EL PARTERRE FLORIDO DEL INGENIO Y EL JARDIN DE LA GALANTERIA AL-RASCHID Y EL CUÉSCO
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que un día en que el califa Harún Al-Raschid se sentía presa del fastidio y se hallaba en el mismo estado de espíritu en que se halla en este momento Tu Serenidad, salió a pasear por el camino que va de Bagdad a Bassra, llevando en su compañía a su visir Giafar Al-Barmaki, a su copero favorito Abu-Ishak y al poeta Abu-Nowas.
Mientras se paseaban y el califa seguía con la mirada torva y los labios apretados, pasó por el camino un jeique montado en un burro. Entonces el califa se encaró con su visir Giafar, y le dijo: "¡Interroga a ese jeique por el lugar adonde se dirige!" Y Giafar, que desde hacía un momento no sabía qué inventar para distraer al califa, resolvió al punto divertirle a costa del jeique, que iba tranquilamente por su camino, dejando el ronzal suelto sobre el cuello del asno qqe le conducía. Se acercó, pues, al jeique, y le preguntó: "¿Adónde se va, ¡oh venerable!?"
El jeique contestó: "¡A Bagdad, de vuelta de Bassra, que es mi país!" Giafar preguntó: "¿Y a qué obedece un viaje tan largo?" El otro contestó: "¡Por Alah! ; voy en busca de un médico bueno que me recete un colirio para mi ojo!" Giafar dijo: "¡La suerte y la curación están entre las manos de Alah, ¡oh jeique! Pero ¿qué me darás si para evitarte pesquisas y gastos te receto yo mismo aquí un colirio que te cure el ojo en una noche?''
El otro contestó: "¡Sólo Alah podría remunerarte con arreglo a tus méritos!" Entonces Giafar se volvió hacia el califa y hacia Abu-Novas, y les guiñó el ojo; luego dijo al jeique: "Así es, mi buen tío, y no olvides la receta que voy a darte, porque es sencillísima.
Hela aquí: toma tres onzas de soplo de viento, tres onzas de rayos de sol y tres onzas de luz de linterna; lo mezclas todo cuidadosamente en un mortero sin fondo, y durante tres meses lo dejas expuesto al aire libre. Entonces tendrás que machacarlo durante dos o tres meses y verterlo en una escudilla agujereada, que expondrás al viento y al sol durante otros tres meses todavía. Después de hacer esto estará a punto el colirio, no tendrás más que espolvorearte con él el ojo trescientas veces la primera noche, cogiendo para ello tres dedadas grandes cada vez, y te dormirás. ¡Al día siguiente te despertarás curado, si Alah quiere!"
Al oír estas palabras, en prueba de gratitud y de respeto el jeique se puso de bruces encima de su burro delante de Giafar y de repente soltó un detestable cuesco seguido de dos largos follones, y dijo a Giafar:
"Corre ¡oh médico! para recogerlos antes de que se desparramen. Por el momento es la única respuesta que da mi gratitud a tu remedio ventoso; pero ten la seguridad de que apenas me halle de regreso en mi tierra, si Alah quiere, te enviaré como regalo una esclava de trasero tan arrugado como un higo seco, la cual ha de proporcionarte tanto placer que expirará tu alma; y entonces sentirá tu esclava tanto dolor y tanta emoción al llorar sobre tu cadáver ¡que no podrá menos de mearse en tu rostro frío y regar tu barba seca!"
Y el jeique acarició tranquilamente a su asno y siguió su camino, en tanto que el califa se dejaba caer de trasero en el límite de la convulsión y reventaba de risa al ver la cara de su visir, inmóvil y mudo de sorpresa, y Abu-Nowas, que con un gesto paternal fingía felicitarle.
Al oír esta anécdota, se serenó de pronto el rey Schahriar y dijo a Schehrazada: "¡Date prisa, Schehrazada, a contarme aún esta noche una anécdota que sea tan divertida como la anterior, por lo menos!"
Y exclamó la pequeña Doniazada: "¡Oh Schehrazada; hermana mía, cuán dulces y sabrosas son tus palabras!" Entonces, tras una pausa corta, Schehrazada dijo:
EL JOVENZUELO Y SU MAESTRO
Cuentan que el visir Badreddin, gobernador del Yamán, tenía un hermano que era un joven dotado de una belleza tan incomparable, que a su paso volvían la cabeza hombres y mujeres para admirarle y hartarse los ojos de sus encantos. Así es que temeroso de que le sobreviniera alguna aventura considerable, el visir Badr le tenía cuidadosamente alejado de las miradas de los hombres y le impedía que se tratara con los jóvenes de su edad. Como no quería llevarle a la escuela por no poder vigilarle allí lo suficiente, hizo ir a la casa en calidad de maestro a un jeique venerable y piadoso, de costumbres notoriamente castas, y le puso entre sus manos. Y el jeique iba todos los días a ver a su discípulo, con el cual se encerraba algunas horas en una estancia que les había reservado el visir para dar las lecciones.
Al cabo de cierto tiempo, la belleza y los encantos del joven no dejaron de surtir su efecto habitual en el jeique, que acabó por quedar locamente prendado de su discípulo, y al verle sentía cantar a todos los pájaros de su alma que despertaban con sus cánticos cuanto estaba dormido en él.
Así es que sin saber qué hacer para calmar su emoción, decidióse un día a participar al joven la turbación de su alma y le declaró que no podía va pasarse sin su presencia. Entonces, muy conmovido por la emoción de su maestro, le dijo el joven: "¡Ay! bien sabes que tengo las manos atadas y que mi hermano vigila todos mis movimientos". El jeique suspiró, y dijo: "¡Quisiera pasar solo contigo una velada!" El joven contestó: "¡Quién piensa en eso!" Si durante el día me vigilan, ¡qué no será por las noches!" El jeique añadió: "Ya lo sé; pero la terraza de mi casa está contigua y al mismo nivel que la terraza de esta casa en que nos hallamos, y te será fácil, cuando tu hermano se durmiera esta noche, subir sigilosamente allá, donde yo te esperaré y te llevaré conmigo, sin más que saltar la tapia divisoria, a mi terraza, en la que no vendrá nadie a vigilarnos".
El joven aceptó la proposición, diciendo: "Escucho y obedezco!"...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente:
Y el rey Schahriar se dijo: "¡En verdad que no la mataré antes de saber lo que pasó entre ese jovenzuelo y su maestro!”
Y CUANDO LLEGO LA 375ª NOCHE
Dijo Schehrazada:
...El joven aceptó la proposición, y llegada la noche, fingió dormir, y cuando el visir se retiró
a su estancia, subió él a la terraza, donde ya le esperaba el jeique, que en seguida le cogió de la mano y se dio prisa a conducirle a su terraza, en la que ya estaban dispuestas las copas llenas y las frutas. Se sentaron, pues, a la luz de la luna en la esterilla blanca, y con la inspiración propicia en la serenidad de la hermosa noche, se pusieron a cantar y a beber, en tanto que los dulces rayos del astro les iluminaban hasta el éxtasis.
Mientras dejaban transcurrir así el tiempo ellos, el visir Badr pensó, antes de acostarse, ir a ver a su hermano pequeño, y se sorprendió mucho al no encontrarle. Dedicóse a buscarle por toda la casa, y acabó por subir a la terraza y acercarse a la tapia divisoria; vió entonces a su hermano y al jeique con la copa en la mano, cantando sentados uno junto a otro. Pero el jeique también había tenido tiempo de verle avanzar desde lejos, y con un aplomo admirable interrumpió la canción que estaba diciendo, para improvisar estos versos que cantó con el mismo motivo y sin cambiar de tono:
¡Me hace beber un vino mezclado con la saliva de su boca; y el rubí de la copa brilla en sus mejillas, que se coloran a la vez con la púrpura del pudor!
¿Qué nombre le daré? Su hermano se llama ya la Luna Llena de la Religión, y en verdad que nos alumbra como la luna en este momento. ¡Le llamaré, pues, la Luna Llena de la Belleza!
Cuando el visir Badreddin hubo oído estos versos, que contenían la alusión tan delicada con respecto a él, como era discreto y muy galante, y como tampoco veía que ocurriera nada inconveniente, se retiró, diciendo: "¡Por Alah! ¡No seré yo quien turbe su coloquio!" Y los otros dos llegaron a sentir una felicidad perfecta.
Y después de contar esta anécdota, Schehrazada se detuvo un instante, y dijo luego:
EL SACO PRODIGIOSO
Cuentan que el califa Harún Al-Raschid, atormentado una noche por uno de sus frecuentes insomnios, llamó a Giafar, su visir, y le dijo: "¡Oh Giafar! esta noche tengo extremadamente oprimido el pecho por el insomnio, y anhelo mucho ver cómo te arreglas para dilatármelo!"
Giafar contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! tengo un amigo llamado Alí el Persa, que posee en su alforja una porción de historias deliciosas a propósito para borrar las penas más tenaces y calmar los humores irritados!"
Al-Raschid contestó: "¡Venga, pues, a mi presencia al instante tu amigo!" Y Giafar le puso enseguida entre las manos del califa, que le hizo sentarse y le dijo: "¡Escucha, Alí! Me han dicho que sabes historias capaces de disipar la pena y el fastidio, y hasta de procuràr el sueño a quien sufre insomnio. ¡Deseo de ti una de esas historias!" Alí el Persa contestó: "¡Escucho y obedezco, oh Emir de los Creyentes! ¡Pero no sé si debo contarte algo que haya oído con mis oídos o algo que haya visto con mis ojos!" Al-Raschid dijo: "¡Prefiero una historia en que tú mismo intervengas!"
Entonces dijo Alí el Persa:
"Un día estaba yo sentado en mi tienda vendiendo y comprando, cuando llegó un kurdo para ajustar conmigo algunos objetos; pero de pronto se apoderó de un saquito que había delante de mí, y sin tomarse el trabajo de ocultarlo quiso llevárselo, como si le perteneciese absolutamente desde que nació. Entonces me planté en la calle de un salto, le agarré por el faldón de su traje y le insté a que me devolviera mi saco; pero se encogió de hombros, y me dijo: "¡Pero si este saco me pertenece con todo lo que tiene!"
Entonces grité en el límite de la sofocación: "¡Oh musulmanes, salvad de las manos de ese descreído lo que es mío!" Al oír mis gritos, todo el zoco se agrupó a nuestro alrededor, y los mercaderes me aconsejaron que fuese a quejarme al kadí en el instante. Acepté y me ayudaron a arrastrar a casa del kadí al kurdo que me robó mi saco.
Cuando estuvimos en presencia del kadí, nos mantuvimos de pie respetuosamente entre sus manos, y empezó por preguntarnos él: "¿Quién de vosotros es el querellante y de quién se querella?"
Entonces el kurdo, sin darme tiempo para abrir la boca, se adelantó algunos pasos y contestó: "¡Dé Alah su apoyo a nuestro amo el kadí! Este saco que tengo es mi saco, y me pertenece todo lo que contiene. ¡Lo había perdido y acabo de encontrarlo delante de este hombre!"
El kadí le preguntó: "¿Cuándo lo perdiste?" El otro contestó: "¡Durante el día de ayer, y su pérdida me impidió dormir toda la noche!" El kadí le dijo: "¡En ese caso, enumérame los objetos que contiene!"
Entonces, sin dudar un instante, contestó el kurdo: "En mi saco ¡oh nuestro amo el kadí! hay dos frascos de cristal llenos de kohl, dos varillas de plata para extender el kohl, un pañuelo, dos vasos de limonada con el borde dorado, dos antorchas, ojos cucharas, un almohadón, dos tapetes para mesa de juego, dos pucheros con agua, dos azafates, una bandeja, un a marmita, un depósito de agua de barro cocido; un cazo de cocina, una aguja de hacer calceta, dos sacos con provisiones, una gata preñada, dos perras, una escudilla con arroz, dos burros, dos literas para mujer, un traje de paño, dos pellizas, una vaca, dos becerros, una oveja con dos corderos, una camella y dos camellitos, dos dromedarios de carrera con sus hembras, un búfalo y dos bueyes, una leona y dos leones, una osa, dos zorros, un diván, dos camas, un palacio con dos salones de recepción, dos tiendas de campaña de tela verde, dos doseles, una cocina con dos puertas, y una asamblea de kurdos de mi especie dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco".
Entonces se encaró conmigo el kadí y me preguntó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 376ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Entonces se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Y qué tienes tú que contestar?"
Yo ¡oh Emir de los Creyentes! estaba estupefacto con todo aquello.
Sin embargo, avancé un poco y contesté: "¡Eleve y honre Alah a nuestro amo el kadí! ¡Yo bien sé que en mi saco solamente hay un pabellón en ruinas, una casa sin cocina, un albergue para perros, una escuela de adultos, unos jóvenes que juegan a los dados, una guarida de salteadores, un ejército con sus jefes, la ciudad de Bassra y la ciudad de Bagdad, el palacio antiguo del emir Scheddad ben-Aad, un horno de herrero, una caña de pescar, una cayada de pastor, cinco buenos mozos, doce jóvenes intactas, y mil conductores de caravanas dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!"
Cuando el kurdo hubo oído mi respuesta, rompió a llorar y a sollozar, y luego exclamó con la voz entrecortada por las lágrimas: "¡Oh nuestro amo el kadí! este saco que me pertenece es conocido y reconocido, y todo el inundo sabe que es de mi propiedad. ¡Encierra, además, dos ciudades fortificadas y diez torres, dos alambiques de alquimista, cuatro jugadores de ajedrez, una yegua y dos potros, un semental y dos jacas, dos lanzas largas, dos liebres, un mozo experto y dos mediadores, un ciego y dos clarividentes, un cojo y dos paralíticos, un capitán marino, un navío con sus marineros, un sacerdote cristiano y dos diáconos, un patriarca y dos frailes y por último, un kadí y dos testigos dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!"
Al oír estas palábras se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Qué tienes que contestar a todo eso?"
Yo ¡oh Emir de los Creyentes! me sentía cargado de rabia hasta las narices. Me adelanté, no obstante, algunos pasos y contesté con toda la calma de que era capaz: "¡Alah esclarezca y consolide el juicio de nuestro amo el kadí! ¡Debo añadir que en este saco hay, además, medicamentos contra el dolor de cabeza, filtros v hechizos, cotas de malla y armarios llenos de armas, mil carneros destinados a luchar a cornadas, un parque con ganados, hombres dados a las mujeres, aficionados a los muchachos, jardines llenos de árboles y de flores, viñas cargadas de uvas, manzanas e higos, sombras y fantasmas, frascos y copas, recién casados con todo el séquito de su boda, gritos y chistes, doce cuescos vergonzosos, y otros tantos follones sin olor, amigos sentados en una pradera, banderas y pendones, una casada saliendo del hammam, veinte cantarinas, cinco hermosas esclavas abisinias, tres indias, cuatro griegas, cincuenta turcas, setenta persas, cuarenta cachemirenses, ochenta kurdas, otras tantas chinas, noventa georginas, todo el país del Irak, el Paraíso terrenal, dos establos, una mezquita, varios hammams, cien mercaderes, una tabIa de madera, un clavo, un negro que toca el clarinete, mil dinares, veinte cajones llenos de tela, veinte danzarinas, cincuenta almacenes, la ciudad de Kufa, la ciudad de Gasa, Damieta, Assuán, el palacio de Khoshú -Anuschriván y el de Soleimán; todas las comarcas situadas entre Balkh e Ispahán, las Indias y el Sudán, Bagdad y el Khorassán; contiene, además -¡ Alah persevere los días de nuestro amo el kadí!- una mortaja, un ataúd y una navaja de afeitar para
La barba del kadí, si el kadí no quisiera reconocer mis derechos y sentencias que este saco es mi saco!"
Cuando el kadí hubo oído todo aquello, nos miró y me dijo: "¡Por Alah, o sois dos bribones que os burláis de la ley y de su representante, o este saco debe ser un abismo sin fondo o el propio Valle del Día del Juicio!"
Y para comprobar mis palabras hizo al punto el kadí que se abriera el saco ante testigos. ¡Contenía unas cáscaras de naranjas y unos huesos de aceitunas!
Entonces, pasmado hasta el límite del pasmo, declaré al kadí que aquel saco pertenecía al kurdo, pero que el mío había desaparecido, y me marché”.
Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo escuchado esta historia, le tiró de espalda la fuerza explosiva de su risa, e hizo un magnífico regalo a Alí el Persa. ¡Y aquella noche durmió con un profundo sueño hasta por la mañana!
Luego añadió Schehrazada: "Pero no creas ¡oh rey afortunado! que es menos deliciosa esta anécdota que aquella otra en que Al-Raschid se encuentra en un apurado caso de amor". Y preguntó el rey Schahriar: "¿Qué anécdota es esa que no conozco?"
Entonces Schehrazada dijo:
AL-RASCHID, JUSTICIERO DE AMOR
Cuentan que una noche en que Harún Al-Raschid estaba acostado entre dos hermosas jóvenes que le gustaban por igual, y de las cuales una era de Medina y otra de Kufa, no quería expresar con la terminación final su preferencia por una en detrimento de la otra. Debía, pues, alcanzar tal premio la que hiciera más méritos para ello. Así es que la esclava de Medina empezó por cogerle de las manos y se puso a acariciarle dulcemente, en tanto que la de Kufa, echada un poco más abajo, le frotaba los pies, aprovechándose de la ocasión para deslizar su mano hasta la mercancía de más arriba y sopesarla de cuando en cuando.
Bajo la influencia de este tanteo delicado, la mercancía empezó de pronto a aumentar de peso considerablemente. Entonces se apresuró a apoderarse de ella la esclava de Kufa, y trayéndola toda hacia sí, la ocultó entre sus manos; pero la esclava de Medina, le dijo: "¡Ya veo que guardas el capital para ti sola y no piensas dejarme siquiera los intereses!"
Y con un ademán rápido rechazó a su rival y se apoderó del capital a su vez, oprimiéndole
cuidadosamente con las manos.
Entonces la esclava defraudada, que estaba muy versada en el conocimiento de las tradiciones del Profeta, dijo a la esclava de Medina: "Yo soy quien debe tener derecho al capital, en virtud de estas palabras del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!): "¡Quien hace revivir una tierra muerta, se convierte en su único propietario!"
Pero la esclava de Medina, que no cedía la mercancía, no estaba menos versada en la Suma que su rival de Kufa, y le contestó al punto: "El capital me pertenece en virtud de estas palabras del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) que nos fueron conservadas y transmitidas por Sofián: "¡La casa pertenece, no a quien la levanta, sino a quien le da alcance!"
Cuando oyó estas citas el califa, le parecieron tan justas, que satisfizo por igual a ambas jóvenes aquella noche.
Luego añadió Schehrazada: "Pero ninguna de estas anécdotas ¡oh rey afortunado! vale tanto como aquella en que dos mujeres discuten para saber si en amor conviene dar la preferencia al joven o al hombre maduro.
¿PARA QUIEN LA PREFERENCIA?
¿PARA EL JOVEN O PARA EL HOMBRE MADURO?
La anécdota siguiente nos la relata Abul-Afina. Dice.
"Un día había yo subido a mi terraza para tomar el aire, cuando oí una conversación de mujeres en la terraza contigua. Las que así charlaban eran dos esposas de mi vecino, cada una de las cuales tenía un amante que la contentaba como no lo hacía el esposo viejo e impotente. Pero el amante de una era un hermoso joven de lo más tierno aún y con las mejillas sonrosadas e imberbes, y el amante de la otra era un hombre maduro y peludo; de barba compacta y espesa. Y he aquí que sin saber que las escuchaban, mis dos vecinas discutían precisamente acerca de los méritos respectivos de sus enamorados. Decía una...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 377ª NOCHE
Ella dijo:
... Decía una: "¡Oh hermana mía! ¿cómo puedes soportar la rudeza de la barba de tu amante cuando, al besarte, te frota con ella los senos y las espinas de su bigote rozan las mejillas y los labios? ¿Qué haces para que no te lastime y desgarre la piel cruelmente cada vez? Créeme, hermana mía; cambia de enamorado y haz lo que yo; búscate a un joven con un ligero vello en las mejillas deseables cual una fruta, con una carne delicada que se derrita en tu boca durante el beso. ¡Por Alah, que ya sabrá él compensar a tu lado su falta de barba con muchas otras cosas llenas de sabor!"
Al oír estas palabras, le contestó su compañera: "¡Qué tonta eres, hermana mía, y cómo careces de finura y buen sentido! ¿Acaso no sabes que el árbol sólo resulta hermoso cuando está lleno de hojas, y el cohombro sólo resulta sabroso con su pelusa y con todas sus asperezas? ;Hay en el mundo algo más feo que un hombre imberbe v calvo como una cotufa? Has de saber que la barba y el bigote son para el hombre lo que para las mujeres son las trenzas de pelo. ¡Y tan notorio es, que Alah el Altísimo (¡glorificado sea!) creó en el cielo especialmente a un ángel que no tiene otra ocupación que la de cantar alabanzas al Creador por haber dado barba a los hombres y dotado de cabellos largos a las mujeres! ¿A qué me hablas, pues, de elegir como enamorado a un joven imberbe? ¿Crees que consentiría yo en tenderme debajo de quien apenas se pone encima piensa en quitarse, apenas está en tensión piensa en aflojarse, apenas se une piensa en desatar el nudo, apenas se halla en su sitio piensa en abandonarlo, apenas adquiere consistencia piensa en derretirse, apenas erigido piensa en derruirse, apenas enlazado piensa en desligarse, apenas pegado piensa en despegarse, y apenas en funciones piensa en ceder? ¡Desengáñate, pobre hermana mía! ¡Nunca abandonaré al hombre que no se separa de la, que enlaza, que cuando entra permanece en su sitio, cuando se vacía se llena otra vez, cuando acaba recomienza, cuando se mueve es excelente, cuando funciona es superior, cuando da es generoso y cuando empuja perfora!"
Al oír tal explicación, exclamó la mujer que tenía el amante imberbe: "¡Por el Dueño de la Kaaba santa, ¡oh hermana mía! que me hiciste entrar en ganas de probar al hombre barbudo!
Luego, tras una corta pausa, dijo seguidamente Schehrazada:
EL PRECIO DE LOS COHOMBROS
Un día en que el emir Moinben-Zaida iba de caza, se encontró con un árabe que volvía del desierto montado en su borrico. Se puso delante de él, y después de las zalemas consiguientes, le preguntó: "¿Adónde vas, hermano árabe, y qué llevas envuelto tan cuidadosamente en ese saquito?" El árabe contestó: "Voy en busca del emir Moinben para llevarle estos cohombros tempranos que ha dado la primera recolección de mis tierras. Como se trata del hombre más generoso que se conoce, estoy seguro que me pagará mis cohombros a un precio digno de su esplendidez". El emir Moinben, a quien el árabe no había visto hasta entonces, le preguntó: "¿Y cuánto esperas que te dé por esos cohombros el emir Moinben?" El árabe contestó: "¡Mil dinares de oro, por lo menos!" El emir preguntó: "¿Y si te dice que eso es mucho?" El otro contestó: "¡No le pediré más que quinientos!" - "¿Y si te dice que es mucho?" - "¡Cincuenta!" - "Y si te dice que es mucho?" - "¡Treinta! - "Y si te dice todavía que es mucho?" - "¡Oh! ¡Entonces meteré mi borrico en su harem y me daré a la fuga con las manos vacías!"
Al oír estas palabras, Moinben se echó a reír y espoleó a su caballo para reunirse con su séquito y entrar enseguida en su palacio, donde dió orden a sus esclavos y a su chambelán para que dejaran entrar al árabe con sus cohombros.
Así es que cuando una hora más tarde llegó el árabe al palacio, el chambelán se apresuró a conducirle a la sala de recepción, donde le esperaba el emir Moinben sentado majestuosamente en medio de la pompa de la corte y rodeado por sus guardias, que ostentaban la espada desnuda en la mano. Y he aquí que el árabe estuvo muy lejos de reconocer en él al jinete que había encontrado en el camino y con el saco de cohombros en las manos esperó, después de las zalemas, a que el emir le interrogara.
El emir le preguntó: "¿Qué me traes en ese saco, hermano árabe?" El otro contestó: "¡Confiando en la esplendidez de nuestro dueño el emir, le traigo los primeros cohombros tempranos que nacieron en mi campo!" - "¡Qué inspiración tan buena! ¿Y en cuánto estimas mi esplendidez?" - "¡En mil dinares!" - "¡Es mucho!" - "¡En trescientos!" "¡Es mucho!" - "¡En ciento!" - "¡Es mucho!" - "¡En cincuenta!" - "¡Es mucho!" - "¡En treinta, entonces!" - ¡También es mucho!" Entonces exclamó el árabe: "¡Por Alah, que fué de real augurio el encuentro que tuve antes cuando vi en el desierto aquel rostro de brea! ¡No, por Alah, ¡oh emir! no puedo dar mis cohombros en menos de treinta dinares!'"
Al oír estas palabras, sonrió sin contestar el emir Moinben. Entonces le miró el árabe, y al darse cuenta de que el hombre con quien se encontró en el desierto, no era otro que el propio emir Moinben dijo:
"¡Por Alah, oh mi amo! haz que traigan los treinta dinares, porque tengo el borrico atado ahí a la puerta!" A estas palabras, el emir Moinben rompió a reír de tal manera, que se cayó de trasero; e hizo llamar a su intendente y le dijo: "¡Es preciso contar inmediatamente mil dinares primero, luego quinientos, luego trescientos, luego ciento, luego cincuenta, y por último, treinta, para dárselos a este hermano árabe con objeto de que se decida a dejar atado donde está a su borrico!" Y el árabe llegó al límite de la estupefacción al recibir mil novecientos ochenta dinares por un saco de cohombros. ¡Tanta era la esplendidez del emir Moinben! ¡Sea por siempre con todos ellos la misericordia de Alah!
Después dijo Schehrazada:
CABELLOS BLANCOS
Cuenta Aba-Suwaid:
"Un día entré en un huerto para comprar fruta, y he aquí que desde lejos vi sentada a la sombra de un albaricoquero a una mujer peinándose. Cuando me acerqué a ella, noté que era vieja y que estaban blancos sus cabellos; pero su rostro resultaba perfectamente gentil y su tez fresca y deliciosa. Al ver que me acercaba a ella no hizo ningún movimiento para taparse el rostro ni ningún ademán para cubrirse la cabeza, y continuó, sonriendo, en su tarea de alisarse los cabellos con su peine, que era de marfil. Me paré enfrente de ella, y después de las zalemas, le dije: "¡Oh vieja de edad, pero joven de rostro! ¿Por qué no te tiñes los cabellos y parecerías entonces una joven de verdad? ¿A qué obedece el que no lo hagas? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 378ª NOCHE
Ella dijo:
"¿ ... A qué obedece el que no lo hagas?"
Levantó entonces ella la cabeza, me miró con los ojos muy abiertos, y me contestó con los versos siguientes:
¡Teñidos estuvieron antaño, pero desapareció su color y les queda el tiempo!
;Para qué teñirlos ahora, si cuando quiero puedo balancear mi grupa fastuosamente, y hacérmelo meter a capricho por delante o por detrás?
Y dijo luego Schehrazada:
LA CUESTION ZANJADA
Cuentan que el visir Giafar recibió en su casa una noche al califa Harún Al-Raschid y no escatimó nada para divertirle agradablemente. De pronto dijo el califa: "Giafar, he sabido que compraste para ti una esclava muy bella, en la que había puesto los ojos yo y que quise comprar para mí mismo. ¡Deseo, pues, que me la cedas por el precio que te convenga!" Giafar contestó: "No tengo la menor intención de venderla, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Entonces, ofrécemela como regalo!" Giafar contestó: "Tampoco tengo esa intención, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Entonces frunció las cejas Al-Raschid y exclamó: "¡Juro por los tres juramentos' que al instante me divorciaré de mi esposa Sett Zobeida, si no quieres consentir en venderme la esclava o en cedérmela!" Giafar contestó: "¡Juro por los tres juramentos que al instante me divorciaré de mi esposa, madre de mis hijos, si consiento en venderte la esclava o en cedértela!" (Ver la historia del desligador en Grano de Belleza Tomo 2)
Cuando hubieron hecho tal juramento ambos, comprendieron de pronto que habían ido demasiado lejos, cegados por los vapores del vino, y de común acuerdo se preguntaron qué medio emplearían para salir del apuro. Después de algunos instantes de perplejidad y reflexión, dijo Al-Raschid: "¡Para salir de este trance tan apurado, no tenemos más remedio que recurrir a las luces del kadí Abi-Yussuf, que tan versado está en la jurisprudencia del divorcio!" Enviaron a buscarle en seguida, y Abi-Yussuf pensó: "Cuando el califa envía a buscarme a media noche, es porque en el Islam ocurre algún acontecimiento muy grave!" Luego salió de su casa a toda prisa, aparejó su mula, y dijo a su esclavo, que iba detrás de la mula: "¡Llévate el saco de forraje del animal, que no ha terminado su ración todavía, y no te olvides de colgárselo de la cabeza a nuestra llegada, para que siga comiendo!"
Cuando entró en la sala donde le esperaban el califa y Giafar, el califa se levantó en honor suyo y le hizo sentarse a su lado, privilegio que no concedía nunca más que a Abi-Yussuf. Luego le dijo: "¡Te he llamado para un asunto de la mayor gravedad!" Y le explicó cl caso. Entonces dijo Abi-Yussuf: "¡Pero si la solución es la cosa más sencilla del mundo!" Se encaró entonces con Giafar, y le dijo: "¡No tienes más que vender al califa media esclava y regalarle la otra media!"
Esta solución entusiasmó en extremo al califa, que admiró toda su sutileza, porque a ambos los desligaba de su juramento, haciéndole beneficiarse con la esclava que anhelaba. Llamaron, pues, a la esclava, y dijo el califa: "No puedo esperar a que pase el tiempo reglamentario para la liberación definitiva que me permite tomar la esclava a su primer amo. Es preciso, pues, ¡oh Abi-Yussuf ! que des también con el medio de lograr inmediatamente esa liberación". Abi-Yussuf contestó: "¡La cosa es todavía más fácil! ¡Que hagan venir a un mameluco joven!" Al punto hicieron ir al mameluco en cuestión, y dijo Abi-Yussuf: "Para que sea lícita esta liberación inmediata, es necesario que la esclava esté casada legítimamente. ¡Voy, pues a dársela en matrimonio a este mameluco, quien mediante una retribución se divorciará de ella antes de tocarla! Y solamente ¡oh Emir de los Creyentes! podrá pertenecerte como concubina la esclava". Y se encaró con el mameluco y le dijo: "¿Aceptas como esposa legítima esta esclava?" El otro contestó:, "¡La acepto!" Entonces le dijo el kadí: "¡Ya estás casado! ¡He aquí ahora mil dinares para ti! ¡Divórciate de ella!" El mameluco contestó: "Ya que me casé legítimamente, quiero permanecer casado, porque me gusta la esclava! "
Al oír esta respuesta del mameluco, el califa frunció las cejas con cólera, y dijo al kadí: "¡Por el honor de mis antepasados, que la solución que buscaste va a llevarte a la horca!" Pero Abi-Yussuf dijo sonriendo: "¡No se preocupe nuestro dueño el califa de la respuesta de este mameluco, y convénzase de que es más fácil que nunca la solución ahora!"
Luego añadió: "Solamente has de permitirme ¡oh Emir de los Creyentes! que me conduzca con este mameluco como si fuera un esclavo mío". El califa le dijo: "¡Te lo permito! ¡Es tu esclavo y tu propiedad!" Entonces Abi-Yussuf se encaró con la joven y le dijo: "¡Te regalo este mameluco y te lo doy como esclavo comprado! ¿Le aceptas así?" Ella contestó: "¡Le acepto!" Abi-Yussuf exclamó: "En ese caso, queda anulado el matrimonio que acaba de contraer contigo. ¡Y ya estás desligada de él! ¡Así lo ordena la ley del matrimonio! ¡He sentenciado!"
Al oír esta sentencia, Al-Raschid se irguió sobre ambos pies y exclamó en el límite de la admiración: "¡Oh Abi-Yussuf, no tienes par en el Islam!" E hizo que le entregaran una gran bandeja llena de oro y le rogó que la aceptase. El kadí dió las gracias al califa; pero no supo como llevar consigo todo aquel oro. De pronto se acordó del saco de la mula, en el que cabía un celemín, y tras de mandar por él vació todo el oro de la bandeja y se marchó.
Esta anécdota nos demuestra que el estudio de la jurisprudencia hace ricos a los hombres. ¡Sea, pues, con todos ellos la misericordia de Alah!"
Luego dijo Schehrazada:
ABÙ- NOWAS Y EL BAÑO DE SETT ZOBEIDA
Cuentan que el califa Harún Al-Kaschid, que amaba con un amor extremado a su esposa y prima Sett Zobeida, había hecho construir, en un jardín reservado para ella sola, un estanque de agua rodeado por un bosquecillo de árboles frondosos, donde podía bañarse sin exponerse nunca a las miradas de los hombres y a los rayos del sol, pues el folaje era impenetrable.
Y he aquí que un día en que hacía mucho calor, Sett Zobeida fue al bosquecillo completamente sola, se desnudó del todo al borde del cstanque y se metió en el agua. Pero no sumergió más que sus piernas hasta las rodillas, porque la daba miedo el escalofrío que produce el agua al sumergirse de una vez y, además, porque no sabía nadar. Pero con un jarro que había traído se vertía en los hombros agua poco a poco, estremeciéndose con la caricia húmeda de su frescura.
El califa, que la había visto encaminarse al estanque, la siguió sigilosamente, y amortiguando sus pisadas, llegó cuando ella estaba ya desnuda. A través de las hojas, se puso él a observar y admirar la desnudez de su esposa, blanca sobre el agua. Como tenía la mano apoyada en una rama, la rama rechinó de pronto, y Sett Zobeida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la
Y CUANDO LLEGO LA 379ª NOCHE
Ella dijo:
... la rama rechinó de pronto y Sett Zobeida se volvió asustada, llevándose las dos manos
a su historia, para sustraerla a las miradas, con un gesto instintivo. Por cierto, que la historia de Sett Zobeida era cosa tan considerable, que podían ocultarla más que a medias las dos manos;
y era aquélla historia tan gruesa y tan escurridiza, que Sett Zobeida no logró retenerla, y se le escapó por entre los dedos y apareció en toda su gloria a la vista del califa.
Al-Raschid, que hasta entonces nunca tuvo ocasión de observar al aire libre y al natural la historia de su prima, quedó maravillado y a la vez estupefacto de su enormidad y de su fastuosidad, y se apresuró a alejarse furtivamente como había venido. Pero aquel espectáculo despertó la inspiración en él, que se sintió dispuesto a improvisar. Siguiendo un ritmo ligero, empezó por componer el verso siguiente:
¡En el baño vi la plata cándida!...
Pero en vano siguió torturándose el espíritu para construir otros ritmos, porque no sólo no consiguió acabar el poema, sino que ni siquiera hizo otro verso que rimase; y se puso muy triste, y sudaba repitiendo ¡En el baño vi la plata cándida!... y no salía del apuro. Entonces se decidió a llamar al poeta Abu-Nowas, y le dijo: "Vamos a ver si compones un poema corto cuyo primer verso sea: ¡En el baño vi la plata cándida!..." Entonces Abu-Nowas, que también había merodeado por los alrededores del estanque y observado toda la escena consabida, contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y ante la estupefacción del califa, improvisó enseguida los siguientes versos:
¡En el baño vi la plata cándida, y mis ojos se embriagaron de leche!
¡Una gacela cautivó mi alma a la sombra de sus caderas mientras su historia se escurría entre sus dedos juntos!
¡Oh! ¿Por qué no pude convertirme en onda para acariciar aquella delicada historia escurridiza, o convertirme en pez durante una hora o dos?
El califa no intentó averiguar cómo se había arreglado Abu-Nowas para dar a sus versos una significación tan exacta, y le recompensó espléndidamente para demostrarle su satisfacción.
Luego añadió Schehrazada: "Pero no creas ¡oh rey afortunado! que esta sutileza de ingenio de Abu-Nowas era menos admirable que su encantadora improvisación en la anécdota que vas a oír:
ABU-NOWAS IMPROVISA
Presa de un insomnio tenaz, el califa Harún Al-Raschid se paseaba una noche por las galerías de su palacio, cuando se encontró con una de sus esclavas, a la cual amaba en extremo, que se dirigía al pabellón reservado para ella. La siguió y penetró en el pabellón detrás de la joven. La cogió entonces en brazos y se puso a acariciarla y a juguetear con ella de tal modo, que cayó el velo que la envolvía y la túnica también se escurrió de sus hombros.
Al ver aquello, se encendió el deseo en el alma del califa, que al instante quiso poseer a su bella esclava; pero se excusó ella diciendo: "Por favor, ¡oh Emir de los Creyentes! dejemos la cosa para mañana, porque no esperaba el honor de tu visita y no estoy preparada. ¡Pero mañana, si Alah quiere, me encontrarás toda perfumada, y embalsamarán la cama mis jazmines!" Entonces no insistió Al-Raschid y volvió a pasearse.
Al día siguiente, a la misma hora, envió a Massrur, jefe de sus eunucos, para que previniera a la joven de su visita proyectada. Pero precisamente la joven había tenido durante el día un principio de fatiga, y como se sentía floja y peor dispuesta que nunca, se limitó a citar por toda respuesta a Massrur, que la recordaba su promesa de la víspera, este proverbio: "¡El día borra las palabras de la noche!"
En el momento en que Massrur transmitía al califa las palabras de la joven, entraron los poetas Abu-Nowas, El-Rakaschi y Abu-Mossab. Y el califa se encaró con ellos y les dijo: "Improvisadme al instante cada uno de vosotros algunos ritmos donde se pongan en juego estas frases:
Entonces dijo primeramente El-Rakaschi:
¡Guárdate, corazón mío, de una hermosa niña inflexible que no gusta de hacer ni recibir visitas, que promete una cita sin acudir a ella, y se excusa diciendo: "¡El día borra las palabras de la noche!"
Luego se adelantó Abu-Mossab, y dijo:
¡A toda velocidad vuela mi corazón, y ella se burla de su ardor! ¡Mis ojos lloran, y se abrasan de deseo por ella mis entrañas; pero ella se limita a sonreír! Y si la recuerdo su promesa, me responde: "¡El día borra las palabras de la noche!"
Abu-Nowas se adelantó el último, y dijo
¡Oh, cuán linda estaba en su turbación aquella noche, y qué encanto tenía su resistencia!
¡El viento embriagado de la noche balanceaba lentamente la rama de su talle y su pesada grupa ondulante, y también plegábase su busto, en el que apuntaban las dos leves granadas de sus senos!
¡Con jugueteos amables, con caricias enardecidas, hice escurrirse el velo que ostentaba, y de sus hombros ¡oh redondez de perlas! se escurrió la túnica también!
¡Y apareció medio desnuda entonces, surgiendo de la ropa que la rodeaba cual surge de su cáliz una flor!
¡Como la noche corría ante nosotros su cortina de sombras, quise ser más audaz a la sazón; y le dije: ¡Coronemos el acto!"
Pero ella contestó: "¡Mañana seguiremos!"
Fuí a ella al día siguiente, y le dije: "¡Cumple tu promesa!" Se echó a reír y me contestó: "¡El día borra las palabras de la noche!"
Al oír tan diversas improvisaciones, Al-Raschid hizo que dieran una gruesa suma de plata a cada uno de los poetas, exceptuando a AbuNowas, a quien ordenó que condenaran a muerte al instante, exclamando: "¡Por Alah, tú estás de acuerdo con esa joven! De no ser así, ¿cómo pudiste hacer una descripción tan exacta de una escena que presencié yo solo?"
Abu-Nowas se echó a reír y contestó: "¡Nuestro dueño el califa olvida que el verdadero poeta sabe adivinar en lo que se le dice aquello que se le oculta! Y por cierto que nos pintó excelentemente el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) cuando dijo hablando de nosotros:
"Los poetas van como insensatos por todos los caminos. ¡Sólo les guían su inspiración y el demonio! ¡Cuentan y dicen cosas que no hacen!"
Ante tales palabras, no quiso Al-Raschid profundizar más en este misterio y después de perdonar a Abu-Nowas, le dió una suma doble de la recibida por los otros poetas.
Cuando el rey Schahriar hubo oído esta anécdota, exclamó: "¡No, por Alah! no sería yo quien perdonase a ese Abu-Nowas, y habría profundizado en aquel misterio y hubiera hecho que cortaran la cabeza a ese pillo! ¡No quiero, Schehrazada, que me hables más de ese canalla que no respetaba a califas ni a leyes! ¿Lo oyes bien?"
Y dijo Rchehrazada: "Entonces ¡oh rey afortunado! voy a contarle la anécdota del asno.
EL ASNO
Un día, un buen hombre entre esos hombres que parecen llamados a que se burlen de ellos los demás, iba por el zoco llevando detrás de él a su asno atado con una sencilla cuerda que servía de cabestro al animal. Le divisó un ladrón muy experimentado, y resolvió robarle el asno. Participó su proyecto a uno de sus compañeros, que hubo de preguntarle: "¿Pero cómo te vas a arreglar para no llamar la atención del hombre?" El otro contestó: "¡Sígueme y ya verás!..."
En ese momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 380ª NOCHE
Ella dijo:
". ..¡Sígueme y ya verás!" Se acercó entonces por detrás al hombre, y con mucho cuidado quitó el cabestro al asno, se lo puso él mismo, sin que el hombre notase el cambio, y echó a andar como una acémila, mientras su compañero se alejaba con el asno que habían libertado.
Cuando estuvo seguro el ladrón de que el burro iba ya lejos, detuvo su marcha bruscamente, y sin volverse, intentó el hombre obligarle a marchar, tirando de él. Pero al sentir aquella resistencia, se volvió para regañar al borrico, y vió sujeto con el cabestro al ladrón en lugar del animal y mirándole con aspecto humilde y ojos implorantes. Se quedó tan estupefacto, que permaneció inmóvil frente al ladrón; y al cabo de un momento, pudo por fin articular algunas sílabas y preguntar: "¿Quién eres?" El ladrón exclamó con voz lacrimosa: "¡Soy tu asno, oh amo mío! ¡Pero mi historia es asombrosa! Porque has de saber que en mi juventud era yo un bribón dado a toda clase de vicios vergonzosos. Un día entré completamente borracho y repugnante en casa de mi madre, la cual, al verme, sin poder dominar su ira, me colmó de reproches y quiso echarme de la casa. Pero yo la rechacé y hasta la pegué, influido por mi borrachera. Entonces, indignada ante mi conducta para con ella, mi madre me maldijo, y el efecto de su maldión fué variar repentinamente mi forma y convertirme en borrico. A la sazón ¡oh amo mío! me compraste por cinco dinares en el zoco de los burros, v me has tenido todo este tiempo, y te he servido como animal carga, y me pinchabas en la grupa cuando, rendido ya, me negaba a andar, y lanzabas contra mí mil juramentos que no me atreveré repetir nunca. ¡Eso es todo! ¡Y no podía yo quejarme porque me faltaba el don de la palabra, y lo más que hacía a veces, aunque raramente, era recurrir al cuesco para reemplazar así el lenguaje que carecía. Por último, sin duda ha debido recordarme con agrado hoy mi madre, y debió entrar la piedad en su corazón e incitarla a implorar para mí la misericordia del Altísimo. ¡Porque indudablemente obedece esta misericordia el que ahora haya yo vuelto a mi primitiva forma humana, oh amo mío!"
Al oír estas palabras, exclamó el pobre hombre: "¡Oh semejante mío, perdóname mis yerros para contigo, ¡por Alah sobre ti! y olvida los malos tratos que te hice sufrir sin darme cuenta! ¡No hay recurso más que en Alah!" Y se apresuró a quitar el ronzal que sujetaba al ladrón, y se fue muy arrepentido a su casa, donde pasó la noche sin poder pegar los ojos de tantos remordimientos y pena como sentía.
Algunos días después, fué el pobre hombre al zoco de los burros para comprarse otro asno; ¡y cuál no sería su sorpresa al encontrar en el mercado a su primer borrico con el aspecto que tenía antes de transformación! Y pensó: "¡Sin duda debió el bribón cometer ya algún otro delito!" Y se acercó al asno, que se había puesto a rebuznar al reconocerle, se inclinó a su oreja y le dijo con todas sus fuerzas: "¡Oh bribón incorregible! has debido ultrajar y pegar otra vez tu madre para transformarte de nuevo en borrico! ¡Pero ¡por Alah! No seré yo quien vuelva a comprarte!" Y le escupió furioso en la cara, y se fue a comprar otro asno notoriamente conocido como hijo de padre y madre pertenecientes a la especie de los asnos.
Y Schehrazada dijo todavía aquella noche:
EL FLAGRANTE DELITO DE SETT ZOBEIDA
Cuentan que el Comendador de los Creyentes, Harún Al-Raschid, entró un día a dormir la siesta en las habitaciones de su espesa Sett Zobeida, y ya iba a echarse cuando notó precisamente en mitad del lecho una extensa mancha, fresca todavía, de cuyo origen no podía dudarse. Al ver aquello, se ennegreció el mundo ante el califa, que llegó al límite de la indignación. Hizo llamar al punto a S-ett Zobeida, y con los ojos inflamados de cólera y temblándole la barba, le dijo: "¿De qué es esa mancha que hay en nuestro lecho?" Sett Zobeida acercó la cabeza a la mancha consabida, la olió y dijo: "Es de licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!" Conteniendo a duras penas el estallido de su cólera, exclamó él: "¿Y puedes explicarme la presencia de ese líquido aún tibio en un lecho donde no me he acostado contigo desde hace más de una semana?" Ella exclamó muy conmovida: "¡La fidelidad sobre mí y alrededor de mí ¡oh Emir de los Creyentes! ¿Acaso me acusas de fornicación?"
Al-Raschid dijo: "Tanto te acuso, que ahora mismo voy a hacer venir al kadí Abi-Yussuf para que examine la cosa y me dé su parecer acerca de ella. ¡Y te juro por el honor de mis antecesores ¡oh hija de mi tío! que no retrocederé ante nada si el kadí te declara culpable!"
Cuando llegó el kadí, Al-Raschid le dijo: "¡Oh Abi-Yussuf, dime qué puede ser esa mancha!"
El kadí se acercó al lecho, puso el dedo en la mancha, se lo llevó luego a la altura de los ojos y de la nariz, y dijo: "¡Es licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 381ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Es licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa preguntó: "¿Y cuál puede ser su origen inmediato?"
Muy perplejo y sin querer afirmar una cosa que le hubiera atraído la enemistad de Sett Zobeida, el kadí se puso a mirar al techo como si reflexionase, y divisó en una grieta el ala de un murciélago que se había metido allí.
Y le iluminó el entendimiento una idea salvadora, y dijo: "¡Dame una lanza, oh Emir de los Creyentes!" El califa le entregó una lanza, y Abi-Yussuf pinchó con ella al murciélago, que hubo de caer pesadamente. Entonces dijo el kadí: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Los libros de medicina nos enseñan que el murciélago tiene un licor que se parece de un modo asombroso al del hombre. Sin duda que el delito lo cometió él mirando a Sett Zobeida dormida! ¡Ya ves que acabo de castigarle con la muerte!"
Aquella explicación satisfizo completamente al califa, que sin dudar ya de la inocencia de su esposa, colmó de presentes al kadí en prueba de gratitud. Y por su parte, Sett Zobeida, en el límite del júbilo, le hizo suntuosos regalos y le invitó a quedarse con ella y el califa para comerse algunos frutos y primicias que les habían llevado. El kadí se sentó en la alfombra entre el califa y Sett Zobeida, y Sett Zobeida mondó un plátano y le dijo, ofreciéndoselo: "En mi jardín tengo otras frutas raras en esta época del año; ¿las prefieres a los plátanos?"
El kadí contestó: "Tengo por norma ¡oh mi señora! no sentenciar nunca acerca de lo que no conozco. ¡Es preciso, pues, que vea esas primicias para compararlas con estas primicias y dar luego mi opinión sobre sus respectivas excelencias!" Sett Zobeida hizo que cogieran las primicias de su jardín y se las trajeran enseguida, y cuando las probó el kadí, le preguntó: "¿Qué frutas prefieres ahora?" El kadí sonrió con suficiencia, miró al califa, después a Sett Zobeida, y les dijo: "¡Por Alah, que es muy difícil la respuesta! ¡Porque si prefiero una de estas frutas, condenaré la otra, y me expongo así a la indigestión que el rencor de esta última me ocasionaría!"
¡Y al oír semejante respuesta, Al-Raschid y Sett Zobeida se echaron a reír de tal modo, que se cayeron de espaldas!
Y como Schehrazada notó por ciertos indicios que el rey Schahriar parecía condenar sin misericordia a Sett Zobeida; culpándola a ella sola del delito, se apresuró a contarle, para distraerle, la siguiente anécdota:
¿MACHO O HEMBRA?
Entre diversas anécdotas del gran Khosrú, rey de Persia, cuentan que este rey era muy aficionado al pescado. Un día en que estaba sentado en su terraza, con su esposa la bella Schirín, llegó un pescador que le llevaba como presente un pez de tamaño y hermosura extraordinarios. Maravillado quedó el rey con aquel presente, y ordenó que dieran al pescador cuatro mil dracmas. Pero la bella Schirín, que jamás aprobada la generosa prodigalidad del rey, esperó a que el pescador se fuera, y dijo: "No conviene ser pródigo hasta el punto de dar a un pescador cuatro mil dracmas por un solo pez. Deberías hacer que te devolviera esa suma, porque si no, en lo sucesivo, cuantos te traigan un presente regularán sus pretensiones tomando como punto de partida ese precio; ¡y no podrás entonces complacerles!"
El rey Khosrú contestó: "¡Pero sería indigno de un rey admitir de nuevo lo que dio! ¡Olvidemos, pues, lo pasado!" Pero Schirín contestó: "No, no es posible dejar así la cosa! Hay un medio de recuperar la suma sin que el pescador ni nadie tenga nada que decir. No tienes más que hacer venir otra vez al pescador y preguntarle: "¿Es macho o hembra el pez que me has traído?" Si te contesta es macho, se lo devuelves, diciendo: "¡Lo que yo quiero es una hembra!"; y si te dice que es hembra, se lo devuelves también, diciendo: "¡Lo que yo quiero es un macho!"
El rey Khosrú, que amaba con un amor extremado a la bella Schirín, no quiso contrariarla, y aunque a disgusto; se apresuró a hacer lo que le aconsejaba ella. Pero el pescador era un hombre dotado precisamente de un ingenio muy fino, y cuando Khosrú, después de llamarle, le preguntó: "¿Es macho o hembra el pez?", besó la tierra y contestó: "¡Ese pez ¡oh rey! es hermafrodita!"
Al oír estas palabras, Khosrú se sintió satisfecho y se echó a reír: luego ordenó a su intendente que diera al pescador ocho mil dracmas en lugar de cuatro mil. El pescador se fue con el intendente, que le contó los ocho mil dracmas, y los puso en el saco que le había servido para llevar el pez, y salió.
Cuando pasaba por el patio del palacio, dejó caer del saco, inadvertidamente, un dracma de plata. Enseguida se apresuró a poner su saco en el suelo, buscando aquel dracma y recogiéndolo con verdadera satisfacción.
Y he aquí que Khosrú y Schirín le observaban desde la terraza y vieron lo que acababa de ocurrir. Entonces, aprovechando la ocasión que se le presentaba, exclamó Schirín...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA 382ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces, aprovechando la ocasión que se le presentaba, exclamó Schirín: "¡Mira el pescador! ¡Qué ignominia la suya! ¡Se le cae un dracma, y en vez de dejarlo para que se lo lleve algún pobre, es tan vil que lo recoge a despecho del menesteroso!"
Estas palabras impresionaron mucho a Khosrú, que hizo llamar de nuevo al pescador y le dijo: "¡Oh ser abyecto! ¡Parece mentira que seas un hombre con alma tan pequeña! ¡Te pierde esa avaricia que te impulsa a dejar un saco lleno de oro por recoger un solo dracma que ha caído para suerte del menesteroso!"
Entonces el pescador besó la tierra y contestó: "¡Alah prolongue la vida del rey! Si recogí ese dracma, no es porque me seduzca su importe, sino porque tiene otro gran valor a mis ojos! ¿No lleva, en efecto, sobre una de sus caras la imagen del rey y su nombre sobre la otra? No he querido dejarlo expuesto a que, por inadvertencia, lo pisaran los pies de alguno. ¡Y me apresuré a recogerlo, siguiendo así el ejemplo del rey que me sacó del polvo, aunque apenas valgo lo que un dracma!"
Tanto gustó esta respuesta al rey Khosrú, que hizo que dieran cuatro mil dracmas más al pescador, y ordenó a los pregoneros públicos que gritaran por todo el Imperio: "No hay que dejarse guiar nunca por el consejo de las mujeres. ¡Porque quien las escucha comete dos faltas cuando quiere evitar la mitad de una!"
Al oír esta anécdota, dijo el rey Schahriar: "Apruebo completamente la conducta de Khosrú y su desconfianza con respecto a las mujeres. ¡Ellas son la causa de muchas calamidades!"
Pero ya decía Schehrazada. sonriendo:
EL REPARTO
Una noche, el califa Harún Al-Raschid se quejaba de insomnios ante su visir Giafar y su portaalfanje Massrur, cuando de pronto soltó Massrur una carcajada. El califa le miró fruciendo las cejas, y le dijo: "¿De qué te ríes así? ¿Es que estás loco, es que te burlas?" Massrur contestó: "¡No, por Alah ¡oh Emir de los Creyentes! te juro por el parentesco que te une al Profeta que mi risa no obedece a ninguna de esas causas, sino sencillamente a que me he acordado de las buenas ocurrencias de un tal Ibn Al-Karabí, alrededor del cual hacían corro ayer en el Tigris para escucharle".
El califa dijo: "En tal caso, ve enseguida a buscar a ese Ibn Al-Karabí. ¡Acaso consiga dilatarme un poco el pecho!"
Al punto corrió Massrur en busca del chistoso Ihn Al-Karabí, y habiéndole encontrado, le dijo: "Le hablé de ti al califa, y me ha enviado a buscarte para que le hagas reír".
El otro contestó: "Escucho y obedezco". Massrur añadió entonces: "¡Sí, te conduzco muy gustoso a presencia del califa; pero ha de ser con la condición de que desde luego me darás las tres cuartas partes de lo que el califa te regale como remuneración!" lbn Al-Karabí dijo: "¡Eso es demasiado! Te daré dos terceras partes por tu corretaje. ¡Creo que es bastante!"
Después de algunas dificultades respecto al pago, Massrur acabó por aceptar el convenio, y condujo al hombre a presencia del califa.
Al verle entrar, le dijo Al-Raschid: "Parece ser que tienes ocurrencias muy divertidas. ¡A ver cómo las hilvanas! ¡Pero has de saber que si no consigues hacerme reír te espera una paliza!"
El resultado de esta amenaza fué helar completamente el ingenio de Ibn Al-Karabí, que no supo encontrar entonces más que banalidades de efecto desastroso; porque, en vez de reír, Al-Raschid sentía aumentar su irritación, y exclamó por último:
"¡Que le administren cien bastonazos en las plantas de los pies, para desviar la sangre que le obstruye el cerebro!"
Al punto acostaron al hombre y le fueron administrando por cuenta bastonazos en las plantas de los pies. De repente, cuando pasaron del número treinta, exclamó el hombre: "¡Que remuneren ahora a Massrur con las dos terceras partes que quedan de bastonazos, porque así lo hemos convenido entre nosotros!"
Entonces, a una señal del califa, se apoderaron de Massrur los guardias, le acostaron y comenzaron a hacerle sentir en las plantas de los pies el compás del bastón. Pero, a los primeros golpes, exclamó Massrur: "¡Por Alah, que me contento muy gustoso con la tercera parte, y aun con la cuarta, y le cedo todo lo demás!"
Al oír estas palabras, el califa se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero, e hizo que a cada uno de los dos pacientes le dieran mil dinares.
Luego no quiso Schehrazada dejar transcurrir la noche sin contar la siguiente anécdota:
EL MAESTRO DE ESCUELA
Una vez, un hombre cuyo oficio consistía en vagabundear y vivir a costa de los demás, tuvo la idea de hacerse maestro de escuela aunque no sabía leer ni escribir, porque aquel era el único oficio capaz de permitirle ganar dinero sin tener que hacer nada porque es notorio que se puede ser maestro de escuela, e ignorar completamente las reglas y rudimentos de la lengua; basta con ser un taimado que haga creer a los demás que es un gran gramático; y ya se sabe que el gramático sabio es, por lo general, un pobre hombre de ingenio corto, mezquino, humillante, incompleto e impotente. Así, pues, nuestro vagabundo se erigió en maestro de escuela sin necesitar más que aumentar el número de vueltas y el volumen de su turbante, y de esta guisa abrió al final de una callejuela una sala que decoró con muestras de escritura y otras cosas
semejantes, y esperó allá a que llegasen los clientes.
Y he aquí que al ver un turbante tan imponente, los vecinos del barrio no dudaron por un instante de la ciencia de su convecino, y se apresuraron a enviarle sus hijos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 383ª NOCHE
Ella dijo:
..y se apresuraron a enviarle sus hijos.
Pero como no sabía leer ni escribir, se valió él de un medio muy ingenioso para salir del compromiso; consistía este medio en hacer que los chicos que sabían leer y escribir un poco dieran la lección a los que no sabían nada absolutamente, en tanto que él hacía como que vigilaba, aprobando y desaprobando. De este modo prosperó la escuela, y los negocios del maestro iban viento en popa.
Un día que estaba con su varita en la mano y lanzaba miradas terribles a los pobres niños, cohibidos por el espanto, entró en la sala una mujer llevando en la mano una carta, y se dirigió al maestro para rogarle que se la leyese, lo cual es muy corriente en las mujeres que no saben leer. Al verla, el maestro de escuela no supo qué hacer para evitar semejante prueba, y de pronto se levantó muy presuroso para salir. Pero la mujer le detuvo, suplicándole que antes de salir le leyera la carta.
El contestó: "¡No puedo esperar más, porque el muecín acaba de anunciar la plegaria del mediodía y tengo que ir a la mezquita!" Pero la mujer no le dejó, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti! ¡Acaba de llegarme esta carta de mi esposo, que está ausente hace cinco años, y sólo tú en el barrio puedes leérmela!" Y le obligó a coger la carta.
El maestro de escuela se vió obligado entonces a coger la carta; pero la había puesto invertida, y en vista del apuro en que se encontraba, empezó a fruncir las cejas, mirando la escritura, y a golpearse la frente y a quitarse el turbante, sudando de angustia.
Al ver aquello, pensó la pobre mujer: "¡No cabe duda! ¡cuando el maestro de escuela se pone tan agitado, debe estar leyendo malas noticias! ¡Qué calamidad! ¡Tal vez haya muerto mi esposo!" Luego, llena de ansiedad, preguntó al maestro de escuela: "¡Por favor, no me ocultes nada! ¿Ha muerto?" Por toda respuesta, levantó la cabeza con un gesto vago y guardó silencio. Ella exclamó entonces: "¡Qué calamidad ha caído sobre mi cabeza! ¿Debo desgarrarme los vestidos?"
El contestó: "¡Desgárratelos!" Ella preguntó, en el límite de la ansiedad: "¿Debo abofetearme y arañarme las mejillas?" El contestó: "¡Abofetéate y aráñate!"
Al oír estas palabras, la pobre mujer, enloquecida salió de la escuela y corrió a su casa, llenándola con sus gritos de dolor. Entonces acudieron a ella todos los vecinos, y se pusieron a consolarla; mas en vano. En aquel momento entró uno de los parientes de la desdichada, vió la carta, y cuando la leyó, dijo a la mujer: "¿Pero quién ha pocido anunciarte la muerte de tu esposo? En la carta no se habla de semejante cosa. Mira lo que dice: "Después de las zalemas y los votos, ¡oh hija de mi tío! continúo gozando de una salud excelente, y espero estar de vuelta a tu lado dentro de quince días. Pero antes, para probarte mi solicitud, te enviaré una tela de lino envuelta en una manta. iUassalam!"
La mujer cogió entonces la carta y volvió a la escuela para reprochar al maestro que la hubiese engañado de aquel modo. Le encontró sentado a la puerta, y le dijo: "¿No es para ti una vergüenza engañar de esta manera a una pobre mujer anunciándola la muerte de su esposo, cuando en la carta se dice que mi esposo ha de volver muy pronto y que me envía de antemano una tela y una manta?"
Al oír estas palabras, contestó el maestro de escuela: "Ciertamente ¡oh pobre mujer! Que tienes razón para reprocharme. Pero perdóname, pues en el momento en que yo tenía tu carta entre las manos estaba muy preocupado, i y al leer un poco de prisa y de cualquier modo, creí que la tela y la manta eran un recuerdo que te enviaban por haber pertenecido a tu esposo muerto!"
Luego dijo Schehrazada:
LA INSCRIPCION DE UNA CAMISA
Cuentan que habiendo ido un día El-Amín, hermano del,califa ElMamúm, de visita a casa de su tío El-Mahdí, vió a una esclava muy bella que tocaba el laúd, y quedó enamorado de ella al punto. Como El-Mahdí no tardó en notar la impresión que la esclava había producido en su sobrino, con objeto de darle una sorpresa agradable esperó a que se marchase para enviarle la esclava con alhajas y ricos trajes. Pero a El-Amín le pareció que ya su tío habría gustado las primicias de la joven y se la daba desflorada, porque sabía que su tío era excesivamente aficionado a la fruta verde aún. No quiso, pues, aceptar la esclava, y se la devolvió con una carta en que le decía que una manzana mordida por el jardinero antes de madurar, no endulzará nunca la boca del comprador.
Entonces El-Mahdí hizo desnudarse por completo a la joven, la puso en la mano un laúd, y se la envió de nuevo a El-Amín vestida solamente con una camisa de seda, en la cual aparecía esta inscripción con letras de oro:
¡El botín oculto en la sombra de mis pliegues está virgen de todo tocamiento!
¡Sólo lo ha examinado la mirada para admirar sus perfecciones!
Al ver los encantos de la esclava vestida con aquella camisa tan gentil, y al leer la inscripción, El-Amín no tuvo ya motivo para rehusar, y aceptó el regalo, honrándolo particularmente.
Aquella noche todavía dijo Schehrazada:
LA INSCRIPCION DE UNA COPA
El califa El-Motawakkel cayó un día enfermo, y su médico Yahia le recetó remedios tan excelentes, que se disipó la enfermedad y sobrevino la convalecencia. Entonces afluyeron a él de todas partes regalos de felicitación. Y he aquí que, entre otros obsequios, el califa recibió de Ibn-Khatán, como presente, una joven intacta, cuyos senos desafiaban por su hermosa forma a los senos de todas las mujeres de su época.
Al propio tiempo que su belleza, la joven llevaba para el califa, al presentarse a él, una botella de cristal llena de un vino selecto. Tenía en una mano la botella y en la otra mano una copa de oro, sobre la cual aparecía grabada en rubíes esta inscripción...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 384ª NOCHE
Ella dijo:
... Tenía en una mano la botella y en la otra mano una copa de oro, sobre la cual aparecía grabada en rubíes esta inscripción:
¿Qué filtro o qué tríaca, qué bálsamo o qué díctamo vale lo que este licor purpúreo, de sabor exquisito, remedio universal para los males del cuerpo y para el fastidio?
Y he aquí que el sabio médico Yahia encontrábase en aquel momento junto al califa, y al leer esta inscripción se echó a reír, y dijo al califa: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! esta joven y la medicina que te trae te harán recuperar las fuerzas mejor que todos los remedios antiguos y modernos!"
Luego, sin interrumpirse, comenzó inmediatamente Schehrazada la siguiente anécdota:
EL CALIFA EN EL CESTO
Esta historia nos la transmitió el famoso cantor Ishak de Mossul.
Dice:
"Una noche había yo salido tarde de un festín en el palacio del califa El-Mamúm, y como estaba muy molesto a causa, de una retención de orina que padecía, me metí por una callejuela en la que no se veía luz, me acerqué a una tapia, aunque no me puse tan cerca de ella como para que me salpicaran mis propios orines, me agaché comodamente y sentí un gran alivio meando cuanto pude. Apenas acabé y me sacudí, noté que en medio de la oscuridad me caía una cosa encima de la cabeza. Salté sobre mis piernas, muy sorprendido en verdad; atrapé el objeto, y después de palparlo por todos lados, observé con verdadero asombro que era un cesto grande atado por sus cuatro asas con una cuerda que pendía de la casa ante la cual me hallaba yo. Lo palpé más aún, y encontré que por dentro estaba forrado de seda y tenía dos cojines que olían bien.
Como había yo bebido un poco más que de costumbre, mi espíritu enervado me impulsó a sentarme en aquel cesto que me invitaba al reposo. No pude resistir a la tentación, y me senté en el cesto, y antes de que tuviera tiempo de echar pie a tierra, me vi elevado rápidamente hasta la terraza, donde me cogieron sin decir una palabra cuatro jóvenes, que me llevaron a la casa y me invitaron a seguirlas. Una de ellas echó a andar delante de mí con una antorcha en la mano, y las otras tres se mantuvieron detrás de mí, e hiciéronme bajar por una escalera de mármol y entrar en una sala de magnificencia comparable a la del palacio del califa. Y pensé para mi ánima: "¡Me deben tomar por otro a quien hayan dado cita esta noche! ¡Alah arreglará la situación!"
Estando yo aún en aquella perplejidad, se alzó un cortinaje de seda que ocultaba una parte de la sala, y vi a diez jóvenes arrebatadoras, y de talle frágil y andares exquisitos, llevando antorchas unas y las otras pebeteros de oro, donde ardían nardo y áloe de la mejor calidad. En medio de ellas avanzaba como una luna otra joven que hubiera dado celos a las estrellas todas. Se balanceaba al andar y miraba graciosamente de soslayo, levantando las almas más pesadas. Y he
aquí que al verla salté sobre ambos pies y me incliné hasta el suelo ante ella. Y me miró sonriendo, y me dijo: "¡Bien venido sea el visitante!"
Luego se sentó y añadió con una voz encantadora: "¡Descansa, señor!"
Me senté, disipada ya la borrachera de vino, pero presa de otra embriaguez más fuerte. Entonces me dijo ella: "¿Y cómo se te ha ocurrido venir a nuestra casa y sentarte en el cesto?" Contesté: "¡Oh mi señora! es la molestia que me ocasionaba mi mal de orina la que solamente me ha impulsado a venir a esta calle; luego el vino me hizo sentarme en el cesto, y ahora es tu generosidad quien me introduce en esta sala, donde tus encantos reemplazaron en mi cerebro la borrachera con otra clase de embriaguez".
Al oír estas palabras, la joven pareció muy satisfecha, y me preguntó: "¿Qué oficio tienes?"
Me guardé bien de decirle que era cantor y músico del califa, y le contesté: "¡Soy tejedor del zoco de los tejedores de Bagdad!" Ella me dijo: "Pues tus maneras son exquisitas y honran al zoco de los tejedores. ¡Si a ellas unes el conocimiento de la poesía, no tendremos que arrepentirnos de haberte recibido entre nosotras! ¿Sabes versos?" Contesté: "¡Uno que otro!" Dijo ella: "¡Recítanos algunos, entonces!" Contesté: "¡Oh mi señora! siempre está el visitante un poco sobrecogido por el recibimiento que se le hace. ¡Aliéntame, pues, empezando tú la primera por recitarnos algunas poesías de tu agrado!"
Ella me contestó: "¡Con mucho gusto!" Y al punto me recitó admirables poemas escogidos de los poetas más antiguos, como Amri'lkais, Zohair, Antara, Nabigha, Amrú ben-Kalthum, Tharafa y Chanfara, y de los poetas más modernos, como Abu-Nowas, El-Rakaschí, Abu-Mossab y los demás. Y estaba yo tan maravillado de su dicción como deslumbrado por su hermosura. Luego me dijo: "¡Creo que ya se te habrá pasado la emoción!"
Dije: "¡Sí, por Alah!" Y a mi vez escogí entre los versos que conocía los más delicados, y se los recité con mucho sentimiento. Cuando terminé, me dijo ella: "¡Por Alah, que no sabía que hubiese individuos tan exquisitos en el zoco de los tejedores...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 385ª NOCHE
Ella dijo:
" ..individuos tan exquisitos en el zoco de los tejedores!"
Tras de lo cual sirvieron un festín, en el que no escatimaron las frutas ni las flores; y ella misma me ofrecía los mejores bocados.
Luego, cuando levantaron el mantel, trajeron las bebidas y las copas, y ella misma me echó de beber, y me dijo: "He aquí el momento mejor de la conversación. ¿Sabes historias bonitas?" Me incliné y enseguida le conté una porción de detalles divertidos acerca de los reyes, de su corte y de sus maneras, hasta el punto de que me interrumpió de pronto ella para decirme: "¡En verdad que estoy sorprendida prodigiosamente de ver a un tejedor tan al corriente de las costumbres de los reyes!" Contesté: "¡Pues no tiene nada de particular, porque un vecino mío, que es un hombre delicioso, tiene entrada en el palacio del califa, y en sus momentos de ocio se complace en afinarme el ingenio con sus propios conocimientos!"
Ella me dijo: "¡En ese caso, no admiro menos la firmeza de tu memoria, que con tanta exactitud retiene detalles tan preciosos!"
¡Eso fué todo! Y aspirando los perfumes de nardo y áloe que aromaban la sala, y contemplando aquella belleza y escuchando cómo me hablaba con los ojos y los labios, me sentía yo en el límite del entusiasmo, y pensaba para mi ánima: "¿Qué haría el califa si estuviese aquí en mi caso? ¡Seguramente que no sería ya dueño de sí y estallaría de amor!"
La joven me dijo después: "En verdad, eres un hombre excesivamente distinguido; adornan tu espíritu conocimientos muy interesantes y tus maneras son en extremo refinadas. ¡ Ya no me queda más que una cosa que pedirte!"
Contesté: "¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos!" Ella dijo: "¡Deseo oírte cantar algunos versos acompañándote con el laúd!" Pero a mí, como músico de profesión, no me agradaba cantar yo mismo; así es que contesté: "En otro tiempo cultivé el arte del canto, pero, como no llegué a obtener un resultado apetecible, preferí abandonarlo. Bien quisiera ejecutar algo; pero me sirve de excusa mi ignorancia. En cuanto a ti, ¡oh señora mía! todo me indica que debes tener una voz perfectamente hermosa. ¿Por qué no nos cantas algo, para hacernos la noche más deliciosa aún?"
Hizo ella entonces que le llevaran un laúd, y cantó. Y en mi vida hube de oír timbre de voz más lleno, más grave y más perfecto, unido a una ciencia de los efectos tan consumada. Vió ella mi delectación, y me preguntó: "¿Sabes de quién son los versos y de quién la música?" Aunque lo había notado, contesté: "Lo ignoro por completo, ¡oh mi señora!" Ella exclamó: "¿Pero es posible que pueda ignorar este aire alguien en el mundo? ¡Sabe, pues, que los versos son de Abu-Nowas, y la música, que es admirable, es del gran músico Ishak de Mossul!"
Yo contesté, sin descubrirme: "¡Por Alah! ¡Ishak no supone ya nada a tu lado!" Ella exclamó: "¡Bakh! ¡bakh! ¡en que error estás! ¿Hay en el mundo alguien que pueda igualarse a Ishak? ¡Bien
se ve que no le oíste nunca!" Luego siguió cantando más todavía e interrumpíase para ver si no carecía yo de nada; y continuamos disfrutando de tal suerte hasta la aparición de la aurora.
Entonces, una vieja, que debía ser la nodriza de la joven, fue a prevenirla de que había llegado la hora de separarnos; y antes de retirarse, me dijo la joven: "¿Tendré que recomendarte discreción, ¡oh mi huésped!? ¡Las reuniones íntimas son como la prenda que se deja a la puerta antes de marchar!" Yo contesté, inclinándome: "¡No soy de quienes necesitan semejantes recomendaciones!" Y una vez que me despedí de ella, me metieron en el cesto y me bajaron a la calle.
Llegué a mi casa y recé la plegaria de la mañana, metiéndome luego en la cama donde estuve durmiendo hasta la tarde. Cuando me desperté, me vestí de prisa y me presenté en el palacio, pero los chambelanes me dijeron que el califa había salido y dejó para mí recado de que esperara su regreso, porque tenía por la noche un festín y le era necesaria mi presencia para que cantase. Le esperé un buen rato; pero como el califa tardaba en volver, me dije que sería una locura faltar a una velada como la de la víspera y corrí a la callejuela, donde encontré el cesto colgante. Me metí dentro, y ya arriba, me presenté a la dama.
Al verme, me dijo ella riendo: "¡Por Alah! ¡me parece que tienes intención de aposentarte entre nosotras!"
Me incliné y contesté: "¿Y quién no lo anhelaría? Pero ya sabes ¡oh mi señora! que los derechos ,de hospitalidad duran tres días, y no estamos más que en el segundo. ¡Si vuelvo después de pasado el tercero, podrás tomar mi sangre!"
Pasamos aquella noche muy agradablemente, charlando, contándonos historias, recitando versos y cantando, como la víspera. Pero en el momento de bajar dentro del cesto, pensé en la cólera del califa, y me dije: "No admitirá excusa ninguna, a no ser que le cuente la aventura. ¡Y no creerá la aventura, a no ser que la compruebe por sí mismo!" Me encaré entonces con la joven, y le dije: "¡Oh mi señora! ¡veo que te gustan el canto y las buenas voces! ¡Y he aquí que tengo un primo mucho más guapo de cara que yo, mucho más distinguido de modales, con mucho más talento que yo y que conoce mejor que nadie en el mundo los aires de Ishak de Mossul! ¿Quieres, pues, permitirme que le traiga conmigo mañana, que es el tercero y último día de tu hospitalidad encantadora? ...
En este momento de su narración. Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÒ LA 386ª NOCHE
Ella dijo:
"...el tercero y último día de tu hospitalidad encantadora?" Ella me contestó: "Ya empiezas a ser indiscreto. ¡Pero, puesto que tan agradable es tu primo, puedes traérmele!" Le di las gracias y me fuí por el mismo camino que la víspera.
Al llegar a mi casa, encontré allí a los guardias del califa, que me abrumaron con injurias, se apoderaron de mí y me arrastraron a la presencia de El-Mamúm. Le vi sentado en el trono como en sus peores días de cólera, con los ojos llameantes y terribles. Y apenas me divisó, exclamó: "¡Ah hijo de perro, osaste desobedecerme!" Yo le dije: "¡No, por Alah! ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Puedo justificarme!" Dijo él: "¿Y cómo?" Yo contesté: "¡No te lo puedo decir más que en secreto!" Ordenó al punto a todos los circunstantes que se retiraran, y me dijo: "¡Habla!" Entonces le conté la aventura con todos sus detalles y añadí: "¡Y ahora la joven nos espera a los dos para esta noche, porque así se lo he prometido!"
Cuando oyó El-Mamúm estas palabras, se serenó y me dijo: "¡Cierto que es excelente la razón que alegas! ¡Y estuviste muy inspirado al pensar en mí para esta noche!" Y desde aquel instante ya no supo qué hacer para esperar con paciencia la llegada de la noche. Y le recomendé mucho que tuviese cuidado de no descubrirse y descubrirme llamándome por mi nombre delante de la joven. Me lo prometió formalmente, y en cuanto llegó el momento oportuno se disfrazó de mercader y me acompañó a la callejuela.
Encontramos en el sitio de costumbre dos cestos en lugar de uno, y cada cual nos colocamos en uno de ellos. Subimos así, y ya en la terraza, bajamos a la magnífica sala consabida, donde fue a reunirse con nosotros la joven, más bella que nunca aquella noche.
Al verla, noté que el califa quedaba locamente prendado de ella. Pero cuando se puso a cantar, llegó él al delirio, tanto más cuanto que los vinos que nos servía la joven graciosamente nos habían ya turbado la razón. En su alegría y su entusiasmo, el califa olvidó de pronto la resolución tomada, y me dijo: "Bueno, Ishak, ¿a qué esperas para responderle con algún cántico basado en un aire nuevo de tu invención?"
Entonces, muy azorado, me vi en la obligación de contestar: "¡Escucho y obedezco, oh Emir de los Creyentes!"
No bien hubo oído estas palabras la joven, nos contempló un instante y se levantó a toda prisa para cubrirse el rostro y desaparecer, como cumple a cualquier mujer que se halle en presencia del Emir de los Creyentes. Entonces, El-Mamúm, un poco contrariado por la marcha de la joven a causa del olvido que tuvo él, me dijo: "¡Infórmate al instante quién es el dueño de esta casa!" Entonces hice llamar a la vieja nodriza y se lo pregunté de parte del califa. Me contestó ella: "¡Qué calamidad cae sobre nosotros! ¡Qué oprobio se cierne sobre nuestra cabeza! ¡Esa joven es la hija del visir Hassán ben-Sehl!" Enseguida dijo El-Mamúm: "¡A mí el visir!" La vieja desapareció temblando, y algunos momentos después hacía su entrada entre las manos del califa el visir Hassán ben-Sehl en el límite de la estupefacción.
Al verle, se echó a reír El-Mamúm, y le dijo: "¿Tienes una hija?" El otro contestó: "¡Sí! ¡Oh Emir de los Creyentes!" el califa preguntó: "¿Cómo se llama?" El visir contestó: "¡Khadiga!" El califa preguntó: "¿Está casada o es virgen?" El visir contestó: "Es virgen, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Quiero que me la des por esposa legítima!"
El visir exclamó: "¡Mi hija y yo somos los esclavos del Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Le asigno cien mil dinares de dote, que tú mismo cobrarás del tesoro en palacio mañana por la mañana! ¡Y al propio tiempo harás conducir a tu hija a palacio, con toda la magnificencia adecuada a la ceremonia del matrimonio, y sortearás entre todas las personas del cortejo de la recién casada mil poblados y mil tierras de mis propiedades particulares, como regalo de mi parte!"
Tras de lo cual se levantó el califa, y le seguí. Salimos por la puerta principal aquella vez, y me dijo él: "Guárdate bien, Ishak, de hablar de la aventura a nadie. ¡Tu cabeza me responderá de tu discreción!"
Y guardé el secreto hasta la muerte del califa y de Sett Khadiga, que sin duda era la mujer más bella que han visto mis ojos entre las hijas de los hombres. ¡Pero Alah es más sabio!"
Cuando Schehrazada acabó de contar esta anécdota, la pequeña Doniazada exclamó desde el sitio en que permanecía acurrucada: "¡Oh hermana mía, cuán dulces y sabrosas, y gentiles son tus palabras!"
Y Schehrazada sonrió, y dijo: "¿Pues qué será cuando oigas la anécdota del MONDONGUERO?" Y dijo en seguida:
EL PARTERRE FLORIDO DEL INGENIO Y EL JARDIN DE LA GALANTERIA
(Continuación)
EL MONDONGUERO
Cuentan que un día, en la Meca, en la época de la peregrinación anual, cuando la multitud compacta de los hadjs daba las siete vueltas alrededor de la Kaaba, se destacó del grupo un hombre, que se acercó a la pared de la Kaaba, y cogiendo con las dos manos el velo sagrado que cubría todo el edificio, se puso en actitud de orar, y exclamó con acento que le salía del fondo del corazón: "¡Haga Alah que de nuevo se enfade con su marido esa mujer, para que pueda yo acostarme con ella!"
Cuando los hadjs oyeron formular tan extraña plegaria en aquel lugar santo, se escandalizaron de tal manera, que se precipitaron sobre el hombre, lo arrojaron a tierra y lo molieron a golpes. Tras de lo cual lo arrastraron a presencia del emir el-hadj, que tenía amplios poderes para ejercer su autoridad sobre todos los peregrinos, y le dijeron: "Hemos oído a este hombre, ¡oh emir! proferir palabras impías mientras tenía cogido el velo de la Kaaba". Y le repitieron las palabras pronunciadas.
Entonces dijo el emir el-hadj: "¡Que le cuelguen! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGÓ LA 387ª NOCHE
Ella dijo:
... Entonces dijo el emir el-hadj: “!Que le cuelguen!” Pero el hombre se hechó a los pies del emir y le dijo: “!Oh emir! Por los méritos del Enviado de Alah (¡con él la plegaria y la paz) te conjuro que escuches mi historia, y luego harás de mí lo que juzgues equitativo hacer!" Accedió el emir con un signo de cabeza, y el condenado la horca dijo:
"Has de saber ¡oh emir nuestro! que tengo por oficio recoger las inmundicias de las calles, y además limpio tripas de carnero, para venderlas y ganarme la vida. Pero he aquí que un día iba yo tranquilamente detrás de mi borrico, cargado con tripas sin vaciar aún, que acababa de sacar del matadero, cuando me encontré con una muhedumbre de personas asustadas que huían por todas partes o se ocultaban detrás de las puertas; y un poco más lejos vi unos esclavos armados con largas varas, para dispersar a su paso a todos los transeúntes. Me informé de lo que podría ser aquello, y me contestaron que iba a pasar el harén de un gran personaje, y era preciso que no subiese por la calle ningún transeúnte. Entonces, como sabía que me exponía a un verdadero peligro si me obstinaba en continuar mi canino, paré mi borrico y me metí con él en el rincón de una muralla procurando que no me advirtieran y volviendo la cara al muro para no sentir la tentación de mirar a las mujeres de aquel gran personaje. No tardé en oír que pasaba el harén, al cual no me atrevía a mirar, y ya pensaba en volverme y continuar mi camino, cuando me sentí cogido bruscamente por dos brazos de negro, y vi mi asno entre las manos de otro negro que se alejó con él. Y aterrado volví la cabeza, y vi en la calle, mirándome todas, treinta jóvenes, en medio de las cuales se hallaba otra, comparable por sus miradas lánguidas a una gacela a quien la sed hiciese menos huraña, y por su talle frágil y elegante a la rama flexible del bambú. Y con las manos atadas a la espalda por el negro, me arrastraron a la fuerza los otros eunucos, a pesar de mis protestas y a pesar de los gritos y testimonios de todos os transeúntes que me vieron adosado al muro y que decían a mis raptores: "¡Pero si no ha hecho nada! ¡Es un pobre hombre que barre basuras y limpia tripas! ¡Es ilícito ante Alah detener y maniatar a un inocente!" Pero sin querer escuchar nada, continuaron arrastrándome en pos del harén.
"En tanto, yo pensaba para mí: «¿Qué delito he podido cometer? Sin duda todo se debe al olor bastante desagradable de las tripas que ha herido el olfato de esa dama, la cual acaso esté encinta y haya sentido entonces algún trastorno interno. Creo que tal será el motivo, quizá también mi aspecto un tanto repugnante y mi traje roto, que deja ver las vergüenzas de mi persona. ¡No hay recurso más que en Alah!
"Siguieron, pues, arrastrándome los eunucos, entre las protestas de los transeúntes apiadados de mí, hasta que llegamos todos a la puerta de una casa grande, y me hicieron entrar en una antesala cuya magnificencia no sabría yo describir nunca.
Y pensé en mi ánima «He aquí el sitio que se reserva para mi suplicio. ¡Me matarán, y nadie de mi familia sabrá la causa de mi desaparición!» Y en aquellos instantes también pensé en mi pobre borrico, que era tan servicial y que jamás coceaba ni derribaba las tripas o las banastas de basura.
Pero pronto me sacó de mis aflictivos pensamientos la llegada de un guapo esclavito, que fué a rogarme dulcemente que le siguiera, y me condujo a un hammam, donde me recibieron tres hermosas esclavas, que me dijeron: «¡Date prisa a quitarte esos andrajos!» Así lo hice, y al punto me introdujeron ellas en la sala caldeada, en la cual me bañaron con sus propias manos, encargándose una de mi cabeza, otra de mis piernas, otra de mi vientre: me dieron masaje, me friccionaron, me perfumaron y me secaron. Tras de lo cual lleváronme ropas magníficas y me rogaron que me las pusiese. Pero yo estaba muy perplejo y no sabía por dónde cogerlas ni cómo ponérmelas, porque nunca en mi vida las había visto iguales; y dije a las jóvenes: «¡Por Alah, oh mis señoras! ¡creo que voy a seguir desnudo, pues jamás conseguiré yo solo vestirme con estas ropas tan extraordinarias!»
Entonces se acercaron ellas a mí riendo, y me ayudaron a vestirme, haciéndome al mismo tiempo cosquillas, y pellizcándome, y tomando a peso mi mercancía, que encontraron enorme y de buena calidad.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y sé calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 388ª NOCHE
Ella dijo:
". . . haciéndome al mismo tiempo cosquillas, y pellizcándome, y tomando a peso mi mercancía, que encontraron enorme y de buena calidad. Y en medio de ellas no sabía yo lo que iba a ser de mí, cuando, después de vestirme y rociarme con agua de rosas, me cogieron del brazo, e igual que se conduce a un recién casado, me guiaron a una sala amueblada con una elegancia que nunca sabrá describir mi lengua, y adornada de pinturas con líneas entrelazadas y coloreadas de un modo muy agradable. Y apenas entré allí, vi tendida perezosamente en un lecho de bambú y marfil, y vestida con un traje ligero de tela de Mossul, a la propia dama consabida, que estaba rodeada por algunas de sus esclavas.
Al verme me llamó, haciéndome señas para que me acercara. Me acerqué, y me dijo que me sentase; me senté. Ordenó a las esclavas entonces que nos sirvieran la comida; y nos sirvieron manjares asombrosos, cuyo nombre no podré citar nunca, pues nunca en mi vida los vi semejantes. Comí de algunos para satisfacer mi hambre, y después me lavé las manos para comer frutas. Entonces trajeron las copas de bebidas y los pebeteros llenos de perfumes; y cuando nos perfumaron con vapores de incienso y benjuí, la dama me sirvió de beber con sus propias manos, y bebió conmigo en la misma copa, hasta que nos pusimos ebrios ambos.
Entonces hizo una seña a sus esclavas, que desaparecieron todas y nos dejaron solos en la sala. Al punto ella me atrajo hacia sí y me cogió en sus brazos. Y la serví la confitura para que se endulzase, dándola los pedazos de fruta a la vez que el escarchado. Y cuando la oprimía contra mí, me sentía embriagado por el perfume de almizcle y ámbar de su cuerpo, y creía soñar o tener en mis brazos alguna hurí del paraíso.
"Así estuvimos enlazados hasta por la mañana; luego me dijo ella que había llegado el momento de que me retirara, pero no sin preguntarme dónde vivía; y cuando le di las indicaciones necesarias acerca del particular, me dijo que mandaría que me avisaran en el momento favorable, y me entregó un pañuelo bordado de oro y plata, en el cual había algo atado con varios nudos, diciéndome: `¡Para que compres un pienso a tu burro!" Y salí de su casa absolutamente en el mismo estado que si saliera del paraíso.
"Cuando llegué a la mondonguería donde tenía yo mi vivienda, desaté el pañuelo, diciéndome: «¡Tendrá cinco monedas de cobre, con las que al fin y al cabo habrá para comprar el almuerzo! » Pero ¡cuál no sería mi sorpresa al encontrar cincuenta mitkales de oro!
Me apresuré a hacer un agujero, enterrándolos allí, en previsión de días peores, y por dos
monedas de cobre me compré un pan y una cebolla, con lo cual hice mi comida, sentado a la puerta de mi tripería y soñando con la aventura que me acaeció.
"A la caída de la tarde fué un esclavito a buscarme de parte de la que me amaba; y le seguí. Cuando llegué a la sala en que me esperaba ella, besé la tierra entre sus manos; pero me levantó ella enseguida y se echó conmigo en el lecho de bambú y de marfil, y me hizo pasar una noche tan bendita como la anterior. Y por la mañana me dió otro pañuelo de oro. Y seguí viviendo de tal suerte durante ocho días enteros, disfrutando cada vez un festín de confitura seca por una parte y otro de confitura húmeda por otra, y cincuenta mitkales de oro para mí.
"Y he aquí que una noche me había presentado en su casa, y estaba ya en el lecho dispuesto a desempaquetar mi mercancía, como de costumbre, cuando de pronto entró una esclava, dijo algunas palabras al oído de su ama, y me arrastró vivamente fuera de la sala para llevarme al piso de encima, donde me encerró con llave, y se fué. Y al propio tiempo oí en la calle patear de caballos, y por la ventana que daba al patio vi entrar en la casa a un joven como la luna, acompañado por un séquito numeroso de guardias y de esclavos.
Entró en la sala donde se hallaba la joven, y pasó con ella toda la noche, entre holgorios, asaltos y demás cosas parecidas. Y yo oía sus movimientos y podía contar con los dedos el número de clavos que sepultaban por el ruido asombroso que cada vez hacían.
Y pensaba en mi ánima: `¡Por Alah! ¡han instalado en la cama una herrería, y debe estar muy caliente la barra de hierro para que suene de esa manera el yunque! ...»
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 389ª NOCHE
Ella dijo:
«...debe estar muy caliente la barra de hierro para que suene de esa manera el yunque!>
"Por fin cesó el ruido a la mañana, y vi al joven del martillo retumbante salir por la puerta grande y marcharse seguido de su escolta. Apenas desapareció, cuando fué a buscarme la joven, y me dijo: «¿Viste al joven que acaba de partir?» Contesté: «¡Sí, por cierto!» Ella me dijo: «¡Es mi marido! ¡Pero voy a contarte enseguida lo que ha pasado entre nosotros y a explicarte el porqué hube de escogerte por amante!
Has de saber que un día estaba yo sentada junto a él en el jardín, cuando me dejó de repente para desaparecer hacia la cocina. Primeramente creí que iba a satisfacer una necesidad apremiante; pero al cabo de una hora, como no le veía volver, fui en busca suya adonde pensaba encontrarle, mas no estaba allí. Volví sobre mis pasos entonces, y me dirigí a la cocina, para preguntar por él a los criados. Y al entrar le vi acostado en la estera con la servidora más ordinaria, la que fregaba los platos. Al ver aquello, me retiré a toda prisa e hice juramento de no recibirle en mi lecho mientras no me hubiese vengado de él entregándome a mi vez a un hombre de la condición más baja y del más repulsivo aspecto. Y al punto empecé a recorrer la ciudad en busca de aquel hombre.
Y he aquí que hacía ya cuatro días que recorría las calles con tal propósito, cuando te encontré, y tu aspecto sucio y tu olor infecto me decidieron a escogerte como el hombre más repugnante entre todos los que había visto. Ahora ha pasado lo que ha pasado, y yo cumplí mi juramento al no reconciliarme con mi marido más que después de haberme entregado a ti.
¡Ya puedes retirarte, por tanto, y ten la seguridad de que si mi marido volviera a acostarse con alguna de sus esclavas, no dejaría yo de hacer que te llamasen, para darle su merecido!»
Y me despidió, regalándome cuatrocientos mitkales más como gratificación. ¡Me marché entonces, y vine aquí a implorar de Alah que incitara al marido a volver al lado de la sirvienta, para que la mujer me llamase a su lado! Y tal es mi historia, ¡oh señor emir el-hadj !"
Y al oír estas frases, el emir el-hadj se encaró con los circunstantes, y les dijo: "Hay que perdonar sus palabras condenables a este hombre, porque la excusa su historia!"
Luego dijo Schehrazada:
LA JOVEN FRESCURA-DE-LOS-OJOS
Amrú ben-Mosseda nos cuenta la anécdota siguiente:
"Un día, Abú-Issa, hijo de Harún Al-Raschid, vio en casa de su pariente Alí, hijo de Hescham, una esclava joven, llamada Frescura-de-los-Ojos, de la cual quedó violentamente prendado. Con el mayor cuidado probó Abú-Issa ocultar el secreto de su amor y no participar a nadie los sentimientos que experimentaba; pero hizo cuanto pudo para decidir indirectamente a Alí a que le vendiera su esclava.
Al cabo de un largo transcurso de tiempo, comprendió que eran inútiles todos los trabajos encaminados a tal fin, y resolvió cambiar de plan. Fué en busca de su hermano el califa Al-Mamúm, hijo de Al-Raschid, y le rogó que le acompañara al palacio de Alí, con objeto de darle una sorpresa con su visita. El califa aprobó la idea; hicieron preparar los caballos y se presentaron en el palacio de Alí, hijo de Hescham.
Cuando Àlí les vió entrar, besó la tierra entre las manos del califa, e hizo abrir la sala de los festines en la cual les introdujo. Se encontraron en una sala hermosísima, cuyos pilares y muros eran de mármoles de diferentes colores, con incrustaciones de estilo griego, que trazaban dibujos muy agradables a la vista; y el piso de la sala estaba cubierto por una estera de Indias, sobre la que se extendía una alfombra de Bassra, de una pieza, que ocupaba toda la superficie de la sala a lo largo y a lo ancho.
Al-Mamúm se detuvo primero un instante para admirar el techo, las paredes y el suelo, y luego dijo: "Bueno Alí, ¿a qué esperas para darnos de comer?" Al momento dió Alí una palmada, y entraron unos esclavos cargados con mil variedades de pollos, pichones y asados de todas clases, calientes y fríos; había también todo género de manjares líquidos y manjares sólidos, y especialmente mucha caza rellena con pasas y almendras, porque a Al-Mamúm le gustaba de una manera extraordinaria la caza, principalmente rellena con pasas y almendras. Acabada la comida, llevaron un vino asombroso extraído de unas uvas escogidas grano a grano y cocido con frutas perfumadas y nueces aromáticas comestibles; y en copas de oro, de plata y de cristal lo sirvieron unos jóvenes como lunas, que iban vestidos con ligeras telas ondulantes de Alejandría adornadas con delicados bordados de plata y oro; al mismo tiempo que presentaban las copas a los comensales, aquellos jóvenes les rociaban con agua de rosas almizclada, valiéndose de hisopos enriquecidos con pedrerías.
Tan encantado de todo aquello quedó el califa, que abrazó a su huésped, y le dijo: "¡Por Alah, oh Alí! ¡En adelante ya no te llamaré Alí, sino el Padre-de-la-Belleza!" Y Alí, hijo de Hescham, a quien desde entonces llamaron, efectivamente, Abul-tamal, besó la mano del califa, y luego hizo una seña a su chambelán. Enseguida se descorrió al fondo de la sala un cortinaje, y aparecieron diez jóvenes cantoras, vestidas de seda negra y hermosas como un pensil de flores. Se adelantaron y fueron a sentarse en unos sillones de oro que habían puesto en corro en la sala diez esclavos negros. Y preludiaron algo en instrumentos de cuerda, con una ciencia perfecta, cantando luego a coro una oda de amor.
Entonces Al-Mamúm miró a la que más le había emocionado de las diez, y le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Me llamo Armonía, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "¡Sabes llevar muy bien el nombre, Armonía! ¡Deseo oírte cantar cualquier cosa!"
Entonces Armonía templó su laúd y cantó:
¡Mi dulzura
tiene miedo de las miradas,
y mi corazón sensible
teme
a los ojos de los enemigos!
¡Pero cuando se acerca el amigo
el placer
me hace estremecerme
y toda derretida
me entrego a él!
¡Pero si se aleja,
tiemblo de emoción,
como la gacela
que pierde a su cría!
Al-Mamúm le dijo encantado: "Triunfaste, ¡oh joven! ¿Y quién compuso esos versos?" Ella contestó: "Amrú Al-Zobaidí; y la música es de Mobed". El califa vació la copa que tenía en la mano, y su hermano Abú-lssa y Abul-tamal hicieron lo propio. Cuando ya dejaban las copas, entraron otras diez cantoras, vestidas de seda azul y ceñidas con cendales del Yamán bordados de oro; se acomodaron en los sitios de las diez primeras, que se marcharon entonces, y templando sus laúdes preludiaron un coro con notable maestría.
A la sazón fijó sus miradas el califa en una de ellas, que era un cristal de roca, y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre, ¡oh joven!?" Ella contestó: "Corza, ¡oh Emir de los Creyentes!"
El dijo: "¡Pues bien, Corza, cántanos cualquier cosa!" Entonces, la que se llamaba Corza templó su laúd y cantó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 390ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces la que se llamaba Corza, templó su laúd y cantó:
¡Libres huríes y vírgenes,
nos reímos de las sospechas!
¡Somos las gacelas de la Meca,
a las que está prohibido espantar!
¡La gente soez
nos acusa de vicios
porque tenemos los ojos lánguidos
y porque es encantador nuestro lenguaje!
¡Hacemos ademanes indecentes
que obligan a desviarse
a los musulmanes piadosos!
A Al-Mamúm le pareció deliciosa esta canción, y preguntó a la joven: "¿De quién es?" Ella contestó: "Los versos son de Jarir, y la música es de lbn-Soraij". Entonces, el califa y los otros dos vaciaron sus copas, mientras se retiraban las esclavas para ser reemplazadas al punto por otras diez cantoras, vestidas de seda escarlata, ceñidas con cendales escarlata, y mostrando suelto el cabello, que les caía pesadamente por la espalda. Ataviadas con aquel color rojo, semejábanse a un rubí de múltiples reflejos. Se sentaron en los sillones de oro y cantaron a coro, acompañándose cada cual con su laúd.
Y Al-Mamúm se encaró con la que brillaba más en medio de sus compañeras, y le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Seducción, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Entonces, ¡oh Seducción! date prisa a hacernos oír tu voz sola".
Y acompañándose con el laúd, Seducción cantó:
Los diamantes y los rubíes,
los brocados y las sedas,
importan poco a las bellas!
Sus ojos son de diamantes,
sus labios son de rubíes,
Y de seda es lo demás!
Extremadamente encantado, preguntó el califa a la cantora: "¿De quién es ese poema, ¡oh Seducción!?" Ella contestó: "Es de Adí ben-Zeid; en cuanto a la música, es muy antigua, y se desconoce al autor".
Al-Mamúm, su hermano Abú-Issa y Alí ben-Hescham vaciaron sus copas, y diez nuevas cantoras, vestidas de tisú de oro y con el talle oprimido por cinturones de oro resplandecientes de pedrerías, fueron a sentarse en los sillones y cantaron como las anteriores. Y el califa preguntó a la de cintura fina: "¿Tu nombre?"
Ella dijo: "Gota-de-Rocío, ¡oh Emir de los Creyentes!" Dijo él: "¡Pues bien, Gota-de-Rocío, esperamos de ti unos versos!" Y al punto cantó ella:
¡He bebido vino en su mejilla,
y se me huyó la razón!
¡Y vestida solamente
con mi camisa per fumada
de nardo y de aromas;
saldré a la calle
para dar fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Al oir estos versos, exclamó Al-Mamúm: "¡Ya Alah! ¡Triunfaste, oh Gota-de-Rocío! ¡Repíteme los últimos versos!" Y pulsando las cuerdas de su laúd, Gota-de-Rocío los repitió en un tono más sentido:
¡Saldré a la calle
para darte fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Y el califa le preguntó: " ¿De quién son esos versos, ¡oh Gota-de- Rocío?Ella dijo: "De Abu-Nowas, ¡oh Emir de los Creyentes! y la música es de Ishak".
Cuando acabaron de tocar las diez esclavas, el califa quiso dar por terminada la fiesta y levantarse. Pero se adelantó Alí ben-Hescham, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! todavía tengo una esclava que he comprado por diez mil dinares y que deseo mostrar al califa; dígnese, pues, permanecer aún algunos momentos.
Si le gusta, podrá guardarla como suya; si no le gusta, no habré dejado de someterla a su opinión".
Al-Mamúm dijo: "¡Venga a mí, pues, esa esclava!" En el mismo momento apareció una joven de incomparable belleza, flexible y delgada como una rama de bambú, con ojos babilónicos llenos de hechizos, con cejas de arco riguroso y con tez robada a los jazmines; ceñia a su frente una diadema enriquecida con perlas y pedrerías, sobre la cual corría este verso en letras de diamantes:
¡Encantadora y educada por los genios, sabe punzar los corazones con las flechas de un arco sin cuerda!
La joven continuó avanzando lentamente, y fué a sentarse sonriendo en el sillón de oro que estaba reservado para ella. Pero apenas la vió entrar Abú-Issa, el hermano del califa, cambió de color de manera tan inquietante, que Al-Mamúm se dio cuenta de ello, y le preguntó: "¿Qué te pasa, ¡oh, hermano mío! para cambiar de color así?"
El interpelado contestó: "¡Oh, Emir de los Creyentes! ¡sólo es una molestia en el hígado, que ya me ha dado otras veces!" Pero Al-Mamúm insistió y le dijo: "¿Acaso conoces a esa joven y la viste antes de hoy?" Abú-Issa no quiso negarlo, y dijo: "¿Habrá ¡oh Emir de los Creyentes! quien ignore la existencia de la luna?"
El califa se encaró entonces con la joven, y le preguntó: "¿Cómo te llamas, joven?" Ella contestó: "Frescura-de-los-Ojos, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Él dijo: "¡Pues bien, Frescura-de-los-Ojos, cántanos cualquier cosa!" Y cantó ella:
¿Sabe amar quien no lleva el amor más que en su lengua, y aloja la diferencia en su corazón?
¿Sabe amar aquel cuyo corazón es una roca, mientras finge pasión su rostro?
¡ Me han dicho que la ausencia cura las torturas del amor! Pero ¡ay! ¡no nos curó la ausencia!
¡Nos dicen que volvamos junto al ser amado, pero el remedio no surte efecto, porque el ser amado desconoce nuestro amor!
Maravillado de su voz, le preguntó el califa: "¿Y de quién es esa canción, ¡oh Frescura-de-los-Ojos!?" Ella dijo: "Los versos son de El-Kherzaí y la música es de Zarzur". Pero Abú-Issa, a quien sofocaba la emoción, dijo a su hermano: "¡Permíteme responderle, oh Emir de los Creyentes!"
Dio el califa su aprobación, y Abú-Issa cantó:
¡En mis ropas hay un cuerpo adelgazado, y un corazón torturado dentro de mi seno!
¡Si mantuve mi amor sin que me saliera a los ojos, fue por temor de ofender a la luna en quien se cifra!
Cuando Alí, Padre-de-la-Belleza, hubo oído esta respuesta, comprendió que Abú-Issa amaba locamente a su esclava Frescura-de-losOjos. Levantóse al punto, e inclinándose ante Abú-Issa, le dijo: "¡Oh huésped mío! no se dirá que nadie formuló en mi casa un anhelo, aunque fuera mentalmente, sin haberlo realizado al instante.
¡Así, pues, si el califa quiere permitirme que haga una oferta en su presencia, Frescura-de-los-Ojos se convertirá en tu esclava!"
Y como el califa dió su consentimiento, Abú-Issa se llevó a la joven.
¡ Porque tanta era la generosidad sin par de Alí y de los hombres de su época!"
Luego, para terminar, aún contó Schehrazada esta anécdota:
¿MUJERES O JOVENZUELOS?
Cuenta el sabio Omar Al-Homs:
"En el año quinientos sesenta y uno de la hégira hizo un viaje a Hama la mujer más instruida y más elocuente de Bagdad, la que todos los sabios del Irak llamaban la Maestra de los Maestros. Y he aquí que aquel año llegaron a Hama desde todas las comarcas de los países musulmanes los hombres más versados en las diversas ramas de los conocimientos; y todos se alegraban de poder oír e interrogar a esta mujer maravillosa entre todas las mujeres, que viajaba de aquel modo de país en país, en compañía de un joven hermano suyo, para sostener tesis públicas acerca de las cuestiones más difíciles, e interrogar y ser interrogada sobre todas las ciencias, la jurisprudencia, la teología y las bellas letras.
Deseoso de oírla, rogué a mi amigo el sabio jeique El-Salhaní que me acompañara al sitio
donde argumentaba ella aquel día. El jeique El-Salhaní aceptó, y nos presentamos ambos en la sala donde Sett Zahía se mantenía detrás de una cortina de seda para no contravenir la costumbre de nuestra religión. Nos sentamos en un banco de la sala, y su hermano cuidó de nosotros, sirviéndonos frutas y refrescos.
Después de haberme hecho anunciar a Sett Zahía, declinando mi nombre y mis títulos, empecé con ella una discusión acerca de la jurisprudencia divina y acerca de las diferentes interpretaciones que a la ley dieron los más sabios teólogos de los tiempos antiguos. En cuanto a mi amigo el jeique El-Salhaní, desde el instante que divisó al joven hermano de Sett Zahía, jovenzuelo de una belleza extraordinaria de rostro y de formas, quedó maravillado de admiración en el límite del entusiasmo, y no separó de él ya sus miradas. Así es que no tardó Sett Zahía en darse cuenta de la distracción de mi compañero, y cuando la observó, acabó por comprender los sentimientos que le animaban. Le llamó de pronto por su nombre, y le dijo: "Me parece ¡oh jeiquel que eres de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 391ª NOCHE
Ella dijo:
"...de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres". Mi amigo sonrió, y dijo: "¡Así es!" Ella preguntó: "¿Y por qué? ¡oh jeique!"
El dijo: "¡Porque Alah ha modelado el cuerpo de los jovenzuelos con una perfección admirable, en detrimento de las mujeres, y mis gustos me impulsan a preferir en toda cosa lo perfecto a lo imperfecto!" Ella se rió detrás de la cortina, y dijo: "¡Pues bien; si quieres defender tu opinión, estoy dispuesta a responderte!" El dijo: "¡Con mucho gusto!"
Entonces le preguntó ella: "¡En tal caso, explícame cómo podrás probarme la superioridad de los hombres y de los adolescentes sobre las mujeres y las jóvenes!"
El dijo: "¡Oh mi señora! la prueba que me pides puede hacerse de una parte por la lógica del razonamiento y de otra parte por el Libro y por la Sunna.
"En efecto, dice el Corán: "Los hombres superan con mucho a las mujeres, porque Alah les ha dado la superioridad". También dice: "En cualquier herencia, la parte correspondiente al hombre debe ser el doble de la correspondiente a la mujer; así es que el hermano heredará dos veces más que su hermana". Estas palabras santas nos prueban, pues, y establecen de manera permanente, que a una mujer no se la debe considerar más que como a la mitad de un hombre.
"En cuanto a la Sunna, nos enseña que el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) estimaba el sacrificio expiatorio de un hombre como si tuviese dos veces más valor que el de una mujer.
"Si recurrimos ahora a la lógica pura, veremos que la razón confirma la tradición y la enseñanza. En efecto, si nos preguntamos sencillamente: "¿Quién tiene la prioridad, el ser activo o el ser pasivo?", la respuesta será sin duda alguna en favor del ser activo. Y el principio activo es el hombre, y la mujer es el principio pasivo. No hay que vacilar, por tanto. ¡El hombre se halla por encima de la mujer, y el joven es preferible a la joven!"
Pero Sett Zahía contestó: "¡Tus citas son exactas!, ¡oh jeique! Y contigo reconozco que en su Libro Alah ha dado a los hombres preferencia sobre las mujeres. Pero no especificó nada y habló de una manera general. ¿Por qué, pues, si buscas la perfección de las cosas, te diriges solamente a los jóvenes? ¡Deberías preferir a los hombres de barba, a los venerables jeiques de frente arrugada, pues que fueron más lejos en la vía de la perfección!"
