado por todas las clases populares, y sobre todo por los pobres, que habían llorado siempre su ausencia.
Pero, volviendo al naieb, llegó un segundo decreto del califa condenándole a muerte por sus injusticias. Pero el generoso Ataf intercedió en favor suyo ante Al-Raschid, que se limitó entonces a conmutarle la pena de muerte por la de destierro de por vida.
En cuanto al libro mágico en que el califa había leído las cosas que le habían
hecho reír y llorar, no se habló más de él. Porque AlRaschid, con la alegría de volver a ver a su visir Giafar, no se acordó ya de las cosas pasadas. Y Giafar, que por su parte, no había logrado adivinar el contenido de aquel libro ni encontrar hombre capaz de adivinarlo, se guardó mucho de iniciar conversación a este respecto. Y por cierto que no hay ninguna utilidad en saber semejante cosa, ya que desde entonces vivieron todos con dicha, tranquilidad y amistad sin mácula, y gozando de todos los placeres de la vida hasta la llegada de la Destructora de alegrías y Constructora de tumbas, la que está mandada por el Dueño de los destinos, el Único Viviente, el Misericordioso para sus creyentes.
"Y esto es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- lo que nos han transmitido los narradores acerca de Ataf el Generoso, que habitaba en Damasco. Pero su historia no puede compararse de cerca ni de lejos con la que me reservo contarte, si mis palabras no han pesado en tu espíritu".
Y Schahriar contestó: "¿Qué dices, ¡oh Schehrazada!? Esa historia me ha instruido y me ha ilustrado y me ha hecho reflexionar. Y heme aquí dispuesto a escucharte como el primer día".
HISTORIA ESPLÉNDIDA DEL PRÍNCIPE DIAMANTE
A la condesa Jacques de Chabannes La Palite.
Y dijo Schehrazada:
Se cuenta en los libros de las gentes perfectas, sabios y poetas que abrieron el palacio de su inteligencia a los que van a tientas por la pobreza -¡loores múltiples y escogidos al que sobre la tierra ha dotado de excelencia a ciertos hombres, lo mismo que ha colocado en el firmamento el sol, tragaluz de la casa de Su gloria, y en el borde del cielo la aurora, antorcha de la sala nocturna de Su belleza; que ha vestido a los cielos con un manto de raso húmedo y a la tierra con un manto de verdor brillante; que ha adornado los jardines con sus árboles y los árboles con sus trajes verdes; que ha dado a los sedientos los manantiales de hermosas aguas, a los borrachos la sombra de las viñas, a las mujeres su hermosura, a la primavera las rosas, a las rosas la sonrisa, y para celebrar a las rosas, la garganta cantarina del ruiseñor; que ha puesto a la mujer ante los ojos del hombre, y el deseo en el corazón del hombre, joyel en medio de la piedra!; se cuenta, repito, que en un reino entre los grandes reinos había un rey magnífico, cada paso del cual era una felicidad, con esclavas que constituían la fortuna y la dicha, y el cual superaba a Khosroes-Anuschirwán en justicia y a Hatim-Tai en generosidad.
Y aquel rey de frente serena se llamaba Schams-Schah, y tenía un hijo de maneras exquisitas y de hechizos encantadores, semejante en belleza a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar.
Y aquel príncipe jovenzuelo, que se llamaba Diamante, fué un día en busca de su padre, y le dijo: "¡Oh padre mío! hoy está triste mi alma por vivir en la ciudad, y
desea que vaya yo de caza y de paseo para recrearnos. Si no, el fastidio hará que me desgarre hasta abajo las vestiduras".
Cuando el rey Schams-Schah hubo oído estas palabras-de su hijo, se apresuró, movido del gran cariño que por él sentía, a dar las órdenes oportunas para la cacería y el paseo en cuestión. Y los montoneros y los halconeros prepararon los halcones, y los palafreneros ensillaron a los caballos de montaña. Y el príncipe Diamante se puso a la cabeza de una brillante tropa de jóvenes de complexión robusta, y se encaminó con ellos a los lugares en donde anhelaba cazar para disipar su hastío.
Y cabalgando entre el tumulto heroico, acabó por llegar al pie de una montaña que tocaba al cielo con su cima. Y al pie de la tal montaña había un árbol corpulento; y al pie de tal árbol corría un arroyo; y en el tal arroyo bebía un gamo, con la cabeza inclinada hacia el agua. Y Diamante, entusiasmado al ver aquello, mandó a sus gentes que detuvieran sus caballos y le dejaran ir solo a la busca y captura de aquella presa. Y con todo el ímpetu de su corcel, se lanzó sobre el hermoso animal salvaje...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 905ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y con todo el ímpetu de su corcel, se lanzó sobre el hermoso animal salvaje, el cual, comprendiendo que en aquel instante corría su vida gran peligro, dió un salto tremendo, y tras de desviarse rápidamente, se puso fuera del alcance con sus cuatro patas, devorando a su paso la distancia en la llanura. Y Diamante, abandonado a la embriaguez de la carrera, siguió al gamo por el desierto, alejándose de su séquito armado. Y continuó su persecución por arenas y piedras, hasta que al caballo, todo espumeante y sin aliento, le colgó seca la lengua en aquel desierto donde no aparecía huella ni olor de un hijo de Adán, y donde, por toda presencia no había más que la de lo Invisible.
A la sazón había llegado él frente a una colina arenosa que se interponía ante la vista y detrás de la cual había desaparecido el gamo. Y el desesperado Diamante subió a aquella colina, y llegado que fue a la otra vertiente, vió de pronto desarrollarse a sus miradas un espectáculo distinto. Porque, en lugar de la aridez inexorable del desierto, vivía allí una vida de verdor cierto oasis refrescante, entrecruzado de arroyos y adornado con macizos naturales de flores rojas y de flores blancas, comparables al crepúsculo vespertino y al crepúsculo matutino. Y Diamante sintió holgarse su alma y dilatarse su corazón, igual que si estuviese en el jardín de que Rizwán es el guardián alado.
Cuando el príncipe Diamante hubo contemplado la obra admirable de su Creador, y dado de beber por sí mismo a su caballo, en el hueco de la mano, el agua deliciosa del oasis, se levantó y dió expansión a sus miradas para juzgar las cosas al detalle. Y he aquí que vió un trono solitario al abrigo de un árbol añoso cuyas raíces debían llegar hasta las puertas interiores de la tierra. Y en aquel trono estaba sentado un viejo rey, con la cabeza coronada con la corona real y los pies desnudos, reflexionando. Y Diamante le abordó con la zalema, respetuoso. Y el viejo rey le devolvió su zalema, y le dijo: "¡Oh hijo de reyes! ¿a qué obedece el que hayas atravesado el desierto terrible en donde ni siquiera el pájaro puede agitar sus alas y donde la sangre de las alimañas feroces se torna hiel?" Y Diamante le contó su aventura, y añadió: "Y tú, ¡oh venerable rey! ¿puedes decirme el motivo de tu estancia en este sitio rodeado de desolación? Porque tu historia debe ser una historia extraña". Y el viejo rey contestó: "¡Ciertamente, mi historia es extraña y prodigiosa! Pero lo es de tal modo, que más valdría que renunciaras a oírla relatar de mi boca. De no hacerlo así, constituirá para ti un motivo de lágrimas y calamidades". Pero el príncipe Diamante dijo: "Puedes hablar, ¡oh venerable! porque me he criado con leche de mi madre, y soy hijo de mi padre". E insistió mucho para decidirle a que le relatara lo que anhelaba oír.
Entonces el viejo rey, que estaba sentado en el trono debajo del árbol, dijo: "Escucha, pues, las palabras que van a salir de la cáscara de mi corazón. Recógelas y ponlas en la orla de tu traje". Y bajó la cabeza un instante, luego la levantó, y habló así:
"Has de saber ¡oh joven! que antes de mi llegada a este islote perdido en medio del desierto, yo reinaba en las tierras de Babil, en medio de mis riquezas, de mi corte, de mis ejércitos y de mi gloria. Y Alah el Altísimo (¡exaltado sea!) me había concedido una posteridad de siete hijos reales que bendecían a su creador y constituían la alegría de mi corazón. Y todo era paz y prosperidad en mi Imperio, cuando un día mi hijo mayor supo, por boca de un caravanero, que en las comarcas lejanas de Sinn y de Masinn había una princesa, hija del rey Qamús, hijo de Tammuz, la cual se llamaba Mohra, y no tenía par en el mundo; que la perfección de su belleza ennegrecía el rostro de la luna nueva, y que Josef y Zuleikha tenían, ante ella, la oreja horadada por la argolla de la esclavitud. En una palabra, que estaba modelada con arreglo a estos versos del poeta:
¡Es una belleza ladrona de corazones, espléndida por todos lados! ¡Los bucles de sus cabellos son el nardo del jardín de la excelencia, y su mejilla es la rosa lozana!
¡Sus labios tienen a la vez rubíes y azúcar cande!
¡Sus dientes son de una pureza asombrosa, y hasta en la cólera sonríen!
¡Es una belleza ladrona de corazones, espléndida por todos lados!
"Y el caravanero enteró también a mi hijo de que el tal rey Qamús no tenía otra hija que aquella bienaventurada. Y como retoño encantador de la hermosura había llegado a la primavera de su desarrollo, y las abejas empezaban a agruparse junto a su cuerpo florido, se hizo urgente, según la costumbre, reunir, para escoger esposo, a los príncipes de todas las comarcas, siempre que estuviesen en edad de merecer y de ser admitidos. Pero se impuso por toda condición la de que los pretendientes respondieran a una pregunta que les haría la princesa, y que consistía sencillamente en estas palabras: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?". Y esto era cuanto del pretendiente se reclamaba a modo de viudedad para la princesa, pero con la cláusula de que a aquel que no pudiera contestar satisfactoriamente a la pregunta se le cortaría la cabeza, clavándola en el pináculo del palacio.
"Y he aquí que cuando mi hijo mayor supo estos detalles por boca del caravanero, se abrasó su corazón como carne a la parrilla; y fué a mí vertiendo llanto cual un chaparrón tempestuoso. Estaba decidido a arriesgar su vida. Y gimiendo me pidió permiso de partir, para irse a ver si obtenía a la princesa de los países de Sinn y de Massin. Y aunque yo estaba en extremo asustado de aquella empresa loca, por más que procuré remediar semejante situación, la medicina del aviso no dió resultado en la vehemencia del mar del amor. Y dije entonces a mi hijo: "¡Oh luz de mis ojos! si, a trueque de morir de tristeza, no puedes por menos de ir a las comarcas de Sinn y de Massin, donde reina el rey Qamús, hijo de Tammuz, padre de la princesa Mohra, yo te acompañaré, llevándote a la cabeza de mis ejércitos. Y si el rey Qamus consiente de buen grado en concederme a su hija para ti, todo irá bien; pero de no ser así, ¡por Alah! que haré derrumbarse sobre su cabeza los escombros de su palacio y aventaré su reino. Y de tal suerte la joven se tornará en cautiva tuya y propiedad tuya". Pero parece que mi hijo mayor no encontró de su gusto este proyecto, y me contestó: "No es digno de nosotros, ¡oh padre nuestro! tomar por fuerza lo que no se conceda por persuasión. Es preciso, pues, que vaya yo mismo a dar la respuesta exigida y a contestar a la hija del rey."
"Entonces comprendí mejor que nunca que ninguna criatura puede borrar lo escrito por el Destino, ni siquiera un carácter de las palabras que en el libro de los destinos traza el escriba alado. Y viendo que la cosa estaba así decretada en la suerte de mi hijo, le concedí, no sin muchos suspiros, el permiso de partir. Y acto seguido se despidió él de mí y se fué en busca de su destino.
"Y llegó a las comarcas profundas donde reinaba el rey Qamús, y se presentó en el palacio donde residía la princesa Mohra, y no pudo contestar a la pregunta de que te he hablado, ¡oh extranjero! Y la princesa hizo que le cortaran la cabeza sin piedad, y la mandó clavar en el pináculo de su palacio. Y al tener noticia de ello, lloré todas mis lágrimas de desesperación. Y vestido con trajes de luto, permanecí enterrado con mi dolor durante cuarenta días. Y mis íntimos se cubrieron la cabeza con polvo. Y nos desgarramos la vestidura de la paciencia. Y los gritos de duelo hicieron retemblar todo el palacio con un ruido parecido al de la resurrección.
"Entonces mi segundo hijo produjo en mi corazón con su propia mano la segunda herida penosa, tragando, como su hermano, la bebida de la muerte. Porque, como el mayor, quiso intentar la empresa. Igual ocurrió después a mis otros cinco hijos, que de la propia manera pusiéronse por turno en marcha hacia el camino de la defunción, y perecieron mártires del sentimiento del amor.
"Y mordido incurablemente por el Destino negro, y abatido por un dolor sin esperanza, abandoné la realeza y mi país, y salí errante por el camino de la fatalidad. Y atravesé, como un sonámbulo, llanuras y desiertos. Y llegué, como ves, con la corona a la cabeza y los pies descalzos, al rincón en que estoy esperando la muerte sobre este trono". Cuando el príncipe Diamante oyó este relato del viejo rey. Quedó herido por la flecha del sentimiento torturador, y lanzó suspiros de amor que
echaban chispas. Porque, como dice el poeta:
¡El amor se ha insinuado en mí sin que yo haya visto al objeto que lo infunde por el oído solamente!
¡E ignoro lo que ha pasado entre la amiga desconocida y mi corazón!
¡Y esto es lo referente al anciano rey de Babil, que estaba sentado sobre el trono en el oasis, y a su dolorosa historia!
En cuanto a los compañeros de cacería de Diamante, se inquietaron mucho por la desaparición del príncipe, y al cabo de cierto tiempo, a pesar de la orden que les había dado de no seguirle, se pusieron en busca suya, y acabaron por encontrarle cuando salía del oasis. Y llevaba él la cabeza inclinada tristemente sobre el pecho y el rostro atacado de palidez. Y le rodearon, cual las mariposas a la rosa, y le presentaron un caballo de repuesto, rápido en la carrera, un céfiro por la ligereza, pues marchaba más de prisa que la imaginación. Y Diamante confió su primer caballo a las gentes de su séquito, y montó en el que le presentaban, que tenía una silla dorada y unas bridas enriquecidas con perlas. Y llegaron todos sin contratiempo al palacio del rey Schams-Schah, padre de Diamante.
Y en lugar de encontrarse a su hijo con el rostro satisfecho y el corazón dilatado a consecuencia de aquel paseo y de aquella cacería, el rey le halló muy alterado de color y sumido en un océano de pena negra. Porque el amor le había penetrado hasta los huesos, le había tornado débil y sin energías, y al presente le consumía el corazón y el hígado.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 906ª NOCHE
Ella dijo:
Porque el amor le había penetrado hasta los huesos, le había tornado débil y sin energías, y al presente le consumía el corazón y el hígado. Y el rey, a fuerza de súplicas y de ruegos, acabó por decidir a su hijo a revelarle la causa de su doloroso estado. Y al descorrerse el velo de aquel camino oculto, el rey besó a su hijo y le estrechó contra su pecho y le dijo: "¡No te importe! refresca tus ojos y calma tu alma cara, pues voy a enviar embajadores míos al rey Qamús, hijo de Tammuz, que reina en las comarcas de Sinn y de Massin, con una carta de mi puño y letra, en que le pediré en matrimonio para ti a su hija Mohra. Y le mandaré, en camellos, fardos de trajes preciosos, joyas valiosas y presentes de todos los colores, dignos de reyes. Y si por desdicha para su vida, el padre de la princesa Mohra no accede a nuestra demanda y con ello se torna en motivo de humillación y de pena para nosotros, enviaré contra él ejércitos de devastación que harán hundirse en sangre su trono y arrojarán al viento su corona. ¡Y de tal suerte nos apoderaremos honorablemente de la bella Mohra la de maneras encantadoras! ".
Así habló, con su trono dorado, el rey Schams-Schah a su hijo Diamante ante los visires, los emires y los ulemas, que aprobaron con la cabeza las palabras reales.
Pero el príncipe Diamante contestó: "¡Oh asilo del mundo! eso no puede hacerse; antes bien, iré yo mismo y daré la respuesta exigida. Y sólo por mis méritos me llevaré a la princesa milagrosa".
Y al oír esta respuesta de su hijo, el rey Schams-Schah empezó a lanzar gemidos dolorosos, y dijo: "¡Oh alma de tu padre! hasta ahora he conservado por ti la claridad de mis ojos y la vida de mi cuerpo, porque tú eres el único consuelo de mi viejo corazón de rey y el único sostén de mi frente. ¿Cómo, pues, puedes abandonarme para correr en pos de una muerte sin remedio?" Y continuó hablando en estos términos para enternecer su corazón. Pero fué en vano. Y para no verle morir de
pena reconcentrada ante sus ojos, se vió obligado a dejarle en libertad de partir.
Y el príncipe Diamante montó en un caballo hermoso como un animal feérico, y emprendió el camino que conducía al reino de Qamús. Y su padre y su madre y todos los suyos se retorcieron las manos de desesperación, y quedaron sumidos en el pozo sin fondo de su desolación.
Y el príncipe Diamante recorrió etapa tras etapa, y gracias a la seguridad que le fué escrita, acabó por llegar a la capital profunda del reino de Qamús. Y se encontró frente a un palacio más alto que una montaña. Y en los pináculos de aquel palacio había colgadas millares de cabezas de príncipes y de reyes, unas con su corona y otras desnudas y melenudas. Y en la plaza del meidán se habían armado tiendas de tisú de oro y de raso chino; con cortinas de muselina dorada.
Y cuando hubo contemplado todo aquello, el príncipe Diamante observó que en la puerta principal del palacio estaba colgado un tambor enriquecido de pedrerías, así como el palillo correspondiente. Y sobre el tambor aparecía escrito en letras de oro: "Todo aquel, de sangre real, que desee ver a la princesa Mohra, debe hacer sonar este tambor por medio de este palillo". Y Diamante, sin vacilar, se apeó de su caballo, y fué resueltamente a la puerta consabida. Y tomó el palillo enriquecido de pedrerías, y tocó el tambor con tanta fuerza, que el sonido que sacó de él hizo retemblar toda la ciudad.
Y al punto se presentaron los criados del palacio y condujeron al príncipe a presencia del rey Qamús. Y a la vista de su hermosura, el rey quedó seducido hasta el alma y quiso salvarle de la muerte.
Y entonces le dijo: "¡Ay de tu juventud, oh hijo mío! ¿Por qué quieres perder la vida, como todos los que no pudieron responder a la pregunta de mi hija? Renuncia a esa empresa, ten compasión de ti mismo, y serás mi chambelán. Porque nadie, a no ser Alah el Omnisciente, desentraña los misterios ni puede explicar las ideas fantásticas de una joven".
Y como el príncipe Diamante persistiera en su propósito, el rey Qamús aún le dijo: "Escucha, ¡oh hijo mío! Me duele mucho ver exponerse a esa muerte sin gloria a tan hermoso joven de las comarcas orientales. Por eso te ruego que, antes de afrontar la prueba fatal, reflexiones durante tres días y vuelvas luego a pedir la audiencia que ha de separar tu graciosa cabeza del reino de tu cuerpo". Y le hizo seña de que se
retirara.
Y el príncipe Diamante se vió obligado a salir del palacio aquel día. Y para pasar el tiempo, se dedicó a andar por zocos y tiendas, y observó aue las gentes de aquel país de Sinn y de Massin estaban llenas de tacto y de inteligencia. Pero se sintió atraído invenciblemente por la morada donde vivía aquella cuya influencia le había atraído desde el fondo de su país como el imán atrae a la aguja. Y llegó ante el jardín del palacio, y pensó que, si conseguía introducirse en aquel jardín, podría atisbar a la princesa y satisfacer su alma con la vista. Pero no sabía cómo arreglarse para entrar sin que le detuviesen los guardias en las puertas, cuando advirtió un canal que iba a desaguarse en el jardín por debajo de la muralla. Y se dijo que bien podría él entrar en el jardín con el agua. Así es que, tirándose de pronto al canal, entró sin dificultad en el jardín. Y se sentó un instante, en un paraje retirado, para que se le secasen al sol las vestiduras.
