LA VELADA DE INVIERNO DE ISHAK DE MOSSUL
Y dijo Schehrazada:
El músico Ishak de Mossul, cantor favorito de Al-Raschid, nos narra la anécdota siguiente.
Dice:
Una noche de invierno estaba yo sentado en mi casa, y mientras afuera aullaban los vientos como leones y las nubes se vaciaban como las bocas abiertas de odres llenos de agua, me calentaba yo las manos en mi brasero de cobre, y estaba triste por no poder salir ni esperar la visita de un amigo que me hiciese compañía, a causa del barro de los caminos, de la lluvia y de la oscuridad. Y como cada vez se me oprimía más el pecho, dije a mi esclavo: "¡Dame algo de comer para pasar el tiempo!" Y en tanto que el esclavo se disponía a servirme, no podía yo menos de pensar en los encantos de una joven a la que había conocido en palacio poco antes; y no sabía por qué me obsesionaba hasta aquel punto su recuerdo, ni por qué motivo se detenía mi pensamiento sobre su rostro con preferencia al de cualquiera de las numerosas que encantaron mis noches pasadas. Y de tal modo me entorpecía su deleitoso recuerdo que acabé por perder la noción de la presencia del esclavo, el cual después de poner delante de mí el mantel sobre la alfombra, permanecía de pie, con los brazos cruzados, sin esperar más que una seña de mis ojos para traer las bandejas. Y poseído por mis deseos, exclamé en alta voz: "¡Ah! ¡si estuviera aquí la joven Sayeda, cuya voz es tan dulce, no me pondría yo tan melancólico!"
Aunque mis pensamientos eran silenciosos por lo general, recuerdo ahora que aquellas palabras las pronuncié en voz alta. Y fué extremada mi sorpresa al escuchar entonces el sonido de mi voz, mientras mi esclavo abría desmesuradamente los ojos.
Pero apenas hube manifestado mi deseo, se oyó en la puerta un golpe, como si estuviese allí alguien que no pudiera esperar más, y suspiró una voz joven: "¿Puede el bienamado franquear la puerta de su amiga?"
Entonces pensé para mi ánima: "¡Sin duda es alguien que, con la oscuridad, se ha equivocado de casa! ¿ O había dado su fruto el árbol estéril de mi deseo?" Me apresuré entretanto a saltar sobre mis pies, y corrí a abrir la puerta yo mismo; y en el umbral vi a la tan deseada Sayeda; ¡pero de qué modo singular y con qué extraño aspecto! Estaba vestida con un traje corto de seda verde, y llevaba a la cabeza una tela de oro que no había podido resguardarla de la lluvia y del agua escurrida por las goteras de las terrazas. Además, debía haberse metido en el barro durante todo el camino, como lo atestiguaban claramente sus piernas. Y al verla en tal estado, exclamé: "¡Oh dueña mía! ¿por qué saliste en una noche como ésta?"
Ella me dijo con su amable voz: "¿Acaso podía no inclinarme ante el deseo que ahora mismo me transmitió tu mensajero? ¡Me manifestó la vivacidad de tu deseo con respecto a mí, y a pesar de este tiempo tan malo, aquí me tienes!"
Pero yo, aunque no me acordaba de haber dado una orden semejante, y por más que la hubiese dado, mi único esclavo no habría podido ejecutarla mientras estaba conmigo, no quise mostrar a mi amiga la extrañeza que todo aquello producía en mi espíritu; y le dije: "¡Loores a Alah, que permite nuestra reunión ¡oh dueña mía! y que torna en miel la amargura del deseo!
¡ Que tu venida perfume la casa y dé reposo al corazón del dueño de la casa! ¡En verdad que, si no hubieses venido, yo mismo habría ido a buscarte, pues pensé mucho en ti esta noche...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 550ª NOCHE
Ella dijo:
". . . yo mismo habría ido a buscarte, pues pensé mucho en ti esta noche!'; Luego me encaré con mi esclavo, y le dije: "¡Ve por agua caliente y esencias!" Y cuando el esclavo ejecutó mi orden, yo mismo me puse a lavar los pies a mi amiga, y le vertí encima un frasco de esencia de rosas. Tras lo cual la vestí con un hermoso traje de muselina de seda verde, y la hice sentarse al lado mío frente a la bandeja con frutas y bebidas. Y cuando hubo bebido conmigo varias veces en la copa, quise cantar un aire nuevo que había compuesto por complacerla, aunque de ordinario no consiento en cantar más que a fuerza de ruegos y súplicas.
Pero me dijo ella que su alma no tenía ganas de oírme. Y le dije: "¡Entonces, ¡oh dueña mía! dígnate cantarnos algo tú!" Ella contestó: "¡No insistas! ¡Porque mi alma no tiene ganas de eso!" Yo dije: "¡Sin embargo, ¡oh ojos míos! la alegría no puede ser completa sin el canto y la música! ¿No es así?"
Ella me dijo: "¡Tienes razón! Pero, no sé por qué esta noche sólo tengo ganas de oír cantar a algún hombre del pueblo o a algún mendigo de la calle. ¿Quieres, pues, ir a ver si pasa por tu puerta alguno que pueda satisfacerme?" Y por no desairarla, y aunque estaba convencido de que en una noche semejante no pasaría nadie por la calle, fuí a entreabrir la puerta de mi casa y saqué la cabeza por la abertura. Y con gran sorpresa mía, vi apoyado en su báculo un mendigo viejo que desde la muralla de enfrente decía, hablando consigo mismo: "¡Qué estrépito produce esta tempestad! ¡El viento se lleva mi voz, e impide que me oiga la gente! ¡Qué desgracia la del pobre ciego! ¡Si canta, no le escuchan! ¡Y si no canta, se muere de hambre!" Y habiendo dicho estas palabras, el viejo ciego empezó a tantear el suelo con su báculo, arrimado al muro, para proseguir su camino.
Entonces le dije, asombrado y encantado a la vez por aquel encuentro fortuito: "¡Oh tío mío! ¿es que sabes cantar?" El contestó: "Tengo fama de saber cantar". Y le dije: "En ese caso, ¡oh jeique! ¿quieres acabar tu noche con nosotros y regocijarnos con tu compañía?"
El me contestó: "¡Si lo deseas, cógeme de la mano, porque soy ciego de ambos ojos!" Y le cogí de la mano, y después de introducirle en la casa cerrando la puerta cuidadosamente, dije a mi amiga: "¡Oh dueña mía, te traigo un cantor que además está ciego! Podrá complacernos sin ver lo que hacemos. Y no tendrás que estar incómoda ni que velarte el rostro". Ella me dijo: "¡Date prisa a hacerle entrar!" Y le hice entrar.
Empecé primero por invitarle a sentarse delante de nosotros, y le convidé a comer algo. Y comió muy delicadamente con la punta de los dedos. Y cuando hubo acabado y se hubo lavado las manos, le presenté las bebidas, y bebióse tres copas llenas, y entonces me preguntó: "¿Puedes decirme en casa de quién me encuentro?" Yo contesté: "¡En casa de Ishak, hijo de Ibrahim de Mossul!" Pero mi nombre no le asombró con exceso; y se limitó a contestarme: "¡Ah si, ya he oído hablar de ti! Y me alegro de encontrarme en tu casa". Yo le dije: "¡Oh mi señor, estoy verdaderamente contento de recibirte en mi casa!"
