El hombre bueno y el hombre malo.
Aunque se sabe que Ninguno hay bueno sino uno: Dios. También se sabe que el hombre “bueno”, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca... Después de aclarado el titulo les contaré una Historia:
Una vez hablaban entre sí dos campesinos pobres; uno de ellos vivía a
fuerza de mentiras, y cuando se le presentaba la ocasión de robar algo no la
desperdiciaba nunca; en cambio, el otro, temeroso de Dios y de estrecha
conciencia, se esforzaba por vivir con el modesto fruto de su honrado trabajo. En
su conversación, empezaron a discutir; el primero quería convencer al otro de que
se vive mucho mejor atendiendo sólo a la propia conveniencia, sin pararse en delito
más o menos; pero el otro le refutaba, diciendo: –De ese modo no se puede vivir
siempre; tarde o temprano llega el castigo. Es mejor vivir honradamente aunque se
padezca miseria.
Discutieron mucho, pues ninguno de los dos quería ceder en su opinión, y al
fin decidieron ir por el camino real y preguntar su parecer a los que pasasen.
Iban andando cuando encontraron a un labrador que estaba labrando el
campo; se acercaron a él y le dijeron: –Dios te ayude, amigo. Dinos tu opinión
acerca de una discusión que tenemos. ¿Cómo crees que hay que vivir,
honradamente o inicuamente?
–Es imposible vivir honradamente –les contestó el labrador–; es más fácil
vivir inicuamente. El hombre honrado no tiene camisa que ponerse, mientras que
la iniquidad lleva botas de montar. Ya veis: nosotros los labradores y campesinos tenemos que
trabajar todos los días para nuestro señor, y en cambio no tenemos tiempo para
trabajar para nosotros mismos. Algunas veces tenemos que fingirnos enfermos
para poder ir al bosque a coger la leña que nos hace falta, y aun esto hay que
hacerlo de noche porque es cosa prohibida.
–Ya ves –dijo el Hombre Malo al Bueno–: mi opinión es la verdadera.
Continuaron el camino, anduvieron un rato y encontraron a un comerciante
que iba en su trineo.
–Párate un momento y permítenos una pregunta: ¿Cómo es mejor vivir,
honradamente o inicuamente?
–¡Oh amigos! Es difícil vivir honradamente; a nosotros los comerciantes nos
engañan, y por ello tenemos que engañar también a los demás.
–¿Has oído? Por segunda vez me dan la razón –dijo el Hombre Malo al
Bueno.
Al poco rato encontraron a un señor que iba sentado en su coche.
–Detente un minuto, señor. Danos tu opinión sobre nuestra disputa.
¿Cómo se debe vivir, honradamente o inicuamente?
–¡Vaya pregunta! Claro está que inicuamente. ¿Dónde está la justicia? Al
que pide justicia le dicen que es un picapleitos y lo destierran.
–Ya ves –dijo el Hombre Malo al Bueno–: todos me dan la razón.
–No me convencéis –contestó el Bueno–; hay que vivir como Dios manda;
suceda lo que suceda no cambiaré de conducta.
Se fueron ambos en busca de trabajo, y durante mucho tiempo anduvieron
juntos. El Malo sabía halagar a la gente y se las arreglaba muy bien; en todas partes
le daban de comer y de beber sin cobrarle nada y hasta le proveían de pan en tal
abundancia que siempre llevaba consigo una buena reserva. El Bueno, no
poseyendo la lengua bífida de su compañero, era muy desgraciado, y sólo a fuerza de
trabajar mucho conseguía un poco de agua y un pedazo de pan; pero estaba
siempre contento a pesar de que su compañero no dejaba de burlarse de su
inocencia.
Un día, mientras caminaban por el camino ecuestre, el Bueno sintió gran hambre y
dijo a su compañero: –Dame un pedacito de pan.
–¿Qué me darás por él? –Le preguntó el Malo.
–Pídeme lo que quieras.
–Bueno, te quitaré un ojo.
Y como el Bueno tenía mucha hambre, consintió; el Malo le quitó un ojo y
le dio un pedacito de pan. Siguieron andando, y al cabo de un buen rato el Bueno
tuvo otra vez hambre y pidió al Malo que le diese otro poco de pan; pero éste le
dijo: –Déjame sacarte el otro ojo.
–¡Oh amigo, ten compasión de mí! ¿Qué haré si me quedo ciego?
