HISTORIA DE ABDALAH DE LA TIERRA Y DE ABDALAH DEL MAR
Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
Se cuenta -¡pero Alah es más sabio!- que había un hombre, pescador de oficio, que se llamaba Abdalah. Y el tal pescador tenía que mantener a sus nueve hijos y a la madre, y era pobre, muy pobre, hasta el extremo de que por toda hacienda no tenía más que su red. Y esta red le servía de tienda y con ella se ganaba el pan y era la única puerta por la que entraban recursos en su casa. Tenía costumbre de ir todos los días a pescar en el mar; y si pescaba poco lo vendía y se gastaba la ganancia con sus hijos, según lo que le hubiera concedido el Retribuidor; pero si pescaba mucho, con el dinero de la ganancia hacía que su esposa cocinase una comida excelente, y compraba frutas y se lo gastaba todo con la familia, sin escatimar ni economizar, hasta que no le quedaba nada entre las manos; porque se decía: "¡Mañana nos vendrá el pan de mañana!" Y así vivía al día, sin anticiparse al destino del día siguiente.
Pero un día su esposa parió al décimo varón, pues merced a la bendición, los otros nueve eran también varones. Y aquel día precisamente no había en absoluto nada que comer en la pobre casa del pescador Abdalah. Y dijo la mujer al marido: "¡Oh mi amo, la casa tiene un habitante más, y todavía no ha llegado el pan del día! ¿No vas a buscarnos algo para sostenernos en este momento penoso?" El contestó: "¡Ahora voy a salir, confiándome a la voluntad de Alah, e iré a pescar en el mar, arrojando mi red a la salud de ese niño recién nacido, para juzgar así de su suerte futura!" La mujer le dijo: "¡Pon tu confianza en Alah!" Y el pescador Abdalah se echó
al hombro su red y se fué al mar ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGÓ LA 506ª NOCHE
Ella dijo:
". ..Y el pescador Abdalah se echó al hombro su red y se fué al mar. Y arrojó al agua la red a la salud del recién nacido, y dijo: "¡Oh Dios mío, haz que su vida sea fácil y no difícil, abundante y no insuficiente!" Y tras de haber esperado un momento, sacó la red y la encontró llena de basura, de arena, de casquijo y de hierbas marinas, ¡pero no vió absolutamente ni la huella de un pez grande o pequeño! Entonces se asombró y se le entristeció el alma, y dijo: "¿Habrá creado Alah a ese recién nacido para no adjudicarle ninguna hacienda ni ninguna provisión? ¡Eso no puede ser, no podrá ser nunca! ¡Porque Quien ha formado las mandíbulas del hombre y le ha trazado dos labios en la boca, no lo hizo en vano, y ha cargado con la responsabilidad de subvenir a sus necesidades, porque es el Previsor, el Generoso. ¡Exaltado sea!" Luego se cargó al hombre su red y fué a echarla al mar en otro sitio. Y esperó un buen rato y la sacó con mucho trabajo, porque pesaba mucho. Y encontró en ella un burro muerto, todo hinchado y exhalando un hedor espantoso. Y el pescador sintió que las náuseas le invadían el alma; y se apresuró a desembarazar de aquel burro muerto su red y alejarse hacia otro sitio lo más de prisa que pudo, diciendo: "¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Glorioso, el Altísimo! ¡Toda la mala suerte que tengo es por culpa de mi maldita mujer! Cuántas veces no la habré dicho: "El agua no se hizo para mí, y es preciso que busque en otra parte nuestra subsistencia ¡Yo no puedo ya con este oficio! ¡No, en verdad que no puedo más! ¡Déjame, pues, ¡oh mujer! que ejerza otro oficio que el de pescador! Y le he repetido estas palabras hasta hartarme. Y ella me contestaba siempre: "¡Alah-Karim! ¡Alah-Karim! ¡Su generosidad es ilimitada! No te desesperes, ¡oh padre de tus hijos!" ¿Y es ésta toda la generosidad de Alah? ¿Será ese burro muerto la hacienda destinada al pobre recién nacido, o lo será el casquijo y la arena recogidos?"
Y el pescador Abdalah permaneció inmóvil largo tiempo, presa de una pena muy profunda. Luego acabó por decidirse a arrojar su red al mar una vez más todavía, pidiendo a Alah perdón por las palabras que acababa de pronunciar impensadamente, y dijo: "Se favorable a mi pesca, ¡oh Tú el Retribuidor que dispensas a tus criaturas las mercedes y los beneficios, y marcas su destino de antemano! ¡Y sé favorable a ese niño recién nacido, y te prometo que un día será un santón consagrado a tu exclusivo servicio!" Luego se dijo: "¡Quisiera pescar aunque no fuese más que un solo pez para llevárselo a mi bienhechor el panadero, que en los días negros, cuando me veía parado delante de su tienda husmeando desde afuera el olor del pan caliente, me hacía con la mano señas para que me acercara y me daba generosamente lo que necesitaba para los nueve y la madre!"
Cuando hubo echado por tercera vez su red, Abdalah estuvo esperando mucho tiempo y se dispuso luego a retirarla. Pero como la red pesaba todavía más que las otras veces y su peso era completamente extraordinario, le costó un trabajo infinito sacarla hasta la orilla: y sólo hubo de conseguirlo después de hacerse sangre en las manos a fuerza de tirar de las cuerdas. Y en el límite de la estupefacción, se encontró entonces apresado entre las mallas de la red un ser humano, un Adamita semejante a todos los Ibu-Adam, con la sola diferencia de que su cuerpo terminaba en cola de pez; pero, aparte de eso, tenía cabeza, cara, barba, tronco y brazos, como un hombre de la tierra.
Al ver aquello, el pescador Abdalah no dudó un instante de que se hallaba en presencia de un efrit entre los efrits rebeldes a las órdenes de nuestro señor Soleimán Ibn-Daúd, que fueron encerrados en vasos de cobre rojo y arrojados al mar. Y se dijo: "¡Sin duda es uno de ellos! ¡Merced al desgaste del metal por el agua y los años, ha podido salir del vaso sellado y agarrarse a mi red!" Y lanzando gritos de terror y levantándose el traje hasta más arriba de las rodillas, el pescador echó a correr por la playa, huyendo hasta quedarse sin respiración, y aullando: "¡Amán!
¡Amán! ¡Misericordia! ¡oh efrit de Soleimán!"
Pero desde dentro de la red le gritó el Adamita: "Ven, ¡oh pescador! ¡No huyas de mí! ¡Porque soy un ser humano como tú, y no un mared o un efrit! ¡Te recompensaré espléndidamente! ¡Y Alah te lo tendrá en cuenta el día del Juicio!" Al oír estas palabras, se calmó el corazón del pescador; y dejó de huir y volvió hacia su red, pero a pasos lentos, avanzando con una pierna y retrocediendo con la otra. Y dijo al Adamita cogido en la red: "¿No eres, entonces, un genni entre los genn . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 507ª NOCHE
Ella dijo:
"¿ ... No eres, entonces, un genni entre los genn?" El otro contestó: "¡No, por cierto! ¡Soy un hermano que cree en Alah y en su enviado!" Abdalah preguntó: "Pues entonces, ¿quién te ha tirado al mar?" El otro dijo: "¡No me ha tirado nadie al mar, pues he nacido en él! Porque soy un hijo entre los hijos del mar. Somos, en efecto, pueblos numerosos los que habitamos las profundidades marítimas. Y respiramos y vivimos en el agua como vosotros en la tierra y los pájaros en el aire. Y todos somos creyentes en Alah y en su Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) y somos buenos y caritativos con nuestros hermanos los hombres que habitan en la superficie de la tierra, ¡porque obedecemos a los mandatos de Alah y a los preceptos del Libro!" Luego añadió: "Por otra parte, si yo fuese un genni o un efrit malhechor, ¿no hubiera hecho trizas ya tu red en vez de rogarte que vinieras en mi ayuda para salir sin estropeártela, puesto que con ella te ganas el pan y es la única puerta por donde entran recursos en tu casa?" Al oír estas palabras tranquilizadoras, Abdalah sintió que se disipaban sus últimas dudas y sus últimos temores, y cuando se inclinaba para ayudar al habitante del mar a salir de la red, éste le dijo aún: "¡Oh pescador! el Destino quiso para bien tuyo mi captura. Me paseaba yo, en efecto, por las aguas, cuando cayó encima de mí tu red y me apresó en sus mallas. ¡Deseo, pues, labrar tu dicha y la de los tuyos! ¿Quieres que hagamos un pacto por el cual se comprometa cada uno de nosotros a ser amigo del otro y hacerle regalos y a recibir de él otros en cambio? Así, tú, por ejemplo, vendrás todos los días a buscarme aquí y a traerme una provisión de los frutos de la tierra que crecen entre vosotros: uvas, higos, sandías, melones, albérchigos, ciruelas, granadas, plátanos, dátiles y otros más. Y lo aceptaré de ti todo con extremado gusto. Y te daré a mi vez de los frutos del mar que crecen en las profundidades que habitamos nosotros: coral, perlas, crisólitos, aguamarinas, esmeraldas, zafiros, rubíes, metales preciosos y todas las gemas y pedrerías del mar. ¡Y con ellas te llenaré cada vez el cesto de frutas que me traigas! ¿Aceptas?"
Al oír estas palabras, exclamó el pescador, que ya no se tenía más que con una pierna de tanta alegría y entusiasmo como le causaba aquella enumeración espléndida: `¡Ya Alah! ¿Y quién no aceptaría?"
Luego dijo: "Bueno, ¡pero ante todo sea con nosotros la Fatiha para rellenar nuestro pacto!" Y el habitante del mar accedió. Y recitaron ambos en voz alta la Fatiha liminar del Korán. E inmediatamente Abdalah el pescador libertó de la red al habitante del mar.
Entonces preguntó el pescador a su amigo marítimo: "¿Cómo te llamas?" El otro contestó: "Me llamo Abdalah. Así es que, cuando vengas aquí todas las mañanas, el día en que por casualidad no me veas, no tendrás más que gritar: "¡Ya Abdalah! ¡oh marítimo!" Y te oiré al instante, y verás cómo aparezco fuera del agua". Luego le preguntó: "¿Y cómo te llamas tú, hermano mío?" El pescador contestó: "¡Me llamo también Abdalah, como tú!"
Entonces exclamó el marítimo: "¡Tú eres Abdalah de la Tierra y yo soy Abdalah del Mar! Y he aquí que seremos dos veces hermanos, por nuestro nombre y por nuestra amistad. ¡Espérame, pues, aquí un instante, ¡oh amigo mío! nada más que el tiempo necesario para sumergirme y volver con el primer regalo marítimo!" Y Abdalah de la Tierra contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto Abdalah del Mar saltó desde la orilla al agua y desapareció a la vista del pescador. Al cabo de cierto tiempo, al no ver Abdalah de la Tierra aparecer al marino, se arrepintió mucho de haberle libertado de la red, y dijo para sí: ¿Acaso sé si va a volver? Sin duda se ha reído de mí y me ha dicho todo eso para que le deje en libertad. ¡Ah! ¿por qué no lo capturé? ¡Así hubiera podido exhibirle a los habitantes de la ciudad y ganar mucho dinero! Y también le hubiera transportado a las casas de la gente rica, que no quiere molestarse, para enseñársele a domicilio. ¡Y me habrían retribuido espléndidamente!" Y de este modo continuó lamentándose con el alma, y diciéndose: "Se te fué de entre las manos la pesca, ¡oh pescador... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 508ª NOCHE
Ella dijo:
"... Se te fué de entre las manos la pesca, ¡oh pescador!" Pero en aquel mismo instante el marítimo apareció fuera del agua llevando una cosa encima de la cabeza, y fué a situarse en la orilla al lado del terrestre. Y tenía el marítimo las dos manos llenas de perlas, de coral, de esmeraldas, de jacintos, de rubíes y de toda clase de pedrerías. Y se lo ofreció todo al pescador, y le dijo: "Toma esto, ¡oh hermano mío Abdalah! y dispénsame por lo poco que es. Porque por ahora no tengo un cesto para llenártelo; pero la próxima vez me traerás uno, y te lo devolveré lleno de estos frutos del mar". Al ver aquellas gemas preciosas, el pescador se regocijó extremadamente. Y las tomó, y después de hacerlas correr por entre sus dedos maravillándose, se las guardó en el seno. Y le dijo el marítimo: "¡No te olvides de nuestro pacto! Y ven aquí todas las mañanas antes de salir el sol!" Y se despidió de él y se hundió en el mar.
En cuanto al pescador, volvió a la ciudad transportado de alegría, y lo primero que hizo fué pasar por la tienda del panadero que le había favorecido en los días negros, y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¡por fin la buena suerte y la fortuna se han puesto en nuestro camino! Te ruego que me des la cuenta de todo lo que te debo". El panadero contestó: "¿La cuenta? ¿Y para qué? ¿Hay necesidad de eso entre nosotros? ¡Pero si verdaderamente tienes dinero de sobra, dame lo que puedas! ¡Y si no tienes nada, toma todos los panes que necesites para alimentar a tu familia, y en cuanto a pagarme espera a que la prosperidad resida en tu casa definitivamente!"
El pescador dijo: "¡Oh amigo mío! ¡la prosperidad se ha instalado sólidamente en mi casa, trayéndola la buena sombra de mi recién nacido y la bondad y munificencia de Alah! ¡Y cuanto pueda darte será poco en comparación de lo que hiciste por mí cuando me agarrotaba la miseria! ¡Pero toma esto por el pronto!" Y se metió la mano en el seno y sacó un puñado de pedrerías tan grande, que apenas se quedó para sí con la mitad de lo que le había dado el marítimo. Y se lo dió al panadero, diciéndole: "Sólo te pido que me prestes algún dinero hasta que yo venda en el zoco estas gemas del mar". Y estupefacto por lo que veía y recibía, el panadero vació su cajón entre las manos del pescador y quiso llevarle él mismo hasta su casa la carga de pan necesaria para la familia. Y le dijo: "¡Soy tu esclavo y tu servidor!"
Y quieras que no, se cargó a la cabeza la banasta de panes y echó a andar detrás del pescador, hasta la casa de éste, donde dejó la banasta. Y se marchó después de besarle las manos. En cuanto al pescador, entregó a la madre de sus hijos la banasta de panes y luego se fué a comprarles carne de cordero, pollos, verduras y frutas. E hizo que su esposa guisara una comida extraordinaria aquella noche. Y comió admirablemente con sus hijos y su esposa, regocijándose hasta el límite del regocijo con la llegada de aquel recién nacido que llevaba consigo la fortuna y la dicha.
Tras de lo cual Abdalah contó a su esposa cuanto le había acaecido y cómo terminó la pesca con la captura de Abdalah del Mar, y toda la aventura, en fin, con sus menores detalles. Y acabó por ponerle en las manos lo que le quedaba del regalo precioso de su amigo el habitante del mar. Y su esposa se alegró de todo aquello; pero le dijo: "¡Guarda bien el secreto de esa aventura, porque si no lo haces, corres peligro de que el gobierno te ponga obstáculos". Y contestó el pescador: "¡Claro que se lo ocultaré a todo el mundo, excepto al panadero! ¡Porque aunque por lo general deba ocultarse la dicha, no puedo hacer de mi dicha un misterio para mi primer
bienhechor!"
Al día siguiente, Abdalah el pescador fué muy temprano, con un cesto lleno de hermosas frutas de todas las especies y todos los colores; a la orilla del mar, adonde llegó antes de salir el sol. Y dejó su cesto en la arena de la playa, y como no divisaba a Abdalah, dió una palmada gritando: "¿Dónde estás, ¡oh Abdalah del Mar!?" Y al instante contestó desde el fondo de las olas una voz marina: "Heme aquí, ¡oh Abdalah de la Tierra! ¡Heme aquí a tus órdenes!" Y el habitante del mar salió del agua y se acercó a la orilla. Y después de las zalemas y de los votos, el pescador le ofreció el cesto de frutas. Y lo cogió el marítimo, dándole las gracias, y se sumergió en el fondo del mar. Mas algunos instantes después reapareció llevando en sus brazos el cesto sin frutas, pero cargado de esmeraldas, de aguamarinas y de todas las gemas y productos marinos. Y tras de despedirse de su amigo, el pescador se cargó a la cabeza el cesto y emprendió el camino de la ciudad, pasando por delante del horno del panadero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 509ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y tras de despedirse de su amigo, el pescador se cargó a la cabeza el cesto y emprendió el camino de la ciudad, pasando por delante del horno del panadero. Y dijo a su antiguo bienhechor: "¡La paz sea contigo!, ¡oh padre de manos abiertas!" El otro contestó: "Y contigo la paz, las gracias de Alah y sus bendiciones, ¡oh rostro de buen augurio! ¡Acabo de mandar a tu casa una bandeja con cuarenta pasteles que he cocido especialmente para ti y en cuya pasta no economicé la manteca clarificada, la canela, el cardamomo, la nuez moscada, la cúrcuma, la artemisa, el anís y el hinojo!" Y el pescador metió la mano en el cesto, del cual salían mil resplandores fulgurantes; cogió tres grandes puñados de pedrerías y se los entregó. Prosiguió luego su camino y llegó a su casa. Y allí dejó su cesto, escogió la piedra más hermosa de cada especie y de cada color, lo puso todo en un pedazo de tela y se fué al zoco de los joyeros. Y se paró ante la tienda del jeique de los joyeros, le mostró las maravillosas pedrerías, y le dijo: "¿Me las quieres comprar?" El jeique de los joyeros miró al pescador con ojos llenos de desconfianza, y le preguntó: "¿Tienes más?" El pescador contestó: "En casa tengo un cesto lleno". El otro preguntó: "¿Y dónde está tu casa?" El pescador contestó: "Como casa, ¡por Alah que no la tengo! sino sencillamente una choza de tablas podridas, que está situada al extremo de cierta calle junto al zoco del pescado". Al oír estas palabras del pescador, el joyero gritó a sus dependientes: "¡Detenedle! ¡Es el ladrón a quien se acusa de haber robado las alhajas de la reina, la esposa del sultán!" Y les ordenó que le administraran una paliza. Y le rodearon todos los joyeros y mercaderes y le injuriaron. Y decían unos: "¡Sin duda fué él quien robó en el mes último la tienda del hadj Hassán!" Y decían otros: "¡También fué este miserable quien limpió cierta tienda!" Y cada cual contaba la historia de un robo cuyo autor no fué habido, ¡y se lo atribuía al pescador! Y durante todo aquel tiempo, el pescador guardaba silencio y no hacía ningún gesto para negar. Y después que hubo recibido la paliza preliminar dejó que le arrastrara a presencia del rey el jeique joyero, que quería obligarle a declarar sus crímenes y hacer que le colgaran a la puerta de palacio.
Llegados que fueron al diwán, el jeique de los joyeros dijo al rey: "¡Oh rey del tiempo! cuando desapareció el collar de la reina, mandaste que nos avisaran y nos encargaste que buscáramos al culpable. ¡Hicimos todo lo posible para lograrlo, y con la ayuda de Alah, lo hemos conseguido! ¡He aquí entre tus manos al culpable y las pedrerías que le hemos encontrado encima!"
Y dijo el rey al jefe de los eunucos: "Toma esas pedrerías y vé a enseñárselas a tu ama. ¡Y pregúntale si son las mismas piedras del collar que ha perdido!" Y el jefe de los eunucos fué en busca de la reina, y poniendo ante ella las gemas espléndidas, le preguntó: "¿Son éstas ¡oh mi ama! las piedras del collar?"
Al ver aquellas pedrerías, la reina llegó al límite de la maravilla, y contestó al eunuco: "¡Ni por asomo! Mi collar lo encontré en el cofrecillo. En cuanto a esas pedrerías, ¡son mucho más hermosas que las mías y no tienen par en el mundo! Vé, pues ¡ oh Massrur ! a decir al rey que compre esas piedras para hacer con ellas un collar a nuestra hija Prosperidad, que ya está en edad de casarse.
Cuando se enteró el rey por el eunuco de la respuesta de la reina, se enfureció en extremo con el jeique de los joyeros que así acababa de detener y maltratar a un inocente; ¡y le maldijo con todas las maldiciones de Aad y de Thammud! Y contestó, temblando mucho, el jeique de los joyeros: "¡Oh rey del tiempo! sabíamos que este hombre era un pescador, un pobre; y al verle con estas pedrerías y enterarnos de que en su casa aun tenía un cesto lleno de ellas, nos pareció que era demasiada fortuna para que la hubiese podido adquirir por medios lícitos un pobre!"
Al oír estas palabras, aumentó más todavía la cólera del rey, que gritó al jeique de los joyeros y a sus compañeros: "¡Oh plebeyos impuros! ¡oh herejes de mala fe, almas vulgares! ¿es que no sabéis que para el destino del verdadero creyente no hay fortuna imposible, por inesperada y maravillosa que sea? ¡Ah malvados! Y os apresuráis así a condenar a este pobre, sin oírle ni examinar sus circunstancias con el falso pretexto de que esa fortuna es demasiado cuantiosa para él! ¡Y le motejáis de ladrón, y le deshonráis entre sus semejantes! ¡Y ni por un instante se os ocurre pensar que nunca obra con parsimonia Alah el Exaltado cuando distribuye sus favores! ¿Acaso conocéis la capacidad de abundancia de los manantiales infinitos de que extrae sus beneficios el Altísimo, ¡oh estúpidos ignorantes! para juzgar así, con arreglo a vuestros cálculos mezquinos de criaturas de barro, el total de pesas puestas en la balanza de un destino dichoso? ¡Idos, miserables! ¡Alejaos de mi presencia! ¡Y pluguiera a Alah privaros de sus bendiciones para siempre!"
Y los expulsó ignominiosamente. ¡Y esto en cuanto a ellos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 510ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y los expulsó ignominiosamente. ¡Y esto en cuanto a ellos!
¡He aquí ahora lo referente a Abdalah!
Encaróse el rey con él, y antes de hacerle la menor pregunta, le dijo: "¡Oh pobre, que Alah te bendiga con los dones que te hizo! ¡La seguridad está contigo! ¡Yo soy quien te la da!" Luego añadió: "¿Quieres contarme ahora la verdad y decirme cómo han llegado a ti esas pedrerías, tan hermosas, que ningún rey de la tierra las posee parecidas?" El pescador contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡todavía tengo en casa lleno de esas pedrerías un cesto de pesca! ¡Es un regalo de mi amigo Abdalah del Mar!" ¡Y contó al rey toda su aventura con el marítimo, sin omitir un detalle! Pero no hay utilidad en repetirla.
Luego añadió: "¡Porque hice con él un pacto sellado con la recitación de la Fatiha del Korán! Y por ese pacto me he comprometido a llevarle todas las mañanas por la aurora un cesto lleno de frutos de la tierra; y él se ha comprometido a llenarme el cesto con frutos del mar, como son estas pedrerías que ves".
Al oír del pescador semejantes palabras, el rey maravillóse de la generosidad del Donador para con sus creyentes; y dijo:
"¡Oh pescador, era tu destino! ¡Pero déjame decirte que la riqueza exige que se la proteja, y que el rico debe tener una categoría alta! ¡Quiero ponerte, pues, bajo mi protección mientras dure mi vida, y hasta hacer algo más! Porque no puedo responder del porvenir, y no sé la suerte que te reservará mi sucesor si muero o se me desposee del trono. Posible es que te mate por codicia y por amor a los bienes de este mundo. Quiero, pues, ponerte a salvo de las vicisitudes de la suerte mientras viva yo. ¡Y el medio mejor creo que es casarte con mi hija Prosperidad, que es una joven púber, y nombrarte mi gran visir, legándote así directamente el trono antes de mi muerte!" Y contestó el pescador: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces llamó el rey a los esclavos, y les dijo: "¡Conducid al hammam a éste, que es
vuestro amo!" Y los esclavos condujeron al pescador al hammam del palacio y le bañaron cuidadosamente y le vistieron con vestiduras reales, y le llevaron de nuevo a presencia del rey, que le nombró inmediatamente gran visir. Y le dió las instrucciones precisas para su nuevo cargo, y Abdalah contestó: "¡Tus advertencias ¡oh rey! son mi norma de conducta, y tu benevolencia es la sombra en que me cobijo!"
Despachó luego el rey para la casa del pescador correos y guardias numerosos con tañedores de pífano, de clarinete, de címbalos, de bombo y de flauta, y mujeres expertas en el arte de la vestimenta y de los atavíos, con encargo de vestir y ataviar a la mujer del pescador y a sus diez hijos, colocándoles en un palanquín llevado por veinte, negros y conduciéndoles al palacio acompañados por un cortejo espléndido y con músicos. Y se ejecutaron sus órdenes; y se colocó en un suntuoso palanquín a la esposa del pescador, que llevaba al pecho a su recién nacido y a sus otros nueve hijos; y precedida por el cortejo de guardias y músicos, y acompañada por las mujeres puestas a su servicio y por las esposas de emires y notables, se la condujo a palacio, donde estaba esperándola la reina, que la recibió con agasajos infinitos, mientras el rey recibía a los hijos y se los sentaba por turno en las rodillas y les acariciaba paternalmente, con tanto gusto como si fueran sus propios hijos. Y por su parte, la reina quiso demostrar su afecto a la esposa del nuevo gran visir, y la puso al frente de todas las mujeres del harem, nombrándola gran visira de sus dependencias.
Tras de lo cual el rey, que tenía por única hija a Prosperidad, se apresuró a mantener su promesa, concediéndosela en matrimonio, como segunda esposa, al visir Abdalah. Y con esta ocasión, dió una gran fiesta al pueblo y a los soldados, haciendo adornar e iluminar la ciudad. Y aquella noche conoció Abdalah las delicias de la carne joven y la diferencia que hay entre la virginidàd de una joven hija del rey y la rancia piel curtida con que se desahogó él hasta entonces.
Pero al día siguiente por la aurora, habiéndose despertado el rey antes de su hora habitual a causa de las emociones de la víspera, se asomó a su ventana y vió que su nuevo gran visir, el esposo de su hija Prosperidad, salía del palacio llevando a la cabeza un cesto de pesca lleno de frutas. Y le llamó y le preguntó: "¿Qué llevas ahí, ¡oh yerno mío... ! ?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 511ª NOCHE
Ella dijo:
" ..Y le llamó y le preguntó: "¿Qué llevas ahí, ¡oh yerno mío!?" Abdalah contestó: "¡Es un cesto de frutas que voy a llevar a mi amigo Abdalah del Mar!" El rey dijo: "Pero ésta no es hora para que
la gente salga de su casa. ¡Y además, no está bien que mi yerno lleve por sí mismo a la cabeza una carga de mandadero!"
Abdalah contestó: "¡Es verdad! Pero tengo miedo de faltar a la hora de la cita, y de pasar a los ojos del marítimo por un embustero sin fe, y de oírle reprocharme mi conducta, diciéndome: "¡Las cosas del mundo te distraen de tu deber ahora y te hacen olvidar tus promesas!" Y dijo el rey: "¡Tienes razón! Ve a buscar a tu amigo, ¡y que Alah sea contigo! Y Abdalah emprendió el camino del mar, cruzando por los zocos. Y al reconocerle, decían los mercaderes madrugadores que abrían sus tiendas: "¡Es Abdalah el gran visir, yerno del rey, que va al mar para cambiar frutas por pedrerías!" Y los que no le conocían salíanle al paso, y le preguntaban: "¡Oh vendedor de frutas! ¿a cómo va la medida de albaricoques?"
Y contestaba él a todo el mundo: "No son para la venta. ¡Ya están vendidos!" Y lo decía muy cortésmente, dejando contento a todo el mundo. Y de tal suerte llegó a la playa, donde vió salir de las olas a Abdalah del Mar, al cual entregó las frutas a cambio de nuevas pedrerías de todos los colores. Luego emprendió otra vez el camino de la ciudad, pasando por delante de la tienda de su amigo el panadero. Pero se extrañó mucho al encontrar cerrada la puerta de la tienda, y esperó un momento para ver si llegaba su amigo. Y acabó por preguntar al tendero de al lado: "¡Oh hermano mío! ¿qué ha sido de tu vecino el panadero?"
El otro contestó: "No sé de cierto lo que le ha reservado Alah. ¡Debe estar enfermo en su casa!"
El otro dijo: "¡En tal callejuela!" Y Abdalah emprendió el camino de la callejuela indicada, y tras de indagar cuál era la casa del panadero, llamó a la puerta y esperó. Y algunos instantes después vió aparecer por un tragaluz alto la cabeza asustada del panadero, que bajó a abrir, serenado ya al ver el cesto de pesca lleno de pedrerías, como de costumbre. Y se arrojó al cuello de Abdalah, besándole con lágrimas en los ojos, y le dijo: "¿Pero es que no te han ahorcado por orden del rey? He sabido que te detuvieron por ladrón; y temiendo que también a mí me detuvieran como cómplice, me apresuré a cerrar el horno y la tienda y a esconderme en el último rincón de mi casa. ¡Pero explícame ya, ¡oh amigo mío! a qué se debe el que estés vestido como un visir!" Entonces Abdalah le contó desde el principio hasta el fin lo que le había sucedido, y añadió: "Y el rey me ha nombrado su gran visir y me ha dado en matrimonio a su hija. ¡Y ahora tengo un harem, al frente del cual se encuentra mi antigua esposa, la madre de mis hijos!"
Después dijo: "Toma este cesto con todo su contenido. ¡Te pertenece, porque así está escrito hoy en tu destino!" Luego le dejó y volvió a palacio con el cesto vacío.
Cuando el rey le vió llegar con el cesto vacío, le dijo riendo: "¡Ya lo ves! ¡Tu amigo el marítimo te ha abandonado!" Abdalah contestó: "¡Al contrario! Las pedrerías con que me ha llenado hoy el cesto eran superiores en belleza a las de los demás días. Pero se las he dado todas a mi amigo el panadero, que en otro tiempo, cuando me afligía la miseria, me alimentó y alimentó a mis hijos y a la madre de mis hijos. ¡Y yo a mi vez, por lo mismo que él fué misericordioso en los días de mi pobreza, no le olvido en los días de mi prosperidad! Pues ¡por Alah, que quiero dar fe de que nunca hirió él mi susceptibilidad de trabajador pobre!" Y extremadamente edificado, le preguntó el rey: "¿Cómo se llama tu amigo?" Abdalah contestó: "¡Se llama Abdalah el Panadero, como yo me llamo Abdalah el Terrestre y como mi amigo del mar se llama Abdalah el Marítimo!" Al oír estas palabras, el rey se maravilló y se estremeció, y exclamó: "¡Y como yo me llamo el rey Abdalah! ¡Y como todos nos llamamos servidores de Alah! ¡Pero como todos los servidores de Alah son iguales ante el Altísimo y hermanos por la fe y el origen, quiero ¡oh Abdalah de la Tierra! que vayas en seguida a buscar a tu amigo Abdalah el Panadero, a fin de que le nombre yo mi segundo visir!"
Al punto fué Abdalah el Terrestre a buscar a su amigo Abdalah el Panadero, a quien acto seguido revistió el rey con las insignias del visirato, nombrándole su visir de la izquierda, como Abdalah el Terrestre era su visir de la derecha.
Y el antiguo pescador Abdalah llenó sus nuevas funciones con todo el brillo deseable, sin olvidarse ni un solo día de ir en busca de su amigo Abdalah del Mar y de llevarle un cesto con frutas de la estación a cambio de un cesto con metales preciosos y pedrerías. Y cuando ya no hubo frutas en los jardines ni las tenían tampoco los vendedores de primicias, llenó el cesto con pasas, almendras, avellanas, cacahuetes, nueces, higos secos, albaricoques secos y confituras secas de toda especie y colores. Y cada vez volvía llevando a la cabeza el cesto lleno de joyas, como de costumbre. Y esto duró el espacio de un año.
Pero un día, llegado que fué Abdalah de la Tierra a la playa por la aurora, como siempre, se sentó junto a su amigo Abdalah el Marítimo, y se puso a charlar con él acerca de las costumbres de los habitantes del mar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 512ª NOCHE
Ella dijo:
"... Se sentó junto a su amigo Abdalah el Marítimo, y se puso a charlar con él acerca de las costumbres de los habitantes del mar. Y entre otras cosas, le dijo: "¡Oh, hermano mío, oh marítimo! ¿Es muy hermoso el sitio donde vives?" El otro contestó: "¡Sí, por cierto! ¡Y si quieres te llevaré conmigo al mar, y te enseñaré todo lo que contiene, y te haré visitar mi ciudad y te recibiré en mi casa con la hospitalidad más cordial!"
Y contestó Abdalah de la Tierra: "¡Oh hermano mío! tú te criaste en el agua, y el agua es
tu morada. Por eso no te incomoda habitar en el mar. Pero antes de que yo responda a tu invitación, ¿podrías decirme si no sería para ti extremadamente funesto residir en la tierra?"
El otro dijo: "¡Claro que sí! Se secaría mi cuerpo, ¡y al soplar contra mí los vientos de la tierra me harían morir!" El terrestre dijo: "Pues a mí me pasa igual. Me he criado en la tierra, y la tierra es mi morada. Por eso no me incomoda el aire de la tierra. ¡Pero si entrase contigo en el mar, penetraría el agua dentro de mí y me ahogaría, y moriría!"
El marítimo contestó: "No tengas ningún temor por eso, pues te traeré un ungüento con el que te untarás el cuerpo, y el agua no tendrá sobre ti ningún poder sofocante, aun cuando hubieras de pasar en ella el resto de tu vida. ¡Y de esa manera podrás sumergirte conmigo y recorrer en todos sentidos el mar, y dormir en él y despertarte en él, sin que nunca te venga mal alguno por ninguna parte!"
Al oír estas palabras, el terrestre dijo al marítimo: "En ese caso, no tengo inconveniente en sumergirme contigo. ¡Tráeme, pues, el ungüento consabido para que lo ensaye!" El marítimo contestó: "¡Eso es lo que voy a hacer!" Y se llevó el cesto de frutas y se metió en el mar para volver al cabo de unos instantes llevando en las manos una vasija llena de un ungüento parecido a la grasa de las vacas y de un color amarillo como el oro, y de un olor absolutamente delicioso. Y preguntó Abdalah de la Tierra: "¿Con qué se compone este ungüento?" El otro contestó: "Se compone con grasa del hígado de una especie entre las especies de peces que se llama dandana. ¡Y este pez dandana es el más enorme de todos los peces del mar, hasta el extremo de que de un solo bocado devoraría sin dificultad lo que vosotros los terrestres llamáis un elefante o un camello!" Y exclamó asustado el antiguo pescador: "¿Y qué come ese funesto animal? ¡oh hermano mío!"
El otro contestó: "De ordinario se come a los animales más pequeños que nacen en las profundidades. Porque ya sabes el proverbio que dice: "¡Los fuertes se comen a los débiles!" El terrestre dijo: "¡Verdad dices! Pero, ¿hay entre vosotros muchos de esos dandanas?" El otro contestó: "¡Millares y millares cuyo número sólo Alah lo sabe!" El terrestre exclamó: "¡Entonces dispénsame de hacerte esa visita! ¡oh, hermano mío!, porque tengo miedo a encontrarme con alguno de esa especie y que me coma!" El marítimo dijo: "¡No tengas ningún miedo, porque el pez dandana, aunque es de una ferocidad terrible, teme a Ibn-Adán, cuya carne es para él un veneno violento!" El antiguo pescador exclamó: "¡Ya Alah! ¿pero de qué me servirá ser un veneno violento para el dandana cuando ya me haya devorado el dandana?" El marítimo contestó: "¡No tengas el menor temor por el dandana, porque nada más que con ver a Ibn-Adán se pone en fuga de tanto como le teme! ¡Y además, como estarás ungido con su grasa, reconocerá su olor, y no te hará daño!" Y conquistado por las seguridades que le daba su amigo, dijo el terrestre: "¡Pongo mi confianza en Alah y en ti". Y se desnudó y abrió en la arena un agujero donde metió su ropa, a fin de que no se la robase nadie durante su ausencia. Tras de lo cual se untó con el ungüento consabido desde la cabeza hasta los pies, sin olvidarse de las más pequeñas aberturas, y hecho esto, dijo al marítimo: "Ya estoy listo, ¡oh hermano mío!"
Entonces Abdalah del Mar cogió del brazo a su compañero y se sumergió con él en las profundidades marinas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 513ª NOCHE
Ella dijo:
"Entonces Abdalah del Mar cogió del brazo a su compañero y se sumergió con él en las profundidades marinas. Y le dijo: " Abre los ojos!" Y como el terrestre no se sintió sofocado ni abrumado por el peso enorme del mar y como allá dentro respiraba mejor que bajo el cielo, comprendió que era realmente impenetrable para el agua; y abrió los ojos. Y desde aquel instante fué huésped del mar.
Y vió desplegarse el mar por encima de su cabeza como un pabellón de esmeralda, al igual que en la tierra reposa sobre las aguas el admirable azur; y a sus pies extendíanse las regiones submarinas que no había violado desde la creación ninguna mirada terrestre; y reinaba una gran serenidad en las montañas y llanuras del fondo; y era delicada la luz que se bañaba en las transparencias infinitas y el esplendor de las aguas en torno de los seres y de las cosas; y aquellos paisajes tranquilos le encantaban más que todos los encantos del cielo natal; y veía selvas de coral rojo, y selvas de coral blanco, y selvas de coral rosa, que se inmovilizaban en el silencio de sus ramajes; y grutas de diamantes con columnas de rubíes, de crisólitos, de berilos, de zafiros, de oro y de topacios; y una vegetación de locura que se mecía en espacios grandes como reinos; y en medio de arenas de plata, conchas de millares de formas y colores, que se miraban resplandecientes en el cristal de las aguas; y veía a su alrededor peces relampagueantes que semejaban flores, y peces que semejaban frutas, y peces que semejaban pájaros, y otros, vestidos con escamas de oro y plata, que semejaban lagartos grandes, y otros que parecían más bien búfalos, vacas, perros; y hasta Adamitas; e inmensos bancos de reales pedrerías lanzando mil destellos multicolores que el agua avivaba, lejos de extinguirlos; y bancos en que abríanse ostras llenas de perlas blancas, de perlas rosas y de perlas doradas; y enormes esponjas hinchadas que se movían pesadamente sobre su base, alineándose en largas filas simétricas, como cuerpos de ejército, y parecían limitar las diferentes regiones marinas y constituirse en guardianas fijas de las inmensidades solitarias.
Pero Abdalah de la Tierra que, siempre del brazo de su amigo, veía desfilar ante él sobre los abismos en rápida carrera todos estos espectáculos espléndidos, divisó de pronto una innumerable sucesión de cavernas de esmeraldas talladas en los flancos de una montaña de la misma gama verde, y a las puertas de las cuales estaban sentadas o tendidas jóvenes bellas como lunas, con cabellos color de ámbar y de coral. Y se parecían a las jóvenes de la tierra, a no ser por la cola que tenían en el lugar de la grupa, de los muslos y de las piernas. Eran las hijas del mar. Y su dominio era aquella ciudad de cavernas verdes.
Al ver aquello, el terrestre preguntó al marítimo: "¡Oh hermano mío! ¿es que no están casadas esas jóvenes? Porque no veo varones entre ellas". El otro contestó: "Esas que ves son jóvenes vírgenes, y esperan a la puerta de sus moradas la llegada del esposo que vendrá a escoger entre ellas la que más le guste. En otros parajes del mar hay ciudades pobladas de varones y de hembras, y de allá salen los jóvenes en busca de esposas jóvenes; porque sólo aquí tienen derecho a residir las jóvenes, quienes vienen a este lugar desde todos los puntos de nuestro imperio y viven juntas esperando al esposo". Y cuando Abdalah del Mar acabó de dar esta explicación a su amigo, llegaron a una ciudad poblada por varones y hembras; y dijo Abdalah de la Tierra: "¡Oh hermano mío, allí veo una ciudad poblada; pero no advierto en ella tiendas donde se venda y se compre! ¡Y además, he de decirte que estoy muy asombrado de ver que ni uno de sus habitantes se cubre con trajes que le protejan las partes que deben ir ocultas!"
El otro contestó: "Respecto a lo de vender y comprar, no tenemos ninguna necesidad de ello, ya que la vida es fácil para nosotros y nuestro alimento consiste en peces que se pescan al alcance de la mano. Pero en cuanto a ocultar ciertas partes de nuestro cuerpo, ante todo no creemos que sea necesario, además de que tenemos constituidas las partes de otra manera que vosotros; y luego, aunque quisiéramos ocultarlas, no podríamos, pues no disponemos de telas con qué cubrirlas". El terrestre dijo: "¡Está bien! ¿Y cómo se efectúan entre vosotros los matrimonios?" El otro dijo: "Entre nosotros no se contraen matrimonios, porque no tenemos leyes que fijen y rijan nuestros deseos y nuestras inclinaciones; pero cuando nos gusta una joven, nos quedamos con ella; y cuando deja de gustarnos, la dejamos, ¡y ya le gustará a otro! Además, no todos somos musulmanes aquí; entre nosotros hay también muchos cristianos y judíos; y esas gentes no admiten el matrimonio fijo, porque les gustan mucho las mujeres, y el matrimonio fijo les contraría. Sólo los musulmanes, que vivimos aparte en una ciudad donde no penetran los infieles, nos casamos con arreglo a los preceptos del Libro, y celebramos nupcias bien vistas por el Altísimo y el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) Pero ¡oh hermano mío! quiero hacerte llegar cuanto antes a nuestra ciudad; porque, si mil años invirtiera en mostrarte los espectáculos de nuestro imperio y las ciudades que le pueblan, ¡no acabaría mi tarea en ese tiempo ni podrías formarte una idea aproximada de lo que es!" Y dijo el terrestre: "¡Sí, date prisa, hermano mío, porque además tengo hambre y no puedo comer pescados crudos, como haces tú!"
Y preguntó el marítimo: "¿Y cómo coméis, entonces, el pescado los terrestres?" El otro contestó: "¡Lo asamos o lo freímos en aceite de oliva o en aceite de sésamo!" Y el marítimo se echó a reír, y dijo: "¿Y cómo nos arreglaríamos nosotros, que habitamos en el agua, para tener aceite de oliva o de sésamo y freír pescado en una lumbre que no se apagara?" El terrestre dijo: "¡Tienes razón, hermano mío! ¡Te ruego, pues, que me conduzcas cuanto antes a tu ciudad, que no conozco!"
Entonces Abdalah el Marítimo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana. v se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 514ª NOCHE
Ella dijo:
"... Entonces Abdalah el Marítimo le hizo reconocer rápidamente diversas regiones en que se sucedían ante sus ojos los espectáculos, y le hizo arribar a una ciudad más pequeña que las otras y cuyas casas también eran cavernas, unas grandes y otras pequeñas, según el número de sus habitantes. Y el marítimo le llevó ante una de aquellas cavernas y le dijo: "Entra, ¡oh hermano mío! ¡Esta es mi casa!" Y le hizo entrar en la caverna, y exclamó: "¡Hola! ¡ven pronto aquí, hija mía!" Y saliendo de detrás de una floresta de coral rosa, se acercó a ellos al punto una joven con largos cabellos flotantes, bellos senos, vientre admirable, cintura graciosa y hermosos ojos verdes de largas pestañas negras; pero, como todos los habitantes del mar, tenía en lugar de grupa y piernas una cola de pez. Y al ver al terrestre, se paró sobrecogida y le miró con inmensa curiosidad; luego acabó por echarse a reír, y exclamó:
"¡Oh padre mío! ¿quien es ese individuo sin cola que nos traes?" El padre contestó: "¡Hija mía, es mi amigo el terrestre que me daba todos los días el cesto de frutas que traía yo y que con tanta fruición te comías tú! ¡Acércate, pues, a él cortésmente y deséale la paz y la bienvenida!" Y se adelantó ella y le deseó la paz con mucha amabilidad y usando un lenguaje escogido; y cuando iba a responderle Abdalah, extremadamente encantado, entró a su vez la esposa del marítimo, llevando en cada brazo a uno de sus dos últimos hijos., y cada uno de los niños llevaba un pez grande que iba devorando, lo mismo que devorarían un cohombro los niños de la tierra.
Y he aquí que al ver a Abdalah junto al marítimo, la esposa de éste se detuvo en el umbral, inmóvil de sorpresa, y después de haber soltado a sus dos hijos, exclamó riendo con todas sus fuerzas: "¡Por Alah, si es un individuo sin cola! ¿Cómo es posible vivir sin cola?" Y acercóse más al terrestre; y sus dos hijos y su hija se acercaron también; y en extremo divertidos, se pusieron todos a examinarle de cabeza a pies, y se maravillaron de su trasero especialmente, va que en toda su vida habían tenido ellos trasero ni otra cosa que se pareciese a un trasero. Y los niños y la joven, que en un principio asustáronse un poco de aquella protuberancia, se atrevieron hasta tocarla con los dedos varias veces, de tanto como les intrigaba y divertía. Y se reían entre sí de semejante cosa, y decían: "¡Es un individuo sin cola!" ¡Y bailaban de alegría! Así es que Abdalah de la Tierra acabó por enfadarse al ver aquellos modales y aquella desvergüenza. y dijo a Abdalah del Mar: "¡Oh hermano mío! ¿es que me has traído hasta aquí para que sea la irrisión de tus hijos y de tu esposa?"
El otro contestó: "¡Te pido perdón, hermano mío, y te ruego que me dispenses y no hagas caso de los modales de estas dos mujeres y estos dos niños, porque tienen una inteligencia defectuosa!" Luego se encaró con sus hijos, y les gritó: "¡Callaos!" Y les infundió miedo, y se callaron. Entonces dijo el marítimo a su huésped: "¡No te asombres, sin embargo, de lo que veas, ¡oh hermano mío! porque entre nosotros no hay quien no tenga cola!"
Y he aquí que, a raíz de estas palabras, llegaron diez adultos gruesos y vigorosos, que dijeron al dueño de la casa: "¡Oh Abdalah! el rey del Mar acaba de saber que tienes en tu casa a un individuo sin cola entre los individuos sin cola de la Tierra. ¿Es cierto?" El interpelado contestó: "Es cierto. Y ahí le tenéis delante de vosotros. ¡Es mi amigo y mi huésped, y al instante voy a llevarle a la playa de donde le saqué!" Los otros dijeron: "¡Guárdate de hacerlo! ¡Que el rey nos ha enviado a buscarle, pues desea verle y examinar su contextura! ¡Y parece ser que por detrás tiene una cosa extraordinaria, y otra cosa más extraordinaria todavía por delante! ¡Y el rey quisiera ver ambas cosas, y saber qué nombre tienen!
Al oír estas palabras, Abdalah del Mar se encaró con su huésped y le dijo: "¡Oh hermano mío! dispénsame, porque ya ves que no tengo excusa. ¡No podemos desobedecer las ordenes de nuestro rey!" El terrestre dijo: "¡Me da mucho miedo ese rey, que acaso se enfade porque tengo cosas que él no tiene, y decretará mi perdición en vista de eso!" El marítimo dijo: "¡Yo estaré allí para protegerte y hacer de manera que no sufras ningún daño!" El terrestre dijo: "¡Me someto a tu decisión entonces, y pongo mi confianza en Alah y te sigo!"
Y el marítimo se llevó a su huésped y le condujo a la presencia del rey.
Cuando el rey vió al terrestre, le dió tanta risa, que estuvo a punto de caerse; luego dijo: "Bienvenido seas entre nosotros, ¡oh individuo sin cola!" Y todos los altos dignatarios que rodeaban al rey se reían mucho y se mostraban unos a otros con el dedo el trasero del terrestre, diciendo: "¡Sí, ¡por Alah! es un individuo sin cola!" Y le preguntó el rey: "¿Cómo no tienes cola?". "No lo sé, ¡oh rey! ¡Pero así somos todos los habitantes de la tierra!"
El rey preguntó: "¿Y cómo llamáis a eso que tenéis por detrás en lugar de la cola?" Abdalah contestó: "Unos lo llaman culo y otros trasero, en tanto que otros lo pluralizan y lo llaman nalgas por constar de dos partes". Y le preguntó el rey: "¿Y para qué os sirve ese trasero?" Abdalah contestó: "¡Sencillamente para sentarnos cuando estamos cansados! ¡Pero en las mujeres resulta un adorno muy apreciado!" El rey preguntó: "Y eso de delante, ¿cómo se llama?" Abdalah dijo: "¡El zib!" El rey preguntó: "¿Y para qué os sirve ese zib?" Abdalah contestó: "Tiene muchos usos de todas clases y que no puedo explicar por consideración al rey. ¡Pero son tan necesarios esos usos, que en nuestro mundo nada se estima tanto en el hombre como un zib de valor, de la misma manera que en la mujer nada se aprecia tanto como un trasero de importancia!" Y al oír estas palabras, el rey y los que le rodeaban echáronse a reír extremadamente, y sin saber qué decir ya, Abdalah el Terrestre alzó al cielo los brazos, y exclamó: "¡Loores a Alah que ha creado el trasero para que en un mundo fuera una gloria y en otro un objeto de escarnio...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 515ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Loores a Alah, que ha creado el trasero para que en un mundo fuera una gloria y en otro un objeto de escarnio!" Y muy molesto por haber servido para satisfacer la curiosidad de los habitantes del mar, no sabía ya qué hacer de su persona, de su trasero y de lo demás; y pensaba para su ánima: "¡Por Alah, que quisiera estar lejos de aquí o tener algo con qué cubrir mi desnudez!"
Pero el rey acabó por decirle: "¡Oh individuo sin cola! me has regocijado de tal manera con tu trasero, que quiero concederte la satisfacción de todos tus deseos. ¡Pídeme, pues, cuanto quieras!" Abdalah contestó: "Quisiera dos cosas, ¡oh rey! ¡Volver a la tierra y llevarme conmigo muchas joyas del mar!" Y dijo Abdalah el Marítimo: "¡Además, ¡oh rey! mi amigo no ha comido nada desde que está aquí, y no le gusta la carne de pescado cruda!" Entonces dijo el rey: "¡Que le den cuantas joyas desee, y que se le transporte al lugar de donde vino!"
Al punto todos los marítimos se apresuraron a llevar conchas grandes vacías, y llenándolas de pedrerías de todos colores, preguntaron a Abdalah el Terrestre: "¿Dónde hay que llevarlas?" El aludido contestó: "¡No tenéis más que seguirme y seguir a mi amigo Abdalah, vuestro hermano, que va a llevarme el cesto lleno con esas pedrerías, como acostumbra hacerlo!" Luego se despidió del rey, y acompañado de su amigo, y seguido por todos los marítimos portadores de conchas llenas de pedrerías, salió del imperio marino y se remontó a la vista del cielo.
Ya fuera del agua, se sentó un buen rato para descansar y respirar el aire natal. Tras de lo cual desenterró sus ropas y se vistió; y se despidió de su amigo Abdalah el Marítimo, y le dijo: "¡Déjame en la playa todas esas conchas y ese cesto, que yo iré en busca de cargadores que los transporten!" Y fué a buscar a los cargadores, que transportaron al palacio todos aquellos
tesoros; luego entró a ver al rey.
Cuando el rey vió a su yerno, le recibió con grandes muestras de alegría, y le dijo: "¡Hemos estado muy inquietos todos por tu ausencia!" Y Abdalah le contó su aventura marítima desde el principio hasta el fin; pero no hay utilidad en comenzarla otra vez. Y le puso entre las manos el cesto y las conchas llenas de pedrerías.
Aunque se maravilló del relato de su yerno y de las riquezas que traía del mar, le enfadó y le molestó mucho al rey el comportamiento poco cortés de los marítimos con respecto al trasero de su yerno y a todos los traseros en general, y le dijo: "¡Oh Abdalah! no quiero que en adelante vayas a la playa en busca de ese Abdalah del Mar, pues por más que esta vez no tuviste que sentir por haberle seguido, no sabes lo que puede sucederte en el porvenir, ¡que no siempre que le tiran queda intacto el jarro! Y además, eres mi visir y no me parece bien que vayas al mar todas las mañanas con un cesto de pesca a la cabeza, porque serías objeto de burla a los ojos de todas las personas con más o menos cola y más o menos inconvenientes. ¡Permanece, pues, en el palacio, y de ese modo vivirás en paz, y estaremos tranquilos por ti!"
Entonces Abdalah de la Tierra, como no quería contrariar a su suegro el rey Abdalah, permaneció en adelante en el palacio con su amigo Abdalah el Panadero, y ya no fué a la playa en busca de Abdalah del Mar, del que no se volvió a hablar por no enfadarle.
Y así vivieron todos en la situación más dichosa, practicando virtudes en medio de delicias, hasta que fué a visitarles la Destructora de alegrías y la Separadora de los amigos. ¡Y murieron todos! ¡Gloria, empero, al único Viviente que no muere, que gobierna el imperio de lo Visible y de lo Invisible, que es Omnipotente sobre todas las cosas y que es benévolo con sus servidores, conociendo sus intenciones y necesidades!
Y tras de pronunciar estas palabras, se calló Schehrazada. Entonces exclamó el rey Schahriar: "¡Oh, Schehrazada! ¡Es verdaderamente extraordinaria esa historia!" Y Schehrazada dijo: "Sí, ¡oh rey!, pero aunque haya tenido la suerte de gustarte, sin duda alguna no es más admirable que la que quiero contarte todavía, y que es la HISTORIA DEL JOVEN AMARILLO. Y el rey Schahriar dijo: "¡Puedes hablar ya!"
