LA LUNA MAS BELLA ENTRE TODAS LAS LUNAS
La pequeña Doniazada, que ya no podía resistir más su impaciencia, se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y dijo a Schehrazada: "¡Oh hermana mía, te ruego que nos cuentes la historia prometida cuyo título sólo ya me estremece de placer y emoción!".
Y Schehrazada sonrió a su hermana, y dijo: "¡Aguardo para empezar, la venia del rey!".
Entonces el rey Schahriar, que aquella noche se había dado prisa a hacer su cosa con Schehrazada, por el mucho ardor con que deseaba tal historia, dijo:
"¡Oh Schehrazada, cuando quieras puedes empezar la historia mágica que, según tu promesa, me ha de gustar tanto!"
Y al punto Schehrazada contó la siguiente historia:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que hubo durante la antigüedad del tiempo, en el país de Khaledán, un rey llamado Schahramán, dueño de poderosos ejércitos y de riquezas considerables. Pero este rey, aunque era extremadamente dichoso y tenía setenta favoritas, sin contar sus cuatro mujeres legítimas, sufría en el alma por su esterilidad en cuanto a descendencia, pues había llegado a avanzada edad, y sus huesos y su médula empezaban a adelgazar, y Alah no le dotaba de un hijo que pudiera sucederle en el trono del reino.
Un día se decidió a poner al gran visir al corriente de sus penas ocultas, y habiéndole mandado llamar, le dijo: "¡Oh mi visir, ya no sé a qué atribuir esta esterilidad que me hace padecer enormemente!" Y el gran visir reflexionó durante una hora, al cabo de la cual levantó la cabeza, y dijo al rey: "¡Oh rey, verdaderamente es ésta una cuestión muy delicada, y sólo la puede resolver Alah Todopoderoso! Créeme que, después de haber reflexionado bien, no doy más que con una solución". Y el rey le preguntó: "¿Y cuál es?" El visir contestó: "¡Hela aquí! Esta noche, antes de entrar en el harem, cuida de cumplir escrupulosamente los deberes ordenados por el rito; haz tus abluciones con fervor y somete por medio de la oración tu voluntad a la de Alah el Bienhechor. ¡Y de esa manera, tu unión con una esposa escogida será fertilizada por la bendición!".
Al oír estas palabras de su visir, el rey exclamó: "¡Oh visir de prudente palabra, acabas de indicarme un remedio admirable!" Y dió expresivas gracias al visir por el consejo, y le regaló un ropón de honor. Llegada ya la noche, entró en el departamento de las mujeres, no sin haber cumplido minuciosamente los deberes del rito, y elegió a la más joven de sus mujeres, a la que tenía las caderas más suntuosas, que era una virgen de raza, y se introdujo en ella aquella noche. Y la fecundó en el mismo instante y hora. Y al cabo de nueve meses, día por día, parió la joven un varón, en medio de festejos, y al son de flautas, pífanos y címbalos.
Y el niño que acababa de nacer resultó tan hermoso, y tan semejante era a una luna, que su padre, maravillado, le puso por nombre Kamaralzamán (La Luna del Siglo)
¡Y en verdad que aquel niño era la más bella de las cosas creadas!"
Hubo de comprobarse especialmente cuando llegó a la adolescencia, y la belleza esparció sobre
sus quince años todas las flores que encantan la vista de los humanos. Con la edad, sus perfecciones habían llegado a su límite; sus ojos se habían hecho más mágicos que los de los ángeles Harut y Marut; sus miradas más seductoras que las de Taghut, y sus mejillas más agradables que las anémonas. En cuanto a su cintura, se había hecho más flexible que la caña de bambú y más fina que una hebra de seda. Pero en cuanto a sus nalgas, eran tan pesadas que podían tomarse por una montaña de arena en movimiento, y los ruiseñores se ponían a cantar al verlas.
Así, nada tenía de extraño que su cintura delicadísima se quejara a veces del peso enorme que la seguía, y que a veces, cansada del peso, se enojase con las nálgas.
A todo esto, conservaba tanta frescura como las rosas, y era tan delicioso como la brisa de la tarde. Y precisamente los poetas de su época trataron de expresar de un modo cadencioso la belleza que les pasmaba, y le cantaron en versos numerosos como los siguientes entre otros mil:
Cuando los humanos le ven, exclaman: ¡Mis ojos pueden leer estas palabras que la belleza ha trazado sobre su frente! "¡Afirmo que es el único hermoso!"
¡Cornalinas son sus labios al sonreír; su saliva es miel derretida; sus dientes un collar de perlas; sus cabellos se enroscan junto a sus sienes en rizos negros, como los escorpiones que muerden el corazón de los enamorados!
¡De una recortadura de sus uñas se hizo el cuarto de la luna! ¡Pero su grupa fastuosa que tiembla, los hoyuelos de sus nalgas y la flexibilidad de su cintura, superan ya a toda expresión!
Mucho quería el rey Schahramán a su hijo, hasta tal punto, que no podía separarse de él un momento. Y como tenía que disipar con excesos sus cualidades y su hermosura, deseaba en extremo no morirse sin verle casado, y disfrutar así de su posteridad. Y un día que le preocupaba más que de costumbre tal idea, se la manifestó a su gran visir, que le dijo: "¡La idea es excelente! Porque el matrimonio suaviza el humor".
Entonces el rey Schahramán dijo al jefe de los eunucos: "¡Ve pronto a decir a mi hijo Kamaralzamán que venga a hablar conmigo!"
Y en cuanto el eunuco le transmitió la orden, Kamaralzamán se presentó a su padre, y después de haberle deseado la paz respetuosamente, besó la tierra entre sus manos, con los ojos bajos y en modesta actitud, como cuadra a un hijo sumiso para su padre...
En ese momento de la narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 171ª NOCHE
Ella dijo:
...con los ojos bajos y en modesta actitud, como cuadra a un hijo sumiso para su padre.
Entonces el rey Schahramán le dijo: "¡Oh hijo mío Kamaralzamán: mucho desearía no morirme sin verte casado, para alegrarme contigo y ensancharme el corazón con tu boda!"
Al oír estas palabras de su padre, Kamaralzamán cambió de color, y contestó con voz alterada: "¡Sabe ¡oh padre! que en realidad no siento inclinación alguna al matrimonio, y mi alma no tiene afecto a las mujeres! ¡Pues además de la aversión instintiva que les tengo, he leído en los libros de los sabios tantos ejemplos de sus maldades y perfidias, que llegué a preferir la muerte a su proximidad! Y por otra parte, ¡oh padre mío! escucha lo que a tal respecto dicen nuestros más estimados poetas:
¡Desdichado aquel a quien el destino dota de una mujer! ¡Está perdido, aunque para encerrarse edifique mil fortalezas de piedras unidas con garfios de acero! ¡Como cañas las sacudirían los ardides de esas criaturas!
¡Ah! ¡Desgraciado de ese hombre! ¡La perfidia posee ojos hermosos, alargados con kohl negro, y bellas trenzas abundantes, pero le hará pasar por la garganta tantos pesares, que le cortarán la respiración!
Otro dice:
¡Me interrogáis acerca de esas criaturas que llamáis mujeres! i sabéis que estoy versado en el conocimiento de sus fechorias, y gastado por toda la experiencia que he adquirido!
¿Qué os diré, ¡oh jóvenes!...? ¡Huid de ellas! ¡Ya veis que mi cabeza ha encanecido! ¡Ya podéis adivinar cuáles fueron los resultados de su amor!
Y ha dicho otro:
¡Hasta la virgen que se llama nueva, no es más que un cadaver que ni los buitres querrían!
De noche crees poseerla, porque ha cuchicheado junto a ti mimosamente secretos que no lo son! ¡Qué error! ¡Mañana pertenecerán otro sus muslos y sus partes mejor guardadas.
¡Créeme, ¡oh amigo mío! que es una posada abierta para todo el que llega! ¡Penetra en ella si quieres; pero al día siguiente sal y vete sin volver la cabeza! ¡Deja para otros el sitio que a su vez habrán de abandonar, si conocen la cordura!
"¡De modo, ¡oh padre! que aunque haya de apenarte mucho, no vacilaré en suicidarme si me quieres obligar a que me case!"
Cuando el rey Schahramán oyó estas palabras de su hijo, quedó en extremo confuso y afligido, y la luz se convirtió en tinieblas ante sus ojos. Pero como quería excesivamente a su hijo, y deseaba no ocasionarle penas, se contentó con decirle: "Kamaralzamán, no he de insistir sobre un asunto que, por lo que veo, no te agrada. ¡Pero todavía eres joven, tienes tiempo para reflexionar, así como para pensar en la alegría que me produciría verte casado y con hijos!"
Y aquel día no volvió a hablarle del asunto, sino que le mimó y le hizo buenos regalos, y procedió del mismo modo con él durante un año.
Pero pasado el año, le mandó llamar como la primera vez, y le dijo: "¿Recuerdas, Kamaralzamán, mi ruego, y has reflexionado sobre lo que te pedí, sobre la felicidad que me causaría que te casaras?"
Entonces Kamaralzamán se prosternó delante del rey, su padre, y le dijo: "¡Oh, padre mío! ¿Cómo olvidar tus consejos, ni dejar de obedecerte, cuando el mismo Alah me ordena el respeto y la sumisión? Pero por lo que afecta al matrimonio, he reflexionado todo este tiempo, y estoy más resuelto que nunca a no contraerlo, y más que nunca los libros de antiguos y modernos me enseñan a evitar las mujeres a toda costa, ¡pues son taimadas, necias y repugnantes! ¡Líbreme Alah de ellas, aunque sea preciso que me mate!"
Oídas estas palabras, el rey Schahramán comprendió que sería contraproducente todavía insistir más u obligar a la obediencia a aquel hijo querido. Pero su pesar fué tan grande, que se levantó desolado y mandó llamar aparte al gran visir, a quien dijo: "¡Oh mi visir! ¡Qué locos son los padres que desean tener hijos! ¡Sólo dan penas y decepciones! ¡He aquí que Kamaralzamán está más resuelto aún que el año pasado a huir de las muchachas y del matrimonio! ¡Qué desdicha la mía, oh mi visir! ¿Y cómo la remediaremos?
Entonces el visir inclinó la frente y recapacitó largo rato. Y luego levantó la cabeza, y dijo al rey: "¡Oh rey del siglo! he aquí el remedio que vamos a emplear: ten paciencia un año más, y entonces, en vez
de hablarle de eso en secreto, reúne a todos los emires, visires y grandes de la corte, así como a todos los oficiales de palacio, y delante de todos ellos declárale tu resolución de casarle sin demora.
Y entonces no se atreverá a desobedecerte ante la respetable asamblea, y te contestará oyendo y sometiéndose...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 172ª NOCHE
Ella dijo:
". . . y te contestará oyendo y sometiéndose".
Tanto satisfizo al rey este discurso del visir, que exclamó: "¡Por Alah! ¡Es una idea realizable!"
Y demostró su alegría ofreciendo al visir uno de los más bellos ropones de honor. Después de lo cual tuvo paciencia el tiempo indicado, y mandó reunir entonces la asamblea, ordenando que asistiese a ella su hijo Kamaralzamán. Y el joven entró en la sala, iluminándola con su presencia.
¡Y qué lunar en su barbilla! ¡Y qué perfume, ¡ya Alah! cuando pasaba! Y cuando se vió delante de su padre, besó tres veces la tierra entre sus manos, y se quedó de pie aguardando que su padre le dirigiera la palabra.
El rey le dijo: "¡Oh hijo mío! ¡Sabe que te mandé asistir a esta asamblea sólo para expresarte mi resolución de casarte con una princesa digna de tu çategoría, y alegrarme así con mi posteridad antes de fallecer!"
Cuando Kamaralzamán oyó estas palabras de su padre, sintiáse de improviso atacado por una especie de locura, que le dictó cierta respuesta tan poco respetuosa, que todos los circunstantes bajaron los ojos, cohibidos, y el rey quedó mortificado hasta el límite extremo de la mortificación; y como estaba obligado a poner coto a tamaña insolencia en público, gritó a su hijo con voz terrible: "¡Ahora verás lo que cuesta a los hijos desobedecer a sus padres y no guardarles la consideración debida!" E inmediatamente mandó a los guardias que ataran a Kamaralzamán los brazos a la espalda y le encerraran en la torre vieja de la ruinosa ciudadela contigua al palacio. Lo cual se ejecutó inmediatamente. Y uno de los guardias se quedó a la puerta para vigilar al príncipe, y acudir a su llamamiento en caso de necesidad.
Cuando Kamaralzamán se vió encerrado de aquel modo, se entristeció mucho, y dijo para sí: "Acaso más me habría valido obedecer a mi padre y casarme contra mi gusto para complacerle. ¡Siquiera así habría evitado darle tal pena, y que me encerraran en esta especie de calabozo, en lo más alto de esta torre vieja! ¡Ah, malditas mujeres, hasta de mi infortunio sois la principal causa!"
Esto en cuanto a Kamaralzamán.
Pero con respecto a Schahramán, se retiró a sus aposentos, y al pensar que su hijo, al cual quería tanto, estaba en aquel momento solo, triste y encerrado, y quizá desesperado, empezó a lamentarse y a llorar. Porque su cariño al hijo era grandísimo, y le hacía olvidar la insolencia de que en público habíase hecho reo.
Y se enfureció mucho contra el visir, que fué quien le instigó a reunir la asamblea, por lo que le mandó llamar y le dijo: "¡Tú eres el mayor culpable! ¡A no ser por tu malhadado consejo, no me habría visto obligado a ser riguroso con mi hijo! ¡Vamos, habla! ¿Qué tienes que contestarme? Y dime cómo nos conduciremos en lo sucesivo. ¡Porque yo no puedo acostumbrarme a la idea del castigo que a estas horas está sufriendo todavía mi hijo, la llama de mi corazón!"
Entonces el visir le dijo: "¡0h rey, ten paciencia, dejándole solo quince días encerrado, y verás cómo se apresura a someterse a tu deseo!" El rey dijo: "¿Estás bien seguro?"
El visir dijo: "¡Ciertamente!" Entonces el rey exhaló varios suspiros, y fué a tenderse en la cama, y pasó una noche de insomnio, por lo mucho que penaba su corazón a causa de aquel único hijo que era su mayor alegría. Y durmió menos, porque estaba acostumbrado a que su hijo durmiera a su lado, en la misma cama, y a ponerle su propio brazo por almohada, velándole así personalmente el sueño. De modo que aquella noche, por más vueltas y revueltas que dió en todos sentidos, no pudo cerrar los ojos. Eso en cuanto al rey Schahramán.
Y volvamos al príncipe Kamaralzamán.
Al caer la noche, el esclaso encargado de guardar la puerta entró con un candelabro encendido que dejó a los pies del lecho, pues había cuidado de arreglar en aquella habitación una cama bien acondicionada para el hijo del rey; y verificado esto, se retiró.
Entonces Kamaralzamán se levantó, hizo sus abluciones, recitó algunos capítulos del Korán, y pensó en desnudarse para pasar la noche. Se quitó, pues, toda la ropa, sin dejar puesta más que la camisa encima del cuerpo, y se puso a la cabeza un pañuelo de seda azul. Y más que nunca parecía así tan hermoso como la luna de la noche 14. Se tendió entonces en la cama y aunque desconsolado con la idea de haber enojado a su padre, no tardó en dormirse profundamente.
Pero no sabía, ni podía figurárselo, lo que iba a ocurrir aquella noche, en aquella torre vieja, frecuentada por los genios del aire y de la tierra.
En efecto...
En este punto de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 176ª NOCHE (#)
(#)Como las noches anteriores ocupan cada una pocos renglones en el texto árabe, he suprimido las indicaciones de su orden numérico para no interrumpir el relato con demasiada frecuencia. Lo mismo procederé en adelante, siempre que se presente el mismo caso. (N. del T.)
Ella dijo:
En efecto, la torre en que se había encerrado a Kamaralzamán estaba abandonada de muchos años atrás, y databa del tiempo de los antiguos romanos; y al pie de la torre había un pozo, también antiquísimo y de construcción romana. Y aquel pozo era precisamente el que servía de habitación a una efrita joven, llamada Maimuna.
La efrita Maimuna, de la posteridad de Eblis, era hija del poderoso efrit Domriatt, jefe principal de los genios subterráneos. Maimuna era una efrita muy agradable, creyente, sumisa, ilustre entre todas las hijas de los genios por sus propias virtudes y las de su ascendencia, famosa en las regiones de lo desconocido.
Sobre las doce de aquella noche, la efrita Maimuna salió del pozo, según solía, a tomar el fresco, y voló ligera hacia los estados del cielo, para dirigirse desde allí al lugar hacia el cual se sintiera atraída. Y al pasar por cerca de la techumbre de la torre, se asombró de ver luz en un sitio en que desde hacía largos años nunca había visto nada.
Dijo, pues, para sí: "¡Seguramente que esa luz está ahí por algo! ¡He de entrar dentro a ver lo que es!"
Entonces dió un rodeo y penetró en la torre, y vió al esclavo echado a la puerta; pero sin pararse, pasó por encima y entró en la habitación. ¡Y cual no fué su encantadora sorpresa al ver al joven que estaba echado medio desnudo en la cama! Empezó por pararse de puntillas, y para verle mejor, se acercó sigilosamente, después de haberse bajado las alas, que la molestaban un tanto en aquella habitación tan angosta. Y levantó por completo la colcha que tapaba la cara del joven, y la dejó estupefacta su hermosura.
Así estuvo sin respirar una hora, por temor a despertarle antes de haber podido admirar a su gusto todas las delicadezas que le forma ban, el color delicado de sus mejillas, la tibieza de sus párpados de pestañas llenas de sombra pálida y larguísima, la curva adorable de sus cejas, todo ello, incluso el olor embriagador de su piel y los reflejos dulces de su cuerpo, hubieron de emocionar a la gentil Maimuna, que en toda su vida de excursiones a través de la tierra habitable ,nunca había visto semejante belleza. Ciertamente, bien se le podían aplicar estos versos del poeta:
¡Al contacto de mis labios vi que se ennegrecían sus pupilas, que son mi locura, y se sonrojaban sus mejillas, que son toda mi alma!
Y exclamé: ¡Oh corazón mío! Di a los que se atraven a motejar tu pasión: ¡Oh sensores, enseñadme un objeto tan hermoso como mi bien amado!
Y cuando la efrita Maimuna, hija del efrit Domriatt, sació bien sus ojos con aquel espectáculo maravilloso, alabó a Alah exclamando: ¡Bendito sea el Creador que modela la perfección!"
Después pensó: "¿Y cómo los padres de este adolescente pueden separarse de él para encerrarle solo en esta torre derruída? ¿No temerán los maleficios de los genios malos de mi raza que habitan en los escombros y en los lugares desiertos?
Pero, ¡por Alah! ya que ellos no hacen caso de su hijo, ¡juro otorgarle mi protección y defenderle contra todo efrit que, atraído por sus encantos, quiera abusar de él!"
Después se inclinó sobre Kamaralzamán, y le besó en los labios con gran delicadeza, y en los párpados, y en ambas mejillas, volviendo a taparle con la colcha, sin despertarle, y abrió las alas, volando por la alta ventana hacia el cielo.
Pero al llegar a la región media para tomar el fresco, y cuando se cernía tranquilamente, pensando en el joven dormido, de pronto, y nada lejos, oyó un ruido de precipitado batir de alas que la hizo volverse hacia aquella parte. Y vió que el autor del ruido era el efrit Dahnasch, genio de mala especie, uno de los rebeldes que no acatan ni reconocen la supremacía de Soleimán ben-Daúd.
Y este Dahnasch era hijo de Schamhurasch, el más rápido de los genios en las carreras aéreas.
Cuando Maimuna vió al mal Dahnasch, temió que el bribón vislumbrase la claridad de la torre y perpetrase allí cualquier fechoría, por lo que se arrojó sobre él con un ímpetu semejante al del gavilán,
e iba a alcanzarle y agredirle, cuando Dahnasch le hizo seña de que se rendía a discreción, y le dijo temblando de miedo: "¡Oh poderosa Maimuna, hija del rey de los genios! ¡te conjuro por el Nombre Augusto y por el talismán sagrado del sello de Soleimán, a que no uses de tu poder para hacerme daño! ¡Y por mi parte te prometo no hacer nada reprensible!"
Entonces Maimuna dijo a Dahnasch, hijo de Schamhurasch: "¡Así sea! Me avengo a perdonarte. ¡Pero apresúrate a decirme de dónde vienes a estas horas, qué haces ahí y adónde piensas ir! ¡Y sobre todo, sé verídico en tus palabras, ¡oh Dahnasch! pues si no, estoy dispuesta a arrancarte las plumas de las alas con mis manos, a desollarte y a romperte los huesos, para precipitarte después como una masa! ¡No creas poder librarte con una mentira, ¡oh Dalmasch!"
Entonces el efrit dijo: "¡Oh mi dueña Maimuna! ¡sabe que en este momento me has encontrado muy a propósito para oír cualquier cosa completamente extraordinaria! ¡Pero prométeme siquiera dejarme ir en paz si satisfago tu deseo y darme un salvoconducto que en adelante me resguarde de la mala voluntad de todos los genios, mis enemigos del aire, el mar y la tierra, ya que eres la hija del rey de todos nosotros, Domriatt el formidable!" Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.
Entonces Maimuna, hija de Domriatt, dijo: "¡Te lo prometo por la gema grabada con el sello de Soleimán ben-Daúd (¡sobre entrambos la oración y la paz!). Pero habla, por fin, pues presiento que tu
aventura es muy extraña". Entonces el efrit Dahnasch acortó la carrera, giró sobre sí mismo, y fue a colocarse al lado de Maimuna.
Después contó del modo siguiente su aventura:
"Sabe, ¡oh gloriosa Maimuna! que vengo en este momento del fondo de un interior lejano, de los extremos de la China, país en que reina el Gran Ghayur, señor de El-Budur y de El-Kussur, en donde se yerguen en derredor numerosas torres y se encuentran su corte, sus mujeres con sus adornos y sus guardias en las encrucijadas y en todo el contorno. ¡Y allí han visto mis ojos la cosa más hermosa de todos mis viajes y mis jiras, su hija única, El-Sett Budur!
"Y como le es imposible a mi lengua, aun exponiéndose a criar pelo, el pintarte la belleza de esa princesa, me contentaré con enumerarte sencillamente sus cualidades de un modo aproximado. Escucha, pues, ¡oh Maimuna! "¡Te hablaré de su cabellera! ¡Luego te describiré su rostro! ¡Luego sus mejillas, luego sus labios, su saliva, su lengua, su garganta, sus pechos, su vientre, sus caderas, sus nalgas, su centro, sus muslos, y por fin sus pies, oh Maimuna!
" ¡ Bismilah !
"¡Oh su cabellera, señora mía! ¡Es tan oscura, que resulta más negra que la separación de los amigos! ¡Y cuando se reparte en tres trenzas, que descienden hasta sus pies, creo ver tres noches y a un tiempo!
"¡Y su rostro! ¡Es tan blanco como el día en que se encuentran los amigos! ¡Si lo miro en el momento de brillar la luna llena, veo dos lunas a la vez!
"¡Sus mejillas están formadas por una anémona dividida en dos corolas; sus pómulos parecen la misma púrpura de los vinos, y su nariz es más recta y más fina que una hoja de acero escogido!
"¡Sus labios son ágata coloreada y coral; su lengua -cuando la mueve- segrega la elocuencia; y su saliva es más deseable que el zumo de las uvas; apaga la sed más abrasadora! ¡Tal es su boca!
"¡Pero su seno! ¡Bendito sea el Creador! ¡Es una seducción viviente! ¡ Sostiene dos pechos gemelos del marfil más puro, redondos, y que caben en los cinco dedos de la mano!
"¡Su vientre tiene hoyuelos llenos de sombra y colocados con tanta armonía como los caracteres árabes en el sello de un escriba copto de Egipto! ¡Y este vientre da nacimiento a. una cintura elástica ¡ya Alah! y formada...! Pero ¡y sus nalgas!
"¡Sus nalgas! ¡ oh, oh! ¡ me estremezco! ¡Son una masa tan pesada, que obligan a su ama a sentarse cuando se levanta y a levantarse cuando se acuesta. Verdaderamente, ¡oh dueña mía! no puedo darte idea de ellas más que recurriendo a estos versos del poeta!
¡Tiene un trasero enorme y fastuoso, que necesitaría una cintura menos frágil que aquella de que está suspendido!
¡Es, para ella y para mí, origen de torturas incesantes y de alboroto, pues
A ella la obliga a sentarse cuando se levanta, y a mí, cuando pienso en él, me pone el zib siempre erguido!
"¡Tal es su trasero! Y de él se desprenden dos muslos gloriosos, de mármol blanco, sólidos, unidos en lo alto por una corona. Después vienen las piernas y los pies gentiles, y tan pequeños, que me asombra cómo pueden sostener tantos pesos superpuestos.
"En cuanto a su centro, ¡oh Maimuna! a decir verdad, ¡desespero de poder hablarte de él como corresponde, pues es definitivo y absoluto! ¡Por ahora sólo esto mi lengua puede revelarte, ni siquiera por ademanes me sería posible hacerte apreciar todas sus suntuosidades! "¡Y así es, poco más o menos, ¡oh Maimuna! la adolescente princesa El-Sett Budur, hija del rey Ghayur!
En este punto de su relato, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, aplazó la continuación para el siguiente día.
Y CUANDO LLEGO LA 179ª NOCHE
Ella dijo:
"Y así es, poco más o menos, la adolescente princesa Budur, hija del rey Ghayur.
"Pero también he de decirte, ¡oh Maimuna! que el rey Ghayúr amaba en extremo a su hija El-Sett Budur, cuyas perfecciones acabo de enumerarte sencillamente, y la quería con afecto tan vivo, que su
placer era ingeniarse para darle cada día una distracción nueva. Pero como pasado cierto tiempo ya se les agotaron toda clase de diversiones, pensó en darle goces diferentes, construyendo para ella palacios maravillosos. Empezó la serie por la edificación de siete, cada cual de estilo distinto y de diversa materia preciosa. Así, mandó construir el primero todo de cristal, el segundo de alabastro diáfano, el tercero de porcelana, el cuarto de mosaicos de pedrería, el quinto de plata, el sexto de oro y el séptimo sólo de perlas y diamantes. Y el rey Ghayur no dejó de mandar que cada palacio se adornase de la manera más adecuada al estilo de su construcción: reunió en ellos todos los atractivos que pudieran hacer su uso todavía más encantador, cuidando, por ejemplo, y sobre todo, de la belleza de sus estanques y jardines.
"Y para distraer a su hija Budur la hizo habitar en estos palacios, pero sólo un año en cada uno, a fin de que no tuviera tiempo de cansarse y el placer sucediera sin fatiga al placer.
"¡Es natural que en medio de tantas cosas bellas, la belleza de la joven se afinara, y llegara por últirno al estado supremo que hubo de encantarme!
"De tal modo, que no te pasmarás, ¡oh Maimuna! si te digo que todos los reyes vecinos a los Estados del rey Ghayur deseaban ardientemente casarse con la joven de fastuoso trasero. Pero he de apresurarme, no obstante, a tranquilizarte respecto a su virginidad, pues hasta ahora rechazó con horror las proposiciones que su padre le transmitiera, y contentóse con responderle cada vez: "¡Soy mi propia reina y mi única dueña! ¿Cómo he de soportar que un hombre roce un cuerpo que tolera apenas el contacto de la seda?"
"Y el rey Ghayur, que habría preferido la muerte a contrariar a Budur, no encontraba nada que replicar, y se veía forzado a no atender a las peticiones de los reyes vecinos suyos y de los príncipes que
con tal fin iban a su reino desde lo países más remotos. Y un día que un rey joven, más bello y poderoso que los demás, se presentó después de haber enviado muchos regalos preparatorios, el rey Ghayur habló de él a Budur, que, indignada esta vez, estalló en reconvenciones, y exclamó: "¡Ya veo que no me queda más que un medio de acabar con este tormento continuo! ¡Voy a coger ese alfanje que veo ahí, y clavármelo de punta en el corazón para que me salga por la espalda! ¡Por Alah! ¡No tengo otro recurso!" Y como se disponía de veras a emplear tal violencia consigo misma, el rey Ghayur se asustó de tal modo, que sacó la lengua, y sacudió la mano, y puso los ojos en blanco; y después se apresuró a confiar a Budur a diez viejas muy listas y llenas de experiencia, una de las cuales fue la propia nodriza de Budur. Y desde entonces las diez viejas no la dejan un momento y vigilan sucesivamente a la puerta de su habitación".
Y he aquí, ¡oh mi señora Maimuna! el estado actual de las cosas. Y yo no ceso, ciertamente, de ir todas las noches a contemplar la belleza de la princesa y a ensancharme los sentidos viendo sus esplendores. Y puedes creer que no me faltan tentaciones de cabalgarla y deleitarme con su trasero; pero pienso que sería una lástima atentar, a disgusto de la propietaria, contra una suntuosidad tan bien guardada. Sin embargo, ¡oh Maimuna! disfruto algo de ella durante su sueño; la beso, por ejemplo, entre los dos ojos, suavemente, aunque me dan ganas muy grandes de hacerlo con fuerza; pero desconfío de mí mismo, sabiendo que no podré contentarme si empiezo, y prefiero abstenerme del todo por temor de estropear a la joven.
"Te conjuro, pues, ¡oh Maimuna! a que vengas conmigo a ver a mi amiga Budur, cuya belleza te encantará, sin duda alguna, y cuyas perfecciones te garantizo que han de entusiasmarte. ¡Vamos, ¡oh Maimuna! al país del rey Ghayur para admirar a El-Sett Budur!"
Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 180ª NOCHE
Ella dijo:
Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.
Cuando la joven efrita Maimuna hubo oído esta historia, en vez de contestar, se rió burlonamente, dió un aletazo en el vientre al efrit, y escupiéndole en la cara, le dijo: "¡Qué estúpido estás con tu muchacha meona! ¡Y verdaderamente me pregunto cómo te has atrevido a hablarme de ella, cuando debes saber que no podría soportar por un momento la comparación con el hermoso adolescente a quien amo!"
Y el efrit exclamó, limpiándose la cara: "¡Pero ¡oh mi señora! ignoro en absoluto la existencia de tu joven amigo, y con perdón tuyo, no deseo más que verlo, aunque me cuesta mucho trabajo creer que pueda igualar a la hermosura de mi princesa!"
Entonces Maimuna le gritó: "¿Quieres callar, maldito? ¡Te repito que mi amigo es tan hermoso, que si le vieras, aunque fuese en sueños, te daría un ataque de epilepsia y babearías como un camello!"
Y Dahnasch preguntó: "Pero ¿donde está y quién puede ser?" Maimuna dijo: "¡Oh bribón! sabe que está en el mismo caso que tu princesa, y le han encerrádo en la torre vieja a cuyo pie tengo mi morada subterránea. Pero no te forjes la ilusión de que vas a verle sin mí, pues ya conozco tus torpezas, y no te confiaría ni siquiera la custodia del culo de un santón. ¡No obstante, me avengo a consentir en enseñártelo, para saber tu parecer, advirtiéndote que como tengas la audacia de mentir, hablando contra la realidad de lo que vas a ver, te arranco los ojos y te convierto en el más mísero de los genios! ¡Además, me pagarás una buena apuesta si mi amigo resulta más bello que tu princesa; y para ser justa, me comprometo a pagar yo en el caso contrario!"
Y Dahnasch exclamó: "¡Acepto la condición! ¡Ven, pues, conmigo a ver a El-Sett Budur al país de su padre el rey Ghayur!" Pero Maimuna dijo: "¡Acabaremos más pronto yendo a la torre, que está ahí a nuestros pies, para empezar por juzgar la hermosura de mi amigo, y luego compararemos!"
Entonces Dahnasch respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y ambos bajaron en línea recta desde lo alto de los aires hasta la techumbre de la torre, y penetraron por la ventana en el aposento de Kamaralzamán.
Entonces Maimuna dijo al efrit Dahnasch: "¡No te muevas! ¡Y sobre todo, sé correcto!" Después se
acercó al joven dormido, y levantó la sábana que en aquel momento le cubría. Y se volvió hacia Dahnasch y le dijo: "Mira, ¡oh maldito! ¡Y ten cuidado con no caerte todo lo largo que eres!"
Y Dahnasch alargó la cabeza, y retrocedió estupefacto; luego estiró de nuevo el cuello, e inspeccionó largo rato la cara y el cuerpo del hermoso joven, al cabo de lo cual movió la cabeza y dijo: "¡Oh mi señora Maimuna! ¡ya veo que tienes mucha disculpa al pensar que tu amigo es de belleza incomparable, pues en verdad que nunca he visto tantas perfecciones en un cuerpo de adolescente, y eso que sabes que conozco a los más bellos de los hijos de los hombres; pero, ¡oh Maimuna! el molde que le fabricó no se ha roto sin producir antes una muestra femenil, que es precisamente la princesa Budur!"
Al oír estas palabras, Maimuna se lanzó sobre Dahnasch y le dió un aletazo en la cabeza, que le rompió un cuerno, y le gritó: "¡Oh tú, el más vil de los genios! Vé inmediatamente al palacio de Sett Budur, en ese país del rey Ghayur, y trae a la princesa desde allá hasta aquí, pues no quiero molestarme en acompañarte a casa de esa chiquilla; en cuanto la hayas traído, la acostaremos al lado de mi joven amigo, y compararemos con nuestros propios ojos. ¡Y vuelve pronto, Dahnasch, o te despedazo el cuerpo y te echo como pasto a las hienas y a los cuervos!" Entonces el efrit Dahnasch recogió el cuerno del suelo y se marchó con aire lamentable, rascándose el trasero. Después atravesó el espacio como una saeta, y no tardó en volver, pasada una hora, con su carga a cuestas.
Y la princesa, dormida en hombros de Dahnasch, no tenía puesta más que la camisa, y su cuerpo palpitaba en su blancura. Y en las amplias mangas de la camisa estaban bordados estos versos que se entrelazaban agradablemente:
¡Tres cosas le irnpiden otorgar a los humanos una mirada que diga "Sí": el temor a lo desconocido, el horror a lo conocido, y su hermosura!
Entonces Maimuna dijo a Dahnasch: "¡Me parece que debiste entretenerte por el camino con esta joven, pues te has retrasado, y a un, buen efrit no le hace falta gastar una hora en ir del país de Khaledán a lo último de la China y volver por el camino más derecho! ¡Bueno! ¡Apresúrate a tender a esa muchacha al lado de mi amigo para que hagamos nuestro examen!"
Y el efrit Dahnasch, con infinitas precauciones, colocó suavemente en la cama a la princesa, y le quitó la camisa.
Verdaderamente, la princesa era muy bella y tal como la había descrito el efrit Dahnasch. Y Maimuna pudo observar que el parecido entre los dos jóvenes era tan perfecto, que se los hubiera tomado por dos gemelos, y solamente diferían en el centro; pero tenían la misma cara de luna, la misma cintura delicada y las mismas nalgas redondas y llenas de opulencia; y también pudo darse cuenta de que si la joven carecía en el centro de lo que adornaba al adolescente, lo sustituía ventajosamente con dos breves pechos maravillosos que denotaban su sexo suculento.
Dijo, pues, a Dahnasch: "Veo que se puede vacilar un momento acerca de la preferencia debido a una u otra de nuestros amigos. ¡Pero hay que ser ciego o insensato como tú, para no reconocer que entre dos jóvenes de igual belleza, siendo uno varón y otra hembra, el varón es superior a la hembra! ¿Qué dices a eso, maldito?" Pero Dahnasch contestó: "¡Por mi parte, sé lo que sé, y veo lo que veo, y el tiempo no me haría creer lo contrario de lo que mis ojos han visto! Pero ¡oh mi señora! ¡ si tuvieras empeño en que mintiese, mentiría para darte gusto!"
Cuando la efrita Maimuna oyó estas palabras, se echó a reír, y comprendiendo que no podría nunca ponerse de acuerdo con el testarudo Dahnasch sólo por medio de un examen, le dijo: "¡Acaso haya un medio de averiguar cuál de nosotros dos tiene razón, y es recurrir a nuestra inspiración! ¡El que diga los mejores versos en loor de su preferido, será quien esté en lo cierto! ¿Estás conforme? ¿0 no eres capaz de esa habilidad, propia sólo de los seres delicados?"
Pero el efrit Dahnasch exclamó: "¡Eso es precisamente, señora mía, lo que quería proponerte! Pues mi padre Schamburasch me enseñó las reglas de la construcción poética y el arte de los versos ligeros de ritmo perfecto. Pero sea tuya la prioridad, ¡oh encantadora Maimuna!"
Entonces Maimuna se acercó a Kamaralzamán dormido, e inclinándose hacia sus labios, se los besó suavemente; después le acarició la frente, y con la mano en su cabellera, dijo, mirándole:
¡Oh cuerpo claro, al que las ramas han dado su flexibilidad y los jazmines su fragancia! ¿Qué cuerpo de virgen vale lo que tu olor?
Ojos en que el diamante puso su luz y la noche sus estrellas, ¿qué,ojos de mujer alcanzarán tu fuego?
Beso de tu boca, más dulce que la miel aromática, ¿ que beso femenil lograría tu frescura?
¡Oh! ¡Acariciar tu cabellera y estremecerme con toda mi carne sobre tu carne, y luego ver salir las estrellas en tus ojos!
Cuando el efrit Dahnasch oyó estos versos de Maimuna, se extasió hasta el límite del éxtasis, y después se convulsionó hasta el límite de la convulsión, tanto por rendir homenaje al talento de la efrita como para expresar la emoción que le habían causado ritmos tan afinados; pero no tardó en acercarse a su vez a su amiga Budur, para inclinarse hacia sus pechos desnudos y depositar en ellos una caricia; e inspirado por sus encantos, dijo mirándola:
¡Los arrayanes de Damasco, ¡Oh joven! Me exaltan el alma cuando sonríen, pero tu belleza...!
¡ Las rosas de Bagdad, alimentadas con claror de luna y rocío, me embriagan el alma cuando sonríen; pero tus labios desnudos ... !
¡ Cuando sonríen tus labios desnudos y tu belleza florida, ¡Oh amada mía! me vuelven loco! i Y desaparece todo lo demás!
No bien Maimuna oyó oda tan deliciosa, sorprendióse en gran manera al encontrar ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 182ª NOCHE
Ella dijo:
...sorprendióse en gran manera al encontrar en Dahnasch tanto talento unido a tanta fealdad; como, aunque mujer, estaba dotada de cierta dosis de buen juicio, no dejó de felicitar a Dahnasch, que se ensanchó en extremo. Y le dijo: "¡Verdaderamente, ¡oh Dahnasch! tienes un alma bastante delicada dentro de esa armazón que habitas; pero no creas que vences en el arte de los versos, ni Sett Budur vence tampoco en hermosura a Kamaralzamán!"
Y Dahnasch, sofocado, exclamó: "¿Lo crees así de veras?"
Ella dijo: "¡Seguramente!"
El dijo: "¡No lo creo!"
Ella dijo: "¡Toma!" Y de un aletazo le hinchó un ojo.
El dijo: "¡Eso no prueba nada!"
Ella dijo: "¡Bueno! ¡Mírame el trasero!"
El dijo: "¡Está bastante flaco!"
Al oír . estas palabras, Maimuna, doblemente irritada, quiso precipitarse sobre Dahnasch y estropearle alguna parte de su individuo; pero Dahnasch, que lo había previsto, de pronto se convirtió en pulga y se refugió sigilosamente en la cama debajo de los dos jóvenes; y como Maimuna temía despertarlos, se vió obligada, para resolver aquel caso, a jurar a Dahnasch que ya no le haría más daño; y Dahnasch, oído el juramento, recobró su forma, pero se mantuvo en guardia.
Entonces Maimuna le dijo: "¡Oye, Dahnasch: no encuentro más medio para terminar esta disputa que recurrir al arbitraje de un tercero!" El dijo: "¡Me avengo a ello!"
Entonces Maimuna dió con el pie en el suelo, que se entreabrió y dió salida a un efrit espantoso, inmensamente horrible. En la cabeza tenía seis cuernos, cada uno de 4.430 codos de longitud; ostentaba tres rabos ahorquillados no menos extensos.
Uno de sus brazos tenía 5.555 codos de largo, y el otro medio codo nada más; era cojo y jorobado, y sus ojos estaban colocados en el centro de la cara y en sentido longitudinal; las manos, más anchas que calderos, acababan en garras de león; las piernas, rematadas con cascos, le hacían renguear; y su zib, cuarenta veces más gordo que el de un elefante, daba la vuelta por la espalda y surgía triunfador.
Se llamaba Kaschkasch ben-Fakhrasch ben-Atraseh, de la posteridad de Eblis Abú-Hanfasch.
Y cuando la tierra se volvió a cerrar, el efrit Kaschkasch distinguió a Maimuna, y en seguida besó la tierra entre sus manos, quedándose delante de ella humildemente con los brazos cruzados, y le preguntó: "¡Oh mi dueña Maimuna, hija de nuestro rey Domriatt! soy el esclavo que aguarda tus órdenes".
Ella dijo: "¡Quiero, Kaschkasch, que seas juez en la disputa que ha surgido entre ese maldito Dahnasch y yo! Ocurre tal y cual cosa. Te corresponde ser imparcial, y después de echar una mirada a ese lecho, decirnos quién te parece más hermoso, si mi amigo o esa joven".
Entonces Kaschkasch se volvió hacia la cama en que ambos jóvenes dormían tranquilos y desnudos, y al verlos, fué tal su emoción, que se agarró con la mano izquierda la herramienta que se le erguía por encima de la cabeza, y se puso a bailar, cogido con la mano derecha al triple rabo ahorquillado.
Después de lo cual dijo a Maimuna y a Dahnasch: "¡Por Alah! Bien mirado, me parecen iguales en belleza y diferentes sólo en el sexo. ¡Pero de todos modos, sé de un medio, único que puede dirimir la contienda!"
Ellos dijeron: "¡Date prisa a comunicárnoslo!" El contestó: "Dejadme primero cantar algo en honor a esa joven, que me alborota en extremo!"
Maimuna dijo: "¡Poco tiempo hay para eso! ¡Como no quieras decirnos versos acerca de ese hermoso adolescente!"
Y Kaschkasch dijo: "¡Acaso resulte algo extraordinario!"
Ella contestó: "¡Canta de todas maneras, siempre que los versos sean bien medidos y breves!" Entonces Kaschkasch cantó estos versos oscuros y complicados:
¡Adolescente, me recuerdas que al consagrarte a un amor único, el cuidado y la zozobra ahogarían el fervor! ¡Sé prudente, corazón mío!
¡Gusta el azúcar de los besos en el labio virginal; pero para que el porvenir sea propicio, no dejes que se enmohezca la puerta de salida! ¡El sabor a sal es delicioso en los labios menos fáciles!
Entonces Maimuna dijo: "No quiero tratar de entender. ¡Pero dinos pronto el medio para saber quién acierta!" Y el efrit Kaschkasch dijo: "Mi opinión es que el único medio que se ha de emplear consiste en despertarlos sucesivamente, mientras nosotros tres permanecemos invisibles. ¡Y acordemos que aquel de los dos que manifieste amor más ardiente hacia el otro y demuestre más pasión en sus ademanes y actitud, será ciertamente el menos hermoso, pues se reconocerá subyugado por los encantos de su compañero!"
Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 183ª NOCHE
Ella dijo:
Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch, Maimuna exclamó: "¡Admirable idea!" Y Dahnasch también exclamó: "¡Me parece muy bien!" E inmediatamente se convirtió otra vez en pulga, pero esta vez para picar en el cuello al hermoso Kamaralzamán.
Al sentir tal picadura, que fué terrible, Kamaralzamán se despertó con sobresalto y se llevó la
mano rápidamente al sitio picado: pero nada pudo coger, pues el veloz Dahnasch, que se había vengado algo en la piel del adolescente de todas las afrentas de Maimuna, soportadas en silencio, pronto recobró su forma de efrit invisible para ser testigo de lo que iba a suceder.
En efecto, Kamaralzamán, todavía soñoliento, dejó caer la mano que no había podido cazar la pulga, y la mano fué precisamente a tocar el muslo desnudo de la joven. Aquella sensación le hizo abrir los ojos, e inmediatamente los volvió a cerrar, deslumbrado y conmovido. Y sintió junto a él aquel cuerpo más tierno que la manteca y aquel aliento más grato que el perfume del almizcle. De modo que su sorpresa fué extremada, pero no desprovista de atractivos, y acabó por levantar la cabeza y contemplar la incomparable belleza de la desconocida que dormía a su lado.
Apoyó, pues, el codo en las almohadas, y olvidándose en un momento de la aversión que experimentó por el otro sexo hasta entonces, empezó a detallar con miradas de deleite las perfecciones de la joven. Primero la comparó mentalmente con una hermosa ciudadela coronada por una cúpula, después con una perla, luego con una rosa, ya que de primera intención no podía establecer comparaciones muy exactas, porque siempre se había negado a mirar a las mujeres, y era ignorante en cuanto a sus formas y sus gracias. Pero no tardó en comprender que su última comparación era la más precisa y la más cierta la penúltima; y en cuanto a la primera, pronto lo hizo sonreír.
De modo que Kamaralzamán se inclinó hacia la rosa, y vio que el perfume de su carne era tan delicioso, que pasó la nariz por toda su superficie. Y le agradó tanto aquello, que dijo para sí: "¡Voy a tocarla para enterarme!"
Y paseó los dedos por todos los contornos de la perla, y comprobó que aquel contacto le abrasaba el cuerpo, y provocaba movimientos y latidos en diversas partes de su individuo; de tal modo, que experimentó violento deseo de dar libre carrera a aquel instinto natural tan espontáneo.
Y exclamó: "¡Todo sucede mediante la voluntad de Alah!" Y se dipuso a la copulación.Cogió, pues, a la joven, pensando: "¡Cuánto me asombra que esté sin calzón!" Y le dió vueltas y más vueltas, y la palpó, y después dijo maravillado: "¡Ya Alah! ¡Qué trasero tan gordo!" Luego le acarició el vientre, y dijo: "¡Es una maravilla de ternura!" Después le tentó los pechos, y los cogió, y al llenarse las dos manos, sintió tal estremecimiento voluptuoso, que exclamó: "¡Por Alah!" ¡No tengo más remedio que despertarla para hacer bien las cosas! Pero ¿cómo no se ha despertado en el tiempo que llevo tocándola?"
Y lo que impedía despertarse a la joven era la voluntad del efrit Dahnasch, que la había sumido en aquel sueño tan pesado para facilitar la acción de Kamaralzamán.
Y Kamaralzamán puso sus labios en los de la princesa, y le dió un prolongado beso; y como no se despertara, le dió el segundo, y el tercero, sin que ella manifestara percatarse.
Entonces empezó a hablarle, diciendo: "¡Oh corazón mío! ¡Ojos míos! ¡Hígado mío! ¡Despiértate! ¡Soy Kamaralzamán!" Pero la joven no hizo el menor movimiento. Entonces Kamaralzamán, al ver lo inútil de sus llamamientos, dijo para sí: "¡Por Alah! ¡Ya no puedo aguardar más! ¡Todo me impulsa a entrar en ella! ¡Veré si lo puedo lograr mientras duerme!" Y se tendió encima de la joven.
A todo eso, Maimuna, y Dahnasch y Kaschkasch miraban. Y Maimuna empezaba a alarmarse y se apresuraba ya, en caso de consumarse el acto, a decir que aquello no valía.
Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca arriba...
En este momento de su narración, Schehrazada vió que aparecía la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 184ª NOCHE
Ella dijo:
Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca arriba, sin otra vestidura que su cabellera suelta, y la enlazó con sus brazos; e iba a practicar el primer ensayo de lo que pensaba hacer, cuando de pronto se estremeció, desenlazóse, y pensó meneando la cabeza: "Seguramente es el rey, mi padre, quien ha mandado traer a esta joven a mi cama para experimentar conmigo el efecto del contacto de las mujeres; y ahora debe de estar detrás de esa pared con los ojos aplicados a algún agujero para ver si esto sale bien. Y mañana entrará aquí y me dirá: "¡Kamaralzamán, decías que te inspiraban horror el matrimonio y las mujeres! Pues ¿qué has hecho esta noche con una joven? ¡Ah, Kamaralzamán! ¡ quieres fornicar secretamente, pero te niegas a casarte, aunque sepas lo feliz que me haría ver mi descendencia asegurada y mi trono transmitido a mis hijos!" Y entonces me considerarán falso y embustero. Más vale que me abstenga esta noche de fornicar, a pesar de la mucha gana que tengo, y aguardar a mañana; y entonces pediré a mi padre que me case con esta bella adolescente. ¡Y así él se pondrá contento, y yo podré usar a gusto ese cuerpo bendito!"
Y en el acto, con gran alegría de Maimuna, que había empezado a sentir terribles inquietudes, y con gran disgusto de Dahnasch, que en cambio había pensado que el príncipe copularía y se puso a bailar de gusto, Kamaralzamán se inclinó otra vez hacia Sett Budur, y después de haberla besado en la boca, le quitó del dedo meñique una sortija adornada con un hermoso diamante, y se la puso en su propio dedo meñique, para denotar que desde aquel momento disputaba a la joven por esposa; y luego de haber puesto en el dedo de la joven su propia sortija, le volvió la espalda, aunque con gran pesar, y no tardó en tornar a dormirse.
Maimuna, al ver aquello, se entusiasmó, y Dahnasch quedó muy confuso; pero no tardó en decir a Maimuna: "¡Esto no es más que la mitad de la prueba; ahora te toca a ti!"