El me dijo: "¡Entonces ¡oh Ishak! si quieres, déjame oír tu voz, que dicen que es muy hermosa! ¡Porque el huésped debe comenzar por complacer él primero a sus invitados!" Y contesté: "¡Escucho y obedezco!" Y como aquello empezaba a divertirme mucho, cogí mi laúd y lo pulsé, cantando todo lo mejor que pude. Y cuando hube acabado el final, matizándolo en extremo, y se dispersaron los últimos sones, el viejo mendigo tuvo una sonrisa irónica, y me dijo: "¡En verdad, ¡ya Ishak! que te falta poco para ser un músico perfecto y un cantor consumado!"
Pero al oír esta alabanza, que más bien era una censura, me sentí muy empequeñecido a mis propios ojos, y tiré a un lado mi laúd, con disgusto y desaliento. Sin embargo, como no quería ser desconsiderado con mi huésped, no juzgué oportuno responderle, y no dije ya nada. Entonces me dijo él: "¿No canta ni toca nadie? Es que no hay aquí ningún otro?"
Yo dije: "Hay también una esclava joven".
El dijo: "¡Ordénala que cante para que yo la oiga!" Yo dije: "¿Por qué ha de cantar, si ya te basta con lo que oíste?"
El dijo: "¡Que cante, a pesar de todo!"
Entonces, aunque de muy mala gana, mi amiga la joven cogió el laúd, y después de
preludiar diestramente, cantó como mejor supo. Pero el viejo mendigo la interrumpió de pronto, y dijo: "¡Todavía tienes mucho que aprender!" Y mi amiga tiró el laúd lejos de sí furiosa, y quiso levantarse. Y sólo a duras penas conseguí retenerla, echándome a sus pies. Luego me encaré con el mendigo ciego, y le dije: "¡Por Alah, oh huésped mío! ¡nuestra alma no puede dar más que lo suyo! Sin embargo, lo hicimos como mejor sabemos por satisfacerte. ¡Exhibe tú a tu vez, por cortesía, lo que poseas!" Sonrió él con una boca que llegaba de una oreja a otra, y me dijo:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 551ª NOCHE
Ella dijo:
"...Sonrió él con una boca que le llegaba de una oreja a otra, y me dijo: "¡Entonces empieza por traerme un laúd que no haya tocado ninguna mano todavía!" Y abrí una caja, y llevé un laúd completamente nuevo que le puse entre las manos. Y cogió él entre sus dedos la pluma de pato tallada, y rozó ligeramente con ella las cuerdas armoniosas. Y desde los primeros sones, advertí que aquel mendigo ciego era indudablemente el mejor músico de nuestro tiempo. ¡Pero cuál no sería mi emoción y mi admiración cuando le oí ejecutar una pieza de un modo que era desconocido en absoluto para mí, aunque no se me consideraba como ignorante en el arte! Después, con una voz a ninguna otra parecida, cantó estas coplas:
¡Atravesando la sombra espesa, el bienamado sale de su casa y viene a buscarme en medio de la noche!
Y antes de desearme la paz, le oigo llamar y decirme: "¿Puede el bienamado franquear la puerta de su amigo?"
Cuando escuchamos este canto del viejo ciego, yo y mi amiga nos miramos en el límite de la estupefacción. Luego ella se puso roja de cólera y me dijo de manera que yo solo oyese: "¡Oh pérfido! ¿no te da vergüenza haberme traicionado contando a ese viejo mendigo mi visita en los cortos instantes que tardaste en abrir la puerta? ¡En verdad, ¡oh Ishak! que no creí tuviese tu pecho una resistencia tan débil, que no pudiera contener un secreto durante una hora!
¡El oprobio para los hombres que se te asemejan!"
Pero yo le juré mil veces que no había por mi parte ninguna indiscreción, y le dije: "¡Por la tumba de mi padre Ibrahim, te juro que no he dicho nada de semejante cosa a ese viejo ciego!"
Y mi amiga se avino a creerme, y acabó dejándose acariciar y besar por mí, sin temor de que la viese el ciego. Y tan pronto la besaba yo en las mejillas y en los labios, como la hacía cosquillas o la pellizcaba los senos o la mordía en las partes delicadas; y se reía ella extremadamente. Luego me encaré con el viejo tío, y le dije: "¿Quieres cantarnos algo más, ¡oh mi señor!?"
El dijo: "¿Por qué no?" Y cogió de nuevo el laúd y dijo, acompañándose:
¡Ah! ¡con frecuencia recorro embriagado los encantos de mi bienamada, y acaricio con mi mano su hermosa piel desnuda!
¡Tan pronto oprimo las granadas de su pecho de marfil joven, como muerdo a flor de labios las manzanas de sus mejillas! ¡Y vuelvo a comenzar!
Entonces yo, al oír ese canto, no dudé ya de la superchería del falso ciego, y rogué a mi amiga que se tapase el rostro con su velo. Y el mendigo me dijo de pronto: "¡Tengo muchas ganas de orinar! ¿Dónde podré hacerlo?"
Entonces me levanté y salí un momento para ir a buscar una vela con que alumbrarle, y volví para conducirle. Pero cuando entré, no encontré a nadie ya: ¡el ciego había desaparecido con la joven! Y cuando me repuse de mi estupefacción, les busqué por toda la casa, pero no les encontré. Sin embargo, las puertas y las cerraduras de las puertas estaban cerradas por dentro, así es que no supe si se habían marchado saliendo por el techo o por el suelo entreabierto y vuelto a cerrar! Pero después me convencí de que era el propio Eblis quien me había servido de alcahuete antes, y me había arrebatado luego a aquella joven, que no era más que una falsa apariencia y una ilusión.
Luego se calló Schehrazada, tras de contar esta anécdota. Y exclamó el rey Schahriar, en extremo impresionado: "¡Alah confunda al Maligno!" Y al ver que fruncía él las cejas, Schehrazada quiso calmarle, y contó la historia siguiente:
EL FELAH DE EGIPTO Y SUS
HIJOS BLANCOS
He aquí lo que en los libros de las crónicas relata el emir Mohammed, gobernador de El Cairo.
Dice:
Cuando viajaba yo por el Alto Egipto, me alojé una noche en casa de un felah, que era el jeique-al-balad del lugar. Y era un hombre de edad, moreno, de un color extremadamente moreno, con la barba cana. Pero noté que tenía hijos pequeños que eran blancos, de un color muy blanco matizado de rosa en las mejillas, con cabellos rubios y ojos azules. Luego, cuando tras de hacernos una buena acogida y un recibimiento cariñoso, fué él a conversar en nuestra compañía, le dije en son de pregunta: "Oye, amigo, ¿a qué obedece el que, teniendo tú la tez tan morena, tus hijos la tengan tan clara y posean una piel tan blanca y rosa, y ojos y cabellos tan claros?" Y el felah, atrayendo a sí a sus hijos, cuyos finos cabellos se puso a acariciar, me dijo: "¡Oh mi señor! la madre de mis hijos es una hija de los francos, y la compré como prisionera de guerra en tiempos de Saladino el Victorioso, después de la batalla de Hattin, que nos libró para siempre de los cristianos extranjeros usurpadores del reino de Jerusalén. ¡Pero ya hace mucho tiempo de eso, porque fué en los días de mi juventud!"
Y yo le dije: "¡Entonces ¡oh jeique! te rogamos que nos favorezcas con esa historia!" Y dijo el felah: "¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido a los huéspedes! ¡Porque es muy extraña mi aventura con mi esposa, la hija de los francos!"