Entonces dijo Schehrazada:
HISTORIA DEL JOVEN AMARILLO
Entre diversos cuentos, se cuenta ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid salió de su palacio una noche con su visir Giafar, su visir Al-Fazl, su favorito Abu-lshak, el poeta Abu-Nowas, el portaalfanje Massrur y el capitán de Policía Ahmad-la-Tiña. Y disfrazados de mercaderes, se dirigieron todos al Tigris y se metieron en una barca, dejándose llevar por la corriente a la ventura. Porque, al ver al califa poseído de insomnio y con el espíritu preocupado, Giafar le había dicho que para disipar el fastidio nada era más eficaz que ver lo no visto todavía, oír lo no oído todavía y visitar un país que todavía no se ha recorrido.
Y he aquí que, al cabo de cierto tiempo, hallándose la barca bajo las ventanas de una casa desde la cual se dominaba el río, oyeron que en el interior de la casa una voz hermosa y triste cantaba estos versos, acompañándose con el laúd:
Ante la copa de vino, y mientras en la espesura cantaba el pájaro hazar, dije a mi corazón:
¿Hasta cuando rechazarás la dicha? ¡Despiértate que la vida es un préstamo a corto plazo!
¡He aquí la copa y el copero! ¡Tu amigo es un copero hermoso y joven! ¡Mírale y toma de sus manos la copa que te brinda!
¡Languidecen sus párpados y te invita su mirada! ¡No desprecies esas cosas!
¡En sus mejillas he plantado rosas tiernas, y cuando quise cogerlas encontré granadas!
¡Oh corazón mío, no desprecies esas cosas! ¡Ha llegado el momento de que asome el bozo a sus mejillas!
Al oír estas coplas, dijo el califa: "¡Oh Giafar, qué hermosa es esa voz!" Y contestó Giafar: "¡Oh señor nuestro, en verdad que jamás hirió mi oído una voz más hermosa ni más deliciosa! ¡Pero, ¡oh mi señor! oír una voz detrás de un muro, sólo es oírla a medias! ¿Qué sería cuando la oyéramos detrás de una cortina...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 516ª NOCHE
Ella dijo:
". . . ¡Oh mi señor! Oír una voz detrás de un muro, sólo es oírla a medias! ¿Qué sería cuando la oyéramos detrás de una cortina?" Entonces dijo el califa: "¡Penetremos ¡oh Giafar! en esa casa para pedir hospitalidad al dueño con la espera de oír mejor esa voz!" Y detuvieron la barca y aterrizaron. Luego llamaron a la puerta de aquella casa y pidieron permiso para entrar al eunuco que fué a abrir. Y el eunuco marchóse a prevenir a su amo, que no tardó en presentarse a ellos, y les dijo:
"' ¡Familia, comodidad y abundancia a los huéspedes! ¡Bienvenidos seáis todos a esta casa de la que sois propietarios!." Y les introdujo en una vasta sala fresca de techo coloreado agradablemente con dibujos sobre un fondo de oro y azul oscuro, y en medio de la cual, sobre una pila de alabastro, caía un surtidor de agua con un rumor maravilloso. Y les dijo el dueño: "¡Oh mis señores no sé cuál de vosotros es el más honorable o el de más alto rango y condición. ¡Bismilah sobre todos vosotros! ¡Dignaos, pues, sentaros donde mejor os parezca!" Luego se volvió hacia un extremo de la sala, en el que se hallaban cien jóvenes sentadas en cien sillas de oro y terciopelo, e hizo una seña. Y al punto se levantaron las cien jóvenes y salieron en silencio una tras otra. E hizo él una segunda seña, y unas esclavas que llevaban los trajes levantados hasta la cintura, sirvieron bandejas grandes llenas de manjares de todos colores y confeccionados con cuanto vuela por los aires, anda sobre el suelo o nada en los mares; y pastelería, y confituras, y tortas sobre las que aparecían escritos con alfónsigos y almendras, versos en alabanzas de los huéspedes.
Y cuando comieron y bebieron y se lavaron las manos, les preguntó el dueño de casa: "¡Oh huéspedes míos! ya que me honrásteis con vuestra presencia para darme el gusto de que me pidáis algo, hablad con toda confianza. ¡Porque vuestros deseos serán ejecutados por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Giafar contestó: "¡La verdad es ¡oh huésped nuestro! que hemos entrado en tu casa para oír mejor la voz admirable que desde el agua oímos a medias y apagada!"
Al escuchar estas palabras, el dueño de la casa contestó: "¡Bien venidos seáis!" Y llamó a palmadas, y dijo a los esclavos que acudieron: "¡Decid a vuestra ama Sett Jamila que nos cante algo!" Y unos instantes después se oyó detrás de la cortina del fondo de la estancia una voz que no se parecía a ninguna otra y que cantaba, acompañándose ligeramente con laúdes y cítaras:
¡Toma la copa y bebe de este vino que a tus labios ofrezco: nunca hubo de mezclarse con un corazón de hombre!
¡Pero el tiempo huye alejándote de una amante que en vano te promete volver a ver al objeto de su amor!
¡Cuántas noches pasé bajo la luna velada por la tempestad, con los ojos fijos en las ondas oscuras del Tigris!
¡Cuántas noches vi a la luna desparecer por occidente, con la forma de un alfanje de plata, en las aguas purpúreas!
Cuando hubo acabado de cantar, calló la voz, y los instrumentos de cuerda continuaron solos en sordina acompañando los ecos aéreos y sonoros. Y el califa, maravillado y entusiasmado, encaróse con Abu-Ishak, y dijo: "¡Por Alah, que nunca oí nada semejante!" Y dijo al dueño de la vivienda: "¿Está en verdad enamorada y separada de su amante la poseedora de esa voz?"
El aludido contestó: "¡No! ¡Su tristeza depende de otra cosa! ¡Podría, por ejemplo, obedecer a que esté separada de su padre y de su madre, y por eso cantara así acordándose de ellos!"
Al-Raschid dijo: "¡Muy asombroso es que el haberla separado de sus padres suscite parecidos acentos!" Y miró por primera vez atentamente a su huésped, como para leer en su rostro una explicación más admisible. Y vió que aquél era un joven con facciones de una gran belleza, pero que tenía el rostro de color amarillo como el azafrán. Y se asombró mucho de tal descubrimiento, y le dijo: "¡Oh huésped nuestro, aún hemos de formular un deseo antes de despedirnos de ti y marcharnos por donde hemos venido!" Y el joven amarillo contestó: "Cuenta de antemano con que ha de satisfacerse tu deseo".
Y el califa preguntó: "Deseo, y también lo desean los que vienen conmigo, saber por ti si ese color amarillo de azafrán que tiene tu rostro es algo adquirido en el transcurso de tu vida o algo original que data de tu nacimiento".
Entonces dijo el joven amarillo: "¡Oh vosotros todos, huéspedes míos! Sabed que la causa del color amarillo de azafrán que ostenta mi tez, constituye una historia tan extraordinaria, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la leyera con respeto. ¡Confiadme, pues, vuestro oído y prestadme toda la atención de vuestro espíritu!" Y contestaron todos: "¡Nuestro oído y nuestro espíritu te pertenecen! ¡Y henos ya impacientes por escucharte...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 517ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Nuestro oído y nuestro espíritu te pertenecen! ¡Y henos ya impacientes por escucharte!" Entonces dijo el joven de la tez amarilla: "¡Sabed ¡oh señores! que procedo del país de Omán, donde mi padre era el mercader más importante entre los mercaderes del mar, y poseía en propiedad absoluta treinta navíos cuyo rendimiento anual era de treinta mil dinares. Y mi padre, que era un hombre ilustrado, me hizo aprender la escritura y también cuanto es preciso saber. Tras de lo cual, cuando se acercaba su última hora, me llamó y me hizo recomendaciones que escuché respetuosamente. Luego se lo llevó Alah y acogióle en su misericordia. ¡Ojalá le pluguiera prolongar vuestra vida, ¡oh huéspedes míos!
Pero algún tiempo después de la muerte de mi padre, cuyas riquezas todas poseía yo a la sazón, estaba un día en mi casa sentado entre mis invitados, cuando un esclavo me anunció que a la puerta se hallaba uno de mis capitanes marinos y me traía una cesta con primicias. Y le hice entrar y acepté su regalo, que, efectivamente, consistía en frutos desconocidos en nuestra tierra y del todo admirables en verdad. Y a mi vez le entregué yo cien dinares de oro para demostrarle el gusto que tenía en admitir su obsequio. Luego repartí aquellas frutas a mis invitados, y pregunté al capitán marino: "¿De dónde proceden estas frutas, ¡oh capitán!?" Me respondió: "¡De Bassra y de Bagdad!" Y al oír estas palabras, todos mis invitados empezaron a hacerse lenguas acerca de la tierra maravillosa de Bassra y de Bagdad, encantándome la vida que se hacía allí, la bondad de su clima y la urbanidad de sus habitantes; y no cesaban en sus elogios a este respecto, encareciendo unos las palabras de otro. Y tanto me exalté con todo aquello, que sin más ni más me levanté en aquella misma hora y en aquel instante, y sin poder reprimir mi alma, que deseaba ardientemente el viaje, vendí en subasta mis bienes y mis propiedades, mis mercancías y mis navíos, con excepción de uno solo que reservé para mi uso personal; mis esclavos y mis esclavas, y todo lo convertí en dinero, haciéndome así con una suma de un millar de millares de dinares, sin contar las joyas, las pedrerías y los lingotes de oro que tenía en mis cofres. Tras de lo cual, con mis riquezas reducidas de aquella manera a su peso más ligero, me embarqué en el navío que hube de reservarme, e hice que se diera a la vela para Bagdad.
"Y he aquí que Alah me escribió una travesía dichosa y llegué con mis riquezas sano y salvo a Bassra, donde tomé pasaje en otro navío, remontando el Tigris hasta Bagdad. Allá me informé del paraje que más me convendría habitar y me indicaron el barrio Karkh como el barrio mejor frecuentado y residencia habitual de los personajes importantes. Y fui a aquel barrio y alquilé en la calle Zaafarán una hermosa casa a la que mandé transportar mis riquezas y efectos. Tras de lo cual hice mis abluciones, y con el alma jubilosa y el pecho dilatado por encontrarme al fin en la ilustre Bagdad, cima de mis deseos y envidia de todas las ciudades, me vestí con mis vestiduras más hermosas y salí para pasearme a la ventura por las calles más frecuentadas.
"Precisamente era viernes aquel día, y todos los habitantes estaban con traje de fiesta y se paseaban como yo respirando el aire fresco que venía de las afueras. Y seguí a la muchedumbre y fui por donde ella iba. Y de tal suerte llegué a Karn-al-Sirat, término habitual de los paseantes de Bagdad. Y en aquel sitio, entre diversos edificios muy hermosos, vi una edificación más hermosa que las otras y cuya fachada daba al río. Y en el umbral de mármol vi sentado y vestido de blanco un viejo que era muy venerable de aspecto, con una barba blanca que le bajaba hasta la cintura dividiéndose en dos ramales iguales de filigrana de plata. Y le rodeaban cinco jóvenes bellos como lunas y perfumados, como él, con esencias escogidas.
"Entonces, conquistado por la hermosa fisonomía del anciano blanco y por la belleza de los jóvenes, pregunté a un transeúnte: "¿Quién es ese venerable jeique? ¿Y cuál es su nombre?"
Me contestaron: "¡Es el jeique Taher Abul-Ola, el amigo de la gente joven! ¡Y cuántos entran en su casa pueden comer, beber y divertirse con los jóvenes o las jóvenes que constantemente habitan en ella ...
En este momento de su narración, Scheharazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 518ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Y cuantos entran en su casa pueden comer, beber y divertirse con los jóvenes o las jóvenes que constantemente habitan en ella!" Y al oír estas palabras, me dije, entusiasmado hasta el límite del entusiasmo: "¡Gloria a Quien me puso en el camino de ese jeique de buen augurio desde que desembarqué del navío, pues que no vine a Bagdad desde mi país más que para dar con un hombre como ése!" Y me adelanté hacia el anciano, y después de desearle la paz, le dije: "¡Oh mi señor, tengo algo que pedirte!" Y me sonrió cual sonreiría a su hijo un padre, y me contestó: "¿Y qué deseas?" Dije: "¡Deseo vivamente ser huésped tuyo esta noche!" Volvió a mirarme y contestó: "¡Con la amistad cordial y generosidad!"
Luego añadió: "Esta noche ¡oh hijo mío! me llegan unas jóvenes cuyo precio, por la velada, varía según sus méritos. Unas cuestan diez dinares por velada, otras veinte y otras llegan a costar cincuenta y cien dinares por velada. ¡Tú escogerás!" Contesté: "¡Por Alah, que quiero probar una de las que no cuestan más que diez dinares por velada! ¡Después, Alah Karim!"
Luego añadí: "¡He aquí trescientos dinares para un mes, porque una buena prueba exige
un mes!"
Y conté los trescientos dinares y los pesé en la balanza que tenía a su lado. Entonces llamó a uno de los jóvenes que estaban allí y le dijo: "¡Conduce a tu amo!" Y el joven me cogió de la mano y me llevó primero al hammam de la casa, donde me dió un baño excelente y me prodigó los cuidados más atentos y más minuciosos. Tras de lo cual me condujo a un pabellón y llamó a una de las puertas.
"Y al punto abrió una joven de rostro risueño y lleno de buen augurio, que me acogió con gesto amable. Y le dijo el joven: "¡Te confío a tu huésped!" Y se retiró. Entonces me cogió ella de la mano que el joven acababa de entregarle, y me introdujo en una estancia de milagroso decorado, en el umbral de la cual nos recibieron dos esclavitas destinadas a su servicio y bonitas como estrellas. Y miré con más atención a su ama, la joven, y así me aseguré que verdaderamente era la luna llena. Me invitó entonces a sentarme y se sentó a mi lado, luego hizo una seña a las dos pequeñuelas, que al punto nos llevaron una bandeja grande de oro, en la cual se asentaban pollos asados, carnes asadas, codornices asadas, pichones asados y gallos salvajes asados. Y comimos hasta la saciedad. ¡Y en mi vida hube de gustar manjares más deliciosos que aquellos, ni beber bebidas más sabrosas que las que me sirvió ella cuando quitaron la bandeja de manjares, ni respirar flores más suaves, ni endulzarme con frutas, confituras y pastelerías tan extraordinarias! Y alardeó luego ella de tanta amabilidad, de tanto encanto y de tantas caricias voluptuosas, que pasé en su compañía el mes entero sin darme cuenta de cómo huían los días.
"Al terminarse el mes, fué en mi busca el esclavito y me llevó al hammam, de donde salí para ver al jeique blanco, y decirle: "¡Oh mi señor! ¡deseo una de las que cuestan veinte dinares por velada!" Me contestó: "¡Pesa el oro!" Y fui a mi casa a buscar el oro, y volví para pesarle seiscientos dinares por un mes de prueba con una joven de veinte dinares por velada. Y llamó él a uno de los jóvenes, y le dijo: "¡Conduce a tu amo!" Y el joven me llevó al hammam, donde me atendió mejor todavía que la primera vez, y luego me hizo penetrar en un pabellón cuya puerta estaba guardada por cuatro esclavitas que corrieron a prevenir a su ama en cuanto nos divisaron. Y se abrió la puerta y vi aparecer a una joven cristiana del país de los francos, mucho más bella que la primera y vestida más ricamente. Y me cogió ella de la mano, sonriéndome, y me introdujo en su estancia, que hubo de asombrarme por la riqueza de su decorado y de sus pinturas. Y me dijo: "¡Bien venido sea el huésped encantador...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 519ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Bien venido sea el huésped encantador!" Y después de servirme manjares y bebidas aun más extraordinarias que la primera vez, como tenía hermosa voz y sabía acompañarse con instrumentos armónicos, quiso embriagarme más todavía de lo que ya estaba, y cogiendo un laúd persa, cantó:
"¡Oh suaves perfumes de las tierras en que se alza Babilonia, llevad con la brisa un mensaje a mi bien amado!
¡Lejos, en lugares encantados, habita la que lleva la turbación al alma de los amantes, y los inflama sin concederles el don que aplaca los deseos!
Por lo que a mí respecta, ¡ oh mis señores! me pasé el mes entero con esta hija de los francos, y he de confesaros que la encontré infinitamente más experta en movimientos que mi primera amante. Y en verdad que comprobé no había pagado a un precio exagerado las delicias que me hizo experimentar desde el primer día hasta el trigésimo.
Así es que cuando volvió por mí el joven para llevarme al hammam, no dejé de ir en busca
del jeique blanco y de cumplimentarle, por la elección llena de acierto que hacía de sus jóvenes, y le dije: "¡Por Alah, ¡oh jeique! que quiero habitar siempre en tu generosa casa, donde se encuentra la alegría de los ojos, las delicias de los sentidos y el encanto de una sociedad escogida!"
Y el jeique quedó muy satisfecho de mis alabanzas, y para demostrarme su contento, me dijo: "Esta noche ¡oh huésped mío! es para nosotros una noche de fiesta extraordinaria; y sólo tienen derecho a tomar parte en esa fiesta los clientes distinguidos de mi casa. Y la llamamos la Noche de las Visiones espléndidas. ¡No tienes, pues, más que subir a la terraza y juzgar por tus propios ojos!"
Y di las gracias al anciano y subí a la terraza.
"Y he aquí que la primera cosa que advertí, una vez que estuve en la terraza, fué una gran cortina de terciopelo que dividía la terraza en dos partes. Y detrás de esta cortina, iluminados por la luna, estaban tendidos sobre hermoso tapiz, uno junto a otro, dos bellos jóvenes, una joven y su amante, que se besaban con los labios en los labios. Y a la vista de la joven y de su belleza sin igual, me quedé aturdido y maravillado, y permanecí mucho tiempo mirándola sin respirar, no sabiendo ya dónde me encontraba. Por fin logré salir de mi inmovilidad, y como no podía estar tranquilo mientras no supiese quién era ella, descendí de la terraza y corrí en busca de la joven con quien acababa de pasar un mes de amor; y le conté lo que venía de ver. Y notó ella el estado en que yo me hallaba, y me dijo:
"¿Pero qué necesidad tienes de preocuparte por esa joven?"
Contesté: "¡Por Alah, que me ha arrebatado la razón y la fe!"
Ella me dijo sonriendo: "¿Deseas, entonces, poseerla?"
Contesté: "¡Tal es la aspiración de mi alma, porque en mi corazón reina esa joven!"
Ella me dijo: "¡Pues bien, sabe que esa joven es la propia hija de nuestro amo el jeique Taher Abul-Ola, y todas somos esclavas a sus órdenes! ¿Sabes cuánto cuesta pasar con ella una noche?" Contesté: "¿Cómo he de saberlo?" Ella me dijo: "¡Quinientos dinares de oro! Es una fruta digna de la boca de los reyes". Contesté: "¡Ualah! ¡Dispuesto estoy a gastar toda mi fortuna por poseerla, aunque no sea más que una velada!" Y dejé transcurrir toda aquella noche sin pegar un ojo de tanto como trabajó mi espíritu pensando en ello.
"Así es que al día siguiente me apresuré a ponerme mis ropas más hermosas, y ataviado como un rey, me presenté al jeique Taher, padre de la joven, y le dije: "¡Deseo a aquella cuya noche es de quinientos dinares!" Me contestó: "¡Pesa el oro!" Y al punto le pesé el precio de las treinta noches, que hacía un total de quince mil dinares.
Y los cogió, y dijo a uno de los mozos: "Conduce a tu amo al lado de tu ama". Y el mozo me llevó consigo, y me hizo entrar en un aposento tal, que jamás mis ojos jamás habían visto semejante en belleza y en riqueza sobre la faz de la tierra. Y vi a la joven, sentada perezosamente con un abanico en la mano, y de improviso se me quedó estupefacto de admiración el espíritu, ¡oh mis huéspedes honorables...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 520ª NOCHE
Ella dijo:
".. .y de improviso se me quedó estupefacto de admiración el espíritu, ¡oh mis huéspedes honorables! ¡Porque era ella verdaderamente cual la luna en su décimocuarto día, y sólo con el modo que tuvo de corresponder a mi zalema, acabó de arrebatarme la razón a causa del tono de su voz, más melodiosa que los acordes del laúd; y toda ella era hermosa, y graciosa y simétrica por todos lados, en verdad! Y sin ninguna duda a ella se refieren estos versos del poeta:
¡La hermosa! ¡Si apareciese en medio de los infieles, abandonarían por ella sus ídolos y la adorarían como a única divinidad!
¡Si sobre el mar se mostrara ella desnuda por completo, sobre el mar de olas amargas y saladas, se endulzaría el mar con la miel de su boca!
¡Si desde Oriente se mostrara a algún monje cristiano de Occidente, es seguro que el monje abandonaría el Occidente y volverá hacia Oriente sus miradas!
¡Pero yo que la vi en la oscuridad iluminada por sus ojos, me grité a mí mismo: “¡Oh noche! ¿Qué veo? ¿Es una aparición ligera que me engaña, o es una virgen intacta que reclama un copulador?”
Y vi que al oir estas palabras, apretaba con su mano la flor que tiene en medio, y me decía suspirando con tristes y dolorosos suspiros:
"¡Los dientes hermosos, para parecer lo bastante hermosos, necesitan que se los frote con el tallo aromático! ¡Y el zib es a las vulvas hermosas lo que a los dientes jóvenes es el tallo aromático. ¡Oh musulmanes, ayudadme! ¿Es que no hay en vosotros un zib superior que sepa tenerse en pie?"
¡Entonces sentí que mi zib crujía en sus coyunturas y me levantaba la túnica para adquirir un impulso triunfante! ¡Y en su lenguaje dijo a la bella: "¡Hele aquí! ¡Hele aquí!"
¡Entonces rasgué sus velos! ¡Pero ella tuvo miedo, y me dijo: "?Quién eres?" Contesté: "¡Un valiente cuyo zib erguido acaba de responder a tu llamamiento!"
¡Y la asalté sin más tardanza, y mi zib, poderoso como un brazo la apuntaba triunfalmente entre los muslos!
¡De modo que cuando acabé de meter el tercer clavo, me dijo ella: "¡Más adentro, ¡oh valiente! más adentro!" Y contesté: "¡Más adentro, ¡oh dueña mía! ¡más adentro! ¡Ya llegó!"
"Y he aquí que la deseé la paz, y correspondió ella a mi deseo, lanzándome miradas de una languidez acerada, y me dijo: "¡Amistad, comodidad y generosidad al huésped!" Y me cogió de la mano, ¡oh mis señores! y me hizo sentarme junto a ella; y entraron unas jóvenes de senos hermosos y nos sirvieron en bandejas los refrescos de bienvenida y frutas exquisitas, conservas selectas y un vino delicioso como no se bebe más que en los palacios de los reyes; y nos ofrecieron rosas y jazmines, mientras a nuestro alrededor exhalaban sus suaves perfumes los arbustos odoríferos y los áloes que ardían en los pebeteros. Después una de las esclavas le llevó un estuche de raso, del cual extrajo ella un laúd de marfil, que templó, y cantó estos versos:
¡No bebas el vino más que cuando te lo brinde la mano de un tierno jovenzuelo; pues si el vino produce embriaguez, el jovenzuelo hace mejorar el vino!
¡Porque el vino no procura delicias a quien lo bebe, a menos que el copero tenga mejillas en que brillen puras rosas, cándidas y frescas!
"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que me enardecí tras estos preludios, y mi mano se tornó audaz, y mis ojos y mis labios la devoraban; y le encontré cualidades tan extraordinarias de saber y belleza, que no solamente me pasé con ella el mes que había pagado, sino que seguí pagándole a su padre el anciano blanco un mes tras de otro mes, y así sucesivamente durante un largo transcurso de tiempo, hasta que, a causa de aquellos dispendios considerables, no me quedó ni un solo dinar de todas las riquezas que había traído conmigo del país de Omán, mi patria. Y al pensar entonces en que muy pronto me vería forzado a separarme de ella, no pude impedir que corrieran mis lágrimas a ríos por mis mejillas, y no supe distinguir ya el día de la noche...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente
PERO CUANDO LLEGO LA 521ª NOCHE
Ella dijo:
". . . no pude impedir que corrieran mis lágrimas a ríos por mis mejillas, y no supe distinguir ya el día de la noche. Y al verme así bañado en lágrimas, me dijo ella: "¿Por qué lloras?"
Yo dije: "¡Oh dueña mía! porque no tengo dinero, y ha dicho el poeta:
¡La penuria nos hace extranjeros en nuestras propias moradas, y el dinero nos da una patria en el extranjero!
¡Por eso ¡oh luz de mis ojos! lloro temiendo verme separado de ti por tu padre!"
Ella me dijo: "Has de saber, sin embargo, que cuando uno de los clientes de la casa se arruina en la casa, mi padre acostumbra a darle hospitalidad durante tres días más con toda la largueza deseable y sin privarle de ninguno de los agasajos habituales, tras de lo cual le ruega que se vaya y no vuelva a aparecer por la casa! ¡En cuanto a ti, querido mío, como en mi corazón hay para ti un amor grande, no tengo ningún temor por eso, pues encontré un medio de retenerte aquí todo el tiempo que quieras, ¡lnschalah! Porque en mis propias manos tengo toda mi fortuna personal, y mi padre ignora la inmensidad de su cuantía. Así es que todos los días te daré un saco con quinientos dinares, importe de una velada; y se lo entregarás a mi padre, diciéndole: "¡En adelante te pagaré las veladas día por día!" Y mi padre aceptará esa condición, creyéndote solvente; y según acostumbra, vendrá a entregarme esa suma que me corresponde; y yo te la daré de nuevo, a fin de que le pagues otra velada; ¡y obraremos así mientras quiera Alah y no te aburras tú conmigo!"
"Entonces ¡oh huéspedes míos! me sentí ligero como los pájaros en mi alegría, y le di las gracias y le besé la mano; luego viví con ella durante un año en aquel estado de cosas, como el gallo en el gallinero.
"Pero al cabo de este tiempo quiso la suerte nefasta que en un acceso de cólera mi bien amada se enfureciera con una de sus esclavas y le pegase dolorosamente; y la esclava exclamó: "¡Por Alah, que te maltrataré el corazón como tú me has maltratado!" Y al instante corrió en busca del padre de mi amiga, y se lo reveló todo desde el principio hasta el fin.
"Cuando el viejo Taher Abul-Ola oyó el discurso de la esclava, saltó sobre sus pies y corrió a buscarme, mientras yo, al lado de mi amiga, me disponía a entregarme a diversos escarceos de primera calidad, ignorante todavía de lo que pasaba, y me gritó él: "¡Hola, amigo!" Contesté: "A tus órdenes, ¡oh tío mío!" Me dijo él: "Nuestra costumbre aquí; cuando un cliente se arruina, es albergar durante tres días a ese cliente sin privarle de nada. ¡Pero tú te estás aprovechando escandalosamente de nuestra hospitalidad hace ya un año, comiendo, bebiendo y copulando a tu antojo!"
Luego se encaró con sus esclavos, y les gritó: "¡Echad de aquí a ese hijo de perra!" Y se apoderaron de mí, y completamente desnudo, me plantaron en la puerta, poniéndome en la mano diez monedas pequeñas de plata y dándome un capote viejo remendado y hecho jirones para que cubriera mi desnudez. Y me dijo el jeique blanco: "¡Vete! ¡no quiero hacer que te den una paliza ni injuriarte! ¡Pero date prisa a desaparecer, porque si tienes la desgracia de permanecer aún en Bagdad, nuestra ciudad, va a chorrear tu sangre por encima de tu cabeza!"
"Entonces ¡oh huéspedes míos! me vi obligado a salir a despecho de mi nariz, sin saber adónde encaminarme por esta ciudad que yo no conocía, aunque habitase en ella desde hacía quince meses. ¡Y sentí que sobre mi corazón se abatían pesadamente todas las calamidades del mundo y sobre mi espíritu la desesperación, las tristezas y las preocupaciones!" Y dije para mi ánima: "¿Es posible que yo, que vine aquí cruzando los mares con mil millares de dinares de oro y además el importe de la venta de mis treinta navíos, haya podido gastar toda esta fortuna en la casa de ese calamitoso viejo de betún, para salir ahora de ella completamente desnudo y con el corazón roto y el alma humillada? ¡Pero no hay recurso ni poder más que en Alah el Glorioso, el Altísimo!"
Y cuando, absorto en tan aflictivos pensamientos, llegué a orillas del Tigris, vi un navío que iba a salir con rumbo a Bassra. Y me embarqué a bordo de aquel navío, ofreciendo mis servicios como marinero al capitán, con el fin de pagar de alguna manera mi pasaje. Y de tal suerte llegué a
Bassra.
"Allá me dirigí al zoco sin tardanza, porque me torturaba el hambre, y fui advertido. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 522ª NOCHE
Ella dijo:
"...Allá me dirigí al zoco sin tardanza, porque me torturaba el hambre, y fui advertido por un vendedor de especias, que se acercó vivamente a mí y se me arrojó al cuello besándome, y se me dió a conocer como un antiguo amigo de mi padre; luego me interrogó acerca de mi estado. Y le conté cuanto me había sucedido, sin omitir un detalle. Y me dijo: "¡Ualah! ¡no son de un hombre sensato esos actos!
Pero ahora, puesto que lo pasado ya ha pasado, ¿qué piensas hacer?" Contesté: "¡No sé!"
El me dijo: "¿Quieres quedarte conmigo? Y como sabes escribir, ¿quieres registrar las entradas y salidas de mis abastos y percibir como salario un dracma de plata diario, además de tu alimento y tu bebida?" Y acepté dándole gracias, y viví con él en calidad de escriba de entradas y salidas de las ventas y compras. Y estuve con aquel empleo en su casa el tiempo suficiente para ahorrar la suma de cien dinares.
"Entonces alquilé por mi cuenta un pequeño local a orillas del mar, a fin de aguardar allí la llegada de algún navío cargado con mercancías de lugares lejanos, de las cuales compraría con mi dinero las necesarias para hacer un acopio bueno que vendería en Bagdad, adonde quería volver con la esperanza de hallar ocasión de ver a mi amiga. "
Quiso la suerte que un día llegara de parajes lejanos un navío cargado con las mercancías que yo deseaba; y me uní a otros mercaderes, encaminándome al navío, y subí a bordo. Y he aquí que del fondo del navío salieron dos hombres, sentándose en dos sillas e instalando ante nosotros sus mercancías. ¡Y qué mercancías! ¡Y qué deslumbramiento de los ojos! ¡No vimos allá nada más que joyas, perlas, coral, rubíes, ágatas, jacintos y pedrerías de todos colores! Y entonces uno de ambos hombres se encaró con los mercaderes de tierra, y les dijo: "¡Oh asamblea de mercaderes, hoy no se va a vender todo esto, porque todavía estoy fatigado del mar; no lo saqué más que para daros una idea de lo que será la venta de mañana!" Pero los mercaderes le apremiaron de tal modo, que se avino a comenzar inmediatamente la venta, y el pregonero se puso a pregonar la tasa de las pedrería, especie por especie. Y los mercaderes empezaron a aumentar sus pujas uno tras de otro hasta que el primer saco de pedrerías alcanzó el precio de cuatrocientos dinares. En aquel momento, el propietario del saco, que en otro tiempo me había conocido en mi país cuando mi padre estaba a la cabeza del comercio de Omán, se encaró conmigo, y me preguntó: "¿Por qué no dices nada ni pujas sobre la tasa, como los demás mercaderes?"
Contesté: "¡Por Alah, ¡Oh mi amo! que en este mundo ya no tengo más bienes que la suma de cien dinares!" Y al decir estas palabras, me quedé muy confuso, y de mis ojos gotearon lágrimas. Y al ver aquellas, el propietario del saco dió una palmada y exclamó, lleno de sorpresa: "¡Oh omaní! ¿cómo de una fortuna tan inmensa no te quedan más que cien dinares?" Y luego me miró con conmiseración y participó de mis penas; después se encaró de pronto con los mercaderes, y les dijo: "Sed testigos de que vendo a este joven por la suma de cien dinares un saco con todas las gemas, metales y objetos preciosos que contiene, aunque sé que su valor real pasa de mil dinares. ¡Es, pues, un regalo que le hago de mí para él!"
Y los mercaderes, estupefactos, dieron fe de lo que veían y oían; y el mercader me entregó el saco con cuanto contenía, y hasta me regaló el tapiz y la silla en que estaba sentado. Y le di las gracias por su generosidad, y bajé a tierra y me dirigí al zoco de los joyeros.
"Allí alquilé una tienda y me puse a vender y a comprar y a realizar todos los días una ganancia bastante apreciable. Y he aquí que, entre los objetos preciosos guardados en el saco, había un trozo de concha roja, de un rojo oscuro, que, a juzgar por los caracteres talismánicos grabados en sus dos caras y que parecían patas de hormiga, debía ser algún amuleto fabricado por un artífice muy versado en el arte de los amuletos. Pesaría media libra, y yo ignoraba su uso especial y su precio. Así es que lo hice pregonar varias veces en el zoco; pero no ofrecieron por ello al pregonero más de diez o quince dracmas. Y a pesar de todo, no quise cederlo por un precio tan módico, y en previsión de una ocasión excelente, dejé el trozo de concha en un rincón de mi tienda, donde duró un año.
"Pero un día en que estaba yo sentado en mi tienda, vi entrar ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 523ª NOCHE
Ella dijo:
"...Pero un día en que estaba yo sentado en mi tienda, vi entrar a un extranjero que me deseó la paz y que, al divisar el trozo de concha, a pesar del polvo que lo cubría, exclamó: "¡Loado sea Alah! ¡Por fin encuentro lo que buscaba!" Y cogió el trozo de concha, se lo llevó a los labios y a la frente, y me dijo: "¡Oh mi señor! ¿quieres venderme esto?" Contesté: "¡Sí que quiero!" Preguntó: "¿Qué precio tiene?" Dije: "¿Cuánto ofreces?" Contestó: "¡Veinte dinares de oro!" Y al oír estas palabras, creí que se burlaba de mí el extranjero, de tan considerable como me pareció la suma ofrecida; y le dije con acento muy desabrido: "¡Vete por tu camino!" Entonces creyó que yo encontraba escasa la suma, y me dijo: "¡Te ofrezco cincuenta dinares!" Pero yo, cada vez más convencido de que se reía de mí, no solamente no quise contestarle, sino que ni siquiera le miré e hice como que no notaba su presencia ya, con objeto de que se fuese. Entonces me dijo: "¡Mil dinares!"
"¡Eso fué todo! Y yo ¡oh huéspedes míos! no contesté; y él se sonreía ante mi silencio pletórico de furor concentrado, y me decía: "¿Por qué no quieres contestarme?" Y acabé por responderle otra vez: "¡Vete por tu camino!" Entonces se puso a aumentar miles y miles de dinares hasta que me ofreció veinte mil dinares. ¡Y yo no contestaba!
"¡Eso fué todo!
Y atraídos por tan extraño regateo, los transeúntes y los vecinos se agruparon a nuestro alrededor en la tienda y en la calle, y murmuraban de mí en alta voz y hacían ademanes de desaprobación para conmigo, diciendo: "¡No debemos permitirle que pida más por ese miserable trozo de concha!" Y decían otros: "¡Ualah! ¡cabeza dura, ojos vacíos! ¡Como no le ceda el trozo de concha, le echaremos de la ciudad!"
Y yo aun no sabía lo que querían de mí. Así es que para acabar pregunté al extranjero: "¿Quieres, por fin, decirme si vas a comprar de verdad o si te burlas?" Contestó él: "¿Y quieres tú vender de verdad o burlarte?" Yo dije: "¡Vender!"
Y dijo él: "Entonces, como último precio, te ofrezco treinta mil dinares! ¡Y concluyamos ya la venta y la compra! Y entonces me encaré con los circunstantes, y les dije: "¡Os pongo por testigos de esta venta! ¡Pero antes tiene que explicarme el comprador lo que pretende hacer con este trozo de concha!"
Contestó él: "¡Rematemos primero el trato, y luego te diré las virtudes y la utilidad de este objeto!" Contesté: "¡Te lo vendo!" El dijo: "¡Alah es testigo de lo que decimos!" Y sacó un saco lleno de oro, me contó y me pesó treinta mil dinares, cogió el amuleto, se lo metió en el bolsillo, lanzando un gran suspiro, y me dijo: "¿Quedamos en que ya está vendido del todo?" Contesté: "¡Está vendido del todo!" Y se encaró él con los circunstantes, y les dijo: "¡Sed testigos de que me ha vendido el amuleto y por él ha cobrado el precio convenido de treinta mil dinares!"
Después se encaró conmigo, y con un acento de conmiseración y de ironía extremada, me dijo: "¡Oh pobre! ¡por Alah, que si hubieras sabido tener tacto en esta venta retardándola más, habría llegado yo a pagarte por este amuleto no treinta mil ni cien mil dinares, sino mil millares de dinares, cuando no más!"
"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que al oír estas palabras y verme de tal modo defraudado en aquella suma fabulosa por culpa de mi poco olfato, sentí operarse un gran trastorno dentro de
mí; y la revolución que se efectuó en mi cuerpo de pronto hizo que se me subiera a la cara este color amarillo que conservo desde entonces y que os ha llamado la atención, ¡oh huéspedes míos!
"Me quedé alelado un momento, y luego dije al extranjero: "¿Puedes decirme ahora las virtudes y la utilidad de ese trozo de concha?"
Y el extranjero me contestó:
"Has de saber que el rey de la India tiene una hija a la que quiere mucho y la cual no tiene par en belleza sobre la faz de la tierra; ¡pero le aquejan violentos dolores de cabeza! Así es que su padre el rey, con objeto de hallar remedios y medicamentos capaces de aliviarla, congregó a los mejores escribas de su reino y a los hombres de ciencia y a los adivinos; pero ninguno de ellos consiguió ahuyentarle de la cabeza los dolores que la torturaban ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 524ª NOCHE
Ella dijo:
"...pero ninguno de ellos consiguió ahuyentarle de la cabeza los dolores que la torturaban. Entonces yo, que presencié la asamblea, dije al rey: "¡Oh rey, yo conozco a un hombre, llamado Saadalah el Babilonio, que no tiene igual ni superior sobre la faz de la tierra en el conocimiento de tales remedios! ¡Así, pues, envíame a verle, si lo juzgas conveniente!" El rey me contestó: "¡Vé a verle!" Yo dije: "¡Dame mil millares de dinares y un trozo de concha roja de un rojo oscuro! ¡Y además un regalo!" Y el rey me dió cuanto le pedía, y me marché de la India con rumbo al país de Babilonia. Y allí pregunté por el sabio Saadalah, y me guiaron a él; y me presenté a él y le entregué cien mil dinares y el regalo del rey; luego le di el trozo de concha, y después de explicarle el objeto de mi misión, le rogué que me preparara un amuleto contra los dolores de cabeza. Y el sabio de Babilonia empleó siete meses enteros en consultar los astros, ¡y transcurridos aquellos siete meses, acabó por encontrar un día propicio para trazar sobre el trozo de concha estos caracteres talismánicos y llenos de misterio que ves en las dos caras de este amuleto que me has vendido! Y cogí este amuleto, volví junto al rey y se lo entregué.
"Y he aquí que el rey entró en el aposento de su querida hija, y la encontró sujeta por cuatro cadenas a las cuatro esquinas de la estancia, como la tenían siempre, conforme a las instrucciones recibidas, con el fin de que en las crisis de dolor no pudiese matarse tirándose por la ventana. Y en cuanto puso el amuleto en la frente de su hija, se encontró ella curada en aquella hora y en aquel instante. Y al ver aquello, el rey se regocijó hasta el límite del regocijo, y me colmó de ricos presentes y me retuvo a su lado entre sus íntimos. Y curada milagrosamente de aquel modo, la hija del rey engarzó el amuleto en su collar y ya no lo abandonó.
Pero un día en que la princesa se paseaba en barca, jugando con sus compañeras, una de ellas hizo un falso movimiento, rompió el hilo del collar y dejó caer el amuleto al agua. Y desapareció el amuleto. Y en el mismo momento volvió la Posesión a apoderarse de la princesa, v de nuevo se sintió ella poseída por el Posesor terrible, que le ocasionó dolores de cabeza tan violentos, que le privaron de razón.
"Al saber esta noticia, la pena del rey superó a toda ponderación; y me llamó y me comisionó nuevamente para que fuese a ver al jeique Saadalah el Babilonio, a fin de que fabricase otro amuleto. Y me puse en marcha. Pero, al llegar a Babil, supe que había muerto el jeique Saadalah.
"Y desde entonces, acompañado por diez personas que me ayudan en mis pesquisas, recorro todos los países de la tierra con objeto de encontrar en casa de algún mercader o en algún vendedor o transeúnte uno de los amuletos que sólo sabía dotar de virtudes curativas y exorcizantes el jeique Saadalah de Babilonia. ¡Y la suerte quiso ponerte en mi camino y hacer que encontrara y comprara en tu tienda este objeto que ya desesperaba de encontrar nunca!"
"Luego, ¡oh huéspedes míos! tras de haberme contado esta historia, el extranjero se puso su cinturón y se marchó. ¡Y tal es, como ya os he dicho, la causa a que obedece el color amarillo de mi rostro!”
"En cuanto a mí, realicé en dinero cuanto poseía vendiendo mi tienda, y rico para en lo sucesivo, partí a toda prisa con rumbo a Bagdad, y no bien llegué, volé al palacio del anciano blanco, padre de mi bien amada. Porque desde que me separé de ella, llenaba ella mis pensamientos día y noche; y el móvil de mis deseos y de mi vida era volver a verla. Y la ausencia sólo consiguió avivar el fuego de mi alma y exaltarme el espíritu.”
"Pregunté, pues, por ella a un mozo que guardaba la puerta de entrada. Y el joven me dijo que levantara la cabeza y mirara. Y vi que la casa estaba en ruinas, que habían derribado la ventana por donde se asomaba de ordinario mi bien amada y que en la morada reinaba un ambiente de tristeza y de profunda desolación. Entonces acudieron las lágrimas a mis ojos, y dije al esclavo: ¿Qué le ha deparado Alah al jeique Taher, ¡oh hermano mío!?" Me contestó: "La alegría abandonó la casa, y cayó sobre nosotros la desgracia desde que hubo de dejarnos un joven del país de Omán que se llamaba Abul-Hassán Al-Omaní. Este joven mercader estuvo aquí un año con la hija del jeique Taher; pero, como al cabo de ese tiempo se quedó sin dinero, nuestro amo el jeique le echó de la casa. Pero a nuestra ama la joven, que le amaba con un amor grande ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 525ª NOCHE
Ella dijo:
"...Pero a nuestra ama la joven, que le amaba con un amor grande, la afectó tanto aquella marcha, que cayó enferma de una grave enfermedad que la tuvo a la muerte. Entonces nuestro amo el jeique Taher, al ver la languidez mortal que padecía su hija, arrepintióse de lo que había hecho; y despachó correos en todas direcciones y para todos los países, a fin de dar con el joven Abul-Hassán, ¡y prometió cien mil dinares de recompensa a quien le trajera! Pero hasta el presente han sido vanos todos los esfuerzos de quienes le buscaron, pues ninguno pudo seguirle las huellas ni saber noticias suyas. ¡Así es que la joven hija del jeique está ahora a punto de exhalar el último suspiro!"
"Con el alma desgarrada de dolor, pregunté entonces al muchacho: "¿Y cómo está el jeique Taher?" Contestó: "¡Con todas esas cosas tiene una pena y un abatimiento tales, que ha vendido las jóvenes y los jóvenes, y se ha arrepentido amargamente ante Alah el Altísimo!"
Entonces dije al joven esclavo: "¿Quieres que te indique dónde se encuentra Abul-Hassán Al-Omaní? ¿Qué dirías, si así fuera?" Contestó él: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh hermano mío! hazlo! ¡Y habrás vuelto a la vida una amante, una hija a su padre, un enamorado a su amiga, y habrás sacado de la pobreza a tu esclavo y los padres de tu esclavo!"
Entonces le dije: "Vé en busca de tu amo el jeique Taher, y dile: "¡Me debes la recompensa prometida por la buena noticia! ¡Porque a la puerta de tu casa se encuentra Abul-Hassán Al-Omaní en persona!"
"Al oír estas palabras, el joven esclavo echó a correr con la rapidez del mulo que se escapa del molino; y en un abrir y cerrar de ojos, volvió acompañado del jeique Taher, padre de mi amiga. ¡Y cuán cambiado estaba! ¡Y cómo tenía ya la tez, tan fresca en otro tiempo y tan joven entonces, a pesar de su edad! En dos años había envejecido más de veinte.
Me reconoció al punto, y se arrojó a mi cuello y se puso a besarme llorando, y me dijo: "¡Oh mi señor! ¿qué fue de ti en tan larga ausencia? Por causa tuya está a las puertas de la tumba mi hija. ¡Ven! ¡Entra conmigo en la casa!" Y me hizo entrar, y empezó por ponerse de rodillas en el suelo para dar gracias a Alah por haber permitido nuestra reunión; y se apresuró a entregar al joven esclavo la recompensa de cien mil dinares prometida. Y el joven esclavo se retiró invocando sobre mí las bendiciones.
"Tras de lo cual el jeique Taher entró primero solo en el aposento de su hija para anunciarle sin brusquedad mi llegada. Le dijo pues: "Vengo a anunciarte la buena nueva, ¡oh hija mía! ¡Si consientes en comer un bocado y en ir a tomar un baño al hammam, te haré ver de nuevo, hoy mismo, a Abul-Hassán!"
Ella exclamó: "¡Oh padre! ¿es cierto lo que dices?" El contestó: "¡Por Alah el Gloriosfs¡mo, que es cierto lo que digo!" Entonces exclamó ella: "¡Ualahí!" Entonces el anciano se volvió hacia la puerta detrás de la cual estaba yo, y me gritó: "¡Entra ya, Abul-Hassán!" Y entré.
"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que no bien me advirtió y me reconoció ella, cayó desmayada, y transcurrió mucho tiempo sin que recobrara el sentido. Por fin pudo levantarse, y entre llantos de alegría y risas nos arrojamos uno en brazos de otro, y permanecimos mucho tiempo abrazados así, en el límite de la emoción y de la felicidad. Y cuando pudimos prestar atención a lo que pasaba en torno nuestro, vimos en medio de la sala de recepción al kadí y a los testigos, a quienes había llamado a toda prisa el jeique, y que acto seguido extendieron nuestro contrato de matrimonio. Y se celebraron nuestras nupcias con un fausto inusitado, entre regocijos que duraron treinta días y treinta noches.
"Y desde entonces ¡oh huéspedes míos! la hija del jeique Taher es mi esposa querida. ¡Y a ella fué a quien oísteis cantar esos aires melancólicos que le gustan y con los que recuerda las horas dolorosas de nuestra separación, sintiendo mejor la dicha perfecta en que transcurren los días de nuestra unión bendecida por el nacimiento de un hijo tan hermoso como su madre! Y voy a presentároslo en persona, ¡ob huéspedes míos...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 526ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y voy a presentároslo en persona, ¡oh huéspedes míos!"
Y así diciendo, Abul-Hassán, el joven amarillo, salió un momento y volvió llevando de la mano a un niño de diez años, hermoso como la luna en su décimocuarto día. Y le dijo: "¡Desea la paz a nuestros huéspedes!" Y el niño desempeñó su cometido con una gracia exquisita. Y el califa y sus acompañantes, disfrazados siempre, quedaron tan encantados de su belleza, de su gracia y de su amabilidad como de la historia extraordinaria de su padre. Y después de despedirse de su huésped, salieron maravillados de lo que acababan de ver y oír.
Y al día siguiente por la mañana, el califa Harún Al-Raschid, que no había cesado de pensar en aquella historia, llamó a Massrur, y le dijo: "¡Oh Massrur!" El interpelado contestó: "A tus órdenes, ¡Oh mi señor!" El califa dijo: "¡Vas a reunir inmediatamente en esta sala todo el tributo anual de oro que hemos percibido de Bagdad, todo el tributo de Bassra y todo el tributo de Khorassán!" Y al momento hizo Massrur llevar ante el califa y amontonar en la sala los tributos de oro de las tres grandes provincias del imperio, que ascendían a una suma que sólo Alah podría enumerar. Entonces el califa dijo a Giafar: "¡Oh Giafar!" El aludido contestó: "Aquí estoy, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Ve ya a buscar a Abul-Hassán Al-Omaní!" Giafar contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto fué a buscar al joven, y le llevó todo tembloroso ante el califa, entre cuyas manos besó la tierra el recién llegado, manteniéndose con los ojos bajos e ignorante del crimen que habría podido cometer o el del motivo que reclamaba su presencia.
Entonces le dijo el califa: "¡Oh Abul-Hassán! ¿sabes los nombres de los mercaderes que fueron tus huéspedes ayer por la noche?" El joven contestó: "No, por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa se encaró entonces con Massrur, y le dijo: "¡Levanta el tapete que oculta los montones de oro!" Y cuando estuvo levantado el tapete, el califa dijo al joven: "¿Puedes decirme, al menos, si estas riquezas son más considerables que las que perdiste con la venta precipitada del
trozo de concha, sí o no?"
Y estupefacto de ver al califa al corriente de aquella historia, Abul-Hassán murmuró, abriendo sus ojos dilatados: "¡Ualah! ¡oh mi señor, estas riquezas son infinitamente más considerables!" Y el califa le dijo: "¡Pues has de saber que tus huéspedes de ayer por la noche eran el quinto de los Bani-Abbas y sus visires y sus íntimos, y que todo ese oro amontonado ahí es de tu propiedad, como regalo de parte mía para indemnizarte de lo que perdiste en la venta del trozo de concha talismánica!"
Al oír estas palabras, se emocionó tanto Abul-Hassán, que dentro de él operóse otra revolución, y se le bajó del rostro el color amarillo para ser reemplazado en el instante por la sangre roja que afluyó a su cara y le devolvió su antigua tez blanca y sonrosada, resplandeciente cual la luna en la noche de su plenitud. Y haciendo que llevaran un espejo, se lo puso el califa delante del semblante a Abul-Hassán, que hubo de caer de rodillas para dar gracias al Liberador. Y después de hacer transportar a la morada de Abul-Hassán todo el oro acumulado, el califa le invitó a que fuera con frecuencia a hacerle compañía entre sus íntimos, y exclamó: "¡No hay otro Dios que Alah! ¡Gloria a Quien puede producir cambio y es el Unico que permanece Incambiable e Inmutable! "
Y tal es, ¡oh rey afortunado -continuó Schehrazada- la HISTORIA DEL JOVEN AMARILLO. ¡Pero no puede sin duda compararse con la HISTORIA DE FLOR-DE-GRANADA Y DE SONRISA-DE-LUNA!
Y exclamó el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada, no dudo de tus palabras! ¡Date prisa a contarme la historia de Flor-de-Granada y de Sonrisa-de-Luna, porque no la conozco!"
HISTORIA DE FLOR-DE-GRANADA Y DE SONRISA-DE-LUNA
Y dijo Schehrazada:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad de las edades y los años y los días de hace mucho tiempo, había en los países anamitas un rey llamado Schahramán, que residía en el Khorassán. Y aquel rey tenía cien concubinas, aquejadas de esterilidad todas, pues ninguna de ellas pudo tener un hijo, ni siquiera del sexo femenino. Y he aquí que estando un día el rey sentado en la sala de recepción en medio de sus visires, de sus emires y de los grandes del reino, y mientras charlaba con ellos no de enojosos asuntos de gobierno, sino de poesía, de ciencia, de historia y de medicina, y en general de cuanto pudiera hacerle olvidar la tristeza de su soledad sin posteridad y su dolor por no poder dejar a sus descendientes el trono que le legaron sus padres y sus antepasados, entró en la sala un joven mameluco, y le dijo: "¡Oh mi señor, a la puerta hay un mercader con una esclava joven y bella como jamás se vió!"
Y dijo el rey: "¡Qué me traigan, pues, al mercader y a la esclava!" Y el mameluco apresurose a introducir al mercader y a su hermosa esclava.
Al verla entrar, el rey la comparó en su alma con una fina lanza de un solo cuento; y como le envolvía la cabeza y le cubría el rostro un velo de seda azul listado de oro, el mercader se lo quitó; y al punto iluminóse con su belleza la sala, y su cabellera rodó por su espalda en siete trenzas macizas que le llegaron a las pulseras de los tobillos; se dirían las crines espléndidas de una yegua de raza noble, barriendo el suelo por debajo de la grupa. Y era real y tenía curvas maravillosas y desafiaba en flexibilidad de movimientos al tallo delicado del árbol ban. Sus ojos, negros y naturalmente alargados, estaban repletos de relámpagos destinados a atravesar los corazones; y sólo con mirarla curaríanse los enfermos y dolientes. En cuanto a su grupa bendita, cima de anhelos y deseos, era tan fastuosa, en verdad, que ni el propio mercader pudo encontrar un velo lo bastante grande para envolverla...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 527ª NOCHE
Ella dijo:
"...En cuanto a su grupa bendita, cima de anhelos y deseos, era tan fastuosa, en verdad, que ni el propio mercader pudo encontrar un velo lo bastante grande para envolverla.
Así es que el rey quedó maravillado de todo aquello hasta el límite de la maravilla, y preguntó al mercader: "¡Oh jeique! ¿cuánto cuesta esta esclava?" El mercader contestó: "¡Oh mi señor! yo se la compré a su primer amo por dos mil dinares; pero después he viajado con ella durante tres años para llegar hasta aquí, y he invertido en ella tres mil dinares más; ¡de modo que no es una venta lo que vengo a proponerte, sino un regalo que te ofrezco de mí para ti!" Y el rey quedó encantado con el lenguaje del mercader, y le puso un espléndido ropón de honor y mandó que le dieran diez mil dinares de oro. Y el mercader besó la mano del rey, y le dió gracias por su bondad y su munificencia, y se marchó por su camino.