Entonces Maimuna se convirtió en seguida en pulga, y saltó al muslo de Sett Budur; y de allí subió al ombligo, retrocediendo después como unos cuatro dedos, y se paró precisamente en la cumbre del montecillo que domina el valle de las rosas; y allí, con una sola picadura, en la cual puso todos sus celos y su venganza, hizo saltar de dolor a la joven, que abrió los ojos y se incorporó a escape, llevándose las dos manos a la delantera. Pero enseguida lanzó un grito de terror y asombro al ver junto a ella al joven tendido de costado. Pero a la primera mirada que le dirigió, no tardó en pasar del espanto a la admiración, y de la admiración al placer, y del placer a un desahogo de alegría que pronto hubo de llegar al delirio.
Efectivamente; al primer susto, dijo para sí: "¡Desventurada Budur, hete aquí comprometida para siempre! ¡En tu cama hay un extraño a quien no viste nunca! ¡Qué audacia la suya! ¡Ah! ¡Voy a llamar a los eunucos, para que acudan y le arrojen por la ventana al río! Y sin embargo, ¡oh Budur! ¿quién sabe si éste será el marido que tu padre escogió para ti? ¡Mírale, oh Budur, antes de acudir a la violencia! "
Y entonces fué cuando Budur dirigió al joven una mirada, y con aquel rápido examen quedó deslumbrada por su gentileza, y exclamó: "¡Oh corazón mío! ¡Qué hermoso es!" Y desde aquel mismo instante quedó tan por completo cautivada, que se inclinó hacia aquella boca que sonreía en sueños, y le dió un beso en los labios, exclamando: "¡Qué dulce es! ¡Por Alah! ¡A éste sí que le quiero como esposo! ¿Por qué ha tardado tanto mi padre en traérmelo?"
Después cogió temblando la mano del joven y la conservó entre las suyas, y le habló afablemente para despertarle, diciendo: "¡Gentil amigo! ¡Oh luz de mis ojos! ¡Oh alma mía! ¡Levántate, levántate! ¡Ven a besarme, querido mío, ven, ven! ¡Por mi vida sobre ti! ¡ despierta !"
Pero como Kamaralzamán, a causa del encanto a que le había sometido la vengativa Maimuna, no hacía un movimiento indicador de que se despertara, la hermosa Budur supuso que era por culpa de ella, que no le llamaba con bastante ardor. Y sin preocuparse de que la miraran o no, entreabrió la camisa de seda que al principio se había apresurado a echarse encima, y se deslizó lo más cerca posible del joven, y le rodeó con sus brazos, y juntó los muslos con los suyos, y le dijo frenéticamente al oído: "¡Toma! ¡Poséeme toda! ¡Verás cuán obediente y amable soy! ¡He aquí los narcisos de mis pechos y el vergel de mi vientre, que es muy suave, mira! ¡He aquí mi ombligo, que gusta , de la caricia delicada; ven a disfrutar de él! ¡Después saborearás las primicias de la fruta que poseo! ¡La noche no será bastante larga para nuestros juegos! ¡Y gozaremos hasta que sea de día... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, hubo de callar.
PERO CUANDO LLEGO LA 185ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Y gozaremos hasta que sea de día!"
Pero como Kamaralzamán, cada vez más sumido en el sueño, seguía sin contestar, la hermosa Budur creyó por un momento que era una ficción de aquél para' sorprenderla más, y medio riéndose, le dijo: "¡Vamos; vamos, gentil amigo, no seas tan falso! ¿Es que mi padre te ha dado esas lecciones de malicia para vencer mi orgullo? ¡Inútil trabajo, en verdad! ¡Pues tu belleza, por sí sola, oh joven gamo, esbelto y encantador, me ha convertido en la más sumisa de las esclavas de amor!"
Pero como Kamaralzamán seguía inmóvil, Sett Budur, cada vez más subyugada, añadió: "¡Oh señor de la belleza, mira! ¡Yo también paso por hermosa; a mi alrededor todo vive admirando mis encantos fríos y serenos! ¡Tú fuiste el único que ha logrado encender el deseo en la mirada tranquila de Budur! ¿Por qué no te despiertas, adorable joven? ¿Por qué no te despiertas, di? ¡Heme aquí! ¡Me siento morir!"
Y la joven escondió la cabeza debajo del brazo del príncipe, y le mordió mimosamente en el cuello y en una oreja, pero sin resultado. Entonces, como ya no podía resistir a la llama encendida en ella por vez primera, empezó a rebuscar con la mano por entre las piernas y los muslos del joven, y los encontró tan lisos y redondos, que no pudo evitar que la mano resbalase por su superficie. Entonces, como por casualidad, encontró por el camino y entre ellos un objeto tan nuevo para ella, que lo miró con los ojos muy abiertos, y vió que entre sus manos cambiaba de forma a cada momento. Al principio se asustó mucho; pero rápidamente comprendió su uso particular; pues así como el deseo es mucho más intenso en las mujeres que en los hombres, su inteligencia es también más veloz para apreciar las relaciones entre los órganos encantadores. ¡Lo cogió, pues, a mano llena, y mientras besaba los labios del joven con ardor, sucedió lo que sucedió!
Tras de lo cual, Sett Budur cubrió de besos a su amigo dormido, sin dejar un sitio en que no pusiera los labios. Después, algo calmada, le cogió las manos y se las besó una tras otra en la palma; después le levantó y se lo puso en el regazo, y le rodeó el cuello con los brazos, y así enlazados, cuerpo contra cuerpo, mezclando sus alientos, se durmió sonriendo.
¡Esto fué todo! ¡Y en tanto los tres genios seguían invisibles, sin perder un ademán! Consumada la cosa tan pronto, Maimuna traspuso el límite del júbilo, Dahnasch reconoció sin dificultad que Budur había llegado mucho más allá en las manifestaciones de su ardor y le había hecho perder la apuesta
Pero Maimuna, segura ya de la victoria, fué magnánima, y dijo a Dahnasch: "¡En cuanto a la apuesta que me debes, te la perdono, oh maldito! Y hasta voy a darte un salvoconducto, que en adelante te asegurará la tranquilidad. ¡Pero cuida de no abusar de él, ni vuelvas a faltar a la corrección!"
Después de lo cual la joven efrita se volvió hacia Kaschkasch, y le dijo afablemente: "¡Kaschkasch, te doy mil gracias por tu consejo! ¡Y te nombro jefe de mis emisarios, y de mi cuenta corre que mi padre Domriatt apruebe mi decisión!"
Luego añadió: "¡Ahora, avanzad ambos y coged a esa joven, y transportadla pronto al palacio de su padre Ghayur, señor de El-Budur y El-Kussur! ¡Vistos los rápidos progresos que acababa de hacer delante de mis ojos, le otorgo mi amistad, y tengo ya completa confianza en su porvenir! ¡Ya veréis cómo realiza grandes cosas!"
Y los dos genios respondieron: "¡Inschalah!" y después...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 186ª NOCHE
Ella dijo:
Y los dos genios respondieron: "¡Inschalah!" Y después se acercaron al lecho, cogieron a la joven, que se echaron a cuestas, y volaron con ella hasta el palacio del rey Ghayur, al cual no tardaron en llegar y la depositaron con delicadeza en su cama para irse en seguida cada cual por un lado.
En cuanto a Maimuna, se volvió a su pozo, después de haber depositado un beso en los ojos de su amigo.
Eso en cuanto a los tres.
Pero en cuanto a Kamaralzamán, por la mañana despertó del sueño con el cerebro todavía turbado por su aventura nocturna. Y se volvió hacia la derecha y hacia la izquierda; pero, como era natural,
sin encontrar a la joven.
Entonces dijo para sí: "¡Bien adiviné que era mí padre el que había preparado todo esto para probarme, e impulsarme al matrimonio! De modo que he hecho bien en aguardar para pedirle el consentimiento, como buen hijo".
Después llamó al esclavo echado a la puerta, gritándole: "¡Eh, tumbón, levántate!" Y el esclavo se levantó sobresaltado, y medio dormido aún se apresuró a llevar a su amo el jarro y la palangana. Y Kamaralzamán cogió la jofaina y el jarro, y se fué al retrete a hacer sus necesidades, verificando luego sus abluciones con cuidado, y volvió para cumplir su rezo por la mañana, y comió un bocado, y leyó un versículo del Korán. Después, tranquilamente, y como de pasada, preguntó al esclavo: "Sauab, ¿adónde llevaste a la muchacha de esta noche?"
El esclavo, estupefacto, exclamó: "¿Qué muchacha, ¡oh amo Kamaralzamán!?"
Este dijo levantando la voz: "¡Te ordeno, bribón, que me respondas sin rodeos! ¿Dónde está la ioven que ha pasado la noche conmigo en la cama?" El esclavo contestó: "¡Por Alah! ¡Oh señor, no he visto ni muchacha ni muchacho! ¡Y además, nadie ha podido entrar aquí, estando yo echado delante de la puerta!" Kamaralzamán gritó: "¡Eunuco malhadado, también tú te atreves a contrariarme y a disgustarme! ¡Ah maldito, te han enseñado ardides y mentiras! ¡Por última vez te intimo a que me digas la verdad!" Entonces el esclavo levantó los brazos al cielo, y exclamó: "¡Alah es el único grande! ¡Oh amo Kamaralzamán, no entiendo una palabra de lo que me preguntas!"
Entonces Kamaralzamán le gritó: "¡Acércate, maldito!" Y habiéndose acercado el eunuco, le agarró del cuello y lo tiró al suelo, y le pateó con tanta furia, que el eunuco soltó un pedo. Entonces Kamaralzamán siguió dándole patadas y puñetazos hasta que le dejó medio muerto. Y como el eunuco por toda explicación lanzaba gritos inarticulados, Kamaralzamán le dijo: "¡Aguarda un poco!" Y corrió a buscar la soga de cáñamo que servía para sacar el agua del pozo, se la pasó al esclavo por debajo de los sobacos, la ató fuertemente, y le arrastró hasta el orificio del pozo, descolgándole hasta que le sumergió del todo en el agua.
Y como era en invierno, y el agua estaba muy desagradable y corría un viento muy frío, el eunuco empezó a estornudar y pedir perdón. Pero Kamaralzamán le zambulló varias veces, gritando cada vez: "¡No saldrás hasta que confieses la verdad! ¡Si no, te ahogo!"
Entonces el eunuco pensó: "¡Seguramente lo hará como lo dice!" Y después gritó: "¡Amo Kamaralzamán, sácame de aquí y te diré la verdad! Entonces el príncipe lo sacó, y le vió que temblaba como caña al viento, y castañeteaba los dientes de frío y miedo, y presentaba un aspecto asqueroso, chorreando agua y sangrando por la nariz.
El eunuco, al sentirse momentáneamente fuera de peligro, no perdió un instante, y dijo al príncipe: "¡Permíteme que vaya primero a mudarme de ropa y a limpiarme las narices!"
Y Kamaralzamán le dijo: "¡Vete, pero no pierdas tiempo! ¡Y vuelve pronto a darme noticias!" Y el eunuco salió corriendo, y se fué a palacio a buscar al padre de Kamaralzamán.
Y en aquel momento el rey Schahramán conversaba con su gran visir, diciendo: "¡Oh visir mío! ¡he pasado muy mala noche por lo inquieto que está mi corazón respecto a mi hijo Kamaralzamán! ¡Y temo mucho que le haya ocurrido alguna desgracia en esa torre vieja, tan mal acondicionada para un joven tan delicado como mi hijo!"
Pero el visir le contestó: "¡Tranquilízate! ¡Por Alah! ¡Nada ha de sucederle allí! ¡Así se domará su arrogancia y se reducirá su orgullo!
Y en el acto se presentó el eunuco en el estado en que le habían puesto, y cayó a los pies del rey, y exclamó: "¡Oh señor nuestro y sultán! ¡La desventura ha entrado en tu casa! ¡Mi amo Kamaralzamán acaba de despertarse completamente loco! ¡Y para darte una prueba de su locura, sabe que me dijo tal y cual cosa, y me hizo tal v cual otra! ¡Y yo, por Alah, no he visto entrar en el aposento del prircipe muchacha ni muchacho!"
Oídas tales palabras, el rey Schahramán ya no tuvo duda de sus presentimientos, y gritó a su visir: "¡Maldición! ¡Tuya es la culpa, oh visir de perros! ¡Tú me sugeriste la idea calamitosa de encerrar a mi hijo, a la llama de mi corazón! ¡Ah, hijo de perro! ¡nlevántate y corre pronto a ver lo que pasa, y vuelve aquí a darme cuenta de ello inmediatamente!
Enseguida salió el gran visir, acompañado del eunuco, y se dirigió a la torre, pidiendo pormenores, que el esclavo le dió, y bien alarmantes. Así es que el visir no entró en la habitación sin precauciones infinitas, metiendo poco a poco primero la cabeza y después el cuerpo. ¡Y cuál no fué su sorpresa al ver a Kamaralzamán sentado tranquilamente en la cama y leyendo con atención el Korán...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 187ª NOCHE
Ella dijo:
... Kamaralzamán sentado tranquilamente en la cama y leyendo con atención el Korán ! Se acercó a él, y después de la zalema más respetuosa, se sentó en el suelo cerca del lecho, y le dijo: "¡Cómo nos ha alarmado este eunuco de betún! ¡Figúrate que este hijo de zorra se presentó trastornado y con facha de perro sarnoso a asustarnos, contándonos cosas que sería indecente repetir delante de ti! ¡Turbó nuestra quietud de tal manera, que estoy alborotado todavía!"
Y Kamaralzamán dijo: "¡Verdaderamente, no os habrá molestado más de lo que me ha molestado a mí hace poco! ¡Pero, oh visir de mi padre, me alegraría mucho saber lo que os pudo contar!" El visir contestó: "¡Alah preserve a tu juventud! ¡Alah robustezca tu entendimiento! ¡Aleje de ti las acciones no mesuradas y libre a tu lengua de las palabras sin sal! ¡Este hijo de bardaje afirma que te has vuelto loco de repente, y le has hablado de una joven que pasó la noche contigo, y que luego te acaloraste con otras insensateces semejantes, y que has acabado por molerle a golpes y echarle al pozo!
¡Oh Kamaralzamán! ¿No es verdad que todo se reduce a una osadía de ese negro podrido?"
Oídas tales palabras, Kamaralzamán sonrió con aire de superioridad, y dijo al visir: "¡Por Alah! ¿Has acabado con las chanzas, viejo sucio, o quieres también enterarte de si el agua del pozo sirve para el hammam? ¡Te advierto que si ahora mismo no me dices lo que mi padre y tú habéis hecho con mi amante, la joven de hermosos ojos negros y mejillas frescas y sonrosadas, me pagarás tus astucias más caras que el eunuco!" Entonces, sobrecogido otra vez el visir por una inquietud sin límites, se levantó andando hacia atrás, y dijo: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡Ya Kamaralzamán! ¿por qué hablas de esa manera? ¡Si es que has soñado eso a consecuencia de una mala digestión, apresúrate por favor a disipar el sueño! ¡Ya, Kamaralzamán, esta conversación no es razonable!"
Al oír tales palabras, el joven exclamó: "¡Para demostrarte, oh jeique de maldición, que no he visto a la joven con las orejas, sino con este ojo y este otro, y que no he palpado y olido las rosas de su cuerpo con los ojos, sino con estos dedos y esta nariz, toma!"
Y le dió un cabezazo en el vientre que lo tiró al suelo, y después le agarró las barbas que llevaba muv largas v se las enrolló alrededor de la muñeca y seguro de que no podía escaparse, empezó a darle recios golpes todo el tiempo que se lo permitieron sus fuerzas.
El desdichado gran visir, viendo que perdía las barbas pelo a pelo, y que también el alma estaba a punto de despedirse, se dijo para sí: "¡Ahora tengo que mentir! ¡Es el único medio de librarme de las manos de este loco!"
Por lo tanto, le dijo: "¡Oh mi señor! ¡Te ruego que me perdones por haberte engañado! La culpa es de tu padre, que me encargó mucho, so pena de horca inmediata, que no te revelara todavía el sitio en que se ha depositado a la joven consabida. Pero si quieres soltarme, voy a escape a suplicar al rey tu padre que te saque de esta torre, y le daré cuenta de tu deseo de casarte con la joven. ¡Lo cual le alegrará hasta el límite de la alegría!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán le soltó y le dijo: "¡En tal caso, vé pronto a avisar a mi padre, y vuelve a traerme inmediatamente la contestación!"
En cuanto el visir se vió libre, se precipitó fuera del aposento, cuidando de cerrar la puerta con doble vuelta de llave, y corrió, fuera de sí y con la ropa hecha pedazos, a la sala del trono.
Al ver el rey Schahramán a su visir en aquel estado lamentable, le dijo: "¡Te hallo muy abatido y sin turbante! ¡Y pareces muy mortificado! ¡Bien se ve que ha debido de ocurrirte algo desagradable que ha trastornado tus sentidos!" "¡Es por lo que le sucede a tu hijo; oh rey!"
Este preguntó: "Pues entonces, ¿qué es?" El visir dijo: "¡No cabe duda de que está completamente loco!"
A estas palabras, el rey vió que la luz se convertía en tinieblas delante de sus ojos, y dijo: "¡Alah me asista ! ¡Dime pronto los caracteres de la locura que ataca a mi hijo!" Y el visir contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y refirió al rey todos lbs pormenores de la escena, sin olvidar cómo escapó de manos de Kamaralzamán.
Entonces el rey se encolerizó en extremo, y gritó: "¡Oh el más calamitoso de los visires! ¡Esta noticia que me anuncias vale tu cabeza! ¡Por Alah! ¡Si es realmente ése el estado de mi hijo, te mandaré crucificar encima del minarete más alto, para enseñarte a no darme consejos tan detestables como los que fueron la primera causa de esta desdicha!" Y se precipitó hacia la torre, y seguido del visir penetró en la habitación de Kamaralzamán.
Cuando Kamaralzamán vió entrar a su padre, se levantó rápidamente en honor suyo, y saltó de la cama, y se quedó respetuosamente a fuer de buen hijo. Y el rey, contentísimo al ver a su hijo tan pacífico, delante de él, cruzado de brazos, después de haberle besado la mano, le echó los brazos con ternura alrededor del cuello, y le besó entre los dos ojos, llorando de alegría.
Tras de lo cual le hizo sentarse junto a él, encima de la cama, y se volvió indignado hacia el visir, y le dijo: "¡Ya ves cómo eres el último de los últimos entre los visires! ¿Cómo osaste venir a contarme que mi hijo estaba de esta o la otra manera, llenando de espanto mi corazón y haciéndome añicos el hígado?" Luego añadió: "¡Además, vas a oír con tus propios oídos las respuestas llenas de sentido común que me dará mi amado hijo!"
Miró entonces paternalmente al joven, y le preguntó: "Kamaralzamán, ¿sabes qué día es hoy?" El otro respondió: "¡Seguramente! ¡Es sábado!" El rey dirigió una mirada llena de ira y triunfo al visir aterrarlo, y le dijo: "Lo oyes, ¿verdad?"
Después prosiguió: "Y mañana, Kamaralzamán, ¿qué día será? ¿Lo sabes?" El príncipe contestó: "¡Sí, por cierto... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 188ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Sí, por cierto! ¡Será domingo, y después lunes, luego martes, miércoles, jueves, y finalmente viernes, día santo!" Y el rey, en el colmo de la dicha, exclamó: "¡Oh hijo mío! ¡oh Kamaralzamán! ¡ lejos de ti todo mal agüero! Pero dime también cómo se llama en árabe el mes en que estamos". El príncipe respondió: "Se llama en árabe mes de Zul-Kiidat. Después viene el mes de Zul-Hidjat, luego vendrá Moharram, seguido de Safar, de Rabialaual, de Rabialthaní, de Gamadial- luala, de Gamadialthania, de Ragb, de Schaaban, de Ramadán, y por fin, de Schaual'.
Entonces el rey llegó al límite extremo de la alegría, y tranquilizado ya acerca del estado de su hijo, se volvió hacia el visir y le escupió en la cara, diciéndole: "¡Aquí no hay más loco que tú, viejo visir malhadado!" Y el visir meneó la cabeza y quiso contestar; pero se calló, y dijo: "¡Aguardemos al final"
Y el rey dijo enseguida a su hijo: "¡Hijo mío, figúrate que este jeique y ese eunuco de betún han ido a contarme tales y cuales palabras que les habías dicho respecto a una supuesta joven que había pasado la noche contigo! ¡Diles en la cara que han mentido!"
Al oír estas palabras Kamaralzamán se sonrió amargamente, y dijo al rey: "¡Oh padre mío! ¡ sabe que en verdad ya no tengo ni ganas ni paciencia para soportar más tiempo esa broma que me parece ha durado bastante! Por fávor, ahórrame tal mortificación, y no digas más palabras de ello, pues noto que se me han secado mucho los humores con todo lo que me has hecho pasar! Sin embargo, ¡oh padre mío! sabe que ahora estoy bien resuelto a no desobedecerte más, y consiento en casarme con la hermosa joven que has tenido a bien mandarme esta noche para que me acompañara en la cama. La he encontrado perfectamente deseable, y sólo con verla se me ha puesto toda la sangre en movimiento".
Al oír estas palabras de su hijo, el rey exclamó: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y ¡oh hijo mío! ¡El te guarde de los maleficios y la locura! ¡Ah, hijo mío! ¿Qué pesadilla has tenido para usar semejante lenguaje? ¿Qué manjares pesados comiste anoche para que la digestión ejerciera un influjo tan funesto en tu cerebro? ¡Por favor, hijo mío, tranquilízate! ¡No volveré en mi vida a contrariarte! ¡Y malditos sean el casamiento, y la hora del casamiento, y cuantos me vuelvan a hablar de casamiento!" Entonces Kamaralzamán dijo a su padre: "Tus palabras sobre mi cabeza, ¡oh padre mío! ¡Pero júrame antes con el gran juramento que no te has enterado de mi aventura de esta noche con la hermosa
joven, que como te probaré, dejó en mí más de una huella de la acción compartida!"
Y el rey Schahramán exclamó: "¡Te lo juro por la verdad del santo nombre de Alah, dios de Muza y de Ibrahim, que envió a Mohammed entre las criaturas como prenda de paz y salvación! ¡Amín!" Y Kamaralzamán repitió: "¡Amín!"
Pero le dijo a su padre: "¿Qué dirías ahora si te diera pruebas de que la joven ha pasado por mis brazos?" Y el rey dijo: "¡Te escucho!"
Y Kamaralzamán prosiguió: "Si alguien, ¡oh padre mío! te dijera: "La noche pasada me desperté sobresaltado y vi delante de mí a uno dispuesto a luchar conmigo de un modo sangriento. Entonces yo, aunque sin querer atravesarle, hice inconscientemente un movimiento que impulsó a mi espada hacia su vientre desnudo. ¡Y por la mañana me desperté y vi que mi espada estaba, en efecto, teñida de sangre y espuma! ¿Qué dirías, ¡oh padre mío! al que después de hablarte así, te enseñara la espada ensangrentada?" El rey dijo: "Le diría que la sangre sola, sin el cuerpo del adversario, no era más que media prueba".
Entonces Kamaralzamán dijo: "¡Oh padre mío! yo también, esta mañana, al despertarme, me encontré el bajo vientre cubierto de sangre; la palangana, que está todavía en el retrete, te lo demostrará. ¡Pero como prueba más convincente todavía, he aquí la sortija de la adolescente! ¡En cuanto a mi sortija, ha desaparecido, como ves!"
Al oír aquello, el rey corrió al retrete y vió que efectivamente la palangana consabida contenía...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 191° NOCHE
Ella dijo:
.. . el rey corrió al retrete y vió que, efectivamente, la palangana consabida contenía una cantidad enorme de sangre, y dijo para sí: "¡Este es un indicio de que la contrincante tiene una salud maravillosa
y una expansión leal y franca!" Y pensó también: "¡Advierto con certeza en todo esto la mano del visir!" Después volvió apresuradamente junto a Kamaralzamán, exclamando: "¡Veamos ahora la sortija! Y la cogió, y le dió vueltas y más vueltas, y luego se la devolvió a Kamaralzamán, diciendo: "Es una prueba que me confunde por completo". Y permaneció una hora sin decir palabra. Después se lanzó pronto sobre el visir, y le gritó: "¡Tú eres el que ha armado toda esta intriga, viejo alcahuete!"
Pero el visir cayó a los pies del rey, y juró, por el Libro Noble y por la Fe, que no se había metido en nada de aquello. Y el eunuco hizo el mismo juramento.
Entonces el rey, que cada vez lo entendía menos, dijo a su hijo: "¡Sólo Alah puede aclarar este misterio!" Pero Kamaralzamán muy conmovido, replicó: "¡Oh padre mío! ¡te suplico que hagas pesquisas y gestiones para devolverme a la deliciosa joven cuyo recuerdo me alborota el alma, y te conjuro a que tengas compasión de mí y hagas que se la encuentre, o moriré!"
El rey se echó a llorar, y dijo a su hijo: "¡Ya Kamaralzamán! ¡Sólo Alah es grande, y sólo él conoce lo desconocido! ¡A nosotros no nos queda sino afligirnos ambos: tú por ese amor sin esperanza, y yo por tu propia aflicción y por mi impotencia para remediarla!"
Enseguida el rey, muy desconsolado, cogió de la mano a su hijo y se lo llevó desde la torre hasta el palacio, en donde se encerró con él. Y se negó a ocuparse en los asuntos de su reino para quedarse llorando con Kamaralzamán, que se había metido en la cama lleno de desesperación por amar a una joven desconocida, que después de tan señaladas pruebas de amor, había desaparecido.
Después, el rey, para verse más libre aun de las cosas y gente de palacio, y no preocuparse más que en cuidar a su hijo, a quien tanto quería, mandó edificar en medio del mar un palacio, unido sólo a la tierra por una escollera de veinte codos de anchura, y lo hizo amueblar para su uso y el de su hijo. Y ambos lo habitaban solos, lejos del mundo y de las preocupaciones, para no pensar más que en su desgracia. Y a fin de consolarse un tanto, Kamaralzamán no encontraba nada como la lectura de buenos libros acerca del amor y el recitar versos de los poetas inspirados, como los siguientes entre otros mil:
¡Oh guerrera hábil en el combate de las rosas! ¡La sangre delicada de los trofeos que adornan tu frente triunfal tiñe de púrpura tu profunda cabellera, y el vergel natal de todas sus flores se inclina par abesar tus pies infantiles!
¡Tan suave es ¡oh princesa! tu cuerpo sobrenatural, que el aire encantado, se aromatiza al tocarlo; y si la brisa curiosa penetrase debajo de tu túnica, en ella se eternizaría!
¡Tan bella es tu cintura, ¡oh hurí! que el collar de tu garganta desnuda se queja de no ser tu cinturón! ¡Pero tus piernas sutiles, cuyos tobillos están cercados de cascabeles, hacen crujir de envidia a las pulseras de tus muñecas!
Todo eso en cuanto a Kamaralzamán y a su padre el rey Schahramán.
Vamos ahora con la princesa Budur.
Cuando los dos genios la dejaron en su lecho del palacio de su padre el rey Ghayur, casi había transcurrido la noche. A las tres horas apareció la aurora, y Budur se despertó. Sonreía todavía a su amado y se desperezaba de gusto, en ese momento delicioso de semisueño al lado del amante, a quien creía junto a ella. Y al alargar los brazos vagamente para rodearle el cuello antes de abrir los ojos, no cogió más que el vacío. Entonces se despertó del todo y ya no vió al hermoso adolescente, al cual había amado aquella noche, y le tembló el corazón hasta casi perder el juicio, y exhaló un grito agudo que hizo acudir a las diez mujeres encargadas de su custodia, y entre ellas a su nodriza.
Rodearon ansiosas el lecho, y la nodriza le preguntó con acento asustado: "¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 193ª NOCHE
Ella dijo:
...con acento asustado: "¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?"
Budur exclamó: "¡Me lo preguntas como si no lo supieras, mujer llena de astucia!" ¡Dime ya lo que ha sido del joven adorable que esta noche ha dormido en mis brazos y al cual amo con todas mis fuerzas!"
La nodriza, escandalizada hasta el límite extremo, alargó el pescuezo para entender mejor, y dijo: "¡Oh princesa, líbrete Alah de todas las cosas inconvenientes! ¡Esas palabras no son de las que tú acostumbras a decir! ¡Por favor, explícate más, y si es broma que gastas con nosotras, date prisa a decírnoslo!"
Budur se incorporó a medias en la cama, y le gritó amenazadora: "¡Malhadada nodriza, te mando que me digas en seguida dónde está el hermoso joven a quien he entregado esta noche por voluntad propia mi cuerpo, mi corazón y mi virginidad!"
Al oír estas palabras, a la nodriza le pareció que el mundo entero se achicaba ante sus ojos; dióse de golpes y se tiró al suelo, lo mismo que las otras diez viejas; y todas empezaron a gritar desaforadamente: "¡Qué negra mañana! ¡Qué enormidad! ¡Oh nuestra perdición!"
Pero la nodriza, sin dejar de lamentarse, preguntó: "¡Ya Sett Budur! ¡Por Alah! ¡Recobra la razón y no digas más cosas tan poco dignas de tu nobleza!"
Pero Budur le gritó: "¿Quieres callar, vieja maldita, y decirme de una vez lo que habéis hecho entre todas de mi amante, el de los ojos negros, cejas arqueadas y levantadas en los extremos, el que pasó toda la noche conmigo hasta por la mañana, v que tenía debajo del ombligo una cosa que no tengo yo?"
Cuando la nodriza y las otras diez mujeres oyeron semejantes palabras, levantaron los brazos al cielo y exclamaron: "¡Oh confusión! ¡Oh señora nuestra, libre te veas de la locura, y de las asechanzas malignas, y del mal de ojo! ¡Verdaderamente, traspasas esta mañana los límites de la chanza!"
Y la nodriza, golpeándose el pecho, dijo: "¡Oh mi dueña Budur ¿qué lenguaje es ése?
¡Si semejantes bromas llegaran a oídos del rey, nos dejaría sin alma al momento! ¡Y ningún poder nos libraría de su coraje!"
Pero Sett Budur, con los labios trémulos, gritó: "¡Por última vez te pregunto si quieres o no decirme dónde se encuentra el hermoso joven cuyas huellas tengo todavía en el cuerpo!" Y Budur hizo ademán de entreabrirse la camisa.
Al ver aquello, todas las mujeres se tiraron al suelo de bruces, y exclamaron: "¡Qué lástima de joven, que se ha vuelto loca!"
Pero estas palabras enfurecieron de tal manera a Budur, que descolgó de la pared una espada y se precipitó sobre las mujeres para atravesarlas. Enloquecidas entonces, se echaron fuera, atropellándose y aullando, y llegaron en desorden y demudados los semblantes al aposento del rey. Y la nodriza, con lágrimas en los ojos, le enteró de lo que acababa de: decir Sett- Budur, y añadió: "¡A todas nos habría matado o herido si no huyéramos!"
Y el rey exclamó: "¡Qué enormidad! Pero ¿viste si realmente ha perdido lo que ha perdido?" La nodriza se tapó la cara con las manos, y dijo llorando: "¡Lo he visto! ¡Había mucha sangre!" Entonces el rey dijo: "¡Eso es una completa enormidad!" Y aunque en aquel momento estuviera descalzo y con turbante de noche en la cabeza, se precipitó en la habitación de Budur.
El rey miró a su hija con aspecto muy severo, y le dijo: "¿Es verdad, Budur, que esta noche has dormido con uno, y llevas encima todavía las huellas de su paso? ¿Y has perdido lo que has perdido?" Ella respondió: "¡Sí, por cierto, ¡oh padre mío! pues tú fuiste quien tal quiso, y a fe que escogiste perfectamente al joven; tan hermoso era, que ardo en deseos de saber por qué luego me lo quitaste! ¡Además, he aquí su sortija, que me ha dado después de coger la mía!"
Entonces el rey, padre de Budur, que ya había creído a su hija medio loca, dijo para sí: "¡Ha llegado al límite de la locura!" Y le dijo: "Budur, ¿quieres decirme de una vez qué significa esa conducta extraña y tan poco digna de tu posición?" Entonces Budur ya no pudo contenerse, y se rasgó la camisa de abajo arriba, y se puso a sollozar, dándose de bofetadas.
Al ver aquello el rey ordenó a los eunucos y a las viejas que le sujetaran las manos para que no se hiciera daño, y en caso de reincidencia, que la encadenaran, y le pusieran al cuello una argolla de hierro, y la ataran a la ventana de su habitación.
Luego el rey Ghayur, desesperado, se retiró a sus aposentos, pensando en los medios que utilizaría para obtener la curación de aquella locura que suponía en su hija. Pues, a pesar de todo, seguía queriéndola con tanto cariño como antes y no podía acostumbrarse a la idea de que se hubiese vuelto loca para siempre.
Reunió, pues, en su palacio a todos los sabios de su reino, médicos, astrólogos, magos, hombres versados en libros antiguos, y drogueros, y les dijo a todos: "Mi hija El-Sett-Budur está en tal y cuál estado. Se la daré por esposa a aquel de vosotros que la cure, y le nombraré heredero de mi trono cuando yo me muera. Pero al que haya entrado en el aposento de mi hija y no haya logrado curarla, se le cortará la cabeza".
Después mandó pregonar lo mismo por toda la ciudad, y envió correos a todos sus Estados para promulgarlo.
Y se presentaron muchos médicos, sabios, astrólogos, magos y drogueros; pero una hora más tarde se veían encima de la puerta del palacio sus cabezas cortadas. Y en poco tiempo se juntaron cuarenta cabezas a lo largo de la fachada del palacio. Entonces los otros pensaron: "¡Mala señal! ¡La enfermedad debe ser incurable!" Y nadie se atrevía a presentarse, para no exponerse a que le cortaran la cabeza. ¡Esto en cuanto a los médicos y al castigo que se les aplicó en tal caso!"
Pero en cuanto a Budur, tenía un hermano de leche, hijo de su nodriza, llamado Marzauán. Y Marzauán, aunque musulmán ortodoxo y buen creyente, había estudiado la magia y la brujería, los libros de los indios y los egipcios, los caracteres talismánicos y la ciencia de las estrellas; y después, como ya no tenía nada que aprender en libros, se había dedicado a viajar, y había recorrido las comarcas más remotas, consultando a los hombres más duchos en las ciencias secretas, y de este modo se había empapado en todos los conocimientos humanos. Y entonces púsose en camino para regresar a su país, al que había llegado con buena salud.
Y lo primero que vió Marzauán al entrar en la ciudad fueron las cuarenta cabezas cortadas de los médicos, colgadas encima de la puerta del palacio. Y al preguntar a los transeúntes, le explicaron toda la historia y la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y callose discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 194ª NOCHE
Ella dijo:
... la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados.
Entonces Marzauán entró en casa de su madre, y después de las efusiones del regreso, le pidió pormenores sobre la cuestión; y su madre le confió lo que había sabido, que entristeció mucho a Marzauán, porque se había criado con Budur y la quería con un cariño mayor del que suelen experimentar los hermanos por las hermanas. Reflexionó durante un hora, y después levantó la cabeza y le dijo a su madre: "¿Podrías hacerme entrar en su aposento secretamente para que trate de ver si conozco el origen de su mal y si tiene remedio o no?" Y su madre le dijo: "Difícil es, ¡oh Marzauán! De todos modos, ya que lo deseas, apresúrate a vestirte de mujer y a seguirme". Y Marzauán se preparó inmediatamente, y disfrazado de mujer, siguió a su madre al palacio.
Cuando llegaron a la puerta del aposento, el eunuco de guardia quiso prohibir la entrada a la mujer que no conocía, pero la vieja, le deslizó en la mano un buen regalo, y le dijo: "¡Oh jefe del palacio! ¡la princesa Budur, que está tan enferma, me ha expresado el deseo de ver a ésta mi hija, que es su hermana de leche! ¡Dejadnos pasar, pues, ¡oh padre de la cortesía!" Y el eunuco, tan lisonjeado por estas palabras como satisfecho por el regalo, respondió: "¡Entrad pronto, pero no os entretengáis!" Y entraron ambos.
Cuando Marzauán llegó a presencia de la princesa, se levantó el velo que le cubría el rostro, se sentó en el suelo, y sacó de debajo de la ropa un astrolabio, libros de hechicería y una vela; y se disponía a sacar el horóscopo de Budur antes de interrogarla, cuando de pronto la joven se arrojó a su cuello y le besó con ternura, pues le había reconocido en seguida. Luego le dijo: "¿Cómo, hermano Marzauán, crees también en mi locura, como todos los demás? ¡Ah! ¡Desengáñate, Marzauán! ¿No sabes lo que dijo el poeta? Oye estas palabras, y reflexiona después sobre su alcance:
Han dicho: "¡Está loca! ¡Oh juventud perdida!"
Yo les digo: "¡Dichosos los locos! ¡Gozan más de la vida, y en eso se diferencian de la muchedumbre vulgar, que se ríe de sus acciones!"
Y les digo también: "¡Mi locura no tiene más que un remedio, y es el regreso de mi amigo!"
Cuando Marzauán oyó estos versos, comprendió en seguida que Budur estaba sencillamente enamorada, y que esta era toda su enfermedad. Y le dijo: "El hombre sagaz sólo necesita una seña para enterarse. ¡Apresúrate a contarme tu historia, y si Alah quiere, seré para ti causa de consuelo y el mediador para tu salvación!"
Entonces Budur le refirió minuciosamente toda la aventura, que no ganaría nada con que la repitiéramos. Y prorrumpió en llanto, diciendo: "¡He aquí mi triste suerte, ¡oh Marzauán! y ya no vivo más que llorando noche y día, y apenas los versos de amor que recito consiguen refrescar un poco la quemadura de mi hígado!"
Oídas estas palabras, Marzauán bajó la cabeza para reflexionar, y durante una hora se sumió en sus pensamientos. Después levantó la cabeza, y dijo a la desolada Budur: "¡Por Alah! Veo claro que tu historia es exacta de todo punto; pero en verdad que resulta difícil de entender. Sin embargo, tengo esperanzas de curar tu corazón dándote la satisfacción que deseas. Pero ¡por Alah! procura aguantar con paciencia hasta mi regreso. ¡Y estate bien segura de que el día en que de nuevo me veas junto a ti, será aquel en que te habré traído de la mano a tu amante!"
Y dicho esto, Marzauán se retiró bruscamente de la habitación de la princesa, su hermana de leche, y el mismo día se fué de la ciudad del rey Ghayur.
Fuera ya de las murallas, Marzauán viajó durante un mes entero de ciudad en ciudad y de isla en isla, y por todas partes no oía a la gente hablar en todas sus conversaciones más que de la historia extraña de Sett-Budur.
Pero al cabo del mes de viaje, Marzauán llegó a una gran ciudad, situada a orillas del mar, y que se llamaba Tarab, y dejó de oír a la gente hablar de Sett-Budur; pero en cambio no se ocupaban más que de la historia sorprendente de un príncipe, hijo del rey de aquella comarca, que se llamaba Kamaralzamán. Y Marzauán hizo que le contaran los pormenores de aquella aventura, y los encontró tan semejantes en todos sus puntos a los que ya sabía de Sett-Budur, que se enteró con exactitud del lugar en que se encontraba aquel hijo del rey. Se le dijo que tal sitio estaba muy lejos, y que a él llevaban dos caminos: uno por tierra y otro por mar; por tierra se tardaba seis meses en llegar al país de Khaledán, en el cual encontrábase Kamaralzamán; por mar, no se tardaba más que un mes. Entonces Marzauán, sin vacilar, escogió la vía marítima, embarcándose en un buque que salía precisamente para las islas del reino de Khaledán.
La nave en que se había embarcado Marzauán tuvo viento favorable durante toda la travesía; pero el mismo día que llegó a la vista de la capital del reino, una tempestad formidable levantó las olas del mar y proyectó al aire la nave, que giró sobre sí misma y zozobró sin remedio en un peñasco tajado. Pero Marzauán, entre otras cualidades, tenía la de saber nadar a la perfección, y de todos los pasajeros fué el único que pudo salvarse agarrándose al palo mayor que había caído al mar. Y la fuerza de la corriente le arrastró precisamente hacia la lengua de tierra en que estaba edificado el palacio que habitaba Kamaralzamán con su padre.
Y quiso el Destino que en aquel momento el gran visir, que había ido a dar cuenta al rey del estado del reino, estuviera mirando por la ventana que daba al mar, y al ver a aquel joven que arribaba de tal manera, mandó a los esclavos que fuesen a socorrerle, y se lo trajeran, no sin haberle proporcionado ropa para mudarse y darle de beber un vaso de sorbete para calmar su espíritu.
A los pocos momentos, Marzauán entró en la sala en que estaba el visir. Y como era bien formado y de aspecto gentil, agradó en seguida al gran visir, que se puso a interrogarle, y pronto se dió cuenta
de lo extenso de sus conocimientos y de su cordura. Y dijo para sí: "¡Seguramente debe de estar versado en la medicina!" Y le dijo: "¡Alah te ha guiado aquí para curar a un enfermo a quien quiere mucho su padre...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 196ª NOCHE
Ella dijo:
. . . a un enfermo a quien quiere mucho su padre, y que para todos nosotros es causa de aflicción continua!" Y Marzauán le preguntó: "¿A qué enfermo te refieres?" El otro contestó: "Al príncipe Kamaralzamán, hijo de nuestro rey Schahramán, que habita aquí mismo".
Oídas estas palabras, Marzauán dijo para sí: "¡El Destino me favorece más de lo que yo deseaba!" Después preguntó al visir: "¿Y cuál es la enfermedad que padece el hijo del rey?" El visir dijo: "Yo creo sencillamente que está loco. ¡Pero su padre afirma que le han hecho mal de ojo o algo parecido, y se halla a punto de creer una historia extraña que su hijo le ha contado!" Y el visir contó a Marzauán la historia entera desde su origen.
Cuando Marzauán oyó el relato, llegó al límite de la alegría, pues ya no dudó de que el príncipe Kamaralzamán fuera el joven que había pasado la famosa noche con Sett-Budur, dejando a su amada un recuerdo tan vivo. Pero se guardó muy bien de explicárselo al gran visir, y sólo le dijo: "¡Estoy seguro de que viendo al joven daré antes con el tratamiento indicado, y gracias al cual le curaré, si Alah quiere!" Y el visir le llevó sin tardanza al aposento de Kamaralzamán.
Y lo primero que llamó la atención de Marzauán al mirar al príncipe fué su parecido extraordinario con Sett-Budur.
Y tan estupefacto se quedó, que no pudo por menos de exclamar: "¡Ya Alah! ¡Bendito sea Aquel que crea bellezas tan semejantes dándoles los mismos atributos e iguales perfecciones!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán, que hallábase tendido lánguidamente en el lecho y con los ojos medio cerrados, los abrió por completo y aguzó el oído. Pero Marzauán, aprovechando aquella atención del príncipe, improvisaba ya los siguientes versos, para darle a entender de una manera embozada lo que ni el rey Schahramán ni el gran visir podían comprender:
Trataré de cantar los méritos de una beldad, causante de mis padecimientos, para hacer revivir el recuerdo de sus antiguos encantos.
Me dicen: "¡Oh tú, el herido por la flecha de amor, levántate! ¡He aquí la copa llena, y la guitarra para alegrarte!"
Yo les digo: "¿Cómo podré alegrarme si amo? ¿Hay mayor alegría que la del amor y la de padecer por amor?
"¡Amo tanto a mi amiga, que me encela hasta la camisa que toca sus caderas cuando la camisa se ciñe demasiado a sus caderas hermosas, benditas y suaves!
"¡Amo tanto a mi amiga, que tengo celos de la copa que toca sus labios gentiles cuando la copa roza durante mucho tiempo sus labios, creados para el beso!
"¡No me censuréis por amarla tan apasionadamente; bastante padezco con mi propio amor!
"¡Ah! ¡Si supieras sus méritos! ¡Tan seductora es como José en casa de Faraón, tan melodiosa como David delante de Saúl, tan modesta como María, madre de Cristo!
"¡Y yo me veo tan triste como Jacob apartado de su hijo, tan desdichado como Jonás en la ballena, tan probado como Job entre la paja, tan decaído como Adán perseguido por el ángel...!
"¡Ay! ¡Nada me curará, a no ser el regreso de la amiga!".
Cuando Kamaralzamán oyó estos versos, notó como si penetrase en él una gran frescura que le apaciguara el alma, e hizo seña a su padre para que invitara al joven a sentarse cerca de él y los dejaran solos. Y encantado el rey al ver que su hijo interesábase por algo, se apresuró a invitar a Marzauán a sentarse cerca de Kamaralzamán, y salió de la sala después de haber guiñado el ojo al visir para indicarle que le siguiera.
Entonces Marzauán se inclinó al oído del príncipe, y le dijo: "Alah me ha guiado hasta aquí para servir de mediador entre tú y la que amas. Y a fin de convencerte, escucha". Y dió a Kamaralzamán tales pormenores de la noche pasada con la joven, que no era posible la duda.
Y añadió: " esa joven se llama Budur, y es hija del rey Ghayur, señor de El-Budur y El-Kussur. Y es mi hermana de leche".
Al oír estas palabras, Kamaralzamán se sintió tan aliviado de su languidez, que notó cómo las fuerzas daban a su alma nueva vida; y se levantó de la cama, y cogió del brazo a Marzauán, y le dijo: "¡Voy a irme en seguida contigo al país del rey Ghayur!"
Pero Marzauán le dijo: "¡Está algo lejos, y primero has de recobrar las fuerzas por completo! ¡Después iremos juntos allá, y tú solo curarás a Sett-Budur!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 199ª NOCHE
Ella dijo:
"...y tú solo curarás a Sett-Budur!".
A todo esto, el rey, impulsado por la curiosidad, volvió a la sala y vió el rostro radiante de su hijo. Entonces, con la alegría, se le atascó en la garganta el aliento; y la alegría llegó al delirio cuando
oyó que su hijo le decía: "¡Voy a vestime al momento para ir al hammam!"
Enseguida el rey se echó al cuello de Marzauán y le besó, sin pensar siquiera en preguntarle de qué receta o remedio se había servido para obtener en tan poco tiempo tan buen resultado. Y luego de colmar a Marzauán de regalos y honores, mandó iluminar toda la ciudad en señal de alegría, distribuyó prodigiosa cantidad de ropones de honor y obsequios a sus dignatarios y a toda la servidumbre de palacio, y mandó abrir todas las cárceles y poner en libertad a los presos. Y de aquella manera toda la ciudad y todo el reino se llenaron de contento y dicha.
Cuando a Marzauán le pareció que la salud del príncipe estaba completamente restablecida, le llamó aparte y le dijo: "¡Llegó el momento de partir, ya que no puedes aguantar más! ¡Haz, pues, tus preparativos, y vámonos!"
El príncipe respondió: "¡Pero mi padre no me dejará marchar, porque me quiere tanto, que nunca se decidirá a separarse de mí! ¡Y Alah! ¡Cuál será entonces mi desolación! Seguramente tendré una grave recaída!" Pero Marzauán contestó: "Ya he previsto esa dificultad, y me las arreglaré de modo que no haya retraso; verás qué ardid he discurrido para lograrlo. Dirás al rey que tienes ganas de respirar el aire libre en un cacería de algunos días conmigo, porque te notas oprimido el pecho desde que no sales de casa. ¡Y seguramente el rey no te negará el permiso!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán se alegró en extremo, y fué en el acto a pedir la venia a su padre, quien, efectivamente para no afligirle no se atrevió a negarse. Pero le dijo: "¡Sólo por una noche! ¡Pues una ausencia muy prolongada me mataría de pena!" Después el rey mandó preparar para su hijo y Marzauán dos magníficos caballos y otros seis de repuesto, y un dromedario para los bagajes; y un camello cargado de víveres, y odres con agua.
Tras de lo cual, el rey abrazó a su hijo Kamaralzamán y a Marzauán; llorando les encargó recíproco cuidado, y después de la despedida más conmovedora, les dejó alejarse de la ciudad con todo su séquito.
Fuera ya de las murallas, los dos camaradas fingieron cazar todo el día para engañar a los palafreneros y conductores, y al oscurecer armaron las tiendas y comieron, bebieron y durmieron hasta medianoche, Entonces Marzauán despertó sigilosamente a Kamaralzamán, y le dijo: "¡Tenemos que aprovechar el sueño de esta gente para marcharnos!" Cada cual montó en uno de los caballos de refresco, y se pusieron en camino sin llamar la atención.
Así anduvieron a buen paso hasta el nacimiento del alba. En aquel momento Marzauán paró el caballo y dijo al príncipe: "¡Párate también, y apéate!" Y cuando se apeó, dijo: "¡Quítate pronto la camisa y los calzones!" Y Kamaralzamán, sin replicar, se despojó de los calzones y la camisa. Y Marzauán le dijo: "¡Ahora dámelos y aguarda un poco!" Y cogió las dos prendas y se fué hasta un sitio en que el camino formaba una encrucijada. Entonces cogió un caballo que había tenido la precaución de llevarse detrás, y lo metió en el centro de un bosque que se extendía hasta allí, y lo degolló, y tiñó con sangre la camisa y los calzones. Después de lo cual volvió al sitio en que el camino se dividía y tiró las prendas entre el polvo del camino. Luego volvió hacia Kamaralzamán, que lo aguardaba sin moverse, y que le preguntó: "Quisiera saber tus proyectos". El otro contestó: "Empecemos por tomar un bocado".