Y nos contó:
"Debéis saber que tengo oficio de cultivador de lino; mi padre y mi abuelo sembraban lino antes que yo, y por mi abolengo y por mi origen, soy un felah entre los felahs de este país. Y he aquí que un año acaeció que por la bendición, mi lino sembrado, crecido, limpio y perfecto, alcanzó el valor de quinientos dinares de oro. Y como lo ofrecí en el mercado sin hallar provecho, me dijeron los mercaderes: "¡Vé a llevar tu lino al castillo de Acre, en Siria, donde le venderás con mucho beneficio!" Y yo, que les escuché, cogí mi lino y me fui a la ciudad de Acre, que en aquel tiempo estaba entre las manos de los francos. Y efectivamente, empecé con una buena venta, cediendo a corredores la mitad de mi lino, con crédito de seis meses, y me guardé la otra mitad, y me quedé en la ciudad para venderlo al por menor con beneficios inmensos.
Pero un día, mientras estaba yo vendiendo mi lino, fué a mi casa a comprar una joven franca, que llevaba el rostro descubierto y la cabeza sin velos, según costumbre de los francos. Y se erguía ante mí; bella, blanca y linda; y podía yo admirar a mi antojo sus encantos y su frescura
¡Y cuanto más la miraba al rostro, más me invadía la razón el amor! Y tardé mucho en venderle el lino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 552ª NOCHE
Ella dijo:
.. . Y tardé mucho en venderle el lino. Por último, lo envolví y se lo cedí en muy poco. Y se marchó ella, seguida por mis miradas.
Algunos días más tarde, volvió a comprarme lino, y se lo vendí en menos todavía que la primera vez, sin dejarla regatear. Y comprendió que yo estaba enamorado de ella y se marchó; pero fué para volver poco tiempo después, acompañada de una vieja que estuvo presente durante la venta, y que volvió luego con ella cuantas veces la joven tenía necesidad de hacer una compra.
Yo entonces, como el amor se había apoderado por completo de mi corazón, llamé aparte a la vieja, y le dije: "¿Podrías proporcionarme un goce con ella, mediante un regalo para ti?" La vieja me contestó: "Podría procurarte un encuentro para que gozaras; pero ha de ser con la condición de que la cosa permanezca secreta entre nosotros tres: yo, tú y ella; y además, tendrás que gastarte algún dinero".
Contesté: "¡Oh caritativa tía! si mi alma y mi vida debieran ser el precio de sus favores, mi alma y mi vida le daría. ¡Y en cuanto al dinero, poco importa lo que sea!" Y me puse de acuerdo con ella para darle, como comisión, la suma de cincuenta dinares; y se los conté en el momento. Y ultimado de tal suerte el trato, la vieja me dejó para ir a hablar a la joven; y volvió enseguida con una respuesta favorable. Luego me dijo: "¡Oh mi amo! esta joven no dispone de un sitio para semejantes encuentros, porque aun está virgen su persona, y no sabe nada de tales cosas. ¡Es preciso, pues, que la recibas en tu casa, adonde irá a buscarte y se quedará hasta mañana!" Y yo acepté con fervor, y me fui a la casa para preparar lo necesario en cuanto a manjares bebidas y repostería. Y me puse a esperar.
Y pronto vi llegar a la joven franca, y le abrí, y le hice entrar en mi casa. Y como estábamos en verano, lo había yo dispuesto en la terraza todo. Y la invité a sentarse a mi lado, y comí y bebí con ella. Y la casa en que yo me alojaba tenía vistas al mar; y a la luz de la luna estaba hermosa la terraza, y la noche parecía llena de estrellas que reflejábanse en el agua. Y mirando todo aquello, volví sobre mí mismo, y pensé para mi ánima: "¿No te da vergüenza ante Alah el Altísimo rebelarte contra el Exaltado, copulando bajo el cielo y frente al mar, aquí mismo en país extranjero, con esta cristiana que no es de tu raza ni de tu ley?" Y aunque ya me había echado junto a la joven, que se acurrucaba amorosamente contra mí, dije en mi espíritu: "¡Señor, Dios de Exaltación y de Verdad, sé testigo de que con toda castidad me abstengo de esta cristiana hija de los francos!" Y así pensando, volví la espalda a la joven sin ponerla la mano encima: y me dormí bajo la grata claridad del cielo.
Llegada que fué la mañana, la joven franca se levantó sin decirme una palabra y se fué muy apesadumbrada. Y yo me volví a mi tienda, donde hube de dedicarme a vender mi lino como de costumbre. Pero hacia mediodía, acertó a pasar por delante de mi tienda la joven, acompañada de la vieja y con cara de enfado; y de nuevo la deseé con todo mi ser hasta morir. Pues ¡por Alah! era ella como la luna; y no pude resistir a la tentación; y pensé, golosamente: "¿Quién eres ¡oh felah! para refrenar así tu deseo por semejante jovenzuela? ¿Acaso eres un asceta, o un sufi, o un eunuco, o un castrado, o uno de los insensibles de Bagdad o de Persia? ¿No vienes de la raza de los potentes felahs del Alto Egipto, o quizá tu madre se olvidó de amamantarte?"
Y sin más ni más, eché a correr detrás de la vieja, y llamándola aparte, le dije: "¡Quisiera otro encuentro!" Ella me dijo: "¡Por el Mesías, que ahora la cosa no es posible más que mediante cien dinares!" Y en el momento conté los cien dinares de oro y se los entregué. Y por segunda vez fué a mi casa la joven franca. Pero ante la belleza del cielo desnudo, tuve yo los mismos escrúpulos, y no me aproveché de esta nueva entrevista más que de la primera, y con toda castidad me abstuve de la jovenzuela. Y poseída de un violento despecho, ella se levantó de mi lado, salió y se marchó.
Pero de nuevo al día siguiente, cuando pasaba ella por delante de mi tienda, sentí en mí los mismos movimientos, y me palpitó el corazón, y fui en busca de la vieja y le hablé de la cosa. Pero ella me miró con cólera y me dijo: "¡Por el Mesías, oh musulmán! ¿Es así como tratan a las vírgenes los de tu religión? ¡Jamás podrás ya gozar de ella, a menos que me des por esta vez quinientos dinares!"
Luego se fué.
Naturalmente, yo, todo tembloroso de emoción y sintiendo arder en mí la llama del amor,
resolví juntar el importe de todo mi lino y sacrificar por mi vida los quinientos dinares de oro. Y después de envolverlos en una tela, me disponía a llevárselos a la vieja, cuando de improviso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 553ª NOCHE
Ella dijo:
"...me disponía a llevárselos a la vieja, cuando de improviso oí que el pregonero público gritaba: "¡Hola! ¡Asamblea de los musulmanes, vosotros los que vivís en nuestra ciudad para desarrollar vuestros negocios, sabed que han terminado la paz y la tregua que con
vosotros acordamos! ¡Y se os da una semana de plazo para que pongáis en orden vuestros asuntos y abandonéis nuestra ciudad y regreséis a vuestro país!"
Entonces yo, al oír este aviso, me apresuré a vender el lino que me quedaba, reuní el dinero que importaba lo que había dado a crédito, compré mercancías de fácil venta en nuestros países y reinos, y abandonando la ciudad de Acre partí con mil penas y sentimientos en el corazón por aquella joven cristiana que se había apoderado de mi espíritu y de mi pensamiento.