El contestó: "Sí, por cierto, ¡oh mi señora! Pero no comparo ahora a los ancianos con las mujeres viejas, pues no se trata de eso, sino solamente de sacar deducciones de los jóvenes. En efecto, me concederás, ¡oh mi señora! que nada en la mujer puede compararse a las perfecciones de un joven hermoso, a su talle flexible, a la finura de sus miembros, al conjunto de colores tiernos que hay en sus mejillas, a la gentileza de su sonrisa y al encanto de su voz. Por cierto que para ponernos en guardia contra una cosa tan evidente, nos dice el propio Profeta: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las huríes!"
Además, ya sabes que la mayor alabanza que puede hacerse de la belleza de una joven es compararla con la de un mozuelo. Bien conoces los versos en que el poeta Abu-Nowas habla de todo eso, y el poema en que dice:
¡Tiene ella las caderas de un mozo, y se balancea al viento ligero como al soplo del Norte se balancea la rama del ban!
"Así, pues, si los encantos de los jóvenes no fueran notoriamente superiores a los de las jóvenes, ¿por qué se sirven de ellos los poetas como término de comparación?
"Además, no ignoras que el adolescente no se limita a estar bien formado, sino que sabe arrebatarnos los corazones con el encanto de su lenguaje y lo agradable de sus maneras. ¡Y es tan delicioso cuando un bozo incipiente comienza a sombrear sus labios y sus mejillas, donde anidan pétalos de rosa! ¿Y es que puede encontrarse en el mundo algo comparable al encanto que en aquel momento despide? ¡Qué razón tenía el poeta Abu-Nowas al exclamar:
Me dicen sus calumniadores envidiosos: "¡Ya empiezan los pelos a hacer rugosos sus labios!" Pero yo les digo: "¡Cuán grande es vuestro error! ¿Cómo puede pareceros un defecto ese adorno?
"¡Ese bozo realza la blancura de su cara y de sus dientes, como un engarce verde realza el brillo de las perlas! ¡Es un indicio encantador de las fuerzas nuevas que adquiere su grupa!
"Han hecho las rosas juramento solemne de no borrar jamás de las mejillas de él sus colores milagrosos! ¡Saben sus párpados hablarnos con lenguaje más elocuente que el de sus labios, y sus cejas saben contestar con precisión!
"¡Los pelos, objeto de vuestra maledicencia, sólo han crecido para preservar sus encantos y ponerlos al abrigo de vuestros ojos groseros! ¡Dan al vino de su boca un sabor más pronunciado; y el verde de su barba en sus mejillas de plata les añade un color más vivo para entusiasmarnos!”
"También ha dicho otro poeta:
Me dicen los envidiosos: "¡Cuán ciega es tu pasión! ¿No ves que ya los pelos cubren sus mejillas?"
Yo les digo: "¡Si no estuviera la blancura de su rostro atenuada por la sombra dulce de su bozo, sería imposible que sostuvieran su resplandor mis ojos!
"Y además, ¿cómo, después de haber cultivado una tierra mientras era fértil, voy a abandonarla cuando la fertiliza la primavera?"
"Por último, ha dicho otro entre mil:
¡Esbelto mozo! ¡Sus miradas y sus mejillas luchan entre sí por quién hará más víctimas entre los hombres!
¡Derrama sangre de corazones con una espada hecha de pétalos de narciso, y cuya vaina y cuyo tahalí se lo robaron a los mirtos!
¡Tantas envidias suscitan sus perfecciones, que la misma belleza desea convertirse en mejilla velluda!
"He aquí ¡oh mi señora! pruebas bastantes para demostrar la Superioridad de la belleza de los mozos sobre la de las mujeres en general."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 392ª NOCHE
Ella dijo:
"... la superioridad de la belleza de los mozos sobre la de las mujeres en general".
Al oír estas palabras, contestó Sett Zahía: "Alah perdone tus argumentos erróneos, si es que no hablaste solamente por hablar o en broma. ¡Pero ahora va a triunfar la verdad! No endurezcas tu corazón y prepara tu oído para escuchar mis argumentos.
¡Por Alah sobre ti! Dime dónde se halla el joven cuya belleza puede compararse con la de una joven. ¿Olvidas que la piel de una joven, no sólo tiene el resplandor y la blancura de la plata, sino también la dulzura de los terciopelos y las sedas? ¡Su cintura es la rama del mirto y del ban! ¡Su boca es una manzanilla en flor, y sus labios dos anémonas húmedas! Sus mejillas, manzanas; calabacitas de marfil, sus senos.
Su frente irradia claridad, y de continuo dudan sus dos cejas, sin saber si deben reunirse o separarse. Cuando habla, se desgranan en su boca perlas finas; cuando sonríe, se escapan torrentes de luz de sus labios, que son más dulces que la miel y más suaves que la manteca. En el hoyo de su mentón está impreso el sello de la belleza. En cuanto a su vientre, ¡qué bonito es! Tiene a los lados líneas admirables y pliegues generosos que se superponen unos a otros. Sus muslos están hechos con una sola pieza de marfil y los sostienen las columnas de sus pies, formados con pasta de almendra.
¡Pero por lo que respecta a sus nalgas, son de buena ley, y cuando suben y bajan se las creería las olas de un mar de cristal o montañas de luz! ¡Oh pobre jeique!, ¿acaso pueden compararse los hombres a los genios? ¿No sabes que los reyes, los califas y los más grandes personajes de que hablan los anales fueron esclavos obedientes de las mujeres y consideran como una gloria soportar su yugo? ¡
Cuántos hombres eminentes bajaron la frente, sojuzgados por sus encantos! ¡Cuántos abandonaron por ellas riquezas, país, padre y madre! ¡Cuántos reinos perdiéronse por ellas! ¡Oh pobre jeique!, ¿no es para ellas para quienes se levantan los palacios, se borda la seda y los brocados y se tejen las telas más ricas? ¿No es para ellas para quienes tan buscados son por su perfume agradable y dulce el ámbar y el almizcle? ¿Olvidas que sus encantos han condenado a los habitantes del paraíso, y han trastornado la tierra y el universo y han hecho correr ríos de sangre?
"Pero respecto a las Palabras que citaste del Libro, son más favorables a mi causa que a la tuya.
Son esas Palabras: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las huríes!" Ya ves que se trata de una alabanza directa a las huríes del paraíso, que sirven de término de comparación, siendo mujeres y no mozos. ¡Y hasta vosotros, los aficionados a los adolescentes, cuando queréis describir a vuestros amigos, comparáis sus caricias con las de las jóvenes! No os da vergüenza de vuestros gustos corrompidos, os complacéis en ellos y los satisfacéis en público.
Olvidáis las palabras del Libro: "¿Por qué buscar el amor de los varones? ¿No ha creado Alah a las mujeres para satisfacción de vuestros deseos?' ¡Gozad, pues, con ellas a vuestro sabor! ¡Pero sois un pueblo terco!"
"Si a veces comparáis a las jóvenes con los mozuelos, unicamente se debe a vuestros deseos corrompidos y a vuestro gusto pervertido!
Sí, conocemos bien a vuestros poetas aficionados a los mozos! ¿No ha dicho el más grande de ellos, el jeique de los pederastas, Abu-Nowas, hablando de una joven:
¡Igual que un joven, no tiene caderas, y hasta se ha cortado los cabellos! ¡Y he aquí que un tierno bozo sombrea su rostro y da doble valor a sus encantos! ¡Así puede satisfacer al pederasta y al adúltero!
“Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jó venes...
En este momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 393ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jóvenes, ¿no sabes ¡oh jeique! los versos del poeta a este respecto?
Escucha:
¡He aquí que al nacer en su mejilla los primeros pelos, ha huído su amante!
¡Porque cuando el carbón de la barba ennegrece el mentón, convierte en humo los encantos del joven!
Y cuando la página en blanco del rostro se llena con lo negro de la escritura, ¿quién que no sea un ignorante querrá tomar la pluma todavía?
"Así, pues, ¡oh jeique! rindamos homenaje a Alah el Altísimo, que supo reunir en las mujeres todos los goces que pueden llenar la vida, y prometió a los profetas, a los santos y a los creyentes darles el paraíso como recompensa a las huríes maravillosas. Y claro que, si Alah el infinitamente bueno comprendiera que había en realidad fuera de las mujeres otras voluptuosidades, sin duda se las huiese prometido y reservado a sus fieles creyentes. Sin embargo, Alah no habla nunca de los mozuelos más que para presentarlos como servidores de los elegidos en el paraíso; pero a nadie se los prometió ninguna vez con otros fines. ¡Y el mismo Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) no se inclinó jamás en tal sentido, sino al contrario! Porque acostumbraba repetir a sus compañeros: "¡Tres cosas te hacen amar este mundo: las mujeres, los perfumes y la frescura que presta al alma la plegaria!".
Pero mejor de lo que yo sabría hacerlo, resurnen mi opinión ¡oh jeique! estos versos del poeta:
¡Entre trasero y trasero hay diferencia! ¡Si os acercáis a uno, se os tizna de amarillo el traje; pero si os acercáis al otro se os perfurna!
¿Cómo hay quien compare al mozo con la moza? ¿Se atrevió nunca nadie a preferir la madera olorosa del nadd a los excrementos de los cetáceos?
"Pero veo que la discusión me excitó demasiado y me hace rebasar los límites de la conveniencia en que deben mantenerse las mujeres, principalmente en presencia de los jeiques y los sabios. Me apresuro, pues, a pedir perdón a quienes hayan podido molestarse u ofenderse, y cuento con su discreción para cuando salgan de esta entrevista, porque dice el proverbio:
"¡El corazón de los hombres bien nacidos es una tumba para los secretos!"
Cuando hubo acabado de contar esta anécdota, Schehrazada dijo: "¡Y esto es ¡oh rey afortunado! lo que pude recordar de las anécdotas encerradas en el Paraíso florido del ingenio y el Jardín de la galantería!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡En verdad, Schehrazada, que me encantaron en extremo esas anécdotas, y me entran ahora deseos de oír una historia como las que me contabas antes!"
Schehrazada contestó:
"¡En ello pensaba precisamente!" Y dijo enseguida:
EL FALSO CALIFA
Cuentan que una noche el califa Harún Al-Raschid, presa del insomnio, hizo llamar a su visir Giafar Al-Barmaki, y le dijo: "¡Tengo oprimido el pecho, y deseo ir a pasearme por las calles de Bagdad y liegar hasta el Tigris, para ver si paso la noche distraído!" Giafar contestó oyendo y obedeciendo, y al punto se disfrazó de mercader, tras de ayudar al califa a que se disfrazara de lo mismo y de llamar al portaalfanje Massrur para que les acompañara disfrazado como ellos. Luego salieron del palacio por la puerta secreta, y empezaron a recorrer lentamente las calles de Bagdad, silenciosas a aquella hora, y de esta guisa llegaron a la orilla del río. En una barca amarrada vieron a un barquero viejo que se disponía a arroparse en su manta para dormir.
Se acercaron a él, y después de las zalemas, le dijeron: "¡Oh jeique! ¡deseamos de tu amabilidad que nos lleves en tu barca para pasearnos un poco por el río, ahora que hace fresco y es deliciosa la brisa! ¡Y he aquí un dinar por tu trabajo!" Y el interpelado contestó con acento de terror en la voz: "¿Sabéis lo que pedís, señores? Por lo visto no conocéis la prohibición. ¿No veis venir hacia nosotros el barco en que se halla el califa con todo su séquito?"
Preguntaron muy asombrados: "¿Estás seguro que ese barco que se acerca lleva al propio califa?" El otro contestó: "¡Por Alah! ¿y quién no conoce en Bagdad la cara de nuestro amo el califa? ¡Sí, mis señores, es el mismo, con su visir Giafar y su portaalfanje Massrur! ¡Y mirad con ellos a los mamalik y a los cantores! Oíd cómo grita el pregonero, de pie en la proa: ".Prohibido a grandes y pequeños a jóvenes y a viejos, a notables y a plebeyos, pasearse por el río! ¡A quien contravenga esta orden se le cortará la cabeza o será colgado del mástil de su barco!"
Al oír tales palabras...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 394ª NOCHE
Ella dijo:
... Al oír tales palabras, Al-Raschid llegó al límite del asombro, porque no había dado nunca semejante orden, y hacía más de un año que no se paseaba por el río. Miró, pues, a Giafar y le interrogó con los ojos acerca de lo que significaba aquello. Pero Giafar, tan asombrado como el califa, se encaró con el barquero viejo, y le dijo: "¡Oh jeique" he aquí dos dinares para ti. Pero date prisa a llevarnos en tu barca y a ocultarnos en una de esas casetas abovedadas que hay a flor de agua, sencillamente para que podamos ver el paso del califa y su séquito sin que nos vean y nos prendan". Tras de dudar mucho, el barqueroo aceptó la oferta, y después de llevar en su barca a los tres, los guareció en una caseta y extendió sobre ellos una manta negra para que se les divisase menos aún.
Apenas se habían colocado así, vieron acercarse el barco, iluminado por la claridad de teas y antorchas que alimentaban con madera de áloe, esclavos jóvenes vestidos de raso rojo, con los hombros cubiertos con mantos amarillos y la cabeza envuelta en muselina blanca. Unos se hallaban a proa y otros a popa, y levantaban sus teas y sus antorchas, pregonando de cuando en cuando la prohibición consabida. También vieron a doscientos mamalik de pie, alineados a ambos lados del barco, rodeando un estrado situado en el centro, donde aparecía sentado en trono de oro un joven vestido con un traje de paño negro realzado con bordados de oro; y a su derecha se mantenía un hombre que se asemejaba asombrosamente al visir Giafar; y a su izquierda se mantenía con el alfanje desenvainado, otro hombre que se asemejaba exactamente a Massrur, mientras en la parte baja del estrado estaban sentadas por orden veinte cantarinas y tañedoras de instrumentos.
Al ver aquello, exclamó Al-Raschid: "¡Giafar!"
El visir contestó: “!A tus órdenes, oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Seguramente debe ser uno de nuestros hijos, quizá Al-Mamúm o quizá Al-Amín! Y de los dos que están de pie a su lado, uno se parece a ti y el otro a mi portaalfanje Massrur. ¡Y las que se sientan al pie del estrado parecen de un modo extraño a mis cantarinas habituales y a mis tañedoras de instrumentos! ¿Qué piensas de todo esto? ¡Yo estoy sumido en una perplejidad grande!" Giafar contestó: "¡Yo también, ¡por Alah! oh Emir de los Creyentes!"
Pero ya habíase alejado de su vista el barco iluminado, y libre su angustia exclamó el viejo barquero: "¡Por fin estamos seguros! ¡No nos ha visto nadie!"
Y salió de la caseta y condujo a la orilla a sus tres pasajeros. Cuando desembarcaron, se encaró con él el califa, y le preguntó: "¡Oh jeique! ¿dices que el califa viene todas las noches a pasearse como hoy en ese barco iluminado?" El otro contestó: "¡Sí, señor, y ya hace un año de esto!" El califa dijo: "¡Oh jeique! somos extranjeros que estamos de viaje, y nos gusta regocijarnos con todos los espectáculos y pasear por todos los sitios donde hay cosas hermosas que ver! ¿Quieres, pues, admitir estos diez dinares y esperarnos aquí mismo mañana a esta hora?" El barquero contestó: "¡Quiero y me honro!" Entonces se despidieron de él el califa y sus dos acompañantes y regresaron al palacio comentando aquel espectáculo extraño.
Al día siguiente, después de tener reunido el diwán durante toda la jornada y de recibir a sus visires, chambelanes, emires y lugartenientes, y de despachar los asuntos corrientes, y juzgar y condenar, y absolver, el califa se retiró a sus habitaciones, quitándose sus ropas reales para disfrazarse de mercader, y acompañado de Giafar y Massrur tomó el mismo camino que la víspera, y no tardaron en llegar al río, donde les esperaba el viejo barquero. Se metieron en la barca y fueron a ocultarse en la caseta, en la cual esperaron la llegada del barco iluminado.
No tuvieron tiempo de impacientarse, porque algunos instantes después apareció el barco sobre el agua encendida por las antorchas y al son de los instrumentos. Y divisaron a las mismas personas que la víspera, el mismo número de mamalik y los mismos invitados, en medio de los cuales se hallaba sentado en el estrado el falso califa entre el falso Giafar y el falso Massrur.
Al ver aquello, Al-Raschid dijo a Giafar: "¡Oh visir, estoy viendo una cosa que nunca habría creído si fueran a contármela!" Luego dijo al barquero: "¡Oh jeique toma diez dinares más y condúcenos a la zaga de ese barco; y nada temas, pues no nos han de ver porque están en medio de la luz y nosotros en las tinieblas. Nuestro objeto es disfrutar el hermoso espectáculo de esta iluminación sobre el agua!" El barquero aceptó los diez dinares, y aunque muy atemorizado, empezó a remar sin ruido por la estela del barco, cuidando de no entrar en el círculo luminoso...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 395ª NOCHE
Ella dijo:
..cuidando de no entrar en el círculo luminoso, hasta que llegaron todos a un parque que bajaba en cuesta hasta el río, y en aquel sitio amarraron el barco. Desembarcaron el falso califa y todo su séquito, y al son de los instrumentos penetraron en el parque.
Cuando estuvo lejos el barco, el viejo jeique costeó la orilla con su barca en la oscuridad para que a su vez desembarcaran sus pasajeros. Ya en tierra, fueron a mezclarse con la muchedumbre de individuos que rodeaban al falso califa llevando antorchas en la mano.
Y he aquí que, mientras seguían de tal modo al cortejo, fueron advertidos por algunos mamalik y reconocidos como instrusos. Al punto, los prendieron y condujeron a presencia del joven, que les preguntó: ¿Cómo os arreglasteis para entrar aquí y por qué razón vinisteis?
Contestaron: "¡Oh señor nuestro! somos mercaderes extranjeros en este país. Hemos llegado hoy precisamente, y nos hemos aventurado al acceso a este jardín. ¡Ibamos tan tranquilos, cuando nos ha prendido vuestra gente, conduciéndonos entre vuestras manos!"
El joven les dijo: "¡No temáis, ya que sois extranjeros en Bagdad! De no ser así, sin duda haría que os cortaran la cabeza!" Luego se encaró con su visir, y le dijo: "Déjales que vengan con nosotros. ¡Serán nuestros huéspedes por esta noche!" Acompañaron entonces al cortejo, y llegaron de tal suerte a un palacio que no podía compararse en magnificencia más que con el del Emir de los Creyentes.
En la puerta de aquel palacio aparecía grabada esta inscripción:
En esta morada donde siempre es bien venido el huésped, puso el tiempo la belleza de sus matices y lo decoró el arte, y la acogida generosa de su dueño contenta el espíritu.
Entraron entonces en una sala magnífica, con el piso cubierto por una alfombra de seda amarilla, y sentándose en un trono de oro, el falso califa permitió a los demás sentarse a su alrededor. Se sirvió inmediatamente un festín; y todos comieron y se lavaron las manos; luego, cuando pusieron las bebidas encima del mantel, bebieron prolongadamente en la misma copa, que se pasaban de unos a otros. Pero cuando le llegó la vez, el califa Harún Al-Raschid no quiso beber. Entonces se encaró el falso califa con Giafar y le preguntó: "¿Por qué no quiere beber tu amigo?" Giafar contestó: "¡Hace mucho tiempo, señor, que dejó de beber!" El otro dijo: "¡En tal caso, mandaré que le sirvan otra cosa!"
Al punto dió una orden a uno de sus mamalik, que se apresuró a traer un frasco lleno de sorbete de manzanas, y se lo ofreció a Al-Raschid, que lo aceptó aquella vez y se puso a bebérselo con mucho gusto.
Cuando se hizo sentir en los cerebros la bebida, el falso califa, que tenía en la mano una varita de oro, dió con ellas tres golpes en la mesa, y al momento se abrieron las dos hojas de una ancha puerta que estaba al fondo de la sala, para dar paso a dos negros que llevaban a hombros un sillón de marfil, en el cual aparecía sentada una joven esclava blanca, de rostro brillante como el sol. Colocaron el sillón frente a su amo, y se quedaron detrás en pie y sin moverse. Entonces cogió la esclava un laúd indio, lo templó, y preludió de veinticuatro modos distintos con un arte que entusiasmó al auditorio.
Luego volvió al primer tono, y cantó:
¿Cómo puedes consolarte lejos de mí, cuando mi corazón está de duelo por tu ausencia?
¡El Destino ha separado a los amantes y está vacía la morada que resonaba con cánticos de dicha!
Cuando el falso califa oyó cantar estos versos, lanzó un grito agudo, desgarró su hermoso traje constelado de diamantes, su camisa y la demás ropa, y cayó desvanecido. Enseguida apresuráronse los mamalik a echarle encima un manto de raso, pero no con la rapidez suficiente para que el califa, Giafar y Massrur no tuvieran tiempo de notar que el cuerpo del joven ostentaba extensas cicatrices y huellas de bastonazos y latigazos.
Al ver aquello, el califa dijo a Giafar: "¡Por Alah! ¡qué lástima que un joven tan hermoso tenga en el cuerpo señales que nos muestran de manera evidente que nos las tenemos que haber con algún criminal escapado de la cárcel!" Pero ya los mamalik habían vestido a su amo con otra ropa más hermosa y más rica que la anterior, y el joven volvió a sentarse en el trono como si no hubiese sucedido nada.
Advirtió entonces que los tres invitados se hablaban en voz baja, y les dijo: "¿A qué vienen esa cara de asombro y esas palabras dichas en voz baja?" Giafar contestó: "Este compañero mío me decía que ha recorrido todos los países y tratado muchos personajes y reyes, sin que jamás haya visto ninguno tan generoso como nuestro huésped. Y también se asombraba de ver que
desgarrabas un traje que seguramente vale diez mil dinares. Y me citaba en tu honor estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 396ª NOCHE
Ella dijo:
".. Y me citaba en tu honor estos versos: ,
¡La generosidad erigió su morada en medio de la palma de tu mano, e hizo de tal morada el asilo deseado!
¡Si un día cerrase sus puertas la generosidad, tu mano sería la llave que abriera sus cerraduras!
Al oír estos versos, se mostró muy satisfecho el joven, y ordenó que obsequiasen a Giafar con mil dinares y con un ropón tan hermoso como el que había desgarrado él, y siguieron bebiendo y divirtiéndose.
Pero Al-Raschid, que no estaba tranquilo desde que advirtió huellas golpes en el cuerpo del joven, dijo a Giafar: "¡Pídele una explicación la cosa!" Giafar contestó: "¡Mejor será tener paciencia todavía y no resultar indiscretos!" El califa dijo: "¡Por mi cabeza y por la tumba Abbas, que como no le interrogues enseguida acerca del particular Giafar! dejará de pertenecerte tu alma en cuanto lleguemos a palacio!”
Y he aquí que el joven, que les estaba mirando, se dió cuenta de que aún hablaban en voz baja, y les preguntó: "¿Tanta importancia tiene eso que os decís en secreto?" Giafar contestó: "¡Nada malo es!" El joven añadió: "¡Por Alah! te suplico que me pongas al corriente de lo que os decís, sin ocultarme nada!" Giafar dijo: "¡Señor, mi compañero ha notado que tienes en los costados cicatrices y huellas de vergajos y latigazos! ¡Y está asombrado hasta el límite del asombro! ¡Y desearía ardientemente saber a consecuencia de qué aventura ha sufrido nuestro dueño el califa semejante trato, tan poco compatible con su dignidad y sus prerrogativas!"
Al oír estas palabras, sonrió el joven, y dijo: "¡Sea! ¡Puesto que sois extranjeros, os revelaré la causa de todo! ¡Y es mi historia tan prodigiosa y tan llena de maravillas, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la escuchase atentamente!"
Luego dijo:
"Sabed, señores míos, que yo no soy el Emir de los Creyentes, sino sencillamente el hijo del síndico de los joyeros de Bagdad. Me llamo Mohammad-Alí. Al morir mi padre, me dejó en herencia mucho oro, plata, perlas, rubíes, esmeraldas, alhajas y objetos de orfebrería; me dejó además propiedades edificadas, terrenos, huertos, jardines, tiendas y almacenes de reserva; y me hizo dueño de este palacio con todo lo que contiene, esclavos de ambos sexos, guardias y criados, mozos y mozas.
Y he aquí que, estando yo sentado un día en mi tienda en medio de los esclavos que ejecutaban mis órdenes, vi que a la puerta se paraba, y bajaba de una mula ricamente enjaezada, una joven, a la que acompañaban otras tres jóvenes, hermosas como lunas las tres. Entró en mi tienda y se sentó, mientras yo, en honor suyo, me ponía de pie; luego me preguntó: "¿Verdad que eres Mohammad-Alí el joyero?" Contesté: "¡Claro que sí, ¡oh mi señora! y soy tu esclavo, dispuesto a servirte!" Ella me dijo: "¿Tendrías alguna alhaja verdaderamente hermosa y que pudiera gustarme?" Yo le dije: "¡Oh mi señora! voy a traerte lo más hermoso de mi tienda y a ponerlo en tus manos. ¡Si llega a convenirte algo, nadie se considerará por ello más dichoso que tu esclavo; y si nada logra detener tus miradas, deploraré mi mala suerte durante toda mi vida!"
Precisamente tenía yo en mi tienda cien collares preciosos, maravillosamente labrados, que en seguida hice que me trajeran y se los enseñaran. Los cogió y los miró despacio uno por uno, demostrando entender más de lo que en su caso hubiera entendido yo mismo; luego me dijo: "¡Lo quiero mejor!"
Entonces me acordé de un collarcito que mi padre compró por cien mil dinares en otro tiempo, y que tenía yo guardado, al abrigo de todas las miradas, en un precioso cofrecillo para él sólo, me levanté entonces y traje el cofrecillo en cuestión con mil precauciones y le abrí ceremoniosamente en presencia de la joven, diciéndole: "¡No creo que lo tengan igual reyes ni sultanes, grandes ni pequeños!"
Cuando la joven hubo echado una rápida ojeada al collar, lanzó un grito de júbilo y exclamó: "¡Esto es lo que en vano anhelé toda mi vida!" Luego me dijo: "¿Cuánto vale?" Contesté: "Su precio exacto de reventa fue para mi difunto padre el de cien mil dinares. ¡Si te gusta, ¡oh mi señora! llegaré al límite de la felicidad ofreciéndotelo por nada!" Me miró ella, sonrió ligeramente, y me dijo: "¡Añade al precio que acabas de decir cinco mil dinares por los intereses del capital muerto, y será de mi propiedad el collar!"
Contesté: "¡Oh mi señora! el collar y su propietario actual son ya de tu propiedad y se hallan entre tus manos! ¡Nada más tengo que añadir!" Volvió ella a sonreír, y contestó: "¡Ya he dicho las condiciones de compra, y añado que te soy deudora de gratitud!" Y tras de pronunciar estas palabras, se levantó vivamente, saltó a la mula con una ligereza extrema, sin recurrir a la ayuda de sus servidores, y me dijo al partir: "¡Oh mi señor! ¿quieres acompañarme ahora mismo para llevarme el collar y cobrar el dinero en mi casa? ¡Créeme que gracias a ti el día de hoy ha sido para mí como la leche!" No quise insistir más para no contrariarla, ordené a mis criados que cerraran la tienda, y seguí a pie a la joven hasta su casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 397ª NOCHE
Ella dijo:
... y seguí a pie a la joven hasta su casa. Allí le entregué el collar, y ella penetró en sus habitaciones después de rogarme que me sentara en el banco del vestíbulo para esperar la llegada del cambista que debía pagarme los cien mil dinares con sus intereses.
Estando sentado en aquel banco del vestíbulo, vi llegar a una sirviente joven, que me dijo: "¡Oh mi señor, tómate la molestia de entrar a la antecámara de la casa, pues la espera a la puerta no se hizo para personas de tu calidad!" Me levanté entonces y penetré en la antecámara, donde me senté en un escabel tapizado de terciopelo verde y así, permanecí esperando algún tiempo. Entonces vi entrar a una segunda sirviente, que me dijo: "¡Oh señor mío, mi señora te ruega que entres en la sala de recepción, donde desea que descanses hasta que llegue el cambista!" No dejé de obedecer, y seguí a la joven a la sala de recepción. Apenas llegué allá, se descorrió un gran cortinaje al fondo, y se adelantaron hacia mí cuatro esclavas que llevaban un trono de oro en el que aparecía sentada la joven, con un rostro hermoso como una luna llena y con el collar al cuello.
Al ver su rostro sin velo y completamente descubierto, sentí turbárseme la razón y acelerarse los latidos de mi corazón. Y he aquí que ella hizo seña de que se retiraran a sus esclavas, avanzó hacia mí, y me dijo: "¡Oh luz de mis ojos! ¿crees que todo ser bello debe conducirse con la que le ama tan duramente como tú lo haces?" Contesté: "¡En ti está la belleza entera, y lo que de ella sobra, si sobra algo, se distribuyó entre los demás seres humanos!"
Ella me dijo: "¡Oh joyero Mohammad-Alí, has de saber que te amo, y que si me he valido de este medio ha sido sólo para decidirte a que vengas a mi casa!" Y tras de pronunciar estas palabras se inclinó sobre mí perezosamente, y me atrajo hacia ella mirándome con ojos lánguidos. Extremadamente emocionado, cogí entonces su cabeza con mis manos y la besé varias veces, en tanto que ella me devolvía largamente mis besos y me oprimía contra sus senos duros, que sentía yo incrustarse en mi pecho. Comprendí a la sazón que no debía retroceder y quise poner en ejecución lo que en mí estaba ejecutar. Pero en el preciso momento en que el niño, completamente despierto, reclamaba con ardor a su madre, me dijo ésta: "¿Qué pretendes hacer con eso, ¡oh mi señor!?" Contesté: "¡Ocultarlo para que me deje tranquilo!" Dijo ella: "El caso es que no vas a poder ocultarlo en mí, porque no está abierta la casa. ¡Sería preciso para ello abrir una brecha antes! ¡Pues has de saber que soy una virgen intacta de toda perforación! ¡Y si crees que hablas con una mujer cualquiera o con alguna meretriz entre las meretrices de Bagdad, debes desengañarte en seguida! Porque sabrás que tal como me ves, ¡oh Mohammad-Alí! soy la hermana del gran visir Giafar, la hija de Yahía ben-Khaled Al-Barmaki".
Al oír estas palabras ¡oh señores míos! sentí que el niño caía en un profundo sueño, y comprendí cuán impropio estuvo por mi parte el escuchar sus gritos y querer acallarlos pidiendo ayuda a la joven. Sin embargo, le dije: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que no es mía la culpa si quise que el hijo se aprovechara de la hospitalidad que al padre se le ha dado! ¡Tú misma eres quien se mostró generosa conmigo, haciéndome ver el paraíso por las puertas abiertas de tu hospitalidad!" Ella me contestó: "¡No tienes por qué hacerme reproches, sino al contrario! Y si quieres lograrás tus fines; pero por los únicos caminos legales. ¡Todo puede ser con la voluntad de Alah! ¡Soy, en efecto, dueña de mis actos, y nadie tiene el derecho de intervenir en ellos! ¿Me quieres, pues, por esposa legítima?" Contesté "¡Claro que sí!" Al punto hizo ella ir al kadí y a los testigos, y les dijo: "He aquí a Mohammad-Alí, hijo del difunto síndico Alí. Me pide en matrimonio y me reconoce como dote este collar que me ha dado. ¡Yo acepto y consiento!" Se redactó enseguida nuestro contrato de matrimonio, y después de extenderlo nos dejaron solos. Trajeron los esclavos bebidas, copas y laúdes, y empezamos ambos a beber hasta que resplandeció nuestro ingenio. Tomó ella entonces el laúd, y cantó acompañándose con él:
¡Por la finura de tu talle, por tu andar orgulloso, te juro que sufro con tu alejamiento!
¡Ten piedad de un corazón abrasado en el fuego de tu amor!
¡Me exalta la copa de oro, donde al beber de su licor, encuentro vivo tu recuerdo!
¡Así en medio de las rosas brillantes, la flor de mirto me hace apreciar mejor los colores vivos!
Cuando hubo ella acabado de cantar, tomé a mi vez el laúd, y después de demostrar que sabía sacar de él el mejor partido, dije estos versos del poeta, acompañándome en sordina:
¡Oh prodigio! ¡En tus mejillas veo unirse cosas contrarias: la frescura del agua y el rojo de la llama!
¡Eres para mi corazón fuego y frescura! ¡Oh, cuán amarga y dulce eres en mi corazón!
Cuando acabamos de cantar, notamos que ya era hora de ir pensando en acostarse. La cogí en mis brazos y la tendí en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 398ª NOCHE
Ella dijo:
... en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas. Entonces, cuando la desnudé, pude comprobar que era una perla sin perforar y una yegua que no habían cabalgado. Mucho me regocijé con ello, ¡y puedo, por cierto, asegurar que en mi vida pasé una noche tan agradablecomo aquella noche en que, hasta que llegó la mañana tuve apretada contra mí a mi esposa como
podría tenerse en la mano a un pichón con las alas plegadas!
Y no fue solamente una noche la que pasé de esta manera, sino un mes entero, sin interrupción. Y olvidé mis intereses, mi tienda, los bienes que manejaba y mi casa con todo lo que contenía, hasta que un día, el primero del segundo mes, fué a buscarme ella, y me dijo: "Tengo precisión de ausentarme algunas horas, el tiempo preciso para ir al hammam y regresar. Te suplico que no abandones el lecho, y no te levantes hasta que esté yo de vuelta. ¡Y volveré del hammam completamente fresca, y ligera, y perfumada!" Luego, para estar más segura de que ejecutaría yo su orden, me hizo prestar juramento de que no me movería del lecho. Tras de lo cual, se llevó a dos de sus esclavas, que cogieron las toallas y los líos de ropa blanca y vestidos, y se fué con ellas al hammam.
Y he aquí ¡oh señores míos! que no bien salió ella de la casa ¡por Alah! vi abrirse la puerta y entrar en mi cámara a una vieja, que me dijo, después de las zalemas: "¡Oh mi señor Mohammad! Sett Zobeida, la esposa del Emir de los Creyentes, me envía a ti para rogarte que te presentes en palacio, donde desea verte y oírte porque la han hablado en términos tan admirativos de tus maneras distinguidas, de tu cortesía y de tu hermosa voz, que tiene muchas ganas de conocerte." Contesté: "¡Por Alah! mi buena tía, Sett Zobeida me hace un honor extremado al invitarme a ir a verla; pero no puedo dejar la casa antes de que vuelva mi esposa, que ha ido al hamman."
La vieja me dijo: "Hijo mío, en interés tuyo te aconsejo que no difieras un instante la visita que se te pide, si no quieres que Sett Zobeida sea tu enemiga! ¡Porque te advierto, por si lo ignoras, que la enemistad de Sett Zobeida es muy peligrosa! ¡Luego regresarás a tu casa enseguida!"
Estas palabras me decidieron a salir, a despecho del juramento que presté a mi esposa, y seguí a la vieja, que echó a andar delante de mí y me condujo al palacio, en el cual me introdujo sin dificultad.
Cuando Sett Zobeida me vió entrar, me sonrió, hízome acercarme a ella, y me dijo: "¡Oh luz de los ojos! ¿eres tú el bienamado de la hermana del gran visir?" Contesté: "¡Soy tu esclavo y tu servidor!"
Ella me dijo: "¡En verdad que no exageraron tus méritos quienes me describieron tus modales encantadores y tu manera de hablar distinguida! Deseo verte y conocerte, para juzgar con mis ojos la elección y los gustos de la hermana de Giafar. Por ahora estoy satisfecha. ¡Pero harás que mi placer llegue a sus límites extremos, si quieres dejarme oír tu voz cantando cualquier cosa!" Contesté: "¡Quiero y me honro!" Y cogí un laúd que llevó una esclava y canté dos o tres estrofas sobre el amor correspondido. Cuando cesé de cantar, me dijo Sett Zobeida: "Remate Alah su obra haciéndote más perfecto todavía de lo que eres, ¡oh joven encantador! Te agradezco que hayas venido a verme. ¡Ahora date prisa a entrar en tu casa antes del regreso de tu esposa, para que no se imagine que quiero sustraerte a su afecto!" Besé entonces la tierra entre sus manos, y salí del palacio por la misma puerta que entré.
Cuando llegué a la casa, encontré en el lecho a mi esposa, que me había precedido. Dormía ya, y no hizo ningún movimiento indicador de que fuera a despertarse. Me eché entonces a sus pies y empecé a acariciarle las piernas con mucha suavidad. Pero de pronto abrió los ojos y me asestó fríamente en el costado un puntapié, que me hizo rodar por tierra debajo del lecho, y exclamó: "¡Oh traidor! ¡oh perjuro! ¡Faltaste a tu juramento, y has ido a ver a Sett Zobeida! ¡Por Alah, que si no tuviese horror al oprobio y a revelar en público mis intimidades, ahora mismo iría a hacer saber a Sett Zobeida las consecuencias que trae el seducir a los maridos ajenos! ¡Pero hasta entonces vas a pagar por ella y por ti!" Y dió una palmada y exclamó "¡Ya Sauab!" Al punto apareció el jefe de sus eunucos, un negro que siempre me miró atravesado, y le dijo ella: "¡Corta en seguida el cuello a este traidor, a este embustero, a este perjuro!" Inmediatamente blandió el negro su espada, se desgarró un pedazo del borde del ropón y me vendó los ojos con el jirón de tela que se había arrancado. Luego me dijo: "¡Haz tu acto de fe!" y se dispuso a cortarme la cabeza. oro en aquel momento entraron todas las esclavas, grandes y peueñas, jóvenes y viejas, con las cuales había yo sido siempre generoso ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 399ª NOCHE
Ella dijo:
...grandes y pequeñas, jóvenes y viejas con las cuales había yo sido siempre generoso, y le dijeron: "¡Oh señora nuestra! te suplicamos que le perdones, en gracia a que ignoraba la gravedad de su falta. ¡No sabía él que nada podía contrariarte más que su visita a tu enemiga Sett Zobeida! ¡Desconocía absolutamente la rivalidad que pudiera existir entre vosotras dos! ¡Perdónale, oh señora nuestra!"
"¡Está bien! le dejaré salvar la vida; pero deseo que le quede un recuerdo imborrable de su falta". E hizo seña a Sauab de que cambiase la espada por el palo. Y al punto cogió el negro una vara de flexibilidad terrible, y empezó a golpearme con ella en los sitios más sensibles de mi cuerpo. Tras de lo cual cogió un latigo y me asestó con él quinientos latigazos, enroscándolo cruelmente a mis partes más delicadas y a mis costillas. Esto os explicará, señores míos, las huellas y cicatrices que hace un rato pudísteis observar en mi cuerpo.
Después de infligirme este tratamiento, hizo que me sacaran de allí y me arrojaran a la calle, como una espuerta de basura. Entonces, arreglándome como pude, me arrastré hasta mi casa todo ensangrentado, para caer desvanecido cuan largo era apenas entré en mi habitación, abandonada desde hacía tanto tiempo. Cuando, al cabo de un largo espacio de tiempo volví de mi desmayo, acudí a un sabio cirujano, de mano muy suave, que me cuidó delicadamente las heridas, y a fuerza de bálsamos y de ungüentos logró obtener mi curación. Permanecí dos meses, empero, acostado y sin moverme; y cuando pude salir, lo primero que hice fué ir al hammam, y después de bañarme, me personé en mi tienda. En ella me apresuré a subastar cuantas cosas preciosas contenía, realicé todo lo que pude realizar, y con la suma que su importe me produjo compré cuatrocientos jóvenes mamalik, a los cuales vestí ricamente, y ese barco donde me habéis visto esta noche en su compañía. Escogí para que se mantuviese a mi derecha a uno de ellos que se parecía a Giafar, y a otro para darle las prerrogativas de portaalfanje, a ejemplo de lo que hace el Emir de los Creyentes. Y con el objeto de olvidar mis tribulaciones, me disfracé yo mismo de califa, y adquirí la costumbre de pasearme por el río todas las noches en medio de la iluminación de mi barco y de los cánticos y sones de instrumentos. ¡Y así transcurre mi vida desde hace un año, conservando la ilusión suprema de que soy el califa, por ver si con ello consigo ahuyentar de mi espíritu la pena que lo invade a partir del día en que mi esposa hizo que me castigaran tan cruelmente por culpa de la mutua rivalidad que alimentaban Sett Zobeida y ella!
¡Y sólo yo, que ignoraba todo aquello, sufrí las consecuencias de semejante disputa de mujeres! ¡He aquí mi triste historia, oh mis señores! ¡Y ya no me resta más que daros las gracias por haber querido reuniros con nosotros para pasar la noche amistosamente!"
Cuando el califa Harún Al-Raschid oyó esta historia, exclamó: "¡Loor a Alah, que hace que cada efecto tenga su causa!" Luego se levantó y pidió permiso al joven para retirarse con sus compañeros. Se lo permitió el joven, y el califa salió de allí para regresar al palacio, pensando en el modo de reparar la injusticia cometida con el joven por las dos mujeres. Y por su parte, estaba Giafar muy desolado de que su hermana fuese la causante de tal aventura, destinada entonces a que todo el palacio se enterase de ella.
Al día siguiente, revestido con las insignias de su autoridad, en medio de sus emires y chambelanes, el califa dijo a Giafar: "¡Haz que se presente a mí el joven que nos dió hospitalidad ayer por la noche!" Y Giafar salió inmediatamente, para volver muy pronto con el joven, que besó la tierra entre las manos del califa, y después de las zalemas, le cumplimentó en versos.
Encantado Al-Raschid, le mandó acercarse y sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Oh Mohammad-Alí!, te he llamado para oír de tus labios la historia que ayer contaste a los tres mercaderes. ¡Es prodigiosa y está llena de enseñanzas útiles!"
El joven dijo, muy emocionado: "¡No podré hablar ¡oh Emir de los Creyentes! mientras no me des el pañuelo de seguridad!" El califa le tiró al punto su pañuelo en prueba de que estaba seguro, y el joven repitió su relato sin omitir detalle. Cuando acabó, Al-Raschid le dijo: "¿Y quisieras que tu esposa volviese ahora a tu lado, a pesar de sus yerros para contigo?"
El joven contestó: "¡Bien venido sea todo lo que me venga de mano del califa, porque los dedos de nuestro amo son las llaves de los beneficios, y sus acciones no son acciones,
sino collares preciosos. adorno de los cuellos!"
Entonces el califa dijo a Giafar: "Venga a mí ¡oh Giafar! tu hermana, la hija del emir Yahía".
Y Giafar hizo que se presentara su hermana en seguida; y el califa le preguntó: "Dime, ¡oh hija de nuestro fiel Yahía! ¿conoces a este joven?" Ella contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿desde cuándo saben las mujeres conocer a los hombres?" El califa sonrió y dijo: "Pues bien; voy a decirte su nombre. Se llama Mohammad-Alí, y es hijo del difunto síndico de los joyeros. ¡Lo pasado, pasado, y al presente deseo darte a él por esposo!" Ella contestó: "¡La dádiva de nuestro amo está por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos!"
Al momento llamó el califa al kadí y a los testigos, e hizo extender legalmente el contrato de matrimonio, uniendo aquella vez a los dos jóvenes de un modo duradero para su dicha, que fué perfecta. Y quiso retener junto a él a Mohammad-Alí para contarle entre sus íntimos hasta el fin de sus días. ¡Y he aquí cómo Al-Raschid sabía consagrar sus ocios a unir lo que estaba desunido y a hacer felices a aquellos a quienes traicionó el Destino!
Pero no creas, ¡oh rey afortunado! continuó Schehrazada, que esta historia, que sólo te conté para distraerte de las anécdotas cortas, pueda igualar de cerca ni de lejos a la maravillosa Historia de Rosa-En-El-Cáliz y de Delicia-Del-Mundo
HISTORIA DE ROSA-EN-EL-CALIZ Y DE
DELICIA-DEL-MUNDO
Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
Cuentan que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de las épocas y de las edades, había un rey muy ilustre lleno de poderío y de gloria. Tenía un visir llamado Ibrahim, cuya hija era una maravilla de gracia y de belleza, superando a todas en elegancia y perfección, y estaba dotada de una inteligencia notable y de maneras notoriamente exquisitas. Además, le gustaban en extremo las reuniones animadas y el vino que da alegría, sin que desdeñase los semblantes lindos, los versos en cuanto de más refinado tienen y las historias extraordinarias. Atesoraba en sí tantas delicadas delicias, que atraía enamorados de ella a los corazones y a las cabezas, como le dijo cierta vez uno de los poetas que le cantaron:
¡Estoy prendado de la seductora! ¡Encantadora de turcos y árabes, conoce todas las finuras de la jurisprudencia, de la sintaxis y de las bellas letras!
Así es que cuando discutimos ambos acerca de estas cosas, he aquí lo que me dice a veces la maligna:
"¡Yo soy agente pasivo, y tú te obstinas en ponerme en el caso indirecto! ¿Por qué? ¡En cambio, dejas siempre en el acusativo a tu régimen, cuya misión es ser activo, y jamás le otorgas el signo de la erección!"
Yo le digo: "¡No sólo te pertenece mi régimen, ¡oh mi señora! sino también mi vida y toda mi alma! Pero no te asombres ya de este trueque de papeles. Hoy cambiaron los tiempos y se trastornaron las cosas.
No obstante, si a pesar de lo que te digo no quieres creer en tal cambio, ¡no dudes más y mira mi régimen! ¿No has notado que el nudo de la cabeza lo tiene en la cola?"
Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-en-el-Cáliz...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 400ª NOCHE
Ella dijo:
...Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-en-el-Cáliz.
El rey, a quien gustaba mucho que estuviera ella a su lado en los festines, por lo bien dotada que se hallaba de finura de ingenio y distinción, tenía por costumbre dar todos los años grandes fiestas, y con esta ocasión aprovecharse de la presencia en palacio de los principales personajes de su reino para jugar con ellos a la pelota.
Cuando llegó el día en que los invitados del rey se reunían con motivo de este juego de pelota, Rosa-en-el-Cáliz se sentó a su ventana para disfrutar del espectáculo. Enseguida empezó a animarse el juego, y la hija del visir, que seguía con la vista a los jugadores y observaba sus movimientos, divisó entre ellos a un joven infinitamente hermoso, de rostro encantador, de dientes sonrientes, de cintura breve y de anchos hombros. Al verle, experimentó tal placer que no pudo hartarse de contemplarle ni dejar de lanzarle ojeadas repetidas. Acabó por llamar a su nodriza, y le preguntó: "¿Sabes el nombre de ese joven exquisito, tan lleno de distinción, que está en medio de los jugadores?" La nodriza contestó: "¡Oh hija mía, todos son hermosos! No sé de cuál quieres hablar". La joven dijo: "¡Espera, que voy a enseñártelo!"
Y cogió al punto una manzana y se la arrojó al joven, que se volvió y levantó la cabeza en dirección a la ventana. Vió entonces a Rosa-en-el-Cáliz, sonriente y bella como la luna llena al iluminar las tinieblas; y de repente, sin tener tiempo de separar de allí ya su mirada, se sintió extremadamente conmovido de amor; y recitó estos versos del poeta:
¿Quién punzó mi corazón enamorado? ¿Fue el arquero o la flecha de tus pupilas?
¿De dónde vienes tan veloz, flecha acerada? ¿De la muchedumbre de guerreros o de una ventana simplemente?
Rosa-en-el-Cáliz preguntó a su nodriza: "Y ahora, ¿puedes ya decirme el nombre de ese joven?"
La nodriza contestó: "Se llama Delicia-del-Mundo". Al oír tales palabras, la joven echó atrás la cabeza con placer y emoción, dejóse caer en el diván, gimió profundamente e improvisó estas estrofas:
No ha tenido por qué arrepentirse quien te llamó Delicia-delMundo, ¡oh tú que unes una delicadeza exquisita de modales a todas las cualidades excelentes!
¡Oh naciente luna llena! ¡Oh rostro brillante que alumbras el universo e iluminas el mundo!
¡Entre todas las criaturas, eres el único sultán de la belleza! ¡Y tengo testigos que me den la razón!
¿No es tu ceja la letra nun, perfectamente trazada? ¿No se asemeja la almendra de tu ojo a la letra sad, escrita por los dedos amorosos del Creador?
¡Y tu cintura! ¿No es la joven, la tierna rama flexible que toma todas las formas deseables?
Si ya tu intrepidez ¡oh jinete! sobrepujó al valor de los más fuertes, ¿qué no diré de tu gracia superior y de tu hermosura?
Terminada esta improvisación, Rosa-en-el-Cáliz cogió una hoja de papel y transcribió los versos cuidadosamente. La dobló luego y la metió en una bolsita de seda bordada en oro, la cual escondió debajo del cojín del diván.
Y he aquí que la vieja nodriza, que había observado estos diversos movimientos de su señora, se puso a charlar con ella de unas cosas y de otras hasta que la dejó dormida. Entones sacó cuidadosamente de debajo del cojín la hoja de papel, la leyó, y convencida de la pasión que sentía Rosa-en-el-Cáliz, la colocó en el mismo sitio. Luego, cuando se despertó la joven, le dijo: "¡Oh mi señora, soy para ti la mejor y más tierna de las consejeras! Debo, pues, decirte cuán violenta es la pasión de amor, y prevenirte de que cuando se concentra en un corazón sin poder expansionarse, lo derrite aunque sea de acero, y produce en el cuerpo muchas enfermedades y deformidades. ¡Por el contrario, si la persona que sufre de este mal de amor se lo revela a otra, tal cosa sólo alivio ha de proporcionarle!"
Al oír estas palabras de su nodriza, Rosa-en-el-Cáliz dijo: "¡Oh nodriza! ¿conoces un remedio para el amor?" La nodriza contestó: "Lo conozco. ¡Consiste en poseer a la persona amada!" La joven preguntó: "¿Y qué hacer para conseguir esa posesión?" La nodriza dijo: "¡Oh mi señora! por el pronto basta con cambiar cartas llenas de palabras dulces, de salutaciones y de cumplimientos; porque tal es el medio mejor a que para reunirse recurren dos amigos, y lo primero que hay que hacer para resolver dificultades y prevenir complicaciones. Así, pues ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 401ª NOCHE
Ella dijo:
"...Así, pues, ¡oh mi señora! en caso de que ocultes en tu corazón alguna cosa, no temas confiármela; porque si es un secreto lo guardaré intacto de toda divulgación ¡y nadie como yo sabrá servirte con sus ojos y su cabeza para satisfacer tus menores deseos y llevar discretamente tus misivas!"
Cuando Rosa-en-el-Cáliz hubo oído estas palabras de su nodriza, sintió que la alegría le arrebataba la razón; pero retuvo en su alma cualquier palabra imprudente que revelase la causa de la turbación que la agitaba, diciendo para sí: "Nadie conoce todavía mi secreto; y para mayor seguridad, más vale no informar de nada a esta mujer mientras no posea pruebas ciertas de su fidelidad".
Pero ya añadía la nodriza: "¡Oh hija mía! la noche última vi a un hombre que se me apareció en sueños y me dijo: "¡Has de saber que tu joven señora y Delicia-del-Mundo están enamorados uno de otro, y a ti te incumbe favorecer la aventura y encargarte de sus misivas, haciéndoles toda clase de servicios con gran discreción, si quieres disfrutar tranquilamente una porción de ventajas!" Yo ¡oh mi señora! te cuento lo que he visto. ¡Tú serás ahora quien decida!"
Rosa-en-el-Cáliz contestó: "¡Oh nodriza! ¿te sientes verdaderamente capaz de callar secretos?" La nodriza dijo: "¿Cómo puedes dudarlo ni un instante, cuando soy una esencia entre las esencias de los corazones selectos?"
Entonces ya no dudó la joven, exhibiéndole el papel en que había escrito los versos y se lo entregó, diciéndole: "¡Date prisa a llevar esto a Delicia-del-Mundo y a traerme la respuesta!" La nodriza se levantó al punto y se presentó en casa de Delicia-del-Mundo, empezando por besarle la mano para luego cumplimentarle con las expresiones más amables y corteses. Tras de lo cual le entregó el billete.
Delicia-del-Mundo desdobló el papel y lo leyó. Luego, cuando se enteró bien del contenido, escribió al dorso de la hoja los versos siguientes:
¡Exaltado por el amor, late mi corazón apasionadamente, y en vano trato de contener su ímpetu tumultuoso! ¡El estado en que me halio descubre mis sentimientos!
Si mis lágrimas se desbordan, le digo a mi censor: "¡Es porque tengo los ojos malos!" Así creo engañarle acerca del verdadero motivo, ocultándole mis intimidades.
¡Libre aún ayer de toda ligadura y con el corazón tranquilo, yo ignoraba el amor! ¡Y he aquí que me despierto con el corazón dominado por el amor!
¡Voy a revelaros mi estado y a contaros mi cuita de amor, a fin de que vuestro corazón se compadezca del desgraciado que arde de pasión y a quien tortura la suerte!
¡Con las lágrimas de mis ojos trazo aquí este lamento, para con ello daros una prueba del amor a que obedece!
¡Preserve Alah de toda asechanza a un rostro que la belleza se encargó de cubrir con su velo, y ante el cual se inclina la luna, honrándole las estrellas cual esclavas!
¡Como hermosura, no he visto nada parecido! ¡Oh, su talle! ¡Las flexibles ramas aprenden a ondular viéndolo balancearse!
¡Ahora, si no os fastidia, me atrevo a suplicaros que vengáis a verme! ¡Oh, eso tiene para mí un valor muy grande!
¡No me resta ya más que haceros don de mi alma, con la esperanza de que acaso la aceptéis! ¡Vuestra llegada será para mí el Paraíso, y la Gehenna vuestra repulsa!
Después de escribir lo anterior, dobló la hoja, la besó y se la entregó a la nodriza, diciéndole: "¡Madre mía, cuento con tu bondad para predisponer en mi favor la voluntad de tu señora!" Ella contestó: "¡Escucho y. obedezco!" Cogió el billete y volvió a toda prisa al lado de su señora, a quien se lo entregó.
Al tomar el billete, Rosa-en-el-Cáliz se lo llevó a los labios y luego a la frente, lo desdobló y lo leyó.
Y cuando se hubo enterado bien de su contenido, escribió debajo los siguientes versos:
¡Oh tú cuyo corazón se prendó de nuestra belleza, no te arrepientas de unir la paciencia al amor! ¡Tal vez sea un medio de llegar a poseernos!
¡Cuando hemos advertido que tu amor era sincero y que tu corazón sufrió los mismos torméntos que nuestro corazón ,Sentimos un deseo igual a tu deseo de vernos por fin unidos; pero nos retuvo el temor a nuestros guardianes!
¡Sabe que, al descender sobre nos la noche llena de tinieblas, se exalta tanto nuestro ardor, que se encienden hogueras en nuestras entrañas!
¡Las tiránicas torturas del deseo que nos llama a ti ahuyentan de nuestra cama el sueño entonces, y de nuestro cuerpo se apodera el dolor!
¡Pero no olvides que el primer deber de los enamorados es ocultar a los demás su amor! ¡Guárdate, pues, de descorrer ante extrañas miradas el velo que nos proteje!
¡Y ahora quiero gritar que mis entrañas se hallan rebosando amor a cierto jovenzuelo! ¡Oh! ¿por qué no se quedó para siempre en nuesIra morada?
Cuando acabó de escribir estos versos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 402ª NOCHE
Ella dijo:
... Cuando acabó de escribir estos versos, dobló el papel y se lo entregó a la nodriza, que lo cogió y salió del palacio. Pero quiso el Destino que se encontrase precisamente con el chambelán del visir, padre de Rosa-en-el-Cáliz, que le preguntó: "¿Adónde vas así a esta hora?''' A estas palabras se sintió ella presa de una turbación extremada, y contestó: "¡Al hammam!" Y continuó su camino, pero tan turbada, que dejó caer, sin advertirlo, el billete mal guardado en un pliegue de su cinturón. iY esto en cuanto a ella!
Pero por lo que respecta al billete caído a tierra cerca de la puerta del palacio, lo recogió uno de los eunucos, que apresuróse a llevárselo al visir.
Y he aquí que precisamente el visir acababa de salir de su harén y había entrado en la sala de recepción para sentarse en su diván. Y mientras permaneció sentado de tal guisa tan tranquilo, el eunuco se adelantó con el billete consabido en la mano y le dijo: "Mi señor, acabo de encontrar por el suelo en la casa este billete, que me he apresurado a recoger". El visir se lo arrebató de las manos, lo desdobló, y vio escritos allí los versos en cuestión. Los leyó, y cuando se penetró de su sentido, examinó la letra, que le pareció ser, sin género de duda, la de su hija Rosa-en-el-Cáliz.
Al ver aquello, se levantó y fue en busca de su esposa, madre de la joven, llorando tan abundantemente, que se mojó con lágrimas toda la barba.
Y le preguntó su esposa: "¿Qué te impulsa a llorar de esa manera, ¡oh mi dueño!?" El contestó: "¡Toma este papel y mira lo que dice!" Cogió ella el papel, lo leyó, y se dio cuenta que había correspondencia entre su hija Rosa-en-el-Cáliz y Delicia-del-Mundo. Al averiguarlo, acudieron a sus ojos las lágrimas; pero torturó su alma sin llorar, y dijo al visir: "Oh mi señor, de ninguna utilidad serán las lágrimas, y la única idea excelente consiste en imaginar la manera de poner a salvo tu honor y ocultar el enredo en que se ha metido tu hija!" Y siguió consolándole y mitigándole las penas. El contestó: "¡Mucho me aflige por mi hija esa pasión! ¿No sabes que el sultán experimenta por Rosa-en el-Cáliz una afección muy grande? Así es que mi temor en este asunto obedece a dos causas: primero por lo que me concierne, pues que se trata de mi hija; después por lo que afecta al sultán, ya que Rosa-en-el-Cáliz es la favorita del sultán, y pueden originarse de ahí graves complicaciones. ¿Y qué opinas tú de todo esto?"
Ella contestó: "¡Espera un poco, para darme tiempo a que pronuncie la plegaria que me ha de iluminar en cuanto al partido que debe tomarse!" Y al punto colocóse en actitud de orar, según el rito y la Sunna, ejecutando las prácticas piadosas prescritas para tal caso".
Terminada la plegaria, dijo a su esposo: "Has de saber que en medio del mar llamado Bahr Al-Konuz hay una montaña que se llama la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Nadie puede arribar a ese paraje más que con dificultades infinitas. Te aconsejo, pues, que instales allí una vivienda para tu hija".
Conforme en este punto con su esposa, el visir resolvió hacer que se construyera en aquella Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-suhijo un palacio inaccesible, en el cual confinaría a Rosa-en-el-Cáliz, cuidando de surtirla de provisiones para un año, que se renovaría a principios del año siguiente, y dándole un séquito que la hiciere compañía y la sirviese.
Una vez que hubo tomado semejante resolución, el visir congregó a carpinteros, albañiles y arquitectos y los mandó a aquella montaña, donde no dejaron de edificar un palacio inaccesible y tal como no se había visto otro en el mundo.
Entonces el visir hizo preparar las provisiones para el viaje, organizó la caravana, y penetró de noche en las habitaciones de su hija, ordenándola que se pusiera en marcha. Ante una orden así, Rosa-en-el-Cáliz sintió con violencia las angustias de la separación, y cuando salió del palacio y se dio cuenta de los preparativos del viaje, no pudo menos de llorar con un llanto abundante. Con objeto de informar a Delicia-del-Mundo del ardor amoroso que pasaba por ella, capaz por lo violento de estremecer la piel, fundir las rocas más duras y hacer desbordarse las lágrimas, se le ocurrió entonces escribir sobre la puerta los versos siguientes:
¡Oh casa! ¡Si a la mañana pasase el ser amado, saludando con señas amorosas,
Devuélvele de parte nuestra un saludo delicioso y perfumado, porque no sabemos adónde nos llevará la suerte esta noche!
¡Ni yo misma sé hacia qué lugares me transporta el viaje, pues me conducen de prisa, y con equipaje reducido!
¡Vendrá la noche, y un pájaro oculto en los ramajes anunciará con sus endechas moduladas la noticia de nuestro triste destino!
Dirá con su lenguaje: "¡Qué dolor! ¡Cuán cruel es separarse de quien se ama!"
¡Y cuando vi ya llenas las copas de la separación y a la suerte dispuesta a ofrecérnoslas a pesar nuestro,
He gustado con resignación el amargo brebaje! ¡Pero la resignación ¡ay! no podrá nunca procurarme el olvido!
Cuando trazó sobre la puerta estos versos ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 403ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando trazó sobre la puerta estos versos, se colocó en su palanquín, y la caravana se puso en marcha. Franquearon llanuras y desiertos, terrenos uniformes y montes accidentados, y llegaron de tal suerte al mar de Al-Konuz, a la orilla del cual armaron sus tiendas; y construyeron un gran navío, en el que hicieron embarcarse con su séquito a la joven.
Y como el visir había dado orden a los conductores de la caravana de que cuando dejasen a la joven confinada en el palacio enclavado en la cima de la montaña volviesen a la playa y destruyesen el navío, se guardaron muy mucho de desobedecer, y ejecutaron puntualmente la misión que se les encargó, para regresar luego a presencia del visir, llorando por todo aquello. ¡Y he aquí cuanto a ellos se refiere!
Pero respecto a Delicia-del-Mundo, cuando se despertó al día siguiente no dejó de hacer su oración matinal y de montar a caballo para ponerse al servicio del sultán, como de costumbre. Al pasar por la puerta del visir, advirtió los versos escritos en ella, y al leerlos creyó perder el sentido, y se encendió el fuego en sus entrañas trastornadas. Volvióse entonces a su casa, donde no pudo estarse quieto ni un momento, presa de la impaciencia, de la inquietud y de la agitación.
Luego, al caer la noche, temeroso de revelar su estado a la servidumbre, se apresuró a salir, vagando a la ventura por los caminos, perplejo y hosco.
Anduvo de tal modo toda la noche y parte de la mañana siguiente, hasta que el calor intenso y la sed torturadora le obligaron a descansar algo. Y he aquí que precisamente había llegado al borde de un arroyo sombreado por un árbol, y se sentó allí y cogió agua en el hueco de las manos. Pero al llevar a sus labios esta agua no le encontró sabor ninguno; al mismo tiempo sintió que se le demudaba el semblante y se le ponía amarillo el color; y vió que tenía los pies hinchados por lamarcha y el cansancio.
Entonces se echó a llorar copiosamente, y con las mejillas empapadas de lágrimas recitó estos versos:
¡ Se embriaga el enamorado con el amor de su amigo, y aumenta su embriaguez la intensidad de sus deseos!
¡La locura de su amor le hace vagar exaltado y frenético; no halla en ninguna parte asilo; no tiene gusto ninguno en alimentarse!
¿Cómo puede encontrar alegría el enamorado, viviendo lejos de su amiga? ¡Ah! ¡sería prodigioso!
¡Derretido estoy desde que el amor habita en mí; y torrentes de Ilanto me lavan las mejillas!
Oh! ¿cuándo veré al amigo o a alguien de su tribu que traiga un poco de calma a este torturado corazón?
Cuando hubo recitado estos versos, Delicia-del-Mundo lloró hasta mojar la tierra; luego se levantó y alejóse de aquellos parajes. Caminando de tal manera, desolado por llanuras y desiertos, vio de pronto ante sí un león de hirsuta crin, formidable cuello, cabeza enorme como una cúpula, fauces más anchas que una puerta y dientes parecidos a colmillos de elefante. Al verlo no dudó ni por un momento de su perdición; se volvió en dirección a la Meca, pronunció su acto de fe y se preparó a morir.
Pero en aquel preciso instante acordóse de pronto de haber leído antaño en los libros antiguos que el león era sensible a la dulzura de las palabras, se complacía con las adulaciones, y de este modo se dejaba amansar fácilmente. Entonces empezó a decirle: "¡Oh león de las selvas! ¡oh león de las llanuras! ¡oh león intrépido! ¡oh jefe temido de los bravos! ¡oh sultán de los animales! ¡delante de tu grandeza tienes a un pobre enamorado aniquilado por la separación y con la mente enloquecida, a quien la pasión redujo hasta este extremo! ¡Escucha mis palabras y apiádate de mi perplejidad y mi dolor!"
Cuando el león hubo oído este discurso, retrocedió unos pasos, se sentó, levantó la cabeza mirando a Delicia-del-Mundo, y púsose a jugar con su cola y sus patas delanteras.
Al ver aquellos movimientos del león, Delicia-del-Mundo recitó estos versos:
¡Oh león del desierto! ¿vas a matarme antes de que encuentre a quien me ató el corazón?
¡Oh, no soy caza preciada, ni siquiera gorda, porque consumido está mi cuerpo por la pérdida del amigo, y tengo el corazón devastado!
¿Qué harás con un muerto a quien sólo el sudario falta?
¡Oh león tumultuoso en la refriega!
¡Si me maltratas, alegrarás con ello a los que me envidian!
¡No soy más que un pobre enamorado anegado en lágrimas, con el corazón oprimido por la ausencia del amigo!
¿Qué ha sido del amigo? ¡Oh tristes pensamientos de mis noches inquietas!
¡He aquí que no sé si mi vida se debate en la nada!
Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 404ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó, y con los ojos llenos de lágrimas, avanzó con mucha dulzura hacia Delicia-delMundo, poniéndose a lamerle pies y manos con la lengua. Tras de lo cual hízole señas de que le siguiera y echó a andar delante de él.
Delicia-del-Mundo siguió al león, y caminaron ambos de tal suerte durante cierto tiempo. Después de escalar una montaña alta y descender por la vertiente, vieron en la llanura huellas de la caravana. Entonces Delicia-del-Mundo empezó a seguir con atención aquellas huellas, y al verle ya sobre la pista, el león le dejó que continuase solo sus pesquisas y volvió pies atrás para emprender de nuevo su camino.
En cuanto a Delicia-del-Mundo, continuó siguiendo día y noche las huellas de la caravana, y de tal suerte llegó a orillas del mar rugiente, de olas tumultuosas, donde los pasos se perdían en el agua. Comprendió entonces que la caravana habíase embarcado y había proseguido por el mar su ruta, y perdió toda esperanza de encontrar a su bienamada.
A la sazón dejó correr sus lágrimas y recitó estos versos:
¡Muy lejos está la amiga ahora, y mi paciencia llega al límite!
¿Cómo ir en pos de ella por los abismos del mar?
¿Cómo resignarme cuando están consumidas mis entrañas, y el insomnio sustituyó al sueño de mis ojos?
¡Desde que abandonó las moradas y nuestra tierra, mi corazón está inflamado!
¡Y qué llama le inflama!
¡Oh grandes ríos Seyhún, Jeyhún y tú, Eufrates! ¡Cual vosotros corren ya mis lágrimas!
¡Corren y se desbordan con más intensidad que los diluvios y las lluvias!
¡De tanto como los golpean esos torrentes de lágrimas, se me han ulcerado los párpados, y se incendió mi corazón al contacto de tantas chispas!
Las hordas de mi pasión y de mis deseos han sabido al asalto de mi corazón!
¡Y el ejército de mi paciencia quedó vencido y derrotado!-...
¡Sin cálculo arriesgué mi vida por su amor, pero el riesgo de mi vida es el menor de los peligros que corrí!
¡Ojalá no sean castigados mis ojos por haber visto en el recinto prohibido a esa maravillosa belleza, más resplandeciente que la luna!
¡Caí en tierra herido, con el corazón traspasado por las flechas que sin arco disparan sus anchos ojos maravillosamente rasgados!
¡Me ha seducido con la armonía de sus movimientos y su ligereza; Su ligereza que no igualaría la flexibilidad de la rama joven sobre tronco del sauce!
¡Con toda mi alma le imploro socorro para mis penas y quebrantos!
¡Pero ella me redujo al triste estado en que me véis, y sólo su mirada seductora causó mi perdición!
Cuando acabó de recitar estos versos, se echó a llorar de tal manera, que cayó sin conocimiento, y permaneció mucho tiempo así. Pero vuelto ya de su desmayo, giró la cabeza a la derecha y a la izquierda, y como se veía en un desierto sin habitantes, tuvo miedo a ser presa de los animales salvajes, y se puso a trepar por una alta montaña, en la cima de la cual oyó que salían de una caverna sonidos de voz humana. Escuchó la voz atentamente, y observó que era la de un ermitaño que había dejado el mundo para consagrarse a la devoción. Se acercó a aquella caverna y golpeó tres veces la puerta, sin obtener respuesta del ermitaño y sin verle salir.
Entonces suspiró profundamente y recitó estos versos:
¡Oh deseos míos! ¿cómo alcanzaréis vuestro fin?
¡Oh alma mía! ¿cómo olvidarás tus quebrantos, tus penas y tus fatigas?
¡Una a una, vinieron todas las calamidades a envejecer mi corazón Y a blanquear mi cabeza en mi primera juventud!
Ningún socorro dulcifica la pasión que me consume, ningún amigo aligera la carga que pesa sobre mi alma!
¡Ah! ¿quién sabrá decir los tormentos de mis deseos, ahora que se volvió en contra mía el Destino?
¡Gracia, piedad para el pobre enamorado desolado, el que bebió en el cáliz de la separación y el abandono!
¡Hay fuego en este corazón; se consumieron las entrañas, y de tanto como la pasión la ha torturado, la razón ha huido!
¡Ningún día fue más terrible que el de mi llegada a su morada, cuando vi los versos escritos en la puerta!
¡Oh, cuánto lloré! ¡A la tierra hice beber mis lágrimas ardientes, pero callé mi secreto ante allegados y extraños!
¡Oh ermitaño que buscaste el refugio de esta gruta para no ver nada de este mundo! ¡Acaso gustaras por ti mismo el amor, y se te huyera la razón también!
¡Yo, no obstante, a pesar de esto y aquello, a pesar de todo, olvidaría sin duda mis penas y fatigas si lograra mi propósito.
Cuando acabó de recitar estos versos, vió abrirse de pronto la puerta de la gruta y oyó que alguien gritaba: "¡La misericordia sobre ti!"
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 405ª NOCHE
Ella dijo:
... y oyó que alguien gritaba: "¡La misericordia sobre tí!" Entonces franqueó la puerta y deseó la paz al ermitaño, que le devolvió su saludo y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" El joven dijo: "¡Me
llamo Delicia-del-Mundo!" El ermitaño le preguntó: "¿A qué obedece tu llegada?" El joven le contó entonces su historia desde el principio hasta el fin, y también cuanto le había acaecido. Y el ermitaño se echó a llorar, y le dijo: "¡Oh Delicia-del-Mundo! Veinte años hace que yo habito estos lugares y jamás vi a nadie durante mi estancia aquí, si exceptuamos al día de ayer. Porque oí llantos y tumultos, y al mirar por el lado de donde venían aquellas voces, vi una muchedumbre de gente y tiendas de campaña armadas en la playa. Luego vi que aquellas gentes construían un navío, en el que se embarcaron para desaparecer por alta mar. Volvieron poco tiempo después, aunque eran menos en número que a la ida; desarmaron el navío y de nuevo emprendieron el camino por donde habían venido. ¡Y me parece que los que partieron sin volver son precisamente los que tú buscas, ¡oh Delicia-delMundo! ¡Comprendo, pues, la intensidad de tu dolor, y te compadezco! Pero sabe que es imposible dar con un enamorado que no haya sufrido penas de amor!" Y el ermitaño recitó estos versos:
¡Oh Delicia-del-Mundo! Me crees despreocupado y con el corazón lleno de quietud,
¡Y no sabes que el ardor de la pasión me dobla y me desdobla como a un lienzo!
¡Desde mi primera infancia conocí el amor; cuando mamaba aún, conocí los transportes de amor! ¡Y si le preguntaras por mí, él te diría que me conoce!
¡Practiqué el amor durante tanto tiempo, que hube de hacerme célebre; ¡Y si le preguntaras por mí, él te diría que me conoce!
¡Bebí en la copa del amor y gusté su languidez amarga!
¡Tanto se estropeó mi cuerpo, que no soy ya más que una apariencia de mí mismo!
¡Lleno de fuerza estuve antaño; ahora ha desaparecido mi vigor. Y el ejército de mi paciencia quedó maltrecho bajo los alfanjes de las miradas!
¡No creas que llegarás al amor sin sufrir sinsabores, porque desde tiempos antiguos los extremos se tocan!
¡Para todos los enamorados decretó el amor que el olvido es lo mismo de ilícito que la impiedad!
Y cuando el ermitaño hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a Delicia-del-Mundo, y le estrechó en sus brazos; y juntos lloraron ambos de tal modo, que las montañas retemblaron con sus gemidos, y acabaron ellos por caer desmayados.
Cuando recobraron el conocimiento, se juraron mutuamente que en adelante se considerarían como hermanos en Alah (¡exaltado sea!) ; y dijo el ermitaño a Delicia-del-Mundo: "Esta noche voy a orar y a consultar a Alah acerca de lo que debes hacer". Delicia-del-Mundo contestó: "¡Escucho y obedezco!" ¡Y he aquí lo que a ellos atañe!
Pero he aquí lo que afecta a Rosa-en-el-Cáliz:
Cuando las gentes que la acompañaban la condujeron a la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo, y entró ella en el palacio que habíanla preparado, lo examinó con atención y miró todo su mobiliario; luego se echó a llorar, y exclamó: "¡Oh morada, deliciosa eres, ¡por Alah! pero falta entre tus muros la presencia del amigo!" Después, al notar que la isla estaba habitada por pájaros; ordenó a su séquito que tendieran redes para capturar estos pájaros y que los enjaularan conforme los fueran capturando, para más tarde llevarlos al interior del palacio. E inmediatamente se ejecutó su orden. Entonces Rosa-en-el-Cáliz se acodó en la ventana y dejó a su pensamiento ir en pos de los recuerdos. Y aquello despertaba en ella ardores pasados, deseos abrasadores y transportes, y le hacía verter lágrimas de sentimiento, trayéndole a la memoria estos versos, que recitó:
¿A quién dirigiré la cuita de amor que hay en mi alma, hablándome de las angustias que la alejan del amigo y del fuego que arde en mis costillas? ¡Pero me callaré por temor a mi guardián!
¡Más flaco que un mondadientes tengo el cuerpo, pues estoy consumida por los ardores, las tristezas de la ausencia y las lamentaciones!
¿En dónde están los ojos del amigo, para que vean el triste estado de extravíos a que rne ha reducido su recuerdo?
¡Se han excedido en sus derechos al transportarme a un paraje donde no puede venir mi bienamado!
¡Al sol le encargo que por tarde y mañana transmita a millares mis saludos al amante cuya hermosura cubre de vergüenza a la luna llena naciente, y cuya figura de talle supera a la de la rama tierna!
Si las rosas quisieran imitar a su mejilla, diría yo a las rosas: "¡No conseguiréis pareceros a una mejilla suya ¡oh rosas! mientras no seáis las rosas de su otra mejilla!"
¡Destila su boca una saliva que refrescaría la lumbre de un brasero encendido!
¿Cómo olvidarle, cuando es mi corazón, mi alma, mi sufrimiento, mi mal, mi médico y mi bienamado?
Pero cuando avanzó la noche con sus tinieblas, Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus deseos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 406ª NOCHE
Ella dijo:
...Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus deseos y avivarse el recuerdo abrasador de sus desventuras. Entonces recitó estos versos:
¡He aquí la noche, que con sus tinieblas me trae ardores intensos y molestias; y mis deseos avivan en mí dolores abrasadores!
¡En mis entrañas habita ahora el tormento de la separación; mis pensamientos me aniquilan, mis ardores me agitan, mis transportes me queman y mis lágrimas traicionan un querido secreto!
¡Enamorada como estoy, no sé el modo de hacer cesar mi delgadez, mi debilidad y mi dolor!
¡Cada vez se enciende más el incendio de mi corazón, y la intensidad de su llama me devora el hígado!
¡En el día de la separación, no pude despedirme de mi bienamado ¡Qué pena! ¡Que dolor!
¡Pero tú caminante que has de informar de todos mis tormentos al amigo, dile que he soportado sufrimientos que no sabría describir ninguna pluma!
¡Por Alah! ¡Juro que mi amor será fiel siempre al bienamado! Porque en el código del amor es lícito el juramento!
¡Oh noche! ¡Vé a llevar mi saludo al bienamado, y dile que eres testigo de mis insomnios!
Y así era como se lamentaba Rosa-en-el-Cáliz.
¡He aquí lo relativo a Delicia-del-Mundo! El ermitaño le dijo: "Baja al valle y tráeme una cantidad grande de fibras de palmera". Bajó el joven, para regresar luego con las fibras que se le habían pedido; y el ermitaño las cogió y confeccionó con ellas una especie de red semejante a las redes donde se transporta la paja, después dijo a Delicia-del-Mundo: "Has de saber que en el fondo del valle crece una clase de calabaza que cuando está madura se seca y se separa de sus raíces. Baja a coger una porción de esas calabazas secas, sujétalas a esta red y tíralo todo al mar. No dejes de subirte encima, y la corriente te llevará entonces a alta mar y te hará alcanzar el fin que persigues. ¡Y no olvides que sin riesgos no se consigue nunca lo que uno se propone!" El joven contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y después que el ermitaño le deseó buena suerte, se despidió de él y bajó al valle, donde no dejó de hacer lo que se le había aconsejado.
Cuando, llevado por la red de calabazas, llegó en medio del mar, levantóse con violencia un viento que le impulsó rápidamente y le hizo desaparecer a la vista del ermitaño. Zarandéandole las olas, alzándole unas veces sobre montes de espumas, hundiéndolas otras en su seno anchuroso, y de este modo fué juguete de los terrores del mar durante tres días y tres noches, hasta que los destinos le arrojaron al pie de la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Llegó a la playa en un estado análogo al de un pollo mareado, con hambre y sed; pero no tardó en encontrar cerca de allí arroyos de agua corriente, aves canoras y árboles cargados de racimos de fruta, y así pudo satisfacer su hambre comiendo de aquellas frutas y aplacar su sed bebiendo de aquella agua pura. Tras de lo cual se dirigió hacia el interior de la isla, y vio a lo lejos una cosa blanca, a la que fué aproximándose y observó que era un palacio imponente, de muros escarpados, y se dirigió a la puerta, encontrándola cerrada. Entonces se sentó y no se movió ya durante tres días; al cabo de los cuales vió abrirse por fin la puerta y salir un eunuco, que le preguntó: "¿De dónde vienes?" ¿Y cómo te arreglaste para llegar hasta aquí?
El joven contestó: "¡Vengo de Ispahán! ¡Viajaba por mar con mis mercancías, cuando se estrelló el navío en que yo iba, y las olas me arrojaron a esta isla!" Al oír tales palabras, el esclavo se puso a llorar; luego se echó al cuello de Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Consérvele con vida Alah, ¡oh rostro amigo! Ispahán es mi tierra, y también vivía allá la hija de mi tío, la que amé en mi primera infancia y a la que estuve ligado estrechamente. Pero un día nos atacó una tribu más numerosa que la nuestra, capturando a una gran parte de nosotros; y yo estaba comprendido en el botín. Como en aquella época era yo un niño todavía, me cortaron los compañones para que aumentara mi precio y me vendieron como eunuco. ¡Y en este estado es como me ves! Luego, tras de desear la paz una vez más a Delicia-del-Mundo, el eunuco le hizo entrar al patio principal del palacio.
Vio entonces el joven un maravilloso estanque rodeado de árboles de hermosas ramas frondosas, donde piaban agradablemente, bendiciendo al creador, pájaros encerrados en jaula de plata con puertas de oro. Se aproximó a la primera jaula, la examinó con atención y vio que contenía una tórtola, que al punto lanzó un grito que significaba: "¡Oh generoso!" Y al oír aquel grito, Delicia-del-Mundo, cayó desmayado; luego, cuando volvió en sí dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 407ª NOCHE
Ella dijo:
...dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:
¡Si estás prendada de amor como yo, oh tórtola! invoca al Señor y arrulla: "¡Oh generoso!"
¡Quién sabe si es tu canto un grito de alegría o la queja de amor de un corazón turbado!
¿Gimes a causa de la partida de tú amigo, o porque te dejó débil y lánguida, o acaso porque perdiste al objeto de tu amor? ¡Si es así, no temas, exhalar tus quejas y proclamar a gritos el amor antiguo que te rebosa del corazón!
¡En cuanto a mí, conserve Alah a mi bienamada, y prometo no olvidarle nunca, hasta cuando mis huesos sean ya polvo!
Después de recitar estos versos se echó a llorar de tal manera, que cayó desvanecido. Y cuando recobró el conocimiento anduvo hasta llegar a la segunda jaula, en la que halló una paloma zorita, que al verle se puso a cantar, diciendo: "¡Oh Eterno, yo te glorifico!" Entonces Delicia-del-Mundo suspiró prolongadamente, y recitó estos versos:
¡La paloma zorita ha dicho quejosa!: ¡Oh Eterno, yo te glorifico a pesar de mis calamidades!
¡Oh Eterno, espero que tu bondad me permita reunirme con la bienamada en este destierro!
¡Cuántas veces se me apareció con sus labios de miel aromática, y me dejó más abrasado que nunca!
Mientras el fuego consume mi corazón y lo reduce a cenizas, lloro lágrimas de sangre, que se desbordan inundando mis mejillas, y me digo: "¡La criatura no se fortalece más que con sinsabores!"
¡Por eso es que quiero tomar mis males con paciencia!
¡Y si quiere Alah que me reúna con la dueña de mi corazón, gastaré mis riquezas en albergar a la tribu de mis semejantes los enamorados!
¡Libertaré de su prisión a las aves, y en mi felicidad, me despojaré de mi duelo!
Cuando hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a la tercera jaula, y vió que contenía un ruiseñor, que, tan pronto como se dió cuenta que le observaban, se puso a cantar. Y al oírle, recitó estos versos Delicia-del-Mundo:
¡Oh! ¡cómo me encanta el ruiseñor cuando deja oír su voz gentil, que se asemeja a una enamorada voz desfalleciente de amor!
¡Piedad para los enamorados! ¡Cuántas noches no pasan víctimas de las zozobras, los deseos y la inquietud!¡Tan crueles son sus angustias, que parece que nunca conocieron ellos más que noches sin sueño y sin mañana!
¡En cuanto a mí, desde que vi a mi amiga me encadenó su amor, y encadenado de tal suerte, dejo que de mis ojos se deslicen cadenas de lágrimas! Y me digo: "¡He aquí las
cadenas que al deslizarse de mis ojos encadenan toda mi persona!" ¡Y en esta forma se desborda mi ardor!
¡Al mismo tiempo estoy herido por el alejamiento de la amiga! ¡Se agotaron los tesoros de mi paciencia, y mis fuerzas se rindieron!
¡Si, de ser equitativa la suerte, me reuniría con mi amiga!
¡Y ahora, cúbrame con su velo Alah, para que pueda yo desnudar mi cuerpo ante la amiga y hacerle ver así el grado de agotamiento a que me redujeron las alarmas, la inquietud y el abandono!
Cuando acabó de recitar estos versos, se adelantó hasta la cuarta jaula y vió en ella un bulbul que al punto se puso a modular notas melancólicas. Y al oír aquel canto, Delicia-del-Mundo dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:
¡En las albas y las auroras, el bulbul consuela el corazón del enamorado con el sonido melodioso de las cuerdas de su voz!
¡Oh Delicia-del-Mundo, quejumbroso y languideciente! ¡Aniquilado por el amor está tu ser!
¡Hasta mí llegan no sé cuántos cánticos maravillosos, que enternecerían la dureza del hierro y de la piedra!
¡Y he aquí que el aire ligero de la mañana viene a nosotros pasando por los edenes de las praderas y las flores exquisitas!
¡Oh, los cantos de pájaros en las albas y las mañanas, y tú, embalsamada brisa de las primeras claridades del día, cómo transportáis mi alma!
¡Pienso entonces en la amiga lejana, y mis lágrimas se precipitan en lluvia torrencial, mientras en mis entrañas arde un fuego terrible entre chispas y llamas!
¡Haga por fin Alah que el enamorado apasionado vuelva a ver a su amiga y a disfrutar de sus encantos! Porque, ¿acaso el enamorado no tiene una excusa manifiesta?¡Digo esto porque sé que no hay como el hombre avisado para ver claro y disculpar!
Luego, cuando acabó de recitar estos versos, Delicia-del-Mundo anduvo un poco...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañanay se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 408ª NOCHE
Ella dijo:
... Delicia-del-Mundo anduvo un poco, y vio una jaula maravillosa, mucho más bonita que todas las demás jaulas. Aquella jaula aprisionaba a un pichón salvaje, que tenía al cuello un collar de perlas admirables. Y al ver Delicia-del-Mundo a aquel pichón, conocido por su canto melancólico y amoroso, y a la sazón preso en aquella jaula con un aire muy triste y soñador, empezó a sollozar, y recitó estos versos:
¡Oh pichón de los bosques frondosos! ¡Oh hermano de los amantes, compañero de las almas sensibles, yo te saludo!
¡Amo a una tierna gacela, cuya mirada penetró en mi corazón más profundamente que el filo de una hoja cortante!
¡Su amor abrasó mi corazón y mis entrañas, y su lejanía arruinó mi cuerpo con enfermedades!
¡Desde hace largo tiempo no saboreo las dulzuras del comer y del dormir!
¡De mi alma huyeron la paciencia y la tranquilidad, y la pasión vino a instalarse en ella para siempre!
¿Cómo podré en lo sucesivo encontrar alegría viviendo lejos de la amiga ausente? ¿Acaso no es ella mi aspiración, mi deseo y mi alma toda?
Cuando el pichón oyó estos versos de Delicia-del-Mundo, salió de su ensueño y empezó a gemir y a arrullar de manera tan quejumbrosa y melancólica, que parecía ser humana su voz, y que en su lenguaje recitaba estos versos:
¡Oh joven enamorado! ¡Acabas de recordarme la época de mi juventud sumergida en el pasado,cuando me seducía mi amigo, cuyas formas graciosas adoraba yo, porque era maravillosamente hermoso!
¡A través de las ramas del montículo arenoso, su voz sumíase en un éxtasis entusiasmado con los caros acordes de la flauta!
¡Un día tendió una red el cazador y le apresó! Y exclamó mi amigo: "¡Oh mi libertad en el espacio! ¡Oh felicidad fugitiva!"
¡Sin embargo, yo esperaba que el cazador se compadeciese de mi amor y me devolviera a mi amigo; pero fué cruel!
¡Y ahora son ya excesivas mis torturas, y mis deseos se avivan con el fuego de tan dura ausencia!
¡Oh! ¡Proteja Alah a los amantesl enloquecidos y torturados por angustias como las mías! ¡Y ojalá alguno de ellos, al mirarme tan triste en mi jaula, me abra la puerta de ella y me devuelva a mi amigo!
Entonces Delicia-del-Mundo se encaró con su amigo el eunuco de Ispahán, y le dijo: "¿Qué palacio es éste? ¿Quiénes lo habitan? ¿Y quién lo construyó?" El eunuco contestó: "¡Es el visir de tal rey quien lo construyó para su hija, con objeto de resguardarla de los acontecimientos del tiempo y de los accidentes del Destino! Acá la confinó con sus servidores y su séquito. ¡Y no se abren sus puertas más que una vez al año, el día en que nos mandan provisiones!"
Al oír estas palabras, pensó para su alma Delicia-del-Mundo: "¡Por fin consigo mi propósito! Pero ¡cuán penoso me resulta tener que esperar tanto antes de verla!"
Y he aquí lo que a él atañe.
¡Pero he aquí ahora lo concerniente a Rosa-en-el-Cáliz!
Desde que llegó al palacio, no tuvo gusto ya para saborear el placer de beber y comer, ni el del reposo y el sueño. Por el contrario, sentía aumentar en ella los tormentos de sus transportes apasionados; y mataba el tiempo recorriendo todo el palacio en busca de una salida, pero sin resultado.
Y un día en que no podía más, estalló en sollozos, y recitó estos versos:
¡Para torturarme, me han aprisionado lejos de mi amigo, y en mi prisión me hacen sufrir toda clase de tormentos!
¡Con los fuegos de la pasión, me quemaron el corazón, alejándolodo del amigo de mis ojos!
¡Me encerraron en fortificadas torres que alzaron sobre montañas entre los abismos marinos!
¿Es que con ello quisieron que olvidara? ¡Pues desde entonces creció más aún mi amor!
¿Cómo podré olvidar? ¿No se debe todo lo que sufro a una sola mirada que dirijí al rostro del amado?
¡Entre penas se deslizan mis días, y me paso la noche asaltada por tristes pensamientos!
¡Pero aunque carezco de la presencia amada, me queda su recuerdo para consolarme en la soledad!
¡Ah! ¡Ojalá, después de todo esto, pueda ver un día que el Destino me reúna con el bienamado!
Cuando acabó de recitar estos versos, Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 409ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio, y valiéndose de sólidas telas de Baalbek, con las cuales se ató cuidadosamente, se descolgó a tierra desde lo alto de los muros. Y vestida como estaba con sus trajes más hermosos y con el cuello adornado por un collar de pedrerías, atravesó las llanuras desiertas que rodeaban el palacio, y llegó de esta manera a la orilla del mar.
Divisó allí a un pescador, a quien el viento de través había arrojado a lo largo de aquella costa mientras pescaba sentado en su barca. El pescador divisó asimismo a Rosa-en-el-Cáliz, y creyéndola una aparición obra de algún efrit, se atemorizó mucho y empezó a maniobrar para alejarse de allí cuanto antes.
Entonces Rosa-en-el-Cáliz le llamó repetidas veces, y haciéndole numerosas señas, le recitó estos versos:
jOh pescador! ¡Calma tu turbación, pues soy un ser humano semejante a los demás!
¡Te pido que respondas a mis súplicas y escuches mi verídica historia!
¡Ten piedad de mí, y si un día llegas a posar tus ojos en un amigo adusto y despiadado, Alah te preservará de los ardores que me abrasan!
¡Porque amo a un jovenzuelo cuyo rostro resplandeciente hace palidecer el brillo del sol y de la luna,cuyas miradas hicieron que la propia gacela exclamara disculpándose: "¡Soy tu esclava!"
¡Sobre su frente escribió la belleza este renglón encantador, de sentido conciso: "¡Quién le mira como a la antorcha del amor, va por buen camino; pero quien se separa de él, comete una falta grave y una impiedad!"
¡Oh pescador! ¡ Cuál no sería mi dicha si consintieras en consolarme haciéndome que le encontrara! ¡Y cuán agradecida te quedaría yo entonces !¡Te daría pedrerías y joyas, y perlas cogidas en el agua, y cuantas cosas preciosas hay!
¡Ojalá pueda satisfacer mi amigo un día mis deseos, porque en la espera se derrite mi corazón y se desmenuza!
Cuando oyó el pescador estas palabras, lloró, gimió y se lamentó, acordándose también de los días de su juventud, cuando estaba rendido de amor, atormentado por la pasión, torturado por zozobras y deseos, abrasado en el fuego de los transportes amorosos. Y se puso a recitar estos versos:
¡Qué perentoria excusa de la intensidad de mi ardor! ¡Miembros descarnados, lágrimas esparcidas, ojos rotos por las vigilias, corazón golpeado como un eslabón brillante!
¡La calamidad del amor se apoderó de mí en la juventud, y he saboreado todas sus dulzuras engañosas!
¡Ahora quiero venderme para encontrar a un amigo ausente, a riesgo de perder el alma!
Í No obstante, espero que me sea lucrativa esta venta, porque es costumbre en los enamorados no regatear nunca el precio de su amigo!
Una vez que el pescador hubo acabado de recitar estos versos, se acercó con su barca a la orilla, y dijo a la joven: "¡Embárcate, pues estoy dispuesto a conducirte adonde quieras!" Entonces se embarcó Rosa-en-el-Cáliz, y el pescador se alejó de tierra a fuerza de remos.
Cuando se distanciaron un poco, se levantó un viento que empujó a la barca por la popa con tanta velocidad, que no tardaron en perder de vista la tierra, sin que supiese ya el pescador dónde se hallaba. Sin embargo, al cabo de tres días se calmó la tempestad, amenguó el viento, y con la venia de Alah (¡exaltado sea!) llegó la barca a una ciudad situada a orillas del mar.
Y he aquí que precisamente en el momento en que llegaba la barca del pescador, el rey de la ciudad, que era el rey Derbas, estaba sentado con su hijo a una ventana de su palacio que daba al mar; y vio entrar en el puerto la barca del pescador y divisó a aquella joven, hermosa como la luna llena en el seno del cielo puro, que llevaba en las orejas pendientes de rubíes magníficos y al cuello un collar de maravillosas pedrerías. Supuso entonces que debía ser hija de un rey o de un soberano, y seguido de su hijo abandonó el palacio y se dirigió a la playa, saliendo por la puerta que daba al mar.
En aquel momento ya estaba amarrada la barca, y la joven dormía en ella tranquilamente.
Entonces el rey se acercó a la joven y veló su sueño. Y cuando abrió los ojos, ella se echó a llorar. Y el rey le preguntó: "¿De dónde vienes? ¿De quién eres hija? ¿Y a qué obedece tu llegada a esta comarca?"
Ella contestó: "Soy la hija de Ibrahim, visir del rey Schamikh. ¡Y mi llegada aquí obedece a algo extraordinario y a una aventura muy extraña!" Luego contó al rey toda su historia, desde el principio hasta el fin, sin ocultarte nada. Tras de lo cual dejó escapar profundos suspiros, vertió llanto y recitó estos versos:
¡He aquí que han ulcerado mis párpados las lágrimas! ¡Ah! ¡Para que se desborden de tal modo han sido precisas tribulaciones muy singulares!
¡Y la causa de todo es un ser caro a mi corazón, con el cual jamás pude aplacar la sed de mis deseos!
¡Su rostro es tan hermoso, tan radiante y tan resplandeciente, que supera a la belleza de turcos y árabes!
¡Al verle aparecer, el sol y la luna se inclinaron con amor, prendados de sus encantos, y rivalizaron en galanterías para con él! ...
¡Su mirada hechicera es tan encantadora, que a todos los corazones fascina con su tirante arco dispuesto a lanzar flechas!
¡Oh tú, a quien acabo de contar detalladamente mis penas amargas, ten piedad de un enamorado convertido en juguete de las vicisitudes del amor!
¡Ay! ¡En triste estado me arrojó el mar en medio de tu país, y sólo en tu generosidad tengo ya esperanza!
¡El hombre de corazón generoso que protege a quien le implora su hospitalidad, realiza, por lo general, una obra muy meritoria! ¡...Oh tú, esperanza mía; extiende el velo protector sobre la tribu de los enamorados, y has ¡oh mi señor! que se reúnan!
Luego, una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 410ª NOCHE
Ella dijo:
... una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más después quedóse hecha un mar de lágrimas, e improvisó los versos siguientes:
¡He podido disfrutar de la vida hasta el día en que conocí a aquel prodigio de amor! ¡Ojalá todos los meses del año sean para el amigo meses de tranquilidad, como lo es el mes sagrado de Bagdad!
¡Cuán asombroso sería que el día de mi destierro las lágrimas que vertí pudieran transformarse en fuego líquido dentro de mis entrañas!
¡Aquel día cayó de mis párpados una lluvia de sangre en gotas redondas; y la superficie de mis mejillas se coloreó de rojo!
¡Y los lienzos con que se enjugaron todas estas lágrimas se tiñeron tan de rojo, que parecían la túnica de Joset coloreada de una sangre engañosa!
Cuando oyó el rey las palabras de Rosa-en-el-Cáliz, no dudó ni por un instante de la profundidad del mar de amor que la aquejaba; y se compadeció de ella y le dijo: "¡No temas ni te aterres, conseguiste tu propósito! ¡Porque heme aquí dispuesto a hacer que logres tus aspiraciones y a darte al que pides! ¡Créeme, pues, y escucha algunas palabras mías!"
Y al punto el rey recitó estos versos:
¡Oh hija de raza noble y generosa, llegaste a la meta perseguida! ¡Te lo anuncio con alegría! ¡Nada tienes que temer ya aquí!
¡Hoy mismo acumularé grandes riquezas y se las enviaré al rey Schamikh custodiadas por jinetes y guerreros!
¡Le enviaré cofrecillos de almizcle y fardos con brocados, añadiendo a ello oro y plata virgen!
¡Sí! ¡Y mis cartas enterarán, por medio de la escritura, de que deseo ser su aliado y su pariente!
¡Hoy mismo te ayudaré con todas mis fuerzas para que te unas lo más pronto posible al que amas!
¡Por mí propio gusté siempre la amargura del amor! ¡Y he aprendido a complacer y disculpar a quienes bebieron en tan amargo cáliz!
Cuando acabó de recitar estos versos, fué el rey en busca de sus soldados, y después de llamar a su visir, hízole que preparara un número incalculable de fardos con los presentes consabidos, dándole orden de que él mismo se pusiera en camino para llevarlas al rey Schamikh, y le dijo: "¡Es preciso, además, que sin remisión traigas de allá contigo a una persona que se llama Delicia-del-Mundo! Y dirás al rey: "Mi amo desea ser tu aliado, y el pacto de alianza entre tú y él será el matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo, que es uno de los personajes de tu séquito. ¡Así, pues, has de confiarme a ese joven y le conduciré junto al rey Derbas para que en su presencia se extienda el contrato de matrimonio!"
Tras de lo cual el rey Derbas escribió al rey Schamikh una carta alusiva, se la entregó al visir, reiterándole las órdenes concernientes a Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Has de saber que como no me lo traigas, se te destituirá de tu cargo!" El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto se puso en camino, con los presentes aquellos, hacia las comarcas del rey Schamikh.
Cuando llegó a presencia del rey Schamikh, le transmitió la zalema de parte del rey Derbas, y le entregó la carta y los presentes que había traído para el.
Al ver aquellos presentes y al leer la carta, donde se hacía referencia a Delicia-del-Mundo, el rey Schamikh vertió abundantes lágrimas y dijo al visir del rey Derbas: "¡Ay! ¿Dónde estará ahora Delicia-delMundo? ¡Porque ha desaparecido! ¡E ignoramos en qué sitio se encuentra! ¡Si puedes traérmelo, ¡oh visir embajador te daré el doble de lo que suponen los presentes que me ofreces!" Y al decir estas palabras, quedó hecho un mar de lágrimas el rey, lanzando gemidos, lamentándose y estallando en sollozos.
Luego recitó estos versos:
¡Devolvedme a mi bienamado, y os obsequiaré con tesoros de perlas y diamantes!
¡Era él para mí la luna llena en el seno de un cielo puro y bello! ¡Era el amigo predilecto, por sus modales exquisitos y encantadores!
¡No podría compararse con él la fina gacela! ¡Es su talle la rama del bambú, del que serían frutos sus maneras deliciosas!
¡Pero ni la frágil rama, a pesar de su belleza joven, podría seducir a la razón humana como él!
¡Entre las caricias le eduqué en sus tiernos años! ¡Y heme aquí ahora triste y desolado por su alejamiento, y con el espíritu poseído de una turbación sin límite!
Tras de lo cual se encaró con el visir emisario que le llevó regalos y carta, y le dijo: "Regresa a tu país y dile a tu rey: «¡Delicia-del-Mundo se marchó hace ya más de un año, y su amo el rey ignora lo que de él ha sido!»" El visir contestó: "¡Oh mi señor! mi amo me ha dicho: «¡Si no traes a Delicia-del-Mundo, se te destituirá del visirato y nunca más pondrás los pies en la ciudad! » ¿Cómo voy a regresar, por consiguiente, sin el joven?"
Entonces el rey Schamikh se encaró con su propio visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo: "¡Vas a acompañar al visir emisario, y llevarás contigo una escolta importante; y de ese modo le ayudarás a hacer por todas las comarcas las pesquisas necesarias para encontrar a Delicia-del-Mundo!" El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Y al punto se hizo escoltar por una tropa de guardias, y en compañía del visir emisario partió en busca de Delicia-del-Mundo.
De esta suerte viajaron durante mucho tiempo y cada vez que se cruzaban con beduínos o caravanas, les pedían noticias de Delicia-del-Mundo, diciéndole: "¿Habéis visto pasar a un individuo así, cuyo nombre es éste y cuyas señas son tales y cuales?" Y la gente contestaba...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 411ª NOCHE
Ella dijo:
... Y la gente contestaba: "¡No le conocemos!" Y continuaron informándose de esta manera por ciudades y poblados, y haciendo pesquisas por llanuras y terrenos accidentados, por tierras y desiertos, hasta que llegaron a la orilla del mar. Se embarcaron entonces a bordo de un navío, y viajaron por mar para arribar un día a la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-a-su-hijo.
El visir del rey Derbas dijo entonces al visir del rey Schamikh: "¿Por qué motivo dieron ese nombre a esta montaña?" El otro contestó: "¡Voy a decírtelo enseguida!
"Has de saber que en los tiempos antiguos bajó a esta montaña una gennia de la raza de los genn chinos. Y he aquí que un día, en sus excursiones terrestres, se tropezó con un hombre, y le amó con un amor apasionado. Pero temiendo ella la cólera de los genn de su raza, si se divulgaba la aventura, cuando ya no pudo reprimir el ardor de sus deseos, se puso en busca de un paraje solitario donde ocultar su amante a los ojos de sus parientes los genn, y acabó por dar con esta montaña desconocida de hombres y genn, por no ser camino de éstos ni de aquéllos. Se apoderó entonces de su amante y le transportó por los aires para depositarle en esta isla, donde hubo de vivir con él. Y de cuando en cuando se ausentaba de aquí para hacer acto de presencia entre sus parientes, dándose prisa por regresar enseguida, ocultamente, junto a su bienamado.
Al cabo de cierto tiempo de llevar aquella vida, quedó encinta de él varias veces, y echó al mundo en esta montaña numerosos hijos. Y cuando pasaban cerca de esta montaña los mercaderes que viajaban por acá, oían desde sus navíos voces de niños que parecían los gritos quejumbrosos de una madre lamentándose, y se decían: «¡En esta montaña debe haber alguna pobre madre que perdió a sus hijos! Y ése es el motivo de tal nombre".
Al oír aquellas palabras, se asombró en extremo el visir del rey Derbas.
Pero ya habían echado pie a tierra, y llegaron al palacio, llamando a la puerta. Se abrió la puerta al punto, y salió de ella un eunuco, que reconoció inmediatamente a su amo el visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz. Enseguida le besó la mano y le introdujo en el palacio con su compañero y su séquito.
Llegado que fué al patio del palacio, el visir Ibrahim advirtió entre los servidores a un hombre de aspecto miserable, a quien no reconoció, y que no era otro que Delicia-del-Mundo. Así es que preguntó a su gente:
"¿De dónde viene este individuo?" Le contestaron: "Es un pobre mercader que naufragó, perdiendo todas sus mercancías, y pudo salvarse él sólo. ¡Se trata de un hombre inofensivo, de un santo sumido de continuo en el éxtasis de la plegaria!" El visir no insistió más y penetró en el interior del palacio.
Se dirigió al aposento de su hija, y cuando llegó a él, no la encontró allí. Preguntó a las jóvenes que la servían de esclavas, y le contestaron: "¡No sabemos cómo ha salido de aquí! ¡Lo único que podemos decirte es que con nosotros sólo estuvo muy poco tiempo, porque desapareció!"
A estas palabras, el visir derramó muchas lágrimas e improvisó estos versos:
¡Oh casa amenizada por los cantos de tus pájaros, y cuyos umbrales fueron tan soberbios y hermosos, hasta el momento en que el enamorado vino a ti llorando su deseo, y encontró abiertas de par en par tus puertas hospitalarias!
¡Aquí, antaño, vivían los chambelanes, entre el lujo, la felicidad y los honores! ¡Y se tendían por todas partes estofas de brocado! ¡Ay! ¿quién me dirá ya la suerte que corrieron los dueños que la habitaron?
Luego, cuando acabó de recitar estos versos, el visir Ibrahim empezó a llorar, a gemir y a lamentarse, y dijo: "¡Nadie puede escapar a los designios de Alah ni burlar lo que trazó El de antemano!" Después subió a la terraza del palacio, y encontró allá las telas de Baalbek que estaban atadas por un extremo a las almenas y pendían hasta la parte baja de los muros. Entonces comprendió que su hija había huido valida de este medio, y extraviada por la pasión y enloquecida de dolor, se había marchado. Al mismo tiempo divisó dos pájaros grandes: un cuervo el uno y un buho el otro; y sin dudar ya de que aquello era un triste presagio, estalló en sollozos y recitó estos versos:
¡He venido a la morada de mi amigo con la esperanza de. que al verle se extinguiera la llama de mi amor y mis tormentos! ¡Pero el amigo no estaba en la casa, y sólo vi la aparición siniestra de un cuervo y de un buho!
Y me decía este espectáculo: ”!Oprimiste a dos seres que se amaban con ternura, separándoles con violencia!” “ ¡Ahora te toca a ti acercar a tus labios la copa de amargura que les diste a beber! ¡Y pasarás tu vida con dolor, entre lágrimas y quemaduras!"
Tras de lo cual bajó de la terraza...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 412ª NOCHE
Ella dijo:
"Tras de lo cual bajó de la terraza llorando, y dió orden a los esclavos para que fueran por la montaña haciendo todas las pesquisas necesarias para dar con su ama. Y los esclavos ejecutaron la orden. Pero no dieron ya con su señora. ¡Y he aquí lo que atañe a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente a Delicia-del-Mundo!
Cuando el joven adquirió la certeza de la fuga de Rosa-en-el-Cáliz lanzó un grito terrible y cayó desmayado al suelo. Como no recobraba el conocimiento y seguía tendido sin moverse, las gentes del palacio creyeron que le poseía el éxtasis divino y que tenía el alma absorta en la belleza de la contemplación augusta del Altísimo. ¡Y tal es lo concerniente a él!
En cuanto al visir del rey Derbas, cuando vió que el visir Ibrahim había perdido toda esperanza de encontrar a su hija y a Delicia-delMundo y que tenía afectado muy penosamente con todo aquello el corazón, resolvió regresar a la ciudad del rey Derbas sin haber cumplido la misión de que estaba encargado. Se despidió, pues, del visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo, mostrándole al pobre joven: "Quisiera llevarme conmigo a este santo hombre. ¡Tal vez, merced a sus méritos, caiga la bendición sobre nosotros y Alah (¡exaltado sea!) conmueva el corazón de mi amo el rey y le impida destituirme de mis funciones! Y después no dejaré yo de enviar este santo hombre a Ispahán, su ciudad, que no está lejos de nuestro país". El visir Ibrahim le contestó: "¡Haz lo que quieras!"
Luego se separaron los dos visires, y cada uno tomó el camino de su país respectivo, no sin haber tenido cuidado el visir del rey Derbas de llevarse consigo a Delicia-del-Mundo, cuya identidad estaba muy lejos de suponer, y le acondicionó en una mula en vista del estado de inconsciencia tenaz en que se hallaba el joven.
Tres días duró este estado de inconsciencia mientras viajaban, y Delicia-del-Mundo ignoraba absolutamente cuanto pasaba a su alrededor. Por fin volvió de su desmayo, y dijo: "¿Dónde estoy?" Le contestaron: "¡Estás en compañía del visir del rey Derbas!" Luego fueron a prevenir al visir de que había vuelto de su desmayo el santo hombre. Entonces le mandó el visir agua de rosas azucarada y le hicieron que se la bebiera, con lo que acabó de reanimarse. Tras de lo cual siguieron el viaje y llegaron a la ciudad del rey Derbas.