Comieron y bebieron, y Marzauán dijo entonces al príncipe: "¡Verás! Cuando el rey advierta que transcurren dos días y no regresas, y cuando los conductores le digan que hemos partido a medianoche, mandará enseguida en nuestra busca a gente que no dejará de ver en la encrucijada tu camisa y tus calzones ensangrentados, y dentro de los cuales he tenido, además, la precaución de meter algunos pedazos de carne de caballo y los huesos rotos. Y así nadie dudará que una fiera te ha devorado y que yo he huido lleno de terror". Luego añadió: "Indudablemente esa noticia será un golpe terrible para tu padre; pero en cambio, ¡cuál no será después su júbilo cuando sepa que vives y estás casado con Sett-Budur!" Kamaralzamán nada tuvo que replicar a esto, y dijo: "¡Oh Marzauán, tu ocurrencia es excelente y tu estratagema ingeniosa! Pero ¿cómo nos arreglaremos para los gastos?" Marzauán respondió: "¡No te preocupe eso! He traído conmigo las más hermosas pedrerías, de las cuales la peor vale más de 200.000 dinares".
Y así siguieron viajando durante bastante tiempo, hasta que por fin avistaron la ciudad del rey Ghayur. Echaron entonces a todo galope los caballos, y franquearon los muros, y entraron por la puerta principal de las caravanas.
Kamaralzamán quiso ir en seguida a palacio; pero Marzauán le dijo que tuviera otro poco de paciencia, y le llevó al khan, en donde paraban los ricos extranjeros, y allí estuvieron tres días completos para descansar bien de las fatigas del viaje. Y Marzauán aprovechó el tiempo en mandar fabricar pára uso del príncipe un artilugio completo de astrólogo, todo de oro y materias preciosas; y luego le llevó al hammam, y después del baño le vistió con un traje de astrólogo, y habiendo comunicado las instrucciones necesarias, le guió hasta el pie del palacio del rey, y le dejó para ir a avisar a su madre, la nodriza, a fin de que ésta advirtiera a la princesa Budur.
En cuanto a Kamaralzamán, llegó hasta el pórtico del palacio ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 200ª NOCHE
Ella dijo:
". . Llegó hasta el pórtico del palacio, y ante la muchedumbre hacinada en la plaza y los guardias y porteros, clamó en alta voz:
¡Soy el astrólogo ilustre, el mágico digno de memoria!
¡Soy la cuerda que levanta los velos más espesos y la llave que abre armarios y cajones!
¡Soy la pluma que traza caracteres en los amuletos y en los libros de hechicería!
¡Soy la mano que extiende la arena adivinatoria y extrae la curación del fondo de los tinteros!
¡Soy el que da sus virtudes a los talismanes y por medio de la palabra alcanza todas las victorias!
¡Desvío hacia los emuntorios todas las enfermedades; no utilizo inflamatorios, ni vomitivos, ni estornutatorios, ni infusorios, ni vejigatorios!
¡No uso oraciones, jaculatorias, ni palabras evocadoras, ni fórmulas propiciatorias, y así obtengo curas rápidas y meritísimas!
¡Soy el mágico notorio, digno de recordación; acudid a mí todos! ¡No pido propina, ni óbolo remunerador, pues todo lo hago por la gloria!
Cuando los habitantes de la ciudad, los guardias y los porteros oyeron la proclama, se quedaron estupefactos; pues desde la ejecución sumarísima de los cuarenta médicos, creían que tal raza se había extinguido, tanto más cuanto que no habían vuelto a ver médicos ni magos.
Así es que todos rodearon al joven astrólogo, y al ver su hermosura, y su tez fresquísima, y sus demás perfecciones, quedaron encantados y desconsolados al mismo tiempo, porque temieron que sufriera igual suerte que sus antecesores. Y los que estaban más cerca del carro cubierto de terciopelo, en el cual se le veía de pie, le suplicaron que se alejase del palacio, y dijeron: "Señor mago, ¡por Alah! ¿No sabes lo que te espera si recorres mucho estos lugares? El rey te mandará para que pruebes tu ciencia con su hija. ¡Desdichado! ¡Sufrirás entonces la suerte de todos esos cuyas cabezas cortadas cuelgan precisamente encima de ti!"
Pero a tales conjuros, respondía Kamaralzamán gritando más alto:
¡Soy el mago ilustre, digno de recordación! ¡No uso jeringas ni fumigaciones! ¡Oh, vosotros todos, venid a verme!
Entonces todos los circunstantes, aunque convencidos de la ciencia del astrólogo, seguían temiendo que fracasara contra aquella enfermedad sin remedio.
De modo que se pusieron muy tristes, diciéndose unos a otros: “!Qué lástima de juventud!”
A todo esto, el rey, al oír el tumulto en la plaza y al ver el gentío que rodeaba al astrólogo, dijo al visir: "¡Vé pronto a buscar a ese hombre!"
Y el visir ejecutó inmediatamente la orden.
Cuando Kamaralzamán llegó a la sala del trono, besó la tierra entre lasmanos del rey, y empezó por dirigirle este ditirambo:
En ti están reunidas las ocho cualidades que obligan a inclinar la cabeza al más sabio.
La ciencia, la fuerza, el poderío, la generosidad, la elocuencia, la sagacidad, la fortuna y la victoria.
Encantado quedó el rey Ghayur cuando hubo oído tales alabanzas y miró atentamente al astrólogo. Y era tal la hermosura de éste, que el rey cerró los ojos un momento, luego los volvió a abrir, y le dijo: "¡Siéntate a mi lado!"
Después le dijo: "¡Mira, hijo mío, mejor estarías sin ese traje de médico! ¡Y mucho me alegraría de casarte con mi hija si consiguieras curarla! ¡Pero dudo que lo logres! ¡Y como he jurado que nadie conservaría la vida después de haber visto la cara de la princesa, a no ser que la alcanzara por esposa, me vería obligado, muy contra mi gusto, a hacerte sufrir la misma suerte que a los cuarenta que te han precedido! ¡Contesta, pues! ¿Te allanas a las condiciones impuestas?"
Oídas esta palabras, Kamaralzamán dijo:
"¡Oh rey afortunado! ¡ vengo desde muy lejos a este país próspero para ejercer mi arte y no para callar! ¡Sé lo que arriesgo, pero no retrocederé!" Entonces el rey dijo al jefe de los eunucos: "¡Ya que insiste, guíale a la habitación de la prisionera!"
Entonces ambos fueron al aposento de la princesa, y el eunuco, al ver que el joven apresuraba el paso, dijo: "¡Infeliz! ¿Crees de veras que llegarás a ser yerno del rey?" Kamaralzamán dijo: "¡Así lo espero! Y además, estoy tan seguro de ganar, que sin moverme de aquí puedo curar a la princesa, demostrando a toda la tierra mi habilidad y mi sabiduría". "¡Cómo! ¿Puedes curarla sin verla? ¡Gran mérito el tuyo si así es!"
Kamaralzamán dijo: "Aunque el deseo de ver a la princesa, que ha de ser mi esposa, me mueva a penetrar inmediatamente en su aposento, prefiero obtener su curación quedándome detrás del cortinaje de su cuarto". El eunuco dijo: "¡Más sorprendente será la cosa!"
Entonces Kamaralzamán se sentó en el suelo, detrás del cortinaje del cuarto del Sett-Budur, sacó del cinturón un pedazo de papel y recado de escribir, y redactó la siguiente carta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 204ª NOCHE
Ella dijo:
. . . sacó del cinturón un pedazo de papel y recado de escribir, y redactó la siguiente carta:
"Estos renglones son de mano de Kamaralzamán, hijo del sultán Schahramán, rey de las tierras y de los océanos en los países musulmanes de las islas de Khaledán.
"A Sett Budur, hija del rey Ghayur, señor de El-Budur y El-Kussur, para expresarle sus penas de amor".
"Si hubiera de decirte, ¡oh princesa! todo lo abrasado que está este corazón que heriste, no habría en la tierra cañas bastante duras para trazar sobre el papel afirmación tan osada. ¡ Pero sabe ¡ oh adorable! que si se agotara la tinta, mi sangre no se agotaría, y con su color hubiera de expresarte mi interna llama, esta llama que me consume desde la noche mágica en que me apareciste en sueños y me cautivaste para siempre!
"Dentro de este pliego va la sortija que te pertenecía. Te la mando como prueba cierta de que
soy el quemado por tus ojos; el amarillo como azafrán, el hirviente como volcán, el sacudido por las desventuras y el huracán, que grita hacia ti Amán, firmando con su nombre, Kamaralzamán.
"Habito en la ciudad en el gran khan".
Escrita ya la carta, Kamaralzamán la dobló, metiendo en ella diestramente la sortija; la cerró, y luego entregósela al eunuco, que fué imediatamente a dársela a Sett Budur, diciéndole: "¡Ahí detrás de la cortina, ¡oh mi señora! hay un joven astrólogo tan temerario, que pretende curar a la gente sin verla! ¡He aquí, por cierto, lo que para ti me entregó!"
Pero apenas abrió la carta la princesa Budur, cuando conoció la sortija, y dió un grito agudo; y después, enloquecida, atropelló al eunuco y corrió a levantar la cortina, y a la primera ojeada reconoció también en el joven astrólogo al hermoso adolescente a quien se había entregado toda durante su sueño. Y tal fué su alegría, que entonces sí que le faltó poco para volverse loca de veras. Echóse al cuello de su amante, y ambos se besaron como dos palomas separados durante mucho tiempo.
Al ver aquello, el eunuco fué a escape a avisar al rey lo que acababa de ocurrir, diciéndole: "Ese astrólogo joven es el más sabio de todos los astrólogos. ¡Acaba de curar a tu hija sin verla siquiera, quedándose detrás del cortinaje!" Y el rey exclamó: "¿Es verdad eso que cuentas?" El eunuco dijo: "¡Oh señor mío, puedes ir a comprobarlo con tus propios ojos!"
Entonces el rey se dirigió inmediatamente al cuarto de su hija, y vió que, en efecto, era una realidad lo dicho. Y se regocijó tanto, que besó a su hija entre los dos ojos, porque la quería mucho, y besó también a Kamaralzamán, y después le preguntó de qué tierra era. Kamaralzamán le contestó: "¡De las islas de Khaledán, y soy el propio hijo del rey Schahramán!" Y refirió al rey Ghayur toda su historia con Sett Budur.
Cuando la oyó, exclamó el rey: "¡Por Alah! ¡Esta historia es tan pasmosa y maravillosa, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, sería motivo de asombro para quienes la leyeran con atención!" E inmediatamente la mandó escribir en los anales por los escribas más hábiles del palacio, para que se transmitiera de siglo en siglo a todas las generaciones futuras.
En el acto mandó llamar al kadí y a los testigos, para que se extendiera sin demora el contrato de matrimonio de Sett Budur con Kamaralzamán. Y mandó adornar e iluminar la ciudad siete noches y siete días; y se comió, y se bebió y se disfrutó; y Kamaralzamán y Sett- Budur llegaron al colmo de sus anhelos, y se amaron recíprocamente durante mucho tiempo entre fiestas, bendiciendo a Alah el Bienhechor.
Pero una noche, después de cierto festín al cual habían sido invitados los principales personajes de las islas exteriores e interiores, y cuando Kamaralzamán había disfrutado de manera todavía más grata que la acostumbrada de las suntuosidades de su esposa, tuvo, dormido ya, un sueño en el cual vió a su padre, el rey Schahramán, que se le aparecía con la cara bañada en llanto, y le decía tristemente:
"¿Cómo me abandonas así ya, Kamaralzamán? ¡Mira! ¡Voy a morirme de dolor!"
Entonces Kamaralzamán se despertó sobresaltado, y despertó también a su esposa, y empezó a exhalar hondos suspiros.
Y Sett Budur, ansiosa, le preguntó: "¿Qué te pasa, ojos míos? Si te duele el vientre, te haré enseguida un cocimiento de anís e hinojo. Y si te duele la cabeza, te pondré en la frente paños de vinagre. Y si has comido demasiado por la noche, te colocaré encima del estómago un panecillo caliente envuelto en una servilleta, y te daré a beber un poco de agua de rosas mezclada con jugo de otras flores...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 206ª NOCHE
Ella dijo:
"...y -te daré de beber un poco de agua de rosas mezclada con jugo de otras flores".
Kamaralzamán contestó: "Tenemos que marcharnos mañana, ¡oh Budur!, a mi país, cuyo rey, mi padre está enfermo. ¡Acaba de aparecérseme en sueños, y me aguarda allá llorando!"
Budur contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y aunque todavía era de noche, se levantó enseguida y fué en busca de su padre, el rey Ghayur, que estaba en el harem, y a quien con el eunuco mandó recado de que tenía que hablarle.
El rey Ghayur, al ver aparecer la cabeza del eunuco a aquellas horas, se quedó estupefacto, y le dijo: "¿Qué desastre vienes a anunciarme, ¡oh cara de alquitrán!?"
El eunuco contestó: "¡La princesa Budur desea hablar contigo!" El contestó: "Aguarda que me ponga el turbante". Después de lo cual salió, y dijo a Budur: "Hija mía, ¿qué clase de pimienta has tragado para estar en movimiento a estas horas?"
Ella contestó: "¡Oh padre mío! ¡ vengo a pedirte permiso para salir al amanecer hacia el país de Khaledán, reino del padre de mi esposo Kamaralzamán!" El rey dijo: "¡No me opongo, con tal de que vuelvas pasado un año!" Ella dijo: "¡Sí, por cierto!" Y dió las gracias a su padre por el permiso besándole la mano, y llamó a Kamaralzamán, que también le dió las gracias.
Y al amanecer del día siguiente estaban hechos los preparativos, enjaezados los caballos y cargados los dromedarios y camellos. Entonces el rey Ghayur se despidió de su hija Budur y la recomendó mucho a su esposo, y les regaló numerosos presentes de oro y diamantes y los acompañó durante algún tiempo. Tras de lo cual regresó a la ciudad, no sin haberles encargado, llorando, que se cuidaran mucho, y les dejó seguir su camino.
Entonces Kamaralzamán y Sett Budur, después del llanto de la despedida, no pensaron más que en la alegría de ver al rey Schahramán. Y viajaron el primer día, y el segundo y el tercero, y así sucesivamente hasta el día trigésimo. Llegaron entonces a un prado muy agradable, que les gustó hasta el punto de que mandaron armar el campamento allí para descansar un día o dos. Y no bien estuvo dispuesta y armada junto a una palmera la tienda de Sett Budur, cansada ésta entró en seguida en ella, tomó un bocado y no tardó en dormirse.
Cuando Kamaralzamán acabó de dar órdenes y de mandar armar las otras tiendas mucho más lejos, para que él y Budur pudieran disfrutar del silencio y la soledad, penetró a su vez en la tienda, y vió dormida a su joven esposa. Y al verla se acordó de la primera noche milagrosa pasada con ella en la torre.
Porque en aquel momento Sett Budur aparecía tendida en la alfombra de la tienda, colocada la cabeza en un almohadón de seda escarlata. No tenía encima más que una camisa de color claro, de gasa fina, y el ancho calzón de tela de Mosul. Y de cuando en cuando la brisa entreabría hasta el ombligo la ligera camisa; y todo el hermoso vientre surgía blanco como la nieve, ostentando en los sitios delicados hoyuelos y lo bastante anchos para contener cada uno una onza de nuez moscada.
Y Kamaralzamán, encantado, no pudo dejar de recordar estos versos deliciosos del poeta:
¡Cuando duermes en la púrpura, tu rostro claro es como la aurora, y tus ojos como los cielos marinos!
¡Cuando tu cuerpo vestido de narcisos y rosas se yergue o se alarga flexíble, no lo igualaría la palmera que crece en Arabia!
¡Cuando tu fina cabellera, en la cual arden las pedrerías, cae maciza o se despliega leve, no hay seda que valga lo que su tejido natural!
Después recordó asimismo este poema admirable, que acabó de llevarlo al límite del éxtasis:
¡Durmiente! ¡magnífica es la hora en que las palmas abiertas beben la claridad! ¡Mediodía sin aliento! ¡Un zángano de oro aspira una rosa desfallecida! ¡Sueñas! ¡Sonríes! ¡No te muevas!
¡No te muevas! ¡Tu delicada piel dorada colorea con sus reflejos la gasa diáfana; y los rayos del sol, vencedores de las palmas, te penetran, ¡oh diamante! al atravesarte te ilumina! ¡Ah! ¡No te muevas!
¡No te muevas! ¡Deja respirar así a tus senos, que se alzan y descienden como las olas del mar! ¡Oh! ¡Tus senos nevados! ¡Quiero aspirarlos como la espuma marina y la sal blanca! ¡Ah! ¡Deja respirar a tus senos!
¡Deja respirar a tus senos! ¡El arroyo risueño reprime sus risas; el zángano interrumpe su zumbido en la flor; y mi mirada quema las dos uvas color granate de tus pechos! ¡Oh! ¡Deja que mis ojos ardan!
¡Deja que mis ojos ardan! ¡Pero que mi corazón se ensanche bajo las palmas afortunadas, con tu cuerpo macerado en las rosas y el sándalo, con todo el beneficio de la soledad y la frescura del silencio!
Después de haber recitado estos versos, Kamaralzamán sintió ardiente deseo de su esposa dormida, de la cual no podía cansarse, así como el sabor fresco del agua pura es siempre delicioso para el paladar del sediento. Inclinóse, pues, hacia ella, y le desató el cordón de seda que le sujetaba el calzón; y alargaba ya la mano hacia la sombra cálida de los muslos, cuando notó que un cuerpecillo duro le rodaba por entre los dedos. Lo cogió y vió que era una cornalina atada a una hebra de seda precisamente encima del valle de las rosas. Y Kamaralzamán quedó muy asombrado, y dijo para sí: "¡Si esta cornalina no tuviera virtudes extraordinarias, y no fuera un objeto muy querido para Budur, no lo habría conservado con tanto esmero, ni lo habría ocultado precisamente en el sitio más precioso de su cuerpo! ¡Será para no separarse de él! ¡Sin duda le ha debido dar esta piedra su hermano Marzauán para preservarla del mal de ojo y los abortos!"
Luego Kamaralzamán, sin proseguir las caricias empezadas, sintió tal tentación de examinar mejor la piedra, que desató la seda que la sujetaba, la sacó, y salió de la tienda para mirarla a la luz. Y vió que la cornalina, tallada en cuatro facetas, estaba grabada con caracteres talismánicos y figuras desconocidas. Y al colocársela a la altura de los ojos, para examinar mejor sus pormenores, un ave grande se precipitó de pronto desde lo alto de los aires, y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGÒ LA 207ª NOCHE
Ella dijo:
...y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano. Después fué a posarse, algo más lejos, en la copa de un árbol alto, y lo miró, inmóvil y burlona, sujetando con el pico el talismán.
Ante aquel desastroso accidente, la estupefacción de Kamaralzamán fué tan honda, que abrió la boca y estuvo algún rato sin poder moverse, pues a su vista pasó todo el dolor con que presentía afligida a Budur al saber la pérdida de una cosa que indudablemente debía estimar mucho. Así es que Kamaralzamán, repuesto de su sorpresa, no vaciló un instante. Cogió una piedra y corrió hacia el árbol en que se había posado el ave. Llegó a la distancia necesaria para tirarle la piedra al ladrón, y ya levantaba la mano apuntándole, cuando el ave saltó del árbol y fué a posarse en otro algo más lejano. Entonces Kamaralzamán la persiguió, y el ave voló y fué al tercer árbol.
Y Kamaralzamán dijo para sí: "¡Ha debido ver que llevo una piedra en la mano! Voy a tirarla para que comprenda que no quiero hacerle daño" Y tiró la piedra a lo lejos.
Cuando el ave vió que Kamaralzamán tiraba la piedra, saltó al suelo, pero manteniéndose de todos modos a cierta distancia. Y Kamaralzamán pensó: "¡Ahí me está esperando!" Y se acercó a ella con rapidez, pero al ir a tocarla con la mano, el ave saltó algo más lejos. Y Kamaralzamán saltó detrás de ella. Y el ave saltó y Kamaralzamán saltó y el ave saltó. Y Kamaralzamán salto, y así sucesivamente, horas y horas, de valle en valle y de collado en collado, hasta que anocheció. Entonces Kamaralzamán exclamó: "¡No hay más recurso que Alah Todopoderoso!" Y se paró, sin aliento. Y el ave también se paró, pero algo más lejos, en la cima de un montecillo.
En aquel momento, Kamaralzamán notó humedad en la frente, más de desesperación que de cansancio, y pensó que tal vez haría mejor en regresar al campamento. Pero dijo para sí: "Mi amada Budur sería capaz de morirse de pena si le anunciase la pérdida irremediable de este talismán, de virtudes desconocidas para mí, pero que para ella deben ser esenciales. Y además, si me volviera ahora que la tiniebla es tan espesa, me expondría a extraviarme, o a que me atacasen las alimañas nocturnas". Sumido entonces en pensamientos tan desconsoladores, no sabía qué resolución tomar, y se tendió en el suelo, llegando al límite del aniquilamiento.
Sin embargo, no dejó de observar al ave, cuyos ojos brillaban de una manera extraña entre la sombra; y cada vez que hacía un ademán o se levantaba pensando sorprenderla, el ave sacudía las alas y daba un chillido como para avisarle que le veía. De modo que Kamaralzamán, vencido por la fatiga y la emoción, se dejó dominar del sueño hasta por la mañana.
En cuanto despertó, decidió pillar a todo trance al ave ladrona, y empezó a perseguirla: y se repitió la misma carrera, con igual resultado que en la víspera. Y Kamaralzamán, cuando anocheció, empezó a golpearse, exclamando: "¡La perseguiré mientras me quede un hálito de vida!" Y recogió algunas plantas y hierbas, conformándose con alimentarse de ellas. Y se durmió, acechando al ave, y acechado también por los ojos que brillaban entre la sombra.
Y al día siguiente se reprolujo la misma persecución, y así continuaron hasta el décimo día, desde por la mañana hasta por la noche; pero al amanecer el undécimo día, atraído sin cesar por el vuelo del ave, Kamaralzamán llegó a las puertas de una ciudad situada junto al mar.
Al ver aquello, Kamaralzamán se sintió presa de una ira tal, que se tiró al suelo de bruces, y lloró durante largo tiempo, sacudido por los sollozos.
Pasadas algunas horas en tal estado de angustia, se decidió a levantarse, y fué hasta el arroyo que corría cerca de allí para lavarse las manos y la cara y hacer sus abluciones; después se encaminó a la ciudad, pensando en el dolor de su amada Budur y en todas las suposiciones que estaría haciendo sobre su desaparición y la del talismán. Y se recitaba poemas acerca de la separación y las penas de amor, como el siguiente, entre otros mil:
Para no escuchar a los envidiosos que me censuraban y me decían: ¡Sufres porque amas a un ser demasiado hermoso! ¡Quien es tan hermoso como ese ser, se antepone a todo amor!
Para no escucharlos, me he tapado todas las aberturas de los oídos, y les he dicho: ¡La he escogido entre mil, es verdad! ¡Cuando el Destino nos tiene en su poder, perdemos la vista y hacemos la elección entre tinieblas!
Después Kamaralzamán traspuso las puertas y entró en la ciudad. Empezó a andar por las calles sin que ninguno de los numerosos habitantes con quienes se cruzaba le mirara con afabilidad, como ascostumbran a hacer los musulmanes con los extranjeros. Siguió, pues, su camino, y llegó de tal modo a la puerta opuesta de la ciudad, por la cual se salía para ir a los jardines.
Como encontró abierta la puerta de un jardín más grande que los demás, entró en él, y vió que se le acercaba el jardinero, que fué el primero que le saludó, según la fórmula de los musulmanes. Y Kamaralzamán correspondió a sus deseos de paz, y respiró a gusto oyendo hablar en árabe. Y después del cambio de zalemas, Kamaralzamán preguntó al viejo: "Pero ¿por qué tienen unas caras tan hurañas y unas maneras tan frías, tan heladas y tan poco hospitalarias todos esos habitantes?"
El buen anciano contestó: "¡Bendito sea Alah, hijo mío, por haberte sacado sin detrimento de sus manos! Los que habitan en esta ciudad son invasores procedentes de los países negros de Occidente; llegaron un día por mar desembarcando de improviso, y mataron a todos los musulmanes, que vivían en nuestra ciudad. Adoran cosas extraordinarias e incomprensibles; hablan en un lenguaje oscuro y bárbaro, y comen cosas podridas que huelen mal, como el queso corrompido y la caza pasada; y no se lavan nunca, porque al nacer, unos hombres muy feos y vestidos de negro les riegan el cráneo con agua, y esta ablución, acompañada por ademanes extraños, les dispensa de cualquiera otra ablución durante el resto de sus días. De modo que esta gente, para no sentir nunca la tentación de lavarse, empezaron por destruir todo harnmam y toda fuente pública, y en el lugar que ocupaban edificaron tiendas servidas por zorras, que venden como bebida un líquido amarillo con espuma, que debe ser orines fermentados, o cosa peor todavía. ¡En cuanto a sus mujeres, ¡oh hijo mío! son la calamidad más abominable! Tampoco se lavan, lo mismo que los hombres; pero en cambio se blanquean las caras con cal apagada, y cascarones de huevo pulverizados; además, tampoco llevan paño ni pantalón que las libre por abajo del polvo del camino; así es que resulta pestilente acercarse a ellas, y todo el fuego del infierno no bastaría a limpiarlas. He aquí, hijo mío entre qué gente acabo una existencia que me costó gran trabajo salvar del desastre: ¡Pues aquí donde me ves, soy el único musulmán que queda vivo!
¡Pero demos gracias al Altísimo, que nos hizo nacer con creencias tan puras como el cielo del cual proceden!"
Dichas estas palabras, el jardinero se figuró, por el aspecto cansado del joven, que debía tener hambre; le llevó a su modesta casa, al fondo del jardín, y con sus propias manos le dió de comer y beber. Después de lo cual le interrogó discretamente por la causa de su llegada ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 208ª NOCHE
Ella dijo:
.. por la causa de su llegada.
Kamaralzamán, lleno de agradecimiento a la bondad del jardinero, no le ocultó nada de su historia, y acabó su relato prorrumpiendo en llanto.
El viejo hizo cuanto pudo por consolarle, y le dijo:
"Hijo mío, la princesa Budur te habrá precedido seguramente en el reino de tu padre, el país de Khaledán. Aquí en mi casa encontrarás buena acogida, asilo y reposo, hasta que algún día Alah envíe una nave que pueda transportarte a la isla más cercana de aquí, que se llama la isla de Ebano. Y entonces, como de la isla de Ebano hasta el país de Khaledán la distancia no es muy grande, encontrarás muchos barcos para llegar a él. De modo que desde hoy iré diariamente al puerto hasta que encuentre un mercader que consienta en hacer contigo el viaje a la isla de Ebano, pues para encontrar uno que quisiera ir al país de Khaledán, habría que aguardar años y años.
Y el jardinero no dejó de hacerlo como había dicho; pero pasaron días y meses sin que pudiese encontrar un barco que saliera para la isla de Ebano.
¡Esto en cuanto a Kamaralzamán!
Pero respecto a Sett Budur, le ocurrieron cosas tan maravillosas y sorprendentes, ¡oh rey afortunado! que me apresuro a hablarte de ella. ¡Verás!
Efectivamente, en cuanto Sett Budur se despertó, su primer movimiento fué abrir los brazos para estrechar entre ellos a Kamaralzamán. Y su asombro fué muy grande al no encontrarle a su lado, y extraordinaria su sorpresa al enterarse de que el calzón se le había desatado y el cordón de seda había desaparecido con la cornalina talismánica. Pero creyó que Kamaralzamán, que todavía no la había visto, la habría sacado afuera para mirarla mejor. Y aguardó pacientemente.
Cuando, pasado buen rato, vio que Kamaralzamán no volvía, empezó a alarmarse mucho, y pronto apoderóse de ella una aflicción inconcebible. Y cuando llegó la noche sin que hubiera regresado Kamaralzamán, ya no supo qué pensar de aquella desaparición, pero dijo para sí: "¡Ya Alah! ¿Qué cosa tan extraordinaria habrá podido obligar a Kamaralzamán a alejarse, cuando no puede pasar una hora apartado de mí? ¿Pero por qué se habrá llevado el talismán? ¡Maldito talismán! ¡tú eres la causa de nuestra desdicha! ¡Y a ti, maldito Marzauán, confúndate Alah por haberme regalado cosa tan funesta!"
Pero cuando Sett Budur vió que pasados dos días no regresaba su esposo, en vez de aturdirse, como lo habría hecho cualquier mujer en tales circunstancias, encontró dentro de la desgracia una firmeza de la cual no suelen estar provistas las personas de su sexo.
Nada quiso decir a nadie respecto a tal desaparición, por temor de que sus esclavas le traicionasen o la sirvieran mal; ocultó su dolor dentro del alma, y prohibió a la doncella que la acompañaba que dijera palabra de ello. Después, como sabía que se parecía a Kamaralzamán, abandonó su traje de mujer, cogió de un cajón la ropa de Kamaralzamán, y empezó a vestírsela.
Lo primero que se puso fué un hermoso ropón rayado, bien ajustado a la cintura, y que dejaba el cuello al aire; se ciñó un cinturón de filigrana de oro, en el cual colocó un puñal con mango de jade„ incrustado de rubíes; envolvióse la cabeza con un pañuelo de seda del muchos colores, que se apretó a la frente con una triple cuerda de pelo sedoso de camello joven, y hechos tales preparativos cogió un látigo, cimbreó la cintura, y mandó a su esclava que se vistiera con la ropa que Budur acababa de quitarse, y que anduviera detrás de ella. De tal modo, todo el mundo, al ver a la doncella, podía decir: "¡Es Sett- Budur!"
Salió entonces de la tienda, y dió la señal de marcha.
Sett -Budur, disfrazada de Kamaralzamán, se puso a viajar, seguida por su escolta, durante días y noches, hasta que llegó a una ciudad situada a orillas del mar. Entonces mandó armar las tiendas a las puertas de la plaza y preguntó: "¿Cuál es esta ciudad?" Y le contestaron: "Es la capital de la isla de Ebano".
Preguntó otra vez: "¿Cuál es su rey?" Y le contestaron: "Se llama el rey Armanos". Volvió a preguntar: "¿Tiene hijos?" Y le contestaron: "Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa del reino, y su nombre es Hayat-Alnefus . . .(Vida de las Almas)
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer laj mañana v se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGÒ LA 209ª NOCHE
Ella dijo:
"Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa del reino, y su nombre es Hayat-Alnefus".
Entonces Sett Budur envió un correo con una carta al rey Armanos, para anunciarle su llegada; y esta carta la firmaba como príncipe Kamaralzamán, hijo del rey Schahramán, señor del país de Khaledán.
Cuando el rey Armanos supo esta noticia, como siempre había mantenido excelentes relaciones con el poderoso rey Schahramán, se alegró mucho de poder hacer los honores de su ciudad al príncipe Kamarazalmán. Inmediatamente, seguido de una comitiva compuesta de los principales de su corte, fué hacia las tiendas al encuentro de Sett Budur, y la recibió con todos los miramientos y honores que creía ofrecer al hijo de un rey amigo. Y a pesar de las vacilaciones de Budur, que trató de no aceptar el alojamiento que graciosamente le ofrecían en palacio, el rey Armanos la decidió a acompañarle. E hicieron juntos su entrada solemne en la población. Y durante tres días obsequiaron a la corte toda con magníficos festines de suntuosidad extraordinaria.
Y después el rey Armanos se reunió con Sett Budur para hablarle de su viaje y preguntarle qué pensaba hacer. Y aquel día, Sett Budur, siempre disfrazada de Kamaralzamán, había ido al hammam del palacio, en el cual no quiso aceptar los servicios de ningún masajista. Y había salido de él tan milagrosamente bella y brillante, y sus encantos tenían bajo aquel aspecto de hombre un atractivo tan sobrenatural, que todo el mundo se detenía a su paso sin respirar y bendecía al Creador.
El rey Armanos, pues, se sentó al lado de Sett Budur, y habló con ella largo rato. Y tanto le subyugaron sus encantos y elocuencia, que le dijo: "¡Oh hijo mío, verdaderamente fué Alah quien te envió a mi reino para que seas el consuelo de mi ancianidad y ocupes el lugar de un hijo a quien pueda dejar mi trono! ¿Quieres, hijo mío, darme esa satisfacción, aceptando un casamiento con mi única hija Hayat-Alnefus? No hay en el mundo nadie tan digno como tú de sus destinos y belleza. Acaba de llegar a la nubilidad, pues durante el mes pasado entró en los quince años. ¡Es una flor exquisita, y yo quisiera que la aspiraras! ¡Acéptala, hijo mío, y en el acto abdicaré en ti el trono, cuya pesada carga es ya insoportable para mi mucha edad!"
Semejante proposición, tan generosa y espontánea, puso en molesto apuro a la princesa Budur. Al principio no supo qué hacer para no delatar la turbación que la agitaba: bajó los ojos y reflexionó un buen rato, mientras un sudor frío le helaba la frente. Y pensó: "Si contesto que como Kamaralzamán, estoy ya casado con la princesa Sett Budur, responderá que el Libro permite hasta cuatro mujeres legítimas; si le digo la verdad acerca de mi sexo, es capaz de obligarme a casarme con él; y todo el mundo se enteraría de ello, y me daría mucha vergüenza; si rechazo esa oferta paternal, su afecto hacia mí se convertiría en odio feroz, y en cuando haya abandonado yo su palacio, es capaz de prepararme una emboscada para quitarme la vida. ¡De modo que vale más aceptar la proposición y dejar que se cumpla el Destino! ¿Y quién sabe lo que me oculta lo insondable? Verdaderamente, al ocupar el trono, habré adquirido un reino muy hermoso para cedérselo a Kamaralzamán cuando regrese. Y en cuanto a consumar el matrimonio con mi esposa la joven Hayat-Alnefus, quizá se encuentre remedio. Ya lo pensaré".
Levantó, pues, la cabeza, y con el rostro coloreado por un sonrojo que el rey atribuyó a modestia y cortedad, naturales en un adolescente tan candoroso, contestó: "¡Soy el hijo sumiso que responde oyendo y obedeciendo a los menores deseos de su rey!"
Estas palabras transportaron al rey Armanos al límite de la satisfacción, y quiso que la ceremonia del casamiento se verificase el mismo día. Empezó por abdicar el trono en favor de Kamaralzamán delante de todos sus emires, personajes, oficiales y chambelanes; mandó que se anunciara este suceso a toda la ciudad por medio de los pregoneros, y despachó correos a todo su Imperio para que se enteraran de ello las poblaciones.
Entonces organizó en un momento una fiesta sin precedentes en la ciudad y en palacio, y entre gritos de júbilo y al son de pífanos y címbalos, se extendió el contrato de casamiento del nuevo rey con Hayat-Alnefus.
Cuando llegó la noche, la reina madre, rodeada de sus doncellas, que lanzaban "lu-lu-lúes" de alegría, llevó a la recién casada Hayat-Alnefus a la habitación de Sett Budur, a quien seguían tomando por Kamaralzamán. Sett Budur, en su aspecto de rey adolescente, avanzó con gentileza hacia su esposa, y por primera vez le levantó el velillo del rostro.
Entonces, todos los circunstantes, al ver pareja tan hermosa, quedaron tan cautivados, que palidecieron de placer y emoción. Terminada la ceremonia, la madre de Hayat-Alnefus y todas las doncellas, después de haber expresado millares de deseos de felicidad y haber encendido todos los candelabros, se retiraron prudentemente, y dejaron solos en la cámara nupcial a los recién casados.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 210ª NOCHE
Ella dijo:
...solos en la cámara nupcial a los recién casados.
Sett Budur quedó encantada del aspecto lleno de frescura da la joven Hayat-Alnefus, y con rápida ojeada la juzgó verdaderamente deseable, por sus grandes ojos negros asustados, su tez límpida, sus senos que se dibujadan infantiles debajo de la gasa. Y Hayat-Alnefus sonrió tímidamente por haber agradado a su esposo, aunque temblaba de emoción reprimida y bajaba los ojos, sin atreverse apenas a moverse bajo sus velos y pedrerías. Y también había podido notar la hermosura soberana de aquel joven de mejillas vírgenes de pelo, que le parecía más perfecto que todas las jóvenes más hermosas de palacio. De modo que se conmovió todo su ser cuando le vió acercarse muy despacio y sentarse a su lado en el gran colchón tendido encima de la alfombra. Sett Budur cogió con las suyas las manos de la joven, y se inclinó lentamente, y la besó en la boca. Y Hayat-Alnefus no se atrevió a devolverle aquel beso tan delicioso; pero cerró los ojos por completo y exhaló un suspiro de honda felicidad. Y Sett Budur le puso la cabeza en la curva de sus brazos, se la apoyó contra el pecho, y a media voz le cantó versos de un ritmo tan propio para mecer, que la joven durmióse a poco con una sonrisa de dicha en los labios.
En cuanto despertó Sett Budur, que se había acostado casi completamente vestida, y hasta con el turbante puesto, se apresuró a hacer rápidamente abluciones someras, puesto que además tomaba numerosos baños en secreto para no descubrirse; se adornó con sus atributos regios, y fué a la sala del trono a recibir los homenajes de toda la corte, despachar los negocios, suprimir abusos, nombrar y destituir.
Entre otras supresiones que le parecieron urgentes, abolió los consumos, las aduanas y las cárceles, y repartió grandes liberalidades a los soldados, al pueblo y a las mezquitas. Por eso le quisieron mucho sus nuevos súbditos, e hicieron votos por su prosperidad y larga vida.
En cuanto al rey Armanos y a su esposa, se apresuraron a ir a saber de su hija Hayat-Alnefus, y le preguntaron si su esposo había estado cariñoso, y si ella estaba muy cansada, pues no querían empezar por interrogarla acerca del asunto más importante. Hayat-Alnefus con. testó: "¡Mi esposo estuvo delicioso! ¡Me ha besado en la boca y me he dormido en sus brazos al ritmo de sus canciones! ¡Ah, qué amable es!" Entonces Armanos dijo: "¿Y no ha pasado nada más hija mía?" Ella contestó: "¡Nada más!" Y la madre preguntó: "Entonces, ¿ni siquiera te has desnudado del todo?" Ella respondió: "¡Claro que no!" Entonces el padre y la madre se miraron; pero no dijeron nada y se fueron. Eso en cuanto a ellos.
En cuanto a Sett Budur, ya despachados los asuntos, volvió a su habitación a buscar a Hayat-Alnefus, y le preguntó: "¿Qué te han dicho, ¡oh mi muy querida! tu padre y tu madre?" Ella contestó: "¡Me han preguntado por qué no me había desnudado!" Budur contestó: "¡No hay que apurarse por eso! ¡ Ya te ayudaré!" Y prenda por prenda le quitó la ropa, hasta la última camisa, y la cogió desnuda en brazos, y se tendió con ella en el colchón.
Entonces Budur depositó un beso suavísimo en los hermosos ojos de la joven, y le preguntó: "Hayat-Alnefus, cordera mía, ¿te gustan mucho los hombres?" La otra respondió: "No los he visto nunca, como no sean los eunucos de palacio, como es natural. ¡Pero me han dicho, que sólo son hombres a medias! ¿Qué les falta para estar completos?" Budur contestó: "Precisamente lo mismo que te falta a ti, ojos míos". Hayat-Alnefus, sorprendida, contestó: "¿A mí? ¿Y qué me falta a mí, ¡por Alah!?" Budur contestó: "¡Un dedo!"
Al oír tales palabras, Hayat-Alnefus, asustada, lanzó un grito ahogado, y sacó las manos de debajo de la colcha y extendió los diez dedos, mirándolos con ojos dilatados por el terror. Pero Budur la estrechó contra su pecho, y la besó en el pelo, y le dijo: "¡Por Alah! ¡Ya Hayat-Alnefus, todo era broma!" Y siguió cubriéndola de besos, hasta que la calmó completamente. Entonces le dijo: "¡Oh mi muy querida, bésame!" Y Hayat-Alnefus acercó sus frescos labios a los labios de Budur, y ambas, así enlazadas, se durmieron hasta por la mañana ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 211ª NOCHE
Ella dijo:
...Y ambas, así enlazadas, se durmieron hasta por la mañana. Entonces Budur salió a despachar los asuntos del reino; y el padre y la madre de Hayat-Alnefus entraron a saber noticias de su hija.
El rey Armanos fué el primero en preguntar: "Bueno, hija mía, ¡bendito sea Alah! ¡Todavía estás en la cama! ¿No estás muy rendida?" Ella contestó: "¡Nada de eso! ¡He descansado muy bien en brazos de mi hermoso esposo, que esta vez me dejó completamente desnuda, y me besó todo el cuerpo con besos muy delicados! ¡Ya Alah! ¡Qué delicioso era aquello! ¡Por todas partes sentí hormigueos numerosos y estremecimientos! ¡Sin embargo una vez me asustó diciéndome que me faltaba un dedo! ¡Pero fué en broma! ¡Y sus caricias me dieron luego tanto gusto, y sus manos se me antojaban tan suaves a mi piel, y tan cálidos se unían sus labios a mis labios, que me ha parecido soñar hasta por la mañana, creyéndome en el paraíso!"
Entonces la madre›-preguntó: "¿Pero en dónde están las toallas? ¿Has perdido mucha sangre, hija mía?" Y la joven, asombrada, contestó: "¡No he perdido ninguna!"
Al oír estas palabras, el padre y la madre, en el colmo de la desesperación, se abofetearon, gritando: "¡Oh vergüenza y desgracia para nosotros! ¿Por qué nos desprecia tanto tu esposo y te desdeña hasta tal punto?"
Después el rey enfurecióse paulatinamente, y se retiró gritando a su esposa con voz bastante fuerte para que le oyera la joven: "¡Si esta noche no cumple Kamaralzamán su deber quitando la virginidad a nuestra hija y salvando así el honor de todos nosotros, sabré castigar su indignidad! ¡Le expulsaré de palacio, después de hacerle bajar del trono que le he dado, y no sé si le someteré a castigo más terrible todavía!" Y dichas estas palabras, el rey Armanos salió del aposento de su consternada hija, seguido de su esposa, cuya nariz se le había alargado hasta los pies.
Y cuando llegó la noche y Sett- Budur entró en la habitación de Hayat-Alnefus, la encontró muy triste, con la cabeza metida entre las almohadas, y sacudida por los sollozos. Se acercó a ella, besándole en la frente, secándole las lágrimas, y al preguntarle el motivo de su pesar, Hayat-Alnefus
le dijo con voz conmovida: "¡Oh mi amado señor! ¡mi padre quiere desposeerte del reino que te ha dado, y despedirte de palacio, y no sé qué más pretenden hacer contigo! Y todo porque no quieres quitarme la virginidad, salvando así el honor de su nombre y de su raza! ¡Se ha empeñado en que eso se haga esta noche misma! ¡Y yo, i oh dueño amado! te lo digo, no para impulsarte a tomar lo que debes tomar, sino para librarte del peligro que te amenaza! ¡Pues todo el día mi padre premedita contra ti! ¡Ah! ¡Por favor, date prisa a quitarme la virginidad, y haz de modo que, como dice mi madre, las toallas blancas se pongan todas rojas! ¡Yo me confío por completo a tu saber, y pongo todo mi cuerpo y mi alma en tus manos! ¡Pero tú has de decidir lo que tengo que hacer para eso!"
Al oír estas palabras, Sett Budur dijo para sí: "¡Llegó el momento! ¡Ya veo que no hay medio de aplazar las cosas! ¡Pondré mi fe en Alah!" Y dijo a la joven: "Ojos míos, ¿me quieres mucho?" La otra contestó: "¡Tanto como el cielo!" Budur la besó en la boca, y preguntó: "¿Y como a qué más?" La joven respondió, estremecida ya por el beso: "¡No lo sé, pero mucho!" Budur le preguntó otra vez: "Ya que me quieres tanto, ¿habrías sido feliz si en vez de ser tu esposo hubiese sido sólo tu hermano?" La joven palmoteó, y contestó: "¡Me habría muerto de dicha!" Budur dijo: "Y si yo, mi muy querida, no hubiera sido tu hermano, sino tu hermana; si hubiera sido una muchacha como tú, en lugar de ser hombre, ¿me habrías querido lo mismo?" HayatAlnefus dijo: "¡Todavía más, porque habría estado siempre contigo, habría jugado siempre contigo, y dormido en la misma cama, sin separarnos nunca!" Entonces Budur atrajo hacia sí a la joven, le cubrió de besos los ojos, y le dijo: "Vamos, Hayat-Alnefus, ¿serías capaz de guardar para ti sola un secreto, dándome así una prueba de tu amor?" La joven exclamó: "¡Queriéndote tanto, todo me es fácil!"
Entonces Budur la cogió en brazos y aplicó los labios a los suyos, hasta perder las dos el aliento, y después se levantó del todo, y dijo: "¡Mírame, Hayat-Alnefus, y sé, pues, mi hermana!"
Y al mismo tiempo, con ademán rápido, se entreabrió la ropa desde el cuello hasta la cintura e hizo salir dos pechos deslumbradores coronados por sus rosas; después dijo: "¡Ya ves que soy una mujer como tú, mi muy querida! iY si me he disfrazado de hombre, ha sido a consecuencia de una aventura extrañísima que te voy a contar sin demora!"
Entonces se sentó de nuevo, se puso a la joven en las rodillas, y le refirió toda su historia, desde el principio hasta el fin. Pero sería inútil repetirla.
Cuando Hayat-Alnefus oyó la historia, llegó al límite del asombro, y como seguía sentada en el regazo de Sett Budur, le cogió la barbilla con la mano, y le dijo: "¡Oh hermana mía, que vida tan deliciosa vamos a pasar juntas aguardando el regreso de tu amado Kamaralzamán! ¡Alah apresure su llegada, para que nuestra dicha sea completa!" Y Budur le dijo: "¡Atienda Alah tus deseos, mi muy querida, y te entregaré a él como segunda esposa! ¡Y así disfrutaremos los tres la felicidad más perfecta!"
Después se dieron largos besos, y jugaron a mil juegos, y Hayat-Alnefus se maravillaba de todos los pormenores de belleza que encontraba en Sett Budur. Y le cogía los pechos, y decía: "¡Oh hermana mía, qué hermosos son tus pechos! ¡Mira! ¡Son mucho mayores que los míos! ¡Mira los míos cuán pequeños son! ¿Te parece que crecerán?" Y la registraba por todas partes, y la interrogaba acerca de los descubrimientos que hacía. Y Budur, enrte mil besos, le contestaba, instruyéndola con perfecta claridad, y Hayat-Alnefus exclamaba: ¡Ya Alah! ¡Ahora lo entiendo! ¡Figúrate que cuando preguntaba yo a las esclavas: "¿Para qué sirve esto? ¿Para qué sirve aquello? guiñaban el ojo, pero no respondían. Otras veces, con mucha ira por mi parte, chasqueaban la lengua pero no contestaban. Y yo, llena de cólera, me arañaba las mejillas, y gritaba cada vez más fuerte: "¿Para qué sirve eso?" Entonces acudía mi madre a los gritos, y preguntaba, y todas las esclavas le decían: "¡Grita porque quiere obligarnos a explicarle para qué sirve eso!" Entonces la reina, mi madre, en el límite de la indignación, a pesar de mis protestas de arrepentimiento, me ponía el trasero al aire y me daba una azotaina furiosa, gritando: "¡Para esto sirve eso!" Y yo acabé por convencerme de que eso no servía más que para proporcionar una azotaina; y así con todo lo demás".
Después siguieron ambas diciendo y haciendo mil locuras, de tal modo, que por la mañana a Hayat-Alnefus no le quedaba nada que aprender, y se había enterado de la misión encantadora que en adelante había de corresponder a todos sus órganos delicados ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 212ª NOCHE
Ella dijo:
...se había enterado de la misión encantadora que en adelante había de corresponder a todos sus órganos delicados.
Entonces, como se acercaba la hora en que los padres iban a entrar, Hayat-Alnefus dijo a Budur: "Hermana mía, ¿qué hay que decirle a mi madre, que me pedirá que le enseñe la sangre de mi virginidad?" Budur sonrió, y dijo: "¡La cosa es fácil!" Y fué a hurtadillas a coger un pollo y lo mató, y embadurnó con su sangre los muslos de la joven y las toallas, y le dijo: "¡No tienes más que enseñarles eso! Tal es la costumbre, que no permite investigaciones más hondas". La joven le preguntó: "Pero hermana mía, ¿por qué no quieres quitármelo tú misma, por ejemplo, con el dedo?" Budur contestó: "¡Ojos míos, porque, según te dije ya, te reservo para Kamaralzamán!"
Entonces entraron a ver a su hija el rey y la reina, pronto a estallar de furor contra ella y su esposo si no se hubiera consumado todo. Pero al ver la sangre, y los muslos enrojecidos, se alegraron ambos, y se esponjaron, y abrieron de par en par las puertas del aposento. Entonces entraron todas las mujeres, y resonaron gritos de júbilo, y el "Iu- lu-lú" de triunfo, y la madre, en el colmo del orgullo, colocó en un almohadón las toallas rojas, y seguida de toda la comitiva, dió así la vuelta al harem. Y todo el mundo se enteró así del fausto acontecimiento; y el rey dió una gran fiesta, y mandó sacrificar para los pobres un número considerable de carneros y camellos pequeños.
En cuanto a la reina y a las invitadas, volvieron a la habitación de Hayat-Alnefus, a la cual besaron todas entre los ojos, llorando y se estuvieron con ella hasta la noche, después de haberla llevado al hammam, envuelta en sedas, para que no pasara frío. ''
Y Sett Budur siguió sentándose todos los días en el trono de la isla de Ebano, haciéndose querer por sus súbditos, que la creían hombre, y le deseaban larga vida. Pero al llegar la noche iba a buscar con mucho gusto a su joven amiga Hayat-Alnefus, la cogía en brazos, y se tendía con ella en el colchón. Y ambas, enlazadas hasta por la mañana, como esposo y esposa, se consolaban con toda clase de juegos y retozos delicados, aguardando la vuelta de su amado Kamaralzamán. ¡Eso en cuanto a ellas!