–¿Qué te importa? A ti te basta con ser bueno, mientras que yo vivo
inicuamente.
¿Qué hacer? Era imposible resistir un hambre tan grande, y al fin el Bueno
dijo:
–Quítame el otro ojo si no temes la ira de Dios.
El Malo le vació el otro ojo, le dio un pedacito de pan y luego lo dejó en
medio del camino, diciéndole:
–¿Crees que te voy a llevar siempre conmigo? ¡No eres más que una mala carga, la que me
echaba encima! ¡Adiós!
El ciego comió el pan y empezó a andar a tientas pensando en llegar a un
pueblo cualquiera donde le socorriesen. Anduvo, anduvo hasta que perdió el
camino, y no sabiendo qué hacer empezó a rezar: –¡Señor, no me abandones! ¡Ten
piedad de mí, que soy alma pecadora!
Rezó con mucho fervor, y de pronto oyó una voz misteriosa que le decía: –
Camina hacia tu derecha y llegarás a un bosque en el que hay una fuente, a la que te
guiará el oído porque es muy ruidosa. Lávate los ojos con el agua de esa fuente y
Dios te devolverá la vista. Entonces verás allí un roble enorme; súbete a él y
aguarda la llegada de la noche.
El ciego torció a su derecha, llegó con gran dificultad al bosque, sus pies
encontraron una vereda y siguió por ella, guiado por el rumor del agua, hasta llegar
a la fuente. Cogió un poco de agua, y apenas se mojó las cuencas vacías de sus ojos
recobró la vista. Miró alrededor suyo y vio un roble enorme, al pie del cual no
crecía la hierba y la tierra estaba pisoteada; se subió por el roble hasta llegar a la
cima, y escondiéndose entre las ramas se puso a aguardar que fuese de noche.
Cuando ya la noche era obscura vinieron volando los espíritus del mal, y
sentándose al pie del roble empezaron a vanagloriarse de sus hazañas, contando
dónde habían estado y en qué habían empleado el tiempo.
Uno de los diablos, dándose cuenta del hombre, para que escuche y engañarlo le dijo al otro diablo: –He estado en el palacio de la hermosa zarevna.
Hace ya diez años que estoy atormentándola; todos han intentado echarme del
palacio, pero no logran realizarlo. Sólo me podrá echar de allí el que consiga una
imagen de la Virgen Santísima que posee un rico comerciante.
Al amanecer, cuando los diablos se fueron volando por todas partes, el
Hombre Bueno bajó del árbol y se fue a buscar al rico comerciante que tenía la
imagen. Después de buscarlo bastante tiempo, lo encontró y le pidió trabajo,
diciéndole: –Trabajaré en tu casa un año entero sin que me des ningún jornal; pero
al cabo del año dame la imagen que posees de la Santísima Virgen.
El comerciante aceptó el trato y el Hombre Bueno empezó a trabajar como
jornalero, esforzándose en hacerlo todo lo mejor posible, sin descansar ni de día ni
de noche, y al acabar el año pidió al comerciante que le pagase su cuenta; pero éste
le dijo: –Estoy contentísimo con tu trabajo, pero me da lástima darte la imagen;
prefiero pagarte en dinero.
–No –contestó el campesino–. No necesito tu dinero; págame según
convinimos.
–De ningún modo –exclamó el comerciante–; trabaja en mi casa un año más
y entonces te daré la imagen.
No había más remedio que aceptar tal decisión, y el Hombre Bueno se
quedó en casa del comerciante trabajando otro año.
Al fin llegó el día de pagarle la
cuenta; pero por segunda vez se negó el comerciante a darle la imagen.
–Prefiero recompensarte con dinero –le dijo–, y si insistes en recibir la
imagen, quédate como jornalero un año más.
Como es difícil tener razón cuando se discute con un hombre rico y
poderoso, el campesino tuvo que aceptar las condiciones propuestas; se quedó en
casa del comerciante un año más, trabajando como jornalero con más celo aún que
los dos anteriores.
Acabado el tercer año, el comerciante tomó la imagen y se la entregó
al campesino, diciéndole así: –Tómala, hombre honrado, tómala, que bien ganada
la tienes con tu trabajo. Vete con Dios.