Entonces dijo el rey a las intendentas y a las mujeres de palacio: "Conducidla al hammam y arregladla, y cuando hayáis hecho desaparecer en ella las huellas del viaje, no dejéis de ungirla con nardo y perfumes y de darle por aposento el pabellón de las ventanas que miran al mar". Y en aquella hora y aquel instante ejecutáronse las órdenes del rey.
Porque la capital en que reinaba el rey Schahramán se encontraba situada a la orilla del mar, efectivamente, y se llamaba la Ciudad Blanca. Y por eso, después del baño, las mujeres de palacio pudieron conducir a la joven extranjera a un pabellón con vistas al mar.
Entonces el rey, que sólo esperaba este momento, penetró en las habitaciones de la esclava. Pero se sorprendió mucho al ver que ella no se levantaba en honor suyo y no hacía de él más caso que si no estuviese allí. Y pensó él para sí: "¡Deben haberla educado gentes que no le enseñaron buenos modales!" Y la miró con más detenimiento, y ya no pensó en su falta de cortesía, pues tanto le encantaban su belleza y su rostro, que era una luna llena o una salida de sol en un cielo sereno.
Y dijo: "¡Gloria a Alah, que ha creado la Belleza para los ojos de sus servidores!" Luego sentóse junto a la joven, y la oprimió contra su pecho tiernamente. Después la sentó en sus rodillas y la besó en los labios, y saboreó su saliva, que hubo de parecerle más dulce que la miel. Pero ella no decía una palabra y le dejaba hacer, sin oponer resistencia ni mostrar ningún deseo. Y el rey mandó que sirvieran en la estancia un festín magnífico, y él mismo se dedicó a servirle de comer y a llevarle los bocados a los labios.
De cuando en cuando la interrogaba dulcemente por su nombre y por su país. Pero ella permanecía silenciosa, sin pronunciar una palabra y sin levantar la cabeza para mirar al rey, el cual la encontraba tan hermosa, que no podía decidirse a encolerizarse con ella. Y pensó: "¡Acaso sea muda! ¡Pero es imposible que el Creador haya formado semejante belleza para privarla de la palabra! ¡Sería una imperfección indigna de los dedos del Creador!"
Luego llamó a las servidoras para que le vertieran agua en las manos; y se aprovechó del momento en que le presentaban el jarro y la jofaina para preguntarles en voz baja: "¿La oísteis hablar cuando estuvisteis cuidándola?"
Ellas contestaron: "Lo único que podemos decir al rey es que en todo el tiempo que estuvimos junto a ella sirviéndola, bañándola, perfumándola, peinándola y vistiéndola, ni siquiera la hemos visto mover los labios para decirnos: "¡Esto está bien! ¡Esto otro no está bien!" Y no sabemos si será desprecio para nosotras o ignorancia de nuestra lengua o mudez; ¡pero lo cierto es que no hemos conseguido hacerla hablar ni una sola palabra de gratitud o de censura!"
Al oír este discurso de las esclavas y de las matronas, el rey llegó al límite del asombro, y pensando que aquel mutismo se debería a alguna pena íntima, quiso tratar de distraerla. A tal fin, congregó en el pabellón a todas las damas de palacio y a todas las favoritas, con objeto de que se divirtiese y se distrajera ella con las demás; y las que sabían tocar instrumentos de armonía los tocaron, en tanto que las otras cantaban, bailaban o hacían ambas cosas a la vez. Y aparecía satisfecho todo el mundo, excepto la joven, que continuó inmóvil en su sitio, con la cabeza baja y los brazos cruzados, sin reír ni hablar.
Al ver aquello, el rey sintió oprimírsele el pecho y ordenó a las mujeres que se retiraran. Y se quedó solo con la joven.
Después de intentar en vano sacarle una respuesta o una palabra, se acercó a ella y se puso a desnudarla ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 528ª NOCHE
Ella dijo:
"...Después de intentar en vano sacarle una respuesta o una palabra, se acercó a ella y se puso a desnudarla.
Empezó por quitarle delicadamente los velos ligeros que la envolvían; luego, uno tras otro, los siete trajes de colores y telas diferentes que la cubrían, y por último, la camisa fina y el amplio calzón con bellotitas de seda verde. Y vió debajo su cuerpo resplandeciente de blancura y su carne de pureza y de plata virgen.
Y la amó con un amor grande, y levantándose, la tomó su virginidad, y la encontró intacta y sin perforar. Y se regocijó y se deleitó en extremo con ello; y pensó: "¡Por Alah! ¿no es cosa prodigiosa que los diversos mercaderes hayan dejado intacta la virginidad de una joven tan bella y tan deseable?"
Y de tal manera se aficionó el rey a su nueva esclava, que abandonó por ella a todas las demás mujeres de palacio y a la favoritas y los asuntos del reino, y se encerró con ella un año entero, sin cansarse ni por un momento de las delicias nuevas que descubría allí cada día.
Pero, con todo, no consiguió arrancarle una palabra o un mohín de asentimiento, ni interesarla en lo que hacía con ella y alrededor de ella. Y ya no sabía él cómo interpretar aquel silencio y aquel mutismo. Y ya no esperaba él hablar con ella por más recursos a que acudiese.
Pero, un día entre los días, estaba el rey sentado, como de costumbre, junto a su bella e insensible esclava, y su amor era más violento que nunca, y le decía: "¡Oh deseo de las almas! ¡oh corazón de mi corazón! ¡oh luz de mis ojos! ¿es que no sabes el amor que siento por ti, y que por tu belleza he abandonado a mis favoritas, a mis concubinas y los asuntos de mi reino, y que lo hice con gusto, y que estoy lejos de arrepentirme de ello, además?
¿No sabes que te he guardado como si fueras lo único que me corresponde y lo único que me agrada de todos los bienes de este mundo?
¡Ya hace ya más de un año que prolongo la paciencia de mi alma ignorando la causa de ese mutismo y de esa insensibilidad, sin llegar a adivinar de qué proviene!
Si eres realmente muda, házmelo comprender por señas, al menos, con el fin de que pierda toda esperanza de oírte jamás, ¡oh bienamada mía!
De no ser así, ¡pluguiera a Alah enternecer tu corazón e inspirarte, en su bondad, para que cesaras por fin en ese silencio que no merezco! Y si se me ha de rehusar este consuelo siempre, ¡haga Alah que te quedes encinta de mí y me des un hijo querido que me suceda en el trono legado por mis padres y mis antecesores! ¡Ay!, ¿no ves cómo envejezco solitario y sin posteridad, y que pronto no me será ya posible fecundar flancos jóvenes, pues estaré deshecho por la tristeza y por los años? ¡Ay! ¡ay! ¡oh tú! si por mí experimentas el más leve sentimiento de piedad o afección, respóndeme, dime solamente si estás encinta o no; ¡te lo suplico por Alah sobre ti! ¡Y muera yo después!"
Al oír estas palabras, la bella esclava, que había escuchado al rey con los ojos siempre bajos y las manos juntas sobre las rodillas en una postura inmóvil, según su costumbre, tuvo de repente, y por primera vez desde su llegada a palacio, una ligera sonrisa.
¡Sólo eso y nada más!
Al ver aquello, el rey llegó a tal emoción, que creyó que el palacio entero se iluminaba con un relámpago en medio de las tinieblas. Y se estremeció en su alma y se regocijó, y como después de semejante prueba ya no dudaba que consentiría ella en hablar, se arrojó a los pies de la joven y esperó que llegase el momento anhelado, con los brazos en alto y la boca entreabierta en actitud de orar.
Y de pronto levantó la cabeza la joven y habló así, sonriente: "¡Oh rey magnánimo, soberano nuestro! ¡oh león valeroso! ¡sabe...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 529ª NOCHE
Ella dijo:
...Y de pronto levantó la cabeza la joven y habló así, sonriente... "¡Oh rey magnánimo, soberano nuestro! ¡oh león valeroso! ¡sabe que Alah ha respondido a tu ruego, porque estoy encinta de ti! ¡Y en breve daré a luz! ¡Pero no sé si el hijo que llevo en mi seno es hembra o varón! ¡Sabe, además, que de no haberme fecundado tú, estaba completamente resuelta a no dirigirte la palabra nunca ni a decirte una sola frase en mi vida!"
Al oír estas palabras inesperadas, el rey sintió tanta alegría, que se encontró imposibilitado por el momento para articular una palabra o hacer un movimiento; luego se iluminó y se transfiguró su rostro; y se dilató su pecho; y se sintió él alzado de la tierra por la explosión de su júbilo. Y besó las manos a la joven y le besó la cabeza y la frente, y exclamó: "¡Gloria a Alah por haberme concedido dos gracias que anhelaba, ¡oh luz de mis ojos! ver que me hablas y oír que me anunciabas la nueva de tu embarazo! ¡Alhamdolillah! ¡la alabanza a Alah!
Luego se levantó el rey y salió de allí después de anunciar que volvería en seguida, y fue a sentarse con gran pompa en el trono de su reino; y se hallaba en el límite de la dilatación y de la satisfacción. Y dió orden a su visir para que anunciara a todo el pueblo el motivo de su alegría y distribuyera cien mil dinares entre los indigentes, las viudas y cuantos estaban en general necesitados, en acción de gracias a Alah (¡exaltado sea!). Y el visir ejecutó inmediatamente la orden que había recibido.
Entonces fué el rey en busca de su hermosa esclava, y se sentó junto a ella, y la apretó contra su corazón y la besó, y le dijo: "¡Oh dueña mía, oh reina de mi vida y de mi alma! ¿me dirás ahora por qué guardaste conmigo y con todos nosotros ese silencio inquebrantable de día y de noche desde hace un año que entraste en nuestras moradas, y por qué te decidiste a dirigirme la palabra hoy solamente?" La joven contestó: "¿Cómo no guardar silencio, ¡oh rey! si me veía reducida aquí a la condición de esclava y convertida en una pobre extranjera con el corazón roto, separada para siempre de mi madre, de mi hermano, de mis parientes, y alejada de mi país natal?"
El rey contestó: "¡Tomo parte en tus penas y las comprendo! Pero, ¿cómo me dices que eres una pobre extranjera, cuando eres ama y reina de este palacio, y cuanto hay en él es de tu propiedad, y yo mismo, el rey soy un esclavo a tu servicio? ¡En verdad que no son oportunas esas palabras! Y si tenías pena por estar separada de tus padres, ¿por qué no me lo dijiste para que yo enviara a buscarlos y te reuniera aquí con ellos?"
Al oír estas palabras, la bella esclava dijo al rey: "Sabe, pues, ¡oh rey! que me llamo Gul-i-anar, lo que en la lengua de mi país significa Flor-de-Granada; y he nacido en el mar, donde era rey mi padre. Cuando mi padre murió, tuve queja un día por ciertos procederes de mi madre, que se llama Langosta, y de mi hermano, que se llama Saleh; y juré que ya no permanecería en el mar con ellos, y que saldría a la orilla y me entregaría al primer hombre de la tierra que me gustara. Así, pues, una noche en que mi madre la reina y mi hermano Saleh se habían dormido temprano y nuestro palacio se hallaba sumido en el silencio submarino, me escapé de mi aposento, y subiendo a la superficie del agua, fui a tenderme a la luz de la luna en la playa de una isla. Y halagada por el fresco delicioso que caía de las estrellas y acariciada por la brisa de tierra, me dejé invadir del sueño. Y de pronto me desperté al sentir caer sobre mí una cosa, y me vi presa de un hombre que cargó conmigo a su espalda, y a pesar de mis gritos y lamentos, me transportó a su casa, donde me tiró de espaldas y quiso tomarme por la fuerza. Pero al ver que aquel hombre era feo y olía mal, no quise dejarme poseer, y con todas mis fuerzas le aplique en el rastro un puñetazo que le hizo rodar por el suelo a mis pies, y me arrojé sobre él y le administré tal paliza, que no quiso tenerme ya consigo y me condujo a toda prisa al zoco, donde me subastó y hubo de venderme a ese mercader al cual me compraste tú mismo, ¡oh rey! Y como ese mercader era un hombre lleno de conciencia y de rectitud, no quiso robarme mi virginidad al verme tan joven; y me llevó a viajar con él y me condujo entre tus manos. ¡Y tal es mi historia! Pero al entrar aquí, yo estaba completamen!e resuelta a no dejarme poseer; y me hallaba decidida a arrojarme al mar por las ventanas del pabellón para reunirme con mi madre y mi hermano a la primer violencia de parte tuya. Y por orgullo guardé silencio durante todo este tiempo. Mas, al ver que tu corazón me amaba verdaderamente y que por mí habías abandonado a todas tus favoritas, empecé a sentirme conquistada por tus buenos modales. Y al notarme, por último, encinta de ti, acabé por amarte, y deseché toda idea de escaparme en lo sucesivo y de saltar a mi patria el mar. Y además, ¿con qué cara y con qué audacia iba a hacerlo ahora que estoy encinta y mi madre y mi hermano casi se morirían de pena al verme en tal estado y al saber mi unión con un hombre de la tierra, pues no me creerían si les dijese que había llegado a ser la Reina de Persia y del Khorassán y la esposa del más magnánimo de los sultanes? Y he aquí lo que tenía que decirte, ¡oh rey Schahramán! ¡Uassalam...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 530ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y he aquí lo que tenía que decirte, ¡oh rey Schahramán! Uassalam !"
Al oír este discurso, el rey besó a su esposa entre los ojos, y le dijo: "¡Oh encantadora Flor-de-Granada! ¡oh oriunda del mar! ¡oh maravillosa! ¡oh princesa, luz de mis ojos! ¿qué maravillas acabas de revelarme? ¡Si un día me dejaras, aunque no fuese más que por un instante, moriría yo en el mismo momento ciertamente!"
Luego añadió: "¡Pero, ¡oh Flor-de-Granada! me has dicho que naciste en el mar y que tu madre Langosta y tu hermano Saleh habitaban en el mar con tus demás parientes, y que tu padre, cuando vivía, era rey del mar! Pero no comprendo del todo la existencia de los seres marítimos, y hasta el presente, me parecieron cosas de viejas las historias que me contaron a ese respecto. Sin embargo, puesto que me hablas de ello, y tú misma eres oriunda del mar, no dudo de la realidad de esos hechos, y te suplico que me ilustres acerca de tu raza y de los pueblos desconocidos que habitan tu patria. Dime sobre todo cómo es posible vivir, obrar y moverse en el agua sin sofocarse ni ahogarse. ¡Porque es la cosa más prodigiosa que he oído en mi vida!"
Entonces contestó Flor-de-Granada: "¡Claro que te lo diré todo, y de corazón amistoso! Sabe que, por virtud de los nombres grabados en el sello de Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!) , vivimos y andamos por el fondo del mar como se vive y anda por la tierra; y respiramos en el agua como se respira en el aire; y el agua en vez de asfixiarnos, contribuye a nuestra vida, y ni siquiera moja nuestras vestiduras; y no nos impide ver en el mar, donde tenemos los ojos abiertos sin ninguna dificultad; y poseemos vista tan excelente, que atraviesa las profundidades marinas, a pesar de su espesor y de su extensión, y nos permite distinguir todos los objetos lo mismo cuando los rayos del sol penetran hasta nosotros que cuando la luna y las estrellas se miran en nuestras aguas.
En cuanto a nuestro reino, es mucho más vasto que todos los reinos de la tierra, y está dividido en provincias con ciudades muy populosas. Y según las regiones que ocupan esos pueblos, tienen costumbres y usos diferentes y también, como ocurre en la tierra, diferente conformación; unos son peces; otros medio peces, medio humanos, con cola en lugar de pies y de trasero, y otros, como nosotros, completamente humanos, y creyendo en Alah y en su Profeta, y hablando un lenguaje que es el mismo en que está grabada la inscripción del sello de Soleimán. Respecto a nuestras moradas, ¡son palacios espléndidos, de una arquitectura que jamás podríais imaginar en la tierra! Son de cristal de roca, de nácar, de coral, de esmeralda, de rubíes, de oro, de plata y de toda clase de metales preciosos y de pedrerías, sin hablar de las perlas, que cualesquiera que sean su tamaño y su belleza, no se estiman entre nosotros y sólo adornan las viviendas de los pobres y de los indigentes. Por último, como nuestro cuerpo está dotado de una agilidad y una flexibilidad maravillosas, no necesitamos, cual vosotros, caballos y carros para utilizarlos como medios de transporte, aunque los tenemos en nuestras cuadras para servirnos de ellos solamente en las fiestas, los regocijos públicos y las expediciones lejanas. ¡Desde luego, esos carros están construidos con nácar y metales preciosos, y van provistos de asientos y tronos de pedrerías, y son tan hermosos nuestros caballos marinos, que ningún rey de la tierra los posee semejantes! Pero no quiero ¡oh rey! hablarte ya más tiempo de los países marinos, pues me reservo para contarte en el transcurso de nuestra vida, que será larga si Alah quiere, una infinidad de nuevos detalles que acabarán de ponerte al corriente en esta cuestión que te interesa. Por el momento me apresuraré a abordar un asunto mucho más apremiante y que te atañe más directamente.
Quiero hablarte de los partos de las mujeres. ¡Sabe, en efecto, ¡oh dueño mío! que los partos de las mujeres de mar son absolutamente distintos a los partos de las mujeres de tierra! ¡Y como está ya próximo el momento de dar yo a luz, temo mucho que las comadronas de tu país no sepan prestarme los auxilios del caso! Te ruego, pues, que me permitas que vengan a verme mi madre Langosta y mi hermano Saleh y mis demás parientes; y me reconciliaré con ellos, y ayudadas por mi madre, velarán mis primas por la seguridad de mi parto y cuidarán del recién nacido, heredero de tu trono. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 531ª NOCHE
Ella dijo:
".. . y ayudadas por mi madre, velarán mis primas por la seguridad de mi parto y cuidarán del recién nacido, heredero de tu trono". Al oír estas palabras, el rey exclamó maravillado: "¡Oh Flor-de-Granada! tus deseos constituyen mi norma de conducta, y yo soy el esclavo que obedece a las órdenes de su ama! Pero dime ¡oh maravillosa! ¿cómo vas a arreglarte en tan poco tiempo para avisar a tu madre, a tu hermano y a tus primas, y para hacer que vengan antes de que des a luz, estando el momento tan próximo? ¡De todos modos, conviene que yo sepa de antemano cuándo llegarán, para hacer los preparativos necesarios y recibirles con todos los honores que merecen!" Y contestó la joven reina: "¡Oh dueño mío, entre nosotros no hay necesidad de ceremonias! Y además, mis parientes, estarán aquí dentro de un instante. Y si quieres ver cómo van a llegar, no tienes más que entrar en esta habitación contigua a la mía, y mirarme y mirar también las ventanas que dan al mar".
El rey Schahramán entró al punto en la estancia contigua, y miró con atención lo que iba a hacer Flor-de-Granada a la vez que lo que iba a producirse sobre el mar.
Y Flor-de-Granada sacó de su seno dos trozos de madera de áloe de las Islas Comores, los puso en un braserillo de oro, y los quemó. Y cuando se disipó el humo, lanzó ella un silbido prolongado y agudo, y pronunció sobre el braserillo palabras desconocidas y fórmulas conjuratorias. Y en el mismo momento se conmovió y se agitó el mar, y salió primero del agua un joven como la luna, hermoso y de buen aspecto, y parecido en la cara y en la elegancia a su hermana Flor-de-Granada; y eran blancas y sonrosadas sus mejillas, y sus cabellos y su bigote naciente eran de un verde mar; y como dice el poeta, era él más maravilloso que la propia luna, porque la luna no tiene por morada ordinaria más que un solo signo del cielo, ¡mientras que aquel joven habita indistintamente en los corazones todos! Tras de lo cual salió del mar una vieja muy anciana, de cabellos blancos, que era la llamada Langosta, la madre del joven y de Flor-de-Granada. E inmediatamente la siguieron cinco muchachas jóvenes cual lunas, que tenían cierto parecido con Flor-de-Granada, de la que eran primas.
Y el joven y las seis mujeres echaron a andar por el mar, y a pie enjuto llegaron bajo las ventanas del pabellón. Y de un salto consiguieron entrar uno tras otro por la ventana donde se les había aparecido Flor-de-Granada, que hubo de retirarse para dejarles pasar.
Entonces el príncipe Saleh y su madre y sus primas se arrojaron al cuello de Flor-de-Granada, y la besaron con efusión, llorando de alegría al encontrarla, y le dijeron: "¡Oh Gul-i-anar! ¿cómo tuviste valor para abandonarnos y tenernos durante cuatro años sin noticias tuyas y sin indicarnos siquiera el lugar donde te encontrabas? ¡Ualah! el mundo nos pesaba de tan abrumados como estábamos por el dolor de la separación! ¡Y ya no experimentábamos placer en comer ni en beber, porque todos los alimentos resultaban insípidos para nuestro gusto! ¡Y no sabíamos más que llorar y sollozar día y noche, poseídos por el dolor intensísimo que nos producía tu separación! ¡Oh Gul-ianar! ¡mira cómo ha enflaquecido y empalidecido de tristeza nuestro rostro!"
Y al oír estas palabras, Flor-de-Granada besó la mano a su madre y a su hermano, el príncipe Saleh, y besó de nuevo a sus queridas primas, y les dijo a todos: "¡Es verdad! ¡caí en falta gravemente para con vuestra ternura, marchándome sin preveniros! Pero, ¿qué se puede hacer contra el Destino? ¡Alegrémonos de habernos encontrado ahora, y demos gracias por ello a Alah el Bienhechor!" Luego les hizo sentarse a todos cerca de ella, ¡y les contó toda su historia desde el principio hasta el fin! Pero sería inútil repetirla. Luego añadió: "Y ahora que estoy casada con este rey excelente y perfecto hasta el límite de las perfecciones, el cual me ama y al cual amo, y que me ha dejado encinta, os hice venir para reconciliarme con vosotros y rogaros que me asistáis en el parto. ¡Porque no tengo confianza en las comadronas terrestres, que no entienden nada respecto a partos de hijas del mar!"
Entonces contestó su madre, la reina Langosta: "¡Oh hija mía! ¡Al verte en este palacio de un príncipe de la tierra, tuvimos miedo de que no fueses dichosa; y estábamos dispuestos a rogarte que nos siguieras a nuestra patria, porque ya sabes cuánto es nuestro deseo de saber que eres dichosa y vives tranquila y sin preocupaciones! Pero desde el momento en que nos afirmas que eres dichosa, ¿qué cosa mejor podríamos desearte?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana. v se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 532ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Pero desde el momento en que nos afirmas que eres dichosa, ¿qué cosa mejor podríamos desearte? Y sin duda, sería tentar al Destino el querer casarte con uno de nuestros príncipes del mar, a despecho de la suerte contraria". Y contestó Flor-de-Granada: "¡Sí, ¡por Alah! aquí estoy en el límite de la tranquilidad, de las delicias, de los honores, de la felicidad y de mis aspiraciones todas!"
¡Eso fué todo!
Y el rey oía lo que decía Flor-de-Granada; y se regocijaba en su corazón, y la agradecía en el alma estas buenas palabras; y la amó entonces mil millares de veces más que antes; y el amor que la tenía se consolidó para siempre en el núcleo de su corazón; y se prometió darle nuevas pruebas de afecto y de pasión en todas las ocasiones posibles.
Tras de lo cual Flor-de-Granada llamó con una palmada a sus esclavas, y les dió orden de que pusieran el mantel y sirvieran los manjares, cuyo condimento fué ella misma a vigilar en la cocina.
Y las esclavas llevaron bandejas grandes cubiertas de carnes asadas, de pasteles y de frutas; y Flor-de-Granada invitó a sus parientes a que se sentaran con ella alrededor del mantel y comieran. Pero ellos contestaron: "¡No, ¡por Alah! no lo haremos de ningún modo antes de que hayas ido a prevenir de nuestra llegada a tu esposo, el rey! ¡Porque hemos entrado en su morada sin su permiso, y no nos conoce! ¡Sería una falta de educación comer en su palacio y aprovecharnos de su hospitalidad sin saberlo él!
iVé, pues a prevenirle, y dile cuán dichosos nos sentimos al verle y compartir con él el pan y la sal!"
Entonces Flor-de-Granada fué en busca del rey, que se mantenía escondido en la estancia contigua, y le dijo: "¡Oh dueño mío! sin duda oirías que te elogié ante mis parientes, y que estaban decididos a llevarme con ellos si les hubiese dicho la menor cosa que les hiciera creer que no era feliz contigo!"
Y contestó el rey: "¡Ya lo he oído y lo he visto! ¡En esta hora bendita tuve la prueba de tu adhesión a mí, y ya no puedo dudar de tu afecto!" Flor-de-Granada dijo: "De modo que, en vista de las alabanzas que de ti les hice, mi madre, mi hermano y mis primas experimentan por ti un afecto considerable, y puedo asegurarte que te quieren mucho. ¡Me han dicho que no se conformaban con volver a su país sin haberte visto, haberte presentado sus homenajes y formulado sus deseos de paz, y haber charlado contigo amistosamente! ¡Así, pues, te ruego que te prestes a sus deseos, a fin de que les veas y te vean, y reine entre vosotros el afecto puro y la amistad!"
Y el rey contestó: "¡Escuchar es obedecer, porque también es ése mi deseo!" Y al instante se levantó y acompañó a Flor-de-Granada a la sala en que se hallaban sus parientes.
Y en cuanto entró les deseó la paz de la manera más cordial, y le devolvieron ellos la zalema; y besó él la mano de la vieja reina Langosta, y abrazó al príncipe Saleh, y los invitó a todos a sentarse. Entonces le cumplimentó el príncipe Saleh, y le manifestó la alegría que experimentaban todos por ver a Flor-de-Granada convertida en la esposa de un gran rey, en vez de haber caído en las manos de un bruto que la habría desflorado para dársela luego en matrimonio a algún chambelán o a su cocinero. Y le expresó cuánto querían todos a Florde-Granada, y que antiguamente, antes de que ella fuese púber, habían pensado en casarla con algún príncipe del mar; pero empujada por su destino, se escapó de los países submarinos para casarse a su gusto. Y contestó el rey: "¡Sí! Alah me la tenía destinada. ¡Y os doy las gracias a ti, suegra mía, reina Langosta, y a ti, príncipe Saleh, y también a mis amables primas, por vuestros votos y cumplimientos y por haber dado vuestro consentimiento para mi matrimonio!"
Luego el rey les invitó a sentarse con él alrededor del mantel, y estuvo charlando con ellos mucho tiempo con toda cordialidad, y después condujo a cada uno por sí mismo a su aposento.
Así es que los parientes de Flor-de-Granada permanecieron en el palacio, en medio de fiestas y regocijos dados en su honor, hasta el parto de la reina, que no tardó en llegar. Porque al cabo del término fijado, parió ella, entre las manos de la reina Langosta y de sus primas, un hijo varón igual que la luna llena, y sonrosado y rollizo. Y envuelto en mantillas magníficas, se lo presentaron a su padre, el rey, que le recibió con los transportes de una alegría que ni la pluma ni la lengua sabrían describir. Y en acción de gracias, hizo él muchas dádivas a los pobres, a las viudas y a los huérfanos, y mandó abrir las cárceles y dar libertad a todos sus esclavos de ambos sexos; pero los esclavos no quisieron libertad, de tan dichosos como se encontraban dependiendo de un amo semejante.
Más tarde, al cabo de siete días de regocijos continuos, en medio de las felicidades todas, la reina Flor-de-Granada dió a su hijo el nombre de Sonrisa-de-Luna, con el asentimiento de su esposo, de su madre y de sus primas.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 533ª NOCHE
Ella dijo:
"...la reina Flor-de-Granada dió a su hijo el nombre de Sonrisa-de-Luna, con el asentimiento de su esposo, de su madre y de sus primas.
Entonces el príncipe Saleh, cogió al pequeñuelo en sus brazos, y empezó a besarle y a acariciarle de mil maneras, paseándole por la habitación y sosteniéndole en el aire con las manos; y de pronto tomó impulso, y desde la altura del palacio saltó al mar, sumergiéndose y desapareciendo con el niño.
Al ver aquello, el rey Schahramán empezó a lanzar gritos desesperados y a golpearse la cabeza, poseído de espanto y de dolor, hasta el punto de que parecía que se iba a morir. Pero la reina Flor-de-Granada, lejos de mostrarse asustada o afligida por semejante cosa, dijo al rey con seguro acento: "¡Oh rey del tiempo! no te desesperes por tan poco y estate sin ningún temor por tu hijo, pues yo, que sin duda quiero a ese niño mucho más que tú, estoy tranquila sabiendo que se encuentra con mi hermano, el cual no hubiera hecho lo que acaba de hacer si el pequeño fuese a sufrir la menor incomodidad o a enfriarse o a mojarse solamente. ¡Ten la seguridad de que el niño no corre ningún riesgo ni peligro por parte del mar, aunque sea tuya la mitad de su sangre! Porque a causa de la otra mitad de su sangre, que es mía, puede impunemente vivir en el agua como en la tierra. ¡No te alarmes más, por tanto, y persuádete de que mi hermano no tardará en volver con el niño en buena salud!"
Y la reina Langosta y las jóvenes parientes del niño confirmaron al rey las palabras de su esposa. Pero el rey no empezó a calmarse hasta no ver que el mar se conmovía y agitaba y que de su seno entreabierto salía con el pequeñuelo en brazos el príncipe Saleh, que de un salto se elevó por el aire y entró en la sala superior por la misma ventana por donde había salido. Y el pequeño estaba tan tranquilo como si se hallase en el regazo de su madre, y sonreía cual la luna en su décimocuarto día.
Al ver aquello, el rey se tranquilizó por completo y quedóse maravillado; y el príncipe Saleh le dijo: "Por lo visto, ¡oh rey! te asustaste mucho al verme saltar y hundirme en el mar con el pequeñuelo". Y contestó el rey: "Sí, por cierto, ¡oh hijo del tío! ¡fué extremado mi espanto, y hasta desesperaba de volver a verle nunca sano y salvo!" El príncipe Saleh dijo: "En adelante, no tengas por él ningún temor, porque está para siempre al abrigo de los peligros del agua, del ahogo, de asfixia, de la humedad y de otras cosas parecidas, y durante toda su vida podrá sumergirse en el mar y pasearse por él a su antojo; pues le hice adquirir el mismo privilegio que tienen nuestros propios hijos nacidos en el mar, y para ello le he frotado las pestañas y los párpados con cierto kohl que conozco, pronunciando sobre él las palabras misteriosas grabadas en el sello de Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!)
Después de pronunciado este discurso, el príncipe Saleh entregó el pequeñuelo a su madre, que le dió de mamar; luego sacó de su cinturón el príncipe un saco que tenía la boca sellada, e hizo saltar el sello, y habiéndolo abierto, lo cogió por la parte de abajo y vertió sobre la alfombra el contenido. Y el rey vió titilar diamantes grandes como huevos de paloma, barras de esmeralda de medio pie de longitud, sartas de perlas gordas, rubíes de talla y color extraordinarios y toda clase de joyas a cual más maravillosas. Y todas estas piedras lanzaban mil fulgores multicolores que alumbraban la sala con una armonía de luces semejantes a las que se ven en sueños. Y el príncipe Saleh dijo al rey: "Esto es un regalo que traigo, para que me dispenséis de haber venido aquí la vez primera con las manos vacías. ¡Pero entonces no sabía yo dónde se encontraba mi hermana Flor-de-Granada, y no podía figurarme que su feliz destino la hubiese puesto en el camino de un rey como tú! ¡Este regalo, sin embargo, no es nada en comparación de los que pienso hacerte en días venideros!" Y el rey no supo cómo dar gracias a su cuñado por aquel regalo, y encaróse con Flor-de-Granada, y le dijo: "¡Verdaderamente, estoy en extremo confuso por la generosidad de tu hermano para conmigo, y por la magnificencia de este regalo, que no tiene igual en la tierra y una de cuyas piedras sola vale tanto como mi reino entero!"
Y Flor-de-Granada dió las gracias a su hermano por haber pensado en cumplir con los deberes de parentesco; pero él encaróse con el rey, y le dijo: "¡Por Alah, ¡oh rey! que no es digno de tu rango esto! En cuanto a nosotros, jamás podremos pagar lo bastante las deudas que tu bondad nos hizo contraer contigo; y aunque mil años pasáramos todos nosotros sirviéndote por encima de nuestras caras y de nuestros ojos, no podríamos devolverte lo que te debemos; porque todo es poco en proporción de los derechos que sobre nosotros tienes".
Al oír estas palabras, el rey abrazó al príncipe Saleh, y le dió gracias calurosamente. Luego le obligó a permanecer todavía en el palacio con su madre y sus primas cuarenta días, transcurridos entre fiestas y regocijos. Pero al cabo de este tiempo, el príncipe Saleh se presentó al rey y besó la tierra entre sus manos. Y el rey le dijo: "Habla, ¡oh Saleh! ¿Qué deseas?" El príncipe contestó: "¡Oh rey del tiempo! en verdad que nos has anegado con tus favores, pero venimos a pedirte permiso para partir, ¡porque nuestra alma anhela vivamente volver a ver nuestra patria, a nuestros parientes y a nuestras moradas, de la que estuvimos alejados tanto tiempo! ¡Y además, una estancia demasiado prolongada en tierra es dañosa para nuestra salud, pues estamos acostumbrados al clima submarino ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 534ª NOCHE
Ella dijo:
"...una estancia demasiado prolongada en tierra es dañosa para nuestra salud, pues estamos acostumbrados al clima submarino!" Y contestó el rey: "¡Qué pena es para mí eso!, ¡Oh Saleh!" Saleh dijo: "¡Y también para nosotros! Pero ¡oh rey! vendremos de cuando en cuando para rendirte nuestros homenajes y ver de nuevo a Flor-deGranada y a Sonrisa-de-Luna". Y dijo el rey: "¡Sí, ¡por Alah! hacedlo, y con frecuencia! Por lo que a mí respecta, siento mucho no poder acompañarte, así como a la reina Langosta y a mis primas, a tu país submarino, ¡pero temo mucho al agua!" Entonces despidiéronse de él todos, y después de haber besado a Flor-de-Granada y a Sonrisa-de-Luna, se tiraron por la ventana uno tras otros y se sumergieron en el mar.
¡Y esto en lo que atañe a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente al pequeño Sonrisa-de-Luna! Su madre, Flor-de-Granada, no quiso confiarle a nodrizas, y le dió el pecho ella misma hasta que llegó el niño a la edad de cuatro años, a fin de que con su leche chupase todas las virtudes marinas. Y como se había alimentado tanto tiempo con la leche de su madre, oriunda del mar, el niño se puso más hermoso y más robusto cada día; y a medida que avanzaba en edad, aumentaba en fuerza y en encantos; y cuando de tal suerte llegó a los quince años, fué el joven más hermoso, el más fuerte, el más diestro en los ejercicios corporales, el más sabio y el más instruido entre los hijos de los reyes de su tiempo. Y en todo el inmenso imperio de su padre no se hablaba en las conversaciones de otra cosa que de sus méritos, de sus encantos y de sus perfecciones, ¡porque era verdaderamente hermoso!
Y no exageraba el poeta que decía de él:
¡El bozo adolescente ha trazado dos líneas en sus mejillas encantadoras, ¡dos líneas negras sobre color de rosa, ámbar gris sobre perlas o azabache sobre manzanas!
¡Bajo sus lánguidos párpados, se alojan dardos asesinos, ¡y a cada una de sus miradas, parten y matan!
¡En cuanto a la embriaguez, no la busquéis en los vinos! ¡No os la proporcionarían al igual de sus mejillas enrojecidas por vuestros deseos y su pudor!
¡Oh bordados, maravillosos y negros bordados dibujados en sus mejillas resplandecientes, sois un rosario de granos de almizcle alumbrados por una lámpara que arde en las tinieblas!
Así es que el rey, que quería a su hijo con un cariño muy grande y veía en él tantas cualidades reales, sintiéndose ya él mismo envejecer y acercarse al término de su destino, pensó asegurarle en vida la sucesión al trono. A tal fin, convocó a sus visires y a los grandes de su imperio, que sabían cuán digno de sucederle era por todos conceptos el joven príncipe, y les hizo prestar juramento de obediencia a su nuevo rey; luego descendió del trono ante ellos, se quitó de su cabeza la corona y la puso con sus propias manos en la cabeza de su hijo Sonrisa-de-Luna; y le alzó de los brazos y le hizo subir y sentarse en el trono en lugar suyo; y para afirmar bien que en adelante le entregaba toda su autoridad y su poderío, besó la tierra entre sus manos y levantándose le besó la mano y la orla de su manto real, y bajó a colocarse debajo de él, a la derecha, mientras a la izquierda se mantenían los visires y los emires.
Al punto el nuevo rey Sonrisa-de-Luna se puso a juzgar, a resolver los asuntos pendientes, a nombrar para empleos a los que merecían algún favor, a destituir a los prevaricadores, a defender los derechos del débil contra el fuerte y los del pobre contra el rico, y a administrar justicia con tanta prudencia, equidad y discernimiento, que maravilló a su padre y a los antiguos visires de su padre y a todos los circunstantes. Y no levantó el diwán hasta mediodía.
Entonces, acompañado de su padre el rey, entró en el aposento de su madre la reina oriunda del mar; y llevaba en la cabeza la corona de oro de la realeza, y de aquel modo estaba verdaderamente como la luna. Y al verle tan hermoso con aquella corona, su madre corrió a él, llorando de emoción, y se arrojó a su cuello, abrazándole con ternura y efusión; luego le besó la mano y le deseó un reinado próspero, larga vida y victorias sobre los enemigos.
De tal suerte vivieron los tres en medio de la dicha y el amor de sus súbditos, durante el transcurso de un año, al cabo del cual el viejo rey Schahramán sintió un día que le latía el corazón precipitadamente y sólo tuvo el tiempo justo para besar a su esposa y a su hijo y hacerles sus últimas recomendaciones. Y murió con mucha tranquilidad, y se albergó en la misericordia de Alah (¡exaltado sea . . .! )
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 535ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y murió con mucha tranquilidad, y se albergó en la misericordia de Alah (¡exaltado sea!) Y fueron grandes el duelo y la aflicción de Flor-de-Granada y del rey Sonrisa-de-Luna, y lloraron al difunto un mes entero sin ver a nadie, y le erigieron una tumba digna de su memoria, dedicándole bienes de mano muerta a beneficio de los pobres, de las viudas y de los huérfanos.
Y en este intervalo presentáronse para tomar parte en la aflicción general la abuela del rey, la reina Langosta, y el tío del rey, el príncipe Saleh, y las tías del rey, oriundas del mar,que ya en vida del viejo rey, habían ido a visitar a sus parientes varias veces. Y lloraron mucho por no haber podido asistir a sus últimos momentos. E hicieron común su dolor; y se consolaban mutuamente por turno; y después de mucho tiempo, acabaron por conseguir que el rey olvidara un poco la muerte de su padre, y le decidieron a que reanudara sus sesiones del diwán y se ocupara de los asuntos de su reino. Y les escuchó él, y tras mucha resistencia, consintió en vestir de nuevo sus trajes reales, recamados de oro y constelados de pedrerías, y en ceñir la diadema. Y empuñó otra vez la autoridad e hizo justicia con la aprobación universal y el respeto de grandes y pequeños; y así se pasó otro año.
Pero una tarde, el príncipe Saleh, que desde hacía algún tiempo no había vuelto a ver a su hermana y a su sobrino, salió del mar y entró en la sala donde se hallaba en aquel momento la reina y Sonrisa -de-Luna. Y les hizo sus zalemas, y les besó; y Flor-de-Granada le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿cómo estás, y cómo está mi madre, y cómo están mis primas?" El príncipe contestó: "¡Oh hermana mía! ¡están muy bien y viven en la tranquilidad y el contento, y no les falta más que ver tu rostro y el rostro de mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna!" Y se pusieron a charlar de unas cosas y de otras, comiendo avellanas y alfónsigos; y el príncipe Saleh empezó a hablar, con grandes alabanzas, de las cualidades de su sobrino Sonrisa-de-Luna, de su belleza, de sus encantos, de sus proporciones, de sus modales exquisitos, de su destreza en los torneos y de su sabiduría. Y el rey Sonrisa-de-Luna, que estaba allí acostado en el diván y con la cabeza apoyada en los almohadones; al oír lo que decían de él su madre y su tío, no quiso aparentar que les escuchaba, y fingió dormir. Y de aquella manera pudo oír cómodamente lo que seguían diciendo acerca de él.
En efecto, al ver dormido a su sobrino, el príncipe Saleh habló con más libertad a su hermana Flor-de-Granada, y le dijo: "¡Olvidas, hermana mía, que pronto va a cumplir tu hijo diez y siete años, y que ésa ya es edad de pensar en casar a los hijos! Por eso al verle tan hermoso y tan fuerte, como sé que a su edad se tienen necesidades que es preciso satisfacer de una manera o de otra, tengo miedo de que le sucedan cosas desagradables. ¡Es de todo punto necesario, pues, casarle, buscándole entre las hijas del mar una princesa que le iguale en encantos y en belleza!"
Y contestó Flor-de-Granada: "¡Ciertamente, es también ése mi íntimo deseo, porque no tengo más que un hijo, y ya es tiempo de que él tenga asimismo un heredero para el trono de sus padres! ¡Te ruego, pues, ¡oh hermano mío! que traigas a mi memoria las jóvenes de nuestro país, porque hace tanto tiempo que abandoné el mar, que ya no me acuerdo de las que son hermosas y de las que son feas!"
Entonces Saleh púsose a enumerar a su hermana las princesas más hermosas del mar, una tras otra, aquilatando cuidadosamente sus cualidades, y el pro y el contra, y las ventajas y desventajas. Y a cada vez contestaba la reina Flor-de-Granada: "¡Ah! ¡no, no quiero a ésta por su madre, ni a ésa por su padre, ni a aquélla por su tía, que tiene la lengua muy larga; ni a aquélla otra por su abuela, que huele mal; ni a la de más allá, por su ambición y sus ojos vacíos!"
Así, sucesivamente, fué rehusando a todas las princesas que Saleh le enumeraba.
Entonces le dijo Saleh: "¡Oh hermana mía, razón te asiste para contentarte difícilmente al escoger esposa a tu hijo, que no tiene igual en la tierra ni debajo del mar! ¡Pero ya te he enumerado todas las jóvenes disponibles, y no me queda por proponerte más que una!"
Luego se interrumpió, y dijo, dudando: "Antes conviene que me cerciore de que mi sobrino está bien dormido; porque no puedo hablarte de esa joven delante de él: ¡tengo mis motivos para tomar esta precaución...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 536ª NOCHE
Ella dijo:
".. no puedo hablarte de esa joven delante de él: ¡tengo mis motivos para tomar esta precaución!"
Entonces Flor-de-Granada se acercó a su hijo, y le tentó, y le palpó, y le escuchó respirar; y como parecía él sumido en un sueño pesado, pues había comido un guiso de cebollas que le gustaba mucho y que le procuraba de ordinario una siesta muy profunda, la reina dijo a Saleh: "¡Duerme! ¡Puedes explicar lo que tengas que proponer!"
El príncipe dijo: "Has de saber ¡oh hermana mía! que si tomo esta precaución es porque tengo que hablarte ahora de una princesa del mar que es extremadamente difícil de obtener en matrimonio, no por ella, sino por su padre, el rey. Por eso no conviene que mi sobrino oiga hablar de ella mientras no estemos seguros de la cosa; porque ya sabes ¡oh hermana mía! que el amor se transmite por el oído con más frecuencia que por los ojos entre nosotros los musulmanes, cuyas mujeres e hijas llevan tapado el rostro con el velo púdico". Y dijo la reina: "¡Oh hermano mío, tienes razón! ¡porque el amor al principio es un poco de miel que no tarda en transformarse en un vasto mar salado de perdición! ¡Pero, por favor, dime pronto el nombre de esa princesa y de su padre!" Saleh dijo: "Es la princesa Gema, hija del rey Salamandra el marino".
Al escuchar este nombre, exclamó Flor-de-Granada: "¡Ah! ¡ya me acuerdo ahora de esa princesa Gema! Cuando yo habitaba todavía en el mar, era una niña de un año apenas, pero hermosa entre todas las niñas de su edad. ¡Qué maravillosa debe estar ahora!" Saleh contestó: "¡Maravillosa es, en verdad, y ni sobre la tierra ni en los reinos que hay debajo de las aguas, se ha visto una belleza semejante! ¡Oh! ¡es deliciosa y gentil y dulce y sabrosa y encantadora, hermana mía! ¡Y tiene un color! ¡Y unos cabellos! ¡Y unos ojos! ¡Y un talle! ¡Y una grupa! ¡ah! pesada, tierna y firme a la vez y floja, y redonda por todas partes sin excepción! ¡Cuando se balancea, da envidia a la rama del ban! ¡Cuando se vuelve hacia ellos, se ocultan los antílopes y las gacelas! ¡Cuando se descubre, avergüenza al sol y a la luna! ¡Cuando se mueve, derriba! ¡Cuando se apoya, mata! ¡Y cuando se sienta, es la huella que deja tan profunda, que no desaparece ya! ¿Cómo no llamarla entonces Gema, si es tan brillante y tan perfecta?"
Y contestó Flor-de-Granada: "¡En verdad que su madre estuvo bien inspirada por Alah el Omnisciente al darle ese nombre! ¡He ahí la que verdaderamente conviene para esposa a mi hijo Sonrisa-de-Luna!"
¡Eso fué todo! ¡Y Sonrisa-de-Luna fingía dormir, pero se deleitaba en su alma, y se estremecía pensando en poseer pronto a aquella princesa marina tan fina y opulenta!
Pero Saleh añadió en seguida: "¡Sin embargo, ¡oh hermana mía! el padre de la princesa Gema, el rey Salamandra, es un hombre brutal, 'grosero, detestable! ¡Ya negó a su hija a varios príncipes que se la pedían en matrimonio, y les expulsó ignominiosamente después de molerles los huesos! ¡Así es que no estoy seguro de la acogida que nos haga ni de cómo va a parecerle nuestra petición! ¡Y heme aquí en el límite de la perplejidad a causa de eso!"
La reina contestó: "¡Muy delicado es el asunto! ¡Y necesitamos pensarlo mucho antes y no sacudir el árbol antes de que la fruta esté madura!"
Y Saleh dijo en conclusión: "¡Sí, reflexionemos, y ya veremos luego!"
Después, como en aquel momento Sonrisa-de-Luna hacía ademán de despertarse, cesaron de hablar, pensando reanudar más tarde la conversación en el punto en que la dejaban. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
En cuanto a Sonrisa-de-Luna, se levantó acto seguido, como si no hubiera oído nada, y se desperezó tranquilamente; pero dentro de sí su corazón se abrasaba de amor y se arrugaba cual si estuviese en un brasero lleno de carbones ardiendo . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 537ª NOCHE
Ella dijo:
"...pero dentro de sí su corazón se abrasaba de amor y se arrugaba cual si estuviese en un brasero lleno de carbones ardiendo.
No obstante, se guardó mucho de decir a su madre y a su tío la menor palabra acerca del particular, y se retiró temprano y pasóse solo toda aquella noche, poseído por aquel tormento tan nuevo para él; y también a su vez reflexionó sobre el medio mejor para llegar más pronto al término de sus deseos. Y no hay para qué decir que estuvo sin cerrar los ojos un instante hasta por la mañana.
Así es que se levantó al alba y fué a despertar a su tío Saleh, que había pasado la noche en el palacio, y le dijo: "¡Oh tío mío, deseo pasearme esta mañana por la playa, pues tengo oprimido el pecho, y me lo dilatará el aire del mar!" Y contestó el príncipe Saleh: "¡Escuchar es obedecer!" Y saltó sobre ambos pies, y salió a la playa con su sobrino.
Caminaron juntos mucho tiempo, sin que Sonrisa-de-Luna dirigiese la palabra a su tío. Y estaba pálido, con lágrimas en el ángulo de los ojos. Y he aquí que de pronto se detuvo, y sentándose en una roca, improvisó estos versos y los cantó, mirando al mar:
Si me dijeran
En medio del incendio, mientras llamea mi corazón,
Si me dijeran:
"¿Prefieres verla O beber un sorbo de agua fresca y pura?
¿Qué responderías?"
---"¡Verla y morir!"
¡Oh corazón que tan tierno te volviste,
Desde que se incrustó en ti la Gema de Salamandra!
Cuando el príncipe Saleh hubo oído estos versos cantados tristemente por su sobrino el rey, se golpeó las manos una contra otra en el límite de la desesperación, y exclamó: "¡La ilah ill'Alah! ¡ua Mahomed rassul Alah! ¡Y no hay majestad y poderío más que en Alah el Glorioso, el Magno! ¡Oh hijo mío! ¿oíste la conversación que ayer sostuve con tu madre, respecto a la princesa Gema, hija del rey Salamandra el marino?
¡Oh qué calamidad para nosotros! ¡Porque yo veo ¡oh hijo mío! que ya se preocupan mucho de ella tu espíritu y tu corazón, aunque no se ha conseguido nada todavía y la cosa es difícil de arreglar!"
Sonrisa-de-Luna contestó: "¡Oh tío mío, necesito a la princesa Gema, y no a otra! ¡Sin ella, moriré!"
El príncipe dijo: "¡Entonces, ¡oh hijo mío! volvamos a ver a tu madre a fin de que la ponga yo al corriente de tu estado, y le pida permiso para llevarte conmigo al mar e ir al reino de Salamandra el marino a pedir para ti en matrimonio a la princesa Gema!"
Pero Sonrisa-de-Luna exclamó: "¡No, ¡oh tío mío! no quiero pedir a mi madre un permiso que sin duda ha de negarme! Porque temerá por mí , ante el rey Salamandra, que tiene malos modales; y también me dirá que mi reino no puede permanecer sin rey, y que los enemigos del trono se aprovecharán de mi ausencia para usurparme el puesto. ¡Conozco a mi madre, y de antemano sé lo que ha de decirme!"
Luego Sonrisa-de-Luna se echó a llorar copiosamente delante de su tío, y añadió: "¡Quiero ir contigo en seguida a ver al rey Salamandra, sin prevenir a mi madre! ¡Y volveremos muy pronto, antes de que tenga ella tiempo de advertir mi ausencia!"
Cuando el príncipe Saleh vió que su sobrino se obstinaba en aquella determinación, no quiso afligirle más, y dijo: "¡Pongo mi confianza en Alah, y venga lo que venga!" Luego se quitó del dedo una sortija en la cual había grabados algunos nombres entre los nombres, y se la puso en el dedo a su sobrino, diciéndole:
"¡Esta sortija te protegerá más aún contra los peligros submarinos y acabará por otorgarte nuestras virtudes marítimas!"
Y añadió en seguida: "¡Haz lo que yo!" Y saltó con ligereza en el aire, abandonando la roca. Y Sonrisa -de-Luna le imitó, golpeando el suelo con el pie, y abandonó la roca para elevarse por los aires con su tío. Y describieron una curva descendente en dirección al mar, en el cual se sumergieron ambos ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 538ª NOCHE
Ella dijo:
".. Y describieron una curva descendente en dirección al mar., en el cual se sumergieron ambos.
Y Saleh quiso enseñar primero a su sobrino su morada submarina, a fin de que la reina Langosta pudiese recibir en su casa al hijo de su hija y de que las primas de Flor-de-Granada tuviesen la alegría de ver de nuevo en su casa a su pariente. Y no fué mucho el tiempo que invirtieron en llegar; y el príncipe Saleh introdujo en seguida a Sonrisa-de-Luna en el aposento de la abuela. Precisamente entonces estaba la reina Langosta sentada en medio de sus parientes las jóvenes: y en cuanto vió entrar a Sonrisa-de-Luna, le reconoció y estornudó de gusto. Y Sonrisa-de-Luna acercóse a ella y le besó la mano, y besó la mano de sus parientes; y todas le besaron con emoción, lanzando agudos gritos de alegría; y la abuela le hizo sentarse al lado suyo y le besó entre los dos ojos, y le dijo: "¡Oh bendita llegada! ¡Oh día de leche! Tú iluminas la morada, ¡oh hijo mío! ¿Cómo está tu madre Flor-de-Granada?" El joven contestó: "¡Goza de excelente salud y de dicha perfecta, y me encarga que os transmita sus zalemas a ti y a las hijas de su tío!" ¡Eso fué lo que dijo! Pero no era verdad, puesto que partió sin despedirse de su madre. Entanto, mientras Sonrisa-de-Luna se alejaba con sus parientes, que le llevaron consigo para enseñarle todas las maravillas de su palacio, el príncipe Saleh se apresuró a poner a su madre al corriente del amor que le había entrado por la oreja a su sobrino y se había apoderado de su corazón, sólo con el relato de los encantos de la princesa Gema, hija del rey Salamandra. Y le contó la aventura, desde el principio hasta el fin, y añadió: "¡Y no ha venido aquí conmigo más que para pedírsela en matrimonio a su padre!"