Y vamos ahora con Kamaralzamán. Se había quedado en la casa del buen jardinero musulmán, situada a extramuros de la ciudad habitada por los invasores inhospitalarios y sucios procedentes de los países de Occidente. Y su padre, el rey Schahramán, en las islas de Khadelán, al ver en el bosque los despojos ensangrentados, ya no dudó de la pérdida de su amado Kamaralzamán; y se puso de luto, lo mismo que todo el reino; y mandó edificar un monumento funerario, en el cual se encerró, para llorar en silencio la muerte de su hijo.
Y por su parte, Kamaralzamán, a pesar de la compañía del anciano, jardinero, que hacía cuanto podía por distraerle hasta la llegada de un barco que le llevase a la isla de Ebano, vivía triste, y recordaba con dolor los hermosos tiempos pretéritos.
Pero un día que el jardinero había ido, según costumbre, a dar una vuelta por el puerto con objeto de encontrar un barco que quisiera llevarse a su huésped, Kamaralzamán estaba sentado muy triste en el jardín, y se recitaba versos viendo jugar a las aves, cuando de pronto llamaron su atención los gritos roncos de dos aves grandes. Levantó la cabeza hacia el árbol del cual procedía el ruido, y vió una riña encarnizada a picotazos, arañazos y aletazos. Pero pronto cayó sin vida, precisamente delante de él, una de las aves, mientras la vencedora emprendía el vuelo.
Y he aquí que en el mismo instante dos aves mucho mayores, que habían visto el combate posadas en un árbol vecino, fueron a colocarse a los lados de la muerta; una se puso a la cabeza y otra a los pies, y después ambas abatieron tristemente el cuello, y echáronse a llorar.
Al ver aquello, Kamaralzamán se conmovió en extremo, y pensó en su esposa Sett Budur, y luego, por simpatía hacia las aves, se echó a llorar también.
Pasado un rato, Kamaralzamán vió a las dos aves abrir con las uñas y los picos una huesa, y enterrar a la muerta. Luego echaron a volar, y a los pocos momentos volvieron adonde estaba el hoyo, pero llevando agarrado, una por una pata y otra por una ala, el ave matadora, que hacía grandes esfuerzos para huir y daba gritos espantosos. La colocaron sin soltarla en la tumba de la difunta, y con pocos y rápidos picotazos la despanzurraron para vengar su crimen, le arrancaron las entrañas, y tendieron el vuelo, dejándola en tierra palpitante y agónica . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 216ª NOCHE
Ella dijo:
...y tendieron el vuelo, dejándola en tierra palpitante y agónica. ¡Eso fué todo! Y Kamaralzamán había permanecido inmóvil de sorpresa ante un espectáculo tan extraordinario. Después, cuando las aves se fueron, impulsado por la curiosidad, acercóse al sitio en que yacía el ave criminal sacrificada, y al mirar el cadáver, vió en el estómago desgarrado una cosa colorada que le llamó mucho la atención. Se inclinó, y habiéndola recogido, cayó desmayado de emoción. ¡Acababa de encontrar la cornalina talismánica de Sett Budur!
Cuando volvió de su desmayo, estrechó contra su corazón el precioso talismán, causa de tanto suspiro, zozobra, pena y dolor, y exclamó: "¡Plegue a Alah que sea éste un presagio de dicha y la señal de que también encontraré a mi muy amada Budur!" Después besó el talismán y se lo llevó a la frente, y enseguida lo envolvió con esmero en un pedazo de tela, y se lo ató alrededor del brazo, para evitar que se le perdiera otra vez. Y empezó a brincar de alegría.
Cuando se tranquilizó, recordó que el buen jardinero le había encargado que desarraigase un algarrobo añoso que ya no daba hojas ni fruto. Se ajustó, pues, un cinturón de cáñamo, se levantó las mangas, cogió una azada y un canasto, y puso inmediatamente manos a la obra, dando grandes golpes a las raíces del añoso árbol a ras de tierra. Pero de pronto notó que el hierro del instrumento chocaba con un cuerpo metálico y resistente, y oyó como un ruido sordo que se propagaba por debajo del suelo. Separó entonces velozmente la tierra y los guijarros, dejando al descubierto una gran chapa de bronce, que se apresuró a quitar. Entonces columbró una escalera de diez peldaños bastante altos abierta en la roca; y tras de haber pronunciado las palabras propiciatorias la ilah il'Alah, se dió prisa en bajar, y vió una ancha cueva cuadrada, de construcción muy antigua, de los tiempos remotos de Thammud y Aad; y en aquella cueva abovedada encontró veinte tinajas enormes, colocadas en orden a ambos lados. Levantó la tapa de la primera, y comprobó que estaba completamente llena de barras de oro rojo; levantó entonces la segunda tapa, y advirtió que la segunda tinaja estaba repleta de polvo de oro. Y abrió las otras dieciocho, y las encontró llenas alternativamente de barras y polvo de oro. `
Repuesto de su sorpresa, Kamaralzamán salió entonces de la cueva, volvió a poner la chapa, acabó el trabajo, regó los árboles, según costumbre adquirida de ayudar al jardinero, y no acabó hasta por la noche, cuando volvió su anciano amigo.
Las primeras palabras que el jardinero dijo a Kamaralzamán fueron para darle una buena noticia. Díjole así: "¡Oh hijo mío! tengo la alegría de anunciarte tu próximo regreso al país de los musulmanes. He encontrado, en efecto, un barco fletado por mercaderes ricos que se dará a la vela dentro de tres días. He hablado con el capitán, que está conforme en darte pasaje hasta la isla de Ebano". Al oír estas palabras, Kamaralzamán se alegró mucho, y besó la mano al jardinero, y le dijo: "¡Oh padre mío! ¡puesto que acabas de darme una buena nueva, yo te he de dar también, a mi vez, otra noticia que creo ha de contentarte. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 219° NOCHE
Ella dijo:
". , otra noticia que creo ha de contentarte, aunque ignores la avidez de los hombres del siglo, y tu corazón esté puro de toda ambición! ¡Tómate el trabajo de venir conmigo al jardín, y te enseñaré, ¡oh padre mío! la fortuna que te envía la suerte misericordiosa!"
Llevó entonces al jardinero al sitio en que se erguía el algarrobo desarraigado, levantó la chapa, y sin reparar en la sorpresa y espanto de su amigo, le hizo bajar a la cueva, y destapó delante de él las veinte tinajas llenas de oro en barras y en polvo. Y el buen jardinero, como atontado, levantaba las manos y abría extremadamente los ojos ante cada tinaja, diciendo: "¡Ya Alah!" Después Kamaralzamán le dijo: "¡He aquí ahora tu hospitalidad recompensada por el Dador! ¡La propia mano que el extranjero te alargaba para que le socorrieras en la adversidad, con el mismo ademán hace correr por tu morada el oro! ¡Así lo quieren los destinos propicios a las raras acciones animadas por la belleza pura y por la bondad de los corazones espontáneos!"
Al oír estas frases, el anciano jardinero, que no podía articular palabra, se echó a llorar, y las lágrimas resbalaban silenciosas por su larga barba y hasta por su pecho. Logró, por fin, hablar y dijo: "Hijo mío, ¿qué quieres que haga un viejo como yo con este oro y estas riquezas? ¡Verdad es que soy pobre; pero con mi dicha me basta, y será completa si quieres darme sólo un dracma o dos para comprar un sudario, que al morir en mi soledad dejaré a mi lado, a fin de que el caminante caritativo envuelva en él mis despojos para el día de juicio!"
Y esta vez le tocó llorar a Kamaralzamán. Luego dijo al viejo: "¡Oh padre de la sabiduría! ¡oh jeique de manos perfumadas! ¡la santa soledad en que pasas tus años pacíficos borra ante tus ojos las leyes que dictó el rebaño adánico acerca de lo justo y de lo injusto, de lo falso y lo verdadero! ¡Pero yo he de volver a vivir entre los humanos feroces, y no puedo olvidar tales leyes, so pena de ser devorado! ¡Así, pues, si quieres, repartámonoslo! ¡Tomaré la mitad y tú la otra mitad. ¡Si no, no tocaré absolutamente nada!"
Entonces el anciano jardinero contestó: "Hijo mío, mi madre me parió aquí mismo hace noventa años, y después murió; mi padre murió también. Y el ojo de Alah ha seguido mis pasos, y he crecido a la sombra de este jardín y escuchado el rumor del arroyuelo natal. Tengo cariño a este jardín y a este arroyo, ¡oh hijo mío! y al murmurador follaje, y a este sol, y a esta tierra materna en que mi sombra se alarga en libertad y se conoce a sí misma, y a la luna, que de noche me sonríe por encima de los árboles hasta la mañana. ¡Todo esto habla conmigo, ¡oh hijo mío! Te lo digo para que sepas la razón que me sujeta aquí y me impide partir en tu compañía hacia los países musulmanes. Soy el único musulmán de este país en que vivieron mis antepasados. ¡Blanqueen, pues, en él mis huesos, y que el último musulmán muera con la cara vuelta hacia el sol que ilumina una tierra inmunda ahora, mancillada por los hijos bárbaros del oscuro Occidente!"
Así habló el anciano de las manos temblorosas. Después añadió: "En cuanto a esas tinajas preciosas que te preocupan, toma, si lo deseas las diez primeras, y deja las otras diez en la cueva. Serán el premio de aquel que entierre el sudario en que yo duerma.
"Pero hay más. Lo difícil no es eso, sino embarcar las vasijas en el navío sin llamar la atención y excitar la codicia de los hombres de alma negra que habitan en la ciudad. Ahora bien; en mi jardín hay olivos cargados de fruto y en el sitio adonde vas, en la isla de Ebano, las aceitunas son cosa rara y muy estimada. De modo que ahora mismo voy a comprar veinte tarros grandes, que llenaremos a medias de barras y polvo de oro, acabándolas de llenar con las aceitunas de mi jardín. Y entonces será cuando podamos llevarlos sin temor al barco que va a salir."
Este consejo fué seguido inmediatamente por Kamaralzamán, que se pasó el día preparando los tarros comprados. Y cuando no le quedaba por llenar más que uno, dijo para sí: "Este talismán milagroso, no está bastante seguro arrollado a mi brazo; pueden robármelo mientras duermo o perderse de otra manera. Lo mejor es, seguramente, colocarlo en el fondo de este tarro; después'lo cubriré con las barras y el polvo de oro, y encima colocaré las aceitunas!" Y enseguida ejecutó su proyecto; y terminado que fué aquello, tapó el último tarro con su tapa de madera blanca, y para distinguirlo de los otros en caso necesario, le hizo una muesca en la base, y después, enardecido por aquel trabajo, grabó con una navaja todo su nombre, Kamaralzamán, en hermosos caracteres enlazados. Concluída tal tarea, rogó a su anciano amigo que avisase a los hombres de la nave para que al día siguiente fueran a recoger los tarros. Y el viejo desempeñó enseguida el encargo, y regresó a casa un tanto fatigado, y se acostó con un poco de calentura y algunos escalofríos.
A la mañana siguiente, el anciano jardinero, que en su vida había estado enfermo, notó que se acrecentaba el mal de la víspera, pero no quiso decírselo a Kamaralzamán, para no amargarle la salida. Se quedó en el colchón, presa de una gran debilidad, y comprendió que iba a llegar su último momento.
Durante el día, los hombres de la nave fueron al jardín a recoger los tarros, y dijeron a Kamaralzamán, que les había abierto la puerta, que les indicase lo que tenían que recoger.
El joven les llevó junto a la verja y les enseñó los veinte tarros, bien colocados, diciéndoles: "¡Están llenos de aceitunas de primera calidad! ¡Os ruego, pues, que tengáis cuidado para no estropearlas!" Luego, el capitán que había acompado a sus hombres, dijo a Kamaralzamán: "¡Sobre todo, señor, no dejes de ser puntual; porque mañana el viento soplará de tierra y nos daremos a la vela enseguida!"
Y cogieron los tarros y se fueron...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 222ª NOCHE
Ella dijo:
... Y cogieron los tarros y se fueron.
Entonces Kamaralzamán entró en la habitación del jardinero y le encontró la cara palidísima, aunque llena de gran serenidad. Le preguntó cómo estaba, y entonces se enteró de que hallábase enfermo, y a pesar de las palabras que el otro le decía para tranquilizarle, no dejó de alarmarse mucho. Le hizo tomar varios cocimientos de hierbas verdes, pero sin gran resultado. Después le acompañó todo el día,
y le veló por la noche, y pudo ver qué el mal se agravaba. Y por la mañana, el buen jardinero, que apenas tenía fuerzas para llamarle hacia su cabecera, le cogió de la mano y le dijo: "iKamaralzamán, hijo mío, escucha! ¡No hay más Dios que Alah! ¡Y nuestro señor Mohammed es el enviado de Alah!" Y expiró.
Entonces Kamaralzamán rompió en llanto, y estuvo mucho tiempo llorando a su lado. Se levantó después, le cerró los ojos, le rindió el último tributo, le hizo un sudario blanco, abrió la huesa y enterró al último musulmán de aquel país caído en el descreimiento. Y entonces pensó en embarcarse.
Compró ciertas provisiones, cerró la puerta del jardín, se llevó la llave consigo, y corrió a escape al puerto, cuando el sol estaba ya muy alto; pero fué para ver que el barco, a toda vela, iba ya obedeciendo al viento favorable hacia alta mar.
Extremado fué el dolor de Kamaralzamán al ver aquello pero no lo exteriorizó, para que no se riera a costa suya la gentuza del puerto. Y volvió a emprender tristemente el camino del jardín, del cual era ya único heredero y propietario por fallecimiento del anciano. Y en cuanto llegó a la casita, se desplomó en un colchón, y lloró por sí mismo, y por su amada Budur, y por el talismán que acababa de perder por segunda vez.
La aflicción de Kamaralzamán no tuvo límites cuandc se vió obligado por el destino feroz a quedarse hasta fecha desconocida en aquel país inhospitalario; y el pensamiento de haber perdido para siempre el talismán de Sett Budur le desesperaba más, y decía para sí: "¡Mis desdichas empezaron con la pérdida del talismán y volvió la buena suerte cuando lo recobré; y ahora que lo he vuelto a perder, quién sabe las calamidades que me caerán encima!"
Sin embargo, acabó por exclamar: "¡No hay más recurso que Alah el Altísimo!" Después se levantó, y para no exponerse a perder las otras diez tinajas que constituían el tesoro subterráneo, fué a comprar otros veinte tarros; puso en ellos las barras y el polvo, y los acabó de llenar con aceitunas hasta arriba, diciendo para sí: "¡Así estarán preparados el día que Alah quiera que me embarque!" Y volvió a regar las legumbres y los árboles frutales, recitando versos muy tristes relativos a su amor hacia Budur. Eso en cuanto a Kamaralzamán.
En cuanto al buque, tuvo vientos favorables, y no tardó en llegar a la isla de Ebano, y fué a fondear precisamente debajo del malecón en que se elevaba el palacio habitado por la princesa Budur con el nombre de Kamaralzamán.
Al ver aquella nave que entraba a toda vela y ondeando el pabellón, Sett Budur sintió vivos deseos de ir a verla, tanto más cuanto que siempre tenía la esperanza de que había de encontrar algún día a su esposo Kamaralzamán embarcado en alguno de los navios que venían de lejos. Mandó a algunos de sus chambelanes que la acompañaran, y fué a bordo del buque, del cual le dijeron, por otra parte, que venía cargado de ricas mercaderías.
Al llegar a bordo, mandó llamar al capitán, y le dijo que quería ver la nave. Después, cerciorada de que Kamaralzamán no se encontraba entre los pasajeros, preguntó por curiosidad al capitán: "¿De qué -: viene cargado el barco, capitán?" Este contestó: "¡Oh señor! Además de los mercaderes pasajeros, llevamos en el sollado ricas telas, sederías de todos los países, bordados en terciopelo y brocados, telas pintadas, antiguas y modernas, de muy buen gusto, y otras mercancías de valor; llevamos medicamentos chinos e indios, drogas en polvo y en rama, díctamos, pomadas, colirios, ungüentos y
bálsamos preciosos; llevamos pedrería, perlas, ámbar amarillo y coral, tenemos también perfumes de todas clases y especies selectas; almizcle, ámbar gris e incienso, almáciga en lágrimas transparentes, benjuí gurí y esencias de todas las flores; tenemos asimismo alcanfor, culanto, cardamomo, clavo, canela de Serendib, tamarindo y jengibre: finalmente, hemos embarcado en el último puerto aceitunas superiores, de las llamadas "de pájaro", que tienen una piel muy fina y una pulpa dulce, jugosa, de color del aceite rubio...
En este momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 225ª NOCHE
Ella dijo:
"...que tienen una piel muy fina y una pulpa dulce, jugosa, del color del aceite rubio".
Cuando la princesa Budur oyó nombrar las aceitunas, que le gustaban con delirio, interrumpió al capitán, y le preguntó brillándole los ojos de deseo: "¡Ah! ¿Y cuánta cantidad tienes de esas aceitunas "de pájaro?" Contestó: "Tenemos veinte tarros grandes". Ella dijo: "¿Son muy grandes? ¡Dímelo! ¿Y tienen también aceitunas de las que se llaman rellenas, es decir, de las que les han quitado los huesos para sustituirlos con alcaparras ácidas, y que mi alma prefiere con mucho a las que tienen hueso?" El capitán abrió los ojos, y dijo: "Supongo que también las habrá en esos tarros". Al oírle, la princesa Budur notó que se le hacía la boca agua con el deseo no satisfecho, y dijo: "Quiero comprar uno de esos tarros". Y el capitán contestó: "Aunque al propietario se le escapó el barco en el momento de zarpar y no puedo disponer libremente de ellos, nuestro señor el rey tiene derecho a coger lo que quiera".
Y gritó: "¡Hola! ¡Traiga uno de vosotros del sollado uno de los veinte tarros de aceitunas!" Y enseguida los marineros sacaron del sollado y trajeron uno de éstos.
Sett Budur mandó levantar la tapa, y le maravilló tanto el aspecto admirable de aquellas aceitunas "de pájaro", que exclamó: "Quisiera comprar los veinte tarros. ¿Cuánto costarán, según el precio corriente del zoco?" El capitán contestó: "Según el precio del zoco de la isla de Ebano, creo que cada tarro de aceitunas valdrá cien dracmas".
Sett-Budur dijo a sus chambelanes: "¡Pagad al capitán mil dracmas por: cada tarro!" Y añadió: "Cuando vuelvas al país del mercader, le pagaras eso por las aceitunas". Y se fué, seguida de los que cargaron con los tarros de aceitunas.
La primera diligencia de Sett Budur al llegar a palacio fué entrar en el aposento de su amiga Hayat-Alnefus para avisarle de la llegada de las aceitunas. Y cuando los tarros fueron llevados al interior del harem, según las órdenes dadas, Budur y Hayat-Alnefus, en el colmo de la impaciencia, mandaron traer la fuente mayor de las de dulce, y ordenaron a las esclavas que levantaran con cuidado el primer tarro y vaciaran en ella el contenido todo, formando un montón bien acondicionado, en el que se pudieran distinguir las aceitunas con hueso de las deshuesadas.
¡Y cuál no sería el maravillado pasmo de Budur y su amiga al ver mezclados con las aceitunas barras y polvo de oro! Y esta sorpresa tenía algo de decepción, por pensar que tal mezcla podía haber echado
a perder las aceitunas; de modo que Budur mandó traer otras fuentes y vaciar los demás tarros, uno tras otro, hasta el vigésimo. Pero cuando las esclavas hubieron volcado el último, y apareció el nombre de Kamaralzamán en la base, y brilló el talismán en medio de las aceitunas, Budur lanzó un grito, se puso palidísima, y cayó desmayada en brazos de Hayat-Alnefus. ¡Acababa de reconocer la cornalina que llevó en otro tiempo sujeta al nudo de seda del calzón!
Al volver en sí, merced a los cuidados de Hayat-Alnefus, Sett Budur cogió la cornalina talismánica y se la llevó a los labios, exhalando un suspiro de felicidad: después, para que las esclavas no se enteraran de su disfraz, las despidió a todas, y dijo a su amiga: "¡He aquí, ¡oh amada mía querida! el talismán causante de que estemos separados mi esposo adorado y yo! ¡Pero así como hé dado con él, pienso volver a encontrar a aquel cuya venida nos llenará de felicidad a ambas!"
Inmediatamente mandó llamar al capitán de la nave, que se le presentó, y besó la tierra entre sus manos, y aguardó que le preguntaran. Entonces Budur le dijo: "¿Puedes decirme, ¡oh capitán! lo que hace en su tierra el amo de los tarros de aceitunas?" El capitán respondió: "Es ayudante de jardinero, y había de embarcarse con sus aceitunas para venir a venderlas aquí, pero no llegó a tiempo al barco". Budur le dijo: "Pues bien; sabe, ¡oh capitán! que al probar las aceitunas, de las cuales las mejores están, efectivamente, rellenas, he descubierto que el que las ha preparado no puede ser más que uno que fué cocinero mío, pues era el único que sabía dar al relleno de alcaparras ese sabor picante y suave a la vez que me gusta infinito. Y ese maldito cocinero se escapó, temiendo que le castigaran por haber perjudicado a un pinche al tratar de acariciarlo de una manera harto dura y poco proporcionada. Por consiguiente, es menester que te des a la vela y me traigas lo antes posible a ese ayudante de jardinero, porque sospecho mucho que sea mi cocinero, autor del desgarrón de su delicado pinche. Y te recompensaré con liberalidad si cumples mis órdenes con gran diligencia; de lo contrario, no te permitiré volver más a mi reino; y como volvieras, te mandaría matar, lo mismo que a los de tu tripulación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 228ª NOCHE
Ella dijo:
"...te mandaría matar, lo mismo que a los de tu tripulación".
Al oír estas palabras, el capitán no pudo contestar más que oyendo y obedeciendo, y a pesar del perjuicio que salida tan forzada pudiera ocasionar a sus mercaderías, supuso que a la vuelta le indemnizaría el rey, y se dió a la vela. Y le permitió Alah una navegación tan feliz, que llegó en pocos días a la ciudad descreída, y desembarcó de noche con los marineros más robustos de su tripulación.
En aquel momento, Kamaralzamán, que había acabado su labor del día, estaba sentado muy triste, y con lágrimas en los ojos recitaba versos sobre la ausencia. Pero al oír llamar a la puerta, se levantó y fué a preguntar: "¿Quién va? El capitán, fingiendo voz cascada, dijo: "¡Un '' pobre de Alah!" Al oír esta súplica, dicha en árabe, Kamaralzamán, cuyo corazón latió de piedad, abrió. Pero inmediatamente fué cogido y agarrotado, y los marineros invadieron el jardín, y al ver los veinte tarros colocados como la primera vez, se apresuraron a cogerlos. Después volvieron todos al barco, y se dieron inmediatamente a la vela.
Entonces el capitán, rodeado por sus hombres, se acercó a Kamaralzamán y le dijo: "¡Ah! ¿Conque eres tú el aficionado a muchachos, que desgarraste al niño en la cocina del rey? ¡Cuando llegue el barco, encontrarás el palo dispuesto a hacerte lo propio, como no prefieras que ahora mismo te ensarten estos mozos continentes!" Y le señaló a los marineros, que se guiñaban el ojo al mirarlo, pues les parecía muy bien disfrutar de aquella ganga.
Al oír tales palabras, Kamaralzamán que aunque libertado de las ataduras desde que llegó a la nave no había dicho palabra, dejándose llevar por el Destino, no pudo soportar tamaña imputación, y exclamó: "¡Me refugio en Alah! ¿No te da vergüenza hablar de ese modo. ¡oh capitán!? ¡Reza por el profeta!" El capitán contestó: "Sean con El y con todos los suyos la bendición de Alah y la plegaria! ¡Pero tú fuiste el que ensartó al chico!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán exclamó otra vez; "¡Me refugio en Alah!" El capitán replicó: "¡Tenga Alah misericordia de nosotros! ¡Nos ponemos bajo su custodia!"
Y Kamaralzamán repuso: "¡Os juro a todos vosotros por la vida del Profeta (¡sean con El la plegaria y la paz!), que no entiendo nada de semejante acusación, y que nunca he puesto los pies en esa isla de Ebano a la cual me lleváis, ni en el palacio de su rey! ¡Rezad por el Profeta, oh buena gente!" Entonces todos replicaron, como se acostumbra: "¡Sea con El la bendición ! "
Pero el capitán replicó: "¿De modo que nunca has sido cocinero ni has ensartado a ningún niño en tu vida?" Kamaralzamán, en el límite de la indignación, escupió al suelo, y gritó: "¡Me refugio en Alah! ¡Haced de mí lo que queráis, pues, por Alah, mi lengua no se volverá a mover para contestar a tales cosas!" Y ya no quiso decir palabra. Entonces el capitán dijo: "Yo cumplo mi deber con entregarte al rey. ¡Si eres inocente, ya te arreglarás como puedas!"
A todo esto, el barco llegó a la isla de Ebano con felicidad. Y el capitán llevó enseguida a Kamaralzamán a palacio, y solicitó ver al rey. Y como le aguardaban, se le introdujo en la sala del trono.
Y Sett Budur, para no delatarse, por interés tanto suyo como de Kamaralzamán, había combinado un plan muy acertado, sobre todo para ser discurrido por una mujer.
Y cuando miró al que el capitán traía, a la primera ojeada conoció a su adorado Kamaralzamán, y se quedó muy pálida y amarilla como el azafrán. Y todos atribuyeron su cambio de color a la ira por el recuerdo a la ensartadura del niño. Ella le miró mucho tiempo sin poder hablar, mientras Kamaralzamán, con su traje viejo de jardinero, había llegado al límite de la confusión y el temblor. Y estaba muy distante de figurarse que se encontraba en presencia de aquella por quien había vertido tantas lágrimas y experimentado tantas penas, zozobras y malos tratos.
Por fin pudo dominarse Sett Budur, y se volvió hacia el capitán, y le dijo: "¡Como premio por tu fidelidad, te quedarás con el dinero que te di por las aceitunas!" El capitán besó la tierra, y dijo: "¿Y los otros veinte tarros de esta última vez que están todavía en el Bollado?" Budur dijo: "Si has traído otros veinte tarros, apresúrate a mandármelos. ¡Y te pagaré mil dinares de oro!" Y le despidió.
Después se volvió hacia Kamaralzamán, que estaba con los ojos bajos, y dijo a los chambelanes: "¡Coged a ese joven y llevadle al hammam...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 230ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Coged a ese, joven y llevadle al hammam! ¡Después le vestiréis suntuosamente, y me lo volveréis a presentar mañana por la mañana, a la primera hora del diwán!" Y lo mandado se ejecutó al momento.
Sett Budur fué a buscar a su amiga Hayat-Alnefus, y le dijo: "¡Amiga mía, nuestro adorado está de vuelta! ¡Por Alah! he combinado un plan admirable para que nuestro encuentro no sea un golpe funesto para el que de jardinero se ve convertido en rey sin transición. Y es un plan que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a los aficionados a instruirse. Y Hayat-Alnefus se puso tan contenta, que se echó en brazos de Sett Budur, y ambas aquella noche fueron muy formales, para prepararse a recibir con toda frescura al amado de su corazón.
Y por la mañana llevaron al diwán a Kamaralzamán, suntuosamente vestido. Y el hammam había devuelto a su rostro todo su resplandor, y el traje ligero y bien ceñido realzaba su cintura fina y sus nalgas montañosas. Y todos los emires, personajes y chambelanes no se sorprendieron al oír al rey decir al gran visir: "¡Darás a este joven cien esclavos para que le sirvan, y le proporcionarás por cuenta del Tesoro emolumentos que sean dignos del cargo que le voy a conferir ahora mismo". Y le nombró visir entre los visires, y le dió tren de casa y caballos, y mulos y camellos, sin contar arcas llenas y armarios. Después se retiró.
Al día siguiente, Sett Budur -siempre bajo la apariencia de rey de la isla de Ebano- mandó comparecer al nuevo visir, y destituyó de su empleo al gran visir, y después nombró a Kamaralzamán gran visir en su lugar; y Kamaralzamán entró enseguida en el Consejo, y la asamblea fué dirigida por su autoridad.
Sin embargo, cuando se levantó la sesión del diwán, Kamaralzamán empezó a reflexionar profundamente, y dijo para sí: "¡Los honores que me otorga este joven monarca y la amistad con que me honra deben tener seguramente algún origen! Pero ¿cuál será? Los marineros me cogieron y trajeron aquí acusado de haber ensartado a un niño cuando suponían que fuese yo un ex cocinero del rey. Y éste, en vez de castigarme, me envía al hammam, y me da un alto cargo y todo lo demás. ¡Oh Kamaralzamán! ¿Cuál puede ser la causa de suceso tan extraño ?"
Reflexionó otro rato, y después exclamó: "¡Por Alah! ¡He dado con la causa; pero sea confundido Eblis! Seguramente este rey, que es muy joven y hermoso, debe de creerme aficionado a muchachos, y sólo me demuestra tanta amabilidad por esto. Pero ¡por Alah! no puedo aceptar semejante función. Y es necesario poner en claro sus proyectos; y si efectivamente pretendiera eso de mí, le devolvería en el acto cuanto me ha dado, y abdicaría mi empleo de gran visir, y me volvería a mi jardín".
Y Kamaralzamán fué inmediatamente a ver al rey, y le dijo: "¡Oh rey afortunado! en verdad que colmaste a tu esclavo de honores y consideraciones que no suelen otorgarse más que a venerables ancianos encanecidos en la sabiduría; y yo no soy más que un joven entre los más jóvenes. ¡De modo que si todo esto no tuviera una causa desconocida, sería el prodigio más inmenso entre los prodigios!"
Oídas estas palabras, Sett Budur sonrió y miró a Kamaralzamán con ojos lánguidos, y le dijo: "Efectivamente, mi hermoso visir, todo eso tiene su causa, y es el cariño que tu belleza ha encendido súbitamente en mi hígado. Pues en verdad que me ha cautivado en extremo tu tez tan delicada y tranquila".
Pero Kamaralzamán dijo: "¡Prolongue Alah los días del rey! Pero tu esclavo tiene una esposa a quien ama, y por la cual llora todas las noches desde una aventura extraña que le alejó de ella. ¡Por eso, oh rey, tu esclavo te pide permiso para irse a viajar después de haber dejado en tus manos los cargos con que has tenido a bien honrarle!"
Pero Sett Budur cogió la mano al joven, y le dijo: "¡Oh mi hermoso visir, siéntate! ¿Por qué vienes a hablarme de viaje y partida? Quédate aquí, junto al que arde por tus ojos y está dispuesto, si quieres compartir su pasión, a hacerte reinar con él en este trono. Porque has de saber que yo también fui nombrado rey a consecuencia del afecto que el rey viejo me manifestó, y de lo amable que para él he sido. Ponte ya al corriente, ¡oh joven gentilísimo ! de las costumbres de este siglo, en el cual la prioridad corresponde de derecho a los seres bellos, y no olvides las acertadas frases de uno de nuestros más exquisitos poetas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 232ª NOCHE
Ella dijo:
"...y no olvides las acertadas frases de uno de nuestros más exquisitos poetas:
¡Nuestro siglo recuerda aquellos tiempos delicados en que vivía el venerable Lot, pariente de Abraham, el amigo de Alah!
¡El anciano Lot tenía una barba cual la sal, que servía de marco a un rostro juvenil, en el cual respiraban las rosas!
¡En su ciudad ardiente, visitada por ángeles, hospedaba a los ángeles, y en cambio daba sus hijas a la muchedumbre!
¡El cielo mismo le libró de su antipática mujer, inmovilizándola al cuajarla en sal fría y sin vida!
¡En verdad os digo que este siglo encantador pertenece a los jóvenes!
Cuando Kamaralzamán oyó estos versos y comprendió su significado, quedóse turbadísimo y se sonrojaron como una ascua sus mejillas; después dijo: "¡Oh rey! tu esclavo te confiesa su falta de afición a esas cosas a las cuales no pudo acostumbrarse. ¡Además, soy harto joven para soportar pesos y medidas que no podría tolerar la espalda de un ganapán viejo!”.
Al oír estas palabras, Sett Budur se echó a reír a carcajadas, y luego dijo a Kamaralzamán: "¡Verdaderamente, oh joven delicioso, no sé por qué te asustas! Oye lo que tengo que decirte respecto al particular: o eres un adolescente o una persona mayor. Si eres lo primero, o no has llegado a la edad de la responsabilidad, nada te podrán echar en cara; pues no deben censurarse ni considerarse con mirada dura y violenta los actos sin importancia de los menores; si tienes una edad responsable, y así me lo parece al oírte discutir con tanto raciocinio, ¿por qué has de vacilar o asustarte ya que eres dueño de
tu cuerpo y puedes dedicarlo al uso que prefieras, y lo que está escrito sucede?
Sobre todo, piensa que yo soy el que debería asustarse, puesto que soy más pequeño que tú; pero yo me aplico estos versos tan perfectos del poeta:
Estando mirándome el niño, mi zib se movió. Entonces exclamó él: "¡Es enorme!" Y yo le dije: "¡Así es fama!"
El replicó: "¡Apresúrate a demostrarme su heroísmo y resistencia!" Pero yo le dije: "¡Eso no es lícito!" El me replicó: "¡Para mi es muy lícito! ¡Apresúrate a manejarlo!" ¡Entonces lo hice pero sólo por obediencia y cortesía!
Cuando Kamaralzamán oyó tales palabras y versos, vió que la luz se convertía en tinieblas delante de sus ojos, y bajó la cabeza, y dijo a Sett Budur: "¡Oh rey lleno de gloria! ¡ tienes en tu palacio muchas jóvenes y esclavas, y vírgenes muy bellas y tales como ningún rey de este tiempo las posee ¡ ¿Por qué has de abandonar todo eso sólo por mí? ¿No sabes que te es lícito hacer con las mujeres cuanto pueda atraer tus deseos o alentar tu curiosidad y provocar tus ensayos?”
Pero Sett Budur sonrió, cerrando a medias los párpados y mirándole de reojo, y después contestó: "¡Nada más cierto que lo que dices, oh mi prudente visir tan hermoso! Pero ¿qué hacer, cuando nuestra afición varía de deseo, cuando nuestros sentidos se afinan o transforman, y cuando cambia la naturaleza de nuestro humor? Pero dejémonos de una discusión que no conduce a nada, y oigamos lo que dicen respecto a eso nuestros poetas más estimados. Escucha algunos de sus versos:
"Uno ha dicho:
¡He aquí los puestos apetitosos en el zoco de los fruteros! ¡Encuentras a un lado, en la bandeja de palma, los higos gordos, de trasero oscuro y simpático! ¡Oh! ¡Pero mira la bandeja grande en el sitio de preferencia! ¡He aquí los frutos del sicomoro, los frutos pequeños, de trasero sonrosado, del sicomoro!
"El segundo ha dicho:
¡Pregunta a la joven por qué, cuando los pechos se le endurecen y el fruto le madura, prefiere el sabor ácido de los limones a las sandías dulces y a las granadas!
"Otro ha dicho:
¡Oh mi única beldad! ¡ oh muchachito! ¡ tu amor es mi fe! ¡Es para mí la religión preferida entre todas las creencias!
¡Por ti he dejado a las mujeres, hasta el punto de que mis amigos han observado esta abstinencia, y han supuesto ¡ignorantes! que me había hecho monje y religioso!
"Otro ha dicho:
¡Oh Zeinab, de pechos morenos, y tú, Hind, de trenzas teñidas con arte! ¿no sabéis por qué hace tanto tiempo que desaparecí?
He encontrado las rosas -las que suelen verse en las mejillas de las jóvenes-, he encontrado esas rosas, no en las mejillas de una joven, ¡oh Zeinab! sino en las posaderas fundamentales y aterciopeladas de mi amigo. ¡He aquí por qué, ¡oh Hind! ya no podrá atraerme nunca tu cabellera teñida, ni tampoco, oh Zeinab, tu jardín arrasado, al cual le falta el vello, ni siquiera tus posaderas, demasiado lisas, que carecen de granulación!
"Otro ha dicho:
Cuida de no hablar mal de ese gamo joven, comparándole sencillamente, porque es imberbe,
con una mujer. Es preciso ser un malvado para decir o pensar semejante cosa. ¡Hay diferencia!
En efecto, cuando te acercas a una mujer, es por delante; y por eso te besa en la cara. Pero el gamo joven, cuando te acercas a él, tiene que encorvarse, y de esa manera ¡figúrate! besa la tierra: ¡Hay diferencia!
"Otro ha dicho:
¡Oh hermoso niño, eras mi esclavo, y te liberté para utilizarte en ataques infecundos! Porque tú, siquiera, no puedes criar huevos en tu seno.
En efecto, ¡qué espantoso sería para mi aproximarme a una mujer virtuosa de anchas caderas! ¡En cuanto la cabalgase, me daría tantos hijos, que no podría contenerlos toda la comarca!
"Otro ha dicho:
Mi esposa me dirigió tantas miradas picarescas y se puso a mover las caderas con tanta elasticidad, que me dejé arrastrar a nuestro lecho; largo tiempo evitado. ¡Pero no pudo lograr que se despertase el querido niño a quien solicitaba!
Entonces me gritó, furiosa: "¡Si no le obligas inmediatamente a endurecerse para cumplir sus deberes y penetrar, no te asombres si mañana, al despertarte, eres cornudo!"
"Otro ha dicho
Generalmente se piden a Alah, mercedes y benefícios levantando los brazos. ¡Pero las mujeres son de otro mode! ¡ Para solicitar los favores de su amante levantan las piernas y los muslos! El ademán es seguramente más meritorio, pues se dirige a sus profundidades!
Por último, otro ha dicho:
¡ Que ingénuas son a veces las mujeres! Como tienen trasero se figuran que nos lo pueden ofrecer en caso necesario, por analogía! ¡He demostrado a una de ellas, cuánto se equivocaba!
Esta joven había venido a buscarme con una vulva en verdad lo más excelente posible. Pero yo le dije: “! No hago esas cosas de tal manera!”
Ella me contestó: “ ! Si, ya lo sé, este siglo abandona la moda antígua! ¡Pero no importa! ¡Estoy al corriente!” ¡Y se volvió y presentó a mis miradas un orificio tan vasto como el abismo del mar!
Pero yo dije: “!Te doy las gracias de veras señora mía, te doy mil gracias! ¡Veo que tu hospitalidad es muy amplia! ¡Y temo perderme en un camino cuya brecha resulta mayor que la de una ciudad tomada por asalto!”
Cuando Kamaralzamán oyó todos aquellos versos, comprendió que no había medio de equivocarse acerca de las intenciones de Sett Budur, a quien seguía tomando por el rey, y vió que no le serviría de nada resistirse más; y por otra parte, también sentía curiosidad de saber a qué atenerse sobre la moda nueva de que hablaba el poeta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 234ª NOCHE
Ella dijo:
. . . a qué atenerse sobre la moda nueva de que hablaba el poeta. De modo que repuso: "¡Oh rey del siglo! ¡ya que tienes tanto empeño, prométeme que no haremos eso juntos más que una vez! ¡Y si consiento, sabe que es para tratar de demostrarte en seguida que es preferible volver a la moda antigua! De todos modos, por mi parte, deseo que me prometas formalmente que nunca me pedirás la repetición de este acto, cuyo perdón pido por anticipado a Alah el Clemente sin limites".
Y Sett Budur exclamó: "¡Te lo prometo formalmente! ¡Y yo también quiero pedir remisión a Alah misericordioso, cuya bondad carece de límites, para que nos haga salir de las tinieblas del error a la luz de la verdadera sabiduría!"
Después añadió:
"¡Pero en verdad, hay que hacerlo sin remedio, aunque no sea más que una vez, para dar la razón al poeta que dice:
¡ La gente, oh amigo mío, nos acusa de cosas que nos son desconocidas, y dice de nosotros todo lo malo que piensa!
¡ Ven amigo! ¡ Seamos lo bastante generosos para dar la razón a nuestros enemigos, y ya que sospechan una cosa, hagamosla siquiera uan vez! ¡ Después nos arrepentiremos, si te parece! ¡Ven amigo dócil, a trabajar conmigo para dejar en paz la conciencia de nuestros acusadores!
Y Sett Budur se levantó velozmente, y lo arrastró hacia los anchos colchones tendidos en la alfombra, mientras él trataba de defenderse algo y meneaba la cabeza con aspecto resignado, suspirando: "¡No hay recurso más que en Alah! ¡Todo ocurre por orden suya!" Y como Sett Budur le hostigaba impacientemente para que se diera prisa, se quitó los anchos calzones bombachas, después el calzón de hilo; y se vió derribado de pronto encima de los colchones por el rey, que se tendió junto a él y le cogió en brazos!"
Y le echó las dos piernas alrededor de los muslos, y le dijo: "¡Oh, dame la mano, pónmela entre los muslos para despertar a este niño y obligarlo a levantarse, porque lleva mucho tiempo dormido!" Y Kamaralzamán, algo cortado, le dijo: "¡No me atrevo!" El rey le dijo: "¡Voy a ayudarte!" Y le cogió la mano y se la paseó por entre los muslos.
Entonces Kamaralzamán notó que el contacto con los muslos del rey era muy delicioso, y más dulce que el tocar manteca, y más suave que el tocar seda. Y aquello le agradó mucho, y le incitó a explorar solo lo de arriba y lo de abajo, hasta que su mano llegó a una cúpula que encontró muy movediza y verdaderamente llena de bendición. Pero por más que buscó por todas partes, no pudo encontrar el alminar. Y dijo para sí: "¡Oh Alah, qué misteriosas son tus obras! ¿Cómo podrá haber una cúpula sin alminar? Después pensó: "Es probable que este rey encantador no sea hombre ni mujer, sino un eunuco blanco. ¡Eso resultaría mucho menos interesante!" Y le dijo al rey: "¡Oh, rey, no sé, pero no encuentro al niño!"
Al oír estas palabras, a Sett Budur le dió tal acceso de risa, que le faltó poco para desmayarse...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer mañana, y discreta como siempre, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 235ª NOCHE
Ella dijo:
... a Sett Budur le dió tal acceso de risa, que le faltó poco para desmayarse. Después se puso
seria de repente, y recobró su antigua voz, dulce y tan cantora, y dijo a Kamaralzamán: "¡Oh esposo amadísimo qué pronto has olvidado nuestras hermosas noches pasadas!" y se levantó rápidamente, y tirando a lo lejos el traje y el turbante con que estaba disfrazada, apareció completamente desnuda, suelta la cabellera lo largo de la espalda.
Al ver aquello, Kamaralzamán conoció a su esposa Budur, hija rey Ghayur, señor de El-Budur y de El-Kussur. Y la besó, y ella le besó, y la estrechó, y ella le estrechó, y después, ambos llorando de alegría, se confundieron en besos encima del diván.
Y ella, entre otros mil, le recitó estos versos:
¡He aquí a mi amado! ¡Es el bailarín de cuerpo armonioso! ¡ miradle cuando avanza con pie flexible y ligero!
¡Hele aquí! ¡No creáis que sus piernas se quejen del peso enorme que las precede, y que constituiría una buena carga para un camello!
¡He aquí a mi amdo! ¡ Como alfombra tendí por su camino las flores de mis mejillas, ¡oh dicha mía! ¡ Y el polvo de sus suelas fue un bálsamo bienhechor para mis ojos!
¡En el rostro de mi amado, ¡oh hijas de Arabia! vi bailar a la aurora! ¿Cómo olvidar sus encantos y su dulzura... ?
Después de lo cual, la reina Budur contó a Kamaralzamán cuanto le había ocurrido desde el principio hasta el fin. Lo mismo hizo él, y después la reconvino, y le dijo: "¡Es realmente una enormidad lo que has hecho conmigo esta noche!" Ella contestó: "¡Por Alah! ¡No era más que una broma!" Enseguida siguieron sus retozos entre muslos y brazos hasta que amaneció.
Entonces la reina Budur se juntó con el rey Armanos, padre de Hayat-Alnefus, le contó la verdad de su historia, y le reveló que su hija, la joven Hayat-Alnefus, era todavía tan completamente virgen como antes.
Cuando el rey Armanos, dueño de la isla de Ebano, oyó estas palabras de Sett Budur, hija del rey Ghayur, se maravilló hasta el límite del asombro, y mandó que historia tan prodigiosa se escribiera con letras de oro sobre pergaminos ilustres. Después se volvió hacia Kamaralzamán y le preguntó: "¡Oh hijo del rey Scrahramán! ¿quieres entrar en mi parentela aceptando como segunda esposa a mi hija Hayat-Alnefus, que está aún intacta de toda sacudida?"
Kamaralzamán contestó: "Antes tengo que consultar con mi esposa Sett Budur, a quien debo respeto y amor". Y se volvió hacia la reina Budur, y le preguntó: "¿Puedo contar con tu consentimiento para tomar a Hayat-Alnefus como segunda esposa?" Budur contestó: "¡Sí, por cierto; pues yo misma te la he reservado para festejar tu regreso! ¡Y me contentaré con ocupar el segundo puesto, pues debo mucha gratitud a Hayat-Alnefus por sus amabilidades y su hospitalidad!"
Entonces Kamaralzamán se volvió hacia el rey Armanos, y le dijo: "Mi esposa Sett Budur me ha contestado aceptando lo propuesto, y diciéndome que en caso necesario se daría por muy contenta con ser esclava de Hayat-Alnefus!"
Al oír estas palabras, el rey Armanos se regocijó hasta el límite del regocijo, y fué a sentarse para aquel caso en el trono de justicia, y mandó reunir a todos los emires, visires, chambelanes y notables del reino, y les contó la historia de Kamaralzamán y de su esposa Sett Budur, desde el principio hasta el fin. Luego les comunicó su proyecto de dar a Hayat-Alnefus por segunda esposa a Kamaralzamán, y nombrarle al mismo tiempo rey de la isla de Ebano en lugar de su esposa la reina Budur. Y todos besaron la tierra entre sus manos, y respondieron: "¡Desde el momento en que Kamaralzamán es el esposo de Sett Budur, que ha reinado antes en este trono le aceptamos con júbilo por nuestro rey, y nos consideramos dichosos con ser sus esclavos fieles!"
Después de estas palabras, el rey Armanos se entusiasmó hasta el límite más extremo del entusiasmo, e inmediatamente mandó llamar a los kadíes, testigos y jefes principales, y extender el contrato de boda de Kamaralzamán con Hayat-Alnefus. Y se sacrificaron millares de reses para los pobres y desgraciados, hubo liberalidad para todo el pueblo y todo el ejército. Y no quedó nadie en el reino que no deseara larga vida y felicidad para el rey Kamaralzamán y sus dos esposas Sett Budur y Hayat-Alnefus.
Y Kamaralzamán, a su vez, alardeó de tanta justicia al gobernar su reino como al contentar
a sus dos esposas, pues pasaba una noche con cada una, alternativamente.
En cuanto a Sett Budur y a Hayat-Alnefus, vivieron siempre en perfecta armonía, dando las noches a su esposo, pero disfrutando juntas durante las horas del día.
Tras de lo cual, Kamaralzamán despachó correos a su padre, el rey Schahramán, para comunicarle todos aquellos felices sucesos y decirle que pensaba ir a verle en cuanto hubiera reconquistado una ciudad a orillas del mar que los infieles habían arrebatado a los musulmanes. Mientras tanto, la reina Budur y la reina Hayat-Alnefus, fecundadas por Kamaralzamán, dieron cada una a su esposo un hijo varón, hermoso como la luna. ¡Y todos vivieron con perfecta felicidad hasta el fin de sus días! Y tal es la historia maravillosa de Kamaralzamán y la princesa Budur.
Y Schehrazada, sonriendo, se calló.
Pero la pequeña Doniazada, la de las mejillas siempre blancas, se había puesto muy colorada, sobre todo al acabarse la historia, y los ojos se le habían agrandado de placer, de curiosidad y también de confusión, y había acabado por taparse la cara con las dos manos, pero mirando al través.
Y mientras Schehrazada, para rehacerse la voz, se mojaba los labios en una copa de cocimiento helado de pasas, Doniazada, palmoteando, exclamó: "¡Oh hermana, qué lástima que una historia tan maravillosa se acabe tan pronto! ¡Es la primera de ese género que oigo de tus labios! ¡Y no sé por qué me pongo tan colorada!"
Y Schehrazada, después de beber un sorbo, sonrió a su hermana con el rabillo del ojo, y le dijo: "Pues ¿qué será cuando hayas oído la Historia de Grano-de-Belleza... ? Pero primero te he de contar la agradable Historia de Feliz-Bello y Feliz-Bella".
Oídas estas palabras, Doniazada saltó de alegría y emoción, y exclamó: "¡Oh hermana, por favor! ¡Antes de empezar la historia de Feliz-Bello y Feliz-Bella, cuyos nombres ya me complacen infinito, dime quién es Grano-de-Belleza!"
Y Schehrazada respondió: "¡Querida mía, Grano-de-Belleza es un joven!"
Entonces el rey Schahriar, cuya tristeza había desaparecido a las primeras palabras de la historia de Sett Budur, que oyó entera con gran atención, dijo: "¡Oh Schehrazada! he de confesarte que la historia de Budur me ha encantado y regocijado, y además me ha incitado a enterarme mejor de esa moda nueva de la cual hablaba Sett Budur en prosa y verso. De modo que si en las historias que nos prometes se explica esa moda con otros pormenores desconocidos para mí, puedes empezar enseguida.
Pero en este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, se calló.
Y el rey Schahriar dijo para sí: "¡Por Alah! ¡ no la mataré hasta que haya oído otros detalles sobre la moda nueva, que hasta ahora encuentro llena de oscuridad y complicaciones!"
Doniazada dijo: "¡Oh Schehrazada, hermana mía, te ruego que empieces!"