Entonces se levantó y empezó a pasearse a pasos lentos por entre los macizos. Y admiraba aquel jardín verdeante, bañado por el agua de los arroyos, donde la tierra estaba adornada como un rico en día de fiesta; donde la rosa blanca sonreía a su hermana la rosa roja; donde el lenguaje de los ruiseñores, enamorados de sus amantes, las rosas, era conmovedor como una hermosa música puesta a versos tiernos; donde se manifestaban múltiples bellezas sobre los lechos de flores de los parterres; donde las gotas de rocío, sobre el púrpura de las rosas, eran como las lágrimas de una joven honesta que ha recibido una ligera afrenta; donde los pájaros, ebrios de alegría, cantaban en el vergel todos los cánticos de su gaznate, mientras que, entre las ramas de los cipreses erguidos a orillas del agua, arrullaban las tórtolas, que tienen el cuello adornado con el collar de la obediencia; donde todo era tan perfectamente hermoso, en fin, que los jardines de Irem, en comparación con aquél, sólo hubieran sido un matorral de abrojos.
Y paseándose de aquel modo, con lentitud y precaución, el príncipe Diamante se encontró de pronto, a la vuelta de una avenida, frente a un estanque de mármol blanco, al borde del cual estaba extendido un tapiz de seda. Y en aquel tapiz estaba sentada perezosamente, como una pantera en reposo, una joven tan bella, que a su resplandor brillaba todo el jardín. Y tan penetrante era el aroma de los bucles de sus cabellos, que iba hasta el cielo a perfumar de ámbar el cerebro de las huríes.
Y el príncipe Diamante, a la vista de aquella bienaventurada a quien no podía dejar de mirar, como el hidrópico no puede dejar de beber agua del Eufrates, comprendió que semejante belleza no podía adjudicarse más que a Mohra, aquella por quien millares de almas se sacrificaban como las mariposas en la llama.
Y he aquí que, mientras permanecía él en el éxtasis y la contemplación, una joven del séquito de Mohra se acercó al sitio donde estaba escondido, y se dispuso a llenar con agua del arroyo una copa de oro que llevaba en la mano. Y de improviso la joven lanzó un grito de horror y dejó caer en el agua su copa de oro. Y corriendo temblorosa y con la mano en el corazón, se volvió al lado de sus compañeras. Y éstas la condujeron al punto a presencia de su señora Mohra para que explicase el motivo de su atolondramiento y la caída de la copa en el agua.
Y la joven, que tenía el nombre de Rama de Coral, cuando pudo reprimir un poco los latidos de su corazón, dijo a la princesa: "¡Oh corona de mi cabeza! ¡oh mi señora! estando yo inclinada sobre el arroyo, vi reflejarse en él de repente el rostro tierno de un joven tan hermoso, que no supe si pertenecía a un hijo de los genn o de los hombres. Y en mi emoción, dejé caer de mi mano al agua la copa de oro ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 907ª NOCHE
Ella dijo:
". . . reflejarse en él de repente el rostro tierno de un joven tan hermoso, que no supe si pertenecía a un hijo de los genn o de los hombres. Y en mi emoción, dejé caer de mi mano al agua la copa de oro".
Al oír estas palabras de Rama de Coral, la princesa Mohra ordenó que, para comprobar la cosa, fuese en seguida otra de sus mujeres a mirar en el agua. Y al punto corrió al arroyo una segunda joven, y al ver reflejarse el rostro encantador, volvió corriendo, con el corazón abrasado y gimiendo de amor, a decir a su señora: "¡Oh nuestra señora Mohra! ¡no estoy segura, pero creo que esa imagen que se refleja en el agua es de un ángel o de un hijo de los genn! ¡0 quizá sea que la propia luna ha bajado al arroyo!"
A estas palabras de su servidora, la princesa Mohra sintió chispear en su alma el tizón de la curiosidad; y en su corazón surgió el deseo de ver por sí misma. Y se irguió sobre sus pies encantadores, y orgullosa a la manera de los pavos reales, se dirigió al arroyo. Y vió la imagen de Diamante. Y se puso muy pálida, y se sintió presa del amor.
Y tambaleándose ya y sostenida por sus mujeres, hizo llamar a toda prisa a su nodriza y le dijo: "Ve ¡oh nodriza! y traéme a ése cuyo rostro se refleja en el agua. ¡Porque si no lo haces, me muero!" Y la nodriza contestó con el oído y la obediencia, y se alejó, mirando a todos lados. Y al cabo de cierto tiempo fué a caer su mirada en el rincón donde estaba escondido el príncipe de cuerpo encantador, el joven de cara de sol, aquel de quien tenían envidia los astros. Y por su parte, al verse descubierto, el hermoso Diamante tuvo de pronto la idea de simular la locura para salvar su vida.
Así es que, cuando la nodriza, que acababa de coger al joven por la mano con todas las precauciones que se toman para tocar las alas de la mariposa, le hubo conducido ante su señora sin par, aquel joven de cara de sol, aquel príncipe de cuerpo encantador, se echó a reír como los insensatos, y empezó a decir: "¡Estoy hambriento y no tengo hambre!" Y a decir también: "¡La mosca se ha convertido en búfalo!" Y a decir también: "¡Una montaña de algodón se ha vuelto de arcilla por efecto del agua!" Y dijo igualmente, poniendo los ojos en blanco: "¡La cera se ha derretido bajo la acción de la nieve; el camello ha comido carbón; el ratón ha devorado al gato!" Y añadió: "¡Yo, y solamente yo, voy a comerme el mundo entero!" Y continuó soltando de tal suerte, sin perder aliento, una porción de palabras sin orden ni concierto y sin ton ni son, hasta que la princesa quedó convencida de su locura.
Entonces, cuando ella hubo admirado la hermosura de él detenidamente, se emocionó su corazón y se turbó su espíritu, y dijo, llena de pena, encarándose con sus servidoras: "¡Ay! ¡qué lástima!" Y tras de pronunciar estas palabras se agitó y se tambaleó como un pollo medio muerto. Porque por primera vez entraba en su seno el amor y producía los efectos habituales.
Al cabo de algún tiempo pudo arrancarse a la contemplación del joven, y dijo tristemente a sus mujeres: "Ya veis que este joven está loco, pues tiene el espíritu habitado por los genn. Y ya sabéis que los locos de Alah son santos muy grandes, y que es tan grave faltar al respeto a los santos como dudar de la misma existencia de Alah o del origen divino del Korán. Hay que dejarle, pues, aquí en toda libertad, a fin de que viva a su gusto y haga lo que quiera. Y no pretenda nadie contrariarle o negarle cualquier cosa que anhele o pida". Luego se encaró con el joven, a quien tomaba por un santón, y le dijo, besándole la mano con religioso respeto: "¡Oh santón venerado! haznos la merced de elegir por morada este jardín y el pabellón que ves en este jardín, donde tendrás cuanto te sea necesario". Y el joven santón, que era el propio Diamante con sus mismos ojos, contestó, abriendo mucho los párpados: "¡Necesario! ¡necesario! ¡necesario!" Y añadió: "¡Nada! ¡nada! ¡nada!"
Entonces le dejó la princesa, tras de inclinarse ante él por última vez, y se marchó edificada y desolada, seguida de sus acompañantas y de la vieja nodriza.
Y, en consecuencia, el joven santón vióse desde entonces rodeado de toda clase de miramientos y cuidados. Y el pabellón que se le cedió para vivienda fué ataviado por las más abnegadas entre las esclavas de Mohra, y desde por la mañana hasta por la noche lo llenaban bandejas cargadas de manjares de todas clases y confituras de todos los colores. Y la santidad del joven sirvió de general edificación al palacio. Y rivalizaban en ir a cuál más pronto a barrer el suelo hollado por él y a recoger los restos de su comida o las recortaduras de sus uñas o cualquier otra cosa semejante para guardarla como amuleto.
Un día entre los días, la joven que se llamaba Rama de Coral, y que era la favorita de la princesa Mohra, entró en el aposento del joven santón, que estaba solo, y se acercó a él, muy palida y temblorosa de emoción, y abatió la cabeza ante sus plantas humildemente, y lanzando suspiros y gemidos le dijo: "¡Oh corona de mi cabeza! ¡oh dueño de las perfecciones! Alah el Altísimo, autor de la belleza que te distingue, hará más en favor tuyo por mediación mía, si accedes a ello. Mi corazón, que tiembla por ti, está entristecido y se derrite de amor como la cera, porque las flechas de tus miradas lo han atravesado y el dardo del amor lo ha penetrado. Dime, pues, por favor, quién eres y cómo has llegado a este jardín, con objeto de que, conociéndote mejor, pueda yo servirte más eficazmente". Pero Diamante, que temía algún ardid de la princesa Mohra, no se dejó conquistar por las frases suplicantes y las miradas apasionadas de la joven, y continuó expresándose como los que tienen realmente sometido el espíritu al poder de los genn. Y Rama de Coral, gemebunda y suspirante, continuó suplicando al joven y dando vueltas a su alrededor, cual la mariposa nocturna en torno de la llama. Y como él se abstenía siempre de responder concretamente, acabó ella por decirle: "¡Por Alah sobre ti y por el Profeta! ábreme los abanicos de tu corazón y aventa para acá tu secreto. Porque no cabe duda de que guardas un secreto. Y yo tengo un corazón que es un cofrecillo cuya llave se pierde cuando se cierra. ¡Date prisa, pues, en vista del amor por ti que hay ya en ese
cofrecillo, a decirme con toda confianza lo que indudablemente tienes que decirme!"
Cuando el príncipe Diamante hubo oído estas palabras de la encantadora Rama de Coral, quedó convencido de que en sus palabras se hacía sentir el olor del amor, y por tanto, no había ningún inconveniente en explicar la situación a aquella encantadora joven. La miró, pues, un momento sin hablar, luego sonrió, y abriendo los abanicos de su corazón, le dijo: "¡Oh encantadora! si llegué hasta aquí después de haber sufrido mil penalidades y de exponerme a grandes peligros, fué únicamente con la esperanza de contestar a la pregunta de la princesa Mohra, que dice así: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?" Por tanto, ¡oh compasiva! si sabes la verdadera respuesta que hay que dar a esta pregunta obscura, dímela, y la sensibilidad de mi corazón trabajará en favor tuyo .. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 908ª NOCHE
Ella dijo:
". . , y la sensibilidad de mi corazón trabajará en favor tuyo". Y añadió: "¡No lo dudes!" Y Rama de Coral contestó: "¡Oh joven insigne! claro que no dudo de la sensibilidad del gamo de tu corazón; pero si quieres que te responda con respecto a la pregunta obscura, prométeme por la verdad de nuestra fe que me tomarás por esposa y en tu reino me pondrás a la cabeza de todas las damas del palacio de tu padre". Y el príncipe Diamante cogió la mano de la joven y la besó y la puso sobre su corazón, prometiéndole los desposorios y el rango que pedía.
Cuando la joven Rama de Coral tuvo esta promesa y esta seguridad del príncipe Diamante, se tambaleó de satisfacción y de contento, y le dijo: "¡Oh capital de mi vida! has de saber que debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra está un negro sombrío. Y el tal negro ha venido a establecer allí su morada, ignorado por todos, excepto por la princesa, después de huir de su país, que es la ciudad de Wakak. Y precisamente ese negro calamitoso es quien ha incitado a nuestra princesa a formular pregunta tan obscura a los hijos de reyes. Por lo tanto, si quieres conocer la verdadera solución del problema es preciso que vayas a la ciudad de Wakak. Y de esta sola manera podrá descubrirse el secreto. ¡Y esto es cuanto sé acerca de la clase de relaciones que hay entre Piña y Ciprés! ¡Pero Alah es más sabio!"
Cuando el príncipe Diamante hubo oído estas palabras de boca de Rama de Coral, dijo para sí: "¡Oh corazón mío! conviene tener un poco de paciencia antes de que se haga para nosotros la claridad detrás de la cortina del misterio. Porque, por el pronto, ¡oh corazón mío! sin duda tendrás que experimentar en esta ciudad del negro, o sea en la ciudad de Wakak, muchas cosas enojosas que te pesarán". Luego se encaró con la joven, y le dijo: "¡Oh caritativa! en verdad que mientras no vaya a la ciudad de Wakak, que es la ciudad del negro, y no penetre el misterio de que se trata, me parecerá que me está prohibido el reposo. Pero si Alah me depara la seguridad y me hace obtener el resultado apetecido, cumpliré entonces tu deseo. Si no lo hago, consiento en no volver a levantar la cabeza hasta el día de la resurrección".
Y tras de hablar así, el príncipe Diamante se despidió de la suspirante, la gemebunda, la sollozante Rama de Coral, y con el corazón derretido, salió del jardín, sin ser visto, y se dirigió al khan en donde había dejado sus efectos de viaje, y montó en un caballo hermoso como un animal feérico, y salió al camino de Alah.
Pero como ignoraba hacia qué lado estaba situada la ciudad de Wakak, y el camino que había que tomar para llegar a ella, por dónde había de pasar para llegar a ella, empezó a girar la cabeza en busca de algún indicio que pudiera orientarle, cuando divisó a un derviche que iba en dirección suya, vestido con un traje verde y calzados los pies con babuchas de cuero amarillo limón, llevando un báculo en la mano, y semejante a Khizr el Guardián, de tan radiante como tenía el rostro y claro el espíritu ante las cosas. Y Diamante fué en busca de aquel derviche venerable, y le abordó con la zalema, apeándose del caballo. Y cuando le devolvió la zalema el derviche, le preguntó el príncipe: "¿Hacia qué lado ¡oh venerable! está situada la ciudad de Wakak, y a qué distancia se halla?" Y el derviche, tras de mirar atentamente al príncipe durante una hora de tiempo, le dijo: "¡Oh hijo de reyes! abstente de aventurarte en un camino sin salida y en una ruta espantosa. Renuncia a tan loco proyecto, y ocúpate en otra tarea, porque, aunque te pasaras toda la vida en busca de ese camino, no encontrarías ni vestigios de él. ¡Además, al querer ir a la ciudad de Wakak, entregas, al viento de la muerte, tu existencia y tu vida cara!" Pero el príncipe Diamante le dijo: "¡Oh respetable y venerado jeique! el asunto que me mueve es un asunto decisivo, y mi propósito es un propósito tan importante, que prefiero sacrificar mil vidas como la mía antes que renunciar a ello. Así, pues, si sabes algo referente a ese camino, sírveme de guía como Khizr el Guardián".
Cuando el derviche vió que Diamante en manera alguna desistía de su idea, no obstante los útiles consejos de todas clases que seguía dándole, le dijo: "¡Oh joven bendito! sabe que la ciudad de Wakak está situada en el centro de la montaña Kaf, allí donde los genn, los mareds y los efrits habitan por dentro y fuera. Y para llegar allá hay tres caminos: el de la derecha, el de la izquierda y el del medio; pero es preciso ir por el camino de la derecha, y no por el de la izquierda, como tampoco debe intentarse tomar el de en medio. Además, cuando hayas viajado un día y una noche, y aparezca la verdadera aurora, verás un minarete en el cual se encuentra una losa de mármol con una inscripción en caracteres kúficos. Hay que leer esa inscripción precisamente. ¡Y tendrás que ajustar tu conducta a esa lectura!"
Y el príncipe Diamante dió gracias al anciano y le besó la mano. Luego volvió a montar en su caballo y emprendió el camino de la derecha, que debía conducirle a la ciudad de Wakak.
Y anduvo por aquel camino un día y una noche, y llegó al pie del minarete que le indicó el derviche. Y vió que el minarete era tan grande como el firmamento cerúleo. Y estaba empotrada en él una losa de mármol grabada con caracteres kúficos. Y decían así los tales caracteres: "Los tres caminos que tienes ante ti ¡oh caminante! Conducen todos al país de Wakak. Si tomas el de la izquierda, experimentarás gran número de vejaciones. Si tomas el de la derecha, te arrepentirás. Si tomas el de en medio, te ocurrirá algo espantoso".
Cuando hubo descifrado esta inscripción y comprendido todo su alcance, el príncipe Diamante cogió un puñado de tierra, y echándola por la abertura de su traje, dijo: "¡Que yo me vea reducido a polvo, pero que llegue a la meta!" Y se acomodó de nuevo en la silla, y sin vacilar, tomó por el más peligroso de los tres caminos, el de en medio. Y anduvo por él resueltamente un día y una noche. Y a la mañana, se ofreció a su vista un ancho espacio que estaba cubierto de árboles con ramas que llegaban hasta el cielo. Y los árboles estaban dispuestos en hilera para servir de límite y abrigo contra el viento salvaje a un jardín verdeante. Y la puerta de aquel jardín aparecía cerrada por un bloque de granito. Y para guardar aquella puerta y aquel jardín había un negro cuyo rostro daba un tinte sombrío a todo el jardín y a quien robaba sus tinieblas la noche sin luna. Y aquel producto de brea era gigantesco. Su labio superior se alzaba muy por encima de sus narices, que tenían forma de berenjena, y el labio de abajo le caía hasta el cuello. Llevaba al pecho una muela de molino que le servía de escudo; y una espada de hierro chino iba sujeta a su cinturón, que lo constituía una cadena de hierro tan gorda, que por cada uno de sus anillos hubiera podido pasar con toda facilidad un elefante de guerra.
Y en aquel momento, el tal negro estaba echado cuán largo era sobre pieles de animales, y de su ancha boca abierta salían ronquidos hijos del trueno.
Y el príncipe Diamante echó pie a tierra sin conmoverse, ató la brida de su caballo a la cabecera del negro, y retirando la puerta de granito, entró en el jardín.
Y el aire de aquel jardín era tan excelente, que las ramas de los árboles se balanceaban como personas ebrias. Y debajo de los árboles pacían gamos grandes que llevaban sujetos a sus cuernos adornos de oro guarnecidos de pedrerías, cubriéndoles los lomos un ropaje bordado y llevando atados al cuello pañuelos de brocado. Y todos aquellos gamos, con sus patas delanteras y sus patas traseras, con sus ojos y sus cejas, se pusieron a hacer señas expresivas a Diamante para que no entrase. Pero Diamante, sin tener en cuenta sus advertencias, y antes bien, pensando que aquellos gamos sólo agitaban así sus ojos, sus cejas y sus extremidades para manifestarle el gusto que tenían en recibirle, empezó a circular tranquilamente por las avenidas de aquel jardín.
Y paseándose de tal modo, acabó por llegar a un palacio al que no habría igualado el del Kessra o el de Kaissar. Y la puerta de aquel palacio estaba entreabierta como el ojo del amante. Y por la abertura de aquella puerta se mostraba una cabeza encantadora de jovenzuela, que era feérica y que habría hecho retorcerse de envidia a la luna nueva. Y aquella cabecita, cuyos ojos avergonzarían a los del narciso, miraba a un lado y a otro, sonriendo.
Pero, en cuanto advirtió a Diamante, quedó estupefacta a la vez que rendida a su hermosura. Y permaneció algunos instantes en aquel estado; luego le devolvió la zalema, y le dijo: "¿Quién eres, ¡oh joven lleno de audacia! que te permites penetrar en este jardín donde ni los pájaros se atreven a agitar sus alas?"
Así habló a Diamante la joven, que se llamaba Latifa y era bella hasta constituir el alboroto del tiempo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 909ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Así habló a Diamante la joven, que se llamaba Latifa y era bella hasta constituir el alboroto del tiempo. Y Diamante se inclinó hasta besar la tierra entre sus manos, y tras de incorporarse luego, contestó: "¡Oh retoño del jardín de la perfección! ¡oh mi señora! ¡soy Fulano, hijo de Mengano, y he venido aquí para tal y cual cosa!" Y le contó su historia desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle. Pero no hay utilidad de repetirla.