Y he aquí que fui a Damasco, en Siria, donde vendí mis mercancías de Acre con grandes beneficios y provechos, pues estaban interrumpidas las comunicaciones con el alzamiento de armas. E hice muy buenos negocios comerciales, y con ayuda de Alah (¡exaltado sea!) prosperó todo entre mis manos. Y de tal suerte me fué dable comerciar en grande muy provechosamente con las jóvenes cristianas cautivas, tomadas en la guerra. Y habían transcurrido así tres años desde mi aventura de Acre, y poco a poco comenzaba a endulzarse la amargura de mi brusca separación de la joven franca.
Por lo que a nosotros respecta, seguimos alcanzando grandes victorias sobre los francos, tanto en el país de Jerusalén como en el país de Siria. Y con ayuda de Alah, después de muchas batallas gloriosas, el sultán Saladino acabó por vencer completamente a los francos y a todos los infieles; llevó cautivos a Damasco a los reyes de éstos y a sus jefes, a los cuales había hecho prisioneros tras de tomar todas las ciudades costeras que poseían y pacificar todo el país. ¡Gloria a Alah!
Entretanto, iba yo un día a vender una hermosísima esclava en las tiendas donde acampaba todavía el sultán Saladino. Y le enseñé la esclava, que quiso comprar él. Y se la cedí por cien dinares solamente. Pero el sultán Saladino (¡Alah le tenga en su misericordia!) no poseía encima más que noventa dinares, porque empleaba todo el dinero del tesoro en llevar a buen término la guerra contra los descreídos. Entonces, encarándose con uno de sus guardias, le dijo el sultán Saladino: "¡Conduce a este mercader a la tienda en que están reunidas las jóvenes prisioneras llegadas últimamente, y que escoja entre ellas la que más le guste para reemplazar los diez dinares que le debo!" Así obraba en su justicia el sultán Saladino.
El guardia me llevó, pues, a la tienda de las cautivas francas, y al pasar por entre aquellas jóvenes, reconocí, precisamente en la primera con quien se tropezó mi mirada, a la joven franca de quien estuve tan enamorado en Acre. Y entonces era la esposa de un jefe, de caballería de los francos. Y he aquí que al reconocerla, la rodeé con mis brazos para posesionarme de ella, y dije: "¡Quiero ésta!"
Y la cogí, y me marché.
Llevándomela a mi tienda a la sazón, le dije: "¡Oh, jovenzuela! ¿No me reconoces?" Ella me contestó: "¡No, no te reconozco!" Yo le dije: "¡Soy tu amigo, el mismo a cuya casa fuiste en Acre por dos veces merced a la vieja, a la que una vez hube de dar cincuenta dinares y cien dinares la otra vez, absteniéndose de ti con toda castidad y dejándote partir, muy pesarosa, de su casa! ¡Y el mismo que quería tenerte en su poder una tercera noche por quinientos dinares, cuando ahora el sultán te cede a él por diez dinares!"
Ella bajó la cabeza, y levantándola de pronto, dijo: "¡Lo pasado será, para en lo sucesivo, un
misterio de la fe islámica, pues yo alzo el dedo y atestiguo que no hay más Dios que Alah, y que Mahomed es el enviado de Alah!" Y pronunció así oficialmente el acto de nuestra fe, ¡y en el momento se ennobleció con el Islam!
Entonces pensé yo, por mi parte: "¡Por Alah!, ¡que esta vez no penetraré en ella hasta que la haya libertado y me haya casado con ella legalmente!" Y al momento fui en busca del kadí lbn-Scheddad, a quien puse al corriente de todo el particular, y que fué a mi tienda con los testigos para extender mi contrato de matrimonio.
Entonces penetré en ella. Y se quedó encinta de mí. Y nos establecimos en Damasco.
Habían transcurrido de tal suerte algunos meses, cuando llegó a Damasco un embajador del rey de los francos, enviado cerca del sultán Saladino, en demanda del cambio de prisioneros de guerra con arreglo a las cláusulas estipuladas entre los reyes. Y todos los prisioneros, hombres y mujeres, fueron escrupulosamente devueltos a los francos a cambio de prisioneros musulmanes. Pero cuando el embajador franco consultó su lista, notó que del total faltaba aún la mujer del jinete franco, aquél que era el primer marido de mi esposa. Y el sultán envió a sus guardias a buscarla por todas partes, y acabaron por decirle que estaba en mi casa. Y los guardias fueron a reclamármela. Y se me mudó el color, y fui llorando en busca de mi esposa, a la que puse al corriente de lo sucedido. Pero ella se levantó y me dijo: "¡Llévame a presencia del sultán, a pesar de todo! ¡Yo sé lo que tengo que decir entre sus manos!"
Así, pues, cogiendo a mi esposa, la conduje, velada, a la presencia del sultán Saladino; y vi que el embajador de los francos estaba sentado al lado suyo, a su derecha.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 554ª NOCHE
Ella dijo:
"...y vi que el embajador de los francos estaba sentado al lado suyo, a la derecha.
Entonces besé la tierra entre las manos del sultán Saladino, y le dije: "¡He aquí la mujer consabida!" Y se encaró él con mi esposa, y le dijo: "¿Qué tienes que decir? ¿Quieres ir a tu país con el embajador, o prefieres permanecer aquí con tu marido?"
Ella contestó: "¡Me quedo con mi esposo, porque soy musulmana y estoy encinta de él, y la paz de mi alma no se halla entre los francos!"
Entonces el sultán se encaró con el embajador, y le dijo: "¿Lo has oído? ¡No obstante, háblale tú mismo, si quieres!"
Y el embajador de los francos hizo advertencias y amonestaciones a mi esposa, y acabó por decirle: "¿Prefieres quedarte con tu marido el musulmán o volver junto al jefe de caballería de los francos?"
Ella contestó: "¡No me separaré de mi esposo el egipcio, porque la paz de mi alma se halla entre los musulmanes!"
Y el embajador, muy contrariado, dió con el pie en el suelo, y me dijo: "¡Llévate, entonces, esa mujer!"
Y cogí de la mano a mi esposa y saliendo de la audiencia con ella, nos llamó de improviso el embajador y me dijo: "¡La madre de tu esposa, que es una franca vieja que habita en Acre, me ha entregado para su hija este fardo que ves aquí!" Y me entregó el fardo, y añadió: "¡Y me ha encargado esa señora que dijera a su hija que esperaba encontrarla con buena salud!"
Cogí, pues, el fardo, y volví a casa con mi esposa. ¡Y cuando abrimos el fardo, hallamos en él las vestiduras que mi esposa llevaba en Acre, además de los primeros cincuenta dinares que yo le había dado y de los otros cien dinares del segundo encuentro; anudados en el mismo pañuelo y con el nudo que yo mismo hice! ¡Entonces advertí en aquello la bendición que me había traído mi castidad, y di gracias a Alah!
Más adelante me traje a mi mujer, la franca convertida en musulmana, a Egipto, aquí mismo. Y ella es ¡oh huéspedes míos! quien me ha hecho padre de estos hijos blancos que bendicen a su Creador. ¡Y hasta hoy hemos vivido en nuestra unión, comiendo el pan que hemos cocido antes! ¡Y tal es mi historia! ¡Pero Alah es más sabio! "
Y después de contar esta anécdota, se calló Schehrazada. Y el rey Schahriar dijo: "¡Qué dichoso es ese felah, Schehrazada!"
Y dijo Schehrazada: "¡Sí, ¡oh rey! pero no es sin duda más de lo que fue Califa el pescador con los monos marinos y el califa!"
Y preguntó el rey Schahriar: "¿Y cómo es esa HISTORIA DE CALIFA Y DEL CALIFA?"
Schehrazada contestó: "¡Voy a contártela en seguida!"