Y Schehrazada sonrió a su hermana, y después volviéndose hacia el rey Schahriar, le dijo
HISTORIA DE FELIZ-BELLO Y FELIZ-BELLA
Y Schehrazada sonrió a su hermana, y dijo: "¡Aguardo para empezar, la venia del rey!".
Entonces el rey Schahriar, que aquella noche se había dado prisa a hacer su cosa con Schehrazada, por el mucho ardor con que deseaba tal historia, dijo:
"¡Oh Schehrazada, cuando quieras puedes empezar la historia mágica que, según tu promesa, me ha de gustar tanto!"
Y al punto Schehrazada contó la siguiente historia:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que hubo durante la antigüedad del tiempo, en el país de Khaledán, un rey llamado Schahramán, dueño de poderosos ejércitos y de riquezas considerables. Pero este rey, aunque era extremadamente dichoso y tenía setenta favoritas, sin contar sus cuatro mujeres legítimas, sufría en el alma por su esterilidad en cuanto a descendencia, pues había llegado a avanzada edad, y sus huesos y su médula empezaban a adelgazar, y Alah no le dotaba de un hijo que pudiera sucederle en el trono del reino.
Un día se decidió a poner al gran visir al corriente de sus penas ocultas, y habiéndole mandado llamar, le dijo: "¡Oh mi visir, ya no sé a qué atribuir esta esterilidad que me hace padecer enormemente!" Y el gran visir reflexionó durante una hora, al cabo de la cual levantó la cabeza, y dijo al rey: "¡Oh rey, verdaderamente es ésta una cuestión muy delicada, y sólo la puede resolver Alah Todopoderoso! Créeme que, después de haber reflexionado bien, no doy más que con una solución". Y el rey le preguntó: "¿Y cuál es?" El visir contestó: "¡Hela aquí! Esta noche, antes de entrar en el harem, cuida de cumplir escrupulosamente los deberes ordenados por el rito; haz tus abluciones con fervor y somete por medio de la oración tu voluntad a la de Alah el Bienhechor. ¡Y de esa manera, tu unión con una esposa escogida será fertilizada por la bendición!".
Al oír estas palabras de su visir, el rey exclamó: "¡Oh visir de prudente palabra, acabas de indicarme un remedio admirable!" Y dió expresivas gracias al visir por el consejo, y le regaló un ropón de honor. Llegada ya la noche, entró en el departamento de las mujeres, no sin haber cumplido minuciosamente los deberes del rito, y elegió a la más joven de sus mujeres, a la que tenía las caderas más suntuosas, que era una virgen de raza, y se introdujo en ella aquella noche. Y la fecundó en el mismo instante y hora. Y al cabo de nueve meses, día por día, parió la joven un varón, en medio de festejos, y al son de flautas, pífanos y címbalos.
Y el niño que acababa de nacer resultó tan hermoso, y tan semejante era a una luna, que su padre, maravillado, le puso por nombre Kamaralzamán (La Luna del Siglo)
¡Y en verdad que aquel niño era la más bella de las cosas creadas!"
Hubo de comprobarse especialmente cuando llegó a la adolescencia, y la belleza esparció sobre
sus quince años todas las flores que encantan la vista de los humanos. Con la edad, sus perfecciones habían llegado a su límite; sus ojos se habían hecho más mágicos que los de los ángeles Harut y Marut; sus miradas más seductoras que las de Taghut, y sus mejillas más agradables que las anémonas. En cuanto a su cintura, se había hecho más flexible que la caña de bambú y más fina que una hebra de seda. Pero en cuanto a sus nalgas, eran tan pesadas que podían tomarse por una montaña de arena en movimiento, y los ruiseñores se ponían a cantar al verlas.
Así, nada tenía de extraño que su cintura delicadísima se quejara a veces del peso enorme que la seguía, y que a veces, cansada del peso, se enojase con las nálgas.
A todo esto, conservaba tanta frescura como las rosas, y era tan delicioso como la brisa de la tarde. Y precisamente los poetas de su época trataron de expresar de un modo cadencioso la belleza que les pasmaba, y le cantaron en versos numerosos como los siguientes entre otros mil:
Cuando los humanos le ven, exclaman: ¡Mis ojos pueden leer estas palabras que la belleza ha trazado sobre su frente! "¡Afirmo que es el único hermoso!"
¡Cornalinas son sus labios al sonreír; su saliva es miel derretida; sus dientes un collar de perlas; sus cabellos se enroscan junto a sus sienes en rizos negros, como los escorpiones que muerden el corazón de los enamorados!
¡De una recortadura de sus uñas se hizo el cuarto de la luna! ¡Pero su grupa fastuosa que tiembla, los hoyuelos de sus nalgas y la flexibilidad de su cintura, superan ya a toda expresión!
Mucho quería el rey Schahramán a su hijo, hasta tal punto, que no podía separarse de él un momento. Y como tenía que disipar con excesos sus cualidades y su hermosura, deseaba en extremo no morirse sin verle casado, y disfrutar así de su posteridad. Y un día que le preocupaba más que de costumbre tal idea, se la manifestó a su gran visir, que le dijo: "¡La idea es excelente! Porque el matrimonio suaviza el humor".
Entonces el rey Schahramán dijo al jefe de los eunucos: "¡Ve pronto a decir a mi hijo Kamaralzamán que venga a hablar conmigo!"
Y en cuanto el eunuco le transmitió la orden, Kamaralzamán se presentó a su padre, y después de haberle deseado la paz respetuosamente, besó la tierra entre sus manos, con los ojos bajos y en modesta actitud, como cuadra a un hijo sumiso para su padre...
En ese momento de la narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 171ª NOCHE
Ella dijo:
...con los ojos bajos y en modesta actitud, como cuadra a un hijo sumiso para su padre.
Entonces el rey Schahramán le dijo: "¡Oh hijo mío Kamaralzamán: mucho desearía no morirme sin verte casado, para alegrarme contigo y ensancharme el corazón con tu boda!"
Al oír estas palabras de su padre, Kamaralzamán cambió de color, y contestó con voz alterada: "¡Sabe ¡oh padre! que en realidad no siento inclinación alguna al matrimonio, y mi alma no tiene afecto a las mujeres! ¡Pues además de la aversión instintiva que les tengo, he leído en los libros de los sabios tantos ejemplos de sus maldades y perfidias, que llegué a preferir la muerte a su proximidad! Y por otra parte, ¡oh padre mío! escucha lo que a tal respecto dicen nuestros más estimados poetas:
¡Desdichado aquel a quien el destino dota de una mujer! ¡Está perdido, aunque para encerrarse edifique mil fortalezas de piedras unidas con garfios de acero! ¡Como cañas las sacudirían los ardides de esas criaturas!
¡Ah! ¡Desgraciado de ese hombre! ¡La perfidia posee ojos hermosos, alargados con kohl negro, y bellas trenzas abundantes, pero le hará pasar por la garganta tantos pesares, que le cortarán la respiración!
Otro dice:
¡Me interrogáis acerca de esas criaturas que llamáis mujeres! i sabéis que estoy versado en el conocimiento de sus fechorias, y gastado por toda la experiencia que he adquirido!
¿Qué os diré, ¡oh jóvenes!...? ¡Huid de ellas! ¡Ya veis que mi cabeza ha encanecido! ¡Ya podéis adivinar cuáles fueron los resultados de su amor!
Y ha dicho otro:
¡Hasta la virgen que se llama nueva, no es más que un cadaver que ni los buitres querrían!
De noche crees poseerla, porque ha cuchicheado junto a ti mimosamente secretos que no lo son! ¡Qué error! ¡Mañana pertenecerán otro sus muslos y sus partes mejor guardadas.
¡Créeme, ¡oh amigo mío! que es una posada abierta para todo el que llega! ¡Penetra en ella si quieres; pero al día siguiente sal y vete sin volver la cabeza! ¡Deja para otros el sitio que a su vez habrán de abandonar, si conocen la cordura!
"¡De modo, ¡oh padre! que aunque haya de apenarte mucho, no vacilaré en suicidarme si me quieres obligar a que me case!"
Cuando el rey Schahramán oyó estas palabras de su hijo, quedó en extremo confuso y afligido, y la luz se convirtió en tinieblas ante sus ojos. Pero como quería excesivamente a su hijo, y deseaba no ocasionarle penas, se contentó con decirle: "Kamaralzamán, no he de insistir sobre un asunto que, por lo que veo, no te agrada. ¡Pero todavía eres joven, tienes tiempo para reflexionar, así como para pensar en la alegría que me produciría verte casado y con hijos!"
Y aquel día no volvió a hablarle del asunto, sino que le mimó y le hizo buenos regalos, y procedió del mismo modo con él durante un año.
Pero pasado el año, le mandó llamar como la primera vez, y le dijo: "¿Recuerdas, Kamaralzamán, mi ruego, y has reflexionado sobre lo que te pedí, sobre la felicidad que me causaría que te casaras?"
Entonces Kamaralzamán se prosternó delante del rey, su padre, y le dijo: "¡Oh, padre mío! ¿Cómo olvidar tus consejos, ni dejar de obedecerte, cuando el mismo Alah me ordena el respeto y la sumisión? Pero por lo que afecta al matrimonio, he reflexionado todo este tiempo, y estoy más resuelto que nunca a no contraerlo, y más que nunca los libros de antiguos y modernos me enseñan a evitar las mujeres a toda costa, ¡pues son taimadas, necias y repugnantes! ¡Líbreme Alah de ellas, aunque sea preciso que me mate!"
Oídas estas palabras, el rey Schahramán comprendió que sería contraproducente todavía insistir más u obligar a la obediencia a aquel hijo querido. Pero su pesar fué tan grande, que se levantó desolado y mandó llamar aparte al gran visir, a quien dijo: "¡Oh mi visir! ¡Qué locos son los padres que desean tener hijos! ¡Sólo dan penas y decepciones! ¡He aquí que Kamaralzamán está más resuelto aún que el año pasado a huir de las muchachas y del matrimonio! ¡Qué desdicha la mía, oh mi visir! ¿Y cómo la remediaremos?
Entonces el visir inclinó la frente y recapacitó largo rato. Y luego levantó la cabeza, y dijo al rey: "¡Oh rey del siglo! he aquí el remedio que vamos a emplear: ten paciencia un año más, y entonces, en vez
de hablarle de eso en secreto, reúne a todos los emires, visires y grandes de la corte, así como a todos los oficiales de palacio, y delante de todos ellos declárale tu resolución de casarle sin demora.
Y entonces no se atreverá a desobedecerte ante la respetable asamblea, y te contestará oyendo y sometiéndose...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 172ª NOCHE
Ella dijo:
". . . y te contestará oyendo y sometiéndose".
Tanto satisfizo al rey este discurso del visir, que exclamó: "¡Por Alah! ¡Es una idea realizable!"
Y demostró su alegría ofreciendo al visir uno de los más bellos ropones de honor. Después de lo cual tuvo paciencia el tiempo indicado, y mandó reunir entonces la asamblea, ordenando que asistiese a ella su hijo Kamaralzamán. Y el joven entró en la sala, iluminándola con su presencia.
¡Y qué lunar en su barbilla! ¡Y qué perfume, ¡ya Alah! cuando pasaba! Y cuando se vió delante de su padre, besó tres veces la tierra entre sus manos, y se quedó de pie aguardando que su padre le dirigiera la palabra.
El rey le dijo: "¡Oh hijo mío! ¡Sabe que te mandé asistir a esta asamblea sólo para expresarte mi resolución de casarte con una princesa digna de tu çategoría, y alegrarme así con mi posteridad antes de fallecer!"
Cuando Kamaralzamán oyó estas palabras de su padre, sintiáse de improviso atacado por una especie de locura, que le dictó cierta respuesta tan poco respetuosa, que todos los circunstantes bajaron los ojos, cohibidos, y el rey quedó mortificado hasta el límite extremo de la mortificación; y como estaba obligado a poner coto a tamaña insolencia en público, gritó a su hijo con voz terrible: "¡Ahora verás lo que cuesta a los hijos desobedecer a sus padres y no guardarles la consideración debida!" E inmediatamente mandó a los guardias que ataran a Kamaralzamán los brazos a la espalda y le encerraran en la torre vieja de la ruinosa ciudadela contigua al palacio. Lo cual se ejecutó inmediatamente. Y uno de los guardias se quedó a la puerta para vigilar al príncipe, y acudir a su llamamiento en caso de necesidad.
Cuando Kamaralzamán se vió encerrado de aquel modo, se entristeció mucho, y dijo para sí: "Acaso más me habría valido obedecer a mi padre y casarme contra mi gusto para complacerle. ¡Siquiera así habría evitado darle tal pena, y que me encerraran en esta especie de calabozo, en lo más alto de esta torre vieja! ¡Ah, malditas mujeres, hasta de mi infortunio sois la principal causa!"
Esto en cuanto a Kamaralzamán.
Pero con respecto a Schahramán, se retiró a sus aposentos, y al pensar que su hijo, al cual quería tanto, estaba en aquel momento solo, triste y encerrado, y quizá desesperado, empezó a lamentarse y a llorar. Porque su cariño al hijo era grandísimo, y le hacía olvidar la insolencia de que en público habíase hecho reo.
Y se enfureció mucho contra el visir, que fué quien le instigó a reunir la asamblea, por lo que le mandó llamar y le dijo: "¡Tú eres el mayor culpable! ¡A no ser por tu malhadado consejo, no me habría visto obligado a ser riguroso con mi hijo! ¡Vamos, habla! ¿Qué tienes que contestarme? Y dime cómo nos conduciremos en lo sucesivo. ¡Porque yo no puedo acostumbrarme a la idea del castigo que a estas horas está sufriendo todavía mi hijo, la llama de mi corazón!"
Entonces el visir le dijo: "¡0h rey, ten paciencia, dejándole solo quince días encerrado, y verás cómo se apresura a someterse a tu deseo!" El rey dijo: "¿Estás bien seguro?"
El visir dijo: "¡Ciertamente!" Entonces el rey exhaló varios suspiros, y fué a tenderse en la cama, y pasó una noche de insomnio, por lo mucho que penaba su corazón a causa de aquel único hijo que era su mayor alegría. Y durmió menos, porque estaba acostumbrado a que su hijo durmiera a su lado, en la misma cama, y a ponerle su propio brazo por almohada, velándole así personalmente el sueño. De modo que aquella noche, por más vueltas y revueltas que dió en todos sentidos, no pudo cerrar los ojos. Eso en cuanto al rey Schahramán.
Y volvamos al príncipe Kamaralzamán.
Al caer la noche, el esclaso encargado de guardar la puerta entró con un candelabro encendido que dejó a los pies del lecho, pues había cuidado de arreglar en aquella habitación una cama bien acondicionada para el hijo del rey; y verificado esto, se retiró.
Entonces Kamaralzamán se levantó, hizo sus abluciones, recitó algunos capítulos del Korán, y pensó en desnudarse para pasar la noche. Se quitó, pues, toda la ropa, sin dejar puesta más que la camisa encima del cuerpo, y se puso a la cabeza un pañuelo de seda azul. Y más que nunca parecía así tan hermoso como la luna de la noche 14. Se tendió entonces en la cama y aunque desconsolado con la idea de haber enojado a su padre, no tardó en dormirse profundamente.
Pero no sabía, ni podía figurárselo, lo que iba a ocurrir aquella noche, en aquella torre vieja, frecuentada por los genios del aire y de la tierra.
En efecto...
En este punto de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 176ª NOCHE (#)
(#)Como las noches anteriores ocupan cada una pocos renglones en el texto árabe, he suprimido las indicaciones de su orden numérico para no interrumpir el relato con demasiada frecuencia. Lo mismo procederé en adelante, siempre que se presente el mismo caso. (N. del T.)
Ella dijo:
En efecto, la torre en que se había encerrado a Kamaralzamán estaba abandonada de muchos años atrás, y databa del tiempo de los antiguos romanos; y al pie de la torre había un pozo, también antiquísimo y de construcción romana. Y aquel pozo era precisamente el que servía de habitación a una efrita joven, llamada Maimuna.
La efrita Maimuna, de la posteridad de Eblis, era hija del poderoso efrit Domriatt, jefe principal de los genios subterráneos. Maimuna era una efrita muy agradable, creyente, sumisa, ilustre entre todas las hijas de los genios por sus propias virtudes y las de su ascendencia, famosa en las regiones de lo desconocido.
Sobre las doce de aquella noche, la efrita Maimuna salió del pozo, según solía, a tomar el fresco, y voló ligera hacia los estados del cielo, para dirigirse desde allí al lugar hacia el cual se sintiera atraída. Y al pasar por cerca de la techumbre de la torre, se asombró de ver luz en un sitio en que desde hacía largos años nunca había visto nada.
Dijo, pues, para sí: "¡Seguramente que esa luz está ahí por algo! ¡He de entrar dentro a ver lo que es!"
Entonces dió un rodeo y penetró en la torre, y vió al esclavo echado a la puerta; pero sin pararse, pasó por encima y entró en la habitación. ¡Y cual no fué su encantadora sorpresa al ver al joven que estaba echado medio desnudo en la cama! Empezó por pararse de puntillas, y para verle mejor, se acercó sigilosamente, después de haberse bajado las alas, que la molestaban un tanto en aquella habitación tan angosta. Y levantó por completo la colcha que tapaba la cara del joven, y la dejó estupefacta su hermosura.
Así estuvo sin respirar una hora, por temor a despertarle antes de haber podido admirar a su gusto todas las delicadezas que le forma ban, el color delicado de sus mejillas, la tibieza de sus párpados de pestañas llenas de sombra pálida y larguísima, la curva adorable de sus cejas, todo ello, incluso el olor embriagador de su piel y los reflejos dulces de su cuerpo, hubieron de emocionar a la gentil Maimuna, que en toda su vida de excursiones a través de la tierra habitable ,nunca había visto semejante belleza. Ciertamente, bien se le podían aplicar estos versos del poeta:
¡Al contacto de mis labios vi que se ennegrecían sus pupilas, que son mi locura, y se sonrojaban sus mejillas, que son toda mi alma!
Y exclamé: ¡Oh corazón mío! Di a los que se atraven a motejar tu pasión: ¡Oh sensores, enseñadme un objeto tan hermoso como mi bien amado!
Y cuando la efrita Maimuna, hija del efrit Domriatt, sació bien sus ojos con aquel espectáculo maravilloso, alabó a Alah exclamando: ¡Bendito sea el Creador que modela la perfección!"
Después pensó: "¿Y cómo los padres de este adolescente pueden separarse de él para encerrarle solo en esta torre derruída? ¿No temerán los maleficios de los genios malos de mi raza que habitan en los escombros y en los lugares desiertos?
Pero, ¡por Alah! ya que ellos no hacen caso de su hijo, ¡juro otorgarle mi protección y defenderle contra todo efrit que, atraído por sus encantos, quiera abusar de él!"
Después se inclinó sobre Kamaralzamán, y le besó en los labios con gran delicadeza, y en los párpados, y en ambas mejillas, volviendo a taparle con la colcha, sin despertarle, y abrió las alas, volando por la alta ventana hacia el cielo.
Pero al llegar a la región media para tomar el fresco, y cuando se cernía tranquilamente, pensando en el joven dormido, de pronto, y nada lejos, oyó un ruido de precipitado batir de alas que la hizo volverse hacia aquella parte. Y vió que el autor del ruido era el efrit Dahnasch, genio de mala especie, uno de los rebeldes que no acatan ni reconocen la supremacía de Soleimán ben-Daúd.
Y este Dahnasch era hijo de Schamhurasch, el más rápido de los genios en las carreras aéreas.
Cuando Maimuna vió al mal Dahnasch, temió que el bribón vislumbrase la claridad de la torre y perpetrase allí cualquier fechoría, por lo que se arrojó sobre él con un ímpetu semejante al del gavilán,
e iba a alcanzarle y agredirle, cuando Dahnasch le hizo seña de que se rendía a discreción, y le dijo temblando de miedo: "¡Oh poderosa Maimuna, hija del rey de los genios! ¡te conjuro por el Nombre Augusto y por el talismán sagrado del sello de Soleimán, a que no uses de tu poder para hacerme daño! ¡Y por mi parte te prometo no hacer nada reprensible!"
Entonces Maimuna dijo a Dahnasch, hijo de Schamhurasch: "¡Así sea! Me avengo a perdonarte. ¡Pero apresúrate a decirme de dónde vienes a estas horas, qué haces ahí y adónde piensas ir! ¡Y sobre todo, sé verídico en tus palabras, ¡oh Dahnasch! pues si no, estoy dispuesta a arrancarte las plumas de las alas con mis manos, a desollarte y a romperte los huesos, para precipitarte después como una masa! ¡No creas poder librarte con una mentira, ¡oh Dalmasch!"
Entonces el efrit dijo: "¡Oh mi dueña Maimuna! ¡sabe que en este momento me has encontrado muy a propósito para oír cualquier cosa completamente extraordinaria! ¡Pero prométeme siquiera dejarme ir en paz si satisfago tu deseo y darme un salvoconducto que en adelante me resguarde de la mala voluntad de todos los genios, mis enemigos del aire, el mar y la tierra, ya que eres la hija del rey de todos nosotros, Domriatt el formidable!" Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.
Entonces Maimuna, hija de Domriatt, dijo: "¡Te lo prometo por la gema grabada con el sello de Soleimán ben-Daúd (¡sobre entrambos la oración y la paz!). Pero habla, por fin, pues presiento que tu
aventura es muy extraña". Entonces el efrit Dahnasch acortó la carrera, giró sobre sí mismo, y fue a colocarse al lado de Maimuna.
Después contó del modo siguiente su aventura:
"Sabe, ¡oh gloriosa Maimuna! que vengo en este momento del fondo de un interior lejano, de los extremos de la China, país en que reina el Gran Ghayur, señor de El-Budur y de El-Kussur, en donde se yerguen en derredor numerosas torres y se encuentran su corte, sus mujeres con sus adornos y sus guardias en las encrucijadas y en todo el contorno. ¡Y allí han visto mis ojos la cosa más hermosa de todos mis viajes y mis jiras, su hija única, El-Sett Budur!
"Y como le es imposible a mi lengua, aun exponiéndose a criar pelo, el pintarte la belleza de esa princesa, me contentaré con enumerarte sencillamente sus cualidades de un modo aproximado. Escucha, pues, ¡oh Maimuna! "¡Te hablaré de su cabellera! ¡Luego te describiré su rostro! ¡Luego sus mejillas, luego sus labios, su saliva, su lengua, su garganta, sus pechos, su vientre, sus caderas, sus nalgas, su centro, sus muslos, y por fin sus pies, oh Maimuna!
" ¡ Bismilah !
"¡Oh su cabellera, señora mía! ¡Es tan oscura, que resulta más negra que la separación de los amigos! ¡Y cuando se reparte en tres trenzas, que descienden hasta sus pies, creo ver tres noches y a un tiempo!
"¡Y su rostro! ¡Es tan blanco como el día en que se encuentran los amigos! ¡Si lo miro en el momento de brillar la luna llena, veo dos lunas a la vez!
"¡Sus mejillas están formadas por una anémona dividida en dos corolas; sus pómulos parecen la misma púrpura de los vinos, y su nariz es más recta y más fina que una hoja de acero escogido!
"¡Sus labios son ágata coloreada y coral; su lengua -cuando la mueve- segrega la elocuencia; y su saliva es más deseable que el zumo de las uvas; apaga la sed más abrasadora! ¡Tal es su boca!
"¡Pero su seno! ¡Bendito sea el Creador! ¡Es una seducción viviente! ¡ Sostiene dos pechos gemelos del marfil más puro, redondos, y que caben en los cinco dedos de la mano!
"¡Su vientre tiene hoyuelos llenos de sombra y colocados con tanta armonía como los caracteres árabes en el sello de un escriba copto de Egipto! ¡Y este vientre da nacimiento a. una cintura elástica ¡ya Alah! y formada...! Pero ¡y sus nalgas!
"¡Sus nalgas! ¡ oh, oh! ¡ me estremezco! ¡Son una masa tan pesada, que obligan a su ama a sentarse cuando se levanta y a levantarse cuando se acuesta. Verdaderamente, ¡oh dueña mía! no puedo darte idea de ellas más que recurriendo a estos versos del poeta!
¡Tiene un trasero enorme y fastuoso, que necesitaría una cintura menos frágil que aquella de que está suspendido!
¡Es, para ella y para mí, origen de torturas incesantes y de alboroto, pues
A ella la obliga a sentarse cuando se levanta, y a mí, cuando pienso en él, me pone el zib siempre erguido!
"¡Tal es su trasero! Y de él se desprenden dos muslos gloriosos, de mármol blanco, sólidos, unidos en lo alto por una corona. Después vienen las piernas y los pies gentiles, y tan pequeños, que me asombra cómo pueden sostener tantos pesos superpuestos.
"En cuanto a su centro, ¡oh Maimuna! a decir verdad, ¡desespero de poder hablarte de él como corresponde, pues es definitivo y absoluto! ¡Por ahora sólo esto mi lengua puede revelarte, ni siquiera por ademanes me sería posible hacerte apreciar todas sus suntuosidades! "¡Y así es, poco más o menos, ¡oh Maimuna! la adolescente princesa El-Sett Budur, hija del rey Ghayur!
En este punto de su relato, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, aplazó la continuación para el siguiente día.
Y CUANDO LLEGO LA 179ª NOCHE
Ella dijo:
"Y así es, poco más o menos, la adolescente princesa Budur, hija del rey Ghayur.
"Pero también he de decirte, ¡oh Maimuna! que el rey Ghayúr amaba en extremo a su hija El-Sett Budur, cuyas perfecciones acabo de enumerarte sencillamente, y la quería con afecto tan vivo, que su
placer era ingeniarse para darle cada día una distracción nueva. Pero como pasado cierto tiempo ya se les agotaron toda clase de diversiones, pensó en darle goces diferentes, construyendo para ella palacios maravillosos. Empezó la serie por la edificación de siete, cada cual de estilo distinto y de diversa materia preciosa. Así, mandó construir el primero todo de cristal, el segundo de alabastro diáfano, el tercero de porcelana, el cuarto de mosaicos de pedrería, el quinto de plata, el sexto de oro y el séptimo sólo de perlas y diamantes. Y el rey Ghayur no dejó de mandar que cada palacio se adornase de la manera más adecuada al estilo de su construcción: reunió en ellos todos los atractivos que pudieran hacer su uso todavía más encantador, cuidando, por ejemplo, y sobre todo, de la belleza de sus estanques y jardines.
"Y para distraer a su hija Budur la hizo habitar en estos palacios, pero sólo un año en cada uno, a fin de que no tuviera tiempo de cansarse y el placer sucediera sin fatiga al placer.
"¡Es natural que en medio de tantas cosas bellas, la belleza de la joven se afinara, y llegara por últirno al estado supremo que hubo de encantarme!
"De tal modo, que no te pasmarás, ¡oh Maimuna! si te digo que todos los reyes vecinos a los Estados del rey Ghayur deseaban ardientemente casarse con la joven de fastuoso trasero. Pero he de apresurarme, no obstante, a tranquilizarte respecto a su virginidad, pues hasta ahora rechazó con horror las proposiciones que su padre le transmitiera, y contentóse con responderle cada vez: "¡Soy mi propia reina y mi única dueña! ¿Cómo he de soportar que un hombre roce un cuerpo que tolera apenas el contacto de la seda?"
"Y el rey Ghayur, que habría preferido la muerte a contrariar a Budur, no encontraba nada que replicar, y se veía forzado a no atender a las peticiones de los reyes vecinos suyos y de los príncipes que
con tal fin iban a su reino desde lo países más remotos. Y un día que un rey joven, más bello y poderoso que los demás, se presentó después de haber enviado muchos regalos preparatorios, el rey Ghayur habló de él a Budur, que, indignada esta vez, estalló en reconvenciones, y exclamó: "¡Ya veo que no me queda más que un medio de acabar con este tormento continuo! ¡Voy a coger ese alfanje que veo ahí, y clavármelo de punta en el corazón para que me salga por la espalda! ¡Por Alah! ¡No tengo otro recurso!" Y como se disponía de veras a emplear tal violencia consigo misma, el rey Ghayur se asustó de tal modo, que sacó la lengua, y sacudió la mano, y puso los ojos en blanco; y después se apresuró a confiar a Budur a diez viejas muy listas y llenas de experiencia, una de las cuales fue la propia nodriza de Budur. Y desde entonces las diez viejas no la dejan un momento y vigilan sucesivamente a la puerta de su habitación".
Y he aquí, ¡oh mi señora Maimuna! el estado actual de las cosas. Y yo no ceso, ciertamente, de ir todas las noches a contemplar la belleza de la princesa y a ensancharme los sentidos viendo sus esplendores. Y puedes creer que no me faltan tentaciones de cabalgarla y deleitarme con su trasero; pero pienso que sería una lástima atentar, a disgusto de la propietaria, contra una suntuosidad tan bien guardada. Sin embargo, ¡oh Maimuna! disfruto algo de ella durante su sueño; la beso, por ejemplo, entre los dos ojos, suavemente, aunque me dan ganas muy grandes de hacerlo con fuerza; pero desconfío de mí mismo, sabiendo que no podré contentarme si empiezo, y prefiero abstenerme del todo por temor de estropear a la joven.
"Te conjuro, pues, ¡oh Maimuna! a que vengas conmigo a ver a mi amiga Budur, cuya belleza te encantará, sin duda alguna, y cuyas perfecciones te garantizo que han de entusiasmarte. ¡Vamos, ¡oh Maimuna! al país del rey Ghayur para admirar a El-Sett Budur!"
Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 180ª NOCHE
Ella dijo:
Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.
Cuando la joven efrita Maimuna hubo oído esta historia, en vez de contestar, se rió burlonamente, dió un aletazo en el vientre al efrit, y escupiéndole en la cara, le dijo: "¡Qué estúpido estás con tu muchacha meona! ¡Y verdaderamente me pregunto cómo te has atrevido a hablarme de ella, cuando debes saber que no podría soportar por un momento la comparación con el hermoso adolescente a quien amo!"
Y el efrit exclamó, limpiándose la cara: "¡Pero ¡oh mi señora! ignoro en absoluto la existencia de tu joven amigo, y con perdón tuyo, no deseo más que verlo, aunque me cuesta mucho trabajo creer que pueda igualar a la hermosura de mi princesa!"
Entonces Maimuna le gritó: "¿Quieres callar, maldito? ¡Te repito que mi amigo es tan hermoso, que si le vieras, aunque fuese en sueños, te daría un ataque de epilepsia y babearías como un camello!"
Y Dahnasch preguntó: "Pero ¿donde está y quién puede ser?" Maimuna dijo: "¡Oh bribón! sabe que está en el mismo caso que tu princesa, y le han encerrádo en la torre vieja a cuyo pie tengo mi morada subterránea. Pero no te forjes la ilusión de que vas a verle sin mí, pues ya conozco tus torpezas, y no te confiaría ni siquiera la custodia del culo de un santón. ¡No obstante, me avengo a consentir en enseñártelo, para saber tu parecer, advirtiéndote que como tengas la audacia de mentir, hablando contra la realidad de lo que vas a ver, te arranco los ojos y te convierto en el más mísero de los genios! ¡Además, me pagarás una buena apuesta si mi amigo resulta más bello que tu princesa; y para ser justa, me comprometo a pagar yo en el caso contrario!"
Y Dahnasch exclamó: "¡Acepto la condición! ¡Ven, pues, conmigo a ver a El-Sett Budur al país de su padre el rey Ghayur!" Pero Maimuna dijo: "¡Acabaremos más pronto yendo a la torre, que está ahí a nuestros pies, para empezar por juzgar la hermosura de mi amigo, y luego compararemos!"
Entonces Dahnasch respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y ambos bajaron en línea recta desde lo alto de los aires hasta la techumbre de la torre, y penetraron por la ventana en el aposento de Kamaralzamán.
Entonces Maimuna dijo al efrit Dahnasch: "¡No te muevas! ¡Y sobre todo, sé correcto!" Después se
acercó al joven dormido, y levantó la sábana que en aquel momento le cubría. Y se volvió hacia Dahnasch y le dijo: "Mira, ¡oh maldito! ¡Y ten cuidado con no caerte todo lo largo que eres!"
Y Dahnasch alargó la cabeza, y retrocedió estupefacto; luego estiró de nuevo el cuello, e inspeccionó largo rato la cara y el cuerpo del hermoso joven, al cabo de lo cual movió la cabeza y dijo: "¡Oh mi señora Maimuna! ¡ya veo que tienes mucha disculpa al pensar que tu amigo es de belleza incomparable, pues en verdad que nunca he visto tantas perfecciones en un cuerpo de adolescente, y eso que sabes que conozco a los más bellos de los hijos de los hombres; pero, ¡oh Maimuna! el molde que le fabricó no se ha roto sin producir antes una muestra femenil, que es precisamente la princesa Budur!"
Al oír estas palabras, Maimuna se lanzó sobre Dahnasch y le dió un aletazo en la cabeza, que le rompió un cuerno, y le gritó: "¡Oh tú, el más vil de los genios! Vé inmediatamente al palacio de Sett Budur, en ese país del rey Ghayur, y trae a la princesa desde allá hasta aquí, pues no quiero molestarme en acompañarte a casa de esa chiquilla; en cuanto la hayas traído, la acostaremos al lado de mi joven amigo, y compararemos con nuestros propios ojos. ¡Y vuelve pronto, Dahnasch, o te despedazo el cuerpo y te echo como pasto a las hienas y a los cuervos!" Entonces el efrit Dahnasch recogió el cuerno del suelo y se marchó con aire lamentable, rascándose el trasero. Después atravesó el espacio como una saeta, y no tardó en volver, pasada una hora, con su carga a cuestas.
Y la princesa, dormida en hombros de Dahnasch, no tenía puesta más que la camisa, y su cuerpo palpitaba en su blancura. Y en las amplias mangas de la camisa estaban bordados estos versos que se entrelazaban agradablemente:
¡Tres cosas le irnpiden otorgar a los humanos una mirada que diga "Sí": el temor a lo desconocido, el horror a lo conocido, y su hermosura!
Entonces Maimuna dijo a Dahnasch: "¡Me parece que debiste entretenerte por el camino con esta joven, pues te has retrasado, y a un, buen efrit no le hace falta gastar una hora en ir del país de Khaledán a lo último de la China y volver por el camino más derecho! ¡Bueno! ¡Apresúrate a tender a esa muchacha al lado de mi amigo para que hagamos nuestro examen!"
Y el efrit Dahnasch, con infinitas precauciones, colocó suavemente en la cama a la princesa, y le quitó la camisa.
Verdaderamente, la princesa era muy bella y tal como la había descrito el efrit Dahnasch. Y Maimuna pudo observar que el parecido entre los dos jóvenes era tan perfecto, que se los hubiera tomado por dos gemelos, y solamente diferían en el centro; pero tenían la misma cara de luna, la misma cintura delicada y las mismas nalgas redondas y llenas de opulencia; y también pudo darse cuenta de que si la joven carecía en el centro de lo que adornaba al adolescente, lo sustituía ventajosamente con dos breves pechos maravillosos que denotaban su sexo suculento.
Dijo, pues, a Dahnasch: "Veo que se puede vacilar un momento acerca de la preferencia debido a una u otra de nuestros amigos. ¡Pero hay que ser ciego o insensato como tú, para no reconocer que entre dos jóvenes de igual belleza, siendo uno varón y otra hembra, el varón es superior a la hembra! ¿Qué dices a eso, maldito?" Pero Dahnasch contestó: "¡Por mi parte, sé lo que sé, y veo lo que veo, y el tiempo no me haría creer lo contrario de lo que mis ojos han visto! Pero ¡oh mi señora! ¡ si tuvieras empeño en que mintiese, mentiría para darte gusto!"
Cuando la efrita Maimuna oyó estas palabras, se echó a reír, y comprendiendo que no podría nunca ponerse de acuerdo con el testarudo Dahnasch sólo por medio de un examen, le dijo: "¡Acaso haya un medio de averiguar cuál de nosotros dos tiene razón, y es recurrir a nuestra inspiración! ¡El que diga los mejores versos en loor de su preferido, será quien esté en lo cierto! ¿Estás conforme? ¿0 no eres capaz de esa habilidad, propia sólo de los seres delicados?"
Pero el efrit Dahnasch exclamó: "¡Eso es precisamente, señora mía, lo que quería proponerte! Pues mi padre Schamburasch me enseñó las reglas de la construcción poética y el arte de los versos ligeros de ritmo perfecto. Pero sea tuya la prioridad, ¡oh encantadora Maimuna!"
Entonces Maimuna se acercó a Kamaralzamán dormido, e inclinándose hacia sus labios, se los besó suavemente; después le acarició la frente, y con la mano en su cabellera, dijo, mirándole:
¡Oh cuerpo claro, al que las ramas han dado su flexibilidad y los jazmines su fragancia! ¿Qué cuerpo de virgen vale lo que tu olor?
Ojos en que el diamante puso su luz y la noche sus estrellas, ¿qué,ojos de mujer alcanzarán tu fuego?
Beso de tu boca, más dulce que la miel aromática, ¿ que beso femenil lograría tu frescura?
¡Oh! ¡Acariciar tu cabellera y estremecerme con toda mi carne sobre tu carne, y luego ver salir las estrellas en tus ojos!
Cuando el efrit Dahnasch oyó estos versos de Maimuna, se extasió hasta el límite del éxtasis, y después se convulsionó hasta el límite de la convulsión, tanto por rendir homenaje al talento de la efrita como para expresar la emoción que le habían causado ritmos tan afinados; pero no tardó en acercarse a su vez a su amiga Budur, para inclinarse hacia sus pechos desnudos y depositar en ellos una caricia; e inspirado por sus encantos, dijo mirándola:
¡Los arrayanes de Damasco, ¡Oh joven! Me exaltan el alma cuando sonríen, pero tu belleza...!
¡ Las rosas de Bagdad, alimentadas con claror de luna y rocío, me embriagan el alma cuando sonríen; pero tus labios desnudos ... !
¡ Cuando sonríen tus labios desnudos y tu belleza florida, ¡Oh amada mía! me vuelven loco! i Y desaparece todo lo demás!
No bien Maimuna oyó oda tan deliciosa, sorprendióse en gran manera al encontrar ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 182ª NOCHE
Ella dijo:
...sorprendióse en gran manera al encontrar en Dahnasch tanto talento unido a tanta fealdad; como, aunque mujer, estaba dotada de cierta dosis de buen juicio, no dejó de felicitar a Dahnasch, que se ensanchó en extremo. Y le dijo: "¡Verdaderamente, ¡oh Dahnasch! tienes un alma bastante delicada dentro de esa armazón que habitas; pero no creas que vences en el arte de los versos, ni Sett Budur vence tampoco en hermosura a Kamaralzamán!"
Y Dahnasch, sofocado, exclamó: "¿Lo crees así de veras?"
Ella dijo: "¡Seguramente!"
El dijo: "¡No lo creo!"
Ella dijo: "¡Toma!" Y de un aletazo le hinchó un ojo.
El dijo: "¡Eso no prueba nada!"
Ella dijo: "¡Bueno! ¡Mírame el trasero!"
El dijo: "¡Está bastante flaco!"
Al oír . estas palabras, Maimuna, doblemente irritada, quiso precipitarse sobre Dahnasch y estropearle alguna parte de su individuo; pero Dahnasch, que lo había previsto, de pronto se convirtió en pulga y se refugió sigilosamente en la cama debajo de los dos jóvenes; y como Maimuna temía despertarlos, se vió obligada, para resolver aquel caso, a jurar a Dahnasch que ya no le haría más daño; y Dahnasch, oído el juramento, recobró su forma, pero se mantuvo en guardia.
Entonces Maimuna le dijo: "¡Oye, Dahnasch: no encuentro más medio para terminar esta disputa que recurrir al arbitraje de un tercero!" El dijo: "¡Me avengo a ello!"
Entonces Maimuna dió con el pie en el suelo, que se entreabrió y dió salida a un efrit espantoso, inmensamente horrible. En la cabeza tenía seis cuernos, cada uno de 4.430 codos de longitud; ostentaba tres rabos ahorquillados no menos extensos.
Uno de sus brazos tenía 5.555 codos de largo, y el otro medio codo nada más; era cojo y jorobado, y sus ojos estaban colocados en el centro de la cara y en sentido longitudinal; las manos, más anchas que calderos, acababan en garras de león; las piernas, rematadas con cascos, le hacían renguear; y su zib, cuarenta veces más gordo que el de un elefante, daba la vuelta por la espalda y surgía triunfador.
Se llamaba Kaschkasch ben-Fakhrasch ben-Atraseh, de la posteridad de Eblis Abú-Hanfasch.
Y cuando la tierra se volvió a cerrar, el efrit Kaschkasch distinguió a Maimuna, y en seguida besó la tierra entre sus manos, quedándose delante de ella humildemente con los brazos cruzados, y le preguntó: "¡Oh mi dueña Maimuna, hija de nuestro rey Domriatt! soy el esclavo que aguarda tus órdenes".
Ella dijo: "¡Quiero, Kaschkasch, que seas juez en la disputa que ha surgido entre ese maldito Dahnasch y yo! Ocurre tal y cual cosa. Te corresponde ser imparcial, y después de echar una mirada a ese lecho, decirnos quién te parece más hermoso, si mi amigo o esa joven".
Entonces Kaschkasch se volvió hacia la cama en que ambos jóvenes dormían tranquilos y desnudos, y al verlos, fué tal su emoción, que se agarró con la mano izquierda la herramienta que se le erguía por encima de la cabeza, y se puso a bailar, cogido con la mano derecha al triple rabo ahorquillado.
Después de lo cual dijo a Maimuna y a Dahnasch: "¡Por Alah! Bien mirado, me parecen iguales en belleza y diferentes sólo en el sexo. ¡Pero de todos modos, sé de un medio, único que puede dirimir la contienda!"
Ellos dijeron: "¡Date prisa a comunicárnoslo!" El contestó: "Dejadme primero cantar algo en honor a esa joven, que me alborota en extremo!"
Maimuna dijo: "¡Poco tiempo hay para eso! ¡Como no quieras decirnos versos acerca de ese hermoso adolescente!"
Y Kaschkasch dijo: "¡Acaso resulte algo extraordinario!"
Ella contestó: "¡Canta de todas maneras, siempre que los versos sean bien medidos y breves!" Entonces Kaschkasch cantó estos versos oscuros y complicados:
¡Adolescente, me recuerdas que al consagrarte a un amor único, el cuidado y la zozobra ahogarían el fervor! ¡Sé prudente, corazón mío!
¡Gusta el azúcar de los besos en el labio virginal; pero para que el porvenir sea propicio, no dejes que se enmohezca la puerta de salida! ¡El sabor a sal es delicioso en los labios menos fáciles!
Entonces Maimuna dijo: "No quiero tratar de entender. ¡Pero dinos pronto el medio para saber quién acierta!" Y el efrit Kaschkasch dijo: "Mi opinión es que el único medio que se ha de emplear consiste en despertarlos sucesivamente, mientras nosotros tres permanecemos invisibles. ¡Y acordemos que aquel de los dos que manifieste amor más ardiente hacia el otro y demuestre más pasión en sus ademanes y actitud, será ciertamente el menos hermoso, pues se reconocerá subyugado por los encantos de su compañero!"
Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 183ª NOCHE
Ella dijo:
Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch, Maimuna exclamó: "¡Admirable idea!" Y Dahnasch también exclamó: "¡Me parece muy bien!" E inmediatamente se convirtió otra vez en pulga, pero esta vez para picar en el cuello al hermoso Kamaralzamán.
Al sentir tal picadura, que fué terrible, Kamaralzamán se despertó con sobresalto y se llevó la
mano rápidamente al sitio picado: pero nada pudo coger, pues el veloz Dahnasch, que se había vengado algo en la piel del adolescente de todas las afrentas de Maimuna, soportadas en silencio, pronto recobró su forma de efrit invisible para ser testigo de lo que iba a suceder.
En efecto, Kamaralzamán, todavía soñoliento, dejó caer la mano que no había podido cazar la pulga, y la mano fué precisamente a tocar el muslo desnudo de la joven. Aquella sensación le hizo abrir los ojos, e inmediatamente los volvió a cerrar, deslumbrado y conmovido. Y sintió junto a él aquel cuerpo más tierno que la manteca y aquel aliento más grato que el perfume del almizcle. De modo que su sorpresa fué extremada, pero no desprovista de atractivos, y acabó por levantar la cabeza y contemplar la incomparable belleza de la desconocida que dormía a su lado.
Apoyó, pues, el codo en las almohadas, y olvidándose en un momento de la aversión que experimentó por el otro sexo hasta entonces, empezó a detallar con miradas de deleite las perfecciones de la joven. Primero la comparó mentalmente con una hermosa ciudadela coronada por una cúpula, después con una perla, luego con una rosa, ya que de primera intención no podía establecer comparaciones muy exactas, porque siempre se había negado a mirar a las mujeres, y era ignorante en cuanto a sus formas y sus gracias. Pero no tardó en comprender que su última comparación era la más precisa y la más cierta la penúltima; y en cuanto a la primera, pronto lo hizo sonreír.
De modo que Kamaralzamán se inclinó hacia la rosa, y vio que el perfume de su carne era tan delicioso, que pasó la nariz por toda su superficie. Y le agradó tanto aquello, que dijo para sí: "¡Voy a tocarla para enterarme!"
Y paseó los dedos por todos los contornos de la perla, y comprobó que aquel contacto le abrasaba el cuerpo, y provocaba movimientos y latidos en diversas partes de su individuo; de tal modo, que experimentó violento deseo de dar libre carrera a aquel instinto natural tan espontáneo.
Y exclamó: "¡Todo sucede mediante la voluntad de Alah!" Y se dipuso a la copulación.Cogió, pues, a la joven, pensando: "¡Cuánto me asombra que esté sin calzón!" Y le dió vueltas y más vueltas, y la palpó, y después dijo maravillado: "¡Ya Alah! ¡Qué trasero tan gordo!" Luego le acarició el vientre, y dijo: "¡Es una maravilla de ternura!" Después le tentó los pechos, y los cogió, y al llenarse las dos manos, sintió tal estremecimiento voluptuoso, que exclamó: "¡Por Alah!" ¡No tengo más remedio que despertarla para hacer bien las cosas! Pero ¿cómo no se ha despertado en el tiempo que llevo tocándola?"
Y lo que impedía despertarse a la joven era la voluntad del efrit Dahnasch, que la había sumido en aquel sueño tan pesado para facilitar la acción de Kamaralzamán.
Y Kamaralzamán puso sus labios en los de la princesa, y le dió un prolongado beso; y como no se despertara, le dió el segundo, y el tercero, sin que ella manifestara percatarse.
Entonces empezó a hablarle, diciendo: "¡Oh corazón mío! ¡Ojos míos! ¡Hígado mío! ¡Despiértate! ¡Soy Kamaralzamán!" Pero la joven no hizo el menor movimiento. Entonces Kamaralzamán, al ver lo inútil de sus llamamientos, dijo para sí: "¡Por Alah! ¡Ya no puedo aguardar más! ¡Todo me impulsa a entrar en ella! ¡Veré si lo puedo lograr mientras duerme!" Y se tendió encima de la joven.
A todo eso, Maimuna, y Dahnasch y Kaschkasch miraban. Y Maimuna empezaba a alarmarse y se apresuraba ya, en caso de consumarse el acto, a decir que aquello no valía.
Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca arriba...
En este momento de su narración, Schehrazada vió que aparecía la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 184ª NOCHE
Ella dijo:
Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca arriba, sin otra vestidura que su cabellera suelta, y la enlazó con sus brazos; e iba a practicar el primer ensayo de lo que pensaba hacer, cuando de pronto se estremeció, desenlazóse, y pensó meneando la cabeza: "Seguramente es el rey, mi padre, quien ha mandado traer a esta joven a mi cama para experimentar conmigo el efecto del contacto de las mujeres; y ahora debe de estar detrás de esa pared con los ojos aplicados a algún agujero para ver si esto sale bien. Y mañana entrará aquí y me dirá: "¡Kamaralzamán, decías que te inspiraban horror el matrimonio y las mujeres! Pues ¿qué has hecho esta noche con una joven? ¡Ah, Kamaralzamán! ¡ quieres fornicar secretamente, pero te niegas a casarte, aunque sepas lo feliz que me haría ver mi descendencia asegurada y mi trono transmitido a mis hijos!" Y entonces me considerarán falso y embustero. Más vale que me abstenga esta noche de fornicar, a pesar de la mucha gana que tengo, y aguardar a mañana; y entonces pediré a mi padre que me case con esta bella adolescente. ¡Y así él se pondrá contento, y yo podré usar a gusto ese cuerpo bendito!"
Y en el acto, con gran alegría de Maimuna, que había empezado a sentir terribles inquietudes, y con gran disgusto de Dahnasch, que en cambio había pensado que el príncipe copularía y se puso a bailar de gusto, Kamaralzamán se inclinó otra vez hacia Sett Budur, y después de haberla besado en la boca, le quitó del dedo meñique una sortija adornada con un hermoso diamante, y se la puso en su propio dedo meñique, para denotar que desde aquel momento disputaba a la joven por esposa; y luego de haber puesto en el dedo de la joven su propia sortija, le volvió la espalda, aunque con gran pesar, y no tardó en tornar a dormirse.
Maimuna, al ver aquello, se entusiasmó, y Dahnasch quedó muy confuso; pero no tardó en decir a Maimuna: "¡Esto no es más que la mitad de la prueba; ahora te toca a ti!"