El rey Derbas al punto envió a decir a su visir: "¡Si no está contigo Delicia-del-Mundo, guárdate bien de ponerte en mi presencia!" Al recibir esta orden, el desgraciado visir no supo qué partido tomar. Porque ignoraba completamente la presencia de Rosa-en-el-Cáliz cerca del rey, ni el porqué deseaba el rey encontrar a Delicia-del-Mundo y aliarse con él; e ignoraba asimismo que Delicia-del-Mundo estaba con él allí y era el joven que había estado inconsciente. Por su parte, Delicia-del-Mundo no sabía adónde le llevaban ni que el visir estaba precisamente encargado de buscarle.
De modo que cuando el visir vió que Delicia-del-Mundo había recobrado el conocimiento, le dijo: "¡Oh santo hombre de Alah! Deseo recurrir a tus consejos en la perplejidad cruel en que me hallo. Has de saber que mi amo el rey me despachó con una misión que no logré cumplir. Y al informarse de mi regreso ahora, me ha enviado una carta en la que me dice: "¡Si no cumpliste tu misión, no debes entrar en mi ciudad!"
El joven le preguntó: "¿Y qué misión era esa?" Entonces le contó el visir toda la historia, y Delicia-del-Mundo dijo: "¡Nada temas! Preséntate al rey y llévame contigo. ¡Y yo asumo la responsabilidad de la vuelta de Delicia-del-Mundo!" Mucho se regocijó con aquello el visir, y dijo: "¿Hablas de verdad?" El joven contestó: "¡Sí, por cierto!" Montó a caballo entonces el visir, y llevando consigo a Delicia-del-Mundo, se presentó con él al rey.
Cuando se personaron ante el rey, preguntó éste al visir: "¿Dónde está Delicia-del-Mundo?" Entonces se adelantó el santo hombre y contestó: "¡Oh gran rey, yo sé dónde se encuentra Delicia-del-Mundo!" Hízole el rey señas para que se acercara más, y en extremo emocionado, le preguntó: "¿En qué sitio se encuentra?" El joven contestó: "¡En un sitio que está muy cerca de aquí! Pero dime antes para qué lo buscas, y me apresuraré a hacerle venir entre tus manos". Dijo el rey: "¡Cierto que te lo diré con mucho gusto y obligado; pero el caso exige que estemos solos!" Y al punto ordenó a su gente que se alejara, se llevó al joven a una sala retirada, y le contó la historia desde el principio hasta el fin.
Entonces Delicia-del-Mundo dijo al rey: "Haz que me traigan vestidos suntuosos y dámelos para vestirme con ellos. ¡Y al instante haré venir a Delicia-del-Mundo!" Hizo el rey que le llevaran enseguida un traje suntuoso, y Delicia-del-Mundo se vistió con él, y exclamó: "¡Yo soy Delicia-del-Mundo, la desolación de los envidiosos!" Y tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas, improvisó estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 413ª NOCHE
Ella dijo;
...tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas, improvisó estos versos:
¡El recuerdo de mi bienamada me hace deliciosa compañía en mi soledad, y aleja de mí los penosos pesares de la ausencia!
¡No tengo aquí otro manantial que el de mis lágrimas, pero cuando de mis ojos fluye ese manantial, mitiga mis angustias!
¡Mis deseos son violentos, y nada puede compararse con ellos! IAh! ¿habrá algo más prodigioso que lo que con el amor y la amistad me ocurre?
;Paso mis noches con los párpados abiertos en medio del insomnio, y mi vida amorosa transcurre en el infierno y el paraíso!
¡Otrora estaba yo dotado de noble resignación; pero ya perdí esa virtud, y la aflicción es el don único que me legó el amor!
¡Ha enflaquecido mi cuerpo y ha cambiado mi semblante con la ausencia y el ardor de la pasión!
¡A fuerza de correr por ellos lágrimas, se han ulcerado los párpados de mis ojos, y sin embargo, no puedo hacer que vuelvan a mis ojos las lágrimas! ¡Ah, ya no puedo! ¡he perdido el corazón! ¡Ah! ¡las penas siguen a las penas!
¡Mi corazón y mi cabeza se asemejan, ahora que han envejecido y blanqueado juntos como consecuencia del alejamiento de la bienamada, la más hermosa de las bienamadas!
¡Mal de su grado se verificó nuestra separación y al presente, su única preocupación es volver a verme y poseerme!
¡Pero quién sabe ya si, después de tan prolongada ausencia, el Destino me reunirá todavía con mi amiga, y la suerte cerrará el libro del alejamiento, abierto durante todo este tiempo, y permtirá que a las angustias de la separación sucedan las delicias del encuentro!
¡Y quién sabe si me será posible tornar a ver aún a mi amiga compartiendo mis placeres en nuestras moradas, y si mis pesares, por fin, se convertirán en delicias puras!
Cuando Delicia-del-Mundo hubo acabado de recitar estos versos, rey Derbas le dijo: "¡Por Alah! ahora veo bien claro que ambos os amábais con la misma sinceridad y la misma intensidad. ¡En verdad que en el cielo de la belleza sois dos astros luminosos! ¡Prodigiosa es vuestra historia y sorprendentes vuestras aventuras!"
Luego contó el rey con toda clase de detalles la historia de Rosa-en-el-Cáliz. Y Delicia-del-Mundo le preguntó: "¿Puedes ahora decirme ¡oh rey del tiempo! dónde está ella?"
El rey contestó: "¡Está en mi palacio!" Y al punto hizo ir al kadí y a los testigos, y les hizo extender el contrato de matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo. Tras de lo cual le colmó de honores y beneficios, y despachó en seguida un correo para que informase al rey Schamikh de todo lo acaecido a Delicia-del-Mundo y a Rosa-en-el-Cáliz.
Cuando el rey Schamikh se enteró de esta noticia, se regocijó hasta el límite del regocijo y envió al rey Derbas una carta en la cual le decía: "¡Puesto que ya se ha extendido el contrato de matrimonio, deseo que la celebración de las nupcias y la consumación del matrimonio tengan lugar en mi palacio!" Y al punto hizo preparar camellos, caballos y hombres para que fuesen a recoger a los recién casados.
Al llegar aquella carta y aquella escolta, el rey Derbas regaló a los recién casados sumas considerables, les dió un séquito magnífico y se despidió de ellos.
Y partieron.
Y he aquí que fué un día memorable aquel en que llegaron a la ciudad de Ispahán, su país, donde reinaba el rey Schamikh. ¡Nunca vióse un día más hermoso ni siquiera comparable con aquél! Porque, para celebrar la fiesta, el rey Schamikh congregó a todos los tañedores de instrumentos armónicos y dió grandes festines. Y duró el alborozo tres días enteros, en los cuales el rey distribuyó al pueblo muchas dádivas y regaló numerosos ropones de honor.
¡He aquí ahora lo referente a los recién casados! Una vez concluído el festín de la primera noche, Delicia-del-Mundo penetró en la cámara nupcial de Rosa-en-el-Cáliz; y se arrojaron ambos en brazos uno de otro, pues hasta aquel momento no habían podido verse a solas desde su encuentro; y fue tanta su felicidad, que no pudieron por menos de llorar de alegría durante un buen rato. Y Rosa-en-el-Cáliz improvisó estos versos:
¡Por fin vino la alegría a ahuyentar la tristeza y la pena; y henos aquí reunidos, con gran confusión de los que nos envidian!
¡La brisa de la reunión nos echó su aliento perfumado, reanimándonos el corazón, las entrañas y el cuerpo!
¡En nuestros rostros ha brillado la embriaguez del retorno, y a nuestro alrededor anunciaron nuestro regreso tambores y gritos de alegría!
¡No creáis que nuestras lágrimas son de pesar, sabed, por el contrario, que quien nos hace llorar es la dicha!
¡Cuántas calamidades, desvanecidas ya, hemos sufridol ¡Con qué resignación hemos soportado dolores angustiososl
¡En una hora de reunión olvidé torturas y contrariedades tan terribles que blanquearon mi cabeza!
Terminada que fué esta improvisación, se abrazaron estrechamente y permanecieron enlazados en brazos uno de otro, hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 414ª NOCHE
Ella dijo:
... hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad.
Vueltos ya de su desfallecimiento, Delicia-del-Mundo improvisó los versos siguientes:
¡Oh dulzura de las noches largo tiempo esperadas, cuando el bienamado se muestra fiel a su promesa y se entrega a su amiga!
¡Henos aquí reunidos para siempre tras la ausencia, y se han roto las cadenas que nos tenían cautivos en la separación!
¡Después de mostrarse con nosotros tan adusto, el Destino nos sonríe y nos concede sus favores diligentemente!
´ ¡La dicha ha desplegado su estandarte en nuestro honor, y para tranquilizarnos, nos brindó la copa pura del placer!
Reunidos, por fin, después de la tormenta, nos contamos nuestras penas pasadas y nuestras noches de insomnio que transcurrieron entre tristezas!
¡Oh mi señor, olvidemos ahora nuestros sufrimientos! ¡Y enriquezca nuestra alma con el olvido el Dispensador de misericordias!
¡Ah! ¡cuán dulce es la vida! ¡cuán deliciosa es la vida! ¡La unión sólo consigue avivar mi llama y mi ardor!
Recitados que fueron estos versos, los dos amantes se abrazaron por segunda vez, y cayendo en su cama nupcial, se enlazaron estrechamente en medio de las más exquisitas voluptuosidades; y continuaron acariciándose y entregándose a mil ternezas y juegos amables hasta que se hundieron en el mar de los amores tumultuosos. Y fueron tan intensas sus delicias, sus voluptuosidades, su ventura, sus placeres y sus alegrías, que dejaron transcurrir siete días y siete noches sin darse cuenta de la fuga del tiempo y su mudanza, como si las siete jornadas no hubieran sido más que una. Sólo al ver llegar a los tañedores de instrumentos, comprendieron que se hallaban al final del séptimo día de su matrimonio. Así es que en el límite de la sorpresa, Rosa-en-el Cáliz improvisó al instante los versos que vas a oír:
¡Aunque fui víctima de tanta envidia y estuve tan vigilada, pude poseer a mi bienamado!
¡ Sobre la seda virgen y los terciopelos, se entregó a mí con mil caricias, encima de un colchón de tierna piel y relleno con plumón de pájaros de especie extraordinaria!
¿Qué necesidad tengo de beber vino, si un amante, pleno de ardores nuevos me hace saborear su saliva voluptuosa?
¡El pasado y el presente se confunden para nosotros en una unión que nos da el olvido!¿No es cosa prodigiosa que hayan pasado sobre nuestras cabezas siete noches enteras sin que nos enteráramos?
¡Porque, con ocasión del séptimo día, han venido a felicitarme y a decirme: "¡Alah eternice tu unión con tu amigo!"
Cuando hubo recitado ella estos versos, Delicia-del-Mundo la abrazó un número incalculable de veces, y luego improvisó estos versos:
¡He aquí el día de la dicha y de la felicidad! ¡Y mi amiga ha venido a sacarme del aislamiento!
¡Cuán enervante y deliciosa es su presencia! ¡Que encanto tiene su lenguaje espiritual!
¡Me hizo beber el sorbete voluptuoso de su intimidad, y esta bebida transportó fuera del mundo a mis sentidos!
¡Nos hemos expansionado! ¡Nos hemos dilatado! ¡Nos hemos embriagado tendidos en nuestra cama! ¡Y hemos cantado mientras bebíamos!
¡La embriaguez de la dicha hizo que perdiéramos la noción del tiempo y ya no supimos distinguir el primer día del último!
¡Sea para nosotros siempre delicioso el amor! ¡Mi amiga experimentó goces iguales a los míos!
¡Cómo yo, tampoco se acuerda de los días amargos! ¡Mi Señor la ha favorecido lo mismo que me favoreció a mí!
Después de recitados estos versos, se levantaron ambos, salieron de la cámara nupcial y distribuyeron a toda la servidumbre del palacio grandes sumas en plata, trajes magníficos, regalos y presentes. Tras de lo cual, Rosa-en-el-Cáliz dio orden a sus esclavas de que hicieran evacuar para ella sola el hammam del palacio, y dijo a Delicia-del-Mundo: "¡Oh frescura de mis ojos! ¡ahora quiero verte por fin en el hammam para estar ambos solos a nuestro sabor!" Y llegando en aquel momento al límite de la dicha, improvisó estos versos:
¡Amigo, que desde hace tanto tiempo dominas mi corazón! – no quiero hablar de cosas pretéritas-!
¡Oh tú, sin quien ya no podría pasarme y a quien no podría ya ,sustituir en mi intimidad, ven al hammam, ¡oh luz de mis ojos! ¡Para mí será como un infierno de llamas en medio de un paraíso de delicias!
¡Quemaremos el sahumerio del nadd hasta que los vapores embalsamados llenen la sala toda y se esparzan en todos sentidos!
¡Perdonaremos al Destino sus crímenes para con nosotros, y glorificaremos la bondad de nuestro Señor!
Y al mirarte en el baño, cantaré: “!Que el baño ¡Oh bienamado! te sea leve y delicioso!"
Una vez recitados estos versos, los dos amantes se levantaron y fueron al hammam, donde pudieron disfrutar de instantes agradables. Tras de lo cual volvieron al palacio, pasando allí su vida en medio de las felicidades más intensas, ¡hasta el momento en que fué a visitarle la Destructora de placeres y la Separadora de amigos!
¡Gloria al Inmutable, al Eterno, en el cual convergen los seres y las cosas!
"¡Pero no creas, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazadaque esta historia puede asemejarse a la HISTORIA MÁGICA DEL CABALLO DE ÉBANO!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Entusiasmado estoy ¡oh Sebehrazada! con los versos nuevos que se recitaron esos amantes fieles! ¡Así es que me tienes dispuesto a oírte cómo cuentas esa historia mágica que no conozco!"
Y dijo Schehrazada:
HISTORIA MAGICA DEL CABALLO DE EBANO
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y lo pasado de las épocas y de las edades, había un rey muy grande y muy poderoso entre los reyes de los persas, que se llamaba Sabur, y era sin duda el rey más rico en tesoros de todas clases, como también el más dotado de sagacidad y de prudencia. Además, estaba lleno de generosidad y de amabilidad, y tenía siempre abierta sin desmayo la mano para ayudar a los que le imploraban, sin rechazar nunca a quienes le solicitaban un socorro. Sabía otorgar la hospitalidad liberalmente a los que sólo le pedían cobijo, y reconfortar en ocasiones, con sus palabras y sus maneras impregnadas de dulzura y de amenidad, a los corazones heridos. Era bueno y caritativo con los pobres; y los extranjeros nunca veían cerradas a su llamamiento las puertas de los palacios de aquel soberano. En cuanto a los opresores, no encontraban gracia ni indulgencia de su severa justicia. Y así era, en verdad, él.
El rey Sabur tenía tres hijas, que eran como otras tantas lunas hermosas en un cielo glorioso o como tres flores maravillosas por su brillo en un parterre bien cuidado, y un hijo que era la misma luna y se llamaba Kamaralakmar.(Luna de las Lunas)
Todos los años daba el rey a su pueblo dos grandes fiestas, una al comienzo de la primavera, la de Nuruz, y otra en el otoño, la del Mihrgán; y con ambas ocasiones mandaba abrir las puertas de todos sus palacios, distribuía dádivas, hacía que sus pregoneros públicos proclamasen edictos de indulto, nombraba numerosos dignatarios y otorgaba ascensos a sus lugartenientes y chambelanes. Así es que de todos los puntos de su vasto Imperio acudían los habitantes para rendir pleitesía a su rey y regocijarse en aquellos días de fiesta, llevándole presentes de todo género y esclavos y eunucos en calidad de regalo.
Y he aquí que durante una de esas fiestas, la de la primavera precisamente, estaba sentado en el trono de su reino el rey, quien a todas sus cualidades añadía el amor a la ciencia, a la geometría y a la astronomía, cuando vió que ante él avanzaban tres sabios, hombres muy versados en las diversas ramas de los conocimientos más secretos y de las artes más sutiles, los cuales sabían modelar la forma con una perfección que confundía al entendimiento y no ignoraban ninguno de los misterios que de ordinario escapan al espíritu humano. Y llegaban a la ciudad del rey estos tres sabios desde tres comarcas muy distintas y hablando diferente lengua cada uno: el primero era hindí, el segundo rumí y el tercero ajamí de las fronteras extremas de Persia.
Se acercó primero al trono el sabio hindí, se prosternó ante el rey, besó la tierra entre sus manos, y después de haberle deseado alegría y dicha en aquel día de fiesta, le ofreció un presente verdaderamente real: consistía en un hombre de oro, incrustado de gemas y pedrerías de gran precio, que tenía en la mano una trompeta de oro.
Y le dijo el rey Sabur: '»¡Oh, sabio! ¿para que sirve esta figura?" El sabio contestó: "¡Oh mi señor! este hombre de oro posee una virtud admirable! ¡Si le colocas a la puerta de la ciudad, será un guardián a toda prueba, pues si viniese un enemigo para tomar la plaza, le adivinará a distancia, y soplando en la trompeta que tiene a la altura de su rostro, le paralizará y le hará caer muerto de terror!" Y al oír estas palabras, se maravilló mucho el rey, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh sabio! que si es verdad lo que dices, te prometo la realización de todos tus anhelos y de todos tus deseos!"
Entonces se adelantó el sabio rumí, que besó la tierra entre las manos del rey, y le ofreció como regalo una gran fuente de plata, en medio de la cual se encontraba un pavo real de oro rodeado por veinticuatro pavas reales del mismo metal. Y el rey Sabur los miró con asombro, y encarándose con el rumí, le dijo: "¡Oh sabio! ¿para qué sirven este pavo y estas pavas?"
El sabio contestó: "¡Oh mi señor! a cada hora que transcurre del día o de la noche, el pavo da un picotazo a cada una de las veinticuatro pavas y la cabalga, agitando las alas, y así sucesivamente cabalga a las veinticuatro pavas, marcando las horas; luego, cuando ha dejado transcurrir el mes de esta manera, abre la boca, y en el fondo de su gaznate aparece el cuarto creciente de la luna nueva".
Y exclamó el rey maravillado: "¡Por Alah, que si es verdad lo que dices, se cumplirán todas tus aspiraciones!"
El tercero que avanzó fué el sabio de Persia. Besó la tierra entre las manos del rey, y después de los cumplimientos y de los votos le ofreció un caballo de madera de ébano, de la calidad más negra y más rara, incrustado de oro y pedrerías, y enjaezado maravillosamente con una silla, una brida y unos estribos como sólo llevan los caballos de los reyes. Así es que el rey Sabur quedó maravillado hasta el límite de la maravilla y desconcertado por la belleza y las perfecciones de aquel caballo; luego dijo: "¿Y qué virtudes tiene este caballo de ébano?"
El persa contestó: "¡Oh mi señor! las virtudes que posee este caballo son cosa prodigiosa, hasta el punto de que cuando uno monta en él, parte con su jinete a través de los aires con la rapidez del relámpago, y le lleva a cualquier sitio donde se le guíe, cubriendo en un día distancias que tardaría un año en recorrer un caballo vulgar". Prodigiosamente asombrado con aquellas tres cosas prodigiosas que se habían sucedido en un mismo día, el rey encaróse con el persa, y le dijo: "¡Por Alah el Omnipotente (¡exaltado sea!), que crea los seres todos y les da de comer y de beber, que si me pruebas la verdad de tus palabras te prometo la realización de tus anhelos y del menor de tus deseos!"
Tras de lo cual el-rey mandó someter a prueba durante tres días las virtudes diversas de los tres regalos, haciendo que los tres sabios los pusieran en movimiento. Y en efecto, el hombre de oro sopló con su trompeta de oro, el pavo real de oro picoteó y cabalgó regularmente a sus veinticuatro pavas reales de oro, y el sabio persa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 416ª NOCHE
Ella dijo:
... y el sabio persa montó en el caballo de ébano, le hizo elevarse por los aires y recorrer un gran espacio con una rapidez extraordinaria, para descender, después de haber descrito un amplio círculo, en el mismo sitio de donde partió.
Al ver todo aquello, el rey Sabur quedó al principio estupefacto, y luego se tambaleó de tal manera que parecía iba a volverse loco de alegría. Dijo entonces a los sabios: "¡Oh sabios ilustres! ahora tengo ya una prueba de la verdad de vuestras palabras y a mi vez cumpliré mi promesa. ¡Pedidme, pues, lo que deseéis, y se os concederá al instante!"
Entonces contestaron los tres sabios: "¡Puesto que nuestro amo el rey está satisfecho de nosotros y de nuestros presentes y nos deja que elijamos lo que hemos de pedirle, le rogamos que nos dé en matrimonio a sus tres hijas, pues anhelamos vivamente ser yernos suyos! ¡Y en nada podrá turbar tal cosa la tranquilidad del reino! ¡Aunque así fuese, los reyes no se desdicen de sus promesas nunca!" El rey contestó: `'¡Al instante daré satisfacción a vuestro deseo!" Y al punto dió orden de hacer ir al kadí y a los testigos para que extendieran el contrato de matrimonio de sus tres hijas con los tres sabios.
¡Eso fué todo!
Pero acaeció que, mientras tanto, las tres hijas del rey estaban sentadas precisamente detrás de una cortina de la sala de recepción y oían aquellas palabras. Y la más joven de las tres hermanas se puso a considerar con atención al sabio que debía escogerla por esposa, ¡y he aquí su descripción! Era un viejo muy anciano, de una edad de cien años lo menos, como no tuviese más; con restos de cabellos blanqueados por el tiempo; con una cabeza oscilante; cejas roídas de tiña; orejas colgantes y hendidas; barba y bigotes teñidos y sin vida; ojos rojos y bizcos, que se miraban atravesados; carrillos fláccidos, amarillos y llenos de huecos; nariz semejante a una gruesa berenjena negra; cara tan arrugada como el delantal de un zapatero remendón; dientes saledizos como los dientes de un cerdo salvaje, y labios flojos y jadeantes como los testículos del camello; en una palabra, aquel viejo sabio era una cosa espantosa, un horror compuesto de monstruosas fealdades que sin duda le hacían ser el hombre más deforme de su época, pues ninguno hubo como él, con aquellos diversos atributos, y además, con sus mandíbulas vacías de molares, ostentando a guisa de colmillos unos garfios que le hacían semejante a los efrits que asustan a los niños en las casas desiertas y hacen cacarear de miedo a los pollos en los gallineros.
¡Eso fué todo!
Y precisamente la princesa, que era la más joven de las tres hijas del rey, resultaba la joven más bella y más graciosa de su tiempo, más elegante que la tierna gacela, más dulce y más suave que la brisa más acariciadora, y más brillante que la luna llena; diríase que verdaderamente estaba hecha para los escarceos amorosos; se movía y la rama flexible se avergonzaba al ver sus balanceos ondulantes; andaba, y el corzo ligero se avergonzaba al ver su andar gracioso; y sin disputa superaba con mucho a sus hermanas en hermosura, en blancura, en encantos y en dulzura.
Y así era ella, en verdad.
De modo que cuando vió al sabio que debía tocarle en suerte, corrió a su habitación y se dejó caer de bruces en el suelo, desgarrándose los vestidos, arañándose las mejillas y sollozando y lamentándose.
Mientras permanecía ella en aquel estado, su hermano el príncipe Kamaralakmar, que la quería mucho y la prefería a sus otras hermanas, volvía de una partida de caza, y al oír lamentarse y llorar a su hermana, penetró en su aposento y le preguntó: "¿Qué tienes? ¿Qué te ha ocurrido? ¡Dímelo enseguida y no me ocultes nada!"
Entonces ella se golpeó el pecho y exclamó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh querido nada te ocultaré. ¡Sabe que, aunque el palacio debiera hundirse luego encima de tu padre, estoy dispuesta a abandonarlo; y si adquiero la certeza de que tu padre va a cometer actos tan odiosos, huiré de aquí sin que me dé provisiones para el camino, porque Alah proveerá!"
Al escuchar estas palabras, el príncipe Kamaralakmar le dijo:
"¡Pero dime al fin a qué viene ese lenguaje y qué es lo que te oprime el pecho y turba tus humores!" La joven princesa contestó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh querido! has de saber que mi padre me prometió en matrimonio a un sabio viejo, a un mago horrible que le ha regalado un caballo de madera de ébano; y sin duda le ha embrujado con su hechicería y ha abusado de él con su astucia y su perfidia! ¡En cuanto a mí, estoy resuelta a dejar este mundo antes que pertenecer a ese viejo asqueroso!"
Su hermano empezó entonces a tranquilizarla y a consolarla, acariciándola y mimándola, y luego se fué en busca de su padre el rey, y le dijo: "¿Quién es ese hechicero a quien prometiste casarle con mi hermana pequeña? ¿Y qué regalo es ése que te ha traído para decidirte así a hacer que muera de pena mi hermana? ¡Eso no es justo y no puede suceder!"
Y he aquí que el persa estaba cerca y oía aquellas palabras del hijo del rey, y se sintió muy furioso y muy mortificado.
Pero el rey contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 417* NOCHE
Ella dijo:
. .. el rey contestó: "¡Oh hijo mío Kamaralakmar! ¡no estarías tan turbado y tan estupefacto si vieras el caballo que me ha dado el sabio!" Y salió en seguida con su hijo al patio principal del palacio, y dió orden a los esclavos de que llevaran el caballo consabido. Y los esclavos ejecutaron la orden.
Cuando el joven príncipe vió el caballo, lo encontró muy hermoso y le entusiasmó mucho. Y como era un jinete excelente, saltó con ligereza a lomos del bruto y le pinchó de pronto en los flancos con las espuelas, metiendo los pies en los estribos. Pero no se movió el caballo. Y el rey dijo al sabio: "¡Ve a mirar por qué no se mueve, y ayuda a mi hijo, quien a su vez tampoco dejará de ayudarte para que realices tus anhelos!”
De modo que el persa, que guardaba rencor al joven a causa de su oposición al matrimonio de su hermana, se acercó al príncipe caballero, y le dijo: "Esta clavija de oro que hay a la derecha del arzón de la silla es la clavija que sirve para subir. ¡No tienes más que darle la vuelta!"
Entonces el príncipe dió la vuelta a la clavija que servía para subir, ¡y he aquí lo que pasó! Al punto se elevó por los aires el caballo con la rapidez del ave, y a tanta altura, que el rey y todos los circunstantes le perdieron de vista a los pocos momentos.
Al ver desaparecer así a su hijo, sin que regresara al cabo de algunas horas que estuvieron esperándole, inquietóse mucho el rey Sabur, y muy perplejo, dijo al persa: "¡Oh sabio! ¿qué vamos a hacer ahora para que vuelva?" El sabio contestó: "¡Oh mi amo! ¡nada puedo hacer ya, y no verás de nuevo a tu hijo hasta el día de la Resurrección! ¡Porque el príncipe no ha querido escuchar más que a su presunción y a su ignorancia, y en vez de darme tiempo para que le explicase el mecanismo de la clavija de la izquierda, que es la clavija que sirve para bajar, ha puesto en marcha el caballo antes de lo debido!"
Cuando el rey Sabur hubo oído estas palabras del sabio, se llenó de furor, e indignándose hasta el límite de la indignación, ordenó a los esclavos que dieran una paliza al persa y le arrojaran después al calabozo más lóbrego, en tanto que se quitaba él de la cabeza la corona, golpeándose en la cara y mesándose las barbas, tras de lo cual se retiró a su palacio, hizo cerrar todas las puertas, y empezaron a sollozar, a gemir y a lamentarse con él su esposa, sus tres hijas, su servidumbre y todos los habitantes del palacio, como también los de la ciudad. Y he aquí cómo se tornó su alegría en aflicción, y su felicidad en tristeza y desesperación.
¡Y esto en cuanto a ellos atañe!
Por lo que afecta al príncipe, el caballo continuó elevándose por los aires con él, sin detenerse y como si fuera a tocar el sol. Entonces comprendió el joven el peligro que corría y cuán horrible muerte le esperaba en aquellas regiones del cielo; y se inquietó bastante y se arrepintió mucho de haber subido en el caballo, y pensó para su ánima: "¡Sin duda, la intención del sabio fué perderme en vista de lo que opiné con respecto a mi hermana menor! ¿Qué hacer ahora? ¡No hay fuerza ni poder más que en Alah el Omnipotente! ¡heme aquí perdido sin remisión!" Luego se dijo: "Pero ¿quién sabe si no hay una segunda clavija que sirva para bajar, lo mismo que la otra sirve para subir?" Y como estaba dotado de sagacidad, de ciencia y de inteligencia, se puso a buscarla por todo el cuerpo del caballo, y acabó por encontrar, en el lado izquierdo de la silla, un tornillo minúsculo, no mayor que la cabeza de un alfiler; y se dijo: "¡No veo más que esto!" Entonces apretó aquel tornillo y al punto comenzó a disminuir la ascensión poco a poco y el caballo se paró un instante en el aire, para empezar inmediatamente después a descender con la misma rapidez de antes, amenguando luego la marcha poco a poco según se acercaba al suelo; y acabó por tocar en tierra sin ninguna sacudida ni contratiempo, mientras su jinete respiraba con libertad y se tranquilizaba por su vida.
Y he aquí que entre las ciudades que de aquella suerte se mostraban por debajo de él, divisó una ciudad de casas y edificios alineados con simetría y de manera encantadora en medio de una comarca surcada por numerosas aguas corrientes y rica en prados donde triscaban en paz saltarinas gacelas.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 418* NOCHE
Ella dijo:
...donde triscaban en paz saltarinas gacelas.
Como por temperamento era aficionado a distraerse y a observar, Kamaralakmar se dijo: "¡Es necesario que sepa yo el nombre de esa ciudad y la comarca en que está situada!" Y empezó a dar vueltas en el aire alrededor de la ciudad, deteniéndose encima de los parajes más hermosos.
Mientras tanto, empezaba a declinar el día y el sol había llegado en el horizonte a lo más bajo de su carrera; y pensó el príncipe: "¡Por Alah, que no encontraré indudablemente sitio mejor para pasar la noche que esta ciudad! Por consiguiente, dormiré aquí, y al apuntar el día de mañana, emprenderé de nuevo la ruta de mi reino para regresar con mis parientes y mis amigos. ¡Y contaré entonces a mi padre cuanto me acaeció y cuanto han visto mis ojos!" Y echó en torno suyo una mirada para escoger un lugar donde pasar la noche con seguridad y sin que se le importunase, y donde resguardar a su caballo, y acabó por dejar recaer su elección, en un palacio elevado que aparecía en medio de la ciudad, y lo flanqueaban torres almenadas, y lo guardaban cuarenta esclavos negros vestidos con cotas de malla y armados con lanzas, alfanjes, arcos y flechas. Así es que se dijo el joven: "¡He ahí un lugar excelente!" Y apretando el tornillo que servía para bajar, guió hacia aquel lado a su caballo, que fué a posarse dulcemente, como un pájaro cansado, en la terraza del palacio. Entonces dijo el príncipe: "¡Loor a Alah!" Y se apeó de su caballo. Púsose luego a dar vueltas en torno al animal y a examinarle, diciendo: "¡Por Alah! ¡Quien con tal perfección te fabricó es un maestro como obrero y el más hábil de los artífices! ¡De modo que si el Altísimo prolonga el término de mi vida y me reúne con mi padre y con los míos, no dejaré de colmar con mis bondades a ese sabio y de hacer que se beneficie con mi generosidad!"
Pero ya había caído la noche, y el príncipe permaneció en la terraza, esperando que en el palacio estuviese dormido todo el mundo. Después, como se sentía torturado por el hambre y la sed ya que desde su partida no había comido ni bebido nada, se dijo: "¡En verdad que no debe carecer de víveres un palacio como éste!" Dejó, pues, el caballo en la terraza, y resuelto a buscar algo con que alimentarse, se encaminó a la escalera del palacio y descendió por sus peldaños hasta abajo. Y de pronto se encontró en un ancho patio con piso de mármol blanco y de alabastro transparente, en el que se reflejaba por la noche la luz de la luna. Y le maravilló la belleza de aquel palacio, y de su arquitectura; pero en vano miró a derecha y a izquierda, porque no vió alma viviente ni oyó sonido de una voz humana; y se notó muy inquieto y muy perplejo, y no supo qué hacer. Se decidió, sin embargo, a salir de su estupor al fin, pensando. "¡Por el momento no puedo hacer nada mejor que volver a subir a la terraza de donde he bajado, y pasar la noche junto a mi caballo; y mañana a los primeros resplandores del día, montaré de nuevo en mi caballo y me marcharé!" Y cuando ya iba a poner en práctica este proyecto, advirtió una claridad en el interior del palacio, y avanzó por aquel lado para saber de qué provenía. Y vió que aquella luz era la de una antorcha encendida delante de la puerta del harén, a la cabecera del lecho de un eunuco negro que dormía roncando de una manera muy ruidosa, y se asemejaba a algún efrit entre los efrits a las órdenes de Soleimán o a algún genni de la tribu negra de los genn; estaba acostado en un colchón a lo ancho de la puerta, y la atrancaba mejor que lo hubiera hecho un tronco de árbol o el banco de un portero; y a la luz de la antorcha resplandecía furiosamente el mango de su alfanje, mientras que por encima de su cabeza colgaba de una columna de granito su saco de provisiones.
Al ver a aquel negro espantable, el joven Kamaralakmar quedó aterrado, y murmuró: "¡Me refugio en Alah el Todopoderoso! ¡Oh dueño único del cielo y de la tierra! ¡Tú que ya me salvaste de una perdición segura, socórreme otra vez y sácame sano y salvo de la aventura que me espera en este palacio!" Dijo, y tendiendo la mano hacia el saco de provisiones del negro, lo cogió con presteza, salió de la habitación, lo abrió, y encontró dentro víveres de la mejor calidad. Se puso a
comer, y acabó por dejar completamente vacío el saco; y después de haberse reanimado así, fué a la fuente del patio y aplacó su sed bebiendo del agua pura y dulce que manaba. Tras de lo cual volvió junto al eunuco, colgó el saco en su sitio, y sacando de la vaina el alfanje del esclavo, lo cogió en tanto que el otro dormía y roncaba más que nunca, y salió sin saber aún lo que le deparaba su destino...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 419* NOCHE
Ella dijo:
... sin saber aún lo qué le deparaba su destino.
Siguió, pues, avanzando por dentro del palacio y llegó a una segunda puerta, sobre la cual caía una cortina de terciopelo. Levantó aquella cortina, y encontróse en una sala maravillosa, en la cual vió un amplio lecho del marfil más blanco, incrustado de perlas, rubíes, jacintos y otras pedrerías, y tendidas en el suelo cuatro jóvenes esclavas, que dormían. Se acercó entonces sigilosamente al lecho para saber quién podría estar acostado en él. ¡Y vió a una joven que tenía por toda camisa nada más que su cabellera! ¡Y era tan hermosa, que se la hubiera tomado, no ya por la luna cuando sale en el horizonte oriental, sino por otra luna más maravillosa que surgiese de las manos del Creador! ¡Su frente era una rosa blanca, y sus mejillas dos anémonas de un rojo tenue, cuyo brillo se realzaba con un delicado grano de belleza a cada lado!
Al ver tal cúmulo de hermosura y de gracias, de encantos y de elegancia, Kamaralakmar creyó caerse de espaldas desvanecido, si no muerto. Y cuando pudo dominar un poco su emoción, se aproximó a la joven dormida, temblándole todos los músculos y todos los nervios y estremeciéndose de placer y voluptuosidad la besó en la mejilla derecha.
Al contacto de aquel beso la joven se despertó sobresaltada, abrió mucho los ojos, y advirtiendo al joven príncipe que permanecía de pie a su cabecera, exclamó: "¿Quién eres y de dónde vienes?" El contestó: "¡Soy tu esclavo y el enamorado de tus ojos!"
Ella preguntó: "¿Y quién te condujo hasta aquí?"
El contestó: "¡Alah, mi destino y mi buena suerte!"
Al oír estas palabras, la princesa Schamsennahar (que tal era su nombre), sin mostrar
demasiada sorpresa ni espanto, dijo al joven:
"¿Acaso eres el hijo del rey de la India que me pidió ayer en matrimonio, y a quien mi padre el rey no aceptó como yerno a causa de su pretendida fealdad?
Porque si eres tú, ¡por Alah! no tienes nada de feo, y tu belleza ya me ha subyugado, ¡oh mi señor!" Y como, efectivamente, era él tan radiante cual la brillante luna, le atrajo a sí y le abrazó, y la abrazó él, y embriagados ambos de su mutua hermosura y de su juventud, se hicieron mil caricias, acostados uno en brazos de otro, y se dijeron mil locuras, entregándose a mil juegos amables, y prodigándose mil mimos dulces y ardientes.
Mientras ellos se divertían de tal manera, las servidoras despertáronse de pronto, y al advertir con su ama al príncipe, exclamaron: "¡Oh, ama nuestra! ¿quién es ese joven que está contigo?" Ella contestó: "¡No lo sé! ¡Le encontré a mi lado al despertarme! ¡Sin embargo, supongo que es el que ayer me solicitó a mi padre en matrimonio!" Turbadas por la emoción, exclamaron ellas: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, oh señora nuestra! Ni por asomo es éste el que te pidió en matrimonio ayer; porque aquél era muy feo y muy repulsivo, y este joven es gentil y deliciosamente bello, y sin duda procede de ilustre estirpe. ¡En cuanto al otro, el feo de ayer, ni de ser tu esclavo es digno!"
Tras de lo cual se levantaron las servidoras y fueron a despertar al eunuco de la puerta, y le pusieron la alarma en el corazón, diciéndole: "¿Cómo se explica que siendo guardián del palacio y del harén, dejes a los hombres penetrar en nuestros aposentos mientras dormimos?"
Cuando oyó estas palabras el eunuco negro, saltó sobre ambos pies y quiso apoderarse de su alfanje; pero no encontró más que la vaina. Aquello le sumió en un terror grande, y todo tembloroso levantó el tapiz y entró en la sala. Y vió con su ama en el lecho al hermoso joven, sintiéndose de tal modo deslumbrado, que hubo de decirle: "¡Oh mi señor! ¿eres un hombre o un genni?"
El príncipe contestó: "¿Cómo te atreves confundir a los hijos de los reyes Khosroes con un genn demoníaco y efrits, tú, miserable esclavo y el más maléfico de los negros de betún?" Y así diciendo, furioso cual un león herido, empuñó el alfanje y gritó al eunuco: "¡Soy yerno del rey, que me ha casado con su hija y me mandó que penetrara en ella!"
Al oír esas palabras, contestó el eunuco: "¡Oh mi señor! ¡si verdaderamente eres un hombre de la especie de los hombres y no un genni, digna de tu belleza es nuestra joven ama, y te la mereces mejor que cualquier otro rey, hijo de rey o de sultán!"
Después corrió el eunuco en busca del rey, lanzando gritos terribles, desgarrando sus vestidos y cubriéndose con polvo la cabeza. De modo que, al oír sus gritos de loco, le preguntó el rey: "¿Qué calamidad te aqueja? ¡Habla pronto y sé breve, porque me estás estremeciendo el corazón!" El eunuco contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 420* NOCHE
Ella dijo:
... El eunuco contestó: "¡Oh rey! ¡date prisa a volar en socorro de tu hija, porque un genni entre los genn, con la apariencia de un hijo de rey, se ha posesionado de ella y ha hecho en ella su domicilio! ¡Eso es todo! ¡Corre! ¡Duro con él!"
Al oír estas palabras de su eunuco, el rey llegó al límite del furor, y a punto estuvo de matarle; pero le gritó: "¿Cómo te atreviste a ser negligente hasta el extremo de perder de vista a mi hija, cuando te tengo encargado de su custodia diurna y nocturna, y cómo dejaste que penetrara en su aposento y se posesionara de ella ese efrit demoníaco?" Y loco de emoción se abalanzó hacia las habitaciones de la princesa, donde se encontró con las servidoras, que a la puerta le esperaban pálidas y temblorosas, y les preguntó: "¿Qué le ha pasado a mi hija?" Ellas contestaron: "¡Oh rey! no sabemos lo que ha sucedido mientras estábamos dormidas; pero cuando nos hemos despertado encontramos en el lecho de la princesa a un joven, que nos pareció la luna llena de tan hermoso como era, y que charlaba con tu hija de una manera deliciosa y sin dejar lugar a dudas. Y en verdad que nunca vimos a nadie más hermoso que ese joven. Sin embargo, le preguntamos quién era, y nos contestó: "¡Soy aquel a quien el rey concedió en matrimonio a su hija!"
¡Nada más que eso sabemos! Y no podemos decirte si se trata de un hombre o un genni. ¡De todos modos, hemos de asegurarte que es amable, bien intencionado, modesto, cortés, e incapaz de cometer la menor fechoría o de hacer cosa censurable! ¿Cómo, siendo tan bello, se puede hacer cosa censurable?"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, se le enfrió la cólera y su inquietud se apaciguó; y muy suavemente y con mil precauciones, levantó un poco la cortina de la puerta y vió acostado junto a su hija en el lecho, y charlando graciosamente a un príncipe de lo más encantador, cuyo rostro resplandecía como la luna llena.
En vez de tranquilizarle por completo, el resultado de aquello fue excitar hasta el último extremo su celo paternal y sus temores por el peligro que corría el honor de su hija. Así es que, precipitándose por la puerta se abalanzó a ellos con la espada en la mano y furioso y feroz cual un ghul monstruoso. Pero el príncipe, que desde lejos vióle llegar, preguntó a la joven: "¿Es ése tu padre?" Ella contestó: "¡Sí!"
Al punto saltó sobre ambos pies el joven, y empuñando su alfanje lanzó a la vista del rey un grito tan terrible, que hubo de asustarle. Más amenazador que nunca, entonces Kamaralakmar se dispuso a arrojarse sobre el rey y a atravesarle; pero el rey, que se comprendió el más débil, se apresuró a envainar su espada y tomó una actitud conciliadora. De modo que cuando vió ir hacia él al joven, le dijo con el tono más cortés y más amable: "¡Oh jovenzuelo! ¿eres hombres o genni?" El otro contestó: "¡Por Alah, que si no respetara tus derechos tanto como los míos, y si no me preocupase del honor de tu hija, ya hubiera vertido sangre tuya! ¿Cómo te atreves a confundirme con los genn y los demonios, cuando soy un príncipe real de la raza de los Khosroes, que si quisieran apoderarse de tu reino sería para ellos cosa de juego el hacerte saltar de tu trono como si sintieras un temblor de tierra, y frustrarte los honores, la gloria y el poderío?"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, le invadió un gran sentimiento de respeto, y temió mucho por su propia seguridad. Así es que se dió prisa a responder: "¿Cómo se explica entonces, si eres verdaderamente hijo de reyes, que te hayas atrevido a penetrar en mi palacio sin mi consentimiento, a destruir mi honor y hasta a posesionarte de mi hija, pretendiendo ser su esposo y proclamando que yo te la había concedido en matrimonio, cuando hice matar a tantos reyes e hijos de reyes que querían obligarme a que se la diera por esposa?" Y excitado por sus propias palabras, continuó el rey: "¿Y quién podrá ahora salvarte de entre mis manos poderosas cuando yo ordene a mis esclavos que te condenen a la peor de las muertes, y obedezcan ellos en esta hora y en este instante?"
Cuando el príncipe Kamaralakmar oyó del rey estas palabras, contestó: "¡En verdad que estoy estupefacto de tu corta vista y del espesor de tu entendimiento! Dime, ¿podrás encontrar jamás mejor partido que yo para tu hija? ¿Y acaso viste nunca a un hombre más intrépido o mejor formado, o más rico en ejércitos, esclavos y posesiones que yo mismo?"
El rey contestó: "¡No, por Alah! pero ¡oh jovenzuelo! yo hubiese querido ver que te convertías en marido de mi hija ante el kadí y los testigos. ¡Pero un matrimonio efectuado de esta manera secreta, sólo podrá destruir mi honor!" El príncipe contestó: "Bien hablas, ¡oh rey! ¿Pero es que no sabes que si verdaderamente tus esclavos y tus guardias vinieran a precipitarse sobre mí todos y me condenaran a muerte, según tus recientes amenazas, no harías más que correr de un modo cierto a la perdición de tu honor v de tu reino haciendo pública tu desgracia y obligando a tu mismo pueblo a revolverse contra ti?
Créeme, pues, ¡oh rey! ¡Sólo te queda un partido que tomar, y consiste en escuchar lo que tengo que decirte y en seguir mis consejos!' Y exigió el rey: "¡Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que decirme...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañanay se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 421* NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que decirme!" El otro contestó: "¡Helo aquí! Una de dos: o te avienes a luchar conmigo en singular combate, y el que venza a su adversario será proclamado el más valiente y ostentará así un título serio que le dé opción al trono del reino, o bien me dejas pasar aquí toda esta noche con tu hija, y mañana por la mañana mandas contra mí al ejército entero de tu caballería, y tu infantería, y tus esclavos y... ¡pero dime antes a cuántos asciende su número!"
El rey contestó: "¡Son cuatro mil jinetes, sin contar a mis esclavos, que son otros tantos!" Entonces dijo Kamaralakmar. "Está bien. Así, pues, a las primeras claridades del día, haz que vengan contra mí en orden de batalla y diles: "¡Ese hombre que ahí tenéis acaba de solicitar de mí en matrimonio a mi hija, con la condición de luchar él solo contra todos vosotros juntos y venceros y derrotaros, sin que podáis salir con bien! ¡Y eso es lo que pretende!" ¡Luego me dejarás luchar yo solo contra todos ellos! Si me mataran, quedaría a salvo tu honor y mejor guardado que nunca tu secreto. ¡Si, por el contrario, triunfo yo de todos ellos y les derroto, habrás encontrado un yerno del que podrían enorgullecerse los reyes más ilustres!"
No dejó de compartir el rey esta última opinión y de aceptar tal proposición, si bien estaba estupefacto de la seguridad con que hablaba el joven y no sabía a qué atribuir una pretensión tan loca; porque en el fondo de su corazón se hallaba persuadido de que el príncipe perecería en aquella lucha insensata, y así quedaría a salvo su honor y mejor guardado su secreto. De modo que llamó al jefe eunuco y le dió orden de que sin dilación fuera en busca del visir y le mandara que congregase a todas las tropas y las tuviese preparadas con sus caballos y dispuestas con sus armas de guerra. Y el eunuco transmitió la orden al visir, que al punto reunió a los oficiales y a los principales notables del reino y les dispuso en orden de batalla a la cabeza de sus tropas revestidas con las armas de guerra.
¡Y he aquí lo que atañe a ellos!
En cuanto al rey, se quedó todavía por algún tiempo charlando con el joven príncipe, pues estaba encantado de sus palabras sesudas, de su buen criterio, de sus maneras distinguidas y de su belleza, además que no quería dejarle solo con su hija aquella noche. Pero apenas apuntó el día, se volvió a su palacio y se sentó en su trono y dió orden a sus esclavos de que tuvieran preparado para el príncipe el caballo más herrmoso de las caballerizas reales, le ensillaran con magnificencia y le enjaezaran con gualdrapas suntuosas. Pero el príncipe dijo: "¡No quiero montar a caballo mientras no esté en presencia de las tropas!" El rey contestó: "¡Hágase conforme deseas!" Y salieron ambos al meidán, donde estaban las tropas alineadas en orden de batalla, y así pudo el príncipe juzgar su número y calidad. Tras de lo cual se encaró el rey con todos y exclamó: "¡Oíd, guerreros! este joven que ahí tenéis ha venido en busca mía y me ha pedido a mi hija en matrimonio. Y a la verdad, jamás vi nada más bello ni caballero más intrépido que él. Pero he aquí que pretende que él solo puede triunfar de todos vosotros y derrotaros; que aunque fueseis cien mil veces más numerosos, no os daría la menor importancia, y a pesar de todo, habría de venceros.
¡Así, pues, cuando arremeta contra vosotros, no dejéis de recibirle con la punta de vuestros alfanjes y de vuestras lanzas! ¡Eso le enseñará lo que cuesta meterse en empresas tan graves!" Luego el rey se encaró con el joven le dijo: "¡Animo, hijo mío, y haznos ver tus proezas!" Pero el joven contestó:
"¡Oh rey, no me tratas con justicia ni imparcialidad! porque ¿cómo quieres que luche con todos, estando yo a pie y ellos a caballo?"
El rey le dijo: "¡Ya te ofrecí caballo para que montaras, y b. rehusaste! ¡Escoge ahora para cabalgadura el que te parezca mejor de todos mis caballos!"
Pero contestó el príncipe: "¡No me gusta ninguno de tus caballos, y sólo montaré en el que me ha traído hasta tu ciudad!"
El rey le preguntó: "¿Y dónde está tu caballo?" El príncipe dijo: "Está encima de tu palacio".
El rey preguntó: "¿Qué sitio es ese que está encima de mi palacio?" El príncipe contestó: "La terraza de tu palacio".
Al oír estas palabras, le miró con atención el rey y exclamó: "¡Qué extravagancia! ¡Esa es la mejor prueba de tu locura! ¿Cómo es posibleque un caballo suba a una terraza? ¡Pero enseguida vamos a ver si mientes o si dices la verdad!"
Luego se encaró con el jefe de sus tropas y le dijo: "¡Corre al palacio y vuelve a decirme lo que veas! !Y tráeme lo que haya en la terraza!"
Y el pueblo se maravillaba de las palabras del joven príncipe; y se preguntaba la gente:
"?Como va a poder bajar un caballo por la escalera desde la altura de la terraza? ¡Verdaderamente, es una cosa de la que nunca en nuestra vida oímos hablar!"
Entretanto, el mensajero del rey llegó al palacio, y cuando subió a la terraza encontró allí el caballo y le pareció que jamás había visto otro igual en belleza; pero no bien se acercó a él y le hubo examinado, vio que era de madera de ébano y de marfil. Entonces, al darse cuenta de la cosa, se echaron a reír él y todos los que le acompañaban, y se decían unos a otros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 422ª NOCHE
Ella dijo:
...y se decían unos a otros: "¡Por Alah! he aquí el caballo de que hablaba ese jovenzuelo, al que no debemos mirar en adelante más que como a un loco. Sin embargo, veamos lo que puede haber de verdad en todo eso. ¡Porque después de todo, podría suceder que se tratase de un asunto más importante de lo que parece, y que ese joven procediese realmente de alta estirpe y gozara de excelentes méritos!" Así diciendo, cargaron entre todos con el caballo de madera, y transportándolo a cuestas, lo pusieron delante del rey, mientras toda la gente se agrupaba a su alrededor para mirarlo, maravillándose de su hermosura, de sus proporciones, de la riqueza de su silla y de sus arneses. Y también el rey se admiró mucho y se maravilló hasta el límite de la maravilla; luego preguntó a Kamaralakmar: "¡Oh joven! ¿es ése tu caballo?
El príncipe contestó: "Sí, ¡oh rey! ¡Es mi caballo, y no tardarás en ver las cosas maravillosas que va a mostrarte!" Y le dijo el rey: "¡Tómale y móntate en él entonces!" El príncipe contestó: "¡No lo enseñaré mientras no se alejen toda esa gente y esas tropas que se agrupan a su alrededor!"
Entonces el rey dio a todo el mundo orden de que se distanciaran de allí a un tiro de flecha. Y le dijo el joven príncipe: "Mírame bien, ¡oh rey! Voy a subir en mi caballo y a precipitarme a todo galope sobre tus tropas, dispersándolas a derecha y a izquierda, ¡e infundiré el espanto y el pavor en sus corazones!" Y contestó el rey: "Haz ahora lo que quieras, ¡y no tengas compasión de ellos, porque ellos no la tendrán de ti!"
Y Kamaralakmar apoyó ligeramente su mano en el cuello de su caballo,y de un salto se plantó en el lomo del bruto.
Por su parte, las tropas, ansiosas habíanse alineado más lejos en filas apretadas y tumultuosas; y decíanse los guerreros unos a otros: "¡Cuando llegue a nuestras filas ese jovenzuelo le clavaremos la punta de nuestras picas y le recibiremos con el filo de nuestras cimitarras!" Pero decían otros: "¡Por Alah! hay que ser muy insensato para creer que vamos a vencer fútilmente a ese joven! Cuando se ha metido él en semejante aventura, sin duda es porque tiene la seguridad de salir airoso. ¡Aunque así no fuese, lo que hace nos da ya prueba de su valor y de la intrepidez de su alma y de su corazón!"
En cuanto a Kamaralahmar, una vez que se afirmó bien sobre la silla, hizo jugar la clavija que servía para subir, en tanto que se volvían hacia él todos los ojos para ver qué iba a hacer. Y al punto empezó su caballo a agitarse, a piafar, a balancearse, a inclinarse, a avanzar y a retroceder para comenzar luego con una elasticidad maravillosa, a caracolear y a andar de lado de la manera más elegante que caracolearon nunca los caballos mejor guiados de reyes y sultanes. Y de pronto se estremecieron y se hincharon de viento sus flancos, ¡y más rápido que una flecha disparada al aire, emprendió con su jinete el vuelo en línea recta por elcielo!
Al ver aquello, creyó el rey volverse loco de sorpresa y de furor, y gritó a los oficiales de sus guardias: "¡La desgracia sobre vosotros! ¡cogedle! ¡cogedle! ¡Que se nos escapa!" Pero le contestaron sus visires y lugartenientes: "¡Oh rey! ¿puede el hombre alcanzar al pájaro que tiene alas? ¡Sin duda no se trata de un hombre como los demás, sino de un poderoso mago o de algún efrit o mared entre los efrits y mareds del aire! iY Alah te ha librado de él, y a nosotros contigo! ¡Demos, pues, gracias al Altísimo que ha querido salvarte de entre sus manos, y contigo a tu ejército!"
Emocionado hasta el límite de la perplejidad el rey regresó entonces a su palacio, y entrando en el aposento de su hija, la puso al corriente de lo que acababa de ocurrir en el meidán. Y al saber la noticia de la desaparición del joven príncipe, la joven se quedó afligida y desesperada, y lloró y se lamentó de manera tan dolorosa, que cayó gravemente enferma y la acostaron en su lecho, presa del calor de la fiebre y de la negrura de sus ideas. Y al verla en aquel estado, empezó su padre a abrazarla, a mecerla, a estrecharla contra su pecho y a besarla entre los ojos repitiéndole lo que había visto en el meidán y diciéndole: "¡Hija mía, da más bien gracias a Alah (¡exaltado sea!) y glorifícale por habernos librado de las manos de ese insigne mago, de ese embustero, de ese seductor, de ese ladrón, de ese cerdo!" Pero en vano le hablaba y la mimaba para consolarla, porque ella no oía, ni escuchaba, sino al contrario. Cada vez sollozaba más, y lloraba y gemía suspirando: "¡Por Alah ya no quiero comer ni beber hasta que Alah me reúna con mi enamorado encantador! ¡Y ya no quiero saber nada que no sea verter lágrimas y enterrarme en mi desesperación!" Entonces al ver que no podía sacar a su hija de aquel estado de languidez y de aflicción, quedó el padre muy apenado, y se entristeció su corazón, y el mundo se ennegreció ante él. ¡Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 423ª NOCHE
Ella dijo:
¡...Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar! ¡Pero he aquí ahora lo relativo al príncipe Kamaralakmar! Cuando se elevó muy alto por los aires, hizo volver la cabeza a su caballo en dirección a su tierra natal, y puesto ya en el buen camino, se dedicó a soñar con la belleza de la princesa, con sus encantos y con los medios de que se valdría para volver a encontrarla. Y le parecía muy difícil la cosa, aunque tuvo cuidado de que ella le informara acerca del nombre de la ciudad de su padre. Así había sabido que aquella ciudad se llamaba Sana y era la capital del reino de Al-Yamán.
Mientras duró el viaje continuó él pensando en todo aquello, y merced a la gran rapidez de su caballo, acabó por llegar a la ciudad de su padre. Entonces hizo ejecutar a su caballo un círculo aéreo por encima de la ciudad, y fue a echar pie a tierra en la terraza del palacio. Dejó entonces a su caballo en la terraza y bajó al palacio, donde notó por todas partes un ambiente de duelo y vio regadas de ceniza todas las habitaciones, y creyendo que habría muerto alguien de su familia, penetró, como tenía por costumbre, en los aposentos privados, y encontró a su padre, a su madre y a sus hermanas vestidas con trajes de luto, y muy amarillos de cara, y enflaquecidos, y demudados, y tristes, y desolados. Y he aquí que, cuando entró él, su padre se levantó de pronto al advertirle, y cierto ya de que aquel era verdaderamente su hijo, lanzó un gran grito y cayó desmayado; luego recobró el sentido y se arrojó en los brazos de su hijo, y le abrazó y le estrechó contra su pecho con trasportes de la más loca alegría y emocionado hasta el límite de la emoción; y su madre y sus hermanas, llorando y sollozando se le comían a besos a cual más, y bailaban y saltaban en medio de su dicha.
Cuando se calmaron un poco le interrogaron acerca de lo que había acaecido; y les contó él la cosa desde el principio hasta el fin; pero no hay para qué repetirla. Entonces exclamó su padre: "¡Loores a Alah por tu salvación, ¡oh frescura de mis ojos y mucho de mi corazón!"
E hizo celebrar grandes fiestas populares y grandes regocijos durante siete días enteros, y repartió dádivas al son de pífanos y címbalos, e hizo adornar todas las calles y proclamar un indulto general para todos los presos, haciendo abrir de par en par las puertas de cárceles y calabozos. Luego, acompañado de su hijo, recorrió a caballo los diversos barrios de la ciudad para dar a su pueblo la alegría de volver a ver al joven príncipe, a quien se creyó perdido para siempre.
Pero una vez terminadas las fiestas, Kamaralakmar dijo a su padre: "¡Oh padre mío! ¿qué ha sido del persa que te dio el caballo?" Y contestó el rey: "¡Confunda Alah a ese sabio! y retire su bendición para él y para la hora en que mis ojos le vieron por vez primera, pues él fue causa de que te separaras de nosotros, ¡oh hijo mío! ¡En este momento está encerrado en un calabozo, y es el único a quien no perdoné!" Pero como se lo suplicó su hijo, el rey le hizo salir de la prisión, y ordenándole que fuera a su presencia, le volvió a la gracia, y le dió un ropón de honor y le trató con gran liberalidad, concediéndole toda clase de honores y riquezas; pero no le mencionó siquiera a su hija ni pensó dársela en matrimonio. Así es que el sabio rabió hasta el límite de la rabia y se arrepintió mucho de la imprudencia que había cometido dejando montar en el caballo al joven príncipe, ¡pues comprendió que se había descubierto el secreto del caballo, como también su manejo!
En cuanto al rey, que no estaba muy tranquilo todavía con respecto al caballo, dijo a su hijo: "¡Soy de opinión, hijo mío, de que no debes acercarte en adelante a ese caballo de mal agüero, y sobre todo de que nunca más le montes, ya que estás lejos de conocer las cosas misteriosas que puede contener aún, y no te hallas sobre él seguro!" Por su parte, Kamaralakmar contó a su padre su aventura con el rey de Sana y su hija, y cómo había escapado a la furia de este rey; y contestó su padre: "¡Si debiera matarte el rey de Sana, hijo mío, te hubiera matado: pero el Destino no habría fijado todavía tu hora!"
Durante este tiempo, a pesar de los regocijos y festines que su padre continuaba dando con motivo de su regreso, Kamaralakmar estaba lejos de olvidar a la princesa Schamsennahar, y lo mismo cuando comía que cuando bebía, pensaba siempre en ella. Y he aquí que un día, el rey, que tenía esclavas muy expertas en el arte del canto y en el de tocar el laúd, les ordenó que hicieran resonar las cuerdas de los instrumentos y cantaran algunos versos hermosos. Y tomó una de ellas su laúd, y apoyándoselo en las rodillas cual podría una madre colocar en su regazo a su hijo, cantó, acompañándose, estos versos entre otros versos:
¡Tu recuerdo ¡oh bienamado! no se borrará de mi corazón ni con la ausencia ni con la distancia!
¡Pueden pasar los días y morir el tiempo, pero jamás podrá morir en mi corazón tu amor!
¡Con este amor quiero morir yo misma, y con este amor resucitar!
Cuando hubo oído el príncipe estos versos, en su corazón chispeó el fuego del deseo, redoblaron su calor las llamas de la pasión, las tristezas le llenaron de duelo el espíritu y el amor le trastornó las entrañas. Así es que, sin poder ya resistir a los sentimientos que le animaban con respecto a la princesa de Sana, se levantó en aquella hora y aquel instante, subió a la terraza del palacio, y a pesar del consejo de su padre, saltó a lomos del caballo de ébano y dió una vuelta a la clavija que servía para subir. Al punto se elevó por los aires como un pájaro el caballo con él, remontando su vuelo hacia las altas regiones del cielo.
Y he aquí que al día siguiente por la mañana le buscó por el palacio su padre el rey, y como no le encontró, subió a la terraza y quedó consternado al notar la desaparición del caballo; y se mordió los dedos, arrepentido de no haber hecho trizas aquel caballo, y se dijo: "¡Por Alah, que si vuelve a regresar mi hijo, destruiré ese caballo para que pueda estar tranquilo mi corazón y no se alarme mi espíritu!" Y bajó de nuevo a su palacio, donde estalló en llantos, sollozos y lamentaciones. ¡Y esto por lo que atañe a él!
En cuanto a Kamaralakmar, prosiguió su rápido viaje aéreo, y llegó a la ciudad de Sana. Echó pie a tierra en la terraza del palacio, bajó por la escalera sin hacer ruido v se dirigió hacia el aposento de la princesa. Allí encontróse al eunuco dormido, como de costumbre, delante de la puerta; pasó por encima de él, y cuando hubo penetrado en el interior de la estancia, llegó a la segunda puerta. Se acercó entonces muy sigilosamente a la cortina, y antes de levantarla
escuchó con atención.
Y he aquí que oyó a su bienamada sollozar amargamente y recitar versos quejumbrosos, mientras trataban de consolarla sus mujeres, y la decían: "¡Oh ama nuestra! . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 424ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Oh ama nuestra! ¿por qué lloras a quien seguramente no te llora a ti?"
Ella contestó: "¿Qué decís, ¡oh faltas de juicio!? ¿Acaso creéis que el encantador a quien amo y por quien lloro es de los que olvidan o de aquellos a quienes se puede olvidar?" Y redobló en sus llantos y gemidos, y lo hizo tan fuerte y durante tanto tiempo, que le dió un desmayo. Entonces el príncipe sintió que se le partía a causa de ello el corazón y que la vejiga de la hiel le estallaba en el hígado. Así es que levantó la cortina sin tardanza y penetró en la habitación. Y vio a la joven acostada en su lecho, con su cabellera por toda camisa y con su abanico de plumas blancas por toda sábana. Y como parecía amodorrada, se acercó a ella y le hizo una caricia muy dulcemente. Al punto abrió ella los ojos y le vió de pie a su lado, inclinado con una actitud interrogante de ansiedad, y murmurando: "¿A qué vienen esas lágrimas y esos gemidos?"
Al ver aquello, reanimada con una vida nueva, se irguió de pronto la joven, y arrojándose a él, le rodeó el cuello con sus brazos y empezó a cubrirle de besos el rostro, diciéndole: "¡Todo era por causa de tu amor y de tu ausencia, ¡oh luz de mis ojos!" El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡pues si supieras en qué desolación estuve yo sumido por causa tuya durante todo este tiempo!" Ella añadió: "¡Pues y yo! ¡qué desolada por tu ausencia estuve también! ¡Si hubieras tardado algo más en volver, sin duda me habrías encontrado muerta!"
El dijo: "¡Oh dueña mía! ¿qué te parece lo que me ocurrió con tu padre y la manera que tuvo de tratarme? ¡Por Alah, que si no hubiera sido por tu amor, ¡oh seductora de la Tierra, del Sol y de la Luna, y tentadora de los habitantes del Cielo, de la Tierra y del Infierno! le hubiera degollado seguramente, dando así ejemplo y enseñanza a todos los observadores! ¡Pero, como te amo, le amo a él también ahora!"
Ella preguntó: "¿Qué te decidió a abandonarme? ¿Crees que la vida podría parecerme dulce sin ti?" El dijo: "Ya que me amas, ¿quieres escucharme y seguir mis consejos?" Ella contestó: "¡No tienes más que hablar, y te obedeceré y escucharé tus consejos y me conformaré con todas tus opiniones!" El dijo: "¡Empieza, entonces, por traerme de comer y de beber, porque tengo hambre y sed! ¡Y después hablaremos! "
Entonces dió orden la joven a sus servidoras de que le llevaran manjares y bebidas; y se pusieron ambos a comer y a beber y a charlar hasta que casi hubo transcurrido toda la noche. Entonces, como comenzaba a apuntar el día, Kamaralakmar se levantó para despedirse de la joven y marcharse antes de que se despertara el eunuco; pero le preguntó Schamsennahar: "¿Y adónde vas a ir así?" El contestó: "¡A casa de mi padre! ¡Pero me comprometo bajo juramento a volver a verte una vez a la semana!"
Al oír estas palabras, ella rompió en sollozos y exclamó: "¡Oh! ¡te conjuro por Alah el Todopoderoso a que me cojas y me lleves contigo adonde quieras, antes que hacerme saborear de nuevo la amargura de la coloquíntida de la separación!"
Y exclamó él, entusiasmado: "¿Quieres verdaderamente venir conmigo?" Ella contestó: "¡Sí! El dijo: "¡Entonces, levántate y partamos!" De modo que se levantó ella, abrió un cofre lleno de vestidos suntuosos y de objetos de valor, y se arregló y se puso encima todo lo más rico y precioso que había entre las cosas hermosas de su pertenencia, sin olvidar collares, sortijas, brazaletes y diversas joyas engastadas con las más bellas pedrerías; luego salió en compañía de su bienamado, sin que ni por pienso lo impidieran sus servidoras.
Entonces la condujo Kamaralakmar, y tras de hacerla subir a la terraza del palacio, saltó a
lomos de su caballo, la sentó a ella en la grupa, le recomendó que se sujetara con fuerza y la ató a él con cuerdas sólidas. Tras de lo cual dio vuelta a la clavija que servía para subir, y remontó el vuelo el caballo y se elevó con ellos por los aires.
Al ver aquello, empezaron a gritar tan alto las servidoras, que el rey y la reina acudieron a la terraza a medio vestir, mal despiertos aún, y sólo tuvieron tiempo para ver al caballo mágico emprender su vuelo aéreo con el príncipe y la princesa. Y el rey, emocionado y consternado hasta el límite de la consternación, tuvo alientos, no obstante, para gritar al joven, que cada vez se elevaba más: "¡Oh hijo de rey! ¡te conjuro a que tengas compasión de mí y de mi esposa, que es esta anciana que aquí ves, y no nos prives de nuestra hija!"
Pero no le contestó el príncipe. Sin embargo, por si acaso la joven sentía pena al dejar así a su padre y a su madre, le preguntó: "Dime, ¡oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con tu madre?...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA 425ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con tu madre?" Ella contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi dueño! que no es ése mi deseo! Lo único que anhelo es estar contigo donde estés tú, ¡porque el amor que por ti siento me hace despreciar todo y olvidarlo todo, incluso a mi padre y a mi madre!"
Al oír estas palabras, el príncipe se alegró hasta el límite de la alegría, e hizo volar a su caballo con la mayor rapidez posible, sin que inquietara semejante cosa a la joven; y no tardaron de aquel modo en llegar a la mitad del camino, a un paraje en que se extendía una magnífica pradera regada por aguas corrientes, en la que echaron pie a tierra por un instante. Comieron, bebieron y descansaron algo, para volver inmediatamente después a montar en su caballo mágico y a partir a toda velocidad con dirección a la capital del rey Sabur, a la vista de la cual llegaron una mañana. Y el príncipe se regocijó mucho por haber arribado sin accidentes, ¡y de antemano sintió un gran placer al pensar que por fin iba a poder mostrar a la princesa las propiedades y territorios que poseía en su mano, y hacerle observar el poderío y la gloria de su padre el rey Sabur, probándole con ello cuánto más rico y más ilustre que el rey de Sana, padre de la joven, era el rey Sabur!
Empezó, pues, por aterrizar en medio de un hermoso jardín, situado fuera de la ciudad, donde su padre, el rey, tenía costumbre de ir para distraerse y respirar el aire libre; condujo a la joven al pabellón de verano, coronado por una cúpula que el rey había hecho construir y acondicionar para él mismo, y le dijo: "¡Voy a dejarte aquí un momento para ir a prevenir a mi padre de nuestra llegada. Mientras esperas, ten cuidado del caballo de ébano, que dejo a la puerta, y no le pierdas de vista. ¡Y en seguida te enviaré a un mensajero para que te saque de aquí y te conduzca al palacio especial que voy a hacer que preparen para ti sola!" Y la joven quedó en extremo encantada con estas palabras, y comprendió que, efectivamente, no debía entrar en la ciudad más que entre los honores y homenajes propios de su rango. Luego se despidió de ella el príncipe, y encaminóse al palacio de su padre el rey.
Cuando el rey Sabur vió llegar a su hijo, creyó morirse de alegría y de emoción, y después de los abrazos y bienvenidas, le reprochó, llorando, su marcha, que les puso en las puertas de la tumba a todos. Tras de lo cual le dijo Kamaralakmar: "¿A que no adivinas a quién traje de allá conmigo?" El rey contestó: "¡Por Alah, no lo adivino!"
El joven dijo: "¡A la propia hija del rey de Sana, a la joven más perfecta de Persia y de Arabia! ¡La he dejado, por el pronto, fuera de la ciudad, en nuestro jardín, y vengo a avisarte para que hagas que dispongan al punto el cortejo que ha de ir a buscarla, y que deberá ser lo más espléndido posible, para darle de antemano una alta idea de tu poderío, de tu grandeza y de
tus riquezas!" Y contestó el rey: "¡Con alegría y generosidad, por darte el gusto!"
E inmediatamente dio orden de que adornaran la ciudad y la embellecieran con el decorado más hermoso y los más hermosos ornamentos; y después de organizar un cortejo extraordinario, él mismo se puso a la cabeza de sus jinetes vestidos de gala, y a banderas desplegadas salió al encuentro de la princesa Schamsennahar, cruzando por todos los barrios de la ciudad entre la aglomeración de los habitantes, que se alineaban en varias filas, precedido por tañedores de pífanos, clarinetes, timbales y tambores, y seguido por la multitud inmensa de guardias, soldados, gente del pueblo, mujeres y niños.
Por su parte, el príncipe Kamaralakmar abrió sus cofres, sus arquillas y sus tesoros, y sacó de ellos lo más hermoso que había, como joyas, alhajas y otras cosas maravillosas con que se atavían los hijos de los reyes para hacer ostentación de su fausto, sus riquezas y su esplendor; e hizo preparar para la joven un inmenso palio de brocados rojos, verdes y amarillos, debajo del cual se alzaba un trono de oro resplandeciente de pedrerías; y en las gradas del inmenso trono coronado por un pabellón de sedas doradas, hizo que se alinearan esclavas indias, griegas y abisinias, sentadas unas y de pie otras, mientras que a los cuatro lados del trono se mantenían cuatro esclavas blancas que hacían aire con grandes abanicos de plumas de aves de especie extraordinaria. Y dos negros desnudos hasta la cintura llevaron a hombros el estrado aquel en pos del cortejo, rodeados por una muchedumbre más densa aún que la anterior, y entre los gritos jubilosos de todo un pueblo y los lú-lú-les estridentes que salían de las gargantas de las mujeres sentadas al pie del trono y de todas las que se aglomeraban a su alrededor, emprendieron el camino de los jardines.
En cuanto a Kamaralakmar, no tuvo paciencia para acompañar el cortejo al paso, y lanzando su caballo a la carrera, tomó por el atajo más corto y en algunos instantes llegó al pabellón donde había dejado a la princesa, hija del rey de Sana. Y la buscó por todas partes; pero ni encontró a la princesa ni al caballo de ébano.
Entonces, en el límite de la desesperación, Kamaralakmar se abofeteó con ira el rostro, rompió sus vestidos y echó a correr y a vagar como un loco por el jardín, gritando mucho y llamando con toda la fuerza de su garganta. ¡Pero fué en vano!
Al cabo de cierto tiempo, hubo de calmarse un poco y volver a la razón, y se dijo: "¿Cómo ha podido dar con el secreto para el manejo del caballo de ébano, si no le revelé nada que con ello se relacionase? ¡Como no sea pue el sabio constructor del caballo haya caído sobre ella de improviso y se la haya llevado para vengarse del tratamiento que le infligió mi padre!" Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 426ª NOCHE
Ella dijo:
...Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó: "¿Habéis visto pasar por aquí o cruzar el jardín a alguien? ¡Decidme la verdad, o haré saltar vuestras cabezas al instante!" Aterrados con sus amenazas quedaron los guardas, y contestaron como una sola voz: "¡Por Alah, que nadie vimos entrar en el jardín, a no ser el sabio persa, que vino aquí para coger hierbas curativas, y a quien no vimos salir aún!"
Al oír estas palabras, el príncipe tuvo ya certeza de que era el sabio persa quien le arrebató a la joven, y llegó al límite de la consternación y de la perplejidad; y muy conmovido y desconcertado salió al paso del cortejo, y encarándose con su padre, le contó lo que había sucedido, y le dijo: "Vuélvete a tu palacio con tus tropas; en cuanto a mí, ¡no volveré hasta que no haya aclarado este asunto negro!"
Al oír estas palabras y enterarse de la determinación tomada por su hijo, el rey empezó a llorar, a lamentarse y a golpearse el pecho, y le dijo: "Por favor, ¡oh hijo mío! calma tu cólera, reprime tu pena y vuélvete a casa con nosotros. ¡Y escogerás entonces a la hija del rey o del sultán que quieras, y te la daré en matrimonio!" Pero Kamaralakmar no se avino a prestar la menor atención a las palabras de su padre ni a escuchar sus ruegos, le dijo algunas frases de despedida y se marchó montado en su caballo, mientras el rey, en el límite de la desesperación, regresaba a la ciudad con llantos y gemidos. Y así fué como su alegría se tornó en tristeza, en sobresaltos y en tormentos. ¡Y esto en cuanto a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo que aconteció al mago y a la princesa!
Como lo había decretado de antemano el Destino, el mago persa fué aquel día al jardín, para coger, efectivamente, hierbas curativas y simples y plantas aromáticas y sintió un olor delicioso de almizcle y otros perfumes admirables; así es que, venteando con la nariz, se encaminó hacia el lado por donde llegaban hasta él aquel olor extraordinario. Y aquel olor era precisamente el que despedía la princesa, embalsamando con él todo el jardín. De modo que, guiado por su olfato perspicaz, no tardó el mago tras algunos tanteos en llegar al propio pabellón en que se encontraba la princesa. ¡Y cuán no sería su alegría al ver desde el umbral, de pie sobre las cuatro patas, al caballo mágico; obra de sus manos! ¡Y cuáles no serían los estremecimientos de su corazón al ver aquel objeto cuya pérdida le había quitado la gana de comer y de beber y el reposo y el sueño!
Se puso entonces a examinarlo por todas partes y lo encontró intacto y en buen estado. Luego, cuando se disponía a saltar encima y hacerlo volar, dijo para sí: "¡Antes conviene que vea qué ha podido traer en el caballo y dejar aquí el príncipe!" Y penetró en el pabellón. Entonces vio perezosamente tendida en el diván a la princesa, a quien tomó primero por el sol cuando sale de un cielo tranquilo. Y ni por un instante dudó ya de que tenía ante sus ojos a alguna dama de ilustre nacimiento y de que el príncipe la había llevado en el caballo y la dejó en aquel pabellón para ir a la ciudad él mismo a preparar un cortejo espléndido. Así es que, por su parte, se adelantó el sabio, se prosternó delante de ella y besó la tierra entre sus manos, a tiempo que la joven levantaba a él los ojos, y encontrándole extraordinariamente horrible y repulsivo, se apresuró a volver a cerrarlos para no verle, y le preguntó: "¿Quién eres?"
El sabio contestó: "¡Oh mi dueña! soy el mensajero que te envía el príncipe Kamaralakmar para que te conduzca a otro pabellón más hermoso que éste y más próximo a la ciudad; porque hoy está un poco indispuesta mi ama la reina, madre del príncipe, y como no quiere, sin embargo, que se la adelante nadie a verte, pues tu llegada ha producido mucho júbilo, ha dispuesto este pequeño cambio que la ahorrará una caminata prolongada". La joven preguntó: "¿Pero dónde está el príncipe?" El persa contestó: "¡Está en la ciudad con el rey, y pronto vendrá a tu encuentro con gran aparato y en medio de un cortejo espléndido!"
Ella dijo: "Pero dime, ¿es que no ha podido el príncipe encontrar otro mensajero un poco menos repulsivo que tú para enviármele?" Al oír estas palabras, aunque le mortificaron mucho, el mago se echó a reír con el mandil arrugado de su cara amarilla, y contestó: "¡Ciertamente, ¡por Alah, oh mi dueña! que no hay en el palacio otro mameluco tan repulsivo como yo! ¡Pero acaso la mala apariencia de mi fisonomía y la abominable fealdad de mi cara te induzcan a error con respecto a mi valer! ¡Y ojalá puedas un día comprobar mi capacidad y aprovecharte, como el príncipe, del don precioso que poseo! ¡Y al saber entonces cómo soy, me alabarás! ¡En cuanto al príncipe, si me escogió para que viniera a tu lado, lo ha hecho precisamente a causa de mi fealdad y de mi odiosa fisonomía, y con el fin de que sus celos no tengan nada que temer con tus encantos y tu belleza! Y no son mamelucos, ni esclavos jóvenes, ni hermosos negros, ni eunucos, ni servidores, lo que faltan en palacio! ¡Gracias a Alah, su número es incalculable, y son todos a cual más seductores ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 427ª NOCHE
Ella dijo:
"...y son todos a cuál más seductor!" Y he aquí que estas palabras del mago tuvieron el poder de persuadir a la joven, que se levantó al punto, puso su mano en la mano del viejo sabio, y le dijo: "¡Oh padre mío! ¿qué cabalgadura me trajiste contigo para que la monte?" El persa contestó: "¡Oh mi dueña, montarás en el caballo en que viniste!" Ella dijo: "¡Pero si yo no sé montar ahí sola!" Entonces sonrió él y comprendió que la tendría a merced suya en adelante y contestó: "¡Yo mismo montaré contigo!" Y saltó a su caballo, sentó en la grupa a la joven, sujetándola contra él y atándola sólidamente con cuerdas, en tanto que la princesa estaba muy ajena de lo que con ella iba a hacer. Dio vuelta entonces él a la clavija que servía para subir, y súbito el caballo llenó de viento su vientre, se movió y, se agitó saltando como las olas del mar; remontó el vuelo, elevándose por los aires cual un pájaro, y en un instante dejó detrás de sí en la lejanía, la ciudad y los jardines.
Al ver aquello, exclamó la joven, muy sorprendida: "¡Oye! ¿adónde vas sin ejecutar las órdenes de tu amo?" El sabio contestó: "¡Mi amo! ¿Y quién es mi amo?" Ella dijo: "¡El hijo del rey!" El sabio preguntó: "¿Qué rey?" Ella dijo: "¡No sé cuál!" Al oír estas palabras se echó a reír el mago, y dijo: "Si te refieres al joven Kamaralakmar, ¡confunda Alah a ese bribón estúpido, que en suma no es más que un pobre muchacho!"
Ella exclamó: "¡La desgracia sobre ti, ¡oh barba de mal agüero! ¿Cómo te atreves a hablar así de tu amo y a desobedecerle?" El mago contestó: "¡Te repito que ese jovenzuelo no es mi amo! ¿Sabes quién soy?"
La princesa dijo: "¡No sé de ti más que lo que tú mismo me has contado!" El sabio sonrió y dijo: "¡Lo que te conté sólo era una estratagema ideada por mí en contra tuya y del hijo del rey! Porque has de saber que ese canalla logró robarme este caballo en que estás ahora, y que es obra de mis manos; y me quemó durante mucho tiempo el corazón haciéndome llorar tal pérdida. ¡Pero he aquí que de nuevo soy dueño de lo mío, y a mi vez quemo el corazón a ese ladrón y hago que sus ojos lloren por haberte perdido! Reanima, pues, tu alma y seca y refresca tus ojos, porque seré para ti yo más provechoso que ese joven alocado. Además, soy generoso poderoso y rico; mis servidores y mis esclavos te obedecerán como a su ama; te vestiré con los más hermosos vestidos y te engalanaré con las galas más hermosas, ¡y realizaré el menor de tus deseos antes de que me lo formules!"
Al oír estas palabras, la joven se golpeó el rostro y empezó a sollozar; luego dijo: "¡Ah, qué desgracia la mía! ¡Ay! ¡Acabo de perder a mi bienamado, y antes perdí a mi padre y a mi madre!" Y siguió vertiendo lágrimas muy amargas y muy abundantes por lo que le sucedía, en tanto que el mago guiaba el vuelo de su caballo hacia el país de los rums, y después de un largo aunque veloz viaje, aterrizó sobre una verde pradera rica en árboles y en aguas corrientes.
Pero aquella pradera estaba situada cerca de una ciudad donde reinaba un rey muy poderoso. Y precisamente aquel día salió de la ciudad el rey para tomar el aire, y encaminó su paseo por el lado de la pradera. Y divisó al sabio junto al caballo y la joven. Y antes de que el mago tuviese tiempo de evadirse, los esclavos del rey habíanse precipitado sobre él, la joven y el caballo y los habían llevado entre las manos del rey.
Cuando vio el rey la horrible fealdad del viejo y su horrible fisonomía, y la belleza de la joven y sus encantos arrebatadores, dijo: "¡Oh mi dueña! ¿qué parentesco te une a este viejo tan horroroso?" Pero el persa se apresuró a responder: "¡Es mi esposa y la hija de mi tío!" Entonces, a su vez se apresuró la joven a contestar, desmintiendo al viejo: "¡Oh rey! ¡por Alah, que no conozco a este adefesio! ¡Qué ha de ser mi esposo! ¡No es sino un pérfido hechicero que me ha raptado a la fuerza y con astucias!"
Al oír estas palabras de la joven, el rey de los rums dió orden a sus esclavos de que apalearan al mago; y tan a conciencia lo hicieron, que estuvo a punto de expirar bajo los golpes. Tras de lo cual mandó el rey que se lo llevaran a la ciudad y le arrojaran en un calabozo, mientras él mismo conducía a la joven y hacía transportar el caballo mágico, cuyas virtudes y manejo secreto estaba muy lejos de suponer.
¡Y he aquí lo referente al mago y a la princesa!
En cuanto al príncipe Kamaralakmar, se vistió de viaje, tomó consigo los víveres y el dinero de que tenía necesidad, y emprendió el camino, con el corazón muy triste y el espíritu en muy mal estado. Y se puso en busca de la princesa, viajando de país en país y de ciudad en ciudad; y en todas partes pedía noticias del caballo de ébano, y aquellos a quienes interrogaban se asombraban en extremo de su lenguaje y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y
extravagantes ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 428ª NOCHE
Ella dijo:
...y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y extravagantes. Y así continuó durante mucho tiempo, haciendo pesquisas más activas cada vez y pidiendo cada vez más datos, sin llegar a saber ninguna noticia que lo orientase. Tras de lo cual acabó por llegar a la ciudad de Sana, donde reinaba el padre de Schamsennahar, y pidió informes al llegar; pero nadie había oído nada relacionado con la joven, ni pudieron decirle lo que fue de ella desde su rapto; y le enteraron del estado de aniquilamiento y desesperación en que se hallaba sumido el viejo rey.
Entonces continuó su ruta y se encaminó al país de los rums, inquiriendo siempre nuevas de la princesa y del caballo de ébano en todos los sitios por donde pasaba y en todas las etapas del viaje.
Y he aquí que durante su caminata se detuvo cierto día en un khan donde vio a un grupo de mercaderes sentados en corro y charlando entre sí; y se sentó a su lado y oyó que decía uno de ellos: "¡Oh amigos míos! ¡acaba de sucederme muy recientemente la cosa más prodigiosa entre las cosas prodigiosas!" Y todos le preguntaron: ",De qué se trata?"
El mercader aquel dijo: "Había ido yo con mis mercancías a la ciudad tal (y dijo el nombre de la ciudad donde se hallaba la princesa), en la provincia de cual, y oí que los habitantes se contaban unos a otros una cosa muy extraña que acababa de suceder. ¡Decían que, habiendo salido un día de cacería con su séquito el rey de la ciudad, se había encontrado a un viejo muy repulsivo que estaba de pie junto a una joven de belleza incomparable y junto a un caballo de ébano y marfil!" Y el mercader contó a sus compañeros, que se maravillaron extremadamente, la historia consabida, que no tiene ninguna utilidad repetir ahora.
Cuando Kamaralakmar hubo oído esta historia, no dudó ni por un instante de que se trataba de su bienamada y del caballo mágico. Así es que, tras de informarse bien del nombre y situación de la ciudad, se puso en camino enseguida, dirigiéndose hacia aquel lado, y viajó sin dilación hasta que llegó allá. Pero cuando quiso franquear las puertas de la ciudad aquella, los guardias se apoderaron de él para conducirle a presencia de su rey, según los usos en vigor dentro de aquel país, a fin de interrogarle por su condición, por la causa de su ida al país y por su oficio. Y he aquí que ya era muy tarde el día en que llegó el príncipe; y como sabían que el rey estaba muy ocupado, los guardias dejaron para el día siguiente la presentación del joven y le llevaron a la cárcel para que pasase allí la noche. Pero cuando los carceleros vieron la belleza y gentileza del joven, no pudieron determinarse a encerrarle, y le rogaron que se sentara con ellos y les hiciese compañía; y le invitaron a compartir con ellos su comida.
Cuando hubieron comido, se pusieron a charlar y preguntaron al príncipe: "¡Oh jovenzuelo! ¿de qué país eres?" El príncipe contestó: "¡Del país de Persia, tierra de los Khosroes!" Al oír estas palabras se echaron a reír los carceleros, y uno de ellos dijo al joven: "¡Oh natural del país de los Khosroes! ¿acaso eres un embustero tan prodigioso como ese compatriota tuyo que está encerrado en nuestros calabozos?" Y dijo otro: "¡En verdad que conocí gentes y escuché sus discursos e historias, y observé su manera de ser; pero nunca tropecé con nadie tan extravagante como ese viejo loco que tenemos encerrado!" Y añadió otro: "¡Y jamás ¡por Alah! vi yo nada tan repulsivo como su cara ni tan feo y odioso como su fisonomía!"
El príncipe preguntó: "¿Y qué sabéis de sus mentiras?" Le contestaron: "¡Dice que es un sabio e ilustre médico! El rey se encontró con él durante una partida de caza, y el viejo iba en compañía de una joven y de un caballo maravilloso de ébano y marfil. Y prendóse el rey en extremo de la belleza de la joven, y quiso casarse con ella ¡pero ella se volvió loca de pronto! Así, pues, si ese viejo sabio fuera un ilustre médico, como pretende, hubiera hallado modo de curarla; porque el rey ha hecho todo lo posible para descubrir un remedio que cure la enfermedad de esa joven, y ya hace un año que a tal fin derrocha inmensas riquezas en pagar a médicos y astrólogos, ¡aunque sin resultado! En cuanto al caballo de ébano, está guardado con los tesoros del rey; y el viejo asqueroso está encerrado aquí; y en toda la noche no deja de gemir y lamentarse, ¡hasta el punto de que nos impide conciliar el sueño!"
Al oír estas palabras, se dijo Kamaralakmar: "Heme aquí, por fin, sobre la pista tan deseada. ¡Ahora necesito un medio de conseguir mis propósitos!" Pero al ver que se acercaba la hora de dormir, no tar-
LAS MIL, si ese viejo sabio fuera un ilustre médico, como pretende, hubiera hallado modo de curarla; porque el rey ha hecho todo lo posible para descubrir un remedio que cure la enfermedad de esa joven, y ya hace un año que a tal fin derrocha inmensas riquezas en pagar a médicos y astrólogos, ¡aunque sin resultado! En cuanto al caballo de ébano, está guardado con los tesoros del rey; y el viejo asqueroso está encerrado aquí; y en toda la noche no deja de gemir y lamentarse, ¡hasta el punto de que nos impide conciliar el sueño!"
Al oír estas palabras, se dijo Kamaralakmar: "Heme aquí, por fin, sobre la pista tan deseada. ¡Ahora necesito un medio de conseguir mis propósitos!"
Pero al ver que se acercaba la hora de dormir, no tardaron los carceleros en conducirle al interior de la prisión y cerrar tras él la puerta. Entonces oyó el joven al sabio, que lloraba y gemía y deploraba en lengua persa su desdicha, diciendo: "¡Ay! ¡en qué calamidad caí, por no haber sabido combinar mejor mi plan, perdiéndome yo mismo sin haber realizado mis anhelos ni satisfeho mi deseo en esa joven! ¡Todo esto me sucede por culpa de mi poco juicio y por ambicionar lo que no estaba destinado para mí!"
Entonces Kamaralakmar se dirigió a él en persa, y le dijo: "¿Hasta cuándo van a durar esos llantos y esas lamentaciones? ¿Acaso crees ser el único que ha sufrido desventuras? Y animado por estas palabras, el sabio se puso en conversación con él, ¡y empezó a quejársele de sus penas e infortunios, sin conocerle!
Y así pasaron la noche, hablando como dos amigos.
Al día siguiente por la mañana, los carceleros fueron a sacar de la prisión a Kamaralakmar, y le llevaron a presencia del rey diciendo: "¡Este joven...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 429ª NOCHE
Ella dijo:
... y le llevaron a presencia del rey, diciendo: "¡Este joven llegó ayer por la noche muy tarde, y no pudimos traerle a tu presencia antes, ¡oh rey! para que sea sometido a interrogatorio!"
Entonces le preguntó el rey: "¿De dónde vienes? ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu profesión? ¿Y a qué obedece tu venida a nuestra ciudad?" El príncipe contestó: "¡Respecto a mi nombre, me llamo en persa Harjab! ¡En cuanto a mi país, es Persia! Y por lo que afecta a mi oficio, soy un sabio entre los sabios, especialmente versado en la medicina y en el arte de curar a locos y alienados.
¡Y con tal objeto recorro comarcas y ciudades para ejercer mi arte y adquirir nuevos conocimientos que añadir a los que poseo ya! Y hago todo esto sin ataviarme como por lo general lo hacen los astrólogos y los sabios; no ensancho mi turbante ni aumento el número de sus vueltas, no me alargo las mangas, no llevo bajo el brazo un gran paquete de libros, no me ennegrezco los párpados con kohl negro, no me cuelgo al cuello un inmenso rosario con millares de cuentas grandes, y curo a mis enfermos sin musitar palabras en un lenguaje misterioso, sin soplarles en la cara y sin morderles el lóbulo de la oreja. ¡Y tal es ¡oh rey! mi profesión!"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, se regocijó con una alegría considerable, y le dijo: "¡Oh excelentísimo médico, llegas a nosotros en el momento en que más necesidad tenemos de tus servicios!" Y le contó el caso de la joven, y añadió:
"¡Si quieres ponerla en tratamiento y la curas de la locura en que la sumieron gentes perversas, no tienes más que pedir lo que desees y te será concedido!"
El príncipe contestó: "¡Conceda Alah sus gracias y favores a nuestro amo el rey! ¡Pero ante todo es preciso que me cuentes detalladamente cuanto hayas notado en su locura, y me digas los días que hace que se encuentra en tal estado, sin olvidarte de contarme cómo la trataste a ella, al viejo persa y al caballo de ébano!"
Y el rey le contó toda la historia desde el principio hasta el fin, y añadió: "¡En cuanto al viejo, está en el calabozo!"
El príncipe preguntó:. "¿Y el caballo?"
El rey contestó: "¡Le tengo cuidadosamente guardado en uno de los pabellones de mi morada!"
Y Kamaralakmar dijo para sí: "Antes que nada, me conviene ver el caballo y asegurarme por mis propios ojos del estado en que se halla. Si está intacto y en buen estado, todo irá bien y conseguiré mi propósito; pero si se ha deteriorado su mecanismo, tendré que pensar en libertar de otra manera a mi bienamada".
Entonces se encaró con el rey y le dijo: "¡Oh rey! primeramente es necesario que vea yo el caballo, pues quizás examinándole encuentre algo que me sirva para curar a la joven". El rey contestó: "¡Con mucho gusto y de buena gana!" Y le cogió de la mano y le condujo al recinto donde se hallaba el caballo de ébano. Y el príncipe empezó a dar vueltas alrededor del caballo, le examinó atentamente, y encontrándolo intacto y en buen estado, se alegró mucho, y dijo al rey: "¡Alah favorezca y exalte al rey! ¡Heme aquí dispuesto a ir en busca de la joven para ver lo que tiene! ¡Y espero llegar a curarla con la ayuda de Alah y valiéndome de este caballo de madera!"
Y mandó a los guardias que vigilasen bien el caballo, y se dirigió con el rey al aposento de la princesa.
En cuanto penetró en la estancia donde estaba ella, la vió que se retorcía las manos, y se golpeaba el pecho, y se arrojaba al suelo revolcándose, y hacía jirones sus vestidos, como tenía por costumbre. Y comprendió que no se trataba más que de una locura simulada, sin que ni genn ni hombres la hubiesen trastornado la razón, sino al contrario.
¡Y advirtió que no hacía todo aquello más que con el fin de impedir cualquier asechanza!
Al darse cuenta, Kamaralakmar se adelantó hacia ella, y le dijo: "¡Oh encantadora de los Tres Mundos, lejos de ti penas y tormentos!" Y cuando le hubo mirado, reconocióle ella enseguida, y llegó a una alegría tan enorme, que lanzó un gran grito y cayó sin conocimiento.
Y el rey no dudó que aquella crisis era efecto del temor que le inspiraba el médico. Pero Kamaralakmar se inclinó sobre ella, y tras de reanimarla, le dijo en voz baja: "¡Oh Schamsennhar! ¡oh pupila de mis ojos, núcleo de mi corazón! cuida de tu vida y de mi vida y ten valor y un poco de paciencia aún; porque nuestra situación reclama gran prudencia y precauciones infinitas, si queremos evadirnos de las manos de ese rey tiránico.
Por lo pronto, voy a afirmarle en su idea con respecto de ti, diciéndole que estabas poseída por los genn, y que a eso obedecía tu locura; pero le aseguraré que acabo de curarte en el instante por medio de medicinas misteriosas que poseo. ¡Tú no tienes más que hablarle con calma y amenidad para probarle así tu curación con mi ciencia! ¡Y de ese modo lograremos nuestro deseo y podremos realizar nuestro plan!" Y contestó la joven: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces Kamaralakmar se acercó al rey, que se mantenía en un extremo de la estancia, y con un semblante de buen augurio le dijo:
"¡Oh rey afortunado! merced a tu buena suerte, he podido conocer la enfermedad y dar con el remedio de la dolencia. ¡Y la he curado! Puedes, pues, acercarte a ella y hablarle dulcemente y con bondad, y prometerle lo que tienes que prometerle, ¡y se cumplirá cuanto desees de ella!"
Y en el límite de la maravilla, acercóse el rey a la joven, que se levantó al punto y besó la tierra entre sus manos, dándole luego la bienvenida, y le dijo:
"¡Tu servidora está confundida por el honor que le haces visitándola hoy!"
Y al oír y ver todo aquello, el rey estuvo a punto de volverse loco de alegría...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGÓ LA 430ª NOCHE
Ella dijo:
.. . estuvo a punto de volverse loco de alegría, y dió orden a las servidoras, a las esclavas y a los eunucos para que se pusieran al servicio de la joven, la condujeran al hammam y le prepararan trajes y atavíos. Y entraron las mujeres y las esclavas, y le hicieron zalemas; y les devolvió ella las zalemas de la manera más amable y con el más dulce tono de voz. Entonces la vistieron con vestiduras rojas, le rodearon el cuello con un collar de pedrerías y la condujeron al hammam, donde la bañaron y la arreglaron para llevarla a su aposento luego, igual que la luna en su décimocuarto día.
¡Eso fué todo!
De modo que el rey, con el pecho dilatado en extremo y satisfecha el alma, dijo al joven príncipe: "¡Oh prudente! ¡oh sabio médico! ¡oh tú el dotado de filosofía! ¡Toda esta dicha que nos llega ahora se la debemos a tus méritos y a tu bendición! ¡Aumente Alah en nosotros los beneficios de tu soplo curativo!"
El joven contestó: "¡Oh rey! para dar cima a la curación, es preciso que con todo tu séquito, tus guardias y tus tropas vayas al paraje donde encontraste a la joven, llevándola contigo y haciendo transportar allá el caballo de ébano que estaba al lado suyo y que no es otra cosa que un genn demoníaco; y él es precisamente el que la poseía y la había vuelto loca. Y allí haré entonces los exorcismos necesarios, sin lo cual tornaría ese genni a poseerla a primeros de cada mes, y no habríamos conseguido nada; ¡mientras que ahora, en cuanto me haya adueñado de él, le acorralaré y le mataré!"
Y exclamó el rey de los rums: "¡De todo corazón y como homenaje debido!" Y acompañado por el príncipe y la joven y seguido de todas sus tropas, el rey emprendió inmediatamente el camino de la pradera consabida.
Cuando llegaron allá, Kamaralakmar dió orden de que montaran a la joven en el caballo de ébano y se mantuvieran todos a bastante distancia, con objeto de que ni el rey ni sus tropas pudiesen fijarse bien en sus manejos. Y se ejecutó la orden al instante.
Entonces dijo él al rey de los rums: "¡Ahora con tu permiso y tu venia, voy a proceder a las fumigaciones y a los conjuros, apoderándome de ese enemigo del género humano para que no pueda ser dañoso en adelante! Tras de lo cual también yo me montaré en ese caballo de madera que parece de ébano, y pondré detrás de mí a la joven. Y verás entonces cómo se agita el caballo en todos sentidos, vacilando hasta decidirse a echar a correr para detenerse entre tus manos. Y de este modo te convencerás de que le tenemos por completo a nuestro albedrío. ¡Después podrás ya hacer con la joven cuanto quieras!"
Cuando el rey de los rums oyó estas palabras, se regocijó, en tanto que Kamaralakmar subía al caballo y sujetaba fuertemente detrás de sí a la joven. Y mientras todos los ojos estaban fijos en él y le miraban maniobrar, dio vuelta a la clavija que servía para subir; y el caballo, emprendiendo el vuelo, se elevó con ellos en línea recta, desapareciendo por los aires en la altura.
El rey de los rums, que estaba lejos de sospechar la verdad, continuó en la pradera con sus tropas, esperando durante medio día a que regresaran. Pero como no les veía volver, acabó por decidirse a esperarles en su palacio. Y su espera fué igualmente vana. Entonces pensó en el horrible viejo que estaba encerrado en el calabozo, y haciéndole ir a su presencia, le dijo: "¡Oh viejo traidor! ¡oh posaderas de mono! ¿cómo te atreviste a ocultarme el misterio de ese caballo hechizado y poseído por los genn demoníacos?
He aquí que acaba de llevarse por los aires ahora al médico que ha curado de su locura a la joven, y hasta a la propia joven. ¡Y quién sabe lo qué les ocurrirá! ¡Además, te hago responsable por la pérdida de todas las alhajas y cosas preciosas con que hice que la ataviaran a ella al salir del hammam, y que valen un tesoro! ¡Así, pues, al instante va a saltar de tu cuerpo tu cabeza!" Y a una señal del rey, se adelantó el portaalfanje, ¡y de un solo tajo hizo del persa-dos persas!
¡Y he aquí lo concerniente a todos éstos!
Pero en cuanto al príncipe Kamaralakmar y la princesa Schamsennahar, prosiguieron tranquilamente su veloz viaje aéreo, y llegaron con toda seguridad a la capital del rey Sabur. Aquella vez no aterrizaron ya en el pabellón del jardín, sino en la misma terraza del palacio. Y el príncipe se apresuró a dejar en sitio seguro a su bienamada, para ir cuanto antes a avisar a su padre y a su madre de su llegada.
Entró, pues, en el aposento donde se hallaban el rey, la reina y sus hermanas las tres princesas, sumidos en lágrimas y desesperación, y les deseó la paz y les abrazó, mientras ellos, al verle, sentían que se les llenaba de felicidad el alma y se les aligeraba el corazón del peso de aflicciones y tormentos.
Entonces, para commemorar aquel regreso y la llegada de la princesa hija del rey de Sana, el rey Sabur dio a los habitantes de la ciudad grandes festines, y festejos, que duraron un mes entero. Y Kamaralakmar entró en la cámara nupcial y se regocijó con la joven en el transcurso de largas noches benditas.
Tras de lo cual, para estar en lo sucesivo con el espíritu tranquilo, el rey Sabur mandó hacer añicos el caballo de ébano y él mismo destruyó su mecanismo.
Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana, padre de su esposa, una carta...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 432* NOCHE
Ella dijo:
.. . Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana., padre su esposa, una carta, en la que le ponía al corriente de toda su história, anunciándole su matrimonio v la completa dicha en que vivían ambos. Y envió esta carta con un mensajero acompañado por criados que llevaban presentes magníficos y cosas raras de gran valor. Y llegó el mensajero a Sana, en el Yamán, y entregó la carta y los regalos al padre de la princesa, que cuando leyó la carta se alegró hasta el límite de la alegría y aceptó los obsequios. Tras de lo cual preparó a su vez presentes muy ricos para su yerno, el hijo del rey Sabur, y se los envió con el mensajero.
Al recibir los presentes del padre de su esposa, el hermoso príncipe Kamaralakmar se regocijó extremadamente, porque le era penoso saber que el viejo rey de Sana estaba descontento de la conducta de ambos. Y hasta tomó la costumbre de mandarle cada año una nueva carta y nuevos presentes. Y continuó obrando así hasta la muerte del rey de Sana.
Luego, cuando su propio padre el rey Sabur murió a su vez, le sucedió en el trono del reino, y comenzó su reinado casando a su hermana más joven, a la que tanto quería, con el rey del Yamán. Después de lo cual gobernó a su reino con sabiduría y a sus súbditos con equidad; y de tal manera adquirió en todas las comarcas supremacía y la felicidad de corazón de todos los habitantes. Y continuaron su esposa y él viviendo la vida más deliciosa, la más dulce, la más serena y la más tranquila, ¡hasta que fué a verles la Destructora de delicias, la Separadora de sociedades y de amigos, la Saqueadora de palacios y cabañas, la Constructora de tumbas y la Proveedora de los cementerios!
Y ahora, ¡gloria al Unico Viviente que no muere nunca y tiene en Sus manos la dominación de los Mundos y el imperio de lo Visible y de lo Invisible!
Y cuando hubo terminado así esta historia, se calló Schehrazada, la hija del visir. Entonces le dijo el rey Schahriar: "¡Prodigiosa es esa historia, Schehrazada! ¡Y en verdad que quisiera saber el mecanismo extraordinario de aquel caballo de ébano!"
Schehrazada dijo: "¡Ay, se destruyó!" Y dijo Schahriar: "¡Por Alah, que he torturado mucho mi espíritu tratando de averiguarlo!"
Schehrazada contestó: "Entonces, ¡oh rey afortunado! para que descanse tu espíritu estoy dispuesta, si tú me lo permites, a contarte la historia más dilatadora que conozco, aquella que trata de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera!"
Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, puedes hablar! ¡Porque no conozco esa historia!
¡Después ya pensaré lo que debo hacer con tu cabeza!"
Entonces dijo Schehrazada:
HISTORIA DE LOS ARTIFICIOS DE DALILA LA TAIMADA Y DE SU
HIJA ZEINAB LA EMBUSTERA CON AHMAD-LA-TIÑA,
HASSAN-LA-PESTE Y ALI AZOGUE
Cuentan ¡oh rey afortunado! que en tiempo del califa Harún Al-Raschid había en Bagdad un hombre llamado Ahmad-la-Tiña y otro hombre llamado Hassán-la-Peste, y estaban reputados ambos por su maestría en estratagemas y latrocinios. Sus hazañas a este respecto eran completamente prodigiosas, por lo cual, el califa, que sabía sacar partido de los talentos de cualquier clase que fueran, les llamó y les nombró jefes de policía. A tal fin les invistió con su cargo, dándole a cada uno un ropón de honor, mil dinares de oro mensuales como emolumentos, y una guardia de cuarenta jinetes sólidos.
Ahmad-la-Tiña quedó encargado de la seguridad de la ciudad en su parte terrestre, y Hassán-la-Peste del lado del río. Y en las grandes ceremonias marchaban ambos a los lados del califa, uno a su derecha y otro a su izquierda.
Y he aquí que el día de su nombramiento para este empleo salieron con el walí de Bagdad, el emir Khaled, acompañados por sus cuarenta bizarros guardias de a caballo y precedidos de un heraldo que pregonaba el decreto del califa, y decía: "¡Oh vosotros todos, habitantes de Bagdad! ¡Por orden del califa sabed que el jefe de policía de la Mano Derecha no será en adelante otro que Ahmad-la-Tiña, y el jefe de policía de la Mano Izquierda no será otro que Hassán-la-Peste! ¡Y en toda ocasión les deberéis obediencia y respeto!"
Por aquel entonces vivía en Bagdad una vieja temible, llamada Dalila, y además conocida con el nombre de Dalila la Taimada, que tenía dos hijas: una estaba casada y era madre de un bribonzuelo al que llamaban Mahmud el Aborto, y la otra estaba soltera y se la coconocía con el nombre de Zeinab la Embustera.
El marido de la vieja Dalila fué en otra época un gran personaje, el director de las palomas que servían para llevar por todo el Imperio mensajes y cartas, y cuya vida era para el califa, a causa de los servicios que hacía, más cara y preciosa que la de sus propios hijos. Así es que el esposo de Dalila tenía honores y prerrogativas, y emolumentos de mil dinares mensuales. ¡Pero murió v se le olvidó!, y había dejado a aquella vieja con aquellas dos hijas. Y en verdad que la tal Dalila era una vieja experta en astucias, artificios, latrocinios, trapisondas y recursos de toda especie, una bruja capaz de engañar a la serpiente, atrayéndola fuera de su guarida, y de dar al mismo Eblis lecciones de astucia y de embaucamientos.
Así, pues, el día de la investidura de Ahmad-la-Tiña y de Hassánla-Peste en las funciones de jefes de policía, la joven Zeinab oyó que el pregonero anunciaba la cosa a la población, y dijo a su madre:
"¡Mira ¡oh madre! a ese miserable de Ahmad-la-Tiña! Vino a Bagdad antaño fugitivo, expulsado de Egipto, y no hay trapacería y hazaña importante que no haya cometido aquí desde que llegó. ¡Y de esta manera se ha hecho tan famoso, que el califa acaba de investirle con el cargo de jefe de policía de su Mano Derecha, mientras que a su compadre Hassán-la-Peste, ese sarnoso, de jefe de policía de la Mano Izquierda! Y cada uno de ellos tiene el mantel puesto de día y de noche en el palacio del califa, y una guardia, y mil dinares de emolumentos mensuales, y honores y todo género de prerrogativas. ¡Y nosotros, en tanto, ¡ay! permanecemos dentro de nuestra casa, sin empleo y olvidadas, sin honores ni privilegios, y sin que nadie se preocupe por nuestra suerte!" Y la vieja Dalila meneó la cabeza, y dijo "¡Así es, ¡por Alah! hija mía".