Y Latifa, cuando oyó su historia, le cogió de la mano y le hizo sentarse al lado de ella en la alfombra tendida bajo la parra trepadora de la entrada. Luego, empleando palabras dulces, le dijo: "¡Oh ciprés ambulante del jardín de la belleza! ¡lástima de juventud la tuya!" Después dijo: "¡Qué malhadada idea tuviste! ¡qué proyecto tan difícil de ejecutar meditaste! ¡cuántos peligros corres!" Y aun dijo: "Hay que renunciar a eso, si en algo estimas tu alma cara. Y quédate aquí conmigo; a fin de que tu mano bendita acaricie el cuello de mi deseo. Porque la unión con una hermosa que tiene cara de hada, como yo, es más deseable que la busca de lo desconocido". Pero Diamante contestó: "Mientras no vaya a la ciudad de Wakak y no resuelva el problema que me trae, a saber: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?", me están prohibidos los placeres y la dicha. Pero cuando haya ejecutado mi proyecto, ¡oh encantadora! pondré el collar de la unión al cuello de tu deseo, casándome contigo". Y Latifa suspiró, diciendo: "¡Oh corazón abandonado! Luego hizo seña de que se acercaran a unas escanciadoras con mejillas de rosa. E hizo llegar a unas jóvenes cuya contemplación asombraba al sol y a la luna, y cuyos cabellos ondulados hacían experimentar una torsión involuntaria a los corazones de los amantes. Y circularon las copas de bienvenida para festejar al huésped encantador con música y cánticos. Y las delicias de las mujeres, unidas a las de la armonía, seducían y arrebataban los corazones, fuesen abiertos o cerrados.
Pero, cuando se vaciaron las copas, el príncipe Diamante se irguió sobre ambos pies para despedirse de la jovenzuela. Y le dijo, después de formularle sus votos y darle las gracias: "¡Oh princesa el mundo! tengo que despedirme de ti ahora; porque ya sabes que el camino que he de recorrer es largo, y si permaneciese un momento más, el fuego de tu amor prendería llamas en las mieses de mi alma. Pero si Alah quiere; cuando logre mi propósito volveré a cortar aquí las rosas del deseo y a apagar la sed de mi sediento corazón".
Cuando la jovenzuela vió que el príncipe Diamante, por quien se abrasaba, persistía en su resolución de abandonarla, se irguió también sobre ambos pies, y cogió un báculo en forma de serpiente, sobre el cual murmuró algunas palabras en una lengua incomprensible. Y de improviso lo enarboló y con él golpeó en el hombro al príncipe de modo tan violento, que le hizo girar sobre sí mismo por tres veces y caer a tierra para perder al punto su figura humana. Y se convirtió en un gamo entre los gamos.
Y en seguida Latifa hizo que le pusiesen en los cuernos adornos semejantes a los que llevaban los otros gamos, y le ató al pescuezo un pañuelo de seda bordada, y le soltó por el jardín, gritándole: "¡Vete con tus semejantes, ya que no has querido a una hermosa con cara de hada!" Y Diamante el gamo echó a andar con sus cuatro patas, animal por la forma, pero semejante a los hijos de Adán en cualidades interiores y en las sensaciones.
Y caminando así con sus cuatro patas por las avenidas donde erraban los demás animales metamorfoseados, Diamante el gamo se dedicó a reflexionar profundamente acerca de su nueva situación y del modo de recobrar su libertad y evadirse de las manos de aquella hechicera. Y vagando de tal suerte, llegó a un rincón del jardín en que la tapia era mucho más baja que en ningún sitio. Y tras de elevar su alma hacia el dueño de los destinos, tomó impulso y franqueó la tapia de un salto. Pero no tardó en advertir que seguía encontrándose en el mismo jardín, exactamente igual que si no hubiese franqueado la tapia; y entonces se convenció de que continuaban los efectos del encanto. Por otra parte, saltó la tapia de la propia manera siete veces seguida; pero sin mejor resultado, pues siempre se encontraba en el mismo sitio. Entonces llegó a los límites extremos su perplejidad, y el sudor de la impaciencia transpiró en sus cascos. Y dedicóse a ir y venir a lo largo de la tapia, como haría un león encerrado, hasta que se encontró frente a una abertura en forma de ventana abierta en la tapia y que había permanecido invisible a sus miradas. Y se deslizó por aquella abertura, y tras de mil trabajos se encontró fuera del recinto del jardín aquella vez.
Y fué a parar a un segundo jardín que perfumaba el cerebro con su buen olor. Y se le apareció un palacio al final de las avenidas de aquel jardín. Y en una ventana de aquel palacio vió una joven y encantadora cara con tiernos colores de tulipán, cuyas pupilas habrían dado envidia a la gacela de China. Sus cabellos, color de ámbar, habían retenido todos los rayos del sol, y su tez era de jazmín persa. Y la joven mantenía erguida la cabeza, y sonreía en dirección a Diamante.
Cuando Diamante el gamo estuvo muy próximo a su ventana, ella se levantó a toda prisa y bajó al jardín. Y arrancó algunos puñados de hierba, y como para atraerle e impedirle que huyera al acercársele, le tendió la hierba desde lejos muy cariñosamente, chasqueando la lengua. Y Diamante el gamo, que no esperaba otra cosa que ver cómo salía de aquel segundo paso, se acercó a la joven, acudiendo como los animales hambrientos. Y al punto la joven, que se llamaba Gamila, y que era hermana de padre de Latifa, pero no de la misma madre, cogió el cordón de seda que llevaba al cuello el príncipe gamo y lo utilizó de ronzal para conducirle al interior del palacio. Y se apresuró a ofrecerle frutas y refrescos exquisitos. Y bebió él hasta que estuvo harto.
Y hecho lo cual, inclinó la cabeza y la apoyó en el hombro de la joven, y se echó a llorar. Y Gamila, muy conmovida al ver que de tal suerte fluían lágrimas de los ojos de aquel gamo, le acarició delicadamente con su dulce mano. Y al sentir que le compadecía, el gamo humilló su cabeza a los pies de la joven, y lloró aún más. Y ella dijo: "¡Ob gamo mío querido! ¿por qué lloras? ¡te quiero más que a mí misma!" Pero él redobló en su llanto y lagrimeo, y restregó su cabeza contra los pies de la dulce y compasiva Gamila, que a la sazón comprendió, sin género de duda, que le suplicaba le devolviese su figura humana.
Entonces, aunque tenía mucho miedo a su hermana mayor, la maga Latifa, se levantó ella y cogió de un agujero del muro una cajita enriquecida con pedrerías. Y acto seguido hizo las abluciones rituales, se puso siete trajes de lino recién planchados y tomó de la cajita un poco del electuario que contenía. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 910ª NOCHE
Ella dijo:
.. Y acto seguido hizo las abluciones rituales, se puso siete trajes de lino recién planchados y tomó de la cajita un poco del electuario que contenía. Y dió de comer al gamo aquel electuario. Y en el mismo momento le tiró con fuerza del cordón mágico que le rodeaba el cuello. Y al punto el gamo dió una sacudida, y abandonando su forma de animal, recobró su apariencia de hijo de Adán.
Luego fué a besar la tierra entre las manos de la joven Gamila, y en acción de gracias, le dijo: "He aquí ¡oh princesa! que me has salvado de las garras de la desdicha y me has devuelto mi vida de ser humano. ¿Cómo podría, pues, mi lengua darte gracias con arreglo a tus méritos, cuando todos los pelos de mi cuerpo celebran con alabanzas tu benevolencia y tu generosidad, ¡oh bienhechora!?" Pero Gamila se apresuró a ayudarle a incorporarse, y después de ponerle vestiduras reales, le dijo: "¡Oh joven príncipe cuya blancura se manifiesta a través de tus vestidos y cuya belleza ilumina nuestra morada y este jardín! ¿quién eres y cuál es tu nombre? ¿Qué motivo nos hace el honor de tu venida y cómo has sido preso en las redes de mi hermana Latifa?"
Entonces el príncipe Diamante contó a su libertadora toda su historia. Y cuando hubo acabado de hablar él, le dijo ella: "¡Oh Diamante! renuncia, por favor, a la idea peligrosa y sin fruto que te asalta. y no expongas a los poderes desconocidos tu juventud encantadora y tu vida que tan preciosa es. Porque está fuera de toda sabiduría el exponerse a perecer sin motivo. Mejor será que te quedes aquí y llenes la copa de tu vida, con el vino de la voluptuosidad. ¡Porque aquí me tienes dispuesta a servirte conforme a tu deseo, y a poner tu bienestar por encima del mío, obedeciéndote como un niño a la voz de su madre!" Y Diamante contestó: "¡Oh princesa! el agradecimiento que hacia ti siento pesa tanto sobre las alas de mi alma, que sin tardanza debería hacer con mi piel sandalias y calzarlas en tus pequeños pies. Porque me has revestido con la vestidura de la forma humana, sacándome de mi piel de gamo y librándome de los artificios de la hechicería de tu hermana. Pero, hoy por hoy, si tu generosidad quiere llegar hasta mí, te suplico que me concedas sin tardanza licencia por algunos días, a fin de que consiga yo realizar mi deseo. Y cuando, merced a la seguridad que espero de Alah el Altísimo, regrese de la ciudad de Wakak, únicamente me ocuparé de darte gusto y de volver a ver tus pies mágicos. Y con ello no haré más que cumplir los deberes de un corazón que sabe el agradecimiento".
Cuando la joven vió que Diamante, a pesar de que ella seguía insistiendo para ablandarle, no accedía a lo que le proponía ella, y permanecía apegado a su idea desesperante, no pudo por menos de permitirle partir. Así es que, lanzando quejas, suspiros y gemidos, le dijo: "¡Oh ojos míos! ¡ya que nadie puede rehuir el destino que lleva atado al cuello, y puesto que tu destino es abandonarme a raíz de nuestro encuentro, quiero darte, para ayudarte en tu empresa, asegurar tu regreso y resguardar tu alma cara, tres cosas que me tocaron en herencia!" Y cogió un cajón que había en otro agujero del muro, lo abrió y sacó de él un arco de oro con sus flechas, una espada de acero chino y un puñal con el puño de jade, y se los entregó a Diamante, diciéndole: "Este arco y sus flechas han pertenecido al profeta Saleh (¡con él la plegaria y la paz!). Esta espada que es conocida bajo el nombre de Escorpión de Soleimán, es tan excelente que si se golpeara con ella una montaña la partiría como jabón. Y por último, este puñal, fabricado en otro tiempo por el sabio Tammuz, es inapreciable para quien lo posee, porque preserva de todo ataque la virtud oculta en su hoja". Luego añadió: "Sin embargo, ¡oh Diamante! no podrás llegar a la ciudad de Wakak, que está separada de nosotros por siete océanos, como no te ayude mi tío Al-Simurg. Por eso acerco mis labios a tu oído para que escuches bien las instrucciones que van a salir de ellos en tu honor". Y se calló un momento, y dijo: "Has de saber, en efecto, ¡oh amigo Diamante! que a una jornada de marcha de aquí hay una fuente; y muy cerca de esa fuente se encuentra el palacio de un rey negro llamado Tak-Tak. Y este palacio de Tak-Tak está guardado por cuarenta etíopes sanguinarios, cada uno de los cuales manda un ejército de cinco mil negros feroces. Pero el tal rey Tak-Tak, será benévolo contigo a causa de los objetos de que te hago entrega; e incluso se portará contigo muy amistosamente, aunque de ordinario acostumbra a mandar asar a los transeúntes del camino y a comérselos sin pan ni condimentos. Y permanecerás dos días en su compañía. Tras de lo cual hará que te acompañen al palacio de mi tío Al-Simurg, gracias al cual acaso puedas llegar a la ciudad de Wakak y resolver el problema de la clase de relaciones que hay entre Piña y Ciprés". Y como conclusión, dijo: "¡Sobre todo, oh Diamante, guárdate bien de desviarte ni en un pelo siquiera de lo que te digo!" Luego le besó, llorando, y le dijo: "Y ahora que a causa de tu ausencia mi vida se convierte en desdicha para mi corazón, hasta tu regreso no sonreiré más, no hablaré más y abriré sin cesar a mi espíritu la puerta de la tristeza. De mi corazón se elevarán suspiros constantemente, y ya no tendré noticias de mi cuerpo. Porque, sin fuerza y sin sostén interior, mi cuerpo no será en lo sucesivo más que el espejo de mi alma". Luego se puso a recitar estas estrofas:
;No rechaces mi corazón lejos de esos ojos de quienes está enamorado el narciso!
¡Oh abstemio! ¡no se deben desoír las quejas de los beodos, sino conducirlos de nuevo a la taberna!
¡Mi corazón no podrá librarse del ejército de tu bozo; y como una rosa rota, la abertura de mi traje no podrá zurcirse!
¡Oh tiránica belleza! ¡oh hermoso, moreno y encantador! ¡mi corazón yace a tus pies de jazmín!
¡Mi corazón de muchacha sencilla, en la tierna edad de la adolescencia, yace a los pies del raptor de corazones!
Después la joven dijo adiós a Diamante, invocando sobre él las bendiciones y deseándole la seguridad. Y se apresuró a entrar de nuevo en el palacio para ocultar las lágrimas que le cubrían el rostro.
En cuanto a Diamante, se marchó, montado en su caballo hermoso como un hijo de los genn, y prosiguió su camino, etapa tras de etapa, preguntando por la ciudad de Wakak.
Y cabalgando de este modo acabó por llegar sin contratiempo a una fuente. Aquella era precisamente la fuente de que le había hablado la joven. Y allí era donde se alzaba el castillo fortificado del rey de los negros, el terrible Tak-Tak. Y Diamante vió que, en efecto, las cercanías del castillo estaban guardadas por etíopes de diez codos de altos, con caras espantosas...
En este momento de su narración, 5chehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 911ª NOCHE
Ella dijo:
. . . el castillo fortificado del rey de los negros el terrible Tak-Tak. Y Diamante vió que, en efecto, las cercanías de aquel castillo estaban guardadas por etíopes de diez codos de alto, con caras espantosas. Y sin dejar que el temor invadiera su pecho, ató su caballo a un árbol que había junto a la fuente, y se sentó a la sombra para descansar. Y oyó que los negros decían entre sí: "Vaya, por fin, después de tanto tiempo, viene un ser humano a abastecernos de carne fresca. Apoderémonos de esa presa, a fin de que nuestro rey Tak-Tak se endulce con ella la boca y el paladar". Y acto seguido, diez o doce etíopes de los más feroces avanzaron hacia Diamante para apoderarse de él y presentárselo en el asador a su rey.
Cuando Diamante vió que su vida estaba realmente en peligro, sacó de su cinto la espada salomónica, y abalanzándose sobre sus agresores, expidió a gran número de ellos por la llanura de la muerte. Y cuando aquellos hijos del infierno llegaron a su destino, se enteró por correo de la noticia el rey Tak-Tak, quien, montando en roja cólera, envió al punto, para que se apoderase del audaz, al jefe de los negros, el embetunado Mak-Mak. Y el tal Mak-Mak, que era una calamidad reconocida, se puso a la cabeza del ejército de embetunados, cayendo como la irrupción de un enjambre de aberrojos. Y de sus ojos salía la muerte negra, buscando víctimas.
Al ver aquello, el príncipe Diamante se irguió sobre ambos pies, y le esperó, firme de piernas. Y silbando como una víbora cornuda, y mugiendo con sus anchas narices, el calamitoso Mak-Mak fué derecho a Diamante, blandiendo su maza destructora de cabezas, y la hizo voltear de tal manera, que retembló el aire. Pero, en aquel mismo momento, el bienamado Diamante alargó su brazo armado con el puñal de Tammuz, y rápido como el relámpago, clavó la hoja en el costado del gigante etíope, e hizo beber de un trago la muerte a aquel hijo de mil cornudos. Y al punto se acercó el ángel de la muerte a aquel maldito, llevándoselo a su última morada.
En cuanto a los negros del séquito de Mak-Mak, cuando vieron a su jefe caer al suelo más ancho que largo, echaron a correr y volaron como los pajarillos ante el Padre de pico gordo. Y Diamante les persiguió, y mató a los que mató.
Cuando el rey Tak-Tak se enteró de la derrota de Mak-Mak, la cólera invadió sus narices tan violentamente, que ya no pudo él distinguir su mano derecha de su mano izquierda. Y su estupidez le incitó a ir a atacar por sí mismo al jinete de los precipicios y barrancos, corona de los jinetes, a Diamante. Pero, a la vista del héroe rugiente, el hijo negro de la impúdica de nariz gorda sintió aflojársele los músculos, revolverse el saco del estómago y pasar sobre su cabeza el viento de la muerte. Y Diamante, tomándole de blanco, y disparando sobre él una de las flechas del profeta Saleh (¡con él la plegaria y la paz!), le hizo tragar el polvo de sus talones, y de una vez envió a un alma a habitar los lugares fúnebres donde se ha aposentado la Alimentadora de buitres.
Tras de lo cual Diamante hizo papilla a los negros que rodeaban a su rey muerto, y abrió un camino recto a su caballo por entre sus cuerpos sin alma. Y de tal suerte llegó vencedor a la puerta del palacio en que había reinado Tak-Tak. Y llamó en la puerta como un amo que llamara en su propia morada. Y la que salió a abrirle era una reina a quien había quitado su trono y su herencia aquel Tak-Tak de mal agüero. Y era una joven semejante a la gacela asustada, y cuya faz era tan picante, que derramaba sal sobre la herida del corazón de los amantes. Y si no había ido más allá para salir al encuentro de Diamante, en verdad que era porque la pesadez de las caderas que colgaban de su talle frágil se lo habían impedido, y porque su trasero, adornado de diversos hoyuelos, era tan notable y bendito, que no podía ella moverlo a su antojo, pues le temblaba su propio impulso, como la leche cuajada en la escudilla del beduíno y como la salsa de membrillo en medio de la bandeja perfumada con benjuí.
Y recibió a Diamante con efusiones propias de una cautiva para con su libertador. Y quiso hacerle sentar en el trono del rey difunto; pero Diamante se negó, y cogiéndole la mano, la invitó a subir por sí misma al trono que Tak-Tak arrebató a su padre. Y no le pidió nada a cambio de tantos beneficios. Entonces subyugada por su generosidad, ella le dijo: "¡Oh hermoso! ¿a qué religión perteneces para hacer así el bien sin esperanza de recompensa?" Y Diamante contestó: "¡Oh princesa! ¡mi fe es la fe del Islam, y su creencia es mi creencia!" Y ella le preguntó: "¿Y en qué consisten ¡oh mi señor! esa fe y esa creencia?" El contestó: "Consisten sencillamente en atestiguar la Unidad con la profesión de fe que nos ha sido revelada por nuestro Profeta (¡con El la plegaria y la paz!)" Y ella preguntó: "¿Y puedes hacerme la merced de revelarme a tu vez esa profesión de fe que torna tan perfectos a los hombres?" El dijo: "Consiste en estas únicas palabras: "No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el enviado de Alah!" Y quienquiera que la pronuncie con convicción, en aquella hora y en aquel instante queda ennoblecido con el Islam. ¡Y aunque sea el último de los descreídos, al punto se torna en igual del más noble de los musulmanes!" Y cuando hubo oído estas palabras, la princesa Aziza sintió que su corazón se conmovía con la verdadera fe; y levantó la mano espontáneamente, y llevando el índice a la altura de sus ojos, pronunció la schehada, y al punto se ennobleció con el Islam . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 912ª NOCHE
Ella dijo:
... levantó la mano espontáneamente, y llevando el índice a la altura de sus ojos, pronunció la schehada, y al punto se ennobleció con el Islam. Tras de lo cual dijo a Diamante: "¡Oh mi señor! ahora que me has hecho reina y que me veo iluminada en la vida de la rectitud, heme aquí entre tus manos dispuesta a servirte con mis ojos y a ser una esclava entre las esclavas de tu harén. ¿Quieres, pues, haciéndome favor con ello, aceptar por esposa a la reina de este país y vivir con ella en donde te plazca, llevándola de séquito en la aureola de tu belleza?" Y Diamante contestó: "¡Oh mi señora! tan querida eres para mí como mi propia vida; pero en este momento me requiere un asunto muy importante, por el cual abandoné padre, morada, reino y país. Y hasta puede que mi padre, el rey Schams-Schah, a la hora de ahora me llore como muerto o peor todavía. Y no obstante, es preciso que yo vaya adonde me espera mi destino, a la ciudad de Wakak. Y a mi vuelta, ¡inschalah! me casaré contigo, y te llevaré a mi país, y me refocilaré con tu belleza. Pero, por el momento, deseo saber de ti, si lo sabes, dónde se halla Al-Simurg, tío de la princesa Latifa. Porque sólo ese Al-Simurg podrá guiarme a la ciudad de Wakak. Pero ignoro su morada, no sé siquiera quién es, ni si es un genio o un ser humano. Así, pues, si tienes algunas referencias del tío de Gamila, el precioso Al-Simurg, date prisa a participármelas, a fin de que vaya yo en busca suya. Y eso es cuanto te pido por el momento, ya que deseas serme agradable".