Entonces Maimuna se convirtió en seguida en pulga, y saltó al muslo de Sett Budur; y de allí subió al ombligo, retrocediendo después como unos cuatro dedos, y se paró precisamente en la cumbre del montecillo que domina el valle de las rosas; y allí, con una sola picadura, en la cual puso todos sus celos y su venganza, hizo saltar de dolor a la joven, que abrió los ojos y se incorporó a escape, llevándose las dos manos a la delantera. Pero enseguida lanzó un grito de terror y asombro al ver junto a ella al joven tendido de costado. Pero a la primera mirada que le dirigió, no tardó en pasar del espanto a la admiración, y de la admiración al placer, y del placer a un desahogo de alegría que pronto hubo de llegar al delirio.
Efectivamente; al primer susto, dijo para sí: "¡Desventurada Budur, hete aquí comprometida para siempre! ¡En tu cama hay un extraño a quien no viste nunca! ¡Qué audacia la suya! ¡Ah! ¡Voy a llamar a los eunucos, para que acudan y le arrojen por la ventana al río! Y sin embargo, ¡oh Budur! ¿quién sabe si éste será el marido que tu padre escogió para ti? ¡Mírale, oh Budur, antes de acudir a la violencia! "
Y entonces fué cuando Budur dirigió al joven una mirada, y con aquel rápido examen quedó deslumbrada por su gentileza, y exclamó: "¡Oh corazón mío! ¡Qué hermoso es!" Y desde aquel mismo instante quedó tan por completo cautivada, que se inclinó hacia aquella boca que sonreía en sueños, y le dió un beso en los labios, exclamando: "¡Qué dulce es! ¡Por Alah! ¡A éste sí que le quiero como esposo! ¿Por qué ha tardado tanto mi padre en traérmelo?"
Después cogió temblando la mano del joven y la conservó entre las suyas, y le habló afablemente para despertarle, diciendo: "¡Gentil amigo! ¡Oh luz de mis ojos! ¡Oh alma mía! ¡Levántate, levántate! ¡Ven a besarme, querido mío, ven, ven! ¡Por mi vida sobre ti! ¡ despierta !"
Pero como Kamaralzamán, a causa del encanto a que le había sometido la vengativa Maimuna, no hacía un movimiento indicador de que se despertara, la hermosa Budur supuso que era por culpa de ella, que no le llamaba con bastante ardor. Y sin preocuparse de que la miraran o no, entreabrió la camisa de seda que al principio se había apresurado a echarse encima, y se deslizó lo más cerca posible del joven, y le rodeó con sus brazos, y juntó los muslos con los suyos, y le dijo frenéticamente al oído: "¡Toma! ¡Poséeme toda! ¡Verás cuán obediente y amable soy! ¡He aquí los narcisos de mis pechos y el vergel de mi vientre, que es muy suave, mira! ¡He aquí mi ombligo, que gusta , de la caricia delicada; ven a disfrutar de él! ¡Después saborearás las primicias de la fruta que poseo! ¡La noche no será bastante larga para nuestros juegos! ¡Y gozaremos hasta que sea de día... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, hubo de callar.
PERO CUANDO LLEGO LA 185ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Y gozaremos hasta que sea de día!"
Pero como Kamaralzamán, cada vez más sumido en el sueño, seguía sin contestar, la hermosa Budur creyó por un momento que era una ficción de aquél para' sorprenderla más, y medio riéndose, le dijo: "¡Vamos; vamos, gentil amigo, no seas tan falso! ¿Es que mi padre te ha dado esas lecciones de malicia para vencer mi orgullo? ¡Inútil trabajo, en verdad! ¡Pues tu belleza, por sí sola, oh joven gamo, esbelto y encantador, me ha convertido en la más sumisa de las esclavas de amor!"
Pero como Kamaralzamán seguía inmóvil, Sett Budur, cada vez más subyugada, añadió: "¡Oh señor de la belleza, mira! ¡Yo también paso por hermosa; a mi alrededor todo vive admirando mis encantos fríos y serenos! ¡Tú fuiste el único que ha logrado encender el deseo en la mirada tranquila de Budur! ¿Por qué no te despiertas, adorable joven? ¿Por qué no te despiertas, di? ¡Heme aquí! ¡Me siento morir!"
Y la joven escondió la cabeza debajo del brazo del príncipe, y le mordió mimosamente en el cuello y en una oreja, pero sin resultado. Entonces, como ya no podía resistir a la llama encendida en ella por vez primera, empezó a rebuscar con la mano por entre las piernas y los muslos del joven, y los encontró tan lisos y redondos, que no pudo evitar que la mano resbalase por su superficie. Entonces, como por casualidad, encontró por el camino y entre ellos un objeto tan nuevo para ella, que lo miró con los ojos muy abiertos, y vió que entre sus manos cambiaba de forma a cada momento. Al principio se asustó mucho; pero rápidamente comprendió su uso particular; pues así como el deseo es mucho más intenso en las mujeres que en los hombres, su inteligencia es también más veloz para apreciar las relaciones entre los órganos encantadores. ¡Lo cogió, pues, a mano llena, y mientras besaba los labios del joven con ardor, sucedió lo que sucedió!
Tras de lo cual, Sett Budur cubrió de besos a su amigo dormido, sin dejar un sitio en que no pusiera los labios. Después, algo calmada, le cogió las manos y se las besó una tras otra en la palma; después le levantó y se lo puso en el regazo, y le rodeó el cuello con los brazos, y así enlazados, cuerpo contra cuerpo, mezclando sus alientos, se durmió sonriendo.
¡Esto fué todo! ¡Y en tanto los tres genios seguían invisibles, sin perder un ademán! Consumada la cosa tan pronto, Maimuna traspuso el límite del júbilo, Dahnasch reconoció sin dificultad que Budur había llegado mucho más allá en las manifestaciones de su ardor y le había hecho perder la apuesta
Pero Maimuna, segura ya de la victoria, fué magnánima, y dijo a Dahnasch: "¡En cuanto a la apuesta que me debes, te la perdono, oh maldito! Y hasta voy a darte un salvoconducto, que en adelante te asegurará la tranquilidad. ¡Pero cuida de no abusar de él, ni vuelvas a faltar a la corrección!"
Después de lo cual la joven efrita se volvió hacia Kaschkasch, y le dijo afablemente: "¡Kaschkasch, te doy mil gracias por tu consejo! ¡Y te nombro jefe de mis emisarios, y de mi cuenta corre que mi padre Domriatt apruebe mi decisión!"
Luego añadió: "¡Ahora, avanzad ambos y coged a esa joven, y transportadla pronto al palacio de su padre Ghayur, señor de El-Budur y El-Kussur! ¡Vistos los rápidos progresos que acababa de hacer delante de mis ojos, le otorgo mi amistad, y tengo ya completa confianza en su porvenir! ¡Ya veréis cómo realiza grandes cosas!"
Y los dos genios respondieron: "¡Inschalah!" y después...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 186ª NOCHE
Ella dijo:
Y los dos genios respondieron: "¡Inschalah!" Y después se acercaron al lecho, cogieron a la joven, que se echaron a cuestas, y volaron con ella hasta el palacio del rey Ghayur, al cual no tardaron en llegar y la depositaron con delicadeza en su cama para irse en seguida cada cual por un lado.
En cuanto a Maimuna, se volvió a su pozo, después de haber depositado un beso en los ojos de su amigo.
Eso en cuanto a los tres.
Pero en cuanto a Kamaralzamán, por la mañana despertó del sueño con el cerebro todavía turbado por su aventura nocturna. Y se volvió hacia la derecha y hacia la izquierda; pero, como era natural,
sin encontrar a la joven.
Entonces dijo para sí: "¡Bien adiviné que era mí padre el que había preparado todo esto para probarme, e impulsarme al matrimonio! De modo que he hecho bien en aguardar para pedirle el consentimiento, como buen hijo".
Después llamó al esclavo echado a la puerta, gritándole: "¡Eh, tumbón, levántate!" Y el esclavo se levantó sobresaltado, y medio dormido aún se apresuró a llevar a su amo el jarro y la palangana. Y Kamaralzamán cogió la jofaina y el jarro, y se fué al retrete a hacer sus necesidades, verificando luego sus abluciones con cuidado, y volvió para cumplir su rezo por la mañana, y comió un bocado, y leyó un versículo del Korán. Después, tranquilamente, y como de pasada, preguntó al esclavo: "Sauab, ¿adónde llevaste a la muchacha de esta noche?"
El esclavo, estupefacto, exclamó: "¿Qué muchacha, ¡oh amo Kamaralzamán!?"
Este dijo levantando la voz: "¡Te ordeno, bribón, que me respondas sin rodeos! ¿Dónde está la ioven que ha pasado la noche conmigo en la cama?" El esclavo contestó: "¡Por Alah! ¡Oh señor, no he visto ni muchacha ni muchacho! ¡Y además, nadie ha podido entrar aquí, estando yo echado delante de la puerta!" Kamaralzamán gritó: "¡Eunuco malhadado, también tú te atreves a contrariarme y a disgustarme! ¡Ah maldito, te han enseñado ardides y mentiras! ¡Por última vez te intimo a que me digas la verdad!" Entonces el esclavo levantó los brazos al cielo, y exclamó: "¡Alah es el único grande! ¡Oh amo Kamaralzamán, no entiendo una palabra de lo que me preguntas!"
Entonces Kamaralzamán le gritó: "¡Acércate, maldito!" Y habiéndose acercado el eunuco, le agarró del cuello y lo tiró al suelo, y le pateó con tanta furia, que el eunuco soltó un pedo. Entonces Kamaralzamán siguió dándole patadas y puñetazos hasta que le dejó medio muerto. Y como el eunuco por toda explicación lanzaba gritos inarticulados, Kamaralzamán le dijo: "¡Aguarda un poco!" Y corrió a buscar la soga de cáñamo que servía para sacar el agua del pozo, se la pasó al esclavo por debajo de los sobacos, la ató fuertemente, y le arrastró hasta el orificio del pozo, descolgándole hasta que le sumergió del todo en el agua.
Y como era en invierno, y el agua estaba muy desagradable y corría un viento muy frío, el eunuco empezó a estornudar y pedir perdón. Pero Kamaralzamán le zambulló varias veces, gritando cada vez: "¡No saldrás hasta que confieses la verdad! ¡Si no, te ahogo!"
Entonces el eunuco pensó: "¡Seguramente lo hará como lo dice!" Y después gritó: "¡Amo Kamaralzamán, sácame de aquí y te diré la verdad! Entonces el príncipe lo sacó, y le vió que temblaba como caña al viento, y castañeteaba los dientes de frío y miedo, y presentaba un aspecto asqueroso, chorreando agua y sangrando por la nariz.
El eunuco, al sentirse momentáneamente fuera de peligro, no perdió un instante, y dijo al príncipe: "¡Permíteme que vaya primero a mudarme de ropa y a limpiarme las narices!"
Y Kamaralzamán le dijo: "¡Vete, pero no pierdas tiempo! ¡Y vuelve pronto a darme noticias!" Y el eunuco salió corriendo, y se fué a palacio a buscar al padre de Kamaralzamán.
Y en aquel momento el rey Schahramán conversaba con su gran visir, diciendo: "¡Oh visir mío! ¡he pasado muy mala noche por lo inquieto que está mi corazón respecto a mi hijo Kamaralzamán! ¡Y temo mucho que le haya ocurrido alguna desgracia en esa torre vieja, tan mal acondicionada para un joven tan delicado como mi hijo!"
Pero el visir le contestó: "¡Tranquilízate! ¡Por Alah! ¡Nada ha de sucederle allí! ¡Así se domará su arrogancia y se reducirá su orgullo!
Y en el acto se presentó el eunuco en el estado en que le habían puesto, y cayó a los pies del rey, y exclamó: "¡Oh señor nuestro y sultán! ¡La desventura ha entrado en tu casa! ¡Mi amo Kamaralzamán acaba de despertarse completamente loco! ¡Y para darte una prueba de su locura, sabe que me dijo tal y cual cosa, y me hizo tal v cual otra! ¡Y yo, por Alah, no he visto entrar en el aposento del prircipe muchacha ni muchacho!"
Oídas tales palabras, el rey Schahramán ya no tuvo duda de sus presentimientos, y gritó a su visir: "¡Maldición! ¡Tuya es la culpa, oh visir de perros! ¡Tú me sugeriste la idea calamitosa de encerrar a mi hijo, a la llama de mi corazón! ¡Ah, hijo de perro! ¡nlevántate y corre pronto a ver lo que pasa, y vuelve aquí a darme cuenta de ello inmediatamente!
Enseguida salió el gran visir, acompañado del eunuco, y se dirigió a la torre, pidiendo pormenores, que el esclavo le dió, y bien alarmantes. Así es que el visir no entró en la habitación sin precauciones infinitas, metiendo poco a poco primero la cabeza y después el cuerpo. ¡Y cuál no fué su sorpresa al ver a Kamaralzamán sentado tranquilamente en la cama y leyendo con atención el Korán...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 187ª NOCHE
Ella dijo:
... Kamaralzamán sentado tranquilamente en la cama y leyendo con atención el Korán ! Se acercó a él, y después de la zalema más respetuosa, se sentó en el suelo cerca del lecho, y le dijo: "¡Cómo nos ha alarmado este eunuco de betún! ¡Figúrate que este hijo de zorra se presentó trastornado y con facha de perro sarnoso a asustarnos, contándonos cosas que sería indecente repetir delante de ti! ¡Turbó nuestra quietud de tal manera, que estoy alborotado todavía!"
Y Kamaralzamán dijo: "¡Verdaderamente, no os habrá molestado más de lo que me ha molestado a mí hace poco! ¡Pero, oh visir de mi padre, me alegraría mucho saber lo que os pudo contar!" El visir contestó: "¡Alah preserve a tu juventud! ¡Alah robustezca tu entendimiento! ¡Aleje de ti las acciones no mesuradas y libre a tu lengua de las palabras sin sal! ¡Este hijo de bardaje afirma que te has vuelto loco de repente, y le has hablado de una joven que pasó la noche contigo, y que luego te acaloraste con otras insensateces semejantes, y que has acabado por molerle a golpes y echarle al pozo!
¡Oh Kamaralzamán! ¿No es verdad que todo se reduce a una osadía de ese negro podrido?"
Oídas tales palabras, Kamaralzamán sonrió con aire de superioridad, y dijo al visir: "¡Por Alah! ¿Has acabado con las chanzas, viejo sucio, o quieres también enterarte de si el agua del pozo sirve para el hammam? ¡Te advierto que si ahora mismo no me dices lo que mi padre y tú habéis hecho con mi amante, la joven de hermosos ojos negros y mejillas frescas y sonrosadas, me pagarás tus astucias más caras que el eunuco!" Entonces, sobrecogido otra vez el visir por una inquietud sin límites, se levantó andando hacia atrás, y dijo: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡Ya Kamaralzamán! ¿por qué hablas de esa manera? ¡Si es que has soñado eso a consecuencia de una mala digestión, apresúrate por favor a disipar el sueño! ¡Ya, Kamaralzamán, esta conversación no es razonable!"
Al oír tales palabras, el joven exclamó: "¡Para demostrarte, oh jeique de maldición, que no he visto a la joven con las orejas, sino con este ojo y este otro, y que no he palpado y olido las rosas de su cuerpo con los ojos, sino con estos dedos y esta nariz, toma!"
Y le dió un cabezazo en el vientre que lo tiró al suelo, y después le agarró las barbas que llevaba muv largas v se las enrolló alrededor de la muñeca y seguro de que no podía escaparse, empezó a darle recios golpes todo el tiempo que se lo permitieron sus fuerzas.
El desdichado gran visir, viendo que perdía las barbas pelo a pelo, y que también el alma estaba a punto de despedirse, se dijo para sí: "¡Ahora tengo que mentir! ¡Es el único medio de librarme de las manos de este loco!"
Por lo tanto, le dijo: "¡Oh mi señor! ¡Te ruego que me perdones por haberte engañado! La culpa es de tu padre, que me encargó mucho, so pena de horca inmediata, que no te revelara todavía el sitio en que se ha depositado a la joven consabida. Pero si quieres soltarme, voy a escape a suplicar al rey tu padre que te saque de esta torre, y le daré cuenta de tu deseo de casarte con la joven. ¡Lo cual le alegrará hasta el límite de la alegría!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán le soltó y le dijo: "¡En tal caso, vé pronto a avisar a mi padre, y vuelve a traerme inmediatamente la contestación!"
En cuanto el visir se vió libre, se precipitó fuera del aposento, cuidando de cerrar la puerta con doble vuelta de llave, y corrió, fuera de sí y con la ropa hecha pedazos, a la sala del trono.
Al ver el rey Schahramán a su visir en aquel estado lamentable, le dijo: "¡Te hallo muy abatido y sin turbante! ¡Y pareces muy mortificado! ¡Bien se ve que ha debido de ocurrirte algo desagradable que ha trastornado tus sentidos!" "¡Es por lo que le sucede a tu hijo; oh rey!"
Este preguntó: "Pues entonces, ¿qué es?" El visir dijo: "¡No cabe duda de que está completamente loco!"
A estas palabras, el rey vió que la luz se convertía en tinieblas delante de sus ojos, y dijo: "¡Alah me asista ! ¡Dime pronto los caracteres de la locura que ataca a mi hijo!" Y el visir contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y refirió al rey todos lbs pormenores de la escena, sin olvidar cómo escapó de manos de Kamaralzamán.
Entonces el rey se encolerizó en extremo, y gritó: "¡Oh el más calamitoso de los visires! ¡Esta noticia que me anuncias vale tu cabeza! ¡Por Alah! ¡Si es realmente ése el estado de mi hijo, te mandaré crucificar encima del minarete más alto, para enseñarte a no darme consejos tan detestables como los que fueron la primera causa de esta desdicha!" Y se precipitó hacia la torre, y seguido del visir penetró en la habitación de Kamaralzamán.
Cuando Kamaralzamán vió entrar a su padre, se levantó rápidamente en honor suyo, y saltó de la cama, y se quedó respetuosamente a fuer de buen hijo. Y el rey, contentísimo al ver a su hijo tan pacífico, delante de él, cruzado de brazos, después de haberle besado la mano, le echó los brazos con ternura alrededor del cuello, y le besó entre los dos ojos, llorando de alegría.
Tras de lo cual le hizo sentarse junto a él, encima de la cama, y se volvió indignado hacia el visir, y le dijo: "¡Ya ves cómo eres el último de los últimos entre los visires! ¿Cómo osaste venir a contarme que mi hijo estaba de esta o la otra manera, llenando de espanto mi corazón y haciéndome añicos el hígado?" Luego añadió: "¡Además, vas a oír con tus propios oídos las respuestas llenas de sentido común que me dará mi amado hijo!"
Miró entonces paternalmente al joven, y le preguntó: "Kamaralzamán, ¿sabes qué día es hoy?" El otro respondió: "¡Seguramente! ¡Es sábado!" El rey dirigió una mirada llena de ira y triunfo al visir aterrarlo, y le dijo: "Lo oyes, ¿verdad?"
Después prosiguió: "Y mañana, Kamaralzamán, ¿qué día será? ¿Lo sabes?" El príncipe contestó: "¡Sí, por cierto... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 188ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Sí, por cierto! ¡Será domingo, y después lunes, luego martes, miércoles, jueves, y finalmente viernes, día santo!" Y el rey, en el colmo de la dicha, exclamó: "¡Oh hijo mío! ¡oh Kamaralzamán! ¡ lejos de ti todo mal agüero! Pero dime también cómo se llama en árabe el mes en que estamos". El príncipe respondió: "Se llama en árabe mes de Zul-Kiidat. Después viene el mes de Zul-Hidjat, luego vendrá Moharram, seguido de Safar, de Rabialaual, de Rabialthaní, de Gamadial- luala, de Gamadialthania, de Ragb, de Schaaban, de Ramadán, y por fin, de Schaual'.
Entonces el rey llegó al límite extremo de la alegría, y tranquilizado ya acerca del estado de su hijo, se volvió hacia el visir y le escupió en la cara, diciéndole: "¡Aquí no hay más loco que tú, viejo visir malhadado!" Y el visir meneó la cabeza y quiso contestar; pero se calló, y dijo: "¡Aguardemos al final"
Y el rey dijo enseguida a su hijo: "¡Hijo mío, figúrate que este jeique y ese eunuco de betún han ido a contarme tales y cuales palabras que les habías dicho respecto a una supuesta joven que había pasado la noche contigo! ¡Diles en la cara que han mentido!"
Al oír estas palabras Kamaralzamán se sonrió amargamente, y dijo al rey: "¡Oh padre mío! ¡ sabe que en verdad ya no tengo ni ganas ni paciencia para soportar más tiempo esa broma que me parece ha durado bastante! Por fávor, ahórrame tal mortificación, y no digas más palabras de ello, pues noto que se me han secado mucho los humores con todo lo que me has hecho pasar! Sin embargo, ¡oh padre mío! sabe que ahora estoy bien resuelto a no desobedecerte más, y consiento en casarme con la hermosa joven que has tenido a bien mandarme esta noche para que me acompañara en la cama. La he encontrado perfectamente deseable, y sólo con verla se me ha puesto toda la sangre en movimiento".
Al oír estas palabras de su hijo, el rey exclamó: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y ¡oh hijo mío! ¡El te guarde de los maleficios y la locura! ¡Ah, hijo mío! ¿Qué pesadilla has tenido para usar semejante lenguaje? ¿Qué manjares pesados comiste anoche para que la digestión ejerciera un influjo tan funesto en tu cerebro? ¡Por favor, hijo mío, tranquilízate! ¡No volveré en mi vida a contrariarte! ¡Y malditos sean el casamiento, y la hora del casamiento, y cuantos me vuelvan a hablar de casamiento!" Entonces Kamaralzamán dijo a su padre: "Tus palabras sobre mi cabeza, ¡oh padre mío! ¡Pero júrame antes con el gran juramento que no te has enterado de mi aventura de esta noche con la hermosa
joven, que como te probaré, dejó en mí más de una huella de la acción compartida!"
Y el rey Schahramán exclamó: "¡Te lo juro por la verdad del santo nombre de Alah, dios de Muza y de Ibrahim, que envió a Mohammed entre las criaturas como prenda de paz y salvación! ¡Amín!" Y Kamaralzamán repitió: "¡Amín!"
Pero le dijo a su padre: "¿Qué dirías ahora si te diera pruebas de que la joven ha pasado por mis brazos?" Y el rey dijo: "¡Te escucho!"
Y Kamaralzamán prosiguió: "Si alguien, ¡oh padre mío! te dijera: "La noche pasada me desperté sobresaltado y vi delante de mí a uno dispuesto a luchar conmigo de un modo sangriento. Entonces yo, aunque sin querer atravesarle, hice inconscientemente un movimiento que impulsó a mi espada hacia su vientre desnudo. ¡Y por la mañana me desperté y vi que mi espada estaba, en efecto, teñida de sangre y espuma! ¿Qué dirías, ¡oh padre mío! al que después de hablarte así, te enseñara la espada ensangrentada?" El rey dijo: "Le diría que la sangre sola, sin el cuerpo del adversario, no era más que media prueba".
Entonces Kamaralzamán dijo: "¡Oh padre mío! yo también, esta mañana, al despertarme, me encontré el bajo vientre cubierto de sangre; la palangana, que está todavía en el retrete, te lo demostrará. ¡Pero como prueba más convincente todavía, he aquí la sortija de la adolescente! ¡En cuanto a mi sortija, ha desaparecido, como ves!"
Al oír aquello, el rey corrió al retrete y vió que efectivamente la palangana consabida contenía...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 191° NOCHE
Ella dijo:
.. . el rey corrió al retrete y vió que, efectivamente, la palangana consabida contenía una cantidad enorme de sangre, y dijo para sí: "¡Este es un indicio de que la contrincante tiene una salud maravillosa
y una expansión leal y franca!" Y pensó también: "¡Advierto con certeza en todo esto la mano del visir!" Después volvió apresuradamente junto a Kamaralzamán, exclamando: "¡Veamos ahora la sortija! Y la cogió, y le dió vueltas y más vueltas, y luego se la devolvió a Kamaralzamán, diciendo: "Es una prueba que me confunde por completo". Y permaneció una hora sin decir palabra. Después se lanzó pronto sobre el visir, y le gritó: "¡Tú eres el que ha armado toda esta intriga, viejo alcahuete!"
Pero el visir cayó a los pies del rey, y juró, por el Libro Noble y por la Fe, que no se había metido en nada de aquello. Y el eunuco hizo el mismo juramento.
Entonces el rey, que cada vez lo entendía menos, dijo a su hijo: "¡Sólo Alah puede aclarar este misterio!" Pero Kamaralzamán muy conmovido, replicó: "¡Oh padre mío! ¡te suplico que hagas pesquisas y gestiones para devolverme a la deliciosa joven cuyo recuerdo me alborota el alma, y te conjuro a que tengas compasión de mí y hagas que se la encuentre, o moriré!"
El rey se echó a llorar, y dijo a su hijo: "¡Ya Kamaralzamán! ¡Sólo Alah es grande, y sólo él conoce lo desconocido! ¡A nosotros no nos queda sino afligirnos ambos: tú por ese amor sin esperanza, y yo por tu propia aflicción y por mi impotencia para remediarla!"
Enseguida el rey, muy desconsolado, cogió de la mano a su hijo y se lo llevó desde la torre hasta el palacio, en donde se encerró con él. Y se negó a ocuparse en los asuntos de su reino para quedarse llorando con Kamaralzamán, que se había metido en la cama lleno de desesperación por amar a una joven desconocida, que después de tan señaladas pruebas de amor, había desaparecido.
Después, el rey, para verse más libre aun de las cosas y gente de palacio, y no preocuparse más que en cuidar a su hijo, a quien tanto quería, mandó edificar en medio del mar un palacio, unido sólo a la tierra por una escollera de veinte codos de anchura, y lo hizo amueblar para su uso y el de su hijo. Y ambos lo habitaban solos, lejos del mundo y de las preocupaciones, para no pensar más que en su desgracia. Y a fin de consolarse un tanto, Kamaralzamán no encontraba nada como la lectura de buenos libros acerca del amor y el recitar versos de los poetas inspirados, como los siguientes entre otros mil:
¡Oh guerrera hábil en el combate de las rosas! ¡La sangre delicada de los trofeos que adornan tu frente triunfal tiñe de púrpura tu profunda cabellera, y el vergel natal de todas sus flores se inclina par abesar tus pies infantiles!
¡Tan suave es ¡oh princesa! tu cuerpo sobrenatural, que el aire encantado, se aromatiza al tocarlo; y si la brisa curiosa penetrase debajo de tu túnica, en ella se eternizaría!
¡Tan bella es tu cintura, ¡oh hurí! que el collar de tu garganta desnuda se queja de no ser tu cinturón! ¡Pero tus piernas sutiles, cuyos tobillos están cercados de cascabeles, hacen crujir de envidia a las pulseras de tus muñecas!
Todo eso en cuanto a Kamaralzamán y a su padre el rey Schahramán.
Vamos ahora con la princesa Budur.
Cuando los dos genios la dejaron en su lecho del palacio de su padre el rey Ghayur, casi había transcurrido la noche. A las tres horas apareció la aurora, y Budur se despertó. Sonreía todavía a su amado y se desperezaba de gusto, en ese momento delicioso de semisueño al lado del amante, a quien creía junto a ella. Y al alargar los brazos vagamente para rodearle el cuello antes de abrir los ojos, no cogió más que el vacío. Entonces se despertó del todo y ya no vió al hermoso adolescente, al cual había amado aquella noche, y le tembló el corazón hasta casi perder el juicio, y exhaló un grito agudo que hizo acudir a las diez mujeres encargadas de su custodia, y entre ellas a su nodriza.
Rodearon ansiosas el lecho, y la nodriza le preguntó con acento asustado: "¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 193ª NOCHE
Ella dijo:
...con acento asustado: "¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?"
Budur exclamó: "¡Me lo preguntas como si no lo supieras, mujer llena de astucia!" ¡Dime ya lo que ha sido del joven adorable que esta noche ha dormido en mis brazos y al cual amo con todas mis fuerzas!"
La nodriza, escandalizada hasta el límite extremo, alargó el pescuezo para entender mejor, y dijo: "¡Oh princesa, líbrete Alah de todas las cosas inconvenientes! ¡Esas palabras no son de las que tú acostumbras a decir! ¡Por favor, explícate más, y si es broma que gastas con nosotras, date prisa a decírnoslo!"
Budur se incorporó a medias en la cama, y le gritó amenazadora: "¡Malhadada nodriza, te mando que me digas en seguida dónde está el hermoso joven a quien he entregado esta noche por voluntad propia mi cuerpo, mi corazón y mi virginidad!"
Al oír estas palabras, a la nodriza le pareció que el mundo entero se achicaba ante sus ojos; dióse de golpes y se tiró al suelo, lo mismo que las otras diez viejas; y todas empezaron a gritar desaforadamente: "¡Qué negra mañana! ¡Qué enormidad! ¡Oh nuestra perdición!"
Pero la nodriza, sin dejar de lamentarse, preguntó: "¡Ya Sett Budur! ¡Por Alah! ¡Recobra la razón y no digas más cosas tan poco dignas de tu nobleza!"
Pero Budur le gritó: "¿Quieres callar, vieja maldita, y decirme de una vez lo que habéis hecho entre todas de mi amante, el de los ojos negros, cejas arqueadas y levantadas en los extremos, el que pasó toda la noche conmigo hasta por la mañana, v que tenía debajo del ombligo una cosa que no tengo yo?"
Cuando la nodriza y las otras diez mujeres oyeron semejantes palabras, levantaron los brazos al cielo y exclamaron: "¡Oh confusión! ¡Oh señora nuestra, libre te veas de la locura, y de las asechanzas malignas, y del mal de ojo! ¡Verdaderamente, traspasas esta mañana los límites de la chanza!"
Y la nodriza, golpeándose el pecho, dijo: "¡Oh mi dueña Budur ¿qué lenguaje es ése?
¡Si semejantes bromas llegaran a oídos del rey, nos dejaría sin alma al momento! ¡Y ningún poder nos libraría de su coraje!"
Pero Sett Budur, con los labios trémulos, gritó: "¡Por última vez te pregunto si quieres o no decirme dónde se encuentra el hermoso joven cuyas huellas tengo todavía en el cuerpo!" Y Budur hizo ademán de entreabrirse la camisa.
Al ver aquello, todas las mujeres se tiraron al suelo de bruces, y exclamaron: "¡Qué lástima de joven, que se ha vuelto loca!"
Pero estas palabras enfurecieron de tal manera a Budur, que descolgó de la pared una espada y se precipitó sobre las mujeres para atravesarlas. Enloquecidas entonces, se echaron fuera, atropellándose y aullando, y llegaron en desorden y demudados los semblantes al aposento del rey. Y la nodriza, con lágrimas en los ojos, le enteró de lo que acababa de: decir Sett- Budur, y añadió: "¡A todas nos habría matado o herido si no huyéramos!"
Y el rey exclamó: "¡Qué enormidad! Pero ¿viste si realmente ha perdido lo que ha perdido?" La nodriza se tapó la cara con las manos, y dijo llorando: "¡Lo he visto! ¡Había mucha sangre!" Entonces el rey dijo: "¡Eso es una completa enormidad!" Y aunque en aquel momento estuviera descalzo y con turbante de noche en la cabeza, se precipitó en la habitación de Budur.
El rey miró a su hija con aspecto muy severo, y le dijo: "¿Es verdad, Budur, que esta noche has dormido con uno, y llevas encima todavía las huellas de su paso? ¿Y has perdido lo que has perdido?" Ella respondió: "¡Sí, por cierto, ¡oh padre mío! pues tú fuiste quien tal quiso, y a fe que escogiste perfectamente al joven; tan hermoso era, que ardo en deseos de saber por qué luego me lo quitaste! ¡Además, he aquí su sortija, que me ha dado después de coger la mía!"
Entonces el rey, padre de Budur, que ya había creído a su hija medio loca, dijo para sí: "¡Ha llegado al límite de la locura!" Y le dijo: "Budur, ¿quieres decirme de una vez qué significa esa conducta extraña y tan poco digna de tu posición?" Entonces Budur ya no pudo contenerse, y se rasgó la camisa de abajo arriba, y se puso a sollozar, dándose de bofetadas.
Al ver aquello el rey ordenó a los eunucos y a las viejas que le sujetaran las manos para que no se hiciera daño, y en caso de reincidencia, que la encadenaran, y le pusieran al cuello una argolla de hierro, y la ataran a la ventana de su habitación.
Luego el rey Ghayur, desesperado, se retiró a sus aposentos, pensando en los medios que utilizaría para obtener la curación de aquella locura que suponía en su hija. Pues, a pesar de todo, seguía queriéndola con tanto cariño como antes y no podía acostumbrarse a la idea de que se hubiese vuelto loca para siempre.
Reunió, pues, en su palacio a todos los sabios de su reino, médicos, astrólogos, magos, hombres versados en libros antiguos, y drogueros, y les dijo a todos: "Mi hija El-Sett-Budur está en tal y cuál estado. Se la daré por esposa a aquel de vosotros que la cure, y le nombraré heredero de mi trono cuando yo me muera. Pero al que haya entrado en el aposento de mi hija y no haya logrado curarla, se le cortará la cabeza".
Después mandó pregonar lo mismo por toda la ciudad, y envió correos a todos sus Estados para promulgarlo.
Y se presentaron muchos médicos, sabios, astrólogos, magos y drogueros; pero una hora más tarde se veían encima de la puerta del palacio sus cabezas cortadas. Y en poco tiempo se juntaron cuarenta cabezas a lo largo de la fachada del palacio. Entonces los otros pensaron: "¡Mala señal! ¡La enfermedad debe ser incurable!" Y nadie se atrevía a presentarse, para no exponerse a que le cortaran la cabeza. ¡Esto en cuanto a los médicos y al castigo que se les aplicó en tal caso!"
Pero en cuanto a Budur, tenía un hermano de leche, hijo de su nodriza, llamado Marzauán. Y Marzauán, aunque musulmán ortodoxo y buen creyente, había estudiado la magia y la brujería, los libros de los indios y los egipcios, los caracteres talismánicos y la ciencia de las estrellas; y después, como ya no tenía nada que aprender en libros, se había dedicado a viajar, y había recorrido las comarcas más remotas, consultando a los hombres más duchos en las ciencias secretas, y de este modo se había empapado en todos los conocimientos humanos. Y entonces púsose en camino para regresar a su país, al que había llegado con buena salud.
Y lo primero que vió Marzauán al entrar en la ciudad fueron las cuarenta cabezas cortadas de los médicos, colgadas encima de la puerta del palacio. Y al preguntar a los transeúntes, le explicaron toda la historia y la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y callose discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 194ª NOCHE
Ella dijo:
... la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados.
Entonces Marzauán entró en casa de su madre, y después de las efusiones del regreso, le pidió pormenores sobre la cuestión; y su madre le confió lo que había sabido, que entristeció mucho a Marzauán, porque se había criado con Budur y la quería con un cariño mayor del que suelen experimentar los hermanos por las hermanas. Reflexionó durante un hora, y después levantó la cabeza y le dijo a su madre: "¿Podrías hacerme entrar en su aposento secretamente para que trate de ver si conozco el origen de su mal y si tiene remedio o no?" Y su madre le dijo: "Difícil es, ¡oh Marzauán! De todos modos, ya que lo deseas, apresúrate a vestirte de mujer y a seguirme". Y Marzauán se preparó inmediatamente, y disfrazado de mujer, siguió a su madre al palacio.
Cuando llegaron a la puerta del aposento, el eunuco de guardia quiso prohibir la entrada a la mujer que no conocía, pero la vieja, le deslizó en la mano un buen regalo, y le dijo: "¡Oh jefe del palacio! ¡la princesa Budur, que está tan enferma, me ha expresado el deseo de ver a ésta mi hija, que es su hermana de leche! ¡Dejadnos pasar, pues, ¡oh padre de la cortesía!" Y el eunuco, tan lisonjeado por estas palabras como satisfecho por el regalo, respondió: "¡Entrad pronto, pero no os entretengáis!" Y entraron ambos.
Cuando Marzauán llegó a presencia de la princesa, se levantó el velo que le cubría el rostro, se sentó en el suelo, y sacó de debajo de la ropa un astrolabio, libros de hechicería y una vela; y se disponía a sacar el horóscopo de Budur antes de interrogarla, cuando de pronto la joven se arrojó a su cuello y le besó con ternura, pues le había reconocido en seguida. Luego le dijo: "¿Cómo, hermano Marzauán, crees también en mi locura, como todos los demás? ¡Ah! ¡Desengáñate, Marzauán! ¿No sabes lo que dijo el poeta? Oye estas palabras, y reflexiona después sobre su alcance:
Han dicho: "¡Está loca! ¡Oh juventud perdida!"
Yo les digo: "¡Dichosos los locos! ¡Gozan más de la vida, y en eso se diferencian de la muchedumbre vulgar, que se ríe de sus acciones!"
Y les digo también: "¡Mi locura no tiene más que un remedio, y es el regreso de mi amigo!"
Cuando Marzauán oyó estos versos, comprendió en seguida que Budur estaba sencillamente enamorada, y que esta era toda su enfermedad. Y le dijo: "El hombre sagaz sólo necesita una seña para enterarse. ¡Apresúrate a contarme tu historia, y si Alah quiere, seré para ti causa de consuelo y el mediador para tu salvación!"
Entonces Budur le refirió minuciosamente toda la aventura, que no ganaría nada con que la repitiéramos. Y prorrumpió en llanto, diciendo: "¡He aquí mi triste suerte, ¡oh Marzauán! y ya no vivo más que llorando noche y día, y apenas los versos de amor que recito consiguen refrescar un poco la quemadura de mi hígado!"
Oídas estas palabras, Marzauán bajó la cabeza para reflexionar, y durante una hora se sumió en sus pensamientos. Después levantó la cabeza, y dijo a la desolada Budur: "¡Por Alah! Veo claro que tu historia es exacta de todo punto; pero en verdad que resulta difícil de entender. Sin embargo, tengo esperanzas de curar tu corazón dándote la satisfacción que deseas. Pero ¡por Alah! procura aguantar con paciencia hasta mi regreso. ¡Y estate bien segura de que el día en que de nuevo me veas junto a ti, será aquel en que te habré traído de la mano a tu amante!"
Y dicho esto, Marzauán se retiró bruscamente de la habitación de la princesa, su hermana de leche, y el mismo día se fué de la ciudad del rey Ghayur.
Fuera ya de las murallas, Marzauán viajó durante un mes entero de ciudad en ciudad y de isla en isla, y por todas partes no oía a la gente hablar en todas sus conversaciones más que de la historia extraña de Sett-Budur.
Pero al cabo del mes de viaje, Marzauán llegó a una gran ciudad, situada a orillas del mar, y que se llamaba Tarab, y dejó de oír a la gente hablar de Sett-Budur; pero en cambio no se ocupaban más que de la historia sorprendente de un príncipe, hijo del rey de aquella comarca, que se llamaba Kamaralzamán. Y Marzauán hizo que le contaran los pormenores de aquella aventura, y los encontró tan semejantes en todos sus puntos a los que ya sabía de Sett-Budur, que se enteró con exactitud del lugar en que se encontraba aquel hijo del rey. Se le dijo que tal sitio estaba muy lejos, y que a él llevaban dos caminos: uno por tierra y otro por mar; por tierra se tardaba seis meses en llegar al país de Khaledán, en el cual encontrábase Kamaralzamán; por mar, no se tardaba más que un mes. Entonces Marzauán, sin vacilar, escogió la vía marítima, embarcándose en un buque que salía precisamente para las islas del reino de Khaledán.
La nave en que se había embarcado Marzauán tuvo viento favorable durante toda la travesía; pero el mismo día que llegó a la vista de la capital del reino, una tempestad formidable levantó las olas del mar y proyectó al aire la nave, que giró sobre sí misma y zozobró sin remedio en un peñasco tajado. Pero Marzauán, entre otras cualidades, tenía la de saber nadar a la perfección, y de todos los pasajeros fué el único que pudo salvarse agarrándose al palo mayor que había caído al mar. Y la fuerza de la corriente le arrastró precisamente hacia la lengua de tierra en que estaba edificado el palacio que habitaba Kamaralzamán con su padre.
Y quiso el Destino que en aquel momento el gran visir, que había ido a dar cuenta al rey del estado del reino, estuviera mirando por la ventana que daba al mar, y al ver a aquel joven que arribaba de tal manera, mandó a los esclavos que fuesen a socorrerle, y se lo trajeran, no sin haberle proporcionado ropa para mudarse y darle de beber un vaso de sorbete para calmar su espíritu.
A los pocos momentos, Marzauán entró en la sala en que estaba el visir. Y como era bien formado y de aspecto gentil, agradó en seguida al gran visir, que se puso a interrogarle, y pronto se dió cuenta
de lo extenso de sus conocimientos y de su cordura. Y dijo para sí: "¡Seguramente debe de estar versado en la medicina!" Y le dijo: "¡Alah te ha guiado aquí para curar a un enfermo a quien quiere mucho su padre...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 196ª NOCHE
Ella dijo:
. . . a un enfermo a quien quiere mucho su padre, y que para todos nosotros es causa de aflicción continua!" Y Marzauán le preguntó: "¿A qué enfermo te refieres?" El otro contestó: "Al príncipe Kamaralzamán, hijo de nuestro rey Schahramán, que habita aquí mismo".
Oídas estas palabras, Marzauán dijo para sí: "¡El Destino me favorece más de lo que yo deseaba!" Después preguntó al visir: "¿Y cuál es la enfermedad que padece el hijo del rey?" El visir dijo: "Yo creo sencillamente que está loco. ¡Pero su padre afirma que le han hecho mal de ojo o algo parecido, y se halla a punto de creer una historia extraña que su hijo le ha contado!" Y el visir contó a Marzauán la historia entera desde su origen.
Cuando Marzauán oyó el relato, llegó al límite de la alegría, pues ya no dudó de que el príncipe Kamaralzamán fuera el joven que había pasado la famosa noche con Sett-Budur, dejando a su amada un recuerdo tan vivo. Pero se guardó muy bien de explicárselo al gran visir, y sólo le dijo: "¡Estoy seguro de que viendo al joven daré antes con el tratamiento indicado, y gracias al cual le curaré, si Alah quiere!" Y el visir le llevó sin tardanza al aposento de Kamaralzamán.
Y lo primero que llamó la atención de Marzauán al mirar al príncipe fué su parecido extraordinario con Sett-Budur.
Y tan estupefacto se quedó, que no pudo por menos de exclamar: "¡Ya Alah! ¡Bendito sea Aquel que crea bellezas tan semejantes dándoles los mismos atributos e iguales perfecciones!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán, que hallábase tendido lánguidamente en el lecho y con los ojos medio cerrados, los abrió por completo y aguzó el oído. Pero Marzauán, aprovechando aquella atención del príncipe, improvisaba ya los siguientes versos, para darle a entender de una manera embozada lo que ni el rey Schahramán ni el gran visir podían comprender:
Trataré de cantar los méritos de una beldad, causante de mis padecimientos, para hacer revivir el recuerdo de sus antiguos encantos.
Me dicen: "¡Oh tú, el herido por la flecha de amor, levántate! ¡He aquí la copa llena, y la guitarra para alegrarte!"
Yo les digo: "¿Cómo podré alegrarme si amo? ¿Hay mayor alegría que la del amor y la de padecer por amor?
"¡Amo tanto a mi amiga, que me encela hasta la camisa que toca sus caderas cuando la camisa se ciñe demasiado a sus caderas hermosas, benditas y suaves!
"¡Amo tanto a mi amiga, que tengo celos de la copa que toca sus labios gentiles cuando la copa roza durante mucho tiempo sus labios, creados para el beso!
"¡No me censuréis por amarla tan apasionadamente; bastante padezco con mi propio amor!
"¡Ah! ¡Si supieras sus méritos! ¡Tan seductora es como José en casa de Faraón, tan melodiosa como David delante de Saúl, tan modesta como María, madre de Cristo!
"¡Y yo me veo tan triste como Jacob apartado de su hijo, tan desdichado como Jonás en la ballena, tan probado como Job entre la paja, tan decaído como Adán perseguido por el ángel...!
"¡Ay! ¡Nada me curará, a no ser el regreso de la amiga!".
Cuando Kamaralzamán oyó estos versos, notó como si penetrase en él una gran frescura que le apaciguara el alma, e hizo seña a su padre para que invitara al joven a sentarse cerca de él y los dejaran solos. Y encantado el rey al ver que su hijo interesábase por algo, se apresuró a invitar a Marzauán a sentarse cerca de Kamaralzamán, y salió de la sala después de haber guiñado el ojo al visir para indicarle que le siguiera.
Entonces Marzauán se inclinó al oído del príncipe, y le dijo: "Alah me ha guiado hasta aquí para servir de mediador entre tú y la que amas. Y a fin de convencerte, escucha". Y dió a Kamaralzamán tales pormenores de la noche pasada con la joven, que no era posible la duda.
Y añadió: " esa joven se llama Budur, y es hija del rey Ghayur, señor de El-Budur y El-Kussur. Y es mi hermana de leche".
Al oír estas palabras, Kamaralzamán se sintió tan aliviado de su languidez, que notó cómo las fuerzas daban a su alma nueva vida; y se levantó de la cama, y cogió del brazo a Marzauán, y le dijo: "¡Voy a irme en seguida contigo al país del rey Ghayur!"
Pero Marzauán le dijo: "¡Está algo lejos, y primero has de recobrar las fuerzas por completo! ¡Después iremos juntos allá, y tú solo curarás a Sett-Budur!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 199ª NOCHE
Ella dijo:
"...y tú solo curarás a Sett-Budur!".
A todo esto, el rey, impulsado por la curiosidad, volvió a la sala y vió el rostro radiante de su hijo. Entonces, con la alegría, se le atascó en la garganta el aliento; y la alegría llegó al delirio cuando
oyó que su hijo le decía: "¡Voy a vestime al momento para ir al hammam!"
Enseguida el rey se echó al cuello de Marzauán y le besó, sin pensar siquiera en preguntarle de qué receta o remedio se había servido para obtener en tan poco tiempo tan buen resultado. Y luego de colmar a Marzauán de regalos y honores, mandó iluminar toda la ciudad en señal de alegría, distribuyó prodigiosa cantidad de ropones de honor y obsequios a sus dignatarios y a toda la servidumbre de palacio, y mandó abrir todas las cárceles y poner en libertad a los presos. Y de aquella manera toda la ciudad y todo el reino se llenaron de contento y dicha.
Cuando a Marzauán le pareció que la salud del príncipe estaba completamente restablecida, le llamó aparte y le dijo: "¡Llegó el momento de partir, ya que no puedes aguantar más! ¡Haz, pues, tus preparativos, y vámonos!"
El príncipe respondió: "¡Pero mi padre no me dejará marchar, porque me quiere tanto, que nunca se decidirá a separarse de mí! ¡Y Alah! ¡Cuál será entonces mi desolación! Seguramente tendré una grave recaída!" Pero Marzauán contestó: "Ya he previsto esa dificultad, y me las arreglaré de modo que no haya retraso; verás qué ardid he discurrido para lograrlo. Dirás al rey que tienes ganas de respirar el aire libre en un cacería de algunos días conmigo, porque te notas oprimido el pecho desde que no sales de casa. ¡Y seguramente el rey no te negará el permiso!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán se alegró en extremo, y fué en el acto a pedir la venia a su padre, quien, efectivamente para no afligirle no se atrevió a negarse. Pero le dijo: "¡Sólo por una noche! ¡Pues una ausencia muy prolongada me mataría de pena!" Después el rey mandó preparar para su hijo y Marzauán dos magníficos caballos y otros seis de repuesto, y un dromedario para los bagajes; y un camello cargado de víveres, y odres con agua.
Tras de lo cual, el rey abrazó a su hijo Kamaralzamán y a Marzauán; llorando les encargó recíproco cuidado, y después de la despedida más conmovedora, les dejó alejarse de la ciudad con todo su séquito.
Fuera ya de las murallas, los dos camaradas fingieron cazar todo el día para engañar a los palafreneros y conductores, y al oscurecer armaron las tiendas y comieron, bebieron y durmieron hasta medianoche, Entonces Marzauán despertó sigilosamente a Kamaralzamán, y le dijo: "¡Tenemos que aprovechar el sueño de esta gente para marcharnos!" Cada cual montó en uno de los caballos de refresco, y se pusieron en camino sin llamar la atención.
Así anduvieron a buen paso hasta el nacimiento del alba. En aquel momento Marzauán paró el caballo y dijo al príncipe: "¡Párate también, y apéate!" Y cuando se apeó, dijo: "¡Quítate pronto la camisa y los calzones!" Y Kamaralzamán, sin replicar, se despojó de los calzones y la camisa. Y Marzauán le dijo: "¡Ahora dámelos y aguarda un poco!" Y cogió las dos prendas y se fué hasta un sitio en que el camino formaba una encrucijada. Entonces cogió un caballo que había tenido la precaución de llevarse detrás, y lo metió en el centro de un bosque que se extendía hasta allí, y lo degolló, y tiñó con sangre la camisa y los calzones. Después de lo cual volvió al sitio en que el camino se dividía y tiró las prendas entre el polvo del camino. Luego volvió hacia Kamaralzamán, que lo aguardaba sin moverse, y que le preguntó: "Quisiera saber tus proyectos". El otro contestó: "Empecemos por tomar un bocado".
Comieron y bebieron, y Marzauán dijo entonces al príncipe: "¡Verás! Cuando el rey advierta que transcurren dos días y no regresas, y cuando los conductores le digan que hemos partido a medianoche, mandará enseguida en nuestra busca a gente que no dejará de ver en la encrucijada tu camisa y tus calzones ensangrentados, y dentro de los cuales he tenido, además, la precaución de meter algunos pedazos de carne de caballo y los huesos rotos. Y así nadie dudará que una fiera te ha devorado y que yo he huido lleno de terror". Luego añadió: "Indudablemente esa noticia será un golpe terrible para tu padre; pero en cambio, ¡cuál no será después su júbilo cuando sepa que vives y estás casado con Sett-Budur!" Kamaralzamán nada tuvo que replicar a esto, y dijo: "¡Oh Marzauán, tu ocurrencia es excelente y tu estratagema ingeniosa! Pero ¿cómo nos arreglaremos para los gastos?" Marzauán respondió: "¡No te preocupe eso! He traído conmigo las más hermosas pedrerías, de las cuales la peor vale más de 200.000 dinares".