El campesino cogió la imagen de la Santísima Virgen, se despidió del
comerciante y se dirigió a la capital del reino, donde el espíritu del mal atormentaba
a la hermosa zarevna. Anduvo largo tiempo, y en el camino por el cansancio se durmió soñando algo muy importante, en sueños oyó la misma voz misteriosa que le condujo a la fuente donde recobró la vista y le dijo “¡hasta cuándo serás tan inocente, consentidor y tonto!, las desgracias están sobre ti por falta de sabiduría al no tener verdadero temor de Dios, se inteligente y apartarte del mal, mas debes entender que la vara y la corrección dan sabiduría; Mas el hombre consentido avergonzará a su madre. Mas ahora no te rindas, haz el bien solamente, ten fe y cree en Jesús solamente, más para librar a la zarevna del demonio que la atormenta, cuando lo veas dile; “En el nombre de Jesús te echo fuera demonio” ya que no hay demonio que desobedezca al Hijo de Dios, si entendiste lo más importante desde ahora se prudente como serpiente y sencillo como paloma, y teme a Dios y apartarte del mal que él frustrará los pensamientos de tus enemigos astutos, para que sus manos no hagan nada; guárdate de los hombres malos y ociosos, no compartas sus veredas. Y entendiéndolo todo muy bien y principalmente lo más importante, contestó el hombre bueno , -yo no fui bueno sino tonto al ser engañado por el hábil hombre malo, el rico y poderoso comerciante y el demonio del Roble. Y en cuanto despertó desechó la imagen y continuó su camino, por fin llegó y empezó a decir a los vecinos: –Yo sé cómo curar a vuestra zarevna.
Inmediatamente lo llevaron al palacio del zar y le presentaron a la joven y
enferma zarevna.
Una vez allí, solo con la zarevna y con la fe en Jesús ordenó al demonio atormentador, “¡En el nombre de Jesús te echo fuera demonio!”. Apenas oyó las palabras pronunciadas el Demonio se marchó, expulsado por la boca el espíritu del mal en forma de una burbuja; la enfermedad desapareció y la hermosa joven se puso sana, alegre y contenta.
El zar y la zarina se pusieron contentísimos, y en su júbilo no sabían con qué
recompensar al médico: le proponían joyas, rentas y títulos nobiliarios, pero el
Hombre Bueno contestó: –No, no necesito nada. Ahora lo tengo todo.
Desde entonces el campesino Bueno vivió sin necesidad con el favor del omnipotente y luego de un tiempo la zarevna se enamoró de él y se casaron.
El zar dispuso que se celebrase la boda con gran pompa y en
medio de grandes festejos, el hombre bueno llevaba magníficos vestidos y comía en compañía del zar y de toda la familia real.
Transcurrido algún tiempo, el Hombre Bueno dijo al zar y la zarina: –
Iré a mi aldea; tengo allí a mi madre, que es una pobre viejecita, y
quisiera verla.
El zar y la zarina aprobaron la idea; la zarevna quiso ir con él y se fueron
juntos en un coche del zar, tirado por magníficos caballos.
En el camino tropezaron con el Hombre Malo. Al reconocerle, el yerno del
zar le habló así: –Buenos días. ¿No me reconoces? ¿No te acuerdas de
cuando discutías conmigo sosteniendo que se obtiene más provecho viviendo
inicuamente que trabajando honradamente?
El Hombre Malo quedó asombrado al ver que el Bueno era yerno del zar y
que había recuperado los ojos que él le había quitado. Tuvo miedo, y no sabiendo
qué decir, permaneció silencioso.
–No tengas miedo –le dijo el Hombre Bueno–; yo no guardo rencor nunca a
Nadie y menos ahora.
Y le contó todo: lo de la voz misteriosa y la fuente de agua donde Dios le hizo recobrar la
vista, lo del enorme roble, sus trabajos en casa del comerciante, el conveniente e importante sueño y por fin, su boda con la hermosa zarevna. El Hombre Malo escuchó todo con gran interés sin embargo creyó que la fuente maravillosa fue la que le devolvió la vista en lugar de Dios, olvidando lo más importante optó por ir al bosque a buscar la fuente.
“Quizá –pensó– pueda también encontrar allí mi suerte.”
Se dirigió al bosque, encontró la fuente maravillosa, se lavo la cara y maravillosamente solo su cara se lavo, mas no pasó nada extraordinario. Se subió al enorme roble
y esperó la llegada de la noche. A media noche vinieron volando los espíritus del
mal y se sentaron al pie del árbol; pero percibiendo al Hombre Malo escondido
entre las ramas, se precipitaron sobre él, lo arrastraron al suelo y lo despedazaron. Diciendo este es un hombre malo no tiene a Jesús en su corazón, en su maldad muera ya que ni ora, ni ayuna.