HISTORIA DE CALIFA Y DEL CALIFA
El músico Ishak de Mossul, cantor favorito de Al-Raschid, nos narra la anécdota siguiente.
Dice:
Una noche de invierno estaba yo sentado en mi casa, y mientras afuera aullaban los vientos como leones y las nubes se vaciaban como las bocas abiertas de odres llenos de agua, me calentaba yo las manos en mi brasero de cobre, y estaba triste por no poder salir ni esperar la visita de un amigo que me hiciese compañía, a causa del barro de los caminos, de la lluvia y de la oscuridad. Y como cada vez se me oprimía más el pecho, dije a mi esclavo: "¡Dame algo de comer para pasar el tiempo!" Y en tanto que el esclavo se disponía a servirme, no podía yo menos de pensar en los encantos de una joven a la que había conocido en palacio poco antes; y no sabía por qué me obsesionaba hasta aquel punto su recuerdo, ni por qué motivo se detenía mi pensamiento sobre su rostro con preferencia al de cualquiera de las numerosas que encantaron mis noches pasadas. Y de tal modo me entorpecía su deleitoso recuerdo que acabé por perder la noción de la presencia del esclavo, el cual después de poner delante de mí el mantel sobre la alfombra, permanecía de pie, con los brazos cruzados, sin esperar más que una seña de mis ojos para traer las bandejas. Y poseído por mis deseos, exclamé en alta voz: "¡Ah! ¡si estuviera aquí la joven Sayeda, cuya voz es tan dulce, no me pondría yo tan melancólico!"
Aunque mis pensamientos eran silenciosos por lo general, recuerdo ahora que aquellas palabras las pronuncié en voz alta. Y fué extremada mi sorpresa al escuchar entonces el sonido de mi voz, mientras mi esclavo abría desmesuradamente los ojos.
Pero apenas hube manifestado mi deseo, se oyó en la puerta un golpe, como si estuviese allí alguien que no pudiera esperar más, y suspiró una voz joven: "¿Puede el bienamado franquear la puerta de su amiga?"
Entonces pensé para mi ánima: "¡Sin duda es alguien que, con la oscuridad, se ha equivocado de casa! ¿ O había dado su fruto el árbol estéril de mi deseo?" Me apresuré entretanto a saltar sobre mis pies, y corrí a abrir la puerta yo mismo; y en el umbral vi a la tan deseada Sayeda; ¡pero de qué modo singular y con qué extraño aspecto! Estaba vestida con un traje corto de seda verde, y llevaba a la cabeza una tela de oro que no había podido resguardarla de la lluvia y del agua escurrida por las goteras de las terrazas. Además, debía haberse metido en el barro durante todo el camino, como lo atestiguaban claramente sus piernas. Y al verla en tal estado, exclamé: "¡Oh dueña mía! ¿por qué saliste en una noche como ésta?"
Ella me dijo con su amable voz: "¿Acaso podía no inclinarme ante el deseo que ahora mismo me transmitió tu mensajero? ¡Me manifestó la vivacidad de tu deseo con respecto a mí, y a pesar de este tiempo tan malo, aquí me tienes!"
Pero yo, aunque no me acordaba de haber dado una orden semejante, y por más que la hubiese dado, mi único esclavo no habría podido ejecutarla mientras estaba conmigo, no quise mostrar a mi amiga la extrañeza que todo aquello producía en mi espíritu; y le dije: "¡Loores a Alah, que permite nuestra reunión ¡oh dueña mía! y que torna en miel la amargura del deseo!
¡ Que tu venida perfume la casa y dé reposo al corazón del dueño de la casa! ¡En verdad que, si no hubieses venido, yo mismo habría ido a buscarte, pues pensé mucho en ti esta noche...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 550ª NOCHE
Ella dijo:
". . . yo mismo habría ido a buscarte, pues pensé mucho en ti esta noche!'; Luego me encaré con mi esclavo, y le dije: "¡Ve por agua caliente y esencias!" Y cuando el esclavo ejecutó mi orden, yo mismo me puse a lavar los pies a mi amiga, y le vertí encima un frasco de esencia de rosas. Tras lo cual la vestí con un hermoso traje de muselina de seda verde, y la hice sentarse al lado mío frente a la bandeja con frutas y bebidas. Y cuando hubo bebido conmigo varias veces en la copa, quise cantar un aire nuevo que había compuesto por complacerla, aunque de ordinario no consiento en cantar más que a fuerza de ruegos y súplicas.
Pero me dijo ella que su alma no tenía ganas de oírme. Y le dije: "¡Entonces, ¡oh dueña mía! dígnate cantarnos algo tú!" Ella contestó: "¡No insistas! ¡Porque mi alma no tiene ganas de eso!" Yo dije: "¡Sin embargo, ¡oh ojos míos! la alegría no puede ser completa sin el canto y la música! ¿No es así?"
Ella me dijo: "¡Tienes razón! Pero, no sé por qué esta noche sólo tengo ganas de oír cantar a algún hombre del pueblo o a algún mendigo de la calle. ¿Quieres, pues, ir a ver si pasa por tu puerta alguno que pueda satisfacerme?" Y por no desairarla, y aunque estaba convencido de que en una noche semejante no pasaría nadie por la calle, fuí a entreabrir la puerta de mi casa y saqué la cabeza por la abertura. Y con gran sorpresa mía, vi apoyado en su báculo un mendigo viejo que desde la muralla de enfrente decía, hablando consigo mismo: "¡Qué estrépito produce esta tempestad! ¡El viento se lleva mi voz, e impide que me oiga la gente! ¡Qué desgracia la del pobre ciego! ¡Si canta, no le escuchan! ¡Y si no canta, se muere de hambre!" Y habiendo dicho estas palabras, el viejo ciego empezó a tantear el suelo con su báculo, arrimado al muro, para proseguir su camino.
Entonces le dije, asombrado y encantado a la vez por aquel encuentro fortuito: "¡Oh tío mío! ¿es que sabes cantar?" El contestó: "Tengo fama de saber cantar". Y le dije: "En ese caso, ¡oh jeique! ¿quieres acabar tu noche con nosotros y regocijarnos con tu compañía?"
El me contestó: "¡Si lo deseas, cógeme de la mano, porque soy ciego de ambos ojos!" Y le cogí de la mano, y después de introducirle en la casa cerrando la puerta cuidadosamente, dije a mi amiga: "¡Oh dueña mía, te traigo un cantor que además está ciego! Podrá complacernos sin ver lo que hacemos. Y no tendrás que estar incómoda ni que velarte el rostro". Ella me dijo: "¡Date prisa a hacerle entrar!" Y le hice entrar.
Empecé primero por invitarle a sentarse delante de nosotros, y le convidé a comer algo. Y comió muy delicadamente con la punta de los dedos. Y cuando hubo acabado y se hubo lavado las manos, le presenté las bebidas, y bebióse tres copas llenas, y entonces me preguntó: "¿Puedes decirme en casa de quién me encuentro?" Yo contesté: "¡En casa de Ishak, hijo de Ibrahim de Mossul!" Pero mi nombre no le asombró con exceso; y se limitó a contestarme: "¡Ah si, ya he oído hablar de ti! Y me alegro de encontrarme en tu casa". Yo le dije: "¡Oh mi señor, estoy verdaderamente contento de recibirte en mi casa!"