Entonces le dijo Zeinab: "¡Levántate, pues, ¡oh madre! y a ver si encontramos un recurso capaz de darnos renombre o realizamos una trastada que nos haga famosas y notorias en Bagdad hasta el punto de que llegue la voz de ello a oídos del califa y nos devuelva éste los gajes y prerrogativas de que nuestro padre disfrutaba!"
Cuando Zeinab la Embustera dijo estas palabras a su madre, le contestó Dalila la Taimada:
"¡Por la vida de tu cabeza!, ¡oh hija mía! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 433ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Por la vida de tu cabeza, ¡oh hija mía! te prometo hacer en Bagdad algunas jugarretas de primera calidad, que superarán con mucho a las hechas por Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste!" Y se irguió en aquella hora y aquel instante, se tapó la cara con litham, se vistió como un pobre, sufi poniéndose un gran hábito de mangas tan prodigiosas que le bajaban hasta los talones, y se ciñó el talle con un ancho cinturón de lana; luego cogió una jarra, que llenó de agua hasta el cuello, y metió tres dinares en la abertura, que obstruyó con un tapón hecho de fibras de palmera; luego se rodeó los hombros y el cuello con varias sartas de rosarios grandes de cuentas tan pesadas como una carga de leña, y tomó en la mano una bandera semejante a la que llevan los sufis pordioseros, hecha con jirones de trapo encarnado, amarillo y verde; y ataviada de este modo, salió de su casa, diciendo en alta voz: "íAlah! ¡Alah!" Orando así con la lengua mientras su corazón corría por el hipódromo de los demonios y su pensamiento se obstinaba en buscar estratagemas perversas y temibles.
De esta manera recorrió los diversos barrios de la ciudad, pasando de una calle a otra calle, hasta que llegó a un callejón sin salida, pavimentado de mármol y barrido y regado, en el fondo del cual vió una Puerta grande rematada por una magnífica cornisa de alabastro, y en el umbral estaba sentado el portero, un moghrabín (Marroquí) vestido con mucha limpieza. Y aquella puerta era de madera de sándalo, guarnecida con sólidas anillas de bronce y con un candado de plata. Y he aquí que aquella casa pertenecía al jefe de los guardias del califa, que era un hombre muy considerado y propietario de grandes bienes, muebles e inmuebles, a quien se habían señalado importantes emolumentos para subvenir a las funciones propias de su cargo; pero al mismo tiempo era un hombre muy violento y de malos modales; y por eso se le llamaba Mustafá Azote-de-las-Calles, porque hacía preceder siempre los golpes a las palabras.
Estaba casado con una joven encantadora, a la que amaba mucho, y a quien había jurado, desde la noche de su penetración primera, que nunca tomaría segunda mujer mientras ella viviese, ni dormiría nunca fuera de su casa ninguna noche. Y así ocurrió, hasta que un día en que Mustafá Azote-de-las-Calles vio en el diván que cada emir tenía consigo un hijo o dos.
Y precisamente aquel día fue al hammam luego, y mirándose en un espejo, vió que los pelos blancos de su barba eran más numerosos que los pelos negros, a los que cubrían completamente, y dijo para sí: "¿Acaso El que se llevó a tu padre no va a gratificarte al fin con un hijo?"
Y fué en busca de su esposa, y se sentó de muy mal humor en el diván, sin mirarla ni dirigirle la palabra. Entonces se acercó ella a él y le dijo: "¡Buenas noches!"
El contestó: "¡Quítate de mi vista! ¡Desde el día en que te conocí no me ha sucedido nada bueno!"
Ella preguntó: "¿A qué viene eso?" El dijo: "La noche de mi penetración en ti me hiciste prestar juramento de que jamás tomaría otra mujer. ¡Y te escuché! Y he aquí que hoy, en el diván, vi a cada emir con un hijo y hasta con dos hijos, y entonces me vino el pensamiento de la muerte, y me afectó en extremo porque no fui gratificado con un hijo, ni siquiera con una hija!
¡Y no ignoro que quien no deja posteridad no deja memoria de sí! Y tal es el motivo de mi mal humor, ¡oh estéril que hiciste caer mi semilla en una tierra de rocas y guijarros!"
A estas palabras replicó la ruborosa joven: "¡Y eres tú quien habla! ¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¡No está en mí el retraso! Y la cosa no es por culpa mía. ¡Me he medicinado de tal modo, que acabé por estropear y agujerear los morteros a fuerza de machacar en ellos especies, pulverizar cuerpos simples y triturar raíces preconizadas contra la esterilidad! ¡Pero el retraso está en ti! ¡No eres más que un mulo impotente, de nariz chata y tus compañones son transparentes, con semilla sin consistencia y grano que no fecunda!"
El contestó: "¡Está bien! ¡En cuanto regrese de un viaje que voy a emprender, tomaré una segunda mujer!"
Ella contestó: "Mi destino y mi suerte están con Alah!" Entonces salió él de su casa; pero al llegar a la calle se arrepintió de lo que había pasado; y su esposa, la joven, se arrepintió también de las palabras un poco vivas que dirigió a su dueño. ¡Y esto es lo referente al propietario de la casa situada en el callejón sin salida pavimentado de mármol!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalila la Taimada! Cuando llegó al pie de los muros de la casa, vio de pronto a la joven esposa del emir acodada a su ventana, como una recién casada, ¡tan bella y tan brillante cual un verdadero tesoro, con todas las joyas que la adornaban, y luminosa cual una cúpula de cristal con las blancas ropas de nieve que la vestían!
Al ver aquello la vieja, alcahueta de mal augurio dijo para sí: "¡Oh Dalila, he aquí que te llegó el momento de abrir el saco de tus trapacerías! Veremos si consigues atraer a esta joven fuera de la casa de su dueño, y despojarla de sus alhajas y desnudarla de sus hermosos vestidos, para apoderarte de todo ello!" Entonces se paró debajo de la ventana del emir, y se puso a invocar en alta voz el nombre de Alah, diciendo: "Alah! ¡Alah! ¡Y vosotros todos, los amigos de Alah, los walíes bienhechores, iluminadme!"
Al oír estas invocaciones, y al ver a aquella santa vieja vestida como los sufis pordioseros, todas las mujeres del barrio acudieron a besar la orla de su hábito y a pedirle su bendición; y pensó la joven esposa del emir Azote-de-las-Calles: "¡Alah nos concederá sus gracias por intercesión de esa santa vieja!" Y con los ojos húmedos de emoción, la joven llamó a su servidora y le dijo: "Vé a buscar a nuestro portero el jeique Abu-Alí, bésale la mano, y dile: "¡Mi ama Khatún te ruega que dejes entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores de Alah!" Y la servidora bajó en busca del portero y le besó la mano, y le dijo: "¡Oh jeique Abu-Alí! mi ama Khatún te dice: "¡Deja entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores de Alah! ¡Y quizá su bendición se extienda sobre todos nosotros!" Entonces se acercó el portero a la vieja y quiso primeramente besarle la mano; pero ella retrocedió con viveza y se lo impidió, diciendo: "¡Aléjate de mí! ¡Tú que rezas tus plegarias sin abluciones, como todos los criados, me mancharías con tu contacto impuro y haría nula y vana mi ablución! Alah te libre de tu servidumbre, ¡oh portero Abu-Alí! porque te distinguen los santos de Alah y los walíes".
Y he aquí que tal deseo conmovió en extremo al portero Abu-Alí, porque precisamente el terrible emir Azotede-las-Calles le debía el salario de tres meses, y tenía él una ansiedad con tal motivo y no sabía qué medio emplear para recobrarlo.
Así es que dijo a la vieja: "¡Oh madre mía, dame a beber un poco de agua de tu jarra, para que con ello pueda ganar tu bendición!" Entonces ella cogió la jarra que llevaba al hombro y la volteó en el aire varias veces, de modo que el tapón de fibras de palmera se escapó del cuello del cacharro y los tres dinares rodaron por el piso como si cayesen del cielo. Y el portero se apresuró a recogerlos, y dijo para su ánima: "¡Gloria a Alah! ¡Esta vieja pordiosera es una santa entre los santos que tienen a su disposición tesoros ocultos! Y acaba de revelársela que soy un pobre portero que no ha cobrado su salario y tiene mucha necesidad de dinero para atender a los gastos indispensables, y ha hecho conjuros a fin de obtener para mí tres dinares, atrayéndolos del espacio".
Luego ofreció los tres dinares a la vieja, y le dijo: "¡Toma, tía mía, los tres dinares que creo se han caído de tu jarra!" Ella contestó: "¡Aléjate de mí con ese dinero! ¡No, nunca fui de las que se ocupan de las cosas mundanas! ¡Puedes guardarte ese dinero y mejorarte con él un poco la existencia, resarciéndote de los salarios que te debe el emir!" Entonces el portero alzó los brazos, y exclamó: "¡Loores a Alah por su ayuda! ¡He ahí una revelación!"
Entretanto, ya se había acercado a la vieja la servidora, y después de besarle la mano, se apresuraba a conducirla a presencia de su señora. Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 434ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria. Y por su parte, la bella Khatún se apresuró a arrojarse a los pies de la vieja y a besarle las manos; y la vieja le dijo: "¡Oh hija mía! ¡no vengo más que porque he adivinado, con la inspiración de Alah, que tienes necesidad de mis consejos!" Y Khatún comenzó primeramente por servirle de comer, según costumbre establecida con los santos pordioseros; pero la vieja no consintió en tocar los manjares, y dijo: "¡Ya no quiero comer más que manjares del Paraíso, y ayuno siempre, excepto cinco días al año! ¡Pero te veo afligida ¡oh hija mía! y deseo que me cuentes la causa de tu tristeza!" La joven contestó: "¡Oh madre mía! el día de la penetración hice jurar a mi esposo que nunca tomaría después de mí una segunda mujer; pero ve él a los hijos de los demás, y anhela tener hijos también, y me dice: «¡Eres estéril!» Y le contesto: «¡Y tú eres un mulo que no fecundas a la hembra!» Entonces sale él encolerizado, y me dice: «¡A la vuelta de un viaje que voy a emprender, volveré a casarme!» Y yo ¡oh madre mía! tengo ahora miedo de que se realice su amenaza y tome una segunda mujer que le dé hijos! Y es rico, pues posee tierras, casas, emolumentos y poblados enteros; y si de la segunda mujer tuviera hijos, ¡me quedaría yo privada de todos esos bienes!”
La vieja contestó: "¡Bien se ve, hija mía, cuán ignorante estás de las virtudes de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos, el poderoso Maestro-de-las-Cargas, el Multiplicador-de los- Embarazos! ¿Acaso no sabes que una sola visita a ese santo hace de un pobre deudor un rico acreedor y de una mujer estéril un granero de fecundidad?"
La bella Khatún contestó: "¡Oh madre mía! ¡desde el día de mi matrimonio no he salido una sola vez de casa, y ni siquiera he podido hacer visitas de felicitación o pésame!" La vieja dijo: "Oh, hija mía! quiero conducirte a casa de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos y Multiplicador-de-los-Embarazos. Y no temas confiarle la pesadumbre que te oprime, y hazle una promesa. Y puedes estar segura entonces de que a su regreso del viaje tu esposo se acostará contigo, uniéndose a ti por la copulación; y por obra suya quedarás encinta de una niña o de un niño. ¡Pero sea tu hijo varón o hembra, has de hacer la promesa de consagrarle como derviche al servicio de mi señor el Padre-de-los-Asaltos! "
Al oír estas palabras, la bella Khatún se vistió con sus trajes más hermosos y se adornó con sus más hermosas alhajas; luego dijo a su servidora: "¡Cuida bien de la casa!" Y la servidora contestó: "¡Escucho y obedezco, ¡oh mi ama!"
Entonces Khatún salió con Dalila, y a la puerta encontró al viejo portero mograbín Abu-Alí, que le preguntó: "¿Adónde vas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "¡Voy a visitar al jeique Multiplicador-de-los-Embarazos!"
El portero dijo: "¡Qué bendición de Alah es esta santa vieja, oh mi alma! ¡A su disposición tiene tesoros enteros! Me ha dado tres dinares de oro rojo; y adivinó lo que me ocurre y conoció mi situación sin hacerme ninguna pregunta, ¡y ha sabido que estaba yo apurado de dinero! ¡Ojalá caiga sobre mi cabeza el beneficio de su ayuno de todo el año!"
Mientras tanto, Dalila la Taimada se decía a sí misma: "¿Cómo voy a arreglarme para quitarle sus alhajas y dejarla desnuda en medio de la muchedumbre de transeúntes que van y vienen?" Luego dijo de pronto: "¡Oh hija mía! echa a andar detrás de mí y a distancia, aunque sin perderme de vista; porque yo, tu madre, soy una vieja a la que cargan con fardos cuyo peso no pueden soportar los demás; y a todo lo largo del camino hay gente que viene a entregarme ofrendas piadosas consagradas a mi mejor jeique, y me ruegan que se las lleve. ¡Así, pues, es mejor que vaya yo sola por el momento!"
Y la joven echó a andar detrás de la vieja taimada, hasta que llegaron ambas al zoco principal de los mercaderes. ¡Y desde lejos se oía resonar el zoco abovedado, al paso de la joven, el ruido de los cascabeles de oro de sus pies delicados y el tintineo de los cequíes de su cabellera, tan melodioso y cadencioso, que se diría una música de cítaras y timbales sonoros!
Ya en el zoco, pasaron por delante de la tienda de un mercader joven que se llamaba Sidi-Mohsen, y era un muchacho muy lindo con un bozo naciente en las mejillas. Y notó la belleza
de la joven y se puso a lanzarle de soslayo ojeadas, que no tardó mucho en adivinar la vieja. Así es que se volvió hacia la joven, y le dijo: "¡Vas a sentarte un momento separada de mí para que descanses, hija mía, mientras yo hablo de un asunto con ese mercader joven que está allá!"
Y obedeció Khatún y se sentó cerca de la tienda del hermoso mozo, que así pudo mirarla mejor, y creyó volverse loco a la primera mirada que le dirigió ella. Cuando le pareció que estaba él en punto, se le aproximó la vieja alcahueta y le dijo, después de las zalemas: "¿No eres Sidi-Mohsen el mercader?" El contestó: "¡Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre? ...
En ese momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 435ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?" Ella dijo: "Es gente de bien quien me ha enviado a ti. Y vengo, hijo mío, a enterarte de que esa joven que ves ahí es hija mía; y su padre, que era un gran mercader, murió, dejándole riquezas considerables. Sale hoy de casa por primera vez, porque hace poco tiempo que es púber, y sé que ha entrado en la edad de casarse, porque he visto en ella señales que no dejan lugar a duda. Y he aquí que me apresuré a hacer que salga, pues dicen los prudentes: "¡Ofrece en matrimonio tu hija, pero no ofrezcas tu hijo!" Y ahí tienes cómo, advertida por una inspiración divina y por un presentimiento secreto, me he decidido a venir para ofrecértela en matrimonio. Y no te preocupes por lo demás, si eres pobre, te daré todo su capital y en vez de una tienda, te abriré dos tiendas. ¡ De esta manera no solamente serás gratificado por Alah con una encantadora joven, sino con tres cosas deseables que empiezan con C y son a saber: Capital, Comodidad y Culo!”
Al oír estas palabras, el joven mercader Sidi-Mohsen contestó a la vieja: "¡Oh madre mía! Todo eso es excelente, y jamás pude anhelar tanto. Así es que te doy las gracias, y no dudo de tus palabras en lo que concierne a las dos primeras C. Pero en cuanto a la tercera C; te confieso que no estaré tranquilo mientras no lo haya visto y comprobado por mis propios ojos; porque antes de morir me lo recomendó mucho mi madre, y me dijo: "¡Cuánto hubiera deseado casarte, hijo mío, con una joven a la que pudiera juzgar con mis propios ojos!" ¡Y la juré que no dejaría de hacerlo yo por ella! ¡Y se murió tranquila ya!"
Entonces contestó la vieja: "¡En ese caso, levántate y sígueme! Yo me encargo de mostrártela completamente desnuda. Pero has de tener cuidado de ir a distancia de ella, aunque sin perderla de vista. ¡Y yo iré a la cabeza para enseñarte el camino!"
Entonces se levantó el joven mercader y llevó consigo una bolsa con mil dinares, diciéndose: "No se sabe lo que ha de ocurrir, y así podré depositar en el momento el importe de los gastos del contrato". Y siguió de lejos a la vieja zorra, que abría la marcha y se decía a sí misma: "¿Cómo vas a arreglarte ahora ¡oh Dalila llena de sagacidad para desvalijar a ese ternero joven!?"
Caminando de tal suerte, seguida por la joven, a la que a su vez seguía el lindo mercader, llegó a la tienda de un tintorero que se llamaba Hagg-Mohammad y era hombre conocido en todo el zoco por la duplicidad de sus gustos. En efecto, era como el cuchillo del vendedor de colocasias, que a la vez perfora las partes masculinas y femeninas del tubérculo; y le gustaba lo mismo el sabor dulce del higo y el sabor ácido de la granada.
Y he aquí que al oír el tintineo de cequíes y cascabeles, Hagg-Mohammad levantó la cabeza y divisó al lindo mozo y a la hermosa joven. ¡Y sintió lo que sintió.
Pero ya Dalila se había acercado a él, y tras de las zalemas, le había dicho, sentándose: "¿Eres Hagg-Mohammad el tintorero?" El contestó: "¡Sí, soy Hagg-Mohammad! ¿Qué deseas?" Ella contestó: "¡Me ha hablado de ti gente de bien! ¡Mira a esa jovenzuela encantadora, que es mi hija, y a ese gracioso jovenzuelo imberbe, que es mi hijo! ¡Les he educado a ambos, y su educación me costó bastantes dispendios! Y ahora has de saber que nuestra vivienda es un vasto y viejo edificio ruinoso, que últimamente me he visto obligada a reparar con vigas de madera y puntales grandes; pero me ha dicho el maestro arquitecto: "¡Harás bien en irte a vivir a otra casa, porque corres mucho riesgo de que se desmorone ésta encima de ti! Y cuando la hayas hecho reparar, podrás volver a habitarla, ¡pero no antes!"
Entonces salí en busca de una casa donde vivir transitoriamente con esos dos hijos; y me ha encaminado a ti gente de bien. ¡Desearía, por tanto, alojarme en tu casa con esos dos hijos que ves ahí! ¡Y no dudes de mi generosidad!"
Al oír estas palabras de la vieja, el tintorero sintió bailarle el corazón en medio de las entrañas, y dijo para sí: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡He aquí que se te pone al alcance de los dientes un pedazo de manteca encima de un pastel!" Luego dijo a Dalila: "Cierto es que tengo una casa con una habitación grande en el piso superior; pero no puedo disponer de ningún cuarto, porque yo vivo en la planta baja, y la habitación de arriba me sirve para recibir a mis invitados los aldeanos que me traen índigo". Ella contestó: "Hijo mío, la reparación de mi casa sólo exigirá un mes a dos a lo más, y conocemos a poca gente aquí. Te ruego, pues, que dividas en dos la habitación grande de arriba y nos des la mitad para nosotros tres. Y ¡por tu vida, ¡oh hijo mío! si quieres que tus invitados los cultivadores de índigo sean invitados nuestros, bienvenidos sean! ¡Estamos dispuestos a comer con ellos y a dormir con ellos!"
Entonces el tintorero se apresuró a entregarle las llaves de su casa; eran tres: una grande, una pequeña y una torcida. Y le dijo: “La llave grande es de la puerta de la casa, la llave pequeña es la del vestíbulo, y la llave torcida es la de la habitación de arriba. ¡De todo puedes disponer, mi buena madre!" Entonces cogió las llaves Dalila y se alejó seguida por la joven, a la que seguía el joven mercader, y de tal suerte llegó a la callejuela donde se entraba a la casa del tintorero, cuya puerta se apresuró ella a abrir con la llave grande...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 436ª NOCHE
Ella dijo
... Cuya puerta se apresuró a abrir con la llave grande.
Ante todo empezó por entrar la primera e hizo entrar a la joven, diciendo al mercader que esperase. Y llevó a la bella Khatún a la habitación de arriba, diciéndole: "Hija mía, en el piso bajo vive el venerable jeique Padre-de-los-Asaltos. Tú espérame aquí, y por lo pronto, quítate ese velo tan grande. ¡No tardaré en volver a buscarte!" Y bajó a abrir la puerta al joven mercader, y le introdujo en el vestíbulo, diciéndole: "¡Siéntate aquí y espérame a que vuelva a buscarte con mi hija, para que compruebes lo que quieres comprobar con tus propios ojos!"
Luego subió de nuevo a ver a la bella Khatún, y le dijo: "¡Ahora vamos a visitar al Padre-de-los-Asaltos!" Y exclamó la jovenzuela: "¡Qué alegría, oh madre mía!" La vieja añadió: "¡Pero me atemoriza por ti una cosa!" La joven preguntó: "¿Y cuál es ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Abajo está un hijo mío idiota, que es representante y ayudante del jeique Padre-de-los-Asaltos. ¡No sabe diferenciar el frío del calor, y continuamente va desnudo! ¡Pero cuando entra en casa del jeique una visitante noble como tú, la vista de las galas y sedas con que está vestida le pone furioso, y se precipita sobre ella y le rompe los vestidos y le tira de sus arracadas, desgarrándole las orejas, y la despoja de todas sus alhajas. Por consiguiente, harás bien en empezar por quitarte aquí tus alhajas y desnudarte de todos tus vestidos y camisas; y te lo guardaré yo todo hasta que regreses de tu visita al jeique Padre-de-los-Asaltos". Entonces se quitó la joven todas sus alhajas, se desnudó de todos sus vestidos, sin quedarse más que con la camisa interior de seda, y lo entregó todo a Dalila, que le dijo: "¡En honor tuyo, voy a colocar esto debajo de la ropa del Padre-de-los-Asaltos, para que con su contacto vaya a ti la bendición!" Y bajó con todo hecho un lío, y por el momento lo escondió en el hueco de la escalera, luego fue a ver al joven mercader y le encontró esperando a la jovenzuela.
Y le preguntó él: "¿Dónde está tu hija, para que yo pueda examinarla?" Pero de improviso
comenzó la vieja a golpearse el rostro y el pecho en silencio. Y le preguntó el joven mercader: "¿Qué te pasa?" Ella contestó: "¡Ah! ¡Ojalá se murieran las vecinas malintencionadas y envidiosas y calumniadoras! ¡Acaban de verte entrar conmigo, y me han preguntado quién eres; y les dije que te había escogido para esposo futuro de mi hija. Pero probablemente, por envidia y celosas de mi suerte para contigo, han ido en busca de mi hija y le han dicho: "¿Tan cansada está de mantenerte tu madre que quiere casarte con un individuo atacado de sarna y de lepra?" ¡Entonces le he jurado yo, como tú mismo lo hiciste a tu madre, que no se uniría a ti sin haberte visto completamente desnudo!"
Al oír estas palabras, exclamó el joven mercader: "¡Recurro a Alah contra los envidiosos y malintencionados!" Y así diciendo, se quitó toda su ropa, y surgió desnudo e intacto y blanco como la plata virgen. Y le dijo la vieja: "¡En verdad que con lo hermoso y puro que eres no tienes nada que temer!" Y exclamó él: "¡Que venga a verme ahora!" Y amontonó a un lado su magnífico capote de marta, su cinturón, su puñal de plata y oro y el resto de su ropa, ocultando en los pliegues la bolsa con los mil dinares.
Y le dijo la vieja: "No conviene dejar en el vestíbulo todas estas cosas tentadoras. ¡Voy a ponerlas en lugar seguro!" E hizo un lío con todo aquello, como había hecho con la ropa de la jovencita, y abandonando al joven mercader lo encerró con llave, cogió debajo de la escalera el primer lío y salió sin ruido de la casa, llevándoselo todo.
Una vez en la calle, empezó por poner, efectivamente, en lugar seguro los dos líos, depositándolos en casa de un mercader de especias conocido suyo, y volvió a casa del tintorero libidinoso, que la esperaba con impaciencia, y hubo de preguntarle en cuanto la divisó: "¿Que hay, tía mía? ¡Inschalah creo que te habrá convenido mi casa! Ella contestó: "¡Tu casa es una casa bendita! Estoy satisfecha hasta el límite de la satisfacción. ¡Ahora voy a buscar a un cargador para que transporte nuestros muebles y nuestros efectos! Pero como estoy tan ocupada y mis hijos no han comido nada desde esta mañana, aquí tienes un dinar, que te ruego admitas, para comprarles con él una empanada rellena y cubierta con picadillo de carne, y vé a la casa para almorzar con ellos y hacerles compañía". El tintorero contestó: "Pero ¿quién tendrá, mientras, cuidado de mi tienda, y de los efectos de mis clientes?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¡tu dependiente!"
El contestó: "¡Sea!" Y cogió un plato y una fuente y se marchó para comprar y llevar la consabida empanada rellena. ¡Y he aquí lo referente al tintorero, al que, por cierto, volveremos a encontrar!
Pero en cuanto a Dalila la Taimada, corrió a recoger los dos líos que había dejado en casa del tendero de especias, y regresó inmediatamente a la tintorería para decir al mozo del tintorero: "¡Tu amo me manda a decirte que vayas a reunirte con él en casa del fabricante de empanadas! Yo cuidaré de la tienda hasta tu regreso. ¡No tardes!"
El mozo contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y salió de la tienda, en tanto que la vieja se dedicaba a meter mano en los efectos de los clientes y en cuanto pudo coger de la tienda. Mientras estaba ella ocupada en aquello, acertó a pasar por allí con un burro un arriero que desde hacía una semana no encontraba trabajo y que era un terrible tragador de haschisch. Y la vieja zorra le llamó, gritando: "¡Eh, arriero, ven!" Y el arriero se paró a la puerta con su burro, y la vieja le preguntó: "¿Conoces a mi hijo el tintorero?" El otro contestó: "¡Ya Alah! ¿quién le conocerá mejor que yo, ¡oh mi ama!?"
Ella le dijo: "Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 437ª NOCHE
Ella dijo:
"...Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo es insolvente, y siempre
que le han metido en la cárcel conseguí sacarle de ella. Pero hoy, para acabar de una vez quiero que se declare en quiebra al fin. Y en este momento estaba dedicándome a recoger los efectos de los clientes para llevárselos a sus propietarios. Deseo, pues, que me prestes tu borrico para cargarle con todas estas ropas, y aquí tienes un dinar por el alquiler del asno.
Mientras yo vuelvo, dedícate tú aquí a desbaratarlo todo, rompiendo las cubas de tinta y destruyendo las tinas, con objeto de que cuando venga la gente enviada por el kadí para comprobar la quiebra no encuentre en la tienda nada que llevarse". (antiguamente la quiebra de un negocio era la ruptura de todos los artefactos del mismo, eso demostraba la falta de dinero del comerciante, de ahí su nombre actual)
El arriero contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh mi ama! Porque tu hijo, el maestro tintorero, me colmó de mercedes, y como le estoy agradecido, quiero hacerle de balde este servicio y romper y destruir todo lo de la tienda, ¡por Alah!"
Entonces le dejó la vieja, y después de cargar todo encima del burro, se encaminó a su casa, llevando del ronzal al asno.
Con la ayuda y protección del Protector, llegó sin incidentes a su casa y entró a ver a su hija Zeinab, que estaba en ascuas esperándola, y que le dijo: "¡Contigo estuvo mi corazón, oh madre mía! ¿Cuántos chascos has dado? Dalila contestó: "¡En este primer día he jugado cuatro malas pasadas a cuatro personas: un mercader joven, la esposa de un capitán terrible, un tintorero libidinoso y un arriero! ¡Y te traigo todas sus ropas y efectos en el asno del arriero!
Y exclamó Zeinab: "¡Oh madre mía! ¡en lo sucesivo no vas a poder circular por Bagdad a causa del capitán, a quien dejaste desnudo, del tintorero a quien arrebataste los efectos de sus clientes, y del arriero amo del burro!" Dalila contestó: "¡Bah! ¡todos me tienen sin cuidado, menos el arriero, que me conoce!" Y he aquí lo que por el momento concierne a Dalila.
En cuanto al maestro tintorero, una vez que hubo comprado las consabidas empanadas rellenas, se las dió a su mozo y tomó con él el camino de su casa, pasando de nuevo por delante de su tintorería. ¡Y he aquí lo que pasó! Vió al arriero en la tienda dedicado a demolerlo todo y romper las cubas grandes y las tinas; y ya no era la tienda más que un montón de escombros y de barro azul que corría por todas partes. Y exclamó al ver aquello: "¡Detente, oh arriero!" Y el arriero interrumpió su tarea, y dijo el tintorero: "¡Loores a Alah por tu salida de la cárcel, ¡oh maestro tintorero! ¡Contigo estaba mi corazón verdaderamente!"
El otro preguntó: "¿Qué dices, ¡oh arriero! y qué significa todo esto?" El arriero dijo: "¡Durante tu ausencia se ha declarado tu quiebra!" Con el gaznate apretado y los labios temblorosos y los ojos desorbitados, preguntó el tintorero: "¿Quién te lo ha dicho?" El arriero replicó: "¡Me lo ha dicho tu propia madre, y por interés tuyo me ha ordenado que lo destruyera todo y lo rompiera todo aquí, para que los enviados del kadí no puedan llevarse nada!"
En el límite de la estupefacción, contestó el tintorero: "¡Alah confunda al Lejano-Maligno! ¡Hace ya mucho tiempo que está muerta mi madre!" Y se dio en el pecho fuertes golpes, gritando con toda su alma: "¡Ay! ¡he perdido lo mío y lo de mis clientes!" Y el arriero, por su parte, empezó a llorar y a gritar: "¡Ay! ¡he perdido mi borrico!" Luego dijo al tintorero: "¡Oh tintorero de mi trasero, devuélveme mi borrico, que me lo ha robado tu madre!"
Y el tintorero se arrojó sobre el arriero, lo cogió por la nuca y empezó a molerle a puñetazos, exclamando: "¿Dónde está tu zorra vieja?" Pero el arriero se puso a gritar desde el fondo de sus entrañas: "¡Mi borrico! ¿dónde está mi borrico? ¡Devuélveme mi borrico!"
Y vinieron a las manos ambos, mordiéndose, insultándose, administrándose golpes a cual más, y cabezazos en el estómago y tratando cada uno de agarrar por los compañones al adversario para espachurrárselos entre los dedos.
Entretanto, se aglomeraba alrededor de ellos una multitud que iba engrosando más cada vez; y por fin lograron separarlos, aunque no ilesos, y preguntó al tintorero uno de los circunstantes: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¿qué ha pasado entre vosotros?" Pero el arriero se apresuró a contestar contando a voces su historia, y terminó así: "¡Yo todo lo hice por servir al tintorero!"
Entonces preguntaron al tintorero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡tú, sin duda, conocerás a esa vieja para confiarle de ese modo la custodia de tu tienda!" El interpelado contestó: "¡Hasta hoy no la conocí! ¡Pero ha ido a habitar en mi casa con su hijo y su hija!" Entonces opinó uno de los circunstantes: "¡Yo creo en conciencia que el tintorero debe responder por el asno del arriero; porque si el arriero no advirtiese que el tintorero había confiado la custodia de su tienda a la vieja, no hubiera él a su vez confiado a tal vieja su burro!" Y añadió un tercero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡desde el momento en que alojaste a esa vieja en tu casa, debes devolver al arriero el borrico o pagarle una indemnización!"
Luego, con los dos adversarios, se encaminaron todos a casa del tintorero. ¡Eso fue todo! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 438ª NOCHE
Ella dijo:
¡ ...Eso fue todo!
¡Pero he aquí ahora lo que respecta a la jovenzuela y al joven mercader!
Mientras el joven mercader esperaba en el vestíbulo la llegada de la jovenzuela para examinarla, ésta por su parte, esperaba en la habitación de arriba a que la vieja santa regresase con el permiso del idiota representante del Padre-de-los-Asaltos, a fin de visitar al Padre-de-losAsaltos ella. Pero como la vieja tardaba en volver, la bella Khatún salió de la habitación y bajó la escalera, vestida solamente con su sencilla camisa fina. Entonces oyó en el vestíbulo al joven mercader, quien al reconocer el tintineo de los cascabeles que no pudo ella quitarse de los tobillos, le decía: "¡Date prisa y ven aquí con tu madre, que te trajo para casarte conmigo!" Pero la joven contestó: "¡Mi madre ha muerto Eres el idiota!, ¿verdad? ¿Y no eres también el representante del Padre-de-los-Asaltos?" El contestó inmediatamente: "¡No, ¡por Alah! ¡oh ojos míos! no estoy todavía idiota del todo. ¡En cuanto a lo de ser Padre-de-los-Asaltos, estoy reputado como tal!" Al oír estas palabras no supo cómo comportarse la ruborizada jovenzuela, y a pesar de las objeciones del joven mercader, a quien seguía tomando ella por el idiota representante del Multiplicador-de-los-Embarazos, resolvió esperar en la escalera a que se presentase la santa vieja.
Mientras tanto, llegó la gente que acompañaba al tintorero y al arriero; y llamaron a la puerta y estuvieron mucho tiempo esperando que les abriesen desde dentro. Pero como no contestaba nadie, echaron la puerta abajo y se precipitaron primeramente al vestíbulo, donde vieron al joven mercader completamente desnudo y tratando de ocultar y abarcar con las dos manos su mercancía al aire. Y le dijo el tintorero: ¡Ah, hijo de zorra! ¿dónde está tu calamitosa madre?"
El otro contestó: "¡Hace ya mucho tiempo que murió mi madre! La vieja que vive en esta casa sólo es mi futura suegra. Y contó al tintorero y al arriero y a toda la muchedumbre su historia con todo género de detalles. Y añadió: "¡En cuanto a la joven que yo debía contemplar, está ahí detrás de esa puerta!"
Al oír estas palabras derribaron la puerta y encontraron detrás a la asustada jovenzuela, que con sólo la camisa procuraba cubrir hasta lo más abajo posible sus muslos de gloria. Y el tintorero le preguntó: "¡Ah hija adulterina! ¿dónde está tu madre, la alcahueta?" Ella contestó muy avergonzada: "Mi madre murió hace mucho tiempo. ¡Pero la vieja que me condujo aquí es una santa al servicio de mi señor el jeique Multiplicador!"
Al oír estas palabras, todos los circunstantes, incluso el tintorero, a pesar de su tienda destruida, y el arriero, a pesar de su borrico robado, y el joven mercader, a pesar de la pérdida de su bolsa y sus trajes, se echaron a reír de tal manera, que se cayeron de trasero.
Después, comprendiendo que la vieja se había burlado de ellos, los tres chasqueados por ella decidieron vengarse; y empezaron por dar ropa a la asustada jovenzuela, que se vistió y apresuróse a regresar a su casa, donde volveremos a encontrarla al retorno del viaje de su esposo.
En cuanto al tintorero Hagg-Mohammad y al arriero, se reconciliaron, pidiéndose perdones mutuamente, y en compañía del joven mercader fueron en busca del walí de la ciudad, el emir Khaled, a quien contaron su aventura, demandando de él venganza contra las vieja calamitosa
Y les contesto el wali: ¡Oh, que historia tan prodigiosa me contais, buena gente!" Ellos contestaron: "¡Oh amo nuestro! ¡por Alah, y por la vida de la cabeza del Emir de los Creyentes, que no te decimos más que la verdad!”
Y les dijo el Walí: “!Oh buena gente! ¿cómo queréis que encuentre a una vieja determinada entre todas las viejas de Bagdad? ¡Ya sabéis que no podemos mandar que nuestros hombres recorran los harenes levantando el velo a las mujeres!”
Ellos exclamaron: "¡Qué calamidad! ¡ay de mi tienda!; ¡ay de mi burro!; ¡ay de mi bolsa con mil dinares!" Entonces, compadecido de su suerte, les dijo el walí: "¡Oh buena gente! ¡recorred toda la ciudad y procurad encontrar a esa vieja y capturarla! Y si lo conseguís, os prometo que la someteré a tortura en honor vuestro, y la obligaré a que declare!"
Y las tres víctimas de Dalila la Taimada se dispersaron en diferentes direcciones, a la busca y captura de la maldita vieja. ¡Y los dejaremos por el comento, pues ya volveremos a encontrarlos!
En cuanto a la vieja Dalila la Taimada, dijo a su hija Zeinab: "¡Oh hija mía, todo esto no es nada! ¡Voy a hacer algo mejor!" Y le dijo Zeinab: "¡Oh madre mía, tengo miedo por ti ahora!" La vieja contestó: "No temas nada por mi suerte. ¡Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua! .. .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 439ª NOCIfE
Ella dijo:
"¡ ... Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua!" Y se levantó, quitóse sus vestiduras de sufi para ponerse un traje de servidora entre las servidoras de los ricos, y salió reeditando la nueva fechoría que iba a perpetrar en Bagdad.
Y llegó de tal modo a una calle retirada, muy adornada y empavesada a todo lo largo y a todo lo ancho con telas hermosas y linternas multicolores; y el suelo estaba cubierto de ricas alfombras. Y oyó dentro voces de cantarinas y tamborilazos de dufufs y golpetear de darabukas sonoras y estridor de címbalos. Y vio en la puerta de la morada empavesada a una esclava que llevaba a horcajadas en su hombro un tierno niño vestido con telas espléndidas de tisú de oro y plata, y tocado con un tarbush rojo adornado con tres sartas de perlas, llevando al cuello un collar de oro incrustado de pedrerías y con los hombros cubiertos por una manteleta de brocado.
Y los curiosos e invitados que entraban y salían la enteraron de que aquella casa pertenecía al síndico de los mercaderes de Bagdad y que aquel niño era hijo suyo. Y también se enteró que el síndico tenía una hija virgen y púber, cuyos esponsales se celebraban aquel día precisamente; y tal era el motivo de semejante alarde de ornamentación. Y como la madre del niño estaba muy ocupada en recibir a las damas invitadas por ella y hacerles los honores de su casa, había confiado el niño, que la importunaba pegándosele a las faldas de continuo, a aquella joven esclava recomendándole que le distrajera y jugara con él hasta que las invitadas se marchasen. Cuando la vieja Dalila vió a aquel niño montado en el hombro de la esclava y se informó con respecto a los padres y a la ceremonia que tenía lugar, dijo para sí: "¡Oh, Dalila, lo que tienes que hacer por el momento es escamotear a ese niño, arrebatándoselo a esa esclava!" Y se adelantó hacia ella, exclamando: "¡Qué vergüenza para mí haber llegado con tanto retraso a casa de la digna esposa del síndico!" Luego dijo a la esclava, que era una infeliz, poniéndole en la mano una moneda falsa: "¡Aquí tienes un dinar por el trabajo! Sube, hija mía, en busca de tu ama y dile: "¡Tu vieja nodriza Omm Al-Khayr te felicita de muy buen grado, como cumple a quien tantas bondades tiene que agradecerte! ¡Y el día de la gran reunión vendrá a verte con sus hijas, y no dejará de poner generosas ofrendas nupciales, como es costumbre, en manos de las azafatas!"
La esclava contestó: "Mi buena madre, con mucho gusto cumpliría tu encargo; pero mi amo pequeño, que es este niño, cada vez que ve a su madre no quiere separarse de ella y se coge a sus vestidos". La vieja contestó: "¡Pues déjale conmigo mientras vas y vienes!" Y la esclava se guardó la moneda falsa y entregó el niño a la vieja para subir inmediatamente a cumplir su encargo.
En cuanto a la vieja, se apresuró a huir con el niño, metiéndose en una callejuela oscura, donde le quitó todas las cosas preciosas que llevaba él encima y dijo para sí: "¡Todavía no lo has hecho todo, ¡oh Dalila! ¡Si verdaderamente eres sutil entre las sutiles, hay que sacar de este monigote todo el partido posible, negociándole, por ejemplo, para proporcionarte una cantidad respetable!"
Cuando se le ocurrió aquella idea, saltó sobre ambos pies y fué al zoco de los joyeros, donde vió en una tienda a un gran lapidario judío que estaba sentado detrás de su mostrador; y entró en la tienda del judío, diciéndose: "¡Ya hice negocio!" Cuando el judío la vio por sus propios ojos entrar, miró al niño que llevaba ella y conoció al hijo del síndico de los mercaderes. Y aunque muy rico, aquel judío no dejaba de envidiar a sus vecinos cuando hacían una venta si, por casualidad, no hacía él otra en el mismo momento. Así es que, muy contento con la llegada de la vieja, le preguntó: "¿Qué deseas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "Eres maese Izra el judío?"
El contestó: "¡Naam!" Ella le dijo: "La hermana de este niño, hija del schahbandar de los mercaderes, se ha casado hoy, y en este momento se celebra la ceremonia de los esponsales. ¡Y he aquí que necesita ciertas alhajas, como dos pares de pulseras de oro para los tobillos, un par de brazaletes corrientes de oro, un par de arracadas de perlas, un cinturón de oro afiligranado, un puñal con puño de jade inscrustado de rubíes y una sortija de sello!" Enseguida se apresuró el
judío a darle lo que pedía, y cuyo precio se elevaba a mil dinares de oro, por lo menos. Y Dalila le dijo: "¡Me lo llevo todo esto con la condición de que mi ama escoja en casa lo que mejor le parezca! Luego volveré para traerte el importe de lo que escoja. Mientras tanto, quédate con el niño hasta que yo vuelva!" El judío contestó: "¡Como gustes!" Y se llevó ella las joyas, dándose prisa por llegar a su casa.
Cuando la joven Zeinab la Embustera vio a su madre, le dijo: `¿Qué hazaña acabas de emprender, ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Por esta vez solamente una nimiedad. ¡Me he contentado con robar y desvalijar al hijo pequeño del schahbandar de los mercaderes, dejándolo en prenda por varias alhajas que valdrán mil dinares, en casa del judío Izra!"
Entonces exclamó su hija: "¡Esta vez es seguro que se acabó ya todo para nosotras! ¡No vas a poder salir y circular por Bagdad!" La vieja contestó: "¡Todo lo que hice no es nada, ni siquiera la milésima parte de lo que pienso hacer! ¡No tengas por mí ningún cuidado, hija mía!"
Volviendo a la infeliz esclava joven, es el caso que entró en la sala de recepción y dijo: "¡Oh ama mía, tu nodriza Omm Al-Khayr te envía sus zalemas y sus votos y te felicita, diciendo que vendrá aquí con sus hijas el día del matrimonio y será generosa con las azafatas!"
Su ama le preguntó: "¿Dónde dejaste a tu amo pequeño?" La esclava contestó: "¡Lo he dejado con ella para que no se agarrase a ti! ¡y aquí tienes una moneda de oro que me dió tu nodriza para las cantarinas!" Y ofreció la moneda a la cantarina principal, diciendo: "¡He aquí el aguinaldo!" Y la cantarina cogió la moneda y vio que era de cobre. Entonces gritó el ama a la servidora: "¡Ah, perra! ¡vete ya a buscar a tu amo pequeño!" Y la esclava apresuróse a bajar; pero no encontró ya ni al niño ni a la vieja. Entonces lanzó un grito estridente y se cayó de bruces, mientras acudían todas las mujeres de arriba, tornándose la alegría en duelo dentro de sus corazones. Y he aquí que precisamente entonces llegaba el propio síndico y su esposa, con el semblante demudado de emoción, se apresuró a ponerle al corriente de lo que acababa de pasar. Al punto salió el padre en busca del niño, seguido por todos los mercaderes a quienes había invitado, que por su parte se pusieron a hacer pesquisas en todas direcciones. Y después de mil incidencias, acabó el síndico por encontrar al niño casi desnudo a la puerta de la tienda del judío y loco de alegría y de cólera se precipitó sobre el judío gritando: "¡Mi maldito! ¿Qué querías hacer con mi hijo? ¿Y por qué le has quitado sus vestidos?"
Temblando y en el límite de la estupefacción, contestó el judío: "¡Por Alah, ¡oh mi amo! que yo no tenía necesidad de semejante rehén! ¡Pero la vieja se empeñó en dejármelo tras de haberse llevado para tu hija alhajas por valor de mil dinares!"
El síndico exclamó, cada vez más indignado: "¿Pero crees, maldito, que mi hija no tiene alhajas y necesita recurrir a ti? ¡Devuélveme ahora los vestidos y adornos que le quitaste a mi hijo! Al oír estas palabras, exclamó el judío, aterrado: "¡Socorro, oh musulmanes!" Y precisamente, viniendo de diferentes direcciones, aparecieron en aquel momento los tres chasqueados antes: el arriero, el joven mercader y el tintorero. Y se informaron de la cosa, y al enterarse de lo que se trataba, no dudaron ni por un instante que aquello era una nueva hazaña de la vieja calamitosa y exclamaron: "¡Nosotros conocemos a la vieja! ¡Es una estafadora que nos ha engañado antes que a vosotros!"
Y contaron su historia a los presentes, que se quedaron estupefactos, y el síndico exclamó,
conformándose: "Después de todo, he tenido suerte al encontrar a mi hijo! ¡Ya no quiero preocuparme de sus ropas perdidas, pues que bien valen su rescate! ¡Pero me gustaría poder reclamárselas a la vieja!" Y no quiso faltar más de su casa, y corrió a participar con su esposa de la alegría de haber recuperado su hijo.
En cuanto al judío, preguntó a los otros tres: "¿Qué pensáis hacer ahora?" Le contestaron: "¡Vamos a continuar nuestras pesquisas!" El les dijo: "¡Llevadme con vosotros!" Luego preguntó: "¿Hay entre vosotros alguno que la conociera antes de esta hazaña?"
El arriero contestó: "¡Yo!"
El judío dijo: "¡Entonces vale más que no vayamos juntos y que hagamos pesquisas por separado para no ponerla alerta!" Entonces contestó el arriero: "¡Muy bien!; y para encontrarnos, nos citaremos a mediodía en la tienda del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud!" Se citaron, y cada uno púsose en camino por su parte.
Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 441ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada, mientras recorría ella la ciudad en busca de alguna nueva estratagema. En efecto, no bien la divisó el arriero, la reconoció, a pesar de su disfraz, y se abalanzó a ella, gritando: "¡Maldita seas, vieja decrépita, astilla seca! ¡Por fin te encuentro!" Ella preguntó: ¿Qué te ocurre hijo mío?"
El exclamó: "!El burro! ¡Devuélveme el burro!"
Ella contestó con voz enternecida: "¡Hijo mío, habla bajo y cubre lo que Alah ha cubierto con su velo! ¡Veamos! ¿Qué pides? ¿Tu burro o los efectos de los otros?"
El contestó: "¡Mi burro solamente!"
Ella dijo: "Hijo mío, sé que eres pobre y no he querido, por tanto, privarte de tu burro. Le he dejado en casa del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud, que tiene su tienda ahí enfrente. Voy a buscarle ahora mismo y a rogarle que me entregue el asno. ¡Espérame un instante!" Y se adelantó a él, y entró llorando en casa del barbero Hagg-Mass'ud, le cogió de la mano, y dijo: "¡Ay de mí!"
El barbero le preguntó: "¿Qué te pasa, buena tía?" Ella contestó: "¿No ves a mi hijo que está de pie ahí enfrente de tu tienda? Tenía el oficio de arriero conductor de burros. Pero cayó malo un día a consecuencia de un aire que le corrompió y trastornó la sangre, ¡y ha perdido la razón y se ha vuelto loco! Desde entonces no cesa de pedirme su asno. Al levantarse, grita: "¡Mi burro!"; al acostarse, grita: "¡Mi burro!", vaya por donde vaya, grita: "¡Mi burro!" Y he aquí que me ha dicho el médico entre los médicos: "Tu hijo tiene la razón dislocada y en peligro. ¡Y nada podrá curarle y volverle a ella, como no le saquen las dos últimas muelas de la boca y le cautericen en las sienes con dos cantáridas o con un hierro candente! Aquí tienes, pues, un dinar por tu trabajo, y llámale y dile: "Tengo tu burro en mi casa. ¡Ven!".
Al oír estas palabras contestó el barbero: "¡Que me quede un año sin comer si no le pongo su burro entre las manos, tía mía!" Luego, como tenía a su servicio dos oficiales de barberos acostumbrados a todos los trabajos propios del oficio, dijo a uno de ellos: "¡Pon al rojo dos clavos!" Después gritó al arriero: "¡Oye, hijo mío, ven aquí! ¡Tengo tu burro en mi casa!" Y al tiempo que el arriero entraba en la tienda, salía la vieja y se paraba a la puerta.
Así, pues, una vez que hubo entrado el arriero, el barbero le cogió de la mano y le llevó a la trastienda, dentro de la cual le aplicó un puñetazo en el vientre, echándole la zancadilla, y le hizo caer de espalda en el suelo, donde los dos ayudantes le agarrotaron sólidamente pies y manos y le impidieron hacer el menor movimiento. Entonces se levantó el maestro barbero y empezó por meterle en el gaznate dos tenazas como las de los herreros, que le servían para dominar los dientes recalcitrantes; luego, dando una vuelta a las tenazas le extirpó las dos muelas a la vez. Tras de lo cual, a pesar de los rugidos y contorsiones del paciente, cogió con unas pinzas, uno después de otro, los dos clavos al rojo, y le cauterizó a conciencia las sienes, invocando el nombre de Alah para que la cosa tuviese éxito.
Cuando el barbero hubo terminado ambas operaciones, dijo al arriero: "¡Ualahí!" ¡bien contenta estará de mí tu madre! ¡Voy a llamarla para que compruebe la eficacia de mi trabajo y tu curación!" Y en tanto que el arriero se debatía entre los puños de los ayudantes, el barbero entró en su tienda y allí... ¡vió que la tienda estaba vacía y limpia como por una ráfaga de viento! ¡No quedaba ya nada! ¡Navajas, espejos de nácar de mano, tijeras, suavizadores, bacías, jarros, paños, taburetes, todo había desaparecido! ¡No quedaba ya nada! ¡Ni la sombra de todo aquello! ¡Y también había desaparecido la vieja! ¡Nada! ¡Ni siquiera el olor de la vieja! Y además, la tienda estaba muy barrida y regada, como si acabasen de alquilarla de nuevo en aquel instante.
Al ver aquello, el barbero, en el límite del furor, se precipitó a la trastienda, y cogiendo por el cuello al arriero, le zarandeó como a una banasta, y le gritó: "¿Dónde está la alcahueta de tu madre?"
Loco de dolor y de rabia, le dijo el pobre arriero: "¡Ah hijo de mil zorras! ¿Mi madre? ¡Pero si mi madre está en el país de Alah!" El otro siguió zarandeándole, y le gritó: "¿Dónde está la vieja zorra que te trajo aquí y que se ha ido después de haberme robado toda la tienda?" Iba el arriero a responder, agitado su cuerpo por temblores, cuando de pronto entraron en la tienda, de vuelta de sus pesquisas infructuosas, los otros tres chasqueados: el tintorero, el joven mercader y el judío. Y los vieron riñendo, al barbero con los ojos fuera de las órbitas y al arriero con las sienes cauterizadas e hinchadas por dos anchas ampollas, y con los labios espumeantes de sangre, y colgándole aún a ambos lados de la boca las dos muelas. Entonces exclamaron: "¿Qué sucede?" Y el arriero gritó con todas sus fuerzas: "¡Oh musulmanes, justicia contra este marica!"
Y les contó lo que acababa de ocurrir. Entonces preguntaron al barbero: "¿Por qué has obrado así con este arriero, ¡oh maese Massud!?"
Y el barbero les contó a su vez cómo acababa la vieja de limpiarle la tienda. A la sazón ya no dudaron que era también la vieja quien había hecho aquel nuevo desaguisado, y exclamaron: "¡Por Alah, la causante de todo es la vieja maldita!" Y acabaron por explicarse todo y ponerse de acuerdo. Entonces el barbero se apresuró a cerrar su tienda, uniéndose a los cuatro burlados para ayudarles en sus pesquisas. Y el pobre arriero no cesaba de gimotear: "¡Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 442ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas!"
De esta manera estuvieron recorriendo durante mucho tiempo los diversos barrios de la ciudad; pero de improviso, al volver una esquina el arriero fué también el primero en divisar y reconocer a Dalila la Taimada, cuyo nombre y cuya vivienda ignoraban todos ellos. Y no bien la vió, se abalanzó a ella el arriero, gritando: "¡Hela aquí! ¡Ahora va pagarnos todo!" Y la arrastraron a casa del walí de la ciudad, que era el emir Khaled.
Llegados que fueron al palacio del walí, entregaron la vieja a los guardias, y les dijeron: "¡Queremos ver al walí! Los guardias contestaron: "Está durmiendo la siesta. ¡Esperad un poco a que se despierte! Y los cinco querellantes esperaron en el patio, mientras los guardias hacían entrega de la vieja a los eunucos para que la encerraran en un cuarto del harén hasta que se despertase el walí.
En cuanto llegó al harén, la vieja taimada consiguió escurrirse hasta el aposento de la esposa del walí, y después de las zalemas y de besarla la mano, dijo a la dama, que estaba lejos de suponer la verdad: ¡Oh ama mía, desearía ver a nuestro amo el walí!" La dama contestó: "¡ El walí está durmiendo la siesta! Pero, ¿qué quieres de él?" La vieja dijo: "Mi marido, que es mercader de muebles y esclavos, antes de partir para un viaje me entregó cinco mamelucos con encargo de venderselos al mejor postor. Y precisamente los vió conmigo nuestro amo el walí, y me ofreció por ellos mil doscientos dinares, consintiendo yo en dejárselos por ese precio. ¡Y vengo ahora a entregárselos!" Y he aquí que, efectivamente, el walí tenía necesidad de esclavos, y la misma
víspera, sin ir más lejos, había dado a su esposa mil dinares para que los comprara. Así es que no dudó ella de las palabras de la vieja, y le preguntó: "¿Dónde están los cinco esclavos?" La vieja contestó: "¡Ahí, en el patio del palacio, debajo de tus ventanas!" Y la dama se asomó al patio y vio a los cinco chasqueados que esperaban a que el walí se despertase. Entonces dijo: "¡Por Alah! ¡son muy hermosos, y especialmente uno de ellos vale él sólo los mil dinares!" Luego abrió su cofre y entregó a la vieja mil dinares, diciéndole: "Mi buena madre, te debo todavía doscientos dinares para completar el precio. Pero, como no los tengo, espérate a que se despierte el walí". La vieja contestó: "¡Oh ama mía! ¡de esos doscientos dinares te rebajo ciento en gracia a la jarra de jarabe que me has dado a beber, y ya me pagarás los otros ciento en mi próxima visita! ¡Ahora te ruego que me hagas salir del palacio por la puerta reservada para el harén, con el fin de que no me vean mis antiguos esclavos!" Y la esposa del walí la hizo salir por la puerta secreta, y el Protector la protegió y la dejó llegar sin obstáculos a su casa.
Cuando la vio entrar su hija Zeinab, le preguntó: "¡Oh, madre mía!, ¿qué hiciste hoy?" La vieja contestó: "Hija mía, he jugado una mala pasada a la esposa del walí, vendiéndole por mil dinares, como esclavos, ¡al arriero, al tintorero, al judío, al barbero y al joven mercader! Sin embargo, hija mía, entre todos ellos no hay más que uno que me preocupe y cuya perspicacia temo: ¡el arriero! ¡Siempre me reconoce ese hijo de zorra!" Y le dijo su hija: "¡Entonces, madre mía, déjate ya de salidas!" Cuida ahora de la casa, y no olvides el proverbio que dice:
¡No es cierto que el jarro
No se rompa nunca, por mucho que le tiren!
Y trató de convencer a su madre de que no saliese en lo sucesivo; pero inútilmente.
¡He aquí lo que les ocurrió a los cinco! Cuando el walí se despertó de su siesta, le dijo su esposa: "¡Ojalá te haya endulzado la dulzura del sueño! ¡Me tienes muy contenta con los cinco esclavos que compraste!"
El preguntó: "¿Qué esclavos?" Ella dijo: "¿Por qué me lo quieres ocultar? ¡Así te engañen ellos como tú me engañas!" El dijo: "¡Por Alah, que no he comprado esclavos! ¿Quién te ha informado tan mal?" Ella contestó: "¡La misma vieja a quien se los compraste por mil doscientos dinares los trajo aquí y me lo enseñó en el patio, vestido cada cual con un traje que por sí solo vale mil dinares!" El preguntó: "¿Y le has dado el dinero?" Ella dijo: "¡Si, por Alah!" Entonces el walí bajó al patio, donde no vio a nadie más que al arriero, al barbero, al judío, al joven mercader y al tintorero, y preguntó a sus guardias: "¿Dónde están los cinco esclavos que la vieja comerciante acaba de vender a vuestra ama?" Le contestaron: "¡Durante toda la siesta de nuestro amo, no hemos visto más que a esos cinco que están ahí!" Entonces el walí se encaró con los cinco y les dijo: "¡Vuestra ama, la vieja, acaba de venderos a mí por mil dinares! ¡Vais a dar comienzo a vuestro trabajo limpiando los pozos negros!" Al oír estas palabras, exclamaron los cinco querellantes, en el límite de la estupefacción: "¡Si así es como haces justicia, no nos queda más remedio que recurrir a nuestro amo el califa para quejarnos de ti! ¡Somos hombres libres que no se nos puede vender ni comprar! ¡Yalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 443ª NOCHE
Ella dijo:
"...iYalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa!" Entonces el walí les dijo: "¡Si no sois esclavos,
seréis estafadores y ladrones! ¡Porque vosotros fuisteis quienes trajisteis a la vieja y combinásteis con ella semejante estafa! Pero ¡por Alah, que a mi vez os venderé a extranjeros por cien dinares cada uno!"
Mientras tanto, entró en el patio del palacio el capitán Azote de-las-Calles, que venía a querellarse ante el walí de la aventura acaecida a su esposa la jovenzuela. Porque, al regreso de su viaje, había visto en cama a su esposa, enferma de vergüenza y de emoción, y por ella había sabido cuanto le sucedió, y añadió ella: "¡Todo esto me ha pasado sólo por culpa de tus palabras duras, que me decidieron a recurrir a los buenos oficios del jeique Multiplicador!"
Así es que cuando el capitán Azote divisó al walí, hubo de gritarle: "¿Eres tú quien así permite que las viejas alcahuetas penetren en los harenes y estafen a las esposas de los emires? ¿Para eso nada más tienes tu oficio? Pero ¡por Alah!, que te hago responsable de la estafa cometida conmigo y de los daños y perjuicios causados a mi esposa!"
Al oír estas palabras del capitán Azote-de-las-Calles, los cinco exclamaron: "¡Oh, emir! ¡Oh valiente capitán Azote! ¡También nosotros ponemos nuestro pleito entre tus manos!" Y les preguntó él: "¿Qué tenéis que reclamar también vosotros?" Entonces le contaron ellos toda su historia, que es inútil repetir. Y les dijo el capitán Azote: "¡Ciertamente, también fuisteis burlados vosotros! ¡Y está muy equivocado ahora el walí si cree que va a poder encarcelaros!"
Cuando el walí hubo oído todas estas palabras dijo al capitán Azote: "¡Oh emir! ¡De mi cuenta corre el pago de las indemnizaciones que te corresponden y la restitución de los efectos de tu esposa, y me comprometo a dar con la vieja estafadora!" Luego se encaró con los cinco, y les preguntó: "¿Quiénes de vosotros sabrá reconocer a la vieja?" El arriero contestó, coreado por los demás: "¡Todos sabremos reconocerla!" Y añadió el arriero: "¡Entre mil zorras la conocería yo por sus ojos azules y brillantes! ¡Danos solamente diez de tus guardias para que nos ayuden a apoderarnos de ella!" Y cuando el walí les dio los diez guardias pedidos salieron del palacio.
Y he aquí que apenas habían andado por la calle algunos pasos, con el arriero a la cabeza, cuando se tropezaron precisamente con la vieja que acababa de evadírseles. Pero consiguieron atraparla y le ataron las manos a la espalda y la arrastraron a presencia del walí, que le preguntó: "¿Qué has hecho de todas las cosas que robaste?" Ella contestó: "¿Yo? ¡Nunca he robado nada a nadie! ¡Y nada he visto ni comprendo lo que dices!" Entonces el walí se encaró con el celador mayor de las prisiones, y le dijo:
"¡Métela hasta mañana en el calabozo más húmedo que tengas!"
Pero contestó el carcelero: "¡Por Alah, que me guardaré muy mucho de cargar con semejante responsabilidad! ¡Estoy seguro de que sabrá dar con alguna estratagema para escaparse de mi custodia!"
Entonces se dijo el walí: "¡Lo mejor será tenerla expuesta a todas las miradas para que no pueda escaparse, y hacer que la vigilen durante toda esta noche para que podamos juzgarla mañana!" Y montó a caballo, y seguido por toda la banda hizo que la arrastraran fuera de las murallas de Bagdad y la ataran por los cabellos a un poste en pleno campo. Después, para tener mayor seguridad, encargó a los cinco querellantes que la vigilaran por sí mismos aquella noche hasta la mañana.
Así es que los cinco, principalmente el arriero, empezaron por vengar su resentimiento en ella motejándola con todos los dicterios que les sugerían las vejaciones y engaños sufridos por ellos. Pero como todo tiene fin, hasta el fondo del saco de maldiciones de un arriero, y la bacía de malicias de un barbero, y el túnel de ácidos de un tintorero, y como les tenía, además, rendidos la falta de sueño durante tres días y las emociones experimentadas, los cinco querellantes, una vez terminada su cena, acabaron por amodorrarse al pie del poste en que estaba sujeta por los cabellos Dalila la Taimada.
Y he aquí que ya había transcurrido gran parte de la noche, y alrededor del poste roncaban los cinco individuos, cuando acertaron a pasar por el paraje en que se hallaba presa Dalila dos beduínos a caballo, que iban al paso charlando uno con otro. Y la vieja oyó que cambiaban impresiones. Porque uno de los beduínos preguntaba a su compañero: "Oye; hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 444ª NOCHE
Ella dijo:
"...Oye, hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad? Después de una pausa, contestó el otro: "¡Por Alah! ¡he comido deliciosos buñuelos de miel y crema, que tanto me gustan! ¡Y ahí tienes lo mejor que hice en Bagdad!"
Entonces exclamó su interlocutor como venteando por el aire el olor de imaginarios buñuelos fritos en aceite y rellenos de crema y endulzados con miel: "Por el honor de los árabes, que ahora mismo me vuelvo a Bagdad para comer ese delicioso bocado que no probé en mi vida durante mis correrías por el desierto!" . A la sazón, el beduino que ya había comido, buñuelos rellenos de crema y miel se despidió de su engolosinado compañero para seguir su camino, en tanto el otro, volviendo sobre sus pasos a Bagdad, llegaba al poste y descubría allí a Dalila atada por los cabellos y con los cinco hombres dormidos en torno suyo.
Al ver aquello, se aproximó a la vieja y le preguntó: "¿Qué te ocurre? ¿Y por qué estás ahí?" Ella dijo llorando: "¡Oh jeique de los árabes, bajo tu protección me pongo!" Dijo él: "¡No hay mayor Protector que Alah! Pero, ¿por qué estás atada a ese poste?" Ella contestó: "Has de saber, ¡oh jeique árabe! ¡oh honorabilísimo! que tengo por enemigo a un pastelero vendedor de buñuelos rellenos de crema y miel, que sin duda es el más reputado de Bagdad por lo a punto que confecciona y fríe esos buñuelos. Pues bien; para vengarme de una injuria que me había inferido, el otro día me acerqué a su mostrador y escupí en sus buñuelos. Entonces el pastelero fué a aquerellarse contra mí al walí el cual me condenó a estar atada a este poste y permanecer en él mientras no pueda comerme de una sentada diez bandejas enteramente llenas de buñuelos. Y mañana por la mañana es cuando deben presentarme las diez bandejas de buñuelos. Pero el caso es ¡por Alah! ¡oh jeique de los árabes! que a mi alma siempre la disgustaron todos los dulces, y principalmente es refractaria a los buñuelos rellenos de crema y miel. ¡Ay de mí!" Al oír estas palabras, exclamó el beduíno: "¡Por el honor de los árabes! ¡no me separé de mi tribu y no volví a Bagdad más que para satisfacer mi deseo de buñuelos! ¡Si quieres, mi buena tía, yo me comeré por ti los de las bandejas!" Ella contestó: "¡No te dejarán, a no ser que estés atado en mi lugar a este poste! iY como precisamente he llevado velado siempre el rostro, no me ha visto nadie ni sabrán adivinar el cambio! ¡No tienes más que trocar tus trajes por los míos después de desatarme!" El beduído, que no deseaba otra cosa, se apresuró a desatarla, y luego de cambiar de traje con ella, hizo que le atara al poste en lugar suyo, tras de lo cual, vestida con el albornoz del beduíno y ceñida la cabeza con sus cordones negros de pelo de camello, la vieja saltó al caballo y desapareció en la lejanía camino de Bagdad.
Al día siguiente, cuando abrieron los ojos, los cinco recomenzaron con sus invectivas de la noche para dar los buenos días a la vieja. Pero les dijo el beduíno: "¿Dónde están los buñuelos? ¡Mi estómago los anhela ardientemente!"
Al oír aquella voz, exclamaron los cinco: "¡Por Alah! ¡si es un hombre! ¡Y habla como los beduínos!"
Y el arriero saltó sobre sus pies y se acercó a él, y le preguntó: "¡Ya Badawi! ¿qué haces ahí? ¿Y cómo te atreviste a desatar a la vieja?"
El interpelado contestó: "¿Dónde están los buñuelos? ¡En toda la noche no he comido! ¡Sobre todo, no economicéis la miel! Ella, la pobre vieja, tenía un alma que aborrecía las confituras; pero a la mía le gustan mucho".
Al oír estas palabras, comprendieron los cinco que, como a ellos, también había chasqueado la vieja al beduíno, y después de golpearse la cara con fuerza en su desesperación, exclamaron: "¡Nadie puede rehuír su Destino ni evitar que se cumpla lo que está escrito por Alah!"
Y mientras permanecían indecisos sin saber qué hacer, llegó el walí acompañado de sus guardias al paraje en que se encontraban y se acercó al poste. Entonces le preguntó el beduíno: "¿Dónde están las bandejas con buñuelos de miel?" Al oír estas palabras, el walí alzó la vista hacia el poste y vió al beduíno en lugar de la vieja; y preguntó a los cinco: "¿Qué es esto?"
Le contestaron: "¡Es el Destino!" Y añadieron: "La vieja se escapó embaucando a este beduíno. Y a ti es ¡oh walí! a quien hacemos responsable ante el califa de su fuga; porque si nos hubieras dado guardias para vigilarla, no hubiera conseguido escaparse. ¡Nosotros no somos
guardias, como tampoco somos esclavos a quienes se vende o se compra!"
Entonces el walí se encaró con el beduíno y le preguntó qué había pasado; y éste, con un sin fin de exclamaciones de deseo, le contó su historia, y terminó diciendo: "¡Pronto, que me traigan los buñuelos!" Al oír tales palabras, el walí y los guardias lanzaron una carcajada considerable, mientras los cinco, con los ojos rojos de sangre y de venganza, le decían: "¡No nos separaremos de ti más que ante nuestro amo el Emir de los Creyentes!" Y acabando de comprender que se habían burlado de él, el beduíno dijo igualmente al walí: "¡Yo a ti solo te hago responsable de la pérdida de mi caballo y de mi traje!" Entonces el walí se vio en la precisión de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 445ª NOCHE
Ella dijo:
...de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid.
Se les concedió audiencia y entraron al diwán, donde ya se había adelantado a ellos el capitán Azote-de-las-Calles, que era uno de los primeros querellantes.
El califa, que obraba por sí mismo siempre, empezó por interrogarles uno tras de otro, al arriero el primero y al walí el último. Y cada cual contó al califa su historia con todos los detalles.
Entonces el califa, extremadamente maravillado con aquel asunto, les dijo a todos: "¡Por el honor de mis abuelos los Bani-Abbas, os doy seguridad de que todo lo que se os robó os será devuelto! ¡Tú, arriero, tendrás tu burro y una indemnización! ¡Tu, barbero, tendrás todos tus muebles y utensilios! ¡Tú, mercader, tu bolsa y tus vestiduras! ¡Tú, judío, tus alhajas! ¡Tú, tintorero, una tienda nueva! ¡Y tú, jeique árabe, tu caballo, tu traje y tantas bandejas de buñuelos de miel como pueda anhelar la capacidad de tu alma! ¡Pero lo que hace falta ante todo es encontrar a la vieja!"
Y se encaró con el walí y con el capitán Azote, y les dijo: "¡A ti, emir Khaled, te serán igualmente restituidos tus mil dinares! Y a ti, emir Mustafá, las alhajas y los vestidos de tu esposa, amén de una indemnización. ¡Pero tenéis que encontrar a la vieja! Os dejo encargados de ello.
Al oír estas palabras, el emir Khaled sacudió sus vestiduras y alzó al cielo los brazos, exclamando: "¡Por Alah, excúsame, oh Emir de los Creyentes! ¡No me atrevo a volver a encargarme de semejante tarea! ¡Después de todas las jugarretas que me ha hecho esa vieja, no respondo que no dé ella con algún otro medio para lucrarse a mis expensas!"
Y el califa se echó a reír y le dijo: "¡Encarga a otro de esa misión entonces!" El walí dijo: "En ese caso, ¡oh Emir de los Creyentes! da tú mismo la orden de buscar a la vieja al hombre más hábil de Bagdad, que es el propio jefe de policía de Tu Derecha, Ahmad-la-Tiña! ¡Hasta ahora no ha tenido nada que hacer, no obstante su habilidad, los servicios que puede prestar y el importante
sueldo que cobra!"
Entonces llamó el califa: "¡Ya mokaddem Ahmad!" Y al punto avanzó Ahmad-la-Tiña entre las manos del califa, y dijo: "A tus órdenes, ¡oh Emir-de los Creyentes!"
El califa dijo: "¡Escucha, capitán Ahmad! ¡hay una vieja que hace tales y cuales cosas! ¡Y tú eres el encargado de encontrarla y traérmela!" Y dijo Ahmad.laTiña: "Te garanto de que te la traeré, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y salió seguido de sus cuarenta alguaciles, mientras el califa hacía que se quedaran con él los cinco y el beduíno.
Y he aquí que el jefe de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña era un hombre ducho en esta clase de pesquisas, y que se llamaba Ayub Lomo-de-Camello. Como estaba acostumbrado a hablar con libertad a su jefe el antiguo ladrón Ahmad-la-Tiña, se acercó a él, y le dijo: "Capitán Ahmad, en Bagdad hay más de una vieja, ¡y por mi barba, que va a ser difícil la captura!" Y Ahmad-la-Tiña le preguntó: "¿Qué quieres decirme con eso, ¡oh Ayub Lomo-de-Camello!?" El otro contestó: "Jamás seremos lo bastante numerosos para conseguir atrapar a la vieja, y opino que debemos convencer al capitán Hassán-la-Peste para que nos acompañe con sus cuarenta alguaciles, pues él tiene más experiencia que nosotros en esta clase de expediciones". Pero Ahmadla-Tiña, que no quería compartir con su colega la gloria de la captura, contestó en alta voz para que le oyese Hassán-la-Peste, que estaba en la puerta principal del palacio: "¡Por Alah! ¡oh Lomo-de-Camello! ¿desde cuándo tenemos necesidad de otro para resolver nuestros asuntos?" Y pasó orgullosamente a caballo, con sus cuarenta alguaciles, por delante de Hassán-la-Peste, a quien mortificó mucho aquella respuesta y también la elección que el califa hizo escogiendo sólo a Ahmadla-Tiña y desdeñándole a él, a Hassán. Y se dijo: "¡Por la vida de mi cabeza afeitada, que tendrán necesidad de mí!"
Volviendo a Ahmad-la-Tiña, una vez que llegó a la plaza enclavada delante del palacio del califa, arengó a su hombres para animarlos y les dijo: "¡Oh bravos míos! vais a dividiros en cuatro grupos para hacer indagaciones en los cuatro barrios de Bagdad. ¡Y mañana a mediodía tornaréis a reuniros conmigo en la taberna de la calle Mustafá para darme cuenta de lo que hicisteis o encontrasteis!" Y tras de acordar de esta manera el punto de cita, se dividieron en cuatro grupos, cada uno de los cuales fué a recorrer un barrio diferente, mientras que por su parte, Ahmad-la-Tiña se dedicaba a husmear el aire a su paso.
En cuanto a Dalila y su hija Zeinab no tardaron en enterarse, por el rumor público, de las indagaciones que el califa encargó a Ahmad-la-Tiña con objeto de detener a una vieja bribona cuyas bellaquerías eran la comidilla de todo Bagdad. Al saber tal noticia, Dalila dijo a su hija: "¡Oh hija mía! nada tengo que temer de todos ellos no yendo en su compañía Hassán-la-Peste! porque Hassán es en Bagdad el único hombre cuya perspicacia me pone en cuidado, pues sólo él me conoce y te conoce, y en cuanto quisiera, hoy mismo, podía venir a detenernos, sin que nos fuera posible la menor estratagema para escaparnos de él. ¡Demos, pues, gracias al Protector que nos protege!" Su hija Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡qué buena ocasión es ésta para jugarles alguna mala pasada a ese Ahmad-la-Tiña y a sus cuarenta idiotas! ¡qué alegría, oh madre mía!" Dalila contestó: "¡Oh hija de mis entrañas! como hoy me siento un poco indispuesta, cuento contigo para mofarnos de esos cuarenta y un bandidos. ¡La cosa es fácil, y no dudo de tu sagacidad!" Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta, con ojos oscuros en un rostro encantador y claro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 446ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta con ojos oscuros en un rostro encantador y claro, se levantó al punto y se vistió con gran elegancia y se veló la cara con una ligera muselina de seda, de modo que el brillo de sus ojos era más aterciopelado y subyugante. Adornada a la sazón de esta manera, fué a abrazar a su madre, y le dijo:
"¡Oh madre! ¡juro por la integridad de mi candado intacto y cerrado, que me adueñaré de los cuarenta y uno y serán mi juguete!" Y salió de la casa y se fue a la calle Mustafá, y entró en la taberna de Hagg-Karim el de Mossul.
Empezó por hacer una zalema muy amable al tabernero Hagg-Karim, quien se la devolvió con creces, encantado. Entonces le dijo ella: "¡Ya Hagg-Karim! ¡he aquí cinco dinares para ti si quieres alquilarme hasta mañana la sala interior grande, adonde voy a invitar a algunos amigos, sin que puedan penetrar allí tus parroquianos habituales!"
El tabernero contestó: "¡Por tu vida!, ¡oh mi ama! y por la vida de tus ojos, hermosos ojos, que consiento en alquilarte por nada mi sala grande, con la sola condición de que no escatimes las bebidas a tus invitados!" Ella sonrió, y le dijo: "¡Aquellos a quienes invito son jarras cuyo fondo se olvidó de cerrar el alfarero que hubo de construírlas, y por ellas pasarán todos los líquidos de tu tienda! ¡No tengas cuidado por eso!" Y volvió en seguida a su casa cogiendo el burro del arriero y el caballo del beduíno, cargándolos con colchones, alfombras, taburetes, manteles, bandejas, platos y otros utensilios, y a toda prisa regresó a la taberna, descargando al asno y al caballo de todas aquellas cosas para colocarlas en la sala grande que había alquilado. Extendió los manteles, puso en orden los frascos de bebidas, las copas y los platos que compró, y cuando hubo acabado este trabajo, fué a apostarse en la puerta de la taberna.
No hacía mucho tiempo que se hallaba allí, cuando vio asomar por las inmediaciones a diez de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña llevando a la cabeza a Lomo-de-Camello, que tenía un aspecto muy feroz. Y precisamente se encaminaba él a la tienda con los otros nueve; y a su vez vio a la bella joven, que había tenido cuidado de levantarse, como por inadvertencia, el ligero velo de muselina que le cubría la cara. Y Lomo-de-Camello quedó deslumbrado y a la par que encantado de aquella tierna belleza tan agradable, y le preguntó: "¿Qué haces ahí, ¡oh jovenzuela!?"
Ella contestó, asestándole de soslayo una mirada lánguida: "¡Nada! ¡Espero mi Destino! ¿Acaso eres el capitán Ahmad?" El dijo: "¡No, por Alah! Pero puedo reemplazarle si se trata de hacerte algún servicio que tengas que pedirle, porque soy el jefe de sus alguaciles, Ayub Lomo-de-Camello, tu esclavo, ¡oh ojos de gacela!"
Ella le sonrió otra vez, y le dijo: "¡Por Alah!, ¡oh jefe alguacil! que si la cortesía y las buenas maneras quisieran elegir un domicilio seguro, tomarían como guías a vuestros cuarenta! ¡Entrad, pues, aquí y bienvenidos seáis! ¡La acogida amistosa que encontraréis en mí no es más que un homenaje merecido por tan encantadores huéspedes!" Y les introdujo en la sala dispuesta de antemano, e invitándoles a que se sentaran en torno a las bandejas grandes con bebidas, les dió de beber vino mezclado con el narcótico bang. Así es que a las primeras copas que vaciaron los diez se cayeron de espaldas como elefantes borrachos o como búfalos poseídos por el vértigo, y se sumergieron en un profundo sueño.
Entonces Zeinab los arrastró de los pies uno por uno y los arrojó a lo último de la tienda, amontonándolos unos sobre otros, y escondiéndolos debajo de una manta grande, corrió por delante de ellos una amplia cortina, y salió para apostarse de nuevo en la puerta de la taberna.
Enseguida apareció la segunda patrulla de diez alguaciles, que también quedó hechizada por los ojos oscuros y el rostro claro de la bella Zeinab, y sufrió el mismo trato que la patrulla anterior, e igual hubo de ocurrirles a la tercera y a la cuarta patrullas. Y después de haber amontonado unos encima de otros detrás de la cortina a todos los alguaciles, la joven puso en orden la sala y salió a esperar la llegada del propio Ahmad-la-Tiña.
No hacía mucho que se encontraba allí, cuando apareció en su caballo Ahmad-la-Tiña, amenazador y con los ojos relampagueantes y los pelos de la barba y del bigote erizados cual los de la hiena hambrienta. Llegado que fue a la puerta, se apeó de su caballo y ató la brida del animal a una de las anillas de hierro empotradas en los muros de la taberna, y exclamó: "¿Dónde están todos esos hijos de perro? ¡Les ordené que me esperasen aquí! ¿Los has visto?
Entonces Zeinab balanceó sus caderas, asestó una mirada dulce a la izquierda, luego a la derecha, sonrió con los labios, y dijo: "¿A quién, ¡oh mi amo?”
Y he aquí que tras las dos miradas que le lanzó la joven, Ahmad sintió que sus entrañas le trastornaban el estómago y que gemía el niño, única herencia que le quedaba como capital e intereses.
Entonces dijo a la sonriente Zeinab, que permanecía inmóvil en una postura candorosa: "¡Oh jovenzuela, a mis cuarenta alguaciles!"
Como súbitamente poseída por un sentimiento de respeto al oír estas palabras, Zeinab se adelantó hacia Ahmad-la-Tiña y le besó la mano, diciendo: "¡Oh capitán Ahmad, jefe de la Derecha del califa! los cuarenta alguaciles me han encargado que te diga que al extremo de la callejuela han visto a la vieja Dalila que buscas y que iban en su persecución sin pararse aquí; pero aseguraron que volverían con ella pronto; y ya no tienes más que esperarles en la sala grande de la taberna, donde yo misma te serviré con mis ojos".
Entonces, precedido por la joven, Ahmad-la-Tiña entró en la tienda, y embriagado con los encantos de aquella bribona y subyugado por sus artificios, no tardó en ponerse a beber copa tras copa, cayendo como muerto bajo el efecto operado en su razón por el bang adormecedor con las bebidas.
A la sazón Zeinab, sin pérdida de tiempo, empezó por quitar a Ahmad-la-Tiña toda la ropa y cuanto llevaba encima de él, no dejándole sobre el cuerpo más que la camisa y el amplio calzoncillo; luego fue adonde estaban los otros y les despojó de la propia manera. Tras de lo cual recogió todos sus utensilios y todos los efectos que acababa de robar, los cargó en el caballo de la-Tiña en el del beduíno y en el burro del arriero, y enriquecida así con aquellos trofeos de su victoria, regresó sin incidentes a su casa, y se lo entregó todo a su madre Dalila, que hubo de
abrazarla llorando de alegría.
En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 447ª NOCHE
Ella dijo:
...En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros, estuvieron durmiendo durante dos días y dos noches, y cuando por la mañana del tercer día despertaron de su sueño extraordinario, no supieron explicarse al pronto su presencia allí dentro, y a fuerza de suposiciones, acabaron por no dudar ya de la jugarreta de que habían sido víctimas. Aquello les humilló mucho, especialmente a Ahmad-la-Tiña, que había mostrado tanta seguridad en presencia de Hassán-la-Peste y que estaba muy avergonzado a la sazón por tener que salir a la calle de aquella manera. Sin embargo, hubo de decidirse a abandonar la taberna, y precisamente la primera persona con quien se encontró por su camino fué Hassán-la-Peste, quien al verle vestido sólo con la camisa y el calzoncillo y seguido por sus cuarenta alguaciles ataviados como él, comprendió al primer golpe de vista la aventura que acababa de ocurrirles.
Ante semejante espectáculo, Hassán-la-Peste se regocijó hasta el límite del regocijo, y se puso a cantar estos versos:
;Las jóvenes candorosas creen parecidos a todos los hombres! ¡No saben que no nos parecemos más que en nuestros turbantes!
¡Entre nosotros, unos son sabios y otros imbéciles! ¿No hay en el cielo estrellas sin fulgor y otras como perlas?
¡Las águilas y los halcones no comen carne muerta, en tanto que los buitres impuros se posan sobre los cadáveres!
Cuando Hassán-la-Peste hubo acabado de cantar, se aproximó a Ahmad-la-Tiña, y habiéndolo reconocido , le dijo:
"¡Por Alah, mokaddem Ahmad, las mañanas son frescas a orillas del Tigris, y cometéis una imprudencia al salir así sólo con la camisa y el calzoncillo!"
Y contestó Ahmad-la-Tiña: "¡Y tú, ya Hassán, eres aun más pesado y más frío de ingenio que la mañana! Nadie escapa a su suerte, y nuestra suerte fué vernos burlados por una joven. ¿Acaso la conoces?"
Hassán contestó: "¡La conozco y conozco a su madre! Y si quieres, al instante te las capturaré".
Ahmad preguntó: "¿Y cómo?" Hassán contestó: "¡No tienes más que presentarte al califa, y para hacer patente tu incapacidad, agitarás tu collar, y has de decirle que me encargue a mí de la captura en lugar tuyo!"
Entonces Ahmad-laTiña, después de vestirse, fué al diwán con Hassán-la-Peste, y el califa le preguntó: "¿Dónde está la vieja, mokaddem Ahmad?" El aludido agitó su collar y contestó: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no la encuentro! ¡El mokaddem Hassán cumplirá mejor esa misión! ¡La conoce, y hasta afirma que la vieja no ha hecho todo eso más que para que se hable de ella y atraerse la atención de nuestro amo el califa!"
Entonces Al-Raschid se encaró con Hassán, y le preguntó: "¿Es cierto, mokaddem Hassán? ¿Conoces a la vieja? ¿Y crees que no ha hecho todo eso más que para merecer mis favores?" El interpelado contestó: "¡Es cierto, oh Emir de los Creyentes!"
Entonces exclamó el califa: "¡Por la tumba y el honor de mis antecesores, que perdonaré a la tal vieja si restituye a todos éstos lo que les ha robado!"
Y dijo Hassán-la-Peste: "Si así es, ¡oh Emir de los Creyentes! dame para ella el salvoconducto
de seguridad". Y el califa tiró su pañuelo a Hassán-la-Peste en prenda de seguridad para la vieja.
Al punto salió del diwán Hassán, tras de haber recogido la prenda de seguridad, y corrió directamente a casa de Dalila, a quien conocía de larga fecha. Llamó a la puerta y fué a abrirle la propia Zeinab. Preguntó él: "¿Dónde está tu madre?" Ella dijo: "¡Arriba!" Dijo él: "Vé a decirle que abajo está Hassán, el mokaddem de la Izquierda, que trae para ella de parte del califa el pañuelo de seguridad, pero con la condición de que restituya todo cuanto ha robado. ¡Y dile que baje por buenas, pues si no me veré obligado a emplear con ella la fuerza!"
Y he aquí que Dalila, la cual había oído estas palabras, exclamó desde dentro: "¡Tírame el pañuelo de seguridad! ¡Y te acompañaré a la presencia del califa con todas las cosas robadas!" Entonces Hassán-la-Peste le tiró el pañuelo, que Dalila hubo de anudarse al cuello; luego ayudada por su hija, empezó a cargar al burro del arriero y a los dos caballos con todos los objetos robados. Cuando acabaron, Hassán dijo a Dalila: "¡Todavía faltan los efectos de Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta hombres!" Ella contestó: "¡Por el Nombre Más grande, que no fui yo quien se apoderó de ellos!"
Hassán se echó a reír y dijo: "¡Es verdad! ¡Fué tu hija Zeinab la que hizo esa jugarreta! ¡Guárdalos, pues!" Luego, seguido por las tres acémilas, que guiaba él en reata con una cuerda, se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 448ª NOCHE
Ella dijo:
... se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa.
Cuando Al-Raschid vió entrar a aquella vieja diabólica, no pudo por menos de ordenar en alta voz que la arrojaran inmediatamente en la alfombra de la sangre para ejecutarla. Entonces, exclamó ella: "Estoy bajo tu protección, ¡oh Hassán!"
Y Hassán-la-Peste se levantó y besó las manos del califa, y le dijo: "Perdónala, ¡oh Emir de los Creyentes! Le has dado la prenda de seguridad. ¡Mírala en su cuello!" El califa contestó: "¡Es cierto! ¡Así que la perdono por consideración hacia ti!" Luego se encaró con Dalila, y le dijo: "Ven aquí, ¡oh vieja! ¿Cuál es tu nombre?" Ella contestó: "¡Mi nombre es Dalila, y soy la esposa del antiguo director de tus palomares!"
Dijo él: "En verdad que eres astuta y estás llena de estratagemas. ¡Y en adelante te llamarás Dalila la Taimada!" Luego le dijo: "¿Puedes decirme, por lo menos, con qué objeto hiciste todas esas jugarretas a esta gente que ves aquí y levantaste tanto ruido, fatigándonos los corazones?" Entonces Dalila se arrojó a los pies del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! créeme que no fué por avaricia por lo que obré así. ¡Pero cuando oí hablar de las pasadas estratagemas y jugarretas hechas en otro tiempo en Bagdad por los jefes de Tu Derecha y de Tu Izquierda Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste, se me ocurrió hacer lo mismo que ellos a mi vez, y aun superarlos, a fin de poder obtener de nuestro amo el califa los sueldos y el cargo de mi difunto marido, padre de mis pobres hijas!"
Al escuchar estas palabras, el arriero se levantó con viveza, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella en robarme el borrico, sino que impulsó al barbero moghrabín que está aquí a que me arrancara las dos últimas muelas y me cauterizara las sienes con clavos al rojo!"
Y también el beduíno se levantó, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella con atarme al poste en su lugar y robarme el caballo, sino que me impidió satisfacer mi deseo de buñuelos rellenos de miel!"
Y a su vez el tintorero, el barbero, el joven mercader, el capitán Azote, el judío y el walí se levantaron pidiendo a Alah reparación de los daños que les causó la vieja. Así es que el califa, que era magnánimo y generoso, empezó por devolver a cada cual los objetos que se le habían robado, y les indemnizó ampliamente por cuenta de su peculio particular. Y especialmente al arriero, pues hizo que le dieran mil dinares de oro, a causa de la pérdida de sus dos muelas y de las cauterizaciones sufridas, y le nombró jefe de la corporación de arrieros. Y todos salieron del diwán felicitándose de la generosidad del califa y de su justicia, y olvidaron sus tribulaciones.
En cuanto a Dalila, le dijo el califa: "¡Ahora, ¡oh Dalila! puedes pedirme lo que anheles!" Ella besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no anhelo de tu generosidad más que una cosa, y es ser reintegrada en el cargo y sueldo de mi difunto marido, el director de las palomas mensajeras! Y sabré llenar estas funciones, pues en vida de mi marido era yo quien, ayudada por mi hija Zeinab, daba de comer a las palomas y les ataba al cuello las cartas y limpiaba el palomar. Y era yo igualmente quien cuidaba el khan grande que hiciste construir para las palomas y que guardaban de día y de noche cuarenta negros y cuarenta perros, los mismos que tomaste al rey de los afghans, descendientes de Soleimán, cuando venciste a aquel soberano".
Y contestó el califa: "¡Sea, oh Dalila! Al instante voy a hacer que se te adjudique la dirección del khan grande de las palomas mensajeras y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros ganados al rey de los afghans, descendientes de Soleimán. Y con tu cabeza responderás entonces la pérdida de cualquiera de esas palomas que para mí son más preciosas que la misma vida de mis hijos. ¡Pero no dudo de tus aptitudes!" A la sazón añadió Dalila: "También quisiera ¡oh Emir de los Creyentes! que mi hija Zeinab habitara conmigo en el khan para que me ayudase en la vigilancia general". Y el califa le dió autorización para ello.
Entonces, después de haber besado las manos del califa, Dalila regresó a su casa, y ayudada por su hija Zeinab, hizo transportar sus muebles y efectos al khan grande, y escogió para habitación el pabellón construido a la misma entrada del khan. Y el propio día tomó el mando de los cuarenta negros, y vestida con traje de hombre y tocada la cabeza con un casco de oro, se presentó a caballo ante el califa para tomar órdenes e informarse de los mensajes que tenía que expedir él a las provincias. Y cuando llegó la noche, soltó en el patio principal del khan, para que lo guardaran, a los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán. Y siguió presentándose a caballo en el diwán todos los días, tocada con el casco de oro rematado por una paloma de plata, y acompañada por el cortejo de sus cuarenta negros vestidos de seda roja y de brocado. Y para adornar su nueva vivienda, colgó en ella los trajes de Ahmad-la-Tiña, de Ayub Lomo-de-Camello y de sus cuarenta compañeros.
¡Y así fué como Dalila la Taimada y su hija Zeinab la Embustera obtuvieron en Bagdad, merced a su destreza y a sus artificios, el honorable cargo de la dirección de los palomares y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros guardianes nocturnos del khan grande! ¡Pero Alah es más sabio!
Pero ya es hora ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- de hablar de Alí Azogue y de sus aventuras con Dalila y su hija Zeinab, y con Zaraik, el hermano de Dalila, que era vendedor de pescado frito, y con el mago judío Azaria. ¡Porque esas aventuras son infinitamente más asombrosas y más extraordinarias que todas las oídas hasta el presente!"
Y dijo para sí el rey Schahriar: "¡Por Alah, que no la mataré mientras no haya oído las aventuras de Alí Azogue!" Y al ver aparecer la mañana, Schehrazada se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 449ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en tiempos de Ahmadla-Tiña y Hassán-la-Peste, había en Bagdad otro ladrón tan sagaz y tan escurridizo que jamás consiguió capturarle la policía; pues no bien creía tenerle ya cogido, se le escapaba como se escurre entre los dedos una bola de azogue que se quisiera sujetar. A eso obedecía que en El Cairo, su patria, le pusieran el apodo de Alí Azogue.
Porque antes de su llegada a Bagdad, Alí Azogue vivía en El Cairo, y partió de allí para ir a Bagdad con motivo de cosas memorables que merecen ser mencionadas al comienzo de esta
historia.
Un día estaba sentado, triste y ocioso, en medio de sus compañeros, dentro del subterráneo que les servía de punto de reunión, y viendo los demás que tenía el corazón apretado y oprimido el pecho, trataban de distraerle; pero él seguía adusto en su rincón con el semblante enfurruñado, contraídas las facciones y fruncidas las cejas. Entonces le dijo uno de ellos: "¡Oh jefe nuestro! ¡para dilatarte el pecho, nada hay mejor que un paseo por las calles y zocos de El Cairo!" Y Alí Azogue acabó por levantarse y salir, caminando sin rumbo por los barrios de El Cairo, aunque no se le aclaró su negro humor. Y llegó de tal suerte a la calle Roja, mientras a su paso la gente se retiraba presurosa en prueba de consideración y respeto hacia él.
Cuando desembocaba en la calle Roja y se disponía a entrar en una taberna donde acostumbraba a embriagarse, vio cerca de la puerta a un aguador con su odre de piel de cabra a la espalda y el cual seguía por su camino haciendo tintinear, al chocar una con otra, las dos tazas de cobre en que echaba de beber a los sedientos. Y canturreaba su pregón, diciendo unas veces que su agua era como miel y otras veces que era como vino, a medida de todos los deseos. Y aquel día, acompasando su pregón al tintineo de las dos tazas que se entrechocaban, cantaba de este modo:
¡De la uva se saca el licor mejor! ¡No hay dicha sin un amigo de corazón! ¡La dicha duplica su valor en él! ¡Y el sitio de honor es para el que habla bien!
Cuando vio el aguador a Alí Azogue, hizo tintinear en honor suyo las dos tazas sonoras, y cantó:
¡Oh transeúnte! ¡he aquí la pura, la dulce, la deliciosa, la fresca agua! ¡mi agua, que es el ojo del gallo! ¡mi agua, que es el cristal! ¡mi agua, que es el ojo, la alegría de las gargantas, el diamante! ¡agua, agua, mi agua!
Luego preguntó: "¿Quieres una taza, mi señor?" Azogue contestó: "¡Dámela!" Y el aguador le llenó una taza, que tuvo cuidado de enjuagar previamente, y se la ofreció, diciendo: "¡Es una delicia!" Pero Alí Azogue cogió la taza, la miró un instante, la volcó y tiró el agua al suelo, diciendo: "¡Dame otra!" Entonces se puso serio el aguador, considerándole con la mirada, y exclamó: "¡Por Alah! ¿y qué encuentras en esta agua, más clara que el ojo del gallo, para tirarla al suelo así?" Alí contestó: "¡Me da la gana! ¡Echame otra taza!" Y el aguador llenó de agua por segunda vez la taza y se la ofreció religiosamente a Alí Azogue, quien la cogió y la vertió de nuevo, diciendo: "¡Llénamela otra vez!" Y exclamó el aguador: "¡Ya sidi, si no quieres beber, déjame proseguir mi camino!" Y le brindó una tercera taza de agua. Pero aquella vez Azogue vació de un sorbo la taza y se la entregó al aguador, depositando en ella como gratificación un dinar de oro. Y he aquí que el aguador, lejos de mostrarse satisfecho por semejante ganancia, midió con la mirada a Azogue y le dijo con tono zumbón: "¡Que tengas buena suerte, mi señor, y que yo tenga buena suerte! ¡Una cosa es la gentuza, y los grandes señores son otra cosa muy distinta!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue, que no necesitaba tanto para que le hiciese estornudar la cólera, cogió de la ropa al aguador, le administró una andanada de puñetazos, zarandéandoles a él y a su odre, le arrinconó contra el muro de la fuente pública de la calle Roja, y le gritó: "¡Ah hijo de alcahuete! ¿te parece que un dinar de oro es poco por tres tazas de agua? ¡Ah! ¿conque es muy poco? ¡Pues si tal como está tu odre valdrá apenas tres monedas de plata, y la cantidad de agua que he tirado al barro no llega ni a una pinta!"
El aguador contestó: "¡Así es, mi señor!" Azogue preguntó: "Pues entonces, ¿por qué me hablaste de esa manera? ¿Habrás encontrado en tu vida a alguien más generoso de lo que yo fui contigo?"
El aguador contestó: "¡Sí, por Alah! He encontrado en mi vida a alguien más generoso que tú! ¡Porque mientras estén encinta las mujeres y engendren hijos, habrá siempre sobre la tierra hombres de corazón generoso!" Azogue preguntó: "¿Y podrías decirme quién es ese hombre que encontraste más generoso que yo?"
El aguador contestó: "¡Ante todo, suéltame, y siéntate ahí, en el escalón de la fuente! ¡Y te contaré mi aventura, que es extremadamente extraña!"
Entonces soltó Azogue al aguador; y después de sentarse ambos en una de las gradas de
mármol de la fuente pública, junto al odre que dejaron en el suelo, el aguador contó. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 450ª NOCHE
Ella dijo:
...y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al odre, que dejaron en el suelo, el aguador contó:
"Has de saber ¡oh mi generoso amo! que mi padre era el jeique de la corporación de aguadores de El Cairo, no de los aguadores que venden agua al por mayor en las casas, sino de los que, como yo, la venden al por menor, llevándola a la espalda y despachándola por las calles.
"Cuando murió mi padre, me dejó de herencia cinco camellos, una mula, la tienda y la casa. ¡Aquello era más de lo que necesitaha para visir dichoso un hombre de mi condición! Pero ¡oh mi amo! el pobre nunca está satisfecho, ¡y el día en que por casualidad se siente satisfecho al fin, muere! Así, pues, yo pensaba para mi ánima: "¡Voy a aumentar mi herencia con el tráfico y el comercio!" Y al punto fui en busca de diversos prestamistas que me confiaron mercancías. Cargué aquellas mercancías en mis camellos y en mi mula, y me marché a traficar en Hedjaz durante la época de peregrinación a la Meca. Pero ¡oh mi amo! el pobre no se enriquece nunca, ¡y si se enriquece, muere! Fui tan desgraciado con mi tráfico, que antes de terminarse la peregrinación perdí cuanto poseía, y me vi obligado a vender mis camellos y mi mula para atender a las necesidades del momento. Y me dije: «¡Si vuelves a El Cairo, te cogerán tus acreedores y te meterán en la cárcel!» Entonces me agregué a la caravana de Siria, y fui a Damasco, a Alepo y de allí a Bagdad.
"Una vez llegado a Bagdad, pregunté por el jefe de la corporación de aguadores y me presenté a él. Como buen musulmán, empecé por recitarle el capítulo liminar del Korán y le deseé la paz. A la sazón me interrogó por mi estado, y le conté todo lo que me había sucedido. Y sin tardanza me dió un ajustador, un odre y dos tazas para que pudiese ganarme la vida. Y salí una mañana por el camino de Alah, con mi odre a la espalda, y empecé a circular por los diversos barrios de la ciudad, cantando mi pregón, como los aguadores de El Cairo. Pero ¡oh mi amo! el pobre permanece pobre porque tal es su destino!
"En efecto, no tardé en ver cuán grande era la diferencia entre los habitantes de Bagdad y los de El Cairo. En Bagdad, ¡oh mi amo! la gente no tiene sed; ¡y los que por casualidad se deciden a beber no pagan! ¡Porque el agua es de Alah! Al oír las respuestas de los primeros individuos a quienes hice mis ofertas cantadas, advertí todo lo malo que era el tal oficio. Pues cuando a uno de ellos le brindé mi taza, hubo de contestarme: "¿Pero acaso me diste de comer, para darme de beber ahora?"
Yo continué entonces mi camino, asombrándome de la funesta manera de comenzar allí en mi oficio, y brindé la taza a otro; pero me contestó: "¡La ganancia está en Alah! Sigue tu camino ¡oh aguador!" No quise desalentarme, y continué caminando por ¡os zocos, parándome delante de las tiendas bien acreditadas; pero nadie me hizo seña de que le sirviera agua ni quiso dejarse tentar por mis ofertas y el tintineo de mis vasos de cobre. Y así permanecí hasta mediodía, sin haber ganado con qué comprarme una bizcochada de pan y un cohombro. Porque ¡oh mi amo! el destino del pobre le obliga a tener a veces hambre. ¡Pero el hambre, oh mi amo! es menos dura que la humillación! Y el rico experimenta bastantes humillaciones y las soporta peor que el pobre, que no tiene nada que perder ni que ganar. Así yo, por ejemplo, si me he enfadado por tu cólera, no es por mí, sino por mi agua, que es un don excelente de Alah. Pero tu cólera para conmigo ¡oh mi amo! se debe a motivos que afectan a tu persona.
"El caso es que, al ver que mi estancia en Bagdad comenzaba de manera tan triste, pensé para mi ánima: "¡Más te hubiera valido ¡oh pobre! morir en una cárcel dentro de tu país que en medio de esas gentes a quienes no les gusta el agua!" Y mientras me obstinaba en tales pensamientos, vi de pronto levantarse en el zoco una gran polvareda y correr gente en cierta dirección. Entonces, como mi oficio consiste en ir a donde va muchedumbre, corrí con todas mis fuerzas, llevando mi odre a la espalda, y me dejé llevar por la corriente. Y a la sazón vi un cortejo espléndido compuesto por dos filas de hombres que llevaban en la mano bastones, ostentaban gorros enriquecidos con perlas, iban vestidos con hermosos albornoces de seda y al costado les colgaban magníficos alfanjes incrustados ricamente. Y marchaba al frente de ellos un jinete de aspecto terrible, ante el cual todas las cabezas se inclinaban hasta la tierra. Entonces pregunté: «¿A qué se debe este cortejo? ¿Y quién es ese jinete?» Me contestaron: «¡Bien se ve, por tu acento egipcio y tu ignorancia, que no eres de Bagdad! Ese cortejo es el del mokaddem Ahmad-la-Tiña, jefe de policía de la Derecha del califa, que está encargado de mantener el orden por los arrabales. Y el que ves a caballo es él mismo. ¡Disfruta de muchos honores y de un sueldo de mil dinares al mes, exactamente igual que su colega. Hassán-la-Peste, jefe de la Izquierda! ¡Y cada uno de sus hombres cobra cien dinares mensuales! ¡Precisamente acaban de salir del diwán ahora, y van a su casa para hacer la comida de mediodía!»
"Entonces ¡oh mi amo! me puse a vocear mi pregón a estilo egipcio, tal como me viste hace poco, acompañándome con el tintineo de mis vasos sonoros. Y lo hice de modo que me oyó y me vió el mokaddem Ahmad, y guiando hacia mí su caballo me dijo: "¡Oh hermano de Egipto, por tu canto te reconozco! ¡Dame una taza de tu agua!" Y cogió la taza que le brindé, la volcó y tiró al suelo el contenido para hacérmela llenar por segunda vez y verterla en el suelo de nuevo, exactamente igual que tú, ¡oh mi amo! y beber de un sorbo la tercera taza que me hizo que le llenase. Luego exclamó en alta voz: «¡Viva El Cairo con sus habitantes, ¡oh aguador, hermano mío! ¿Por qué viniste a esta ciudad en donde no se estima y remunera a los aguadores?» Y le conté mi historia y le hice comprender que estaba sin dinero y huido a causa de mis deudas y de mis apuros. Entonces exclamó: «Bien venido seas, pues, a Bagdad!» Y me dió cinco dinares de oro, y encarándose con todos los hombres de su cortejo les dijo, «¡Por el amor de Alah, recomiendo a vuestra liberalidad este hombre de mi patria!» ¡Al punto cada hombre del cortejo me pidió una taza de agua, y después de bebérsela, dejó en ella un dinar de oro! De modo que al cabo de aquella ronda tenía yo más de cien dinares de oro en la caja de cobre que colgabá de mi cinturón. Luego me dijo el mokaddem Ahmad-la-Tiña: «¡Esta será tu remuneración cada vez que nos sirvas de beber durante tu estancia en Bagdad!» Así es que en pocos días se llenó varias veces mi caja de cobre; y conté los dinares y vi que poseía mil y pico.
Entonces pensé para mi ánima: «Ya te llegó la hora de volver a tu país, ¡oh aguador! pues por muy bien que se esté en tierra extraña, se encuentra uno en su patria mejor todavía. ¡Y además, tienes deudas, y has de pagarlas!» Entonces me dirigí al diwán, donde ya me conocían y me trataban con muchos miramientos; y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 451ª NOCHE
Ella Dijo:
"... y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos:
¡La morada del extranjero en tierra extranjera es semejante a un edificio construído en el aire!
¡Sopla el viento, se derrumba el edificio, y el extranjero lo abandona! ¡Más le hubiera valido no construirlo!
Luego le dije: "¡He aquí que parte para El Cairo una caravana, quisiera agregarme a ella para
volver con los míos!" Entonces me dio él una mula y cien dinares, y me dijo: "A mi vez ¡oh jeique! quisiera encargarte una comisión de confianza.¿Conoces a mucha gente en El Cairo?" Yo contesté: "¡Conozco a toda la gente generosa que allá habita!" El me dijo: "Entonces toma esta carta y entrégasela en propia imano a mi antiguo compañero Alí Azogue, de El Cairo; y dile de mi parte: "¡Tu jete te envía sus zalemas y sus votos! ¡Ahora está con el kalifa Harún Al-Raschid!"
"Cogí la carta, besé la mano del mokaddem Ahmad, y abandoné Bagdad para venir a El Cairo, donde llegué hace cinco días apenas. Empecé por buscar a mis acreedores, a quienes pagué religiosamente con todo el dinero que había ganado en Bagdad merced a la generosidad de Ahmad-la-Tiña. Tras de lo cual volví a ponerme mi ajustador de cuero, cargué mi odre a la espalda y me hice aguador como antes, tal cual me ves, ¡oh mi amo! ¡Pero en vano busco por todo El Cairo al amigo de Ahmad-la-Tiña, a Alí Azogue, pues no puedo dar con él para entregarle la carta que llevo siempre entre los pliegues de mi ropa!
"Y tal es ¡oh mi amo! la aventura que me acaeció con el más generoso de mis clientes".
Cuando el aguador hubo acabado de contar su historia, Alí Azogue se levantó y le abrazó como el hermano abraza al hermano, y le dijo: "¡Oh aguador, semejante mío, perdóname mi cólera de hace poco para contigo! ¡Sin duda el hombre que encontraste en Bagdad y era más generoso que yo, el único más generoso que yo, es mi antiguo jefe! ¡Porque el Alí Azogue a quien buscas, el primer compañero de Ahmad-laTiña, soy yo mismo! ¡Regocija, pues, tu alma, refresca tus ojos y tu corazón y dame la carta de mi superior!" Entonces el aguador hubo de entregarle la carta, abriéndola el otro, y leyendo en ella lo que sigue:
"¡La zalema del Mokaddem Ahmad-la-Tiña al más ilustre y al primero de sus hijos, Alí Azogue!
"Te escribo ¡oh adorno de los más hermosos! en una hoja que volará hacia ti con el viento.