Una vez hablaban entre sí dos campesinos pobres; uno de ellos vivía a
fuerza de mentiras, y cuando se le presentaba la ocasión de robar algo no la
desperdiciaba nunca; en cambio, el otro, temeroso de Dios y de estrecha
conciencia, se esforzaba por vivir con el modesto fruto de su honrado trabajo. En
su conversación, empezaron a discutir; el primero quería convencer al otro de que
se vive mucho mejor atendiendo sólo a la propia conveniencia, sin pararse en delito
más o menos; pero el otro le refutaba, diciendo: –De ese modo no se puede vivir
siempre; tarde o temprano llega el castigo. Es mejor vivir honradamente aunque se
padezca miseria.
Discutieron mucho, pues ninguno de los dos quería ceder en su opinión, y al
fin decidieron ir por el camino real y preguntar su parecer a los que pasasen.
Iban andando cuando encontraron a un labrador que estaba labrando el
campo; se acercaron a él y le dijeron: –Dios te ayude, amigo. Dinos tu opinión
acerca de una discusión que tenemos. ¿Cómo crees que hay que vivir,
honradamente o inicuamente?
–Es imposible vivir honradamente –les contestó el labrador–; es más fácil
vivir inicuamente. El hombre honrado no tiene camisa que ponerse, mientras que
la iniquidad lleva botas de montar. Ya veis: nosotros los labradores y campesinos tenemos que
trabajar todos los días para nuestro señor, y en cambio no tenemos tiempo para
trabajar para nosotros mismos. Algunas veces tenemos que fingirnos enfermos
para poder ir al bosque a coger la leña que nos hace falta, y aun esto hay que
hacerlo de noche porque es cosa prohibida.
–Ya ves –dijo el Hombre Malo al Bueno–: mi opinión es la verdadera.
Continuaron el camino, anduvieron un rato y encontraron a un comerciante
que iba en su trineo.
–Párate un momento y permítenos una pregunta: ¿Cómo es mejor vivir,
honradamente o inicuamente?
–¡Oh amigos! Es difícil vivir honradamente; a nosotros los comerciantes nos
engañan, y por ello tenemos que engañar también a los demás.
–¿Has oído? Por segunda vez me dan la razón –dijo el Hombre Malo al
Bueno.
Al poco rato encontraron a un señor que iba sentado en su coche.
–Detente un minuto, señor. Danos tu opinión sobre nuestra disputa.
¿Cómo se debe vivir, honradamente o inicuamente?
–¡Vaya pregunta! Claro está que inicuamente. ¿Dónde está la justicia? Al
que pide justicia le dicen que es un picapleitos y lo destierran.
–Ya ves –dijo el Hombre Malo al Bueno–: todos me dan la razón.
–No me convencéis –contestó el Bueno–; hay que vivir como Dios manda;
suceda lo que suceda no cambiaré de conducta.
Se fueron ambos en busca de trabajo, y durante mucho tiempo anduvieron
juntos. El Malo sabía halagar a la gente y se las arreglaba muy bien; en todas partes
le daban de comer y de beber sin cobrarle nada y hasta le proveían de pan en tal
abundancia que siempre llevaba consigo una buena reserva. El Bueno, no
poseyendo la lengua bífida de su compañero, era muy desgraciado, y sólo a fuerza de
trabajar mucho conseguía un poco de agua y un pedazo de pan; pero estaba
siempre contento a pesar de que su compañero no dejaba de burlarse de su
inocencia.
Un día, mientras caminaban por el camino ecuestre, el Bueno sintió gran hambre y
dijo a su compañero: –Dame un pedacito de pan.
–¿Qué me darás por él? –Le preguntó el Malo.
–Pídeme lo que quieras.
–Bueno, te quitaré un ojo.
Y como el Bueno tenía mucha hambre, consintió; el Malo le quitó un ojo y
le dio un pedacito de pan. Siguieron andando, y al cabo de un buen rato el Bueno
tuvo otra vez hambre y pidió al Malo que le diese otro poco de pan; pero éste le
dijo: –Déjame sacarte el otro ojo.
–¡Oh amigo, ten compasión de mí! ¿Qué haré si me quedo ciego?
–¿Qué te importa? A ti te basta con ser bueno, mientras que yo vivo
inicuamente.