Cuando la reina Aziza enteróse del proyecto de Diamante, se apenó en el corazón y se afligió en extremo. Pero al ver que ni sus lágrimas ni sus suspiros podían disuadir de su resolución al joven príncipe, se levantó de su trono, y cogiéndole de la mano, le condujo en silencio por las galerías del palacio y salió con él al jardín.
Y era un jardín semejante a aquel de quien Rizwán es el guardián alado. Un seto de rosas formaban las avenidas, y el céfiro, que pasaba por encima de aquellas rosas y parecía aventar almizcle, perfumaba el olfato y embalsamaba el cerebro. Allí entreabríase el tulipán embriagado con su propia sangre, y el ciprés se agitaba con todos sus susurros para alabar a su manera el canto cadencioso del ruiseñor. Allí corrían los arroyos como niños risueños, al pie de las rosas, que hacían rimar con ellos sus capullos. Y arrastrando tras ella sus pesados esplendores, a despecho de su talle frágil, que sucumbía bajo tan considerable carga, la princesa Aziza llegó de tal
modo con Diamante al pie de un árbol corpulento cuya generosa sombra protegía en aquel momento el sueño de un gigante. Y aproximó sus labios al oído de Diamante, y le dijo en voz baja: "Ese que ves aquí acostado es precisamente el que buscas, el tío de Gamila, Al-Simurg el Volador. Si, cuando salga él de su sueño, quiere tu suerte que abra el ojo derecho antes que el ojo izquierdo, es que le satisface verte, y comprendiendo por tus armas que te envía la hija de su hermano, hará por ti lo que le pidas. Pero si, por tu mala suerte y tu irremediable destino, es su ojo izquierdo el que primero se abra a la luz, estás perdido sin remedio; porque se apoderará de ti, a pesar de tu valentía, y alzándote del suelo con la fuerza de su brazo, te tendrá suspendido como el pajarillo en las garras del halcón, ¡y te estrellará contra el suelo, pulverizando tus huesos encantadores, ¡oh querido mío! y haciendo entrar en su anchura la longitud de tu cuerpo deseable!" Luego añadió: "¡Y ahora, que Alah te guarde y te conserve y te acelere tu regreso al lado de una enamorada a quien ya asaltan los sollozos por tu ausencia!"
Y le dejó para alejarse a toda prisa con los ojos llenos de lágrimas y las mejillas semejantes a flores de granado.
Y Diamante esperó, durante una hora de tiempo, a que el gigante Al-Simurg el Volador saliese de su ensueño. Y pensaba para su ánima: "¿Por qué se llamará el Volador este gigante? ¿Y cómo, siendo tan gigantesco, puede elevarse sin alas por el aire y moverse de otra manera que un elefante?" Luego, perdiendo la paciencia al ver que Al-Simurg continuaba roncando debajo del árbol con un ruido semejante precisamente al que produciría un rebaño de elefantes pequeños, se inclinó y le hizo cosquillas en la planta de los pies. Y con aquel contacto, el gigante se convulsionó de pronto y batió el aire con sus piernas, lanzando un cuesco espantoso. Y en el mismo momento abrió ambos ojos a la vez...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 913ª NOCHE
Ella dijo:
. . . se convulsionó de pronto y batió el aire con sus piernas, lanzando un cuesco. Y en el mismo momento abrió ambos ojos a la vez. Y vió al joven príncipe y comprendió que era el autor de la trastada hecha en su pie cosquilleado. Así es que, alzando la pierna, le soltó en pleno rostro una pedorrera que duró una hora de tiempo y que envenenaría a todos los seres animados en cuatro parasangas a la redonda. Y sólo gracias a la virtud que tenían las armas de que era portador, pudo Diamante escapar de aquel soplo infernal.
Y cuando el gigante Al-Simurg hubo agotado su provisión, se sentó sobre su trasero, y mirando al joven con estupefacción, le dijo: "¡Cómo! ¿Es que no te has muerto del efecto que produce mi trasero, ¡oh ser humano!?" Y así diciendo, le miró atentamente, y vió las armas de que era portador el joven. Entonces se irguió sobre ambos pies y se inclinó ante Diamante, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡dispensa mi comportamiento! Pero si hubieras hecho que algún esclavo me avisara de tu llegada, habría yo cubierto con mis propios pelos el suelo que tenías que pisar. Espero, pues, que no me guardarás rencor en tu corazón por lo que de mi parte ha sido involuntario y sin intención maligna. Así, pues, hazme el favor de decirme qué asunto tan importante es el que te ha impulsado a venir hasta este lugar, adonde no pueden llegar ni seres humanos ni animales. Apresúrate ya a explicármelo, a fin de que yo obre en favor tuyo, si es posible, y lleve a buen término tu empresa".
Y tras de manifestar a Al-Simurg su simpatía, Diamante le contó toda su historia, sin omitir un detalle. Luego le dijo: "Y he venido hasta ti ¡oh Padre de los Voladores! sólo para tener tu ayuda Y llegar hasta la ciudad de Wakak, surcando los océanos infranqueables".
Cuando Al-Simurg hubo oído el relato de Diamante, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, y contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos". Luego añadió: "Vamos a partir sin tardanza para la ciudad de Wakak; pero antes he de preparar mis provisiones de boca. Para lo cual, voy a cazar asnos salvajes de los que pueblan la selva, y me apoderaré de algunos para hacer kababs con su carne y odres con su pellejo. Y cuando ambos estemos provistos de cosas tan necesarias, tú te montarás a caballo en mis hombros, y echaré a volar contigo. Y así te pasaré por los siete océanos. Y cuando yo esté debilitado por la fatiga, me darás kababs y agua, hasta que lleguemos á la ciudad de Wakak".
Y de acuerdo con su discurso, al punto púsose a cazar, y cogió siete asnos salvajes, uno para la travesía de cada océano, e hizo los kababs y los odres consabidos. Luego volvió al lado de Diamante y le
hizo montar en sus hombros tras de llenar con los kababs de los asnos salvajes unas alforjas que se había pasado al cuello, tras de cargarse los siete odres llenos de agua de manantial.
Cuando Diamante se vió montado de tal modo a hombros del gigante Al-Simurg, dijo para sí: "¡Este gigante, que es mayor que un elefante, pretende volar conmigo sin alas por los aires! ¡Por Alah, que es cosa prodigiosa y de la que no oí hablar nunca!" Y mientras reflexionaba de este modo, oyó de pronto un ruido como el que produce el viento al pasar por el intersticio de una puerta, y vió que el vientre del gigante se inflaba a ojos vistas y alcanzaba en seguida las dimensiones de una cúpula. Y aquel ruido de viento a la sazón se hizo semejante al de un fuelle de herrero, a medida que se inflaba el vientre del gigante. Y de pronto Al-Simurg golpeó el suelo con el pie, y en un instante se remontó con su carga por encima del jardín. Luego continuó subiendo por el cielo, haciendo maniobrar sus piernas como un sapo en el agua. Y llegado que fué a una altura conveniente, tomó en línea recta hacia Occidente. Y cuando, a pesar suyo, sentía que no iba bien y estaba a más altura de la que deseaba, soltaba uno o dos o tres o cuatro cuescos de fuerza y duración variadas. Y cuando, por el contrario, a consecuencia de esta pérdida, se le desinflaba el vientre, aspiraba aire con todas sus aberturas superiores, o sea boca, nariz y oídos. Y al punto se remontaba por el cielo cerúleo, y seguía en línea recta con la rapidez del ave.
Y viajaron de tal suerte como pájaros, cerniéndose por encima de las aguas, y franqueando uno tras otro los océanos. Y cada vez que surcaban uno de los siete mares, bajaban a descansar un momento en tierra firme para comer kababs de asno salvaje y beber agua de los odres. Al propio tiempo, el gigante renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas para reponerse de las fatigas del viaje...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 914ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Al propio tiempo, el gigante renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas para reponerse de las fatigas del viaje. Y al cabo de siete días de travesía aérea, llegaron una mañana encima de una ciudad toda blanca que dormía en medio de sus jardines. Y el Volador dijo a Diamante: "En lo sucesivo serás un hijo para mí, y no me arrepiento de las fatigas que he soportado para traerte hasta aquí. Ahora voy a dejarte en la terraza más alta de esta ciudad, que es precisamente la ciudad de Wakak, y en la que sin duda hallarás la solución del problema que buscas y dice así: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?" Sí, ésta es la ciudad del negro sombrío que se encuentra debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra. Y aquí es donde podrás saber por qué ese negro es el padre de todo este asunto tan complicado". Y tras de hablar así descendió, desinflándose poco a poco, y depositó dulcemente y sin sacudidas al príncipe Diamante en la terraza consabida. Y al despedirse de él, le entregó un mechón de pelos de su barba diciéndole: "Guarda cuidadosamente estos pelos de mi barba y no te separes de ellos nunca. Y cuando estés apurado y tengas necesidad de mí para que te saque del apuro o para que te lleve al sitio donde te encontré, no tendrás más que quemar uno de estos pelos, y me verás sin tardanza ante ti". Y acto seguido volvió a inflarse y se remontó por los aires, bogando con soltura y rapidez en pos de su morada.
Y Diamante, sentado en aquella terraza, se puso a reflexionar en lo que tenía que hacer. Y se preguntaba cómo se arreglaría para bajar de aquella terraza sin ser notado por las gentes que habitaban la casa, cuando vió salir de la escalera y avanzar hacia él un joven de una belleza sin par y que era precisamente el dueño de aquella morada. Y el joven le abordó con la zalema, sonriéndole, y le deseó la bienvenida, diciendo: "¡Qué mañana tan luminosa la que trae para mí tu llegada a mi terraza, ¡oh el más hermoso de los humanos! ¿Eres un ángel, un genni o un ser humano?" Y Diamante contestó: "¡Oh caro jovenzuelo! soy un ser humano encantado de inaugurar este día con tu contemplación deliciosa. Y me hallo aquí porque me ha conducido mi destino. Y esto es cuanto puedo decirte acerca de mi presencia en tu morada bendita". Y tras de hablar así estrechó al jovenzuelo contra su pecho. Y se juraron ambos amistad. Y bajaron juntos a la sala de los amigos, y comieron y bebieron en compañía. ¡Loores al que une a dos seres hermosos y allana en su camino las dificultades y simplifica las complicaciones!
Cuando estuvo consolidada la amistad entre Diamante y el j ovenzuelo, que se llamaba Farah, y era precisamente el favorito del sultán de la ciudad de Wakak, Diamante le dijo: "¡Oh amigo mío Farah!, ya que eres tan querido del sultán y compañero íntimo suyo, en vista de lo cual no podrá permanecer oculto para ti ningún asunto de este reino, ¿puedes hacerme, en nombre de la amistad, un servicio que no te ocasionará ningún gasto?" Y contestó el joven Farah: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh amigo mío Diamante! Habla, y si es preciso que venda mi piel para hacerte sandalias con ella, me someteré con alegría y contento". Y entonces le dijo Diamante: "¿Puedes decirme sencillamente qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés? ¿Y puedes explicarme también por qué el negro sombrío está echado debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del rey Tammuz ben Qamús, señor de las comarcas de Sinn y de Masinn?"
Al oír esta pregunta de Diamante, al joven Farah se le demudó mucho el semblante y se le puso muy amarilla la tez y turbada la mirada. Y empezó a temblar como si estuviese delante del ángel Asrail. Y al verle en aquel estado, Diamante le prodigó las más dulces palabras para calmar su alma y lavarla del susto. Y el joven Farah acabó por decirle: "¡Oh Diamante! sabe que el rey ha ordenado se haga morir a todo habitante o a todo viajero que pronuncie el nombre de Ciprés o de Piña. Porque Ciprés es precisamente el nombre de nuestro rey y Piña es el de nuestra reina. Y he aquí todo lo que se acerca de tan temible cuestión.
En cuanto a la clase de relaciones que haya entre el rey Ciprés y la reina Piña, las ignoro, de la propia manera que mi lengua no puede decir nada respecto a lo que tenga que ver en tan peligroso asunto el negro consabido. Todo lo que puedo decirte para darte gusto ¡oh Diamante!, es que nadie más que el propio rey Ciprés conoce este secreto oculto. Y me ofrezco a conducirte a palacio y a ponerte en presencia del rey. Y no dejarás de entrar en su gracia, y acaso puedas desanudar directamente entonces tan difícil nudo".
Y Diamante dió las gracias a su amigo por aquella intervención, y convino con él respecto al día en que harían aquella visita al rey Ciprés. Y cuando llegó el momento esperado, fueron juntos a palacio; e iban cogidos de la mano, y parecían dos ángeles. Y el rey Ciprés se dilató y se holgó al ver entrar a Diamante. Y después de admirarle una hora de tiempo, le ordenó que se acercara. Y Diamante avanzó entre las manos del rey, y tras de los homenajes y deseos, le ofreció como presente una perla roja que llevaba colgada de un rosario de ámbar amarillo, tan preciosa, que no se hubiera podido pagar su valor con todo el reino de Wakak, y los reyes más poderosos no hubieran podido procurarse otra igual. Y Ciprés quedó muy contento, y aceptó el regalo, diciendo: "Lo admito de corazón". Luego añadió: "¡Oh jovenzuelo circundado de gracia! en justa correspondencia, puedes pedirme cualquier favor, que de antemano te está concedido". Y no bien oyó estas palabras que esperaba, contestó Diamante: "¡Oh rey del tiempo! ¡Alah me libre de pedir otro favor que el de ser tu esclavo! ¡Sin embargo, si quieres permitírmelo y consientes en dejar a salvo mi vida, te diré lo que llevo en el corazón!" Y añadió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 915ª NOCHE
Ella dijo:
"... te diré lo que llevo en el corazón!" Y añadió: "¡Oh mi señor! bien dichosos son los sordos y los ciegos por no estar expuestos a las calamidades, las cuales nos entran por los ojos y por los oídos. ¡Porque en mi caso fueron mis oídos los que atrajeron sobre mí la mala suerte! Porque ¡oh asilo del mundo! desde el día nefasto en que oí mencionar delante de mí lo que voy a contarte, ya no he tenido reposo ni sueño"Y le contó toda su historia con los menores detalles. Y no hay utilidad en repetirla. Luego añadió: "Y ahora que el Destino me ha gratificado con la vista de tu presencia luminosa, ¡oh rey del tiempo! y que quieres concederme, como favor insigne, la merced que me permites solicitarte, te pediré sencillamente que me digas exactamente qué clase de relaciones hay entre nuestro señor rey Ciprés y nuestra señora la reina Piña, y que me digas también qué tiene que ver en el asunto el negro sombrío que a la hora de ahora está tendido debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del del rey Tammuz ben Qamús, soberano de las comarcas de Sinn y de Massin".
Así habló Diamante al rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak. Y a medida que hablaba Diamante, el rey Ciprés cambiaba sensiblemente de color y de intenciones. Y cuando Diamante acabó su discurso Ciprés se había puesto como una llama; y en sus ojos ardía un incendio. Y en su pecho le roncaba el hervidero interior, de todo punto semejante al furor de la caldera en el brasero. Y permaneció un momento sin poder emitir sonidos. Y de improviso estalló, diciendo: "Mal hayas, ¡oh extranjero! ¡Por vida de mi cabeza, que si no fueras sagrado para mí después del juramento que hice de dejar a salvo tu vida, en este mismo instante te separaría del cuerpo la cabeza!" Y Diamante dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡perdona a tu esclavo su indiscreción! Pero la he cometido porque me lo permitiste. Y ahora, por mucho que digas, no puedes menos de ceder a mi demanda, después de tu promesa. Porque me has ordenado que formule un deseo entre tus manos, y lo único que me interesa es precisamente la cosa que sabes".
Y el rey Ciprés, al oír este discurso de Diamante, llegó al límite de la perplejidad y de la desesperación. Y tan pronto se inclinaba su alma a desear la muerte de Diamante como a mantener sus propios compromisos. Pero el primer deseo era mucho más violento. Sin embargo, consiguió dominarse temporalmente, y dijo a Diamante: "¡Oh hijo del rey Schams-Schah! ¿por qué quieres obligarme a echar inútilmente por el aire tu vida? ¿No te valdrá más que renuncies a la idea peligrosa que te preocupa, y que me pidas otra cosa en cambio, aunque sea la mitad de mi reino?" Pero Diamante insistió, diciendo: "Mi alma no anhela nada más, ¡oh rey Ciprés!" Entonces le dijo el rey: "No hay inconveniente en complacerte. ¡No obstante, ten presente que, cuando te haya revelado lo que quieres saber, haré que sin remisión te corten la cabeza!" Y Diamante dijo: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh rey del tiempo! ¡Cuando me haya enterado de la solución que anhelo, o sea de la clase de relaciones que hay entre nuestro señor el rey Ciprés y nuestra señora la reina Piña, y qué tiene que ver el negro con la princesa Mohra, haré mis abluciones y
moriré con la cabeza cortada!"
Entonces el rey Ciprés se mostró muy pesaroso, no solamente porque se veía obligado a revelar un secreto que estimaba más que su alma, sino a causa de la muerte segura de Diamante. Permaneció, pues, con la cabeza baja y la nariz alargada durante una hora de tiempo. Tras de lo cual hizo evacuar la sala del trono por los guardias, a los cuales dió, por señas, algunas órdenes. Y salieron los guardias, y volvieron al cabo de un momento, llevando atado con una correa de cuero rojo enriquecida de pedrerías a un hermoso perro lebrel de la especie de los lebreles de color castaño claro. Y luego extendieron ceremoniosamente un gran tapiz de brocado de forma cuadrada. Y el lebrel fué a sentarse en una esquina del tapiz, tras de lo cual entraron en la sala algunas esclavas, en medio de las cuales iba una maravillosa joven de cuerpo delicado, con las manos atadas a la espalda, bajo la mirada vigilante de doce etíopes sanguinarios. Y las esclavas hicieron sentarse a aquella joven en la esquina opuesta del tapiz, y pusieron delante de ella una bandeja con la cabeza de un negro. Y aquella cabeza estaba conservada en sal y hierbas aromáticas y parecía recién cortada. Después el rey hizo una nueva seña. Y al punto entró el cocinero mayor de palacio, seguido de portadores de toda clase de manjares agradables a la vista y al gusto; y colocó todos aquellos manjares en un mantel delante del perro lebrel. Y cuando el animal comió y se sació, colocaron las sobras en un plato sucio, de mala calidad, delante de la hermosa joven que tenía atadas las manos. Y ella se puso primero a llorar y luego a sonreír, y las lágrimas que caían de sus ojos se convertían en perlas, y las sonrisas de sus labios en rosas. Y los etíopes recogieron delicadamente las perlas y las rosas y se las dieron al rey.
Tras de lo cual el rey Ciprés dijo a Diamante: "¡Ha llegado el momento de tu muerte con el alfanje o con la cuerda!" Pero Diamante dijo: "Sí, ciertamente, ¡oh rey! pero no antes de que me expliques lo que acabo de ver. ¡Cuando lo hagas, moriré!"
Entonces el rey Ciprés recogió la orla de su traje real sobre su pie izquierdo, y apoyando la barba en la palma de su mano derecha, habló así:
"Has de saber, pues, ¡oh hijo del rey Schams-Schah! que la joven que estás viendo con las manos atadas a la espalda, y cuyas lágrimas y sonrisa son perlas y rosas, se llama Piña. Es mi esposa. Y yo, el rey Ciprés, soy señor de este país y de esta ciudad, que es la ciudad de Wakak...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 916ª NOCHE
Ella dijo:
"...Has de saber, pues, ¡oh hijo del rey Schams-Schah! que la joven que estás viendo con las manos atadas a la espalda, y cuyas lágrimas y sonrisas son perlas y rosas, se llama Piña. Es mi esposa. Y yo, el rey Ciprés, soy señor de este país y de
esta ciudad, que es la ciudad de Wakak.