Cuando la abuela del rey Sonrisa-de-Luna oyó estas palabras de Saleh, hubo de llegar al límite de la indignación contra su hijo, y le reprochó violentamente que no tomara bastantes precauciones para hablar de la princesa Gema en presencia de Sonrisa-de-Luna, y le dijo: "¡Ya sabes, sin embargo, qué hombre tan violento, tan lleno de arrogancia y de estupidez es el rey Salamandra, y con qué avaricia guarda a su hija, que ya se la ha rehusado a tantos príncipes jóvenes! ¡Y te atreves a ponernos en una situación humillante ante él, obligándonos a hacerle una petición que rechazará sin duda! ¡Y entonces, nosotros, que tan alto ponemos nuestro honor, nos veremos muy humillados y volveremos seguramente con el mayor de los desencantos!
¡En verdad, hijo mío, que en ninguna ocasión y de ninguna manera debiste pronunciar el nombre de esa princesa, sobre todo delante del hijo de tu hermana, aunque estuviese dormido por un narcótico!"
Saleh contestó: "¡Así es; pero la cosa ya está hecha, y el joven se halla tan enamorado de la joven, que moriría si no la poseyese, según me ha afirmado! Y después de todo, ¿qué tiene esto de extraordinario? ¡Sonrisa-de-Luna es tan hermoso, por lo menos, como la princesa Gema, y desciende de un ilustre linaje de reyes, y él mismo es rey de un poderoso imperio terrestre! ¡Porque no es el único rey ese estúpido Salamandra! Y además, ¿qué podría éste replicar a lo que yo no respondiese cumplidamente? ¡Me dirá que su hija es rica, y le diré que nuestro hijo es más rico! ¡Que su hija es hermosa; pero nuestro hijo es más hermoso! ¡Que su hija es de noble linaje; pera nuestro hijo es de un linaje todavía más noble! ¡Y así sucesivamente, ¡oh madre mía! hasta que le convenza de que todo es beneficioso para él si consiente en ese matrimonio! ¡Al fin y al cabo, yo, por mi indiscreción, soy el causante de esto, y justo es que me comprometa a llevarlo a buen término, aun a riesgo de que me muelan los huesos y me vea precisado a rendir el alma!"
Al ver que, efectivamente, ya no quedaba más que aquella solución, la vieja reina Langosta dijo suspirando: "¡Cuán preferible hubiese sido, hijo mío, no suscitar nunca una cuestión tan peligrosa! Sin embargo; puesto que así lo quiso el Destino, me resigno, aunque de mala gana, a permitirte marchar. ¡Pero deja conmigo a Sonrisa-de-Luna hasta tu regreso, pues no quiero que se exponga antes de que sepamos nada en concreto! Márchate, pues, sin él, ¡y sobre todo, mide tus palabras, no vaya a ser que una expresión impropia enfurezca a ese rey brutal y grosero que no tiene en cuenta nada y trata a todo el mundo con el mismo desprecio!" Y contestó Saleh: "¡Escucho y obedezco!"
Se levantó entonces y llevóse consigo dos sacos grandes llenos de valiosos regalos destinados al rey Salamandra; y cargó aquellos dos sacos a la espalda de dos esclavos, y con ellos emprendió la ruta marina que conducía al palacio del rey Salamandra ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 539ª NOCHE
Ella dijo:
". ..y con ellos emprendió la ruta marina que conducía al palacio del rey Salamandra.
Al llegar al palacio, el príncipe Saleh pidió permiso para entrar a hablar al rey; y se lo concedieron. Y entró en la sala donde se hallaba el rey marino Salamandra, sentado en un trono de esmeraldas y jacintos. Y Saleh formuló ante él sus deseos de paz con las maneras más escogidas, y depositó a sus pies los dos sacos grandes, llenos de magníficos regalos, que llevaban a la espalda los esclavos. Y al ver aquello, el rey correspondió a los deseos de paz de Saleh, le invitó a sentarse, y le dijo:
"¡Bien venido seas, príncipe Saleh! ¡Hace ya mucho tiempo que no te veo, lo cual me entristecía bastante! ¡Pero date prisa ya a pedirme lo que te haya impulsado a venir a verme; porque cuando se hace un regalo, siempre es con la esperanza de obtener en cambio una cosa equivalente! ¡Habla, pues, y veré si puedo hacer algo por ti!"
Entonces Saleh se inclinó profundamente ante el rey por segunda vez, y dijo: "¡Sí, estoy comisionado para una cosa que no quiero obtener más que de Alah y del rey magnánimo, del valiente león, del hombre generoso que ha extendido la fama de su gloria, de su magnificencia, de su liberalidad, de su esplendidez, de su clemencia y de su bondad, a lo largo de las tierras y los mares, haciendo que hablen de ella por la tarde con admiración las caravanas debajo de las tiendas de campaña!"
Al oír este discurso, el rey Salamandra, muy preocupado, frunció las cejas, y dijo: "¡Presenta tu demanda, ¡oh Saleh! pues entrará en un oído sensible y en un espíritu bien dispuesto! Si puedo satisfacerte, lo haré inmediatamente; pero si no puedo, no será por mala voluntad. ¡Porque Alah, oh Saleh! no pide a un alma lo que rebasa de su capacidad!"
Entonces Saleh se inclinó ante el rey más profundamente todavía que las dos veces anteriores, y dijo: "¡Oh rey del tiempo, en verdad que lo que tengo que pedirte puedes concedérmelo, pues depende de tu poder y de tu única autoridad! ¡Y claro es que no me hubiera aventurado a venir a pedírtelo si de antemano no tuviese la certeza de que cabía en las posibilidades! Porque ha dicho el sabio: "¡Si quieres que se te atienda, no pidas lo imposible!" ¡Y yo ¡oh rey! (¡Alah te conserve para dicha nuestra!) no soy un demente ni un importuno! ¡Helo aquí, pues! ¡Sabe ¡oh rey lleno de gloria! que vengo a ti solamente como intermediario! ¡Y lo hago iob rey magnánimo! ¡oh generoso! ¡oh el más grande! para pedirte la perla única, la joya inestimable, el tesoro sellado, tu hija la princesa Gema, en matrimonio para mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna, hijo del rey Schahramán y de mi hermana la reina Flor-de-Granada, y señor de la Ciudad-Blanca y de los reinos terrestres que se extienden desde las fronteras de Persia hasta los límites extremos del Khorassán ¡”
Cuando el rey Salamandra el marino hubo oído este discurso de Saleh, echóse a reír de tal manera, que se cayó de trasero, ¡y en el suelo siguió convulsionándose y estremeciéndose a la vez que agitaba las piernas en el aire! Tras de lo cual se levantó, y mirando a Saleh en silencio, le gritó de pronto: "¡Hola! ¡Hola!" Y de nuevo se echó a reír convulso, y con tanta fuerza y durante tanto tiempo, que acabó por soltar un cuesco retumbante.
Y así fué como se calmó, y dijo a Saleh: "¡En verdad, oh Saleh! que te creí siempre un hombre sensato y equilibrado, pero al presente veo cuánto me engañaba! Dime qué fué de tu buen sentido y de tu razón para que te atrevieras a hacerme una petición tan loca".
Pero Saleh contestó, sin inmutarse ni perder la serenidad: "¡No lo sé! ¡Sin embargo, lo cierto es que mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna es por lo menos tan hermoso y tan rico y de tan noble linaje como tu hija la princesa Gema! Y si la princesa Gema no nació para semejante matrimonio, ¿quieres decirme para qué nació entonces? Porque, ¿no ha dicho el sabio: «¡A la joven sólo le queda el matrimonio o la tumba!?» ¡Por eso no se conocen solteronas entre nosotros los musulmanes! ¡Date prisa, pues, ¡oh rey! a aprovecharte de esta ocasión para salvar de la tumba a tu hija!"
Al oír estas palabras, el rey Salamandra llegó al límite del furor, e irguiéndose sobre ambos pies, con las cejas contraídas y los ojos inyectados en sangre, gritó a Saleh: "¡Oh perro de los hombres! ¿acaso pueden tus semejantes pronunciar en público el nombre de mi hija? ¿Quién eres tú, pues, más que un perro hijo de perro? ¿Y quién es tu hermana? ¡Perros, hijos de perros todos!" Luego encaróse con sus guardias, y les gritó: "¡Ah de vosotros! ¡apoderáos de ese alcahuete y moledle los huesos!"
Al punto se precipitaron sobre Saleh los guardias y quisieron cogerle y derribarle; pero rápido como el relámpago, se les escapó él de las manos y salió para ponerse en fuga. Pero con extremada sorpresa vió que fuera había mil jinetes montados en caballos marinos, y cubiertos con corazas de acero y armados de pies a cabeza, y todos eran parientes suyos y gentes de su casa. ¡Y acababan de llegar en aquel mismo instante, enviados por su madre la reina Langosta, quien, presintiendo el mal recibimiento que pudiera hacerle el rey Salamandra, pensó en mandar a aquellos mil hombres para que le defendiesen de cualquier peligro!
Entonces Saleh les contó en pocas palabras lo que acababa de pasar, y les gritó: "Y ahora, ¡sus, a ese rey estúpido y loco!"
A la sazón se apearon de sus caballos los mil guerreros, desenvainaron sus espadas y se precipitaron en masa, detrás del príncipe Saleh, en la sala del trono ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 540ª NOCHE
Ella dijo:
". . . A la sazón se apearon de sus caballos los mil guerreros, desenvainaron sus alfanjes y se precipitaron en masa, detrás del príncipe Saleh, en la sala del trono.
En cuanto al rey, cuando vió entrar con estrépito aquel torrente súbito de guerreros enemigos que se esparcían como las tinieblas de la noche, no perdió la serenidad, y gritó a sus guardias: "¡Sus, y a ese macho cabrío y a su rebaño de cobardes! ¡Y que estén más cerca de su
cabeza vuestras espadas que de sus lenguas su saliva!"
Y al punto lanzaron los guardias su grito de guerra: "¡Paso a Salamandra!" Y los guerreros de Saleh lanzaron su grito de guerra: "¡Paso a Saleh!" ¡Y se abalanzaron y chocaron ambos bandos cual las olas del mar tumultuoso! ¡Y el corazón de los guerreros de Saleh era más firme que la roca, y sus espadas veloces se pusieron a cumplir los designios del Destino! ¡Y Saleh el valeroso, el héroe con corazón de granito, el jinete de la espada y de la lanza, hería cuellos y atravesaba pechos con un ímpetu que derribaría las rocas de las montañas!
¡Oh, qué refriega más terrible! ¡Qué espantosa carnicería! ¡Qué de gritos sofocados en las gargantas por las puntas de las lanzas oscuras!
¡Cuántas mujeres hubieron de quedarse viudas con sus hijos huérfanos...!
¡Y seguía el combate encarnizado, repercutían las armas, gemían los cuerpos aquejados de heridas dolorosas, y temblaban las tierras submarinas bajo el choque de los guerreros obstinados! Pero ¿qué pueden los sables y las armas todas contra los designios del Destino?
¿Y desde cuándo pueden las criaturas retardar o adelantar la hora marcada para su término fatal?
Así es que, al cabo de una hora de lucha, los corazones de los guardias de Salamandra no tardaron en ser cual vasos frágiles; y todos, hasta el último, cubrieron el suelo alrededor del trono de su rey. ¡Y al ver aquello, Salamandra se sintió poseído de una rabia tal, que sus compañones extraordinarios, que le colgaban hasta las rodillas, se le encogieron hasta el ombligo! Y echando espuma precipitóse contra Saleh, que hubo de recibirle con la punta de su lanza, y le gritó: "¡Ya estás ¡oh pérfido y brutal! en el límite extremo del mar de la perdición!" Y con un golpe retumbante, le tiró al suelo y le sujetó sólidamente hasta que sus guerreros le ayudaron a cargarle de ligaduras y a atarle los brazos detrás de la espalda.
¡Y esto en cuanto a todos ellos!
¡Pero he aquí lo referente a la princesa Gema y a Sonrisa-deLuna!
Desde que oyó los primeros ruidos de la batalla que se libraba en el palacio, la princesa Gema había huído enloquecida, con una de sus servidoras, llamada Mirta, y atravesando las regiones marinas, había subido a la superficie del agua, continuando en su carrera hasta que tocó en una isla desierta, donde hubo de refugiarse, ocultándose en la copa de un árbol grande y frondoso. Y su servidora Mirta la imitó y se ocultó también en la copa de otro árbol al que había trepado.
Pero quiso el Destino que ocurriese lo propio en el palacio de la reina Langosta. En efecto, los dos esclavos que habían acompañado al príncipe Saleh al palacio de Salamandra para llevar los sacos de regalos, en cuanto empezó la batalla apresuráronse asimismo a ponerse en salvo y a correr para anunciar el peligro a la reina Langosta. Y el joven rey Sonrisa-de-Luna, que hubo de interrogar a los esclavos cuando llegaron, se alarmó mucho con aquellas noticias poco tranquilizadoras y se consideró como la causa principal del gran peligro que corría su tío y del trastorno producido en el imperio submarino.
Así es que, como se sentía muy tímido en presencia de su abuela Langosta, no había tenido valor para presentarse a ella después de saber el peligro en que, por causa suya, se encontraba su tío el príncipe Saleh. Y aprovechóse del momento en que su abuela escuchaba la relación de los esclavos, para salir del fondo del mar y subir a la superficie, a fin de volver junto a su madre Flor-de-Granada en la Ciudad-Blanca. Pero como ignoraba el camino que tenía que seguir, se extravió y llegó a la misma isla desierta en que se había refugiado la princesa Gema.
No bien tocó tierra, como se notaba fatigado por la carrera penosa que acababa de emprender, fué a echarse al pie del mismo árbol en que se hallaba la princesa Gema. ¡Y no sabía que el destino de cada hombre le acompaña por donde va, corre más de prisa que el viento y no hay remisión para aquel a quien persigue! Y no sospechaba lo que le reservaba la suerte misteriosa desde el fondo de la eternidad.
Una vez que se hubo echado, pues, al pie del árbol, apoyó la cabeza en el brazo para dormir, y de pronto, al levantar los ojos hacia la copa del árbol, se encontró con la mirada de la princesa y con su rostro, y en un principio creyó ver la propia luna entre las ramas,y exclamó: "¡Gloria a Alah, que ha creado la luna para iluminar los crepúsculos y aclarar la noche!"
Luego, al mirar con más atención, advirtió que se trataba de una belleza humana, y que la tal pertenecía a una joven cual la luna...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 541ª NOCHE
Ella dijo:
". . . advirtió que se trataba de una belleza humana, y que la tal pertenecía a una joven cual la luna. "¡Por Alah! ¡voy a subir en seguida a alcanzarla y a preguntarle su nombre! ¡Porque se parece de un modo asombroso al retrato admirable que de la princesa Gema me hizo mi tío Saleh! ¿Y quién sabe si no será ella misma? ¡Quizá emprendiera la fuga desde el palacio de su padre en cuanto comenzó el combate!" Y en extremo emocionado, saltó sobre sus pies, y erguido bajo el árbol, alzó los ojos hacia la joven, y le dijo:
"¡Oh cima suprema de todo deseo! ¿quién eres y por qué motivo te encuentras en esta isla y en la copa de este árbol?" Entonces inclinóse un poco la princesa hacia el hermoso joven y le sonrió, y dijo con una voz cantarina como el agua: "¡Oh joven encantador! ¡oh hermosísimo! yo soy la princesa Gema, hija del rey Salamandra el marino! ¡Y estoy aquí porque he huido de mi patria, y de las moradas de mi patria, y de mi padre y de mi familia, para escapar a la triste suerte de los vencidos! Porque a esta hora el príncipe Saleh ha debido reducir a la esclavitud a mi padre después de exterminar a todos sus guardias. ¡Y debe estar buscándome por todo el palacio!
¡Ay! ¡ay! ¡Qué duro será el lejano destierro de los míos!
¡Qué desgraciada suerte la de mi padre, el rey! ¡Ay! ¡ay!" Y de sus hermosos ojos cayeron gruesas lágrimas sobre el rostro de Sonrisa-de-Luna, que alzó los brazos con un ademán de emoción y sorpresa, y acabó por exclamar: "¡Oh princesa Gema, alma de mi alma! ¡oh ensueño de mis noches sin sueño! ¡baja de este árbol, por favor, pues soy el rey Sonrisa-de-Luna, hijo de Flor-de-Granada, la reina oriunda del mar, como tú! ¡Oh! ¡baja, porque soy el que asesinaron tus ojos, el esclavo cautivo de tu belleza!"
Y exclamó, entusiasmada la joven: "¡Ya Alah! ¡oh mi señor! ¿conque eres tú el hermoso Sonrisa-de-Luna, sobrino de Saleh e hijo de la reina Flor-de-Granada?"
El joven dijo: "¡Claro que sí! ¡Pero te ruego que bajes!" Ella dijo: "¡Oh, qué poco acertado estuvo mi padre al rehusar para su hija un esposo como tú! ¿Qué más podía desear? ¡Oh querido mío! no te enfades por la negativa irreflexiva de mi padre, pues te amo yo! ¡Y si tú me amas un poco, yo te amo una inmensidad! ¡Desde que te vi, el amor que por mí sientes se albergó en mi hígado, y me he convertido en víctima de tu hermosura!"
Y después de pronunciar estas palabras, se deslizó a lo largo del árbol hasta caer en brazos de Sonrisa-de-Luna, que la apretó contra su pecho en el límite del júbilo y la devoró a besos dados por todas partes, mientras ella le devolvía cada caricia y cada movimiento. Y con aquel contacto delicioso, sintió Sonrisa-de-Luna que cantaban todos los pájaros de su alma, y exclamó: "¡Oh soberana de mi corazón! ¡oh princesa Gema tan deseada, por quien también abandoné, en verdad, mi reino, mi madre y el palacio de mis padres! ¡mi tío Saleh apenas me detalló la cuarta parte de tus encantos, siendo insospechables para mí las otras tres cuartas partes! ¡Y no pesó en presencia mía más que un quilate de los veinticuatro quilates de tu belleza, ¡oh toda de oro!"
Habiendo dicho estas palabras, siguió cubriéndola de besos y acariciándola de mil maneras. Luego, abrasándose de deseos por deleitarse al fin con aquella grupa de bendiciones, deslizó su mano hacia las borlas del cordón. Y cual si quisiera ayudarle en esta operación, se levantó la joven, alejóse algunos pasos, y de repente extendió la mano rectamente en dirección a él, y escupiéndole en el rostro seco, le gritó:
"¡Oh terrestre, abandona la forma humana, y conviértete en un pajarraco blanco con el pico y las patas rojos!" ¡Y al punto Sonrisa-de-Luna, en el límite de la estupefacción, quedó transformado en un pájaro de plumas blancas, de alas pesadas e incapaces de volar, y con pico y patas rojos!
¡Y se puso a mirar a la joven con lágrimas en los ojos!
Entonces la princesa Gema llamó a su servidora Mirta, y le dijo "¡Coge a este pájaro, que es el sobrino del mayor enemigo de mi padre, de ese Saleh el alcahuete que combatió a mi padre, y llévale a la Isla Seca, que no está lejos de aquí, a fin de que se muera de sed y de hambre. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 542ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ . . . Coge a este pájaro, y llévale a la Isla Seca, a fin de que se muera de sed y de hambre!"
¡Eso fué todo!
Porque la princesa Gema se había mostrado tan graciosa con Sonrisa-de-Luna sólo para acercarse a él sin inconvenientes y poder de tal modo metamorfosearle en pájaro destinado a morir de inanición, vengando así a su padre y a los guardias de su padre.
¡Y he aquí lo referente a ella!
¡Volvamos ahora con el pájaro blanco! Cuando la servidora Mirta, por obedecer a su ama Gema, le cogió a pesar de los aleteos desesperados y de los gritos roncos que el animal lanzaba, sintió lástima de él y no tuvo valor para transportarle a la Isla Seca, donde le esperaba una muerte tan cruel,y dijo para su ánima sensible: "¡Mejor será que le lleve a un paraje donde no pueda morir de manera tan cruel y donde aguarde su destino! ¡Porque quién sabe si mi ama no se arrepentirá pronto de su primer impulso, una vez calmada su cólera y me regañará por haberla obedecido con demasiada diligencia!" En vista de eso, transportó al cautivo a una isla verdeante, cubierta de toda clase de árboles frutales y regada por frescos arroyos, y le abandonó allí para volver al lado de su ama.
Pero dejemos por el momento en la isla verde al pájaro, y en la otra isla a la princesa Gema, y veamos lo qué fué del príncipe Saleh, vencedor de Salamandra.
Una vez que hizo encadenar al rey Salamandra, le encerró en uno de los aposentos del palacio, y se hizo proclamar rey en su lugar. Luego se apresuró a buscar por todas partes a la princesa Gema; pero claro es que no la encontró. Y cuando vió que eran inútiles todas sus pesquisas, regresó a su antigua residencia para poner a su madre la reina Langosta al corriente de lo que acababa de pasar.
Después le preguntó: "¡Oh madre mía! ¿dónde está mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna?" Ella contestó: "¡No sé! Debe estar paseando con sus parientes. ¡Pero voy a enviar ya a buscarle!" Y cuando decía estas palabras, entraron los parientes sin que estuviese él entre ellos. Y enviaron a buscarle por todas partes; pero claro es que en ninguna parte le encontraron. Entonces fué extremado el dolor del rey Saleh, de la abuela y de las parientes; y se lamentaron y lloraron mucho. Más tarde Saleh, con el pecho oprimido, se vió obligado a mandar que previnieran de la cosa a su hermana, la reina Flor-de-Granada la marina, madre de Sonrisa-de-Luna.
Flor-de-Granada, en el límite de la desesperación, se apresuró a sumergirse en el mar y a correr al palacio de su madre Langosta. Y tras los primeros abrazos y llantos, preguntó: "¿Dónde está mi hijo el rey Sonrisa-de-Luna?" Y después de largos preámbulos y de silencios pletóricos de lágrimas, la vieja madre contó a su hija toda la historia, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad de repetirla. Luego añadió: "¡Y por más pesquisas que hizo tu hermano Saleh, el cual ha sido proclamado rey en lugar de Salamandra, no pudo dar todavía con las huellas de nuestro hijo Sonrisa-de-Luna, ni tampoco con las de la princesa Gema, hija de Salamandra!"
Cuando Flor-de-Granada hubo oído estas palabras, el mundo se ennegreció ante ella, y la desolación entró en su corazón, y los sollozos de la desesperación la sacudieron toda. Y durante largo tiempo no se oyeron en el palacio submarino más que los gritos de duelo de las mujeres, e hipos de dolor.
Pero pronto hubo que pensar en remediar un estado de cosas tan anormal y desolador. Así es que la abuela fue la primera que secó sus lágrimas, y dijo: "¡Hija mía, no te entristezcas con exceso el alma por esta aventura, pues no hay razón para que tu hermano no encuentre por fin a tu hijo Sonrisa-de-Luna! En cuanto a ti, si quieres verdaderamente a tu hijo y velas por sus intereses, lo mejor que puedes hacer es volver a tu reino para dirigir los asuntos y mantener secreta para todos la desaparición de tu hijo. ¡Y Alah proveerá!"
Flor-de-Granada contestó: "Tienes razón, madre mía. ¡Emprenderé el regreso! ¡Pero por favor te ruego que no ceses de pensar en mi hijo, y que no desmaye nadie en las pesquisas! ¡Porque si le sucediera algún mal, moriría sin remisión, yo, que sólo veo la vida a través de él y sólo cuando le veo disfruto de alegría!" Y contestó la reina Langosta: "¡Claro, hija mía, que lo haré de todo corazón afectuoso! ¡No tengas, pues, ningún temor por eso, y tranquiliza completamente tu espíritu!"
Entonces Flor-de-Granada se despidió de su madre, de su hermano y de sus primas, y con el pecho muy oprimido y el alma muy triste, regresó a su reino y a su ciudad ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 543ª NOCHE
Ella dijo:
. . .regresó a su reino y a su ciudad.
¡Pero volvamos ahora a la isla verdeante donde la joven Mirta, la de alma sensible, depositó a Sonrisa-de-Luna, transformado por la princesa Gema en pájaro blanco con pico y patas rojos!
Cuando el pájaro Sonrisa-de-Luna se vió abandonado por la caritativa Mirta, se echó a llorar copiosamente; luego, como tenía hambre y sed, se puso a comer frutas y a beber agua corriente, pensando siempre en su mala suerte y asombrándose de verse convertido en pájaro. Y por más que intentó servirse de sus alas para volar, no pudieron sostenerle en el aire, porque era muy grande y muy pesado. Y acabó por resignarse a su destino, pensando: "Al fin y al cabo, ¿qué lograría con abandonar esta isla, si no sé adónde dirigirme ni nadie podrá reconocer bajo mi apariencia de pájaro al rey que hay dentro de mí?"
Y continuó viviendo tristemente en la isla; y por la noche se encaramaba a un árbol para dormir. Y he aquí que un día en que se paseaba desolado con sus patas y cabizbajo de tantas preocupaciones como tenía, le divisó un pajarero que iba a tender sus redes de caza en la isla. Y encantado por el aspecto magnífico de aquel pájaro tan grande que no tenía par y cuyo pico y patas rojos resaltaban de manera tan bonita en la blancura del plumaje, se regocijó mucho por poder poseer semejante pájaro de una especie desconocida en absoluto para él.
Tomó, pues, todas sus precauciones, y con diestra lentitud se acercó por detrás del animal y de pronto le echó la red encima y le capturó. Y entusiasmado con aquel hermoso ejemplar de caza, volvióse a la ciudad de donde había ido, llevando al hombro y delicadamente cogido por las patas al pajarraco.
Al llegar a la ciudad, se dijo el pajarero: "¡Por Alah! que en mi vida he visto un pájaro parecido a éste, ni en mis cacerías por tierra ni por mar! Así es que me guardaré bien de vendérselo a un comprador vulgar que no se dé cuenta del precio ni del valor; que probablemente le mataría y se lo comería con su familia; pero voy a llevárselo como regalo al rey de la ciudad, que se maravillará de su hermosura y me recompensará espléndidamente". Y fué a palacio y se lo llevó al rey, el cual quedó en extremo encantado al verlo, y sobre todo admiró el hermoso color rojo del pico y de las patas. Y lo aceptó y dió diez mil dinares de oro al pajarero, que besó la tierra y se fué.
Entonces el rey mandó construir una jaula grande con enrejado de oro, y encerró en ella al hermoso pájaro. Y le puso delante granos de maíz y de trigo; pero el pájaro no arrimó a ellos el pico. Y el rey se dijo, asombrado: "¡No los come! ¡Voy a darle otra cosa!" Y le sacó de la jaula y le puso delante pechuga de pollo, lonchas de carne y frutas. Y al punto el pájaro empezó a comer con notoria satisfacción, lanzando pequeños arrullos y pavoneando sus plumas blancas. Y al ver aquello, el rey vaciló de alegría, y dijo a un esclavo: "¡Corre en seguida a prevenir a tu ama, la reina, de que he comprado un pájaro prodigioso que es un milagro entre los milagros del tiempo, a fin de que venga a admirarle conmigo, y a ver la manera maravillosa que tiene de comer todos estos manjares, con los que, por lo general, no se alimentan los pájaros!" Y el esclavo se apresuró a ir a llamar a la reina, que no tardó en presentarse.
Pero cuando hubo divisado al pájaro, la reina se cubrió inmediatamente el rostro con un velo, y retrocedió hacia la puerta y quiso salir indignada. Y corrió tras ella el rey, y le preguntó reteniéndola por el velo: "¿Por qué te cubres el rostro, si no estamos aquí más que yo, tu esposo, los eunucos y las servidoras?" Ella contestó: "¡Oh rey! has de saber que ese pájaro no es un pájaro, sino un hombre como tú! Y no es otro que el rey Sonrisa-de-Luna, hijo de Schahramán y de Flor-de-Granada la marina. ¡Y le ha metamorfoseado así la princesa Gema; hija de Salamandra el
marino, vengando con ello a su padre, que fué vencido por Saleh, tío de Sonrisa-de-Luna!"
Al oír estas palabras, el rey se asombró hasta el límite del asombro, y hubo de exclamar: "¡Alah confunda a la princesa Gema y le corte la mano! ¡Pero, ¡por Alah sobre ti! ¡oh hija de mi tío! dame más detalles acerca de la cosa!" Y la reina, que era la maga más insigne de su tiempo, le contó toda la historia sin omitir detalle. Y prodigiosamente maravillado, el rey se encaró con el pájaro, y le preguntó: "¿Es verdad todo eso?" Y el pájaro ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 544ª NOCHE
Ella dijo:
". .. se encaró con el pájaro, y le preguntó: "¿Es verdad todo eso?" Y el pájaro bajó la cabeza en señal de asentimiento, y agitó las alas. Entonces dijo el rey a su esposa: "Alah te bendiga, ¡oh hija del tío! ¡Pero, por mi vida ante tus ojos, date prisa a librarle de ese encanto, no le dejes en semejante tormento!"
Entonces la reina, cubriéndose por completo el rostro, dijo al pájaro: "¡Oh Sonrisa-de-Luna, entra en este armario grande!" Y el pájaro obedeció y entró en un armario grande, disimulado en la pared, que la reina acababa de abrir; y detrás de él entró ella llevando en la mano una taza de agua, sobre la cual pronunció palabras desconocidas; y empezó a hervir el agua en la taza. Entonces cogió ella algunas gotas, echándoselas al rostro al pájaro, y diciendo: "¡Por la virtud de los Nombres Mágicos y de las Palabras Poderosas, y por la majestad de Alah el Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, Resucitador de los Muertos, Fijador de términos y Distribuidor de destinos, te ordeno que abandones esa forma de pájaro, y recobres la que recibiste del Creador!"
Y al punto tembló él con un temblor y le sacudió una sacudida, y recobró su prístina forma. Y el rey, maravillado, vió que era un joven que no tenía igual sobre la faz de la tierra. Y exclamó: "¡Por Alah, que merece el nombre de Sonrisa-de-Luna!"
Y he aquí que, en cuanto Sonrisa-de-Luna se vió vuelto a su estado primitivo, exclamó: "¡La ilah ill' Alah! ¡ua Mohamed rassul Alah!" Luego se acercó al rey, le besó la mano y le deseó larga vida. Y el rey le besó en la cabeza, y le dijo: "¡Sonrisa-de-Luna, te ruego que me cuentes toda tu historia desde que naciste hasta hoy!" Y Sonrisa-de-Luna contó toda su historia, sin omitir un detalle, al rey, que maravillóse de ella en extremo.
Entonces el rey, en el último límite de la satisfacción, dijo al otro rey joven que se había librado del encanto: "¿Qué quieres que haga ahora por ti, ¡oh Sonrisa-de-Luna!? ¡Háblame con toda confianza!" El joven contestó: "¡Oh rey del tiempo, desearía volver a mi reino! Porque ya hace muchos días que estoy ausente de él, y me temo que mis enemigos se aprovechen de mi alejamiento para usurparme el trono. ¡Y además, mi madre debe estar muy angustiada por mi desaparición! ¡Y quién sabe si la duda la habrá dejado sobrevivir a su dolor y a sus preocupaciones!" Y conmovido el rey por su belleza y conquistado por su juventud y su piedad, contestó: "¡Escucho y obedezco!", e hizo preparar inmediatamente un navío con sus provisiones, sus aparejos, sus marineros y su capitán, en cuya nave se embarcó Sonrisa-de-Luna, después de los deseos propios del adiós y de dar gracias, confiando en su destino.
¡Pero desde lo invisible, este destino le reservaba otras aventuras todavía!
Efectivamente, cinco días después de la partida, se alzó una tempestad furiosa que desamparó y rompió el navío contra una costa abrupta, y sólo Sonrisa-de-Luna, a causa de su impermeabilidad, pudo salvarse a nado y ganar tierra firme.
Y vió a lo lejos brotar una ciudad cual una paloma muy blanca, que dominaba el mar desde la cima de una montaña, y de pronto vió bajar de aquella montaña y acercarse a él a galope furioso con una rapidez de huracán, caballos, mulos y asnos innumerables como los granos de arena. Y se detuvo en torno suyo aquella tropa galopante y encabritada. Y todos los asnos, con los caballos y los mulos, se pusieron a hacerle con la cabeza señas evidentes que significaban: "¡Vuélvete por donde has venido!" Pero como él se obstinaba en permanecer alli, los caballos empezaron a relinchar y los mulos empezaron a resoplar y los asnos empezaron a rebuznar; pero eran los suyos relinchos, resoplidos y rebuznos de dolor y de desesperación. Y algunos hasta se pusieron a llorar resollando de un modo que no dejaba lugar a dudas. Y empujaban con el hocico delicadamente a Sonrisa-de-Luna, que no quería retornar al agua. Luego, como en vez de volver sobre sus pasos se adelantaba el joven hacia la ciudad, los cuadrúpedos se pusieron en marcha, unos delante de él y otros detrás de él, formándole una especie de cortejo fúnebre que resultaba más impresionante porque Sonrisa-de-Luna creía percibir en los gritos que daban como una vaga salmodia en lengua árabe y que se parecía a la que recitan ante los muertos los lectores del Korán ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 545ª NOCHE
Ella dijo:
".. . Sonrisa-de-Luna creía percibir en los gritos que daban como una vaga salmodia en lengua árabe y que se parecía a la que recitan ante los muertos los lectores del Korán. Y sin saber ya si estaba dormido o despierto ni si todo aquello era sólo una ilusión engañosa del estado en que se hallaba, Sonrisa-de-Luna empezó a caminar como en sueños, y llegó de tal suerte a la puerta de la ciudad encaramada en la cima de la colina. Y vió sentado a la entrada de una droguería un jeique de barba blanca, al cual se apresuró a desear la paz. Y el jeique, por su parte, al verle tan hermoso, quedó en extremo encantado, y se levantó, le devolvió la zalema e hizo señas a los cuadrúpedos para que se alejaran. Y se alejaron, volviendo la cabeza de vez en cuando, como para indicar la intensidad de sus penas; luego se dispersaron por todos lados y desaparecieron.
Entonces, interrogado por el viejo jeique, Sonrisa-de-Luna contó su historia en pocas palabras, y dijo al jeique después: "¡Oh venerable tío mío! ¿puedes a tu vez decirme qué ciudad es esta ciudad y quiénes son esos extraños cuadrúpedos que me acompañaban lamentándose?" El jeique contestó: "¡Hijo mío, entra antes en mi tienda y siéntate! Porque debes estar necesitado de alimento. ¡Y después te diré lo que pueda decirte!" Y le hizo entrar y sentarse en un diván al extremo de la tienda, y le llevó de comer y de beber. Y cuando se hubo refrigerado y refrescado, le besó entre los ojos, y le dijo: "¡Da gracias ¡oh hijo mío! a Alah, que te hizo encontrarte conmigo antes de que te viera la reina de aquí! ¡Si no te dije nada hasta ahora fué porque temía turbarte e impedirte así que comieras con gusto! ¡Pues has de saber que esta ciudad se llama la Ciudad de los Encantamientos y que la que aquí reina se llama la reina Almanakh!
¡Es una maga formidable, una verdadera cheitana! ¡Y he aquí que el deseo la abrasa sin cesar! Y cada vez que encuentra a un extranjero joven, fuerte y hermoso que desembarca en esta isla, le seduce y se hace cabalgar y copular muchas veces por él durante cuarenta días y cuarenta noches. Pero, como al cabo de ese tiempo le ha agotado completamente, le metamorfosea en animal. Y como, bajo esta nueva forma de animal, recupera él fuerzas nuevas y potentes virtudes, se metamorfosea ella misma a su antojo, cada vez en el animal que le conviene, yegua o burra, y se hace copular así por el asno o el caballo una cantidad innumerables de veces. Tras de lo cual recobra su forma humana para tener nuevos amantes y nuevas víctimas entre los jóvenes hermosos que encuentra. ¡Y a veces, en las noches de sus deseos extremados, ocurre que se hace cabalgar sucesivamente, hasta que llega la mañana, por todos los cuadrúpedos de la isla! ¡Y así pasa su vida!
"¡Pero como te quiero con un cariño grande, hijo mío, no me gustaría verte caer en manos de esa encantadora insaciable, que no vive más que para lo que acabo de decirte! Y como sin duda eres el más hermoso de todos los jóvenes que han desembarcado en esta isla, ¿quién sabe lo que sucedería si te advirtiese la reina Almanakh?
"Respecto a los asnos, los mulos y los caballos que al divisarte bajaron de la montaña a tu encuentro, son precisamente, los jóvenes que ha metamorfoseado Almanakh. Y como te veían tan joven y tan hermoso, tuvieron piedad de ti y con sus signos de cabeza quisieron decidirte de antemano a que volvieras al mar. Luego, como veían que te obstinabas en quedarte a pesar de sus objeciones, te acompañaron hasta aquí salmodiando en su lenguaje las fórmulas fúnebres,
como si acompañaran a un hombre muerto para la vida humana.
"Pero la vida con esta joven reina Almanakh, la encantadora, no sería nada desagradable, ¡oh hijo mío! si no abusase ella del que la suerte le trae como amante.
"Por lo que a mí atañe, me teme y me respeta, porque sabe que soy más versado que ella en el arte de la hechicería y de los encantamientos. ¡Pero como soy un creyente en Alah y en su Profeta (¡con él la plegaria y la paz!), yo, hijo mío, no me sirvo de la magia para hacer el mal! ¡Pues el mal acaba siempre por volverse contra el malhechor!"
Y he aquí que, apenas el viejo jeique había dicho estas palabras, avanzó por su lado un magnífico cortejo de mil jóvenes como lunas, vestidas de púrpura y de oro, que fueron a ponerse en dos filas a lo largo de la tienda para dejar paso a una joven más bella que todas, montada en un caballo árabe resplandeciente de pedrerías. Y era la propia reina Almanakh, la maga. Y se paró delante de la tienda, echó pie a tierra, ayudada por las dos esclavas que tenían la brida, y entró en casa del viejo jeique, a quien saludó con mucha cortesía. Luego se sentó en el diván y miró a Sonrisa-de-Luna con ojos entornados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 546ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Luego se sentó en el diván y miró a Sonrisa-de-Luna con los ojos entornados. ¡Y qué mirada! Larga, perforadora, ardorosa y relampagueante! Y Sonrisa-de-Luna se sintió como atravesado por una azagaya o abrasado por un carbón ardiendo. Y la joven reina se encaró con el jeique, y le dijo: "¡Oh jeique Abderrahmán! ¿de dónde has sacado semejante joven?" El jeique contestó: "Es hijo de mi hermano. Acaba de llegar de viaje a casa." Ella dijo: "Es muy hermoso, ¡oh jeique! ¿Querrías prestármele solamente por una noche? ¡Sólo hablaré con él, y nada más, y te lo devolveré intacto mañana por la mañana!" El jeique dijo: "¿Me juras que jamás tratarás de hechizarle?" Ella contestó: "¡Lo juro ante el señor de los magos y ante ti, venerable tío!"
E hizo dar como regalo al jeique mil dinares de oro para mostrarle su gratitud, y mandó que montaran a Sonrisa-de-Luna en un maravilloso caballo cubierto de pedrerías, y le llevó con ella al palacio. Y aparecía en medio del cortejo cual la luna en medio de estrellas.
Y he aquí que Sonrisa-de-Luna, que se resignaba a dejar obrar el Destino en adelante, no decía una palabra y se dejaba conducir sin exteriorizar sus sentimientos en manera alguna.
Y la maga Almanakh, que sentía arder sus entrañas por aquel joven mucho más de lo que nunca habían ardido por sus pasados amantes, se apresuró a conducirle a una sala que tenía las paredes de oro y el ambiente refrescado por un salto de agua que brotaba de una pila de turquesa. Y fué a echarse con él en un lecho amplio de marfil, donde empezó a acariciarle de una manera tan extraordinaria, que se puso él a cantar y a bailar entre todos los pájaros. ¡Y no tenía ella nada de brutal, sino al contrario! ¡Era verdaderamente tan delicada!... ¡Tanto, que fueron incalculables los asaltos que el gallo prodigó a la infatigable gallina!
Y se dijo él: "¡Por Alah, que es infinitamente experta! ¡Y no me atropella! ¡Se toma su tiempo, y yo lo mismo! ¡Así es que, como creo imposible que la princesa Gema sea tan maravillosa como esta encantadora, quiero permanecer aquí toda mi vida, y no pensar más en la hija de Salamandra, ni en mis parientes, ni en mi reino!"
Y el hecho fué que permaneció allí cuarenta días y cuarenta noches, pasando todo su tiempo con la joven maga, entre festines, bailes, cantos, caricias, movimientos, asaltos, copulaciones y otras cosas análogas, en el límite del placer y del júbilo.
Y de cuando en cuando, Almanakh le preguntaba en broma: "¡Oh ojos míos! ¿te encuentras conmigo mejor que con tu tío en la tienda?" Y contestaba él: "¡Por Alah! ¡oh mi señora, mi tío es un pobre vendedor de drogas, pero tú eres la propia triaca!"
Y he aquí que, estando en la cuadrigésima noche, la maga Almanakh, tras un número infinito de asaltos con Sonrisa-de-Luna, parecía más agitada que de costumbre, y se echó a dormir. Pero hacia la medianoche, Sonrisa-de-Luna, que fingía dormir, la vió levantarse del lecho con el rostro encendido. Y se puso ella en medio de la sala y cogió de una bandeja de cobre un puñado de granos de cebada, que arrojó al agua de la pila. Y al cabo de unos instantes germinaron los granos de cebada, y salieron del agua sus tallos, y maduraron y se doraron sus espigas. Entonces la maga recogió los granos nuevos, los machacó en un mortero de mármol, los mezcló con ciertos polvos que fue sacando de diferentes cajas, e hizo con ello una pasta redonda como una torta. Luego puso el pastel preparado de aquella manera en la lumbre de una estufilla, y lo coció lentamente. Entonces lo retiró del fuego, lo envolvió en una servilleta y fué a ocultarlo en un armario, tras de lo cual volvió a acostarse en el lecho al lado de Sonrisa-de-Luna, y se durmió.
Pero por la mañana, Sonrisa-de-Luna, que desde que entró en el palacio de la maga se había olvidado del viejo jeique Abderrahmán, se acordó de él a tiempo, y pensó en la necesidad de ir en su busca, para ponerle al corriente de lo que había visto hacer a Almanakh durante la noche. Y fué a la tienda del jeique, que se alegró mucho de verle, le besó con efusión, le hizo sentarse, y le dijo: "¡Creo, hijo mío, que no habrás tenido queja de la maga Almanakh, por muy infiel que sea!"
El joven contestó: "¡Por Alah, mi buen tío! me ha tratado todo este tiempo con mucha delicadeza y no me ha atropellado lo más mínimo. ¡Pero esta noche la sentí levantarse, y al verla con el rostro encendido, fingí que dormía, y la he visto hacer cosas que me inducen a temerlo todo de ella! Por eso, ¡oh venerable tío mío! vengo a consultarte".
Y le contó la operación nocturna que hubo de efectuar la maga .. .
En ese momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 547ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y le contó la operación nocturna que hubo de efectuar la maga.
Al oír estas palabras, el jeique Abderrahmán sintió gran cólera, y exclamó: "¡Ah maldita! ¡maldita, pérfida, perjura, que no quiere cumplir su juramento! ¡Nada, por lo visto, la corregirá de su magia funesta!" Luego añadió: "¡Ya es hora de que termine yo con sus maleficios!" Y fué a un armario, sacó de él una torta en un todo semejante a la confeccionada por la maga, la envolvió en un pañuelo y se la entregó a Sonrisa-de-Luna, diciéndole: "Merced a esta torta que te doy, recaerá sobre ella el mal que quiera hacerte. Porque al cabo de cuarenta días de estar con sus amantes, les da a comer tortas confeccionadas por ella, que les transforman en esos animales de cuatro patas que llenan la isla. ¡Pero tú, hijo mío, guárdate bien de tocar la torta que te presente! ¡Intenta, por el contrario, hacerle tragar a ella un pedazo de la que yo te doy! Luego le harás exactamente lo que ella haya intentado hacer contigo para sus hechicerías, pronunciando sobre ella las mismas palabras que ella haya pronunciado sobre ti. ¡Y de ese modo la convertirás en el animal que te plazca! Y te montarás encima y vendrás a verme. Y entonces sabré yo lo que tengo que hacer". Y después de dar gracias al jeique por el afecto y el interés que le mostraba, Sonrisa-de-Luna le dejó y regresó al palacio de la maga.
Y encontró a Almanakh esperándole en el jardín, sentada ante un mantel puesto y en medio del cual estaba la torta preparada a medianoche. Y al quejársele ella por su ausencia, dijo él: "¡Oh dueña mía! como hacía tiempo que no veía a mi tío, he ido a visitarle; y me ha recibido efusivamente y me ha dado de comer; y entre otras cosas excelentes, me ha dado pasteles tan deliciosos, que no he podido por menos de traerte uno para que lo pruebes".
Y sacó el pequeño envoltorio, desenvolvió el pastel, y la dió a comer un pedazo. Y para no desairarle, Almanakh partió el pastel y cogió un pedazo, tragándoselo. Luego ofreció a su vez del suyo a Sonrisa-de-Luna, quien para no desairarla, cogió un pedazo, pero lo dejó caer por la abertura de su traje, fingiendo que se lo tragaba.
Como creía que realmente habíase tragado el pedazo de pastel, la maga al punto levantóse con viveza, cogió de una pila cercana un poco de agua en el hueco de la mano y le roció con ella, gritándole: "¡Oh joven debilitado, conviértete en asno potente!"
Pero cuál no sería el asombro de la maga al ver que el joven, lejos de transformarse en asno,
se levantaba a su vez y se aproximaba con viveza a la pila, de donde tomó un poco de agua para rociarla con ella, gritándole: "¡Oh pérfida, abandona tu forma humana y conviértete en burra!"
Y en el mismo momento, antes de que tuviese tiempo para volver de su sorpresa, la maga Almanakh quedó convertida en burra. Y Sonrisa-de-Luna montó en ella y se apresuró a ir en busca del jeique Abderrahmán, al cual contó lo que acababa de pasar. Luego le entregó la burra, que se mostraba reacia a ello.
Entonces el jeique puso al pescuezo de la burra Almanakh una cadena doble que sujetó a una anilla de la muralla. Luego dijo a Sonrisa-de-Luna: "Ahora, hijo mío, voy a dedicarme a poner en orden los asuntos de nuestra ciudad, y voy a comenzar por romper el encanto que tiene convertidos a tantos jóvenes en animales de cuatro patas. ¡Pero antes, aunque me cueste mucho trabajo separarme de ti, quiero hacerte regresar a tu reino para que cesen las inquietudes de tu madre y de tus súbditos! ¡Y a tal fin voy a facilitarte el camino más corto!"
Y diciendo estas palabras, el jeique se metió dos dedos entre los labios y lanzó un silbido prolongado y penetrante, y al punto apareció ante él un gran genni de cuatro alas, que se irguió sobre la punta de los pies, y le preguntó por qué motivo le había llamado. Y le dijo el jeique: "¡Oh genni Relámpago! ¡vas a echarte a hombros al rey Sonrisa-de-Luna, que es este que aquí ves, y le transportarás inmediatamente a su palacio de la Ciudad-Blanca!"
Y el genni Relámpago se dobló bajando la cabeza; y después de besar la mano a su libertador el jeique y de haberle dado las gracias, Sonrisa-de-Luna se subió a los hombros de Relámpago, y dejando colgar sus piernas sobre el pecho del genni, se le montó a horcajadas en el cuello. Y el genni se elevó por los aires y voló con la rapidez de la paloma mensajera, haciendo con sus alas un ruido como el de un molino de viento...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 548ª NOCHE
Ella dijo:
". . . haciendo con sus alas un ruido como el de un molino de viento. Y viajó infatigablemente durante un día y una noche, y de aquel modo recorrió un trayecto de seis meses de camino. Y llegó encima de la Ciudad-Blanca, y dejó a Sonrisa-de-Luna en la misma terraza de su palacio. Luego desapareció.
Y Sonrisa-de-Luna, con el corazón derretido al sentir el soplo de la brisa de su patria, se apresuró a bajar al aposento que, desde que desapareció él, habitaba su madre Flor-de-Granada llorando en silencio y llevando en su alma el duelo secretamente para no traicionarse y tentar con ello a los usurpadores. Y levantó la cortina de la sala, en la cual, precisamente, estaba de visita con la reina la vieja abuela Langosta, el rey Saleh y las parientes. Y entró, deseando la paz a la concurrencia, y corrió a arrojarse en brazos de su madre, que al verle cayó desmayada de alegría y de sorpresa. Pero no tardó en recobrar el sentido, y apretando contra su pecho a su hijo, lloró largo tiempo, sacudida por los sollozos, en tanto que sus parientes le besaban los pies y la abuela le tenía cogido de una mano y su tío Saleh de la otra mano. Y así permanecieron con la alegría del regreso, sin poder pronunciar una palabra.
Pero cuando por fin pudieron expansionarse, se contaron mutuamente sus diversas aventuras y bendijeron juntos a Alah el Bienhechor, que así había permitido la salvación y la reunión de todos.
Tras de lo cual, Sonrisa-de-Luna se encaró con su madre y su abuela, y les dijo: "¡Ya no tengo que hacer más que casarme! ¡Y persisto en querer casarme sólo con la princesa Gema, hija de Salamandra! ¡Porque es, en verdad, una verdadera gema como indica su nombre!"
Y contestó la vieja abuela: "Ahora es sencilla la cosa, porque seguimos teniendo prisionero, en su palacio, al padre". Y al punto mandó a buscar a Salamandra, al cual hicieron entrar los esclavos encadenado de manos y pies.
Pero Sonrisa-de-Luna ordenó que le desencadenaran; y en el mismo momento se ejecutó la
orden.
Entonces Sonrisa-de-Luna acercóse a Salamandra, y después de excusarse por haber sido toda la causa de los males que le sobrevinieron, le cogió la mano, besándosela con respeto, y dijo: "¡Oh rey Salamandra! ya no es un intermediario quien te pide que le hagas el honor de tu alianza, sino yo mismo, Sonrisa-de-Luna, rey de la Ciudad-Blanca y del mayor imperio terrestre, quien te besa las manos y te pide en matrimonio a tu hija Gema. Y si no quieres concedérmela, moriré. ¡Y si aceptas, no solamente volverás a ser rey de tu reino, sino que yo mismo seré tu esclavo!"
Al oír estas palabras, Salamandra besó a Sonrisa-de-Luna, y le dijo: "En verdad ¡oh Sonrisa-de-Luna! que ninguno se merece a mi hija mejor que tú. ¡Además, como está ella sometida a mi autoridad, aceptará de buen grado! De modo que mandaré a buscarla en la isla donde está refugiada desde que se me ha desposeído del trono". Y diciendo estas palabras, hizo llegar del mar a un emisario, al cual encargó que fuera inmediatamente en busca de la princesa a la isla y la trajera sin tardanza. Y desapareció el emisario y no tardó en volver con la princesa Gema y su servidora Mirta.
Entonces el rey Salamandra empezó por besar a su hija, luego se la presentó a la vieja reina Langosta y a la reina Flor-de-Granada, y le dijo, mostrándole con el dedo a Sonrisa-de-Luna, que estaba absorto de admiración: "¡Sabe ¡oh hija mía! que te he prometido a este joven rey magnánimo, a este valiente león de Sonrisa-de-Luna, hijo de la reina Flor-de-Granada la marina, pues sin duda es el más hermoso de los hombres de su tiempo, y el más encantador, y el más poderoso, y el más alto de rango y de nobleza entre todos! ¡De modo que me parece hecho para ti y tú hecha para él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 549ª NOCHE
Ella dijo:
"...De modo que me parece hecho para ti, y tú hecha para él!"
Al oír estas palabras de su padre, la princesa Gema bajó los ojos modestamente, y contestó: "¡Tus opiniones ¡oh padre mío! son mi norma de conducta, y tu afecto vigilante es la sombra en que me cobijo! ¡Y puesto que tal es tu deseo, en adelante estará en mis ojos la imagen del que escogiste para mí, en mi boca su nombre, y en mi corazón su morada!"
Cuando las parientes de Sonrisa-de-Luna y las demás damas presentes hubieron oído estas palabras, atronaron el palacio con sus gritos de alegría y sus lu-lúes penetrantes. Después el rey Saleh y Flor-de-Granada mandaron llamar al kadí y a los testigos para extender el contrato de matrimonio del rey Sonrisa-de-Luna y la princesa Gema. Y se celebraron las nupcias con gran pompa y con tal fasto, que durante la ceremonia cambiaron nueve veces de ropa a la recién casada. Por lo demás, saldrían pelos a la lengua antes de poder hablar de ello como es debido. Así, pues, ¡gloria a Alah, que une entre sí las cosas bellas, y no retrasa la alegría más que para otorgar la dicha!
Cuando Schehrazada hubo acabado de contar esta historia, se calló. Entonces exclamó la pequeña Doniazada: "¡Oh hermana mía! ¡qué dulces y amables y sabrosas son tus palabras! ¡Y cuán admirable es esa historia!"
Y el rey Schahriar dijo: "¡Verdaderamente, joh Schehrazada! me enseñaste muchas cosas que ignoraba yo! Porque hasta ahora no supe bien lo que sucede debajo de las aguas. ¡Y me han satisfecho plenamente la historia de Abdalah del Mar y la de Flor-de-Granada! Pero, ¡oh Schehrazada! ¿no sabes alguna historia del todo diabólica?"
Y Schehrazada sonrió, y contestó: "¡Precisamente, ¡oh rey! sé una que voy a contarte en seguida!"