Y así siguieron viajando durante bastante tiempo, hasta que por fin avistaron la ciudad del rey Ghayur. Echaron entonces a todo galope los caballos, y franquearon los muros, y entraron por la puerta principal de las caravanas.
Kamaralzamán quiso ir en seguida a palacio; pero Marzauán le dijo que tuviera otro poco de paciencia, y le llevó al khan, en donde paraban los ricos extranjeros, y allí estuvieron tres días completos para descansar bien de las fatigas del viaje. Y Marzauán aprovechó el tiempo en mandar fabricar pára uso del príncipe un artilugio completo de astrólogo, todo de oro y materias preciosas; y luego le llevó al hammam, y después del baño le vistió con un traje de astrólogo, y habiendo comunicado las instrucciones necesarias, le guió hasta el pie del palacio del rey, y le dejó para ir a avisar a su madre, la nodriza, a fin de que ésta advirtiera a la princesa Budur.
En cuanto a Kamaralzamán, llegó hasta el pórtico del palacio ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 200ª NOCHE
Ella dijo:
". . Llegó hasta el pórtico del palacio, y ante la muchedumbre hacinada en la plaza y los guardias y porteros, clamó en alta voz:
¡Soy el astrólogo ilustre, el mágico digno de memoria!
¡Soy la cuerda que levanta los velos más espesos y la llave que abre armarios y cajones!
¡Soy la pluma que traza caracteres en los amuletos y en los libros de hechicería!
¡Soy la mano que extiende la arena adivinatoria y extrae la curación del fondo de los tinteros!
¡Soy el que da sus virtudes a los talismanes y por medio de la palabra alcanza todas las victorias!
¡Desvío hacia los emuntorios todas las enfermedades; no utilizo inflamatorios, ni vomitivos, ni estornutatorios, ni infusorios, ni vejigatorios!
¡No uso oraciones, jaculatorias, ni palabras evocadoras, ni fórmulas propiciatorias, y así obtengo curas rápidas y meritísimas!
¡Soy el mágico notorio, digno de recordación; acudid a mí todos! ¡No pido propina, ni óbolo remunerador, pues todo lo hago por la gloria!
Cuando los habitantes de la ciudad, los guardias y los porteros oyeron la proclama, se quedaron estupefactos; pues desde la ejecución sumarísima de los cuarenta médicos, creían que tal raza se había extinguido, tanto más cuanto que no habían vuelto a ver médicos ni magos.
Así es que todos rodearon al joven astrólogo, y al ver su hermosura, y su tez fresquísima, y sus demás perfecciones, quedaron encantados y desconsolados al mismo tiempo, porque temieron que sufriera igual suerte que sus antecesores. Y los que estaban más cerca del carro cubierto de terciopelo, en el cual se le veía de pie, le suplicaron que se alejase del palacio, y dijeron: "Señor mago, ¡por Alah! ¿No sabes lo que te espera si recorres mucho estos lugares? El rey te mandará para que pruebes tu ciencia con su hija. ¡Desdichado! ¡Sufrirás entonces la suerte de todos esos cuyas cabezas cortadas cuelgan precisamente encima de ti!"
Pero a tales conjuros, respondía Kamaralzamán gritando más alto:
¡Soy el mago ilustre, digno de recordación! ¡No uso jeringas ni fumigaciones! ¡Oh, vosotros todos, venid a verme!
Entonces todos los circunstantes, aunque convencidos de la ciencia del astrólogo, seguían temiendo que fracasara contra aquella enfermedad sin remedio.
De modo que se pusieron muy tristes, diciéndose unos a otros: “!Qué lástima de juventud!”
A todo esto, el rey, al oír el tumulto en la plaza y al ver el gentío que rodeaba al astrólogo, dijo al visir: "¡Vé pronto a buscar a ese hombre!"
Y el visir ejecutó inmediatamente la orden.
Cuando Kamaralzamán llegó a la sala del trono, besó la tierra entre lasmanos del rey, y empezó por dirigirle este ditirambo:
En ti están reunidas las ocho cualidades que obligan a inclinar la cabeza al más sabio.
La ciencia, la fuerza, el poderío, la generosidad, la elocuencia, la sagacidad, la fortuna y la victoria.
Encantado quedó el rey Ghayur cuando hubo oído tales alabanzas y miró atentamente al astrólogo. Y era tal la hermosura de éste, que el rey cerró los ojos un momento, luego los volvió a abrir, y le dijo: "¡Siéntate a mi lado!"
Después le dijo: "¡Mira, hijo mío, mejor estarías sin ese traje de médico! ¡Y mucho me alegraría de casarte con mi hija si consiguieras curarla! ¡Pero dudo que lo logres! ¡Y como he jurado que nadie conservaría la vida después de haber visto la cara de la princesa, a no ser que la alcanzara por esposa, me vería obligado, muy contra mi gusto, a hacerte sufrir la misma suerte que a los cuarenta que te han precedido! ¡Contesta, pues! ¿Te allanas a las condiciones impuestas?"
Oídas esta palabras, Kamaralzamán dijo:
"¡Oh rey afortunado! ¡ vengo desde muy lejos a este país próspero para ejercer mi arte y no para callar! ¡Sé lo que arriesgo, pero no retrocederé!" Entonces el rey dijo al jefe de los eunucos: "¡Ya que insiste, guíale a la habitación de la prisionera!"
Entonces ambos fueron al aposento de la princesa, y el eunuco, al ver que el joven apresuraba el paso, dijo: "¡Infeliz! ¿Crees de veras que llegarás a ser yerno del rey?" Kamaralzamán dijo: "¡Así lo espero! Y además, estoy tan seguro de ganar, que sin moverme de aquí puedo curar a la princesa, demostrando a toda la tierra mi habilidad y mi sabiduría". "¡Cómo! ¿Puedes curarla sin verla? ¡Gran mérito el tuyo si así es!"
Kamaralzamán dijo: "Aunque el deseo de ver a la princesa, que ha de ser mi esposa, me mueva a penetrar inmediatamente en su aposento, prefiero obtener su curación quedándome detrás del cortinaje de su cuarto". El eunuco dijo: "¡Más sorprendente será la cosa!"
Entonces Kamaralzamán se sentó en el suelo, detrás del cortinaje del cuarto del Sett-Budur, sacó del cinturón un pedazo de papel y recado de escribir, y redactó la siguiente carta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 204ª NOCHE
Ella dijo:
. . . sacó del cinturón un pedazo de papel y recado de escribir, y redactó la siguiente carta:
"Estos renglones son de mano de Kamaralzamán, hijo del sultán Schahramán, rey de las tierras y de los océanos en los países musulmanes de las islas de Khaledán.
"A Sett Budur, hija del rey Ghayur, señor de El-Budur y El-Kussur, para expresarle sus penas de amor".
"Si hubiera de decirte, ¡oh princesa! todo lo abrasado que está este corazón que heriste, no habría en la tierra cañas bastante duras para trazar sobre el papel afirmación tan osada. ¡ Pero sabe ¡ oh adorable! que si se agotara la tinta, mi sangre no se agotaría, y con su color hubiera de expresarte mi interna llama, esta llama que me consume desde la noche mágica en que me apareciste en sueños y me cautivaste para siempre!
"Dentro de este pliego va la sortija que te pertenecía. Te la mando como prueba cierta de que
soy el quemado por tus ojos; el amarillo como azafrán, el hirviente como volcán, el sacudido por las desventuras y el huracán, que grita hacia ti Amán, firmando con su nombre, Kamaralzamán.
"Habito en la ciudad en el gran khan".
Escrita ya la carta, Kamaralzamán la dobló, metiendo en ella diestramente la sortija; la cerró, y luego entregósela al eunuco, que fué imediatamente a dársela a Sett Budur, diciéndole: "¡Ahí detrás de la cortina, ¡oh mi señora! hay un joven astrólogo tan temerario, que pretende curar a la gente sin verla! ¡He aquí, por cierto, lo que para ti me entregó!"
Pero apenas abrió la carta la princesa Budur, cuando conoció la sortija, y dió un grito agudo; y después, enloquecida, atropelló al eunuco y corrió a levantar la cortina, y a la primera ojeada reconoció también en el joven astrólogo al hermoso adolescente a quien se había entregado toda durante su sueño. Y tal fué su alegría, que entonces sí que le faltó poco para volverse loca de veras. Echóse al cuello de su amante, y ambos se besaron como dos palomas separados durante mucho tiempo.
Al ver aquello, el eunuco fué a escape a avisar al rey lo que acababa de ocurrir, diciéndole: "Ese astrólogo joven es el más sabio de todos los astrólogos. ¡Acaba de curar a tu hija sin verla siquiera, quedándose detrás del cortinaje!" Y el rey exclamó: "¿Es verdad eso que cuentas?" El eunuco dijo: "¡Oh señor mío, puedes ir a comprobarlo con tus propios ojos!"
Entonces el rey se dirigió inmediatamente al cuarto de su hija, y vió que, en efecto, era una realidad lo dicho. Y se regocijó tanto, que besó a su hija entre los dos ojos, porque la quería mucho, y besó también a Kamaralzamán, y después le preguntó de qué tierra era. Kamaralzamán le contestó: "¡De las islas de Khaledán, y soy el propio hijo del rey Schahramán!" Y refirió al rey Ghayur toda su historia con Sett Budur.
Cuando la oyó, exclamó el rey: "¡Por Alah! ¡Esta historia es tan pasmosa y maravillosa, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, sería motivo de asombro para quienes la leyeran con atención!" E inmediatamente la mandó escribir en los anales por los escribas más hábiles del palacio, para que se transmitiera de siglo en siglo a todas las generaciones futuras.
En el acto mandó llamar al kadí y a los testigos, para que se extendiera sin demora el contrato de matrimonio de Sett Budur con Kamaralzamán. Y mandó adornar e iluminar la ciudad siete noches y siete días; y se comió, y se bebió y se disfrutó; y Kamaralzamán y Sett- Budur llegaron al colmo de sus anhelos, y se amaron recíprocamente durante mucho tiempo entre fiestas, bendiciendo a Alah el Bienhechor.
Pero una noche, después de cierto festín al cual habían sido invitados los principales personajes de las islas exteriores e interiores, y cuando Kamaralzamán había disfrutado de manera todavía más grata que la acostumbrada de las suntuosidades de su esposa, tuvo, dormido ya, un sueño en el cual vió a su padre, el rey Schahramán, que se le aparecía con la cara bañada en llanto, y le decía tristemente:
"¿Cómo me abandonas así ya, Kamaralzamán? ¡Mira! ¡Voy a morirme de dolor!"
Entonces Kamaralzamán se despertó sobresaltado, y despertó también a su esposa, y empezó a exhalar hondos suspiros.
Y Sett Budur, ansiosa, le preguntó: "¿Qué te pasa, ojos míos? Si te duele el vientre, te haré enseguida un cocimiento de anís e hinojo. Y si te duele la cabeza, te pondré en la frente paños de vinagre. Y si has comido demasiado por la noche, te colocaré encima del estómago un panecillo caliente envuelto en una servilleta, y te daré a beber un poco de agua de rosas mezclada con jugo de otras flores...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 206ª NOCHE
Ella dijo:
"...y -te daré de beber un poco de agua de rosas mezclada con jugo de otras flores".
Kamaralzamán contestó: "Tenemos que marcharnos mañana, ¡oh Budur!, a mi país, cuyo rey, mi padre está enfermo. ¡Acaba de aparecérseme en sueños, y me aguarda allá llorando!"
Budur contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y aunque todavía era de noche, se levantó enseguida y fué en busca de su padre, el rey Ghayur, que estaba en el harem, y a quien con el eunuco mandó recado de que tenía que hablarle.
El rey Ghayur, al ver aparecer la cabeza del eunuco a aquellas horas, se quedó estupefacto, y le dijo: "¿Qué desastre vienes a anunciarme, ¡oh cara de alquitrán!?"
El eunuco contestó: "¡La princesa Budur desea hablar contigo!" El contestó: "Aguarda que me ponga el turbante". Después de lo cual salió, y dijo a Budur: "Hija mía, ¿qué clase de pimienta has tragado para estar en movimiento a estas horas?"
Ella contestó: "¡Oh padre mío! ¡ vengo a pedirte permiso para salir al amanecer hacia el país de Khaledán, reino del padre de mi esposo Kamaralzamán!" El rey dijo: "¡No me opongo, con tal de que vuelvas pasado un año!" Ella dijo: "¡Sí, por cierto!" Y dió las gracias a su padre por el permiso besándole la mano, y llamó a Kamaralzamán, que también le dió las gracias.
Y al amanecer del día siguiente estaban hechos los preparativos, enjaezados los caballos y cargados los dromedarios y camellos. Entonces el rey Ghayur se despidió de su hija Budur y la recomendó mucho a su esposo, y les regaló numerosos presentes de oro y diamantes y los acompañó durante algún tiempo. Tras de lo cual regresó a la ciudad, no sin haberles encargado, llorando, que se cuidaran mucho, y les dejó seguir su camino.
Entonces Kamaralzamán y Sett Budur, después del llanto de la despedida, no pensaron más que en la alegría de ver al rey Schahramán. Y viajaron el primer día, y el segundo y el tercero, y así sucesivamente hasta el día trigésimo. Llegaron entonces a un prado muy agradable, que les gustó hasta el punto de que mandaron armar el campamento allí para descansar un día o dos. Y no bien estuvo dispuesta y armada junto a una palmera la tienda de Sett Budur, cansada ésta entró en seguida en ella, tomó un bocado y no tardó en dormirse.
Cuando Kamaralzamán acabó de dar órdenes y de mandar armar las otras tiendas mucho más lejos, para que él y Budur pudieran disfrutar del silencio y la soledad, penetró a su vez en la tienda, y vió dormida a su joven esposa. Y al verla se acordó de la primera noche milagrosa pasada con ella en la torre.
Porque en aquel momento Sett Budur aparecía tendida en la alfombra de la tienda, colocada la cabeza en un almohadón de seda escarlata. No tenía encima más que una camisa de color claro, de gasa fina, y el ancho calzón de tela de Mosul. Y de cuando en cuando la brisa entreabría hasta el ombligo la ligera camisa; y todo el hermoso vientre surgía blanco como la nieve, ostentando en los sitios delicados hoyuelos y lo bastante anchos para contener cada uno una onza de nuez moscada.
Y Kamaralzamán, encantado, no pudo dejar de recordar estos versos deliciosos del poeta:
¡Cuando duermes en la púrpura, tu rostro claro es como la aurora, y tus ojos como los cielos marinos!
¡Cuando tu cuerpo vestido de narcisos y rosas se yergue o se alarga flexíble, no lo igualaría la palmera que crece en Arabia!
¡Cuando tu fina cabellera, en la cual arden las pedrerías, cae maciza o se despliega leve, no hay seda que valga lo que su tejido natural!
Después recordó asimismo este poema admirable, que acabó de llevarlo al límite del éxtasis:
¡Durmiente! ¡magnífica es la hora en que las palmas abiertas beben la claridad! ¡Mediodía sin aliento! ¡Un zángano de oro aspira una rosa desfallecida! ¡Sueñas! ¡Sonríes! ¡No te muevas!
¡No te muevas! ¡Tu delicada piel dorada colorea con sus reflejos la gasa diáfana; y los rayos del sol, vencedores de las palmas, te penetran, ¡oh diamante! al atravesarte te ilumina! ¡Ah! ¡No te muevas!
¡No te muevas! ¡Deja respirar así a tus senos, que se alzan y descienden como las olas del mar! ¡Oh! ¡Tus senos nevados! ¡Quiero aspirarlos como la espuma marina y la sal blanca! ¡Ah! ¡Deja respirar a tus senos!
¡Deja respirar a tus senos! ¡El arroyo risueño reprime sus risas; el zángano interrumpe su zumbido en la flor; y mi mirada quema las dos uvas color granate de tus pechos! ¡Oh! ¡Deja que mis ojos ardan!
¡Deja que mis ojos ardan! ¡Pero que mi corazón se ensanche bajo las palmas afortunadas, con tu cuerpo macerado en las rosas y el sándalo, con todo el beneficio de la soledad y la frescura del silencio!
Después de haber recitado estos versos, Kamaralzamán sintió ardiente deseo de su esposa dormida, de la cual no podía cansarse, así como el sabor fresco del agua pura es siempre delicioso para el paladar del sediento. Inclinóse, pues, hacia ella, y le desató el cordón de seda que le sujetaba el calzón; y alargaba ya la mano hacia la sombra cálida de los muslos, cuando notó que un cuerpecillo duro le rodaba por entre los dedos. Lo cogió y vió que era una cornalina atada a una hebra de seda precisamente encima del valle de las rosas. Y Kamaralzamán quedó muy asombrado, y dijo para sí: "¡Si esta cornalina no tuviera virtudes extraordinarias, y no fuera un objeto muy querido para Budur, no lo habría conservado con tanto esmero, ni lo habría ocultado precisamente en el sitio más precioso de su cuerpo! ¡Será para no separarse de él! ¡Sin duda le ha debido dar esta piedra su hermano Marzauán para preservarla del mal de ojo y los abortos!"
Luego Kamaralzamán, sin proseguir las caricias empezadas, sintió tal tentación de examinar mejor la piedra, que desató la seda que la sujetaba, la sacó, y salió de la tienda para mirarla a la luz. Y vió que la cornalina, tallada en cuatro facetas, estaba grabada con caracteres talismánicos y figuras desconocidas. Y al colocársela a la altura de los ojos, para examinar mejor sus pormenores, un ave grande se precipitó de pronto desde lo alto de los aires, y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGÒ LA 207ª NOCHE
Ella dijo:
...y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano. Después fué a posarse, algo más lejos, en la copa de un árbol alto, y lo miró, inmóvil y burlona, sujetando con el pico el talismán.
Ante aquel desastroso accidente, la estupefacción de Kamaralzamán fué tan honda, que abrió la boca y estuvo algún rato sin poder moverse, pues a su vista pasó todo el dolor con que presentía afligida a Budur al saber la pérdida de una cosa que indudablemente debía estimar mucho. Así es que Kamaralzamán, repuesto de su sorpresa, no vaciló un instante. Cogió una piedra y corrió hacia el árbol en que se había posado el ave. Llegó a la distancia necesaria para tirarle la piedra al ladrón, y ya levantaba la mano apuntándole, cuando el ave saltó del árbol y fué a posarse en otro algo más lejano. Entonces Kamaralzamán la persiguió, y el ave voló y fué al tercer árbol.
Y Kamaralzamán dijo para sí: "¡Ha debido ver que llevo una piedra en la mano! Voy a tirarla para que comprenda que no quiero hacerle daño" Y tiró la piedra a lo lejos.
Cuando el ave vió que Kamaralzamán tiraba la piedra, saltó al suelo, pero manteniéndose de todos modos a cierta distancia. Y Kamaralzamán pensó: "¡Ahí me está esperando!" Y se acercó a ella con rapidez, pero al ir a tocarla con la mano, el ave saltó algo más lejos. Y Kamaralzamán saltó detrás de ella. Y el ave saltó y Kamaralzamán saltó y el ave saltó. Y Kamaralzamán salto, y así sucesivamente, horas y horas, de valle en valle y de collado en collado, hasta que anocheció. Entonces Kamaralzamán exclamó: "¡No hay más recurso que Alah Todopoderoso!" Y se paró, sin aliento. Y el ave también se paró, pero algo más lejos, en la cima de un montecillo.
En aquel momento, Kamaralzamán notó humedad en la frente, más de desesperación que de cansancio, y pensó que tal vez haría mejor en regresar al campamento. Pero dijo para sí: "Mi amada Budur sería capaz de morirse de pena si le anunciase la pérdida irremediable de este talismán, de virtudes desconocidas para mí, pero que para ella deben ser esenciales. Y además, si me volviera ahora que la tiniebla es tan espesa, me expondría a extraviarme, o a que me atacasen las alimañas nocturnas". Sumido entonces en pensamientos tan desconsoladores, no sabía qué resolución tomar, y se tendió en el suelo, llegando al límite del aniquilamiento.
Sin embargo, no dejó de observar al ave, cuyos ojos brillaban de una manera extraña entre la sombra; y cada vez que hacía un ademán o se levantaba pensando sorprenderla, el ave sacudía las alas y daba un chillido como para avisarle que le veía. De modo que Kamaralzamán, vencido por la fatiga y la emoción, se dejó dominar del sueño hasta por la mañana.
En cuanto despertó, decidió pillar a todo trance al ave ladrona, y empezó a perseguirla: y se repitió la misma carrera, con igual resultado que en la víspera. Y Kamaralzamán, cuando anocheció, empezó a golpearse, exclamando: "¡La perseguiré mientras me quede un hálito de vida!" Y recogió algunas plantas y hierbas, conformándose con alimentarse de ellas. Y se durmió, acechando al ave, y acechado también por los ojos que brillaban entre la sombra.
Y al día siguiente se reprolujo la misma persecución, y así continuaron hasta el décimo día, desde por la mañana hasta por la noche; pero al amanecer el undécimo día, atraído sin cesar por el vuelo del ave, Kamaralzamán llegó a las puertas de una ciudad situada junto al mar.
Al ver aquello, Kamaralzamán se sintió presa de una ira tal, que se tiró al suelo de bruces, y lloró durante largo tiempo, sacudido por los sollozos.
Pasadas algunas horas en tal estado de angustia, se decidió a levantarse, y fué hasta el arroyo que corría cerca de allí para lavarse las manos y la cara y hacer sus abluciones; después se encaminó a la ciudad, pensando en el dolor de su amada Budur y en todas las suposiciones que estaría haciendo sobre su desaparición y la del talismán. Y se recitaba poemas acerca de la separación y las penas de amor, como el siguiente, entre otros mil:
Para no escuchar a los envidiosos que me censuraban y me decían: ¡Sufres porque amas a un ser demasiado hermoso! ¡Quien es tan hermoso como ese ser, se antepone a todo amor!
Para no escucharlos, me he tapado todas las aberturas de los oídos, y les he dicho: ¡La he escogido entre mil, es verdad! ¡Cuando el Destino nos tiene en su poder, perdemos la vista y hacemos la elección entre tinieblas!
Después Kamaralzamán traspuso las puertas y entró en la ciudad. Empezó a andar por las calles sin que ninguno de los numerosos habitantes con quienes se cruzaba le mirara con afabilidad, como ascostumbran a hacer los musulmanes con los extranjeros. Siguió, pues, su camino, y llegó de tal modo a la puerta opuesta de la ciudad, por la cual se salía para ir a los jardines.
Como encontró abierta la puerta de un jardín más grande que los demás, entró en él, y vió que se le acercaba el jardinero, que fué el primero que le saludó, según la fórmula de los musulmanes. Y Kamaralzamán correspondió a sus deseos de paz, y respiró a gusto oyendo hablar en árabe. Y después del cambio de zalemas, Kamaralzamán preguntó al viejo: "Pero ¿por qué tienen unas caras tan hurañas y unas maneras tan frías, tan heladas y tan poco hospitalarias todos esos habitantes?"
El buen anciano contestó: "¡Bendito sea Alah, hijo mío, por haberte sacado sin detrimento de sus manos! Los que habitan en esta ciudad son invasores procedentes de los países negros de Occidente; llegaron un día por mar desembarcando de improviso, y mataron a todos los musulmanes, que vivían en nuestra ciudad. Adoran cosas extraordinarias e incomprensibles; hablan en un lenguaje oscuro y bárbaro, y comen cosas podridas que huelen mal, como el queso corrompido y la caza pasada; y no se lavan nunca, porque al nacer, unos hombres muy feos y vestidos de negro les riegan el cráneo con agua, y esta ablución, acompañada por ademanes extraños, les dispensa de cualquiera otra ablución durante el resto de sus días. De modo que esta gente, para no sentir nunca la tentación de lavarse, empezaron por destruir todo harnmam y toda fuente pública, y en el lugar que ocupaban edificaron tiendas servidas por zorras, que venden como bebida un líquido amarillo con espuma, que debe ser orines fermentados, o cosa peor todavía. ¡En cuanto a sus mujeres, ¡oh hijo mío! son la calamidad más abominable! Tampoco se lavan, lo mismo que los hombres; pero en cambio se blanquean las caras con cal apagada, y cascarones de huevo pulverizados; además, tampoco llevan paño ni pantalón que las libre por abajo del polvo del camino; así es que resulta pestilente acercarse a ellas, y todo el fuego del infierno no bastaría a limpiarlas. He aquí, hijo mío entre qué gente acabo una existencia que me costó gran trabajo salvar del desastre: ¡Pues aquí donde me ves, soy el único musulmán que queda vivo!
¡Pero demos gracias al Altísimo, que nos hizo nacer con creencias tan puras como el cielo del cual proceden!"
Dichas estas palabras, el jardinero se figuró, por el aspecto cansado del joven, que debía tener hambre; le llevó a su modesta casa, al fondo del jardín, y con sus propias manos le dió de comer y beber. Después de lo cual le interrogó discretamente por la causa de su llegada ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 208ª NOCHE
Ella dijo:
.. por la causa de su llegada.
Kamaralzamán, lleno de agradecimiento a la bondad del jardinero, no le ocultó nada de su historia, y acabó su relato prorrumpiendo en llanto.
El viejo hizo cuanto pudo por consolarle, y le dijo:
"Hijo mío, la princesa Budur te habrá precedido seguramente en el reino de tu padre, el país de Khaledán. Aquí en mi casa encontrarás buena acogida, asilo y reposo, hasta que algún día Alah envíe una nave que pueda transportarte a la isla más cercana de aquí, que se llama la isla de Ebano. Y entonces, como de la isla de Ebano hasta el país de Khaledán la distancia no es muy grande, encontrarás muchos barcos para llegar a él. De modo que desde hoy iré diariamente al puerto hasta que encuentre un mercader que consienta en hacer contigo el viaje a la isla de Ebano, pues para encontrar uno que quisiera ir al país de Khaledán, habría que aguardar años y años.
Y el jardinero no dejó de hacerlo como había dicho; pero pasaron días y meses sin que pudiese encontrar un barco que saliera para la isla de Ebano.
¡Esto en cuanto a Kamaralzamán!
Pero respecto a Sett Budur, le ocurrieron cosas tan maravillosas y sorprendentes, ¡oh rey afortunado! que me apresuro a hablarte de ella. ¡Verás!
Efectivamente, en cuanto Sett Budur se despertó, su primer movimiento fué abrir los brazos para estrechar entre ellos a Kamaralzamán. Y su asombro fué muy grande al no encontrarle a su lado, y extraordinaria su sorpresa al enterarse de que el calzón se le había desatado y el cordón de seda había desaparecido con la cornalina talismánica. Pero creyó que Kamaralzamán, que todavía no la había visto, la habría sacado afuera para mirarla mejor. Y aguardó pacientemente.
Cuando, pasado buen rato, vio que Kamaralzamán no volvía, empezó a alarmarse mucho, y pronto apoderóse de ella una aflicción inconcebible. Y cuando llegó la noche sin que hubiera regresado Kamaralzamán, ya no supo qué pensar de aquella desaparición, pero dijo para sí: "¡Ya Alah! ¿Qué cosa tan extraordinaria habrá podido obligar a Kamaralzamán a alejarse, cuando no puede pasar una hora apartado de mí? ¿Pero por qué se habrá llevado el talismán? ¡Maldito talismán! ¡tú eres la causa de nuestra desdicha! ¡Y a ti, maldito Marzauán, confúndate Alah por haberme regalado cosa tan funesta!"
Pero cuando Sett Budur vió que pasados dos días no regresaba su esposo, en vez de aturdirse, como lo habría hecho cualquier mujer en tales circunstancias, encontró dentro de la desgracia una firmeza de la cual no suelen estar provistas las personas de su sexo.
Nada quiso decir a nadie respecto a tal desaparición, por temor de que sus esclavas le traicionasen o la sirvieran mal; ocultó su dolor dentro del alma, y prohibió a la doncella que la acompañaba que dijera palabra de ello. Después, como sabía que se parecía a Kamaralzamán, abandonó su traje de mujer, cogió de un cajón la ropa de Kamaralzamán, y empezó a vestírsela.
Lo primero que se puso fué un hermoso ropón rayado, bien ajustado a la cintura, y que dejaba el cuello al aire; se ciñó un cinturón de filigrana de oro, en el cual colocó un puñal con mango de jade„ incrustado de rubíes; envolvióse la cabeza con un pañuelo de seda del muchos colores, que se apretó a la frente con una triple cuerda de pelo sedoso de camello joven, y hechos tales preparativos cogió un látigo, cimbreó la cintura, y mandó a su esclava que se vistiera con la ropa que Budur acababa de quitarse, y que anduviera detrás de ella. De tal modo, todo el mundo, al ver a la doncella, podía decir: "¡Es Sett- Budur!"
Salió entonces de la tienda, y dió la señal de marcha.
Sett -Budur, disfrazada de Kamaralzamán, se puso a viajar, seguida por su escolta, durante días y noches, hasta que llegó a una ciudad situada a orillas del mar. Entonces mandó armar las tiendas a las puertas de la plaza y preguntó: "¿Cuál es esta ciudad?" Y le contestaron: "Es la capital de la isla de Ebano".
Preguntó otra vez: "¿Cuál es su rey?" Y le contestaron: "Se llama el rey Armanos". Volvió a preguntar: "¿Tiene hijos?" Y le contestaron: "Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa del reino, y su nombre es Hayat-Alnefus . . .(Vida de las Almas)
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer laj mañana v se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGÒ LA 209ª NOCHE
Ella dijo:
"Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa del reino, y su nombre es Hayat-Alnefus".
Entonces Sett Budur envió un correo con una carta al rey Armanos, para anunciarle su llegada; y esta carta la firmaba como príncipe Kamaralzamán, hijo del rey Schahramán, señor del país de Khaledán.
Cuando el rey Armanos supo esta noticia, como siempre había mantenido excelentes relaciones con el poderoso rey Schahramán, se alegró mucho de poder hacer los honores de su ciudad al príncipe Kamarazalmán. Inmediatamente, seguido de una comitiva compuesta de los principales de su corte, fué hacia las tiendas al encuentro de Sett Budur, y la recibió con todos los miramientos y honores que creía ofrecer al hijo de un rey amigo. Y a pesar de las vacilaciones de Budur, que trató de no aceptar el alojamiento que graciosamente le ofrecían en palacio, el rey Armanos la decidió a acompañarle. E hicieron juntos su entrada solemne en la población. Y durante tres días obsequiaron a la corte toda con magníficos festines de suntuosidad extraordinaria.
Y después el rey Armanos se reunió con Sett Budur para hablarle de su viaje y preguntarle qué pensaba hacer. Y aquel día, Sett Budur, siempre disfrazada de Kamaralzamán, había ido al hammam del palacio, en el cual no quiso aceptar los servicios de ningún masajista. Y había salido de él tan milagrosamente bella y brillante, y sus encantos tenían bajo aquel aspecto de hombre un atractivo tan sobrenatural, que todo el mundo se detenía a su paso sin respirar y bendecía al Creador.
El rey Armanos, pues, se sentó al lado de Sett Budur, y habló con ella largo rato. Y tanto le subyugaron sus encantos y elocuencia, que le dijo: "¡Oh hijo mío, verdaderamente fué Alah quien te envió a mi reino para que seas el consuelo de mi ancianidad y ocupes el lugar de un hijo a quien pueda dejar mi trono! ¿Quieres, hijo mío, darme esa satisfacción, aceptando un casamiento con mi única hija Hayat-Alnefus? No hay en el mundo nadie tan digno como tú de sus destinos y belleza. Acaba de llegar a la nubilidad, pues durante el mes pasado entró en los quince años. ¡Es una flor exquisita, y yo quisiera que la aspiraras! ¡Acéptala, hijo mío, y en el acto abdicaré en ti el trono, cuya pesada carga es ya insoportable para mi mucha edad!"
Semejante proposición, tan generosa y espontánea, puso en molesto apuro a la princesa Budur. Al principio no supo qué hacer para no delatar la turbación que la agitaba: bajó los ojos y reflexionó un buen rato, mientras un sudor frío le helaba la frente. Y pensó: "Si contesto que como Kamaralzamán, estoy ya casado con la princesa Sett Budur, responderá que el Libro permite hasta cuatro mujeres legítimas; si le digo la verdad acerca de mi sexo, es capaz de obligarme a casarme con él; y todo el mundo se enteraría de ello, y me daría mucha vergüenza; si rechazo esa oferta paternal, su afecto hacia mí se convertiría en odio feroz, y en cuando haya abandonado yo su palacio, es capaz de prepararme una emboscada para quitarme la vida. ¡De modo que vale más aceptar la proposición y dejar que se cumpla el Destino! ¿Y quién sabe lo que me oculta lo insondable? Verdaderamente, al ocupar el trono, habré adquirido un reino muy hermoso para cedérselo a Kamaralzamán cuando regrese. Y en cuanto a consumar el matrimonio con mi esposa la joven Hayat-Alnefus, quizá se encuentre remedio. Ya lo pensaré".
Levantó, pues, la cabeza, y con el rostro coloreado por un sonrojo que el rey atribuyó a modestia y cortedad, naturales en un adolescente tan candoroso, contestó: "¡Soy el hijo sumiso que responde oyendo y obedeciendo a los menores deseos de su rey!"
Estas palabras transportaron al rey Armanos al límite de la satisfacción, y quiso que la ceremonia del casamiento se verificase el mismo día. Empezó por abdicar el trono en favor de Kamaralzamán delante de todos sus emires, personajes, oficiales y chambelanes; mandó que se anunciara este suceso a toda la ciudad por medio de los pregoneros, y despachó correos a todo su Imperio para que se enteraran de ello las poblaciones.
Entonces organizó en un momento una fiesta sin precedentes en la ciudad y en palacio, y entre gritos de júbilo y al son de pífanos y címbalos, se extendió el contrato de casamiento del nuevo rey con Hayat-Alnefus.
Cuando llegó la noche, la reina madre, rodeada de sus doncellas, que lanzaban "lu-lu-lúes" de alegría, llevó a la recién casada Hayat-Alnefus a la habitación de Sett Budur, a quien seguían tomando por Kamaralzamán. Sett Budur, en su aspecto de rey adolescente, avanzó con gentileza hacia su esposa, y por primera vez le levantó el velillo del rostro.
Entonces, todos los circunstantes, al ver pareja tan hermosa, quedaron tan cautivados, que palidecieron de placer y emoción. Terminada la ceremonia, la madre de Hayat-Alnefus y todas las doncellas, después de haber expresado millares de deseos de felicidad y haber encendido todos los candelabros, se retiraron prudentemente, y dejaron solos en la cámara nupcial a los recién casados.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 210ª NOCHE
Ella dijo:
...solos en la cámara nupcial a los recién casados.
Sett Budur quedó encantada del aspecto lleno de frescura da la joven Hayat-Alnefus, y con rápida ojeada la juzgó verdaderamente deseable, por sus grandes ojos negros asustados, su tez límpida, sus senos que se dibujadan infantiles debajo de la gasa. Y Hayat-Alnefus sonrió tímidamente por haber agradado a su esposo, aunque temblaba de emoción reprimida y bajaba los ojos, sin atreverse apenas a moverse bajo sus velos y pedrerías. Y también había podido notar la hermosura soberana de aquel joven de mejillas vírgenes de pelo, que le parecía más perfecto que todas las jóvenes más hermosas de palacio. De modo que se conmovió todo su ser cuando le vió acercarse muy despacio y sentarse a su lado en el gran colchón tendido encima de la alfombra. Sett Budur cogió con las suyas las manos de la joven, y se inclinó lentamente, y la besó en la boca. Y Hayat-Alnefus no se atrevió a devolverle aquel beso tan delicioso; pero cerró los ojos por completo y exhaló un suspiro de honda felicidad. Y Sett Budur le puso la cabeza en la curva de sus brazos, se la apoyó contra el pecho, y a media voz le cantó versos de un ritmo tan propio para mecer, que la joven durmióse a poco con una sonrisa de dicha en los labios.
En cuanto despertó Sett Budur, que se había acostado casi completamente vestida, y hasta con el turbante puesto, se apresuró a hacer rápidamente abluciones someras, puesto que además tomaba numerosos baños en secreto para no descubrirse; se adornó con sus atributos regios, y fué a la sala del trono a recibir los homenajes de toda la corte, despachar los negocios, suprimir abusos, nombrar y destituir.
Entre otras supresiones que le parecieron urgentes, abolió los consumos, las aduanas y las cárceles, y repartió grandes liberalidades a los soldados, al pueblo y a las mezquitas. Por eso le quisieron mucho sus nuevos súbditos, e hicieron votos por su prosperidad y larga vida.
En cuanto al rey Armanos y a su esposa, se apresuraron a ir a saber de su hija Hayat-Alnefus, y le preguntaron si su esposo había estado cariñoso, y si ella estaba muy cansada, pues no querían empezar por interrogarla acerca del asunto más importante. Hayat-Alnefus con. testó: "¡Mi esposo estuvo delicioso! ¡Me ha besado en la boca y me he dormido en sus brazos al ritmo de sus canciones! ¡Ah, qué amable es!" Entonces Armanos dijo: "¿Y no ha pasado nada más hija mía?" Ella contestó: "¡Nada más!" Y la madre preguntó: "Entonces, ¿ni siquiera te has desnudado del todo?" Ella respondió: "¡Claro que no!" Entonces el padre y la madre se miraron; pero no dijeron nada y se fueron. Eso en cuanto a ellos.
En cuanto a Sett Budur, ya despachados los asuntos, volvió a su habitación a buscar a Hayat-Alnefus, y le preguntó: "¿Qué te han dicho, ¡oh mi muy querida! tu padre y tu madre?" Ella contestó: "¡Me han preguntado por qué no me había desnudado!" Budur contestó: "¡No hay que apurarse por eso! ¡ Ya te ayudaré!" Y prenda por prenda le quitó la ropa, hasta la última camisa, y la cogió desnuda en brazos, y se tendió con ella en el colchón.
Entonces Budur depositó un beso suavísimo en los hermosos ojos de la joven, y le preguntó: "Hayat-Alnefus, cordera mía, ¿te gustan mucho los hombres?" La otra respondió: "No los he visto nunca, como no sean los eunucos de palacio, como es natural. ¡Pero me han dicho, que sólo son hombres a medias! ¿Qué les falta para estar completos?" Budur contestó: "Precisamente lo mismo que te falta a ti, ojos míos". Hayat-Alnefus, sorprendida, contestó: "¿A mí? ¿Y qué me falta a mí, ¡por Alah!?" Budur contestó: "¡Un dedo!"
Al oír tales palabras, Hayat-Alnefus, asustada, lanzó un grito ahogado, y sacó las manos de debajo de la colcha y extendió los diez dedos, mirándolos con ojos dilatados por el terror. Pero Budur la estrechó contra su pecho, y la besó en el pelo, y le dijo: "¡Por Alah! ¡Ya Hayat-Alnefus, todo era broma!" Y siguió cubriéndola de besos, hasta que la calmó completamente. Entonces le dijo: "¡Oh mi muy querida, bésame!" Y Hayat-Alnefus acercó sus frescos labios a los labios de Budur, y ambas, así enlazadas, se durmieron hasta por la mañana ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 211ª NOCHE
Ella dijo:
...Y ambas, así enlazadas, se durmieron hasta por la mañana. Entonces Budur salió a despachar los asuntos del reino; y el padre y la madre de Hayat-Alnefus entraron a saber noticias de su hija.
El rey Armanos fué el primero en preguntar: "Bueno, hija mía, ¡bendito sea Alah! ¡Todavía estás en la cama! ¿No estás muy rendida?" Ella contestó: "¡Nada de eso! ¡He descansado muy bien en brazos de mi hermoso esposo, que esta vez me dejó completamente desnuda, y me besó todo el cuerpo con besos muy delicados! ¡Ya Alah! ¡Qué delicioso era aquello! ¡Por todas partes sentí hormigueos numerosos y estremecimientos! ¡Sin embargo una vez me asustó diciéndome que me faltaba un dedo! ¡Pero fué en broma! ¡Y sus caricias me dieron luego tanto gusto, y sus manos se me antojaban tan suaves a mi piel, y tan cálidos se unían sus labios a mis labios, que me ha parecido soñar hasta por la mañana, creyéndome en el paraíso!"
Entonces la madre›-preguntó: "¿Pero en dónde están las toallas? ¿Has perdido mucha sangre, hija mía?" Y la joven, asombrada, contestó: "¡No he perdido ninguna!"
Al oír estas palabras, el padre y la madre, en el colmo de la desesperación, se abofetearon, gritando: "¡Oh vergüenza y desgracia para nosotros! ¿Por qué nos desprecia tanto tu esposo y te desdeña hasta tal punto?"
Después el rey enfurecióse paulatinamente, y se retiró gritando a su esposa con voz bastante fuerte para que le oyera la joven: "¡Si esta noche no cumple Kamaralzamán su deber quitando la virginidad a nuestra hija y salvando así el honor de todos nosotros, sabré castigar su indignidad! ¡Le expulsaré de palacio, después de hacerle bajar del trono que le he dado, y no sé si le someteré a castigo más terrible todavía!" Y dichas estas palabras, el rey Armanos salió del aposento de su consternada hija, seguido de su esposa, cuya nariz se le había alargado hasta los pies.
Y cuando llegó la noche y Sett- Budur entró en la habitación de Hayat-Alnefus, la encontró muy triste, con la cabeza metida entre las almohadas, y sacudida por los sollozos. Se acercó a ella, besándole en la frente, secándole las lágrimas, y al preguntarle el motivo de su pesar, Hayat-Alnefus
le dijo con voz conmovida: "¡Oh mi amado señor! ¡mi padre quiere desposeerte del reino que te ha dado, y despedirte de palacio, y no sé qué más pretenden hacer contigo! Y todo porque no quieres quitarme la virginidad, salvando así el honor de su nombre y de su raza! ¡Se ha empeñado en que eso se haga esta noche misma! ¡Y yo, i oh dueño amado! te lo digo, no para impulsarte a tomar lo que debes tomar, sino para librarte del peligro que te amenaza! ¡Pues todo el día mi padre premedita contra ti! ¡Ah! ¡Por favor, date prisa a quitarme la virginidad, y haz de modo que, como dice mi madre, las toallas blancas se pongan todas rojas! ¡Yo me confío por completo a tu saber, y pongo todo mi cuerpo y mi alma en tus manos! ¡Pero tú has de decidir lo que tengo que hacer para eso!"
Al oír estas palabras, Sett Budur dijo para sí: "¡Llegó el momento! ¡Ya veo que no hay medio de aplazar las cosas! ¡Pondré mi fe en Alah!" Y dijo a la joven: "Ojos míos, ¿me quieres mucho?" La otra contestó: "¡Tanto como el cielo!" Budur la besó en la boca, y preguntó: "¿Y como a qué más?" La joven respondió, estremecida ya por el beso: "¡No lo sé, pero mucho!" Budur le preguntó otra vez: "Ya que me quieres tanto, ¿habrías sido feliz si en vez de ser tu esposo hubiese sido sólo tu hermano?" La joven palmoteó, y contestó: "¡Me habría muerto de dicha!" Budur dijo: "Y si yo, mi muy querida, no hubiera sido tu hermano, sino tu hermana; si hubiera sido una muchacha como tú, en lugar de ser hombre, ¿me habrías querido lo mismo?" HayatAlnefus dijo: "¡Todavía más, porque habría estado siempre contigo, habría jugado siempre contigo, y dormido en la misma cama, sin separarnos nunca!" Entonces Budur atrajo hacia sí a la joven, le cubrió de besos los ojos, y le dijo: "Vamos, Hayat-Alnefus, ¿serías capaz de guardar para ti sola un secreto, dándome así una prueba de tu amor?" La joven exclamó: "¡Queriéndote tanto, todo me es fácil!"
Entonces Budur la cogió en brazos y aplicó los labios a los suyos, hasta perder las dos el aliento, y después se levantó del todo, y dijo: "¡Mírame, Hayat-Alnefus, y sé, pues, mi hermana!"
Y al mismo tiempo, con ademán rápido, se entreabrió la ropa desde el cuello hasta la cintura e hizo salir dos pechos deslumbradores coronados por sus rosas; después dijo: "¡Ya ves que soy una mujer como tú, mi muy querida! iY si me he disfrazado de hombre, ha sido a consecuencia de una aventura extrañísima que te voy a contar sin demora!"
Entonces se sentó de nuevo, se puso a la joven en las rodillas, y le refirió toda su historia, desde el principio hasta el fin. Pero sería inútil repetirla.
Cuando Hayat-Alnefus oyó la historia, llegó al límite del asombro, y como seguía sentada en el regazo de Sett Budur, le cogió la barbilla con la mano, y le dijo: "¡Oh hermana mía, que vida tan deliciosa vamos a pasar juntas aguardando el regreso de tu amado Kamaralzamán! ¡Alah apresure su llegada, para que nuestra dicha sea completa!" Y Budur le dijo: "¡Atienda Alah tus deseos, mi muy querida, y te entregaré a él como segunda esposa! ¡Y así disfrutaremos los tres la felicidad más perfecta!"
Después se dieron largos besos, y jugaron a mil juegos, y Hayat-Alnefus se maravillaba de todos los pormenores de belleza que encontraba en Sett Budur. Y le cogía los pechos, y decía: "¡Oh hermana mía, qué hermosos son tus pechos! ¡Mira! ¡Son mucho mayores que los míos! ¡Mira los míos cuán pequeños son! ¿Te parece que crecerán?" Y la registraba por todas partes, y la interrogaba acerca de los descubrimientos que hacía. Y Budur, enrte mil besos, le contestaba, instruyéndola con perfecta claridad, y Hayat-Alnefus exclamaba: ¡Ya Alah! ¡Ahora lo entiendo! ¡Figúrate que cuando preguntaba yo a las esclavas: "¿Para qué sirve esto? ¿Para qué sirve aquello? guiñaban el ojo, pero no respondían. Otras veces, con mucha ira por mi parte, chasqueaban la lengua pero no contestaban. Y yo, llena de cólera, me arañaba las mejillas, y gritaba cada vez más fuerte: "¿Para qué sirve eso?" Entonces acudía mi madre a los gritos, y preguntaba, y todas las esclavas le decían: "¡Grita porque quiere obligarnos a explicarle para qué sirve eso!" Entonces la reina, mi madre, en el límite de la indignación, a pesar de mis protestas de arrepentimiento, me ponía el trasero al aire y me daba una azotaina furiosa, gritando: "¡Para esto sirve eso!" Y yo acabé por convencerme de que eso no servía más que para proporcionar una azotaina; y así con todo lo demás".
Después siguieron ambas diciendo y haciendo mil locuras, de tal modo, que por la mañana a Hayat-Alnefus no le quedaba nada que aprender, y se había enterado de la misión encantadora que en adelante había de corresponder a todos sus órganos delicados ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 212ª NOCHE
Ella dijo:
...se había enterado de la misión encantadora que en adelante había de corresponder a todos sus órganos delicados.
Entonces, como se acercaba la hora en que los padres iban a entrar, Hayat-Alnefus dijo a Budur: "Hermana mía, ¿qué hay que decirle a mi madre, que me pedirá que le enseñe la sangre de mi virginidad?" Budur sonrió, y dijo: "¡La cosa es fácil!" Y fué a hurtadillas a coger un pollo y lo mató, y embadurnó con su sangre los muslos de la joven y las toallas, y le dijo: "¡No tienes más que enseñarles eso! Tal es la costumbre, que no permite investigaciones más hondas". La joven le preguntó: "Pero hermana mía, ¿por qué no quieres quitármelo tú misma, por ejemplo, con el dedo?" Budur contestó: "¡Ojos míos, porque, según te dije ya, te reservo para Kamaralzamán!"
Entonces entraron a ver a su hija el rey y la reina, pronto a estallar de furor contra ella y su esposo si no se hubiera consumado todo. Pero al ver la sangre, y los muslos enrojecidos, se alegraron ambos, y se esponjaron, y abrieron de par en par las puertas del aposento. Entonces entraron todas las mujeres, y resonaron gritos de júbilo, y el "Iu- lu-lú" de triunfo, y la madre, en el colmo del orgullo, colocó en un almohadón las toallas rojas, y seguida de toda la comitiva, dió así la vuelta al harem. Y todo el mundo se enteró así del fausto acontecimiento; y el rey dió una gran fiesta, y mandó sacrificar para los pobres un número considerable de carneros y camellos pequeños.
En cuanto a la reina y a las invitadas, volvieron a la habitación de Hayat-Alnefus, a la cual besaron todas entre los ojos, llorando y se estuvieron con ella hasta la noche, después de haberla llevado al hammam, envuelta en sedas, para que no pasara frío. ''
Y Sett Budur siguió sentándose todos los días en el trono de la isla de Ebano, haciéndose querer por sus súbditos, que la creían hombre, y le deseaban larga vida. Pero al llegar la noche iba a buscar con mucho gusto a su joven amiga Hayat-Alnefus, la cogía en brazos, y se tendía con ella en el colchón. Y ambas, enlazadas hasta por la mañana, como esposo y esposa, se consolaban con toda clase de juegos y retozos delicados, aguardando la vuelta de su amado Kamaralzamán. ¡Eso en cuanto a ellas!