"Un día entre los días de Alah, salí de mi ciudad para cazar, cuando he aquí que en la llanura me asaltó una sed ardiente. Y como una persona perdida en el desierto, iba yo de un lado a otro en busca de agua. Y tras de muchas penalidades y mucha ansiedad, acabé por descubrir una tenebrosa cisterna abierta por los pueblos antiguos. Y di gracias al Altísimo por aquel descubrimiento, aunque ya no tenía fuerzas ni para moverme. Sin embargo, cuando invoqué el nombre de Alah, conseguí tocar los bordes de aquella cisterna, a la que era difícil acercarse a causa de los desprendimientos de tierra y de las ruinas que la circundaban. Luego, sirviéndome de mi gorro como un cubo, y de mi turbante añadido a mi cinturón como de una cuerda, solté todo en la cisterna. Y ya se me refrescaba el corazón sólo con oír el ruido del agua contra mi gorro. Pero ¡ay! cuando quise tirar de la cuerda improvisada, no puede sacar nada. Porque mi gorro se había vuelto tan pesado como si contuviese todas las calamidades. Y me costó un trabajo infinito tratar de moverlo, sin conseguirlo. Y en el límite de la desesperación, y sin poder soportar la sed que me abrasaba, exclamé: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah! ¡Oh seres que habéis establecido vuestra residencia en esta cisterna! seáis genn o seres humanos, tened compasión de un pobre de Alah a quien hace agonizar la sed, y dejadme que saque el cubo. ¡Oh habitantes ilustres de este pozo! me falta e! aliento y se me detiene en la boca la respiración".
"Y me puse a proclamar de tal suerte mi tormento y a gemir mucho, hasta que al fin llegó desde el pozo a mi oído una voz que dejó oír estas palabras: "Más vale la vida que la muerte. ¡Oh servidor de Alah! si nos sacas de este pozo, te recompensaremos. ¡Más vale la vida que la muerte!"
"Entonces, olvidando por un instante mi sed, hice acopio de las energías que me quedaban, y sacando fuerzas de flaqueza, por fin logré extraer del pozo mi cubo con su carga. Y vi, agarradas con los dedos a mi gorro, dos viejísimas mujeres ciegas, con la espalda curvada como un arco, y tan delgadas, que habrían pasado por el ojo de una aguja de ensalmar. Se les hundían los párpados en la cabeza, tenían sin dientes las mandíbulas, su cabeza oscilaba lamentablemente, temblaban sus piernas, y tenían los cabellos tan blancos como algodón cardado. Y cuando, poseído de piedad y olvidando finalmente mi sed, les pregunté la causa de que habitaran en aquella antigua cisterna, ellas me dijeron: "¡Oh joven caritativo! en otro tiempo incurrimos en la cólera de nuestro señor, el rey de los genn de la Primera División, que nos privó de la vista e hizo que nos arrojaran en este pozo. Y henos aquí dispuestas, por gratitud, a hacer que obtengas cuanto puedas desear. Vamos a indicarte antes, empero, el modo de curarnos nuestra ceguera. Y una vez curadas, quedaremos obligadas por tus beneficios". Y prosiguieron en estos términos: "A poca distancia de aquí, en tal paraje, hay un río a cuyas orillas suele ir a pastar una vaca de tal color. Ve a buscar boñiga fresca de esa vaca, úntanos los ojos con ella, y en el mismo instante recobraremos la vista. Pero en el momento en que aparezca esa vaca tienes que ocultarte de ella, porque si te ve, no estercolará".
"Entonces yo, teniendo presente este discurso, me dirigí al río consabido, que no había visto en mis correrías anteriores, y llegué al paraje indicado, acurrucándome allí detrás de unas cañas. Y no tardé en ver salir del río una vaca blanca como la
plata. Y en cuanto estuvo al aire, estercoló abundantemente, poniéndose después a
pacer hierba. Tras de lo cual volvió a entrar en el río y desapareció.
"En seguida me levanté de mi escondrijo y recogí la boñiga de la vaca blanca, y regresé a la cisterna. Y apliqué aquella boñiga en los ojos de las viejas, y al punto se tornaron clarividentes y miraron a todos lados.
"Entonces me besaron las manos, y me dijeron: "¡Oh señor nuestro! ¿quieres riqueza, salud o una partícula de belleza? Y contesté sin vacilar: "¡Oh tías mías! Alah el Generoso me ha otorgado riqueza y salud. ¡En cuanto a la belleza, jamás se tiene entre las manos lo bastante para satisfacer al corazón! ¡Dadme esa partícula de que habláis!" Y me dijeron: "¡Por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos! te daremos esa partícula de belleza. Es la propia hija de nuestro rey. Se asemeja a la risueña hoja del jardín, y ella misma es una rosa, cultivada o salvaje. Son lánguidos sus ojos como los de una persona ebria, y uno de sus besos calma mil penas de las más negras. En cuanto a su belleza general, domina al sol, abrasa a la luna y hace desfallecer a los corazones todos, y sus padres, que la quieren extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e inauguran todas sus jornadas admirando la hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene oculto, te pertenecerá; y disfrutarás de ella; y viceversa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 917ª NOCHE
Ella dijo:
". . . sus padres, que la quieren extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e inauguran todas sus jornadas admirando la hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene oculto, te pertenecerá; y disfrutarás de ella; y viceversa. Vamos, pues, a conducirte al lado suyo, y haréis ambos lo que tengáis que hacer. Pero ten cuidado de que no te vean sus padres, sobre todo cuando estéis enlazados; porque te arrojarían vivo al fuego. Sin embargo, el mal no sería irremediable, porque estaremos allí siempre para velar por ti y salvarte de la muerte. Y todo saldrá bien, porque iremos a buscarte en secreto, y te untaremos el cuerpo con aceite de la serpiente faraónica, de modo que, aunque estuvieras mil años en la hoguera o en la horca, no experimentaría tu cuerpo el menor daño, y el fuego resultaría para ti un baño tan fresco cual los manantiales del jardín de Irem".
"Y tras de prevenirme así de cuanto debía sucederme, y tranquilizándome de antemano por el resultado de la aventura, las dos viejas me transportaron, con una rapidez que me dejó atónito, al palacio consabido, que era el del rey de los genn de la Primera División. Y creí verme de repente en el paraíso sublime. Y en la sala retirada donde me introdujeron, vi a la que me había deparado mi destino, una joven iluminada por su propia belleza, y acostada en su lecho, apoyando la cabeza en una almohada encantadora. Y en verdad que el resplandor de sus mejillas avergonzaba al mismo sol; y mirándola demasiado tiempo, se os lavarían las manos de la razón y de la vida. Y en seguida la flecha penetrante del deseo por unirme a ella entró profundamente en mi corazón. Y permanecí en su presencia, con la boca abierta, en tanto que el niño que me tocó en herencia se conmovía considerablemente y pretendía nada menos que salir a tomar el aire.
"Al ver aquello, la joven lunar frunció las cejas, como si la moviese un sentimiento de pudor, a la vez que su mirada llena de malicia daba su consentimiento. Y me dijo con un tono que quería hacer iracundo: "¡Oh ser humano! ¿de dónde has venido y hasta dónde llega tu audacia? ¿Es que no temes lavarte de tu propia vida s las manos?" Y comprendiendo los verdaderos sentimientos que la animaban con respecto a mí contesté: "¡Oh mi deliciosa señora! ¿qué vida es preferible en este instante en que mi alma goza contemplándote? ¡Por Alah! estás escrita en mi destino, y he venido aquí precisamente por obedecer a mi destino. Te suplico, pues, por los diamantes de tus ojos, que no perdamos en palabras sin objeto un tiempo que se podría emplear de manera útil".
"Entonces la joven abandonó de pronto su postura displicente, y corrió a mí, cual movida de un deseo irresistible, y me tomó en sus brazos, y me estrechó contra ella con calor, y se puso muy pálida y cayó desvanecida en mis brazos. Y no tardó en moverse, jadeando y estremeciéndose, de modo y manera que, sin interrupción, entró el niño en su cuna, sin gritos ni sufrimientos, igual que el pez en el agua. Y mi espíritu conmovido, libre de inconvenientes de los celos, ya sólo se preocupó del goce puro y sin trabas. Y nos pasamos todo el día y toda la noche sin hablar, ni comer, ni beber, haciendo contorsiones de piernas y de riñones y todo lo consiguiente respecto a movimientos de avance y retroceso. Y el cordero corneador no perdonó a aquella oveja batalladora, y sus sacudidas eran las de un verdadero padre de cuello gordo, y la confitura que le sirvió era una confitura de nervio gordo, y el padre de la blancura no fué inferior a la herramienta prodigiosa, y la carne dulce fué la ración del asaltante tuerto, y el mulo terco fué domado por el báculo del derviche, y el estornino mudo se acordó con el ruiseñor modulador, y el conejo sin orejas marchó a compás con el gallo sin voz, y el músculo caprichoso hizo moverse a la lengua silenciosa, y en una palabra, se arrebató lo que había que arrebatar, y se redujo lo que había que reducir; y no cesamos en nuestra tarea hasta la aparición de la mañana, en que nos interrumpimos para recitar la plegaria e ir al baño.
"Y de tal modo nos pasamos un mes, sin que nadie sospechara mi presencia en el palacio ni la vida extraordinaria que llevábamos, toda llena de copulaciones sin palabras y de otras cosas semejantes. Y habría sido completa mi alegría, a no ser por la aprensión que no cesaba de sentir mi amiga, temerosa de ver nuestro secreto descubierto por su padre y su madre, aprensión tan viva, en verdad, que partía el corazón.
"Y he aquí que no dejó de llegar el tan temido día. Porque una mañana el padre de la joven, al despertarse, fué al aposento de su hija, y observó que su belleza lunar y su lozanía había disminuido y que una especie de fatiga profunda alteraba sus facciones y las velaba de palidez. Y al instante llamó a la madre y le dijo: "¿Por qué ha cambiado el color del rostro de nuestra hija? ¿No ves que el viento funesto de otoño ha marchitado las rosas de sus mejillas?" Y la madre miró durante largo rato en silencio y con aire suspicaz a su hija, que dormía apaciblemente, y sin pronunciar palabra se acercó a ella, le levantó con un movimiento brusco la camisa, y con los dedos de la mano izquierda separó las dos mitades encantadoras de
cierta parte inferior de su hija. Y con sus ojos vió lo que vió, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel conejo color de jazmín...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 918ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y con sus ojos vió lo que vió, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel conejo color de jazmín. Y al comprobar aquello, casi se desmayó de emoción, y exclamó: "¡Oh su pudor y su honor saqueados! ¡Qué hija tan desvergonzada y tan tranquila! ¡Qué manchas tan indelebles sobre el vestido de su castidad!" Luego la sacudió furiosamente y la desperto, gritándole: "¡Si no dices la verdad, ¡oh perra! te haré probar la muerte roja!"
"Y la joven, despertando sobresaltada con aquello, y al ver a su madre, con la nariz llena de cólera negra contra ella, sospechó lo que ocurría y comprendió vagamente que había llegado el momento grave. Así es que no trató de negar lo que era innegable, ni de confesar lo que era inconfesable, sino que tomó el partido de bajar la cabeza y los párpados y de guardar silencio. Y de cuando en cuando, abrumada por la ola de palabras tempestuosas lanzadas por su madre, se contentaba con alzar los párpados un instante para bajarlos en seguida sobre sus ojos asombrados. En cuanto a responder de una manera o de otra, se guardó mucho de hacerlo. Y cuando, a vuelta de preguntas, amenazas y ruidos tormentosos, sintió la madre que se le atropellaba la voz y su garganta se negaba a emitir sonidos, dejó allí a su hija y salió alborotada a dar orden de que hicieran pesquisas por todo el palacio para encontrar al perpetrador del estrago. Y no tardaron en encontrarme, pues se hicieron las pesquisas; siguiéndome la pista por mi olor de ser humano, perceptible para el olfato de ellos.
"Y por consiguiente se apoderaron de mí y me hicieron salir del harén y del palacio; y acumulando una enorme cantidad de leña, me desnudaron y se dispusieron a arrojarme a la pira. Y en aquel preciso momento las dos viejas de la cisterna se acercaron a mí, y dijeron a los guardias: "Vamos a verter sobre el cuerpo de este ser humano malhechor esta zafra de aceite de quemar, a fin de que el fuego lama mejor sus miembros y nos libre más pronto de su presencia de mal agüero". Y los guardias no pusieron ningún inconveniente, sino al contrario. Entonces las dos viejas me vertieron sobre el cuerpo una zafra llena de aceite salomonico, cuyas virtudes me habían explicado, y me frotaron con él todos los miembros, sin omitir una partícula de mi persona. Tras de lo cual los guardias me colocaron en medio de la inmensa hoguera, a la que prendieron fuego. Y a los pocos instantes me rodearon las llamas furiosas. Pero las lenguas rojas que me lamían eran para mí más dulces y más frescas que la caricia del agua en los jardines del Irem. Y permanecía desde por la mañana hasta por la noche en medio de aquella hornaza, tan intacto como el día que salí del vientre de mi madre.
"Y he aquí que los genn de la Primera División, que atizaban el fuego donde me creían en estado de osamenta, preguntaron a su señor qué tenían que hacer con mis cenizas. Y el rey les ordenó que recogieran las cenizas y las arrojaran de nuevo al fuego. Y la reina añadió: "¡Pero antes os mearéis todos encima!". Y cumpliendo esta orden, los servidores genn apagaron el fuego para recoger mis cenizas y mearse encima. Y me encontraron sonriente e intacto, en el estado que ya he dicho.
"Al ver aquello, el rey y la reina de los genn de la Primera División no dudaron de mi poder. Y reflexionaron con su espíritu, y opinaron que tenía el deber de respetar en lo sucesivo a un personaje tan eminente. Y les pareció conveniente casar a su hija conmigo. Y fueron a darme la mano, y se excusaron por su conducta para conmigo, y me trataron con mucho honor y cordialidad. Y cuando les revelé que era hijo del rey de Wakak, se regocijaron hasta el límite del regocijo, bendiciendo la suerte que unía a su hija con el más noble de los hijos de Adán. Y celebraron con pompa y ostentación mi matrimonio con aquella hermosa de cuerpo de rosa.
"Y cuando, al cabo de algunos días, experimenté el deseo de volver a mi reino, pedí permiso para hacerlo a mi tío, padre de mi esposa. Y aunque para ellos era doloroso separarse de su hija, no quisieron oponerse a mi deseo. Y mandaron prepararnos un carro de oro, al que uncieron seis pares de genn aéreos, y me dieron, en calidad de regalos, un número considerable de joyas y gemas espléndidas. Y después de los adioses y los votos, en un abrir y cerrar de ojos fuimos transportados a la ciudad de Wakak, mi ciudad.
"Has de saber ahora ¡oh joven! que esta adolescente que ves delante de ti, con las manos atadas a la espalda, es la hija de mi tío, el rey de los genn de la Primera División. Ella precisamente es mi esposa, y se llama Piña. Y de ella se ha tratado hasta el presente, y a ella también he de referirme en lo que ahora voy a contarte.
"En efecto, una noche, algún tiempo después de mi regreso, estaba yo dormido al lado de mi esposa Piña. Y a causa del calor, que era grande, me desperté, contra mi costumbre, y observé que, a pesar de la temperatura de aquella noche sofocante, los pies y las manos de Piña estaban más fríos que la nieve. Y me extrañó aquel frío singular, y creyendo en alguna dolencia profunda de mi esposa, la desperté dulcemente y le dije: "¡Encantadora mía, tu cuerpo está helado! ¿Sufres o no sientes nada?". Y ella me contestó con acento indiferente: "No es nada. Hace un rato satisfice una necesidad, y a causa de la ablución que hice luego se me han puesto fríos los pies y las manos". Y yo creí que su discurso era verídico, y me volví a acostar sin decir palabra.
"Pero, algunos días después, ocurrió otra vez lo mismo, y mi esposa, interrogada por mí, me dió la misma contestación. Aquella vez, sin embargo, no me quedé satisfecho, y en mi espíritu penetraron confusamente vagas sospechas. Y estuve inquieto desde entonces. No obstante, guardé aquellas sospechas en el cofrecillo de mi corazón, y puse la cerradura del silencio a la puerta de mi lengua...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 919ª NOCHE
Ella dijo:
". . . No obstante, guardé aquellas sospechas en el cofrecillo de mi corazón, y puse la cerradura del silencio a la puerta de mi lengua. Y por intentar una distracción de mi inquietud, fui a mis cuadras a mirar mis hermosos caballos. Y vi que los caballos que tenía reservados para mi uso personal a causa de su velocidad, que superaba a la del viento, estaban tan delgados y extenuados que los huesos se les clavaban en la piel, y tenían desollado el lomo por varios sitios. Y sin enterarme de nada más, hice ir a mi presencia a los palafreneros, y les dije: "¡Oh hijos de perro! ¿qué es esto? ¿Y a qué obedece esto?". Y se prosternaron con la faz contra el suelo ante mi ira, y uno de ellos levantó un poco la cabeza, temblando, y me dijo: "¡Oh señor nuestro! si me haces gracia de la vida, te diré una cosa en secreto". Y le tiré el pañuelo de la seguridad, diciéndole: "¡Dime la verdad, y no me ocultes nada, porque, si no, te espera el palo!". Entonces dijo él: "Sabe ¡oh señor nuestro! que todas las noches sin falta nuestra señora la reina, vestida con sus trajes reales, adornada con sus atavíos y sus joyas, semejantes a Balkis con sus preseas, viene a la cuadra, escoge uno de los caballos particulares de nuestro amo, lo monta, y va a pasearse. Y cuando regresa, al terminar la noche, el caballo no vale para nada, y cae al suelo, extenuado. ¡Y ya hace mucho tiempo que dura este estado de cosas, del que no nos hemos atrevido nunca a avisar a nuestro señor el sultán!"
"Al enterarme de aquellos detalles tan extraños, se me turbó el corazón, y mi inquietud se hizo tumultuosa, y en mi espíritu arraigaron profundamente las sospechas. Y de tal suerte transcurrió para mi la jornada, sin que tuviese yo un momento de calma para ocuparme de los asuntos del reino. Y esperé la noche con una impaciencia que distendía mis piernas y mis brazos a pesar mío. Así es que cuando llegó la hora de la noche en que de ordinario iba yo en busca de mi esposa, entré en su aposento y la encontré desnuda ya y estirando los brazos. Y me dijo: "Estoy muy cansada y sólo tengo ganas de acostarme. Mira cómo se abate el sueño sobre mis ojos. ¡Ah, durmamos!" Y yo, por mi parte, supe disimular mi agitación interna, y fingiendo estar más extenuado todavía que ella, me eché a su lado, y aunque estaba muy despierto, me puse a respirar roncando, como los que duermen en la taberna.
"Entonces esta mujer de mala fortuna se levantó como un gato, y aproximó a mis labios una taza cuyo contenido hubo de verter en mi boca. Y tuve fuerza de voluntad para no traicionarme; pero, volviéndome un poco hacia la pared, como si continuase durmiendo, escupí sin ruido en la almohada el bang líquido que me había dado. Y sin dudar del efecto del bang, no tuvo ella cuidado para ir y venir por la habitación, y lavarse y arreglarse, ponerse kohl en los ojos, y nardo en los cabellos, y surma indio en los ojos, y missi también indio en los dientes, y perfumarse con esencia volátil de rosas y cubrirse de alhajas, y echar a andar como si estuviera borracha.
"Entonces, esperando a que hubiese salido ella, me levanté de mi lecho, y echándome sobre los hombros una abaya con capucha, la seguí a pasos recatados, con los pies descalzos. Y la vi dirigirse a las cuadras, y escoger un caballo tan hermoso y tan ligero como el de Schirin. Y montó en él, y se marchó. Y quise montar también a caballo para seguirla; pero pensé que el ruido de los cascos llegaría a oídos de aquella esposa desvergonzada, y quedaría advertida de lo que debía permanecer oculto para ella. Así es que, apretándome el cinturón a la manera de los sais y de los mensajeros, eché a correr sigilosamente detrás del caballo de mi esposa, agitando mis piernas con rapidez. Y si tropezaba, me levantaba; y si caía, me levantaba también, sin perder ánimos. Y de tal modo continué mi carrera, lastimándome los pies con los guijarros del camino.
"Y has de saber joh joven! que, sin que yo hubiese pensado en darle orden de seguirme, este perro lebrel que está de pie delante de ti, con el cuello adornado por un collar de oro, había salido detrás de mí y corría fielmente, sin ladrar.
"Y al cabo de aquella carrera sin tregua, mi esposa llegó a una llanura desolada donde no había más que una sola casa, baja y constiuída con barro, que estaba habitada por negros. Y se apeó del caballo y entró en la casa de los negros. Y quise penetrar detrás de ella; pero se cerró la puerta antes de que yo hubiese llegado al umbral, y me contenté con mirar por un tragaluz para ver si me enteraba de la cosa.