¿Qué hacer? Era imposible resistir un hambre tan grande, y al fin el Bueno
dijo:
–Quítame el otro ojo si no temes la ira de Dios.
El Malo le vació el otro ojo, le dio un pedacito de pan y luego lo dejó en
medio del camino, diciéndole:
–¿Crees que te voy a llevar siempre conmigo? ¡No eres más que una mala carga, la que me
echaba encima! ¡Adiós!
El ciego comió el pan y empezó a andar a tientas pensando en llegar a un
pueblo cualquiera donde le socorriesen. Anduvo, anduvo hasta que perdió el
camino, y no sabiendo qué hacer empezó a rezar: –¡Señor, no me abandones! ¡Ten
piedad de mí, que soy alma pecadora!
Rezó con mucho fervor, y de pronto oyó una voz misteriosa que le decía: –
Camina hacia tu derecha y llegarás a un bosque en el que hay una fuente, a la que te
guiará el oído porque es muy ruidosa. Lávate los ojos con el agua de esa fuente y
Dios te devolverá la vista. Entonces verás allí un roble enorme; súbete a él y
aguarda la llegada de la noche.
El ciego torció a su derecha, llegó con gran dificultad al bosque, sus pies
encontraron una vereda y siguió por ella, guiado por el rumor del agua, hasta llegar
a la fuente. Cogió un poco de agua, y apenas se mojó las cuencas vacías de sus ojos
recobró la vista. Miró alrededor suyo y vio un roble enorme, al pie del cual no
crecía la hierba y la tierra estaba pisoteada; se subió por el roble hasta llegar a la
cima, y escondiéndose entre las ramas se puso a aguardar que fuese de noche.
Cuando ya la noche era obscura vinieron volando los espíritus del mal, y
sentándose al pie del roble empezaron a vanagloriarse de sus hazañas, contando
dónde habían estado y en qué habían empleado el tiempo.
Uno de los diablos, dándose cuenta del hombre, para que escuche y engañarlo le dijo al otro diablo: –He estado en el palacio de la hermosa zarevna.
Hace ya diez años que estoy atormentándola; todos han intentado echarme del
palacio, pero no logran realizarlo. Sólo me podrá echar de allí el que consiga una
imagen de la Virgen Santísima que posee un rico comerciante.
Al amanecer, cuando los diablos se fueron volando por todas partes, el
Hombre Bueno bajó del árbol y se fue a buscar al rico comerciante que tenía la
imagen. Después de buscarlo bastante tiempo, lo encontró y le pidió trabajo,
diciéndole: –Trabajaré en tu casa un año entero sin que me des ningún jornal; pero
al cabo del año dame la imagen que posees de la Santísima Virgen.
El comerciante aceptó el trato y el Hombre Bueno empezó a trabajar como
jornalero, esforzándose en hacerlo todo lo mejor posible, sin descansar ni de día ni
de noche, y al acabar el año pidió al comerciante que le pagase su cuenta; pero éste
le dijo: –Estoy contentísimo con tu trabajo, pero me da lástima darte la imagen;
prefiero pagarte en dinero.
–No –contestó el campesino–. No necesito tu dinero; págame según
convinimos.
–De ningún modo –exclamó el comerciante–; trabaja en mi casa un año más
y entonces te daré la imagen.
No había más remedio que aceptar tal decisión, y el Hombre Bueno se
quedó en casa del comerciante trabajando otro año.
Al fin llegó el día de pagarle la
cuenta; pero por segunda vez se negó el comerciante a darle la imagen.
–Prefiero recompensarte con dinero –le dijo–, y si insistes en recibir la
imagen, quédate como jornalero un año más.
Como es difícil tener razón cuando se discute con un hombre rico y
poderoso, el campesino tuvo que aceptar las condiciones propuestas; se quedó en
casa del comerciante un año más, trabajando como jornalero con más celo aún que
los dos anteriores.
Acabado el tercer año, el comerciante tomó la imagen y se la entregó
al campesino, diciéndole así: –Tómala, hombre honrado, tómala, que bien ganada
la tienes con tu trabajo. Vete con Dios.