"¡Si fuese pájaro, yo mismo a tus brazos volaría transportado por el deseo! Pero, ¿podrá volar aún el pájaro a quien cortaron las alas? "Porque has de saber ¡oh el más hermoso! que estoy ahora a la cabeza de los cuarenta alguaciles de Ayub Lomo-de-Camello, todos ellos, como nosotros, antiguos bravos, autores de mil soberbias hazañas. Y fui nombrado por nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, jefe de policía de Su Derecha, encargado de custodiar la ciudad y los arrabales, con un sueldo de mil dinares al mes, sin contar los ingresos extraordinarios y ordinarios por parte de las gentes que desean congraciarse conmigo. "Si tú ¡oh el más querido! quieres dar un vasto meidán al vuelo de tu genio y abrirte la puerta de las bienandanzas y las riquezas no tienes más que venir a Bagdad para reunirte con tu amigo. Aquí acometerás altas empresas, y te prometo obtenerte entonces los favores del califa, una plaza digna de ti y de nuestra amistad y un tratamiento tan considerable como el mío.
"¡Ven, pues, hijo mío, a reunirte conmigo y a dilatarme el corazón con tu presencia deseada!
"¡Y sean contigo la paz de Alah y sus bendiciones, ¡ya Alí!"
Cuando Alí Azogue hubo leído esta carta de su jefe Ahmad-la-Tiña, se estremeció de alegría y de emoción, y blandiendo su largo bastón en una mano y la carta en la otra mano, ejecutó una danza fantástica sobre los escalones de la fuente, atropellando a las viejas y a los mendigos. Después besó varias veces la carta, llevándosela a la frente luego; y se quitó su cinturón de cuero y lo vació, dejando en las manos del aguador todas las monedas de oro que contenía, para darle gracias por la buena noticia y la comisión. Y se apresuró a reunirse en el subterráneo con los bergantes de su banda para anunciarles su inmediata partida a Bagdad.
Cuando estuvo entre ellos, les dijo: "¡Hijos míos, os dejo encomendados unos a otros!" Entonces exclamó su lugarteniente: "¿Cómo, maestro? ¿Es que nos abandonas?" Alí contestó: "¡Me espera mi destino en Bagdad, entre las manos de mi jefe Ahmad-la-Tiña!" el otro dijo: "¡Precisamente nos hallamos en un momento de apuro! ¡Nuestro almacén de provisiones está vacío! ¿Y qué va a ser de nosotros sin ti?" Alí contestó: "Antes de llegar a Bagdad, en cuanto entre en Damasco, ya encontraré la manera de enviaros algo con que podáis atender a todas vuestras necesidades. ¡No temáis, pues, hijos míos!" Luego se quitó la ropa que llevaba, hizo sus abluciones y se vistió con un traje ceñido a la cintura y con un largo capote de viaje de amplias mangas; guardó en su cinturón de cuero dos puñales y un machete; se puso a la cabeza un tarbusch extraordinario y empuñó una inmensa lanza de cuarenta y dos codos de longitud, y hecha con nudos de bambú que podían meterse a voluntad unos con otros. Después saltó a lomos de su caballo y se marchó.
Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente:
Y CUANDO LLEGO LA 452ª NOCHE
Ella dijo:
... Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó una caravana, a la cual se agregó al enterarse que se dirigía a Damasco y a Bagdad. Aquella caravana era del síndico de los mercaderes de Damasco, hombre muy rico que volvía desde la Meca a su país. Y he aquí que Alí, que era joven, hermoso y todavía no tenía pelo en las mejillas, le gustó en extremo al síndico de los mercaderes, a los camelleros y a los muleteros, y a la vez que se defendía de sus diversos atentados nocturnos, supo hacerle una porción de servicios apreciables, protegiéndolos centra los beduínos salteadores y los leones del desierto; de modo que a su llegada a Damasco le demostraron su agradecimiento gratificándole cada cual con cinco dinares. Y Alí, que no se olvidaba de sus compañeros de El Cairo, se apresuró a enviarles todo aquel dinero, sin guardar para él más que lo estrictamente necesario para continuar su camino y llegar a Bagdad por fin.
Y así fué como Alí Azogue, de El Cairo, abandonó su país para ir a Bagdad, buscando su destino entre las manos de su maestro Ahmad-la-Tiña, el antiguo jefe de aquellos bravos.
No bien hubo entrado en la ciudad, se dedicó a buscar la vivienda de su amigo preguntando a varias personas nue no supieron o no quisieron indicársela. Y llegó de tal suerte a una plaza llamada Al-Nafz, donde vio a unos muchachos que estaban jugando bajo la dirección de otro más pequeño que todos ellos y al que llamaban Mahmud el Aborto. Y precisamente se trataba de aquel Mahmud el Aborto que era hijo de la hermana casada de Zeinab. Y Alí Azogue pensó para sí: "¡Ya Alí! las nuevas de las personas nos las facilitan sus hijos!"
Y para atraerse a los chicos, al punto se dirigió a la tienda de un confitero y compró un pedazo grande de halawa con aceite de sésamo y azúcar; luego se acercó a los pequeñuelos que jugaban, y les dijo: "¿Cuál de vosotros quiere halawa todavía caliente?" Pero Mahmud el Aborto no dejó acercarse a los demás chicos, y fué a ponerse delante de Alí él solo, y le dijo: "¡Dame halawa!" Entonces Alí le dió el pedazo, deslizándole en la mano al mismo tiempo una moneda de plata. Pero cuando el Aborto vió el dinero, creyó que aquel hombre se lo daba para atentar contra él y seducirle, y le gritó:
"¡Vete! ¡Yo no me vendo! ¡Yo no hago cosas feas! ¡Pregunta a los demás por mí y te lo dirán!"
Alí Azogue, que en aquel momento no pensaba en liviandades ni en nada semejante, dijo al pequeño pervertido: "Hijo mío, lo que te doy es para pagarte un informe que deseo de ti; y si te pago es porque los bravos pagan siempre los servicios que sean de otros bravos. ¿Puedes decirme solamente dónde está la vivienda del mokaddem Ahmad-la-Tiña?" El Aborto contestó: "¡Si no es más que eso lo que deseas de mí, la cosa es fácil! Echaré a andar delante de ti, y cuando llegue frente a la casa-de Ahmad-la-Tiña, con mis pies descalzos lanzaré contra la puerta un guijarro. De este modo nadie me verá hacerte la indicación. ¡Y así sabrás cuál es la vivienda de Ahmad-la-Tiña!" Y efectivamente, echó a correr delante de Azogue, y al cabo de cierto tiempo cogió con sus pies descalzos un guijarro, y sin moverse, lo lanzó contra la puerta de una casa. Y maravillado de la puntería, de la precocidad, de la destreza, de la desconfianza, de la malicia y de la sutileza del pillastre, exclamó Azogue: "¡Inschalah, ya Mahmud! el día en que también me nombren jefe de policía, te escogeré para que seas el primero entre tris bravos!" Luego Alí llamó a la puerta de Ahmad-la-Tiña.
Cuando Ahmad-la-Tiña oyó los golpes dados en la puerta, saltó sobre ambos pies en el límite de la emoción, y dijo a voces a su lugarteniente Lomo-de-Camello: "¡Oh Lomo-de-Camello! ¡ve a abrir en seguida al más hermoso entre los hijos de los hombres! ¡El que llama a mi puerta no es otro que Alí Azogue, mi antiguo lugarteniente de El Cairo! ¡Lo conozco por su manera de llamar!" Y Lomo-de-Camello ni por un instante dudó que fuese precisamente Alí Azogue quien estaba al otro lado de la puerta, y se apresuró a abrirla y a introducirle donde esperaba Ahmad-la-Tiña. Y abrazáronse tiernamente los dos antiguos amigos; y después de las primeras efusiones y las zalemas reiteradas como si se tratase de un hermano suyo, Ahmad-la-Tiña le vistió con un traje magnífico, diciéndole: "¡Cuando el califa me nombró jefe de Su Derecha y me dio ropas para mis hombres, reservé este traje para ti, pensando que te encontraría un día u otro!"
Luego le hizo sentarse en medio de ellos, en el sitio de honor; e hizo servir un festín prodigioso para festejar su encuentro; y se pusieron todos a comer, a beber y a regocijarse durante toda aquella noche.
Al día siguiente por la mañana, cuando llegó para Ahmad la hora de ir al diwán al frente de sus cuarenta, dijo a su amigo Alí: "¡Ya Alí! tienes que ser prudente al comienzo de tu estancia en Bagdad. ¡Guárdate, pues, de salir de casa para no atraerte la curiosidad de estos habitantes, que son pegajosos! ¡No creas que Bagdad es El Cairo! ¡Bagdad es la corte del califa, y los espías hormiguean aquí como en Egipto las moscas, y los estafadores y sacadineros pululan por aquí como por allá las ocas y los sapos!"
Y contestó Alí Azogue: "¡Oh maestro! ¿acaso vine a Bagdad para encerrarme como una virgen entre las cuatro paredes de una casa?" Pero Ahmad le aconsejó que tuviera paciencia, y se marchó al diwán al frente de sus alguaciles.
En cuanto à Alí Azogue...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 453ª NOCHE
Ella dijo:
... En cuanto a Alí Azogue, tuvo paciencia para permanecer encerrado tres días en casa de su amigo. Pero al cuarto día, sintió que se le contraía el corazón y se le oprimía el pecho, y preguntó a Ahmad si era ya tiempo de comenzar las hazañas que debían ilustrarle y hacerle merecedor de los favores del califa. Ahmad contestó: "Cada cosa a su hora, hijo mío. ¡Déjame a mí solo el cuidado de ocuparme de ti y predisponer para contigo al califa antes de que emprendas tus hazañas!"
Pero en cuanto salió Ahmad-la-Tiña, Alí Azogue no pudo estarse quieto, y se dijo: "¡Voy a tomar un poco de aire nada más para dilatarme el pecho!" Y dejó la casa y empezó a recorrer las calles de Bagdad, trasladándose de un lugar a otro y deteniéndose a veces en casa de un pastelero o en la tienda de un cocinero para tomar un bocado o devorar cualquier cosa de pastelería. Y he aquí que divisó un cortejo de cuarenta negros vestidos de seda roja, cubiertos con gorros altos de fieltro blanco y armados de grandes machetes de acero. Iban ordenados de dos en dos; y detrás de ellos, montada en una mula con ricos jaeces; cubierta con un casco de oro coronado por una paloma de plata, y vestida con una cota de malla de acero, avanzaba, en medio de su gloria y su esplendor, la directora de las palomas, Dalila la Taimada.
... Precisamente acababa de salir del diwán y volvía al khan. Pero al pasar por delante de Alí Azogue, a quien no conocía y que no la conocía a ella, quedó asombrada de su belleza, de su juventud, de su buen aspecto, de su apostura elegante, de su apariencia agradable y sobre todo de su semejanza en la expresión de la mirada con el propio Ahmad-la-Tiña, su enemigo. Y al punto dijo unas palabras a uno de sus negros, que fue a informarse a hurtadillas, entre los mercaderes del zoco, acerca del nombre y la condición del hermoso joven; pero ninguno pudo decirle nada. Así es que cuando Dalila regresó a su pabellón del khan, llamó a su hija Zeinab y le dijo que le llevara la mesa de la arena adivinatoria; luego añadió: "¡Hija mía, acabo de encontrarme en el zoco con un joven tan hermoso, que la belleza le reconocería como uno de sus favoritos! ¡Pero ¡oh hija mía! su mirada se asemeja de un modo muy extraño a la de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña! ¡Y mucho me temo que ese extranjero a quien nadie en el zoco conoce, haya venido a Bagdad para jugarnos alguna mala pasada! ¡Por eso voy a consultar acerca de él a mi mesa adivinatoria!"
Tras estas palabras, agitó la arena a estilo cabalístico, murmurando palabras talismánicas y leyendo al revés unos renglones de escritura hebrea; luego en un libro mágico combinaciones algebráicas y químicas de números y letras, y encarándose con su hija, le dijo: "Oh hija mía! ese hermoso joven se llama Alí Azogue y viene de El Cairo! ¡Es amigo de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña, que no le ha hecho venir a Bagdad más que para jugarnos una mala pasada y vengarse así de la que tú misma le jugaste enborrachándole y quitándole el traje a él y a sus cuarenta. Además, sé que vive en casa de Ahmad-la-Tiña".
Pero le contestó su hija Zeinab: "¡Oh madre mía! y después de todo; ¿qué nos importa el tal individuo? ¡No hagas caso de ese jovenzuelo imberbe!"
La vieja contestó: "¡La arena adivinatoria acaba de revelarme también que la suerte de ese joven sobrepujará con mucho a mi suerte y a la tuya!" Zeinab dijo: "Ahora vamos a verlo, ¡oh madre!" Y enseguida se puso su ropa mejor, después de haberse sombreado la mirada con su barrita de kohl y juntado las cejas con su pasta negra fumada, y salió para ver si encontraba al consabido joven.
Empezó a recorrer lentamente los zocos de Bagdad balanceando sus caderas y guiñando los ojos por debajo de su velo, y lanzando miradas destructoras de corazones, y prodigando a su paso sonrisas para unos, promesas tácitas para otros, coqueterías, mimos, arrumacos, respuestas con las pupilas, preguntas con las cejas, asesinatos con las pestañas, despertares con los brazaletes, música con sus cacabeles y fuego en todas las entrañas, hasta que ante el escaparate de un vendedor de kenafa se encontró con el propio Alí Azogue, a quien conoció por su hermosura. Entonces se acercó a él, y como por inadvertencia le dio con él hombro un golpe que le hizo vacilar, y fingiéndose enfadada porque la habían tropezado, le dijo: "¡Vivan los ciegos! ¡oh clarividente!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se limitó a sonreír junto a la bella joven cuya mirada le traspasaba ya de una parte a otra, y contestó: "¡Oh, cuán hermosa eres, jovenzuela! ¿A quién perteneces?" Ella entornó por debajo del velo sus ojos magníficos, y contestó: "¡A todo ser bello que se parezca a ti!" Azogue preguntó: "¿Estás casada o eres virgen?" Ella contestó: "¡Casada para suerte tuya!" El dijo: "¿Será, entonces, en mi casa o en tu casa?" Ella contestó: "Prefiero en mi casa. Sabe que estoy casada con un mercader, y soy hija de un mercader. Y hoy es la vez primera que por fin puedo salir de casa, porque mi esposo acaba de ausentarse por una semana. Y he aquí que en cuanto él marchó quise divertirme, y dije a mi servidora que guisara para mí manjares muy apetitosos. ¡Pero como los más apetitosos manjares no serían deliciosos sin la sociedad de los amigos, he salido de casa en busca de alguien tan hermoso y tan bien educado como tú para que comparta mi comida y pase conmigo la noche! Y te he visto, y se me entró en el corazón tu amor. ¿Te dignarás, pues, regocijarte el alma, aliviarte el corazón y aceptar un bocado de comida en mi casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 454ª NOCHE
Ella dijo:
".. y aceptar un bocado de comida en mi casa?" El joven contestó: "¡Cuando a uno le invitan, no es posible rehusar!" Entonces echó a andar ella delante de él, y él la siguió de calle en calle, caminando a cierta distancia.
Y mientras caminaba así detrás de ella, iba pensando él: "¡Ya Alí, lo que hiciste resulta una imprudencia en un extranjero recién llegado! ¿Quién sabe si no te vas a ver expuesto al rencor del marido, que puede caer de improviso sobre ti mientras duermes, y cortarte em venganza tu gallo y los huevos que empolla?
Y he aquí que el Sabio ha dicho:
"¡Al que copula en um país extranjero donde le hospedan, le castigará el Gran Hospitalario!"
Será, por consiguiente, más razonable por parte tuya excusarte cortésmente con ella, diciéndole algunas palabras amables". Aprovechó, pues, el momento en que llegaban a un lugar retirado, se acercó a ella, y le dijo: "Mira, ¡oh jovenzuela! toma este dinar para ti y dejemos nuestra entrevista para otro día". Ella contestó: "¡Por el Nombre Más Grande! es absolutamente preciso que seas hoy mi huésped, porque nunca me he sentido tan predispuesta como hoy a los escarceos múltiples y a los juegos ardorosos".
Entonces la siguió, y llegó con ella frente a una vasta casa cuya puerta estaba cerrada con fuerte cerradura de madera. Y la joven hizo ademán de buscar en su vestido la llave, y exclamó luego contrariada: "¡Pues he perdido mi llave! ¿Cómo vamos a arreglarnos para abrir ahora?" Después fingió tomar una decisión, y le dijo: "¡Abre tú!" El dijo: "¿Cómo voy a abrir sin llave una cerradura? ¡No me atrevo a forzarla!"
Por toda respuesta le lanzó ella bajo el velo dos miradas, que le abrieron sus cerraduras más profundas; luego añadió: "¡No tendrás más que tocarla y se abrirá!" Y Azogue puso su mano en la cerradura, y la puerta se abrió. Entraron ambos, y le condujo ella a una sala llena de armas hermosas y alfombrada con hermosos tapices, donde le hizo sentarse. Extendió sin tardanza el mantel, y sentándose junto al joven, se puso a comer en su compañía y a colocarle ella misma la comida entre los labios, bebiendo luego con él y divirtiéndose sin permitirle siquiera que la tocara, o la diera un beso, o un pellizco, o un mordisco; porque en cuanto se inclinaba él hacia ella para besarla, ella interponía la mano vivamente entre su mejilla y los labios del joven, y el beso iba a darle en la mano solamente. Y a las demandas apremiantes de Alí, contestaba Zeinab:
" ¡La voluptuosidad no llega a su plenitud más que por la noche!”
Terminada de tal suerte su comida, se levantaron para lavarse las manos y salieron al patio, acercándose al pozo; y Zeinab quiso manejar por sí sola la cuerda y la polea y sacar el cubo del fondo del pozo; pero de pronto lanzó un grito y se asomó al brocal, golpeándose el pecho y retorciéndose los brazos presa de una desesperación extremada; y le preguntó Azogue: "¿Qué te ocurre, ojos míos?" Ella contestó: "Acaba de escurrírseme y caérseme al fondo del pozo mi sortija de rubíes, que me estaba grande. ¡Me la había comprado mi marido ayer por quinientos dinares! Y como me estaba muy grande, la achiqué con cera; pero no me sirvió de nada, pues acaba de caérseme ahí abajo!"
Luego añadió: "¡Ahora mismo voy a ponerme desnuda y a bajar al pozo, que no es profundo, para buscar mi sortija! ¡Vuélvete, pues, de cara a la pared para que pueda desnudarme!" Pero Azogue contestó: ¡Qué vergüenza para mí ¡oh mi señora! si consintiera yo que en mi presencia te tomaras el trabajo de bajar! ¡Yo solo bajaré a buscar en el fondo del agua tu sortija!" Y al momento se desnudó completamente, cogióse con las dos manos a la cuerda de fibras de palmera de la garucha, y se dejó bajar en el cubo al fondo del pozo.
Cuando tocó el agua, soltó la cuerda y se sumergió en busca de la sortija; y le llegaba a los hombros el agua fría y negra en la oscuridad. Y en aquel mismo nstante Zeinab la Embustera tiró con viveza del cubo y gritó a Azogue: `¡Ya puedes llamar para que te socorra a tu amigo Ahmad-la-Tiña!" Y se apresuró a salir de la casa llevándose las ropas de Azogue. Luego, sin cerrar detrás de ella la puerta, se volvió con su madre.
Y he aquí que la casa adonde Zeinab había arrastrado a Azogue pertenecía a un emir del diwán, ausente entonces para ir a sus asuntos. Así es que cuando estuvo de regreso en su casa y vio la puerta abierta, no le cupo duda de que allí había entrado un ladrón, y llamó a su palafrenero y empezó a hacer pesquisas por toda la casa; pero al ver que no se habían llevado nada y que no había huellas de ladrones, no tardó en tranquilizarse. Luego, como quería hacer sus abluciones, dijo a su palafrenero: "¡Coge el jarro y llénamelo con agua fresca del pozo!" Y el palafrenero fue al pozo e hizo bajar el cubo, y cuando lo creyó bastante lleno quiso tirar de él; pero lo encontró extraordinariamente pesado. Entonces miró al fondo del pozo y divisó sentada en el cubo una vaga forma negra que le pareció un efrit. Al ver aquello, soltó la cuerda y echó a correr, gritando enloquecido: "¡Ya sidi! ¡en el pozo hay un efrit! ¡Está sentado en el cubo!
Entonces le preguntó el emir: "¿Y cómo es?" El palafrenero dijo: "¡Es terrible y negro! ¡Y gruñía como un cochino!" El emir le dijo: "¡Corre a buscar a cuatro sabios lectores del Korán para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 455ª NOCHE
Ella dijo:
". . . para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle!" Y el palafrenero salió al punto corriendo en busca de los sabios lectores del Korán, que se instalaron alrededor del pozo. Y comenzaron a recitar los versículos conjuratorios, mientras el palafrenero y su amo tiraban de la cuerda y sacaban el cubo fuera del pozo. Y en el límtie del espanto, vieron todos al efrit consabido, que no era otro que Alí Azogue saltar del cubo sobre ambos pies y exclamar: "¡Alah Akbar!" Y se dijeron los cuatro lectores: "¡Es un efrit de los creyentes, porque pronuncia el Nombre!" Pero el emir no tardó en ver que era un hombre de la especie de los hombres, y le dijo: "¿Acaso eres un ladrón?"
El joven contestó: "¡No, por Alah! pero soy un pobre pescador. Estando dormido a orillas del Tigris, he copulado con el aire en sueños, y como al, despertarme me encontré mojado, me metí en el agua para lavarme; pero un remolino me arrastró al fondo del agua, y una corriente subterránea me impulsó entre las sábanas líquidas hasta este pozo donde estaban mi destino y mi salvación, gracias a ti".
Ni por un instante dudó el emir de la veracidad de aquel relato, y dijo: "¡Todo sucede porque así está escrito!" Y le dio un manto viejo para que se cubriese y le despidió condoliéndose de su estancia en el agua fría del pozo.
Cuando Alí Azogue llegó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde ya estaban muy inquietos por su ausencia, y contó su aventura, se burlaron mucho de él, especialmente Ayub Lomo-de-Camello, que le dijo: "¡Por Alah! ¿Cómo puedes haber sido jefe de banda en El Cairo, dejándote engañar y robar en Bagdad por una jovenzuela?" Y Hassán-la-Peste, que precisamente estaba de visita en casa de su colega, preguntó a Azogue: "¡Oh, inocente egipcio! ¿conoces por lo menos el nombre de la joven que jugó contigo, y sabes quién es y de quién es hija?" Alí contestó: "¡Sí, por Alah! ¡es hija de un mercader y esposa de un mercader! ¡Pero no me dijo su nombre!" Al oír estas palabras soltó una carcajada Hassán-la-Peste, y le dijo: "¡Voy a describírtela! ¡La que tú crees una mujer casada, es una joven virgen, y de ello te respondo! ¡Se llama Zeinab! ¡Y no es hija de ningún mercader, sino de Dalila-la-Taimada, directora de nuestras palomas mensajeras! Con su dedo meñique hacían dar vueltas a todo Bagdad ella y su madre, ¡ya Alí! y se trata de la misma que embaucó a tu maestro, robándole los trajes a él y a sus cuarenta aquí presentes!"
Y como Alí Azogue reflexionara profundamente, Hassán-la-Peste le preguntó: "¿Qué piensas hacer ahora?" Alí contestó: "¡Casarme con ella! ¡Porque la amo locamente a pesar de todo!" Entonces le dijo Hassán: "¡En ese caso te auxiliaré, pues sin mí ya puedes abandonar de antemano un proyecto tan temerario, renunciando a él y acallando tu hígado con respecto a la lista jovenzuela!"
Azogue exclamó: "¡Ya Hassán, ayúdame con tus consejos!" Hassán le dijo: "¡De todo corazón amistoso! ¡Pero con la condición de que en lo sucesivo no bebas más que en la palma de mi mano, ni obres más que bajo mis banderas! ¡Y en tal caso, te prometo el logro de tu proyecto y la satisfacción de tus deseos!" El joven contestó: "¡Ya Hassán, soy tu criado y tu discípulo!" Entonces le dijo la-Peste: "¡Empieza por desnudarte completamente!" Y Azogue se quitó el manto viejo que llevaba, y quedóse desnudo por completo.
Entonces Hassán-la-Peste cogió un puchero lleno de pez y una pluma de gallina, y barnizó con aquello todo el cuerpo de Azogue y la cara, de modo que le dio apariencia de un negro; luego, para completar la semejanza, le tiñó de rojo vivo los labios y el borde de los párpados, le dejó secar un momento, le tapó con un paño blanco la venerable herencia de su padre, y le dijo después: "¡Hete aquí transformado en negro, ¡ya Alí! y también vas a convertirte en cocinero! ¡Porque has de saber que el cocinero de Dalila, de Zeinab, de los cuarenta negros y de los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán, es un negro como tú!
Vas a procurar encontrarte con él, y le hablarás en lengua negra, y después de las zalemas, le dirás: "¡Hace mucho tiempo, hermano negro, que no nos hemos reunido para beber nuestra bebida fermentada, la excelente buza, y comer kabad de cordero! ¿Vamos a festejar el día de hoy?" Pero te contestará que se lo impiden sus ocupaciones y los cuidados de su cocina. Entonces tratarás de emborracharle y de interrogarle de la calidad y cantidad de los manjares que guisa para Dalila y su hija, del alimento de los cuarenta negros y los cuarenta perros, del sitio en que están las llaves de la cocina y de la despensa, y de todo. ¡Y todo te lo dirá! Porque el borracho no oculta nada de lo que deja de contar cuando no le domina la embriaguez. Una vez que hayas adquirido de él estos diversos datos, le narcotizas con bang; te vestirás con sus propios trajes; te meterás en el cinturón sus cuchillos de cocina; cogerás el cesto de provisiones; irás al zoco a comprar carne y verduras; volverás a la cocina; irás a la despensa para sacar lo que necesites, como manteca, aceite, arroz y otras cosas por el estilo; guisarás los manjares conforme a las indicaciones aprendidas; los presentarás bien, echarás bang en ellos, y te irás a servírselos a Dalila, a su hija, a los cuarenta negros y a los cuarenta perros, durmiéndoles de aquel modo.
Entonces les quitarás todos sus efectos y sus ropas, y me los traerás. ¡Pero si ¡ya Alí! deseas obtener por esposa a Zeinab, has de apoderarte, además de las cuarenta palomas mensajeras del califa, meterlas en una jaula y traérmelas también...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 456ª NOCHE
Ella dijo:
"...has de apoderarte, además, de las cuarenta palomas mensajeras del califa, meterlas en una jaula y traérmelas también!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se llevó la mano a la frente por toda respuesta, y sin decir nada salió en busca del cocinero negro. Le encontró en el zoco, se arrimó a él, y después de las zalemas de reconocimiento, le invitó a beber buza. Pero el cocinero pretextó sus ocupaciones, e invitó a Alí a que le acompañara al khan. Allí obró Azogue, exactamente conforme con las instrucciones de Hassán-la-Peste, y una vez que hubo emborrachado a su huésped le interrogó acerca de los platos del día. El cocinero contestó: "¡Oh hermano negro! a diario, para la comida de mediodía, hay que preparar cinco platos diferentes y de diferente color para Sett Dalila y Sett Zeinab; y el mismo número de platos para la comida de la noche. Pero hoy me han pedido dos platos más. Y he aquí los platos que voy a guisar para mediodía: lentejas, guisantes, una soja, un cochifrito de carnero y sorbete de rosa; en cuanto a los dos platos suplementarios, son: arroz con miel y azafrán, y una bandeja de granos de granada con almendras mondadas, azúcar y flores".
Alí le preguntó: "¿Y cómo les sirves de ordinario la comida a tus amas?" El otro contestó: "A cada una le pongo su mantel aparte". Alí preguntó: "¿Y a los cuarenta negros?" El cocinero dijo: "¡Les doy habas cocidas con agua y condimentadas con manteca y cebollas, y para beber, un cántaro de buza! ¡Bastante es para ellos!" Alí preguntó: "¿Y a los perros?" El cocinero dijo: "¡A esos les doy tres onzas de carne para cada uno y los huesos sobrantes de la comida de mis amas!"
Cuando Azogue estuvo en posesión de estas diversas indicaciones, echó con presteza bang en la bebida del cocinero, que en cuanto la absorbió se cayó al suelo como un búfalo negro. Entonces Azogue se apoderó de las llaves que colgaban de un clavo y distinguió la llave de la cocina por las telas de cebollas y las plumas que tenía pegadas, y la llave de la despensa por el aceite y la manteca de que estaba impregnada. Y fué cogiendo y comprando todas las provisiones que necesitaba, y guiado por el gato del cocinero, a quien engañaba la semejanza de Alí con su amo, circuló por todo el khan como si habitase en él desde su infancia, guisó los manjares, puso los manteles y sirvió de comer a Dalila, a Zeinab, a los negros y a los perros, después de
haber echado bang en la comida, sin que nadie extrañase el condimento ni al cocinero.
Cuando Azogue vio que en el khan dormía todo el mundo por efecto del narcótico, comenzó por desnudar a la vieja, y la encontró extremadamente fea y detestable en absoluto. Se apoderó de su traje de parada y de su casco, y penetró en el aposento de Zeinab, a la que amaba y en honor de la cual estaba realizando su primera hazaña.
La desnudó completamente, y la encontró maravillosa y de lo más deseable, y cuidada y limpia y oliendo bien; pero como era muy escrupuloso, no quiso abrirla sin su consentimiento, y se contentó con tocarla y palparla por todas partes, como entendido, para juzgar mejor acerca de su valor futuro, de su consistencia, de su grado de ternura; de su aterciopelado y de su sensibilidad; y para efectuar esta última experiencia, la hizo cosquillas en la planta de los pies, y en vista del violento puntapié que ella le dio, hubo de comprender que era sensible en extremo. Entonces, seguro ya de su temperamento, se llevó sus vestidos, y fue a despojar a todos los negros; luego subió a la terraza, entró en el palomar y se apoderó de todas las palomas, metiéndolas en una jaula, y tranquilamente, sin cerrar las puertas, regresó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde le esperaba Hassán-la-Peste, que maravillado de su destreza, le felicitó y le prometió su concurso a fin de obtener para él a Zeinab en matrimonio.
En cuanto a Dalila la Taimada, fue la primera en salir del sueño en que la había sumido el bang. Necesitó algún tiempo para recobrar completamente el sentido; pero cuando comprendió que la habían narcotizado, se cubrió con sus acostumbradas vestiduras de vieja y corrió primeramente al palomar, encontrándolo vacío de sus palomas. Y bajó entonces al patio del khan, y vio a sus perros dormidos todavía y echados como muertos en sus perreras. Buscó a los negros, y los halló sumergidos en el sueño, como también al cocinero. A la sazón, en el límite del furor, fue corriendo al aposento de su hija Zeinab, y la vio durmiendo, toda desnuda y colgándole del cuello un hilo y un papel. Abrió el papel, y leyó en él las siguientes palabras: "¡Yo Alí Azogue, de El Cairo, y nada más que yo, soy el bravo, el valiente, el listo, el diestro autor de todo esto!" Al ver aquello, pensó Dalila: "¿Quién sabe si ese maldito no le ha roto el candado?" Y se inclinó con viveza sobre su hija, examinándola, y vio que su candado seguia intacto.
Esta seguridad la consoló un poco y la decidió a despertar a Zeinab, haciéndole aspirar contrabang. Luego de contarle lo que acababa de suceder, y añadió: "¡Oh hija mía! ¡después de todo debes estar agradecida a ese Azogue, porque no te ha roto el candado, aunque hubiera podido hacerlo impunemente!
En vez de hacer sangre a tu pájaro, se ha contentado con llevarse las palomas del califa. ¿Qué va a ser de nosotras ahora?"
Pero enseguida dio con un medio de recobrar las palomas y dijo a su hija: "Espérame aquí. ¡No voy a ausentarme por mucho tiempo!" Y salió del khan y se dirigió a casa de Ahmad-la-Tiña y llamó a la puerta.
Al punto exclamó Hassán-la-Peste, que estaba allí: "¡Es Dalila la Taimada! La conozco por su manera de llamar. ¡Ve a abrirle en seguida, ¡ya Alí!". Y Alí, en compañía de Lomo-de-Camello, fue a abrir la puerta a Dalila, que entró con cara sonriente y saludó a toda la concurrencia.
Y he aquí que precisamente Hassán-la-Peste, Ahmad-la-Tiña y los demás, estaban en aquel momento sentados en tierra alrededor del mantel, y comían pichones asados, rábanos y cohombros. Y cuando entró Dalila, la-Peste y la-Tiña se levantaron en honor suyo, y le dijeron: "¡Oh, vieja llena de espiritualidad, madre nuestra, siéntate a comer de estos pichones con nosotros! ¡Te hemos reservado tu parte de festín!"
Al oír estas palabras, Dalila sintió ennegrecerse el mundo ante ella, y exclamó: "¿No os da a todos vosotros vergüenza robar y asar las palomas que el califa prefiere a sus propios hijos?"
Ellos contestaron: "¿Y quién ha robado las palomas del califa, ¡oh madre nuestra!?" Ella dijo: "¡El egipcio Alí Azogue!"
Este contestó: "¡Oh madre de Zeinab! cuando hice asar estas palomas, no sabía que eran mensajeras! ¡De todos modos, aquí tienes una que vuelve a ti!" Y le ofreció uno de los pichones asados. Entonces Dalila cogió un trozo de alón, se lo llevó a los labios, lo saboreó un instante y exclamó: "¡Por Alah, mis palomas viven todavía, porque no es su carne ésta! ¡Las alimenté con grano mezclado con almizcle, y las distinguiría en el olor y en el sabor que conservan!"
Al oír estas palabras de Dalila, toda la asistencia se echó a reír, y dijo Hassán-la-Peste: "¡Oh madre nuestra, tus palomas están seguras en mi casa! ¡Y consentiré gustoso en devolvértelas,
pero con una condición!"
Ella dijo: "¡Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos tienes mi cabeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 457ª NOCHE
Ella dijo: -
"¡...Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos tienes mi cabeza!" Hassán dijo: "¡Pues bien; si quieres recobrar tus palomas, no tienes más que complacer en su deseo a Alí Azogue, de El Cairo, que es el primero de los nuestros!" Ella preguntó: "¿Y cuál es su deseo?" Alí dijo: "¡Que me des en matrimonio a tu hija Zeinab!"
La vieja contestó: "¡Para mí y para ella es un honor! ¡Lo pondré por encima de mi cabeza y de mis ojos! Pero no puedo forzar a mi hija a casarse mal de su grado. ¡Empieza, pues, por devolverme mis palomas! ¡Porque no es con estratagemas como hay que conseguir a mi hija, sino con los procedimientos de la galantería!"
Entonces Hassán dijo a Alí: "¡Devuélvele las palomas!" Azogue entregó la jaula a Dalila, que le dijo: "Si verdaderamente deseas unirte como es debido a mi hija, ¡oh muchacho! no es a mí a quien tienes que dirigirte ahora, sino a su tío, mi hermano Zoraik, el vendedor de pescado frito. ¡Porque el tutor legal de Zeinab es él, y ni yo ni ella podemos hacer nada sin su consentimiento! ¡Pero te prometo que hablaré de ti a mi hija, e intercederé por ti con mi hermano Zoraik!"
Y se fue, riendo, a contar a su hija Zeinab lo que acababa de ocurrir y cómo la pedía en matrimonio Alí Azogue. Y Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡Por mi parte no me opongo a ese matrimonio, porque Alí es guapo y amable, y además, estuvo muy circunspecto conmigo al no romper durante mi sueño lo que pudo romper!" Pero contestó Dalila: "¡Oh hija mía! ¡estoy segura de que antes de lograr que consienta tu tío Zoraik, perderá Alí en la empresa sus brazos y sus piernas, si no pierde hasta la vida!" ¡Y he aquí lo referente a ellas!
En cuanto a Alí Azogue, preguntó a Hassán-la-Peste: "¡Dime ya quién es ese Zoraik y dónde está su tienda, para que al instante vaya a pedirle en matrimonio la hija de su hermana!" La-Peste contestó: "¡Hijo mío, puedes despedirte de la bella Zeinab desde este instante, como no pienses obtenerla más que de ese bribón que se llama Zoraik! ¡Porque has de saber ¡ya Alí! que el viejo Zoraik, actualmente vendedor de pescado frito, es un antiguo jefe de banda conocido en todo el Irak por sus hazañas que superan a las mías, a las tuyas y a las de nuestro hermano Ahmad-la-Tiña! Se trata de un compadre tan astuto y tan diestro que es capaz, sin moverse, de horadar las montañas, de coger del cielo las estrellas y de robar el kohl que embellece los ojos de la luna. Ninguno de nosotros puede igualarle en supercherías, en malicias y en jugarretas de toda clase. Cierto es que ahora se ha corregido, y habiendo renunciado a su antiguo oficio de ladrón y jefe de banda, ha abierto tienda y se ha hecho vendedor de pescado frito. Lo que, a pesar de todo, no obsta para que le queden algunas de sus argucias pasadas.
Y para darte ¡ya Alí! una idea de la sagacidad de este foragido, no te contaré más que la última estratagema que se le ocurrió, y pone en práctica, para atraer a su tienda clientes y dar salida a su pescado. A la puerta de su tienda ha colgado de un cordón de seda una bolsa con mil dinares, que es toda su fortuna, y ha hecho que el pregonero público vaya anunciando por todo el zoco: "¡Oh vosotros todos, ladrones del Irak, bribones de Bagdad, salteadores del desierto, bandidos de Egipto, escuchad la noticia! ¡Y vosotros todos, genn y efrits dei aire y de debajo de la tierra, escuchad la noticia! ¡El que pueda apoderarse de la bolsa colgada en la tienda de Zoraik vendedor de pescado frito, será su legítimo poseedor!"
Fácilmente comprenderás que en vista de semejante anuncio se han apresurado a acudir a la tienda clientes que, mientras intentan apoderarse de la bolsa, compran pescado; pero no han tenido éxito en su tarea ni los más hábiles; porque el taimado Zoraik instaló todo un mecanismo que por medio de un bramante se pone en contacto con la bolsa colgada. Así es que apenas la tocan, empieza a funcionar el mecanismo, compuesto de una combinación asombrosa de campanillas y cascabeles que arman tal estrépito, que aunque se encuentre Zoraik en lo últimõ de la tienda o esté ocupado con algún cliente, oye el ruido y le da tiempo para impedir el robo de su bolsa. No tiene entonces nada más que inclinarse a coger un pedazo grueso de plomo de una provisión de ellos.que hay amontonados a sus pies, y tirárselo con todas sus fuerzas al ladrón, rompiéndole un brazo o una pierna o destrozándole el cráneo a veces. Así, pues, ¡ya Alí! te aconsejo la abstención para que no te parezcas a esas gentes que van detrás de un entierro y se lamentan sin saber siquiera el nombre del muerto.
Tú no puedes luchar con un pillastre de esa talla. Y en tu lugar, yo me olvidaría de Zeinab y del casamiento con Zeinab; porque el olvido es el principio de la dicha. ¡y quién olvida una cosa puede pasarse sin ella en lo sucesivo!"
Cuando oyó Alí Azogue estas palabras del prudente Hassán-laPeste, exclamó: "¡No, ¡por Alah! no podré nunca decidirme a olvidar a esa jovenzuela de ojos oscuros, de sensibilidad extremada, de temperamento extraordinario! ¡Sería deshonroso para un hombre como yo! ¡Es preciso, pues, que vaya a intentar apoderarme de esa bolsa y obligar de tal suerte al viejo bandido a que consienta en mi matrimonio, dándome la joven a cambio de la bolsa cogida!" Y al instante buscó trajes como los que usan las jóvenes y se vistió con ellos después de alargarse los ojos con Kohl y teñirse las uñas con henné. Tras de lo cual se echó modestamente por la cara el velo de seda, y ensayó a andar balanceándose como las mujeres, y lo consiguió a maravilla. ¡Pero no fué eso todo! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 458ª NOCHE
Ella dijo:
¡...Pero no fue eso todo! ¡Hizo que le llevaran un carnero, le degolló, recogió la sangre, le sacó el estómago, llenó este estómago con sangre y se lo colocó en su vientre por debajo de los vestidos, de modo que parecía una mujer encinta. Tras de lo cual degolló dos pollos, les sacó el buche, llenó de leche tibia las dos mollejas, y se aplicó una encima de cada seno para que aquella parte le abultase mucho y le diese apariencia de una mujer que está próxima a dar a luz. ¡Aún queda más! para no dejar nada que desear, se puso detrás varias ristras de pañuelos almidonados, los cuales, cuando se secaron, formáronle una grupa montuosa y sólida a la vez. Transformado de aquel modo, salió Azogue a la calle y se dirigió lentamente a la tienda de Zoraik el vendedor de pescado frito, haciendo que a su paso exclamasen los hombres: "¡Ya Alah, qué trasero tan gordo!"
Por el camino, como Azogue se encontraba muy molesto con aquella grupa hecha de pañuelos almidonados que le mortificaban, llamó a un arriero que pasaba con su asno, e hizo que le encaramaran encima del burro con mil precauciones para no romper la vejiga llena de sangre o las mollejas llenas de leche, y de este modo llegó delante de la tienda de pescado frito, donde vio la bolsa colgada a la puerta, efectivamente, y a Zoraik ocupado en freír pescado, mirándolo con un ojo mientras que con el otro ojo vigilaba las idas y venidas de los clientes y de los transeúntes. Entonces Azogue dijo al arriero: "¡Ya hammar! ¡mi olfato se ha impresionado con el olor de pescado frito, y mi deseo de mujer encinta se fija con intensidad en ese pescado! ¡Date prisa, pues, a buscarme uno de esos peces para que me lo coma enseguida, porque si no, voy a abortar sin duda en medio de la calle!"
Entonces el arriero paró su burro delante de la tienda, y dijo a Zoraik: "¡Dame pronto un pescado frito para esta dama encinta, cuyo hijo, a causa de este olor a fritura, ha empezado a agitarse de un modo tremendo y amenaza con salir provocando un aborto!"
El viejo bribón contestó:
"Espera un poco. ¡Todavía no está frito el pescado! ¡Y si no puedes esperar, haz que yo vea la anchura de tu espalda!"
El arriero dijo: "¡Dame uno de esos peces que tienes de muestra!" Zoraik contestó: "¡Esos no
se venden!" Luego, sin volver a preocuparse del arriero, que ayudaba a la pretendida mujer encinta a bajar del borrico y a apoyarse con ansiedad en el mostrador de la tienda, Zoraik, con la sonrisa del oficio, continuó su tarea de dar vuelta al pescado en la sartén, cantando su pregón de vendedor:
¡Comida de los delicados!
¡Oh carne de los pájaros del agua!
¡Oro y plata que se compra con una moneda de cobre!
¡Oh pescados que bullís en el aceite feliz por conteneros!
¡Oh comida de los delicados!
Y he aquí que mientras Zoraik cantaba su pregón de vendedor, la mujer encinta lanzó de pronto un grito estridente al tiempo que por debajo de sus vestidos se escapaba una ola de sangre e inundaba la tienda; y gemía ella dolorosamente: "¡Ay! ¡ay! ¡uy! ¡uy! ¡el fruto de mis entrañas! ¡Ay! ¡se me rompe la espalda! ¡Ah! ¡Mis costados! ¡Ah! ¡Mi hijo!"
Al ver aquello, gritó el arriero a Zoraik: "Ya lo ves, ¡oh barba calamitosa! ¡Te lo había dicho! ¡Por no darte la gana de satisfacer su deseo, la hiciste abortar! ¡Ante Alah y ante su marido eres responsable de ello!" Entonces Zoraik, un poco asustado por aquel accidente y temiendo que le manchase la sangre que vertía la mujer, retrocedió hasta lo último de la tienda, perdiendo de vista por un instante su bolsa colgada a la puerta. Entonces Azogue quiso aprovecharse de este corto momento para apoderarse de la bolsa; pero apenas había puesto en ella la mano, cuando un estrépito extraordinario de campanillas, cascabeles y cascajo repercutió por todos los rincones de la tienda y descubrió la tentativa a Zoraik, que acudió, y al ver con la mano tendida a Azogue, comprendió de una ojeada la jugarreta que querían hacerle, cogió un gran trozo de plomo y se lo tiró al vientre a Azogue, exclamando: "¡Ah! ¡toma, pájaro de patíbulo!"
Y disparó el pastel de plomo con tanta violencia, que Alí rodó por medio de la calle enredándose con sus pañuelos, manchado de sangre y de la leche de las mollejas rotas, y creyó rendir al golpe el alma. Sin embargo, pudo incorporarse y arrastrarse hasta la casa de Ahmad-la-Tiña, donde dio cuenta de su tentativa infructuosa, mientras los transeúntes se agrupaban delante de la tienda de Zoraik, y le decían: "¿Eres mercader del zoco o batallador de profesión? ¡Si eres mercader ejerce tu oficio sin bravatas, quita esa bolsa tentadora; y libra así a la gente de tu malicia y tu maldad!"
El aludido contestó en broma: "¡Por el Nombre de Alah! ¡Bismílah! ¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos!"
Volviendo a Alí Azogue, una vez que entró en la casa y se repuso la violenta sacudida que había sufrido, no quiso, a pesar de todo, renunciar a llevar a cabo su proyecto. Se lavó y se limpió, se disfrazó palafrenero, cogió con una mano una fuente vacía y cinco monedas cobre con la otra mano, y se presentó en la tienda de Zoraik para comprar pescado...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 459ª NOCHE
Ella dijo:
... se presentó en la tienda de Zoraik para comprar pescado. Dió las cinco monedas de cobre a Zoraik, y le dijo: "¡Echame pescado en esta fuente!" Y Zoraik contestó: "¡Por encima de mi cabeza, ¡oh mi amo!" Y quiso dar al palafrenero del pescado que estaba expuesto en la bandeja de muestra; pero el palafrenero lo rechazó diciendo: "¡Lo quiero caliente!" Y contestó Zoraik: "Todavía está por freír. ¡Espera un poco, que atizaré el fuego!" Y entró en la trastienda.
Al punto se aprovechó de aquel momento Azogue para echar mano a la bolsa; pero de pronto retembló toda la tienda con el estrépito ensordecedor de las campanillas, cascabeles, sonajas y cascajo; y Zoraik saltando de un extremo a otro de su tienda, agarró una pella de plomo y la tiró con toda su fuerza a la cabeza del falso palafrenero, gritando: "¡Ah viejo marica! ¿acaso crees que no había adivinado tus intenciones sólo con ver tu modo de llevar la fuente y las monedas?" Pero Azogue, a quien ya había puesto en guardia la primera experiencia, esquivó el golpe, bajando la cabeza con rapidez, y abandonó la tienda; ¡en tanto que la pella de plomo iba a estrellarse contra una bandeja que contenía porcelanas llenas de leche cuajada y que llevaba a la cabeza el esclavo del kadí! Y la leche cuajada saltó a la cara y a la barba del kadí y le inundó su traje y su turbante. Y los transeúntes, reunidos frente a la tienda, gritaron a Zoraik: "Esta vez ¡oh Zoraik! el kadí te hará pagar los intereses del capital encerrado en tu bolsa, ¡oh jefe de los batalladores!"
Volviendo a Azogue, una vez que hubo llegado a casa de Ahmadla-Tiña, a quien dio cuenta, a la vez que a la-Peste, de su segunda tentativa fracasada, no quiso desalentarse, porque le sostenía el amor de Zeinab. Se disfrazó de encantador de serpientes y prestidigitador, y se puso delante de la tienda de Zoraik. Se sentó en el suelo, sacó de su saco tres serpientes gordas, de cuello hinchado y lengua puntiaguda como un dardo, y se puso a tocar la flauta, interrumpiéndose de cuando en cuando para hacer una multitud de juegos de manos; pero de pronto, con un movimiento brusco, lanzó la serpiente más gorda en medio de la tienda, a los pies de Zoraik, que huyó aullando espantado al último rincón de su establecimiento, porque nada le asustaba tanto como las serpientes. Y Azogue saltó inmediatamente sobre la bolsa, y quiso llevársela.
Pero no contaba con Zoraik que a pesar de su terror le vigilaba con un ojo, y logró primero asestar a la serpiente con una pella de plomo un golpe tan certero que le aplastó la cabeza, y con la otra mano arrojó luego con todas sus fuerzas una nueva pella a la cabeza de Azogue, el cual la esquivó inclinándose y huyó, mientras la pella formidable iba a dar a una vieja y la aplastaba sin remedio. Entonces gritaron todas las personas agrupadas en torno: "¡Ya Zoraik ! eso no es lícito, ¡por Alah ! ¡Es absolutamente necesario que descuelgues de ahí tu bolsa calamitosa o te la quitaremos a la fuerza! ¡Bastantes desgracias suscitaste ya con tu maldad!"
Y contestó Zoraik: "¡Sobre mi cabeza!"
Y aunque de muy mala gana, se decidió a descolgar la bolsa y a ocultarla en su casa, diciéndose: "¡Si no lo hago así, ese bergante de Alí Azogue, con lo terco que es, llegaría a introducirse por la noche en mi tienda y me arrebataría la bolsa!"
Y he aquí que Zoraik estaba casado con una negra que en otro tiempo fué esclava de Giafar Al-Barmaki, y a quien la generosidad de su amo había libertado después. Y Zoraik había tenido de su esposa la negra un hijo varón cuya circuncisión iba a celebrarse pronto. Así es que cuando Zoraik entregó la bolsa a su mujer, le dijo ésta: "¡He ahí una generosidad que no sueles tener, oh padre de Abdalah! ¡La circuncisión de Abdalah va a celebrarse, pues, suntuosamente!" Zoraik contestó: "¿Pero acaso crees que te traigo la bolsa para que la dejes vacía gastando en la circuncisión? ¡No, por Alah! ¡Vé ya a ocultarla abajo dentro de un agujero abierto en el suelo de la cocina! ¡Y vuelve pronto para que durmamos!" Y la negra bajó a abrir un agujeto en la cocina, enterró allí la bolsa y volvió a acostarse a los pies de Zoraik. Y con el calor que despedía la negra, Zoraik se sintió invadido por el sopor, y tuvo un sueño en el cual le parecía ver que un pájaro muy grande abría con el pico un agujero en su cocina, desenterraba la bolsa y se la llevaba en las garras volando por los aires. Y se despertó sobresaltado y gritando: "¡Oh madre de Abdalah, acaban de robar la bolsa! ¡Vé a ver a la cocina, rápido!" Y despierta de su sueñ, la negra se apresuró a bajar a la cocina con luz, y efectivamente, vio, no un pájaro, sino un hombre que con la bolsa en la mano huía por la puerta abierta y corría a la calle. Era Azogue, que había seguido a Zoraik, espiando sus movimientos y los de su esposa, y oculto detrás de la puerta de la cocina acabó por conseguir apoderarse al fin de aquella bolsa tan codiciada.
Cuando supo Zoraik la pérdida de su bolsa, exclamó: "¡Por Alah, que la recuperaré esta misma noche!"
Y le dijo su esposa la negra: Como no la traigas, no te abro la puerta de nuestra casa y te dejo dormir en la calle!"
Entonces Zoraik. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 460ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces Zoraik salió de su casa a toda prisa, y por atajos llegó antes que Azogue a casa de Ahmad-la-Tiña, donde sabía que se alojaba el joven; abrió el picaporte de la puerta valiéndose de diversas llaves con que iba siempre pertrechado, la cerró con cuidado tras él y esperó tranquilamente a Azogue que no tardó en llegar a su vez y llamar como tenía por costumbre. Entonces preguntó Zoraik, simulando la voz de Hassán-la-Peste: "¿Quién es?" El joven contestó: "¡Alí el egipcio!" El viejo le preguntó: "¿Y traes la bolsa de ese bribón de Zoraik?" Alí contestó: "¡La traigo!" El otro dijo: "¡Pásamela entonces por el ventanillo antes de que te abra la puerta, porque he hecho con la Tiña una apuesta de la que ya te hablaré!" Y Azogue pasó la bolsa por el ventanillo de la puerta de Zoraik, quien al punto escaló la terraza y desde allí saltó a la terraza de una casa contigua, por cuya escalera bajó, y abriendo la puerta, se escapó a la calle y se encaminó a su casa.
En cuanto a Alí Azogue, estuvo esperando en la calle mucho rato; pero cuando vio que no se decidía nadie a abrirle, llamó a la puerta con un golpe terrible, que despertó a toda la casa, y exclamó Hassán-laPeste: "¡Alí está a la puerta! ¡Vé a abrirle enseguida, ¡oh Lomo-deCamello!" Luego, cuando hubo entrado Azogue, le preguntó irónico: "¿Y la bolsa del bribón?" Azogue exclamó: "¡Basta de chanzas, maestro! ¡Ya sabes que te la he dado por el ventanillo de la puerta!" Al oír estas palabras, Hassán-la-Peste se cayó de trasero por la fuerza explosiva de su risa, y exclamó: "¡Todo está por hacer de nuevo, ¡ya Alí! ¡Zoraik ha recuperado lo suyo!"
Entonces Azogue reflexionó un instante, y exclamó: "¡Por Alah, oh maestro! que como de esta hecha no te traiga la tal bolsa, no quiero considerarme digno de mi nombre!" Y sin tardanza corrió por el camino más corto a casa de Zoraik, llegando antes que éste; penetró en ella por la terraza contigua, y empezó por entrar al aposento donde dormía la negra con su hijo, el pequeñuelo a quien debían circuncidar al día siguiente. Y se abalanzó primeramente a la negra, la inmovilizó en su colchón atándole brazos y piernas y la amordazó; luego cogió al pequeñuelo, a quien también amordazó, le puso en un cesto lleno de pasteles, calientes todavía, que estaban preparados para la fiesta del día siguiente, y fue a asomarse a la ventana, esperando la llegada de Zoraik, que no tardó en llamar a la puerta.
Entonces Azogue, simulando la voz y el modo de hablar de la negra, preguntó: "Eres tú, ¡ya sidi!?" El viejo contestó: "¡Sí, soy yo!" Azogue dijo: "¿Traes la bolsa?" Zoraik dijo: "¡Mírala!" "¡No la veo en la oscuridad! ¡Y no te abriré la puerta mientras no haya contado el dinero! ¡Voy a bajar por la ventana un cesto y la pondrás en él! ¡Y te abriré la puerta luego!" Después Azogue bajó por la ventana un cesto, donde Zoraik puso la bolsa; y entonces se apresuró a subirlo el joven. Cogió la bolsa, el pequeñuelo y el cesto de pasteles y huyó por el camino por donde había ido, para llegar a casa de Ahmad-la-Tiña y poner por fin entre las manos de Hassán-la-Peste el triple botín triunfal. Al ver aquello, la-Peste le felicitó mucho y quedó muy complacido de él; y todos se pusieron luego a comer los pasteles de la fiesta, gastando mil bromas a costa de Zoraik.
En cuanto a Zoraik, esperó en la calle mucho rato a que le abriese su esposa la negra; pero la negra no acudía, e impaciente, acabó por llamar a la puerta con golpes tan redoblados, que despertaron todos los vecinos y perros del barrio. Y no le abría nadie. Entonces derribó la puerta, y subió al aposento de su esposa, y vio lo que vio.
Cuando tras de libertar a su esposa se enteró por ella de lo que acababa de ocurrir, se golpeó con fuerza el rostro, se mesó la barba, y de aquella manera corrió a llamar a la puerta de Ahmad-la-Tiña. Ya había amanecido, y estaba levantado todo el mundo. Así es que Lomo-de-Camello fue a abrir e introdujo a Zoraik en un estado deplorable en la sala de reunión, donde se le acogió con una carcajada general. Entonces se encaró él con Azogue, y le dijo: "¡Por Alah, ¡ya Alí! te has ganado la bolsa! ¡Pero devuélveme a mi hijo!" Y contestó Hassán-la-Peste: "Has de saber ¡oh Zoraik! que mi discípulo Alí Azogue está dispuesto a devolverte tu hijo y hasta tu bolsa, si quieres consentir en darle en matrimonio a la hija de tu hermana Dalila, a la joven Zeinab de quien está enamorado". El viejo contestó: "¿Y desde cuándo se imponen condiciones al padre para pedirle en matrimonio su hija?
i Devuélvanseme antes el niño y la bolsa, y después ya hablaremos del asunto!" Entonces Hassán hizo una seña a Alí, quien al punto entregó a Zoraik el niño y la bolsa, y le dijo: "¿Cuándo
va a ser el casamiento?"
Y Zoraik sonrió, y contestó: "¡Despacio! ¡Despacio! ¿Acaso crees, ¡ya Alí! que puedo disponer de Zeinab como de un carnero o de un pescado frito? ¡No puedo concedértela mientras no le aportes la dote que reclama!"
Azogue contestó: "¡Dispuesto estoy a aportarle la dote que reclama. “¿Qué es?"
Zoraik dijo: "¡Has de saber que hizo juramente no dejarse cabalgar de frente por ninguno sin que la hubiese llevado antes como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven Kamaria, hija del judío Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 461ª NOCHE
Ella dijo:
i. ..Has de saber que hizo juramento de no dejarse cabalgar de frente por ninguno sin que la hubiese llevado antes, como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven Kamaria, hija del judío Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro!" Entonces exclamó Azogue: "¡Si no es más que eso, deseo perder todo derecho a casarme con Zeinab como no la lleve esta misma noche los presentes reclamados!"
Al oír estas palabras, le dijo Hassán-la-Peste: "¡Desgraciado de ti, ¡ya Alí! lo que acabas de jurar! ¡Eres hombre muerto! ¿Acaso no sabes que el judío Azaria es un mago pérfido, taimado y lleno de malicia? ¡A sus órdenes tiene a todos los genn y los efrits! ¡Vive fuera de la ciudad en un palacio construido con ladrillos de oro y plata alternados! Pero ese palacio, visible sólo cuando le habita el mago, desaparece a diario cuando su propietario viene a la ciudad para ventilar sus asuntos de usurero. Todas las noches, una vez que ha regresado a él, el judío se asoma a su ventana y enseña en una bandeja de oro el traje de su hija, gritando: "¡Oh vosotros todos, maestros en el arte de robar y bergantes del Irak, de Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a apoderaros del traje de mi hija Kamaria! ¡Y daré a Kamaria en matrimonio al que logre llevarse su traje!" Pero, ¡ya Alí! ni los ladrones más listos ni los bergantes más astutos de entre nosotros pudieron hasta ahora intentar la aventura sin sufrir sus consecuencias; porque el insigne mago ha convertido, a los que pretendieron emprender la hazaña, en mulas, en osos, en burros o en monos. ¡Te aconsejo, pues, que renuncies a la cosa y te quedes con nosotros!"
Pero Alí exclamó: "¡Qué vergüenza para mí si por esa dificultad renunciara yo al amor de la sensible Zeinab! ¡Por Alah, que me traeré el traje de oro y vestiré a Zeinab con él la noche de la boda, y pondré en su cabeza la corona de oro, y el cinturón de oro en torno de su talle exquisito, y la babucha de oro en su pie!" Y salió inmediatamente en busca de la tienda del judío mago y usurero Azaria.
Llegado que fué al zoco de los cambistas, Alí preguntó por la tienda, y le enseñaron al judío, que precisamente estaba ocupado en pesar oro en sus balanzas para meterlo luego en sacos y cargar los sacos a lomos de una mula atada a la puerta. ¡Era muy feo y de aspecto avinagrado! Y a Alí le impresionó un poco su fisonomía. Sin embargo, esperó a que el judío acabase de alinear los sacos, de cerrar su tienda y de cinchar su mula, siguiéndole sin ser notado. Y de tal suerte llegó tras él fuera de las murallas de la ciudad.
Comenzaba a preguntarse Alí hasta dónde iba a seguir andando aún, cuando de pronto vio al judío extraer del bolsillo de su manto un saco, meter en él la mano, sacarla llena de arena y arrojar la arena al aire soplando por encima de ella. Y al punto vio elevarse ante él un magnífico palacio de ladrillos de oro y plata alternados, con un inmenso pórtico de alabastro y escalones de mármol, por los que subió el judío con su mula para desaparecer en el interior. Pero algunos instantes más tarde, apareció en la ventana con una bandeja de oro en la que había un traje espléndido recamado de oro, una corona, un cinturón y la babucha de oro, y exclamó: "¡Oh vosotros todos, maestros en el arte de robar y bergantes del Irak, de Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a apoderaros de todo esto, y os pertenecerá mi hija Kamaria!"
Al ver y oír aquellas cosas, Azogue, que era muy juicioso, se dijo: "¡Por lo pronto, lo más prudente es ir a buscar a ese maldito judío y pedirle el traje con buenas palabras, explicándole lo que me ocurre con Zoraik!" Y levantó un dedo en el aire, gritando al mago: "¡Yo, Alí Azogue, el primero de los subalternos de Ahmad el mokaddem del califa, deseo hablarte!"
Y le dijo el judío: "¡Puedes subir!" Y cuando estuvo Alí en su presencia, le preguntó: "¿Qué quieres?" Y Alí le contó su historia, y le dijo: "¡Ahora, por último, necesito ese traje de oro y los demás objetos para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila!"
Al oír estas palabras, el judío se echó a reír, enseñando unos dientes espantosos, cogió una mesa con arena adivinatoria, y después de haber sacado el horóscopo de Alí, le dijo: "¡Escucha! ¡si aprecias tu vida y no quieres perderte sin remedio, sigue mi consejo! ¡Renuncia a tu proyecto! ¡Porque los que te impulsaron a emprender esa aventura no lo hicieron más que para perderte, como se han perdido todos los que intentaron ya la cosa! ¡Y cuenta que si no acabase yo de sacar tu horóscopo y saber por la arena que tu fortuna sobrepujará a mi fortuna, no hubiera vacilado, ciertamente, en cortarte el cuello!" Pero Alí, a quien inflamaron y estimularon estas últimas palabras, sacó de repente su alfanje, y amenazando con él al pecho del mago judío, exclamó: "¡Si no consientes en darme esos efectos ya, y en abjurar, además, de tus herejías y hacerte musulmán pronunciando el acto de fe, tu alma va a salir de tu cuerpo!" Entonces el judío extendió la mano como para pronunciar el acto de fe, y dijo: "¡Que se te seque la mano derecha!" E inmediatamente la mano derecha de Alí, con la cual sostenía el alfanje, se secó en la posición en que estaba, y el alfanje cayó al suelo. Pero lo recogió Alí con la mano izquierda y amenazó de nuevo el pecho del judío; mas éste pronunció: "¡Oh mano izquierda, sécate!" Y se secó la amenazadora mano izquierda de Alí, y el alfanje cayó al suelo. Entonces Alí, en el límite del furor, levantó la pierna derecha y quiso dar una patada en el vientre al judío; pero extendiendo éste su mano, pronunció: "¡Oh pierna derecha, sécate!" Y la pierna derecha de Alí se secó en el aire en la misma posición en que estaba, y Alí se encontró sostenido sólo con el pie izquierdo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 462ª NOCHE
Ella dijo:
...Y Alí se encontró sostenido sólo con el pie izquierdo. Y por más que quiso servirse de sus miembros inútiles, no consiguió más que perder el equilibrio, tan pronto cayéndose como levantándose, hasta que se quedó rendido, y le dijo el mago: "¿Has renunciado a tu proyecto?" Pero Alí replicó: "¡Necesito absolutamente los efectos de tu hija!" Entonces le dijo el judío: "¡Ah! ¿quieres los efectos? ¡Pues bien; voy a hacer que te los traigan!"
Y cogió una taza llena de agua, con la que le roció, y gritó: "¡Conviértete en burro!" Y al instante Alí Azogue se transformó en burro, con figura de burro, cascos herrados y orejas monumentales. Y se puso desde luego a rebuznar como un burro, levantando el hocico y la cola y sorbiendo el aire. Y el judío pronunció las palabras dominadoras para adueñarse de él completamente, y le obligó a bajar la escalera sobre sus patas traseras; y una vez que estuvieron en el patio del palacio, trazó un círculo mágico en la arena alrededor del burro; y al punto alzóse en torno a él una muralla que le encerraba en un recinto muy estrecho, del que no podía escaparse.
Por la mañana fué allá el judío, lo ensilló, lo embridó, lo montó, y le dijo al oído: "¡Vas a reemplazar a la mula!" Y le hizo salir del palacio encantado, el cual desapareció en seguida, y le guió por el camino de la tienda, adonde no tardó en llegar. Abrió su tienda, ató al borrico Alí en el sitio en que estaba atada la mula el día anterior y se puso a maniobrar con sus balanzas, sus pesos, su oro y su plata. Y el borrico Alí, que dentro de su piel conservaba todas sus facultades, excepto la de la palabra, se vio obligado, para no morirse de hambre, a morder con sus dientes su ración de habas secas; pero para consolarse desahogaba su mal humor soltando varias series de cuescos sonoros en la cara de los clientes.
Entretanto, llegó en busca del judío usurero Azaria un joven mercader arruinado por
reveses de fortuna, y le dijo: "Estoy arruinado, y sin embargo, necesito ganarme la vida y mantener a mi esposa. ¡He aquí que te traigo sus brazaletes de oro, única y última propiedad que nos resta, para que me des a cambio su valor en dinero y pueda yo comprarme una mula o un asno y ejercer el oficio de vendedor de agua de riego". El judío contestó: "¿Piensas maltratar al asno que vas a comprar y darle mala vida si se niega a andar o a llevar cargas pesadas de agua?" El futuro arriero contestó: "¡Por Alah! ¡si se niega a trabajar, le obligaré a cumplir su tarea!" ¡Eso fué todo! Y el borrico Alí oyó semejantes palabras, y a manera de protesta, lanzó un cuesco espantoso.
En cuanto al judío Azaria, contestó a su cliente: "En ese caso, te cederé a cambio de esos brazaletes mi propio burro, que está ahí atado a la puerta. No tengas con él contemplaciones para que no se acostumbre a holgazanear; y cárgale bien el lomo, porque es robusto y joven".
Luego, terminada la compra, el vendedor de agua se llevó al borrico Alí, en tanto que pensaba éste para su ánima: "¡Ya Alí! ¡tu amo está dispuesto a cargarte al lomo unas aguaderas de madera dura y pesados odres grandes, y te obligará a hacer cada día diez carreras largas o más! ¡Indudablemente, estás perdido sin remedio!"
Cuando el vendedor de agua condujo el asno a su casa, dijo a su esposa que bajara a la cuadra a dar el pienso al animal. Y la esposa, que era joven y muy agradable a la vista, cogió la ración de habas y bajó en busca del borrico Alí para colgarle del pescuezo el saco de pienso. Pero el borrico Alí, que desde hacía un momento la miraba de reojo, se puso de pronto a resollar con fuerza y le dio un cabezazo que la tiró con las ropas desordenadas encima de la pila de beber las caballerías, la cubrió, acariciándole la cara con sus gruesos labios temblorosos, y puso de manifiesto su mercancía de burro, considerable herencia de burros antepasados.
Al ver aquello, la esposa del vendedor de agua empezó a lanzar gritos tan agudos que al punto acudieron a la cuadra todas las vecinas, y al ver el espectáculo, se apresuraron a hacer bajar el asno de la mujer derribada. Y he aquí que también llegó el marido que hubo de preguntarle: "¿Qué te pasa?" Ella le escupió en la cara y le dijo: "¡Ah hijo de adulterinos! ¿no supiste comprar en todo Bagdad más que este asno acosador de mujeres? ¡Por Alah! ¡escoge entre el divorcio o la devolución de este borrico!". El marido preguntó: "¿Pero qué ha hecho este borrico?" Ella dijo: "¡Me ha derribado y me ha cubierto! ¡Y si no es por las vecinas, me habría penetrado espantosamente!" Entonces el vendedor de agua la emprendió a estacazos con el asno, y acabó por llevársele de nuevo al judío, a quien dio cuenta de sus atentados inconvenientes y le obligó a quedarse con él otra vez y a restituirle los brazaletes.
Cuando se hubo marchado el vendedor de agua, el mago Azaria se encaró con el borrico Alí y le dijo: "¿Conque te dedicas a hacer bribonadas con las mujeres, !oh malvado!? ¡Espera! ¡ya que estás contento con tu condición de asno y no refrenas tus caprichos desvergonzados, te voy a convertir en algo que sea la irrisión de pequeños y grandes!" Y cerró su tienda, cinchó al burro y salió de la ciudad.
Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 463* NOCHE
Ella dijo:
...Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado, y penetró con el burro en el recinto protector alzado en un extremo del patio. Comenzó por murmurar ante el borrico Alí palabras cabalísticas, y le roció con algunas gotas de agua, que le tornaron a su primera forma humana; luego, manteniéndose a cierta distancia de él, le dijo: "¿Quieres ¡ya Alí! seguir ahora mis consejos, y antes de que te metamorfosee bajo cualquier otra forma peor que la primera, renunciar a tu proyecto temerario y marcharte por tu camino?" El joven contestó: "¡No, ¡por Alah! ya que está escrito que mi fortuna sobrepujará a tu fortuna, necesito matarte o apoderarme del traje de Kamaria y convertirte a la fe del Islam!"
Y quiso precipitarse sobre el mago Azaria, que, al ver aquello, extendió la mano y le arrojó al
rostro algunas gotas del agua que contenía la taza grabada con palabras talismánicas, gritándole: "¡Conviértete en oso!" Y al punto Alí Azogue quedó transformado en oso, con una gruesa cadena unida a una anilla de hierro que le atravesaba el hocico, y con bozal, como los osos amaestrados para que bailen. Luego se inclinó el judío al oído del joven, y le dijo: "¡Ah malvado, eres semejante a la nuez, de la que no puede uno servirse mientras no le rompe la cáscara!" Y le ató a una estaca hincada en el recinto fortificado, y no fue a buscarle hasta el día siguiente. Montó entonces en su mula de los días anteriores y arrastró detrás de él al oso Alí a la tienda después de haber hecho desaparecer el castillo encantado, y le ató junto a la mula, para ocuparse luego de su oro y de sus clientes. ¡Y el oso Alí oía y comprendía, pero no podía hablar!
Entretanto, acertó a pasar por delante de la tienda un hombre que vio al oso encadenado, y entró al instante para preguntar al judío: "¡0h maese Azaria! ¿quieres venderme ese oso? A mi esposa, que está enferma, la han recetado carne de oso y grasa de oso para ungüentos: pero no encuentro nada de eso por ninguna parte". El mago le dijo: "¿Vas a inmolarle en seguida o le cebarás primero para que te dé más ungüento?" El otro contestó: "Está bastante gordo así para lo que necesita mi esposa. ¡Y hoy mismo voy a hacer que le degüellen!" El mago repuso en el límite de la alegría: "¡Puesto que es para bien de tu esposa, te lo cedo de balde!" Entonces el hombre se llevó al oso a su casa y llamó a un carnicero que llegó con dos hachas grandes, poniéndose a afilarlas una contra otra después de remangarse. Al ver aquello, el aprecio en que tenía su alma duplicó las fuerzas del oso Alí, que, en el momento en que le derribaban para degollarle, saltó súbito de entre las manos de sus verdugos, y voló más que corrió hasta el palacio del mago.
Cuando Azaria vió volver al oso Alí, se dijo: "¡Voy a hacer aún con él la última tentativa!" Le roció, como de costumbre, y le devolvió su forma humana después de haber llamado aquella vez a su hija Kamaria para que presenciase la metamorfosis. Y la joven vio a Alí en su forma humana y le encontró tan hermoso, que concibió en su corazón un amor violento hacia él. Así es que encarándosele, le preguntó: "¿Es verdad, ¡oh hermoso joven! que no es a mí a quien deseas, sino sólo mi traje y mis efectos?" El contestó: "¡Es verdad! ¡Porque se los destino a Zeinab, la sensible hija de Dalila, la lista!" Estas palabras sumieron a la joven en un dolor y una consternación grandes,'haciendo exclamar a su padre: "¡Tú misma oíste al malvado! ¡No se arrepiente!" Y roció al instante a Alí con el agua de la taza talismánica, gritándole: "¡Vuélvete perro!" Y Alí se encontró en seguida convertido en perro callejero; y el mago le escupió en la cara y le dió un puntapié, echándole del palacio.
El perro Alí empezó a vagabundear extramuros de la ciudad; pero como no encontraba nada que comer, se decidió a entrar en Bagdad. Y he aquí que inmediatamente le acogieron los ladridos de todos los perros de los diversos barrios por donde pasaba, que al ver a aquel extranjero a quien no conocían y que así violaba las fronteras de que eran ellos guardianes, hubieron de perseguirle a dentelladas hasta los límites respectivos. Y de tal suerte iba el intruso de sitio en sitio, acosado y mordido cruelmente por doquiera; pero por fin pudo refugiarse en una tienda abierta que por casualidad estaba enclavada en territorio neutral. Por cierto que el propietario, que era un prendero vendedor de objetos de segunda mano, al ver a aquel desgraciado perro con la cola entre piernas, perseguido furiosamente por el ejército de los demás perros, cogió su bastón y le defendió contra los agresores, que acabaron por dispersarse ladrando desde lejos. Entonces, para demostrar su agradecimiento al prendero, el perro Alí se echó a sus pies con lágrimas en los ojos y le acarició, lamiéndole y moviendo la cola con emoción. Y permaneció a su lado hasta la noche, diciéndose: "¡Más vale ser perro que mono, por ejemplo, o algo peor todavía!" Y por la noche, cuando el prendero cerró su tienda, se pegó a él y le siguió a su casa.
Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro, y exclamó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 464* NOCHE
Ella dijo:
...Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro y exclamó: "¡Oh padre mío! ¿cómo te atreves a hacer entrar en el aposento de tu hija a un extraño?" El prendero dijo: "¿Quién es ese extraño? ¡No hay aquí nadie más que un perro!" Ella contestó: "¡Ese perro no es otro que Alí Azogue, de El Cairo, que fué hechizado por el judío Azaria el mago a causa del traje de su hija Kamaria!" Al oír estas palabras, el prendero se encaró con el perro, y le preguntó: "¿Es verdad eso?" Y el perro hizo con la cabeza una seña que significaba: "¡Sí!" Y continuó la joven: "¡Dispuesta estoy, si quiere casarse conmigo, a devolverle su primitiva forma humana!" Y exclamó el prendero: "¡Por Alah! ¡oh hija mía! ¡devuélvele su forma, y sin duda se casará contigo!'' Luego se volvió hacia el perro, y le preguntó:
"¡Ya lo has oído! ¿Consientes en ello?" El perro meneó la cola e hizo con la cabeza una seña que significaba: "¡Sí!" Entonces la joven cogió una taza talismánica llena de agua, y comenzaba a pronunciar sobre ella las palabras conjuratorias, cuando de improviso se dejó oír un grito estridente y la esclava de la joven entró entonces en el aposento diciendo a su ama: "¿Qué fué ¡oh mi señora! de la promesa y del pacto que entre las dos hicimos? ¡Cuando te enseñé la hechicería, me juraste no verificar nunca una operación mágica sin consultarme! precisamente también yo quiero casarme con el joven Alí Azogue, que ahora está convertido en perro: y no consentiré que se le transforne en hombre más que con la condición de que nos pertenezca a ambas en común y pase una noche conmigo y una noche contigo!" Y en cuanto la joven accedió a este arreglo, su padre le preguntó, muy asombrado de todo aquello: "¿Y desde cuándo estás iniciada en la hechicería?" Ella contestó: "¡Desde que llegó esta esclava nueva, que la había aprendido estando al servicio del judío Azaria, pues a hurtadillas hojeaba los libros mágicos y los volúmenes antiguos de ese insigne mago!"
Tras de lo cual cada una de las dos jóvenes cogió una taza talismánica, y después de haber murmurado en lengua hebrea algunas paiabras, rociaron con el agua al perro Alí, diciéndole: "¡Por las virtudes, y los méritos de Soleimán, torna a convertirte en un ser humano vivo ! Y al instante saltó sobre sus dos pies Alí Azogue, más joven y más hermoso que nunca. Pero en aquel mismo momento se dejó oír un grito estridente, abrióse de par en par la puerta, y una maravillosa joven hizo su entrada en la estancia, llevando en sus brazos dos bandejas de oro superpuestas; en la bandeja áurea de abajo estaban el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro, y en la bandeja de arriba, que era más pequeña, estaba la cabeza cortada del judío Azaria, sanguinolenta y con los ojos extraviados.
"Porque aquella tercera joven tan bella no era otra que Kamaria, la hija del mago, que poniendo las dos bandejas a los pies de Alí Azogue le dijo: "¡Aquí te traigo, ¡oh Alí! los efectos que codiciabas y la cabeza de mi padre el judío, porque te amo! ¡Sabrás también que me he vuelto musulmana ahora!" Y pronunció: “! No hay más dios que Alah! !Y Mohammed es el enviado de Alah'.
Al oír estas palabras, contestó Alí Azogue: "¡Consiento en casarme contigo a la vez que con estas dos jóvenes que están aquí, ya que siendo mujer y contra los usos corrientes, me traes un presente nupcial tan hermoso! ¡Pero es con la condición de regalar estos objetos a Zeinab, hija de Dalila, a quien deseo tener como cuarta esposa, pues que la ley permite cuatro esposas legítimas!'" Kamaria accedió a ello, y también las otras dos jóvenes. Y preguntó, el prendero: "¿Nos prometerás, por lo menos, no tomar concubinas además de tus cuatro esposas legítimas?" Alí contestó: "¡Lo prometo!" Y cogió la bandeja de oro que contenía los efectos de Kamaria, y salió para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila.
Mientras se dirigía a casa de Dalila, vió a un vendedor ambulante que llevaba a la cabeza una bandeja grande con confituras secas, halawa y almendras agarrapiñadas, y se dijo: "¡Estará bien que lleve conmigo dulces de estos para dárselos a Zeinab!" Y he aquí que el vendedor, que parecía acecharle, le dijo: "¡Oh mi amo, no hay en Bagdad quien saque como yo la confitura de zanahorias con nueces! ¿Cuánto necesitas? ¡Pero antes de comprarme nada, prueba este pedacito y dime cómo lo encuentras!" Y Azogue cogió el pedazo y se lo tragó. Pero en el mismo momento cayó al suelo como inanimado. El pedazo de confitura estaba mezclado con bang; y el vendedor no era otro que Mahmud el Aborto, que ejercía el oficio lucrativo de despojar a sus clientes. Había visto todas las cosas hermosas que llevaba Azogue, y le había narcotizado para robárselas. En efecto, no bien quedó Azogue tendido sin movimiento, el Aborto se apoderó del traje de oro y de las demás cosas y se dispuso a huir; pero de pronto apareció a caballo Hassán-la- Peste, acompañado por sus cuarenta guardias, y vio al ladrón y le detuvo. Y el Aborto no tuvo más remedio que declarar y enseñar a Hassán aquel cuerpo tendido en el suelo. Al punto Hassán, que desde la desaparición de Alí recorría en busca suya con sus guardias todos los barrios de Bagdad, hizo traer contrabang y se lo administró. Y cuando hubo despertado el joven, sus primeras palabras fueron para pedir noticias de los efectos que llevaba a Zeinab. Y Hassán se los enseñó, y después de las efusiones propias del encuentro, le felicitó por su destreza, y le dijo: "¡Por Alah, nos superas a todos!" Luego le condujo a casa de Ahmad-la-Tiña, y tras nuevas zalemas por una y otra parte, se hizo contar toda la aventura, y le dijo: "¡Pues entonces el palacio encantado del mago te corresponde por derecho propio, ya que una de tus cuatro esposas va a ser Kamaria! ¡Allí celebraremos tus bodas cuádruples! Voy al instante a llevar a Zeinab de tu parte los presentes y a decidir a su tío Zoraik a que te la conceda en matrimonio. ¡Y te lo prometo que no rehusará esta vez el viejo bribón! ¡En cuanto a Mahmud el Aborto no podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al entrar tú en su familia...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 465* NOCHE
Ella dijo.
"¡ . . . En cuanto a Mahmud el Aborto, no podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al entrar tú en la familia!"
Cuando hubo dicho estas palabras, Hassán-la-Peste cogió el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro y fue al khan de las palomas, donde encontró a Dalila y a Zeinab dedicadas precisamente a repartir la comida a las palomas. Después de las zalemas, les dijo que hicieran ir a Zoraik, les hizo ver los presentes nupciales que habían reclamado para dote de Zeinab, y les dijo: "¡Ahora es imposible cualquier repulsa! ¡Si no, sería la ofensa para mí, para Hassán!" Y Dalila y Zoraik aceptaron los presentes, y dieron su consentimiento para el casamiento de Zeinab con Alí Azogue.
Al día siguiente Alí Azogue fue a tomar posesión del palacio del judío Azaria; y aquella noche, ante el kadí y los testigos por una parte, y ante Ahmad-la-Tiña con sus cuarenta y Hassán-la-Peste con su cuarenta por otra parte, se extendió el contrato de matrimonio de Alí Azogue con Zeinab, hija de Dalila; con Kamaria, hija de Azaria; con la hija del prendero y con la joven esclava del prendero. Y se celebraron suntuosamente las ceremonias de los cuatro casamientos. Y sin duda era Zeinab, según todas las mujeres del cortejo, la más atrayente y la más bella bajo sus velos de desposada. Y por cierto que iba vestida con el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro; y las otras tres jóvenes se mostraban a su alrededor como las estrellas alrededor de la luna.
Así es que aquella misma noche Alí Azogue comenzó a hacer sus visitas nupciales, penetrando primero en su esposa Zeinab. Y se encontró con que era una verdadera perla imperforada y una cabalgadura sin montar aún. Y se deleitó con ella hasta el límite del deleite, y luego penetró por turno en cada una de sus otras tres esposas. Y como las halló absolutamente perfectas de belleza y de virginidad, se deleitó también con ellas y les tomó lo que tenía que tomarles y les dio lo que tenía que darles, y se hizo por una y otra parte con toda generosidad y a completa satisfacción.
Respecto de los festines dados con ocasión de las bodas, duraron treinta días y treinta noches; y no se perdonó nada para que fuesen dignos de su dispensador. Y hubo regocijo, y se rio, y se cantó, y se divirtieron extremadamente los invitados.
Cuando se terminaron los festejos, Hassán-la-Peste fue en busca de Azogue, y después de reiterarle sus felicitaciones, le dijo: "¡Ya Alí! ¡he aquí que te llegó la hora de ser presentado a nuestro amo el califa para que te otorgue sus favores!" Y le llevó al diwán, donde no tardó en hacer su entrada el califa.
Al ver a Alí Azogue, el califa quedó muy encantado; porque en verdad que la buena cara del joven predisponía en favor suyo, y la belleza podía dar fe de que le reconocía como su elegido. Y empujado por Hassán-la-Peste, Alí Azogue avanzó ante el califa y besó la tierra entre sus manos. Luego se levantó, y cogiendo una bandeja que tenía cubierta Lomo-de-Camello con un paño de seda, la descubrió ante el califa. Y se vió la cabeza cortada del judío Azaria, el mago.
Asombró aquello al califa, que hubo de preguntar: "¿De quién es esta cabeza?" Y contestó Azogue: "¡Del mayor de tus enemigos, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Su propietario era un insigne mago capaz de destruir Bagdad con todos sus palacios!" Y contó a Harún Al-Raschid toda la historia desde el principio hasta el fin sin omitir un detalle.
Aquella historia maravilló al califa de tal modo, que al instante nombró a Azogue intendente general de policía, con la misma categoría, las mismas prerrogativas y los mismos emolumentos que Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste; luego le dijo: "¡Vivan los bravos como tú, ¡ya Alí! ¡Quiero que me pidas alguna cosa mas!" Azogue contestó: "¡La eterna duración de la vida del califa, y permiso para hacer venir de El Cairo, mi patria, a mis cuarenta compañeros antiguos para tenerles aquí como guardias, al igual de los de mis dos colegas!" Y contestó el califa: "¡Ya puedes hacerlo!" Luego ordenó a los más hábiles escribas del palacio que escribieran cuidadosamente aquella historia y la encarpetaran en los archivos del reino para qué a la vez sirviese de lección y de diversión a los pueblos musulmanes y a todos los futuros creyentes en Alah y en su profeta Mahomed, el mejor de los hombres (¡con El la plegaria y la paz!).
¡Y vivieron todos la vida más deliciosa y más alegre, hasta que fué a visitarles la Destructora de Alegrías y la Separadora de los Amigos!
¡Y tal es como ha llegado a mí, con todos sus detalles exactos, oh rey afortunado! la historia verídica de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera con Ahmad-la-Tiña, Hassán-la-Peste, Alí Azogue y Zoraik, el vendedor de pescado frito! ¡Pero Alah (¡glorificado y exaltado sea!) es más sabio y más penetrante!
Luego añadió Schehrazada: "No creas, sin embargo, ¡oh rey afortunado! que esta historia es más verídica que la de JUDER EL PESCADOR y sus hermanos". Y en seguida contó:
HISTORIA DE JUDER EL PESCADOR O EL SACO ENCANTADO
Mientras se paseaban y el califa seguía con la mirada torva y los labios apretados, pasó por el camino un jeique montado en un burro. Entonces el califa se encaró con su visir Giafar, y le dijo: "¡Interroga a ese jeique por el lugar adonde se dirige!" Y Giafar, que desde hacía un momento no sabía qué inventar para distraer al califa, resolvió al punto divertirle a costa del jeique, que iba tranquilamente por su camino, dejando el ronzal suelto sobre el cuello del asno qqe le conducía. Se acercó, pues, al jeique, y le preguntó: "¿Adónde se va, ¡oh venerable!?"
El jeique contestó: "¡A Bagdad, de vuelta de Bassra, que es mi país!" Giafar preguntó: "¿Y a qué obedece un viaje tan largo?" El otro contestó: "¡Por Alah! ; voy en busca de un médico bueno que me recete un colirio para mi ojo!" Giafar dijo: "¡La suerte y la curación están entre las manos de Alah, ¡oh jeique! Pero ¿qué me darás si para evitarte pesquisas y gastos te receto yo mismo aquí un colirio que te cure el ojo en una noche?''
El otro contestó: "¡Sólo Alah podría remunerarte con arreglo a tus méritos!" Entonces Giafar se volvió hacia el califa y hacia Abu-Novas, y les guiñó el ojo; luego dijo al jeique: "Así es, mi buen tío, y no olvides la receta que voy a darte, porque es sencillísima.
Hela aquí: toma tres onzas de soplo de viento, tres onzas de rayos de sol y tres onzas de luz de linterna; lo mezclas todo cuidadosamente en un mortero sin fondo, y durante tres meses lo dejas expuesto al aire libre. Entonces tendrás que machacarlo durante dos o tres meses y verterlo en una escudilla agujereada, que expondrás al viento y al sol durante otros tres meses todavía. Después de hacer esto estará a punto el colirio, no tendrás más que espolvorearte con él el ojo trescientas veces la primera noche, cogiendo para ello tres dedadas grandes cada vez, y te dormirás. ¡Al día siguiente te despertarás curado, si Alah quiere!"
Al oír estas palabras, en prueba de gratitud y de respeto el jeique se puso de bruces encima de su burro delante de Giafar y de repente soltó un detestable cuesco seguido de dos largos follones, y dijo a Giafar:
"Corre ¡oh médico! para recogerlos antes de que se desparramen. Por el momento es la única respuesta que da mi gratitud a tu remedio ventoso; pero ten la seguridad de que apenas me halle de regreso en mi tierra, si Alah quiere, te enviaré como regalo una esclava de trasero tan arrugado como un higo seco, la cual ha de proporcionarte tanto placer que expirará tu alma; y entonces sentirá tu esclava tanto dolor y tanta emoción al llorar sobre tu cadáver ¡que no podrá menos de mearse en tu rostro frío y regar tu barba seca!"
Y el jeique acarició tranquilamente a su asno y siguió su camino, en tanto que el califa se dejaba caer de trasero en el límite de la convulsión y reventaba de risa al ver la cara de su visir, inmóvil y mudo de sorpresa, y Abu-Nowas, que con un gesto paternal fingía felicitarle.
Al oír esta anécdota, se serenó de pronto el rey Schahriar y dijo a Schehrazada: "¡Date prisa, Schehrazada, a contarme aún esta noche una anécdota que sea tan divertida como la anterior, por lo menos!"
Y exclamó la pequeña Doniazada: "¡Oh Schehrazada; hermana mía, cuán dulces y sabrosas son tus palabras!" Entonces, tras una pausa corta, Schehrazada dijo:
EL JOVENZUELO Y SU MAESTRO
Cuentan que el visir Badreddin, gobernador del Yamán, tenía un hermano que era un joven dotado de una belleza tan incomparable, que a su paso volvían la cabeza hombres y mujeres para admirarle y hartarse los ojos de sus encantos. Así es que temeroso de que le sobreviniera alguna aventura considerable, el visir Badr le tenía cuidadosamente alejado de las miradas de los hombres y le impedía que se tratara con los jóvenes de su edad. Como no quería llevarle a la escuela por no poder vigilarle allí lo suficiente, hizo ir a la casa en calidad de maestro a un jeique venerable y piadoso, de costumbres notoriamente castas, y le puso entre sus manos. Y el jeique iba todos los días a ver a su discípulo, con el cual se encerraba algunas horas en una estancia que les había reservado el visir para dar las lecciones.
Al cabo de cierto tiempo, la belleza y los encantos del joven no dejaron de surtir su efecto habitual en el jeique, que acabó por quedar locamente prendado de su discípulo, y al verle sentía cantar a todos los pájaros de su alma que despertaban con sus cánticos cuanto estaba dormido en él.
Así es que sin saber qué hacer para calmar su emoción, decidióse un día a participar al joven la turbación de su alma y le declaró que no podía va pasarse sin su presencia. Entonces, muy conmovido por la emoción de su maestro, le dijo el joven: "¡Ay! bien sabes que tengo las manos atadas y que mi hermano vigila todos mis movimientos". El jeique suspiró, y dijo: "¡Quisiera pasar solo contigo una velada!" El joven contestó: "¡Quién piensa en eso!" Si durante el día me vigilan, ¡qué no será por las noches!" El jeique añadió: "Ya lo sé; pero la terraza de mi casa está contigua y al mismo nivel que la terraza de esta casa en que nos hallamos, y te será fácil, cuando tu hermano se durmiera esta noche, subir sigilosamente allá, donde yo te esperaré y te llevaré conmigo, sin más que saltar la tapia divisoria, a mi terraza, en la que no vendrá nadie a vigilarnos".
El joven aceptó la proposición, diciendo: "Escucho y obedezco!"...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente:
Y el rey Schahriar se dijo: "¡En verdad que no la mataré antes de saber lo que pasó entre ese jovenzuelo y su maestro!”
Y CUANDO LLEGO LA 375ª NOCHE
Dijo Schehrazada:
...El joven aceptó la proposición, y llegada la noche, fingió dormir, y cuando el visir se retiró
a su estancia, subió él a la terraza, donde ya le esperaba el jeique, que en seguida le cogió de la mano y se dio prisa a conducirle a su terraza, en la que ya estaban dispuestas las copas llenas y las frutas. Se sentaron, pues, a la luz de la luna en la esterilla blanca, y con la inspiración propicia en la serenidad de la hermosa noche, se pusieron a cantar y a beber, en tanto que los dulces rayos del astro les iluminaban hasta el éxtasis.
Mientras dejaban transcurrir así el tiempo ellos, el visir Badr pensó, antes de acostarse, ir a ver a su hermano pequeño, y se sorprendió mucho al no encontrarle. Dedicóse a buscarle por toda la casa, y acabó por subir a la terraza y acercarse a la tapia divisoria; vió entonces a su hermano y al jeique con la copa en la mano, cantando sentados uno junto a otro. Pero el jeique también había tenido tiempo de verle avanzar desde lejos, y con un aplomo admirable interrumpió la canción que estaba diciendo, para improvisar estos versos que cantó con el mismo motivo y sin cambiar de tono:
¡Me hace beber un vino mezclado con la saliva de su boca; y el rubí de la copa brilla en sus mejillas, que se coloran a la vez con la púrpura del pudor!
¿Qué nombre le daré? Su hermano se llama ya la Luna Llena de la Religión, y en verdad que nos alumbra como la luna en este momento. ¡Le llamaré, pues, la Luna Llena de la Belleza!
Cuando el visir Badreddin hubo oído estos versos, que contenían la alusión tan delicada con respecto a él, como era discreto y muy galante, y como tampoco veía que ocurriera nada inconveniente, se retiró, diciendo: "¡Por Alah! ¡No seré yo quien turbe su coloquio!" Y los otros dos llegaron a sentir una felicidad perfecta.
Y después de contar esta anécdota, Schehrazada se detuvo un instante, y dijo luego:
EL SACO PRODIGIOSO
Cuentan que el califa Harún Al-Raschid, atormentado una noche por uno de sus frecuentes insomnios, llamó a Giafar, su visir, y le dijo: "¡Oh Giafar! esta noche tengo extremadamente oprimido el pecho por el insomnio, y anhelo mucho ver cómo te arreglas para dilatármelo!"
Giafar contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! tengo un amigo llamado Alí el Persa, que posee en su alforja una porción de historias deliciosas a propósito para borrar las penas más tenaces y calmar los humores irritados!"
Al-Raschid contestó: "¡Venga, pues, a mi presencia al instante tu amigo!" Y Giafar le puso enseguida entre las manos del califa, que le hizo sentarse y le dijo: "¡Escucha, Alí! Me han dicho que sabes historias capaces de disipar la pena y el fastidio, y hasta de procuràr el sueño a quien sufre insomnio. ¡Deseo de ti una de esas historias!" Alí el Persa contestó: "¡Escucho y obedezco, oh Emir de los Creyentes! ¡Pero no sé si debo contarte algo que haya oído con mis oídos o algo que haya visto con mis ojos!" Al-Raschid dijo: "¡Prefiero una historia en que tú mismo intervengas!"
Entonces dijo Alí el Persa:
"Un día estaba yo sentado en mi tienda vendiendo y comprando, cuando llegó un kurdo para ajustar conmigo algunos objetos; pero de pronto se apoderó de un saquito que había delante de mí, y sin tomarse el trabajo de ocultarlo quiso llevárselo, como si le perteneciese absolutamente desde que nació. Entonces me planté en la calle de un salto, le agarré por el faldón de su traje y le insté a que me devolviera mi saco; pero se encogió de hombros, y me dijo: "¡Pero si este saco me pertenece con todo lo que tiene!"
Entonces grité en el límite de la sofocación: "¡Oh musulmanes, salvad de las manos de ese descreído lo que es mío!" Al oír mis gritos, todo el zoco se agrupó a nuestro alrededor, y los mercaderes me aconsejaron que fuese a quejarme al kadí en el instante. Acepté y me ayudaron a arrastrar a casa del kadí al kurdo que me robó mi saco.
Cuando estuvimos en presencia del kadí, nos mantuvimos de pie respetuosamente entre sus manos, y empezó por preguntarnos él: "¿Quién de vosotros es el querellante y de quién se querella?"
Entonces el kurdo, sin darme tiempo para abrir la boca, se adelantó algunos pasos y contestó: "¡Dé Alah su apoyo a nuestro amo el kadí! Este saco que tengo es mi saco, y me pertenece todo lo que contiene. ¡Lo había perdido y acabo de encontrarlo delante de este hombre!"
El kadí le preguntó: "¿Cuándo lo perdiste?" El otro contestó: "¡Durante el día de ayer, y su pérdida me impidió dormir toda la noche!" El kadí le dijo: "¡En ese caso, enumérame los objetos que contiene!"
Entonces, sin dudar un instante, contestó el kurdo: "En mi saco ¡oh nuestro amo el kadí! hay dos frascos de cristal llenos de kohl, dos varillas de plata para extender el kohl, un pañuelo, dos vasos de limonada con el borde dorado, dos antorchas, ojos cucharas, un almohadón, dos tapetes para mesa de juego, dos pucheros con agua, dos azafates, una bandeja, un a marmita, un depósito de agua de barro cocido; un cazo de cocina, una aguja de hacer calceta, dos sacos con provisiones, una gata preñada, dos perras, una escudilla con arroz, dos burros, dos literas para mujer, un traje de paño, dos pellizas, una vaca, dos becerros, una oveja con dos corderos, una camella y dos camellitos, dos dromedarios de carrera con sus hembras, un búfalo y dos bueyes, una leona y dos leones, una osa, dos zorros, un diván, dos camas, un palacio con dos salones de recepción, dos tiendas de campaña de tela verde, dos doseles, una cocina con dos puertas, y una asamblea de kurdos de mi especie dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco".
Entonces se encaró conmigo el kadí y me preguntó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 376ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Entonces se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Y qué tienes tú que contestar?"
Yo ¡oh Emir de los Creyentes! estaba estupefacto con todo aquello.
Sin embargo, avancé un poco y contesté: "¡Eleve y honre Alah a nuestro amo el kadí! ¡Yo bien sé que en mi saco solamente hay un pabellón en ruinas, una casa sin cocina, un albergue para perros, una escuela de adultos, unos jóvenes que juegan a los dados, una guarida de salteadores, un ejército con sus jefes, la ciudad de Bassra y la ciudad de Bagdad, el palacio antiguo del emir Scheddad ben-Aad, un horno de herrero, una caña de pescar, una cayada de pastor, cinco buenos mozos, doce jóvenes intactas, y mil conductores de caravanas dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!"
Cuando el kurdo hubo oído mi respuesta, rompió a llorar y a sollozar, y luego exclamó con la voz entrecortada por las lágrimas: "¡Oh nuestro amo el kadí! este saco que me pertenece es conocido y reconocido, y todo el inundo sabe que es de mi propiedad. ¡Encierra, además, dos ciudades fortificadas y diez torres, dos alambiques de alquimista, cuatro jugadores de ajedrez, una yegua y dos potros, un semental y dos jacas, dos lanzas largas, dos liebres, un mozo experto y dos mediadores, un ciego y dos clarividentes, un cojo y dos paralíticos, un capitán marino, un navío con sus marineros, un sacerdote cristiano y dos diáconos, un patriarca y dos frailes y por último, un kadí y dos testigos dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!"
Al oír estas palábras se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Qué tienes que contestar a todo eso?"
Yo ¡oh Emir de los Creyentes! me sentía cargado de rabia hasta las narices. Me adelanté, no obstante, algunos pasos y contesté con toda la calma de que era capaz: "¡Alah esclarezca y consolide el juicio de nuestro amo el kadí! ¡Debo añadir que en este saco hay, además, medicamentos contra el dolor de cabeza, filtros v hechizos, cotas de malla y armarios llenos de armas, mil carneros destinados a luchar a cornadas, un parque con ganados, hombres dados a las mujeres, aficionados a los muchachos, jardines llenos de árboles y de flores, viñas cargadas de uvas, manzanas e higos, sombras y fantasmas, frascos y copas, recién casados con todo el séquito de su boda, gritos y chistes, doce cuescos vergonzosos, y otros tantos follones sin olor, amigos sentados en una pradera, banderas y pendones, una casada saliendo del hammam, veinte cantarinas, cinco hermosas esclavas abisinias, tres indias, cuatro griegas, cincuenta turcas, setenta persas, cuarenta cachemirenses, ochenta kurdas, otras tantas chinas, noventa georginas, todo el país del Irak, el Paraíso terrenal, dos establos, una mezquita, varios hammams, cien mercaderes, una tabIa de madera, un clavo, un negro que toca el clarinete, mil dinares, veinte cajones llenos de tela, veinte danzarinas, cincuenta almacenes, la ciudad de Kufa, la ciudad de Gasa, Damieta, Assuán, el palacio de Khoshú -Anuschriván y el de Soleimán; todas las comarcas situadas entre Balkh e Ispahán, las Indias y el Sudán, Bagdad y el Khorassán; contiene, además -¡ Alah persevere los días de nuestro amo el kadí!- una mortaja, un ataúd y una navaja de afeitar para
La barba del kadí, si el kadí no quisiera reconocer mis derechos y sentencias que este saco es mi saco!"
Cuando el kadí hubo oído todo aquello, nos miró y me dijo: "¡Por Alah, o sois dos bribones que os burláis de la ley y de su representante, o este saco debe ser un abismo sin fondo o el propio Valle del Día del Juicio!"
Y para comprobar mis palabras hizo al punto el kadí que se abriera el saco ante testigos. ¡Contenía unas cáscaras de naranjas y unos huesos de aceitunas!
Entonces, pasmado hasta el límite del pasmo, declaré al kadí que aquel saco pertenecía al kurdo, pero que el mío había desaparecido, y me marché”.
Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo escuchado esta historia, le tiró de espalda la fuerza explosiva de su risa, e hizo un magnífico regalo a Alí el Persa. ¡Y aquella noche durmió con un profundo sueño hasta por la mañana!
Luego añadió Schehrazada: "Pero no creas ¡oh rey afortunado! que es menos deliciosa esta anécdota que aquella otra en que Al-Raschid se encuentra en un apurado caso de amor". Y preguntó el rey Schahriar: "¿Qué anécdota es esa que no conozco?"
Entonces Schehrazada dijo:
AL-RASCHID, JUSTICIERO DE AMOR
Cuentan que una noche en que Harún Al-Raschid estaba acostado entre dos hermosas jóvenes que le gustaban por igual, y de las cuales una era de Medina y otra de Kufa, no quería expresar con la terminación final su preferencia por una en detrimento de la otra. Debía, pues, alcanzar tal premio la que hiciera más méritos para ello. Así es que la esclava de Medina empezó por cogerle de las manos y se puso a acariciarle dulcemente, en tanto que la de Kufa, echada un poco más abajo, le frotaba los pies, aprovechándose de la ocasión para deslizar su mano hasta la mercancía de más arriba y sopesarla de cuando en cuando.
Bajo la influencia de este tanteo delicado, la mercancía empezó de pronto a aumentar de peso considerablemente. Entonces se apresuró a apoderarse de ella la esclava de Kufa, y trayéndola toda hacia sí, la ocultó entre sus manos; pero la esclava de Medina, le dijo: "¡Ya veo que guardas el capital para ti sola y no piensas dejarme siquiera los intereses!"
Y con un ademán rápido rechazó a su rival y se apoderó del capital a su vez, oprimiéndole
cuidadosamente con las manos.
Entonces la esclava defraudada, que estaba muy versada en el conocimiento de las tradiciones del Profeta, dijo a la esclava de Medina: "Yo soy quien debe tener derecho al capital, en virtud de estas palabras del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!): "¡Quien hace revivir una tierra muerta, se convierte en su único propietario!"
Pero la esclava de Medina, que no cedía la mercancía, no estaba menos versada en la Suma que su rival de Kufa, y le contestó al punto: "El capital me pertenece en virtud de estas palabras del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) que nos fueron conservadas y transmitidas por Sofián: "¡La casa pertenece, no a quien la levanta, sino a quien le da alcance!"
Cuando oyó estas citas el califa, le parecieron tan justas, que satisfizo por igual a ambas jóvenes aquella noche.
Luego añadió Schehrazada: "Pero ninguna de estas anécdotas ¡oh rey afortunado! vale tanto como aquella en que dos mujeres discuten para saber si en amor conviene dar la preferencia al joven o al hombre maduro.
¿PARA QUIEN LA PREFERENCIA?
¿PARA EL JOVEN O PARA EL HOMBRE MADURO?
La anécdota siguiente nos la relata Abul-Afina. Dice.
"Un día había yo subido a mi terraza para tomar el aire, cuando oí una conversación de mujeres en la terraza contigua. Las que así charlaban eran dos esposas de mi vecino, cada una de las cuales tenía un amante que la contentaba como no lo hacía el esposo viejo e impotente. Pero el amante de una era un hermoso joven de lo más tierno aún y con las mejillas sonrosadas e imberbes, y el amante de la otra era un hombre maduro y peludo; de barba compacta y espesa. Y he aquí que sin saber que las escuchaban, mis dos vecinas discutían precisamente acerca de los méritos respectivos de sus enamorados. Decía una...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 377ª NOCHE
Ella dijo:
... Decía una: "¡Oh hermana mía! ¿cómo puedes soportar la rudeza de la barba de tu amante cuando, al besarte, te frota con ella los senos y las espinas de su bigote rozan las mejillas y los labios? ¿Qué haces para que no te lastime y desgarre la piel cruelmente cada vez? Créeme, hermana mía; cambia de enamorado y haz lo que yo; búscate a un joven con un ligero vello en las mejillas deseables cual una fruta, con una carne delicada que se derrita en tu boca durante el beso. ¡Por Alah, que ya sabrá él compensar a tu lado su falta de barba con muchas otras cosas llenas de sabor!"
Al oír estas palabras, le contestó su compañera: "¡Qué tonta eres, hermana mía, y cómo careces de finura y buen sentido! ¿Acaso no sabes que el árbol sólo resulta hermoso cuando está lleno de hojas, y el cohombro sólo resulta sabroso con su pelusa y con todas sus asperezas? ;Hay en el mundo algo más feo que un hombre imberbe v calvo como una cotufa? Has de saber que la barba y el bigote son para el hombre lo que para las mujeres son las trenzas de pelo. ¡Y tan notorio es, que Alah el Altísimo (¡glorificado sea!) creó en el cielo especialmente a un ángel que no tiene otra ocupación que la de cantar alabanzas al Creador por haber dado barba a los hombres y dotado de cabellos largos a las mujeres! ¿A qué me hablas, pues, de elegir como enamorado a un joven imberbe? ¿Crees que consentiría yo en tenderme debajo de quien apenas se pone encima piensa en quitarse, apenas está en tensión piensa en aflojarse, apenas se une piensa en desatar el nudo, apenas se halla en su sitio piensa en abandonarlo, apenas adquiere consistencia piensa en derretirse, apenas erigido piensa en derruirse, apenas enlazado piensa en desligarse, apenas pegado piensa en despegarse, y apenas en funciones piensa en ceder? ¡Desengáñate, pobre hermana mía! ¡Nunca abandonaré al hombre que no se separa de la, que enlaza, que cuando entra permanece en su sitio, cuando se vacía se llena otra vez, cuando acaba recomienza, cuando se mueve es excelente, cuando funciona es superior, cuando da es generoso y cuando empuja perfora!"
Al oír tal explicación, exclamó la mujer que tenía el amante imberbe: "¡Por el Dueño de la Kaaba santa, ¡oh hermana mía! que me hiciste entrar en ganas de probar al hombre barbudo!
Luego, tras una corta pausa, dijo seguidamente Schehrazada:
EL PRECIO DE LOS COHOMBROS
Un día en que el emir Moinben-Zaida iba de caza, se encontró con un árabe que volvía del desierto montado en su borrico. Se puso delante de él, y después de las zalemas consiguientes, le preguntó: "¿Adónde vas, hermano árabe, y qué llevas envuelto tan cuidadosamente en ese saquito?" El árabe contestó: "Voy en busca del emir Moinben para llevarle estos cohombros tempranos que ha dado la primera recolección de mis tierras. Como se trata del hombre más generoso que se conoce, estoy seguro que me pagará mis cohombros a un precio digno de su esplendidez". El emir Moinben, a quien el árabe no había visto hasta entonces, le preguntó: "¿Y cuánto esperas que te dé por esos cohombros el emir Moinben?" El árabe contestó: "¡Mil dinares de oro, por lo menos!" El emir preguntó: "¿Y si te dice que eso es mucho?" El otro contestó: "¡No le pediré más que quinientos!" - "¿Y si te dice que es mucho?" - "¡Cincuenta!" - "Y si te dice que es mucho?" - "¡Treinta! - "Y si te dice todavía que es mucho?" - "¡Oh! ¡Entonces meteré mi borrico en su harem y me daré a la fuga con las manos vacías!"