"Y he aquí que los negros, que eran siete, semejantes a búfalos, acogieron a mi esposa con injurias espantosas, y se apoderaron de ella, y la tiraron al suelo, y la pisotearon, golpeándola tanto, que la creí ya con los huesos molidos y el alma expirante. Pero, lejos de mostrarse dolida por aquel trato feroz del que hasta hoy tienen señales sus hombros, su vientre y su espalda, ella se limitaba a decir a los negros: "¡Oh queridos míos! por el ardor de mi amor hacia vosotros, os juro que he venido un poco retrasada esta noche sólo porque mi esposo el rey, ese sarnoso, ese trasero infame, ha estado despierto hasta después de su hora habitual. De no ser así, ¿hubiera yo esperado tanto tiempo para venir y hacer disfrutar a mi alma con la bebida de nuestra unión?".
Y al ver aquello, no sabía yo dónde estaba ya, ni si era presa de un sueño horrible. Y pensé para mi ánima: "¡Ya Alah! ¡jamás he pegado a Piña, ni siquiera con una rosa! ¿Cómo se explica, pues, que soporte semejantes golpes sin morir?" Y mientras yo reflexionaba así, vi que los negros, apaciguados por las excusas de mi esposa, la desnudaron por completo, desgarrándole sus trajes reales, y le arrancaron las alhajas y sus adornos, precipitándose después todos sobre ella, como un solo hombre, para asaltarla por todos lados a la vez. Y a estas violencias respondía ella con suspiros de contento, ojos en blanco y jadeos.
"Entonces, sin poder soportar por más tiempo aquel espectáculo, me precipité por el tragaluz en medio de la sala, y cogiendo una maza entre las mazas que había allí me aproveché de la estupefacción de los negros, que creían que había bajado entre ellos algún genni, para arrojarme sobre ellos y matarlos a golpazos asestados en sus cabezas. Y de tal suerte desenlacé de mi esposa a cinco de ellos, y los precipité en el infierno derecho. Viendo lo cual, los otros dos negros que quedaban se desenlazaron de mi esposa por sí mismos y buscaron su salvación en la fuga. Pero conseguí atrapar a uno, y de un golpe le tendí a mis pies; y como solamente estaba aturdido cogí una cuerda y quise atarle las manos y los pies. Y cuando me inclinaba, mi esposa acudió de pronto por detrás, y me empujó con tanta fuerza, que di de bruces en el suelo. Entonces el negro aprovechó la ocasión para levantarse y echarse encima de mi pecho. Y ya levantaba su maza para terminar conmigo de una vez, cuando mi fiel perro, este lebrel de color castaño claro, le saltó a la garganta y le derribó, rodando por el suelo con él. Y al punto aproveché aquel instante favorable para caer sobre mi adversario y agarrotarle brazos y piernas. Luego le tocó el turno a Piña, a la cual até, sin pronunciar palabra, mientras me salían chispas de los ojos.
"Hecho esto, arrastré al negro fuera de la casa y lo até a la cola de mi caballo. Después cogí a mi esposa y la puse atravesada en la silla, como un fardo, delante de mí. Y seguido de mi perro lebrel, que me había salvado la vida, regresé a mi palacio, en donde, con mi propia mano, corté la cabeza al negro, cuyo cuerpo, arrastrado a lo largo de la ruta, no era ya más que un pingajo jadeante, y di a comer su carne a mi perro. E hice salar aquella cabeza, que precisamente es la que aquí estás viendo en esa bandeja que tiene delante Piña. E infligí por todo castigo a esa desvergonzada esposa mía la contemplación diaria de la cabeza cortada de su amante negro. Y he aquí lo referente a ellos dos.
"Pero, volviendo al séptimo negro, que logró ponerse en fuga, no cesó de correr hasta que hubo llegado a las comarcas de Sinn y de Massin, donde reina el rey Tammuz ben Qamús. Y tras de una serie de maquinaciones, el negro consiguió ocultarse debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del rey Tammuz. Y al presente es su consejero íntimo. Y en el palacio nadie conoce su presencia debajo del lecho de la princesa.
"¡Y he aquí ¡oh joven! la historia de cuanto me ocurrió con Piña! Y eso es lo referente al negro sombrío que a la hora de ahora está debajo del lecho de marfil de la hija del rey de Sinn y de Massin, Mohra, la matadora de tantos jóvenes reales".
Así habló el rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak, al joven príncipe Diamante. Luego añadió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 920ª NOCHE
Ella dijo:
. ..Así habló el rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak, al joven príncipe Diamante. Luego añadió: "¡Y ahora que has oído lo que no sabe ningún ser humano, pon la cabeza que ya no te pertenece, y lava de la vida tus manos!".
Pero Diamante contestó: "¡Oh rey del tiempo! sé que mi cabeza se halla entre tus
manos, y estoy dispuesto a separarme de ella sin excesiva pena. ¡No obstante, hasta el presente no está suficientemente esclarecido para mi espíritu el punto más importante de esa historia, pues todavía no sé por qué el séptimo negro ha ido a refugiarse precisamente debajo del lecho de la princesa Mohra, y no en otro lugar de la tierra, y sobre todo, ignoro cómo ha consentido esa princesa en tenerle en su morada! Entérame, por tanto, de cómo ha pasado la cosa; y una vez enterado, haré mis abluciones y moriré".
Cuando el rey Ciprés oyó estas palabras de Diamante, quedóse prodigiosamente sorprendido. Porque no se esperaba semejante pregunta ni, por cierto, había tenido nunca la curiosidad de saber por sí mismo los detalles que pedía Diamante. Pero, no queriendo aparecer ignorante de tan importante cuestión, dijo al joven príncipe: "¡Oh viajero! lo que preguntas pertenece al dominio de los secretos de Estado, y si yo accediera a revelártelo, atraería sobre mi cabeza y sobre mi reino las peores calamidades. ¡Por eso prefiero hacerte gracia de la vida y de tu cabeza y perdonarte tu indiscreción! ¡Date prisa, pues, a salir de palacio, antes de que me retracte de mi decisión de dejarte marchar en libertad!".
Y Diamante, que no esperaba salvarse a tan poca costa, besó la tierra entre las manos del rey Ciprés, e instruido para en lo sucesivo de lo que tanto ansiaba conocer, salió del palacio dando gracias a Alah, que le había deparado la seguridad. Y fué a despedirse de su joven amigo, el hermoso Farah, que derramó lágrimas por su marcha. Luego subió a la terraza y quemó uno de los pelos de Al-Simurg. Y al punto apareció ante él el Volador, precedido de una ráfaga tempestuosa. Y cuando se informó de su deseo, le tomó a hombros, le hizo atravesar los siete océanos y le llevó a su habitación, cordial y amablemente. Y le hizo descansar en ella unos días. Tras de lo cual lo transportó al lado de la deliciosa reina Aziza, en medio de las rosas y sus capullos. Y el joven vió que la deliciosa Aziza, lloraba su ausencia y suspiraba por su vuelta, con las mejillas semejantes a la flor del granado. Y al verle entrar acompañado de Al-Simurg el Volador, desfalleció su corazón, y se levantó temblorosa como la corza a quien se parecía. Y Al-Simurg e! Volador, para no importunarlos, salió de la casa y los dejó reunirse con libertad. Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, los encontró enlazados todavía, esplendores sobre esplendores.
Y Diamante, que ya tenía sus proyectos, dijo a Al-Simurg: "¡Oh bienhechor nuestro! ¡oh padre de los gigantes y corona suya! ¡ahora deseo de ti que nos transportes a casa de tu sobrina la encantadora Gamila, que me espera en las ascuas enrojecidas del deseo!". Y el excelente Al-Simurg los tomó a ambos, en un hombro a cada uno, y en un abrir y cerrar de ojos los transportó al lado de la gentil Gamila, a quien encontraron sumida en la tristeza, sin tener noticias de su cuerpo, y dedicada a suspirar estas estrofas:
¡No rechaces mi corazón lejos de esos ojos, de quienes está enamorado el narciso!
¡Oh abstemio! ¡no se deben desoír las quejas de los beodos, sino conducirlos de nuevo a la taberna!
¡Mi corazón no podrá librarse del ejército de tu bozo; y como una rosa rota, la
abertura de mi traje no podrá zurcirse!
¡Oh tiránica belleza! ¡oh hermoso, moreno y encantador! ¡mi corazón yace a tus pies de jazmín!
¡Mi corazón de muchacha sencilla, en la tierna edad de la adolescencia, yace a los pies del raptor de corazones!
Y Diamante, que no había olvidado las atenciones que debía a aquella compasiva Gamila, que le había sacado de su piel de gamo y librado a los artificios de su hermana Latifa, la hechicera, sin contar el don de las armas mágicas con que le había revestido, no dejó de manifestarle con calor sus sentimientos de gratitud. Y después de los transportes de alegría por volver a encontrarse, rogó a la reina Aziza que le dejara una hora con Gamila, sin testigos. Y a Aziza le pareció justificada la petición y equitativo el reparto, y salió con Al-Simurg.
Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, encontró a Gamila desfallecida en los brazos de Diamante.
Entonces Diamante, que gustaba de hacer cada cosa a su tiempo, se encaró con sus dos esposas y con Al-Simurg, y les dijo: "Creo que ya es hora de arreglar las cuentas a la maga Latifa, que es tu hermana, ¡ya Gamila! e hija de tu hermano, ¡oh padre de los Voladores!". Y contestaron todos: "¡No hay inconveniente!". Luego Al-Simurg, a instancias de Diamante, se transportó al lado de su sobrina la maga Latifa, y de improviso le ató los brazos a la espalda y la llevó a presencia de Diamante. Y al verla, dijo el joven príncipe: "Sentémonos en corro aquí para juzgarla y meditemos el castigo que ha de imponérsele". Y cuando se colocaron unos frente a otros, Al-Simurg dió su opinión, diciendo: "Hay que desembarazar, sin vacilaciones, a la raza humana de esta malhechora. Mi opinión es que sin tardanza la colguemos cabeza abajo y la empajemos luego. 0 también, después de colgarla, podríamos dar a comer su carne a los buitres y a las aves de rapiña". Y Diamante se encaró con la reina Aziza y le preguntó su opinión. Y Aziza dijo: "¡Entiendo que mejor es olvidar sus yerros para con nuestro esposo Diamante, y perdonarla para solemnizar nuestra unión en este día bendito!" Y Gamila, a su vez, opinó que se debía absolver a su hermana, y pedirle, en compensación, que devolviera la forma humana a todos los jóvenes a quienes había convertido en gamos. Entonces dijo Diamante: "¡Pues bien; sean con ella el perdón y la seguridad!" Y le tiró su pañuelo. Luego dijo: "¡Convendría que me dejarais con ella una hora de tiempo!". Y al punto accedieron ellos a su deseo. Y cuando de nuevo entraron en la sala, encontraron a Latifa perdonada y contenta en brazos del joven.
Y cuando Latifa hubo devuelto en forma primitiva a los príncipes y demás individuos a quienes con sus hechicerías había convertido en gamos, y los hubo despedido tras de darle de comer y vestirlos, Al-Simurg se echó a la espalda a Diamante y a sus tres esposas, y los transportó en poco tiempo a la ciudad del rey Tammuz ben Qamús, padre de la princesa Mohra. Y levantó tiendas fuera de la ciudad para que las ocupasen y les dejó descansando un poco, para ir él por sí mismo, a instancias de Diamante, al harén donde se encontraba la favorita Rama de Coral. Y previno a la joven de la llegada de Diamante, que esperaba ella entre suspiros y dolores de corazón. Y no le costó trabajo decidirla a dejarse conducir por él junto a su enamorado. Y la transportó a la tienda en que Diamante estaba amodorrado, y la dejó sola con él, llevándose a las otras tres esposas. Y Diamante, tras de las expansiones propias del regreso, supo demostrar a Rama de Coral que no olvidaba sus promesas, y acto seguido le habló con el lenguaje oportuno. Y ella se dilató de satisfacción y de contento, y la encontraron encantadora las tres esposas de Diamante.
Cuando se arreglaron de aquel modo entre Diamante y sus cuatro esposas las cuestiones íntimas, se pensó en la realización del proyecto principal. Y Diamante abandonó el campamento, y se encaminó solo a la ciudad, y llegó a la plaza del meidán, frente al palacio de Mohra, en donde aparecían clavadas a millares las cabezas de príncipes y reyes, con sus coronas unas y desnudas y melenudas otras. Y se lanzó al tambor, y le hizo sonar con fuerza para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la respuesta que exigía ella a sus pretendientes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 921ª NOCHE
Ella dijo:
...para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la respuesta que exigía ella a sus pretendientes. Y los guardias al punto le llevaron a presencia del rey Tammuz ben Qamús, que reconoció en él al joven cuya hermosura le había seducido, y a quien hubo de decir la vez primera: "Reflexiona durante tres días, y vuelve luego a pedir la audiencia que ha de separar tu graciosa cabeza del reino de tu cuerpo".
Y he aquí que a la sazón le hizo seña para que se acercase, y le dijo: "¡Oh hijo mío, que Alah te proteja! ¿Persistes siempre en querer desentrañar los misterios y explicar las ideas fantásticas de una joven". Y dijo Diamante: "¡De Alah nos viene la ciencia de la adivinación, y no debemos enorgullecernos de los dones de Alah! Nadie conoce ese secreto que tu hija ha escondido en el cofrecillo de su corazón, y cuya apertura pide; pero yo tengo la clave de él". Y dijo el rey: "¡Lástima de tu juventud! ¡Acabas de lavar tus manos de la vida!".
Y como no esperaba ya hacer que el joven desistiera de su funesto proyecto, dió orden a los esclavos para que previnieran a su señora Mohra de que un príncipe extranjero venía a tratar de explicar sus fantasmagorías, con objeto de ser admitido por ella.
Y precedida por el aroma de sus bucles perfumados, entró en seguida en la sala de audiencias la joven princesa de maneras encantadoras, Mohra la bienaventurada, causa de tantas vidas truncadas, aquella a quien no se podía dejar de mirar, como el hidrópico no puede dejar de beber el agua del Eufrates, y por quien millares de almas se sacrificaban como las mariposas en la llama. Y a la primera ojeada reconoció ella en Diamante al joven santón del jardín, al adolescente con cara de sol, al cuerpo encantador cuya vista tanto le había trastornado el corazón. Y por consiguiente, llegó entonces al límite del asombro; pero no tardó en comprender que había sido engañada por aquel santón, que desapareció de la noche a la mañana sin dejar rastro. Y se puso furiosa en el alma; y se dijo: "No se me escapará esta vez". Y sentándose en el lecho del trono, al lado de su padre, miró al joven cara a cara con ojos tenebrosos, y le dijo: "¡Nadie ignora la pregunta!!Responde! ¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?".
Y Diamante contestó: "Nadie ignora la respuesta, ¡oh princesa! Pero hela aquí: las relaciones entre Piña y Ciprés son de mala calidad. Porque Piña, que es la esposa de Ciprés, rey de la ciudad de Wakak, ha recibido el justo pago de lo que ha hecho. ¡Y hay negros mezclados en el asunto!".
Al oír estas palabras de Diamante, la princesa Mohra se puso muy amarilla de color, y apoderóse de su corazón el temor. Sin embargo, sobreponiéndose a su inquietud, dijo: "No están claras esas palabras. Cuando dés más explicaciones sabré si conoces la verdad o si mientes". Cuando Diamante vió que la princesa Mohra no quería rendirse a la evidencia y se negaba a entender las medias palabras, le dijo: "¡Oh princesa! ¡si deseas que te lo cuente con más extensión, alzando la cortina que oculta lo que debe estar oculto, empieza por decirme quién te ha enterado de esas cosas que debe ignorar una joven virgen! ¡Porque es posible que retengas aquí a alguien cuya llegada ha constituido una calamidad para todos los príncipes que me precedieron!".
Y tras de hablar así, Diamante se encaró con el rey, y le dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡no conviene que ignores en adelante el misterio en que vive tu honorable hija, y te ruego que le ordenes responda a la pregunta que le he hecho!". Y el rey se encaró con la hermosa Mohra, y le hizo con los ojos una seña que quería decir: "¡Habla!" Pero Mohra guardó silencio, y a pesar de las señas reiteradas de su padre, no quiso libertarse la lengua del nudo que la ataba.
Entonces Diamante cogió de la mano al rey Tammuz, y sin pronunciar palabra, le condujo al aposento de Mohra. Y de repente se inclinó, y con un solo movimiento levantó el lecho de marfil de la princesa. Y he aquí que, de improviso, la redoma del secreto de Mohra se hizo añicos contra la piedra del abridor, y su consejero, el negro, apareció a los ojos de todos con su cabeza crespa.
Al ver aquello, el rey Tammuz y todos los presentes quedaron sumidos en la estupefacción; luego bajaron la cabeza con vergüenza, y se les cubrió de sudor el cuerpo. Y el viejo rey no preguntó más, sin querer que su deshonor apareciese en toda plenitud ante las personas de su corte. Y sin pedir siquiera otras explicaciones, entregó a su hija entre las manos de Diamante para que dispusiese de ella a su antojo. Y añadió: "¡Solamente te pido ¡oh hijo mío! que te vayas de aquí cuanto antes, llevándote a esta hija desvergonzada, a fin de que no vuelva yo a oír hablar de ella y mis ojos no sufran más el verla!".
En cuanto al negro, fué empalado.
Y no dejó Diamante de obedecer al viejo rey, y cogiendo de la mano a la confusa princesa, se la llevó a sus tiendas, atada de pies y manos y, rogó a Al-Simurg el Volador que le transportara con todas sus mujeres a la entrada de la ciudad de su padre, el rey Schams-Schah. Lo cual fué ejecutado al instante. Y el excelente Al-Simurg despidióse de Diamante entonces, sin querer aceptar su reconocimiento. E inflándose, se marchó por su camino. ¡Y esto es lo referente a él!
En cuanto al rey Schams-Schah, padre de Diamante, cuando corrió hasta él la noticia de la llegada de su hijo bienamado, la noche de la pena se tornó para él en la mañana de la alegría, después de que la ausencia convirtió en fuente sus dos ojos. Y salió al encuentro de su hijo, mientras la proclamación de la buena nueva se esparcía por toda la ciudad y en todas se exteriorizaba el júbilo. Y se acercó al príncipe, temblando de emoción, y le estrechó contra su pecho, y le besó en la boca y en los ojos, y lloró mucho y ruidosamente sobre él. Y Diamante, apretando los puños, procuraba reprimir sus llantos y suspiros. Y cuando, por fin, se calmaron un poco las primeras exaltaciones, y pudo hablar el viejo rey, dijo a su hijo Diamante: "¡Oh ojo y lámpara de la casa de tu padre...".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 922ª NOCHE
Ella dijo:
". . . ¡Oh ojo y lámpara de la casa de tu padre! cuéntame al detalle la historia de tu viaje, a fin de que yo viva con el pensamiento los días de tu dolorosa ausencia". Y Diamante contó al viejo rey Schams-Schah todo lo que le había sucedido, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirlo. Luego le presentó, una tras de otra, a sus cuatro esposas, y acabó por hacer llevar a su presencia a la princesa Mohra, atada de pies y manos. Y le dijo: "Ahora a ti corresponde ¡oh padre mío! ordenar lo que te plazca respecto a ella".
Y el viejo rey, a quien el Altísimo había dotado de cordura y de inteligencia, pensó en su espíritu que su hijo debía amar desde el fondo de su corazón a aquella joven funesta, causante de la muerte de tantos príncipes hermosos, ya que por ella fué por quién hubo de soportar todas aquellas penas y todas aquellas fatigas. Y se dijo que, si dictaba una sentencia severa, le afligiría sin duda alguna. Así es que, tras de reflexionar un instante todavía, le dijo: "¡Oh hijo mío! el que, a vuelta de muchas penas y dificultades, obtiene una perla inapreciable, debe guardarla cuidadosamente. Claro que esta princesa de espíritu fantástico se ha hecho culpable, por su ceguera, de acciones reprensibles; pero es preciso considerarlas como llevadas a cabo por voluntad del Altísimo. Y si por culpa suya se privó de la vida a tantos jóvenes, fué porque el escriba de la suerte lo había escrito así en el libro del Destino. Por otra parte, no olvides ¡oh hijo mío! que esta joven te ha tratado con muchos miramientos cuando hubiste de introducirte, en calidad de santón, en su jardín. Por último, ya sabes que la mano del deseo de quienquiera, sea el negro o cualquier otro en el mundo, no ha tocado el fruto del tierno arbolillo de su ser, y que nadie ha saboreado el gusto de la manzana de su barbilla ni del alfónsigo de sus labios".