El me dijo: "¡Entonces ¡oh Ishak! si quieres, déjame oír tu voz, que dicen que es muy hermosa! ¡Porque el huésped debe comenzar por complacer él primero a sus invitados!" Y contesté: "¡Escucho y obedezco!" Y como aquello empezaba a divertirme mucho, cogí mi laúd y lo pulsé, cantando todo lo mejor que pude. Y cuando hube acabado el final, matizándolo en extremo, y se dispersaron los últimos sones, el viejo mendigo tuvo una sonrisa irónica, y me dijo: "¡En verdad, ¡ya Ishak! que te falta poco para ser un músico perfecto y un cantor consumado!"
Pero al oír esta alabanza, que más bien era una censura, me sentí muy empequeñecido a mis propios ojos, y tiré a un lado mi laúd, con disgusto y desaliento. Sin embargo, como no quería ser desconsiderado con mi huésped, no juzgué oportuno responderle, y no dije ya nada. Entonces me dijo él: "¿No canta ni toca nadie? Es que no hay aquí ningún otro?"
Yo dije: "Hay también una esclava joven".
El dijo: "¡Ordénala que cante para que yo la oiga!" Yo dije: "¿Por qué ha de cantar, si ya te basta con lo que oíste?"
El dijo: "¡Que cante, a pesar de todo!"
Entonces, aunque de muy mala gana, mi amiga la joven cogió el laúd, y después de
preludiar diestramente, cantó como mejor supo. Pero el viejo mendigo la interrumpió de pronto, y dijo: "¡Todavía tienes mucho que aprender!" Y mi amiga tiró el laúd lejos de sí furiosa, y quiso levantarse. Y sólo a duras penas conseguí retenerla, echándome a sus pies. Luego me encaré con el mendigo ciego, y le dije: "¡Por Alah, oh huésped mío! ¡nuestra alma no puede dar más que lo suyo! Sin embargo, lo hicimos como mejor sabemos por satisfacerte. ¡Exhibe tú a tu vez, por cortesía, lo que poseas!" Sonrió él con una boca que llegaba de una oreja a otra, y me dijo:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 551ª NOCHE
Ella dijo:
"...Sonrió él con una boca que le llegaba de una oreja a otra, y me dijo: "¡Entonces empieza por traerme un laúd que no haya tocado ninguna mano todavía!" Y abrí una caja, y llevé un laúd completamente nuevo que le puse entre las manos. Y cogió él entre sus dedos la pluma de pato tallada, y rozó ligeramente con ella las cuerdas armoniosas. Y desde los primeros sones, advertí que aquel mendigo ciego era indudablemente el mejor músico de nuestro tiempo. ¡Pero cuál no sería mi emoción y mi admiración cuando le oí ejecutar una pieza de un modo que era desconocido en absoluto para mí, aunque no se me consideraba como ignorante en el arte! Después, con una voz a ninguna otra parecida, cantó estas coplas:
¡Atravesando la sombra espesa, el bienamado sale de su casa y viene a buscarme en medio de la noche!
Y antes de desearme la paz, le oigo llamar y decirme: "¿Puede el bienamado franquear la puerta de su amigo?"
Cuando escuchamos este canto del viejo ciego, yo y mi amiga nos miramos en el límite de la estupefacción. Luego ella se puso roja de cólera y me dijo de manera que yo solo oyese: "¡Oh pérfido! ¿no te da vergüenza haberme traicionado contando a ese viejo mendigo mi visita en los cortos instantes que tardaste en abrir la puerta? ¡En verdad, ¡oh Ishak! que no creí tuviese tu pecho una resistencia tan débil, que no pudiera contener un secreto durante una hora!
¡El oprobio para los hombres que se te asemejan!"
Pero yo le juré mil veces que no había por mi parte ninguna indiscreción, y le dije: "¡Por la tumba de mi padre Ibrahim, te juro que no he dicho nada de semejante cosa a ese viejo ciego!"
Y mi amiga se avino a creerme, y acabó dejándose acariciar y besar por mí, sin temor de que la viese el ciego. Y tan pronto la besaba yo en las mejillas y en los labios, como la hacía cosquillas o la pellizcaba los senos o la mordía en las partes delicadas; y se reía ella extremadamente. Luego me encaré con el viejo tío, y le dije: "¿Quieres cantarnos algo más, ¡oh mi señor!?"
El dijo: "¿Por qué no?" Y cogió de nuevo el laúd y dijo, acompañándose:
¡Ah! ¡con frecuencia recorro embriagado los encantos de mi bienamada, y acaricio con mi mano su hermosa piel desnuda!
¡Tan pronto oprimo las granadas de su pecho de marfil joven, como muerdo a flor de labios las manzanas de sus mejillas! ¡Y vuelvo a comenzar!
Entonces yo, al oír ese canto, no dudé ya de la superchería del falso ciego, y rogué a mi amiga que se tapase el rostro con su velo. Y el mendigo me dijo de pronto: "¡Tengo muchas ganas de orinar! ¿Dónde podré hacerlo?"
Entonces me levanté y salí un momento para ir a buscar una vela con que alumbrarle, y volví para conducirle. Pero cuando entré, no encontré a nadie ya: ¡el ciego había desaparecido con la joven! Y cuando me repuse de mi estupefacción, les busqué por toda la casa, pero no les encontré. Sin embargo, las puertas y las cerraduras de las puertas estaban cerradas por dentro, así es que no supe si se habían marchado saliendo por el techo o por el suelo entreabierto y vuelto a cerrar! Pero después me convencí de que era el propio Eblis quien me había servido de alcahuete antes, y me había arrebatado luego a aquella joven, que no era más que una falsa apariencia y una ilusión.
Luego se calló Schehrazada, tras de contar esta anécdota. Y exclamó el rey Schahriar, en extremo impresionado: "¡Alah confunda al Maligno!" Y al ver que fruncía él las cejas, Schehrazada quiso calmarle, y contó la historia siguiente:
EL FELAH DE EGIPTO Y SUS
HIJOS BLANCOS
He aquí lo que en los libros de las crónicas relata el emir Mohammed, gobernador de El Cairo.
Dice:
Cuando viajaba yo por el Alto Egipto, me alojé una noche en casa de un felah, que era el jeique-al-balad del lugar. Y era un hombre de edad, moreno, de un color extremadamente moreno, con la barba cana. Pero noté que tenía hijos pequeños que eran blancos, de un color muy blanco matizado de rosa en las mejillas, con cabellos rubios y ojos azules. Luego, cuando tras de hacernos una buena acogida y un recibimiento cariñoso, fué él a conversar en nuestra compañía, le dije en son de pregunta: "Oye, amigo, ¿a qué obedece el que, teniendo tú la tez tan morena, tus hijos la tengan tan clara y posean una piel tan blanca y rosa, y ojos y cabellos tan claros?" Y el felah, atrayendo a sí a sus hijos, cuyos finos cabellos se puso a acariciar, me dijo: "¡Oh mi señor! la madre de mis hijos es una hija de los francos, y la compré como prisionera de guerra en tiempos de Saladino el Victorioso, después de la batalla de Hattin, que nos libró para siempre de los cristianos extranjeros usurpadores del reino de Jerusalén. ¡Pero ya hace mucho tiempo de eso, porque fué en los días de mi juventud!"
Y yo le dije: "¡Entonces ¡oh jeique! te rogamos que nos favorezcas con esa historia!" Y dijo el felah: "¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido a los huéspedes! ¡Porque es muy extraña mi aventura con mi esposa, la hija de los francos!"