Al oír estas palabras, Moinben se echó a reír y espoleó a su caballo para reunirse con su séquito y entrar enseguida en su palacio, donde dió orden a sus esclavos y a su chambelán para que dejaran entrar al árabe con sus cohombros.
Así es que cuando una hora más tarde llegó el árabe al palacio, el chambelán se apresuró a conducirle a la sala de recepción, donde le esperaba el emir Moinben sentado majestuosamente en medio de la pompa de la corte y rodeado por sus guardias, que ostentaban la espada desnuda en la mano. Y he aquí que el árabe estuvo muy lejos de reconocer en él al jinete que había encontrado en el camino y con el saco de cohombros en las manos esperó, después de las zalemas, a que el emir le interrogara.
El emir le preguntó: "¿Qué me traes en ese saco, hermano árabe?" El otro contestó: "¡Confiando en la esplendidez de nuestro dueño el emir, le traigo los primeros cohombros tempranos que nacieron en mi campo!" - "¡Qué inspiración tan buena! ¿Y en cuánto estimas mi esplendidez?" - "¡En mil dinares!" - "¡Es mucho!" - "¡En trescientos!" "¡Es mucho!" - "¡En ciento!" - "¡Es mucho!" - "¡En cincuenta!" - "¡Es mucho!" - "¡En treinta, entonces!" - ¡También es mucho!" Entonces exclamó el árabe: "¡Por Alah, que fué de real augurio el encuentro que tuve antes cuando vi en el desierto aquel rostro de brea! ¡No, por Alah, ¡oh emir! no puedo dar mis cohombros en menos de treinta dinares!'"
Al oír estas palabras, sonrió sin contestar el emir Moinben. Entonces le miró el árabe, y al darse cuenta de que el hombre con quien se encontró en el desierto, no era otro que el propio emir Moinben dijo:
"¡Por Alah, oh mi amo! haz que traigan los treinta dinares, porque tengo el borrico atado ahí a la puerta!" A estas palabras, el emir Moinben rompió a reír de tal manera, que se cayó de trasero; e hizo llamar a su intendente y le dijo: "¡Es preciso contar inmediatamente mil dinares primero, luego quinientos, luego trescientos, luego ciento, luego cincuenta, y por último, treinta, para dárselos a este hermano árabe con objeto de que se decida a dejar atado donde está a su borrico!" Y el árabe llegó al límite de la estupefacción al recibir mil novecientos ochenta dinares por un saco de cohombros. ¡Tanta era la esplendidez del emir Moinben! ¡Sea por siempre con todos ellos la misericordia de Alah!
Después dijo Schehrazada:
CABELLOS BLANCOS
Cuenta Aba-Suwaid:
"Un día entré en un huerto para comprar fruta, y he aquí que desde lejos vi sentada a la sombra de un albaricoquero a una mujer peinándose. Cuando me acerqué a ella, noté que era vieja y que estaban blancos sus cabellos; pero su rostro resultaba perfectamente gentil y su tez fresca y deliciosa. Al ver que me acercaba a ella no hizo ningún movimiento para taparse el rostro ni ningún ademán para cubrirse la cabeza, y continuó, sonriendo, en su tarea de alisarse los cabellos con su peine, que era de marfil. Me paré enfrente de ella, y después de las zalemas, le dije: "¡Oh vieja de edad, pero joven de rostro! ¿Por qué no te tiñes los cabellos y parecerías entonces una joven de verdad? ¿A qué obedece el que no lo hagas? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 378ª NOCHE
Ella dijo:
"¿ ... A qué obedece el que no lo hagas?"
Levantó entonces ella la cabeza, me miró con los ojos muy abiertos, y me contestó con los versos siguientes:
¡Teñidos estuvieron antaño, pero desapareció su color y les queda el tiempo!
;Para qué teñirlos ahora, si cuando quiero puedo balancear mi grupa fastuosamente, y hacérmelo meter a capricho por delante o por detrás?
Y dijo luego Schehrazada:
LA CUESTION ZANJADA
Cuentan que el visir Giafar recibió en su casa una noche al califa Harún Al-Raschid y no escatimó nada para divertirle agradablemente. De pronto dijo el califa: "Giafar, he sabido que compraste para ti una esclava muy bella, en la que había puesto los ojos yo y que quise comprar para mí mismo. ¡Deseo, pues, que me la cedas por el precio que te convenga!" Giafar contestó: "No tengo la menor intención de venderla, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Entonces, ofrécemela como regalo!" Giafar contestó: "Tampoco tengo esa intención, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Entonces frunció las cejas Al-Raschid y exclamó: "¡Juro por los tres juramentos' que al instante me divorciaré de mi esposa Sett Zobeida, si no quieres consentir en venderme la esclava o en cedérmela!" Giafar contestó: "¡Juro por los tres juramentos que al instante me divorciaré de mi esposa, madre de mis hijos, si consiento en venderte la esclava o en cedértela!" (Ver la historia del desligador en Grano de Belleza Tomo 2)
Cuando hubieron hecho tal juramento ambos, comprendieron de pronto que habían ido demasiado lejos, cegados por los vapores del vino, y de común acuerdo se preguntaron qué medio emplearían para salir del apuro. Después de algunos instantes de perplejidad y reflexión, dijo Al-Raschid: "¡Para salir de este trance tan apurado, no tenemos más remedio que recurrir a las luces del kadí Abi-Yussuf, que tan versado está en la jurisprudencia del divorcio!" Enviaron a buscarle en seguida, y Abi-Yussuf pensó: "Cuando el califa envía a buscarme a media noche, es porque en el Islam ocurre algún acontecimiento muy grave!" Luego salió de su casa a toda prisa, aparejó su mula, y dijo a su esclavo, que iba detrás de la mula: "¡Llévate el saco de forraje del animal, que no ha terminado su ración todavía, y no te olvides de colgárselo de la cabeza a nuestra llegada, para que siga comiendo!"
Cuando entró en la sala donde le esperaban el califa y Giafar, el califa se levantó en honor suyo y le hizo sentarse a su lado, privilegio que no concedía nunca más que a Abi-Yussuf. Luego le dijo: "¡Te he llamado para un asunto de la mayor gravedad!" Y le explicó cl caso. Entonces dijo Abi-Yussuf: "¡Pero si la solución es la cosa más sencilla del mundo!" Se encaró entonces con Giafar, y le dijo: "¡No tienes más que vender al califa media esclava y regalarle la otra media!"
Esta solución entusiasmó en extremo al califa, que admiró toda su sutileza, porque a ambos los desligaba de su juramento, haciéndole beneficiarse con la esclava que anhelaba. Llamaron, pues, a la esclava, y dijo el califa: "No puedo esperar a que pase el tiempo reglamentario para la liberación definitiva que me permite tomar la esclava a su primer amo. Es preciso, pues, ¡oh Abi-Yussuf ! que des también con el medio de lograr inmediatamente esa liberación". Abi-Yussuf contestó: "¡La cosa es todavía más fácil! ¡Que hagan venir a un mameluco joven!" Al punto hicieron ir al mameluco en cuestión, y dijo Abi-Yussuf: "Para que sea lícita esta liberación inmediata, es necesario que la esclava esté casada legítimamente. ¡Voy, pues a dársela en matrimonio a este mameluco, quien mediante una retribución se divorciará de ella antes de tocarla! Y solamente ¡oh Emir de los Creyentes! podrá pertenecerte como concubina la esclava". Y se encaró con el mameluco y le dijo: "¿Aceptas como esposa legítima esta esclava?" El otro contestó:, "¡La acepto!" Entonces le dijo el kadí: "¡Ya estás casado! ¡He aquí ahora mil dinares para ti! ¡Divórciate de ella!" El mameluco contestó: "Ya que me casé legítimamente, quiero permanecer casado, porque me gusta la esclava! "
Al oír esta respuesta del mameluco, el califa frunció las cejas con cólera, y dijo al kadí: "¡Por el honor de mis antepasados, que la solución que buscaste va a llevarte a la horca!" Pero Abi-Yussuf dijo sonriendo: "¡No se preocupe nuestro dueño el califa de la respuesta de este mameluco, y convénzase de que es más fácil que nunca la solución ahora!"
Luego añadió: "Solamente has de permitirme ¡oh Emir de los Creyentes! que me conduzca con este mameluco como si fuera un esclavo mío". El califa le dijo: "¡Te lo permito! ¡Es tu esclavo y tu propiedad!" Entonces Abi-Yussuf se encaró con la joven y le dijo: "¡Te regalo este mameluco y te lo doy como esclavo comprado! ¿Le aceptas así?" Ella contestó: "¡Le acepto!" Abi-Yussuf exclamó: "En ese caso, queda anulado el matrimonio que acaba de contraer contigo. ¡Y ya estás desligada de él! ¡Así lo ordena la ley del matrimonio! ¡He sentenciado!"
Al oír esta sentencia, Al-Raschid se irguió sobre ambos pies y exclamó en el límite de la admiración: "¡Oh Abi-Yussuf, no tienes par en el Islam!" E hizo que le entregaran una gran bandeja llena de oro y le rogó que la aceptase. El kadí dió las gracias al califa; pero no supo como llevar consigo todo aquel oro. De pronto se acordó del saco de la mula, en el que cabía un celemín, y tras de mandar por él vació todo el oro de la bandeja y se marchó.
Esta anécdota nos demuestra que el estudio de la jurisprudencia hace ricos a los hombres. ¡Sea, pues, con todos ellos la misericordia de Alah!"
Luego dijo Schehrazada:
ABÙ- NOWAS Y EL BAÑO DE SETT ZOBEIDA
Cuentan que el califa Harún Al-Kaschid, que amaba con un amor extremado a su esposa y prima Sett Zobeida, había hecho construir, en un jardín reservado para ella sola, un estanque de agua rodeado por un bosquecillo de árboles frondosos, donde podía bañarse sin exponerse nunca a las miradas de los hombres y a los rayos del sol, pues el folaje era impenetrable.
Y he aquí que un día en que hacía mucho calor, Sett Zobeida fue al bosquecillo completamente sola, se desnudó del todo al borde del cstanque y se metió en el agua. Pero no sumergió más que sus piernas hasta las rodillas, porque la daba miedo el escalofrío que produce el agua al sumergirse de una vez y, además, porque no sabía nadar. Pero con un jarro que había traído se vertía en los hombros agua poco a poco, estremeciéndose con la caricia húmeda de su frescura.
El califa, que la había visto encaminarse al estanque, la siguió sigilosamente, y amortiguando sus pisadas, llegó cuando ella estaba ya desnuda. A través de las hojas, se puso él a observar y admirar la desnudez de su esposa, blanca sobre el agua. Como tenía la mano apoyada en una rama, la rama rechinó de pronto, y Sett Zobeida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la
Y CUANDO LLEGO LA 379ª NOCHE
Ella dijo:
... la rama rechinó de pronto y Sett Zobeida se volvió asustada, llevándose las dos manos
a su historia, para sustraerla a las miradas, con un gesto instintivo. Por cierto, que la historia de Sett Zobeida era cosa tan considerable, que podían ocultarla más que a medias las dos manos;
y era aquélla historia tan gruesa y tan escurridiza, que Sett Zobeida no logró retenerla, y se le escapó por entre los dedos y apareció en toda su gloria a la vista del califa.
Al-Raschid, que hasta entonces nunca tuvo ocasión de observar al aire libre y al natural la historia de su prima, quedó maravillado y a la vez estupefacto de su enormidad y de su fastuosidad, y se apresuró a alejarse furtivamente como había venido. Pero aquel espectáculo despertó la inspiración en él, que se sintió dispuesto a improvisar. Siguiendo un ritmo ligero, empezó por componer el verso siguiente:
¡En el baño vi la plata cándida!...
Pero en vano siguió torturándose el espíritu para construir otros ritmos, porque no sólo no consiguió acabar el poema, sino que ni siquiera hizo otro verso que rimase; y se puso muy triste, y sudaba repitiendo ¡En el baño vi la plata cándida!... y no salía del apuro. Entonces se decidió a llamar al poeta Abu-Nowas, y le dijo: "Vamos a ver si compones un poema corto cuyo primer verso sea: ¡En el baño vi la plata cándida!..." Entonces Abu-Nowas, que también había merodeado por los alrededores del estanque y observado toda la escena consabida, contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y ante la estupefacción del califa, improvisó enseguida los siguientes versos:
¡En el baño vi la plata cándida, y mis ojos se embriagaron de leche!
¡Una gacela cautivó mi alma a la sombra de sus caderas mientras su historia se escurría entre sus dedos juntos!
¡Oh! ¿Por qué no pude convertirme en onda para acariciar aquella delicada historia escurridiza, o convertirme en pez durante una hora o dos?
El califa no intentó averiguar cómo se había arreglado Abu-Nowas para dar a sus versos una significación tan exacta, y le recompensó espléndidamente para demostrarle su satisfacción.
Luego añadió Schehrazada: "Pero no creas ¡oh rey afortunado! que esta sutileza de ingenio de Abu-Nowas era menos admirable que su encantadora improvisación en la anécdota que vas a oír:
ABU-NOWAS IMPROVISA
Presa de un insomnio tenaz, el califa Harún Al-Raschid se paseaba una noche por las galerías de su palacio, cuando se encontró con una de sus esclavas, a la cual amaba en extremo, que se dirigía al pabellón reservado para ella. La siguió y penetró en el pabellón detrás de la joven. La cogió entonces en brazos y se puso a acariciarla y a juguetear con ella de tal modo, que cayó el velo que la envolvía y la túnica también se escurrió de sus hombros.
Al ver aquello, se encendió el deseo en el alma del califa, que al instante quiso poseer a su bella esclava; pero se excusó ella diciendo: "Por favor, ¡oh Emir de los Creyentes! dejemos la cosa para mañana, porque no esperaba el honor de tu visita y no estoy preparada. ¡Pero mañana, si Alah quiere, me encontrarás toda perfumada, y embalsamarán la cama mis jazmines!" Entonces no insistió Al-Raschid y volvió a pasearse.
Al día siguiente, a la misma hora, envió a Massrur, jefe de sus eunucos, para que previniera a la joven de su visita proyectada. Pero precisamente la joven había tenido durante el día un principio de fatiga, y como se sentía floja y peor dispuesta que nunca, se limitó a citar por toda respuesta a Massrur, que la recordaba su promesa de la víspera, este proverbio: "¡El día borra las palabras de la noche!"
En el momento en que Massrur transmitía al califa las palabras de la joven, entraron los poetas Abu-Nowas, El-Rakaschi y Abu-Mossab. Y el califa se encaró con ellos y les dijo: "Improvisadme al instante cada uno de vosotros algunos ritmos donde se pongan en juego estas frases:
Entonces dijo primeramente El-Rakaschi:
¡Guárdate, corazón mío, de una hermosa niña inflexible que no gusta de hacer ni recibir visitas, que promete una cita sin acudir a ella, y se excusa diciendo: "¡El día borra las palabras de la noche!"
Luego se adelantó Abu-Mossab, y dijo:
¡A toda velocidad vuela mi corazón, y ella se burla de su ardor! ¡Mis ojos lloran, y se abrasan de deseo por ella mis entrañas; pero ella se limita a sonreír! Y si la recuerdo su promesa, me responde: "¡El día borra las palabras de la noche!"
Abu-Nowas se adelantó el último, y dijo
¡Oh, cuán linda estaba en su turbación aquella noche, y qué encanto tenía su resistencia!
¡El viento embriagado de la noche balanceaba lentamente la rama de su talle y su pesada grupa ondulante, y también plegábase su busto, en el que apuntaban las dos leves granadas de sus senos!
¡Con jugueteos amables, con caricias enardecidas, hice escurrirse el velo que ostentaba, y de sus hombros ¡oh redondez de perlas! se escurrió la túnica también!
¡Y apareció medio desnuda entonces, surgiendo de la ropa que la rodeaba cual surge de su cáliz una flor!
¡Como la noche corría ante nosotros su cortina de sombras, quise ser más audaz a la sazón; y le dije: ¡Coronemos el acto!"
Pero ella contestó: "¡Mañana seguiremos!"
Fuí a ella al día siguiente, y le dije: "¡Cumple tu promesa!" Se echó a reír y me contestó: "¡El día borra las palabras de la noche!"
Al oír tan diversas improvisaciones, Al-Raschid hizo que dieran una gruesa suma de plata a cada uno de los poetas, exceptuando a AbuNowas, a quien ordenó que condenaran a muerte al instante, exclamando: "¡Por Alah, tú estás de acuerdo con esa joven! De no ser así, ¿cómo pudiste hacer una descripción tan exacta de una escena que presencié yo solo?"
Abu-Nowas se echó a reír y contestó: "¡Nuestro dueño el califa olvida que el verdadero poeta sabe adivinar en lo que se le dice aquello que se le oculta! Y por cierto que nos pintó excelentemente el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) cuando dijo hablando de nosotros:
"Los poetas van como insensatos por todos los caminos. ¡Sólo les guían su inspiración y el demonio! ¡Cuentan y dicen cosas que no hacen!"
Ante tales palabras, no quiso Al-Raschid profundizar más en este misterio y después de perdonar a Abu-Nowas, le dió una suma doble de la recibida por los otros poetas.
Cuando el rey Schahriar hubo oído esta anécdota, exclamó: "¡No, por Alah! no sería yo quien perdonase a ese Abu-Nowas, y habría profundizado en aquel misterio y hubiera hecho que cortaran la cabeza a ese pillo! ¡No quiero, Schehrazada, que me hables más de ese canalla que no respetaba a califas ni a leyes! ¿Lo oyes bien?"
Y dijo Rchehrazada: "Entonces ¡oh rey afortunado! voy a contarle la anécdota del asno.
EL ASNO
Un día, un buen hombre entre esos hombres que parecen llamados a que se burlen de ellos los demás, iba por el zoco llevando detrás de él a su asno atado con una sencilla cuerda que servía de cabestro al animal. Le divisó un ladrón muy experimentado, y resolvió robarle el asno. Participó su proyecto a uno de sus compañeros, que hubo de preguntarle: "¿Pero cómo te vas a arreglar para no llamar la atención del hombre?" El otro contestó: "¡Sígueme y ya verás!..."
En ese momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 380ª NOCHE
Ella dijo:
". ..¡Sígueme y ya verás!" Se acercó entonces por detrás al hombre, y con mucho cuidado quitó el cabestro al asno, se lo puso él mismo, sin que el hombre notase el cambio, y echó a andar como una acémila, mientras su compañero se alejaba con el asno que habían libertado.
Cuando estuvo seguro el ladrón de que el burro iba ya lejos, detuvo su marcha bruscamente, y sin volverse, intentó el hombre obligarle a marchar, tirando de él. Pero al sentir aquella resistencia, se volvió para regañar al borrico, y vió sujeto con el cabestro al ladrón en lugar del animal y mirándole con aspecto humilde y ojos implorantes. Se quedó tan estupefacto, que permaneció inmóvil frente al ladrón; y al cabo de un momento, pudo por fin articular algunas sílabas y preguntar: "¿Quién eres?" El ladrón exclamó con voz lacrimosa: "¡Soy tu asno, oh amo mío! ¡Pero mi historia es asombrosa! Porque has de saber que en mi juventud era yo un bribón dado a toda clase de vicios vergonzosos. Un día entré completamente borracho y repugnante en casa de mi madre, la cual, al verme, sin poder dominar su ira, me colmó de reproches y quiso echarme de la casa. Pero yo la rechacé y hasta la pegué, influido por mi borrachera. Entonces, indignada ante mi conducta para con ella, mi madre me maldijo, y el efecto de su maldión fué variar repentinamente mi forma y convertirme en borrico. A la sazón ¡oh amo mío! me compraste por cinco dinares en el zoco de los burros, v me has tenido todo este tiempo, y te he servido como animal carga, y me pinchabas en la grupa cuando, rendido ya, me negaba a andar, y lanzabas contra mí mil juramentos que no me atreveré repetir nunca. ¡Eso es todo! ¡Y no podía yo quejarme porque me faltaba el don de la palabra, y lo más que hacía a veces, aunque raramente, era recurrir al cuesco para reemplazar así el lenguaje que carecía. Por último, sin duda ha debido recordarme con agrado hoy mi madre, y debió entrar la piedad en su corazón e incitarla a implorar para mí la misericordia del Altísimo. ¡Porque indudablemente obedece esta misericordia el que ahora haya yo vuelto a mi primitiva forma humana, oh amo mío!"
Al oír estas palabras, exclamó el pobre hombre: "¡Oh semejante mío, perdóname mis yerros para contigo, ¡por Alah sobre ti! y olvida los malos tratos que te hice sufrir sin darme cuenta! ¡No hay recurso más que en Alah!" Y se apresuró a quitar el ronzal que sujetaba al ladrón, y se fue muy arrepentido a su casa, donde pasó la noche sin poder pegar los ojos de tantos remordimientos y pena como sentía.
Algunos días después, fué el pobre hombre al zoco de los burros para comprarse otro asno; ¡y cuál no sería su sorpresa al encontrar en el mercado a su primer borrico con el aspecto que tenía antes de transformación! Y pensó: "¡Sin duda debió el bribón cometer ya algún otro delito!" Y se acercó al asno, que se había puesto a rebuznar al reconocerle, se inclinó a su oreja y le dijo con todas sus fuerzas: "¡Oh bribón incorregible! has debido ultrajar y pegar otra vez tu madre para transformarte de nuevo en borrico! ¡Pero ¡por Alah! No seré yo quien vuelva a comprarte!" Y le escupió furioso en la cara, y se fue a comprar otro asno notoriamente conocido como hijo de padre y madre pertenecientes a la especie de los asnos.
Y Schehrazada dijo todavía aquella noche:
EL FLAGRANTE DELITO DE SETT ZOBEIDA
Cuentan que el Comendador de los Creyentes, Harún Al-Raschid, entró un día a dormir la siesta en las habitaciones de su espesa Sett Zobeida, y ya iba a echarse cuando notó precisamente en mitad del lecho una extensa mancha, fresca todavía, de cuyo origen no podía dudarse. Al ver aquello, se ennegreció el mundo ante el califa, que llegó al límite de la indignación. Hizo llamar al punto a S-ett Zobeida, y con los ojos inflamados de cólera y temblándole la barba, le dijo: "¿De qué es esa mancha que hay en nuestro lecho?" Sett Zobeida acercó la cabeza a la mancha consabida, la olió y dijo: "Es de licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!" Conteniendo a duras penas el estallido de su cólera, exclamó él: "¿Y puedes explicarme la presencia de ese líquido aún tibio en un lecho donde no me he acostado contigo desde hace más de una semana?" Ella exclamó muy conmovida: "¡La fidelidad sobre mí y alrededor de mí ¡oh Emir de los Creyentes! ¿Acaso me acusas de fornicación?"
Al-Raschid dijo: "Tanto te acuso, que ahora mismo voy a hacer venir al kadí Abi-Yussuf para que examine la cosa y me dé su parecer acerca de ella. ¡Y te juro por el honor de mis antecesores ¡oh hija de mi tío! que no retrocederé ante nada si el kadí te declara culpable!"
Cuando llegó el kadí, Al-Raschid le dijo: "¡Oh Abi-Yussuf, dime qué puede ser esa mancha!"
El kadí se acercó al lecho, puso el dedo en la mancha, se lo llevó luego a la altura de los ojos y de la nariz, y dijo: "¡Es licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 381ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Es licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa preguntó: "¿Y cuál puede ser su origen inmediato?"
Muy perplejo y sin querer afirmar una cosa que le hubiera atraído la enemistad de Sett Zobeida, el kadí se puso a mirar al techo como si reflexionase, y divisó en una grieta el ala de un murciélago que se había metido allí.
Y le iluminó el entendimiento una idea salvadora, y dijo: "¡Dame una lanza, oh Emir de los Creyentes!" El califa le entregó una lanza, y Abi-Yussuf pinchó con ella al murciélago, que hubo de caer pesadamente. Entonces dijo el kadí: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Los libros de medicina nos enseñan que el murciélago tiene un licor que se parece de un modo asombroso al del hombre. Sin duda que el delito lo cometió él mirando a Sett Zobeida dormida! ¡Ya ves que acabo de castigarle con la muerte!"
Aquella explicación satisfizo completamente al califa, que sin dudar ya de la inocencia de su esposa, colmó de presentes al kadí en prueba de gratitud. Y por su parte, Sett Zobeida, en el límite del júbilo, le hizo suntuosos regalos y le invitó a quedarse con ella y el califa para comerse algunos frutos y primicias que les habían llevado. El kadí se sentó en la alfombra entre el califa y Sett Zobeida, y Sett Zobeida mondó un plátano y le dijo, ofreciéndoselo: "En mi jardín tengo otras frutas raras en esta época del año; ¿las prefieres a los plátanos?"
El kadí contestó: "Tengo por norma ¡oh mi señora! no sentenciar nunca acerca de lo que no conozco. ¡Es preciso, pues, que vea esas primicias para compararlas con estas primicias y dar luego mi opinión sobre sus respectivas excelencias!" Sett Zobeida hizo que cogieran las primicias de su jardín y se las trajeran enseguida, y cuando las probó el kadí, le preguntó: "¿Qué frutas prefieres ahora?" El kadí sonrió con suficiencia, miró al califa, después a Sett Zobeida, y les dijo: "¡Por Alah, que es muy difícil la respuesta! ¡Porque si prefiero una de estas frutas, condenaré la otra, y me expongo así a la indigestión que el rencor de esta última me ocasionaría!"
¡Y al oír semejante respuesta, Al-Raschid y Sett Zobeida se echaron a reír de tal modo, que se cayeron de espaldas!
Y como Schehrazada notó por ciertos indicios que el rey Schahriar parecía condenar sin misericordia a Sett Zobeida; culpándola a ella sola del delito, se apresuró a contarle, para distraerle, la siguiente anécdota:
¿MACHO O HEMBRA?
Entre diversas anécdotas del gran Khosrú, rey de Persia, cuentan que este rey era muy aficionado al pescado. Un día en que estaba sentado en su terraza, con su esposa la bella Schirín, llegó un pescador que le llevaba como presente un pez de tamaño y hermosura extraordinarios. Maravillado quedó el rey con aquel presente, y ordenó que dieran al pescador cuatro mil dracmas. Pero la bella Schirín, que jamás aprobada la generosa prodigalidad del rey, esperó a que el pescador se fuera, y dijo: "No conviene ser pródigo hasta el punto de dar a un pescador cuatro mil dracmas por un solo pez. Deberías hacer que te devolviera esa suma, porque si no, en lo sucesivo, cuantos te traigan un presente regularán sus pretensiones tomando como punto de partida ese precio; ¡y no podrás entonces complacerles!"
El rey Khosrú contestó: "¡Pero sería indigno de un rey admitir de nuevo lo que dio! ¡Olvidemos, pues, lo pasado!" Pero Schirín contestó: "No, no es posible dejar así la cosa! Hay un medio de recuperar la suma sin que el pescador ni nadie tenga nada que decir. No tienes más que hacer venir otra vez al pescador y preguntarle: "¿Es macho o hembra el pez que me has traído?" Si te contesta es macho, se lo devuelves, diciendo: "¡Lo que yo quiero es una hembra!"; y si te dice que es hembra, se lo devuelves también, diciendo: "¡Lo que yo quiero es un macho!"
El rey Khosrú, que amaba con un amor extremado a la bella Schirín, no quiso contrariarla, y aunque a disgusto; se apresuró a hacer lo que le aconsejaba ella. Pero el pescador era un hombre dotado precisamente de un ingenio muy fino, y cuando Khosrú, después de llamarle, le preguntó: "¿Es macho o hembra el pez?", besó la tierra y contestó: "¡Ese pez ¡oh rey! es hermafrodita!"
Al oír estas palabras, Khosrú se sintió satisfecho y se echó a reír: luego ordenó a su intendente que diera al pescador ocho mil dracmas en lugar de cuatro mil. El pescador se fue con el intendente, que le contó los ocho mil dracmas, y los puso en el saco que le había servido para llevar el pez, y salió.
Cuando pasaba por el patio del palacio, dejó caer del saco, inadvertidamente, un dracma de plata. Enseguida se apresuró a poner su saco en el suelo, buscando aquel dracma y recogiéndolo con verdadera satisfacción.
Y he aquí que Khosrú y Schirín le observaban desde la terraza y vieron lo que acababa de ocurrir. Entonces, aprovechando la ocasión que se le presentaba, exclamó Schirín...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA 382ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces, aprovechando la ocasión que se le presentaba, exclamó Schirín: "¡Mira el pescador! ¡Qué ignominia la suya! ¡Se le cae un dracma, y en vez de dejarlo para que se lo lleve algún pobre, es tan vil que lo recoge a despecho del menesteroso!"
Estas palabras impresionaron mucho a Khosrú, que hizo llamar de nuevo al pescador y le dijo: "¡Oh ser abyecto! ¡Parece mentira que seas un hombre con alma tan pequeña! ¡Te pierde esa avaricia que te impulsa a dejar un saco lleno de oro por recoger un solo dracma que ha caído para suerte del menesteroso!"
Entonces el pescador besó la tierra y contestó: "¡Alah prolongue la vida del rey! Si recogí ese dracma, no es porque me seduzca su importe, sino porque tiene otro gran valor a mis ojos! ¿No lleva, en efecto, sobre una de sus caras la imagen del rey y su nombre sobre la otra? No he querido dejarlo expuesto a que, por inadvertencia, lo pisaran los pies de alguno. ¡Y me apresuré a recogerlo, siguiendo así el ejemplo del rey que me sacó del polvo, aunque apenas valgo lo que un dracma!"
Tanto gustó esta respuesta al rey Khosrú, que hizo que dieran cuatro mil dracmas más al pescador, y ordenó a los pregoneros públicos que gritaran por todo el Imperio: "No hay que dejarse guiar nunca por el consejo de las mujeres. ¡Porque quien las escucha comete dos faltas cuando quiere evitar la mitad de una!"
Al oír esta anécdota, dijo el rey Schahriar: "Apruebo completamente la conducta de Khosrú y su desconfianza con respecto a las mujeres. ¡Ellas son la causa de muchas calamidades!"
Pero ya decía Schehrazada. sonriendo:
EL REPARTO
Una noche, el califa Harún Al-Raschid se quejaba de insomnios ante su visir Giafar y su portaalfanje Massrur, cuando de pronto soltó Massrur una carcajada. El califa le miró fruciendo las cejas, y le dijo: "¿De qué te ríes así? ¿Es que estás loco, es que te burlas?" Massrur contestó: "¡No, por Alah ¡oh Emir de los Creyentes! te juro por el parentesco que te une al Profeta que mi risa no obedece a ninguna de esas causas, sino sencillamente a que me he acordado de las buenas ocurrencias de un tal Ibn Al-Karabí, alrededor del cual hacían corro ayer en el Tigris para escucharle".
El califa dijo: "En tal caso, ve enseguida a buscar a ese Ibn Al-Karabí. ¡Acaso consiga dilatarme un poco el pecho!"
Al punto corrió Massrur en busca del chistoso Ihn Al-Karabí, y habiéndole encontrado, le dijo: "Le hablé de ti al califa, y me ha enviado a buscarte para que le hagas reír".
El otro contestó: "Escucho y obedezco". Massrur añadió entonces: "¡Sí, te conduzco muy gustoso a presencia del califa; pero ha de ser con la condición de que desde luego me darás las tres cuartas partes de lo que el califa te regale como remuneración!" lbn Al-Karabí dijo: "¡Eso es demasiado! Te daré dos terceras partes por tu corretaje. ¡Creo que es bastante!"
Después de algunas dificultades respecto al pago, Massrur acabó por aceptar el convenio, y condujo al hombre a presencia del califa.
Al verle entrar, le dijo Al-Raschid: "Parece ser que tienes ocurrencias muy divertidas. ¡A ver cómo las hilvanas! ¡Pero has de saber que si no consigues hacerme reír te espera una paliza!"
El resultado de esta amenaza fué helar completamente el ingenio de Ibn Al-Karabí, que no supo encontrar entonces más que banalidades de efecto desastroso; porque, en vez de reír, Al-Raschid sentía aumentar su irritación, y exclamó por último:
"¡Que le administren cien bastonazos en las plantas de los pies, para desviar la sangre que le obstruye el cerebro!"
Al punto acostaron al hombre y le fueron administrando por cuenta bastonazos en las plantas de los pies. De repente, cuando pasaron del número treinta, exclamó el hombre: "¡Que remuneren ahora a Massrur con las dos terceras partes que quedan de bastonazos, porque así lo hemos convenido entre nosotros!"
Entonces, a una señal del califa, se apoderaron de Massrur los guardias, le acostaron y comenzaron a hacerle sentir en las plantas de los pies el compás del bastón. Pero, a los primeros golpes, exclamó Massrur: "¡Por Alah, que me contento muy gustoso con la tercera parte, y aun con la cuarta, y le cedo todo lo demás!"
Al oír estas palabras, el califa se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero, e hizo que a cada uno de los dos pacientes le dieran mil dinares.
Luego no quiso Schehrazada dejar transcurrir la noche sin contar la siguiente anécdota:
EL MAESTRO DE ESCUELA
Una vez, un hombre cuyo oficio consistía en vagabundear y vivir a costa de los demás, tuvo la idea de hacerse maestro de escuela aunque no sabía leer ni escribir, porque aquel era el único oficio capaz de permitirle ganar dinero sin tener que hacer nada porque es notorio que se puede ser maestro de escuela, e ignorar completamente las reglas y rudimentos de la lengua; basta con ser un taimado que haga creer a los demás que es un gran gramático; y ya se sabe que el gramático sabio es, por lo general, un pobre hombre de ingenio corto, mezquino, humillante, incompleto e impotente. Así, pues, nuestro vagabundo se erigió en maestro de escuela sin necesitar más que aumentar el número de vueltas y el volumen de su turbante, y de esta guisa abrió al final de una callejuela una sala que decoró con muestras de escritura y otras cosas
semejantes, y esperó allá a que llegasen los clientes.
Y he aquí que al ver un turbante tan imponente, los vecinos del barrio no dudaron por un instante de la ciencia de su convecino, y se apresuraron a enviarle sus hijos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 383ª NOCHE
Ella dijo:
..y se apresuraron a enviarle sus hijos.
Pero como no sabía leer ni escribir, se valió él de un medio muy ingenioso para salir del compromiso; consistía este medio en hacer que los chicos que sabían leer y escribir un poco dieran la lección a los que no sabían nada absolutamente, en tanto que él hacía como que vigilaba, aprobando y desaprobando. De este modo prosperó la escuela, y los negocios del maestro iban viento en popa.
Un día que estaba con su varita en la mano y lanzaba miradas terribles a los pobres niños, cohibidos por el espanto, entró en la sala una mujer llevando en la mano una carta, y se dirigió al maestro para rogarle que se la leyese, lo cual es muy corriente en las mujeres que no saben leer. Al verla, el maestro de escuela no supo qué hacer para evitar semejante prueba, y de pronto se levantó muy presuroso para salir. Pero la mujer le detuvo, suplicándole que antes de salir le leyera la carta.
El contestó: "¡No puedo esperar más, porque el muecín acaba de anunciar la plegaria del mediodía y tengo que ir a la mezquita!" Pero la mujer no le dejó, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti! ¡Acaba de llegarme esta carta de mi esposo, que está ausente hace cinco años, y sólo tú en el barrio puedes leérmela!" Y le obligó a coger la carta.
El maestro de escuela se vió obligado entonces a coger la carta; pero la había puesto invertida, y en vista del apuro en que se encontraba, empezó a fruncir las cejas, mirando la escritura, y a golpearse la frente y a quitarse el turbante, sudando de angustia.
Al ver aquello, pensó la pobre mujer: "¡No cabe duda! ¡cuando el maestro de escuela se pone tan agitado, debe estar leyendo malas noticias! ¡Qué calamidad! ¡Tal vez haya muerto mi esposo!" Luego, llena de ansiedad, preguntó al maestro de escuela: "¡Por favor, no me ocultes nada! ¿Ha muerto?" Por toda respuesta, levantó la cabeza con un gesto vago y guardó silencio. Ella exclamó entonces: "¡Qué calamidad ha caído sobre mi cabeza! ¿Debo desgarrarme los vestidos?"
El contestó: "¡Desgárratelos!" Ella preguntó, en el límite de la ansiedad: "¿Debo abofetearme y arañarme las mejillas?" El contestó: "¡Abofetéate y aráñate!"
Al oír estas palabras, la pobre mujer, enloquecida salió de la escuela y corrió a su casa, llenándola con sus gritos de dolor. Entonces acudieron a ella todos los vecinos, y se pusieron a consolarla; mas en vano. En aquel momento entró uno de los parientes de la desdichada, vió la carta, y cuando la leyó, dijo a la mujer: "¿Pero quién ha pocido anunciarte la muerte de tu esposo? En la carta no se habla de semejante cosa. Mira lo que dice: "Después de las zalemas y los votos, ¡oh hija de mi tío! continúo gozando de una salud excelente, y espero estar de vuelta a tu lado dentro de quince días. Pero antes, para probarte mi solicitud, te enviaré una tela de lino envuelta en una manta. iUassalam!"
La mujer cogió entonces la carta y volvió a la escuela para reprochar al maestro que la hubiese engañado de aquel modo. Le encontró sentado a la puerta, y le dijo: "¿No es para ti una vergüenza engañar de esta manera a una pobre mujer anunciándola la muerte de su esposo, cuando en la carta se dice que mi esposo ha de volver muy pronto y que me envía de antemano una tela y una manta?"
Al oír estas palabras, contestó el maestro de escuela: "Ciertamente ¡oh pobre mujer! Que tienes razón para reprocharme. Pero perdóname, pues en el momento en que yo tenía tu carta entre las manos estaba muy preocupado, i y al leer un poco de prisa y de cualquier modo, creí que la tela y la manta eran un recuerdo que te enviaban por haber pertenecido a tu esposo muerto!"
Luego dijo Schehrazada:
LA INSCRIPCION DE UNA CAMISA
Cuentan que habiendo ido un día El-Amín, hermano del,califa ElMamúm, de visita a casa de su tío El-Mahdí, vió a una esclava muy bella que tocaba el laúd, y quedó enamorado de ella al punto. Como El-Mahdí no tardó en notar la impresión que la esclava había producido en su sobrino, con objeto de darle una sorpresa agradable esperó a que se marchase para enviarle la esclava con alhajas y ricos trajes. Pero a El-Amín le pareció que ya su tío habría gustado las primicias de la joven y se la daba desflorada, porque sabía que su tío era excesivamente aficionado a la fruta verde aún. No quiso, pues, aceptar la esclava, y se la devolvió con una carta en que le decía que una manzana mordida por el jardinero antes de madurar, no endulzará nunca la boca del comprador.
Entonces El-Mahdí hizo desnudarse por completo a la joven, la puso en la mano un laúd, y se la envió de nuevo a El-Amín vestida solamente con una camisa de seda, en la cual aparecía esta inscripción con letras de oro:
¡El botín oculto en la sombra de mis pliegues está virgen de todo tocamiento!
¡Sólo lo ha examinado la mirada para admirar sus perfecciones!
Al ver los encantos de la esclava vestida con aquella camisa tan gentil, y al leer la inscripción, El-Amín no tuvo ya motivo para rehusar, y aceptó el regalo, honrándolo particularmente.
Aquella noche todavía dijo Schehrazada:
LA INSCRIPCION DE UNA COPA
El califa El-Motawakkel cayó un día enfermo, y su médico Yahia le recetó remedios tan excelentes, que se disipó la enfermedad y sobrevino la convalecencia. Entonces afluyeron a él de todas partes regalos de felicitación. Y he aquí que, entre otros obsequios, el califa recibió de Ibn-Khatán, como presente, una joven intacta, cuyos senos desafiaban por su hermosa forma a los senos de todas las mujeres de su época.
Al propio tiempo que su belleza, la joven llevaba para el califa, al presentarse a él, una botella de cristal llena de un vino selecto. Tenía en una mano la botella y en la otra mano una copa de oro, sobre la cual aparecía grabada en rubíes esta inscripción...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 384ª NOCHE
Ella dijo:
... Tenía en una mano la botella y en la otra mano una copa de oro, sobre la cual aparecía grabada en rubíes esta inscripción:
¿Qué filtro o qué tríaca, qué bálsamo o qué díctamo vale lo que este licor purpúreo, de sabor exquisito, remedio universal para los males del cuerpo y para el fastidio?
Y he aquí que el sabio médico Yahia encontrábase en aquel momento junto al califa, y al leer esta inscripción se echó a reír, y dijo al califa: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! esta joven y la medicina que te trae te harán recuperar las fuerzas mejor que todos los remedios antiguos y modernos!"
Luego, sin interrumpirse, comenzó inmediatamente Schehrazada la siguiente anécdota:
EL CALIFA EN EL CESTO
Esta historia nos la transmitió el famoso cantor Ishak de Mossul.
Dice:
"Una noche había yo salido tarde de un festín en el palacio del califa El-Mamúm, y como estaba muy molesto a causa, de una retención de orina que padecía, me metí por una callejuela en la que no se veía luz, me acerqué a una tapia, aunque no me puse tan cerca de ella como para que me salpicaran mis propios orines, me agaché comodamente y sentí un gran alivio meando cuanto pude. Apenas acabé y me sacudí, noté que en medio de la oscuridad me caía una cosa encima de la cabeza. Salté sobre mis piernas, muy sorprendido en verdad; atrapé el objeto, y después de palparlo por todos lados, observé con verdadero asombro que era un cesto grande atado por sus cuatro asas con una cuerda que pendía de la casa ante la cual me hallaba yo. Lo palpé más aún, y encontré que por dentro estaba forrado de seda y tenía dos cojines que olían bien.
Como había yo bebido un poco más que de costumbre, mi espíritu enervado me impulsó a sentarme en aquel cesto que me invitaba al reposo. No pude resistir a la tentación, y me senté en el cesto, y antes de que tuviera tiempo de echar pie a tierra, me vi elevado rápidamente hasta la terraza, donde me cogieron sin decir una palabra cuatro jóvenes, que me llevaron a la casa y me invitaron a seguirlas. Una de ellas echó a andar delante de mí con una antorcha en la mano, y las otras tres se mantuvieron detrás de mí, e hiciéronme bajar por una escalera de mármol y entrar en una sala de magnificencia comparable a la del palacio del califa. Y pensé para mi ánima: "¡Me deben tomar por otro a quien hayan dado cita esta noche! ¡Alah arreglará la situación!"
Estando yo aún en aquella perplejidad, se alzó un cortinaje de seda que ocultaba una parte de la sala, y vi a diez jóvenes arrebatadoras, y de talle frágil y andares exquisitos, llevando antorchas unas y las otras pebeteros de oro, donde ardían nardo y áloe de la mejor calidad. En medio de ellas avanzaba como una luna otra joven que hubiera dado celos a las estrellas todas. Se balanceaba al andar y miraba graciosamente de soslayo, levantando las almas más pesadas. Y he
aquí que al verla salté sobre ambos pies y me incliné hasta el suelo ante ella. Y me miró sonriendo, y me dijo: "¡Bien venido sea el visitante!"
Luego se sentó y añadió con una voz encantadora: "¡Descansa, señor!"
Me senté, disipada ya la borrachera de vino, pero presa de otra embriaguez más fuerte. Entonces me dijo ella: "¿Y cómo se te ha ocurrido venir a nuestra casa y sentarte en el cesto?" Contesté: "¡Oh mi señora! es la molestia que me ocasionaba mi mal de orina la que solamente me ha impulsado a venir a esta calle; luego el vino me hizo sentarme en el cesto, y ahora es tu generosidad quien me introduce en esta sala, donde tus encantos reemplazaron en mi cerebro la borrachera con otra clase de embriaguez".
Al oír estas palabras, la joven pareció muy satisfecha, y me preguntó: "¿Qué oficio tienes?"
Me guardé bien de decirle que era cantor y músico del califa, y le contesté: "¡Soy tejedor del zoco de los tejedores de Bagdad!" Ella me dijo: "Pues tus maneras son exquisitas y honran al zoco de los tejedores. ¡Si a ellas unes el conocimiento de la poesía, no tendremos que arrepentirnos de haberte recibido entre nosotras! ¿Sabes versos?" Contesté: "¡Uno que otro!" Dijo ella: "¡Recítanos algunos, entonces!" Contesté: "¡Oh mi señora! siempre está el visitante un poco sobrecogido por el recibimiento que se le hace. ¡Aliéntame, pues, empezando tú la primera por recitarnos algunas poesías de tu agrado!"
Ella me contestó: "¡Con mucho gusto!" Y al punto me recitó admirables poemas escogidos de los poetas más antiguos, como Amri'lkais, Zohair, Antara, Nabigha, Amrú ben-Kalthum, Tharafa y Chanfara, y de los poetas más modernos, como Abu-Nowas, El-Rakaschí, Abu-Mossab y los demás. Y estaba yo tan maravillado de su dicción como deslumbrado por su hermosura. Luego me dijo: "¡Creo que ya se te habrá pasado la emoción!"
Dije: "¡Sí, por Alah!" Y a mi vez escogí entre los versos que conocía los más delicados, y se los recité con mucho sentimiento. Cuando terminé, me dijo ella: "¡Por Alah, que no sabía que hubiese individuos tan exquisitos en el zoco de los tejedores...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 385ª NOCHE
Ella dijo:
" ..individuos tan exquisitos en el zoco de los tejedores!"
Tras de lo cual sirvieron un festín, en el que no escatimaron las frutas ni las flores; y ella misma me ofrecía los mejores bocados.
Luego, cuando levantaron el mantel, trajeron las bebidas y las copas, y ella misma me echó de beber, y me dijo: "He aquí el momento mejor de la conversación. ¿Sabes historias bonitas?" Me incliné y enseguida le conté una porción de detalles divertidos acerca de los reyes, de su corte y de sus maneras, hasta el punto de que me interrumpió de pronto ella para decirme: "¡En verdad que estoy sorprendida prodigiosamente de ver a un tejedor tan al corriente de las costumbres de los reyes!" Contesté: "¡Pues no tiene nada de particular, porque un vecino mío, que es un hombre delicioso, tiene entrada en el palacio del califa, y en sus momentos de ocio se complace en afinarme el ingenio con sus propios conocimientos!"
Ella me dijo: "¡En ese caso, no admiro menos la firmeza de tu memoria, que con tanta exactitud retiene detalles tan preciosos!"
¡Eso fué todo! Y aspirando los perfumes de nardo y áloe que aromaban la sala, y contemplando aquella belleza y escuchando cómo me hablaba con los ojos y los labios, me sentía yo en el límite del entusiasmo, y pensaba para mi ánima: "¿Qué haría el califa si estuviese aquí en mi caso? ¡Seguramente que no sería ya dueño de sí y estallaría de amor!"
La joven me dijo después: "En verdad, eres un hombre excesivamente distinguido; adornan tu espíritu conocimientos muy interesantes y tus maneras son en extremo refinadas. ¡ Ya no me queda más que una cosa que pedirte!"
Contesté: "¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos!" Ella dijo: "¡Deseo oírte cantar algunos versos acompañándote con el laúd!" Pero a mí, como músico de profesión, no me agradaba cantar yo mismo; así es que contesté: "En otro tiempo cultivé el arte del canto, pero, como no llegué a obtener un resultado apetecible, preferí abandonarlo. Bien quisiera ejecutar algo; pero me sirve de excusa mi ignorancia. En cuanto a ti, ¡oh señora mía! todo me indica que debes tener una voz perfectamente hermosa. ¿Por qué no nos cantas algo, para hacernos la noche más deliciosa aún?"
Hizo ella entonces que le llevaran un laúd, y cantó. Y en mi vida hube de oír timbre de voz más lleno, más grave y más perfecto, unido a una ciencia de los efectos tan consumada. Vió ella mi delectación, y me preguntó: "¿Sabes de quién son los versos y de quién la música?" Aunque lo había notado, contesté: "Lo ignoro por completo, ¡oh mi señora!" Ella exclamó: "¿Pero es posible que pueda ignorar este aire alguien en el mundo? ¡Sabe, pues, que los versos son de Abu-Nowas, y la música, que es admirable, es del gran músico Ishak de Mossul!"
Yo contesté, sin descubrirme: "¡Por Alah! ¡Ishak no supone ya nada a tu lado!" Ella exclamó: "¡Bakh! ¡bakh! ¡en que error estás! ¿Hay en el mundo alguien que pueda igualarse a Ishak? ¡Bien
se ve que no le oíste nunca!" Luego siguió cantando más todavía e interrumpíase para ver si no carecía yo de nada; y continuamos disfrutando de tal suerte hasta la aparición de la aurora.
Entonces, una vieja, que debía ser la nodriza de la joven, fue a prevenirla de que había llegado la hora de separarnos; y antes de retirarse, me dijo la joven: "¿Tendré que recomendarte discreción, ¡oh mi huésped!? ¡Las reuniones íntimas son como la prenda que se deja a la puerta antes de marchar!" Yo contesté, inclinándome: "¡No soy de quienes necesitan semejantes recomendaciones!" Y una vez que me despedí de ella, me metieron en el cesto y me bajaron a la calle.
Llegué a mi casa y recé la plegaria de la mañana, metiéndome luego en la cama donde estuve durmiendo hasta la tarde. Cuando me desperté, me vestí de prisa y me presenté en el palacio, pero los chambelanes me dijeron que el califa había salido y dejó para mí recado de que esperara su regreso, porque tenía por la noche un festín y le era necesaria mi presencia para que cantase. Le esperé un buen rato; pero como el califa tardaba en volver, me dije que sería una locura faltar a una velada como la de la víspera y corrí a la callejuela, donde encontré el cesto colgante. Me metí dentro, y ya arriba, me presenté a la dama.
Al verme, me dijo ella riendo: "¡Por Alah! ¡me parece que tienes intención de aposentarte entre nosotras!"
Me incliné y contesté: "¿Y quién no lo anhelaría? Pero ya sabes ¡oh mi señora! que los derechos ,de hospitalidad duran tres días, y no estamos más que en el segundo. ¡Si vuelvo después de pasado el tercero, podrás tomar mi sangre!"
Pasamos aquella noche muy agradablemente, charlando, contándonos historias, recitando versos y cantando, como la víspera. Pero en el momento de bajar dentro del cesto, pensé en la cólera del califa, y me dije: "No admitirá excusa ninguna, a no ser que le cuente la aventura. ¡Y no creerá la aventura, a no ser que la compruebe por sí mismo!" Me encaré entonces con la joven, y le dije: "¡Oh mi señora! ¡veo que te gustan el canto y las buenas voces! ¡Y he aquí que tengo un primo mucho más guapo de cara que yo, mucho más distinguido de modales, con mucho más talento que yo y que conoce mejor que nadie en el mundo los aires de Ishak de Mossul! ¿Quieres, pues, permitirme que le traiga conmigo mañana, que es el tercero y último día de tu hospitalidad encantadora? ...
En este momento de su narración. Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÒ LA 386ª NOCHE
Ella dijo:
"...el tercero y último día de tu hospitalidad encantadora?" Ella me contestó: "Ya empiezas a ser indiscreto. ¡Pero, puesto que tan agradable es tu primo, puedes traérmele!" Le di las gracias y me fuí por el mismo camino que la víspera.
Al llegar a mi casa, encontré allí a los guardias del califa, que me abrumaron con injurias, se apoderaron de mí y me arrastraron a la presencia de El-Mamúm. Le vi sentado en el trono como en sus peores días de cólera, con los ojos llameantes y terribles. Y apenas me divisó, exclamó: "¡Ah hijo de perro, osaste desobedecerme!" Yo le dije: "¡No, por Alah! ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Puedo justificarme!" Dijo él: "¿Y cómo?" Yo contesté: "¡No te lo puedo decir más que en secreto!" Ordenó al punto a todos los circunstantes que se retiraran, y me dijo: "¡Habla!" Entonces le conté la aventura con todos sus detalles y añadí: "¡Y ahora la joven nos espera a los dos para esta noche, porque así se lo he prometido!"
Cuando oyó El-Mamúm estas palabras, se serenó y me dijo: "¡Cierto que es excelente la razón que alegas! ¡Y estuviste muy inspirado al pensar en mí para esta noche!" Y desde aquel instante ya no supo qué hacer para esperar con paciencia la llegada de la noche. Y le recomendé mucho que tuviese cuidado de no descubrirse y descubrirme llamándome por mi nombre delante de la joven. Me lo prometió formalmente, y en cuanto llegó el momento oportuno se disfrazó de mercader y me acompañó a la callejuela.
Encontramos en el sitio de costumbre dos cestos en lugar de uno, y cada cual nos colocamos en uno de ellos. Subimos así, y ya en la terraza, bajamos a la magnífica sala consabida, donde fue a reunirse con nosotros la joven, más bella que nunca aquella noche.
Al verla, noté que el califa quedaba locamente prendado de ella. Pero cuando se puso a cantar, llegó él al delirio, tanto más cuanto que los vinos que nos servía la joven graciosamente nos habían ya turbado la razón. En su alegría y su entusiasmo, el califa olvidó de pronto la resolución tomada, y me dijo: "Bueno, Ishak, ¿a qué esperas para responderle con algún cántico basado en un aire nuevo de tu invención?"
Entonces, muy azorado, me vi en la obligación de contestar: "¡Escucho y obedezco, oh Emir de los Creyentes!"
No bien hubo oído estas palabras la joven, nos contempló un instante y se levantó a toda prisa para cubrirse el rostro y desaparecer, como cumple a cualquier mujer que se halle en presencia del Emir de los Creyentes. Entonces, El-Mamúm, un poco contrariado por la marcha de la joven a causa del olvido que tuvo él, me dijo: "¡Infórmate al instante quién es el dueño de esta casa!" Entonces hice llamar a la vieja nodriza y se lo pregunté de parte del califa. Me contestó ella: "¡Qué calamidad cae sobre nosotros! ¡Qué oprobio se cierne sobre nuestra cabeza! ¡Esa joven es la hija del visir Hassán ben-Sehl!" Enseguida dijo El-Mamúm: "¡A mí el visir!" La vieja desapareció temblando, y algunos momentos después hacía su entrada entre las manos del califa el visir Hassán ben-Sehl en el límite de la estupefacción.
Al verle, se echó a reír El-Mamúm, y le dijo: "¿Tienes una hija?" El otro contestó: "¡Sí! ¡Oh Emir de los Creyentes!" el califa preguntó: "¿Cómo se llama?" El visir contestó: "¡Khadiga!" El califa preguntó: "¿Está casada o es virgen?" El visir contestó: "Es virgen, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Quiero que me la des por esposa legítima!"
El visir exclamó: "¡Mi hija y yo somos los esclavos del Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Le asigno cien mil dinares de dote, que tú mismo cobrarás del tesoro en palacio mañana por la mañana! ¡Y al propio tiempo harás conducir a tu hija a palacio, con toda la magnificencia adecuada a la ceremonia del matrimonio, y sortearás entre todas las personas del cortejo de la recién casada mil poblados y mil tierras de mis propiedades particulares, como regalo de mi parte!"
Tras de lo cual se levantó el califa, y le seguí. Salimos por la puerta principal aquella vez, y me dijo él: "Guárdate bien, Ishak, de hablar de la aventura a nadie. ¡Tu cabeza me responderá de tu discreción!"
Y guardé el secreto hasta la muerte del califa y de Sett Khadiga, que sin duda era la mujer más bella que han visto mis ojos entre las hijas de los hombres. ¡Pero Alah es más sabio!"
Cuando Schehrazada acabó de contar esta anécdota, la pequeña Doniazada exclamó desde el sitio en que permanecía acurrucada: "¡Oh hermana mía, cuán dulces y sabrosas, y gentiles son tus palabras!"
Y Schehrazada sonrió, y dijo: "¿Pues qué será cuando oigas la anécdota del MONDONGUERO?" Y dijo en seguida:
EL PARTERRE FLORIDO DEL INGENIO Y EL JARDIN DE LA GALANTERIA
(Continuación)
EL MONDONGUERO
Cuentan que un día, en la Meca, en la época de la peregrinación anual, cuando la multitud compacta de los hadjs daba las siete vueltas alrededor de la Kaaba, se destacó del grupo un hombre, que se acercó a la pared de la Kaaba, y cogiendo con las dos manos el velo sagrado que cubría todo el edificio, se puso en actitud de orar, y exclamó con acento que le salía del fondo del corazón: "¡Haga Alah que de nuevo se enfade con su marido esa mujer, para que pueda yo acostarme con ella!"
Cuando los hadjs oyeron formular tan extraña plegaria en aquel lugar santo, se escandalizaron de tal manera, que se precipitaron sobre el hombre, lo arrojaron a tierra y lo molieron a golpes. Tras de lo cual lo arrastraron a presencia del emir el-hadj, que tenía amplios poderes para ejercer su autoridad sobre todos los peregrinos, y le dijeron: "Hemos oído a este hombre, ¡oh emir! proferir palabras impías mientras tenía cogido el velo de la Kaaba". Y le repitieron las palabras pronunciadas.
Entonces dijo el emir el-hadj: "¡Que le cuelguen! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGÓ LA 387ª NOCHE
Ella dijo:
... Entonces dijo el emir el-hadj: “!Que le cuelguen!” Pero el hombre se hechó a los pies del emir y le dijo: “!Oh emir! Por los méritos del Enviado de Alah (¡con él la plegaria y la paz) te conjuro que escuches mi historia, y luego harás de mí lo que juzgues equitativo hacer!" Accedió el emir con un signo de cabeza, y el condenado la horca dijo:
"Has de saber ¡oh emir nuestro! que tengo por oficio recoger las inmundicias de las calles, y además limpio tripas de carnero, para venderlas y ganarme la vida. Pero he aquí que un día iba yo tranquilamente detrás de mi borrico, cargado con tripas sin vaciar aún, que acababa de sacar del matadero, cuando me encontré con una muhedumbre de personas asustadas que huían por todas partes o se ocultaban detrás de las puertas; y un poco más lejos vi unos esclavos armados con largas varas, para dispersar a su paso a todos los transeúntes. Me informé de lo que podría ser aquello, y me contestaron que iba a pasar el harén de un gran personaje, y era preciso que no subiese por la calle ningún transeúnte. Entonces, como sabía que me exponía a un verdadero peligro si me obstinaba en continuar mi canino, paré mi borrico y me metí con él en el rincón de una muralla procurando que no me advirtieran y volviendo la cara al muro para no sentir la tentación de mirar a las mujeres de aquel gran personaje. No tardé en oír que pasaba el harén, al cual no me atrevía a mirar, y ya pensaba en volverme y continuar mi camino, cuando me sentí cogido bruscamente por dos brazos de negro, y vi mi asno entre las manos de otro negro que se alejó con él. Y aterrado volví la cabeza, y vi en la calle, mirándome todas, treinta jóvenes, en medio de las cuales se hallaba otra, comparable por sus miradas lánguidas a una gacela a quien la sed hiciese menos huraña, y por su talle frágil y elegante a la rama flexible del bambú. Y con las manos atadas a la espalda por el negro, me arrastraron a la fuerza los otros eunucos, a pesar de mis protestas y a pesar de los gritos y testimonios de todos os transeúntes que me vieron adosado al muro y que decían a mis raptores: "¡Pero si no ha hecho nada! ¡Es un pobre hombre que barre basuras y limpia tripas! ¡Es ilícito ante Alah detener y maniatar a un inocente!" Pero sin querer escuchar nada, continuaron arrastrándome en pos del harén.
"En tanto, yo pensaba para mí: «¿Qué delito he podido cometer? Sin duda todo se debe al olor bastante desagradable de las tripas que ha herido el olfato de esa dama, la cual acaso esté encinta y haya sentido entonces algún trastorno interno. Creo que tal será el motivo, quizá también mi aspecto un tanto repugnante y mi traje roto, que deja ver las vergüenzas de mi persona. ¡No hay recurso más que en Alah!
"Siguieron, pues, arrastrándome los eunucos, entre las protestas de los transeúntes apiadados de mí, hasta que llegamos todos a la puerta de una casa grande, y me hicieron entrar en una antesala cuya magnificencia no sabría yo describir nunca.
Y pensé en mi ánima «He aquí el sitio que se reserva para mi suplicio. ¡Me matarán, y nadie de mi familia sabrá la causa de mi desaparición!» Y en aquellos instantes también pensé en mi pobre borrico, que era tan servicial y que jamás coceaba ni derribaba las tripas o las banastas de basura.
Pero pronto me sacó de mis aflictivos pensamientos la llegada de un guapo esclavito, que fué a rogarme dulcemente que le siguiera, y me condujo a un hammam, donde me recibieron tres hermosas esclavas, que me dijeron: «¡Date prisa a quitarte esos andrajos!» Así lo hice, y al punto me introdujeron ellas en la sala caldeada, en la cual me bañaron con sus propias manos, encargándose una de mi cabeza, otra de mis piernas, otra de mi vientre: me dieron masaje, me friccionaron, me perfumaron y me secaron. Tras de lo cual lleváronme ropas magníficas y me rogaron que me las pusiese. Pero yo estaba muy perplejo y no sabía por dónde cogerlas ni cómo ponérmelas, porque nunca en mi vida las había visto iguales; y dije a las jóvenes: «¡Por Alah, oh mis señoras! ¡creo que voy a seguir desnudo, pues jamás conseguiré yo solo vestirme con estas ropas tan extraordinarias!»
Entonces se acercaron ellas a mí riendo, y me ayudaron a vestirme, haciéndome al mismo tiempo cosquillas, y pellizcándome, y tomando a peso mi mercancía, que encontraron enorme y de buena calidad.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y sé calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 388ª NOCHE
Ella dijo:
". . . haciéndome al mismo tiempo cosquillas, y pellizcándome, y tomando a peso mi mercancía, que encontraron enorme y de buena calidad. Y en medio de ellas no sabía yo lo que iba a ser de mí, cuando, después de vestirme y rociarme con agua de rosas, me cogieron del brazo, e igual que se conduce a un recién casado, me guiaron a una sala amueblada con una elegancia que nunca sabrá describir mi lengua, y adornada de pinturas con líneas entrelazadas y coloreadas de un modo muy agradable. Y apenas entré allí, vi tendida perezosamente en un lecho de bambú y marfil, y vestida con un traje ligero de tela de Mossul, a la propia dama consabida, que estaba rodeada por algunas de sus esclavas.
Al verme me llamó, haciéndome señas para que me acercara. Me acerqué, y me dijo que me sentase; me senté. Ordenó a las esclavas entonces que nos sirvieran la comida; y nos sirvieron manjares asombrosos, cuyo nombre no podré citar nunca, pues nunca en mi vida los vi semejantes. Comí de algunos para satisfacer mi hambre, y después me lavé las manos para comer frutas. Entonces trajeron las copas de bebidas y los pebeteros llenos de perfumes; y cuando nos perfumaron con vapores de incienso y benjuí, la dama me sirvió de beber con sus propias manos, y bebió conmigo en la misma copa, hasta que nos pusimos ebrios ambos.
Entonces hizo una seña a sus esclavas, que desaparecieron todas y nos dejaron solos en la sala. Al punto ella me atrajo hacia sí y me cogió en sus brazos. Y la serví la confitura para que se endulzase, dándola los pedazos de fruta a la vez que el escarchado. Y cuando la oprimía contra mí, me sentía embriagado por el perfume de almizcle y ámbar de su cuerpo, y creía soñar o tener en mis brazos alguna hurí del paraíso.
"Así estuvimos enlazados hasta por la mañana; luego me dijo ella que había llegado el momento de que me retirara, pero no sin preguntarme dónde vivía; y cuando le di las indicaciones necesarias acerca del particular, me dijo que mandaría que me avisaran en el momento favorable, y me entregó un pañuelo bordado de oro y plata, en el cual había algo atado con varios nudos, diciéndome: `¡Para que compres un pienso a tu burro!" Y salí de su casa absolutamente en el mismo estado que si saliera del paraíso.
"Cuando llegué a la mondonguería donde tenía yo mi vivienda, desaté el pañuelo, diciéndome: «¡Tendrá cinco monedas de cobre, con las que al fin y al cabo habrá para comprar el almuerzo! » Pero ¡cuál no sería mi sorpresa al encontrar cincuenta mitkales de oro!
Me apresuré a hacer un agujero, enterrándolos allí, en previsión de días peores, y por dos
monedas de cobre me compré un pan y una cebolla, con lo cual hice mi comida, sentado a la puerta de mi tripería y soñando con la aventura que me acaeció.
"A la caída de la tarde fué un esclavito a buscarme de parte de la que me amaba; y le seguí. Cuando llegué a la sala en que me esperaba ella, besé la tierra entre sus manos; pero me levantó ella enseguida y se echó conmigo en el lecho de bambú y de marfil, y me hizo pasar una noche tan bendita como la anterior. Y por la mañana me dió otro pañuelo de oro. Y seguí viviendo de tal suerte durante ocho días enteros, disfrutando cada vez un festín de confitura seca por una parte y otro de confitura húmeda por otra, y cincuenta mitkales de oro para mí.
"Y he aquí que una noche me había presentado en su casa, y estaba ya en el lecho dispuesto a desempaquetar mi mercancía, como de costumbre, cuando de pronto entró una esclava, dijo algunas palabras al oído de su ama, y me arrastró vivamente fuera de la sala para llevarme al piso de encima, donde me encerró con llave, y se fué. Y al propio tiempo oí en la calle patear de caballos, y por la ventana que daba al patio vi entrar en la casa a un joven como la luna, acompañado por un séquito numeroso de guardias y de esclavos.
Entró en la sala donde se hallaba la joven, y pasó con ella toda la noche, entre holgorios, asaltos y demás cosas parecidas. Y yo oía sus movimientos y podía contar con los dedos el número de clavos que sepultaban por el ruido asombroso que cada vez hacían.
Y pensaba en mi ánima: `¡Por Alah! ¡han instalado en la cama una herrería, y debe estar muy caliente la barra de hierro para que suene de esa manera el yunque! ...»
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 389ª NOCHE
Ella dijo:
«...debe estar muy caliente la barra de hierro para que suene de esa manera el yunque!>
"Por fin cesó el ruido a la mañana, y vi al joven del martillo retumbante salir por la puerta grande y marcharse seguido de su escolta. Apenas desapareció, cuando fué a buscarme la joven, y me dijo: «¿Viste al joven que acaba de partir?» Contesté: «¡Sí, por cierto!» Ella me dijo: «¡Es mi marido! ¡Pero voy a contarte enseguida lo que ha pasado entre nosotros y a explicarte el porqué hube de escogerte por amante!
Has de saber que un día estaba yo sentada junto a él en el jardín, cuando me dejó de repente para desaparecer hacia la cocina. Primeramente creí que iba a satisfacer una necesidad apremiante; pero al cabo de una hora, como no le veía volver, fui en busca suya adonde pensaba encontrarle, mas no estaba allí. Volví sobre mis pasos entonces, y me dirigí a la cocina, para preguntar por él a los criados. Y al entrar le vi acostado en la estera con la servidora más ordinaria, la que fregaba los platos. Al ver aquello, me retiré a toda prisa e hice juramento de no recibirle en mi lecho mientras no me hubiese vengado de él entregándome a mi vez a un hombre de la condición más baja y del más repulsivo aspecto. Y al punto empecé a recorrer la ciudad en busca de aquel hombre.
Y he aquí que hacía ya cuatro días que recorría las calles con tal propósito, cuando te encontré, y tu aspecto sucio y tu olor infecto me decidieron a escogerte como el hombre más repugnante entre todos los que había visto. Ahora ha pasado lo que ha pasado, y yo cumplí mi juramento al no reconciliarme con mi marido más que después de haberme entregado a ti.
¡Ya puedes retirarte, por tanto, y ten la seguridad de que si mi marido volviera a acostarse con alguna de sus esclavas, no dejaría yo de hacer que te llamasen, para darle su merecido!»
Y me despidió, regalándome cuatrocientos mitkales más como gratificación. ¡Me marché entonces, y vine aquí a implorar de Alah que incitara al marido a volver al lado de la sirvienta, para que la mujer me llamase a su lado! Y tal es mi historia, ¡oh señor emir el-hadj !"
Y al oír estas frases, el emir el-hadj se encaró con los circunstantes, y les dijo: "Hay que perdonar sus palabras condenables a este hombre, porque la excusa su historia!"
Luego dijo Schehrazada:
LA JOVEN FRESCURA-DE-LOS-OJOS
Amrú ben-Mosseda nos cuenta la anécdota siguiente:
"Un día, Abú-Issa, hijo de Harún Al-Raschid, vio en casa de su pariente Alí, hijo de Hescham, una esclava joven, llamada Frescura-de-los-Ojos, de la cual quedó violentamente prendado. Con el mayor cuidado probó Abú-Issa ocultar el secreto de su amor y no participar a nadie los sentimientos que experimentaba; pero hizo cuanto pudo para decidir indirectamente a Alí a que le vendiera su esclava.
Al cabo de un largo transcurso de tiempo, comprendió que eran inútiles todos los trabajos encaminados a tal fin, y resolvió cambiar de plan. Fué en busca de su hermano el califa Al-Mamúm, hijo de Al-Raschid, y le rogó que le acompañara al palacio de Alí, con objeto de darle una sorpresa con su visita. El califa aprobó la idea; hicieron preparar los caballos y se presentaron en el palacio de Alí, hijo de Hescham.
Cuando Àlí les vió entrar, besó la tierra entre las manos del califa, e hizo abrir la sala de los festines en la cual les introdujo. Se encontraron en una sala hermosísima, cuyos pilares y muros eran de mármoles de diferentes colores, con incrustaciones de estilo griego, que trazaban dibujos muy agradables a la vista; y el piso de la sala estaba cubierto por una estera de Indias, sobre la que se extendía una alfombra de Bassra, de una pieza, que ocupaba toda la superficie de la sala a lo largo y a lo ancho.
Al-Mamúm se detuvo primero un instante para admirar el techo, las paredes y el suelo, y luego dijo: "Bueno Alí, ¿a qué esperas para darnos de comer?" Al momento dió Alí una palmada, y entraron unos esclavos cargados con mil variedades de pollos, pichones y asados de todas clases, calientes y fríos; había también todo género de manjares líquidos y manjares sólidos, y especialmente mucha caza rellena con pasas y almendras, porque a Al-Mamúm le gustaba de una manera extraordinaria la caza, principalmente rellena con pasas y almendras. Acabada la comida, llevaron un vino asombroso extraído de unas uvas escogidas grano a grano y cocido con frutas perfumadas y nueces aromáticas comestibles; y en copas de oro, de plata y de cristal lo sirvieron unos jóvenes como lunas, que iban vestidos con ligeras telas ondulantes de Alejandría adornadas con delicados bordados de plata y oro; al mismo tiempo que presentaban las copas a los comensales, aquellos jóvenes les rociaban con agua de rosas almizclada, valiéndose de hisopos enriquecidos con pedrerías.
Tan encantado de todo aquello quedó el califa, que abrazó a su huésped, y le dijo: "¡Por Alah, oh Alí! ¡En adelante ya no te llamaré Alí, sino el Padre-de-la-Belleza!" Y Alí, hijo de Hescham, a quien desde entonces llamaron, efectivamente, Abul-tamal, besó la mano del califa, y luego hizo una seña a su chambelán. Enseguida se descorrió al fondo de la sala un cortinaje, y aparecieron diez jóvenes cantoras, vestidas de seda negra y hermosas como un pensil de flores. Se adelantaron y fueron a sentarse en unos sillones de oro que habían puesto en corro en la sala diez esclavos negros. Y preludiaron algo en instrumentos de cuerda, con una ciencia perfecta, cantando luego a coro una oda de amor.
Entonces Al-Mamúm miró a la que más le había emocionado de las diez, y le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Me llamo Armonía, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "¡Sabes llevar muy bien el nombre, Armonía! ¡Deseo oírte cantar cualquier cosa!"
Entonces Armonía templó su laúd y cantó:
¡Mi dulzura
tiene miedo de las miradas,
y mi corazón sensible
teme
a los ojos de los enemigos!
¡Pero cuando se acerca el amigo
el placer
me hace estremecerme
y toda derretida
me entrego a él!
¡Pero si se aleja,
tiemblo de emoción,
como la gacela
que pierde a su cría!
Al-Mamúm le dijo encantado: "Triunfaste, ¡oh joven! ¿Y quién compuso esos versos?" Ella contestó: "Amrú Al-Zobaidí; y la música es de Mobed". El califa vació la copa que tenía en la mano, y su hermano Abú-lssa y Abul-tamal hicieron lo propio. Cuando ya dejaban las copas, entraron otras diez cantoras, vestidas de seda azul y ceñidas con cendales del Yamán bordados de oro; se acomodaron en los sitios de las diez primeras, que se marcharon entonces, y templando sus laúdes preludiaron un coro con notable maestría.
A la sazón fijó sus miradas el califa en una de ellas, que era un cristal de roca, y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre, ¡oh joven!?" Ella contestó: "Corza, ¡oh Emir de los Creyentes!"
El dijo: "¡Pues bien, Corza, cántanos cualquier cosa!" Entonces, la que se llamaba Corza templó su laúd y cantó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 390ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces la que se llamaba Corza, templó su laúd y cantó:
¡Libres huríes y vírgenes,
nos reímos de las sospechas!
¡Somos las gacelas de la Meca,
a las que está prohibido espantar!
¡La gente soez
nos acusa de vicios
porque tenemos los ojos lánguidos
y porque es encantador nuestro lenguaje!
¡Hacemos ademanes indecentes
que obligan a desviarse
a los musulmanes piadosos!
A Al-Mamúm le pareció deliciosa esta canción, y preguntó a la joven: "¿De quién es?" Ella contestó: "Los versos son de Jarir, y la música es de lbn-Soraij". Entonces, el califa y los otros dos vaciaron sus copas, mientras se retiraban las esclavas para ser reemplazadas al punto por otras diez cantoras, vestidas de seda escarlata, ceñidas con cendales escarlata, y mostrando suelto el cabello, que les caía pesadamente por la espalda. Ataviadas con aquel color rojo, semejábanse a un rubí de múltiples reflejos. Se sentaron en los sillones de oro y cantaron a coro, acompañándose cada cual con su laúd.
Y Al-Mamúm se encaró con la que brillaba más en medio de sus compañeras, y le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Seducción, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Entonces, ¡oh Seducción! date prisa a hacernos oír tu voz sola".
Y acompañándose con el laúd, Seducción cantó:
Los diamantes y los rubíes,
los brocados y las sedas,
importan poco a las bellas!
Sus ojos son de diamantes,
sus labios son de rubíes,
Y de seda es lo demás!
Extremadamente encantado, preguntó el califa a la cantora: "¿De quién es ese poema, ¡oh Seducción!?" Ella contestó: "Es de Adí ben-Zeid; en cuanto a la música, es muy antigua, y se desconoce al autor".
Al-Mamúm, su hermano Abú-Issa y Alí ben-Hescham vaciaron sus copas, y diez nuevas cantoras, vestidas de tisú de oro y con el talle oprimido por cinturones de oro resplandecientes de pedrerías, fueron a sentarse en los sillones y cantaron como las anteriores. Y el califa preguntó a la de cintura fina: "¿Tu nombre?"
Ella dijo: "Gota-de-Rocío, ¡oh Emir de los Creyentes!" Dijo él: "¡Pues bien, Gota-de-Rocío, esperamos de ti unos versos!" Y al punto cantó ella:
¡He bebido vino en su mejilla,
y se me huyó la razón!
¡Y vestida solamente
con mi camisa per fumada
de nardo y de aromas;
saldré a la calle
para dar fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Al oir estos versos, exclamó Al-Mamúm: "¡Ya Alah! ¡Triunfaste, oh Gota-de-Rocío! ¡Repíteme los últimos versos!" Y pulsando las cuerdas de su laúd, Gota-de-Rocío los repitió en un tono más sentido:
¡Saldré a la calle
para darte fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Y el califa le preguntó: " ¿De quién son esos versos, ¡oh Gota-de- Rocío?Ella dijo: "De Abu-Nowas, ¡oh Emir de los Creyentes! y la música es de Ishak".
Cuando acabaron de tocar las diez esclavas, el califa quiso dar por terminada la fiesta y levantarse. Pero se adelantó Alí ben-Hescham, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! todavía tengo una esclava que he comprado por diez mil dinares y que deseo mostrar al califa; dígnese, pues, permanecer aún algunos momentos.
Si le gusta, podrá guardarla como suya; si no le gusta, no habré dejado de someterla a su opinión".
Al-Mamúm dijo: "¡Venga a mí, pues, esa esclava!" En el mismo momento apareció una joven de incomparable belleza, flexible y delgada como una rama de bambú, con ojos babilónicos llenos de hechizos, con cejas de arco riguroso y con tez robada a los jazmines; ceñia a su frente una diadema enriquecida con perlas y pedrerías, sobre la cual corría este verso en letras de diamantes:
¡Encantadora y educada por los genios, sabe punzar los corazones con las flechas de un arco sin cuerda!
La joven continuó avanzando lentamente, y fué a sentarse sonriendo en el sillón de oro que estaba reservado para ella. Pero apenas la vió entrar Abú-Issa, el hermano del califa, cambió de color de manera tan inquietante, que Al-Mamúm se dio cuenta de ello, y le preguntó: "¿Qué te pasa, ¡oh, hermano mío! para cambiar de color así?"
El interpelado contestó: "¡Oh, Emir de los Creyentes! ¡sólo es una molestia en el hígado, que ya me ha dado otras veces!" Pero Al-Mamúm insistió y le dijo: "¿Acaso conoces a esa joven y la viste antes de hoy?" Abú-Issa no quiso negarlo, y dijo: "¿Habrá ¡oh Emir de los Creyentes! quien ignore la existencia de la luna?"
El califa se encaró entonces con la joven, y le preguntó: "¿Cómo te llamas, joven?" Ella contestó: "Frescura-de-los-Ojos, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Él dijo: "¡Pues bien, Frescura-de-los-Ojos, cántanos cualquier cosa!" Y cantó ella:
¿Sabe amar quien no lleva el amor más que en su lengua, y aloja la diferencia en su corazón?
¿Sabe amar aquel cuyo corazón es una roca, mientras finge pasión su rostro?
¡ Me han dicho que la ausencia cura las torturas del amor! Pero ¡ay! ¡no nos curó la ausencia!
¡Nos dicen que volvamos junto al ser amado, pero el remedio no surte efecto, porque el ser amado desconoce nuestro amor!
Maravillado de su voz, le preguntó el califa: "¿Y de quién es esa canción, ¡oh Frescura-de-los-Ojos!?" Ella dijo: "Los versos son de El-Kherzaí y la música es de Zarzur". Pero Abú-Issa, a quien sofocaba la emoción, dijo a su hermano: "¡Permíteme responderle, oh Emir de los Creyentes!"
Dio el califa su aprobación, y Abú-Issa cantó:
¡En mis ropas hay un cuerpo adelgazado, y un corazón torturado dentro de mi seno!
¡Si mantuve mi amor sin que me saliera a los ojos, fue por temor de ofender a la luna en quien se cifra!
Cuando Alí, Padre-de-la-Belleza, hubo oído esta respuesta, comprendió que Abú-Issa amaba locamente a su esclava Frescura-de-losOjos. Levantóse al punto, e inclinándose ante Abú-Issa, le dijo: "¡Oh huésped mío! no se dirá que nadie formuló en mi casa un anhelo, aunque fuera mentalmente, sin haberlo realizado al instante.
¡Así, pues, si el califa quiere permitirme que haga una oferta en su presencia, Frescura-de-los-Ojos se convertirá en tu esclava!"
Y como el califa dió su consentimiento, Abú-Issa se llevó a la joven.
¡ Porque tanta era la generosidad sin par de Alí y de los hombres de su época!"
Luego, para terminar, aún contó Schehrazada esta anécdota:
¿MUJERES O JOVENZUELOS?
Cuenta el sabio Omar Al-Homs:
"En el año quinientos sesenta y uno de la hégira hizo un viaje a Hama la mujer más instruida y más elocuente de Bagdad, la que todos los sabios del Irak llamaban la Maestra de los Maestros. Y he aquí que aquel año llegaron a Hama desde todas las comarcas de los países musulmanes los hombres más versados en las diversas ramas de los conocimientos; y todos se alegraban de poder oír e interrogar a esta mujer maravillosa entre todas las mujeres, que viajaba de aquel modo de país en país, en compañía de un joven hermano suyo, para sostener tesis públicas acerca de las cuestiones más difíciles, e interrogar y ser interrogada sobre todas las ciencias, la jurisprudencia, la teología y las bellas letras.
Deseoso de oírla, rogué a mi amigo el sabio jeique El-Salhaní que me acompañara al sitio
donde argumentaba ella aquel día. El jeique El-Salhaní aceptó, y nos presentamos ambos en la sala donde Sett Zahía se mantenía detrás de una cortina de seda para no contravenir la costumbre de nuestra religión. Nos sentamos en un banco de la sala, y su hermano cuidó de nosotros, sirviéndonos frutas y refrescos.
Después de haberme hecho anunciar a Sett Zahía, declinando mi nombre y mis títulos, empecé con ella una discusión acerca de la jurisprudencia divina y acerca de las diferentes interpretaciones que a la ley dieron los más sabios teólogos de los tiempos antiguos. En cuanto a mi amigo el jeique El-Salhaní, desde el instante que divisó al joven hermano de Sett Zahía, jovenzuelo de una belleza extraordinaria de rostro y de formas, quedó maravillado de admiración en el límite del entusiasmo, y no separó de él ya sus miradas. Así es que no tardó Sett Zahía en darse cuenta de la distracción de mi compañero, y cuando la observó, acabó por comprender los sentimientos que le animaban. Le llamó de pronto por su nombre, y le dijo: "Me parece ¡oh jeiquel que eres de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 391ª NOCHE
Ella dijo:
"...de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres". Mi amigo sonrió, y dijo: "¡Así es!" Ella preguntó: "¿Y por qué? ¡oh jeique!"
El dijo: "¡Porque Alah ha modelado el cuerpo de los jovenzuelos con una perfección admirable, en detrimento de las mujeres, y mis gustos me impulsan a preferir en toda cosa lo perfecto a lo imperfecto!" Ella se rió detrás de la cortina, y dijo: "¡Pues bien; si quieres defender tu opinión, estoy dispuesta a responderte!" El dijo: "¡Con mucho gusto!"
Entonces le preguntó ella: "¡En tal caso, explícame cómo podrás probarme la superioridad de los hombres y de los adolescentes sobre las mujeres y las jóvenes!"
El dijo: "¡Oh mi señora! la prueba que me pides puede hacerse de una parte por la lógica del razonamiento y de otra parte por el Libro y por la Sunna.
"En efecto, dice el Corán: "Los hombres superan con mucho a las mujeres, porque Alah les ha dado la superioridad". También dice: "En cualquier herencia, la parte correspondiente al hombre debe ser el doble de la correspondiente a la mujer; así es que el hermano heredará dos veces más que su hermana". Estas palabras santas nos prueban, pues, y establecen de manera permanente, que a una mujer no se la debe considerar más que como a la mitad de un hombre.
"En cuanto a la Sunna, nos enseña que el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) estimaba el sacrificio expiatorio de un hombre como si tuviese dos veces más valor que el de una mujer.
"Si recurrimos ahora a la lógica pura, veremos que la razón confirma la tradición y la enseñanza. En efecto, si nos preguntamos sencillamente: "¿Quién tiene la prioridad, el ser activo o el ser pasivo?", la respuesta será sin duda alguna en favor del ser activo. Y el principio activo es el hombre, y la mujer es el principio pasivo. No hay que vacilar, por tanto. ¡El hombre se halla por encima de la mujer, y el joven es preferible a la joven!"
Pero Sett Zahía contestó: "¡Tus citas son exactas!, ¡oh jeique! Y contigo reconozco que en su Libro Alah ha dado a los hombres preferencia sobre las mujeres. Pero no especificó nada y habló de una manera general. ¿Por qué, pues, si buscas la perfección de las cosas, te diriges solamente a los jóvenes? ¡Deberías preferir a los hombres de barba, a los venerables jeiques de frente arrugada, pues que fueron más lejos en la vía de la perfección!"
El contestó: "Sí, por cierto, ¡oh mi señora! Pero no comparo ahora a los ancianos con las mujeres viejas, pues no se trata de eso, sino solamente de sacar deducciones de los jóvenes. En efecto, me concederás, ¡oh mi señora! que nada en la mujer puede compararse a las perfecciones de un joven hermoso, a su talle flexible, a la finura de sus miembros, al conjunto de colores tiernos que hay en sus mejillas, a la gentileza de su sonrisa y al encanto de su voz. Por cierto que para ponernos en guardia contra una cosa tan evidente, nos dice el propio Profeta: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las huríes!"
Además, ya sabes que la mayor alabanza que puede hacerse de la belleza de una joven es compararla con la de un mozuelo. Bien conoces los versos en que el poeta Abu-Nowas habla de todo eso, y el poema en que dice:
¡Tiene ella las caderas de un mozo, y se balancea al viento ligero como al soplo del Norte se balancea la rama del ban!
"Así, pues, si los encantos de los jóvenes no fueran notoriamente superiores a los de las jóvenes, ¿por qué se sirven de ellos los poetas como término de comparación?
"Además, no ignoras que el adolescente no se limita a estar bien formado, sino que sabe arrebatarnos los corazones con el encanto de su lenguaje y lo agradable de sus maneras. ¡Y es tan delicioso cuando un bozo incipiente comienza a sombrear sus labios y sus mejillas, donde anidan pétalos de rosa! ¿Y es que puede encontrarse en el mundo algo comparable al encanto que en aquel momento despide? ¡Qué razón tenía el poeta Abu-Nowas al exclamar:
Me dicen sus calumniadores envidiosos: "¡Ya empiezan los pelos a hacer rugosos sus labios!" Pero yo les digo: "¡Cuán grande es vuestro error! ¿Cómo puede pareceros un defecto ese adorno?
"¡Ese bozo realza la blancura de su cara y de sus dientes, como un engarce verde realza el brillo de las perlas! ¡Es un indicio encantador de las fuerzas nuevas que adquiere su grupa!
"Han hecho las rosas juramento solemne de no borrar jamás de las mejillas de él sus colores milagrosos! ¡Saben sus párpados hablarnos con lenguaje más elocuente que el de sus labios, y sus cejas saben contestar con precisión!
"¡Los pelos, objeto de vuestra maledicencia, sólo han crecido para preservar sus encantos y ponerlos al abrigo de vuestros ojos groseros! ¡Dan al vino de su boca un sabor más pronunciado; y el verde de su barba en sus mejillas de plata les añade un color más vivo para entusiasmarnos!”
"También ha dicho otro poeta:
Me dicen los envidiosos: "¡Cuán ciega es tu pasión! ¿No ves que ya los pelos cubren sus mejillas?"
Yo les digo: "¡Si no estuviera la blancura de su rostro atenuada por la sombra dulce de su bozo, sería imposible que sostuvieran su resplandor mis ojos!
"Y además, ¿cómo, después de haber cultivado una tierra mientras era fértil, voy a abandonarla cuando la fertiliza la primavera?"
"Por último, ha dicho otro entre mil:
¡Esbelto mozo! ¡Sus miradas y sus mejillas luchan entre sí por quién hará más víctimas entre los hombres!
¡Derrama sangre de corazones con una espada hecha de pétalos de narciso, y cuya vaina y cuyo tahalí se lo robaron a los mirtos!
¡Tantas envidias suscitan sus perfecciones, que la misma belleza desea convertirse en mejilla velluda!
"He aquí ¡oh mi señora! pruebas bastantes para demostrar la Superioridad de la belleza de los mozos sobre la de las mujeres en general."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 392ª NOCHE
Ella dijo:
"... la superioridad de la belleza de los mozos sobre la de las mujeres en general".
Al oír estas palabras, contestó Sett Zahía: "Alah perdone tus argumentos erróneos, si es que no hablaste solamente por hablar o en broma. ¡Pero ahora va a triunfar la verdad! No endurezcas tu corazón y prepara tu oído para escuchar mis argumentos.
¡Por Alah sobre ti! Dime dónde se halla el joven cuya belleza puede compararse con la de una joven. ¿Olvidas que la piel de una joven, no sólo tiene el resplandor y la blancura de la plata, sino también la dulzura de los terciopelos y las sedas? ¡Su cintura es la rama del mirto y del ban! ¡Su boca es una manzanilla en flor, y sus labios dos anémonas húmedas! Sus mejillas, manzanas; calabacitas de marfil, sus senos.
Su frente irradia claridad, y de continuo dudan sus dos cejas, sin saber si deben reunirse o separarse. Cuando habla, se desgranan en su boca perlas finas; cuando sonríe, se escapan torrentes de luz de sus labios, que son más dulces que la miel y más suaves que la manteca. En el hoyo de su mentón está impreso el sello de la belleza. En cuanto a su vientre, ¡qué bonito es! Tiene a los lados líneas admirables y pliegues generosos que se superponen unos a otros. Sus muslos están hechos con una sola pieza de marfil y los sostienen las columnas de sus pies, formados con pasta de almendra.
¡Pero por lo que respecta a sus nalgas, son de buena ley, y cuando suben y bajan se las creería las olas de un mar de cristal o montañas de luz! ¡Oh pobre jeique!, ¿acaso pueden compararse los hombres a los genios? ¿No sabes que los reyes, los califas y los más grandes personajes de que hablan los anales fueron esclavos obedientes de las mujeres y consideran como una gloria soportar su yugo? ¡
Cuántos hombres eminentes bajaron la frente, sojuzgados por sus encantos! ¡Cuántos abandonaron por ellas riquezas, país, padre y madre! ¡Cuántos reinos perdiéronse por ellas! ¡Oh pobre jeique!, ¿no es para ellas para quienes se levantan los palacios, se borda la seda y los brocados y se tejen las telas más ricas? ¿No es para ellas para quienes tan buscados son por su perfume agradable y dulce el ámbar y el almizcle? ¿Olvidas que sus encantos han condenado a los habitantes del paraíso, y han trastornado la tierra y el universo y han hecho correr ríos de sangre?
"Pero respecto a las Palabras que citaste del Libro, son más favorables a mi causa que a la tuya.
Son esas Palabras: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las huríes!" Ya ves que se trata de una alabanza directa a las huríes del paraíso, que sirven de término de comparación, siendo mujeres y no mozos. ¡Y hasta vosotros, los aficionados a los adolescentes, cuando queréis describir a vuestros amigos, comparáis sus caricias con las de las jóvenes! No os da vergüenza de vuestros gustos corrompidos, os complacéis en ellos y los satisfacéis en público.
Olvidáis las palabras del Libro: "¿Por qué buscar el amor de los varones? ¿No ha creado Alah a las mujeres para satisfacción de vuestros deseos?' ¡Gozad, pues, con ellas a vuestro sabor! ¡Pero sois un pueblo terco!"
"Si a veces comparáis a las jóvenes con los mozuelos, unicamente se debe a vuestros deseos corrompidos y a vuestro gusto pervertido!
Sí, conocemos bien a vuestros poetas aficionados a los mozos! ¿No ha dicho el más grande de ellos, el jeique de los pederastas, Abu-Nowas, hablando de una joven:
¡Igual que un joven, no tiene caderas, y hasta se ha cortado los cabellos! ¡Y he aquí que un tierno bozo sombrea su rostro y da doble valor a sus encantos! ¡Así puede satisfacer al pederasta y al adúltero!
“Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jó venes...
En este momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 393ª NOCHE
Ella dijo:
"... Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jóvenes, ¿no sabes ¡oh jeique! los versos del poeta a este respecto?
Escucha:
¡He aquí que al nacer en su mejilla los primeros pelos, ha huído su amante!
¡Porque cuando el carbón de la barba ennegrece el mentón, convierte en humo los encantos del joven!
Y cuando la página en blanco del rostro se llena con lo negro de la escritura, ¿quién que no sea un ignorante querrá tomar la pluma todavía?
"Así, pues, ¡oh jeique! rindamos homenaje a Alah el Altísimo, que supo reunir en las mujeres todos los goces que pueden llenar la vida, y prometió a los profetas, a los santos y a los creyentes darles el paraíso como recompensa a las huríes maravillosas. Y claro que, si Alah el infinitamente bueno comprendiera que había en realidad fuera de las mujeres otras voluptuosidades, sin duda se las huiese prometido y reservado a sus fieles creyentes. Sin embargo, Alah no habla nunca de los mozuelos más que para presentarlos como servidores de los elegidos en el paraíso; pero a nadie se los prometió ninguna vez con otros fines. ¡Y el mismo Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) no se inclinó jamás en tal sentido, sino al contrario! Porque acostumbraba repetir a sus compañeros: "¡Tres cosas te hacen amar este mundo: las mujeres, los perfumes y la frescura que presta al alma la plegaria!".
Pero mejor de lo que yo sabría hacerlo, resurnen mi opinión ¡oh jeique! estos versos del poeta:
¡Entre trasero y trasero hay diferencia! ¡Si os acercáis a uno, se os tizna de amarillo el traje; pero si os acercáis al otro se os perfurna!
¿Cómo hay quien compare al mozo con la moza? ¿Se atrevió nunca nadie a preferir la madera olorosa del nadd a los excrementos de los cetáceos?
"Pero veo que la discusión me excitó demasiado y me hace rebasar los límites de la conveniencia en que deben mantenerse las mujeres, principalmente en presencia de los jeiques y los sabios. Me apresuro, pues, a pedir perdón a quienes hayan podido molestarse u ofenderse, y cuento con su discreción para cuando salgan de esta entrevista, porque dice el proverbio:
"¡El corazón de los hombres bien nacidos es una tumba para los secretos!"
Cuando hubo acabado de contar esta anécdota, Schehrazada dijo: "¡Y esto es ¡oh rey afortunado! lo que pude recordar de las anécdotas encerradas en el Paraíso florido del ingenio y el Jardín de la galantería!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡En verdad, Schehrazada, que me encantaron en extremo esas anécdotas, y me entran ahora deseos de oír una historia como las que me contabas antes!"
Schehrazada contestó:
"¡En ello pensaba precisamente!" Y dijo enseguida:
EL FALSO CALIFA
Cuentan que una noche el califa Harún Al-Raschid, presa del insomnio, hizo llamar a su visir Giafar Al-Barmaki, y le dijo: "¡Tengo oprimido el pecho, y deseo ir a pasearme por las calles de Bagdad y liegar hasta el Tigris, para ver si paso la noche distraído!" Giafar contestó oyendo y obedeciendo, y al punto se disfrazó de mercader, tras de ayudar al califa a que se disfrazara de lo mismo y de llamar al portaalfanje Massrur para que les acompañara disfrazado como ellos. Luego salieron del palacio por la puerta secreta, y empezaron a recorrer lentamente las calles de Bagdad, silenciosas a aquella hora, y de esta guisa llegaron a la orilla del río. En una barca amarrada vieron a un barquero viejo que se disponía a arroparse en su manta para dormir.
Se acercaron a él, y después de las zalemas, le dijeron: "¡Oh jeique! ¡deseamos de tu amabilidad que nos lleves en tu barca para pasearnos un poco por el río, ahora que hace fresco y es deliciosa la brisa! ¡Y he aquí un dinar por tu trabajo!" Y el interpelado contestó con acento de terror en la voz: "¿Sabéis lo que pedís, señores? Por lo visto no conocéis la prohibición. ¿No veis venir hacia nosotros el barco en que se halla el califa con todo su séquito?"
Preguntaron muy asombrados: "¿Estás seguro que ese barco que se acerca lleva al propio califa?" El otro contestó: "¡Por Alah! ¿y quién no conoce en Bagdad la cara de nuestro amo el califa? ¡Sí, mis señores, es el mismo, con su visir Giafar y su portaalfanje Massrur! ¡Y mirad con ellos a los mamalik y a los cantores! Oíd cómo grita el pregonero, de pie en la proa: ".Prohibido a grandes y pequeños a jóvenes y a viejos, a notables y a plebeyos, pasearse por el río! ¡A quien contravenga esta orden se le cortará la cabeza o será colgado del mástil de su barco!"
Al oír tales palabras...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 394ª NOCHE
Ella dijo:
... Al oír tales palabras, Al-Raschid llegó al límite del asombro, porque no había dado nunca semejante orden, y hacía más de un año que no se paseaba por el río. Miró, pues, a Giafar y le interrogó con los ojos acerca de lo que significaba aquello. Pero Giafar, tan asombrado como el califa, se encaró con el barquero viejo, y le dijo: "¡Oh jeique" he aquí dos dinares para ti. Pero date prisa a llevarnos en tu barca y a ocultarnos en una de esas casetas abovedadas que hay a flor de agua, sencillamente para que podamos ver el paso del califa y su séquito sin que nos vean y nos prendan". Tras de dudar mucho, el barqueroo aceptó la oferta, y después de llevar en su barca a los tres, los guareció en una caseta y extendió sobre ellos una manta negra para que se les divisase menos aún.
Apenas se habían colocado así, vieron acercarse el barco, iluminado por la claridad de teas y antorchas que alimentaban con madera de áloe, esclavos jóvenes vestidos de raso rojo, con los hombros cubiertos con mantos amarillos y la cabeza envuelta en muselina blanca. Unos se hallaban a proa y otros a popa, y levantaban sus teas y sus antorchas, pregonando de cuando en cuando la prohibición consabida. También vieron a doscientos mamalik de pie, alineados a ambos lados del barco, rodeando un estrado situado en el centro, donde aparecía sentado en trono de oro un joven vestido con un traje de paño negro realzado con bordados de oro; y a su derecha se mantenía un hombre que se asemejaba asombrosamente al visir Giafar; y a su izquierda se mantenía con el alfanje desenvainado, otro hombre que se asemejaba exactamente a Massrur, mientras en la parte baja del estrado estaban sentadas por orden veinte cantarinas y tañedoras de instrumentos.
Al ver aquello, exclamó Al-Raschid: "¡Giafar!"
El visir contestó: “!A tus órdenes, oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Seguramente debe ser uno de nuestros hijos, quizá Al-Mamúm o quizá Al-Amín! Y de los dos que están de pie a su lado, uno se parece a ti y el otro a mi portaalfanje Massrur. ¡Y las que se sientan al pie del estrado parecen de un modo extraño a mis cantarinas habituales y a mis tañedoras de instrumentos! ¿Qué piensas de todo esto? ¡Yo estoy sumido en una perplejidad grande!" Giafar contestó: "¡Yo también, ¡por Alah! oh Emir de los Creyentes!"
Pero ya habíase alejado de su vista el barco iluminado, y libre su angustia exclamó el viejo barquero: "¡Por fin estamos seguros! ¡No nos ha visto nadie!"
Y salió de la caseta y condujo a la orilla a sus tres pasajeros. Cuando desembarcaron, se encaró con él el califa, y le preguntó: "¡Oh jeique! ¿dices que el califa viene todas las noches a pasearse como hoy en ese barco iluminado?" El otro contestó: "¡Sí, señor, y ya hace un año de esto!" El califa dijo: "¡Oh jeique! somos extranjeros que estamos de viaje, y nos gusta regocijarnos con todos los espectáculos y pasear por todos los sitios donde hay cosas hermosas que ver! ¿Quieres, pues, admitir estos diez dinares y esperarnos aquí mismo mañana a esta hora?" El barquero contestó: "¡Quiero y me honro!" Entonces se despidieron de él el califa y sus dos acompañantes y regresaron al palacio comentando aquel espectáculo extraño.
Al día siguiente, después de tener reunido el diwán durante toda la jornada y de recibir a sus visires, chambelanes, emires y lugartenientes, y de despachar los asuntos corrientes, y juzgar y condenar, y absolver, el califa se retiró a sus habitaciones, quitándose sus ropas reales para disfrazarse de mercader, y acompañado de Giafar y Massrur tomó el mismo camino que la víspera, y no tardaron en llegar al río, donde les esperaba el viejo barquero. Se metieron en la barca y fueron a ocultarse en la caseta, en la cual esperaron la llegada del barco iluminado.
No tuvieron tiempo de impacientarse, porque algunos instantes después apareció el barco sobre el agua encendida por las antorchas y al son de los instrumentos. Y divisaron a las mismas personas que la víspera, el mismo número de mamalik y los mismos invitados, en medio de los cuales se hallaba sentado en el estrado el falso califa entre el falso Giafar y el falso Massrur.
Al ver aquello, Al-Raschid dijo a Giafar: "¡Oh visir, estoy viendo una cosa que nunca habría creído si fueran a contármela!" Luego dijo al barquero: "¡Oh jeique toma diez dinares más y condúcenos a la zaga de ese barco; y nada temas, pues no nos han de ver porque están en medio de la luz y nosotros en las tinieblas. Nuestro objeto es disfrutar el hermoso espectáculo de esta iluminación sobre el agua!" El barquero aceptó los diez dinares, y aunque muy atemorizado, empezó a remar sin ruido por la estela del barco, cuidando de no entrar en el círculo luminoso...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 395ª NOCHE
Ella dijo:
..cuidando de no entrar en el círculo luminoso, hasta que llegaron todos a un parque que bajaba en cuesta hasta el río, y en aquel sitio amarraron el barco. Desembarcaron el falso califa y todo su séquito, y al son de los instrumentos penetraron en el parque.
Cuando estuvo lejos el barco, el viejo jeique costeó la orilla con su barca en la oscuridad para que a su vez desembarcaran sus pasajeros. Ya en tierra, fueron a mezclarse con la muchedumbre de individuos que rodeaban al falso califa llevando antorchas en la mano.
Y he aquí que, mientras seguían de tal modo al cortejo, fueron advertidos por algunos mamalik y reconocidos como instrusos. Al punto, los prendieron y condujeron a presencia del joven, que les preguntó: ¿Cómo os arreglasteis para entrar aquí y por qué razón vinisteis?
Contestaron: "¡Oh señor nuestro! somos mercaderes extranjeros en este país. Hemos llegado hoy precisamente, y nos hemos aventurado al acceso a este jardín. ¡Ibamos tan tranquilos, cuando nos ha prendido vuestra gente, conduciéndonos entre vuestras manos!"
El joven les dijo: "¡No temáis, ya que sois extranjeros en Bagdad! De no ser así, sin duda haría que os cortaran la cabeza!" Luego se encaró con su visir, y le dijo: "Déjales que vengan con nosotros. ¡Serán nuestros huéspedes por esta noche!" Acompañaron entonces al cortejo, y llegaron de tal suerte a un palacio que no podía compararse en magnificencia más que con el del Emir de los Creyentes.
En la puerta de aquel palacio aparecía grabada esta inscripción:
En esta morada donde siempre es bien venido el huésped, puso el tiempo la belleza de sus matices y lo decoró el arte, y la acogida generosa de su dueño contenta el espíritu.
Entraron entonces en una sala magnífica, con el piso cubierto por una alfombra de seda amarilla, y sentándose en un trono de oro, el falso califa permitió a los demás sentarse a su alrededor. Se sirvió inmediatamente un festín; y todos comieron y se lavaron las manos; luego, cuando pusieron las bebidas encima del mantel, bebieron prolongadamente en la misma copa, que se pasaban de unos a otros. Pero cuando le llegó la vez, el califa Harún Al-Raschid no quiso beber. Entonces se encaró el falso califa con Giafar y le preguntó: "¿Por qué no quiere beber tu amigo?" Giafar contestó: "¡Hace mucho tiempo, señor, que dejó de beber!" El otro dijo: "¡En tal caso, mandaré que le sirvan otra cosa!"
Al punto dió una orden a uno de sus mamalik, que se apresuró a traer un frasco lleno de sorbete de manzanas, y se lo ofreció a Al-Raschid, que lo aceptó aquella vez y se puso a bebérselo con mucho gusto.
Cuando se hizo sentir en los cerebros la bebida, el falso califa, que tenía en la mano una varita de oro, dió con ellas tres golpes en la mesa, y al momento se abrieron las dos hojas de una ancha puerta que estaba al fondo de la sala, para dar paso a dos negros que llevaban a hombros un sillón de marfil, en el cual aparecía sentada una joven esclava blanca, de rostro brillante como el sol. Colocaron el sillón frente a su amo, y se quedaron detrás en pie y sin moverse. Entonces cogió la esclava un laúd indio, lo templó, y preludió de veinticuatro modos distintos con un arte que entusiasmó al auditorio.
Luego volvió al primer tono, y cantó:
¿Cómo puedes consolarte lejos de mí, cuando mi corazón está de duelo por tu ausencia?
¡El Destino ha separado a los amantes y está vacía la morada que resonaba con cánticos de dicha!
Cuando el falso califa oyó cantar estos versos, lanzó un grito agudo, desgarró su hermoso traje constelado de diamantes, su camisa y la demás ropa, y cayó desvanecido. Enseguida apresuráronse los mamalik a echarle encima un manto de raso, pero no con la rapidez suficiente para que el califa, Giafar y Massrur no tuvieran tiempo de notar que el cuerpo del joven ostentaba extensas cicatrices y huellas de bastonazos y latigazos.
Al ver aquello, el califa dijo a Giafar: "¡Por Alah! ¡qué lástima que un joven tan hermoso tenga en el cuerpo señales que nos muestran de manera evidente que nos las tenemos que haber con algún criminal escapado de la cárcel!" Pero ya los mamalik habían vestido a su amo con otra ropa más hermosa y más rica que la anterior, y el joven volvió a sentarse en el trono como si no hubiese sucedido nada.
Advirtió entonces que los tres invitados se hablaban en voz baja, y les dijo: "¿A qué vienen esa cara de asombro y esas palabras dichas en voz baja?" Giafar contestó: "Este compañero mío me decía que ha recorrido todos los países y tratado muchos personajes y reyes, sin que jamás haya visto ninguno tan generoso como nuestro huésped. Y también se asombraba de ver que
desgarrabas un traje que seguramente vale diez mil dinares. Y me citaba en tu honor estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 396ª NOCHE
Ella dijo:
".. Y me citaba en tu honor estos versos: ,
¡La generosidad erigió su morada en medio de la palma de tu mano, e hizo de tal morada el asilo deseado!
¡Si un día cerrase sus puertas la generosidad, tu mano sería la llave que abriera sus cerraduras!
Al oír estos versos, se mostró muy satisfecho el joven, y ordenó que obsequiasen a Giafar con mil dinares y con un ropón tan hermoso como el que había desgarrado él, y siguieron bebiendo y divirtiéndose.
Pero Al-Raschid, que no estaba tranquilo desde que advirtió huellas golpes en el cuerpo del joven, dijo a Giafar: "¡Pídele una explicación la cosa!" Giafar contestó: "¡Mejor será tener paciencia todavía y no resultar indiscretos!" El califa dijo: "¡Por mi cabeza y por la tumba Abbas, que como no le interrogues enseguida acerca del particular Giafar! dejará de pertenecerte tu alma en cuanto lleguemos a palacio!”
Y he aquí que el joven, que les estaba mirando, se dió cuenta de que aún hablaban en voz baja, y les preguntó: "¿Tanta importancia tiene eso que os decís en secreto?" Giafar contestó: "¡Nada malo es!" El joven añadió: "¡Por Alah! te suplico que me pongas al corriente de lo que os decís, sin ocultarme nada!" Giafar dijo: "¡Señor, mi compañero ha notado que tienes en los costados cicatrices y huellas de vergajos y latigazos! ¡Y está asombrado hasta el límite del asombro! ¡Y desearía ardientemente saber a consecuencia de qué aventura ha sufrido nuestro dueño el califa semejante trato, tan poco compatible con su dignidad y sus prerrogativas!"