Y Diamante se conmovió con las palabras de tan dulce lenguaje, máxime cuando sus cuatro esposas, las bienaventuradas de modales encantadores, apoyaron con su asentimiento aquel discurso. En vista de lo cual, escogiendo un día y un momento favorables, aquel jovenzuelo de sol se unió con aquella luna pérfida, semejante a la serpiente guardadora del tesoro. Y tuvo de ella, como de sus cuatro esposas legítimas, hijos maravillosos, cuyos pasos fueron otras tantas felicidades, y que tuvieron por esclavas, como su padre Diamante el Espléndido y su abuelo Schams-Schah el Magnífico, a la fortuna y a la dicha.
Y tal es la historia del príncipe Diamante, con cuantas cosas extraordinarias le sucedieron. ¡Gloria, pues, a quien reserva los relatos de los antiguos para lección de los modernos, a fin de que las gentes aprendan sabiduría!
Y el rey Schahriar, que había escuchado aquella historia con extremada atención, dió gracias por primera vez a Schehrazada, diciendo: "Loores a ti, ¡oh boca de miel! ¡Me hiciste olvidar amargas preocupaciones!"
Luego se ensombreció su rostro repentinamente. Y al ver aquello, Schehrazada se apresuró a decir: "Está bien, ¡oh rey del tiempo! Pero ¿qué vale esto comparado con lo que voy a contarte del MAESTRO DE LAS DIVISAS Y DE LAS RISAS?".
Y dijo el rey Schahriar: "¿Quién es ¡oh Schehrazada! ese maestro de las divisas y de las risas a quien no conozco?"
Y dijo Schehrazada:
ALGUNAS TONTERIAS Y TEORIAS DEL MAESTRO
DE LAS DIVISAS Y DE LAS RISAS
En los anales de los antiguos y en los libros de los sabios se cuenta, y se nos ha transmitido por la tradición, ¡oh rey del tiempo! que en la ciudad de El Cairo, residencia del buen humor y de la gracia, había un hombre de apariencia estúpida que, bajo su aspecto de bufón extravagante, ocultaba un fondo sin igual de listeza, de sagacidad, de inteligencia y de cordura, a más de ser indudablemente el hombre más divertido, más instruido y más ingenioso de su tiempo. Tenía por nombre Goha, y por oficio ninguno en absoluto, aunque circunstancialmente ejercía el cargo de predicador en las mezquitas.
Un día le dijeron sus amigos: "¡Oh Goha! ¿no te da vergüenza pasarte la vida sin hacer nada, y no usar tus manos, con sus diez dedos, más que para llevártelas llenas a la boca? ¿Y no piensas que ya es hora de que ceses en tu vida de holgazanería y te amoldes al modo de ser de todo el mundo?". Y he aquí que él no contestó nada. Pero un día atrapó una cigüeña grande y hermosa, dotada de alas magníficas, que la hacían volar muy alto por el cielo, y de un pico maravilloso, terror de los pájaros, y de dos tallos de lirio por patas. Y cuando la cogió, subió con ella a su terraza, en presencia de los que le habían hecho reproches, y con un cuchillo le cortó las magníficas plumas de las alas, y el largo pico maravilloso, y las encantadoras patas tan finas, y empujándola con el pie hacia el vacío, le dijo: "¡Vuela, vuela!". Y sus amigos le gritaron, escandalizados: "Alah te maldiga, ¡oh Goha! ¿A qué viene esa locura?". Y les respondió él: "Esta cigüeña me molestaba y pesaba sobre mi vista porque no era como los demás pájaros. Pero ahora le he hecho semejante a todo el mundo".
Y otro día dijo a los que le rodeaban: "¡Oh musulmanes, y vosotros, cuantos estáis aquí presentes! ¿sabéis por qué Alah el Altísimo, el Generoso (¡glorificado y venerado sea!) no dió alas al camello y al elefante?". Y los demás se echaron a reír, y contestaron: "No, por Alah, que no lo sabemos, ¡oh Goha! Pero tú, a quien nada se oculta de las ciencias y de los misterios, dínoslo pronto para que nos instruyamos". Y Goha les dijo: "Voy a decíroslo. Porque si el camello y el elefante tuvieran alas, cagarían con todo su peso sobre las flores de vuestros jardines y las aplastarían".
-Y otro día, un amigo de Goha fué a llamar a su puerta y dijo: "¡Oh Goha! en nombre de la amistad, préstame tu burro, que le necesito para hacer con él un trayecto urgente". Y Goha, que no tenía gran confianza en aquel amigo, contestó: "Bien quisiera prestarte el burro, pero no está aquí, que le he vendido". Mas en aquel momento mismo empezó a rebuznar el burro desde la cuadra, y el hombre oyó a aquel burro que parecía no iba nunca a terminar de rebuznar, y dijo a Goha: "¡Pues si tienes ahí a tu burro!". Y Goha contestó con acento muy ofendido: "¡Vaya, por Alah! ¿conque ahora resulta que crees al burro y no me crees a mí? ¡Vete, que no quiero verte más!"
-Y otra vez, el vecino de Goha fué en busca suya para invitarle a una comida, diciéndole: "Ven ¡oh Goha! a comer en mi casa". Y Goha aceptó la invitación. Y cuando ambos estuvieron sentados ante la bandeja de manjares, les sirvieron una gallina. Y tras de intentar masticarla varias veces, acabó Goha por renunciar a tocar aquella gallina, que era una vieja entre las gallinas más viejas, y tenía la carne correosa; y se limitó a sorber un poco del caldo en que estaba cocida. Tras de lo cual se levantó, y cogiendo la gallina, la colocó en dirección a la Meca, y se dispuso a recitar sobre ella su plegaria. Y su huésped, enfadado, le dijo: "¿Qué vas a hacer, ¡oh descreído!, ¿Y desde cuándo los musulmanes recitan sus plegarias sobre las gallinas?". Y contestó Goha: "¡Oh tío! ¡qué ilusiones te haces! ¡Esta ave de corral, sobre la que voy a recitar mi plegaria, no es un ave de corral! j De ave de corral tiene solamente la apariencia, pues, en realidad, es una santa mujer vieja convertida en gallina, o acaso en venerable santón! ¡Porque la han puesto a la lumbre, y la lumbre la ha respetado!".
-Otra vez salió con una caravana, y las provisiones de boca eran exiguas, y el hambre de los caravaneros era considerable. Por lo que a Goha respecta, su estómago le requería tan insistentemente, que hubiera él devorado la ración de los camellos. El caso es que cuando, en la primer parada, se sentó todo el mundo para comer, Goha hizo gala de una reserva y de una discreción que maravillaron a sus compañeros. Y como le instaran para que cogiera el pan y el huevo duro que le correspondía, contestó: "¡No, por Alah! ¡comed vosotros y satisfaceos, que a mí me sería imposible comer un pan entero y y un huevo duro yo solo! Así, pues, tome cada uno de vosotros el pan y el huevo duro que le corresponde, y luego, si os parece bien, me daréis la mitad de cada pan y de cada huevo; porque no cabe más en
mi estómago; que es delicado".
-Y en otra ocasión, fué a casa del carnicero y le dijo: "¡Hoy es día de fiesta en casa! Dame, pues, el mejor trozo que tengas de carne del carnero gordo". Y el carnicero apartó para él todo el solomillo del carnero, que tenía un peso considerable, y se lo entregó. Y, Goha llevó todo el solomillo a su mujer, diciéndole: "Haznos con este excelente solomillo filetes con cebollas. Y sazónalo bien a mi gusto". Luego salió a dar una vuelta por el zoco.
Y he aquí que la esposa se aprovechó de la ausencia de Goha para asar a toda prisa el solomillo de carnero y comérselo con su hermano, sin dejar nada. Y cuando volvió Goha, sintió el apetitoso tufillo de los filetes asados, y se le dilataron las narices, y se le conmovió el estómago. Pero, cuando estuvo sentado ante la bandeja, su mujer le llevó por toda comida un pedazo de queso griego y un pan duro. En cuanto al kabab, ni rastro de él había. Y Goha, que no había hecho más que pensar en aquel kabab, dijo a su mujer: "¡Oh hija del tío! ¿y el kabab? ¿Cuándo vas a servírmelo?". Y ella contestó: "¡La misericordia de Alah sobre ti y sobre el kabab! Lo ha devorado el gato mientras yo estaba en el retrete". Y Goha, sin decir palabra, se levantó y cogió al gato y le pesó en la balanza de la cocina. Y observó que pesaba bastante menos que el solomillo de carnero que había llevado él. Y se encaró con su esposa, y le dijo: "¡Oh hija de perros! ¡oh desvergonzada! Si este gato que tengo se ha comido la carne, ¿dónde está el peso del gato? Y si lo que tengo es sólo el gato, ¿dónde está la carne?".
-Y otro día, estando su esposa ocupada en la cocina, le entregó al niño de pecho, hijo suyo, que tenía tres meses, y le dijo: "¡Oh padre de Abdalah! ten al niño y mécele, mientras estoy junto al fogón. Luego te le cogeré". Y Goha accedió a quedarse con el niño, aunque aquello no le agradaba mucho. Y en aquel preciso momento sintió el niño ganas de mear, y empezó a mearse en el caftán nuevo de su padre. Y Goha, en el límite de la contrariedad, se apresuró a dejar en el suelo al niño; y presa del furor, empezó a mearse en él, a su vez. Y al verle su esposa conducirse de aquel modo, acudió gritando: "¡Oh rostro de brea! ¿qué haces al niño?". Y él le contestó: "¿Estás ciega? ¿Pues no ves que me meo en él para no tratarle como a un hijo extraño? Porque, si hubiese sido hijo de un extraño quien se hubiese meado en mí, y no mi propio hijo, en verdad que hubiese vaciado mi interior sin duda alguna en su cara".
-Y una noche en que estaba reunido con sus amigos, le dijeron éstos: "¡Ya Si-Goha! puesto que estás tan instruido en las ciencias y tan versado en la astronomía, ¿puedes decirnos qué es la luna cuando pasa su último cuarto?", Y Goha contestó: "¿Qué os ha enseñado entonces el maestro de escuela, ¡oh compañeros!? ¡Por Alah! ¡pues cada vez que una luna está en su último cuarto, se la rompe para hacer de '' ella estrellas!".
-Y otro día, Goha fué en busca de un vecino suyo y le dijo: "El vecino se debe a su vecino. Préstame una marmita para cocer en casa una cabeza de carnero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 923ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Préstame una marmita para cocer en casa una cabeza de carnero". Y el vecino prestó a Goha la marmita en cuestión. Y se coció en ella lo que se coció. Y al día siguiente Goha devolvió la marmita a su propietario. Pero había tenido cuidado de meter en ella otra marmita más pequeña. Y el vecino se asombró mucho, cuando recuperó lo que le pertenecía, al ver que le había dado fruto. Y dijo a Goha: "¡Ya Si-Goha! ¿qué marmita es esta Pequeña que veo dentro de mi marmita?". Y dijo Goha: "No sé; pero supongo que será que tu marmita ha parido esta noche". Y dijo el otro: "¡Alahu akbar! se trata de un beneficio de la bendición por mediación tuya, ¡oh rostro de buen augurio!". Y colocó en el vasar de la cocina la marmita y su hija.
Al cabo de cierto tiempo volvió Goha a casa de su vecino y le dijo: "¡Si no fuera por miedo a molestarte, ¡oh vecino! te pediría la marmita con su hija, que las necesito hoy!". Y el otro contestó: "De todo corazón amistoso, ¡oh vecino!". Y le entregó la marmita con la otra más pequeña dentro. Y Goha las cogió y se marchó. Y transcurrieron varios días sin que Goha devolviese lo que se había llevado. Y el vecino fué a buscarle, y le dijo: "¡Ya Si-Goha! no es por falta de confianza en ti, pero en casa necesitamos hoy el utensilio que te llevaste". Y Goha preguntó: "¿Qué utensilio, ¡oh vecino!?". Y el otro dijo: "¡La marmita que te presté y engendró!" Y contestó Goha: "¡Alah la tenga en su misericordia! Se ha muerto". Y dijo el vecino: "¡No hay más dios que Alah! ¿Cómo se entiende, ¡oh Goha! ? ¿Es que puede morirse una marmita?" Y Goha dijo: "¡Todo lo que engendra, muere! ¡De Alah venimos, y a Él retornaremos!".
-Y otra vez, un felah regaló a Goha una gallina cebada. Y Goha hizo guisar la gallina e invitó al felah a la comida. Y se comieron la gallina y quedaron muy satisfechos. Pero, al cabo de cierto tiempo, llamó a la puerta de Goha otro felah y pidió albergue. Y Goha le abrió y le dijo: "Bienvenido seas; pero ¿quién eres?" Y el felah contestó: "Soy vecino del que te regaló la gallina". Y Goha contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos". Y le albergó con toda cordialidad y le dió de comer y no le hizo carecer de nada. Y el otro se marchó tan contento. Y algunos días después llamó a la puerta un tercer felah. Y Goha preguntó: "¿Quién es?". Y dijo el hombre: "Soy vecino del vecino del que te ha regalado la gallina". Y Goha dijo: "No hay inconveniente". Y le hizo entrar y sentarse ante la bandeja de manjares. Pero, por todo alimento y por toda bebida, puso delante de él una marmita con agua caliente, en la superficie de la cual se veían algunas gotitas de grasa. Y el felah, viendo que no había más, preguntó: "¿Qué es esto, ¡oh huésped mío!?". Y Goha contestó: "¿Esto? pues la substancia de la substancia del agua en que se coció la gallina".
-Y un día en que los amigos de Goha querían divertirse a costa suya, se concertaron entre sí, y le llevaron al hammam. Y llevaron huevos sin que Goha lo sospechara. Y cuando estuvieron en el hammam y se desnudaron todos, entraron con Goha en la sala de las sudaciones y dijeron: "¡Ha llegado el momento! Cada cual de nosotros va a poner un huevo". Y añadieron: "Aquel de nosotros que no pueda poner tendrá que pagar la entrada al hammam a todos los demás". Y acto seguido se pusieron todos en cuclillas, cacareando a más y mejor, a manera de gallinas. Y cada uno de ellos acabó por sacar un huevo de debajo de sí. Y al ver aquello, Goha enarboló de pronto el niño de su padre, y lanzando el cacareo de gallo, se precipitó sobre sus amigos, disponiéndose a asaltarlos. Y se levantaron muy de prisa todos, gritándole: "¿Qué vas a hacer, ¡oh miserable!? Y Goha contestó: "¿No lo estáis viendo? ¡Por mi vida! ¡veo gallinas delante de mí, y como soy el único gallo, tengo que montarlas!".
-También hemos llegado a saber que Goha tenía costumbre de ponerse todas las mañanas a la puerta de su casa y de recitar a Alah esta plegaria: "¡Oh Generoso! tengo que pedirte cien dinares de oro.
ni uno más ni uno menos, porque los necesito. ¡Pero si, en vista de Tu generosidad, se pasase de la cifra de ciento, aunque sólo fuese en un dinar, o sí, por mi carencia de méritos, faltara un solo dinar de los ciento que te pido, no aceptaría el don!".
Y he aquí que entre los vecinos de Goha había un judío enriquecido (¡de Alah nos viene la riqueza!) con toda clase de negocios reprensibles (¡sepultado sea en los fuegos del quinto infierno!). Y el tal judío oía todos los días a Goha recitar en voz alta aquella plegaria delante de su puerta. Y pensó para sí: "¡Por vida de Ibraim y de Yacub, que voy a hacer con Goha un experimento! Y ya veré cómo sale de la
prueba." Y cogió una bolsa con noventa y nueve dinares de oro nuevo, y desde su ventana la tiró a los pies de Goha cuando éste recitaba su plegaria acostumbrada de pie ante el umbral de su casa. Y Goha recogió la bolsa, mientras el judío le vigilaba para ver en qué paraba el asunto. Y vió a Goha desatar los cordones de la bolsa, vaciando el contenido en su regazo y contando los dinares uno a uno. Luego oyó que Goha, al notar que faltaba un dinar para los cientos que había pedido, exclamaba, alzando las manos hacia su Creador: "¡Oh Generoso! ¡loado y reverenciado y glorificado seas por tus beneficios! pero el don no está completo, y en vista de mi promesa, no puedo aceptarlo tal y como viene". Y añadió: "Por eso voy a gratificar con ello a mi vecino el judío, que es un hombre pobre, cargado de familia y un modelo de honradez". Y así diciendo, cogió la bolsa y la tiró dentro de la casa del judío. Luego se fué por su camino.
Cuando el judío vió y oyó todo aquello, llegó al límite de la estufacción, y se dijo: "¡Por los cuernos luminosos de Mussa! nuestro vecino Goha es un hombre lleno de candor y de buena fe. Pero no puedo verdaderamente opinar con respecto a él mientras no haya comprobado la segunda parte de su aserto". Y al día siguiente tomó la bolsa, metió en ella cien dinares más uno, y la tiró a los pies de Goha en el momento en que éste recitaba su acostumbrada plegaria delante de su puerta. Y Goha, que demasiado sabía de dónde caía la bolsa, pero continuaba fingiendo creer en la intervención del Altísimo, se inclinó y recogió el don. Y cuando contó de un modo ostensible las monedas de oro, se encontró con que aquella vez era ciento uno el número de dinares. Entonces dijo, levantando las manos al cielo: "¡Ya Alah, tu generosidad no tiene límites! He aquí me has concedido lo que te pedía con toda confianza, y aun has querido colmar mi deseo, dándome más de lo que anhelaba. Así es que, para no herir tu bondad, acepto este don tal como viene, aunque en esta bolsa hay un dinar más de los que yo pedía". Y tras de hablar así, se guardó la bolsa en el cinturón e hizo andar una tras otra a sus dos piernas. Cuando el judío, que miraba a la calle, vió que Goha se guardaba de tal suerte la bolsa en su cinturón y se marchaba tranquilamente, se puso muy amarillo de color y sintió que de cólera se le salía el alma por la nariz. Y se precipitó fuera de su casa y corrió detrás de Goha, gritándole: "¡Espera!, ¡oh Goha, espera!". Y Goha dejó de andar, y encarándose con el judío, le preguntó: "¿Qué te pasa?". El otro contestó: "¡La bolsa! ¡devuélveme la bolsa!". Y dijo Goha: "¿Devolverte la bolsa de cien dinares y un dinar que Alah me ha deparado? ¡Oh perro de judíos! ¿es que esta mañana ha fermentado tu razón en tu cráneo? ¿0 acaso piensas que debo dártela como te di la de ayer? En este caso, puedes desengañarte, porque ésta la guardo por miedo a ofender al Altísimo en Su Generosidad para conmigo, que soy indigno de ella. Bien sé que hay un dinar de más en esta bolsa, pero eso no perjudica a los demás. ¡Por lo que a ti respecta, ya estás yendo!" Y enarboló un grueso garrote nudoso, e hizo ademán de dejarlo caer con todo su peso sobre la cabeza del judío. Y el desgraciado de la descendencia de Yacub se vió obligado a volverse con las manos vacías y la nariz alargada hasta los pies.
-Y otro día Si-Goha escuchaba en la mezquita predicar al khateb. Y en aquel momento el khateb explicaba a sus oyentes un extremo de derecho canónico, diciendo: "¡Oh creyentes! sabed que si a la caída de la noche el marido cumple con su esposa los deberes de un buen esposo, se verá recompensado por el Retribuidor como si hubiese sacrificado un carnero. Pero si la copulación lícita tiene lugar durante el día, se le tendrá en cuenta al marido como si se tratara del rescate de un esclavo. ¡Y si la cosa se realiza a media noche, la recompensa será igual a la obtenida por el sacrificio de un camello!".