Y nos contó:
"Debéis saber que tengo oficio de cultivador de lino; mi padre y mi abuelo sembraban lino antes que yo, y por mi abolengo y por mi origen, soy un felah entre los felahs de este país. Y he aquí que un año acaeció que por la bendición, mi lino sembrado, crecido, limpio y perfecto, alcanzó el valor de quinientos dinares de oro. Y como lo ofrecí en el mercado sin hallar provecho, me dijeron los mercaderes: "¡Vé a llevar tu lino al castillo de Acre, en Siria, donde le venderás con mucho beneficio!" Y yo, que les escuché, cogí mi lino y me fui a la ciudad de Acre, que en aquel tiempo estaba entre las manos de los francos. Y efectivamente, empecé con una buena venta, cediendo a corredores la mitad de mi lino, con crédito de seis meses, y me guardé la otra mitad, y me quedé en la ciudad para venderlo al por menor con beneficios inmensos.
Pero un día, mientras estaba yo vendiendo mi lino, fué a mi casa a comprar una joven franca, que llevaba el rostro descubierto y la cabeza sin velos, según costumbre de los francos. Y se erguía ante mí; bella, blanca y linda; y podía yo admirar a mi antojo sus encantos y su frescura
¡Y cuanto más la miraba al rostro, más me invadía la razón el amor! Y tardé mucho en venderle el lino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 552ª NOCHE
Ella dijo:
.. . Y tardé mucho en venderle el lino. Por último, lo envolví y se lo cedí en muy poco. Y se marchó ella, seguida por mis miradas.
Algunos días más tarde, volvió a comprarme lino, y se lo vendí en menos todavía que la primera vez, sin dejarla regatear. Y comprendió que yo estaba enamorado de ella y se marchó; pero fué para volver poco tiempo después, acompañada de una vieja que estuvo presente durante la venta, y que volvió luego con ella cuantas veces la joven tenía necesidad de hacer una compra.
Yo entonces, como el amor se había apoderado por completo de mi corazón, llamé aparte a la vieja, y le dije: "¿Podrías proporcionarme un goce con ella, mediante un regalo para ti?" La vieja me contestó: "Podría procurarte un encuentro para que gozaras; pero ha de ser con la condición de que la cosa permanezca secreta entre nosotros tres: yo, tú y ella; y además, tendrás que gastarte algún dinero".
Contesté: "¡Oh caritativa tía! si mi alma y mi vida debieran ser el precio de sus favores, mi alma y mi vida le daría. ¡Y en cuanto al dinero, poco importa lo que sea!" Y me puse de acuerdo con ella para darle, como comisión, la suma de cincuenta dinares; y se los conté en el momento. Y ultimado de tal suerte el trato, la vieja me dejó para ir a hablar a la joven; y volvió enseguida con una respuesta favorable. Luego me dijo: "¡Oh mi amo! esta joven no dispone de un sitio para semejantes encuentros, porque aun está virgen su persona, y no sabe nada de tales cosas. ¡Es preciso, pues, que la recibas en tu casa, adonde irá a buscarte y se quedará hasta mañana!" Y yo acepté con fervor, y me fui a la casa para preparar lo necesario en cuanto a manjares bebidas y repostería. Y me puse a esperar.
Y pronto vi llegar a la joven franca, y le abrí, y le hice entrar en mi casa. Y como estábamos en verano, lo había yo dispuesto en la terraza todo. Y la invité a sentarse a mi lado, y comí y bebí con ella. Y la casa en que yo me alojaba tenía vistas al mar; y a la luz de la luna estaba hermosa la terraza, y la noche parecía llena de estrellas que reflejábanse en el agua. Y mirando todo aquello, volví sobre mí mismo, y pensé para mi ánima: "¿No te da vergüenza ante Alah el Altísimo rebelarte contra el Exaltado, copulando bajo el cielo y frente al mar, aquí mismo en país extranjero, con esta cristiana que no es de tu raza ni de tu ley?" Y aunque ya me había echado junto a la joven, que se acurrucaba amorosamente contra mí, dije en mi espíritu: "¡Señor, Dios de Exaltación y de Verdad, sé testigo de que con toda castidad me abstengo de esta cristiana hija de los francos!" Y así pensando, volví la espalda a la joven sin ponerla la mano encima: y me dormí bajo la grata claridad del cielo.
Llegada que fué la mañana, la joven franca se levantó sin decirme una palabra y se fué muy apesadumbrada. Y yo me volví a mi tienda, donde hube de dedicarme a vender mi lino como de costumbre. Pero hacia mediodía, acertó a pasar por delante de mi tienda la joven, acompañada de la vieja y con cara de enfado; y de nuevo la deseé con todo mi ser hasta morir. Pues ¡por Alah! era ella como la luna; y no pude resistir a la tentación; y pensé, golosamente: "¿Quién eres ¡oh felah! para refrenar así tu deseo por semejante jovenzuela? ¿Acaso eres un asceta, o un sufi, o un eunuco, o un castrado, o uno de los insensibles de Bagdad o de Persia? ¿No vienes de la raza de los potentes felahs del Alto Egipto, o quizá tu madre se olvidó de amamantarte?"
Y sin más ni más, eché a correr detrás de la vieja, y llamándola aparte, le dije: "¡Quisiera otro encuentro!" Ella me dijo: "¡Por el Mesías, que ahora la cosa no es posible más que mediante cien dinares!" Y en el momento conté los cien dinares de oro y se los entregué. Y por segunda vez fué a mi casa la joven franca. Pero ante la belleza del cielo desnudo, tuve yo los mismos escrúpulos, y no me aproveché de esta nueva entrevista más que de la primera, y con toda castidad me abstuve de la jovenzuela. Y poseída de un violento despecho, ella se levantó de mi lado, salió y se marchó.
Pero de nuevo al día siguiente, cuando pasaba ella por delante de mi tienda, sentí en mí los mismos movimientos, y me palpitó el corazón, y fui en busca de la vieja y le hablé de la cosa. Pero ella me miró con cólera y me dijo: "¡Por el Mesías, oh musulmán! ¿Es así como tratan a las vírgenes los de tu religión? ¡Jamás podrás ya gozar de ella, a menos que me des por esta vez quinientos dinares!"
Luego se fué.
Naturalmente, yo, todo tembloroso de emoción y sintiendo arder en mí la llama del amor,
resolví juntar el importe de todo mi lino y sacrificar por mi vida los quinientos dinares de oro. Y después de envolverlos en una tela, me disponía a llevárselos a la vieja, cuando de improviso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 553ª NOCHE
Ella dijo:
"...me disponía a llevárselos a la vieja, cuando de improviso oí que el pregonero público gritaba: "¡Hola! ¡Asamblea de los musulmanes, vosotros los que vivís en nuestra ciudad para desarrollar vuestros negocios, sabed que han terminado la paz y la tregua que con
vosotros acordamos! ¡Y se os da una semana de plazo para que pongáis en orden vuestros asuntos y abandonéis nuestra ciudad y regreséis a vuestro país!"
Entonces yo, al oír este aviso, me apresuré a vender el lino que me quedaba, reuní el dinero que importaba lo que había dado a crédito, compré mercancías de fácil venta en nuestros países y reinos, y abandonando la ciudad de Acre partí con mil penas y sentimientos en el corazón por aquella joven cristiana que se había apoderado de mi espíritu y de mi pensamiento.
Y he aquí que fui a Damasco, en Siria, donde vendí mis mercancías de Acre con grandes beneficios y provechos, pues estaban interrumpidas las comunicaciones con el alzamiento de armas. E hice muy buenos negocios comerciales, y con ayuda de Alah (¡exaltado sea!) prosperó todo entre mis manos. Y de tal suerte me fué dable comerciar en grande muy provechosamente con las jóvenes cristianas cautivas, tomadas en la guerra. Y habían transcurrido así tres años desde mi aventura de Acre, y poco a poco comenzaba a endulzarse la amargura de mi brusca separación de la joven franca.