LA VELADA DE INVIERNO DE ISHAK DE MOSSUL
Se cuenta -¡pero Alah es más sabio!- que había un hombre, pescador de oficio, que se llamaba Abdalah. Y el tal pescador tenía que mantener a sus nueve hijos y a la madre, y era pobre, muy pobre, hasta el extremo de que por toda hacienda no tenía más que su red. Y esta red le servía de tienda y con ella se ganaba el pan y era la única puerta por la que entraban recursos en su casa. Tenía costumbre de ir todos los días a pescar en el mar; y si pescaba poco lo vendía y se gastaba la ganancia con sus hijos, según lo que le hubiera concedido el Retribuidor; pero si pescaba mucho, con el dinero de la ganancia hacía que su esposa cocinase una comida excelente, y compraba frutas y se lo gastaba todo con la familia, sin escatimar ni economizar, hasta que no le quedaba nada entre las manos; porque se decía: "¡Mañana nos vendrá el pan de mañana!" Y así vivía al día, sin anticiparse al destino del día siguiente.
Pero un día su esposa parió al décimo varón, pues merced a la bendición, los otros nueve eran también varones. Y aquel día precisamente no había en absoluto nada que comer en la pobre casa del pescador Abdalah. Y dijo la mujer al marido: "¡Oh mi amo, la casa tiene un habitante más, y todavía no ha llegado el pan del día! ¿No vas a buscarnos algo para sostenernos en este momento penoso?" El contestó: "¡Ahora voy a salir, confiándome a la voluntad de Alah, e iré a pescar en el mar, arrojando mi red a la salud de ese niño recién nacido, para juzgar así de su suerte futura!" La mujer le dijo: "¡Pon tu confianza en Alah!" Y el pescador Abdalah se echó
al hombro su red y se fué al mar ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGÓ LA 506ª NOCHE
Ella dijo:
". ..Y el pescador Abdalah se echó al hombro su red y se fué al mar. Y arrojó al agua la red a la salud del recién nacido, y dijo: "¡Oh Dios mío, haz que su vida sea fácil y no difícil, abundante y no insuficiente!" Y tras de haber esperado un momento, sacó la red y la encontró llena de basura, de arena, de casquijo y de hierbas marinas, ¡pero no vió absolutamente ni la huella de un pez grande o pequeño! Entonces se asombró y se le entristeció el alma, y dijo: "¿Habrá creado Alah a ese recién nacido para no adjudicarle ninguna hacienda ni ninguna provisión? ¡Eso no puede ser, no podrá ser nunca! ¡Porque Quien ha formado las mandíbulas del hombre y le ha trazado dos labios en la boca, no lo hizo en vano, y ha cargado con la responsabilidad de subvenir a sus necesidades, porque es el Previsor, el Generoso. ¡Exaltado sea!" Luego se cargó al hombre su red y fué a echarla al mar en otro sitio. Y esperó un buen rato y la sacó con mucho trabajo, porque pesaba mucho. Y encontró en ella un burro muerto, todo hinchado y exhalando un hedor espantoso. Y el pescador sintió que las náuseas le invadían el alma; y se apresuró a desembarazar de aquel burro muerto su red y alejarse hacia otro sitio lo más de prisa que pudo, diciendo: "¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Glorioso, el Altísimo! ¡Toda la mala suerte que tengo es por culpa de mi maldita mujer! Cuántas veces no la habré dicho: "El agua no se hizo para mí, y es preciso que busque en otra parte nuestra subsistencia ¡Yo no puedo ya con este oficio! ¡No, en verdad que no puedo más! ¡Déjame, pues, ¡oh mujer! que ejerza otro oficio que el de pescador! Y le he repetido estas palabras hasta hartarme. Y ella me contestaba siempre: "¡Alah-Karim! ¡Alah-Karim! ¡Su generosidad es ilimitada! No te desesperes, ¡oh padre de tus hijos!" ¿Y es ésta toda la generosidad de Alah? ¿Será ese burro muerto la hacienda destinada al pobre recién nacido, o lo será el casquijo y la arena recogidos?"
Y el pescador Abdalah permaneció inmóvil largo tiempo, presa de una pena muy profunda. Luego acabó por decidirse a arrojar su red al mar una vez más todavía, pidiendo a Alah perdón por las palabras que acababa de pronunciar impensadamente, y dijo: "Se favorable a mi pesca, ¡oh Tú el Retribuidor que dispensas a tus criaturas las mercedes y los beneficios, y marcas su destino de antemano! ¡Y sé favorable a ese niño recién nacido, y te prometo que un día será un santón consagrado a tu exclusivo servicio!" Luego se dijo: "¡Quisiera pescar aunque no fuese más que un solo pez para llevárselo a mi bienhechor el panadero, que en los días negros, cuando me veía parado delante de su tienda husmeando desde afuera el olor del pan caliente, me hacía con la mano señas para que me acercara y me daba generosamente lo que necesitaba para los nueve y la madre!"
Cuando hubo echado por tercera vez su red, Abdalah estuvo esperando mucho tiempo y se dispuso luego a retirarla. Pero como la red pesaba todavía más que las otras veces y su peso era completamente extraordinario, le costó un trabajo infinito sacarla hasta la orilla: y sólo hubo de conseguirlo después de hacerse sangre en las manos a fuerza de tirar de las cuerdas. Y en el límite de la estupefacción, se encontró entonces apresado entre las mallas de la red un ser humano, un Adamita semejante a todos los Ibu-Adam, con la sola diferencia de que su cuerpo terminaba en cola de pez; pero, aparte de eso, tenía cabeza, cara, barba, tronco y brazos, como un hombre de la tierra.
Al ver aquello, el pescador Abdalah no dudó un instante de que se hallaba en presencia de un efrit entre los efrits rebeldes a las órdenes de nuestro señor Soleimán Ibn-Daúd, que fueron encerrados en vasos de cobre rojo y arrojados al mar. Y se dijo: "¡Sin duda es uno de ellos! ¡Merced al desgaste del metal por el agua y los años, ha podido salir del vaso sellado y agarrarse a mi red!" Y lanzando gritos de terror y levantándose el traje hasta más arriba de las rodillas, el pescador echó a correr por la playa, huyendo hasta quedarse sin respiración, y aullando: "¡Amán!
¡Amán! ¡Misericordia! ¡oh efrit de Soleimán!"
Pero desde dentro de la red le gritó el Adamita: "Ven, ¡oh pescador! ¡No huyas de mí! ¡Porque soy un ser humano como tú, y no un mared o un efrit! ¡Te recompensaré espléndidamente! ¡Y Alah te lo tendrá en cuenta el día del Juicio!" Al oír estas palabras, se calmó el corazón del pescador; y dejó de huir y volvió hacia su red, pero a pasos lentos, avanzando con una pierna y retrocediendo con la otra. Y dijo al Adamita cogido en la red: "¿No eres, entonces, un genni entre los genn . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 507ª NOCHE
Ella dijo:
"¿ ... No eres, entonces, un genni entre los genn?" El otro contestó: "¡No, por cierto! ¡Soy un hermano que cree en Alah y en su enviado!" Abdalah preguntó: "Pues entonces, ¿quién te ha tirado al mar?" El otro dijo: "¡No me ha tirado nadie al mar, pues he nacido en él! Porque soy un hijo entre los hijos del mar. Somos, en efecto, pueblos numerosos los que habitamos las profundidades marítimas. Y respiramos y vivimos en el agua como vosotros en la tierra y los pájaros en el aire. Y todos somos creyentes en Alah y en su Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) y somos buenos y caritativos con nuestros hermanos los hombres que habitan en la superficie de la tierra, ¡porque obedecemos a los mandatos de Alah y a los preceptos del Libro!" Luego añadió: "Por otra parte, si yo fuese un genni o un efrit malhechor, ¿no hubiera hecho trizas ya tu red en vez de rogarte que vinieras en mi ayuda para salir sin estropeártela, puesto que con ella te ganas el pan y es la única puerta por donde entran recursos en tu casa?" Al oír estas palabras tranquilizadoras, Abdalah sintió que se disipaban sus últimas dudas y sus últimos temores, y cuando se inclinaba para ayudar al habitante del mar a salir de la red, éste le dijo aún: "¡Oh pescador! el Destino quiso para bien tuyo mi captura. Me paseaba yo, en efecto, por las aguas, cuando cayó encima de mí tu red y me apresó en sus mallas. ¡Deseo, pues, labrar tu dicha y la de los tuyos! ¿Quieres que hagamos un pacto por el cual se comprometa cada uno de nosotros a ser amigo del otro y hacerle regalos y a recibir de él otros en cambio? Así, tú, por ejemplo, vendrás todos los días a buscarme aquí y a traerme una provisión de los frutos de la tierra que crecen entre vosotros: uvas, higos, sandías, melones, albérchigos, ciruelas, granadas, plátanos, dátiles y otros más. Y lo aceptaré de ti todo con extremado gusto. Y te daré a mi vez de los frutos del mar que crecen en las profundidades que habitamos nosotros: coral, perlas, crisólitos, aguamarinas, esmeraldas, zafiros, rubíes, metales preciosos y todas las gemas y pedrerías del mar. ¡Y con ellas te llenaré cada vez el cesto de frutas que me traigas! ¿Aceptas?"
Al oír estas palabras, exclamó el pescador, que ya no se tenía más que con una pierna de tanta alegría y entusiasmo como le causaba aquella enumeración espléndida: `¡Ya Alah! ¿Y quién no aceptaría?"
Luego dijo: "Bueno, ¡pero ante todo sea con nosotros la Fatiha para rellenar nuestro pacto!" Y el habitante del mar accedió. Y recitaron ambos en voz alta la Fatiha liminar del Korán. E inmediatamente Abdalah el pescador libertó de la red al habitante del mar.
Entonces preguntó el pescador a su amigo marítimo: "¿Cómo te llamas?" El otro contestó: "Me llamo Abdalah. Así es que, cuando vengas aquí todas las mañanas, el día en que por casualidad no me veas, no tendrás más que gritar: "¡Ya Abdalah! ¡oh marítimo!" Y te oiré al instante, y verás cómo aparezco fuera del agua". Luego le preguntó: "¿Y cómo te llamas tú, hermano mío?" El pescador contestó: "¡Me llamo también Abdalah, como tú!"
Entonces exclamó el marítimo: "¡Tú eres Abdalah de la Tierra y yo soy Abdalah del Mar! Y he aquí que seremos dos veces hermanos, por nuestro nombre y por nuestra amistad. ¡Espérame, pues, aquí un instante, ¡oh amigo mío! nada más que el tiempo necesario para sumergirme y volver con el primer regalo marítimo!" Y Abdalah de la Tierra contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto Abdalah del Mar saltó desde la orilla al agua y desapareció a la vista del pescador. Al cabo de cierto tiempo, al no ver Abdalah de la Tierra aparecer al marino, se arrepintió mucho de haberle libertado de la red, y dijo para sí: ¿Acaso sé si va a volver? Sin duda se ha reído de mí y me ha dicho todo eso para que le deje en libertad. ¡Ah! ¿por qué no lo capturé? ¡Así hubiera podido exhibirle a los habitantes de la ciudad y ganar mucho dinero! Y también le hubiera transportado a las casas de la gente rica, que no quiere molestarse, para enseñársele a domicilio. ¡Y me habrían retribuido espléndidamente!" Y de este modo continuó lamentándose con el alma, y diciéndose: "Se te fué de entre las manos la pesca, ¡oh pescador... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 508ª NOCHE
Ella dijo:
"... Se te fué de entre las manos la pesca, ¡oh pescador!" Pero en aquel mismo instante el marítimo apareció fuera del agua llevando una cosa encima de la cabeza, y fué a situarse en la orilla al lado del terrestre. Y tenía el marítimo las dos manos llenas de perlas, de coral, de esmeraldas, de jacintos, de rubíes y de toda clase de pedrerías. Y se lo ofreció todo al pescador, y le dijo: "Toma esto, ¡oh hermano mío Abdalah! y dispénsame por lo poco que es. Porque por ahora no tengo un cesto para llenártelo; pero la próxima vez me traerás uno, y te lo devolveré lleno de estos frutos del mar". Al ver aquellas gemas preciosas, el pescador se regocijó extremadamente. Y las tomó, y después de hacerlas correr por entre sus dedos maravillándose, se las guardó en el seno. Y le dijo el marítimo: "¡No te olvides de nuestro pacto! Y ven aquí todas las mañanas antes de salir el sol!" Y se despidió de él y se hundió en el mar.
En cuanto al pescador, volvió a la ciudad transportado de alegría, y lo primero que hizo fué pasar por la tienda del panadero que le había favorecido en los días negros, y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¡por fin la buena suerte y la fortuna se han puesto en nuestro camino! Te ruego que me des la cuenta de todo lo que te debo". El panadero contestó: "¿La cuenta? ¿Y para qué? ¿Hay necesidad de eso entre nosotros? ¡Pero si verdaderamente tienes dinero de sobra, dame lo que puedas! ¡Y si no tienes nada, toma todos los panes que necesites para alimentar a tu familia, y en cuanto a pagarme espera a que la prosperidad resida en tu casa definitivamente!"
El pescador dijo: "¡Oh amigo mío! ¡la prosperidad se ha instalado sólidamente en mi casa, trayéndola la buena sombra de mi recién nacido y la bondad y munificencia de Alah! ¡Y cuanto pueda darte será poco en comparación de lo que hiciste por mí cuando me agarrotaba la miseria! ¡Pero toma esto por el pronto!" Y se metió la mano en el seno y sacó un puñado de pedrerías tan grande, que apenas se quedó para sí con la mitad de lo que le había dado el marítimo. Y se lo dió al panadero, diciéndole: "Sólo te pido que me prestes algún dinero hasta que yo venda en el zoco estas gemas del mar". Y estupefacto por lo que veía y recibía, el panadero vació su cajón entre las manos del pescador y quiso llevarle él mismo hasta su casa la carga de pan necesaria para la familia. Y le dijo: "¡Soy tu esclavo y tu servidor!"
Y quieras que no, se cargó a la cabeza la banasta de panes y echó a andar detrás del pescador, hasta la casa de éste, donde dejó la banasta. Y se marchó después de besarle las manos. En cuanto al pescador, entregó a la madre de sus hijos la banasta de panes y luego se fué a comprarles carne de cordero, pollos, verduras y frutas. E hizo que su esposa guisara una comida extraordinaria aquella noche. Y comió admirablemente con sus hijos y su esposa, regocijándose hasta el límite del regocijo con la llegada de aquel recién nacido que llevaba consigo la fortuna y la dicha.
Tras de lo cual Abdalah contó a su esposa cuanto le había acaecido y cómo terminó la pesca con la captura de Abdalah del Mar, y toda la aventura, en fin, con sus menores detalles. Y acabó por ponerle en las manos lo que le quedaba del regalo precioso de su amigo el habitante del mar. Y su esposa se alegró de todo aquello; pero le dijo: "¡Guarda bien el secreto de esa aventura, porque si no lo haces, corres peligro de que el gobierno te ponga obstáculos". Y contestó el pescador: "¡Claro que se lo ocultaré a todo el mundo, excepto al panadero! ¡Porque aunque por lo general deba ocultarse la dicha, no puedo hacer de mi dicha un misterio para mi primer
bienhechor!"
Al día siguiente, Abdalah el pescador fué muy temprano, con un cesto lleno de hermosas frutas de todas las especies y todos los colores; a la orilla del mar, adonde llegó antes de salir el sol. Y dejó su cesto en la arena de la playa, y como no divisaba a Abdalah, dió una palmada gritando: "¿Dónde estás, ¡oh Abdalah del Mar!?" Y al instante contestó desde el fondo de las olas una voz marina: "Heme aquí, ¡oh Abdalah de la Tierra! ¡Heme aquí a tus órdenes!" Y el habitante del mar salió del agua y se acercó a la orilla. Y después de las zalemas y de los votos, el pescador le ofreció el cesto de frutas. Y lo cogió el marítimo, dándole las gracias, y se sumergió en el fondo del mar. Mas algunos instantes después reapareció llevando en sus brazos el cesto sin frutas, pero cargado de esmeraldas, de aguamarinas y de todas las gemas y productos marinos. Y tras de despedirse de su amigo, el pescador se cargó a la cabeza el cesto y emprendió el camino de la ciudad, pasando por delante del horno del panadero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 509ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y tras de despedirse de su amigo, el pescador se cargó a la cabeza el cesto y emprendió el camino de la ciudad, pasando por delante del horno del panadero. Y dijo a su antiguo bienhechor: "¡La paz sea contigo!, ¡oh padre de manos abiertas!" El otro contestó: "Y contigo la paz, las gracias de Alah y sus bendiciones, ¡oh rostro de buen augurio! ¡Acabo de mandar a tu casa una bandeja con cuarenta pasteles que he cocido especialmente para ti y en cuya pasta no economicé la manteca clarificada, la canela, el cardamomo, la nuez moscada, la cúrcuma, la artemisa, el anís y el hinojo!" Y el pescador metió la mano en el cesto, del cual salían mil resplandores fulgurantes; cogió tres grandes puñados de pedrerías y se los entregó. Prosiguió luego su camino y llegó a su casa. Y allí dejó su cesto, escogió la piedra más hermosa de cada especie y de cada color, lo puso todo en un pedazo de tela y se fué al zoco de los joyeros. Y se paró ante la tienda del jeique de los joyeros, le mostró las maravillosas pedrerías, y le dijo: "¿Me las quieres comprar?" El jeique de los joyeros miró al pescador con ojos llenos de desconfianza, y le preguntó: "¿Tienes más?" El pescador contestó: "En casa tengo un cesto lleno". El otro preguntó: "¿Y dónde está tu casa?" El pescador contestó: "Como casa, ¡por Alah que no la tengo! sino sencillamente una choza de tablas podridas, que está situada al extremo de cierta calle junto al zoco del pescado". Al oír estas palabras del pescador, el joyero gritó a sus dependientes: "¡Detenedle! ¡Es el ladrón a quien se acusa de haber robado las alhajas de la reina, la esposa del sultán!" Y les ordenó que le administraran una paliza. Y le rodearon todos los joyeros y mercaderes y le injuriaron. Y decían unos: "¡Sin duda fué él quien robó en el mes último la tienda del hadj Hassán!" Y decían otros: "¡También fué este miserable quien limpió cierta tienda!" Y cada cual contaba la historia de un robo cuyo autor no fué habido, ¡y se lo atribuía al pescador! Y durante todo aquel tiempo, el pescador guardaba silencio y no hacía ningún gesto para negar. Y después que hubo recibido la paliza preliminar dejó que le arrastrara a presencia del rey el jeique joyero, que quería obligarle a declarar sus crímenes y hacer que le colgaran a la puerta de palacio.
Llegados que fueron al diwán, el jeique de los joyeros dijo al rey: "¡Oh rey del tiempo! cuando desapareció el collar de la reina, mandaste que nos avisaran y nos encargaste que buscáramos al culpable. ¡Hicimos todo lo posible para lograrlo, y con la ayuda de Alah, lo hemos conseguido! ¡He aquí entre tus manos al culpable y las pedrerías que le hemos encontrado encima!"
Y dijo el rey al jefe de los eunucos: "Toma esas pedrerías y vé a enseñárselas a tu ama. ¡Y pregúntale si son las mismas piedras del collar que ha perdido!" Y el jefe de los eunucos fué en busca de la reina, y poniendo ante ella las gemas espléndidas, le preguntó: "¿Son éstas ¡oh mi ama! las piedras del collar?"
Al ver aquellas pedrerías, la reina llegó al límite de la maravilla, y contestó al eunuco: "¡Ni por asomo! Mi collar lo encontré en el cofrecillo. En cuanto a esas pedrerías, ¡son mucho más hermosas que las mías y no tienen par en el mundo! Vé, pues ¡ oh Massrur ! a decir al rey que compre esas piedras para hacer con ellas un collar a nuestra hija Prosperidad, que ya está en edad de casarse.
Cuando se enteró el rey por el eunuco de la respuesta de la reina, se enfureció en extremo con el jeique de los joyeros que así acababa de detener y maltratar a un inocente; ¡y le maldijo con todas las maldiciones de Aad y de Thammud! Y contestó, temblando mucho, el jeique de los joyeros: "¡Oh rey del tiempo! sabíamos que este hombre era un pescador, un pobre; y al verle con estas pedrerías y enterarnos de que en su casa aun tenía un cesto lleno de ellas, nos pareció que era demasiada fortuna para que la hubiese podido adquirir por medios lícitos un pobre!"
Al oír estas palabras, aumentó más todavía la cólera del rey, que gritó al jeique de los joyeros y a sus compañeros: "¡Oh plebeyos impuros! ¡oh herejes de mala fe, almas vulgares! ¿es que no sabéis que para el destino del verdadero creyente no hay fortuna imposible, por inesperada y maravillosa que sea? ¡Ah malvados! Y os apresuráis así a condenar a este pobre, sin oírle ni examinar sus circunstancias con el falso pretexto de que esa fortuna es demasiado cuantiosa para él! ¡Y le motejáis de ladrón, y le deshonráis entre sus semejantes! ¡Y ni por un instante se os ocurre pensar que nunca obra con parsimonia Alah el Exaltado cuando distribuye sus favores! ¿Acaso conocéis la capacidad de abundancia de los manantiales infinitos de que extrae sus beneficios el Altísimo, ¡oh estúpidos ignorantes! para juzgar así, con arreglo a vuestros cálculos mezquinos de criaturas de barro, el total de pesas puestas en la balanza de un destino dichoso? ¡Idos, miserables! ¡Alejaos de mi presencia! ¡Y pluguiera a Alah privaros de sus bendiciones para siempre!"
Y los expulsó ignominiosamente. ¡Y esto en cuanto a ellos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 510ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Y los expulsó ignominiosamente. ¡Y esto en cuanto a ellos!
¡He aquí ahora lo referente a Abdalah!
Encaróse el rey con él, y antes de hacerle la menor pregunta, le dijo: "¡Oh pobre, que Alah te bendiga con los dones que te hizo! ¡La seguridad está contigo! ¡Yo soy quien te la da!" Luego añadió: "¿Quieres contarme ahora la verdad y decirme cómo han llegado a ti esas pedrerías, tan hermosas, que ningún rey de la tierra las posee parecidas?" El pescador contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡todavía tengo en casa lleno de esas pedrerías un cesto de pesca! ¡Es un regalo de mi amigo Abdalah del Mar!" ¡Y contó al rey toda su aventura con el marítimo, sin omitir un detalle! Pero no hay utilidad en repetirla.
Luego añadió: "¡Porque hice con él un pacto sellado con la recitación de la Fatiha del Korán! Y por ese pacto me he comprometido a llevarle todas las mañanas por la aurora un cesto lleno de frutos de la tierra; y él se ha comprometido a llenarme el cesto con frutos del mar, como son estas pedrerías que ves".
Al oír del pescador semejantes palabras, el rey maravillóse de la generosidad del Donador para con sus creyentes; y dijo:
"¡Oh pescador, era tu destino! ¡Pero déjame decirte que la riqueza exige que se la proteja, y que el rico debe tener una categoría alta! ¡Quiero ponerte, pues, bajo mi protección mientras dure mi vida, y hasta hacer algo más! Porque no puedo responder del porvenir, y no sé la suerte que te reservará mi sucesor si muero o se me desposee del trono. Posible es que te mate por codicia y por amor a los bienes de este mundo. Quiero, pues, ponerte a salvo de las vicisitudes de la suerte mientras viva yo. ¡Y el medio mejor creo que es casarte con mi hija Prosperidad, que es una joven púber, y nombrarte mi gran visir, legándote así directamente el trono antes de mi muerte!" Y contestó el pescador: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces llamó el rey a los esclavos, y les dijo: "¡Conducid al hammam a éste, que es
vuestro amo!" Y los esclavos condujeron al pescador al hammam del palacio y le bañaron cuidadosamente y le vistieron con vestiduras reales, y le llevaron de nuevo a presencia del rey, que le nombró inmediatamente gran visir. Y le dió las instrucciones precisas para su nuevo cargo, y Abdalah contestó: "¡Tus advertencias ¡oh rey! son mi norma de conducta, y tu benevolencia es la sombra en que me cobijo!"
Despachó luego el rey para la casa del pescador correos y guardias numerosos con tañedores de pífano, de clarinete, de címbalos, de bombo y de flauta, y mujeres expertas en el arte de la vestimenta y de los atavíos, con encargo de vestir y ataviar a la mujer del pescador y a sus diez hijos, colocándoles en un palanquín llevado por veinte, negros y conduciéndoles al palacio acompañados por un cortejo espléndido y con músicos. Y se ejecutaron sus órdenes; y se colocó en un suntuoso palanquín a la esposa del pescador, que llevaba al pecho a su recién nacido y a sus otros nueve hijos; y precedida por el cortejo de guardias y músicos, y acompañada por las mujeres puestas a su servicio y por las esposas de emires y notables, se la condujo a palacio, donde estaba esperándola la reina, que la recibió con agasajos infinitos, mientras el rey recibía a los hijos y se los sentaba por turno en las rodillas y les acariciaba paternalmente, con tanto gusto como si fueran sus propios hijos. Y por su parte, la reina quiso demostrar su afecto a la esposa del nuevo gran visir, y la puso al frente de todas las mujeres del harem, nombrándola gran visira de sus dependencias.
Tras de lo cual el rey, que tenía por única hija a Prosperidad, se apresuró a mantener su promesa, concediéndosela en matrimonio, como segunda esposa, al visir Abdalah. Y con esta ocasión, dió una gran fiesta al pueblo y a los soldados, haciendo adornar e iluminar la ciudad. Y aquella noche conoció Abdalah las delicias de la carne joven y la diferencia que hay entre la virginidàd de una joven hija del rey y la rancia piel curtida con que se desahogó él hasta entonces.
Pero al día siguiente por la aurora, habiéndose despertado el rey antes de su hora habitual a causa de las emociones de la víspera, se asomó a su ventana y vió que su nuevo gran visir, el esposo de su hija Prosperidad, salía del palacio llevando a la cabeza un cesto de pesca lleno de frutas. Y le llamó y le preguntó: "¿Qué llevas ahí, ¡oh yerno mío... ! ?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 511ª NOCHE
Ella dijo:
" ..Y le llamó y le preguntó: "¿Qué llevas ahí, ¡oh yerno mío!?" Abdalah contestó: "¡Es un cesto de frutas que voy a llevar a mi amigo Abdalah del Mar!" El rey dijo: "Pero ésta no es hora para que
la gente salga de su casa. ¡Y además, no está bien que mi yerno lleve por sí mismo a la cabeza una carga de mandadero!"
Abdalah contestó: "¡Es verdad! Pero tengo miedo de faltar a la hora de la cita, y de pasar a los ojos del marítimo por un embustero sin fe, y de oírle reprocharme mi conducta, diciéndome: "¡Las cosas del mundo te distraen de tu deber ahora y te hacen olvidar tus promesas!" Y dijo el rey: "¡Tienes razón! Ve a buscar a tu amigo, ¡y que Alah sea contigo! Y Abdalah emprendió el camino del mar, cruzando por los zocos. Y al reconocerle, decían los mercaderes madrugadores que abrían sus tiendas: "¡Es Abdalah el gran visir, yerno del rey, que va al mar para cambiar frutas por pedrerías!" Y los que no le conocían salíanle al paso, y le preguntaban: "¡Oh vendedor de frutas! ¿a cómo va la medida de albaricoques?"
Y contestaba él a todo el mundo: "No son para la venta. ¡Ya están vendidos!" Y lo decía muy cortésmente, dejando contento a todo el mundo. Y de tal suerte llegó a la playa, donde vió salir de las olas a Abdalah del Mar, al cual entregó las frutas a cambio de nuevas pedrerías de todos los colores. Luego emprendió otra vez el camino de la ciudad, pasando por delante de la tienda de su amigo el panadero. Pero se extrañó mucho al encontrar cerrada la puerta de la tienda, y esperó un momento para ver si llegaba su amigo. Y acabó por preguntar al tendero de al lado: "¡Oh hermano mío! ¿qué ha sido de tu vecino el panadero?"
El otro contestó: "No sé de cierto lo que le ha reservado Alah. ¡Debe estar enfermo en su casa!"
El otro dijo: "¡En tal callejuela!" Y Abdalah emprendió el camino de la callejuela indicada, y tras de indagar cuál era la casa del panadero, llamó a la puerta y esperó. Y algunos instantes después vió aparecer por un tragaluz alto la cabeza asustada del panadero, que bajó a abrir, serenado ya al ver el cesto de pesca lleno de pedrerías, como de costumbre. Y se arrojó al cuello de Abdalah, besándole con lágrimas en los ojos, y le dijo: "¿Pero es que no te han ahorcado por orden del rey? He sabido que te detuvieron por ladrón; y temiendo que también a mí me detuvieran como cómplice, me apresuré a cerrar el horno y la tienda y a esconderme en el último rincón de mi casa. ¡Pero explícame ya, ¡oh amigo mío! a qué se debe el que estés vestido como un visir!" Entonces Abdalah le contó desde el principio hasta el fin lo que le había sucedido, y añadió: "Y el rey me ha nombrado su gran visir y me ha dado en matrimonio a su hija. ¡Y ahora tengo un harem, al frente del cual se encuentra mi antigua esposa, la madre de mis hijos!"
Después dijo: "Toma este cesto con todo su contenido. ¡Te pertenece, porque así está escrito hoy en tu destino!" Luego le dejó y volvió a palacio con el cesto vacío.
Cuando el rey le vió llegar con el cesto vacío, le dijo riendo: "¡Ya lo ves! ¡Tu amigo el marítimo te ha abandonado!" Abdalah contestó: "¡Al contrario! Las pedrerías con que me ha llenado hoy el cesto eran superiores en belleza a las de los demás días. Pero se las he dado todas a mi amigo el panadero, que en otro tiempo, cuando me afligía la miseria, me alimentó y alimentó a mis hijos y a la madre de mis hijos. ¡Y yo a mi vez, por lo mismo que él fué misericordioso en los días de mi pobreza, no le olvido en los días de mi prosperidad! Pues ¡por Alah, que quiero dar fe de que nunca hirió él mi susceptibilidad de trabajador pobre!" Y extremadamente edificado, le preguntó el rey: "¿Cómo se llama tu amigo?" Abdalah contestó: "¡Se llama Abdalah el Panadero, como yo me llamo Abdalah el Terrestre y como mi amigo del mar se llama Abdalah el Marítimo!" Al oír estas palabras, el rey se maravilló y se estremeció, y exclamó: "¡Y como yo me llamo el rey Abdalah! ¡Y como todos nos llamamos servidores de Alah! ¡Pero como todos los servidores de Alah son iguales ante el Altísimo y hermanos por la fe y el origen, quiero ¡oh Abdalah de la Tierra! que vayas en seguida a buscar a tu amigo Abdalah el Panadero, a fin de que le nombre yo mi segundo visir!"
Al punto fué Abdalah el Terrestre a buscar a su amigo Abdalah el Panadero, a quien acto seguido revistió el rey con las insignias del visirato, nombrándole su visir de la izquierda, como Abdalah el Terrestre era su visir de la derecha.
Y el antiguo pescador Abdalah llenó sus nuevas funciones con todo el brillo deseable, sin olvidarse ni un solo día de ir en busca de su amigo Abdalah del Mar y de llevarle un cesto con frutas de la estación a cambio de un cesto con metales preciosos y pedrerías. Y cuando ya no hubo frutas en los jardines ni las tenían tampoco los vendedores de primicias, llenó el cesto con pasas, almendras, avellanas, cacahuetes, nueces, higos secos, albaricoques secos y confituras secas de toda especie y colores. Y cada vez volvía llevando a la cabeza el cesto lleno de joyas, como de costumbre. Y esto duró el espacio de un año.
Pero un día, llegado que fué Abdalah de la Tierra a la playa por la aurora, como siempre, se sentó junto a su amigo Abdalah el Marítimo, y se puso a charlar con él acerca de las costumbres de los habitantes del mar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 512ª NOCHE
Ella dijo:
"... Se sentó junto a su amigo Abdalah el Marítimo, y se puso a charlar con él acerca de las costumbres de los habitantes del mar. Y entre otras cosas, le dijo: "¡Oh, hermano mío, oh marítimo! ¿Es muy hermoso el sitio donde vives?" El otro contestó: "¡Sí, por cierto! ¡Y si quieres te llevaré conmigo al mar, y te enseñaré todo lo que contiene, y te haré visitar mi ciudad y te recibiré en mi casa con la hospitalidad más cordial!"
Y contestó Abdalah de la Tierra: "¡Oh hermano mío! tú te criaste en el agua, y el agua es
tu morada. Por eso no te incomoda habitar en el mar. Pero antes de que yo responda a tu invitación, ¿podrías decirme si no sería para ti extremadamente funesto residir en la tierra?"
El otro dijo: "¡Claro que sí! Se secaría mi cuerpo, ¡y al soplar contra mí los vientos de la tierra me harían morir!" El terrestre dijo: "Pues a mí me pasa igual. Me he criado en la tierra, y la tierra es mi morada. Por eso no me incomoda el aire de la tierra. ¡Pero si entrase contigo en el mar, penetraría el agua dentro de mí y me ahogaría, y moriría!"
El marítimo contestó: "No tengas ningún temor por eso, pues te traeré un ungüento con el que te untarás el cuerpo, y el agua no tendrá sobre ti ningún poder sofocante, aun cuando hubieras de pasar en ella el resto de tu vida. ¡Y de esa manera podrás sumergirte conmigo y recorrer en todos sentidos el mar, y dormir en él y despertarte en él, sin que nunca te venga mal alguno por ninguna parte!"
Al oír estas palabras, el terrestre dijo al marítimo: "En ese caso, no tengo inconveniente en sumergirme contigo. ¡Tráeme, pues, el ungüento consabido para que lo ensaye!" El marítimo contestó: "¡Eso es lo que voy a hacer!" Y se llevó el cesto de frutas y se metió en el mar para volver al cabo de unos instantes llevando en las manos una vasija llena de un ungüento parecido a la grasa de las vacas y de un color amarillo como el oro, y de un olor absolutamente delicioso. Y preguntó Abdalah de la Tierra: "¿Con qué se compone este ungüento?" El otro contestó: "Se compone con grasa del hígado de una especie entre las especies de peces que se llama dandana. ¡Y este pez dandana es el más enorme de todos los peces del mar, hasta el extremo de que de un solo bocado devoraría sin dificultad lo que vosotros los terrestres llamáis un elefante o un camello!" Y exclamó asustado el antiguo pescador: "¿Y qué come ese funesto animal? ¡oh hermano mío!"
El otro contestó: "De ordinario se come a los animales más pequeños que nacen en las profundidades. Porque ya sabes el proverbio que dice: "¡Los fuertes se comen a los débiles!" El terrestre dijo: "¡Verdad dices! Pero, ¿hay entre vosotros muchos de esos dandanas?" El otro contestó: "¡Millares y millares cuyo número sólo Alah lo sabe!" El terrestre exclamó: "¡Entonces dispénsame de hacerte esa visita! ¡oh, hermano mío!, porque tengo miedo a encontrarme con alguno de esa especie y que me coma!" El marítimo dijo: "¡No tengas ningún miedo, porque el pez dandana, aunque es de una ferocidad terrible, teme a Ibn-Adán, cuya carne es para él un veneno violento!" El antiguo pescador exclamó: "¡Ya Alah! ¿pero de qué me servirá ser un veneno violento para el dandana cuando ya me haya devorado el dandana?" El marítimo contestó: "¡No tengas el menor temor por el dandana, porque nada más que con ver a Ibn-Adán se pone en fuga de tanto como le teme! ¡Y además, como estarás ungido con su grasa, reconocerá su olor, y no te hará daño!" Y conquistado por las seguridades que le daba su amigo, dijo el terrestre: "¡Pongo mi confianza en Alah y en ti". Y se desnudó y abrió en la arena un agujero donde metió su ropa, a fin de que no se la robase nadie durante su ausencia. Tras de lo cual se untó con el ungüento consabido desde la cabeza hasta los pies, sin olvidarse de las más pequeñas aberturas, y hecho esto, dijo al marítimo: "Ya estoy listo, ¡oh hermano mío!"
Entonces Abdalah del Mar cogió del brazo a su compañero y se sumergió con él en las profundidades marinas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 513ª NOCHE
Ella dijo:
"Entonces Abdalah del Mar cogió del brazo a su compañero y se sumergió con él en las profundidades marinas. Y le dijo: " Abre los ojos!" Y como el terrestre no se sintió sofocado ni abrumado por el peso enorme del mar y como allá dentro respiraba mejor que bajo el cielo, comprendió que era realmente impenetrable para el agua; y abrió los ojos. Y desde aquel instante fué huésped del mar.
Y vió desplegarse el mar por encima de su cabeza como un pabellón de esmeralda, al igual que en la tierra reposa sobre las aguas el admirable azur; y a sus pies extendíanse las regiones submarinas que no había violado desde la creación ninguna mirada terrestre; y reinaba una gran serenidad en las montañas y llanuras del fondo; y era delicada la luz que se bañaba en las transparencias infinitas y el esplendor de las aguas en torno de los seres y de las cosas; y aquellos paisajes tranquilos le encantaban más que todos los encantos del cielo natal; y veía selvas de coral rojo, y selvas de coral blanco, y selvas de coral rosa, que se inmovilizaban en el silencio de sus ramajes; y grutas de diamantes con columnas de rubíes, de crisólitos, de berilos, de zafiros, de oro y de topacios; y una vegetación de locura que se mecía en espacios grandes como reinos; y en medio de arenas de plata, conchas de millares de formas y colores, que se miraban resplandecientes en el cristal de las aguas; y veía a su alrededor peces relampagueantes que semejaban flores, y peces que semejaban frutas, y peces que semejaban pájaros, y otros, vestidos con escamas de oro y plata, que semejaban lagartos grandes, y otros que parecían más bien búfalos, vacas, perros; y hasta Adamitas; e inmensos bancos de reales pedrerías lanzando mil destellos multicolores que el agua avivaba, lejos de extinguirlos; y bancos en que abríanse ostras llenas de perlas blancas, de perlas rosas y de perlas doradas; y enormes esponjas hinchadas que se movían pesadamente sobre su base, alineándose en largas filas simétricas, como cuerpos de ejército, y parecían limitar las diferentes regiones marinas y constituirse en guardianas fijas de las inmensidades solitarias.
Pero Abdalah de la Tierra que, siempre del brazo de su amigo, veía desfilar ante él sobre los abismos en rápida carrera todos estos espectáculos espléndidos, divisó de pronto una innumerable sucesión de cavernas de esmeraldas talladas en los flancos de una montaña de la misma gama verde, y a las puertas de las cuales estaban sentadas o tendidas jóvenes bellas como lunas, con cabellos color de ámbar y de coral. Y se parecían a las jóvenes de la tierra, a no ser por la cola que tenían en el lugar de la grupa, de los muslos y de las piernas. Eran las hijas del mar. Y su dominio era aquella ciudad de cavernas verdes.
Al ver aquello, el terrestre preguntó al marítimo: "¡Oh hermano mío! ¿es que no están casadas esas jóvenes? Porque no veo varones entre ellas". El otro contestó: "Esas que ves son jóvenes vírgenes, y esperan a la puerta de sus moradas la llegada del esposo que vendrá a escoger entre ellas la que más le guste. En otros parajes del mar hay ciudades pobladas de varones y de hembras, y de allá salen los jóvenes en busca de esposas jóvenes; porque sólo aquí tienen derecho a residir las jóvenes, quienes vienen a este lugar desde todos los puntos de nuestro imperio y viven juntas esperando al esposo". Y cuando Abdalah del Mar acabó de dar esta explicación a su amigo, llegaron a una ciudad poblada por varones y hembras; y dijo Abdalah de la Tierra: "¡Oh hermano mío, allí veo una ciudad poblada; pero no advierto en ella tiendas donde se venda y se compre! ¡Y además, he de decirte que estoy muy asombrado de ver que ni uno de sus habitantes se cubre con trajes que le protejan las partes que deben ir ocultas!"
El otro contestó: "Respecto a lo de vender y comprar, no tenemos ninguna necesidad de ello, ya que la vida es fácil para nosotros y nuestro alimento consiste en peces que se pescan al alcance de la mano. Pero en cuanto a ocultar ciertas partes de nuestro cuerpo, ante todo no creemos que sea necesario, además de que tenemos constituidas las partes de otra manera que vosotros; y luego, aunque quisiéramos ocultarlas, no podríamos, pues no disponemos de telas con qué cubrirlas". El terrestre dijo: "¡Está bien! ¿Y cómo se efectúan entre vosotros los matrimonios?" El otro dijo: "Entre nosotros no se contraen matrimonios, porque no tenemos leyes que fijen y rijan nuestros deseos y nuestras inclinaciones; pero cuando nos gusta una joven, nos quedamos con ella; y cuando deja de gustarnos, la dejamos, ¡y ya le gustará a otro! Además, no todos somos musulmanes aquí; entre nosotros hay también muchos cristianos y judíos; y esas gentes no admiten el matrimonio fijo, porque les gustan mucho las mujeres, y el matrimonio fijo les contraría. Sólo los musulmanes, que vivimos aparte en una ciudad donde no penetran los infieles, nos casamos con arreglo a los preceptos del Libro, y celebramos nupcias bien vistas por el Altísimo y el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) Pero ¡oh hermano mío! quiero hacerte llegar cuanto antes a nuestra ciudad; porque, si mil años invirtiera en mostrarte los espectáculos de nuestro imperio y las ciudades que le pueblan, ¡no acabaría mi tarea en ese tiempo ni podrías formarte una idea aproximada de lo que es!" Y dijo el terrestre: "¡Sí, date prisa, hermano mío, porque además tengo hambre y no puedo comer pescados crudos, como haces tú!"
Y preguntó el marítimo: "¿Y cómo coméis, entonces, el pescado los terrestres?" El otro contestó: "¡Lo asamos o lo freímos en aceite de oliva o en aceite de sésamo!" Y el marítimo se echó a reír, y dijo: "¿Y cómo nos arreglaríamos nosotros, que habitamos en el agua, para tener aceite de oliva o de sésamo y freír pescado en una lumbre que no se apagara?" El terrestre dijo: "¡Tienes razón, hermano mío! ¡Te ruego, pues, que me conduzcas cuanto antes a tu ciudad, que no conozco!"
Entonces Abdalah el Marítimo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana. v se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 514ª NOCHE
Ella dijo:
"... Entonces Abdalah el Marítimo le hizo reconocer rápidamente diversas regiones en que se sucedían ante sus ojos los espectáculos, y le hizo arribar a una ciudad más pequeña que las otras y cuyas casas también eran cavernas, unas grandes y otras pequeñas, según el número de sus habitantes. Y el marítimo le llevó ante una de aquellas cavernas y le dijo: "Entra, ¡oh hermano mío! ¡Esta es mi casa!" Y le hizo entrar en la caverna, y exclamó: "¡Hola! ¡ven pronto aquí, hija mía!" Y saliendo de detrás de una floresta de coral rosa, se acercó a ellos al punto una joven con largos cabellos flotantes, bellos senos, vientre admirable, cintura graciosa y hermosos ojos verdes de largas pestañas negras; pero, como todos los habitantes del mar, tenía en lugar de grupa y piernas una cola de pez. Y al ver al terrestre, se paró sobrecogida y le miró con inmensa curiosidad; luego acabó por echarse a reír, y exclamó:
"¡Oh padre mío! ¿quien es ese individuo sin cola que nos traes?" El padre contestó: "¡Hija mía, es mi amigo el terrestre que me daba todos los días el cesto de frutas que traía yo y que con tanta fruición te comías tú! ¡Acércate, pues, a él cortésmente y deséale la paz y la bienvenida!" Y se adelantó ella y le deseó la paz con mucha amabilidad y usando un lenguaje escogido; y cuando iba a responderle Abdalah, extremadamente encantado, entró a su vez la esposa del marítimo, llevando en cada brazo a uno de sus dos últimos hijos., y cada uno de los niños llevaba un pez grande que iba devorando, lo mismo que devorarían un cohombro los niños de la tierra.
Y he aquí que al ver a Abdalah junto al marítimo, la esposa de éste se detuvo en el umbral, inmóvil de sorpresa, y después de haber soltado a sus dos hijos, exclamó riendo con todas sus fuerzas: "¡Por Alah, si es un individuo sin cola! ¿Cómo es posible vivir sin cola?" Y acercóse más al terrestre; y sus dos hijos y su hija se acercaron también; y en extremo divertidos, se pusieron todos a examinarle de cabeza a pies, y se maravillaron de su trasero especialmente, va que en toda su vida habían tenido ellos trasero ni otra cosa que se pareciese a un trasero. Y los niños y la joven, que en un principio asustáronse un poco de aquella protuberancia, se atrevieron hasta tocarla con los dedos varias veces, de tanto como les intrigaba y divertía. Y se reían entre sí de semejante cosa, y decían: "¡Es un individuo sin cola!" ¡Y bailaban de alegría! Así es que Abdalah de la Tierra acabó por enfadarse al ver aquellos modales y aquella desvergüenza. y dijo a Abdalah del Mar: "¡Oh hermano mío! ¿es que me has traído hasta aquí para que sea la irrisión de tus hijos y de tu esposa?"
El otro contestó: "¡Te pido perdón, hermano mío, y te ruego que me dispenses y no hagas caso de los modales de estas dos mujeres y estos dos niños, porque tienen una inteligencia defectuosa!" Luego se encaró con sus hijos, y les gritó: "¡Callaos!" Y les infundió miedo, y se callaron. Entonces dijo el marítimo a su huésped: "¡No te asombres, sin embargo, de lo que veas, ¡oh hermano mío! porque entre nosotros no hay quien no tenga cola!"
Y he aquí que, a raíz de estas palabras, llegaron diez adultos gruesos y vigorosos, que dijeron al dueño de la casa: "¡Oh Abdalah! el rey del Mar acaba de saber que tienes en tu casa a un individuo sin cola entre los individuos sin cola de la Tierra. ¿Es cierto?" El interpelado contestó: "Es cierto. Y ahí le tenéis delante de vosotros. ¡Es mi amigo y mi huésped, y al instante voy a llevarle a la playa de donde le saqué!" Los otros dijeron: "¡Guárdate de hacerlo! ¡Que el rey nos ha enviado a buscarle, pues desea verle y examinar su contextura! ¡Y parece ser que por detrás tiene una cosa extraordinaria, y otra cosa más extraordinaria todavía por delante! ¡Y el rey quisiera ver ambas cosas, y saber qué nombre tienen!
Al oír estas palabras, Abdalah del Mar se encaró con su huésped y le dijo: "¡Oh hermano mío! dispénsame, porque ya ves que no tengo excusa. ¡No podemos desobedecer las ordenes de nuestro rey!" El terrestre dijo: "¡Me da mucho miedo ese rey, que acaso se enfade porque tengo cosas que él no tiene, y decretará mi perdición en vista de eso!" El marítimo dijo: "¡Yo estaré allí para protegerte y hacer de manera que no sufras ningún daño!" El terrestre dijo: "¡Me someto a tu decisión entonces, y pongo mi confianza en Alah y te sigo!"
Y el marítimo se llevó a su huésped y le condujo a la presencia del rey.
Cuando el rey vió al terrestre, le dió tanta risa, que estuvo a punto de caerse; luego dijo: "Bienvenido seas entre nosotros, ¡oh individuo sin cola!" Y todos los altos dignatarios que rodeaban al rey se reían mucho y se mostraban unos a otros con el dedo el trasero del terrestre, diciendo: "¡Sí, ¡por Alah! es un individuo sin cola!" Y le preguntó el rey: "¿Cómo no tienes cola?". "No lo sé, ¡oh rey! ¡Pero así somos todos los habitantes de la tierra!"
El rey preguntó: "¿Y cómo llamáis a eso que tenéis por detrás en lugar de la cola?" Abdalah contestó: "Unos lo llaman culo y otros trasero, en tanto que otros lo pluralizan y lo llaman nalgas por constar de dos partes". Y le preguntó el rey: "¿Y para qué os sirve ese trasero?" Abdalah contestó: "¡Sencillamente para sentarnos cuando estamos cansados! ¡Pero en las mujeres resulta un adorno muy apreciado!" El rey preguntó: "Y eso de delante, ¿cómo se llama?" Abdalah dijo: "¡El zib!" El rey preguntó: "¿Y para qué os sirve ese zib?" Abdalah contestó: "Tiene muchos usos de todas clases y que no puedo explicar por consideración al rey. ¡Pero son tan necesarios esos usos, que en nuestro mundo nada se estima tanto en el hombre como un zib de valor, de la misma manera que en la mujer nada se aprecia tanto como un trasero de importancia!" Y al oír estas palabras, el rey y los que le rodeaban echáronse a reír extremadamente, y sin saber qué decir ya, Abdalah el Terrestre alzó al cielo los brazos, y exclamó: "¡Loores a Alah que ha creado el trasero para que en un mundo fuera una gloria y en otro un objeto de escarnio...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 515ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Loores a Alah, que ha creado el trasero para que en un mundo fuera una gloria y en otro un objeto de escarnio!" Y muy molesto por haber servido para satisfacer la curiosidad de los habitantes del mar, no sabía ya qué hacer de su persona, de su trasero y de lo demás; y pensaba para su ánima: "¡Por Alah, que quisiera estar lejos de aquí o tener algo con qué cubrir mi desnudez!"
Pero el rey acabó por decirle: "¡Oh individuo sin cola! me has regocijado de tal manera con tu trasero, que quiero concederte la satisfacción de todos tus deseos. ¡Pídeme, pues, cuanto quieras!" Abdalah contestó: "Quisiera dos cosas, ¡oh rey! ¡Volver a la tierra y llevarme conmigo muchas joyas del mar!" Y dijo Abdalah el Marítimo: "¡Además, ¡oh rey! mi amigo no ha comido nada desde que está aquí, y no le gusta la carne de pescado cruda!" Entonces dijo el rey: "¡Que le den cuantas joyas desee, y que se le transporte al lugar de donde vino!"
Al punto todos los marítimos se apresuraron a llevar conchas grandes vacías, y llenándolas de pedrerías de todos colores, preguntaron a Abdalah el Terrestre: "¿Dónde hay que llevarlas?" El aludido contestó: "¡No tenéis más que seguirme y seguir a mi amigo Abdalah, vuestro hermano, que va a llevarme el cesto lleno con esas pedrerías, como acostumbra hacerlo!" Luego se despidió del rey, y acompañado de su amigo, y seguido por todos los marítimos portadores de conchas llenas de pedrerías, salió del imperio marino y se remontó a la vista del cielo.
Ya fuera del agua, se sentó un buen rato para descansar y respirar el aire natal. Tras de lo cual desenterró sus ropas y se vistió; y se despidió de su amigo Abdalah el Marítimo, y le dijo: "¡Déjame en la playa todas esas conchas y ese cesto, que yo iré en busca de cargadores que los transporten!" Y fué a buscar a los cargadores, que transportaron al palacio todos aquellos
tesoros; luego entró a ver al rey.
Cuando el rey vió a su yerno, le recibió con grandes muestras de alegría, y le dijo: "¡Hemos estado muy inquietos todos por tu ausencia!" Y Abdalah le contó su aventura marítima desde el principio hasta el fin; pero no hay utilidad en comenzarla otra vez. Y le puso entre las manos el cesto y las conchas llenas de pedrerías.
Aunque se maravilló del relato de su yerno y de las riquezas que traía del mar, le enfadó y le molestó mucho al rey el comportamiento poco cortés de los marítimos con respecto al trasero de su yerno y a todos los traseros en general, y le dijo: "¡Oh Abdalah! no quiero que en adelante vayas a la playa en busca de ese Abdalah del Mar, pues por más que esta vez no tuviste que sentir por haberle seguido, no sabes lo que puede sucederte en el porvenir, ¡que no siempre que le tiran queda intacto el jarro! Y además, eres mi visir y no me parece bien que vayas al mar todas las mañanas con un cesto de pesca a la cabeza, porque serías objeto de burla a los ojos de todas las personas con más o menos cola y más o menos inconvenientes. ¡Permanece, pues, en el palacio, y de ese modo vivirás en paz, y estaremos tranquilos por ti!"
Entonces Abdalah de la Tierra, como no quería contrariar a su suegro el rey Abdalah, permaneció en adelante en el palacio con su amigo Abdalah el Panadero, y ya no fué a la playa en busca de Abdalah del Mar, del que no se volvió a hablar por no enfadarle.
Y así vivieron todos en la situación más dichosa, practicando virtudes en medio de delicias, hasta que fué a visitarles la Destructora de alegrías y la Separadora de los amigos. ¡Y murieron todos! ¡Gloria, empero, al único Viviente que no muere, que gobierna el imperio de lo Visible y de lo Invisible, que es Omnipotente sobre todas las cosas y que es benévolo con sus servidores, conociendo sus intenciones y necesidades!
Y tras de pronunciar estas palabras, se calló Schehrazada. Entonces exclamó el rey Schahriar: "¡Oh, Schehrazada! ¡Es verdaderamente extraordinaria esa historia!" Y Schehrazada dijo: "Sí, ¡oh rey!, pero aunque haya tenido la suerte de gustarte, sin duda alguna no es más admirable que la que quiero contarte todavía, y que es la HISTORIA DEL JOVEN AMARILLO. Y el rey Schahriar dijo: "¡Puedes hablar ya!"