Y he aquí que, de vuelta en su casa, Si-Goha transmitió a su esposa estas palabras. Luego se acostó a su lado para dormir. Pero la mujer, sintiéndose poseída de violentos deseos, dijo a Goha: "Levántate ¡oh hombre! a fin de que ganemos la recompensa que se obtiene por el sacrificio de un carnero". Y Goha dijo: "Está bien". E hizo la cosa y volvió a acostarse. Pero a media noche de nuevo se sintió la hija de perro con el organismo en disposición copulativa y volvió a despertar a Goha, diciéndole: "Ven ¡oh hombre! para que juntos nos procuremos el beneficio que reporta el sacrificio de un camello ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 924ª NOCHE
Ella dijo:
" . . Ven ¡oh hombre! para que juntos nos procuremos el beneficio de un camello". Y Goha se despertó refunfuñando, y con los ojos medio cerrados, hizo la cosa en cuestión. Y al punto se volvió a dormir.
Pero a primera hora de la mañana, la esposa, asaltada de nuevos deseos, sacó de su sueño a Goha, diciéndole: "¡Date prisa ¡oh hombre! a despertarte antes de que salga el sol, que tenemos que hacer juntos lo que nos proporcionará, de parte del Retribuidor, el precio acordado por rescate de un esclavo!"
Pero aquella vez Goha no quiso oír, y contestó: ¡Oh mujer! ¿y qué esclavitud peor que la de un hombre que se ve obligado a sacrificar a su propio niño? Deja, pues, al niño de su padre, y rescátame el primero a mí, que soy tu esclavo".
-Y otro día, en otra mezquita, Si-Goha, escuchaba piadosamente al imam, que decía: "¡Oh creyentes que evitáis a vuestras mujeres para correr en pos de las nalgas de los mancebos! sabed que cada vez que un creyente realiza con su esposa el acto conyugal, Alah levanta para él un kiosco en el paraíso". Y de vuelta en su casa, Goha contó a su mujer la cosa, porque así salió en la conversación, aunque sin darle importancia. Pero la esposa, que no había dejado salir por la otra oreja lo que le había entrado por una, esperó a que estuviesen acostados los niños, y dijo a Goha: "¡Bueno, ven para que hagamos que nos levanten un kiosco a nombre de nuestros hijos!" Y Goha contestó: "No hay inconveniente". Y metió la herramienta del albañil en el cajón de la argamasa. Luego se acostó.
Pero al cabo de una hora de tiempo, la esposa de ojos vacíos despertó a Goha, y le dijo: "Me he olvidado de que tenemos una hija casadera que debe habitar sola. Levantemos un kiosco para ella". Y Goha dijo: "¡Vaya, ualahí! ¡Sacrifiquemos al muchacho por la muchacha!" E introdujo al niño consabido en la cuna que le reclamaba. Luego se echó en su colchón, resoplando, y se volvió a dormir. Pero a media noche la esposa le tiró del pie, reclamando otro kiosko para su madre. Pero Goha exclamó: "¡Sea la maldición de Alah con los pedigüeños indiscretos! ¿Acaso no sabes ¡oh mujer de ojos vacíos! que la generosidad de Alah prescindiría de nosotros si le obligáramos a levantar tantos kioscos a nuestro nombre?"
Y siguió roncando.
-Y un día entre los días, una mujer devota entre las vecinas de Goha estaba orando, cuando, por inadvertencia, se le escapó un cuesco. Y como no acostumbraba a hacerlo, no supo con exactitud si el cuesco consabido lo había engendrado ella realmente, o si el ruido que oyó provenía del roce de su pie contra las baldosas o de un gemido lanzado al orar. Y llena de escrúpulos, fué a consultar a Goha, de quien sabía estaba muy versado en la jurisprudencia. Y se lo explicó y le pidió su opinión. Y Goha, a manera de respuesta, soltó al punto un cuesco de importancia y preguntó a la devota: "¿Era un ruido como éste, tía mía?" Y la vieja devota contestó: "¡Era un poco más fuerte!" Y Goha lanzó al punto un segundo cuesco más importante que el primero, y preguntó a la devota: "¿Era así?" Y ella contestó: "¡'Era un poco más fuerte todavía". Entonces Goha exclamó: "¡No, por Alah, entonces no era un ventoseo, sino una tempestad! ¡Vete segura, ¡oh madre de los Ventoseos! porque si no, a fuerza de hacer ganas, voy a hacer pasteles!"
-Y un día, el asombroso conquistador tártaro Timur-Lenk, el Cojo de hierro, pasó cerca de la ciudad donde residía Si-Goha. Y se reunieron los habitantes, y después de discutir mucho la manera de impedir al khan tártaro que devastara su ciudad, acordaron rogar a Si-Goha que les sacara de tan cruel apuro. Y al punto Si-Goha hizo que le llevaran toda la muselina que había disponible en los zocos, y con ella se fabricó un turbante del tamaño de una rueda de carro. Luego montó en su burro, y salió de la ciudad al encuentro de Timur. Y cuando estuvo en su presencia, el tártaro observó aquel turbante extraordinario, y dijo a Goha: "¿Cómo traes ese turbante?" Y Goha contestó: "¡Oh soberano del mundo! es mi gorro de noche, y te suplico que me dispenses por haber venido entre tus manos con este gorro de noche; pero dentro de un instante tendré mi gorro de día, que viene detrás cargado en un carromato alquilado a tal fin". Entonces Timur-Lenk, espantado del enorme tocado de los habitantes, no pasó por aquella ciudad. Y lleno de simpatía por Goha, le retuvo a su lado, y le preguntó: "¿Quién eres?" Y Goha contestó: "¡Aquí donde me ves, soy el dios de la tierra!"
Y Timur, que era de raza tártara, en aquel momento estaba rodeado de algunos mozalbetes, que eran los más hermosos de su nación, y tenían, como es corriente en los de su raza, los ojos muy pequeños y encogidos. Y dijo a Goha, mostrándole aquellos niños: "Y bien, ¡oh dios de la tierra! ¿encuentras de tu gusto a estos lindos niños que aquí ves? ¿Tiene par su belleza?" Y Goha dijo: "No es por disgustarte, ¡oh soberano del mundo! pero me parece que estos niños tienen los ojos demasiado pequeños, y a causa de ello carece de gracia su rostro". Y Timur le dijo: "¡No te preocupen por eso! ¡Y puesto que eres el dios de la tierra, hazme el favor de agrandarle los ojos!" Y Goha contestó: "¡Oh mi señor! ¡respecto a ojos del rostro, sólo Alah puede agrandarlos, pues, por mi parte, yo, que soy el dios de la tierra, sólo puedo agrandarle el ojo que tienen de cintura para abajo!" Y al oír estas palabras, Timur comprendió con qué clase de granuja tenía que habérselas, y se regocijó con su réplica, y en lo sucesivo, lo retuvo con él, como bufón habitual.
-Y un día, Timur, que no solamente era cojo y tenía un pie de hierro, sino también tuerto y extremadamente feo, charlaba de unas cosas y de otras con Goha. Y a la sazón entró el barbero de Timur, y después de afeitarle la cabeza, le presentó un espejo para que se mirase. Y Timur se echó a llorar. Y siguiendo su ejemplo, Goha rompió en llanto, y lanzó suspiros tras gemidos, e invirtió en ello una o dos o tres horas de tiempo. Así es que ya había acabado de llorar Timur, y Goha seguía sollozando y lamentándose. Y Timur, asombrado, le dijo:
¿Qué te pasa? Si yo he llorado, fué porque me miré en el espejo de este barbero de mal augurio y me encontré verdaderamente feo. Pero ¿por qué motivo viertes tú tantas lágrimas y continúas gimiendo tan lamentablemente?" Y Goha contestó: "Dicho sea con todo respeto. ¡oh soberano nuestro! he de hacerte observar que ha bastado que te mires un breve instante en el espejo para llorar dos horas de tiempo. ¿Qué tiene, pues, que quien te está mirando todo el día llore más tiempo que tú?" Y a estas palabras, en vez de enfadarse, Timus se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
-Y otro día, estando Timur a la mesa, eructó muy cerca de la cara de Goha. Y exclamó Goha: "¡Oh soberano mío! ¡eructar es un acto vergonzoso!" Y Timur, asombrado, dijo: "En nuestro país no se tiene por vergonzoso el eructo". Y Goha no contestó nada; pero, al final de la comida, soltó un cuesco ruidoso. Y exclamó Timur, enfadado: "¡Oh hijo de perro! ¿qué haces? ¿Y no te da vergüenza?" Y Goha contestó: "¡Oh mi señor! en nuestro país no se tiene eso por vergonzoso. ¡Y como sé que no comprendes la lengua de nuestro país, no he tenido escrúpulo en hacerlo!"
-Otro día, en otra ocasión, Goha reemplazaba al khateb en la mezquita de un pueblo vecino. Y cuando hubo acabado de predicar, dijo a sus oyentes, meneando la cabeza: "¡Oh musulmanes! el clima de vuestra ciudad es exactamente el mismo que el de mi pueblo". Y ellos dijeron: "¿Por qué lo dices. El contestó, «Porque acabó de tentarme el zib, y lo encuentro como en mi pueblo, flojo y colgante sobre mis testículos. ¡La zalema con todos vosotros, que me voy!"
-Y otro día predicaba Goha en la mezquita, Y a manera de conclusión, alzó las manos al cielo, y dijo: "Dámoste gracias y te glorificamos por Tus bondades, ¡oh Dios verídico y todopoderoso que no nos has colocado el culo en la mano!" Y asombrados por aquella acción de gracias, sus oyentes le preguntaron: "¿Qué quieres decir con esa extraña plegaria, ¡oh khateb!?" Y Goha dijo: "¡Pues bien claro está, por Alah. Si el Donador nos hubiese creado con el culo en la mano, nos mancharíamos la nariz cien veces al día".
-Y otra vez, subido también en el púlpito, tomó la palabra; diciendo: "¡Oh musulmanes! ¡loores a Alah, que no nos ha colocado detrás lo que tenemos delante!" Y le preguntaron: "¿Por qué dices eso...?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 925ª NOCHE
Ella dijo:
" .. ¡Oh musulmanes! ¡loores a Alah, que no nos ha colocado detrás lo que tenemos delante!" Y le preguntaron: "¿Por qué dices eso?" El dijo: "Porque si el báculo estuviera situado detrás, cada cual, sin querer, podría tornarse semejante a los compañeros de Loth, haciendo aquello a lo que sólo pudo sustraerse Loth".
-Y un día encontrándose sola y completamente desnuda, la mujer de Goha se puso a contar su historia con mucha fruición, diciendo "¡Oh caro tesoro! ¿por qué no tendré dos o tres o cuatro como tú? Eres manantial de mis placeres, y me procuras preciosas ventajas". Y he aquí que quiso el Destino que llegase Goha mientras tanto. Y oyó aquellas palabras, y comprendió por qué se expresaba así su esposa. Entonces sacó su herencia, y le dijo, llorando: "¡Oh hijo de perro! ¡oh proxeneta! ¡cuántas calamidades has traído sobre mi cabeza! ¡Ojalá no hubieras sido nunca el niño de tu padre!"
-Y otro día penetró Goha en la viña de su vecino, y se puso a comer uvas como un zorro, cogiendo los racimos por el rabo y sacándoselos de la boca sin un grano. Y he aquí que de repente apareció el vecino, amenazándole con un garrote y gritándole: "¿Qué haces ahí, ¡oh maldito!?" Y Goha contestó: "Tenía retorcijones, y he entrado aquí para descargarme el vientre". Y el otro preguntó: "Si es verdad eso, vamos a ver dónde está lo que has hecho". Y Goha se quedó muy perplejo por un instante; pero, tras de mirar a un lado y a otro buscando con qué justificarse, mostró al viñero una boñiga de asno, diciéndole: "Aquí tienes la prueba". Y el hombre dijo: "¡Cállate!, ¡oh embustero! ¿Desde cuándo eres un burro?" Y al punto sacó Goha su zib, que era enorme, y dijo: "Desde que el Retribuidor me gratificó con la herramienta calamitosa que estás viendo".
-Y un día se paseaba Goha a orillas del río; y vió un grupo de lavanderas lavando su ropa interior. Y las lavanderas, al verle, se acercaron a él y le rodearon como un enjambre de abejas. Y una de ellas, levantándose la ropa, dejó al descubierto el cebón. Y Goha lo advirtió y volvió la cabeza, diciendo: "En ti me refugio, ¡oh Protector del Pudor!" Pero las lavanderas le dijeron alborotadas: "¿Qué te pasa, ¡oh pillastre!? ¿Acaso no sabes el nombre de este bienaventurado?" El dijo: "¡Demasiado sé que se llama el Origen de mis males!" Pero ellas exclamaron: "¡Quiá! ¡Si es el Paraíso del Pobre!" Entonces Goha pidió permiso para retirarse, apartándose un poco, y envolvió al niño con la tela de su turbante, como en un sudario, y se acercó de nuevo a las lavanderas, que le preguntaron: "¿Qué es eso, ¡oh Goha!?" El dijo: "Es un pobre que ha muerto, y desea entrar en el paraíso consabido". Y se echaron ellas a reír hasta caerse. Y al propio tiempo notaron que fuera del sudario colgaba una cosa y que era la bolsa enorme de Goha. Y le dijeron: "¡Bueno! pero ¿qué es eso que cuelga de tal modo por debajo del muerto, como dos huevos de avestruz?" El dijo: "¡Son los dos hijos de este pobre, que han venido a visitar su tumba!"
-Y una vez que estaba Goha de visita en casa de la hermana de su esposa. Y le dijo ella: "¡Ya Si-Goha! me veo precisada a ir al hammam, por lo que te ruego que tengas cuidado de mi mamoncillo durante mi ausencia". Y se marchó. Entonces el pequeñuelo empezó a gritar y a chillar. Y Goha, muy fastidiado, se dispuso a hacer por calmarle. Sacó, pues, su rahat-lucum y se lo dió a chupar al mamoncillo, que no tardó en dormirse. Y cuando estuvo de vuelta la madre y vió al niño dormido, dió muchas gracias a Goha, que le dijo: "De nada, ¡oh hija del tío! y si hubiera hecho contigo lo que con él y hubieses probado mi narcótico, también te hubieras dormido, dando con la cabeza antes que con los pies".
-Y otra vez se disponía Goha a violar a su burro a la puerta de una mezquita aislada. Y acertó a pasar un hombre que iba a hacer sus devociones en aquella mezquita. Y vió a Goha que estaba muy ocupado en la cosa consabida. Y asqueado, escupió en el suelo manifiestamente. Y Goha le miró atravesado, y le dijo: "¡Da gracias a Alah, que si no tuviera yo ahora entre manos una cosa tan urgente, ya te enseñaría a escupir aquí".
-Y otra vez Goha estaba tumbado en el camino, a pleno sol, un día de calor, teniendo en la mano su garboso báculo al descubierto. Y le dijo un transeúnte: "Vergüenza sobre ti, ¡oh Goha! ¿Qué estás haciendo?" Y Goha contestó: "Calla, ¡oh hombre! y vete de mi vista. ¿No ves que he sacado a tomar el aire a mi niño para refrescarle?" -Y otro día fueron a preguntar a Goha en consulta jurídica: "Si en la mezquita suelta un cuesco el imam, ¿qué debe hacer la asamblea?" Y Goha contestó sin vacilar: "¡Es evidente que lo que debe hacer es responder!"
-Y Goha y su mujer iban por la orilla del río un día de crecida. Y de pronto, dando un mal paso, la mujer resbaló y cayó al agua. Y como la corriente era muy fuerte, se la llevó. Y Goha no vaciló en tirarse al agua para pescar a su mujer: pero, en lugar de seguir la corriente, fué en dirección contraria. Y la gente que se había reunido le hizo observar aquello, y le dijo: "¿Qué buscas, ya Si-Goha?"
Y contestó él:
"¡Por Alah! ¡busco a la hija del tío, que se ha caído al agua!" Y le contestaron: "¡Pero ¡oh Goha! ha debido arrastrarla la corriente, y la estás buscando contra la corriente!" Dijo él: "¡Quiá! ¡Conozco a mi esposa mejor que vosotros! ¡Tiene un carácter tan atrabiliario, que de antemano estoy seguro de que ha ido contra la corriente!"
-Y otro día llevaron un hombre a presencia de Goha, que desempeñaba entonces las funciones de kadí. Y le dijeron: "El hombre que ves aquí ha sido sorprendido en plena calle mientras se dedicaba a violar a un gato". Y como había testigos del hecho, el hombre no pudo negar de una manera aceptable. Y Goha le dijo: "¡Vamos, habla! ¡Si me dices la verdad, te será otorgada la indulgencia de Alah! ¡Dime, pues, cómo te has arreglado para violar al gato!" Y el hombre contestó: "Por Alah, ¡oh nuestro señor el kadí! ¡he acercado lo que tú sabes a la puerta de la gracia, y he forzado esta puerta sujetando las patas del animal con mis manos y su cabeza con mis rodillas! ¡Y como la cosa había resultado bien la vez primera, he cometido la torpeza de reincidir! Confieso mi falta, ¡oh señor kadí!"
Pero Goha exclamó: "Mientes, ¡oh hijo de proxenetas! ¡Porque yo he intentado más de treinta veces hacer lo mismo que tú, sin obtener buen resultado nunca!" Y mandó que le dieran una paliza.
-Otro día, estando Goha de visita en casa del kadí de la ciudad, se presentaron dos querellantes, y dijeron: "¡Oh señor kadí! Nuestras casas se hallan tan próximas, que se tocan. Y he aquí que esta noche ha venido un perro a ensuciarse entre nuestras dos puertas, a igual distancia. Y venimos en tu busca para que nos digas a quién incumbe recoger la cosa". Y el kadí se encaró con Goha, y le dijo con acento irónico: "A tu juicio dejo la tarea de examinar este caso y de sentenciarlo". Y Goha se encaró con ambos querellantes, y dijo a uno: "Vamos a ver, ¡oh hombre! ¿ha ocurrido el hecho evidentemente más cerca de tu puerta?" El hombre contestó: "¡La verdad es que la cosa ha tenido lugar en medio exactamente!" Y Goha preguntó al segundo: "¿Es cierto, o quizá la cosa está más hacia tu casa?" El otro contestó "¡La mentira es ilícita! La cosa ha tenido lugar exactamente entre nosotros dos, en la calle". Entonces Goha dijo, a manera de sentencia: "Ya está resuelto el asunto. Esa tarea no os incumbe ni a uno ni a otro, sino a quien, por deber de su cargo, corresponde el cuidado de las calles, es decir, a nuestro señor el kadí".
-Y otro día el hijo de Goha, que tenía cuatro años de edad, había ido con su padre a casa de unos vecinos que estaban de fiesta. Y le presentaron una hermosa berenjena, preguntándole: "¿Qué es esto?" Y el niño contestó: "¡Un ternerillo que todavía no ha abierto los ojos!" Y todo el mundo se echó a reír, mientras Goha exclamaba: "¡Por Alah, que no soy yo quien se lo ha enseñado!"
-¡Y, finalmente, estando Goha otro día con ganas de copulación, sacó al aire el niño de su padre. Y he aquí que, por casualidad, una mosca de la miel se posó en la cabeza de la herramienta. Y Goha se pavoneó, exclamando . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 926ª NOCHE
"... Y he aquí que, por casualidad, una mosca de la miel se posó en la cabeza de la herramienta. Y Goha se pavoneó, exclamando: "Por Alah, que sabes lo que es bueno, ¡oh mosca! Porque ésta es una flor digna de ser escogida entre todas las flores para hacer miel".
"Y estas son ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- solamente algunas entre las numerosas gracias, palabras, tonterías y teorías del maestro de las divisas y de la risa, el delicioso e inolvidable Si-Goha. ¡La misericordia y la bendición de Alah sean con él! ¡Y ojalá se conserve viva su memoria hasta el día de la Retribución!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Esas gracias de Goha me han hecho olvidar las más graves preocupaciones, Schehrazada!" Y la pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y frescas son tus palabras!"
Y Schehrazada dijo: "Pero ¿qué es eso comparado con la HISTORIA DE LA JOVENZUELA OBRA MAESTRA DE LOS CORAZONES, LUGARTENIENTA DE LOS PÁJAROS?" Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, ¡oh Schehrazada! que conozco bastantes jovenzuelas, y he visto más aún; pero no recuerdo ese nombre! ¿Quién es, pues, "Obra maestra de los corazones, y cómo es lugartenienta de los pájaros?"
HISTORIA DE LA JOVENZUELA OBRA MAESTRA DE LOS CORAZONES, LUGAR TENIENTA DE LOS PÁJAROS