El campesino cogió la imagen de la Santísima Virgen, se despidió del
comerciante y se dirigió a la capital del reino, donde el espíritu del mal atormentaba
a la hermosa zarevna. Anduvo largo tiempo, y en el camino por el cansancio se durmió soñando algo muy importante, en sueños oyó la misma voz misteriosa que le condujo a la fuente donde recobró la vista y le dijo “¡hasta cuándo serás tan inocente, consentidor y tonto!, las desgracias están sobre ti por falta de sabiduría al no tener verdadero temor de Dios, se inteligente y apartarte del mal, mas debes entender que la vara y la corrección dan sabiduría; Mas el hombre consentido avergonzará a su madre. Mas ahora no te rindas, haz el bien solamente, ten fe y cree en Jesús solamente, más para librar a la zarevna del demonio que la atormenta, cuando lo veas dile; “En el nombre de Jesús te echo fuera demonio” ya que no hay demonio que desobedezca al Hijo de Dios, si entendiste lo más importante desde ahora se prudente como serpiente y sencillo como paloma, y teme a Dios y apartarte del mal que él frustrará los pensamientos de tus enemigos astutos, para que sus manos no hagan nada; guárdate de los hombres malos y ociosos, no compartas sus veredas. Y entendiéndolo todo muy bien y principalmente lo más importante, contestó el hombre bueno , -yo no fui bueno sino tonto al ser engañado por el hábil hombre malo, el rico y poderoso comerciante y el demonio del Roble. Y en cuanto despertó desechó la imagen y continuó su camino, por fin llegó y empezó a decir a los vecinos: –Yo sé cómo curar a vuestra zarevna.
Inmediatamente lo llevaron al palacio del zar y le presentaron a la joven y
enferma zarevna.
Una vez allí, solo con la zarevna y con la fe en Jesús ordenó al demonio atormentador, “¡En el nombre de Jesús te echo fuera demonio!”. Apenas oyó las palabras pronunciadas el Demonio se marchó, expulsado por la boca el espíritu del mal en forma de una burbuja; la enfermedad desapareció y la hermosa joven se puso sana, alegre y contenta.
El zar y la zarina se pusieron contentísimos, y en su júbilo no sabían con qué
recompensar al médico: le proponían joyas, rentas y títulos nobiliarios, pero el
Hombre Bueno contestó: –No, no necesito nada. Ahora lo tengo todo.
Desde entonces el campesino Bueno vivió sin necesidad con el favor del omnipotente y luego de un tiempo la zarevna se enamoró de él y se casaron.
El zar dispuso que se celebrase la boda con gran pompa y en
medio de grandes festejos, el hombre bueno llevaba magníficos vestidos y comía en compañía del zar y de toda la familia real.
Transcurrido algún tiempo, el Hombre Bueno dijo al zar y la zarina: –
Iré a mi aldea; tengo allí a mi madre, que es una pobre viejecita, y
quisiera verla.
El zar y la zarina aprobaron la idea; la zarevna quiso ir con él y se fueron
juntos en un coche del zar, tirado por magníficos caballos.
En el camino tropezaron con el Hombre Malo. Al reconocerle, el yerno del
zar le habló así: –Buenos días. ¿No me reconoces? ¿No te acuerdas de
cuando discutías conmigo sosteniendo que se obtiene más provecho viviendo
inicuamente que trabajando honradamente?
El Hombre Malo quedó asombrado al ver que el Bueno era yerno del zar y
que había recuperado los ojos que él le había quitado. Tuvo miedo, y no sabiendo
qué decir, permaneció silencioso.
–No tengas miedo –le dijo el Hombre Bueno–; yo no guardo rencor nunca a
Nadie y menos ahora.
Y le contó todo: lo de la voz misteriosa y la fuente de agua donde Dios le hizo recobrar la
vista, lo del enorme roble, sus trabajos en casa del comerciante, el conveniente e importante sueño y por fin, su boda con la hermosa zarevna. El Hombre Malo escuchó todo con gran interés sin embargo creyó que la fuente maravillosa fue la que le devolvió la vista en lugar de Dios, olvidando lo más importante optó por ir al bosque a buscar la fuente.
“Quizá –pensó– pueda también encontrar allí mi suerte.”
Se dirigió al bosque, encontró la fuente maravillosa, se lavo la cara y maravillosamente solo su cara se lavo, mas no pasó nada extraordinario. Se subió al enorme roble
y esperó la llegada de la noche. A media noche vinieron volando los espíritus del
mal y se sentaron al pie del árbol; pero percibiendo al Hombre Malo escondido
entre las ramas, se precipitaron sobre él, lo arrastraron al suelo y lo despedazaron. Diciendo este es un hombre malo no tiene a Jesús en su corazón, en su maldad muera ya que ni ora, ni ayuna.