Entonces dijo Schehrazada:
HISTORIA DEL JOVEN AMARILLO
Entre diversos cuentos, se cuenta ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid salió de su palacio una noche con su visir Giafar, su visir Al-Fazl, su favorito Abu-lshak, el poeta Abu-Nowas, el portaalfanje Massrur y el capitán de Policía Ahmad-la-Tiña. Y disfrazados de mercaderes, se dirigieron todos al Tigris y se metieron en una barca, dejándose llevar por la corriente a la ventura. Porque, al ver al califa poseído de insomnio y con el espíritu preocupado, Giafar le había dicho que para disipar el fastidio nada era más eficaz que ver lo no visto todavía, oír lo no oído todavía y visitar un país que todavía no se ha recorrido.
Y he aquí que, al cabo de cierto tiempo, hallándose la barca bajo las ventanas de una casa desde la cual se dominaba el río, oyeron que en el interior de la casa una voz hermosa y triste cantaba estos versos, acompañándose con el laúd:
Ante la copa de vino, y mientras en la espesura cantaba el pájaro hazar, dije a mi corazón:
¿Hasta cuando rechazarás la dicha? ¡Despiértate que la vida es un préstamo a corto plazo!
¡He aquí la copa y el copero! ¡Tu amigo es un copero hermoso y joven! ¡Mírale y toma de sus manos la copa que te brinda!
¡Languidecen sus párpados y te invita su mirada! ¡No desprecies esas cosas!
¡En sus mejillas he plantado rosas tiernas, y cuando quise cogerlas encontré granadas!
¡Oh corazón mío, no desprecies esas cosas! ¡Ha llegado el momento de que asome el bozo a sus mejillas!
Al oír estas coplas, dijo el califa: "¡Oh Giafar, qué hermosa es esa voz!" Y contestó Giafar: "¡Oh señor nuestro, en verdad que jamás hirió mi oído una voz más hermosa ni más deliciosa! ¡Pero, ¡oh mi señor! oír una voz detrás de un muro, sólo es oírla a medias! ¿Qué sería cuando la oyéramos detrás de una cortina...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 516ª NOCHE
Ella dijo:
". . . ¡Oh mi señor! Oír una voz detrás de un muro, sólo es oírla a medias! ¿Qué sería cuando la oyéramos detrás de una cortina?" Entonces dijo el califa: "¡Penetremos ¡oh Giafar! en esa casa para pedir hospitalidad al dueño con la espera de oír mejor esa voz!" Y detuvieron la barca y aterrizaron. Luego llamaron a la puerta de aquella casa y pidieron permiso para entrar al eunuco que fué a abrir. Y el eunuco marchóse a prevenir a su amo, que no tardó en presentarse a ellos, y les dijo:
"' ¡Familia, comodidad y abundancia a los huéspedes! ¡Bienvenidos seáis todos a esta casa de la que sois propietarios!." Y les introdujo en una vasta sala fresca de techo coloreado agradablemente con dibujos sobre un fondo de oro y azul oscuro, y en medio de la cual, sobre una pila de alabastro, caía un surtidor de agua con un rumor maravilloso. Y les dijo el dueño: "¡Oh mis señores no sé cuál de vosotros es el más honorable o el de más alto rango y condición. ¡Bismilah sobre todos vosotros! ¡Dignaos, pues, sentaros donde mejor os parezca!" Luego se volvió hacia un extremo de la sala, en el que se hallaban cien jóvenes sentadas en cien sillas de oro y terciopelo, e hizo una seña. Y al punto se levantaron las cien jóvenes y salieron en silencio una tras otra. E hizo él una segunda seña, y unas esclavas que llevaban los trajes levantados hasta la cintura, sirvieron bandejas grandes llenas de manjares de todos colores y confeccionados con cuanto vuela por los aires, anda sobre el suelo o nada en los mares; y pastelería, y confituras, y tortas sobre las que aparecían escritos con alfónsigos y almendras, versos en alabanzas de los huéspedes.
Y cuando comieron y bebieron y se lavaron las manos, les preguntó el dueño de casa: "¡Oh huéspedes míos! ya que me honrásteis con vuestra presencia para darme el gusto de que me pidáis algo, hablad con toda confianza. ¡Porque vuestros deseos serán ejecutados por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Giafar contestó: "¡La verdad es ¡oh huésped nuestro! que hemos entrado en tu casa para oír mejor la voz admirable que desde el agua oímos a medias y apagada!"
Al escuchar estas palabras, el dueño de la casa contestó: "¡Bien venidos seáis!" Y llamó a palmadas, y dijo a los esclavos que acudieron: "¡Decid a vuestra ama Sett Jamila que nos cante algo!" Y unos instantes después se oyó detrás de la cortina del fondo de la estancia una voz que no se parecía a ninguna otra y que cantaba, acompañándose ligeramente con laúdes y cítaras:
¡Toma la copa y bebe de este vino que a tus labios ofrezco: nunca hubo de mezclarse con un corazón de hombre!
¡Pero el tiempo huye alejándote de una amante que en vano te promete volver a ver al objeto de su amor!
¡Cuántas noches pasé bajo la luna velada por la tempestad, con los ojos fijos en las ondas oscuras del Tigris!
¡Cuántas noches vi a la luna desparecer por occidente, con la forma de un alfanje de plata, en las aguas purpúreas!
Cuando hubo acabado de cantar, calló la voz, y los instrumentos de cuerda continuaron solos en sordina acompañando los ecos aéreos y sonoros. Y el califa, maravillado y entusiasmado, encaróse con Abu-Ishak, y dijo: "¡Por Alah, que nunca oí nada semejante!" Y dijo al dueño de la vivienda: "¿Está en verdad enamorada y separada de su amante la poseedora de esa voz?"
El aludido contestó: "¡No! ¡Su tristeza depende de otra cosa! ¡Podría, por ejemplo, obedecer a que esté separada de su padre y de su madre, y por eso cantara así acordándose de ellos!"
Al-Raschid dijo: "¡Muy asombroso es que el haberla separado de sus padres suscite parecidos acentos!" Y miró por primera vez atentamente a su huésped, como para leer en su rostro una explicación más admisible. Y vió que aquél era un joven con facciones de una gran belleza, pero que tenía el rostro de color amarillo como el azafrán. Y se asombró mucho de tal descubrimiento, y le dijo: "¡Oh huésped nuestro, aún hemos de formular un deseo antes de despedirnos de ti y marcharnos por donde hemos venido!" Y el joven amarillo contestó: "Cuenta de antemano con que ha de satisfacerse tu deseo".
Y el califa preguntó: "Deseo, y también lo desean los que vienen conmigo, saber por ti si ese color amarillo de azafrán que tiene tu rostro es algo adquirido en el transcurso de tu vida o algo original que data de tu nacimiento".
Entonces dijo el joven amarillo: "¡Oh vosotros todos, huéspedes míos! Sabed que la causa del color amarillo de azafrán que ostenta mi tez, constituye una historia tan extraordinaria, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la leyera con respeto. ¡Confiadme, pues, vuestro oído y prestadme toda la atención de vuestro espíritu!" Y contestaron todos: "¡Nuestro oído y nuestro espíritu te pertenecen! ¡Y henos ya impacientes por escucharte...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 517ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Nuestro oído y nuestro espíritu te pertenecen! ¡Y henos ya impacientes por escucharte!" Entonces dijo el joven de la tez amarilla: "¡Sabed ¡oh señores! que procedo del país de Omán, donde mi padre era el mercader más importante entre los mercaderes del mar, y poseía en propiedad absoluta treinta navíos cuyo rendimiento anual era de treinta mil dinares. Y mi padre, que era un hombre ilustrado, me hizo aprender la escritura y también cuanto es preciso saber. Tras de lo cual, cuando se acercaba su última hora, me llamó y me hizo recomendaciones que escuché respetuosamente. Luego se lo llevó Alah y acogióle en su misericordia. ¡Ojalá le pluguiera prolongar vuestra vida, ¡oh huéspedes míos!
Pero algún tiempo después de la muerte de mi padre, cuyas riquezas todas poseía yo a la sazón, estaba un día en mi casa sentado entre mis invitados, cuando un esclavo me anunció que a la puerta se hallaba uno de mis capitanes marinos y me traía una cesta con primicias. Y le hice entrar y acepté su regalo, que, efectivamente, consistía en frutos desconocidos en nuestra tierra y del todo admirables en verdad. Y a mi vez le entregué yo cien dinares de oro para demostrarle el gusto que tenía en admitir su obsequio. Luego repartí aquellas frutas a mis invitados, y pregunté al capitán marino: "¿De dónde proceden estas frutas, ¡oh capitán!?" Me respondió: "¡De Bassra y de Bagdad!" Y al oír estas palabras, todos mis invitados empezaron a hacerse lenguas acerca de la tierra maravillosa de Bassra y de Bagdad, encantándome la vida que se hacía allí, la bondad de su clima y la urbanidad de sus habitantes; y no cesaban en sus elogios a este respecto, encareciendo unos las palabras de otro. Y tanto me exalté con todo aquello, que sin más ni más me levanté en aquella misma hora y en aquel instante, y sin poder reprimir mi alma, que deseaba ardientemente el viaje, vendí en subasta mis bienes y mis propiedades, mis mercancías y mis navíos, con excepción de uno solo que reservé para mi uso personal; mis esclavos y mis esclavas, y todo lo convertí en dinero, haciéndome así con una suma de un millar de millares de dinares, sin contar las joyas, las pedrerías y los lingotes de oro que tenía en mis cofres. Tras de lo cual, con mis riquezas reducidas de aquella manera a su peso más ligero, me embarqué en el navío que hube de reservarme, e hice que se diera a la vela para Bagdad.
"Y he aquí que Alah me escribió una travesía dichosa y llegué con mis riquezas sano y salvo a Bassra, donde tomé pasaje en otro navío, remontando el Tigris hasta Bagdad. Allá me informé del paraje que más me convendría habitar y me indicaron el barrio Karkh como el barrio mejor frecuentado y residencia habitual de los personajes importantes. Y fui a aquel barrio y alquilé en la calle Zaafarán una hermosa casa a la que mandé transportar mis riquezas y efectos. Tras de lo cual hice mis abluciones, y con el alma jubilosa y el pecho dilatado por encontrarme al fin en la ilustre Bagdad, cima de mis deseos y envidia de todas las ciudades, me vestí con mis vestiduras más hermosas y salí para pasearme a la ventura por las calles más frecuentadas.
"Precisamente era viernes aquel día, y todos los habitantes estaban con traje de fiesta y se paseaban como yo respirando el aire fresco que venía de las afueras. Y seguí a la muchedumbre y fui por donde ella iba. Y de tal suerte llegué a Karn-al-Sirat, término habitual de los paseantes de Bagdad. Y en aquel sitio, entre diversos edificios muy hermosos, vi una edificación más hermosa que las otras y cuya fachada daba al río. Y en el umbral de mármol vi sentado y vestido de blanco un viejo que era muy venerable de aspecto, con una barba blanca que le bajaba hasta la cintura dividiéndose en dos ramales iguales de filigrana de plata. Y le rodeaban cinco jóvenes bellos como lunas y perfumados, como él, con esencias escogidas.
"Entonces, conquistado por la hermosa fisonomía del anciano blanco y por la belleza de los jóvenes, pregunté a un transeúnte: "¿Quién es ese venerable jeique? ¿Y cuál es su nombre?"
Me contestaron: "¡Es el jeique Taher Abul-Ola, el amigo de la gente joven! ¡Y cuántos entran en su casa pueden comer, beber y divertirse con los jóvenes o las jóvenes que constantemente habitan en ella ...
En este momento de su narración, Scheharazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 518ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Y cuantos entran en su casa pueden comer, beber y divertirse con los jóvenes o las jóvenes que constantemente habitan en ella!" Y al oír estas palabras, me dije, entusiasmado hasta el límite del entusiasmo: "¡Gloria a Quien me puso en el camino de ese jeique de buen augurio desde que desembarqué del navío, pues que no vine a Bagdad desde mi país más que para dar con un hombre como ése!" Y me adelanté hacia el anciano, y después de desearle la paz, le dije: "¡Oh mi señor, tengo algo que pedirte!" Y me sonrió cual sonreiría a su hijo un padre, y me contestó: "¿Y qué deseas?" Dije: "¡Deseo vivamente ser huésped tuyo esta noche!" Volvió a mirarme y contestó: "¡Con la amistad cordial y generosidad!"
Luego añadió: "Esta noche ¡oh hijo mío! me llegan unas jóvenes cuyo precio, por la velada, varía según sus méritos. Unas cuestan diez dinares por velada, otras veinte y otras llegan a costar cincuenta y cien dinares por velada. ¡Tú escogerás!" Contesté: "¡Por Alah, que quiero probar una de las que no cuestan más que diez dinares por velada! ¡Después, Alah Karim!"
Luego añadí: "¡He aquí trescientos dinares para un mes, porque una buena prueba exige
un mes!"
Y conté los trescientos dinares y los pesé en la balanza que tenía a su lado. Entonces llamó a uno de los jóvenes que estaban allí y le dijo: "¡Conduce a tu amo!" Y el joven me cogió de la mano y me llevó primero al hammam de la casa, donde me dió un baño excelente y me prodigó los cuidados más atentos y más minuciosos. Tras de lo cual me condujo a un pabellón y llamó a una de las puertas.
"Y al punto abrió una joven de rostro risueño y lleno de buen augurio, que me acogió con gesto amable. Y le dijo el joven: "¡Te confío a tu huésped!" Y se retiró. Entonces me cogió ella de la mano que el joven acababa de entregarle, y me introdujo en una estancia de milagroso decorado, en el umbral de la cual nos recibieron dos esclavitas destinadas a su servicio y bonitas como estrellas. Y miré con más atención a su ama, la joven, y así me aseguré que verdaderamente era la luna llena. Me invitó entonces a sentarme y se sentó a mi lado, luego hizo una seña a las dos pequeñuelas, que al punto nos llevaron una bandeja grande de oro, en la cual se asentaban pollos asados, carnes asadas, codornices asadas, pichones asados y gallos salvajes asados. Y comimos hasta la saciedad. ¡Y en mi vida hube de gustar manjares más deliciosos que aquellos, ni beber bebidas más sabrosas que las que me sirvió ella cuando quitaron la bandeja de manjares, ni respirar flores más suaves, ni endulzarme con frutas, confituras y pastelerías tan extraordinarias! Y alardeó luego ella de tanta amabilidad, de tanto encanto y de tantas caricias voluptuosas, que pasé en su compañía el mes entero sin darme cuenta de cómo huían los días.
"Al terminarse el mes, fué en mi busca el esclavito y me llevó al hammam, de donde salí para ver al jeique blanco, y decirle: "¡Oh mi señor! ¡deseo una de las que cuestan veinte dinares por velada!" Me contestó: "¡Pesa el oro!" Y fui a mi casa a buscar el oro, y volví para pesarle seiscientos dinares por un mes de prueba con una joven de veinte dinares por velada. Y llamó él a uno de los jóvenes, y le dijo: "¡Conduce a tu amo!" Y el joven me llevó al hammam, donde me atendió mejor todavía que la primera vez, y luego me hizo penetrar en un pabellón cuya puerta estaba guardada por cuatro esclavitas que corrieron a prevenir a su ama en cuanto nos divisaron. Y se abrió la puerta y vi aparecer a una joven cristiana del país de los francos, mucho más bella que la primera y vestida más ricamente. Y me cogió ella de la mano, sonriéndome, y me introdujo en su estancia, que hubo de asombrarme por la riqueza de su decorado y de sus pinturas. Y me dijo: "¡Bien venido sea el huésped encantador...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 519ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Bien venido sea el huésped encantador!" Y después de servirme manjares y bebidas aun más extraordinarias que la primera vez, como tenía hermosa voz y sabía acompañarse con instrumentos armónicos, quiso embriagarme más todavía de lo que ya estaba, y cogiendo un laúd persa, cantó:
"¡Oh suaves perfumes de las tierras en que se alza Babilonia, llevad con la brisa un mensaje a mi bien amado!
¡Lejos, en lugares encantados, habita la que lleva la turbación al alma de los amantes, y los inflama sin concederles el don que aplaca los deseos!
Por lo que a mí respecta, ¡ oh mis señores! me pasé el mes entero con esta hija de los francos, y he de confesaros que la encontré infinitamente más experta en movimientos que mi primera amante. Y en verdad que comprobé no había pagado a un precio exagerado las delicias que me hizo experimentar desde el primer día hasta el trigésimo.
Así es que cuando volvió por mí el joven para llevarme al hammam, no dejé de ir en busca
del jeique blanco y de cumplimentarle, por la elección llena de acierto que hacía de sus jóvenes, y le dije: "¡Por Alah, ¡oh jeique! que quiero habitar siempre en tu generosa casa, donde se encuentra la alegría de los ojos, las delicias de los sentidos y el encanto de una sociedad escogida!"
Y el jeique quedó muy satisfecho de mis alabanzas, y para demostrarme su contento, me dijo: "Esta noche ¡oh huésped mío! es para nosotros una noche de fiesta extraordinaria; y sólo tienen derecho a tomar parte en esa fiesta los clientes distinguidos de mi casa. Y la llamamos la Noche de las Visiones espléndidas. ¡No tienes, pues, más que subir a la terraza y juzgar por tus propios ojos!"
Y di las gracias al anciano y subí a la terraza.
"Y he aquí que la primera cosa que advertí, una vez que estuve en la terraza, fué una gran cortina de terciopelo que dividía la terraza en dos partes. Y detrás de esta cortina, iluminados por la luna, estaban tendidos sobre hermoso tapiz, uno junto a otro, dos bellos jóvenes, una joven y su amante, que se besaban con los labios en los labios. Y a la vista de la joven y de su belleza sin igual, me quedé aturdido y maravillado, y permanecí mucho tiempo mirándola sin respirar, no sabiendo ya dónde me encontraba. Por fin logré salir de mi inmovilidad, y como no podía estar tranquilo mientras no supiese quién era ella, descendí de la terraza y corrí en busca de la joven con quien acababa de pasar un mes de amor; y le conté lo que venía de ver. Y notó ella el estado en que yo me hallaba, y me dijo:
"¿Pero qué necesidad tienes de preocuparte por esa joven?"
Contesté: "¡Por Alah, que me ha arrebatado la razón y la fe!"
Ella me dijo sonriendo: "¿Deseas, entonces, poseerla?"
Contesté: "¡Tal es la aspiración de mi alma, porque en mi corazón reina esa joven!"
Ella me dijo: "¡Pues bien, sabe que esa joven es la propia hija de nuestro amo el jeique Taher Abul-Ola, y todas somos esclavas a sus órdenes! ¿Sabes cuánto cuesta pasar con ella una noche?" Contesté: "¿Cómo he de saberlo?" Ella me dijo: "¡Quinientos dinares de oro! Es una fruta digna de la boca de los reyes". Contesté: "¡Ualah! ¡Dispuesto estoy a gastar toda mi fortuna por poseerla, aunque no sea más que una velada!" Y dejé transcurrir toda aquella noche sin pegar un ojo de tanto como trabajó mi espíritu pensando en ello.
"Así es que al día siguiente me apresuré a ponerme mis ropas más hermosas, y ataviado como un rey, me presenté al jeique Taher, padre de la joven, y le dije: "¡Deseo a aquella cuya noche es de quinientos dinares!" Me contestó: "¡Pesa el oro!" Y al punto le pesé el precio de las treinta noches, que hacía un total de quince mil dinares.
Y los cogió, y dijo a uno de los mozos: "Conduce a tu amo al lado de tu ama". Y el mozo me llevó consigo, y me hizo entrar en un aposento tal, que jamás mis ojos jamás habían visto semejante en belleza y en riqueza sobre la faz de la tierra. Y vi a la joven, sentada perezosamente con un abanico en la mano, y de improviso se me quedó estupefacto de admiración el espíritu, ¡oh mis huéspedes honorables...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 520ª NOCHE
Ella dijo:
".. .y de improviso se me quedó estupefacto de admiración el espíritu, ¡oh mis huéspedes honorables! ¡Porque era ella verdaderamente cual la luna en su décimocuarto día, y sólo con el modo que tuvo de corresponder a mi zalema, acabó de arrebatarme la razón a causa del tono de su voz, más melodiosa que los acordes del laúd; y toda ella era hermosa, y graciosa y simétrica por todos lados, en verdad! Y sin ninguna duda a ella se refieren estos versos del poeta:
¡La hermosa! ¡Si apareciese en medio de los infieles, abandonarían por ella sus ídolos y la adorarían como a única divinidad!
¡Si sobre el mar se mostrara ella desnuda por completo, sobre el mar de olas amargas y saladas, se endulzaría el mar con la miel de su boca!
¡Si desde Oriente se mostrara a algún monje cristiano de Occidente, es seguro que el monje abandonaría el Occidente y volverá hacia Oriente sus miradas!
¡Pero yo que la vi en la oscuridad iluminada por sus ojos, me grité a mí mismo: “¡Oh noche! ¿Qué veo? ¿Es una aparición ligera que me engaña, o es una virgen intacta que reclama un copulador?”
Y vi que al oir estas palabras, apretaba con su mano la flor que tiene en medio, y me decía suspirando con tristes y dolorosos suspiros:
"¡Los dientes hermosos, para parecer lo bastante hermosos, necesitan que se los frote con el tallo aromático! ¡Y el zib es a las vulvas hermosas lo que a los dientes jóvenes es el tallo aromático. ¡Oh musulmanes, ayudadme! ¿Es que no hay en vosotros un zib superior que sepa tenerse en pie?"
¡Entonces sentí que mi zib crujía en sus coyunturas y me levantaba la túnica para adquirir un impulso triunfante! ¡Y en su lenguaje dijo a la bella: "¡Hele aquí! ¡Hele aquí!"
¡Entonces rasgué sus velos! ¡Pero ella tuvo miedo, y me dijo: "?Quién eres?" Contesté: "¡Un valiente cuyo zib erguido acaba de responder a tu llamamiento!"
¡Y la asalté sin más tardanza, y mi zib, poderoso como un brazo la apuntaba triunfalmente entre los muslos!
¡De modo que cuando acabé de meter el tercer clavo, me dijo ella: "¡Más adentro, ¡oh valiente! más adentro!" Y contesté: "¡Más adentro, ¡oh dueña mía! ¡más adentro! ¡Ya llegó!"
"Y he aquí que la deseé la paz, y correspondió ella a mi deseo, lanzándome miradas de una languidez acerada, y me dijo: "¡Amistad, comodidad y generosidad al huésped!" Y me cogió de la mano, ¡oh mis señores! y me hizo sentarme junto a ella; y entraron unas jóvenes de senos hermosos y nos sirvieron en bandejas los refrescos de bienvenida y frutas exquisitas, conservas selectas y un vino delicioso como no se bebe más que en los palacios de los reyes; y nos ofrecieron rosas y jazmines, mientras a nuestro alrededor exhalaban sus suaves perfumes los arbustos odoríferos y los áloes que ardían en los pebeteros. Después una de las esclavas le llevó un estuche de raso, del cual extrajo ella un laúd de marfil, que templó, y cantó estos versos:
¡No bebas el vino más que cuando te lo brinde la mano de un tierno jovenzuelo; pues si el vino produce embriaguez, el jovenzuelo hace mejorar el vino!
¡Porque el vino no procura delicias a quien lo bebe, a menos que el copero tenga mejillas en que brillen puras rosas, cándidas y frescas!
"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que me enardecí tras estos preludios, y mi mano se tornó audaz, y mis ojos y mis labios la devoraban; y le encontré cualidades tan extraordinarias de saber y belleza, que no solamente me pasé con ella el mes que había pagado, sino que seguí pagándole a su padre el anciano blanco un mes tras de otro mes, y así sucesivamente durante un largo transcurso de tiempo, hasta que, a causa de aquellos dispendios considerables, no me quedó ni un solo dinar de todas las riquezas que había traído conmigo del país de Omán, mi patria. Y al pensar entonces en que muy pronto me vería forzado a separarme de ella, no pude impedir que corrieran mis lágrimas a ríos por mis mejillas, y no supe distinguir ya el día de la noche...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente
PERO CUANDO LLEGO LA 521ª NOCHE
Ella dijo:
". . . no pude impedir que corrieran mis lágrimas a ríos por mis mejillas, y no supe distinguir ya el día de la noche. Y al verme así bañado en lágrimas, me dijo ella: "¿Por qué lloras?"
Yo dije: "¡Oh dueña mía! porque no tengo dinero, y ha dicho el poeta:
¡La penuria nos hace extranjeros en nuestras propias moradas, y el dinero nos da una patria en el extranjero!
¡Por eso ¡oh luz de mis ojos! lloro temiendo verme separado de ti por tu padre!"
Ella me dijo: "Has de saber, sin embargo, que cuando uno de los clientes de la casa se arruina en la casa, mi padre acostumbra a darle hospitalidad durante tres días más con toda la largueza deseable y sin privarle de ninguno de los agasajos habituales, tras de lo cual le ruega que se vaya y no vuelva a aparecer por la casa! ¡En cuanto a ti, querido mío, como en mi corazón hay para ti un amor grande, no tengo ningún temor por eso, pues encontré un medio de retenerte aquí todo el tiempo que quieras, ¡lnschalah! Porque en mis propias manos tengo toda mi fortuna personal, y mi padre ignora la inmensidad de su cuantía. Así es que todos los días te daré un saco con quinientos dinares, importe de una velada; y se lo entregarás a mi padre, diciéndole: "¡En adelante te pagaré las veladas día por día!" Y mi padre aceptará esa condición, creyéndote solvente; y según acostumbra, vendrá a entregarme esa suma que me corresponde; y yo te la daré de nuevo, a fin de que le pagues otra velada; ¡y obraremos así mientras quiera Alah y no te aburras tú conmigo!"
"Entonces ¡oh huéspedes míos! me sentí ligero como los pájaros en mi alegría, y le di las gracias y le besé la mano; luego viví con ella durante un año en aquel estado de cosas, como el gallo en el gallinero.
"Pero al cabo de este tiempo quiso la suerte nefasta que en un acceso de cólera mi bien amada se enfureciera con una de sus esclavas y le pegase dolorosamente; y la esclava exclamó: "¡Por Alah, que te maltrataré el corazón como tú me has maltratado!" Y al instante corrió en busca del padre de mi amiga, y se lo reveló todo desde el principio hasta el fin.
"Cuando el viejo Taher Abul-Ola oyó el discurso de la esclava, saltó sobre sus pies y corrió a buscarme, mientras yo, al lado de mi amiga, me disponía a entregarme a diversos escarceos de primera calidad, ignorante todavía de lo que pasaba, y me gritó él: "¡Hola, amigo!" Contesté: "A tus órdenes, ¡oh tío mío!" Me dijo él: "Nuestra costumbre aquí; cuando un cliente se arruina, es albergar durante tres días a ese cliente sin privarle de nada. ¡Pero tú te estás aprovechando escandalosamente de nuestra hospitalidad hace ya un año, comiendo, bebiendo y copulando a tu antojo!"
Luego se encaró con sus esclavos, y les gritó: "¡Echad de aquí a ese hijo de perra!" Y se apoderaron de mí, y completamente desnudo, me plantaron en la puerta, poniéndome en la mano diez monedas pequeñas de plata y dándome un capote viejo remendado y hecho jirones para que cubriera mi desnudez. Y me dijo el jeique blanco: "¡Vete! ¡no quiero hacer que te den una paliza ni injuriarte! ¡Pero date prisa a desaparecer, porque si tienes la desgracia de permanecer aún en Bagdad, nuestra ciudad, va a chorrear tu sangre por encima de tu cabeza!"
"Entonces ¡oh huéspedes míos! me vi obligado a salir a despecho de mi nariz, sin saber adónde encaminarme por esta ciudad que yo no conocía, aunque habitase en ella desde hacía quince meses. ¡Y sentí que sobre mi corazón se abatían pesadamente todas las calamidades del mundo y sobre mi espíritu la desesperación, las tristezas y las preocupaciones!" Y dije para mi ánima: "¿Es posible que yo, que vine aquí cruzando los mares con mil millares de dinares de oro y además el importe de la venta de mis treinta navíos, haya podido gastar toda esta fortuna en la casa de ese calamitoso viejo de betún, para salir ahora de ella completamente desnudo y con el corazón roto y el alma humillada? ¡Pero no hay recurso ni poder más que en Alah el Glorioso, el Altísimo!"
Y cuando, absorto en tan aflictivos pensamientos, llegué a orillas del Tigris, vi un navío que iba a salir con rumbo a Bassra. Y me embarqué a bordo de aquel navío, ofreciendo mis servicios como marinero al capitán, con el fin de pagar de alguna manera mi pasaje. Y de tal suerte llegué a
Bassra.
"Allá me dirigí al zoco sin tardanza, porque me torturaba el hambre, y fui advertido. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 522ª NOCHE
Ella dijo:
"...Allá me dirigí al zoco sin tardanza, porque me torturaba el hambre, y fui advertido por un vendedor de especias, que se acercó vivamente a mí y se me arrojó al cuello besándome, y se me dió a conocer como un antiguo amigo de mi padre; luego me interrogó acerca de mi estado. Y le conté cuanto me había sucedido, sin omitir un detalle. Y me dijo: "¡Ualah! ¡no son de un hombre sensato esos actos!
Pero ahora, puesto que lo pasado ya ha pasado, ¿qué piensas hacer?" Contesté: "¡No sé!"
El me dijo: "¿Quieres quedarte conmigo? Y como sabes escribir, ¿quieres registrar las entradas y salidas de mis abastos y percibir como salario un dracma de plata diario, además de tu alimento y tu bebida?" Y acepté dándole gracias, y viví con él en calidad de escriba de entradas y salidas de las ventas y compras. Y estuve con aquel empleo en su casa el tiempo suficiente para ahorrar la suma de cien dinares.
"Entonces alquilé por mi cuenta un pequeño local a orillas del mar, a fin de aguardar allí la llegada de algún navío cargado con mercancías de lugares lejanos, de las cuales compraría con mi dinero las necesarias para hacer un acopio bueno que vendería en Bagdad, adonde quería volver con la esperanza de hallar ocasión de ver a mi amiga. "
Quiso la suerte que un día llegara de parajes lejanos un navío cargado con las mercancías que yo deseaba; y me uní a otros mercaderes, encaminándome al navío, y subí a bordo. Y he aquí que del fondo del navío salieron dos hombres, sentándose en dos sillas e instalando ante nosotros sus mercancías. ¡Y qué mercancías! ¡Y qué deslumbramiento de los ojos! ¡No vimos allá nada más que joyas, perlas, coral, rubíes, ágatas, jacintos y pedrerías de todos colores! Y entonces uno de ambos hombres se encaró con los mercaderes de tierra, y les dijo: "¡Oh asamblea de mercaderes, hoy no se va a vender todo esto, porque todavía estoy fatigado del mar; no lo saqué más que para daros una idea de lo que será la venta de mañana!" Pero los mercaderes le apremiaron de tal modo, que se avino a comenzar inmediatamente la venta, y el pregonero se puso a pregonar la tasa de las pedrería, especie por especie. Y los mercaderes empezaron a aumentar sus pujas uno tras de otro hasta que el primer saco de pedrerías alcanzó el precio de cuatrocientos dinares. En aquel momento, el propietario del saco, que en otro tiempo me había conocido en mi país cuando mi padre estaba a la cabeza del comercio de Omán, se encaró conmigo, y me preguntó: "¿Por qué no dices nada ni pujas sobre la tasa, como los demás mercaderes?"
Contesté: "¡Por Alah, ¡Oh mi amo! que en este mundo ya no tengo más bienes que la suma de cien dinares!" Y al decir estas palabras, me quedé muy confuso, y de mis ojos gotearon lágrimas. Y al ver aquellas, el propietario del saco dió una palmada y exclamó, lleno de sorpresa: "¡Oh omaní! ¿cómo de una fortuna tan inmensa no te quedan más que cien dinares?" Y luego me miró con conmiseración y participó de mis penas; después se encaró de pronto con los mercaderes, y les dijo: "Sed testigos de que vendo a este joven por la suma de cien dinares un saco con todas las gemas, metales y objetos preciosos que contiene, aunque sé que su valor real pasa de mil dinares. ¡Es, pues, un regalo que le hago de mí para él!"
Y los mercaderes, estupefactos, dieron fe de lo que veían y oían; y el mercader me entregó el saco con cuanto contenía, y hasta me regaló el tapiz y la silla en que estaba sentado. Y le di las gracias por su generosidad, y bajé a tierra y me dirigí al zoco de los joyeros.
"Allí alquilé una tienda y me puse a vender y a comprar y a realizar todos los días una ganancia bastante apreciable. Y he aquí que, entre los objetos preciosos guardados en el saco, había un trozo de concha roja, de un rojo oscuro, que, a juzgar por los caracteres talismánicos grabados en sus dos caras y que parecían patas de hormiga, debía ser algún amuleto fabricado por un artífice muy versado en el arte de los amuletos. Pesaría media libra, y yo ignoraba su uso especial y su precio. Así es que lo hice pregonar varias veces en el zoco; pero no ofrecieron por ello al pregonero más de diez o quince dracmas. Y a pesar de todo, no quise cederlo por un precio tan módico, y en previsión de una ocasión excelente, dejé el trozo de concha en un rincón de mi tienda, donde duró un año.
"Pero un día en que estaba yo sentado en mi tienda, vi entrar ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 523ª NOCHE
Ella dijo:
"...Pero un día en que estaba yo sentado en mi tienda, vi entrar a un extranjero que me deseó la paz y que, al divisar el trozo de concha, a pesar del polvo que lo cubría, exclamó: "¡Loado sea Alah! ¡Por fin encuentro lo que buscaba!" Y cogió el trozo de concha, se lo llevó a los labios y a la frente, y me dijo: "¡Oh mi señor! ¿quieres venderme esto?" Contesté: "¡Sí que quiero!" Preguntó: "¿Qué precio tiene?" Dije: "¿Cuánto ofreces?" Contestó: "¡Veinte dinares de oro!" Y al oír estas palabras, creí que se burlaba de mí el extranjero, de tan considerable como me pareció la suma ofrecida; y le dije con acento muy desabrido: "¡Vete por tu camino!" Entonces creyó que yo encontraba escasa la suma, y me dijo: "¡Te ofrezco cincuenta dinares!" Pero yo, cada vez más convencido de que se reía de mí, no solamente no quise contestarle, sino que ni siquiera le miré e hice como que no notaba su presencia ya, con objeto de que se fuese. Entonces me dijo: "¡Mil dinares!"
"¡Eso fué todo! Y yo ¡oh huéspedes míos! no contesté; y él se sonreía ante mi silencio pletórico de furor concentrado, y me decía: "¿Por qué no quieres contestarme?" Y acabé por responderle otra vez: "¡Vete por tu camino!" Entonces se puso a aumentar miles y miles de dinares hasta que me ofreció veinte mil dinares. ¡Y yo no contestaba!
"¡Eso fué todo!
Y atraídos por tan extraño regateo, los transeúntes y los vecinos se agruparon a nuestro alrededor en la tienda y en la calle, y murmuraban de mí en alta voz y hacían ademanes de desaprobación para conmigo, diciendo: "¡No debemos permitirle que pida más por ese miserable trozo de concha!" Y decían otros: "¡Ualah! ¡cabeza dura, ojos vacíos! ¡Como no le ceda el trozo de concha, le echaremos de la ciudad!"
Y yo aun no sabía lo que querían de mí. Así es que para acabar pregunté al extranjero: "¿Quieres, por fin, decirme si vas a comprar de verdad o si te burlas?" Contestó él: "¿Y quieres tú vender de verdad o burlarte?" Yo dije: "¡Vender!"
Y dijo él: "Entonces, como último precio, te ofrezco treinta mil dinares! ¡Y concluyamos ya la venta y la compra! Y entonces me encaré con los circunstantes, y les dije: "¡Os pongo por testigos de esta venta! ¡Pero antes tiene que explicarme el comprador lo que pretende hacer con este trozo de concha!"
Contestó él: "¡Rematemos primero el trato, y luego te diré las virtudes y la utilidad de este objeto!" Contesté: "¡Te lo vendo!" El dijo: "¡Alah es testigo de lo que decimos!" Y sacó un saco lleno de oro, me contó y me pesó treinta mil dinares, cogió el amuleto, se lo metió en el bolsillo, lanzando un gran suspiro, y me dijo: "¿Quedamos en que ya está vendido del todo?" Contesté: "¡Está vendido del todo!" Y se encaró él con los circunstantes, y les dijo: "¡Sed testigos de que me ha vendido el amuleto y por él ha cobrado el precio convenido de treinta mil dinares!"
Después se encaró conmigo, y con un acento de conmiseración y de ironía extremada, me dijo: "¡Oh pobre! ¡por Alah, que si hubieras sabido tener tacto en esta venta retardándola más, habría llegado yo a pagarte por este amuleto no treinta mil ni cien mil dinares, sino mil millares de dinares, cuando no más!"
"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que al oír estas palabras y verme de tal modo defraudado en aquella suma fabulosa por culpa de mi poco olfato, sentí operarse un gran trastorno dentro de
mí; y la revolución que se efectuó en mi cuerpo de pronto hizo que se me subiera a la cara este color amarillo que conservo desde entonces y que os ha llamado la atención, ¡oh huéspedes míos!
"Me quedé alelado un momento, y luego dije al extranjero: "¿Puedes decirme ahora las virtudes y la utilidad de ese trozo de concha?"
Y el extranjero me contestó:
"Has de saber que el rey de la India tiene una hija a la que quiere mucho y la cual no tiene par en belleza sobre la faz de la tierra; ¡pero le aquejan violentos dolores de cabeza! Así es que su padre el rey, con objeto de hallar remedios y medicamentos capaces de aliviarla, congregó a los mejores escribas de su reino y a los hombres de ciencia y a los adivinos; pero ninguno de ellos consiguió ahuyentarle de la cabeza los dolores que la torturaban ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 524ª NOCHE
Ella dijo:
"...pero ninguno de ellos consiguió ahuyentarle de la cabeza los dolores que la torturaban. Entonces yo, que presencié la asamblea, dije al rey: "¡Oh rey, yo conozco a un hombre, llamado Saadalah el Babilonio, que no tiene igual ni superior sobre la faz de la tierra en el conocimiento de tales remedios! ¡Así, pues, envíame a verle, si lo juzgas conveniente!" El rey me contestó: "¡Vé a verle!" Yo dije: "¡Dame mil millares de dinares y un trozo de concha roja de un rojo oscuro! ¡Y además un regalo!" Y el rey me dió cuanto le pedía, y me marché de la India con rumbo al país de Babilonia. Y allí pregunté por el sabio Saadalah, y me guiaron a él; y me presenté a él y le entregué cien mil dinares y el regalo del rey; luego le di el trozo de concha, y después de explicarle el objeto de mi misión, le rogué que me preparara un amuleto contra los dolores de cabeza. Y el sabio de Babilonia empleó siete meses enteros en consultar los astros, ¡y transcurridos aquellos siete meses, acabó por encontrar un día propicio para trazar sobre el trozo de concha estos caracteres talismánicos y llenos de misterio que ves en las dos caras de este amuleto que me has vendido! Y cogí este amuleto, volví junto al rey y se lo entregué.
"Y he aquí que el rey entró en el aposento de su querida hija, y la encontró sujeta por cuatro cadenas a las cuatro esquinas de la estancia, como la tenían siempre, conforme a las instrucciones recibidas, con el fin de que en las crisis de dolor no pudiese matarse tirándose por la ventana. Y en cuanto puso el amuleto en la frente de su hija, se encontró ella curada en aquella hora y en aquel instante. Y al ver aquello, el rey se regocijó hasta el límite del regocijo, y me colmó de ricos presentes y me retuvo a su lado entre sus íntimos. Y curada milagrosamente de aquel modo, la hija del rey engarzó el amuleto en su collar y ya no lo abandonó.
Pero un día en que la princesa se paseaba en barca, jugando con sus compañeras, una de ellas hizo un falso movimiento, rompió el hilo del collar y dejó caer el amuleto al agua. Y desapareció el amuleto. Y en el mismo momento volvió la Posesión a apoderarse de la princesa, v de nuevo se sintió ella poseída por el Posesor terrible, que le ocasionó dolores de cabeza tan violentos, que le privaron de razón.
"Al saber esta noticia, la pena del rey superó a toda ponderación; y me llamó y me comisionó nuevamente para que fuese a ver al jeique Saadalah el Babilonio, a fin de que fabricase otro amuleto. Y me puse en marcha. Pero, al llegar a Babil, supe que había muerto el jeique Saadalah.
"Y desde entonces, acompañado por diez personas que me ayudan en mis pesquisas, recorro todos los países de la tierra con objeto de encontrar en casa de algún mercader o en algún vendedor o transeúnte uno de los amuletos que sólo sabía dotar de virtudes curativas y exorcizantes el jeique Saadalah de Babilonia. ¡Y la suerte quiso ponerte en mi camino y hacer que encontrara y comprara en tu tienda este objeto que ya desesperaba de encontrar nunca!"
"Luego, ¡oh huéspedes míos! tras de haberme contado esta historia, el extranjero se puso su cinturón y se marchó. ¡Y tal es, como ya os he dicho, la causa a que obedece el color amarillo de mi rostro!”
"En cuanto a mí, realicé en dinero cuanto poseía vendiendo mi tienda, y rico para en lo sucesivo, partí a toda prisa con rumbo a Bagdad, y no bien llegué, volé al palacio del anciano blanco, padre de mi bien amada. Porque desde que me separé de ella, llenaba ella mis pensamientos día y noche; y el móvil de mis deseos y de mi vida era volver a verla. Y la ausencia sólo consiguió avivar el fuego de mi alma y exaltarme el espíritu.”
"Pregunté, pues, por ella a un mozo que guardaba la puerta de entrada. Y el joven me dijo que levantara la cabeza y mirara. Y vi que la casa estaba en ruinas, que habían derribado la ventana por donde se asomaba de ordinario mi bien amada y que en la morada reinaba un ambiente de tristeza y de profunda desolación. Entonces acudieron las lágrimas a mis ojos, y dije al esclavo: ¿Qué le ha deparado Alah al jeique Taher, ¡oh hermano mío!?" Me contestó: "La alegría abandonó la casa, y cayó sobre nosotros la desgracia desde que hubo de dejarnos un joven del país de Omán que se llamaba Abul-Hassán Al-Omaní. Este joven mercader estuvo aquí un año con la hija del jeique Taher; pero, como al cabo de ese tiempo se quedó sin dinero, nuestro amo el jeique le echó de la casa. Pero a nuestra ama la joven, que le amaba con un amor grande ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 525ª NOCHE
Ella dijo:
"...Pero a nuestra ama la joven, que le amaba con un amor grande, la afectó tanto aquella marcha, que cayó enferma de una grave enfermedad que la tuvo a la muerte. Entonces nuestro amo el jeique Taher, al ver la languidez mortal que padecía su hija, arrepintióse de lo que había hecho; y despachó correos en todas direcciones y para todos los países, a fin de dar con el joven Abul-Hassán, ¡y prometió cien mil dinares de recompensa a quien le trajera! Pero hasta el presente han sido vanos todos los esfuerzos de quienes le buscaron, pues ninguno pudo seguirle las huellas ni saber noticias suyas. ¡Así es que la joven hija del jeique está ahora a punto de exhalar el último suspiro!"
"Con el alma desgarrada de dolor, pregunté entonces al muchacho: "¿Y cómo está el jeique Taher?" Contestó: "¡Con todas esas cosas tiene una pena y un abatimiento tales, que ha vendido las jóvenes y los jóvenes, y se ha arrepentido amargamente ante Alah el Altísimo!"
Entonces dije al joven esclavo: "¿Quieres que te indique dónde se encuentra Abul-Hassán Al-Omaní? ¿Qué dirías, si así fuera?" Contestó él: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh hermano mío! hazlo! ¡Y habrás vuelto a la vida una amante, una hija a su padre, un enamorado a su amiga, y habrás sacado de la pobreza a tu esclavo y los padres de tu esclavo!"
Entonces le dije: "Vé en busca de tu amo el jeique Taher, y dile: "¡Me debes la recompensa prometida por la buena noticia! ¡Porque a la puerta de tu casa se encuentra Abul-Hassán Al-Omaní en persona!"
"Al oír estas palabras, el joven esclavo echó a correr con la rapidez del mulo que se escapa del molino; y en un abrir y cerrar de ojos, volvió acompañado del jeique Taher, padre de mi amiga. ¡Y cuán cambiado estaba! ¡Y cómo tenía ya la tez, tan fresca en otro tiempo y tan joven entonces, a pesar de su edad! En dos años había envejecido más de veinte.
Me reconoció al punto, y se arrojó a mi cuello y se puso a besarme llorando, y me dijo: "¡Oh mi señor! ¿qué fue de ti en tan larga ausencia? Por causa tuya está a las puertas de la tumba mi hija. ¡Ven! ¡Entra conmigo en la casa!" Y me hizo entrar, y empezó por ponerse de rodillas en el suelo para dar gracias a Alah por haber permitido nuestra reunión; y se apresuró a entregar al joven esclavo la recompensa de cien mil dinares prometida. Y el joven esclavo se retiró invocando sobre mí las bendiciones.
"Tras de lo cual el jeique Taher entró primero solo en el aposento de su hija para anunciarle sin brusquedad mi llegada. Le dijo pues: "Vengo a anunciarte la buena nueva, ¡oh hija mía! ¡Si consientes en comer un bocado y en ir a tomar un baño al hammam, te haré ver de nuevo, hoy mismo, a Abul-Hassán!"
Ella exclamó: "¡Oh padre! ¿es cierto lo que dices?" El contestó: "¡Por Alah el Gloriosfs¡mo, que es cierto lo que digo!" Entonces exclamó ella: "¡Ualahí!" Entonces el anciano se volvió hacia la puerta detrás de la cual estaba yo, y me gritó: "¡Entra ya, Abul-Hassán!" Y entré.
"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que no bien me advirtió y me reconoció ella, cayó desmayada, y transcurrió mucho tiempo sin que recobrara el sentido. Por fin pudo levantarse, y entre llantos de alegría y risas nos arrojamos uno en brazos de otro, y permanecimos mucho tiempo abrazados así, en el límite de la emoción y de la felicidad. Y cuando pudimos prestar atención a lo que pasaba en torno nuestro, vimos en medio de la sala de recepción al kadí y a los testigos, a quienes había llamado a toda prisa el jeique, y que acto seguido extendieron nuestro contrato de matrimonio. Y se celebraron nuestras nupcias con un fausto inusitado, entre regocijos que duraron treinta días y treinta noches.
"Y desde entonces ¡oh huéspedes míos! la hija del jeique Taher es mi esposa querida. ¡Y a ella fué a quien oísteis cantar esos aires melancólicos que le gustan y con los que recuerda las horas dolorosas de nuestra separación, sintiendo mejor la dicha perfecta en que transcurren los días de nuestra unión bendecida por el nacimiento de un hijo tan hermoso como su madre! Y voy a presentároslo en persona, ¡ob huéspedes míos...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 526ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y voy a presentároslo en persona, ¡oh huéspedes míos!"
Y así diciendo, Abul-Hassán, el joven amarillo, salió un momento y volvió llevando de la mano a un niño de diez años, hermoso como la luna en su décimocuarto día. Y le dijo: "¡Desea la paz a nuestros huéspedes!" Y el niño desempeñó su cometido con una gracia exquisita. Y el califa y sus acompañantes, disfrazados siempre, quedaron tan encantados de su belleza, de su gracia y de su amabilidad como de la historia extraordinaria de su padre. Y después de despedirse de su huésped, salieron maravillados de lo que acababan de ver y oír.
Y al día siguiente por la mañana, el califa Harún Al-Raschid, que no había cesado de pensar en aquella historia, llamó a Massrur, y le dijo: "¡Oh Massrur!" El interpelado contestó: "A tus órdenes, ¡Oh mi señor!" El califa dijo: "¡Vas a reunir inmediatamente en esta sala todo el tributo anual de oro que hemos percibido de Bagdad, todo el tributo de Bassra y todo el tributo de Khorassán!" Y al momento hizo Massrur llevar ante el califa y amontonar en la sala los tributos de oro de las tres grandes provincias del imperio, que ascendían a una suma que sólo Alah podría enumerar. Entonces el califa dijo a Giafar: "¡Oh Giafar!" El aludido contestó: "Aquí estoy, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Ve ya a buscar a Abul-Hassán Al-Omaní!" Giafar contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto fué a buscar al joven, y le llevó todo tembloroso ante el califa, entre cuyas manos besó la tierra el recién llegado, manteniéndose con los ojos bajos e ignorante del crimen que habría podido cometer o el del motivo que reclamaba su presencia.
Entonces le dijo el califa: "¡Oh Abul-Hassán! ¿sabes los nombres de los mercaderes que fueron tus huéspedes ayer por la noche?" El joven contestó: "No, por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa se encaró entonces con Massrur, y le dijo: "¡Levanta el tapete que oculta los montones de oro!" Y cuando estuvo levantado el tapete, el califa dijo al joven: "¿Puedes decirme, al menos, si estas riquezas son más considerables que las que perdiste con la venta precipitada del
trozo de concha, sí o no?"
Y estupefacto de ver al califa al corriente de aquella historia, Abul-Hassán murmuró, abriendo sus ojos dilatados: "¡Ualah! ¡oh mi señor, estas riquezas son infinitamente más considerables!" Y el califa le dijo: "¡Pues has de saber que tus huéspedes de ayer por la noche eran el quinto de los Bani-Abbas y sus visires y sus íntimos, y que todo ese oro amontonado ahí es de tu propiedad, como regalo de parte mía para indemnizarte de lo que perdiste en la venta del trozo de concha talismánica!"
Al oír estas palabras, se emocionó tanto Abul-Hassán, que dentro de él operóse otra revolución, y se le bajó del rostro el color amarillo para ser reemplazado en el instante por la sangre roja que afluyó a su cara y le devolvió su antigua tez blanca y sonrosada, resplandeciente cual la luna en la noche de su plenitud. Y haciendo que llevaran un espejo, se lo puso el califa delante del semblante a Abul-Hassán, que hubo de caer de rodillas para dar gracias al Liberador. Y después de hacer transportar a la morada de Abul-Hassán todo el oro acumulado, el califa le invitó a que fuera con frecuencia a hacerle compañía entre sus íntimos, y exclamó: "¡No hay otro Dios que Alah! ¡Gloria a Quien puede producir cambio y es el Unico que permanece Incambiable e Inmutable! "
Y tal es, ¡oh rey afortunado -continuó Schehrazada- la HISTORIA DEL JOVEN AMARILLO. ¡Pero no puede sin duda compararse con la HISTORIA DE FLOR-DE-GRANADA Y DE SONRISA-DE-LUNA!
Y exclamó el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada, no dudo de tus palabras! ¡Date prisa a contarme la historia de Flor-de-Granada y de Sonrisa-de-Luna, porque no la conozco!"
HISTORIA DE FLOR-DE-GRANADA Y DE SONRISA-DE-LUNA
Y dijo Schehrazada:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad de las edades y los años y los días de hace mucho tiempo, había en los países anamitas un rey llamado Schahramán, que residía en el Khorassán. Y aquel rey tenía cien concubinas, aquejadas de esterilidad todas, pues ninguna de ellas pudo tener un hijo, ni siquiera del sexo femenino. Y he aquí que estando un día el rey sentado en la sala de recepción en medio de sus visires, de sus emires y de los grandes del reino, y mientras charlaba con ellos no de enojosos asuntos de gobierno, sino de poesía, de ciencia, de historia y de medicina, y en general de cuanto pudiera hacerle olvidar la tristeza de su soledad sin posteridad y su dolor por no poder dejar a sus descendientes el trono que le legaron sus padres y sus antepasados, entró en la sala un joven mameluco, y le dijo: "¡Oh mi señor, a la puerta hay un mercader con una esclava joven y bella como jamás se vió!"
Y dijo el rey: "¡Qué me traigan, pues, al mercader y a la esclava!" Y el mameluco apresurose a introducir al mercader y a su hermosa esclava.
Al verla entrar, el rey la comparó en su alma con una fina lanza de un solo cuento; y como le envolvía la cabeza y le cubría el rostro un velo de seda azul listado de oro, el mercader se lo quitó; y al punto iluminóse con su belleza la sala, y su cabellera rodó por su espalda en siete trenzas macizas que le llegaron a las pulseras de los tobillos; se dirían las crines espléndidas de una yegua de raza noble, barriendo el suelo por debajo de la grupa. Y era real y tenía curvas maravillosas y desafiaba en flexibilidad de movimientos al tallo delicado del árbol ban. Sus ojos, negros y naturalmente alargados, estaban repletos de relámpagos destinados a atravesar los corazones; y sólo con mirarla curaríanse los enfermos y dolientes. En cuanto a su grupa bendita, cima de anhelos y deseos, era tan fastuosa, en verdad, que ni el propio mercader pudo encontrar un velo lo bastante grande para envolverla...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 527ª NOCHE
Ella dijo:
"...En cuanto a su grupa bendita, cima de anhelos y deseos, era tan fastuosa, en verdad, que ni el propio mercader pudo encontrar un velo lo bastante grande para envolverla.
Así es que el rey quedó maravillado de todo aquello hasta el límite de la maravilla, y preguntó al mercader: "¡Oh jeique! ¿cuánto cuesta esta esclava?" El mercader contestó: "¡Oh mi señor! yo se la compré a su primer amo por dos mil dinares; pero después he viajado con ella durante tres años para llegar hasta aquí, y he invertido en ella tres mil dinares más; ¡de modo que no es una venta lo que vengo a proponerte, sino un regalo que te ofrezco de mí para ti!" Y el rey quedó encantado con el lenguaje del mercader, y le puso un espléndido ropón de honor y mandó que le dieran diez mil dinares de oro. Y el mercader besó la mano del rey, y le dió gracias por su bondad y su munificencia, y se marchó por su camino.