Al oír estas palabras, sonrió el joven, y dijo: "¡Sea! ¡Puesto que sois extranjeros, os revelaré la causa de todo! ¡Y es mi historia tan prodigiosa y tan llena de maravillas, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la escuchase atentamente!"
Luego dijo:
"Sabed, señores míos, que yo no soy el Emir de los Creyentes, sino sencillamente el hijo del síndico de los joyeros de Bagdad. Me llamo Mohammad-Alí. Al morir mi padre, me dejó en herencia mucho oro, plata, perlas, rubíes, esmeraldas, alhajas y objetos de orfebrería; me dejó además propiedades edificadas, terrenos, huertos, jardines, tiendas y almacenes de reserva; y me hizo dueño de este palacio con todo lo que contiene, esclavos de ambos sexos, guardias y criados, mozos y mozas.
Y he aquí que, estando yo sentado un día en mi tienda en medio de los esclavos que ejecutaban mis órdenes, vi que a la puerta se paraba, y bajaba de una mula ricamente enjaezada, una joven, a la que acompañaban otras tres jóvenes, hermosas como lunas las tres. Entró en mi tienda y se sentó, mientras yo, en honor suyo, me ponía de pie; luego me preguntó: "¿Verdad que eres Mohammad-Alí el joyero?" Contesté: "¡Claro que sí, ¡oh mi señora! y soy tu esclavo, dispuesto a servirte!" Ella me dijo: "¿Tendrías alguna alhaja verdaderamente hermosa y que pudiera gustarme?" Yo le dije: "¡Oh mi señora! voy a traerte lo más hermoso de mi tienda y a ponerlo en tus manos. ¡Si llega a convenirte algo, nadie se considerará por ello más dichoso que tu esclavo; y si nada logra detener tus miradas, deploraré mi mala suerte durante toda mi vida!"
Precisamente tenía yo en mi tienda cien collares preciosos, maravillosamente labrados, que en seguida hice que me trajeran y se los enseñaran. Los cogió y los miró despacio uno por uno, demostrando entender más de lo que en su caso hubiera entendido yo mismo; luego me dijo: "¡Lo quiero mejor!"
Entonces me acordé de un collarcito que mi padre compró por cien mil dinares en otro tiempo, y que tenía yo guardado, al abrigo de todas las miradas, en un precioso cofrecillo para él sólo, me levanté entonces y traje el cofrecillo en cuestión con mil precauciones y le abrí ceremoniosamente en presencia de la joven, diciéndole: "¡No creo que lo tengan igual reyes ni sultanes, grandes ni pequeños!"
Cuando la joven hubo echado una rápida ojeada al collar, lanzó un grito de júbilo y exclamó: "¡Esto es lo que en vano anhelé toda mi vida!" Luego me dijo: "¿Cuánto vale?" Contesté: "Su precio exacto de reventa fue para mi difunto padre el de cien mil dinares. ¡Si te gusta, ¡oh mi señora! llegaré al límite de la felicidad ofreciéndotelo por nada!" Me miró ella, sonrió ligeramente, y me dijo: "¡Añade al precio que acabas de decir cinco mil dinares por los intereses del capital muerto, y será de mi propiedad el collar!"
Contesté: "¡Oh mi señora! el collar y su propietario actual son ya de tu propiedad y se hallan entre tus manos! ¡Nada más tengo que añadir!" Volvió ella a sonreír, y contestó: "¡Ya he dicho las condiciones de compra, y añado que te soy deudora de gratitud!" Y tras de pronunciar estas palabras, se levantó vivamente, saltó a la mula con una ligereza extrema, sin recurrir a la ayuda de sus servidores, y me dijo al partir: "¡Oh mi señor! ¿quieres acompañarme ahora mismo para llevarme el collar y cobrar el dinero en mi casa? ¡Créeme que gracias a ti el día de hoy ha sido para mí como la leche!" No quise insistir más para no contrariarla, ordené a mis criados que cerraran la tienda, y seguí a pie a la joven hasta su casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 397ª NOCHE
Ella dijo:
... y seguí a pie a la joven hasta su casa. Allí le entregué el collar, y ella penetró en sus habitaciones después de rogarme que me sentara en el banco del vestíbulo para esperar la llegada del cambista que debía pagarme los cien mil dinares con sus intereses.
Estando sentado en aquel banco del vestíbulo, vi llegar a una sirviente joven, que me dijo: "¡Oh mi señor, tómate la molestia de entrar a la antecámara de la casa, pues la espera a la puerta no se hizo para personas de tu calidad!" Me levanté entonces y penetré en la antecámara, donde me senté en un escabel tapizado de terciopelo verde y así, permanecí esperando algún tiempo. Entonces vi entrar a una segunda sirviente, que me dijo: "¡Oh señor mío, mi señora te ruega que entres en la sala de recepción, donde desea que descanses hasta que llegue el cambista!" No dejé de obedecer, y seguí a la joven a la sala de recepción. Apenas llegué allá, se descorrió un gran cortinaje al fondo, y se adelantaron hacia mí cuatro esclavas que llevaban un trono de oro en el que aparecía sentada la joven, con un rostro hermoso como una luna llena y con el collar al cuello.
Al ver su rostro sin velo y completamente descubierto, sentí turbárseme la razón y acelerarse los latidos de mi corazón. Y he aquí que ella hizo seña de que se retiraran a sus esclavas, avanzó hacia mí, y me dijo: "¡Oh luz de mis ojos! ¿crees que todo ser bello debe conducirse con la que le ama tan duramente como tú lo haces?" Contesté: "¡En ti está la belleza entera, y lo que de ella sobra, si sobra algo, se distribuyó entre los demás seres humanos!"
Ella me dijo: "¡Oh joyero Mohammad-Alí, has de saber que te amo, y que si me he valido de este medio ha sido sólo para decidirte a que vengas a mi casa!" Y tras de pronunciar estas palabras se inclinó sobre mí perezosamente, y me atrajo hacia ella mirándome con ojos lánguidos. Extremadamente emocionado, cogí entonces su cabeza con mis manos y la besé varias veces, en tanto que ella me devolvía largamente mis besos y me oprimía contra sus senos duros, que sentía yo incrustarse en mi pecho. Comprendí a la sazón que no debía retroceder y quise poner en ejecución lo que en mí estaba ejecutar. Pero en el preciso momento en que el niño, completamente despierto, reclamaba con ardor a su madre, me dijo ésta: "¿Qué pretendes hacer con eso, ¡oh mi señor!?" Contesté: "¡Ocultarlo para que me deje tranquilo!" Dijo ella: "El caso es que no vas a poder ocultarlo en mí, porque no está abierta la casa. ¡Sería preciso para ello abrir una brecha antes! ¡Pues has de saber que soy una virgen intacta de toda perforación! ¡Y si crees que hablas con una mujer cualquiera o con alguna meretriz entre las meretrices de Bagdad, debes desengañarte en seguida! Porque sabrás que tal como me ves, ¡oh Mohammad-Alí! soy la hermana del gran visir Giafar, la hija de Yahía ben-Khaled Al-Barmaki".
Al oír estas palabras ¡oh señores míos! sentí que el niño caía en un profundo sueño, y comprendí cuán impropio estuvo por mi parte el escuchar sus gritos y querer acallarlos pidiendo ayuda a la joven. Sin embargo, le dije: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que no es mía la culpa si quise que el hijo se aprovechara de la hospitalidad que al padre se le ha dado! ¡Tú misma eres quien se mostró generosa conmigo, haciéndome ver el paraíso por las puertas abiertas de tu hospitalidad!" Ella me contestó: "¡No tienes por qué hacerme reproches, sino al contrario! Y si quieres lograrás tus fines; pero por los únicos caminos legales. ¡Todo puede ser con la voluntad de Alah! ¡Soy, en efecto, dueña de mis actos, y nadie tiene el derecho de intervenir en ellos! ¿Me quieres, pues, por esposa legítima?" Contesté "¡Claro que sí!" Al punto hizo ella ir al kadí y a los testigos, y les dijo: "He aquí a Mohammad-Alí, hijo del difunto síndico Alí. Me pide en matrimonio y me reconoce como dote este collar que me ha dado. ¡Yo acepto y consiento!" Se redactó enseguida nuestro contrato de matrimonio, y después de extenderlo nos dejaron solos. Trajeron los esclavos bebidas, copas y laúdes, y empezamos ambos a beber hasta que resplandeció nuestro ingenio. Tomó ella entonces el laúd, y cantó acompañándose con él:
¡Por la finura de tu talle, por tu andar orgulloso, te juro que sufro con tu alejamiento!
¡Ten piedad de un corazón abrasado en el fuego de tu amor!
¡Me exalta la copa de oro, donde al beber de su licor, encuentro vivo tu recuerdo!
¡Así en medio de las rosas brillantes, la flor de mirto me hace apreciar mejor los colores vivos!
Cuando hubo ella acabado de cantar, tomé a mi vez el laúd, y después de demostrar que sabía sacar de él el mejor partido, dije estos versos del poeta, acompañándome en sordina:
¡Oh prodigio! ¡En tus mejillas veo unirse cosas contrarias: la frescura del agua y el rojo de la llama!
¡Eres para mi corazón fuego y frescura! ¡Oh, cuán amarga y dulce eres en mi corazón!
Cuando acabamos de cantar, notamos que ya era hora de ir pensando en acostarse. La cogí en mis brazos y la tendí en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 398ª NOCHE
Ella dijo:
... en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas. Entonces, cuando la desnudé, pude comprobar que era una perla sin perforar y una yegua que no habían cabalgado. Mucho me regocijé con ello, ¡y puedo, por cierto, asegurar que en mi vida pasé una noche tan agradablecomo aquella noche en que, hasta que llegó la mañana tuve apretada contra mí a mi esposa como
podría tenerse en la mano a un pichón con las alas plegadas!
Y no fue solamente una noche la que pasé de esta manera, sino un mes entero, sin interrupción. Y olvidé mis intereses, mi tienda, los bienes que manejaba y mi casa con todo lo que contenía, hasta que un día, el primero del segundo mes, fué a buscarme ella, y me dijo: "Tengo precisión de ausentarme algunas horas, el tiempo preciso para ir al hammam y regresar. Te suplico que no abandones el lecho, y no te levantes hasta que esté yo de vuelta. ¡Y volveré del hammam completamente fresca, y ligera, y perfumada!" Luego, para estar más segura de que ejecutaría yo su orden, me hizo prestar juramento de que no me movería del lecho. Tras de lo cual, se llevó a dos de sus esclavas, que cogieron las toallas y los líos de ropa blanca y vestidos, y se fué con ellas al hammam.
Y he aquí ¡oh señores míos! que no bien salió ella de la casa ¡por Alah! vi abrirse la puerta y entrar en mi cámara a una vieja, que me dijo, después de las zalemas: "¡Oh mi señor Mohammad! Sett Zobeida, la esposa del Emir de los Creyentes, me envía a ti para rogarte que te presentes en palacio, donde desea verte y oírte porque la han hablado en términos tan admirativos de tus maneras distinguidas, de tu cortesía y de tu hermosa voz, que tiene muchas ganas de conocerte." Contesté: "¡Por Alah! mi buena tía, Sett Zobeida me hace un honor extremado al invitarme a ir a verla; pero no puedo dejar la casa antes de que vuelva mi esposa, que ha ido al hamman."
La vieja me dijo: "Hijo mío, en interés tuyo te aconsejo que no difieras un instante la visita que se te pide, si no quieres que Sett Zobeida sea tu enemiga! ¡Porque te advierto, por si lo ignoras, que la enemistad de Sett Zobeida es muy peligrosa! ¡Luego regresarás a tu casa enseguida!"
Estas palabras me decidieron a salir, a despecho del juramento que presté a mi esposa, y seguí a la vieja, que echó a andar delante de mí y me condujo al palacio, en el cual me introdujo sin dificultad.
Cuando Sett Zobeida me vió entrar, me sonrió, hízome acercarme a ella, y me dijo: "¡Oh luz de los ojos! ¿eres tú el bienamado de la hermana del gran visir?" Contesté: "¡Soy tu esclavo y tu servidor!"
Ella me dijo: "¡En verdad que no exageraron tus méritos quienes me describieron tus modales encantadores y tu manera de hablar distinguida! Deseo verte y conocerte, para juzgar con mis ojos la elección y los gustos de la hermana de Giafar. Por ahora estoy satisfecha. ¡Pero harás que mi placer llegue a sus límites extremos, si quieres dejarme oír tu voz cantando cualquier cosa!" Contesté: "¡Quiero y me honro!" Y cogí un laúd que llevó una esclava y canté dos o tres estrofas sobre el amor correspondido. Cuando cesé de cantar, me dijo Sett Zobeida: "Remate Alah su obra haciéndote más perfecto todavía de lo que eres, ¡oh joven encantador! Te agradezco que hayas venido a verme. ¡Ahora date prisa a entrar en tu casa antes del regreso de tu esposa, para que no se imagine que quiero sustraerte a su afecto!" Besé entonces la tierra entre sus manos, y salí del palacio por la misma puerta que entré.
Cuando llegué a la casa, encontré en el lecho a mi esposa, que me había precedido. Dormía ya, y no hizo ningún movimiento indicador de que fuera a despertarse. Me eché entonces a sus pies y empecé a acariciarle las piernas con mucha suavidad. Pero de pronto abrió los ojos y me asestó fríamente en el costado un puntapié, que me hizo rodar por tierra debajo del lecho, y exclamó: "¡Oh traidor! ¡oh perjuro! ¡Faltaste a tu juramento, y has ido a ver a Sett Zobeida! ¡Por Alah, que si no tuviese horror al oprobio y a revelar en público mis intimidades, ahora mismo iría a hacer saber a Sett Zobeida las consecuencias que trae el seducir a los maridos ajenos! ¡Pero hasta entonces vas a pagar por ella y por ti!" Y dió una palmada y exclamó "¡Ya Sauab!" Al punto apareció el jefe de sus eunucos, un negro que siempre me miró atravesado, y le dijo ella: "¡Corta en seguida el cuello a este traidor, a este embustero, a este perjuro!" Inmediatamente blandió el negro su espada, se desgarró un pedazo del borde del ropón y me vendó los ojos con el jirón de tela que se había arrancado. Luego me dijo: "¡Haz tu acto de fe!" y se dispuso a cortarme la cabeza. oro en aquel momento entraron todas las esclavas, grandes y peueñas, jóvenes y viejas, con las cuales había yo sido siempre generoso ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 399ª NOCHE
Ella dijo:
...grandes y pequeñas, jóvenes y viejas con las cuales había yo sido siempre generoso, y le dijeron: "¡Oh señora nuestra! te suplicamos que le perdones, en gracia a que ignoraba la gravedad de su falta. ¡No sabía él que nada podía contrariarte más que su visita a tu enemiga Sett Zobeida! ¡Desconocía absolutamente la rivalidad que pudiera existir entre vosotras dos! ¡Perdónale, oh señora nuestra!"
"¡Está bien! le dejaré salvar la vida; pero deseo que le quede un recuerdo imborrable de su falta". E hizo seña a Sauab de que cambiase la espada por el palo. Y al punto cogió el negro una vara de flexibilidad terrible, y empezó a golpearme con ella en los sitios más sensibles de mi cuerpo. Tras de lo cual cogió un latigo y me asestó con él quinientos latigazos, enroscándolo cruelmente a mis partes más delicadas y a mis costillas. Esto os explicará, señores míos, las huellas y cicatrices que hace un rato pudísteis observar en mi cuerpo.
Después de infligirme este tratamiento, hizo que me sacaran de allí y me arrojaran a la calle, como una espuerta de basura. Entonces, arreglándome como pude, me arrastré hasta mi casa todo ensangrentado, para caer desvanecido cuan largo era apenas entré en mi habitación, abandonada desde hacía tanto tiempo. Cuando, al cabo de un largo espacio de tiempo volví de mi desmayo, acudí a un sabio cirujano, de mano muy suave, que me cuidó delicadamente las heridas, y a fuerza de bálsamos y de ungüentos logró obtener mi curación. Permanecí dos meses, empero, acostado y sin moverme; y cuando pude salir, lo primero que hice fué ir al hammam, y después de bañarme, me personé en mi tienda. En ella me apresuré a subastar cuantas cosas preciosas contenía, realicé todo lo que pude realizar, y con la suma que su importe me produjo compré cuatrocientos jóvenes mamalik, a los cuales vestí ricamente, y ese barco donde me habéis visto esta noche en su compañía. Escogí para que se mantuviese a mi derecha a uno de ellos que se parecía a Giafar, y a otro para darle las prerrogativas de portaalfanje, a ejemplo de lo que hace el Emir de los Creyentes. Y con el objeto de olvidar mis tribulaciones, me disfracé yo mismo de califa, y adquirí la costumbre de pasearme por el río todas las noches en medio de la iluminación de mi barco y de los cánticos y sones de instrumentos. ¡Y así transcurre mi vida desde hace un año, conservando la ilusión suprema de que soy el califa, por ver si con ello consigo ahuyentar de mi espíritu la pena que lo invade a partir del día en que mi esposa hizo que me castigaran tan cruelmente por culpa de la mutua rivalidad que alimentaban Sett Zobeida y ella!
¡Y sólo yo, que ignoraba todo aquello, sufrí las consecuencias de semejante disputa de mujeres! ¡He aquí mi triste historia, oh mis señores! ¡Y ya no me resta más que daros las gracias por haber querido reuniros con nosotros para pasar la noche amistosamente!"
Cuando el califa Harún Al-Raschid oyó esta historia, exclamó: "¡Loor a Alah, que hace que cada efecto tenga su causa!" Luego se levantó y pidió permiso al joven para retirarse con sus compañeros. Se lo permitió el joven, y el califa salió de allí para regresar al palacio, pensando en el modo de reparar la injusticia cometida con el joven por las dos mujeres. Y por su parte, estaba Giafar muy desolado de que su hermana fuese la causante de tal aventura, destinada entonces a que todo el palacio se enterase de ella.
Al día siguiente, revestido con las insignias de su autoridad, en medio de sus emires y chambelanes, el califa dijo a Giafar: "¡Haz que se presente a mí el joven que nos dió hospitalidad ayer por la noche!" Y Giafar salió inmediatamente, para volver muy pronto con el joven, que besó la tierra entre las manos del califa, y después de las zalemas, le cumplimentó en versos.
Encantado Al-Raschid, le mandó acercarse y sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Oh Mohammad-Alí!, te he llamado para oír de tus labios la historia que ayer contaste a los tres mercaderes. ¡Es prodigiosa y está llena de enseñanzas útiles!"
El joven dijo, muy emocionado: "¡No podré hablar ¡oh Emir de los Creyentes! mientras no me des el pañuelo de seguridad!" El califa le tiró al punto su pañuelo en prueba de que estaba seguro, y el joven repitió su relato sin omitir detalle. Cuando acabó, Al-Raschid le dijo: "¿Y quisieras que tu esposa volviese ahora a tu lado, a pesar de sus yerros para contigo?"
El joven contestó: "¡Bien venido sea todo lo que me venga de mano del califa, porque los dedos de nuestro amo son las llaves de los beneficios, y sus acciones no son acciones,
sino collares preciosos. adorno de los cuellos!"
Entonces el califa dijo a Giafar: "Venga a mí ¡oh Giafar! tu hermana, la hija del emir Yahía".
Y Giafar hizo que se presentara su hermana en seguida; y el califa le preguntó: "Dime, ¡oh hija de nuestro fiel Yahía! ¿conoces a este joven?" Ella contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿desde cuándo saben las mujeres conocer a los hombres?" El califa sonrió y dijo: "Pues bien; voy a decirte su nombre. Se llama Mohammad-Alí, y es hijo del difunto síndico de los joyeros. ¡Lo pasado, pasado, y al presente deseo darte a él por esposo!" Ella contestó: "¡La dádiva de nuestro amo está por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos!"
Al momento llamó el califa al kadí y a los testigos, e hizo extender legalmente el contrato de matrimonio, uniendo aquella vez a los dos jóvenes de un modo duradero para su dicha, que fué perfecta. Y quiso retener junto a él a Mohammad-Alí para contarle entre sus íntimos hasta el fin de sus días. ¡Y he aquí cómo Al-Raschid sabía consagrar sus ocios a unir lo que estaba desunido y a hacer felices a aquellos a quienes traicionó el Destino!
Pero no creas, ¡oh rey afortunado! continuó Schehrazada, que esta historia, que sólo te conté para distraerte de las anécdotas cortas, pueda igualar de cerca ni de lejos a la maravillosa Historia de Rosa-En-El-Cáliz y de Delicia-Del-Mundo
HISTORIA DE ROSA-EN-EL-CALIZ Y DE
DELICIA-DEL-MUNDO
Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
Cuentan que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de las épocas y de las edades, había un rey muy ilustre lleno de poderío y de gloria. Tenía un visir llamado Ibrahim, cuya hija era una maravilla de gracia y de belleza, superando a todas en elegancia y perfección, y estaba dotada de una inteligencia notable y de maneras notoriamente exquisitas. Además, le gustaban en extremo las reuniones animadas y el vino que da alegría, sin que desdeñase los semblantes lindos, los versos en cuanto de más refinado tienen y las historias extraordinarias. Atesoraba en sí tantas delicadas delicias, que atraía enamorados de ella a los corazones y a las cabezas, como le dijo cierta vez uno de los poetas que le cantaron:
¡Estoy prendado de la seductora! ¡Encantadora de turcos y árabes, conoce todas las finuras de la jurisprudencia, de la sintaxis y de las bellas letras!
Así es que cuando discutimos ambos acerca de estas cosas, he aquí lo que me dice a veces la maligna:
"¡Yo soy agente pasivo, y tú te obstinas en ponerme en el caso indirecto! ¿Por qué? ¡En cambio, dejas siempre en el acusativo a tu régimen, cuya misión es ser activo, y jamás le otorgas el signo de la erección!"
Yo le digo: "¡No sólo te pertenece mi régimen, ¡oh mi señora! sino también mi vida y toda mi alma! Pero no te asombres ya de este trueque de papeles. Hoy cambiaron los tiempos y se trastornaron las cosas.
No obstante, si a pesar de lo que te digo no quieres creer en tal cambio, ¡no dudes más y mira mi régimen! ¿No has notado que el nudo de la cabeza lo tiene en la cola?"
Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-en-el-Cáliz...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 400ª NOCHE
Ella dijo:
...Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-en-el-Cáliz.
El rey, a quien gustaba mucho que estuviera ella a su lado en los festines, por lo bien dotada que se hallaba de finura de ingenio y distinción, tenía por costumbre dar todos los años grandes fiestas, y con esta ocasión aprovecharse de la presencia en palacio de los principales personajes de su reino para jugar con ellos a la pelota.
Cuando llegó el día en que los invitados del rey se reunían con motivo de este juego de pelota, Rosa-en-el-Cáliz se sentó a su ventana para disfrutar del espectáculo. Enseguida empezó a animarse el juego, y la hija del visir, que seguía con la vista a los jugadores y observaba sus movimientos, divisó entre ellos a un joven infinitamente hermoso, de rostro encantador, de dientes sonrientes, de cintura breve y de anchos hombros. Al verle, experimentó tal placer que no pudo hartarse de contemplarle ni dejar de lanzarle ojeadas repetidas. Acabó por llamar a su nodriza, y le preguntó: "¿Sabes el nombre de ese joven exquisito, tan lleno de distinción, que está en medio de los jugadores?" La nodriza contestó: "¡Oh hija mía, todos son hermosos! No sé de cuál quieres hablar". La joven dijo: "¡Espera, que voy a enseñártelo!"
Y cogió al punto una manzana y se la arrojó al joven, que se volvió y levantó la cabeza en dirección a la ventana. Vió entonces a Rosa-en-el-Cáliz, sonriente y bella como la luna llena al iluminar las tinieblas; y de repente, sin tener tiempo de separar de allí ya su mirada, se sintió extremadamente conmovido de amor; y recitó estos versos del poeta:
¿Quién punzó mi corazón enamorado? ¿Fue el arquero o la flecha de tus pupilas?
¿De dónde vienes tan veloz, flecha acerada? ¿De la muchedumbre de guerreros o de una ventana simplemente?
Rosa-en-el-Cáliz preguntó a su nodriza: "Y ahora, ¿puedes ya decirme el nombre de ese joven?"
La nodriza contestó: "Se llama Delicia-del-Mundo". Al oír tales palabras, la joven echó atrás la cabeza con placer y emoción, dejóse caer en el diván, gimió profundamente e improvisó estas estrofas:
No ha tenido por qué arrepentirse quien te llamó Delicia-delMundo, ¡oh tú que unes una delicadeza exquisita de modales a todas las cualidades excelentes!
¡Oh naciente luna llena! ¡Oh rostro brillante que alumbras el universo e iluminas el mundo!
¡Entre todas las criaturas, eres el único sultán de la belleza! ¡Y tengo testigos que me den la razón!
¿No es tu ceja la letra nun, perfectamente trazada? ¿No se asemeja la almendra de tu ojo a la letra sad, escrita por los dedos amorosos del Creador?
¡Y tu cintura! ¿No es la joven, la tierna rama flexible que toma todas las formas deseables?
Si ya tu intrepidez ¡oh jinete! sobrepujó al valor de los más fuertes, ¿qué no diré de tu gracia superior y de tu hermosura?
Terminada esta improvisación, Rosa-en-el-Cáliz cogió una hoja de papel y transcribió los versos cuidadosamente. La dobló luego y la metió en una bolsita de seda bordada en oro, la cual escondió debajo del cojín del diván.
Y he aquí que la vieja nodriza, que había observado estos diversos movimientos de su señora, se puso a charlar con ella de unas cosas y de otras hasta que la dejó dormida. Entones sacó cuidadosamente de debajo del cojín la hoja de papel, la leyó, y convencida de la pasión que sentía Rosa-en-el-Cáliz, la colocó en el mismo sitio. Luego, cuando se despertó la joven, le dijo: "¡Oh mi señora, soy para ti la mejor y más tierna de las consejeras! Debo, pues, decirte cuán violenta es la pasión de amor, y prevenirte de que cuando se concentra en un corazón sin poder expansionarse, lo derrite aunque sea de acero, y produce en el cuerpo muchas enfermedades y deformidades. ¡Por el contrario, si la persona que sufre de este mal de amor se lo revela a otra, tal cosa sólo alivio ha de proporcionarle!"
Al oír estas palabras de su nodriza, Rosa-en-el-Cáliz dijo: "¡Oh nodriza! ¿conoces un remedio para el amor?" La nodriza contestó: "Lo conozco. ¡Consiste en poseer a la persona amada!" La joven preguntó: "¿Y qué hacer para conseguir esa posesión?" La nodriza dijo: "¡Oh mi señora! por el pronto basta con cambiar cartas llenas de palabras dulces, de salutaciones y de cumplimientos; porque tal es el medio mejor a que para reunirse recurren dos amigos, y lo primero que hay que hacer para resolver dificultades y prevenir complicaciones. Así, pues ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 401ª NOCHE
Ella dijo:
"...Así, pues, ¡oh mi señora! en caso de que ocultes en tu corazón alguna cosa, no temas confiármela; porque si es un secreto lo guardaré intacto de toda divulgación ¡y nadie como yo sabrá servirte con sus ojos y su cabeza para satisfacer tus menores deseos y llevar discretamente tus misivas!"
Cuando Rosa-en-el-Cáliz hubo oído estas palabras de su nodriza, sintió que la alegría le arrebataba la razón; pero retuvo en su alma cualquier palabra imprudente que revelase la causa de la turbación que la agitaba, diciendo para sí: "Nadie conoce todavía mi secreto; y para mayor seguridad, más vale no informar de nada a esta mujer mientras no posea pruebas ciertas de su fidelidad".
Pero ya añadía la nodriza: "¡Oh hija mía! la noche última vi a un hombre que se me apareció en sueños y me dijo: "¡Has de saber que tu joven señora y Delicia-del-Mundo están enamorados uno de otro, y a ti te incumbe favorecer la aventura y encargarte de sus misivas, haciéndoles toda clase de servicios con gran discreción, si quieres disfrutar tranquilamente una porción de ventajas!" Yo ¡oh mi señora! te cuento lo que he visto. ¡Tú serás ahora quien decida!"
Rosa-en-el-Cáliz contestó: "¡Oh nodriza! ¿te sientes verdaderamente capaz de callar secretos?" La nodriza dijo: "¿Cómo puedes dudarlo ni un instante, cuando soy una esencia entre las esencias de los corazones selectos?"
Entonces ya no dudó la joven, exhibiéndole el papel en que había escrito los versos y se lo entregó, diciéndole: "¡Date prisa a llevar esto a Delicia-del-Mundo y a traerme la respuesta!" La nodriza se levantó al punto y se presentó en casa de Delicia-del-Mundo, empezando por besarle la mano para luego cumplimentarle con las expresiones más amables y corteses. Tras de lo cual le entregó el billete.
Delicia-del-Mundo desdobló el papel y lo leyó. Luego, cuando se enteró bien del contenido, escribió al dorso de la hoja los versos siguientes:
¡Exaltado por el amor, late mi corazón apasionadamente, y en vano trato de contener su ímpetu tumultuoso! ¡El estado en que me halio descubre mis sentimientos!
Si mis lágrimas se desbordan, le digo a mi censor: "¡Es porque tengo los ojos malos!" Así creo engañarle acerca del verdadero motivo, ocultándole mis intimidades.
¡Libre aún ayer de toda ligadura y con el corazón tranquilo, yo ignoraba el amor! ¡Y he aquí que me despierto con el corazón dominado por el amor!
¡Voy a revelaros mi estado y a contaros mi cuita de amor, a fin de que vuestro corazón se compadezca del desgraciado que arde de pasión y a quien tortura la suerte!
¡Con las lágrimas de mis ojos trazo aquí este lamento, para con ello daros una prueba del amor a que obedece!
¡Preserve Alah de toda asechanza a un rostro que la belleza se encargó de cubrir con su velo, y ante el cual se inclina la luna, honrándole las estrellas cual esclavas!
¡Como hermosura, no he visto nada parecido! ¡Oh, su talle! ¡Las flexibles ramas aprenden a ondular viéndolo balancearse!
¡Ahora, si no os fastidia, me atrevo a suplicaros que vengáis a verme! ¡Oh, eso tiene para mí un valor muy grande!
¡No me resta ya más que haceros don de mi alma, con la esperanza de que acaso la aceptéis! ¡Vuestra llegada será para mí el Paraíso, y la Gehenna vuestra repulsa!
Después de escribir lo anterior, dobló la hoja, la besó y se la entregó a la nodriza, diciéndole: "¡Madre mía, cuento con tu bondad para predisponer en mi favor la voluntad de tu señora!" Ella contestó: "¡Escucho y. obedezco!" Cogió el billete y volvió a toda prisa al lado de su señora, a quien se lo entregó.
Al tomar el billete, Rosa-en-el-Cáliz se lo llevó a los labios y luego a la frente, lo desdobló y lo leyó.
Y cuando se hubo enterado bien de su contenido, escribió debajo los siguientes versos:
¡Oh tú cuyo corazón se prendó de nuestra belleza, no te arrepientas de unir la paciencia al amor! ¡Tal vez sea un medio de llegar a poseernos!
¡Cuando hemos advertido que tu amor era sincero y que tu corazón sufrió los mismos torméntos que nuestro corazón ,Sentimos un deseo igual a tu deseo de vernos por fin unidos; pero nos retuvo el temor a nuestros guardianes!
¡Sabe que, al descender sobre nos la noche llena de tinieblas, se exalta tanto nuestro ardor, que se encienden hogueras en nuestras entrañas!
¡Las tiránicas torturas del deseo que nos llama a ti ahuyentan de nuestra cama el sueño entonces, y de nuestro cuerpo se apodera el dolor!
¡Pero no olvides que el primer deber de los enamorados es ocultar a los demás su amor! ¡Guárdate, pues, de descorrer ante extrañas miradas el velo que nos proteje!
¡Y ahora quiero gritar que mis entrañas se hallan rebosando amor a cierto jovenzuelo! ¡Oh! ¿por qué no se quedó para siempre en nuesIra morada?
Cuando acabó de escribir estos versos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 402ª NOCHE
Ella dijo:
... Cuando acabó de escribir estos versos, dobló el papel y se lo entregó a la nodriza, que lo cogió y salió del palacio. Pero quiso el Destino que se encontrase precisamente con el chambelán del visir, padre de Rosa-en-el-Cáliz, que le preguntó: "¿Adónde vas así a esta hora?''' A estas palabras se sintió ella presa de una turbación extremada, y contestó: "¡Al hammam!" Y continuó su camino, pero tan turbada, que dejó caer, sin advertirlo, el billete mal guardado en un pliegue de su cinturón. iY esto en cuanto a ella!
Pero por lo que respecta al billete caído a tierra cerca de la puerta del palacio, lo recogió uno de los eunucos, que apresuróse a llevárselo al visir.
Y he aquí que precisamente el visir acababa de salir de su harén y había entrado en la sala de recepción para sentarse en su diván. Y mientras permaneció sentado de tal guisa tan tranquilo, el eunuco se adelantó con el billete consabido en la mano y le dijo: "Mi señor, acabo de encontrar por el suelo en la casa este billete, que me he apresurado a recoger". El visir se lo arrebató de las manos, lo desdobló, y vio escritos allí los versos en cuestión. Los leyó, y cuando se penetró de su sentido, examinó la letra, que le pareció ser, sin género de duda, la de su hija Rosa-en-el-Cáliz.
Al ver aquello, se levantó y fue en busca de su esposa, madre de la joven, llorando tan abundantemente, que se mojó con lágrimas toda la barba.
Y le preguntó su esposa: "¿Qué te impulsa a llorar de esa manera, ¡oh mi dueño!?" El contestó: "¡Toma este papel y mira lo que dice!" Cogió ella el papel, lo leyó, y se dio cuenta que había correspondencia entre su hija Rosa-en-el-Cáliz y Delicia-del-Mundo. Al averiguarlo, acudieron a sus ojos las lágrimas; pero torturó su alma sin llorar, y dijo al visir: "Oh mi señor, de ninguna utilidad serán las lágrimas, y la única idea excelente consiste en imaginar la manera de poner a salvo tu honor y ocultar el enredo en que se ha metido tu hija!" Y siguió consolándole y mitigándole las penas. El contestó: "¡Mucho me aflige por mi hija esa pasión! ¿No sabes que el sultán experimenta por Rosa-en el-Cáliz una afección muy grande? Así es que mi temor en este asunto obedece a dos causas: primero por lo que me concierne, pues que se trata de mi hija; después por lo que afecta al sultán, ya que Rosa-en-el-Cáliz es la favorita del sultán, y pueden originarse de ahí graves complicaciones. ¿Y qué opinas tú de todo esto?"
Ella contestó: "¡Espera un poco, para darme tiempo a que pronuncie la plegaria que me ha de iluminar en cuanto al partido que debe tomarse!" Y al punto colocóse en actitud de orar, según el rito y la Sunna, ejecutando las prácticas piadosas prescritas para tal caso".
Terminada la plegaria, dijo a su esposo: "Has de saber que en medio del mar llamado Bahr Al-Konuz hay una montaña que se llama la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Nadie puede arribar a ese paraje más que con dificultades infinitas. Te aconsejo, pues, que instales allí una vivienda para tu hija".
Conforme en este punto con su esposa, el visir resolvió hacer que se construyera en aquella Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-suhijo un palacio inaccesible, en el cual confinaría a Rosa-en-el-Cáliz, cuidando de surtirla de provisiones para un año, que se renovaría a principios del año siguiente, y dándole un séquito que la hiciere compañía y la sirviese.
Una vez que hubo tomado semejante resolución, el visir congregó a carpinteros, albañiles y arquitectos y los mandó a aquella montaña, donde no dejaron de edificar un palacio inaccesible y tal como no se había visto otro en el mundo.
Entonces el visir hizo preparar las provisiones para el viaje, organizó la caravana, y penetró de noche en las habitaciones de su hija, ordenándola que se pusiera en marcha. Ante una orden así, Rosa-en-el-Cáliz sintió con violencia las angustias de la separación, y cuando salió del palacio y se dio cuenta de los preparativos del viaje, no pudo menos de llorar con un llanto abundante. Con objeto de informar a Delicia-del-Mundo del ardor amoroso que pasaba por ella, capaz por lo violento de estremecer la piel, fundir las rocas más duras y hacer desbordarse las lágrimas, se le ocurrió entonces escribir sobre la puerta los versos siguientes:
¡Oh casa! ¡Si a la mañana pasase el ser amado, saludando con señas amorosas,
Devuélvele de parte nuestra un saludo delicioso y perfumado, porque no sabemos adónde nos llevará la suerte esta noche!
¡Ni yo misma sé hacia qué lugares me transporta el viaje, pues me conducen de prisa, y con equipaje reducido!
¡Vendrá la noche, y un pájaro oculto en los ramajes anunciará con sus endechas moduladas la noticia de nuestro triste destino!
Dirá con su lenguaje: "¡Qué dolor! ¡Cuán cruel es separarse de quien se ama!"
¡Y cuando vi ya llenas las copas de la separación y a la suerte dispuesta a ofrecérnoslas a pesar nuestro,
He gustado con resignación el amargo brebaje! ¡Pero la resignación ¡ay! no podrá nunca procurarme el olvido!
Cuando trazó sobre la puerta estos versos ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 403ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando trazó sobre la puerta estos versos, se colocó en su palanquín, y la caravana se puso en marcha. Franquearon llanuras y desiertos, terrenos uniformes y montes accidentados, y llegaron de tal suerte al mar de Al-Konuz, a la orilla del cual armaron sus tiendas; y construyeron un gran navío, en el que hicieron embarcarse con su séquito a la joven.
Y como el visir había dado orden a los conductores de la caravana de que cuando dejasen a la joven confinada en el palacio enclavado en la cima de la montaña volviesen a la playa y destruyesen el navío, se guardaron muy mucho de desobedecer, y ejecutaron puntualmente la misión que se les encargó, para regresar luego a presencia del visir, llorando por todo aquello. ¡Y he aquí cuanto a ellos se refiere!
Pero respecto a Delicia-del-Mundo, cuando se despertó al día siguiente no dejó de hacer su oración matinal y de montar a caballo para ponerse al servicio del sultán, como de costumbre. Al pasar por la puerta del visir, advirtió los versos escritos en ella, y al leerlos creyó perder el sentido, y se encendió el fuego en sus entrañas trastornadas. Volvióse entonces a su casa, donde no pudo estarse quieto ni un momento, presa de la impaciencia, de la inquietud y de la agitación.
Luego, al caer la noche, temeroso de revelar su estado a la servidumbre, se apresuró a salir, vagando a la ventura por los caminos, perplejo y hosco.
Anduvo de tal modo toda la noche y parte de la mañana siguiente, hasta que el calor intenso y la sed torturadora le obligaron a descansar algo. Y he aquí que precisamente había llegado al borde de un arroyo sombreado por un árbol, y se sentó allí y cogió agua en el hueco de las manos. Pero al llevar a sus labios esta agua no le encontró sabor ninguno; al mismo tiempo sintió que se le demudaba el semblante y se le ponía amarillo el color; y vió que tenía los pies hinchados por lamarcha y el cansancio.
Entonces se echó a llorar copiosamente, y con las mejillas empapadas de lágrimas recitó estos versos:
¡ Se embriaga el enamorado con el amor de su amigo, y aumenta su embriaguez la intensidad de sus deseos!
¡La locura de su amor le hace vagar exaltado y frenético; no halla en ninguna parte asilo; no tiene gusto ninguno en alimentarse!
¿Cómo puede encontrar alegría el enamorado, viviendo lejos de su amiga? ¡Ah! ¡sería prodigioso!
¡Derretido estoy desde que el amor habita en mí; y torrentes de Ilanto me lavan las mejillas!
Oh! ¿cuándo veré al amigo o a alguien de su tribu que traiga un poco de calma a este torturado corazón?
Cuando hubo recitado estos versos, Delicia-del-Mundo lloró hasta mojar la tierra; luego se levantó y alejóse de aquellos parajes. Caminando de tal manera, desolado por llanuras y desiertos, vio de pronto ante sí un león de hirsuta crin, formidable cuello, cabeza enorme como una cúpula, fauces más anchas que una puerta y dientes parecidos a colmillos de elefante. Al verlo no dudó ni por un momento de su perdición; se volvió en dirección a la Meca, pronunció su acto de fe y se preparó a morir.
Pero en aquel preciso instante acordóse de pronto de haber leído antaño en los libros antiguos que el león era sensible a la dulzura de las palabras, se complacía con las adulaciones, y de este modo se dejaba amansar fácilmente. Entonces empezó a decirle: "¡Oh león de las selvas! ¡oh león de las llanuras! ¡oh león intrépido! ¡oh jefe temido de los bravos! ¡oh sultán de los animales! ¡delante de tu grandeza tienes a un pobre enamorado aniquilado por la separación y con la mente enloquecida, a quien la pasión redujo hasta este extremo! ¡Escucha mis palabras y apiádate de mi perplejidad y mi dolor!"
Cuando el león hubo oído este discurso, retrocedió unos pasos, se sentó, levantó la cabeza mirando a Delicia-del-Mundo, y púsose a jugar con su cola y sus patas delanteras.
Al ver aquellos movimientos del león, Delicia-del-Mundo recitó estos versos:
¡Oh león del desierto! ¿vas a matarme antes de que encuentre a quien me ató el corazón?
¡Oh, no soy caza preciada, ni siquiera gorda, porque consumido está mi cuerpo por la pérdida del amigo, y tengo el corazón devastado!
¿Qué harás con un muerto a quien sólo el sudario falta?
¡Oh león tumultuoso en la refriega!
¡Si me maltratas, alegrarás con ello a los que me envidian!
¡No soy más que un pobre enamorado anegado en lágrimas, con el corazón oprimido por la ausencia del amigo!
¿Qué ha sido del amigo? ¡Oh tristes pensamientos de mis noches inquietas!
¡He aquí que no sé si mi vida se debate en la nada!
Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 404ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó, y con los ojos llenos de lágrimas, avanzó con mucha dulzura hacia Delicia-delMundo, poniéndose a lamerle pies y manos con la lengua. Tras de lo cual hízole señas de que le siguiera y echó a andar delante de él.
Delicia-del-Mundo siguió al león, y caminaron ambos de tal suerte durante cierto tiempo. Después de escalar una montaña alta y descender por la vertiente, vieron en la llanura huellas de la caravana. Entonces Delicia-del-Mundo empezó a seguir con atención aquellas huellas, y al verle ya sobre la pista, el león le dejó que continuase solo sus pesquisas y volvió pies atrás para emprender de nuevo su camino.
En cuanto a Delicia-del-Mundo, continuó siguiendo día y noche las huellas de la caravana, y de tal suerte llegó a orillas del mar rugiente, de olas tumultuosas, donde los pasos se perdían en el agua. Comprendió entonces que la caravana habíase embarcado y había proseguido por el mar su ruta, y perdió toda esperanza de encontrar a su bienamada.
A la sazón dejó correr sus lágrimas y recitó estos versos:
¡Muy lejos está la amiga ahora, y mi paciencia llega al límite!
¿Cómo ir en pos de ella por los abismos del mar?
¿Cómo resignarme cuando están consumidas mis entrañas, y el insomnio sustituyó al sueño de mis ojos?
¡Desde que abandonó las moradas y nuestra tierra, mi corazón está inflamado!
¡Y qué llama le inflama!
¡Oh grandes ríos Seyhún, Jeyhún y tú, Eufrates! ¡Cual vosotros corren ya mis lágrimas!
¡Corren y se desbordan con más intensidad que los diluvios y las lluvias!
¡De tanto como los golpean esos torrentes de lágrimas, se me han ulcerado los párpados, y se incendió mi corazón al contacto de tantas chispas!
Las hordas de mi pasión y de mis deseos han sabido al asalto de mi corazón!
¡Y el ejército de mi paciencia quedó vencido y derrotado!-...
¡Sin cálculo arriesgué mi vida por su amor, pero el riesgo de mi vida es el menor de los peligros que corrí!
¡Ojalá no sean castigados mis ojos por haber visto en el recinto prohibido a esa maravillosa belleza, más resplandeciente que la luna!
¡Caí en tierra herido, con el corazón traspasado por las flechas que sin arco disparan sus anchos ojos maravillosamente rasgados!
¡Me ha seducido con la armonía de sus movimientos y su ligereza; Su ligereza que no igualaría la flexibilidad de la rama joven sobre tronco del sauce!
¡Con toda mi alma le imploro socorro para mis penas y quebrantos!
¡Pero ella me redujo al triste estado en que me véis, y sólo su mirada seductora causó mi perdición!
Cuando acabó de recitar estos versos, se echó a llorar de tal manera, que cayó sin conocimiento, y permaneció mucho tiempo así. Pero vuelto ya de su desmayo, giró la cabeza a la derecha y a la izquierda, y como se veía en un desierto sin habitantes, tuvo miedo a ser presa de los animales salvajes, y se puso a trepar por una alta montaña, en la cima de la cual oyó que salían de una caverna sonidos de voz humana. Escuchó la voz atentamente, y observó que era la de un ermitaño que había dejado el mundo para consagrarse a la devoción. Se acercó a aquella caverna y golpeó tres veces la puerta, sin obtener respuesta del ermitaño y sin verle salir.
Entonces suspiró profundamente y recitó estos versos:
¡Oh deseos míos! ¿cómo alcanzaréis vuestro fin?
¡Oh alma mía! ¿cómo olvidarás tus quebrantos, tus penas y tus fatigas?
¡Una a una, vinieron todas las calamidades a envejecer mi corazón Y a blanquear mi cabeza en mi primera juventud!
Ningún socorro dulcifica la pasión que me consume, ningún amigo aligera la carga que pesa sobre mi alma!
¡Ah! ¿quién sabrá decir los tormentos de mis deseos, ahora que se volvió en contra mía el Destino?
¡Gracia, piedad para el pobre enamorado desolado, el que bebió en el cáliz de la separación y el abandono!
¡Hay fuego en este corazón; se consumieron las entrañas, y de tanto como la pasión la ha torturado, la razón ha huido!
¡Ningún día fue más terrible que el de mi llegada a su morada, cuando vi los versos escritos en la puerta!
¡Oh, cuánto lloré! ¡A la tierra hice beber mis lágrimas ardientes, pero callé mi secreto ante allegados y extraños!
¡Oh ermitaño que buscaste el refugio de esta gruta para no ver nada de este mundo! ¡Acaso gustaras por ti mismo el amor, y se te huyera la razón también!
¡Yo, no obstante, a pesar de esto y aquello, a pesar de todo, olvidaría sin duda mis penas y fatigas si lograra mi propósito.
Cuando acabó de recitar estos versos, vió abrirse de pronto la puerta de la gruta y oyó que alguien gritaba: "¡La misericordia sobre ti!"
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 405ª NOCHE
Ella dijo:
... y oyó que alguien gritaba: "¡La misericordia sobre tí!" Entonces franqueó la puerta y deseó la paz al ermitaño, que le devolvió su saludo y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" El joven dijo: "¡Me
llamo Delicia-del-Mundo!" El ermitaño le preguntó: "¿A qué obedece tu llegada?" El joven le contó entonces su historia desde el principio hasta el fin, y también cuanto le había acaecido. Y el ermitaño se echó a llorar, y le dijo: "¡Oh Delicia-del-Mundo! Veinte años hace que yo habito estos lugares y jamás vi a nadie durante mi estancia aquí, si exceptuamos al día de ayer. Porque oí llantos y tumultos, y al mirar por el lado de donde venían aquellas voces, vi una muchedumbre de gente y tiendas de campaña armadas en la playa. Luego vi que aquellas gentes construían un navío, en el que se embarcaron para desaparecer por alta mar. Volvieron poco tiempo después, aunque eran menos en número que a la ida; desarmaron el navío y de nuevo emprendieron el camino por donde habían venido. ¡Y me parece que los que partieron sin volver son precisamente los que tú buscas, ¡oh Delicia-delMundo! ¡Comprendo, pues, la intensidad de tu dolor, y te compadezco! Pero sabe que es imposible dar con un enamorado que no haya sufrido penas de amor!" Y el ermitaño recitó estos versos:
¡Oh Delicia-del-Mundo! Me crees despreocupado y con el corazón lleno de quietud,
¡Y no sabes que el ardor de la pasión me dobla y me desdobla como a un lienzo!
¡Desde mi primera infancia conocí el amor; cuando mamaba aún, conocí los transportes de amor! ¡Y si le preguntaras por mí, él te diría que me conoce!
¡Practiqué el amor durante tanto tiempo, que hube de hacerme célebre; ¡Y si le preguntaras por mí, él te diría que me conoce!
¡Bebí en la copa del amor y gusté su languidez amarga!
¡Tanto se estropeó mi cuerpo, que no soy ya más que una apariencia de mí mismo!
¡Lleno de fuerza estuve antaño; ahora ha desaparecido mi vigor. Y el ejército de mi paciencia quedó maltrecho bajo los alfanjes de las miradas!
¡No creas que llegarás al amor sin sufrir sinsabores, porque desde tiempos antiguos los extremos se tocan!
¡Para todos los enamorados decretó el amor que el olvido es lo mismo de ilícito que la impiedad!
Y cuando el ermitaño hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a Delicia-del-Mundo, y le estrechó en sus brazos; y juntos lloraron ambos de tal modo, que las montañas retemblaron con sus gemidos, y acabaron ellos por caer desmayados.
Cuando recobraron el conocimiento, se juraron mutuamente que en adelante se considerarían como hermanos en Alah (¡exaltado sea!) ; y dijo el ermitaño a Delicia-del-Mundo: "Esta noche voy a orar y a consultar a Alah acerca de lo que debes hacer". Delicia-del-Mundo contestó: "¡Escucho y obedezco!" ¡Y he aquí lo que a ellos atañe!
Pero he aquí lo que afecta a Rosa-en-el-Cáliz:
Cuando las gentes que la acompañaban la condujeron a la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo, y entró ella en el palacio que habíanla preparado, lo examinó con atención y miró todo su mobiliario; luego se echó a llorar, y exclamó: "¡Oh morada, deliciosa eres, ¡por Alah! pero falta entre tus muros la presencia del amigo!" Después, al notar que la isla estaba habitada por pájaros; ordenó a su séquito que tendieran redes para capturar estos pájaros y que los enjaularan conforme los fueran capturando, para más tarde llevarlos al interior del palacio. E inmediatamente se ejecutó su orden. Entonces Rosa-en-el-Cáliz se acodó en la ventana y dejó a su pensamiento ir en pos de los recuerdos. Y aquello despertaba en ella ardores pasados, deseos abrasadores y transportes, y le hacía verter lágrimas de sentimiento, trayéndole a la memoria estos versos, que recitó:
¿A quién dirigiré la cuita de amor que hay en mi alma, hablándome de las angustias que la alejan del amigo y del fuego que arde en mis costillas? ¡Pero me callaré por temor a mi guardián!
¡Más flaco que un mondadientes tengo el cuerpo, pues estoy consumida por los ardores, las tristezas de la ausencia y las lamentaciones!
¿En dónde están los ojos del amigo, para que vean el triste estado de extravíos a que rne ha reducido su recuerdo?
¡Se han excedido en sus derechos al transportarme a un paraje donde no puede venir mi bienamado!
¡Al sol le encargo que por tarde y mañana transmita a millares mis saludos al amante cuya hermosura cubre de vergüenza a la luna llena naciente, y cuya figura de talle supera a la de la rama tierna!
Si las rosas quisieran imitar a su mejilla, diría yo a las rosas: "¡No conseguiréis pareceros a una mejilla suya ¡oh rosas! mientras no seáis las rosas de su otra mejilla!"
¡Destila su boca una saliva que refrescaría la lumbre de un brasero encendido!
¿Cómo olvidarle, cuando es mi corazón, mi alma, mi sufrimiento, mi mal, mi médico y mi bienamado?
Pero cuando avanzó la noche con sus tinieblas, Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus deseos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 406ª NOCHE
Ella dijo:
...Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus deseos y avivarse el recuerdo abrasador de sus desventuras. Entonces recitó estos versos:
¡He aquí la noche, que con sus tinieblas me trae ardores intensos y molestias; y mis deseos avivan en mí dolores abrasadores!
¡En mis entrañas habita ahora el tormento de la separación; mis pensamientos me aniquilan, mis ardores me agitan, mis transportes me queman y mis lágrimas traicionan un querido secreto!
¡Enamorada como estoy, no sé el modo de hacer cesar mi delgadez, mi debilidad y mi dolor!
¡Cada vez se enciende más el incendio de mi corazón, y la intensidad de su llama me devora el hígado!
¡En el día de la separación, no pude despedirme de mi bienamado ¡Qué pena! ¡Que dolor!
¡Pero tú caminante que has de informar de todos mis tormentos al amigo, dile que he soportado sufrimientos que no sabría describir ninguna pluma!
¡Por Alah! ¡Juro que mi amor será fiel siempre al bienamado! Porque en el código del amor es lícito el juramento!
¡Oh noche! ¡Vé a llevar mi saludo al bienamado, y dile que eres testigo de mis insomnios!
Y así era como se lamentaba Rosa-en-el-Cáliz.
¡He aquí lo relativo a Delicia-del-Mundo! El ermitaño le dijo: "Baja al valle y tráeme una cantidad grande de fibras de palmera". Bajó el joven, para regresar luego con las fibras que se le habían pedido; y el ermitaño las cogió y confeccionó con ellas una especie de red semejante a las redes donde se transporta la paja, después dijo a Delicia-del-Mundo: "Has de saber que en el fondo del valle crece una clase de calabaza que cuando está madura se seca y se separa de sus raíces. Baja a coger una porción de esas calabazas secas, sujétalas a esta red y tíralo todo al mar. No dejes de subirte encima, y la corriente te llevará entonces a alta mar y te hará alcanzar el fin que persigues. ¡Y no olvides que sin riesgos no se consigue nunca lo que uno se propone!" El joven contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y después que el ermitaño le deseó buena suerte, se despidió de él y bajó al valle, donde no dejó de hacer lo que se le había aconsejado.
Cuando, llevado por la red de calabazas, llegó en medio del mar, levantóse con violencia un viento que le impulsó rápidamente y le hizo desaparecer a la vista del ermitaño. Zarandéandole las olas, alzándole unas veces sobre montes de espumas, hundiéndolas otras en su seno anchuroso, y de este modo fué juguete de los terrores del mar durante tres días y tres noches, hasta que los destinos le arrojaron al pie de la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Llegó a la playa en un estado análogo al de un pollo mareado, con hambre y sed; pero no tardó en encontrar cerca de allí arroyos de agua corriente, aves canoras y árboles cargados de racimos de fruta, y así pudo satisfacer su hambre comiendo de aquellas frutas y aplacar su sed bebiendo de aquella agua pura. Tras de lo cual se dirigió hacia el interior de la isla, y vio a lo lejos una cosa blanca, a la que fué aproximándose y observó que era un palacio imponente, de muros escarpados, y se dirigió a la puerta, encontrándola cerrada. Entonces se sentó y no se movió ya durante tres días; al cabo de los cuales vió abrirse por fin la puerta y salir un eunuco, que le preguntó: "¿De dónde vienes?" ¿Y cómo te arreglaste para llegar hasta aquí?
El joven contestó: "¡Vengo de Ispahán! ¡Viajaba por mar con mis mercancías, cuando se estrelló el navío en que yo iba, y las olas me arrojaron a esta isla!" Al oír tales palabras, el esclavo se puso a llorar; luego se echó al cuello de Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Consérvele con vida Alah, ¡oh rostro amigo! Ispahán es mi tierra, y también vivía allá la hija de mi tío, la que amé en mi primera infancia y a la que estuve ligado estrechamente. Pero un día nos atacó una tribu más numerosa que la nuestra, capturando a una gran parte de nosotros; y yo estaba comprendido en el botín. Como en aquella época era yo un niño todavía, me cortaron los compañones para que aumentara mi precio y me vendieron como eunuco. ¡Y en este estado es como me ves! Luego, tras de desear la paz una vez más a Delicia-del-Mundo, el eunuco le hizo entrar al patio principal del palacio.
Vio entonces el joven un maravilloso estanque rodeado de árboles de hermosas ramas frondosas, donde piaban agradablemente, bendiciendo al creador, pájaros encerrados en jaula de plata con puertas de oro. Se aproximó a la primera jaula, la examinó con atención y vio que contenía una tórtola, que al punto lanzó un grito que significaba: "¡Oh generoso!" Y al oír aquel grito, Delicia-del-Mundo, cayó desmayado; luego, cuando volvió en sí dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 407ª NOCHE
Ella dijo:
...dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:
¡Si estás prendada de amor como yo, oh tórtola! invoca al Señor y arrulla: "¡Oh generoso!"
¡Quién sabe si es tu canto un grito de alegría o la queja de amor de un corazón turbado!
¿Gimes a causa de la partida de tú amigo, o porque te dejó débil y lánguida, o acaso porque perdiste al objeto de tu amor? ¡Si es así, no temas, exhalar tus quejas y proclamar a gritos el amor antiguo que te rebosa del corazón!
¡En cuanto a mí, conserve Alah a mi bienamada, y prometo no olvidarle nunca, hasta cuando mis huesos sean ya polvo!
Después de recitar estos versos se echó a llorar de tal manera, que cayó desvanecido. Y cuando recobró el conocimiento anduvo hasta llegar a la segunda jaula, en la que halló una paloma zorita, que al verle se puso a cantar, diciendo: "¡Oh Eterno, yo te glorifico!" Entonces Delicia-del-Mundo suspiró prolongadamente, y recitó estos versos:
¡La paloma zorita ha dicho quejosa!: ¡Oh Eterno, yo te glorifico a pesar de mis calamidades!
¡Oh Eterno, espero que tu bondad me permita reunirme con la bienamada en este destierro!
¡Cuántas veces se me apareció con sus labios de miel aromática, y me dejó más abrasado que nunca!
Mientras el fuego consume mi corazón y lo reduce a cenizas, lloro lágrimas de sangre, que se desbordan inundando mis mejillas, y me digo: "¡La criatura no se fortalece más que con sinsabores!"
¡Por eso es que quiero tomar mis males con paciencia!
¡Y si quiere Alah que me reúna con la dueña de mi corazón, gastaré mis riquezas en albergar a la tribu de mis semejantes los enamorados!
¡Libertaré de su prisión a las aves, y en mi felicidad, me despojaré de mi duelo!
Cuando hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a la tercera jaula, y vió que contenía un ruiseñor, que, tan pronto como se dió cuenta que le observaban, se puso a cantar. Y al oírle, recitó estos versos Delicia-del-Mundo:
¡Oh! ¡cómo me encanta el ruiseñor cuando deja oír su voz gentil, que se asemeja a una enamorada voz desfalleciente de amor!
¡Piedad para los enamorados! ¡Cuántas noches no pasan víctimas de las zozobras, los deseos y la inquietud!¡Tan crueles son sus angustias, que parece que nunca conocieron ellos más que noches sin sueño y sin mañana!
¡En cuanto a mí, desde que vi a mi amiga me encadenó su amor, y encadenado de tal suerte, dejo que de mis ojos se deslicen cadenas de lágrimas! Y me digo: "¡He aquí las
cadenas que al deslizarse de mis ojos encadenan toda mi persona!" ¡Y en esta forma se desborda mi ardor!
¡Al mismo tiempo estoy herido por el alejamiento de la amiga! ¡Se agotaron los tesoros de mi paciencia, y mis fuerzas se rindieron!
¡Si, de ser equitativa la suerte, me reuniría con mi amiga!
¡Y ahora, cúbrame con su velo Alah, para que pueda yo desnudar mi cuerpo ante la amiga y hacerle ver así el grado de agotamiento a que me redujeron las alarmas, la inquietud y el abandono!
Cuando acabó de recitar estos versos, se adelantó hasta la cuarta jaula y vió en ella un bulbul que al punto se puso a modular notas melancólicas. Y al oír aquel canto, Delicia-del-Mundo dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:
¡En las albas y las auroras, el bulbul consuela el corazón del enamorado con el sonido melodioso de las cuerdas de su voz!
¡Oh Delicia-del-Mundo, quejumbroso y languideciente! ¡Aniquilado por el amor está tu ser!
¡Hasta mí llegan no sé cuántos cánticos maravillosos, que enternecerían la dureza del hierro y de la piedra!
¡Y he aquí que el aire ligero de la mañana viene a nosotros pasando por los edenes de las praderas y las flores exquisitas!
¡Oh, los cantos de pájaros en las albas y las mañanas, y tú, embalsamada brisa de las primeras claridades del día, cómo transportáis mi alma!
¡Pienso entonces en la amiga lejana, y mis lágrimas se precipitan en lluvia torrencial, mientras en mis entrañas arde un fuego terrible entre chispas y llamas!
¡Haga por fin Alah que el enamorado apasionado vuelva a ver a su amiga y a disfrutar de sus encantos! Porque, ¿acaso el enamorado no tiene una excusa manifiesta?¡Digo esto porque sé que no hay como el hombre avisado para ver claro y disculpar!
Luego, cuando acabó de recitar estos versos, Delicia-del-Mundo anduvo un poco...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañanay se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 408ª NOCHE
Ella dijo:
... Delicia-del-Mundo anduvo un poco, y vio una jaula maravillosa, mucho más bonita que todas las demás jaulas. Aquella jaula aprisionaba a un pichón salvaje, que tenía al cuello un collar de perlas admirables. Y al ver Delicia-del-Mundo a aquel pichón, conocido por su canto melancólico y amoroso, y a la sazón preso en aquella jaula con un aire muy triste y soñador, empezó a sollozar, y recitó estos versos:
¡Oh pichón de los bosques frondosos! ¡Oh hermano de los amantes, compañero de las almas sensibles, yo te saludo!
¡Amo a una tierna gacela, cuya mirada penetró en mi corazón más profundamente que el filo de una hoja cortante!
¡Su amor abrasó mi corazón y mis entrañas, y su lejanía arruinó mi cuerpo con enfermedades!
¡Desde hace largo tiempo no saboreo las dulzuras del comer y del dormir!
¡De mi alma huyeron la paciencia y la tranquilidad, y la pasión vino a instalarse en ella para siempre!
¿Cómo podré en lo sucesivo encontrar alegría viviendo lejos de la amiga ausente? ¿Acaso no es ella mi aspiración, mi deseo y mi alma toda?
Cuando el pichón oyó estos versos de Delicia-del-Mundo, salió de su ensueño y empezó a gemir y a arrullar de manera tan quejumbrosa y melancólica, que parecía ser humana su voz, y que en su lenguaje recitaba estos versos:
¡Oh joven enamorado! ¡Acabas de recordarme la época de mi juventud sumergida en el pasado,cuando me seducía mi amigo, cuyas formas graciosas adoraba yo, porque era maravillosamente hermoso!
¡A través de las ramas del montículo arenoso, su voz sumíase en un éxtasis entusiasmado con los caros acordes de la flauta!
¡Un día tendió una red el cazador y le apresó! Y exclamó mi amigo: "¡Oh mi libertad en el espacio! ¡Oh felicidad fugitiva!"
¡Sin embargo, yo esperaba que el cazador se compadeciese de mi amor y me devolviera a mi amigo; pero fué cruel!
¡Y ahora son ya excesivas mis torturas, y mis deseos se avivan con el fuego de tan dura ausencia!
¡Oh! ¡Proteja Alah a los amantesl enloquecidos y torturados por angustias como las mías! ¡Y ojalá alguno de ellos, al mirarme tan triste en mi jaula, me abra la puerta de ella y me devuelva a mi amigo!
Entonces Delicia-del-Mundo se encaró con su amigo el eunuco de Ispahán, y le dijo: "¿Qué palacio es éste? ¿Quiénes lo habitan? ¿Y quién lo construyó?" El eunuco contestó: "¡Es el visir de tal rey quien lo construyó para su hija, con objeto de resguardarla de los acontecimientos del tiempo y de los accidentes del Destino! Acá la confinó con sus servidores y su séquito. ¡Y no se abren sus puertas más que una vez al año, el día en que nos mandan provisiones!"
Al oír estas palabras, pensó para su alma Delicia-del-Mundo: "¡Por fin consigo mi propósito! Pero ¡cuán penoso me resulta tener que esperar tanto antes de verla!"
Y he aquí lo que a él atañe.
¡Pero he aquí ahora lo concerniente a Rosa-en-el-Cáliz!
Desde que llegó al palacio, no tuvo gusto ya para saborear el placer de beber y comer, ni el del reposo y el sueño. Por el contrario, sentía aumentar en ella los tormentos de sus transportes apasionados; y mataba el tiempo recorriendo todo el palacio en busca de una salida, pero sin resultado.
Y un día en que no podía más, estalló en sollozos, y recitó estos versos:
¡Para torturarme, me han aprisionado lejos de mi amigo, y en mi prisión me hacen sufrir toda clase de tormentos!
¡Con los fuegos de la pasión, me quemaron el corazón, alejándolodo del amigo de mis ojos!
¡Me encerraron en fortificadas torres que alzaron sobre montañas entre los abismos marinos!
¿Es que con ello quisieron que olvidara? ¡Pues desde entonces creció más aún mi amor!
¿Cómo podré olvidar? ¿No se debe todo lo que sufro a una sola mirada que dirijí al rostro del amado?
¡Entre penas se deslizan mis días, y me paso la noche asaltada por tristes pensamientos!
¡Pero aunque carezco de la presencia amada, me queda su recuerdo para consolarme en la soledad!
¡Ah! ¡Ojalá, después de todo esto, pueda ver un día que el Destino me reúna con el bienamado!
Cuando acabó de recitar estos versos, Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
CUANDO LLEGO LA 409ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio, y valiéndose de sólidas telas de Baalbek, con las cuales se ató cuidadosamente, se descolgó a tierra desde lo alto de los muros. Y vestida como estaba con sus trajes más hermosos y con el cuello adornado por un collar de pedrerías, atravesó las llanuras desiertas que rodeaban el palacio, y llegó de esta manera a la orilla del mar.
Divisó allí a un pescador, a quien el viento de través había arrojado a lo largo de aquella costa mientras pescaba sentado en su barca. El pescador divisó asimismo a Rosa-en-el-Cáliz, y creyéndola una aparición obra de algún efrit, se atemorizó mucho y empezó a maniobrar para alejarse de allí cuanto antes.
Entonces Rosa-en-el-Cáliz le llamó repetidas veces, y haciéndole numerosas señas, le recitó estos versos:
jOh pescador! ¡Calma tu turbación, pues soy un ser humano semejante a los demás!
¡Te pido que respondas a mis súplicas y escuches mi verídica historia!
¡Ten piedad de mí, y si un día llegas a posar tus ojos en un amigo adusto y despiadado, Alah te preservará de los ardores que me abrasan!
¡Porque amo a un jovenzuelo cuyo rostro resplandeciente hace palidecer el brillo del sol y de la luna,cuyas miradas hicieron que la propia gacela exclamara disculpándose: "¡Soy tu esclava!"
¡Sobre su frente escribió la belleza este renglón encantador, de sentido conciso: "¡Quién le mira como a la antorcha del amor, va por buen camino; pero quien se separa de él, comete una falta grave y una impiedad!"
¡Oh pescador! ¡ Cuál no sería mi dicha si consintieras en consolarme haciéndome que le encontrara! ¡Y cuán agradecida te quedaría yo entonces !¡Te daría pedrerías y joyas, y perlas cogidas en el agua, y cuantas cosas preciosas hay!
¡Ojalá pueda satisfacer mi amigo un día mis deseos, porque en la espera se derrite mi corazón y se desmenuza!
Cuando oyó el pescador estas palabras, lloró, gimió y se lamentó, acordándose también de los días de su juventud, cuando estaba rendido de amor, atormentado por la pasión, torturado por zozobras y deseos, abrasado en el fuego de los transportes amorosos. Y se puso a recitar estos versos:
¡Qué perentoria excusa de la intensidad de mi ardor! ¡Miembros descarnados, lágrimas esparcidas, ojos rotos por las vigilias, corazón golpeado como un eslabón brillante!
¡La calamidad del amor se apoderó de mí en la juventud, y he saboreado todas sus dulzuras engañosas!
¡Ahora quiero venderme para encontrar a un amigo ausente, a riesgo de perder el alma!
Í No obstante, espero que me sea lucrativa esta venta, porque es costumbre en los enamorados no regatear nunca el precio de su amigo!
Una vez que el pescador hubo acabado de recitar estos versos, se acercó con su barca a la orilla, y dijo a la joven: "¡Embárcate, pues estoy dispuesto a conducirte adonde quieras!" Entonces se embarcó Rosa-en-el-Cáliz, y el pescador se alejó de tierra a fuerza de remos.
Cuando se distanciaron un poco, se levantó un viento que empujó a la barca por la popa con tanta velocidad, que no tardaron en perder de vista la tierra, sin que supiese ya el pescador dónde se hallaba. Sin embargo, al cabo de tres días se calmó la tempestad, amenguó el viento, y con la venia de Alah (¡exaltado sea!) llegó la barca a una ciudad situada a orillas del mar.
Y he aquí que precisamente en el momento en que llegaba la barca del pescador, el rey de la ciudad, que era el rey Derbas, estaba sentado con su hijo a una ventana de su palacio que daba al mar; y vio entrar en el puerto la barca del pescador y divisó a aquella joven, hermosa como la luna llena en el seno del cielo puro, que llevaba en las orejas pendientes de rubíes magníficos y al cuello un collar de maravillosas pedrerías. Supuso entonces que debía ser hija de un rey o de un soberano, y seguido de su hijo abandonó el palacio y se dirigió a la playa, saliendo por la puerta que daba al mar.
En aquel momento ya estaba amarrada la barca, y la joven dormía en ella tranquilamente.
Entonces el rey se acercó a la joven y veló su sueño. Y cuando abrió los ojos, ella se echó a llorar. Y el rey le preguntó: "¿De dónde vienes? ¿De quién eres hija? ¿Y a qué obedece tu llegada a esta comarca?"
Ella contestó: "Soy la hija de Ibrahim, visir del rey Schamikh. ¡Y mi llegada aquí obedece a algo extraordinario y a una aventura muy extraña!" Luego contó al rey toda su historia, desde el principio hasta el fin, sin ocultarte nada. Tras de lo cual dejó escapar profundos suspiros, vertió llanto y recitó estos versos:
¡He aquí que han ulcerado mis párpados las lágrimas! ¡Ah! ¡Para que se desborden de tal modo han sido precisas tribulaciones muy singulares!
¡Y la causa de todo es un ser caro a mi corazón, con el cual jamás pude aplacar la sed de mis deseos!
¡Su rostro es tan hermoso, tan radiante y tan resplandeciente, que supera a la belleza de turcos y árabes!
¡Al verle aparecer, el sol y la luna se inclinaron con amor, prendados de sus encantos, y rivalizaron en galanterías para con él! ...
¡Su mirada hechicera es tan encantadora, que a todos los corazones fascina con su tirante arco dispuesto a lanzar flechas!
¡Oh tú, a quien acabo de contar detalladamente mis penas amargas, ten piedad de un enamorado convertido en juguete de las vicisitudes del amor!
¡Ay! ¡En triste estado me arrojó el mar en medio de tu país, y sólo en tu generosidad tengo ya esperanza!
¡El hombre de corazón generoso que protege a quien le implora su hospitalidad, realiza, por lo general, una obra muy meritoria! ¡...Oh tú, esperanza mía; extiende el velo protector sobre la tribu de los enamorados, y has ¡oh mi señor! que se reúnan!
Luego, una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 410ª NOCHE
Ella dijo:
... una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más después quedóse hecha un mar de lágrimas, e improvisó los versos siguientes:
¡He podido disfrutar de la vida hasta el día en que conocí a aquel prodigio de amor! ¡Ojalá todos los meses del año sean para el amigo meses de tranquilidad, como lo es el mes sagrado de Bagdad!
¡Cuán asombroso sería que el día de mi destierro las lágrimas que vertí pudieran transformarse en fuego líquido dentro de mis entrañas!
¡Aquel día cayó de mis párpados una lluvia de sangre en gotas redondas; y la superficie de mis mejillas se coloreó de rojo!
¡Y los lienzos con que se enjugaron todas estas lágrimas se tiñeron tan de rojo, que parecían la túnica de Joset coloreada de una sangre engañosa!
Cuando oyó el rey las palabras de Rosa-en-el-Cáliz, no dudó ni por un instante de la profundidad del mar de amor que la aquejaba; y se compadeció de ella y le dijo: "¡No temas ni te aterres, conseguiste tu propósito! ¡Porque heme aquí dispuesto a hacer que logres tus aspiraciones y a darte al que pides! ¡Créeme, pues, y escucha algunas palabras mías!"
Y al punto el rey recitó estos versos:
¡Oh hija de raza noble y generosa, llegaste a la meta perseguida! ¡Te lo anuncio con alegría! ¡Nada tienes que temer ya aquí!
¡Hoy mismo acumularé grandes riquezas y se las enviaré al rey Schamikh custodiadas por jinetes y guerreros!
¡Le enviaré cofrecillos de almizcle y fardos con brocados, añadiendo a ello oro y plata virgen!
¡Sí! ¡Y mis cartas enterarán, por medio de la escritura, de que deseo ser su aliado y su pariente!
¡Hoy mismo te ayudaré con todas mis fuerzas para que te unas lo más pronto posible al que amas!
¡Por mí propio gusté siempre la amargura del amor! ¡Y he aprendido a complacer y disculpar a quienes bebieron en tan amargo cáliz!
Cuando acabó de recitar estos versos, fué el rey en busca de sus soldados, y después de llamar a su visir, hízole que preparara un número incalculable de fardos con los presentes consabidos, dándole orden de que él mismo se pusiera en camino para llevarlas al rey Schamikh, y le dijo: "¡Es preciso, además, que sin remisión traigas de allá contigo a una persona que se llama Delicia-del-Mundo! Y dirás al rey: "Mi amo desea ser tu aliado, y el pacto de alianza entre tú y él será el matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo, que es uno de los personajes de tu séquito. ¡Así, pues, has de confiarme a ese joven y le conduciré junto al rey Derbas para que en su presencia se extienda el contrato de matrimonio!"
Tras de lo cual el rey Derbas escribió al rey Schamikh una carta alusiva, se la entregó al visir, reiterándole las órdenes concernientes a Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Has de saber que como no me lo traigas, se te destituirá de tu cargo!" El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto se puso en camino, con los presentes aquellos, hacia las comarcas del rey Schamikh.
Cuando llegó a presencia del rey Schamikh, le transmitió la zalema de parte del rey Derbas, y le entregó la carta y los presentes que había traído para el.
Al ver aquellos presentes y al leer la carta, donde se hacía referencia a Delicia-del-Mundo, el rey Schamikh vertió abundantes lágrimas y dijo al visir del rey Derbas: "¡Ay! ¿Dónde estará ahora Delicia-delMundo? ¡Porque ha desaparecido! ¡E ignoramos en qué sitio se encuentra! ¡Si puedes traérmelo, ¡oh visir embajador te daré el doble de lo que suponen los presentes que me ofreces!" Y al decir estas palabras, quedó hecho un mar de lágrimas el rey, lanzando gemidos, lamentándose y estallando en sollozos.
Luego recitó estos versos:
¡Devolvedme a mi bienamado, y os obsequiaré con tesoros de perlas y diamantes!
¡Era él para mí la luna llena en el seno de un cielo puro y bello! ¡Era el amigo predilecto, por sus modales exquisitos y encantadores!
¡No podría compararse con él la fina gacela! ¡Es su talle la rama del bambú, del que serían frutos sus maneras deliciosas!
¡Pero ni la frágil rama, a pesar de su belleza joven, podría seducir a la razón humana como él!
¡Entre las caricias le eduqué en sus tiernos años! ¡Y heme aquí ahora triste y desolado por su alejamiento, y con el espíritu poseído de una turbación sin límite!
Tras de lo cual se encaró con el visir emisario que le llevó regalos y carta, y le dijo: "Regresa a tu país y dile a tu rey: «¡Delicia-del-Mundo se marchó hace ya más de un año, y su amo el rey ignora lo que de él ha sido!»" El visir contestó: "¡Oh mi señor! mi amo me ha dicho: «¡Si no traes a Delicia-del-Mundo, se te destituirá del visirato y nunca más pondrás los pies en la ciudad! » ¿Cómo voy a regresar, por consiguiente, sin el joven?"
Entonces el rey Schamikh se encaró con su propio visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo: "¡Vas a acompañar al visir emisario, y llevarás contigo una escolta importante; y de ese modo le ayudarás a hacer por todas las comarcas las pesquisas necesarias para encontrar a Delicia-del-Mundo!" El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Y al punto se hizo escoltar por una tropa de guardias, y en compañía del visir emisario partió en busca de Delicia-del-Mundo.
De esta suerte viajaron durante mucho tiempo y cada vez que se cruzaban con beduínos o caravanas, les pedían noticias de Delicia-del-Mundo, diciéndole: "¿Habéis visto pasar a un individuo así, cuyo nombre es éste y cuyas señas son tales y cuales?" Y la gente contestaba...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 411ª NOCHE
Ella dijo:
... Y la gente contestaba: "¡No le conocemos!" Y continuaron informándose de esta manera por ciudades y poblados, y haciendo pesquisas por llanuras y terrenos accidentados, por tierras y desiertos, hasta que llegaron a la orilla del mar. Se embarcaron entonces a bordo de un navío, y viajaron por mar para arribar un día a la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-a-su-hijo.
El visir del rey Derbas dijo entonces al visir del rey Schamikh: "¿Por qué motivo dieron ese nombre a esta montaña?" El otro contestó: "¡Voy a decírtelo enseguida!
"Has de saber que en los tiempos antiguos bajó a esta montaña una gennia de la raza de los genn chinos. Y he aquí que un día, en sus excursiones terrestres, se tropezó con un hombre, y le amó con un amor apasionado. Pero temiendo ella la cólera de los genn de su raza, si se divulgaba la aventura, cuando ya no pudo reprimir el ardor de sus deseos, se puso en busca de un paraje solitario donde ocultar su amante a los ojos de sus parientes los genn, y acabó por dar con esta montaña desconocida de hombres y genn, por no ser camino de éstos ni de aquéllos. Se apoderó entonces de su amante y le transportó por los aires para depositarle en esta isla, donde hubo de vivir con él. Y de cuando en cuando se ausentaba de aquí para hacer acto de presencia entre sus parientes, dándose prisa por regresar enseguida, ocultamente, junto a su bienamado.
Al cabo de cierto tiempo de llevar aquella vida, quedó encinta de él varias veces, y echó al mundo en esta montaña numerosos hijos. Y cuando pasaban cerca de esta montaña los mercaderes que viajaban por acá, oían desde sus navíos voces de niños que parecían los gritos quejumbrosos de una madre lamentándose, y se decían: «¡En esta montaña debe haber alguna pobre madre que perdió a sus hijos! Y ése es el motivo de tal nombre".
Al oír aquellas palabras, se asombró en extremo el visir del rey Derbas.
Pero ya habían echado pie a tierra, y llegaron al palacio, llamando a la puerta. Se abrió la puerta al punto, y salió de ella un eunuco, que reconoció inmediatamente a su amo el visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz. Enseguida le besó la mano y le introdujo en el palacio con su compañero y su séquito.
Llegado que fué al patio del palacio, el visir Ibrahim advirtió entre los servidores a un hombre de aspecto miserable, a quien no reconoció, y que no era otro que Delicia-del-Mundo. Así es que preguntó a su gente:
"¿De dónde viene este individuo?" Le contestaron: "Es un pobre mercader que naufragó, perdiendo todas sus mercancías, y pudo salvarse él sólo. ¡Se trata de un hombre inofensivo, de un santo sumido de continuo en el éxtasis de la plegaria!" El visir no insistió más y penetró en el interior del palacio.
Se dirigió al aposento de su hija, y cuando llegó a él, no la encontró allí. Preguntó a las jóvenes que la servían de esclavas, y le contestaron: "¡No sabemos cómo ha salido de aquí! ¡Lo único que podemos decirte es que con nosotros sólo estuvo muy poco tiempo, porque desapareció!"
A estas palabras, el visir derramó muchas lágrimas e improvisó estos versos:
¡Oh casa amenizada por los cantos de tus pájaros, y cuyos umbrales fueron tan soberbios y hermosos, hasta el momento en que el enamorado vino a ti llorando su deseo, y encontró abiertas de par en par tus puertas hospitalarias!
¡Aquí, antaño, vivían los chambelanes, entre el lujo, la felicidad y los honores! ¡Y se tendían por todas partes estofas de brocado! ¡Ay! ¿quién me dirá ya la suerte que corrieron los dueños que la habitaron?
Luego, cuando acabó de recitar estos versos, el visir Ibrahim empezó a llorar, a gemir y a lamentarse, y dijo: "¡Nadie puede escapar a los designios de Alah ni burlar lo que trazó El de antemano!" Después subió a la terraza del palacio, y encontró allá las telas de Baalbek que estaban atadas por un extremo a las almenas y pendían hasta la parte baja de los muros. Entonces comprendió que su hija había huido valida de este medio, y extraviada por la pasión y enloquecida de dolor, se había marchado. Al mismo tiempo divisó dos pájaros grandes: un cuervo el uno y un buho el otro; y sin dudar ya de que aquello era un triste presagio, estalló en sollozos y recitó estos versos:
¡He venido a la morada de mi amigo con la esperanza de. que al verle se extinguiera la llama de mi amor y mis tormentos! ¡Pero el amigo no estaba en la casa, y sólo vi la aparición siniestra de un cuervo y de un buho!
Y me decía este espectáculo: ”!Oprimiste a dos seres que se amaban con ternura, separándoles con violencia!” “ ¡Ahora te toca a ti acercar a tus labios la copa de amargura que les diste a beber! ¡Y pasarás tu vida con dolor, entre lágrimas y quemaduras!"
Tras de lo cual bajó de la terraza...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 412ª NOCHE
Ella dijo:
"Tras de lo cual bajó de la terraza llorando, y dió orden a los esclavos para que fueran por la montaña haciendo todas las pesquisas necesarias para dar con su ama. Y los esclavos ejecutaron la orden. Pero no dieron ya con su señora. ¡Y he aquí lo que atañe a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente a Delicia-del-Mundo!
Cuando el joven adquirió la certeza de la fuga de Rosa-en-el-Cáliz lanzó un grito terrible y cayó desmayado al suelo. Como no recobraba el conocimiento y seguía tendido sin moverse, las gentes del palacio creyeron que le poseía el éxtasis divino y que tenía el alma absorta en la belleza de la contemplación augusta del Altísimo. ¡Y tal es lo concerniente a él!
En cuanto al visir del rey Derbas, cuando vió que el visir Ibrahim había perdido toda esperanza de encontrar a su hija y a Delicia-delMundo y que tenía afectado muy penosamente con todo aquello el corazón, resolvió regresar a la ciudad del rey Derbas sin haber cumplido la misión de que estaba encargado. Se despidió, pues, del visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo, mostrándole al pobre joven: "Quisiera llevarme conmigo a este santo hombre. ¡Tal vez, merced a sus méritos, caiga la bendición sobre nosotros y Alah (¡exaltado sea!) conmueva el corazón de mi amo el rey y le impida destituirme de mis funciones! Y después no dejaré yo de enviar este santo hombre a Ispahán, su ciudad, que no está lejos de nuestro país". El visir Ibrahim le contestó: "¡Haz lo que quieras!"
Luego se separaron los dos visires, y cada uno tomó el camino de su país respectivo, no sin haber tenido cuidado el visir del rey Derbas de llevarse consigo a Delicia-del-Mundo, cuya identidad estaba muy lejos de suponer, y le acondicionó en una mula en vista del estado de inconsciencia tenaz en que se hallaba el joven.
Tres días duró este estado de inconsciencia mientras viajaban, y Delicia-del-Mundo ignoraba absolutamente cuanto pasaba a su alrededor. Por fin volvió de su desmayo, y dijo: "¿Dónde estoy?" Le contestaron: "¡Estás en compañía del visir del rey Derbas!" Luego fueron a prevenir al visir de que había vuelto de su desmayo el santo hombre. Entonces le mandó el visir agua de rosas azucarada y le hicieron que se la bebiera, con lo que acabó de reanimarse. Tras de lo cual siguieron el viaje y llegaron a la ciudad del rey Derbas.
El rey Derbas al punto envió a decir a su visir: "¡Si no está contigo Delicia-del-Mundo, guárdate bien de ponerte en mi presencia!" Al recibir esta orden, el desgraciado visir no supo qué partido tomar. Porque ignoraba completamente la presencia de Rosa-en-el-Cáliz cerca del rey, ni el porqué deseaba el rey encontrar a Delicia-del-Mundo y aliarse con él; e ignoraba asimismo que Delicia-del-Mundo estaba con él allí y era el joven que había estado inconsciente. Por su parte, Delicia-del-Mundo no sabía adónde le llevaban ni que el visir estaba precisamente encargado de buscarle.
De modo que cuando el visir vió que Delicia-del-Mundo había recobrado el conocimiento, le dijo: "¡Oh santo hombre de Alah! Deseo recurrir a tus consejos en la perplejidad cruel en que me hallo. Has de saber que mi amo el rey me despachó con una misión que no logré cumplir. Y al informarse de mi regreso ahora, me ha enviado una carta en la que me dice: "¡Si no cumpliste tu misión, no debes entrar en mi ciudad!"
El joven le preguntó: "¿Y qué misión era esa?" Entonces le contó el visir toda la historia, y Delicia-del-Mundo dijo: "¡Nada temas! Preséntate al rey y llévame contigo. ¡Y yo asumo la responsabilidad de la vuelta de Delicia-del-Mundo!" Mucho se regocijó con aquello el visir, y dijo: "¿Hablas de verdad?" El joven contestó: "¡Sí, por cierto!" Montó a caballo entonces el visir, y llevando consigo a Delicia-del-Mundo, se presentó con él al rey.
Cuando se personaron ante el rey, preguntó éste al visir: "¿Dónde está Delicia-del-Mundo?" Entonces se adelantó el santo hombre y contestó: "¡Oh gran rey, yo sé dónde se encuentra Delicia-del-Mundo!" Hízole el rey señas para que se acercara más, y en extremo emocionado, le preguntó: "¿En qué sitio se encuentra?" El joven contestó: "¡En un sitio que está muy cerca de aquí! Pero dime antes para qué lo buscas, y me apresuraré a hacerle venir entre tus manos". Dijo el rey: "¡Cierto que te lo diré con mucho gusto y obligado; pero el caso exige que estemos solos!" Y al punto ordenó a su gente que se alejara, se llevó al joven a una sala retirada, y le contó la historia desde el principio hasta el fin.
Entonces Delicia-del-Mundo dijo al rey: "Haz que me traigan vestidos suntuosos y dámelos para vestirme con ellos. ¡Y al instante haré venir a Delicia-del-Mundo!" Hizo el rey que le llevaran enseguida un traje suntuoso, y Delicia-del-Mundo se vistió con él, y exclamó: "¡Yo soy Delicia-del-Mundo, la desolación de los envidiosos!" Y tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas, improvisó estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 413ª NOCHE
Ella dijo;
...tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas, improvisó estos versos:
¡El recuerdo de mi bienamada me hace deliciosa compañía en mi soledad, y aleja de mí los penosos pesares de la ausencia!
¡No tengo aquí otro manantial que el de mis lágrimas, pero cuando de mis ojos fluye ese manantial, mitiga mis angustias!
¡Mis deseos son violentos, y nada puede compararse con ellos! IAh! ¿habrá algo más prodigioso que lo que con el amor y la amistad me ocurre?
;Paso mis noches con los párpados abiertos en medio del insomnio, y mi vida amorosa transcurre en el infierno y el paraíso!
¡Otrora estaba yo dotado de noble resignación; pero ya perdí esa virtud, y la aflicción es el don único que me legó el amor!
¡Ha enflaquecido mi cuerpo y ha cambiado mi semblante con la ausencia y el ardor de la pasión!
¡A fuerza de correr por ellos lágrimas, se han ulcerado los párpados de mis ojos, y sin embargo, no puedo hacer que vuelvan a mis ojos las lágrimas! ¡Ah, ya no puedo! ¡he perdido el corazón! ¡Ah! ¡las penas siguen a las penas!
¡Mi corazón y mi cabeza se asemejan, ahora que han envejecido y blanqueado juntos como consecuencia del alejamiento de la bienamada, la más hermosa de las bienamadas!
¡Mal de su grado se verificó nuestra separación y al presente, su única preocupación es volver a verme y poseerme!
¡Pero quién sabe ya si, después de tan prolongada ausencia, el Destino me reunirá todavía con mi amiga, y la suerte cerrará el libro del alejamiento, abierto durante todo este tiempo, y permtirá que a las angustias de la separación sucedan las delicias del encuentro!
¡Y quién sabe si me será posible tornar a ver aún a mi amiga compartiendo mis placeres en nuestras moradas, y si mis pesares, por fin, se convertirán en delicias puras!
Cuando Delicia-del-Mundo hubo acabado de recitar estos versos, rey Derbas le dijo: "¡Por Alah! ahora veo bien claro que ambos os amábais con la misma sinceridad y la misma intensidad. ¡En verdad que en el cielo de la belleza sois dos astros luminosos! ¡Prodigiosa es vuestra historia y sorprendentes vuestras aventuras!"
Luego contó el rey con toda clase de detalles la historia de Rosa-en-el-Cáliz. Y Delicia-del-Mundo le preguntó: "¿Puedes ahora decirme ¡oh rey del tiempo! dónde está ella?"
El rey contestó: "¡Está en mi palacio!" Y al punto hizo ir al kadí y a los testigos, y les hizo extender el contrato de matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo. Tras de lo cual le colmó de honores y beneficios, y despachó en seguida un correo para que informase al rey Schamikh de todo lo acaecido a Delicia-del-Mundo y a Rosa-en-el-Cáliz.
Cuando el rey Schamikh se enteró de esta noticia, se regocijó hasta el límite del regocijo y envió al rey Derbas una carta en la cual le decía: "¡Puesto que ya se ha extendido el contrato de matrimonio, deseo que la celebración de las nupcias y la consumación del matrimonio tengan lugar en mi palacio!" Y al punto hizo preparar camellos, caballos y hombres para que fuesen a recoger a los recién casados.
Al llegar aquella carta y aquella escolta, el rey Derbas regaló a los recién casados sumas considerables, les dió un séquito magnífico y se despidió de ellos.
Y partieron.
Y he aquí que fué un día memorable aquel en que llegaron a la ciudad de Ispahán, su país, donde reinaba el rey Schamikh. ¡Nunca vióse un día más hermoso ni siquiera comparable con aquél! Porque, para celebrar la fiesta, el rey Schamikh congregó a todos los tañedores de instrumentos armónicos y dió grandes festines. Y duró el alborozo tres días enteros, en los cuales el rey distribuyó al pueblo muchas dádivas y regaló numerosos ropones de honor.
¡He aquí ahora lo referente a los recién casados! Una vez concluído el festín de la primera noche, Delicia-del-Mundo penetró en la cámara nupcial de Rosa-en-el-Cáliz; y se arrojaron ambos en brazos uno de otro, pues hasta aquel momento no habían podido verse a solas desde su encuentro; y fue tanta su felicidad, que no pudieron por menos de llorar de alegría durante un buen rato. Y Rosa-en-el-Cáliz improvisó estos versos:
¡Por fin vino la alegría a ahuyentar la tristeza y la pena; y henos aquí reunidos, con gran confusión de los que nos envidian!
¡La brisa de la reunión nos echó su aliento perfumado, reanimándonos el corazón, las entrañas y el cuerpo!
¡En nuestros rostros ha brillado la embriaguez del retorno, y a nuestro alrededor anunciaron nuestro regreso tambores y gritos de alegría!
¡No creáis que nuestras lágrimas son de pesar, sabed, por el contrario, que quien nos hace llorar es la dicha!
¡Cuántas calamidades, desvanecidas ya, hemos sufridol ¡Con qué resignación hemos soportado dolores angustiososl
¡En una hora de reunión olvidé torturas y contrariedades tan terribles que blanquearon mi cabeza!
Terminada que fué esta improvisación, se abrazaron estrechamente y permanecieron enlazados en brazos uno de otro, hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 414ª NOCHE
Ella dijo:
... hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad.
Vueltos ya de su desfallecimiento, Delicia-del-Mundo improvisó los versos siguientes:
¡Oh dulzura de las noches largo tiempo esperadas, cuando el bienamado se muestra fiel a su promesa y se entrega a su amiga!
¡Henos aquí reunidos para siempre tras la ausencia, y se han roto las cadenas que nos tenían cautivos en la separación!
¡Después de mostrarse con nosotros tan adusto, el Destino nos sonríe y nos concede sus favores diligentemente!
´ ¡La dicha ha desplegado su estandarte en nuestro honor, y para tranquilizarnos, nos brindó la copa pura del placer!
Reunidos, por fin, después de la tormenta, nos contamos nuestras penas pasadas y nuestras noches de insomnio que transcurrieron entre tristezas!
¡Oh mi señor, olvidemos ahora nuestros sufrimientos! ¡Y enriquezca nuestra alma con el olvido el Dispensador de misericordias!
¡Ah! ¡cuán dulce es la vida! ¡cuán deliciosa es la vida! ¡La unión sólo consigue avivar mi llama y mi ardor!
Recitados que fueron estos versos, los dos amantes se abrazaron por segunda vez, y cayendo en su cama nupcial, se enlazaron estrechamente en medio de las más exquisitas voluptuosidades; y continuaron acariciándose y entregándose a mil ternezas y juegos amables hasta que se hundieron en el mar de los amores tumultuosos. Y fueron tan intensas sus delicias, sus voluptuosidades, su ventura, sus placeres y sus alegrías, que dejaron transcurrir siete días y siete noches sin darse cuenta de la fuga del tiempo y su mudanza, como si las siete jornadas no hubieran sido más que una. Sólo al ver llegar a los tañedores de instrumentos, comprendieron que se hallaban al final del séptimo día de su matrimonio. Así es que en el límite de la sorpresa, Rosa-en-el Cáliz improvisó al instante los versos que vas a oír:
¡Aunque fui víctima de tanta envidia y estuve tan vigilada, pude poseer a mi bienamado!
¡ Sobre la seda virgen y los terciopelos, se entregó a mí con mil caricias, encima de un colchón de tierna piel y relleno con plumón de pájaros de especie extraordinaria!
¿Qué necesidad tengo de beber vino, si un amante, pleno de ardores nuevos me hace saborear su saliva voluptuosa?
¡El pasado y el presente se confunden para nosotros en una unión que nos da el olvido!¿No es cosa prodigiosa que hayan pasado sobre nuestras cabezas siete noches enteras sin que nos enteráramos?
¡Porque, con ocasión del séptimo día, han venido a felicitarme y a decirme: "¡Alah eternice tu unión con tu amigo!"
Cuando hubo recitado ella estos versos, Delicia-del-Mundo la abrazó un número incalculable de veces, y luego improvisó estos versos:
¡He aquí el día de la dicha y de la felicidad! ¡Y mi amiga ha venido a sacarme del aislamiento!
¡Cuán enervante y deliciosa es su presencia! ¡Que encanto tiene su lenguaje espiritual!
¡Me hizo beber el sorbete voluptuoso de su intimidad, y esta bebida transportó fuera del mundo a mis sentidos!
¡Nos hemos expansionado! ¡Nos hemos dilatado! ¡Nos hemos embriagado tendidos en nuestra cama! ¡Y hemos cantado mientras bebíamos!
¡La embriaguez de la dicha hizo que perdiéramos la noción del tiempo y ya no supimos distinguir el primer día del último!
¡Sea para nosotros siempre delicioso el amor! ¡Mi amiga experimentó goces iguales a los míos!
¡Cómo yo, tampoco se acuerda de los días amargos! ¡Mi Señor la ha favorecido lo mismo que me favoreció a mí!
Después de recitados estos versos, se levantaron ambos, salieron de la cámara nupcial y distribuyeron a toda la servidumbre del palacio grandes sumas en plata, trajes magníficos, regalos y presentes. Tras de lo cual, Rosa-en-el-Cáliz dio orden a sus esclavas de que hicieran evacuar para ella sola el hammam del palacio, y dijo a Delicia-del-Mundo: "¡Oh frescura de mis ojos! ¡ahora quiero verte por fin en el hammam para estar ambos solos a nuestro sabor!" Y llegando en aquel momento al límite de la dicha, improvisó estos versos:
¡Amigo, que desde hace tanto tiempo dominas mi corazón! – no quiero hablar de cosas pretéritas-!
¡Oh tú, sin quien ya no podría pasarme y a quien no podría ya ,sustituir en mi intimidad, ven al hammam, ¡oh luz de mis ojos! ¡Para mí será como un infierno de llamas en medio de un paraíso de delicias!
¡Quemaremos el sahumerio del nadd hasta que los vapores embalsamados llenen la sala toda y se esparzan en todos sentidos!
¡Perdonaremos al Destino sus crímenes para con nosotros, y glorificaremos la bondad de nuestro Señor!
Y al mirarte en el baño, cantaré: “!Que el baño ¡Oh bienamado! te sea leve y delicioso!"
Una vez recitados estos versos, los dos amantes se levantaron y fueron al hammam, donde pudieron disfrutar de instantes agradables. Tras de lo cual volvieron al palacio, pasando allí su vida en medio de las felicidades más intensas, ¡hasta el momento en que fué a visitarle la Destructora de placeres y la Separadora de amigos!
¡Gloria al Inmutable, al Eterno, en el cual convergen los seres y las cosas!
"¡Pero no creas, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazadaque esta historia puede asemejarse a la HISTORIA MÁGICA DEL CABALLO DE ÉBANO!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Entusiasmado estoy ¡oh Sebehrazada! con los versos nuevos que se recitaron esos amantes fieles! ¡Así es que me tienes dispuesto a oírte cómo cuentas esa historia mágica que no conozco!"
Y dijo Schehrazada:
HISTORIA MAGICA DEL CABALLO DE EBANO
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y lo pasado de las épocas y de las edades, había un rey muy grande y muy poderoso entre los reyes de los persas, que se llamaba Sabur, y era sin duda el rey más rico en tesoros de todas clases, como también el más dotado de sagacidad y de prudencia. Además, estaba lleno de generosidad y de amabilidad, y tenía siempre abierta sin desmayo la mano para ayudar a los que le imploraban, sin rechazar nunca a quienes le solicitaban un socorro. Sabía otorgar la hospitalidad liberalmente a los que sólo le pedían cobijo, y reconfortar en ocasiones, con sus palabras y sus maneras impregnadas de dulzura y de amenidad, a los corazones heridos. Era bueno y caritativo con los pobres; y los extranjeros nunca veían cerradas a su llamamiento las puertas de los palacios de aquel soberano. En cuanto a los opresores, no encontraban gracia ni indulgencia de su severa justicia. Y así era, en verdad, él.
El rey Sabur tenía tres hijas, que eran como otras tantas lunas hermosas en un cielo glorioso o como tres flores maravillosas por su brillo en un parterre bien cuidado, y un hijo que era la misma luna y se llamaba Kamaralakmar.(Luna de las Lunas)
Todos los años daba el rey a su pueblo dos grandes fiestas, una al comienzo de la primavera, la de Nuruz, y otra en el otoño, la del Mihrgán; y con ambas ocasiones mandaba abrir las puertas de todos sus palacios, distribuía dádivas, hacía que sus pregoneros públicos proclamasen edictos de indulto, nombraba numerosos dignatarios y otorgaba ascensos a sus lugartenientes y chambelanes. Así es que de todos los puntos de su vasto Imperio acudían los habitantes para rendir pleitesía a su rey y regocijarse en aquellos días de fiesta, llevándole presentes de todo género y esclavos y eunucos en calidad de regalo.
Y he aquí que durante una de esas fiestas, la de la primavera precisamente, estaba sentado en el trono de su reino el rey, quien a todas sus cualidades añadía el amor a la ciencia, a la geometría y a la astronomía, cuando vió que ante él avanzaban tres sabios, hombres muy versados en las diversas ramas de los conocimientos más secretos y de las artes más sutiles, los cuales sabían modelar la forma con una perfección que confundía al entendimiento y no ignoraban ninguno de los misterios que de ordinario escapan al espíritu humano. Y llegaban a la ciudad del rey estos tres sabios desde tres comarcas muy distintas y hablando diferente lengua cada uno: el primero era hindí, el segundo rumí y el tercero ajamí de las fronteras extremas de Persia.
Se acercó primero al trono el sabio hindí, se prosternó ante el rey, besó la tierra entre sus manos, y después de haberle deseado alegría y dicha en aquel día de fiesta, le ofreció un presente verdaderamente real: consistía en un hombre de oro, incrustado de gemas y pedrerías de gran precio, que tenía en la mano una trompeta de oro.
Y le dijo el rey Sabur: '»¡Oh, sabio! ¿para que sirve esta figura?" El sabio contestó: "¡Oh mi señor! este hombre de oro posee una virtud admirable! ¡Si le colocas a la puerta de la ciudad, será un guardián a toda prueba, pues si viniese un enemigo para tomar la plaza, le adivinará a distancia, y soplando en la trompeta que tiene a la altura de su rostro, le paralizará y le hará caer muerto de terror!" Y al oír estas palabras, se maravilló mucho el rey, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh sabio! que si es verdad lo que dices, te prometo la realización de todos tus anhelos y de todos tus deseos!"
Entonces se adelantó el sabio rumí, que besó la tierra entre las manos del rey, y le ofreció como regalo una gran fuente de plata, en medio de la cual se encontraba un pavo real de oro rodeado por veinticuatro pavas reales del mismo metal. Y el rey Sabur los miró con asombro, y encarándose con el rumí, le dijo: "¡Oh sabio! ¿para qué sirven este pavo y estas pavas?"
El sabio contestó: "¡Oh mi señor! a cada hora que transcurre del día o de la noche, el pavo da un picotazo a cada una de las veinticuatro pavas y la cabalga, agitando las alas, y así sucesivamente cabalga a las veinticuatro pavas, marcando las horas; luego, cuando ha dejado transcurrir el mes de esta manera, abre la boca, y en el fondo de su gaznate aparece el cuarto creciente de la luna nueva".
Y exclamó el rey maravillado: "¡Por Alah, que si es verdad lo que dices, se cumplirán todas tus aspiraciones!"
El tercero que avanzó fué el sabio de Persia. Besó la tierra entre las manos del rey, y después de los cumplimientos y de los votos le ofreció un caballo de madera de ébano, de la calidad más negra y más rara, incrustado de oro y pedrerías, y enjaezado maravillosamente con una silla, una brida y unos estribos como sólo llevan los caballos de los reyes. Así es que el rey Sabur quedó maravillado hasta el límite de la maravilla y desconcertado por la belleza y las perfecciones de aquel caballo; luego dijo: "¿Y qué virtudes tiene este caballo de ébano?"
El persa contestó: "¡Oh mi señor! las virtudes que posee este caballo son cosa prodigiosa, hasta el punto de que cuando uno monta en él, parte con su jinete a través de los aires con la rapidez del relámpago, y le lleva a cualquier sitio donde se le guíe, cubriendo en un día distancias que tardaría un año en recorrer un caballo vulgar". Prodigiosamente asombrado con aquellas tres cosas prodigiosas que se habían sucedido en un mismo día, el rey encaróse con el persa, y le dijo: "¡Por Alah el Omnipotente (¡exaltado sea!), que crea los seres todos y les da de comer y de beber, que si me pruebas la verdad de tus palabras te prometo la realización de tus anhelos y del menor de tus deseos!"
Tras de lo cual el-rey mandó someter a prueba durante tres días las virtudes diversas de los tres regalos, haciendo que los tres sabios los pusieran en movimiento. Y en efecto, el hombre de oro sopló con su trompeta de oro, el pavo real de oro picoteó y cabalgó regularmente a sus veinticuatro pavas reales de oro, y el sabio persa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 416ª NOCHE
Ella dijo:
... y el sabio persa montó en el caballo de ébano, le hizo elevarse por los aires y recorrer un gran espacio con una rapidez extraordinaria, para descender, después de haber descrito un amplio círculo, en el mismo sitio de donde partió.
Al ver todo aquello, el rey Sabur quedó al principio estupefacto, y luego se tambaleó de tal manera que parecía iba a volverse loco de alegría. Dijo entonces a los sabios: "¡Oh sabios ilustres! ahora tengo ya una prueba de la verdad de vuestras palabras y a mi vez cumpliré mi promesa. ¡Pedidme, pues, lo que deseéis, y se os concederá al instante!"
Entonces contestaron los tres sabios: "¡Puesto que nuestro amo el rey está satisfecho de nosotros y de nuestros presentes y nos deja que elijamos lo que hemos de pedirle, le rogamos que nos dé en matrimonio a sus tres hijas, pues anhelamos vivamente ser yernos suyos! ¡Y en nada podrá turbar tal cosa la tranquilidad del reino! ¡Aunque así fuese, los reyes no se desdicen de sus promesas nunca!" El rey contestó: `'¡Al instante daré satisfacción a vuestro deseo!" Y al punto dió orden de hacer ir al kadí y a los testigos para que extendieran el contrato de matrimonio de sus tres hijas con los tres sabios.
¡Eso fué todo!
Pero acaeció que, mientras tanto, las tres hijas del rey estaban sentadas precisamente detrás de una cortina de la sala de recepción y oían aquellas palabras. Y la más joven de las tres hermanas se puso a considerar con atención al sabio que debía escogerla por esposa, ¡y he aquí su descripción! Era un viejo muy anciano, de una edad de cien años lo menos, como no tuviese más; con restos de cabellos blanqueados por el tiempo; con una cabeza oscilante; cejas roídas de tiña; orejas colgantes y hendidas; barba y bigotes teñidos y sin vida; ojos rojos y bizcos, que se miraban atravesados; carrillos fláccidos, amarillos y llenos de huecos; nariz semejante a una gruesa berenjena negra; cara tan arrugada como el delantal de un zapatero remendón; dientes saledizos como los dientes de un cerdo salvaje, y labios flojos y jadeantes como los testículos del camello; en una palabra, aquel viejo sabio era una cosa espantosa, un horror compuesto de monstruosas fealdades que sin duda le hacían ser el hombre más deforme de su época, pues ninguno hubo como él, con aquellos diversos atributos, y además, con sus mandíbulas vacías de molares, ostentando a guisa de colmillos unos garfios que le hacían semejante a los efrits que asustan a los niños en las casas desiertas y hacen cacarear de miedo a los pollos en los gallineros.
¡Eso fué todo!
Y precisamente la princesa, que era la más joven de las tres hijas del rey, resultaba la joven más bella y más graciosa de su tiempo, más elegante que la tierna gacela, más dulce y más suave que la brisa más acariciadora, y más brillante que la luna llena; diríase que verdaderamente estaba hecha para los escarceos amorosos; se movía y la rama flexible se avergonzaba al ver sus balanceos ondulantes; andaba, y el corzo ligero se avergonzaba al ver su andar gracioso; y sin disputa superaba con mucho a sus hermanas en hermosura, en blancura, en encantos y en dulzura.