Y vamos ahora con Kamaralzamán. Se había quedado en la casa del buen jardinero musulmán, situada a extramuros de la ciudad habitada por los invasores inhospitalarios y sucios procedentes de los países de Occidente. Y su padre, el rey Schahramán, en las islas de Khadelán, al ver en el bosque los despojos ensangrentados, ya no dudó de la pérdida de su amado Kamaralzamán; y se puso de luto, lo mismo que todo el reino; y mandó edificar un monumento funerario, en el cual se encerró, para llorar en silencio la muerte de su hijo.
Y por su parte, Kamaralzamán, a pesar de la compañía del anciano, jardinero, que hacía cuanto podía por distraerle hasta la llegada de un barco que le llevase a la isla de Ebano, vivía triste, y recordaba con dolor los hermosos tiempos pretéritos.
Pero un día que el jardinero había ido, según costumbre, a dar una vuelta por el puerto con objeto de encontrar un barco que quisiera llevarse a su huésped, Kamaralzamán estaba sentado muy triste en el jardín, y se recitaba versos viendo jugar a las aves, cuando de pronto llamaron su atención los gritos roncos de dos aves grandes. Levantó la cabeza hacia el árbol del cual procedía el ruido, y vió una riña encarnizada a picotazos, arañazos y aletazos. Pero pronto cayó sin vida, precisamente delante de él, una de las aves, mientras la vencedora emprendía el vuelo.
Y he aquí que en el mismo instante dos aves mucho mayores, que habían visto el combate posadas en un árbol vecino, fueron a colocarse a los lados de la muerta; una se puso a la cabeza y otra a los pies, y después ambas abatieron tristemente el cuello, y echáronse a llorar.
Al ver aquello, Kamaralzamán se conmovió en extremo, y pensó en su esposa Sett Budur, y luego, por simpatía hacia las aves, se echó a llorar también.
Pasado un rato, Kamaralzamán vió a las dos aves abrir con las uñas y los picos una huesa, y enterrar a la muerta. Luego echaron a volar, y a los pocos momentos volvieron adonde estaba el hoyo, pero llevando agarrado, una por una pata y otra por una ala, el ave matadora, que hacía grandes esfuerzos para huir y daba gritos espantosos. La colocaron sin soltarla en la tumba de la difunta, y con pocos y rápidos picotazos la despanzurraron para vengar su crimen, le arrancaron las entrañas, y tendieron el vuelo, dejándola en tierra palpitante y agónica . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 216ª NOCHE
Ella dijo:
...y tendieron el vuelo, dejándola en tierra palpitante y agónica. ¡Eso fué todo! Y Kamaralzamán había permanecido inmóvil de sorpresa ante un espectáculo tan extraordinario. Después, cuando las aves se fueron, impulsado por la curiosidad, acercóse al sitio en que yacía el ave criminal sacrificada, y al mirar el cadáver, vió en el estómago desgarrado una cosa colorada que le llamó mucho la atención. Se inclinó, y habiéndola recogido, cayó desmayado de emoción. ¡Acababa de encontrar la cornalina talismánica de Sett Budur!
Cuando volvió de su desmayo, estrechó contra su corazón el precioso talismán, causa de tanto suspiro, zozobra, pena y dolor, y exclamó: "¡Plegue a Alah que sea éste un presagio de dicha y la señal de que también encontraré a mi muy amada Budur!" Después besó el talismán y se lo llevó a la frente, y enseguida lo envolvió con esmero en un pedazo de tela, y se lo ató alrededor del brazo, para evitar que se le perdiera otra vez. Y empezó a brincar de alegría.
Cuando se tranquilizó, recordó que el buen jardinero le había encargado que desarraigase un algarrobo añoso que ya no daba hojas ni fruto. Se ajustó, pues, un cinturón de cáñamo, se levantó las mangas, cogió una azada y un canasto, y puso inmediatamente manos a la obra, dando grandes golpes a las raíces del añoso árbol a ras de tierra. Pero de pronto notó que el hierro del instrumento chocaba con un cuerpo metálico y resistente, y oyó como un ruido sordo que se propagaba por debajo del suelo. Separó entonces velozmente la tierra y los guijarros, dejando al descubierto una gran chapa de bronce, que se apresuró a quitar. Entonces columbró una escalera de diez peldaños bastante altos abierta en la roca; y tras de haber pronunciado las palabras propiciatorias la ilah il'Alah, se dió prisa en bajar, y vió una ancha cueva cuadrada, de construcción muy antigua, de los tiempos remotos de Thammud y Aad; y en aquella cueva abovedada encontró veinte tinajas enormes, colocadas en orden a ambos lados. Levantó la tapa de la primera, y comprobó que estaba completamente llena de barras de oro rojo; levantó entonces la segunda tapa, y advirtió que la segunda tinaja estaba repleta de polvo de oro. Y abrió las otras dieciocho, y las encontró llenas alternativamente de barras y polvo de oro. `
Repuesto de su sorpresa, Kamaralzamán salió entonces de la cueva, volvió a poner la chapa, acabó el trabajo, regó los árboles, según costumbre adquirida de ayudar al jardinero, y no acabó hasta por la noche, cuando volvió su anciano amigo.
Las primeras palabras que el jardinero dijo a Kamaralzamán fueron para darle una buena noticia. Díjole así: "¡Oh hijo mío! tengo la alegría de anunciarte tu próximo regreso al país de los musulmanes. He encontrado, en efecto, un barco fletado por mercaderes ricos que se dará a la vela dentro de tres días. He hablado con el capitán, que está conforme en darte pasaje hasta la isla de Ebano". Al oír estas palabras, Kamaralzamán se alegró mucho, y besó la mano al jardinero, y le dijo: "¡Oh padre mío! ¡puesto que acabas de darme una buena nueva, yo te he de dar también, a mi vez, otra noticia que creo ha de contentarte. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 219° NOCHE
Ella dijo:
". , otra noticia que creo ha de contentarte, aunque ignores la avidez de los hombres del siglo, y tu corazón esté puro de toda ambición! ¡Tómate el trabajo de venir conmigo al jardín, y te enseñaré, ¡oh padre mío! la fortuna que te envía la suerte misericordiosa!"
Llevó entonces al jardinero al sitio en que se erguía el algarrobo desarraigado, levantó la chapa, y sin reparar en la sorpresa y espanto de su amigo, le hizo bajar a la cueva, y destapó delante de él las veinte tinajas llenas de oro en barras y en polvo. Y el buen jardinero, como atontado, levantaba las manos y abría extremadamente los ojos ante cada tinaja, diciendo: "¡Ya Alah!" Después Kamaralzamán le dijo: "¡He aquí ahora tu hospitalidad recompensada por el Dador! ¡La propia mano que el extranjero te alargaba para que le socorrieras en la adversidad, con el mismo ademán hace correr por tu morada el oro! ¡Así lo quieren los destinos propicios a las raras acciones animadas por la belleza pura y por la bondad de los corazones espontáneos!"
Al oír estas frases, el anciano jardinero, que no podía articular palabra, se echó a llorar, y las lágrimas resbalaban silenciosas por su larga barba y hasta por su pecho. Logró, por fin, hablar y dijo: "Hijo mío, ¿qué quieres que haga un viejo como yo con este oro y estas riquezas? ¡Verdad es que soy pobre; pero con mi dicha me basta, y será completa si quieres darme sólo un dracma o dos para comprar un sudario, que al morir en mi soledad dejaré a mi lado, a fin de que el caminante caritativo envuelva en él mis despojos para el día de juicio!"
Y esta vez le tocó llorar a Kamaralzamán. Luego dijo al viejo: "¡Oh padre de la sabiduría! ¡oh jeique de manos perfumadas! ¡la santa soledad en que pasas tus años pacíficos borra ante tus ojos las leyes que dictó el rebaño adánico acerca de lo justo y de lo injusto, de lo falso y lo verdadero! ¡Pero yo he de volver a vivir entre los humanos feroces, y no puedo olvidar tales leyes, so pena de ser devorado! ¡Así, pues, si quieres, repartámonoslo! ¡Tomaré la mitad y tú la otra mitad. ¡Si no, no tocaré absolutamente nada!"
Entonces el anciano jardinero contestó: "Hijo mío, mi madre me parió aquí mismo hace noventa años, y después murió; mi padre murió también. Y el ojo de Alah ha seguido mis pasos, y he crecido a la sombra de este jardín y escuchado el rumor del arroyuelo natal. Tengo cariño a este jardín y a este arroyo, ¡oh hijo mío! y al murmurador follaje, y a este sol, y a esta tierra materna en que mi sombra se alarga en libertad y se conoce a sí misma, y a la luna, que de noche me sonríe por encima de los árboles hasta la mañana. ¡Todo esto habla conmigo, ¡oh hijo mío! Te lo digo para que sepas la razón que me sujeta aquí y me impide partir en tu compañía hacia los países musulmanes. Soy el único musulmán de este país en que vivieron mis antepasados. ¡Blanqueen, pues, en él mis huesos, y que el último musulmán muera con la cara vuelta hacia el sol que ilumina una tierra inmunda ahora, mancillada por los hijos bárbaros del oscuro Occidente!"
Así habló el anciano de las manos temblorosas. Después añadió: "En cuanto a esas tinajas preciosas que te preocupan, toma, si lo deseas las diez primeras, y deja las otras diez en la cueva. Serán el premio de aquel que entierre el sudario en que yo duerma.
"Pero hay más. Lo difícil no es eso, sino embarcar las vasijas en el navío sin llamar la atención y excitar la codicia de los hombres de alma negra que habitan en la ciudad. Ahora bien; en mi jardín hay olivos cargados de fruto y en el sitio adonde vas, en la isla de Ebano, las aceitunas son cosa rara y muy estimada. De modo que ahora mismo voy a comprar veinte tarros grandes, que llenaremos a medias de barras y polvo de oro, acabándolas de llenar con las aceitunas de mi jardín. Y entonces será cuando podamos llevarlos sin temor al barco que va a salir."
Este consejo fué seguido inmediatamente por Kamaralzamán, que se pasó el día preparando los tarros comprados. Y cuando no le quedaba por llenar más que uno, dijo para sí: "Este talismán milagroso, no está bastante seguro arrollado a mi brazo; pueden robármelo mientras duermo o perderse de otra manera. Lo mejor es, seguramente, colocarlo en el fondo de este tarro; después'lo cubriré con las barras y el polvo de oro, y encima colocaré las aceitunas!" Y enseguida ejecutó su proyecto; y terminado que fué aquello, tapó el último tarro con su tapa de madera blanca, y para distinguirlo de los otros en caso necesario, le hizo una muesca en la base, y después, enardecido por aquel trabajo, grabó con una navaja todo su nombre, Kamaralzamán, en hermosos caracteres enlazados. Concluída tal tarea, rogó a su anciano amigo que avisase a los hombres de la nave para que al día siguiente fueran a recoger los tarros. Y el viejo desempeñó enseguida el encargo, y regresó a casa un tanto fatigado, y se acostó con un poco de calentura y algunos escalofríos.
A la mañana siguiente, el anciano jardinero, que en su vida había estado enfermo, notó que se acrecentaba el mal de la víspera, pero no quiso decírselo a Kamaralzamán, para no amargarle la salida. Se quedó en el colchón, presa de una gran debilidad, y comprendió que iba a llegar su último momento.
Durante el día, los hombres de la nave fueron al jardín a recoger los tarros, y dijeron a Kamaralzamán, que les había abierto la puerta, que les indicase lo que tenían que recoger.
El joven les llevó junto a la verja y les enseñó los veinte tarros, bien colocados, diciéndoles: "¡Están llenos de aceitunas de primera calidad! ¡Os ruego, pues, que tengáis cuidado para no estropearlas!" Luego, el capitán que había acompado a sus hombres, dijo a Kamaralzamán: "¡Sobre todo, señor, no dejes de ser puntual; porque mañana el viento soplará de tierra y nos daremos a la vela enseguida!"
Y cogieron los tarros y se fueron...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 222ª NOCHE
Ella dijo:
... Y cogieron los tarros y se fueron.
Entonces Kamaralzamán entró en la habitación del jardinero y le encontró la cara palidísima, aunque llena de gran serenidad. Le preguntó cómo estaba, y entonces se enteró de que hallábase enfermo, y a pesar de las palabras que el otro le decía para tranquilizarle, no dejó de alarmarse mucho. Le hizo tomar varios cocimientos de hierbas verdes, pero sin gran resultado. Después le acompañó todo el día,
y le veló por la noche, y pudo ver qué el mal se agravaba. Y por la mañana, el buen jardinero, que apenas tenía fuerzas para llamarle hacia su cabecera, le cogió de la mano y le dijo: "iKamaralzamán, hijo mío, escucha! ¡No hay más Dios que Alah! ¡Y nuestro señor Mohammed es el enviado de Alah!" Y expiró.
Entonces Kamaralzamán rompió en llanto, y estuvo mucho tiempo llorando a su lado. Se levantó después, le cerró los ojos, le rindió el último tributo, le hizo un sudario blanco, abrió la huesa y enterró al último musulmán de aquel país caído en el descreimiento. Y entonces pensó en embarcarse.
Compró ciertas provisiones, cerró la puerta del jardín, se llevó la llave consigo, y corrió a escape al puerto, cuando el sol estaba ya muy alto; pero fué para ver que el barco, a toda vela, iba ya obedeciendo al viento favorable hacia alta mar.
Extremado fué el dolor de Kamaralzamán al ver aquello pero no lo exteriorizó, para que no se riera a costa suya la gentuza del puerto. Y volvió a emprender tristemente el camino del jardín, del cual era ya único heredero y propietario por fallecimiento del anciano. Y en cuanto llegó a la casita, se desplomó en un colchón, y lloró por sí mismo, y por su amada Budur, y por el talismán que acababa de perder por segunda vez.
La aflicción de Kamaralzamán no tuvo límites cuandc se vió obligado por el destino feroz a quedarse hasta fecha desconocida en aquel país inhospitalario; y el pensamiento de haber perdido para siempre el talismán de Sett Budur le desesperaba más, y decía para sí: "¡Mis desdichas empezaron con la pérdida del talismán y volvió la buena suerte cuando lo recobré; y ahora que lo he vuelto a perder, quién sabe las calamidades que me caerán encima!"
Sin embargo, acabó por exclamar: "¡No hay más recurso que Alah el Altísimo!" Después se levantó, y para no exponerse a perder las otras diez tinajas que constituían el tesoro subterráneo, fué a comprar otros veinte tarros; puso en ellos las barras y el polvo, y los acabó de llenar con aceitunas hasta arriba, diciendo para sí: "¡Así estarán preparados el día que Alah quiera que me embarque!" Y volvió a regar las legumbres y los árboles frutales, recitando versos muy tristes relativos a su amor hacia Budur. Eso en cuanto a Kamaralzamán.
En cuanto al buque, tuvo vientos favorables, y no tardó en llegar a la isla de Ebano, y fué a fondear precisamente debajo del malecón en que se elevaba el palacio habitado por la princesa Budur con el nombre de Kamaralzamán.
Al ver aquella nave que entraba a toda vela y ondeando el pabellón, Sett Budur sintió vivos deseos de ir a verla, tanto más cuanto que siempre tenía la esperanza de que había de encontrar algún día a su esposo Kamaralzamán embarcado en alguno de los navios que venían de lejos. Mandó a algunos de sus chambelanes que la acompañaran, y fué a bordo del buque, del cual le dijeron, por otra parte, que venía cargado de ricas mercaderías.
Al llegar a bordo, mandó llamar al capitán, y le dijo que quería ver la nave. Después, cerciorada de que Kamaralzamán no se encontraba entre los pasajeros, preguntó por curiosidad al capitán: "¿De qué -: viene cargado el barco, capitán?" Este contestó: "¡Oh señor! Además de los mercaderes pasajeros, llevamos en el sollado ricas telas, sederías de todos los países, bordados en terciopelo y brocados, telas pintadas, antiguas y modernas, de muy buen gusto, y otras mercancías de valor; llevamos medicamentos chinos e indios, drogas en polvo y en rama, díctamos, pomadas, colirios, ungüentos y
bálsamos preciosos; llevamos pedrería, perlas, ámbar amarillo y coral, tenemos también perfumes de todas clases y especies selectas; almizcle, ámbar gris e incienso, almáciga en lágrimas transparentes, benjuí gurí y esencias de todas las flores; tenemos asimismo alcanfor, culanto, cardamomo, clavo, canela de Serendib, tamarindo y jengibre: finalmente, hemos embarcado en el último puerto aceitunas superiores, de las llamadas "de pájaro", que tienen una piel muy fina y una pulpa dulce, jugosa, de color del aceite rubio...
En este momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y CUANDO LLEGO LA 225ª NOCHE
Ella dijo:
"...que tienen una piel muy fina y una pulpa dulce, jugosa, del color del aceite rubio".
Cuando la princesa Budur oyó nombrar las aceitunas, que le gustaban con delirio, interrumpió al capitán, y le preguntó brillándole los ojos de deseo: "¡Ah! ¿Y cuánta cantidad tienes de esas aceitunas "de pájaro?" Contestó: "Tenemos veinte tarros grandes". Ella dijo: "¿Son muy grandes? ¡Dímelo! ¿Y tienen también aceitunas de las que se llaman rellenas, es decir, de las que les han quitado los huesos para sustituirlos con alcaparras ácidas, y que mi alma prefiere con mucho a las que tienen hueso?" El capitán abrió los ojos, y dijo: "Supongo que también las habrá en esos tarros". Al oírle, la princesa Budur notó que se le hacía la boca agua con el deseo no satisfecho, y dijo: "Quiero comprar uno de esos tarros". Y el capitán contestó: "Aunque al propietario se le escapó el barco en el momento de zarpar y no puedo disponer libremente de ellos, nuestro señor el rey tiene derecho a coger lo que quiera".
Y gritó: "¡Hola! ¡Traiga uno de vosotros del sollado uno de los veinte tarros de aceitunas!" Y enseguida los marineros sacaron del sollado y trajeron uno de éstos.
Sett Budur mandó levantar la tapa, y le maravilló tanto el aspecto admirable de aquellas aceitunas "de pájaro", que exclamó: "Quisiera comprar los veinte tarros. ¿Cuánto costarán, según el precio corriente del zoco?" El capitán contestó: "Según el precio del zoco de la isla de Ebano, creo que cada tarro de aceitunas valdrá cien dracmas".
Sett-Budur dijo a sus chambelanes: "¡Pagad al capitán mil dracmas por: cada tarro!" Y añadió: "Cuando vuelvas al país del mercader, le pagaras eso por las aceitunas". Y se fué, seguida de los que cargaron con los tarros de aceitunas.
La primera diligencia de Sett Budur al llegar a palacio fué entrar en el aposento de su amiga Hayat-Alnefus para avisarle de la llegada de las aceitunas. Y cuando los tarros fueron llevados al interior del harem, según las órdenes dadas, Budur y Hayat-Alnefus, en el colmo de la impaciencia, mandaron traer la fuente mayor de las de dulce, y ordenaron a las esclavas que levantaran con cuidado el primer tarro y vaciaran en ella el contenido todo, formando un montón bien acondicionado, en el que se pudieran distinguir las aceitunas con hueso de las deshuesadas.
¡Y cuál no sería el maravillado pasmo de Budur y su amiga al ver mezclados con las aceitunas barras y polvo de oro! Y esta sorpresa tenía algo de decepción, por pensar que tal mezcla podía haber echado
a perder las aceitunas; de modo que Budur mandó traer otras fuentes y vaciar los demás tarros, uno tras otro, hasta el vigésimo. Pero cuando las esclavas hubieron volcado el último, y apareció el nombre de Kamaralzamán en la base, y brilló el talismán en medio de las aceitunas, Budur lanzó un grito, se puso palidísima, y cayó desmayada en brazos de Hayat-Alnefus. ¡Acababa de reconocer la cornalina que llevó en otro tiempo sujeta al nudo de seda del calzón!
Al volver en sí, merced a los cuidados de Hayat-Alnefus, Sett Budur cogió la cornalina talismánica y se la llevó a los labios, exhalando un suspiro de felicidad: después, para que las esclavas no se enteraran de su disfraz, las despidió a todas, y dijo a su amiga: "¡He aquí, ¡oh amada mía querida! el talismán causante de que estemos separados mi esposo adorado y yo! ¡Pero así como hé dado con él, pienso volver a encontrar a aquel cuya venida nos llenará de felicidad a ambas!"
Inmediatamente mandó llamar al capitán de la nave, que se le presentó, y besó la tierra entre sus manos, y aguardó que le preguntaran. Entonces Budur le dijo: "¿Puedes decirme, ¡oh capitán! lo que hace en su tierra el amo de los tarros de aceitunas?" El capitán respondió: "Es ayudante de jardinero, y había de embarcarse con sus aceitunas para venir a venderlas aquí, pero no llegó a tiempo al barco". Budur le dijo: "Pues bien; sabe, ¡oh capitán! que al probar las aceitunas, de las cuales las mejores están, efectivamente, rellenas, he descubierto que el que las ha preparado no puede ser más que uno que fué cocinero mío, pues era el único que sabía dar al relleno de alcaparras ese sabor picante y suave a la vez que me gusta infinito. Y ese maldito cocinero se escapó, temiendo que le castigaran por haber perjudicado a un pinche al tratar de acariciarlo de una manera harto dura y poco proporcionada. Por consiguiente, es menester que te des a la vela y me traigas lo antes posible a ese ayudante de jardinero, porque sospecho mucho que sea mi cocinero, autor del desgarrón de su delicado pinche. Y te recompensaré con liberalidad si cumples mis órdenes con gran diligencia; de lo contrario, no te permitiré volver más a mi reino; y como volvieras, te mandaría matar, lo mismo que a los de tu tripulación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 228ª NOCHE
Ella dijo:
"...te mandaría matar, lo mismo que a los de tu tripulación".
Al oír estas palabras, el capitán no pudo contestar más que oyendo y obedeciendo, y a pesar del perjuicio que salida tan forzada pudiera ocasionar a sus mercaderías, supuso que a la vuelta le indemnizaría el rey, y se dió a la vela. Y le permitió Alah una navegación tan feliz, que llegó en pocos días a la ciudad descreída, y desembarcó de noche con los marineros más robustos de su tripulación.
En aquel momento, Kamaralzamán, que había acabado su labor del día, estaba sentado muy triste, y con lágrimas en los ojos recitaba versos sobre la ausencia. Pero al oír llamar a la puerta, se levantó y fué a preguntar: "¿Quién va? El capitán, fingiendo voz cascada, dijo: "¡Un '' pobre de Alah!" Al oír esta súplica, dicha en árabe, Kamaralzamán, cuyo corazón latió de piedad, abrió. Pero inmediatamente fué cogido y agarrotado, y los marineros invadieron el jardín, y al ver los veinte tarros colocados como la primera vez, se apresuraron a cogerlos. Después volvieron todos al barco, y se dieron inmediatamente a la vela.
Entonces el capitán, rodeado por sus hombres, se acercó a Kamaralzamán y le dijo: "¡Ah! ¿Conque eres tú el aficionado a muchachos, que desgarraste al niño en la cocina del rey? ¡Cuando llegue el barco, encontrarás el palo dispuesto a hacerte lo propio, como no prefieras que ahora mismo te ensarten estos mozos continentes!" Y le señaló a los marineros, que se guiñaban el ojo al mirarlo, pues les parecía muy bien disfrutar de aquella ganga.
Al oír tales palabras, Kamaralzamán que aunque libertado de las ataduras desde que llegó a la nave no había dicho palabra, dejándose llevar por el Destino, no pudo soportar tamaña imputación, y exclamó: "¡Me refugio en Alah! ¿No te da vergüenza hablar de ese modo. ¡oh capitán!? ¡Reza por el profeta!" El capitán contestó: "Sean con El y con todos los suyos la bendición de Alah y la plegaria! ¡Pero tú fuiste el que ensartó al chico!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán exclamó otra vez; "¡Me refugio en Alah!" El capitán replicó: "¡Tenga Alah misericordia de nosotros! ¡Nos ponemos bajo su custodia!"
Y Kamaralzamán repuso: "¡Os juro a todos vosotros por la vida del Profeta (¡sean con El la plegaria y la paz!), que no entiendo nada de semejante acusación, y que nunca he puesto los pies en esa isla de Ebano a la cual me lleváis, ni en el palacio de su rey! ¡Rezad por el Profeta, oh buena gente!" Entonces todos replicaron, como se acostumbra: "¡Sea con El la bendición ! "
Pero el capitán replicó: "¿De modo que nunca has sido cocinero ni has ensartado a ningún niño en tu vida?" Kamaralzamán, en el límite de la indignación, escupió al suelo, y gritó: "¡Me refugio en Alah! ¡Haced de mí lo que queráis, pues, por Alah, mi lengua no se volverá a mover para contestar a tales cosas!" Y ya no quiso decir palabra. Entonces el capitán dijo: "Yo cumplo mi deber con entregarte al rey. ¡Si eres inocente, ya te arreglarás como puedas!"
A todo esto, el barco llegó a la isla de Ebano con felicidad. Y el capitán llevó enseguida a Kamaralzamán a palacio, y solicitó ver al rey. Y como le aguardaban, se le introdujo en la sala del trono.
Y Sett Budur, para no delatarse, por interés tanto suyo como de Kamaralzamán, había combinado un plan muy acertado, sobre todo para ser discurrido por una mujer.
Y cuando miró al que el capitán traía, a la primera ojeada conoció a su adorado Kamaralzamán, y se quedó muy pálida y amarilla como el azafrán. Y todos atribuyeron su cambio de color a la ira por el recuerdo a la ensartadura del niño. Ella le miró mucho tiempo sin poder hablar, mientras Kamaralzamán, con su traje viejo de jardinero, había llegado al límite de la confusión y el temblor. Y estaba muy distante de figurarse que se encontraba en presencia de aquella por quien había vertido tantas lágrimas y experimentado tantas penas, zozobras y malos tratos.
Por fin pudo dominarse Sett Budur, y se volvió hacia el capitán, y le dijo: "¡Como premio por tu fidelidad, te quedarás con el dinero que te di por las aceitunas!" El capitán besó la tierra, y dijo: "¿Y los otros veinte tarros de esta última vez que están todavía en el Bollado?" Budur dijo: "Si has traído otros veinte tarros, apresúrate a mandármelos. ¡Y te pagaré mil dinares de oro!" Y le despidió.
Después se volvió hacia Kamaralzamán, que estaba con los ojos bajos, y dijo a los chambelanes: "¡Coged a ese joven y llevadle al hammam...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 230ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Coged a ese, joven y llevadle al hammam! ¡Después le vestiréis suntuosamente, y me lo volveréis a presentar mañana por la mañana, a la primera hora del diwán!" Y lo mandado se ejecutó al momento.
Sett Budur fué a buscar a su amiga Hayat-Alnefus, y le dijo: "¡Amiga mía, nuestro adorado está de vuelta! ¡Por Alah! he combinado un plan admirable para que nuestro encuentro no sea un golpe funesto para el que de jardinero se ve convertido en rey sin transición. Y es un plan que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a los aficionados a instruirse. Y Hayat-Alnefus se puso tan contenta, que se echó en brazos de Sett Budur, y ambas aquella noche fueron muy formales, para prepararse a recibir con toda frescura al amado de su corazón.
Y por la mañana llevaron al diwán a Kamaralzamán, suntuosamente vestido. Y el hammam había devuelto a su rostro todo su resplandor, y el traje ligero y bien ceñido realzaba su cintura fina y sus nalgas montañosas. Y todos los emires, personajes y chambelanes no se sorprendieron al oír al rey decir al gran visir: "¡Darás a este joven cien esclavos para que le sirvan, y le proporcionarás por cuenta del Tesoro emolumentos que sean dignos del cargo que le voy a conferir ahora mismo". Y le nombró visir entre los visires, y le dió tren de casa y caballos, y mulos y camellos, sin contar arcas llenas y armarios. Después se retiró.
Al día siguiente, Sett Budur -siempre bajo la apariencia de rey de la isla de Ebano- mandó comparecer al nuevo visir, y destituyó de su empleo al gran visir, y después nombró a Kamaralzamán gran visir en su lugar; y Kamaralzamán entró enseguida en el Consejo, y la asamblea fué dirigida por su autoridad.
Sin embargo, cuando se levantó la sesión del diwán, Kamaralzamán empezó a reflexionar profundamente, y dijo para sí: "¡Los honores que me otorga este joven monarca y la amistad con que me honra deben tener seguramente algún origen! Pero ¿cuál será? Los marineros me cogieron y trajeron aquí acusado de haber ensartado a un niño cuando suponían que fuese yo un ex cocinero del rey. Y éste, en vez de castigarme, me envía al hammam, y me da un alto cargo y todo lo demás. ¡Oh Kamaralzamán! ¿Cuál puede ser la causa de suceso tan extraño ?"
Reflexionó otro rato, y después exclamó: "¡Por Alah! ¡He dado con la causa; pero sea confundido Eblis! Seguramente este rey, que es muy joven y hermoso, debe de creerme aficionado a muchachos, y sólo me demuestra tanta amabilidad por esto. Pero ¡por Alah! no puedo aceptar semejante función. Y es necesario poner en claro sus proyectos; y si efectivamente pretendiera eso de mí, le devolvería en el acto cuanto me ha dado, y abdicaría mi empleo de gran visir, y me volvería a mi jardín".
Y Kamaralzamán fué inmediatamente a ver al rey, y le dijo: "¡Oh rey afortunado! en verdad que colmaste a tu esclavo de honores y consideraciones que no suelen otorgarse más que a venerables ancianos encanecidos en la sabiduría; y yo no soy más que un joven entre los más jóvenes. ¡De modo que si todo esto no tuviera una causa desconocida, sería el prodigio más inmenso entre los prodigios!"
Oídas estas palabras, Sett Budur sonrió y miró a Kamaralzamán con ojos lánguidos, y le dijo: "Efectivamente, mi hermoso visir, todo eso tiene su causa, y es el cariño que tu belleza ha encendido súbitamente en mi hígado. Pues en verdad que me ha cautivado en extremo tu tez tan delicada y tranquila".
Pero Kamaralzamán dijo: "¡Prolongue Alah los días del rey! Pero tu esclavo tiene una esposa a quien ama, y por la cual llora todas las noches desde una aventura extraña que le alejó de ella. ¡Por eso, oh rey, tu esclavo te pide permiso para irse a viajar después de haber dejado en tus manos los cargos con que has tenido a bien honrarle!"
Pero Sett Budur cogió la mano al joven, y le dijo: "¡Oh mi hermoso visir, siéntate! ¿Por qué vienes a hablarme de viaje y partida? Quédate aquí, junto al que arde por tus ojos y está dispuesto, si quieres compartir su pasión, a hacerte reinar con él en este trono. Porque has de saber que yo también fui nombrado rey a consecuencia del afecto que el rey viejo me manifestó, y de lo amable que para él he sido. Ponte ya al corriente, ¡oh joven gentilísimo ! de las costumbres de este siglo, en el cual la prioridad corresponde de derecho a los seres bellos, y no olvides las acertadas frases de uno de nuestros más exquisitos poetas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 232ª NOCHE
Ella dijo:
"...y no olvides las acertadas frases de uno de nuestros más exquisitos poetas:
¡Nuestro siglo recuerda aquellos tiempos delicados en que vivía el venerable Lot, pariente de Abraham, el amigo de Alah!
¡El anciano Lot tenía una barba cual la sal, que servía de marco a un rostro juvenil, en el cual respiraban las rosas!
¡En su ciudad ardiente, visitada por ángeles, hospedaba a los ángeles, y en cambio daba sus hijas a la muchedumbre!
¡El cielo mismo le libró de su antipática mujer, inmovilizándola al cuajarla en sal fría y sin vida!
¡En verdad os digo que este siglo encantador pertenece a los jóvenes!
Cuando Kamaralzamán oyó estos versos y comprendió su significado, quedóse turbadísimo y se sonrojaron como una ascua sus mejillas; después dijo: "¡Oh rey! tu esclavo te confiesa su falta de afición a esas cosas a las cuales no pudo acostumbrarse. ¡Además, soy harto joven para soportar pesos y medidas que no podría tolerar la espalda de un ganapán viejo!”.
Al oír estas palabras, Sett Budur se echó a reír a carcajadas, y luego dijo a Kamaralzamán: "¡Verdaderamente, oh joven delicioso, no sé por qué te asustas! Oye lo que tengo que decirte respecto al particular: o eres un adolescente o una persona mayor. Si eres lo primero, o no has llegado a la edad de la responsabilidad, nada te podrán echar en cara; pues no deben censurarse ni considerarse con mirada dura y violenta los actos sin importancia de los menores; si tienes una edad responsable, y así me lo parece al oírte discutir con tanto raciocinio, ¿por qué has de vacilar o asustarte ya que eres dueño de
tu cuerpo y puedes dedicarlo al uso que prefieras, y lo que está escrito sucede?
Sobre todo, piensa que yo soy el que debería asustarse, puesto que soy más pequeño que tú; pero yo me aplico estos versos tan perfectos del poeta:
Estando mirándome el niño, mi zib se movió. Entonces exclamó él: "¡Es enorme!" Y yo le dije: "¡Así es fama!"
El replicó: "¡Apresúrate a demostrarme su heroísmo y resistencia!" Pero yo le dije: "¡Eso no es lícito!" El me replicó: "¡Para mi es muy lícito! ¡Apresúrate a manejarlo!" ¡Entonces lo hice pero sólo por obediencia y cortesía!
Cuando Kamaralzamán oyó tales palabras y versos, vió que la luz se convertía en tinieblas delante de sus ojos, y bajó la cabeza, y dijo a Sett Budur: "¡Oh rey lleno de gloria! ¡ tienes en tu palacio muchas jóvenes y esclavas, y vírgenes muy bellas y tales como ningún rey de este tiempo las posee ¡ ¿Por qué has de abandonar todo eso sólo por mí? ¿No sabes que te es lícito hacer con las mujeres cuanto pueda atraer tus deseos o alentar tu curiosidad y provocar tus ensayos?”
Pero Sett Budur sonrió, cerrando a medias los párpados y mirándole de reojo, y después contestó: "¡Nada más cierto que lo que dices, oh mi prudente visir tan hermoso! Pero ¿qué hacer, cuando nuestra afición varía de deseo, cuando nuestros sentidos se afinan o transforman, y cuando cambia la naturaleza de nuestro humor? Pero dejémonos de una discusión que no conduce a nada, y oigamos lo que dicen respecto a eso nuestros poetas más estimados. Escucha algunos de sus versos:
"Uno ha dicho:
¡He aquí los puestos apetitosos en el zoco de los fruteros! ¡Encuentras a un lado, en la bandeja de palma, los higos gordos, de trasero oscuro y simpático! ¡Oh! ¡Pero mira la bandeja grande en el sitio de preferencia! ¡He aquí los frutos del sicomoro, los frutos pequeños, de trasero sonrosado, del sicomoro!
"El segundo ha dicho:
¡Pregunta a la joven por qué, cuando los pechos se le endurecen y el fruto le madura, prefiere el sabor ácido de los limones a las sandías dulces y a las granadas!
"Otro ha dicho:
¡Oh mi única beldad! ¡ oh muchachito! ¡ tu amor es mi fe! ¡Es para mí la religión preferida entre todas las creencias!
¡Por ti he dejado a las mujeres, hasta el punto de que mis amigos han observado esta abstinencia, y han supuesto ¡ignorantes! que me había hecho monje y religioso!
"Otro ha dicho:
¡Oh Zeinab, de pechos morenos, y tú, Hind, de trenzas teñidas con arte! ¿no sabéis por qué hace tanto tiempo que desaparecí?
He encontrado las rosas -las que suelen verse en las mejillas de las jóvenes-, he encontrado esas rosas, no en las mejillas de una joven, ¡oh Zeinab! sino en las posaderas fundamentales y aterciopeladas de mi amigo. ¡He aquí por qué, ¡oh Hind! ya no podrá atraerme nunca tu cabellera teñida, ni tampoco, oh Zeinab, tu jardín arrasado, al cual le falta el vello, ni siquiera tus posaderas, demasiado lisas, que carecen de granulación!
"Otro ha dicho:
Cuida de no hablar mal de ese gamo joven, comparándole sencillamente, porque es imberbe,
con una mujer. Es preciso ser un malvado para decir o pensar semejante cosa. ¡Hay diferencia!
En efecto, cuando te acercas a una mujer, es por delante; y por eso te besa en la cara. Pero el gamo joven, cuando te acercas a él, tiene que encorvarse, y de esa manera ¡figúrate! besa la tierra: ¡Hay diferencia!
"Otro ha dicho:
¡Oh hermoso niño, eras mi esclavo, y te liberté para utilizarte en ataques infecundos! Porque tú, siquiera, no puedes criar huevos en tu seno.
En efecto, ¡qué espantoso sería para mi aproximarme a una mujer virtuosa de anchas caderas! ¡En cuanto la cabalgase, me daría tantos hijos, que no podría contenerlos toda la comarca!
"Otro ha dicho:
Mi esposa me dirigió tantas miradas picarescas y se puso a mover las caderas con tanta elasticidad, que me dejé arrastrar a nuestro lecho; largo tiempo evitado. ¡Pero no pudo lograr que se despertase el querido niño a quien solicitaba!
Entonces me gritó, furiosa: "¡Si no le obligas inmediatamente a endurecerse para cumplir sus deberes y penetrar, no te asombres si mañana, al despertarte, eres cornudo!"
"Otro ha dicho
Generalmente se piden a Alah, mercedes y benefícios levantando los brazos. ¡Pero las mujeres son de otro mode! ¡ Para solicitar los favores de su amante levantan las piernas y los muslos! El ademán es seguramente más meritorio, pues se dirige a sus profundidades!
Por último, otro ha dicho:
¡ Que ingénuas son a veces las mujeres! Como tienen trasero se figuran que nos lo pueden ofrecer en caso necesario, por analogía! ¡He demostrado a una de ellas, cuánto se equivocaba!
Esta joven había venido a buscarme con una vulva en verdad lo más excelente posible. Pero yo le dije: “! No hago esas cosas de tal manera!”
Ella me contestó: “ ! Si, ya lo sé, este siglo abandona la moda antígua! ¡Pero no importa! ¡Estoy al corriente!” ¡Y se volvió y presentó a mis miradas un orificio tan vasto como el abismo del mar!
Pero yo dije: “!Te doy las gracias de veras señora mía, te doy mil gracias! ¡Veo que tu hospitalidad es muy amplia! ¡Y temo perderme en un camino cuya brecha resulta mayor que la de una ciudad tomada por asalto!”
Cuando Kamaralzamán oyó todos aquellos versos, comprendió que no había medio de equivocarse acerca de las intenciones de Sett Budur, a quien seguía tomando por el rey, y vió que no le serviría de nada resistirse más; y por otra parte, también sentía curiosidad de saber a qué atenerse sobre la moda nueva de que hablaba el poeta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 234ª NOCHE
Ella dijo:
. . . a qué atenerse sobre la moda nueva de que hablaba el poeta. De modo que repuso: "¡Oh rey del siglo! ¡ya que tienes tanto empeño, prométeme que no haremos eso juntos más que una vez! ¡Y si consiento, sabe que es para tratar de demostrarte en seguida que es preferible volver a la moda antigua! De todos modos, por mi parte, deseo que me prometas formalmente que nunca me pedirás la repetición de este acto, cuyo perdón pido por anticipado a Alah el Clemente sin limites".
Y Sett Budur exclamó: "¡Te lo prometo formalmente! ¡Y yo también quiero pedir remisión a Alah misericordioso, cuya bondad carece de límites, para que nos haga salir de las tinieblas del error a la luz de la verdadera sabiduría!"
Después añadió:
"¡Pero en verdad, hay que hacerlo sin remedio, aunque no sea más que una vez, para dar la razón al poeta que dice:
¡ La gente, oh amigo mío, nos acusa de cosas que nos son desconocidas, y dice de nosotros todo lo malo que piensa!
¡ Ven amigo! ¡ Seamos lo bastante generosos para dar la razón a nuestros enemigos, y ya que sospechan una cosa, hagamosla siquiera uan vez! ¡ Después nos arrepentiremos, si te parece! ¡Ven amigo dócil, a trabajar conmigo para dejar en paz la conciencia de nuestros acusadores!
Y Sett Budur se levantó velozmente, y lo arrastró hacia los anchos colchones tendidos en la alfombra, mientras él trataba de defenderse algo y meneaba la cabeza con aspecto resignado, suspirando: "¡No hay recurso más que en Alah! ¡Todo ocurre por orden suya!" Y como Sett Budur le hostigaba impacientemente para que se diera prisa, se quitó los anchos calzones bombachas, después el calzón de hilo; y se vió derribado de pronto encima de los colchones por el rey, que se tendió junto a él y le cogió en brazos!"
Y le echó las dos piernas alrededor de los muslos, y le dijo: "¡Oh, dame la mano, pónmela entre los muslos para despertar a este niño y obligarlo a levantarse, porque lleva mucho tiempo dormido!" Y Kamaralzamán, algo cortado, le dijo: "¡No me atrevo!" El rey le dijo: "¡Voy a ayudarte!" Y le cogió la mano y se la paseó por entre los muslos.
Entonces Kamaralzamán notó que el contacto con los muslos del rey era muy delicioso, y más dulce que el tocar manteca, y más suave que el tocar seda. Y aquello le agradó mucho, y le incitó a explorar solo lo de arriba y lo de abajo, hasta que su mano llegó a una cúpula que encontró muy movediza y verdaderamente llena de bendición. Pero por más que buscó por todas partes, no pudo encontrar el alminar. Y dijo para sí: "¡Oh Alah, qué misteriosas son tus obras! ¿Cómo podrá haber una cúpula sin alminar? Después pensó: "Es probable que este rey encantador no sea hombre ni mujer, sino un eunuco blanco. ¡Eso resultaría mucho menos interesante!" Y le dijo al rey: "¡Oh, rey, no sé, pero no encuentro al niño!"
Al oír estas palabras, a Sett Budur le dió tal acceso de risa, que le faltó poco para desmayarse...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer mañana, y discreta como siempre, se calló.
PERO CUANDO LLEGO LA 235ª NOCHE
Ella dijo:
... a Sett Budur le dió tal acceso de risa, que le faltó poco para desmayarse. Después se puso
seria de repente, y recobró su antigua voz, dulce y tan cantora, y dijo a Kamaralzamán: "¡Oh esposo amadísimo qué pronto has olvidado nuestras hermosas noches pasadas!" y se levantó rápidamente, y tirando a lo lejos el traje y el turbante con que estaba disfrazada, apareció completamente desnuda, suelta la cabellera lo largo de la espalda.
Al ver aquello, Kamaralzamán conoció a su esposa Budur, hija rey Ghayur, señor de El-Budur y de El-Kussur. Y la besó, y ella le besó, y la estrechó, y ella le estrechó, y después, ambos llorando de alegría, se confundieron en besos encima del diván.
Y ella, entre otros mil, le recitó estos versos:
¡He aquí a mi amado! ¡Es el bailarín de cuerpo armonioso! ¡ miradle cuando avanza con pie flexible y ligero!
¡Hele aquí! ¡No creáis que sus piernas se quejen del peso enorme que las precede, y que constituiría una buena carga para un camello!
¡He aquí a mi amdo! ¡ Como alfombra tendí por su camino las flores de mis mejillas, ¡oh dicha mía! ¡ Y el polvo de sus suelas fue un bálsamo bienhechor para mis ojos!
¡En el rostro de mi amado, ¡oh hijas de Arabia! vi bailar a la aurora! ¿Cómo olvidar sus encantos y su dulzura... ?
Después de lo cual, la reina Budur contó a Kamaralzamán cuanto le había ocurrido desde el principio hasta el fin. Lo mismo hizo él, y después la reconvino, y le dijo: "¡Es realmente una enormidad lo que has hecho conmigo esta noche!" Ella contestó: "¡Por Alah! ¡No era más que una broma!" Enseguida siguieron sus retozos entre muslos y brazos hasta que amaneció.
Entonces la reina Budur se juntó con el rey Armanos, padre de Hayat-Alnefus, le contó la verdad de su historia, y le reveló que su hija, la joven Hayat-Alnefus, era todavía tan completamente virgen como antes.
Cuando el rey Armanos, dueño de la isla de Ebano, oyó estas palabras de Sett Budur, hija del rey Ghayur, se maravilló hasta el límite del asombro, y mandó que historia tan prodigiosa se escribiera con letras de oro sobre pergaminos ilustres. Después se volvió hacia Kamaralzamán y le preguntó: "¡Oh hijo del rey Scrahramán! ¿quieres entrar en mi parentela aceptando como segunda esposa a mi hija Hayat-Alnefus, que está aún intacta de toda sacudida?"
Kamaralzamán contestó: "Antes tengo que consultar con mi esposa Sett Budur, a quien debo respeto y amor". Y se volvió hacia la reina Budur, y le preguntó: "¿Puedo contar con tu consentimiento para tomar a Hayat-Alnefus como segunda esposa?" Budur contestó: "¡Sí, por cierto; pues yo misma te la he reservado para festejar tu regreso! ¡Y me contentaré con ocupar el segundo puesto, pues debo mucha gratitud a Hayat-Alnefus por sus amabilidades y su hospitalidad!"
Entonces Kamaralzamán se volvió hacia el rey Armanos, y le dijo: "Mi esposa Sett Budur me ha contestado aceptando lo propuesto, y diciéndome que en caso necesario se daría por muy contenta con ser esclava de Hayat-Alnefus!"
Al oír estas palabras, el rey Armanos se regocijó hasta el límite del regocijo, y fué a sentarse para aquel caso en el trono de justicia, y mandó reunir a todos los emires, visires, chambelanes y notables del reino, y les contó la historia de Kamaralzamán y de su esposa Sett Budur, desde el principio hasta el fin. Luego les comunicó su proyecto de dar a Hayat-Alnefus por segunda esposa a Kamaralzamán, y nombrarle al mismo tiempo rey de la isla de Ebano en lugar de su esposa la reina Budur. Y todos besaron la tierra entre sus manos, y respondieron: "¡Desde el momento en que Kamaralzamán es el esposo de Sett Budur, que ha reinado antes en este trono le aceptamos con júbilo por nuestro rey, y nos consideramos dichosos con ser sus esclavos fieles!"
Después de estas palabras, el rey Armanos se entusiasmó hasta el límite más extremo del entusiasmo, e inmediatamente mandó llamar a los kadíes, testigos y jefes principales, y extender el contrato de boda de Kamaralzamán con Hayat-Alnefus. Y se sacrificaron millares de reses para los pobres y desgraciados, hubo liberalidad para todo el pueblo y todo el ejército. Y no quedó nadie en el reino que no deseara larga vida y felicidad para el rey Kamaralzamán y sus dos esposas Sett Budur y Hayat-Alnefus.
Y Kamaralzamán, a su vez, alardeó de tanta justicia al gobernar su reino como al contentar
a sus dos esposas, pues pasaba una noche con cada una, alternativamente.
En cuanto a Sett Budur y a Hayat-Alnefus, vivieron siempre en perfecta armonía, dando las noches a su esposo, pero disfrutando juntas durante las horas del día.
Tras de lo cual, Kamaralzamán despachó correos a su padre, el rey Schahramán, para comunicarle todos aquellos felices sucesos y decirle que pensaba ir a verle en cuanto hubiera reconquistado una ciudad a orillas del mar que los infieles habían arrebatado a los musulmanes. Mientras tanto, la reina Budur y la reina Hayat-Alnefus, fecundadas por Kamaralzamán, dieron cada una a su esposo un hijo varón, hermoso como la luna. ¡Y todos vivieron con perfecta felicidad hasta el fin de sus días! Y tal es la historia maravillosa de Kamaralzamán y la princesa Budur.
Y Schehrazada, sonriendo, se calló.
Pero la pequeña Doniazada, la de las mejillas siempre blancas, se había puesto muy colorada, sobre todo al acabarse la historia, y los ojos se le habían agrandado de placer, de curiosidad y también de confusión, y había acabado por taparse la cara con las dos manos, pero mirando al través.
Y mientras Schehrazada, para rehacerse la voz, se mojaba los labios en una copa de cocimiento helado de pasas, Doniazada, palmoteando, exclamó: "¡Oh hermana, qué lástima que una historia tan maravillosa se acabe tan pronto! ¡Es la primera de ese género que oigo de tus labios! ¡Y no sé por qué me pongo tan colorada!"
Y Schehrazada, después de beber un sorbo, sonrió a su hermana con el rabillo del ojo, y le dijo: "Pues ¿qué será cuando hayas oído la Historia de Grano-de-Belleza... ? Pero primero te he de contar la agradable Historia de Feliz-Bello y Feliz-Bella".
Oídas estas palabras, Doniazada saltó de alegría y emoción, y exclamó: "¡Oh hermana, por favor! ¡Antes de empezar la historia de Feliz-Bello y Feliz-Bella, cuyos nombres ya me complacen infinito, dime quién es Grano-de-Belleza!"
Y Schehrazada respondió: "¡Querida mía, Grano-de-Belleza es un joven!"
Entonces el rey Schahriar, cuya tristeza había desaparecido a las primeras palabras de la historia de Sett Budur, que oyó entera con gran atención, dijo: "¡Oh Schehrazada! he de confesarte que la historia de Budur me ha encantado y regocijado, y además me ha incitado a enterarme mejor de esa moda nueva de la cual hablaba Sett Budur en prosa y verso. De modo que si en las historias que nos prometes se explica esa moda con otros pormenores desconocidos para mí, puedes empezar enseguida.
Pero en este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, se calló.
Y el rey Schahriar dijo para sí: "¡Por Alah! ¡ no la mataré hasta que haya oído otros detalles sobre la moda nueva, que hasta ahora encuentro llena de oscuridad y complicaciones!"
Doniazada dijo: "¡Oh Schehrazada, hermana mía, te ruego que empieces!"
Y Schehrazada sonrió a su hermana, y después volviéndose hacia el rey Schahriar, le dijo
HISTORIA DE FELIZ-BELLO Y FELIZ-BELLA