Por lo que a nosotros respecta, seguimos alcanzando grandes victorias sobre los francos, tanto en el país de Jerusalén como en el país de Siria. Y con ayuda de Alah, después de muchas batallas gloriosas, el sultán Saladino acabó por vencer completamente a los francos y a todos los infieles; llevó cautivos a Damasco a los reyes de éstos y a sus jefes, a los cuales había hecho prisioneros tras de tomar todas las ciudades costeras que poseían y pacificar todo el país. ¡Gloria a Alah!
Entretanto, iba yo un día a vender una hermosísima esclava en las tiendas donde acampaba todavía el sultán Saladino. Y le enseñé la esclava, que quiso comprar él. Y se la cedí por cien dinares solamente. Pero el sultán Saladino (¡Alah le tenga en su misericordia!) no poseía encima más que noventa dinares, porque empleaba todo el dinero del tesoro en llevar a buen término la guerra contra los descreídos. Entonces, encarándose con uno de sus guardias, le dijo el sultán Saladino: "¡Conduce a este mercader a la tienda en que están reunidas las jóvenes prisioneras llegadas últimamente, y que escoja entre ellas la que más le guste para reemplazar los diez dinares que le debo!" Así obraba en su justicia el sultán Saladino.
El guardia me llevó, pues, a la tienda de las cautivas francas, y al pasar por entre aquellas jóvenes, reconocí, precisamente en la primera con quien se tropezó mi mirada, a la joven franca de quien estuve tan enamorado en Acre. Y entonces era la esposa de un jefe, de caballería de los francos. Y he aquí que al reconocerla, la rodeé con mis brazos para posesionarme de ella, y dije: "¡Quiero ésta!"
Y la cogí, y me marché.
Llevándomela a mi tienda a la sazón, le dije: "¡Oh, jovenzuela! ¿No me reconoces?" Ella me contestó: "¡No, no te reconozco!" Yo le dije: "¡Soy tu amigo, el mismo a cuya casa fuiste en Acre por dos veces merced a la vieja, a la que una vez hube de dar cincuenta dinares y cien dinares la otra vez, absteniéndose de ti con toda castidad y dejándote partir, muy pesarosa, de su casa! ¡Y el mismo que quería tenerte en su poder una tercera noche por quinientos dinares, cuando ahora el sultán te cede a él por diez dinares!"
Ella bajó la cabeza, y levantándola de pronto, dijo: "¡Lo pasado será, para en lo sucesivo, un
misterio de la fe islámica, pues yo alzo el dedo y atestiguo que no hay más Dios que Alah, y que Mahomed es el enviado de Alah!" Y pronunció así oficialmente el acto de nuestra fe, ¡y en el momento se ennobleció con el Islam!
Entonces pensé yo, por mi parte: "¡Por Alah!, ¡que esta vez no penetraré en ella hasta que la haya libertado y me haya casado con ella legalmente!" Y al momento fui en busca del kadí lbn-Scheddad, a quien puse al corriente de todo el particular, y que fué a mi tienda con los testigos para extender mi contrato de matrimonio.
Entonces penetré en ella. Y se quedó encinta de mí. Y nos establecimos en Damasco.
Habían transcurrido de tal suerte algunos meses, cuando llegó a Damasco un embajador del rey de los francos, enviado cerca del sultán Saladino, en demanda del cambio de prisioneros de guerra con arreglo a las cláusulas estipuladas entre los reyes. Y todos los prisioneros, hombres y mujeres, fueron escrupulosamente devueltos a los francos a cambio de prisioneros musulmanes. Pero cuando el embajador franco consultó su lista, notó que del total faltaba aún la mujer del jinete franco, aquél que era el primer marido de mi esposa. Y el sultán envió a sus guardias a buscarla por todas partes, y acabaron por decirle que estaba en mi casa. Y los guardias fueron a reclamármela. Y se me mudó el color, y fui llorando en busca de mi esposa, a la que puse al corriente de lo sucedido. Pero ella se levantó y me dijo: "¡Llévame a presencia del sultán, a pesar de todo! ¡Yo sé lo que tengo que decir entre sus manos!"
Así, pues, cogiendo a mi esposa, la conduje, velada, a la presencia del sultán Saladino; y vi que el embajador de los francos estaba sentado al lado suyo, a su derecha.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 554ª NOCHE
Ella dijo:
"...y vi que el embajador de los francos estaba sentado al lado suyo, a la derecha.
Entonces besé la tierra entre las manos del sultán Saladino, y le dije: "¡He aquí la mujer consabida!" Y se encaró él con mi esposa, y le dijo: "¿Qué tienes que decir? ¿Quieres ir a tu país con el embajador, o prefieres permanecer aquí con tu marido?"
Ella contestó: "¡Me quedo con mi esposo, porque soy musulmana y estoy encinta de él, y la paz de mi alma no se halla entre los francos!"
Entonces el sultán se encaró con el embajador, y le dijo: "¿Lo has oído? ¡No obstante, háblale tú mismo, si quieres!"
Y el embajador de los francos hizo advertencias y amonestaciones a mi esposa, y acabó por decirle: "¿Prefieres quedarte con tu marido el musulmán o volver junto al jefe de caballería de los francos?"
Ella contestó: "¡No me separaré de mi esposo el egipcio, porque la paz de mi alma se halla entre los musulmanes!"
Y el embajador, muy contrariado, dió con el pie en el suelo, y me dijo: "¡Llévate, entonces, esa mujer!"
Y cogí de la mano a mi esposa y saliendo de la audiencia con ella, nos llamó de improviso el embajador y me dijo: "¡La madre de tu esposa, que es una franca vieja que habita en Acre, me ha entregado para su hija este fardo que ves aquí!" Y me entregó el fardo, y añadió: "¡Y me ha encargado esa señora que dijera a su hija que esperaba encontrarla con buena salud!"
Cogí, pues, el fardo, y volví a casa con mi esposa. ¡Y cuando abrimos el fardo, hallamos en él las vestiduras que mi esposa llevaba en Acre, además de los primeros cincuenta dinares que yo le había dado y de los otros cien dinares del segundo encuentro; anudados en el mismo pañuelo y con el nudo que yo mismo hice! ¡Entonces advertí en aquello la bendición que me había traído mi castidad, y di gracias a Alah!
Más adelante me traje a mi mujer, la franca convertida en musulmana, a Egipto, aquí mismo. Y ella es ¡oh huéspedes míos! quien me ha hecho padre de estos hijos blancos que bendicen a su Creador. ¡Y hasta hoy hemos vivido en nuestra unión, comiendo el pan que hemos cocido antes! ¡Y tal es mi historia! ¡Pero Alah es más sabio! "
Y después de contar esta anécdota, se calló Schehrazada. Y el rey Schahriar dijo: "¡Qué dichoso es ese felah, Schehrazada!"
Y dijo Schehrazada: "¡Sí, ¡oh rey! pero no es sin duda más de lo que fue Califa el pescador con los monos marinos y el califa!"
Y preguntó el rey Schahriar: "¿Y cómo es esa HISTORIA DE CALIFA Y DEL CALIFA?"
Schehrazada contestó: "¡Voy a contártela en seguida!"
HISTORIA DE CALIFA Y DEL CALIFA