Entonces dijo el rey a las intendentas y a las mujeres de palacio: "Conducidla al hammam y arregladla, y cuando hayáis hecho desaparecer en ella las huellas del viaje, no dejéis de ungirla con nardo y perfumes y de darle por aposento el pabellón de las ventanas que miran al mar". Y en aquella hora y aquel instante ejecutáronse las órdenes del rey.
Porque la capital en que reinaba el rey Schahramán se encontraba situada a la orilla del mar, efectivamente, y se llamaba la Ciudad Blanca. Y por eso, después del baño, las mujeres de palacio pudieron conducir a la joven extranjera a un pabellón con vistas al mar.
Entonces el rey, que sólo esperaba este momento, penetró en las habitaciones de la esclava. Pero se sorprendió mucho al ver que ella no se levantaba en honor suyo y no hacía de él más caso que si no estuviese allí. Y pensó él para sí: "¡Deben haberla educado gentes que no le enseñaron buenos modales!" Y la miró con más detenimiento, y ya no pensó en su falta de cortesía, pues tanto le encantaban su belleza y su rostro, que era una luna llena o una salida de sol en un cielo sereno.
Y dijo: "¡Gloria a Alah, que ha creado la Belleza para los ojos de sus servidores!" Luego sentóse junto a la joven, y la oprimió contra su pecho tiernamente. Después la sentó en sus rodillas y la besó en los labios, y saboreó su saliva, que hubo de parecerle más dulce que la miel. Pero ella no decía una palabra y le dejaba hacer, sin oponer resistencia ni mostrar ningún deseo. Y el rey mandó que sirvieran en la estancia un festín magnífico, y él mismo se dedicó a servirle de comer y a llevarle los bocados a los labios.
De cuando en cuando la interrogaba dulcemente por su nombre y por su país. Pero ella permanecía silenciosa, sin pronunciar una palabra y sin levantar la cabeza para mirar al rey, el cual la encontraba tan hermosa, que no podía decidirse a encolerizarse con ella. Y pensó: "¡Acaso sea muda! ¡Pero es imposible que el Creador haya formado semejante belleza para privarla de la palabra! ¡Sería una imperfección indigna de los dedos del Creador!"
Luego llamó a las servidoras para que le vertieran agua en las manos; y se aprovechó del momento en que le presentaban el jarro y la jofaina para preguntarles en voz baja: "¿La oísteis hablar cuando estuvisteis cuidándola?"
Ellas contestaron: "Lo único que podemos decir al rey es que en todo el tiempo que estuvimos junto a ella sirviéndola, bañándola, perfumándola, peinándola y vistiéndola, ni siquiera la hemos visto mover los labios para decirnos: "¡Esto está bien! ¡Esto otro no está bien!" Y no sabemos si será desprecio para nosotras o ignorancia de nuestra lengua o mudez; ¡pero lo cierto es que no hemos conseguido hacerla hablar ni una sola palabra de gratitud o de censura!"
Al oír este discurso de las esclavas y de las matronas, el rey llegó al límite del asombro, y pensando que aquel mutismo se debería a alguna pena íntima, quiso tratar de distraerla. A tal fin, congregó en el pabellón a todas las damas de palacio y a todas las favoritas, con objeto de que se divirtiese y se distrajera ella con las demás; y las que sabían tocar instrumentos de armonía los tocaron, en tanto que las otras cantaban, bailaban o hacían ambas cosas a la vez. Y aparecía satisfecho todo el mundo, excepto la joven, que continuó inmóvil en su sitio, con la cabeza baja y los brazos cruzados, sin reír ni hablar.
Al ver aquello, el rey sintió oprimírsele el pecho y ordenó a las mujeres que se retiraran. Y se quedó solo con la joven.
Después de intentar en vano sacarle una respuesta o una palabra, se acercó a ella y se puso a desnudarla ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 528ª NOCHE
Ella dijo:
"...Después de intentar en vano sacarle una respuesta o una palabra, se acercó a ella y se puso a desnudarla.
Empezó por quitarle delicadamente los velos ligeros que la envolvían; luego, uno tras otro, los siete trajes de colores y telas diferentes que la cubrían, y por último, la camisa fina y el amplio calzón con bellotitas de seda verde. Y vió debajo su cuerpo resplandeciente de blancura y su carne de pureza y de plata virgen.
Y la amó con un amor grande, y levantándose, la tomó su virginidad, y la encontró intacta y sin perforar. Y se regocijó y se deleitó en extremo con ello; y pensó: "¡Por Alah! ¿no es cosa prodigiosa que los diversos mercaderes hayan dejado intacta la virginidad de una joven tan bella y tan deseable?"
Y de tal manera se aficionó el rey a su nueva esclava, que abandonó por ella a todas las demás mujeres de palacio y a la favoritas y los asuntos del reino, y se encerró con ella un año entero, sin cansarse ni por un momento de las delicias nuevas que descubría allí cada día.
Pero, con todo, no consiguió arrancarle una palabra o un mohín de asentimiento, ni interesarla en lo que hacía con ella y alrededor de ella. Y ya no sabía él cómo interpretar aquel silencio y aquel mutismo. Y ya no esperaba él hablar con ella por más recursos a que acudiese.
Pero, un día entre los días, estaba el rey sentado, como de costumbre, junto a su bella e insensible esclava, y su amor era más violento que nunca, y le decía: "¡Oh deseo de las almas! ¡oh corazón de mi corazón! ¡oh luz de mis ojos! ¿es que no sabes el amor que siento por ti, y que por tu belleza he abandonado a mis favoritas, a mis concubinas y los asuntos de mi reino, y que lo hice con gusto, y que estoy lejos de arrepentirme de ello, además?
¿No sabes que te he guardado como si fueras lo único que me corresponde y lo único que me agrada de todos los bienes de este mundo?
¡Ya hace ya más de un año que prolongo la paciencia de mi alma ignorando la causa de ese mutismo y de esa insensibilidad, sin llegar a adivinar de qué proviene!
Si eres realmente muda, házmelo comprender por señas, al menos, con el fin de que pierda toda esperanza de oírte jamás, ¡oh bienamada mía!
De no ser así, ¡pluguiera a Alah enternecer tu corazón e inspirarte, en su bondad, para que cesaras por fin en ese silencio que no merezco! Y si se me ha de rehusar este consuelo siempre, ¡haga Alah que te quedes encinta de mí y me des un hijo querido que me suceda en el trono legado por mis padres y mis antecesores! ¡Ay!, ¿no ves cómo envejezco solitario y sin posteridad, y que pronto no me será ya posible fecundar flancos jóvenes, pues estaré deshecho por la tristeza y por los años? ¡Ay! ¡ay! ¡oh tú! si por mí experimentas el más leve sentimiento de piedad o afección, respóndeme, dime solamente si estás encinta o no; ¡te lo suplico por Alah sobre ti! ¡Y muera yo después!"
Al oír estas palabras, la bella esclava, que había escuchado al rey con los ojos siempre bajos y las manos juntas sobre las rodillas en una postura inmóvil, según su costumbre, tuvo de repente, y por primera vez desde su llegada a palacio, una ligera sonrisa.
¡Sólo eso y nada más!
Al ver aquello, el rey llegó a tal emoción, que creyó que el palacio entero se iluminaba con un relámpago en medio de las tinieblas. Y se estremeció en su alma y se regocijó, y como después de semejante prueba ya no dudaba que consentiría ella en hablar, se arrojó a los pies de la joven y esperó que llegase el momento anhelado, con los brazos en alto y la boca entreabierta en actitud de orar.
Y de pronto levantó la cabeza la joven y habló así, sonriente: "¡Oh rey magnánimo, soberano nuestro! ¡oh león valeroso! ¡sabe...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 529ª NOCHE
Ella dijo:
...Y de pronto levantó la cabeza la joven y habló así, sonriente... "¡Oh rey magnánimo, soberano nuestro! ¡oh león valeroso! ¡sabe que Alah ha respondido a tu ruego, porque estoy encinta de ti! ¡Y en breve daré a luz! ¡Pero no sé si el hijo que llevo en mi seno es hembra o varón! ¡Sabe, además, que de no haberme fecundado tú, estaba completamente resuelta a no dirigirte la palabra nunca ni a decirte una sola frase en mi vida!"
Al oír estas palabras inesperadas, el rey sintió tanta alegría, que se encontró imposibilitado por el momento para articular una palabra o hacer un movimiento; luego se iluminó y se transfiguró su rostro; y se dilató su pecho; y se sintió él alzado de la tierra por la explosión de su júbilo. Y besó las manos a la joven y le besó la cabeza y la frente, y exclamó: "¡Gloria a Alah por haberme concedido dos gracias que anhelaba, ¡oh luz de mis ojos! ver que me hablas y oír que me anunciabas la nueva de tu embarazo! ¡Alhamdolillah! ¡la alabanza a Alah!
Luego se levantó el rey y salió de allí después de anunciar que volvería en seguida, y fue a sentarse con gran pompa en el trono de su reino; y se hallaba en el límite de la dilatación y de la satisfacción. Y dió orden a su visir para que anunciara a todo el pueblo el motivo de su alegría y distribuyera cien mil dinares entre los indigentes, las viudas y cuantos estaban en general necesitados, en acción de gracias a Alah (¡exaltado sea!). Y el visir ejecutó inmediatamente la orden que había recibido.
Entonces fué el rey en busca de su hermosa esclava, y se sentó junto a ella, y la apretó contra su corazón y la besó, y le dijo: "¡Oh dueña mía, oh reina de mi vida y de mi alma! ¿me dirás ahora por qué guardaste conmigo y con todos nosotros ese silencio inquebrantable de día y de noche desde hace un año que entraste en nuestras moradas, y por qué te decidiste a dirigirme la palabra hoy solamente?" La joven contestó: "¿Cómo no guardar silencio, ¡oh rey! si me veía reducida aquí a la condición de esclava y convertida en una pobre extranjera con el corazón roto, separada para siempre de mi madre, de mi hermano, de mis parientes, y alejada de mi país natal?"
El rey contestó: "¡Tomo parte en tus penas y las comprendo! Pero, ¿cómo me dices que eres una pobre extranjera, cuando eres ama y reina de este palacio, y cuanto hay en él es de tu propiedad, y yo mismo, el rey soy un esclavo a tu servicio? ¡En verdad que no son oportunas esas palabras! Y si tenías pena por estar separada de tus padres, ¿por qué no me lo dijiste para que yo enviara a buscarlos y te reuniera aquí con ellos?"
Al oír estas palabras, la bella esclava dijo al rey: "Sabe, pues, ¡oh rey! que me llamo Gul-i-anar, lo que en la lengua de mi país significa Flor-de-Granada; y he nacido en el mar, donde era rey mi padre. Cuando mi padre murió, tuve queja un día por ciertos procederes de mi madre, que se llama Langosta, y de mi hermano, que se llama Saleh; y juré que ya no permanecería en el mar con ellos, y que saldría a la orilla y me entregaría al primer hombre de la tierra que me gustara. Así, pues, una noche en que mi madre la reina y mi hermano Saleh se habían dormido temprano y nuestro palacio se hallaba sumido en el silencio submarino, me escapé de mi aposento, y subiendo a la superficie del agua, fui a tenderme a la luz de la luna en la playa de una isla. Y halagada por el fresco delicioso que caía de las estrellas y acariciada por la brisa de tierra, me dejé invadir del sueño. Y de pronto me desperté al sentir caer sobre mí una cosa, y me vi presa de un hombre que cargó conmigo a su espalda, y a pesar de mis gritos y lamentos, me transportó a su casa, donde me tiró de espaldas y quiso tomarme por la fuerza. Pero al ver que aquel hombre era feo y olía mal, no quise dejarme poseer, y con todas mis fuerzas le aplique en el rastro un puñetazo que le hizo rodar por el suelo a mis pies, y me arrojé sobre él y le administré tal paliza, que no quiso tenerme ya consigo y me condujo a toda prisa al zoco, donde me subastó y hubo de venderme a ese mercader al cual me compraste tú mismo, ¡oh rey! Y como ese mercader era un hombre lleno de conciencia y de rectitud, no quiso robarme mi virginidad al verme tan joven; y me llevó a viajar con él y me condujo entre tus manos. ¡Y tal es mi historia! Pero al entrar aquí, yo estaba completamen!e resuelta a no dejarme poseer; y me hallaba decidida a arrojarme al mar por las ventanas del pabellón para reunirme con mi madre y mi hermano a la primer violencia de parte tuya. Y por orgullo guardé silencio durante todo este tiempo. Mas, al ver que tu corazón me amaba verdaderamente y que por mí habías abandonado a todas tus favoritas, empecé a sentirme conquistada por tus buenos modales. Y al notarme, por último, encinta de ti, acabé por amarte, y deseché toda idea de escaparme en lo sucesivo y de saltar a mi patria el mar. Y además, ¿con qué cara y con qué audacia iba a hacerlo ahora que estoy encinta y mi madre y mi hermano casi se morirían de pena al verme en tal estado y al saber mi unión con un hombre de la tierra, pues no me creerían si les dijese que había llegado a ser la Reina de Persia y del Khorassán y la esposa del más magnánimo de los sultanes? Y he aquí lo que tenía que decirte, ¡oh rey Schahramán! ¡Uassalam...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 530ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y he aquí lo que tenía que decirte, ¡oh rey Schahramán! Uassalam !"
Al oír este discurso, el rey besó a su esposa entre los ojos, y le dijo: "¡Oh encantadora Flor-de-Granada! ¡oh oriunda del mar! ¡oh maravillosa! ¡oh princesa, luz de mis ojos! ¿qué maravillas acabas de revelarme? ¡Si un día me dejaras, aunque no fuese más que por un instante, moriría yo en el mismo momento ciertamente!"
Luego añadió: "¡Pero, ¡oh Flor-de-Granada! me has dicho que naciste en el mar y que tu madre Langosta y tu hermano Saleh habitaban en el mar con tus demás parientes, y que tu padre, cuando vivía, era rey del mar! Pero no comprendo del todo la existencia de los seres marítimos, y hasta el presente, me parecieron cosas de viejas las historias que me contaron a ese respecto. Sin embargo, puesto que me hablas de ello, y tú misma eres oriunda del mar, no dudo de la realidad de esos hechos, y te suplico que me ilustres acerca de tu raza y de los pueblos desconocidos que habitan tu patria. Dime sobre todo cómo es posible vivir, obrar y moverse en el agua sin sofocarse ni ahogarse. ¡Porque es la cosa más prodigiosa que he oído en mi vida!"
Entonces contestó Flor-de-Granada: "¡Claro que te lo diré todo, y de corazón amistoso! Sabe que, por virtud de los nombres grabados en el sello de Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!) , vivimos y andamos por el fondo del mar como se vive y anda por la tierra; y respiramos en el agua como se respira en el aire; y el agua en vez de asfixiarnos, contribuye a nuestra vida, y ni siquiera moja nuestras vestiduras; y no nos impide ver en el mar, donde tenemos los ojos abiertos sin ninguna dificultad; y poseemos vista tan excelente, que atraviesa las profundidades marinas, a pesar de su espesor y de su extensión, y nos permite distinguir todos los objetos lo mismo cuando los rayos del sol penetran hasta nosotros que cuando la luna y las estrellas se miran en nuestras aguas.
En cuanto a nuestro reino, es mucho más vasto que todos los reinos de la tierra, y está dividido en provincias con ciudades muy populosas. Y según las regiones que ocupan esos pueblos, tienen costumbres y usos diferentes y también, como ocurre en la tierra, diferente conformación; unos son peces; otros medio peces, medio humanos, con cola en lugar de pies y de trasero, y otros, como nosotros, completamente humanos, y creyendo en Alah y en su Profeta, y hablando un lenguaje que es el mismo en que está grabada la inscripción del sello de Soleimán. Respecto a nuestras moradas, ¡son palacios espléndidos, de una arquitectura que jamás podríais imaginar en la tierra! Son de cristal de roca, de nácar, de coral, de esmeralda, de rubíes, de oro, de plata y de toda clase de metales preciosos y de pedrerías, sin hablar de las perlas, que cualesquiera que sean su tamaño y su belleza, no se estiman entre nosotros y sólo adornan las viviendas de los pobres y de los indigentes. Por último, como nuestro cuerpo está dotado de una agilidad y una flexibilidad maravillosas, no necesitamos, cual vosotros, caballos y carros para utilizarlos como medios de transporte, aunque los tenemos en nuestras cuadras para servirnos de ellos solamente en las fiestas, los regocijos públicos y las expediciones lejanas. ¡Desde luego, esos carros están construidos con nácar y metales preciosos, y van provistos de asientos y tronos de pedrerías, y son tan hermosos nuestros caballos marinos, que ningún rey de la tierra los posee semejantes! Pero no quiero ¡oh rey! hablarte ya más tiempo de los países marinos, pues me reservo para contarte en el transcurso de nuestra vida, que será larga si Alah quiere, una infinidad de nuevos detalles que acabarán de ponerte al corriente en esta cuestión que te interesa. Por el momento me apresuraré a abordar un asunto mucho más apremiante y que te atañe más directamente.
Quiero hablarte de los partos de las mujeres. ¡Sabe, en efecto, ¡oh dueño mío! que los partos de las mujeres de mar son absolutamente distintos a los partos de las mujeres de tierra! ¡Y como está ya próximo el momento de dar yo a luz, temo mucho que las comadronas de tu país no sepan prestarme los auxilios del caso! Te ruego, pues, que me permitas que vengan a verme mi madre Langosta y mi hermano Saleh y mis demás parientes; y me reconciliaré con ellos, y ayudadas por mi madre, velarán mis primas por la seguridad de mi parto y cuidarán del recién nacido, heredero de tu trono. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 531ª NOCHE
Ella dijo:
".. . y ayudadas por mi madre, velarán mis primas por la seguridad de mi parto y cuidarán del recién nacido, heredero de tu trono". Al oír estas palabras, el rey exclamó maravillado: "¡Oh Flor-de-Granada! tus deseos constituyen mi norma de conducta, y yo soy el esclavo que obedece a las órdenes de su ama! Pero dime ¡oh maravillosa! ¿cómo vas a arreglarte en tan poco tiempo para avisar a tu madre, a tu hermano y a tus primas, y para hacer que vengan antes de que des a luz, estando el momento tan próximo? ¡De todos modos, conviene que yo sepa de antemano cuándo llegarán, para hacer los preparativos necesarios y recibirles con todos los honores que merecen!" Y contestó la joven reina: "¡Oh dueño mío, entre nosotros no hay necesidad de ceremonias! Y además, mis parientes, estarán aquí dentro de un instante. Y si quieres ver cómo van a llegar, no tienes más que entrar en esta habitación contigua a la mía, y mirarme y mirar también las ventanas que dan al mar".
El rey Schahramán entró al punto en la estancia contigua, y miró con atención lo que iba a hacer Flor-de-Granada a la vez que lo que iba a producirse sobre el mar.
Y Flor-de-Granada sacó de su seno dos trozos de madera de áloe de las Islas Comores, los puso en un braserillo de oro, y los quemó. Y cuando se disipó el humo, lanzó ella un silbido prolongado y agudo, y pronunció sobre el braserillo palabras desconocidas y fórmulas conjuratorias. Y en el mismo momento se conmovió y se agitó el mar, y salió primero del agua un joven como la luna, hermoso y de buen aspecto, y parecido en la cara y en la elegancia a su hermana Flor-de-Granada; y eran blancas y sonrosadas sus mejillas, y sus cabellos y su bigote naciente eran de un verde mar; y como dice el poeta, era él más maravilloso que la propia luna, porque la luna no tiene por morada ordinaria más que un solo signo del cielo, ¡mientras que aquel joven habita indistintamente en los corazones todos! Tras de lo cual salió del mar una vieja muy anciana, de cabellos blancos, que era la llamada Langosta, la madre del joven y de Flor-de-Granada. E inmediatamente la siguieron cinco muchachas jóvenes cual lunas, que tenían cierto parecido con Flor-de-Granada, de la que eran primas.
Y el joven y las seis mujeres echaron a andar por el mar, y a pie enjuto llegaron bajo las ventanas del pabellón. Y de un salto consiguieron entrar uno tras otro por la ventana donde se les había aparecido Flor-de-Granada, que hubo de retirarse para dejarles pasar.
Entonces el príncipe Saleh y su madre y sus primas se arrojaron al cuello de Flor-de-Granada, y la besaron con efusión, llorando de alegría al encontrarla, y le dijeron: "¡Oh Gul-i-anar! ¿cómo tuviste valor para abandonarnos y tenernos durante cuatro años sin noticias tuyas y sin indicarnos siquiera el lugar donde te encontrabas? ¡Ualah! el mundo nos pesaba de tan abrumados como estábamos por el dolor de la separación! ¡Y ya no experimentábamos placer en comer ni en beber, porque todos los alimentos resultaban insípidos para nuestro gusto! ¡Y no sabíamos más que llorar y sollozar día y noche, poseídos por el dolor intensísimo que nos producía tu separación! ¡Oh Gul-ianar! ¡mira cómo ha enflaquecido y empalidecido de tristeza nuestro rostro!"
Y al oír estas palabras, Flor-de-Granada besó la mano a su madre y a su hermano, el príncipe Saleh, y besó de nuevo a sus queridas primas, y les dijo a todos: "¡Es verdad! ¡caí en falta gravemente para con vuestra ternura, marchándome sin preveniros! Pero, ¿qué se puede hacer contra el Destino? ¡Alegrémonos de habernos encontrado ahora, y demos gracias por ello a Alah el Bienhechor!" Luego les hizo sentarse a todos cerca de ella, ¡y les contó toda su historia desde el principio hasta el fin! Pero sería inútil repetirla. Luego añadió: "Y ahora que estoy casada con este rey excelente y perfecto hasta el límite de las perfecciones, el cual me ama y al cual amo, y que me ha dejado encinta, os hice venir para reconciliarme con vosotros y rogaros que me asistáis en el parto. ¡Porque no tengo confianza en las comadronas terrestres, que no entienden nada respecto a partos de hijas del mar!"
Entonces contestó su madre, la reina Langosta: "¡Oh hija mía! ¡Al verte en este palacio de un príncipe de la tierra, tuvimos miedo de que no fueses dichosa; y estábamos dispuestos a rogarte que nos siguieras a nuestra patria, porque ya sabes cuánto es nuestro deseo de saber que eres dichosa y vives tranquila y sin preocupaciones! Pero desde el momento en que nos afirmas que eres dichosa, ¿qué cosa mejor podríamos desearte?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana. v se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 532ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Pero desde el momento en que nos afirmas que eres dichosa, ¿qué cosa mejor podríamos desearte? Y sin duda, sería tentar al Destino el querer casarte con uno de nuestros príncipes del mar, a despecho de la suerte contraria". Y contestó Flor-de-Granada: "¡Sí, ¡por Alah! aquí estoy en el límite de la tranquilidad, de las delicias, de los honores, de la felicidad y de mis aspiraciones todas!"
¡Eso fué todo!
Y el rey oía lo que decía Flor-de-Granada; y se regocijaba en su corazón, y la agradecía en el alma estas buenas palabras; y la amó entonces mil millares de veces más que antes; y el amor que la tenía se consolidó para siempre en el núcleo de su corazón; y se prometió darle nuevas pruebas de afecto y de pasión en todas las ocasiones posibles.
Tras de lo cual Flor-de-Granada llamó con una palmada a sus esclavas, y les dió orden de que pusieran el mantel y sirvieran los manjares, cuyo condimento fué ella misma a vigilar en la cocina.
Y las esclavas llevaron bandejas grandes cubiertas de carnes asadas, de pasteles y de frutas; y Flor-de-Granada invitó a sus parientes a que se sentaran con ella alrededor del mantel y comieran. Pero ellos contestaron: "¡No, ¡por Alah! no lo haremos de ningún modo antes de que hayas ido a prevenir de nuestra llegada a tu esposo, el rey! ¡Porque hemos entrado en su morada sin su permiso, y no nos conoce! ¡Sería una falta de educación comer en su palacio y aprovecharnos de su hospitalidad sin saberlo él!
iVé, pues a prevenirle, y dile cuán dichosos nos sentimos al verle y compartir con él el pan y la sal!"
Entonces Flor-de-Granada fué en busca del rey, que se mantenía escondido en la estancia contigua, y le dijo: "¡Oh dueño mío! sin duda oirías que te elogié ante mis parientes, y que estaban decididos a llevarme con ellos si les hubiese dicho la menor cosa que les hiciera creer que no era feliz contigo!"
Y contestó el rey: "¡Ya lo he oído y lo he visto! ¡En esta hora bendita tuve la prueba de tu adhesión a mí, y ya no puedo dudar de tu afecto!" Flor-de-Granada dijo: "De modo que, en vista de las alabanzas que de ti les hice, mi madre, mi hermano y mis primas experimentan por ti un afecto considerable, y puedo asegurarte que te quieren mucho. ¡Me han dicho que no se conformaban con volver a su país sin haberte visto, haberte presentado sus homenajes y formulado sus deseos de paz, y haber charlado contigo amistosamente! ¡Así, pues, te ruego que te prestes a sus deseos, a fin de que les veas y te vean, y reine entre vosotros el afecto puro y la amistad!"
Y el rey contestó: "¡Escuchar es obedecer, porque también es ése mi deseo!" Y al instante se levantó y acompañó a Flor-de-Granada a la sala en que se hallaban sus parientes.
Y en cuanto entró les deseó la paz de la manera más cordial, y le devolvieron ellos la zalema; y besó él la mano de la vieja reina Langosta, y abrazó al príncipe Saleh, y los invitó a todos a sentarse. Entonces le cumplimentó el príncipe Saleh, y le manifestó la alegría que experimentaban todos por ver a Flor-de-Granada convertida en la esposa de un gran rey, en vez de haber caído en las manos de un bruto que la habría desflorado para dársela luego en matrimonio a algún chambelán o a su cocinero. Y le expresó cuánto querían todos a Florde-Granada, y que antiguamente, antes de que ella fuese púber, habían pensado en casarla con algún príncipe del mar; pero empujada por su destino, se escapó de los países submarinos para casarse a su gusto. Y contestó el rey: "¡Sí! Alah me la tenía destinada. ¡Y os doy las gracias a ti, suegra mía, reina Langosta, y a ti, príncipe Saleh, y también a mis amables primas, por vuestros votos y cumplimientos y por haber dado vuestro consentimiento para mi matrimonio!"
Luego el rey les invitó a sentarse con él alrededor del mantel, y estuvo charlando con ellos mucho tiempo con toda cordialidad, y después condujo a cada uno por sí mismo a su aposento.
Así es que los parientes de Flor-de-Granada permanecieron en el palacio, en medio de fiestas y regocijos dados en su honor, hasta el parto de la reina, que no tardó en llegar. Porque al cabo del término fijado, parió ella, entre las manos de la reina Langosta y de sus primas, un hijo varón igual que la luna llena, y sonrosado y rollizo. Y envuelto en mantillas magníficas, se lo presentaron a su padre, el rey, que le recibió con los transportes de una alegría que ni la pluma ni la lengua sabrían describir. Y en acción de gracias, hizo él muchas dádivas a los pobres, a las viudas y a los huérfanos, y mandó abrir las cárceles y dar libertad a todos sus esclavos de ambos sexos; pero los esclavos no quisieron libertad, de tan dichosos como se encontraban dependiendo de un amo semejante.
Más tarde, al cabo de siete días de regocijos continuos, en medio de las felicidades todas, la reina Flor-de-Granada dió a su hijo el nombre de Sonrisa-de-Luna, con el asentimiento de su esposo, de su madre y de sus primas.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 533ª NOCHE
Ella dijo:
"...la reina Flor-de-Granada dió a su hijo el nombre de Sonrisa-de-Luna, con el asentimiento de su esposo, de su madre y de sus primas.
Entonces el príncipe Saleh, cogió al pequeñuelo en sus brazos, y empezó a besarle y a acariciarle de mil maneras, paseándole por la habitación y sosteniéndole en el aire con las manos; y de pronto tomó impulso, y desde la altura del palacio saltó al mar, sumergiéndose y desapareciendo con el niño.
Al ver aquello, el rey Schahramán empezó a lanzar gritos desesperados y a golpearse la cabeza, poseído de espanto y de dolor, hasta el punto de que parecía que se iba a morir. Pero la reina Flor-de-Granada, lejos de mostrarse asustada o afligida por semejante cosa, dijo al rey con seguro acento: "¡Oh rey del tiempo! no te desesperes por tan poco y estate sin ningún temor por tu hijo, pues yo, que sin duda quiero a ese niño mucho más que tú, estoy tranquila sabiendo que se encuentra con mi hermano, el cual no hubiera hecho lo que acaba de hacer si el pequeño fuese a sufrir la menor incomodidad o a enfriarse o a mojarse solamente. ¡Ten la seguridad de que el niño no corre ningún riesgo ni peligro por parte del mar, aunque sea tuya la mitad de su sangre! Porque a causa de la otra mitad de su sangre, que es mía, puede impunemente vivir en el agua como en la tierra. ¡No te alarmes más, por tanto, y persuádete de que mi hermano no tardará en volver con el niño en buena salud!"
Y la reina Langosta y las jóvenes parientes del niño confirmaron al rey las palabras de su esposa. Pero el rey no empezó a calmarse hasta no ver que el mar se conmovía y agitaba y que de su seno entreabierto salía con el pequeñuelo en brazos el príncipe Saleh, que de un salto se elevó por el aire y entró en la sala superior por la misma ventana por donde había salido. Y el pequeño estaba tan tranquilo como si se hallase en el regazo de su madre, y sonreía cual la luna en su décimocuarto día.
Al ver aquello, el rey se tranquilizó por completo y quedóse maravillado; y el príncipe Saleh le dijo: "Por lo visto, ¡oh rey! te asustaste mucho al verme saltar y hundirme en el mar con el pequeñuelo". Y contestó el rey: "Sí, por cierto, ¡oh hijo del tío! ¡fué extremado mi espanto, y hasta desesperaba de volver a verle nunca sano y salvo!" El príncipe Saleh dijo: "En adelante, no tengas por él ningún temor, porque está para siempre al abrigo de los peligros del agua, del ahogo, de asfixia, de la humedad y de otras cosas parecidas, y durante toda su vida podrá sumergirse en el mar y pasearse por él a su antojo; pues le hice adquirir el mismo privilegio que tienen nuestros propios hijos nacidos en el mar, y para ello le he frotado las pestañas y los párpados con cierto kohl que conozco, pronunciando sobre él las palabras misteriosas grabadas en el sello de Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!)
Después de pronunciado este discurso, el príncipe Saleh entregó el pequeñuelo a su madre, que le dió de mamar; luego sacó de su cinturón el príncipe un saco que tenía la boca sellada, e hizo saltar el sello, y habiéndolo abierto, lo cogió por la parte de abajo y vertió sobre la alfombra el contenido. Y el rey vió titilar diamantes grandes como huevos de paloma, barras de esmeralda de medio pie de longitud, sartas de perlas gordas, rubíes de talla y color extraordinarios y toda clase de joyas a cual más maravillosas. Y todas estas piedras lanzaban mil fulgores multicolores que alumbraban la sala con una armonía de luces semejantes a las que se ven en sueños. Y el príncipe Saleh dijo al rey: "Esto es un regalo que traigo, para que me dispenséis de haber venido aquí la vez primera con las manos vacías. ¡Pero entonces no sabía yo dónde se encontraba mi hermana Flor-de-Granada, y no podía figurarme que su feliz destino la hubiese puesto en el camino de un rey como tú! ¡Este regalo, sin embargo, no es nada en comparación de los que pienso hacerte en días venideros!" Y el rey no supo cómo dar gracias a su cuñado por aquel regalo, y encaróse con Flor-de-Granada, y le dijo: "¡Verdaderamente, estoy en extremo confuso por la generosidad de tu hermano para conmigo, y por la magnificencia de este regalo, que no tiene igual en la tierra y una de cuyas piedras sola vale tanto como mi reino entero!"
Y Flor-de-Granada dió las gracias a su hermano por haber pensado en cumplir con los deberes de parentesco; pero él encaróse con el rey, y le dijo: "¡Por Alah, ¡oh rey! que no es digno de tu rango esto! En cuanto a nosotros, jamás podremos pagar lo bastante las deudas que tu bondad nos hizo contraer contigo; y aunque mil años pasáramos todos nosotros sirviéndote por encima de nuestras caras y de nuestros ojos, no podríamos devolverte lo que te debemos; porque todo es poco en proporción de los derechos que sobre nosotros tienes".
Al oír estas palabras, el rey abrazó al príncipe Saleh, y le dió gracias calurosamente. Luego le obligó a permanecer todavía en el palacio con su madre y sus primas cuarenta días, transcurridos entre fiestas y regocijos. Pero al cabo de este tiempo, el príncipe Saleh se presentó al rey y besó la tierra entre sus manos. Y el rey le dijo: "Habla, ¡oh Saleh! ¿Qué deseas?" El príncipe contestó: "¡Oh rey del tiempo! en verdad que nos has anegado con tus favores, pero venimos a pedirte permiso para partir, ¡porque nuestra alma anhela vivamente volver a ver nuestra patria, a nuestros parientes y a nuestras moradas, de la que estuvimos alejados tanto tiempo! ¡Y además, una estancia demasiado prolongada en tierra es dañosa para nuestra salud, pues estamos acostumbrados al clima submarino ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 534ª NOCHE
Ella dijo:
"...una estancia demasiado prolongada en tierra es dañosa para nuestra salud, pues estamos acostumbrados al clima submarino!" Y contestó el rey: "¡Qué pena es para mí eso!, ¡Oh Saleh!" Saleh dijo: "¡Y también para nosotros! Pero ¡oh rey! vendremos de cuando en cuando para rendirte nuestros homenajes y ver de nuevo a Flor-deGranada y a Sonrisa-de-Luna". Y dijo el rey: "¡Sí, ¡por Alah! hacedlo, y con frecuencia! Por lo que a mí respecta, siento mucho no poder acompañarte, así como a la reina Langosta y a mis primas, a tu país submarino, ¡pero temo mucho al agua!" Entonces despidiéronse de él todos, y después de haber besado a Flor-de-Granada y a Sonrisa-de-Luna, se tiraron por la ventana uno tras otros y se sumergieron en el mar.
¡Y esto en lo que atañe a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente al pequeño Sonrisa-de-Luna! Su madre, Flor-de-Granada, no quiso confiarle a nodrizas, y le dió el pecho ella misma hasta que llegó el niño a la edad de cuatro años, a fin de que con su leche chupase todas las virtudes marinas. Y como se había alimentado tanto tiempo con la leche de su madre, oriunda del mar, el niño se puso más hermoso y más robusto cada día; y a medida que avanzaba en edad, aumentaba en fuerza y en encantos; y cuando de tal suerte llegó a los quince años, fué el joven más hermoso, el más fuerte, el más diestro en los ejercicios corporales, el más sabio y el más instruido entre los hijos de los reyes de su tiempo. Y en todo el inmenso imperio de su padre no se hablaba en las conversaciones de otra cosa que de sus méritos, de sus encantos y de sus perfecciones, ¡porque era verdaderamente hermoso!
Y no exageraba el poeta que decía de él:
¡El bozo adolescente ha trazado dos líneas en sus mejillas encantadoras, ¡dos líneas negras sobre color de rosa, ámbar gris sobre perlas o azabache sobre manzanas!
¡Bajo sus lánguidos párpados, se alojan dardos asesinos, ¡y a cada una de sus miradas, parten y matan!
¡En cuanto a la embriaguez, no la busquéis en los vinos! ¡No os la proporcionarían al igual de sus mejillas enrojecidas por vuestros deseos y su pudor!
¡Oh bordados, maravillosos y negros bordados dibujados en sus mejillas resplandecientes, sois un rosario de granos de almizcle alumbrados por una lámpara que arde en las tinieblas!
Así es que el rey, que quería a su hijo con un cariño muy grande y veía en él tantas cualidades reales, sintiéndose ya él mismo envejecer y acercarse al término de su destino, pensó asegurarle en vida la sucesión al trono. A tal fin, convocó a sus visires y a los grandes de su imperio, que sabían cuán digno de sucederle era por todos conceptos el joven príncipe, y les hizo prestar juramento de obediencia a su nuevo rey; luego descendió del trono ante ellos, se quitó de su cabeza la corona y la puso con sus propias manos en la cabeza de su hijo Sonrisa-de-Luna; y le alzó de los brazos y le hizo subir y sentarse en el trono en lugar suyo; y para afirmar bien que en adelante le entregaba toda su autoridad y su poderío, besó la tierra entre sus manos y levantándose le besó la mano y la orla de su manto real, y bajó a colocarse debajo de él, a la derecha, mientras a la izquierda se mantenían los visires y los emires.
Al punto el nuevo rey Sonrisa-de-Luna se puso a juzgar, a resolver los asuntos pendientes, a nombrar para empleos a los que merecían algún favor, a destituir a los prevaricadores, a defender los derechos del débil contra el fuerte y los del pobre contra el rico, y a administrar justicia con tanta prudencia, equidad y discernimiento, que maravilló a su padre y a los antiguos visires de su padre y a todos los circunstantes. Y no levantó el diwán hasta mediodía.
Entonces, acompañado de su padre el rey, entró en el aposento de su madre la reina oriunda del mar; y llevaba en la cabeza la corona de oro de la realeza, y de aquel modo estaba verdaderamente como la luna. Y al verle tan hermoso con aquella corona, su madre corrió a él, llorando de emoción, y se arrojó a su cuello, abrazándole con ternura y efusión; luego le besó la mano y le deseó un reinado próspero, larga vida y victorias sobre los enemigos.
De tal suerte vivieron los tres en medio de la dicha y el amor de sus súbditos, durante el transcurso de un año, al cabo del cual el viejo rey Schahramán sintió un día que le latía el corazón precipitadamente y sólo tuvo el tiempo justo para besar a su esposa y a su hijo y hacerles sus últimas recomendaciones. Y murió con mucha tranquilidad, y se albergó en la misericordia de Alah (¡exaltado sea . . .! )
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 535ª NOCHE
Ella dijo:
"...Y murió con mucha tranquilidad, y se albergó en la misericordia de Alah (¡exaltado sea!) Y fueron grandes el duelo y la aflicción de Flor-de-Granada y del rey Sonrisa-de-Luna, y lloraron al difunto un mes entero sin ver a nadie, y le erigieron una tumba digna de su memoria, dedicándole bienes de mano muerta a beneficio de los pobres, de las viudas y de los huérfanos.
Y en este intervalo presentáronse para tomar parte en la aflicción general la abuela del rey, la reina Langosta, y el tío del rey, el príncipe Saleh, y las tías del rey, oriundas del mar,que ya en vida del viejo rey, habían ido a visitar a sus parientes varias veces. Y lloraron mucho por no haber podido asistir a sus últimos momentos. E hicieron común su dolor; y se consolaban mutuamente por turno; y después de mucho tiempo, acabaron por conseguir que el rey olvidara un poco la muerte de su padre, y le decidieron a que reanudara sus sesiones del diwán y se ocupara de los asuntos de su reino. Y les escuchó él, y tras mucha resistencia, consintió en vestir de nuevo sus trajes reales, recamados de oro y constelados de pedrerías, y en ceñir la diadema. Y empuñó otra vez la autoridad e hizo justicia con la aprobación universal y el respeto de grandes y pequeños; y así se pasó otro año.
Pero una tarde, el príncipe Saleh, que desde hacía algún tiempo no había vuelto a ver a su hermana y a su sobrino, salió del mar y entró en la sala donde se hallaba en aquel momento la reina y Sonrisa -de-Luna. Y les hizo sus zalemas, y les besó; y Flor-de-Granada le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿cómo estás, y cómo está mi madre, y cómo están mis primas?" El príncipe contestó: "¡Oh hermana mía! ¡están muy bien y viven en la tranquilidad y el contento, y no les falta más que ver tu rostro y el rostro de mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna!" Y se pusieron a charlar de unas cosas y de otras, comiendo avellanas y alfónsigos; y el príncipe Saleh empezó a hablar, con grandes alabanzas, de las cualidades de su sobrino Sonrisa-de-Luna, de su belleza, de sus encantos, de sus proporciones, de sus modales exquisitos, de su destreza en los torneos y de su sabiduría. Y el rey Sonrisa-de-Luna, que estaba allí acostado en el diván y con la cabeza apoyada en los almohadones; al oír lo que decían de él su madre y su tío, no quiso aparentar que les escuchaba, y fingió dormir. Y de aquella manera pudo oír cómodamente lo que seguían diciendo acerca de él.
En efecto, al ver dormido a su sobrino, el príncipe Saleh habló con más libertad a su hermana Flor-de-Granada, y le dijo: "¡Olvidas, hermana mía, que pronto va a cumplir tu hijo diez y siete años, y que ésa ya es edad de pensar en casar a los hijos! Por eso al verle tan hermoso y tan fuerte, como sé que a su edad se tienen necesidades que es preciso satisfacer de una manera o de otra, tengo miedo de que le sucedan cosas desagradables. ¡Es de todo punto necesario, pues, casarle, buscándole entre las hijas del mar una princesa que le iguale en encantos y en belleza!"
Y contestó Flor-de-Granada: "¡Ciertamente, es también ése mi íntimo deseo, porque no tengo más que un hijo, y ya es tiempo de que él tenga asimismo un heredero para el trono de sus padres! ¡Te ruego, pues, ¡oh hermano mío! que traigas a mi memoria las jóvenes de nuestro país, porque hace tanto tiempo que abandoné el mar, que ya no me acuerdo de las que son hermosas y de las que son feas!"
Entonces Saleh púsose a enumerar a su hermana las princesas más hermosas del mar, una tras otra, aquilatando cuidadosamente sus cualidades, y el pro y el contra, y las ventajas y desventajas. Y a cada vez contestaba la reina Flor-de-Granada: "¡Ah! ¡no, no quiero a ésta por su madre, ni a ésa por su padre, ni a aquélla por su tía, que tiene la lengua muy larga; ni a aquélla otra por su abuela, que huele mal; ni a la de más allá, por su ambición y sus ojos vacíos!"
Así, sucesivamente, fué rehusando a todas las princesas que Saleh le enumeraba.
Entonces le dijo Saleh: "¡Oh hermana mía, razón te asiste para contentarte difícilmente al escoger esposa a tu hijo, que no tiene igual en la tierra ni debajo del mar! ¡Pero ya te he enumerado todas las jóvenes disponibles, y no me queda por proponerte más que una!"
Luego se interrumpió, y dijo, dudando: "Antes conviene que me cerciore de que mi sobrino está bien dormido; porque no puedo hablarte de esa joven delante de él: ¡tengo mis motivos para tomar esta precaución...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 536ª NOCHE
Ella dijo:
".. no puedo hablarte de esa joven delante de él: ¡tengo mis motivos para tomar esta precaución!"
Entonces Flor-de-Granada se acercó a su hijo, y le tentó, y le palpó, y le escuchó respirar; y como parecía él sumido en un sueño pesado, pues había comido un guiso de cebollas que le gustaba mucho y que le procuraba de ordinario una siesta muy profunda, la reina dijo a Saleh: "¡Duerme! ¡Puedes explicar lo que tengas que proponer!"
El príncipe dijo: "Has de saber ¡oh hermana mía! que si tomo esta precaución es porque tengo que hablarte ahora de una princesa del mar que es extremadamente difícil de obtener en matrimonio, no por ella, sino por su padre, el rey. Por eso no conviene que mi sobrino oiga hablar de ella mientras no estemos seguros de la cosa; porque ya sabes ¡oh hermana mía! que el amor se transmite por el oído con más frecuencia que por los ojos entre nosotros los musulmanes, cuyas mujeres e hijas llevan tapado el rostro con el velo púdico". Y dijo la reina: "¡Oh hermano mío, tienes razón! ¡porque el amor al principio es un poco de miel que no tarda en transformarse en un vasto mar salado de perdición! ¡Pero, por favor, dime pronto el nombre de esa princesa y de su padre!" Saleh dijo: "Es la princesa Gema, hija del rey Salamandra el marino".
Al escuchar este nombre, exclamó Flor-de-Granada: "¡Ah! ¡ya me acuerdo ahora de esa princesa Gema! Cuando yo habitaba todavía en el mar, era una niña de un año apenas, pero hermosa entre todas las niñas de su edad. ¡Qué maravillosa debe estar ahora!" Saleh contestó: "¡Maravillosa es, en verdad, y ni sobre la tierra ni en los reinos que hay debajo de las aguas, se ha visto una belleza semejante! ¡Oh! ¡es deliciosa y gentil y dulce y sabrosa y encantadora, hermana mía! ¡Y tiene un color! ¡Y unos cabellos! ¡Y unos ojos! ¡Y un talle! ¡Y una grupa! ¡ah! pesada, tierna y firme a la vez y floja, y redonda por todas partes sin excepción! ¡Cuando se balancea, da envidia a la rama del ban! ¡Cuando se vuelve hacia ellos, se ocultan los antílopes y las gacelas! ¡Cuando se descubre, avergüenza al sol y a la luna! ¡Cuando se mueve, derriba! ¡Cuando se apoya, mata! ¡Y cuando se sienta, es la huella que deja tan profunda, que no desaparece ya! ¿Cómo no llamarla entonces Gema, si es tan brillante y tan perfecta?"
Y contestó Flor-de-Granada: "¡En verdad que su madre estuvo bien inspirada por Alah el Omnisciente al darle ese nombre! ¡He ahí la que verdaderamente conviene para esposa a mi hijo Sonrisa-de-Luna!"
¡Eso fué todo! ¡Y Sonrisa-de-Luna fingía dormir, pero se deleitaba en su alma, y se estremecía pensando en poseer pronto a aquella princesa marina tan fina y opulenta!
Pero Saleh añadió en seguida: "¡Sin embargo, ¡oh hermana mía! el padre de la princesa Gema, el rey Salamandra, es un hombre brutal, 'grosero, detestable! ¡Ya negó a su hija a varios príncipes que se la pedían en matrimonio, y les expulsó ignominiosamente después de molerles los huesos! ¡Así es que no estoy seguro de la acogida que nos haga ni de cómo va a parecerle nuestra petición! ¡Y heme aquí en el límite de la perplejidad a causa de eso!"
La reina contestó: "¡Muy delicado es el asunto! ¡Y necesitamos pensarlo mucho antes y no sacudir el árbol antes de que la fruta esté madura!"
Y Saleh dijo en conclusión: "¡Sí, reflexionemos, y ya veremos luego!"
Después, como en aquel momento Sonrisa-de-Luna hacía ademán de despertarse, cesaron de hablar, pensando reanudar más tarde la conversación en el punto en que la dejaban. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
En cuanto a Sonrisa-de-Luna, se levantó acto seguido, como si no hubiera oído nada, y se desperezó tranquilamente; pero dentro de sí su corazón se abrasaba de amor y se arrugaba cual si estuviese en un brasero lleno de carbones ardiendo . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 537ª NOCHE
Ella dijo:
"...pero dentro de sí su corazón se abrasaba de amor y se arrugaba cual si estuviese en un brasero lleno de carbones ardiendo.
No obstante, se guardó mucho de decir a su madre y a su tío la menor palabra acerca del particular, y se retiró temprano y pasóse solo toda aquella noche, poseído por aquel tormento tan nuevo para él; y también a su vez reflexionó sobre el medio mejor para llegar más pronto al término de sus deseos. Y no hay para qué decir que estuvo sin cerrar los ojos un instante hasta por la mañana.
Así es que se levantó al alba y fué a despertar a su tío Saleh, que había pasado la noche en el palacio, y le dijo: "¡Oh tío mío, deseo pasearme esta mañana por la playa, pues tengo oprimido el pecho, y me lo dilatará el aire del mar!" Y contestó el príncipe Saleh: "¡Escuchar es obedecer!" Y saltó sobre ambos pies, y salió a la playa con su sobrino.
Caminaron juntos mucho tiempo, sin que Sonrisa-de-Luna dirigiese la palabra a su tío. Y estaba pálido, con lágrimas en el ángulo de los ojos. Y he aquí que de pronto se detuvo, y sentándose en una roca, improvisó estos versos y los cantó, mirando al mar:
Si me dijeran
En medio del incendio, mientras llamea mi corazón,
Si me dijeran:
"¿Prefieres verla O beber un sorbo de agua fresca y pura?
¿Qué responderías?"
---"¡Verla y morir!"
¡Oh corazón que tan tierno te volviste,
Desde que se incrustó en ti la Gema de Salamandra!
Cuando el príncipe Saleh hubo oído estos versos cantados tristemente por su sobrino el rey, se golpeó las manos una contra otra en el límite de la desesperación, y exclamó: "¡La ilah ill'Alah! ¡ua Mahomed rassul Alah! ¡Y no hay majestad y poderío más que en Alah el Glorioso, el Magno! ¡Oh hijo mío! ¿oíste la conversación que ayer sostuve con tu madre, respecto a la princesa Gema, hija del rey Salamandra el marino?
¡Oh qué calamidad para nosotros! ¡Porque yo veo ¡oh hijo mío! que ya se preocupan mucho de ella tu espíritu y tu corazón, aunque no se ha conseguido nada todavía y la cosa es difícil de arreglar!"
Sonrisa-de-Luna contestó: "¡Oh tío mío, necesito a la princesa Gema, y no a otra! ¡Sin ella, moriré!"
El príncipe dijo: "¡Entonces, ¡oh hijo mío! volvamos a ver a tu madre a fin de que la ponga yo al corriente de tu estado, y le pida permiso para llevarte conmigo al mar e ir al reino de Salamandra el marino a pedir para ti en matrimonio a la princesa Gema!"
Pero Sonrisa-de-Luna exclamó: "¡No, ¡oh tío mío! no quiero pedir a mi madre un permiso que sin duda ha de negarme! Porque temerá por mí , ante el rey Salamandra, que tiene malos modales; y también me dirá que mi reino no puede permanecer sin rey, y que los enemigos del trono se aprovecharán de mi ausencia para usurparme el puesto. ¡Conozco a mi madre, y de antemano sé lo que ha de decirme!"
Luego Sonrisa-de-Luna se echó a llorar copiosamente delante de su tío, y añadió: "¡Quiero ir contigo en seguida a ver al rey Salamandra, sin prevenir a mi madre! ¡Y volveremos muy pronto, antes de que tenga ella tiempo de advertir mi ausencia!"
Cuando el príncipe Saleh vió que su sobrino se obstinaba en aquella determinación, no quiso afligirle más, y dijo: "¡Pongo mi confianza en Alah, y venga lo que venga!" Luego se quitó del dedo una sortija en la cual había grabados algunos nombres entre los nombres, y se la puso en el dedo a su sobrino, diciéndole:
"¡Esta sortija te protegerá más aún contra los peligros submarinos y acabará por otorgarte nuestras virtudes marítimas!"
Y añadió en seguida: "¡Haz lo que yo!" Y saltó con ligereza en el aire, abandonando la roca. Y Sonrisa -de-Luna le imitó, golpeando el suelo con el pie, y abandonó la roca para elevarse por los aires con su tío. Y describieron una curva descendente en dirección al mar, en el cual se sumergieron ambos ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 538ª NOCHE
Ella dijo:
".. Y describieron una curva descendente en dirección al mar., en el cual se sumergieron ambos.
Y Saleh quiso enseñar primero a su sobrino su morada submarina, a fin de que la reina Langosta pudiese recibir en su casa al hijo de su hija y de que las primas de Flor-de-Granada tuviesen la alegría de ver de nuevo en su casa a su pariente. Y no fué mucho el tiempo que invirtieron en llegar; y el príncipe Saleh introdujo en seguida a Sonrisa-de-Luna en el aposento de la abuela. Precisamente entonces estaba la reina Langosta sentada en medio de sus parientes las jóvenes: y en cuanto vió entrar a Sonrisa-de-Luna, le reconoció y estornudó de gusto. Y Sonrisa-de-Luna acercóse a ella y le besó la mano, y besó la mano de sus parientes; y todas le besaron con emoción, lanzando agudos gritos de alegría; y la abuela le hizo sentarse al lado suyo y le besó entre los dos ojos, y le dijo: "¡Oh bendita llegada! ¡Oh día de leche! Tú iluminas la morada, ¡oh hijo mío! ¿Cómo está tu madre Flor-de-Granada?" El joven contestó: "¡Goza de excelente salud y de dicha perfecta, y me encarga que os transmita sus zalemas a ti y a las hijas de su tío!" ¡Eso fué lo que dijo! Pero no era verdad, puesto que partió sin despedirse de su madre. Entanto, mientras Sonrisa-de-Luna se alejaba con sus parientes, que le llevaron consigo para enseñarle todas las maravillas de su palacio, el príncipe Saleh se apresuró a poner a su madre al corriente del amor que le había entrado por la oreja a su sobrino y se había apoderado de su corazón, sólo con el relato de los encantos de la princesa Gema, hija del rey Salamandra. Y le contó la aventura, desde el principio hasta el fin, y añadió: "¡Y no ha venido aquí conmigo más que para pedírsela en matrimonio a su padre!"
Cuando la abuela del rey Sonrisa-de-Luna oyó estas palabras de Saleh, hubo de llegar al límite de la indignación contra su hijo, y le reprochó violentamente que no tomara bastantes precauciones para hablar de la princesa Gema en presencia de Sonrisa-de-Luna, y le dijo: "¡Ya sabes, sin embargo, qué hombre tan violento, tan lleno de arrogancia y de estupidez es el rey Salamandra, y con qué avaricia guarda a su hija, que ya se la ha rehusado a tantos príncipes jóvenes! ¡Y te atreves a ponernos en una situación humillante ante él, obligándonos a hacerle una petición que rechazará sin duda! ¡Y entonces, nosotros, que tan alto ponemos nuestro honor, nos veremos muy humillados y volveremos seguramente con el mayor de los desencantos!
¡En verdad, hijo mío, que en ninguna ocasión y de ninguna manera debiste pronunciar el nombre de esa princesa, sobre todo delante del hijo de tu hermana, aunque estuviese dormido por un narcótico!"
Saleh contestó: "¡Así es; pero la cosa ya está hecha, y el joven se halla tan enamorado de la joven, que moriría si no la poseyese, según me ha afirmado! Y después de todo, ¿qué tiene esto de extraordinario? ¡Sonrisa-de-Luna es tan hermoso, por lo menos, como la princesa Gema, y desciende de un ilustre linaje de reyes, y él mismo es rey de un poderoso imperio terrestre! ¡Porque no es el único rey ese estúpido Salamandra! Y además, ¿qué podría éste replicar a lo que yo no respondiese cumplidamente? ¡Me dirá que su hija es rica, y le diré que nuestro hijo es más rico! ¡Que su hija es hermosa; pero nuestro hijo es más hermoso! ¡Que su hija es de noble linaje; pera nuestro hijo es de un linaje todavía más noble! ¡Y así sucesivamente, ¡oh madre mía! hasta que le convenza de que todo es beneficioso para él si consiente en ese matrimonio! ¡Al fin y al cabo, yo, por mi indiscreción, soy el causante de esto, y justo es que me comprometa a llevarlo a buen término, aun a riesgo de que me muelan los huesos y me vea precisado a rendir el alma!"
Al ver que, efectivamente, ya no quedaba más que aquella solución, la vieja reina Langosta dijo suspirando: "¡Cuán preferible hubiese sido, hijo mío, no suscitar nunca una cuestión tan peligrosa! Sin embargo; puesto que así lo quiso el Destino, me resigno, aunque de mala gana, a permitirte marchar. ¡Pero deja conmigo a Sonrisa-de-Luna hasta tu regreso, pues no quiero que se exponga antes de que sepamos nada en concreto! Márchate, pues, sin él, ¡y sobre todo, mide tus palabras, no vaya a ser que una expresión impropia enfurezca a ese rey brutal y grosero que no tiene en cuenta nada y trata a todo el mundo con el mismo desprecio!" Y contestó Saleh: "¡Escucho y obedezco!"
Se levantó entonces y llevóse consigo dos sacos grandes llenos de valiosos regalos destinados al rey Salamandra; y cargó aquellos dos sacos a la espalda de dos esclavos, y con ellos emprendió la ruta marina que conducía al palacio del rey Salamandra ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 539ª NOCHE
Ella dijo:
". ..y con ellos emprendió la ruta marina que conducía al palacio del rey Salamandra.
Al llegar al palacio, el príncipe Saleh pidió permiso para entrar a hablar al rey; y se lo concedieron. Y entró en la sala donde se hallaba el rey marino Salamandra, sentado en un trono de esmeraldas y jacintos. Y Saleh formuló ante él sus deseos de paz con las maneras más escogidas, y depositó a sus pies los dos sacos grandes, llenos de magníficos regalos, que llevaban a la espalda los esclavos. Y al ver aquello, el rey correspondió a los deseos de paz de Saleh, le invitó a sentarse, y le dijo:
"¡Bien venido seas, príncipe Saleh! ¡Hace ya mucho tiempo que no te veo, lo cual me entristecía bastante! ¡Pero date prisa ya a pedirme lo que te haya impulsado a venir a verme; porque cuando se hace un regalo, siempre es con la esperanza de obtener en cambio una cosa equivalente! ¡Habla, pues, y veré si puedo hacer algo por ti!"
Entonces Saleh se inclinó profundamente ante el rey por segunda vez, y dijo: "¡Sí, estoy comisionado para una cosa que no quiero obtener más que de Alah y del rey magnánimo, del valiente león, del hombre generoso que ha extendido la fama de su gloria, de su magnificencia, de su liberalidad, de su esplendidez, de su clemencia y de su bondad, a lo largo de las tierras y los mares, haciendo que hablen de ella por la tarde con admiración las caravanas debajo de las tiendas de campaña!"
Al oír este discurso, el rey Salamandra, muy preocupado, frunció las cejas, y dijo: "¡Presenta tu demanda, ¡oh Saleh! pues entrará en un oído sensible y en un espíritu bien dispuesto! Si puedo satisfacerte, lo haré inmediatamente; pero si no puedo, no será por mala voluntad. ¡Porque Alah, oh Saleh! no pide a un alma lo que rebasa de su capacidad!"
Entonces Saleh se inclinó ante el rey más profundamente todavía que las dos veces anteriores, y dijo: "¡Oh rey del tiempo, en verdad que lo que tengo que pedirte puedes concedérmelo, pues depende de tu poder y de tu única autoridad! ¡Y claro es que no me hubiera aventurado a venir a pedírtelo si de antemano no tuviese la certeza de que cabía en las posibilidades! Porque ha dicho el sabio: "¡Si quieres que se te atienda, no pidas lo imposible!" ¡Y yo ¡oh rey! (¡Alah te conserve para dicha nuestra!) no soy un demente ni un importuno! ¡Helo aquí, pues! ¡Sabe ¡oh rey lleno de gloria! que vengo a ti solamente como intermediario! ¡Y lo hago iob rey magnánimo! ¡oh generoso! ¡oh el más grande! para pedirte la perla única, la joya inestimable, el tesoro sellado, tu hija la princesa Gema, en matrimonio para mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna, hijo del rey Schahramán y de mi hermana la reina Flor-de-Granada, y señor de la Ciudad-Blanca y de los reinos terrestres que se extienden desde las fronteras de Persia hasta los límites extremos del Khorassán ¡”
Cuando el rey Salamandra el marino hubo oído este discurso de Saleh, echóse a reír de tal manera, que se cayó de trasero, ¡y en el suelo siguió convulsionándose y estremeciéndose a la vez que agitaba las piernas en el aire! Tras de lo cual se levantó, y mirando a Saleh en silencio, le gritó de pronto: "¡Hola! ¡Hola!" Y de nuevo se echó a reír convulso, y con tanta fuerza y durante tanto tiempo, que acabó por soltar un cuesco retumbante.
Y así fué como se calmó, y dijo a Saleh: "¡En verdad, oh Saleh! que te creí siempre un hombre sensato y equilibrado, pero al presente veo cuánto me engañaba! Dime qué fué de tu buen sentido y de tu razón para que te atrevieras a hacerme una petición tan loca".
Pero Saleh contestó, sin inmutarse ni perder la serenidad: "¡No lo sé! ¡Sin embargo, lo cierto es que mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna es por lo menos tan hermoso y tan rico y de tan noble linaje como tu hija la princesa Gema! Y si la princesa Gema no nació para semejante matrimonio, ¿quieres decirme para qué nació entonces? Porque, ¿no ha dicho el sabio: «¡A la joven sólo le queda el matrimonio o la tumba!?» ¡Por eso no se conocen solteronas entre nosotros los musulmanes! ¡Date prisa, pues, ¡oh rey! a aprovecharte de esta ocasión para salvar de la tumba a tu hija!"
Al oír estas palabras, el rey Salamandra llegó al límite del furor, e irguiéndose sobre ambos pies, con las cejas contraídas y los ojos inyectados en sangre, gritó a Saleh: "¡Oh perro de los hombres! ¿acaso pueden tus semejantes pronunciar en público el nombre de mi hija? ¿Quién eres tú, pues, más que un perro hijo de perro? ¿Y quién es tu hermana? ¡Perros, hijos de perros todos!" Luego encaróse con sus guardias, y les gritó: "¡Ah de vosotros! ¡apoderáos de ese alcahuete y moledle los huesos!"
Al punto se precipitaron sobre Saleh los guardias y quisieron cogerle y derribarle; pero rápido como el relámpago, se les escapó él de las manos y salió para ponerse en fuga. Pero con extremada sorpresa vió que fuera había mil jinetes montados en caballos marinos, y cubiertos con corazas de acero y armados de pies a cabeza, y todos eran parientes suyos y gentes de su casa. ¡Y acababan de llegar en aquel mismo instante, enviados por su madre la reina Langosta, quien, presintiendo el mal recibimiento que pudiera hacerle el rey Salamandra, pensó en mandar a aquellos mil hombres para que le defendiesen de cualquier peligro!
Entonces Saleh les contó en pocas palabras lo que acababa de pasar, y les gritó: "Y ahora, ¡sus, a ese rey estúpido y loco!"
A la sazón se apearon de sus caballos los mil guerreros, desenvainaron sus espadas y se precipitaron en masa, detrás del príncipe Saleh, en la sala del trono ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 540ª NOCHE
Ella dijo:
". . . A la sazón se apearon de sus caballos los mil guerreros, desenvainaron sus alfanjes y se precipitaron en masa, detrás del príncipe Saleh, en la sala del trono.
En cuanto al rey, cuando vió entrar con estrépito aquel torrente súbito de guerreros enemigos que se esparcían como las tinieblas de la noche, no perdió la serenidad, y gritó a sus guardias: "¡Sus, y a ese macho cabrío y a su rebaño de cobardes! ¡Y que estén más cerca de su
cabeza vuestras espadas que de sus lenguas su saliva!"
Y al punto lanzaron los guardias su grito de guerra: "¡Paso a Salamandra!" Y los guerreros de Saleh lanzaron su grito de guerra: "¡Paso a Saleh!" ¡Y se abalanzaron y chocaron ambos bandos cual las olas del mar tumultuoso! ¡Y el corazón de los guerreros de Saleh era más firme que la roca, y sus espadas veloces se pusieron a cumplir los designios del Destino! ¡Y Saleh el valeroso, el héroe con corazón de granito, el jinete de la espada y de la lanza, hería cuellos y atravesaba pechos con un ímpetu que derribaría las rocas de las montañas!
¡Oh, qué refriega más terrible! ¡Qué espantosa carnicería! ¡Qué de gritos sofocados en las gargantas por las puntas de las lanzas oscuras!
¡Cuántas mujeres hubieron de quedarse viudas con sus hijos huérfanos...!
¡Y seguía el combate encarnizado, repercutían las armas, gemían los cuerpos aquejados de heridas dolorosas, y temblaban las tierras submarinas bajo el choque de los guerreros obstinados! Pero ¿qué pueden los sables y las armas todas contra los designios del Destino?
¿Y desde cuándo pueden las criaturas retardar o adelantar la hora marcada para su término fatal?
Así es que, al cabo de una hora de lucha, los corazones de los guardias de Salamandra no tardaron en ser cual vasos frágiles; y todos, hasta el último, cubrieron el suelo alrededor del trono de su rey. ¡Y al ver aquello, Salamandra se sintió poseído de una rabia tal, que sus compañones extraordinarios, que le colgaban hasta las rodillas, se le encogieron hasta el ombligo! Y echando espuma precipitóse contra Saleh, que hubo de recibirle con la punta de su lanza, y le gritó: "¡Ya estás ¡oh pérfido y brutal! en el límite extremo del mar de la perdición!" Y con un golpe retumbante, le tiró al suelo y le sujetó sólidamente hasta que sus guerreros le ayudaron a cargarle de ligaduras y a atarle los brazos detrás de la espalda.
¡Y esto en cuanto a todos ellos!
¡Pero he aquí lo referente a la princesa Gema y a Sonrisa-deLuna!
Desde que oyó los primeros ruidos de la batalla que se libraba en el palacio, la princesa Gema había huído enloquecida, con una de sus servidoras, llamada Mirta, y atravesando las regiones marinas, había subido a la superficie del agua, continuando en su carrera hasta que tocó en una isla desierta, donde hubo de refugiarse, ocultándose en la copa de un árbol grande y frondoso. Y su servidora Mirta la imitó y se ocultó también en la copa de otro árbol al que había trepado.
Pero quiso el Destino que ocurriese lo propio en el palacio de la reina Langosta. En efecto, los dos esclavos que habían acompañado al príncipe Saleh al palacio de Salamandra para llevar los sacos de regalos, en cuanto empezó la batalla apresuráronse asimismo a ponerse en salvo y a correr para anunciar el peligro a la reina Langosta. Y el joven rey Sonrisa-de-Luna, que hubo de interrogar a los esclavos cuando llegaron, se alarmó mucho con aquellas noticias poco tranquilizadoras y se consideró como la causa principal del gran peligro que corría su tío y del trastorno producido en el imperio submarino.
Así es que, como se sentía muy tímido en presencia de su abuela Langosta, no había tenido valor para presentarse a ella después de saber el peligro en que, por causa suya, se encontraba su tío el príncipe Saleh. Y aprovechóse del momento en que su abuela escuchaba la relación de los esclavos, para salir del fondo del mar y subir a la superficie, a fin de volver junto a su madre Flor-de-Granada en la Ciudad-Blanca. Pero como ignoraba el camino que tenía que seguir, se extravió y llegó a la misma isla desierta en que se había refugiado la princesa Gema.
No bien tocó tierra, como se notaba fatigado por la carrera penosa que acababa de emprender, fué a echarse al pie del mismo árbol en que se hallaba la princesa Gema. ¡Y no sabía que el destino de cada hombre le acompaña por donde va, corre más de prisa que el viento y no hay remisión para aquel a quien persigue! Y no sospechaba lo que le reservaba la suerte misteriosa desde el fondo de la eternidad.
Una vez que se hubo echado, pues, al pie del árbol, apoyó la cabeza en el brazo para dormir, y de pronto, al levantar los ojos hacia la copa del árbol, se encontró con la mirada de la princesa y con su rostro, y en un principio creyó ver la propia luna entre las ramas,y exclamó: "¡Gloria a Alah, que ha creado la luna para iluminar los crepúsculos y aclarar la noche!"
Luego, al mirar con más atención, advirtió que se trataba de una belleza humana, y que la tal pertenecía a una joven cual la luna...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 541ª NOCHE
Ella dijo:
". . . advirtió que se trataba de una belleza humana, y que la tal pertenecía a una joven cual la luna. "¡Por Alah! ¡voy a subir en seguida a alcanzarla y a preguntarle su nombre! ¡Porque se parece de un modo asombroso al retrato admirable que de la princesa Gema me hizo mi tío Saleh! ¿Y quién sabe si no será ella misma? ¡Quizá emprendiera la fuga desde el palacio de su padre en cuanto comenzó el combate!" Y en extremo emocionado, saltó sobre sus pies, y erguido bajo el árbol, alzó los ojos hacia la joven, y le dijo:
"¡Oh cima suprema de todo deseo! ¿quién eres y por qué motivo te encuentras en esta isla y en la copa de este árbol?" Entonces inclinóse un poco la princesa hacia el hermoso joven y le sonrió, y dijo con una voz cantarina como el agua: "¡Oh joven encantador! ¡oh hermosísimo! yo soy la princesa Gema, hija del rey Salamandra el marino! ¡Y estoy aquí porque he huido de mi patria, y de las moradas de mi patria, y de mi padre y de mi familia, para escapar a la triste suerte de los vencidos! Porque a esta hora el príncipe Saleh ha debido reducir a la esclavitud a mi padre después de exterminar a todos sus guardias. ¡Y debe estar buscándome por todo el palacio!
¡Ay! ¡ay! ¡Qué duro será el lejano destierro de los míos!
¡Qué desgraciada suerte la de mi padre, el rey! ¡Ay! ¡ay!" Y de sus hermosos ojos cayeron gruesas lágrimas sobre el rostro de Sonrisa-de-Luna, que alzó los brazos con un ademán de emoción y sorpresa, y acabó por exclamar: "¡Oh princesa Gema, alma de mi alma! ¡oh ensueño de mis noches sin sueño! ¡baja de este árbol, por favor, pues soy el rey Sonrisa-de-Luna, hijo de Flor-de-Granada, la reina oriunda del mar, como tú! ¡Oh! ¡baja, porque soy el que asesinaron tus ojos, el esclavo cautivo de tu belleza!"
Y exclamó, entusiasmada la joven: "¡Ya Alah! ¡oh mi señor! ¿conque eres tú el hermoso Sonrisa-de-Luna, sobrino de Saleh e hijo de la reina Flor-de-Granada?"
El joven dijo: "¡Claro que sí! ¡Pero te ruego que bajes!" Ella dijo: "¡Oh, qué poco acertado estuvo mi padre al rehusar para su hija un esposo como tú! ¿Qué más podía desear? ¡Oh querido mío! no te enfades por la negativa irreflexiva de mi padre, pues te amo yo! ¡Y si tú me amas un poco, yo te amo una inmensidad! ¡Desde que te vi, el amor que por mí sientes se albergó en mi hígado, y me he convertido en víctima de tu hermosura!"
Y después de pronunciar estas palabras, se deslizó a lo largo del árbol hasta caer en brazos de Sonrisa-de-Luna, que la apretó contra su pecho en el límite del júbilo y la devoró a besos dados por todas partes, mientras ella le devolvía cada caricia y cada movimiento. Y con aquel contacto delicioso, sintió Sonrisa-de-Luna que cantaban todos los pájaros de su alma, y exclamó: "¡Oh soberana de mi corazón! ¡oh princesa Gema tan deseada, por quien también abandoné, en verdad, mi reino, mi madre y el palacio de mis padres! ¡mi tío Saleh apenas me detalló la cuarta parte de tus encantos, siendo insospechables para mí las otras tres cuartas partes! ¡Y no pesó en presencia mía más que un quilate de los veinticuatro quilates de tu belleza, ¡oh toda de oro!"
Habiendo dicho estas palabras, siguió cubriéndola de besos y acariciándola de mil maneras. Luego, abrasándose de deseos por deleitarse al fin con aquella grupa de bendiciones, deslizó su mano hacia las borlas del cordón. Y cual si quisiera ayudarle en esta operación, se levantó la joven, alejóse algunos pasos, y de repente extendió la mano rectamente en dirección a él, y escupiéndole en el rostro seco, le gritó:
"¡Oh terrestre, abandona la forma humana, y conviértete en un pajarraco blanco con el pico y las patas rojos!" ¡Y al punto Sonrisa-de-Luna, en el límite de la estupefacción, quedó transformado en un pájaro de plumas blancas, de alas pesadas e incapaces de volar, y con pico y patas rojos!
¡Y se puso a mirar a la joven con lágrimas en los ojos!
Entonces la princesa Gema llamó a su servidora Mirta, y le dijo "¡Coge a este pájaro, que es el sobrino del mayor enemigo de mi padre, de ese Saleh el alcahuete que combatió a mi padre, y llévale a la Isla Seca, que no está lejos de aquí, a fin de que se muera de sed y de hambre. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 542ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ . . . Coge a este pájaro, y llévale a la Isla Seca, a fin de que se muera de sed y de hambre!"
¡Eso fué todo!
Porque la princesa Gema se había mostrado tan graciosa con Sonrisa-de-Luna sólo para acercarse a él sin inconvenientes y poder de tal modo metamorfosearle en pájaro destinado a morir de inanición, vengando así a su padre y a los guardias de su padre.
¡Y he aquí lo referente a ella!
¡Volvamos ahora con el pájaro blanco! Cuando la servidora Mirta, por obedecer a su ama Gema, le cogió a pesar de los aleteos desesperados y de los gritos roncos que el animal lanzaba, sintió lástima de él y no tuvo valor para transportarle a la Isla Seca, donde le esperaba una muerte tan cruel,y dijo para su ánima sensible: "¡Mejor será que le lleve a un paraje donde no pueda morir de manera tan cruel y donde aguarde su destino! ¡Porque quién sabe si mi ama no se arrepentirá pronto de su primer impulso, una vez calmada su cólera y me regañará por haberla obedecido con demasiada diligencia!" En vista de eso, transportó al cautivo a una isla verdeante, cubierta de toda clase de árboles frutales y regada por frescos arroyos, y le abandonó allí para volver al lado de su ama.
Pero dejemos por el momento en la isla verde al pájaro, y en la otra isla a la princesa Gema, y veamos lo qué fué del príncipe Saleh, vencedor de Salamandra.
Una vez que hizo encadenar al rey Salamandra, le encerró en uno de los aposentos del palacio, y se hizo proclamar rey en su lugar. Luego se apresuró a buscar por todas partes a la princesa Gema; pero claro es que no la encontró. Y cuando vió que eran inútiles todas sus pesquisas, regresó a su antigua residencia para poner a su madre la reina Langosta al corriente de lo que acababa de pasar.
Después le preguntó: "¡Oh madre mía! ¿dónde está mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna?" Ella contestó: "¡No sé! Debe estar paseando con sus parientes. ¡Pero voy a enviar ya a buscarle!" Y cuando decía estas palabras, entraron los parientes sin que estuviese él entre ellos. Y enviaron a buscarle por todas partes; pero claro es que en ninguna parte le encontraron. Entonces fué extremado el dolor del rey Saleh, de la abuela y de las parientes; y se lamentaron y lloraron mucho. Más tarde Saleh, con el pecho oprimido, se vió obligado a mandar que previnieran de la cosa a su hermana, la reina Flor-de-Granada la marina, madre de Sonrisa-de-Luna.
Flor-de-Granada, en el límite de la desesperación, se apresuró a sumergirse en el mar y a correr al palacio de su madre Langosta. Y tras los primeros abrazos y llantos, preguntó: "¿Dónde está mi hijo el rey Sonrisa-de-Luna?" Y después de largos preámbulos y de silencios pletóricos de lágrimas, la vieja madre contó a su hija toda la historia, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad de repetirla. Luego añadió: "¡Y por más pesquisas que hizo tu hermano Saleh, el cual ha sido proclamado rey en lugar de Salamandra, no pudo dar todavía con las huellas de nuestro hijo Sonrisa-de-Luna, ni tampoco con las de la princesa Gema, hija de Salamandra!"
Cuando Flor-de-Granada hubo oído estas palabras, el mundo se ennegreció ante ella, y la desolación entró en su corazón, y los sollozos de la desesperación la sacudieron toda. Y durante largo tiempo no se oyeron en el palacio submarino más que los gritos de duelo de las mujeres, e hipos de dolor.
Pero pronto hubo que pensar en remediar un estado de cosas tan anormal y desolador. Así es que la abuela fue la primera que secó sus lágrimas, y dijo: "¡Hija mía, no te entristezcas con exceso el alma por esta aventura, pues no hay razón para que tu hermano no encuentre por fin a tu hijo Sonrisa-de-Luna! En cuanto a ti, si quieres verdaderamente a tu hijo y velas por sus intereses, lo mejor que puedes hacer es volver a tu reino para dirigir los asuntos y mantener secreta para todos la desaparición de tu hijo. ¡Y Alah proveerá!"
Flor-de-Granada contestó: "Tienes razón, madre mía. ¡Emprenderé el regreso! ¡Pero por favor te ruego que no ceses de pensar en mi hijo, y que no desmaye nadie en las pesquisas! ¡Porque si le sucediera algún mal, moriría sin remisión, yo, que sólo veo la vida a través de él y sólo cuando le veo disfruto de alegría!" Y contestó la reina Langosta: "¡Claro, hija mía, que lo haré de todo corazón afectuoso! ¡No tengas, pues, ningún temor por eso, y tranquiliza completamente tu espíritu!"
Entonces Flor-de-Granada se despidió de su madre, de su hermano y de sus primas, y con el pecho muy oprimido y el alma muy triste, regresó a su reino y a su ciudad ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 543ª NOCHE
Ella dijo:
. . .regresó a su reino y a su ciudad.
¡Pero volvamos ahora a la isla verdeante donde la joven Mirta, la de alma sensible, depositó a Sonrisa-de-Luna, transformado por la princesa Gema en pájaro blanco con pico y patas rojos!
Cuando el pájaro Sonrisa-de-Luna se vió abandonado por la caritativa Mirta, se echó a llorar copiosamente; luego, como tenía hambre y sed, se puso a comer frutas y a beber agua corriente, pensando siempre en su mala suerte y asombrándose de verse convertido en pájaro. Y por más que intentó servirse de sus alas para volar, no pudieron sostenerle en el aire, porque era muy grande y muy pesado. Y acabó por resignarse a su destino, pensando: "Al fin y al cabo, ¿qué lograría con abandonar esta isla, si no sé adónde dirigirme ni nadie podrá reconocer bajo mi apariencia de pájaro al rey que hay dentro de mí?"
Y continuó viviendo tristemente en la isla; y por la noche se encaramaba a un árbol para dormir. Y he aquí que un día en que se paseaba desolado con sus patas y cabizbajo de tantas preocupaciones como tenía, le divisó un pajarero que iba a tender sus redes de caza en la isla. Y encantado por el aspecto magnífico de aquel pájaro tan grande que no tenía par y cuyo pico y patas rojos resaltaban de manera tan bonita en la blancura del plumaje, se regocijó mucho por poder poseer semejante pájaro de una especie desconocida en absoluto para él.
Tomó, pues, todas sus precauciones, y con diestra lentitud se acercó por detrás del animal y de pronto le echó la red encima y le capturó. Y entusiasmado con aquel hermoso ejemplar de caza, volvióse a la ciudad de donde había ido, llevando al hombro y delicadamente cogido por las patas al pajarraco.
Al llegar a la ciudad, se dijo el pajarero: "¡Por Alah! que en mi vida he visto un pájaro parecido a éste, ni en mis cacerías por tierra ni por mar! Así es que me guardaré bien de vendérselo a un comprador vulgar que no se dé cuenta del precio ni del valor; que probablemente le mataría y se lo comería con su familia; pero voy a llevárselo como regalo al rey de la ciudad, que se maravillará de su hermosura y me recompensará espléndidamente". Y fué a palacio y se lo llevó al rey, el cual quedó en extremo encantado al verlo, y sobre todo admiró el hermoso color rojo del pico y de las patas. Y lo aceptó y dió diez mil dinares de oro al pajarero, que besó la tierra y se fué.
Entonces el rey mandó construir una jaula grande con enrejado de oro, y encerró en ella al hermoso pájaro. Y le puso delante granos de maíz y de trigo; pero el pájaro no arrimó a ellos el pico. Y el rey se dijo, asombrado: "¡No los come! ¡Voy a darle otra cosa!" Y le sacó de la jaula y le puso delante pechuga de pollo, lonchas de carne y frutas. Y al punto el pájaro empezó a comer con notoria satisfacción, lanzando pequeños arrullos y pavoneando sus plumas blancas. Y al ver aquello, el rey vaciló de alegría, y dijo a un esclavo: "¡Corre en seguida a prevenir a tu ama, la reina, de que he comprado un pájaro prodigioso que es un milagro entre los milagros del tiempo, a fin de que venga a admirarle conmigo, y a ver la manera maravillosa que tiene de comer todos estos manjares, con los que, por lo general, no se alimentan los pájaros!" Y el esclavo se apresuró a ir a llamar a la reina, que no tardó en presentarse.
Pero cuando hubo divisado al pájaro, la reina se cubrió inmediatamente el rostro con un velo, y retrocedió hacia la puerta y quiso salir indignada. Y corrió tras ella el rey, y le preguntó reteniéndola por el velo: "¿Por qué te cubres el rostro, si no estamos aquí más que yo, tu esposo, los eunucos y las servidoras?" Ella contestó: "¡Oh rey! has de saber que ese pájaro no es un pájaro, sino un hombre como tú! Y no es otro que el rey Sonrisa-de-Luna, hijo de Schahramán y de Flor-de-Granada la marina. ¡Y le ha metamorfoseado así la princesa Gema; hija de Salamandra el
marino, vengando con ello a su padre, que fué vencido por Saleh, tío de Sonrisa-de-Luna!"
Al oír estas palabras, el rey se asombró hasta el límite del asombro, y hubo de exclamar: "¡Alah confunda a la princesa Gema y le corte la mano! ¡Pero, ¡por Alah sobre ti! ¡oh hija de mi tío! dame más detalles acerca de la cosa!" Y la reina, que era la maga más insigne de su tiempo, le contó toda la historia sin omitir detalle. Y prodigiosamente maravillado, el rey se encaró con el pájaro, y le preguntó: "¿Es verdad todo eso?" Y el pájaro ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 544ª NOCHE
Ella dijo:
". .. se encaró con el pájaro, y le preguntó: "¿Es verdad todo eso?" Y el pájaro bajó la cabeza en señal de asentimiento, y agitó las alas. Entonces dijo el rey a su esposa: "Alah te bendiga, ¡oh hija del tío! ¡Pero, por mi vida ante tus ojos, date prisa a librarle de ese encanto, no le dejes en semejante tormento!"
Entonces la reina, cubriéndose por completo el rostro, dijo al pájaro: "¡Oh Sonrisa-de-Luna, entra en este armario grande!" Y el pájaro obedeció y entró en un armario grande, disimulado en la pared, que la reina acababa de abrir; y detrás de él entró ella llevando en la mano una taza de agua, sobre la cual pronunció palabras desconocidas; y empezó a hervir el agua en la taza. Entonces cogió ella algunas gotas, echándoselas al rostro al pájaro, y diciendo: "¡Por la virtud de los Nombres Mágicos y de las Palabras Poderosas, y por la majestad de Alah el Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, Resucitador de los Muertos, Fijador de términos y Distribuidor de destinos, te ordeno que abandones esa forma de pájaro, y recobres la que recibiste del Creador!"
Y al punto tembló él con un temblor y le sacudió una sacudida, y recobró su prístina forma. Y el rey, maravillado, vió que era un joven que no tenía igual sobre la faz de la tierra. Y exclamó: "¡Por Alah, que merece el nombre de Sonrisa-de-Luna!"
Y he aquí que, en cuanto Sonrisa-de-Luna se vió vuelto a su estado primitivo, exclamó: "¡La ilah ill' Alah! ¡ua Mohamed rassul Alah!" Luego se acercó al rey, le besó la mano y le deseó larga vida. Y el rey le besó en la cabeza, y le dijo: "¡Sonrisa-de-Luna, te ruego que me cuentes toda tu historia desde que naciste hasta hoy!" Y Sonrisa-de-Luna contó toda su historia, sin omitir un detalle, al rey, que maravillóse de ella en extremo.
Entonces el rey, en el último límite de la satisfacción, dijo al otro rey joven que se había librado del encanto: "¿Qué quieres que haga ahora por ti, ¡oh Sonrisa-de-Luna!? ¡Háblame con toda confianza!" El joven contestó: "¡Oh rey del tiempo, desearía volver a mi reino! Porque ya hace muchos días que estoy ausente de él, y me temo que mis enemigos se aprovechen de mi alejamiento para usurparme el trono. ¡Y además, mi madre debe estar muy angustiada por mi desaparición! ¡Y quién sabe si la duda la habrá dejado sobrevivir a su dolor y a sus preocupaciones!" Y conmovido el rey por su belleza y conquistado por su juventud y su piedad, contestó: "¡Escucho y obedezco!", e hizo preparar inmediatamente un navío con sus provisiones, sus aparejos, sus marineros y su capitán, en cuya nave se embarcó Sonrisa-de-Luna, después de los deseos propios del adiós y de dar gracias, confiando en su destino.
¡Pero desde lo invisible, este destino le reservaba otras aventuras todavía!
Efectivamente, cinco días después de la partida, se alzó una tempestad furiosa que desamparó y rompió el navío contra una costa abrupta, y sólo Sonrisa-de-Luna, a causa de su impermeabilidad, pudo salvarse a nado y ganar tierra firme.
Y vió a lo lejos brotar una ciudad cual una paloma muy blanca, que dominaba el mar desde la cima de una montaña, y de pronto vió bajar de aquella montaña y acercarse a él a galope furioso con una rapidez de huracán, caballos, mulos y asnos innumerables como los granos de arena. Y se detuvo en torno suyo aquella tropa galopante y encabritada. Y todos los asnos, con los caballos y los mulos, se pusieron a hacerle con la cabeza señas evidentes que significaban: "¡Vuélvete por donde has venido!" Pero como él se obstinaba en permanecer alli, los caballos empezaron a relinchar y los mulos empezaron a resoplar y los asnos empezaron a rebuznar; pero eran los suyos relinchos, resoplidos y rebuznos de dolor y de desesperación. Y algunos hasta se pusieron a llorar resollando de un modo que no dejaba lugar a dudas. Y empujaban con el hocico delicadamente a Sonrisa-de-Luna, que no quería retornar al agua. Luego, como en vez de volver sobre sus pasos se adelantaba el joven hacia la ciudad, los cuadrúpedos se pusieron en marcha, unos delante de él y otros detrás de él, formándole una especie de cortejo fúnebre que resultaba más impresionante porque Sonrisa-de-Luna creía percibir en los gritos que daban como una vaga salmodia en lengua árabe y que se parecía a la que recitan ante los muertos los lectores del Korán ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 545ª NOCHE
Ella dijo:
".. . Sonrisa-de-Luna creía percibir en los gritos que daban como una vaga salmodia en lengua árabe y que se parecía a la que recitan ante los muertos los lectores del Korán. Y sin saber ya si estaba dormido o despierto ni si todo aquello era sólo una ilusión engañosa del estado en que se hallaba, Sonrisa-de-Luna empezó a caminar como en sueños, y llegó de tal suerte a la puerta de la ciudad encaramada en la cima de la colina. Y vió sentado a la entrada de una droguería un jeique de barba blanca, al cual se apresuró a desear la paz. Y el jeique, por su parte, al verle tan hermoso, quedó en extremo encantado, y se levantó, le devolvió la zalema e hizo señas a los cuadrúpedos para que se alejaran. Y se alejaron, volviendo la cabeza de vez en cuando, como para indicar la intensidad de sus penas; luego se dispersaron por todos lados y desaparecieron.
Entonces, interrogado por el viejo jeique, Sonrisa-de-Luna contó su historia en pocas palabras, y dijo al jeique después: "¡Oh venerable tío mío! ¿puedes a tu vez decirme qué ciudad es esta ciudad y quiénes son esos extraños cuadrúpedos que me acompañaban lamentándose?" El jeique contestó: "¡Hijo mío, entra antes en mi tienda y siéntate! Porque debes estar necesitado de alimento. ¡Y después te diré lo que pueda decirte!" Y le hizo entrar y sentarse en un diván al extremo de la tienda, y le llevó de comer y de beber. Y cuando se hubo refrigerado y refrescado, le besó entre los ojos, y le dijo: "¡Da gracias ¡oh hijo mío! a Alah, que te hizo encontrarte conmigo antes de que te viera la reina de aquí! ¡Si no te dije nada hasta ahora fué porque temía turbarte e impedirte así que comieras con gusto! ¡Pues has de saber que esta ciudad se llama la Ciudad de los Encantamientos y que la que aquí reina se llama la reina Almanakh!
¡Es una maga formidable, una verdadera cheitana! ¡Y he aquí que el deseo la abrasa sin cesar! Y cada vez que encuentra a un extranjero joven, fuerte y hermoso que desembarca en esta isla, le seduce y se hace cabalgar y copular muchas veces por él durante cuarenta días y cuarenta noches. Pero, como al cabo de ese tiempo le ha agotado completamente, le metamorfosea en animal. Y como, bajo esta nueva forma de animal, recupera él fuerzas nuevas y potentes virtudes, se metamorfosea ella misma a su antojo, cada vez en el animal que le conviene, yegua o burra, y se hace copular así por el asno o el caballo una cantidad innumerables de veces. Tras de lo cual recobra su forma humana para tener nuevos amantes y nuevas víctimas entre los jóvenes hermosos que encuentra. ¡Y a veces, en las noches de sus deseos extremados, ocurre que se hace cabalgar sucesivamente, hasta que llega la mañana, por todos los cuadrúpedos de la isla! ¡Y así pasa su vida!
"¡Pero como te quiero con un cariño grande, hijo mío, no me gustaría verte caer en manos de esa encantadora insaciable, que no vive más que para lo que acabo de decirte! Y como sin duda eres el más hermoso de todos los jóvenes que han desembarcado en esta isla, ¿quién sabe lo que sucedería si te advirtiese la reina Almanakh?
"Respecto a los asnos, los mulos y los caballos que al divisarte bajaron de la montaña a tu encuentro, son precisamente, los jóvenes que ha metamorfoseado Almanakh. Y como te veían tan joven y tan hermoso, tuvieron piedad de ti y con sus signos de cabeza quisieron decidirte de antemano a que volvieras al mar. Luego, como veían que te obstinabas en quedarte a pesar de sus objeciones, te acompañaron hasta aquí salmodiando en su lenguaje las fórmulas fúnebres,
como si acompañaran a un hombre muerto para la vida humana.
"Pero la vida con esta joven reina Almanakh, la encantadora, no sería nada desagradable, ¡oh hijo mío! si no abusase ella del que la suerte le trae como amante.
"Por lo que a mí atañe, me teme y me respeta, porque sabe que soy más versado que ella en el arte de la hechicería y de los encantamientos. ¡Pero como soy un creyente en Alah y en su Profeta (¡con él la plegaria y la paz!), yo, hijo mío, no me sirvo de la magia para hacer el mal! ¡Pues el mal acaba siempre por volverse contra el malhechor!"
Y he aquí que, apenas el viejo jeique había dicho estas palabras, avanzó por su lado un magnífico cortejo de mil jóvenes como lunas, vestidas de púrpura y de oro, que fueron a ponerse en dos filas a lo largo de la tienda para dejar paso a una joven más bella que todas, montada en un caballo árabe resplandeciente de pedrerías. Y era la propia reina Almanakh, la maga. Y se paró delante de la tienda, echó pie a tierra, ayudada por las dos esclavas que tenían la brida, y entró en casa del viejo jeique, a quien saludó con mucha cortesía. Luego se sentó en el diván y miró a Sonrisa-de-Luna con ojos entornados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 546ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Luego se sentó en el diván y miró a Sonrisa-de-Luna con los ojos entornados. ¡Y qué mirada! Larga, perforadora, ardorosa y relampagueante! Y Sonrisa-de-Luna se sintió como atravesado por una azagaya o abrasado por un carbón ardiendo. Y la joven reina se encaró con el jeique, y le dijo: "¡Oh jeique Abderrahmán! ¿de dónde has sacado semejante joven?" El jeique contestó: "Es hijo de mi hermano. Acaba de llegar de viaje a casa." Ella dijo: "Es muy hermoso, ¡oh jeique! ¿Querrías prestármele solamente por una noche? ¡Sólo hablaré con él, y nada más, y te lo devolveré intacto mañana por la mañana!" El jeique dijo: "¿Me juras que jamás tratarás de hechizarle?" Ella contestó: "¡Lo juro ante el señor de los magos y ante ti, venerable tío!"
E hizo dar como regalo al jeique mil dinares de oro para mostrarle su gratitud, y mandó que montaran a Sonrisa-de-Luna en un maravilloso caballo cubierto de pedrerías, y le llevó con ella al palacio. Y aparecía en medio del cortejo cual la luna en medio de estrellas.
Y he aquí que Sonrisa-de-Luna, que se resignaba a dejar obrar el Destino en adelante, no decía una palabra y se dejaba conducir sin exteriorizar sus sentimientos en manera alguna.
Y la maga Almanakh, que sentía arder sus entrañas por aquel joven mucho más de lo que nunca habían ardido por sus pasados amantes, se apresuró a conducirle a una sala que tenía las paredes de oro y el ambiente refrescado por un salto de agua que brotaba de una pila de turquesa. Y fué a echarse con él en un lecho amplio de marfil, donde empezó a acariciarle de una manera tan extraordinaria, que se puso él a cantar y a bailar entre todos los pájaros. ¡Y no tenía ella nada de brutal, sino al contrario! ¡Era verdaderamente tan delicada!... ¡Tanto, que fueron incalculables los asaltos que el gallo prodigó a la infatigable gallina!
Y se dijo él: "¡Por Alah, que es infinitamente experta! ¡Y no me atropella! ¡Se toma su tiempo, y yo lo mismo! ¡Así es que, como creo imposible que la princesa Gema sea tan maravillosa como esta encantadora, quiero permanecer aquí toda mi vida, y no pensar más en la hija de Salamandra, ni en mis parientes, ni en mi reino!"
Y el hecho fué que permaneció allí cuarenta días y cuarenta noches, pasando todo su tiempo con la joven maga, entre festines, bailes, cantos, caricias, movimientos, asaltos, copulaciones y otras cosas análogas, en el límite del placer y del júbilo.
Y de cuando en cuando, Almanakh le preguntaba en broma: "¡Oh ojos míos! ¿te encuentras conmigo mejor que con tu tío en la tienda?" Y contestaba él: "¡Por Alah! ¡oh mi señora, mi tío es un pobre vendedor de drogas, pero tú eres la propia triaca!"
Y he aquí que, estando en la cuadrigésima noche, la maga Almanakh, tras un número infinito de asaltos con Sonrisa-de-Luna, parecía más agitada que de costumbre, y se echó a dormir. Pero hacia la medianoche, Sonrisa-de-Luna, que fingía dormir, la vió levantarse del lecho con el rostro encendido. Y se puso ella en medio de la sala y cogió de una bandeja de cobre un puñado de granos de cebada, que arrojó al agua de la pila. Y al cabo de unos instantes germinaron los granos de cebada, y salieron del agua sus tallos, y maduraron y se doraron sus espigas. Entonces la maga recogió los granos nuevos, los machacó en un mortero de mármol, los mezcló con ciertos polvos que fue sacando de diferentes cajas, e hizo con ello una pasta redonda como una torta. Luego puso el pastel preparado de aquella manera en la lumbre de una estufilla, y lo coció lentamente. Entonces lo retiró del fuego, lo envolvió en una servilleta y fué a ocultarlo en un armario, tras de lo cual volvió a acostarse en el lecho al lado de Sonrisa-de-Luna, y se durmió.
Pero por la mañana, Sonrisa-de-Luna, que desde que entró en el palacio de la maga se había olvidado del viejo jeique Abderrahmán, se acordó de él a tiempo, y pensó en la necesidad de ir en su busca, para ponerle al corriente de lo que había visto hacer a Almanakh durante la noche. Y fué a la tienda del jeique, que se alegró mucho de verle, le besó con efusión, le hizo sentarse, y le dijo: "¡Creo, hijo mío, que no habrás tenido queja de la maga Almanakh, por muy infiel que sea!"
El joven contestó: "¡Por Alah, mi buen tío! me ha tratado todo este tiempo con mucha delicadeza y no me ha atropellado lo más mínimo. ¡Pero esta noche la sentí levantarse, y al verla con el rostro encendido, fingí que dormía, y la he visto hacer cosas que me inducen a temerlo todo de ella! Por eso, ¡oh venerable tío mío! vengo a consultarte".
Y le contó la operación nocturna que hubo de efectuar la maga .. .
En ese momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 547ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y le contó la operación nocturna que hubo de efectuar la maga.
Al oír estas palabras, el jeique Abderrahmán sintió gran cólera, y exclamó: "¡Ah maldita! ¡maldita, pérfida, perjura, que no quiere cumplir su juramento! ¡Nada, por lo visto, la corregirá de su magia funesta!" Luego añadió: "¡Ya es hora de que termine yo con sus maleficios!" Y fué a un armario, sacó de él una torta en un todo semejante a la confeccionada por la maga, la envolvió en un pañuelo y se la entregó a Sonrisa-de-Luna, diciéndole: "Merced a esta torta que te doy, recaerá sobre ella el mal que quiera hacerte. Porque al cabo de cuarenta días de estar con sus amantes, les da a comer tortas confeccionadas por ella, que les transforman en esos animales de cuatro patas que llenan la isla. ¡Pero tú, hijo mío, guárdate bien de tocar la torta que te presente! ¡Intenta, por el contrario, hacerle tragar a ella un pedazo de la que yo te doy! Luego le harás exactamente lo que ella haya intentado hacer contigo para sus hechicerías, pronunciando sobre ella las mismas palabras que ella haya pronunciado sobre ti. ¡Y de ese modo la convertirás en el animal que te plazca! Y te montarás encima y vendrás a verme. Y entonces sabré yo lo que tengo que hacer". Y después de dar gracias al jeique por el afecto y el interés que le mostraba, Sonrisa-de-Luna le dejó y regresó al palacio de la maga.
Y encontró a Almanakh esperándole en el jardín, sentada ante un mantel puesto y en medio del cual estaba la torta preparada a medianoche. Y al quejársele ella por su ausencia, dijo él: "¡Oh dueña mía! como hacía tiempo que no veía a mi tío, he ido a visitarle; y me ha recibido efusivamente y me ha dado de comer; y entre otras cosas excelentes, me ha dado pasteles tan deliciosos, que no he podido por menos de traerte uno para que lo pruebes".
Y sacó el pequeño envoltorio, desenvolvió el pastel, y la dió a comer un pedazo. Y para no desairarle, Almanakh partió el pastel y cogió un pedazo, tragándoselo. Luego ofreció a su vez del suyo a Sonrisa-de-Luna, quien para no desairarla, cogió un pedazo, pero lo dejó caer por la abertura de su traje, fingiendo que se lo tragaba.
Como creía que realmente habíase tragado el pedazo de pastel, la maga al punto levantóse con viveza, cogió de una pila cercana un poco de agua en el hueco de la mano y le roció con ella, gritándole: "¡Oh joven debilitado, conviértete en asno potente!"
Pero cuál no sería el asombro de la maga al ver que el joven, lejos de transformarse en asno,
se levantaba a su vez y se aproximaba con viveza a la pila, de donde tomó un poco de agua para rociarla con ella, gritándole: "¡Oh pérfida, abandona tu forma humana y conviértete en burra!"
Y en el mismo momento, antes de que tuviese tiempo para volver de su sorpresa, la maga Almanakh quedó convertida en burra. Y Sonrisa-de-Luna montó en ella y se apresuró a ir en busca del jeique Abderrahmán, al cual contó lo que acababa de pasar. Luego le entregó la burra, que se mostraba reacia a ello.
Entonces el jeique puso al pescuezo de la burra Almanakh una cadena doble que sujetó a una anilla de la muralla. Luego dijo a Sonrisa-de-Luna: "Ahora, hijo mío, voy a dedicarme a poner en orden los asuntos de nuestra ciudad, y voy a comenzar por romper el encanto que tiene convertidos a tantos jóvenes en animales de cuatro patas. ¡Pero antes, aunque me cueste mucho trabajo separarme de ti, quiero hacerte regresar a tu reino para que cesen las inquietudes de tu madre y de tus súbditos! ¡Y a tal fin voy a facilitarte el camino más corto!"
Y diciendo estas palabras, el jeique se metió dos dedos entre los labios y lanzó un silbido prolongado y penetrante, y al punto apareció ante él un gran genni de cuatro alas, que se irguió sobre la punta de los pies, y le preguntó por qué motivo le había llamado. Y le dijo el jeique: "¡Oh genni Relámpago! ¡vas a echarte a hombros al rey Sonrisa-de-Luna, que es este que aquí ves, y le transportarás inmediatamente a su palacio de la Ciudad-Blanca!"
Y el genni Relámpago se dobló bajando la cabeza; y después de besar la mano a su libertador el jeique y de haberle dado las gracias, Sonrisa-de-Luna se subió a los hombros de Relámpago, y dejando colgar sus piernas sobre el pecho del genni, se le montó a horcajadas en el cuello. Y el genni se elevó por los aires y voló con la rapidez de la paloma mensajera, haciendo con sus alas un ruido como el de un molino de viento...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 548ª NOCHE
Ella dijo:
". . . haciendo con sus alas un ruido como el de un molino de viento. Y viajó infatigablemente durante un día y una noche, y de aquel modo recorrió un trayecto de seis meses de camino. Y llegó encima de la Ciudad-Blanca, y dejó a Sonrisa-de-Luna en la misma terraza de su palacio. Luego desapareció.
Y Sonrisa-de-Luna, con el corazón derretido al sentir el soplo de la brisa de su patria, se apresuró a bajar al aposento que, desde que desapareció él, habitaba su madre Flor-de-Granada llorando en silencio y llevando en su alma el duelo secretamente para no traicionarse y tentar con ello a los usurpadores. Y levantó la cortina de la sala, en la cual, precisamente, estaba de visita con la reina la vieja abuela Langosta, el rey Saleh y las parientes. Y entró, deseando la paz a la concurrencia, y corrió a arrojarse en brazos de su madre, que al verle cayó desmayada de alegría y de sorpresa. Pero no tardó en recobrar el sentido, y apretando contra su pecho a su hijo, lloró largo tiempo, sacudida por los sollozos, en tanto que sus parientes le besaban los pies y la abuela le tenía cogido de una mano y su tío Saleh de la otra mano. Y así permanecieron con la alegría del regreso, sin poder pronunciar una palabra.
Pero cuando por fin pudieron expansionarse, se contaron mutuamente sus diversas aventuras y bendijeron juntos a Alah el Bienhechor, que así había permitido la salvación y la reunión de todos.
Tras de lo cual, Sonrisa-de-Luna se encaró con su madre y su abuela, y les dijo: "¡Ya no tengo que hacer más que casarme! ¡Y persisto en querer casarme sólo con la princesa Gema, hija de Salamandra! ¡Porque es, en verdad, una verdadera gema como indica su nombre!"
Y contestó la vieja abuela: "Ahora es sencilla la cosa, porque seguimos teniendo prisionero, en su palacio, al padre". Y al punto mandó a buscar a Salamandra, al cual hicieron entrar los esclavos encadenado de manos y pies.
Pero Sonrisa-de-Luna ordenó que le desencadenaran; y en el mismo momento se ejecutó la
orden.
Entonces Sonrisa-de-Luna acercóse a Salamandra, y después de excusarse por haber sido toda la causa de los males que le sobrevinieron, le cogió la mano, besándosela con respeto, y dijo: "¡Oh rey Salamandra! ya no es un intermediario quien te pide que le hagas el honor de tu alianza, sino yo mismo, Sonrisa-de-Luna, rey de la Ciudad-Blanca y del mayor imperio terrestre, quien te besa las manos y te pide en matrimonio a tu hija Gema. Y si no quieres concedérmela, moriré. ¡Y si aceptas, no solamente volverás a ser rey de tu reino, sino que yo mismo seré tu esclavo!"
Al oír estas palabras, Salamandra besó a Sonrisa-de-Luna, y le dijo: "En verdad ¡oh Sonrisa-de-Luna! que ninguno se merece a mi hija mejor que tú. ¡Además, como está ella sometida a mi autoridad, aceptará de buen grado! De modo que mandaré a buscarla en la isla donde está refugiada desde que se me ha desposeído del trono". Y diciendo estas palabras, hizo llegar del mar a un emisario, al cual encargó que fuera inmediatamente en busca de la princesa a la isla y la trajera sin tardanza. Y desapareció el emisario y no tardó en volver con la princesa Gema y su servidora Mirta.
Entonces el rey Salamandra empezó por besar a su hija, luego se la presentó a la vieja reina Langosta y a la reina Flor-de-Granada, y le dijo, mostrándole con el dedo a Sonrisa-de-Luna, que estaba absorto de admiración: "¡Sabe ¡oh hija mía! que te he prometido a este joven rey magnánimo, a este valiente león de Sonrisa-de-Luna, hijo de la reina Flor-de-Granada la marina, pues sin duda es el más hermoso de los hombres de su tiempo, y el más encantador, y el más poderoso, y el más alto de rango y de nobleza entre todos! ¡De modo que me parece hecho para ti y tú hecha para él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 549ª NOCHE
Ella dijo:
"...De modo que me parece hecho para ti, y tú hecha para él!"
Al oír estas palabras de su padre, la princesa Gema bajó los ojos modestamente, y contestó: "¡Tus opiniones ¡oh padre mío! son mi norma de conducta, y tu afecto vigilante es la sombra en que me cobijo! ¡Y puesto que tal es tu deseo, en adelante estará en mis ojos la imagen del que escogiste para mí, en mi boca su nombre, y en mi corazón su morada!"
Cuando las parientes de Sonrisa-de-Luna y las demás damas presentes hubieron oído estas palabras, atronaron el palacio con sus gritos de alegría y sus lu-lúes penetrantes. Después el rey Saleh y Flor-de-Granada mandaron llamar al kadí y a los testigos para extender el contrato de matrimonio del rey Sonrisa-de-Luna y la princesa Gema. Y se celebraron las nupcias con gran pompa y con tal fasto, que durante la ceremonia cambiaron nueve veces de ropa a la recién casada. Por lo demás, saldrían pelos a la lengua antes de poder hablar de ello como es debido. Así, pues, ¡gloria a Alah, que une entre sí las cosas bellas, y no retrasa la alegría más que para otorgar la dicha!
Cuando Schehrazada hubo acabado de contar esta historia, se calló. Entonces exclamó la pequeña Doniazada: "¡Oh hermana mía! ¡qué dulces y amables y sabrosas son tus palabras! ¡Y cuán admirable es esa historia!"
Y el rey Schahriar dijo: "¡Verdaderamente, joh Schehrazada! me enseñaste muchas cosas que ignoraba yo! Porque hasta ahora no supe bien lo que sucede debajo de las aguas. ¡Y me han satisfecho plenamente la historia de Abdalah del Mar y la de Flor-de-Granada! Pero, ¡oh Schehrazada! ¿no sabes alguna historia del todo diabólica?"
Y Schehrazada sonrió, y contestó: "¡Precisamente, ¡oh rey! sé una que voy a contarte en seguida!"
LA VELADA DE INVIERNO DE ISHAK DE MOSSUL