Y así era ella, en verdad.
De modo que cuando vió al sabio que debía tocarle en suerte, corrió a su habitación y se dejó caer de bruces en el suelo, desgarrándose los vestidos, arañándose las mejillas y sollozando y lamentándose.
Mientras permanecía ella en aquel estado, su hermano el príncipe Kamaralakmar, que la quería mucho y la prefería a sus otras hermanas, volvía de una partida de caza, y al oír lamentarse y llorar a su hermana, penetró en su aposento y le preguntó: "¿Qué tienes? ¿Qué te ha ocurrido? ¡Dímelo enseguida y no me ocultes nada!"
Entonces ella se golpeó el pecho y exclamó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh querido nada te ocultaré. ¡Sabe que, aunque el palacio debiera hundirse luego encima de tu padre, estoy dispuesta a abandonarlo; y si adquiero la certeza de que tu padre va a cometer actos tan odiosos, huiré de aquí sin que me dé provisiones para el camino, porque Alah proveerá!"
Al escuchar estas palabras, el príncipe Kamaralakmar le dijo:
"¡Pero dime al fin a qué viene ese lenguaje y qué es lo que te oprime el pecho y turba tus humores!" La joven princesa contestó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh querido! has de saber que mi padre me prometió en matrimonio a un sabio viejo, a un mago horrible que le ha regalado un caballo de madera de ébano; y sin duda le ha embrujado con su hechicería y ha abusado de él con su astucia y su perfidia! ¡En cuanto a mí, estoy resuelta a dejar este mundo antes que pertenecer a ese viejo asqueroso!"
Su hermano empezó entonces a tranquilizarla y a consolarla, acariciándola y mimándola, y luego se fué en busca de su padre el rey, y le dijo: "¿Quién es ese hechicero a quien prometiste casarle con mi hermana pequeña? ¿Y qué regalo es ése que te ha traído para decidirte así a hacer que muera de pena mi hermana? ¡Eso no es justo y no puede suceder!"
Y he aquí que el persa estaba cerca y oía aquellas palabras del hijo del rey, y se sintió muy furioso y muy mortificado.
Pero el rey contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 417* NOCHE
Ella dijo:
. .. el rey contestó: "¡Oh hijo mío Kamaralakmar! ¡no estarías tan turbado y tan estupefacto si vieras el caballo que me ha dado el sabio!" Y salió en seguida con su hijo al patio principal del palacio, y dió orden a los esclavos de que llevaran el caballo consabido. Y los esclavos ejecutaron la orden.
Cuando el joven príncipe vió el caballo, lo encontró muy hermoso y le entusiasmó mucho. Y como era un jinete excelente, saltó con ligereza a lomos del bruto y le pinchó de pronto en los flancos con las espuelas, metiendo los pies en los estribos. Pero no se movió el caballo. Y el rey dijo al sabio: "¡Ve a mirar por qué no se mueve, y ayuda a mi hijo, quien a su vez tampoco dejará de ayudarte para que realices tus anhelos!”
De modo que el persa, que guardaba rencor al joven a causa de su oposición al matrimonio de su hermana, se acercó al príncipe caballero, y le dijo: "Esta clavija de oro que hay a la derecha del arzón de la silla es la clavija que sirve para subir. ¡No tienes más que darle la vuelta!"
Entonces el príncipe dió la vuelta a la clavija que servía para subir, ¡y he aquí lo que pasó! Al punto se elevó por los aires el caballo con la rapidez del ave, y a tanta altura, que el rey y todos los circunstantes le perdieron de vista a los pocos momentos.
Al ver desaparecer así a su hijo, sin que regresara al cabo de algunas horas que estuvieron esperándole, inquietóse mucho el rey Sabur, y muy perplejo, dijo al persa: "¡Oh sabio! ¿qué vamos a hacer ahora para que vuelva?" El sabio contestó: "¡Oh mi amo! ¡nada puedo hacer ya, y no verás de nuevo a tu hijo hasta el día de la Resurrección! ¡Porque el príncipe no ha querido escuchar más que a su presunción y a su ignorancia, y en vez de darme tiempo para que le explicase el mecanismo de la clavija de la izquierda, que es la clavija que sirve para bajar, ha puesto en marcha el caballo antes de lo debido!"
Cuando el rey Sabur hubo oído estas palabras del sabio, se llenó de furor, e indignándose hasta el límite de la indignación, ordenó a los esclavos que dieran una paliza al persa y le arrojaran después al calabozo más lóbrego, en tanto que se quitaba él de la cabeza la corona, golpeándose en la cara y mesándose las barbas, tras de lo cual se retiró a su palacio, hizo cerrar todas las puertas, y empezaron a sollozar, a gemir y a lamentarse con él su esposa, sus tres hijas, su servidumbre y todos los habitantes del palacio, como también los de la ciudad. Y he aquí cómo se tornó su alegría en aflicción, y su felicidad en tristeza y desesperación.
¡Y esto en cuanto a ellos atañe!
Por lo que afecta al príncipe, el caballo continuó elevándose por los aires con él, sin detenerse y como si fuera a tocar el sol. Entonces comprendió el joven el peligro que corría y cuán horrible muerte le esperaba en aquellas regiones del cielo; y se inquietó bastante y se arrepintió mucho de haber subido en el caballo, y pensó para su ánima: "¡Sin duda, la intención del sabio fué perderme en vista de lo que opiné con respecto a mi hermana menor! ¿Qué hacer ahora? ¡No hay fuerza ni poder más que en Alah el Omnipotente! ¡heme aquí perdido sin remisión!" Luego se dijo: "Pero ¿quién sabe si no hay una segunda clavija que sirva para bajar, lo mismo que la otra sirve para subir?" Y como estaba dotado de sagacidad, de ciencia y de inteligencia, se puso a buscarla por todo el cuerpo del caballo, y acabó por encontrar, en el lado izquierdo de la silla, un tornillo minúsculo, no mayor que la cabeza de un alfiler; y se dijo: "¡No veo más que esto!" Entonces apretó aquel tornillo y al punto comenzó a disminuir la ascensión poco a poco y el caballo se paró un instante en el aire, para empezar inmediatamente después a descender con la misma rapidez de antes, amenguando luego la marcha poco a poco según se acercaba al suelo; y acabó por tocar en tierra sin ninguna sacudida ni contratiempo, mientras su jinete respiraba con libertad y se tranquilizaba por su vida.
Y he aquí que entre las ciudades que de aquella suerte se mostraban por debajo de él, divisó una ciudad de casas y edificios alineados con simetría y de manera encantadora en medio de una comarca surcada por numerosas aguas corrientes y rica en prados donde triscaban en paz saltarinas gacelas.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 418* NOCHE
Ella dijo:
...donde triscaban en paz saltarinas gacelas.
Como por temperamento era aficionado a distraerse y a observar, Kamaralakmar se dijo: "¡Es necesario que sepa yo el nombre de esa ciudad y la comarca en que está situada!" Y empezó a dar vueltas en el aire alrededor de la ciudad, deteniéndose encima de los parajes más hermosos.
Mientras tanto, empezaba a declinar el día y el sol había llegado en el horizonte a lo más bajo de su carrera; y pensó el príncipe: "¡Por Alah, que no encontraré indudablemente sitio mejor para pasar la noche que esta ciudad! Por consiguiente, dormiré aquí, y al apuntar el día de mañana, emprenderé de nuevo la ruta de mi reino para regresar con mis parientes y mis amigos. ¡Y contaré entonces a mi padre cuanto me acaeció y cuanto han visto mis ojos!" Y echó en torno suyo una mirada para escoger un lugar donde pasar la noche con seguridad y sin que se le importunase, y donde resguardar a su caballo, y acabó por dejar recaer su elección, en un palacio elevado que aparecía en medio de la ciudad, y lo flanqueaban torres almenadas, y lo guardaban cuarenta esclavos negros vestidos con cotas de malla y armados con lanzas, alfanjes, arcos y flechas. Así es que se dijo el joven: "¡He ahí un lugar excelente!" Y apretando el tornillo que servía para bajar, guió hacia aquel lado a su caballo, que fué a posarse dulcemente, como un pájaro cansado, en la terraza del palacio. Entonces dijo el príncipe: "¡Loor a Alah!" Y se apeó de su caballo. Púsose luego a dar vueltas en torno al animal y a examinarle, diciendo: "¡Por Alah! ¡Quien con tal perfección te fabricó es un maestro como obrero y el más hábil de los artífices! ¡De modo que si el Altísimo prolonga el término de mi vida y me reúne con mi padre y con los míos, no dejaré de colmar con mis bondades a ese sabio y de hacer que se beneficie con mi generosidad!"
Pero ya había caído la noche, y el príncipe permaneció en la terraza, esperando que en el palacio estuviese dormido todo el mundo. Después, como se sentía torturado por el hambre y la sed ya que desde su partida no había comido ni bebido nada, se dijo: "¡En verdad que no debe carecer de víveres un palacio como éste!" Dejó, pues, el caballo en la terraza, y resuelto a buscar algo con que alimentarse, se encaminó a la escalera del palacio y descendió por sus peldaños hasta abajo. Y de pronto se encontró en un ancho patio con piso de mármol blanco y de alabastro transparente, en el que se reflejaba por la noche la luz de la luna. Y le maravilló la belleza de aquel palacio, y de su arquitectura; pero en vano miró a derecha y a izquierda, porque no vió alma viviente ni oyó sonido de una voz humana; y se notó muy inquieto y muy perplejo, y no supo qué hacer. Se decidió, sin embargo, a salir de su estupor al fin, pensando. "¡Por el momento no puedo hacer nada mejor que volver a subir a la terraza de donde he bajado, y pasar la noche junto a mi caballo; y mañana a los primeros resplandores del día, montaré de nuevo en mi caballo y me marcharé!" Y cuando ya iba a poner en práctica este proyecto, advirtió una claridad en el interior del palacio, y avanzó por aquel lado para saber de qué provenía. Y vió que aquella luz era la de una antorcha encendida delante de la puerta del harén, a la cabecera del lecho de un eunuco negro que dormía roncando de una manera muy ruidosa, y se asemejaba a algún efrit entre los efrits a las órdenes de Soleimán o a algún genni de la tribu negra de los genn; estaba acostado en un colchón a lo ancho de la puerta, y la atrancaba mejor que lo hubiera hecho un tronco de árbol o el banco de un portero; y a la luz de la antorcha resplandecía furiosamente el mango de su alfanje, mientras que por encima de su cabeza colgaba de una columna de granito su saco de provisiones.
Al ver a aquel negro espantable, el joven Kamaralakmar quedó aterrado, y murmuró: "¡Me refugio en Alah el Todopoderoso! ¡Oh dueño único del cielo y de la tierra! ¡Tú que ya me salvaste de una perdición segura, socórreme otra vez y sácame sano y salvo de la aventura que me espera en este palacio!" Dijo, y tendiendo la mano hacia el saco de provisiones del negro, lo cogió con presteza, salió de la habitación, lo abrió, y encontró dentro víveres de la mejor calidad. Se puso a
comer, y acabó por dejar completamente vacío el saco; y después de haberse reanimado así, fué a la fuente del patio y aplacó su sed bebiendo del agua pura y dulce que manaba. Tras de lo cual volvió junto al eunuco, colgó el saco en su sitio, y sacando de la vaina el alfanje del esclavo, lo cogió en tanto que el otro dormía y roncaba más que nunca, y salió sin saber aún lo que le deparaba su destino...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 419* NOCHE
Ella dijo:
... sin saber aún lo qué le deparaba su destino.
Siguió, pues, avanzando por dentro del palacio y llegó a una segunda puerta, sobre la cual caía una cortina de terciopelo. Levantó aquella cortina, y encontróse en una sala maravillosa, en la cual vió un amplio lecho del marfil más blanco, incrustado de perlas, rubíes, jacintos y otras pedrerías, y tendidas en el suelo cuatro jóvenes esclavas, que dormían. Se acercó entonces sigilosamente al lecho para saber quién podría estar acostado en él. ¡Y vió a una joven que tenía por toda camisa nada más que su cabellera! ¡Y era tan hermosa, que se la hubiera tomado, no ya por la luna cuando sale en el horizonte oriental, sino por otra luna más maravillosa que surgiese de las manos del Creador! ¡Su frente era una rosa blanca, y sus mejillas dos anémonas de un rojo tenue, cuyo brillo se realzaba con un delicado grano de belleza a cada lado!
Al ver tal cúmulo de hermosura y de gracias, de encantos y de elegancia, Kamaralakmar creyó caerse de espaldas desvanecido, si no muerto. Y cuando pudo dominar un poco su emoción, se aproximó a la joven dormida, temblándole todos los músculos y todos los nervios y estremeciéndose de placer y voluptuosidad la besó en la mejilla derecha.
Al contacto de aquel beso la joven se despertó sobresaltada, abrió mucho los ojos, y advirtiendo al joven príncipe que permanecía de pie a su cabecera, exclamó: "¿Quién eres y de dónde vienes?" El contestó: "¡Soy tu esclavo y el enamorado de tus ojos!"
Ella preguntó: "¿Y quién te condujo hasta aquí?"
El contestó: "¡Alah, mi destino y mi buena suerte!"
Al oír estas palabras, la princesa Schamsennahar (que tal era su nombre), sin mostrar
demasiada sorpresa ni espanto, dijo al joven:
"¿Acaso eres el hijo del rey de la India que me pidió ayer en matrimonio, y a quien mi padre el rey no aceptó como yerno a causa de su pretendida fealdad?
Porque si eres tú, ¡por Alah! no tienes nada de feo, y tu belleza ya me ha subyugado, ¡oh mi señor!" Y como, efectivamente, era él tan radiante cual la brillante luna, le atrajo a sí y le abrazó, y la abrazó él, y embriagados ambos de su mutua hermosura y de su juventud, se hicieron mil caricias, acostados uno en brazos de otro, y se dijeron mil locuras, entregándose a mil juegos amables, y prodigándose mil mimos dulces y ardientes.
Mientras ellos se divertían de tal manera, las servidoras despertáronse de pronto, y al advertir con su ama al príncipe, exclamaron: "¡Oh, ama nuestra! ¿quién es ese joven que está contigo?" Ella contestó: "¡No lo sé! ¡Le encontré a mi lado al despertarme! ¡Sin embargo, supongo que es el que ayer me solicitó a mi padre en matrimonio!" Turbadas por la emoción, exclamaron ellas: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, oh señora nuestra! Ni por asomo es éste el que te pidió en matrimonio ayer; porque aquél era muy feo y muy repulsivo, y este joven es gentil y deliciosamente bello, y sin duda procede de ilustre estirpe. ¡En cuanto al otro, el feo de ayer, ni de ser tu esclavo es digno!"
Tras de lo cual se levantaron las servidoras y fueron a despertar al eunuco de la puerta, y le pusieron la alarma en el corazón, diciéndole: "¿Cómo se explica que siendo guardián del palacio y del harén, dejes a los hombres penetrar en nuestros aposentos mientras dormimos?"
Cuando oyó estas palabras el eunuco negro, saltó sobre ambos pies y quiso apoderarse de su alfanje; pero no encontró más que la vaina. Aquello le sumió en un terror grande, y todo tembloroso levantó el tapiz y entró en la sala. Y vió con su ama en el lecho al hermoso joven, sintiéndose de tal modo deslumbrado, que hubo de decirle: "¡Oh mi señor! ¿eres un hombre o un genni?"
El príncipe contestó: "¿Cómo te atreves confundir a los hijos de los reyes Khosroes con un genn demoníaco y efrits, tú, miserable esclavo y el más maléfico de los negros de betún?" Y así diciendo, furioso cual un león herido, empuñó el alfanje y gritó al eunuco: "¡Soy yerno del rey, que me ha casado con su hija y me mandó que penetrara en ella!"
Al oír esas palabras, contestó el eunuco: "¡Oh mi señor! ¡si verdaderamente eres un hombre de la especie de los hombres y no un genni, digna de tu belleza es nuestra joven ama, y te la mereces mejor que cualquier otro rey, hijo de rey o de sultán!"
Después corrió el eunuco en busca del rey, lanzando gritos terribles, desgarrando sus vestidos y cubriéndose con polvo la cabeza. De modo que, al oír sus gritos de loco, le preguntó el rey: "¿Qué calamidad te aqueja? ¡Habla pronto y sé breve, porque me estás estremeciendo el corazón!" El eunuco contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 420* NOCHE
Ella dijo:
... El eunuco contestó: "¡Oh rey! ¡date prisa a volar en socorro de tu hija, porque un genni entre los genn, con la apariencia de un hijo de rey, se ha posesionado de ella y ha hecho en ella su domicilio! ¡Eso es todo! ¡Corre! ¡Duro con él!"
Al oír estas palabras de su eunuco, el rey llegó al límite del furor, y a punto estuvo de matarle; pero le gritó: "¿Cómo te atreviste a ser negligente hasta el extremo de perder de vista a mi hija, cuando te tengo encargado de su custodia diurna y nocturna, y cómo dejaste que penetrara en su aposento y se posesionara de ella ese efrit demoníaco?" Y loco de emoción se abalanzó hacia las habitaciones de la princesa, donde se encontró con las servidoras, que a la puerta le esperaban pálidas y temblorosas, y les preguntó: "¿Qué le ha pasado a mi hija?" Ellas contestaron: "¡Oh rey! no sabemos lo que ha sucedido mientras estábamos dormidas; pero cuando nos hemos despertado encontramos en el lecho de la princesa a un joven, que nos pareció la luna llena de tan hermoso como era, y que charlaba con tu hija de una manera deliciosa y sin dejar lugar a dudas. Y en verdad que nunca vimos a nadie más hermoso que ese joven. Sin embargo, le preguntamos quién era, y nos contestó: "¡Soy aquel a quien el rey concedió en matrimonio a su hija!"
¡Nada más que eso sabemos! Y no podemos decirte si se trata de un hombre o un genni. ¡De todos modos, hemos de asegurarte que es amable, bien intencionado, modesto, cortés, e incapaz de cometer la menor fechoría o de hacer cosa censurable! ¿Cómo, siendo tan bello, se puede hacer cosa censurable?"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, se le enfrió la cólera y su inquietud se apaciguó; y muy suavemente y con mil precauciones, levantó un poco la cortina de la puerta y vió acostado junto a su hija en el lecho, y charlando graciosamente a un príncipe de lo más encantador, cuyo rostro resplandecía como la luna llena.
En vez de tranquilizarle por completo, el resultado de aquello fue excitar hasta el último extremo su celo paternal y sus temores por el peligro que corría el honor de su hija. Así es que, precipitándose por la puerta se abalanzó a ellos con la espada en la mano y furioso y feroz cual un ghul monstruoso. Pero el príncipe, que desde lejos vióle llegar, preguntó a la joven: "¿Es ése tu padre?" Ella contestó: "¡Sí!"
Al punto saltó sobre ambos pies el joven, y empuñando su alfanje lanzó a la vista del rey un grito tan terrible, que hubo de asustarle. Más amenazador que nunca, entonces Kamaralakmar se dispuso a arrojarse sobre el rey y a atravesarle; pero el rey, que se comprendió el más débil, se apresuró a envainar su espada y tomó una actitud conciliadora. De modo que cuando vió ir hacia él al joven, le dijo con el tono más cortés y más amable: "¡Oh jovenzuelo! ¿eres hombres o genni?" El otro contestó: "¡Por Alah, que si no respetara tus derechos tanto como los míos, y si no me preocupase del honor de tu hija, ya hubiera vertido sangre tuya! ¿Cómo te atreves a confundirme con los genn y los demonios, cuando soy un príncipe real de la raza de los Khosroes, que si quisieran apoderarse de tu reino sería para ellos cosa de juego el hacerte saltar de tu trono como si sintieras un temblor de tierra, y frustrarte los honores, la gloria y el poderío?"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, le invadió un gran sentimiento de respeto, y temió mucho por su propia seguridad. Así es que se dió prisa a responder: "¿Cómo se explica entonces, si eres verdaderamente hijo de reyes, que te hayas atrevido a penetrar en mi palacio sin mi consentimiento, a destruir mi honor y hasta a posesionarte de mi hija, pretendiendo ser su esposo y proclamando que yo te la había concedido en matrimonio, cuando hice matar a tantos reyes e hijos de reyes que querían obligarme a que se la diera por esposa?" Y excitado por sus propias palabras, continuó el rey: "¿Y quién podrá ahora salvarte de entre mis manos poderosas cuando yo ordene a mis esclavos que te condenen a la peor de las muertes, y obedezcan ellos en esta hora y en este instante?"
Cuando el príncipe Kamaralakmar oyó del rey estas palabras, contestó: "¡En verdad que estoy estupefacto de tu corta vista y del espesor de tu entendimiento! Dime, ¿podrás encontrar jamás mejor partido que yo para tu hija? ¿Y acaso viste nunca a un hombre más intrépido o mejor formado, o más rico en ejércitos, esclavos y posesiones que yo mismo?"
El rey contestó: "¡No, por Alah! pero ¡oh jovenzuelo! yo hubiese querido ver que te convertías en marido de mi hija ante el kadí y los testigos. ¡Pero un matrimonio efectuado de esta manera secreta, sólo podrá destruir mi honor!" El príncipe contestó: "Bien hablas, ¡oh rey! ¿Pero es que no sabes que si verdaderamente tus esclavos y tus guardias vinieran a precipitarse sobre mí todos y me condenaran a muerte, según tus recientes amenazas, no harías más que correr de un modo cierto a la perdición de tu honor v de tu reino haciendo pública tu desgracia y obligando a tu mismo pueblo a revolverse contra ti?
Créeme, pues, ¡oh rey! ¡Sólo te queda un partido que tomar, y consiste en escuchar lo que tengo que decirte y en seguir mis consejos!' Y exigió el rey: "¡Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que decirme...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañanay se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 421* NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que decirme!" El otro contestó: "¡Helo aquí! Una de dos: o te avienes a luchar conmigo en singular combate, y el que venza a su adversario será proclamado el más valiente y ostentará así un título serio que le dé opción al trono del reino, o bien me dejas pasar aquí toda esta noche con tu hija, y mañana por la mañana mandas contra mí al ejército entero de tu caballería, y tu infantería, y tus esclavos y... ¡pero dime antes a cuántos asciende su número!"
El rey contestó: "¡Son cuatro mil jinetes, sin contar a mis esclavos, que son otros tantos!" Entonces dijo Kamaralakmar. "Está bien. Así, pues, a las primeras claridades del día, haz que vengan contra mí en orden de batalla y diles: "¡Ese hombre que ahí tenéis acaba de solicitar de mí en matrimonio a mi hija, con la condición de luchar él solo contra todos vosotros juntos y venceros y derrotaros, sin que podáis salir con bien! ¡Y eso es lo que pretende!" ¡Luego me dejarás luchar yo solo contra todos ellos! Si me mataran, quedaría a salvo tu honor y mejor guardado que nunca tu secreto. ¡Si, por el contrario, triunfo yo de todos ellos y les derroto, habrás encontrado un yerno del que podrían enorgullecerse los reyes más ilustres!"
No dejó de compartir el rey esta última opinión y de aceptar tal proposición, si bien estaba estupefacto de la seguridad con que hablaba el joven y no sabía a qué atribuir una pretensión tan loca; porque en el fondo de su corazón se hallaba persuadido de que el príncipe perecería en aquella lucha insensata, y así quedaría a salvo su honor y mejor guardado su secreto. De modo que llamó al jefe eunuco y le dió orden de que sin dilación fuera en busca del visir y le mandara que congregase a todas las tropas y las tuviese preparadas con sus caballos y dispuestas con sus armas de guerra. Y el eunuco transmitió la orden al visir, que al punto reunió a los oficiales y a los principales notables del reino y les dispuso en orden de batalla a la cabeza de sus tropas revestidas con las armas de guerra.
¡Y he aquí lo que atañe a ellos!
En cuanto al rey, se quedó todavía por algún tiempo charlando con el joven príncipe, pues estaba encantado de sus palabras sesudas, de su buen criterio, de sus maneras distinguidas y de su belleza, además que no quería dejarle solo con su hija aquella noche. Pero apenas apuntó el día, se volvió a su palacio y se sentó en su trono y dió orden a sus esclavos de que tuvieran preparado para el príncipe el caballo más herrmoso de las caballerizas reales, le ensillaran con magnificencia y le enjaezaran con gualdrapas suntuosas. Pero el príncipe dijo: "¡No quiero montar a caballo mientras no esté en presencia de las tropas!" El rey contestó: "¡Hágase conforme deseas!" Y salieron ambos al meidán, donde estaban las tropas alineadas en orden de batalla, y así pudo el príncipe juzgar su número y calidad. Tras de lo cual se encaró el rey con todos y exclamó: "¡Oíd, guerreros! este joven que ahí tenéis ha venido en busca mía y me ha pedido a mi hija en matrimonio. Y a la verdad, jamás vi nada más bello ni caballero más intrépido que él. Pero he aquí que pretende que él solo puede triunfar de todos vosotros y derrotaros; que aunque fueseis cien mil veces más numerosos, no os daría la menor importancia, y a pesar de todo, habría de venceros.
¡Así, pues, cuando arremeta contra vosotros, no dejéis de recibirle con la punta de vuestros alfanjes y de vuestras lanzas! ¡Eso le enseñará lo que cuesta meterse en empresas tan graves!" Luego el rey se encaró con el joven le dijo: "¡Animo, hijo mío, y haznos ver tus proezas!" Pero el joven contestó:
"¡Oh rey, no me tratas con justicia ni imparcialidad! porque ¿cómo quieres que luche con todos, estando yo a pie y ellos a caballo?"
El rey le dijo: "¡Ya te ofrecí caballo para que montaras, y b. rehusaste! ¡Escoge ahora para cabalgadura el que te parezca mejor de todos mis caballos!"
Pero contestó el príncipe: "¡No me gusta ninguno de tus caballos, y sólo montaré en el que me ha traído hasta tu ciudad!"
El rey le preguntó: "¿Y dónde está tu caballo?" El príncipe dijo: "Está encima de tu palacio".
El rey preguntó: "¿Qué sitio es ese que está encima de mi palacio?" El príncipe contestó: "La terraza de tu palacio".
Al oír estas palabras, le miró con atención el rey y exclamó: "¡Qué extravagancia! ¡Esa es la mejor prueba de tu locura! ¿Cómo es posibleque un caballo suba a una terraza? ¡Pero enseguida vamos a ver si mientes o si dices la verdad!"
Luego se encaró con el jefe de sus tropas y le dijo: "¡Corre al palacio y vuelve a decirme lo que veas! !Y tráeme lo que haya en la terraza!"
Y el pueblo se maravillaba de las palabras del joven príncipe; y se preguntaba la gente:
"?Como va a poder bajar un caballo por la escalera desde la altura de la terraza? ¡Verdaderamente, es una cosa de la que nunca en nuestra vida oímos hablar!"
Entretanto, el mensajero del rey llegó al palacio, y cuando subió a la terraza encontró allí el caballo y le pareció que jamás había visto otro igual en belleza; pero no bien se acercó a él y le hubo examinado, vio que era de madera de ébano y de marfil. Entonces, al darse cuenta de la cosa, se echaron a reír él y todos los que le acompañaban, y se decían unos a otros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 422ª NOCHE
Ella dijo:
...y se decían unos a otros: "¡Por Alah! he aquí el caballo de que hablaba ese jovenzuelo, al que no debemos mirar en adelante más que como a un loco. Sin embargo, veamos lo que puede haber de verdad en todo eso. ¡Porque después de todo, podría suceder que se tratase de un asunto más importante de lo que parece, y que ese joven procediese realmente de alta estirpe y gozara de excelentes méritos!" Así diciendo, cargaron entre todos con el caballo de madera, y transportándolo a cuestas, lo pusieron delante del rey, mientras toda la gente se agrupaba a su alrededor para mirarlo, maravillándose de su hermosura, de sus proporciones, de la riqueza de su silla y de sus arneses. Y también el rey se admiró mucho y se maravilló hasta el límite de la maravilla; luego preguntó a Kamaralakmar: "¡Oh joven! ¿es ése tu caballo?
El príncipe contestó: "Sí, ¡oh rey! ¡Es mi caballo, y no tardarás en ver las cosas maravillosas que va a mostrarte!" Y le dijo el rey: "¡Tómale y móntate en él entonces!" El príncipe contestó: "¡No lo enseñaré mientras no se alejen toda esa gente y esas tropas que se agrupan a su alrededor!"
Entonces el rey dio a todo el mundo orden de que se distanciaran de allí a un tiro de flecha. Y le dijo el joven príncipe: "Mírame bien, ¡oh rey! Voy a subir en mi caballo y a precipitarme a todo galope sobre tus tropas, dispersándolas a derecha y a izquierda, ¡e infundiré el espanto y el pavor en sus corazones!" Y contestó el rey: "Haz ahora lo que quieras, ¡y no tengas compasión de ellos, porque ellos no la tendrán de ti!"
Y Kamaralakmar apoyó ligeramente su mano en el cuello de su caballo,y de un salto se plantó en el lomo del bruto.
Por su parte, las tropas, ansiosas habíanse alineado más lejos en filas apretadas y tumultuosas; y decíanse los guerreros unos a otros: "¡Cuando llegue a nuestras filas ese jovenzuelo le clavaremos la punta de nuestras picas y le recibiremos con el filo de nuestras cimitarras!" Pero decían otros: "¡Por Alah! hay que ser muy insensato para creer que vamos a vencer fútilmente a ese joven! Cuando se ha metido él en semejante aventura, sin duda es porque tiene la seguridad de salir airoso. ¡Aunque así no fuese, lo que hace nos da ya prueba de su valor y de la intrepidez de su alma y de su corazón!"
En cuanto a Kamaralahmar, una vez que se afirmó bien sobre la silla, hizo jugar la clavija que servía para subir, en tanto que se volvían hacia él todos los ojos para ver qué iba a hacer. Y al punto empezó su caballo a agitarse, a piafar, a balancearse, a inclinarse, a avanzar y a retroceder para comenzar luego con una elasticidad maravillosa, a caracolear y a andar de lado de la manera más elegante que caracolearon nunca los caballos mejor guiados de reyes y sultanes. Y de pronto se estremecieron y se hincharon de viento sus flancos, ¡y más rápido que una flecha disparada al aire, emprendió con su jinete el vuelo en línea recta por elcielo!
Al ver aquello, creyó el rey volverse loco de sorpresa y de furor, y gritó a los oficiales de sus guardias: "¡La desgracia sobre vosotros! ¡cogedle! ¡cogedle! ¡Que se nos escapa!" Pero le contestaron sus visires y lugartenientes: "¡Oh rey! ¿puede el hombre alcanzar al pájaro que tiene alas? ¡Sin duda no se trata de un hombre como los demás, sino de un poderoso mago o de algún efrit o mared entre los efrits y mareds del aire! iY Alah te ha librado de él, y a nosotros contigo! ¡Demos, pues, gracias al Altísimo que ha querido salvarte de entre sus manos, y contigo a tu ejército!"
Emocionado hasta el límite de la perplejidad el rey regresó entonces a su palacio, y entrando en el aposento de su hija, la puso al corriente de lo que acababa de ocurrir en el meidán. Y al saber la noticia de la desaparición del joven príncipe, la joven se quedó afligida y desesperada, y lloró y se lamentó de manera tan dolorosa, que cayó gravemente enferma y la acostaron en su lecho, presa del calor de la fiebre y de la negrura de sus ideas. Y al verla en aquel estado, empezó su padre a abrazarla, a mecerla, a estrecharla contra su pecho y a besarla entre los ojos repitiéndole lo que había visto en el meidán y diciéndole: "¡Hija mía, da más bien gracias a Alah (¡exaltado sea!) y glorifícale por habernos librado de las manos de ese insigne mago, de ese embustero, de ese seductor, de ese ladrón, de ese cerdo!" Pero en vano le hablaba y la mimaba para consolarla, porque ella no oía, ni escuchaba, sino al contrario. Cada vez sollozaba más, y lloraba y gemía suspirando: "¡Por Alah ya no quiero comer ni beber hasta que Alah me reúna con mi enamorado encantador! ¡Y ya no quiero saber nada que no sea verter lágrimas y enterrarme en mi desesperación!" Entonces al ver que no podía sacar a su hija de aquel estado de languidez y de aflicción, quedó el padre muy apenado, y se entristeció su corazón, y el mundo se ennegreció ante él. ¡Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 423ª NOCHE
Ella dijo:
¡...Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar! ¡Pero he aquí ahora lo relativo al príncipe Kamaralakmar! Cuando se elevó muy alto por los aires, hizo volver la cabeza a su caballo en dirección a su tierra natal, y puesto ya en el buen camino, se dedicó a soñar con la belleza de la princesa, con sus encantos y con los medios de que se valdría para volver a encontrarla. Y le parecía muy difícil la cosa, aunque tuvo cuidado de que ella le informara acerca del nombre de la ciudad de su padre. Así había sabido que aquella ciudad se llamaba Sana y era la capital del reino de Al-Yamán.
Mientras duró el viaje continuó él pensando en todo aquello, y merced a la gran rapidez de su caballo, acabó por llegar a la ciudad de su padre. Entonces hizo ejecutar a su caballo un círculo aéreo por encima de la ciudad, y fue a echar pie a tierra en la terraza del palacio. Dejó entonces a su caballo en la terraza y bajó al palacio, donde notó por todas partes un ambiente de duelo y vio regadas de ceniza todas las habitaciones, y creyendo que habría muerto alguien de su familia, penetró, como tenía por costumbre, en los aposentos privados, y encontró a su padre, a su madre y a sus hermanas vestidas con trajes de luto, y muy amarillos de cara, y enflaquecidos, y demudados, y tristes, y desolados. Y he aquí que, cuando entró él, su padre se levantó de pronto al advertirle, y cierto ya de que aquel era verdaderamente su hijo, lanzó un gran grito y cayó desmayado; luego recobró el sentido y se arrojó en los brazos de su hijo, y le abrazó y le estrechó contra su pecho con trasportes de la más loca alegría y emocionado hasta el límite de la emoción; y su madre y sus hermanas, llorando y sollozando se le comían a besos a cual más, y bailaban y saltaban en medio de su dicha.
Cuando se calmaron un poco le interrogaron acerca de lo que había acaecido; y les contó él la cosa desde el principio hasta el fin; pero no hay para qué repetirla. Entonces exclamó su padre: "¡Loores a Alah por tu salvación, ¡oh frescura de mis ojos y mucho de mi corazón!"
E hizo celebrar grandes fiestas populares y grandes regocijos durante siete días enteros, y repartió dádivas al son de pífanos y címbalos, e hizo adornar todas las calles y proclamar un indulto general para todos los presos, haciendo abrir de par en par las puertas de cárceles y calabozos. Luego, acompañado de su hijo, recorrió a caballo los diversos barrios de la ciudad para dar a su pueblo la alegría de volver a ver al joven príncipe, a quien se creyó perdido para siempre.
Pero una vez terminadas las fiestas, Kamaralakmar dijo a su padre: "¡Oh padre mío! ¿qué ha sido del persa que te dio el caballo?" Y contestó el rey: "¡Confunda Alah a ese sabio! y retire su bendición para él y para la hora en que mis ojos le vieron por vez primera, pues él fue causa de que te separaras de nosotros, ¡oh hijo mío! ¡En este momento está encerrado en un calabozo, y es el único a quien no perdoné!" Pero como se lo suplicó su hijo, el rey le hizo salir de la prisión, y ordenándole que fuera a su presencia, le volvió a la gracia, y le dió un ropón de honor y le trató con gran liberalidad, concediéndole toda clase de honores y riquezas; pero no le mencionó siquiera a su hija ni pensó dársela en matrimonio. Así es que el sabio rabió hasta el límite de la rabia y se arrepintió mucho de la imprudencia que había cometido dejando montar en el caballo al joven príncipe, ¡pues comprendió que se había descubierto el secreto del caballo, como también su manejo!
En cuanto al rey, que no estaba muy tranquilo todavía con respecto al caballo, dijo a su hijo: "¡Soy de opinión, hijo mío, de que no debes acercarte en adelante a ese caballo de mal agüero, y sobre todo de que nunca más le montes, ya que estás lejos de conocer las cosas misteriosas que puede contener aún, y no te hallas sobre él seguro!" Por su parte, Kamaralakmar contó a su padre su aventura con el rey de Sana y su hija, y cómo había escapado a la furia de este rey; y contestó su padre: "¡Si debiera matarte el rey de Sana, hijo mío, te hubiera matado: pero el Destino no habría fijado todavía tu hora!"
Durante este tiempo, a pesar de los regocijos y festines que su padre continuaba dando con motivo de su regreso, Kamaralakmar estaba lejos de olvidar a la princesa Schamsennahar, y lo mismo cuando comía que cuando bebía, pensaba siempre en ella. Y he aquí que un día, el rey, que tenía esclavas muy expertas en el arte del canto y en el de tocar el laúd, les ordenó que hicieran resonar las cuerdas de los instrumentos y cantaran algunos versos hermosos. Y tomó una de ellas su laúd, y apoyándoselo en las rodillas cual podría una madre colocar en su regazo a su hijo, cantó, acompañándose, estos versos entre otros versos:
¡Tu recuerdo ¡oh bienamado! no se borrará de mi corazón ni con la ausencia ni con la distancia!
¡Pueden pasar los días y morir el tiempo, pero jamás podrá morir en mi corazón tu amor!
¡Con este amor quiero morir yo misma, y con este amor resucitar!
Cuando hubo oído el príncipe estos versos, en su corazón chispeó el fuego del deseo, redoblaron su calor las llamas de la pasión, las tristezas le llenaron de duelo el espíritu y el amor le trastornó las entrañas. Así es que, sin poder ya resistir a los sentimientos que le animaban con respecto a la princesa de Sana, se levantó en aquella hora y aquel instante, subió a la terraza del palacio, y a pesar del consejo de su padre, saltó a lomos del caballo de ébano y dió una vuelta a la clavija que servía para subir. Al punto se elevó por los aires como un pájaro el caballo con él, remontando su vuelo hacia las altas regiones del cielo.
Y he aquí que al día siguiente por la mañana le buscó por el palacio su padre el rey, y como no le encontró, subió a la terraza y quedó consternado al notar la desaparición del caballo; y se mordió los dedos, arrepentido de no haber hecho trizas aquel caballo, y se dijo: "¡Por Alah, que si vuelve a regresar mi hijo, destruiré ese caballo para que pueda estar tranquilo mi corazón y no se alarme mi espíritu!" Y bajó de nuevo a su palacio, donde estalló en llantos, sollozos y lamentaciones. ¡Y esto por lo que atañe a él!
En cuanto a Kamaralakmar, prosiguió su rápido viaje aéreo, y llegó a la ciudad de Sana. Echó pie a tierra en la terraza del palacio, bajó por la escalera sin hacer ruido v se dirigió hacia el aposento de la princesa. Allí encontróse al eunuco dormido, como de costumbre, delante de la puerta; pasó por encima de él, y cuando hubo penetrado en el interior de la estancia, llegó a la segunda puerta. Se acercó entonces muy sigilosamente a la cortina, y antes de levantarla
escuchó con atención.
Y he aquí que oyó a su bienamada sollozar amargamente y recitar versos quejumbrosos, mientras trataban de consolarla sus mujeres, y la decían: "¡Oh ama nuestra! . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 424ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Oh ama nuestra! ¿por qué lloras a quien seguramente no te llora a ti?"
Ella contestó: "¿Qué decís, ¡oh faltas de juicio!? ¿Acaso creéis que el encantador a quien amo y por quien lloro es de los que olvidan o de aquellos a quienes se puede olvidar?" Y redobló en sus llantos y gemidos, y lo hizo tan fuerte y durante tanto tiempo, que le dió un desmayo. Entonces el príncipe sintió que se le partía a causa de ello el corazón y que la vejiga de la hiel le estallaba en el hígado. Así es que levantó la cortina sin tardanza y penetró en la habitación. Y vio a la joven acostada en su lecho, con su cabellera por toda camisa y con su abanico de plumas blancas por toda sábana. Y como parecía amodorrada, se acercó a ella y le hizo una caricia muy dulcemente. Al punto abrió ella los ojos y le vió de pie a su lado, inclinado con una actitud interrogante de ansiedad, y murmurando: "¿A qué vienen esas lágrimas y esos gemidos?"
Al ver aquello, reanimada con una vida nueva, se irguió de pronto la joven, y arrojándose a él, le rodeó el cuello con sus brazos y empezó a cubrirle de besos el rostro, diciéndole: "¡Todo era por causa de tu amor y de tu ausencia, ¡oh luz de mis ojos!" El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡pues si supieras en qué desolación estuve yo sumido por causa tuya durante todo este tiempo!" Ella añadió: "¡Pues y yo! ¡qué desolada por tu ausencia estuve también! ¡Si hubieras tardado algo más en volver, sin duda me habrías encontrado muerta!"
El dijo: "¡Oh dueña mía! ¿qué te parece lo que me ocurrió con tu padre y la manera que tuvo de tratarme? ¡Por Alah, que si no hubiera sido por tu amor, ¡oh seductora de la Tierra, del Sol y de la Luna, y tentadora de los habitantes del Cielo, de la Tierra y del Infierno! le hubiera degollado seguramente, dando así ejemplo y enseñanza a todos los observadores! ¡Pero, como te amo, le amo a él también ahora!"
Ella preguntó: "¿Qué te decidió a abandonarme? ¿Crees que la vida podría parecerme dulce sin ti?" El dijo: "Ya que me amas, ¿quieres escucharme y seguir mis consejos?" Ella contestó: "¡No tienes más que hablar, y te obedeceré y escucharé tus consejos y me conformaré con todas tus opiniones!" El dijo: "¡Empieza, entonces, por traerme de comer y de beber, porque tengo hambre y sed! ¡Y después hablaremos! "
Entonces dió orden la joven a sus servidoras de que le llevaran manjares y bebidas; y se pusieron ambos a comer y a beber y a charlar hasta que casi hubo transcurrido toda la noche. Entonces, como comenzaba a apuntar el día, Kamaralakmar se levantó para despedirse de la joven y marcharse antes de que se despertara el eunuco; pero le preguntó Schamsennahar: "¿Y adónde vas a ir así?" El contestó: "¡A casa de mi padre! ¡Pero me comprometo bajo juramento a volver a verte una vez a la semana!"
Al oír estas palabras, ella rompió en sollozos y exclamó: "¡Oh! ¡te conjuro por Alah el Todopoderoso a que me cojas y me lleves contigo adonde quieras, antes que hacerme saborear de nuevo la amargura de la coloquíntida de la separación!"
Y exclamó él, entusiasmado: "¿Quieres verdaderamente venir conmigo?" Ella contestó: "¡Sí! El dijo: "¡Entonces, levántate y partamos!" De modo que se levantó ella, abrió un cofre lleno de vestidos suntuosos y de objetos de valor, y se arregló y se puso encima todo lo más rico y precioso que había entre las cosas hermosas de su pertenencia, sin olvidar collares, sortijas, brazaletes y diversas joyas engastadas con las más bellas pedrerías; luego salió en compañía de su bienamado, sin que ni por pienso lo impidieran sus servidoras.
Entonces la condujo Kamaralakmar, y tras de hacerla subir a la terraza del palacio, saltó a
lomos de su caballo, la sentó a ella en la grupa, le recomendó que se sujetara con fuerza y la ató a él con cuerdas sólidas. Tras de lo cual dio vuelta a la clavija que servía para subir, y remontó el vuelo el caballo y se elevó con ellos por los aires.
Al ver aquello, empezaron a gritar tan alto las servidoras, que el rey y la reina acudieron a la terraza a medio vestir, mal despiertos aún, y sólo tuvieron tiempo para ver al caballo mágico emprender su vuelo aéreo con el príncipe y la princesa. Y el rey, emocionado y consternado hasta el límite de la consternación, tuvo alientos, no obstante, para gritar al joven, que cada vez se elevaba más: "¡Oh hijo de rey! ¡te conjuro a que tengas compasión de mí y de mi esposa, que es esta anciana que aquí ves, y no nos prives de nuestra hija!"
Pero no le contestó el príncipe. Sin embargo, por si acaso la joven sentía pena al dejar así a su padre y a su madre, le preguntó: "Dime, ¡oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con tu madre?...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA 425ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con tu madre?" Ella contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi dueño! que no es ése mi deseo! Lo único que anhelo es estar contigo donde estés tú, ¡porque el amor que por ti siento me hace despreciar todo y olvidarlo todo, incluso a mi padre y a mi madre!"
Al oír estas palabras, el príncipe se alegró hasta el límite de la alegría, e hizo volar a su caballo con la mayor rapidez posible, sin que inquietara semejante cosa a la joven; y no tardaron de aquel modo en llegar a la mitad del camino, a un paraje en que se extendía una magnífica pradera regada por aguas corrientes, en la que echaron pie a tierra por un instante. Comieron, bebieron y descansaron algo, para volver inmediatamente después a montar en su caballo mágico y a partir a toda velocidad con dirección a la capital del rey Sabur, a la vista de la cual llegaron una mañana. Y el príncipe se regocijó mucho por haber arribado sin accidentes, ¡y de antemano sintió un gran placer al pensar que por fin iba a poder mostrar a la princesa las propiedades y territorios que poseía en su mano, y hacerle observar el poderío y la gloria de su padre el rey Sabur, probándole con ello cuánto más rico y más ilustre que el rey de Sana, padre de la joven, era el rey Sabur!
Empezó, pues, por aterrizar en medio de un hermoso jardín, situado fuera de la ciudad, donde su padre, el rey, tenía costumbre de ir para distraerse y respirar el aire libre; condujo a la joven al pabellón de verano, coronado por una cúpula que el rey había hecho construir y acondicionar para él mismo, y le dijo: "¡Voy a dejarte aquí un momento para ir a prevenir a mi padre de nuestra llegada. Mientras esperas, ten cuidado del caballo de ébano, que dejo a la puerta, y no le pierdas de vista. ¡Y en seguida te enviaré a un mensajero para que te saque de aquí y te conduzca al palacio especial que voy a hacer que preparen para ti sola!" Y la joven quedó en extremo encantada con estas palabras, y comprendió que, efectivamente, no debía entrar en la ciudad más que entre los honores y homenajes propios de su rango. Luego se despidió de ella el príncipe, y encaminóse al palacio de su padre el rey.
Cuando el rey Sabur vió llegar a su hijo, creyó morirse de alegría y de emoción, y después de los abrazos y bienvenidas, le reprochó, llorando, su marcha, que les puso en las puertas de la tumba a todos. Tras de lo cual le dijo Kamaralakmar: "¿A que no adivinas a quién traje de allá conmigo?" El rey contestó: "¡Por Alah, no lo adivino!"
El joven dijo: "¡A la propia hija del rey de Sana, a la joven más perfecta de Persia y de Arabia! ¡La he dejado, por el pronto, fuera de la ciudad, en nuestro jardín, y vengo a avisarte para que hagas que dispongan al punto el cortejo que ha de ir a buscarla, y que deberá ser lo más espléndido posible, para darle de antemano una alta idea de tu poderío, de tu grandeza y de
tus riquezas!" Y contestó el rey: "¡Con alegría y generosidad, por darte el gusto!"
E inmediatamente dio orden de que adornaran la ciudad y la embellecieran con el decorado más hermoso y los más hermosos ornamentos; y después de organizar un cortejo extraordinario, él mismo se puso a la cabeza de sus jinetes vestidos de gala, y a banderas desplegadas salió al encuentro de la princesa Schamsennahar, cruzando por todos los barrios de la ciudad entre la aglomeración de los habitantes, que se alineaban en varias filas, precedido por tañedores de pífanos, clarinetes, timbales y tambores, y seguido por la multitud inmensa de guardias, soldados, gente del pueblo, mujeres y niños.
Por su parte, el príncipe Kamaralakmar abrió sus cofres, sus arquillas y sus tesoros, y sacó de ellos lo más hermoso que había, como joyas, alhajas y otras cosas maravillosas con que se atavían los hijos de los reyes para hacer ostentación de su fausto, sus riquezas y su esplendor; e hizo preparar para la joven un inmenso palio de brocados rojos, verdes y amarillos, debajo del cual se alzaba un trono de oro resplandeciente de pedrerías; y en las gradas del inmenso trono coronado por un pabellón de sedas doradas, hizo que se alinearan esclavas indias, griegas y abisinias, sentadas unas y de pie otras, mientras que a los cuatro lados del trono se mantenían cuatro esclavas blancas que hacían aire con grandes abanicos de plumas de aves de especie extraordinaria. Y dos negros desnudos hasta la cintura llevaron a hombros el estrado aquel en pos del cortejo, rodeados por una muchedumbre más densa aún que la anterior, y entre los gritos jubilosos de todo un pueblo y los lú-lú-les estridentes que salían de las gargantas de las mujeres sentadas al pie del trono y de todas las que se aglomeraban a su alrededor, emprendieron el camino de los jardines.
En cuanto a Kamaralakmar, no tuvo paciencia para acompañar el cortejo al paso, y lanzando su caballo a la carrera, tomó por el atajo más corto y en algunos instantes llegó al pabellón donde había dejado a la princesa, hija del rey de Sana. Y la buscó por todas partes; pero ni encontró a la princesa ni al caballo de ébano.
Entonces, en el límite de la desesperación, Kamaralakmar se abofeteó con ira el rostro, rompió sus vestidos y echó a correr y a vagar como un loco por el jardín, gritando mucho y llamando con toda la fuerza de su garganta. ¡Pero fué en vano!
Al cabo de cierto tiempo, hubo de calmarse un poco y volver a la razón, y se dijo: "¿Cómo ha podido dar con el secreto para el manejo del caballo de ébano, si no le revelé nada que con ello se relacionase? ¡Como no sea pue el sabio constructor del caballo haya caído sobre ella de improviso y se la haya llevado para vengarse del tratamiento que le infligió mi padre!" Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 426ª NOCHE
Ella dijo:
...Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó: "¿Habéis visto pasar por aquí o cruzar el jardín a alguien? ¡Decidme la verdad, o haré saltar vuestras cabezas al instante!" Aterrados con sus amenazas quedaron los guardas, y contestaron como una sola voz: "¡Por Alah, que nadie vimos entrar en el jardín, a no ser el sabio persa, que vino aquí para coger hierbas curativas, y a quien no vimos salir aún!"
Al oír estas palabras, el príncipe tuvo ya certeza de que era el sabio persa quien le arrebató a la joven, y llegó al límite de la consternación y de la perplejidad; y muy conmovido y desconcertado salió al paso del cortejo, y encarándose con su padre, le contó lo que había sucedido, y le dijo: "Vuélvete a tu palacio con tus tropas; en cuanto a mí, ¡no volveré hasta que no haya aclarado este asunto negro!"
Al oír estas palabras y enterarse de la determinación tomada por su hijo, el rey empezó a llorar, a lamentarse y a golpearse el pecho, y le dijo: "Por favor, ¡oh hijo mío! calma tu cólera, reprime tu pena y vuélvete a casa con nosotros. ¡Y escogerás entonces a la hija del rey o del sultán que quieras, y te la daré en matrimonio!" Pero Kamaralakmar no se avino a prestar la menor atención a las palabras de su padre ni a escuchar sus ruegos, le dijo algunas frases de despedida y se marchó montado en su caballo, mientras el rey, en el límite de la desesperación, regresaba a la ciudad con llantos y gemidos. Y así fué como su alegría se tornó en tristeza, en sobresaltos y en tormentos. ¡Y esto en cuanto a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo que aconteció al mago y a la princesa!
Como lo había decretado de antemano el Destino, el mago persa fué aquel día al jardín, para coger, efectivamente, hierbas curativas y simples y plantas aromáticas y sintió un olor delicioso de almizcle y otros perfumes admirables; así es que, venteando con la nariz, se encaminó hacia el lado por donde llegaban hasta él aquel olor extraordinario. Y aquel olor era precisamente el que despedía la princesa, embalsamando con él todo el jardín. De modo que, guiado por su olfato perspicaz, no tardó el mago tras algunos tanteos en llegar al propio pabellón en que se encontraba la princesa. ¡Y cuán no sería su alegría al ver desde el umbral, de pie sobre las cuatro patas, al caballo mágico; obra de sus manos! ¡Y cuáles no serían los estremecimientos de su corazón al ver aquel objeto cuya pérdida le había quitado la gana de comer y de beber y el reposo y el sueño!
Se puso entonces a examinarlo por todas partes y lo encontró intacto y en buen estado. Luego, cuando se disponía a saltar encima y hacerlo volar, dijo para sí: "¡Antes conviene que vea qué ha podido traer en el caballo y dejar aquí el príncipe!" Y penetró en el pabellón. Entonces vio perezosamente tendida en el diván a la princesa, a quien tomó primero por el sol cuando sale de un cielo tranquilo. Y ni por un instante dudó ya de que tenía ante sus ojos a alguna dama de ilustre nacimiento y de que el príncipe la había llevado en el caballo y la dejó en aquel pabellón para ir a la ciudad él mismo a preparar un cortejo espléndido. Así es que, por su parte, se adelantó el sabio, se prosternó delante de ella y besó la tierra entre sus manos, a tiempo que la joven levantaba a él los ojos, y encontrándole extraordinariamente horrible y repulsivo, se apresuró a volver a cerrarlos para no verle, y le preguntó: "¿Quién eres?"
El sabio contestó: "¡Oh mi dueña! soy el mensajero que te envía el príncipe Kamaralakmar para que te conduzca a otro pabellón más hermoso que éste y más próximo a la ciudad; porque hoy está un poco indispuesta mi ama la reina, madre del príncipe, y como no quiere, sin embargo, que se la adelante nadie a verte, pues tu llegada ha producido mucho júbilo, ha dispuesto este pequeño cambio que la ahorrará una caminata prolongada". La joven preguntó: "¿Pero dónde está el príncipe?" El persa contestó: "¡Está en la ciudad con el rey, y pronto vendrá a tu encuentro con gran aparato y en medio de un cortejo espléndido!"
Ella dijo: "Pero dime, ¿es que no ha podido el príncipe encontrar otro mensajero un poco menos repulsivo que tú para enviármele?" Al oír estas palabras, aunque le mortificaron mucho, el mago se echó a reír con el mandil arrugado de su cara amarilla, y contestó: "¡Ciertamente, ¡por Alah, oh mi dueña! que no hay en el palacio otro mameluco tan repulsivo como yo! ¡Pero acaso la mala apariencia de mi fisonomía y la abominable fealdad de mi cara te induzcan a error con respecto a mi valer! ¡Y ojalá puedas un día comprobar mi capacidad y aprovecharte, como el príncipe, del don precioso que poseo! ¡Y al saber entonces cómo soy, me alabarás! ¡En cuanto al príncipe, si me escogió para que viniera a tu lado, lo ha hecho precisamente a causa de mi fealdad y de mi odiosa fisonomía, y con el fin de que sus celos no tengan nada que temer con tus encantos y tu belleza! Y no son mamelucos, ni esclavos jóvenes, ni hermosos negros, ni eunucos, ni servidores, lo que faltan en palacio! ¡Gracias a Alah, su número es incalculable, y son todos a cual más seductores ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 427ª NOCHE
Ella dijo:
"...y son todos a cuál más seductor!" Y he aquí que estas palabras del mago tuvieron el poder de persuadir a la joven, que se levantó al punto, puso su mano en la mano del viejo sabio, y le dijo: "¡Oh padre mío! ¿qué cabalgadura me trajiste contigo para que la monte?" El persa contestó: "¡Oh mi dueña, montarás en el caballo en que viniste!" Ella dijo: "¡Pero si yo no sé montar ahí sola!" Entonces sonrió él y comprendió que la tendría a merced suya en adelante y contestó: "¡Yo mismo montaré contigo!" Y saltó a su caballo, sentó en la grupa a la joven, sujetándola contra él y atándola sólidamente con cuerdas, en tanto que la princesa estaba muy ajena de lo que con ella iba a hacer. Dio vuelta entonces él a la clavija que servía para subir, y súbito el caballo llenó de viento su vientre, se movió y, se agitó saltando como las olas del mar; remontó el vuelo, elevándose por los aires cual un pájaro, y en un instante dejó detrás de sí en la lejanía, la ciudad y los jardines.
Al ver aquello, exclamó la joven, muy sorprendida: "¡Oye! ¿adónde vas sin ejecutar las órdenes de tu amo?" El sabio contestó: "¡Mi amo! ¿Y quién es mi amo?" Ella dijo: "¡El hijo del rey!" El sabio preguntó: "¿Qué rey?" Ella dijo: "¡No sé cuál!" Al oír estas palabras se echó a reír el mago, y dijo: "Si te refieres al joven Kamaralakmar, ¡confunda Alah a ese bribón estúpido, que en suma no es más que un pobre muchacho!"
Ella exclamó: "¡La desgracia sobre ti, ¡oh barba de mal agüero! ¿Cómo te atreves a hablar así de tu amo y a desobedecerle?" El mago contestó: "¡Te repito que ese jovenzuelo no es mi amo! ¿Sabes quién soy?"
La princesa dijo: "¡No sé de ti más que lo que tú mismo me has contado!" El sabio sonrió y dijo: "¡Lo que te conté sólo era una estratagema ideada por mí en contra tuya y del hijo del rey! Porque has de saber que ese canalla logró robarme este caballo en que estás ahora, y que es obra de mis manos; y me quemó durante mucho tiempo el corazón haciéndome llorar tal pérdida. ¡Pero he aquí que de nuevo soy dueño de lo mío, y a mi vez quemo el corazón a ese ladrón y hago que sus ojos lloren por haberte perdido! Reanima, pues, tu alma y seca y refresca tus ojos, porque seré para ti yo más provechoso que ese joven alocado. Además, soy generoso poderoso y rico; mis servidores y mis esclavos te obedecerán como a su ama; te vestiré con los más hermosos vestidos y te engalanaré con las galas más hermosas, ¡y realizaré el menor de tus deseos antes de que me lo formules!"
Al oír estas palabras, la joven se golpeó el rostro y empezó a sollozar; luego dijo: "¡Ah, qué desgracia la mía! ¡Ay! ¡Acabo de perder a mi bienamado, y antes perdí a mi padre y a mi madre!" Y siguió vertiendo lágrimas muy amargas y muy abundantes por lo que le sucedía, en tanto que el mago guiaba el vuelo de su caballo hacia el país de los rums, y después de un largo aunque veloz viaje, aterrizó sobre una verde pradera rica en árboles y en aguas corrientes.
Pero aquella pradera estaba situada cerca de una ciudad donde reinaba un rey muy poderoso. Y precisamente aquel día salió de la ciudad el rey para tomar el aire, y encaminó su paseo por el lado de la pradera. Y divisó al sabio junto al caballo y la joven. Y antes de que el mago tuviese tiempo de evadirse, los esclavos del rey habíanse precipitado sobre él, la joven y el caballo y los habían llevado entre las manos del rey.
Cuando vio el rey la horrible fealdad del viejo y su horrible fisonomía, y la belleza de la joven y sus encantos arrebatadores, dijo: "¡Oh mi dueña! ¿qué parentesco te une a este viejo tan horroroso?" Pero el persa se apresuró a responder: "¡Es mi esposa y la hija de mi tío!" Entonces, a su vez se apresuró la joven a contestar, desmintiendo al viejo: "¡Oh rey! ¡por Alah, que no conozco a este adefesio! ¡Qué ha de ser mi esposo! ¡No es sino un pérfido hechicero que me ha raptado a la fuerza y con astucias!"
Al oír estas palabras de la joven, el rey de los rums dió orden a sus esclavos de que apalearan al mago; y tan a conciencia lo hicieron, que estuvo a punto de expirar bajo los golpes. Tras de lo cual mandó el rey que se lo llevaran a la ciudad y le arrojaran en un calabozo, mientras él mismo conducía a la joven y hacía transportar el caballo mágico, cuyas virtudes y manejo secreto estaba muy lejos de suponer.
¡Y he aquí lo referente al mago y a la princesa!
En cuanto al príncipe Kamaralakmar, se vistió de viaje, tomó consigo los víveres y el dinero de que tenía necesidad, y emprendió el camino, con el corazón muy triste y el espíritu en muy mal estado. Y se puso en busca de la princesa, viajando de país en país y de ciudad en ciudad; y en todas partes pedía noticias del caballo de ébano, y aquellos a quienes interrogaban se asombraban en extremo de su lenguaje y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y
extravagantes ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 428ª NOCHE
Ella dijo:
...y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y extravagantes. Y así continuó durante mucho tiempo, haciendo pesquisas más activas cada vez y pidiendo cada vez más datos, sin llegar a saber ninguna noticia que lo orientase. Tras de lo cual acabó por llegar a la ciudad de Sana, donde reinaba el padre de Schamsennahar, y pidió informes al llegar; pero nadie había oído nada relacionado con la joven, ni pudieron decirle lo que fue de ella desde su rapto; y le enteraron del estado de aniquilamiento y desesperación en que se hallaba sumido el viejo rey.
Entonces continuó su ruta y se encaminó al país de los rums, inquiriendo siempre nuevas de la princesa y del caballo de ébano en todos los sitios por donde pasaba y en todas las etapas del viaje.
Y he aquí que durante su caminata se detuvo cierto día en un khan donde vio a un grupo de mercaderes sentados en corro y charlando entre sí; y se sentó a su lado y oyó que decía uno de ellos: "¡Oh amigos míos! ¡acaba de sucederme muy recientemente la cosa más prodigiosa entre las cosas prodigiosas!" Y todos le preguntaron: ",De qué se trata?"
El mercader aquel dijo: "Había ido yo con mis mercancías a la ciudad tal (y dijo el nombre de la ciudad donde se hallaba la princesa), en la provincia de cual, y oí que los habitantes se contaban unos a otros una cosa muy extraña que acababa de suceder. ¡Decían que, habiendo salido un día de cacería con su séquito el rey de la ciudad, se había encontrado a un viejo muy repulsivo que estaba de pie junto a una joven de belleza incomparable y junto a un caballo de ébano y marfil!" Y el mercader contó a sus compañeros, que se maravillaron extremadamente, la historia consabida, que no tiene ninguna utilidad repetir ahora.
Cuando Kamaralakmar hubo oído esta historia, no dudó ni por un instante de que se trataba de su bienamada y del caballo mágico. Así es que, tras de informarse bien del nombre y situación de la ciudad, se puso en camino enseguida, dirigiéndose hacia aquel lado, y viajó sin dilación hasta que llegó allá. Pero cuando quiso franquear las puertas de la ciudad aquella, los guardias se apoderaron de él para conducirle a presencia de su rey, según los usos en vigor dentro de aquel país, a fin de interrogarle por su condición, por la causa de su ida al país y por su oficio. Y he aquí que ya era muy tarde el día en que llegó el príncipe; y como sabían que el rey estaba muy ocupado, los guardias dejaron para el día siguiente la presentación del joven y le llevaron a la cárcel para que pasase allí la noche. Pero cuando los carceleros vieron la belleza y gentileza del joven, no pudieron determinarse a encerrarle, y le rogaron que se sentara con ellos y les hiciese compañía; y le invitaron a compartir con ellos su comida.
Cuando hubieron comido, se pusieron a charlar y preguntaron al príncipe: "¡Oh jovenzuelo! ¿de qué país eres?" El príncipe contestó: "¡Del país de Persia, tierra de los Khosroes!" Al oír estas palabras se echaron a reír los carceleros, y uno de ellos dijo al joven: "¡Oh natural del país de los Khosroes! ¿acaso eres un embustero tan prodigioso como ese compatriota tuyo que está encerrado en nuestros calabozos?" Y dijo otro: "¡En verdad que conocí gentes y escuché sus discursos e historias, y observé su manera de ser; pero nunca tropecé con nadie tan extravagante como ese viejo loco que tenemos encerrado!" Y añadió otro: "¡Y jamás ¡por Alah! vi yo nada tan repulsivo como su cara ni tan feo y odioso como su fisonomía!"
El príncipe preguntó: "¿Y qué sabéis de sus mentiras?" Le contestaron: "¡Dice que es un sabio e ilustre médico! El rey se encontró con él durante una partida de caza, y el viejo iba en compañía de una joven y de un caballo maravilloso de ébano y marfil. Y prendóse el rey en extremo de la belleza de la joven, y quiso casarse con ella ¡pero ella se volvió loca de pronto! Así, pues, si ese viejo sabio fuera un ilustre médico, como pretende, hubiera hallado modo de curarla; porque el rey ha hecho todo lo posible para descubrir un remedio que cure la enfermedad de esa joven, y ya hace un año que a tal fin derrocha inmensas riquezas en pagar a médicos y astrólogos, ¡aunque sin resultado! En cuanto al caballo de ébano, está guardado con los tesoros del rey; y el viejo asqueroso está encerrado aquí; y en toda la noche no deja de gemir y lamentarse, ¡hasta el punto de que nos impide conciliar el sueño!"
Al oír estas palabras, se dijo Kamaralakmar: "Heme aquí, por fin, sobre la pista tan deseada. ¡Ahora necesito un medio de conseguir mis propósitos!" Pero al ver que se acercaba la hora de dormir, no tar-
LAS MIL, si ese viejo sabio fuera un ilustre médico, como pretende, hubiera hallado modo de curarla; porque el rey ha hecho todo lo posible para descubrir un remedio que cure la enfermedad de esa joven, y ya hace un año que a tal fin derrocha inmensas riquezas en pagar a médicos y astrólogos, ¡aunque sin resultado! En cuanto al caballo de ébano, está guardado con los tesoros del rey; y el viejo asqueroso está encerrado aquí; y en toda la noche no deja de gemir y lamentarse, ¡hasta el punto de que nos impide conciliar el sueño!"
Al oír estas palabras, se dijo Kamaralakmar: "Heme aquí, por fin, sobre la pista tan deseada. ¡Ahora necesito un medio de conseguir mis propósitos!"
Pero al ver que se acercaba la hora de dormir, no tardaron los carceleros en conducirle al interior de la prisión y cerrar tras él la puerta. Entonces oyó el joven al sabio, que lloraba y gemía y deploraba en lengua persa su desdicha, diciendo: "¡Ay! ¡en qué calamidad caí, por no haber sabido combinar mejor mi plan, perdiéndome yo mismo sin haber realizado mis anhelos ni satisfeho mi deseo en esa joven! ¡Todo esto me sucede por culpa de mi poco juicio y por ambicionar lo que no estaba destinado para mí!"
Entonces Kamaralakmar se dirigió a él en persa, y le dijo: "¿Hasta cuándo van a durar esos llantos y esas lamentaciones? ¿Acaso crees ser el único que ha sufrido desventuras? Y animado por estas palabras, el sabio se puso en conversación con él, ¡y empezó a quejársele de sus penas e infortunios, sin conocerle!
Y así pasaron la noche, hablando como dos amigos.
Al día siguiente por la mañana, los carceleros fueron a sacar de la prisión a Kamaralakmar, y le llevaron a presencia del rey diciendo: "¡Este joven...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 429ª NOCHE
Ella dijo:
... y le llevaron a presencia del rey, diciendo: "¡Este joven llegó ayer por la noche muy tarde, y no pudimos traerle a tu presencia antes, ¡oh rey! para que sea sometido a interrogatorio!"
Entonces le preguntó el rey: "¿De dónde vienes? ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu profesión? ¿Y a qué obedece tu venida a nuestra ciudad?" El príncipe contestó: "¡Respecto a mi nombre, me llamo en persa Harjab! ¡En cuanto a mi país, es Persia! Y por lo que afecta a mi oficio, soy un sabio entre los sabios, especialmente versado en la medicina y en el arte de curar a locos y alienados.
¡Y con tal objeto recorro comarcas y ciudades para ejercer mi arte y adquirir nuevos conocimientos que añadir a los que poseo ya! Y hago todo esto sin ataviarme como por lo general lo hacen los astrólogos y los sabios; no ensancho mi turbante ni aumento el número de sus vueltas, no me alargo las mangas, no llevo bajo el brazo un gran paquete de libros, no me ennegrezco los párpados con kohl negro, no me cuelgo al cuello un inmenso rosario con millares de cuentas grandes, y curo a mis enfermos sin musitar palabras en un lenguaje misterioso, sin soplarles en la cara y sin morderles el lóbulo de la oreja. ¡Y tal es ¡oh rey! mi profesión!"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, se regocijó con una alegría considerable, y le dijo: "¡Oh excelentísimo médico, llegas a nosotros en el momento en que más necesidad tenemos de tus servicios!" Y le contó el caso de la joven, y añadió:
"¡Si quieres ponerla en tratamiento y la curas de la locura en que la sumieron gentes perversas, no tienes más que pedir lo que desees y te será concedido!"
El príncipe contestó: "¡Conceda Alah sus gracias y favores a nuestro amo el rey! ¡Pero ante todo es preciso que me cuentes detalladamente cuanto hayas notado en su locura, y me digas los días que hace que se encuentra en tal estado, sin olvidarte de contarme cómo la trataste a ella, al viejo persa y al caballo de ébano!"
Y el rey le contó toda la historia desde el principio hasta el fin, y añadió: "¡En cuanto al viejo, está en el calabozo!"
El príncipe preguntó:. "¿Y el caballo?"
El rey contestó: "¡Le tengo cuidadosamente guardado en uno de los pabellones de mi morada!"
Y Kamaralakmar dijo para sí: "Antes que nada, me conviene ver el caballo y asegurarme por mis propios ojos del estado en que se halla. Si está intacto y en buen estado, todo irá bien y conseguiré mi propósito; pero si se ha deteriorado su mecanismo, tendré que pensar en libertar de otra manera a mi bienamada".
Entonces se encaró con el rey y le dijo: "¡Oh rey! primeramente es necesario que vea yo el caballo, pues quizás examinándole encuentre algo que me sirva para curar a la joven". El rey contestó: "¡Con mucho gusto y de buena gana!" Y le cogió de la mano y le condujo al recinto donde se hallaba el caballo de ébano. Y el príncipe empezó a dar vueltas alrededor del caballo, le examinó atentamente, y encontrándolo intacto y en buen estado, se alegró mucho, y dijo al rey: "¡Alah favorezca y exalte al rey! ¡Heme aquí dispuesto a ir en busca de la joven para ver lo que tiene! ¡Y espero llegar a curarla con la ayuda de Alah y valiéndome de este caballo de madera!"
Y mandó a los guardias que vigilasen bien el caballo, y se dirigió con el rey al aposento de la princesa.
En cuanto penetró en la estancia donde estaba ella, la vió que se retorcía las manos, y se golpeaba el pecho, y se arrojaba al suelo revolcándose, y hacía jirones sus vestidos, como tenía por costumbre. Y comprendió que no se trataba más que de una locura simulada, sin que ni genn ni hombres la hubiesen trastornado la razón, sino al contrario.
¡Y advirtió que no hacía todo aquello más que con el fin de impedir cualquier asechanza!
Al darse cuenta, Kamaralakmar se adelantó hacia ella, y le dijo: "¡Oh encantadora de los Tres Mundos, lejos de ti penas y tormentos!" Y cuando le hubo mirado, reconocióle ella enseguida, y llegó a una alegría tan enorme, que lanzó un gran grito y cayó sin conocimiento.
Y el rey no dudó que aquella crisis era efecto del temor que le inspiraba el médico. Pero Kamaralakmar se inclinó sobre ella, y tras de reanimarla, le dijo en voz baja: "¡Oh Schamsennhar! ¡oh pupila de mis ojos, núcleo de mi corazón! cuida de tu vida y de mi vida y ten valor y un poco de paciencia aún; porque nuestra situación reclama gran prudencia y precauciones infinitas, si queremos evadirnos de las manos de ese rey tiránico.
Por lo pronto, voy a afirmarle en su idea con respecto de ti, diciéndole que estabas poseída por los genn, y que a eso obedecía tu locura; pero le aseguraré que acabo de curarte en el instante por medio de medicinas misteriosas que poseo. ¡Tú no tienes más que hablarle con calma y amenidad para probarle así tu curación con mi ciencia! ¡Y de ese modo lograremos nuestro deseo y podremos realizar nuestro plan!" Y contestó la joven: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces Kamaralakmar se acercó al rey, que se mantenía en un extremo de la estancia, y con un semblante de buen augurio le dijo:
"¡Oh rey afortunado! merced a tu buena suerte, he podido conocer la enfermedad y dar con el remedio de la dolencia. ¡Y la he curado! Puedes, pues, acercarte a ella y hablarle dulcemente y con bondad, y prometerle lo que tienes que prometerle, ¡y se cumplirá cuanto desees de ella!"
Y en el límite de la maravilla, acercóse el rey a la joven, que se levantó al punto y besó la tierra entre sus manos, dándole luego la bienvenida, y le dijo:
"¡Tu servidora está confundida por el honor que le haces visitándola hoy!"
Y al oír y ver todo aquello, el rey estuvo a punto de volverse loco de alegría...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGÓ LA 430ª NOCHE
Ella dijo:
.. . estuvo a punto de volverse loco de alegría, y dió orden a las servidoras, a las esclavas y a los eunucos para que se pusieran al servicio de la joven, la condujeran al hammam y le prepararan trajes y atavíos. Y entraron las mujeres y las esclavas, y le hicieron zalemas; y les devolvió ella las zalemas de la manera más amable y con el más dulce tono de voz. Entonces la vistieron con vestiduras rojas, le rodearon el cuello con un collar de pedrerías y la condujeron al hammam, donde la bañaron y la arreglaron para llevarla a su aposento luego, igual que la luna en su décimocuarto día.
¡Eso fué todo!
De modo que el rey, con el pecho dilatado en extremo y satisfecha el alma, dijo al joven príncipe: "¡Oh prudente! ¡oh sabio médico! ¡oh tú el dotado de filosofía! ¡Toda esta dicha que nos llega ahora se la debemos a tus méritos y a tu bendición! ¡Aumente Alah en nosotros los beneficios de tu soplo curativo!"
El joven contestó: "¡Oh rey! para dar cima a la curación, es preciso que con todo tu séquito, tus guardias y tus tropas vayas al paraje donde encontraste a la joven, llevándola contigo y haciendo transportar allá el caballo de ébano que estaba al lado suyo y que no es otra cosa que un genn demoníaco; y él es precisamente el que la poseía y la había vuelto loca. Y allí haré entonces los exorcismos necesarios, sin lo cual tornaría ese genni a poseerla a primeros de cada mes, y no habríamos conseguido nada; ¡mientras que ahora, en cuanto me haya adueñado de él, le acorralaré y le mataré!"
Y exclamó el rey de los rums: "¡De todo corazón y como homenaje debido!" Y acompañado por el príncipe y la joven y seguido de todas sus tropas, el rey emprendió inmediatamente el camino de la pradera consabida.
Cuando llegaron allá, Kamaralakmar dió orden de que montaran a la joven en el caballo de ébano y se mantuvieran todos a bastante distancia, con objeto de que ni el rey ni sus tropas pudiesen fijarse bien en sus manejos. Y se ejecutó la orden al instante.
Entonces dijo él al rey de los rums: "¡Ahora con tu permiso y tu venia, voy a proceder a las fumigaciones y a los conjuros, apoderándome de ese enemigo del género humano para que no pueda ser dañoso en adelante! Tras de lo cual también yo me montaré en ese caballo de madera que parece de ébano, y pondré detrás de mí a la joven. Y verás entonces cómo se agita el caballo en todos sentidos, vacilando hasta decidirse a echar a correr para detenerse entre tus manos. Y de este modo te convencerás de que le tenemos por completo a nuestro albedrío. ¡Después podrás ya hacer con la joven cuanto quieras!"
Cuando el rey de los rums oyó estas palabras, se regocijó, en tanto que Kamaralakmar subía al caballo y sujetaba fuertemente detrás de sí a la joven. Y mientras todos los ojos estaban fijos en él y le miraban maniobrar, dio vuelta a la clavija que servía para subir; y el caballo, emprendiendo el vuelo, se elevó con ellos en línea recta, desapareciendo por los aires en la altura.
El rey de los rums, que estaba lejos de sospechar la verdad, continuó en la pradera con sus tropas, esperando durante medio día a que regresaran. Pero como no les veía volver, acabó por decidirse a esperarles en su palacio. Y su espera fué igualmente vana. Entonces pensó en el horrible viejo que estaba encerrado en el calabozo, y haciéndole ir a su presencia, le dijo: "¡Oh viejo traidor! ¡oh posaderas de mono! ¿cómo te atreviste a ocultarme el misterio de ese caballo hechizado y poseído por los genn demoníacos?
He aquí que acaba de llevarse por los aires ahora al médico que ha curado de su locura a la joven, y hasta a la propia joven. ¡Y quién sabe lo qué les ocurrirá! ¡Además, te hago responsable por la pérdida de todas las alhajas y cosas preciosas con que hice que la ataviaran a ella al salir del hammam, y que valen un tesoro! ¡Así, pues, al instante va a saltar de tu cuerpo tu cabeza!" Y a una señal del rey, se adelantó el portaalfanje, ¡y de un solo tajo hizo del persa-dos persas!
¡Y he aquí lo concerniente a todos éstos!
Pero en cuanto al príncipe Kamaralakmar y la princesa Schamsennahar, prosiguieron tranquilamente su veloz viaje aéreo, y llegaron con toda seguridad a la capital del rey Sabur. Aquella vez no aterrizaron ya en el pabellón del jardín, sino en la misma terraza del palacio. Y el príncipe se apresuró a dejar en sitio seguro a su bienamada, para ir cuanto antes a avisar a su padre y a su madre de su llegada.
Entró, pues, en el aposento donde se hallaban el rey, la reina y sus hermanas las tres princesas, sumidos en lágrimas y desesperación, y les deseó la paz y les abrazó, mientras ellos, al verle, sentían que se les llenaba de felicidad el alma y se les aligeraba el corazón del peso de aflicciones y tormentos.
Entonces, para commemorar aquel regreso y la llegada de la princesa hija del rey de Sana, el rey Sabur dio a los habitantes de la ciudad grandes festines, y festejos, que duraron un mes entero. Y Kamaralakmar entró en la cámara nupcial y se regocijó con la joven en el transcurso de largas noches benditas.
Tras de lo cual, para estar en lo sucesivo con el espíritu tranquilo, el rey Sabur mandó hacer añicos el caballo de ébano y él mismo destruyó su mecanismo.
Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana, padre de su esposa, una carta...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 432* NOCHE
Ella dijo:
.. . Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana., padre su esposa, una carta, en la que le ponía al corriente de toda su história, anunciándole su matrimonio v la completa dicha en que vivían ambos. Y envió esta carta con un mensajero acompañado por criados que llevaban presentes magníficos y cosas raras de gran valor. Y llegó el mensajero a Sana, en el Yamán, y entregó la carta y los regalos al padre de la princesa, que cuando leyó la carta se alegró hasta el límite de la alegría y aceptó los obsequios. Tras de lo cual preparó a su vez presentes muy ricos para su yerno, el hijo del rey Sabur, y se los envió con el mensajero.
Al recibir los presentes del padre de su esposa, el hermoso príncipe Kamaralakmar se regocijó extremadamente, porque le era penoso saber que el viejo rey de Sana estaba descontento de la conducta de ambos. Y hasta tomó la costumbre de mandarle cada año una nueva carta y nuevos presentes. Y continuó obrando así hasta la muerte del rey de Sana.
Luego, cuando su propio padre el rey Sabur murió a su vez, le sucedió en el trono del reino, y comenzó su reinado casando a su hermana más joven, a la que tanto quería, con el rey del Yamán. Después de lo cual gobernó a su reino con sabiduría y a sus súbditos con equidad; y de tal manera adquirió en todas las comarcas supremacía y la felicidad de corazón de todos los habitantes. Y continuaron su esposa y él viviendo la vida más deliciosa, la más dulce, la más serena y la más tranquila, ¡hasta que fué a verles la Destructora de delicias, la Separadora de sociedades y de amigos, la Saqueadora de palacios y cabañas, la Constructora de tumbas y la Proveedora de los cementerios!
Y ahora, ¡gloria al Unico Viviente que no muere nunca y tiene en Sus manos la dominación de los Mundos y el imperio de lo Visible y de lo Invisible!
Y cuando hubo terminado así esta historia, se calló Schehrazada, la hija del visir. Entonces le dijo el rey Schahriar: "¡Prodigiosa es esa historia, Schehrazada! ¡Y en verdad que quisiera saber el mecanismo extraordinario de aquel caballo de ébano!"
Schehrazada dijo: "¡Ay, se destruyó!" Y dijo Schahriar: "¡Por Alah, que he torturado mucho mi espíritu tratando de averiguarlo!"
Schehrazada contestó: "Entonces, ¡oh rey afortunado! para que descanse tu espíritu estoy dispuesta, si tú me lo permites, a contarte la historia más dilatadora que conozco, aquella que trata de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera!"
Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, puedes hablar! ¡Porque no conozco esa historia!
¡Después ya pensaré lo que debo hacer con tu cabeza!"
Entonces dijo Schehrazada:
HISTORIA DE LOS ARTIFICIOS DE DALILA LA TAIMADA Y DE SU
HIJA ZEINAB LA EMBUSTERA CON AHMAD-LA-TIÑA,
HASSAN-LA-PESTE Y ALI AZOGUE
Cuentan ¡oh rey afortunado! que en tiempo del califa Harún Al-Raschid había en Bagdad un hombre llamado Ahmad-la-Tiña y otro hombre llamado Hassán-la-Peste, y estaban reputados ambos por su maestría en estratagemas y latrocinios. Sus hazañas a este respecto eran completamente prodigiosas, por lo cual, el califa, que sabía sacar partido de los talentos de cualquier clase que fueran, les llamó y les nombró jefes de policía. A tal fin les invistió con su cargo, dándole a cada uno un ropón de honor, mil dinares de oro mensuales como emolumentos, y una guardia de cuarenta jinetes sólidos.
Ahmad-la-Tiña quedó encargado de la seguridad de la ciudad en su parte terrestre, y Hassán-la-Peste del lado del río. Y en las grandes ceremonias marchaban ambos a los lados del califa, uno a su derecha y otro a su izquierda.
Y he aquí que el día de su nombramiento para este empleo salieron con el walí de Bagdad, el emir Khaled, acompañados por sus cuarenta bizarros guardias de a caballo y precedidos de un heraldo que pregonaba el decreto del califa, y decía: "¡Oh vosotros todos, habitantes de Bagdad! ¡Por orden del califa sabed que el jefe de policía de la Mano Derecha no será en adelante otro que Ahmad-la-Tiña, y el jefe de policía de la Mano Izquierda no será otro que Hassán-la-Peste! ¡Y en toda ocasión les deberéis obediencia y respeto!"
Por aquel entonces vivía en Bagdad una vieja temible, llamada Dalila, y además conocida con el nombre de Dalila la Taimada, que tenía dos hijas: una estaba casada y era madre de un bribonzuelo al que llamaban Mahmud el Aborto, y la otra estaba soltera y se la coconocía con el nombre de Zeinab la Embustera.
El marido de la vieja Dalila fué en otra época un gran personaje, el director de las palomas que servían para llevar por todo el Imperio mensajes y cartas, y cuya vida era para el califa, a causa de los servicios que hacía, más cara y preciosa que la de sus propios hijos. Así es que el esposo de Dalila tenía honores y prerrogativas, y emolumentos de mil dinares mensuales. ¡Pero murió v se le olvidó!, y había dejado a aquella vieja con aquellas dos hijas. Y en verdad que la tal Dalila era una vieja experta en astucias, artificios, latrocinios, trapisondas y recursos de toda especie, una bruja capaz de engañar a la serpiente, atrayéndola fuera de su guarida, y de dar al mismo Eblis lecciones de astucia y de embaucamientos.
Así, pues, el día de la investidura de Ahmad-la-Tiña y de Hassánla-Peste en las funciones de jefes de policía, la joven Zeinab oyó que el pregonero anunciaba la cosa a la población, y dijo a su madre:
"¡Mira ¡oh madre! a ese miserable de Ahmad-la-Tiña! Vino a Bagdad antaño fugitivo, expulsado de Egipto, y no hay trapacería y hazaña importante que no haya cometido aquí desde que llegó. ¡Y de esta manera se ha hecho tan famoso, que el califa acaba de investirle con el cargo de jefe de policía de su Mano Derecha, mientras que a su compadre Hassán-la-Peste, ese sarnoso, de jefe de policía de la Mano Izquierda! Y cada uno de ellos tiene el mantel puesto de día y de noche en el palacio del califa, y una guardia, y mil dinares de emolumentos mensuales, y honores y todo género de prerrogativas. ¡Y nosotros, en tanto, ¡ay! permanecemos dentro de nuestra casa, sin empleo y olvidadas, sin honores ni privilegios, y sin que nadie se preocupe por nuestra suerte!" Y la vieja Dalila meneó la cabeza, y dijo "¡Así es, ¡por Alah! hija mía".
Entonces le dijo Zeinab: "¡Levántate, pues, ¡oh madre! y a ver si encontramos un recurso capaz de darnos renombre o realizamos una trastada que nos haga famosas y notorias en Bagdad hasta el punto de que llegue la voz de ello a oídos del califa y nos devuelva éste los gajes y prerrogativas de que nuestro padre disfrutaba!"
Cuando Zeinab la Embustera dijo estas palabras a su madre, le contestó Dalila la Taimada:
"¡Por la vida de tu cabeza!, ¡oh hija mía! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 433ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Por la vida de tu cabeza, ¡oh hija mía! te prometo hacer en Bagdad algunas jugarretas de primera calidad, que superarán con mucho a las hechas por Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste!" Y se irguió en aquella hora y aquel instante, se tapó la cara con litham, se vistió como un pobre, sufi poniéndose un gran hábito de mangas tan prodigiosas que le bajaban hasta los talones, y se ciñó el talle con un ancho cinturón de lana; luego cogió una jarra, que llenó de agua hasta el cuello, y metió tres dinares en la abertura, que obstruyó con un tapón hecho de fibras de palmera; luego se rodeó los hombros y el cuello con varias sartas de rosarios grandes de cuentas tan pesadas como una carga de leña, y tomó en la mano una bandera semejante a la que llevan los sufis pordioseros, hecha con jirones de trapo encarnado, amarillo y verde; y ataviada de este modo, salió de su casa, diciendo en alta voz: "íAlah! ¡Alah!" Orando así con la lengua mientras su corazón corría por el hipódromo de los demonios y su pensamiento se obstinaba en buscar estratagemas perversas y temibles.
De esta manera recorrió los diversos barrios de la ciudad, pasando de una calle a otra calle, hasta que llegó a un callejón sin salida, pavimentado de mármol y barrido y regado, en el fondo del cual vió una Puerta grande rematada por una magnífica cornisa de alabastro, y en el umbral estaba sentado el portero, un moghrabín (Marroquí) vestido con mucha limpieza. Y aquella puerta era de madera de sándalo, guarnecida con sólidas anillas de bronce y con un candado de plata. Y he aquí que aquella casa pertenecía al jefe de los guardias del califa, que era un hombre muy considerado y propietario de grandes bienes, muebles e inmuebles, a quien se habían señalado importantes emolumentos para subvenir a las funciones propias de su cargo; pero al mismo tiempo era un hombre muy violento y de malos modales; y por eso se le llamaba Mustafá Azote-de-las-Calles, porque hacía preceder siempre los golpes a las palabras.
Estaba casado con una joven encantadora, a la que amaba mucho, y a quien había jurado, desde la noche de su penetración primera, que nunca tomaría segunda mujer mientras ella viviese, ni dormiría nunca fuera de su casa ninguna noche. Y así ocurrió, hasta que un día en que Mustafá Azote-de-las-Calles vio en el diván que cada emir tenía consigo un hijo o dos.
Y precisamente aquel día fue al hammam luego, y mirándose en un espejo, vió que los pelos blancos de su barba eran más numerosos que los pelos negros, a los que cubrían completamente, y dijo para sí: "¿Acaso El que se llevó a tu padre no va a gratificarte al fin con un hijo?"
Y fué en busca de su esposa, y se sentó de muy mal humor en el diván, sin mirarla ni dirigirle la palabra. Entonces se acercó ella a él y le dijo: "¡Buenas noches!"
El contestó: "¡Quítate de mi vista! ¡Desde el día en que te conocí no me ha sucedido nada bueno!"
Ella preguntó: "¿A qué viene eso?" El dijo: "La noche de mi penetración en ti me hiciste prestar juramento de que jamás tomaría otra mujer. ¡Y te escuché! Y he aquí que hoy, en el diván, vi a cada emir con un hijo y hasta con dos hijos, y entonces me vino el pensamiento de la muerte, y me afectó en extremo porque no fui gratificado con un hijo, ni siquiera con una hija!
¡Y no ignoro que quien no deja posteridad no deja memoria de sí! Y tal es el motivo de mi mal humor, ¡oh estéril que hiciste caer mi semilla en una tierra de rocas y guijarros!"
A estas palabras replicó la ruborosa joven: "¡Y eres tú quien habla! ¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¡No está en mí el retraso! Y la cosa no es por culpa mía. ¡Me he medicinado de tal modo, que acabé por estropear y agujerear los morteros a fuerza de machacar en ellos especies, pulverizar cuerpos simples y triturar raíces preconizadas contra la esterilidad! ¡Pero el retraso está en ti! ¡No eres más que un mulo impotente, de nariz chata y tus compañones son transparentes, con semilla sin consistencia y grano que no fecunda!"
El contestó: "¡Está bien! ¡En cuanto regrese de un viaje que voy a emprender, tomaré una segunda mujer!"
Ella contestó: "Mi destino y mi suerte están con Alah!" Entonces salió él de su casa; pero al llegar a la calle se arrepintió de lo que había pasado; y su esposa, la joven, se arrepintió también de las palabras un poco vivas que dirigió a su dueño. ¡Y esto es lo referente al propietario de la casa situada en el callejón sin salida pavimentado de mármol!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalila la Taimada! Cuando llegó al pie de los muros de la casa, vio de pronto a la joven esposa del emir acodada a su ventana, como una recién casada, ¡tan bella y tan brillante cual un verdadero tesoro, con todas las joyas que la adornaban, y luminosa cual una cúpula de cristal con las blancas ropas de nieve que la vestían!
Al ver aquello la vieja, alcahueta de mal augurio dijo para sí: "¡Oh Dalila, he aquí que te llegó el momento de abrir el saco de tus trapacerías! Veremos si consigues atraer a esta joven fuera de la casa de su dueño, y despojarla de sus alhajas y desnudarla de sus hermosos vestidos, para apoderarte de todo ello!" Entonces se paró debajo de la ventana del emir, y se puso a invocar en alta voz el nombre de Alah, diciendo: "Alah! ¡Alah! ¡Y vosotros todos, los amigos de Alah, los walíes bienhechores, iluminadme!"
Al oír estas invocaciones, y al ver a aquella santa vieja vestida como los sufis pordioseros, todas las mujeres del barrio acudieron a besar la orla de su hábito y a pedirle su bendición; y pensó la joven esposa del emir Azote-de-las-Calles: "¡Alah nos concederá sus gracias por intercesión de esa santa vieja!" Y con los ojos húmedos de emoción, la joven llamó a su servidora y le dijo: "Vé a buscar a nuestro portero el jeique Abu-Alí, bésale la mano, y dile: "¡Mi ama Khatún te ruega que dejes entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores de Alah!" Y la servidora bajó en busca del portero y le besó la mano, y le dijo: "¡Oh jeique Abu-Alí! mi ama Khatún te dice: "¡Deja entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores de Alah! ¡Y quizá su bendición se extienda sobre todos nosotros!" Entonces se acercó el portero a la vieja y quiso primeramente besarle la mano; pero ella retrocedió con viveza y se lo impidió, diciendo: "¡Aléjate de mí! ¡Tú que rezas tus plegarias sin abluciones, como todos los criados, me mancharías con tu contacto impuro y haría nula y vana mi ablución! Alah te libre de tu servidumbre, ¡oh portero Abu-Alí! porque te distinguen los santos de Alah y los walíes".
Y he aquí que tal deseo conmovió en extremo al portero Abu-Alí, porque precisamente el terrible emir Azotede-las-Calles le debía el salario de tres meses, y tenía él una ansiedad con tal motivo y no sabía qué medio emplear para recobrarlo.
Así es que dijo a la vieja: "¡Oh madre mía, dame a beber un poco de agua de tu jarra, para que con ello pueda ganar tu bendición!" Entonces ella cogió la jarra que llevaba al hombro y la volteó en el aire varias veces, de modo que el tapón de fibras de palmera se escapó del cuello del cacharro y los tres dinares rodaron por el piso como si cayesen del cielo. Y el portero se apresuró a recogerlos, y dijo para su ánima: "¡Gloria a Alah! ¡Esta vieja pordiosera es una santa entre los santos que tienen a su disposición tesoros ocultos! Y acaba de revelársela que soy un pobre portero que no ha cobrado su salario y tiene mucha necesidad de dinero para atender a los gastos indispensables, y ha hecho conjuros a fin de obtener para mí tres dinares, atrayéndolos del espacio".
Luego ofreció los tres dinares a la vieja, y le dijo: "¡Toma, tía mía, los tres dinares que creo se han caído de tu jarra!" Ella contestó: "¡Aléjate de mí con ese dinero! ¡No, nunca fui de las que se ocupan de las cosas mundanas! ¡Puedes guardarte ese dinero y mejorarte con él un poco la existencia, resarciéndote de los salarios que te debe el emir!" Entonces el portero alzó los brazos, y exclamó: "¡Loores a Alah por su ayuda! ¡He ahí una revelación!"
Entretanto, ya se había acercado a la vieja la servidora, y después de besarle la mano, se apresuraba a conducirla a presencia de su señora. Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 434ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria. Y por su parte, la bella Khatún se apresuró a arrojarse a los pies de la vieja y a besarle las manos; y la vieja le dijo: "¡Oh hija mía! ¡no vengo más que porque he adivinado, con la inspiración de Alah, que tienes necesidad de mis consejos!" Y Khatún comenzó primeramente por servirle de comer, según costumbre establecida con los santos pordioseros; pero la vieja no consintió en tocar los manjares, y dijo: "¡Ya no quiero comer más que manjares del Paraíso, y ayuno siempre, excepto cinco días al año! ¡Pero te veo afligida ¡oh hija mía! y deseo que me cuentes la causa de tu tristeza!" La joven contestó: "¡Oh madre mía! el día de la penetración hice jurar a mi esposo que nunca tomaría después de mí una segunda mujer; pero ve él a los hijos de los demás, y anhela tener hijos también, y me dice: «¡Eres estéril!» Y le contesto: «¡Y tú eres un mulo que no fecundas a la hembra!» Entonces sale él encolerizado, y me dice: «¡A la vuelta de un viaje que voy a emprender, volveré a casarme!» Y yo ¡oh madre mía! tengo ahora miedo de que se realice su amenaza y tome una segunda mujer que le dé hijos! Y es rico, pues posee tierras, casas, emolumentos y poblados enteros; y si de la segunda mujer tuviera hijos, ¡me quedaría yo privada de todos esos bienes!”
La vieja contestó: "¡Bien se ve, hija mía, cuán ignorante estás de las virtudes de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos, el poderoso Maestro-de-las-Cargas, el Multiplicador-de los- Embarazos! ¿Acaso no sabes que una sola visita a ese santo hace de un pobre deudor un rico acreedor y de una mujer estéril un granero de fecundidad?"
La bella Khatún contestó: "¡Oh madre mía! ¡desde el día de mi matrimonio no he salido una sola vez de casa, y ni siquiera he podido hacer visitas de felicitación o pésame!" La vieja dijo: "Oh, hija mía! quiero conducirte a casa de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos y Multiplicador-de-los-Embarazos. Y no temas confiarle la pesadumbre que te oprime, y hazle una promesa. Y puedes estar segura entonces de que a su regreso del viaje tu esposo se acostará contigo, uniéndose a ti por la copulación; y por obra suya quedarás encinta de una niña o de un niño. ¡Pero sea tu hijo varón o hembra, has de hacer la promesa de consagrarle como derviche al servicio de mi señor el Padre-de-los-Asaltos! "
Al oír estas palabras, la bella Khatún se vistió con sus trajes más hermosos y se adornó con sus más hermosas alhajas; luego dijo a su servidora: "¡Cuida bien de la casa!" Y la servidora contestó: "¡Escucho y obedezco, ¡oh mi ama!"
Entonces Khatún salió con Dalila, y a la puerta encontró al viejo portero mograbín Abu-Alí, que le preguntó: "¿Adónde vas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "¡Voy a visitar al jeique Multiplicador-de-los-Embarazos!"
El portero dijo: "¡Qué bendición de Alah es esta santa vieja, oh mi alma! ¡A su disposición tiene tesoros enteros! Me ha dado tres dinares de oro rojo; y adivinó lo que me ocurre y conoció mi situación sin hacerme ninguna pregunta, ¡y ha sabido que estaba yo apurado de dinero! ¡Ojalá caiga sobre mi cabeza el beneficio de su ayuno de todo el año!"
Mientras tanto, Dalila la Taimada se decía a sí misma: "¿Cómo voy a arreglarme para quitarle sus alhajas y dejarla desnuda en medio de la muchedumbre de transeúntes que van y vienen?" Luego dijo de pronto: "¡Oh hija mía! echa a andar detrás de mí y a distancia, aunque sin perderme de vista; porque yo, tu madre, soy una vieja a la que cargan con fardos cuyo peso no pueden soportar los demás; y a todo lo largo del camino hay gente que viene a entregarme ofrendas piadosas consagradas a mi mejor jeique, y me ruegan que se las lleve. ¡Así, pues, es mejor que vaya yo sola por el momento!"
Y la joven echó a andar detrás de la vieja taimada, hasta que llegaron ambas al zoco principal de los mercaderes. ¡Y desde lejos se oía resonar el zoco abovedado, al paso de la joven, el ruido de los cascabeles de oro de sus pies delicados y el tintineo de los cequíes de su cabellera, tan melodioso y cadencioso, que se diría una música de cítaras y timbales sonoros!
Ya en el zoco, pasaron por delante de la tienda de un mercader joven que se llamaba Sidi-Mohsen, y era un muchacho muy lindo con un bozo naciente en las mejillas. Y notó la belleza
de la joven y se puso a lanzarle de soslayo ojeadas, que no tardó mucho en adivinar la vieja. Así es que se volvió hacia la joven, y le dijo: "¡Vas a sentarte un momento separada de mí para que descanses, hija mía, mientras yo hablo de un asunto con ese mercader joven que está allá!"
Y obedeció Khatún y se sentó cerca de la tienda del hermoso mozo, que así pudo mirarla mejor, y creyó volverse loco a la primera mirada que le dirigió ella. Cuando le pareció que estaba él en punto, se le aproximó la vieja alcahueta y le dijo, después de las zalemas: "¿No eres Sidi-Mohsen el mercader?" El contestó: "¡Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre? ...
En ese momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 435ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?" Ella dijo: "Es gente de bien quien me ha enviado a ti. Y vengo, hijo mío, a enterarte de que esa joven que ves ahí es hija mía; y su padre, que era un gran mercader, murió, dejándole riquezas considerables. Sale hoy de casa por primera vez, porque hace poco tiempo que es púber, y sé que ha entrado en la edad de casarse, porque he visto en ella señales que no dejan lugar a duda. Y he aquí que me apresuré a hacer que salga, pues dicen los prudentes: "¡Ofrece en matrimonio tu hija, pero no ofrezcas tu hijo!" Y ahí tienes cómo, advertida por una inspiración divina y por un presentimiento secreto, me he decidido a venir para ofrecértela en matrimonio. Y no te preocupes por lo demás, si eres pobre, te daré todo su capital y en vez de una tienda, te abriré dos tiendas. ¡ De esta manera no solamente serás gratificado por Alah con una encantadora joven, sino con tres cosas deseables que empiezan con C y son a saber: Capital, Comodidad y Culo!”
Al oír estas palabras, el joven mercader Sidi-Mohsen contestó a la vieja: "¡Oh madre mía! Todo eso es excelente, y jamás pude anhelar tanto. Así es que te doy las gracias, y no dudo de tus palabras en lo que concierne a las dos primeras C. Pero en cuanto a la tercera C; te confieso que no estaré tranquilo mientras no lo haya visto y comprobado por mis propios ojos; porque antes de morir me lo recomendó mucho mi madre, y me dijo: "¡Cuánto hubiera deseado casarte, hijo mío, con una joven a la que pudiera juzgar con mis propios ojos!" ¡Y la juré que no dejaría de hacerlo yo por ella! ¡Y se murió tranquila ya!"
Entonces contestó la vieja: "¡En ese caso, levántate y sígueme! Yo me encargo de mostrártela completamente desnuda. Pero has de tener cuidado de ir a distancia de ella, aunque sin perderla de vista. ¡Y yo iré a la cabeza para enseñarte el camino!"
Entonces se levantó el joven mercader y llevó consigo una bolsa con mil dinares, diciéndose: "No se sabe lo que ha de ocurrir, y así podré depositar en el momento el importe de los gastos del contrato". Y siguió de lejos a la vieja zorra, que abría la marcha y se decía a sí misma: "¿Cómo vas a arreglarte ahora ¡oh Dalila llena de sagacidad para desvalijar a ese ternero joven!?"
Caminando de tal suerte, seguida por la joven, a la que a su vez seguía el lindo mercader, llegó a la tienda de un tintorero que se llamaba Hagg-Mohammad y era hombre conocido en todo el zoco por la duplicidad de sus gustos. En efecto, era como el cuchillo del vendedor de colocasias, que a la vez perfora las partes masculinas y femeninas del tubérculo; y le gustaba lo mismo el sabor dulce del higo y el sabor ácido de la granada.
Y he aquí que al oír el tintineo de cequíes y cascabeles, Hagg-Mohammad levantó la cabeza y divisó al lindo mozo y a la hermosa joven. ¡Y sintió lo que sintió.
Pero ya Dalila se había acercado a él, y tras de las zalemas, le había dicho, sentándose: "¿Eres Hagg-Mohammad el tintorero?" El contestó: "¡Sí, soy Hagg-Mohammad! ¿Qué deseas?" Ella contestó: "¡Me ha hablado de ti gente de bien! ¡Mira a esa jovenzuela encantadora, que es mi hija, y a ese gracioso jovenzuelo imberbe, que es mi hijo! ¡Les he educado a ambos, y su educación me costó bastantes dispendios! Y ahora has de saber que nuestra vivienda es un vasto y viejo edificio ruinoso, que últimamente me he visto obligada a reparar con vigas de madera y puntales grandes; pero me ha dicho el maestro arquitecto: "¡Harás bien en irte a vivir a otra casa, porque corres mucho riesgo de que se desmorone ésta encima de ti! Y cuando la hayas hecho reparar, podrás volver a habitarla, ¡pero no antes!"
Entonces salí en busca de una casa donde vivir transitoriamente con esos dos hijos; y me ha encaminado a ti gente de bien. ¡Desearía, por tanto, alojarme en tu casa con esos dos hijos que ves ahí! ¡Y no dudes de mi generosidad!"
Al oír estas palabras de la vieja, el tintorero sintió bailarle el corazón en medio de las entrañas, y dijo para sí: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡He aquí que se te pone al alcance de los dientes un pedazo de manteca encima de un pastel!" Luego dijo a Dalila: "Cierto es que tengo una casa con una habitación grande en el piso superior; pero no puedo disponer de ningún cuarto, porque yo vivo en la planta baja, y la habitación de arriba me sirve para recibir a mis invitados los aldeanos que me traen índigo". Ella contestó: "Hijo mío, la reparación de mi casa sólo exigirá un mes a dos a lo más, y conocemos a poca gente aquí. Te ruego, pues, que dividas en dos la habitación grande de arriba y nos des la mitad para nosotros tres. Y ¡por tu vida, ¡oh hijo mío! si quieres que tus invitados los cultivadores de índigo sean invitados nuestros, bienvenidos sean! ¡Estamos dispuestos a comer con ellos y a dormir con ellos!"
Entonces el tintorero se apresuró a entregarle las llaves de su casa; eran tres: una grande, una pequeña y una torcida. Y le dijo: “La llave grande es de la puerta de la casa, la llave pequeña es la del vestíbulo, y la llave torcida es la de la habitación de arriba. ¡De todo puedes disponer, mi buena madre!" Entonces cogió las llaves Dalila y se alejó seguida por la joven, a la que seguía el joven mercader, y de tal suerte llegó a la callejuela donde se entraba a la casa del tintorero, cuya puerta se apresuró ella a abrir con la llave grande...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 436ª NOCHE
Ella dijo
... Cuya puerta se apresuró a abrir con la llave grande.
Ante todo empezó por entrar la primera e hizo entrar a la joven, diciendo al mercader que esperase. Y llevó a la bella Khatún a la habitación de arriba, diciéndole: "Hija mía, en el piso bajo vive el venerable jeique Padre-de-los-Asaltos. Tú espérame aquí, y por lo pronto, quítate ese velo tan grande. ¡No tardaré en volver a buscarte!" Y bajó a abrir la puerta al joven mercader, y le introdujo en el vestíbulo, diciéndole: "¡Siéntate aquí y espérame a que vuelva a buscarte con mi hija, para que compruebes lo que quieres comprobar con tus propios ojos!"
Luego subió de nuevo a ver a la bella Khatún, y le dijo: "¡Ahora vamos a visitar al Padre-de-los-Asaltos!" Y exclamó la jovenzuela: "¡Qué alegría, oh madre mía!" La vieja añadió: "¡Pero me atemoriza por ti una cosa!" La joven preguntó: "¿Y cuál es ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Abajo está un hijo mío idiota, que es representante y ayudante del jeique Padre-de-los-Asaltos. ¡No sabe diferenciar el frío del calor, y continuamente va desnudo! ¡Pero cuando entra en casa del jeique una visitante noble como tú, la vista de las galas y sedas con que está vestida le pone furioso, y se precipita sobre ella y le rompe los vestidos y le tira de sus arracadas, desgarrándole las orejas, y la despoja de todas sus alhajas. Por consiguiente, harás bien en empezar por quitarte aquí tus alhajas y desnudarte de todos tus vestidos y camisas; y te lo guardaré yo todo hasta que regreses de tu visita al jeique Padre-de-los-Asaltos". Entonces se quitó la joven todas sus alhajas, se desnudó de todos sus vestidos, sin quedarse más que con la camisa interior de seda, y lo entregó todo a Dalila, que le dijo: "¡En honor tuyo, voy a colocar esto debajo de la ropa del Padre-de-los-Asaltos, para que con su contacto vaya a ti la bendición!" Y bajó con todo hecho un lío, y por el momento lo escondió en el hueco de la escalera, luego fue a ver al joven mercader y le encontró esperando a la jovenzuela.
Y le preguntó él: "¿Dónde está tu hija, para que yo pueda examinarla?" Pero de improviso
comenzó la vieja a golpearse el rostro y el pecho en silencio. Y le preguntó el joven mercader: "¿Qué te pasa?" Ella contestó: "¡Ah! ¡Ojalá se murieran las vecinas malintencionadas y envidiosas y calumniadoras! ¡Acaban de verte entrar conmigo, y me han preguntado quién eres; y les dije que te había escogido para esposo futuro de mi hija. Pero probablemente, por envidia y celosas de mi suerte para contigo, han ido en busca de mi hija y le han dicho: "¿Tan cansada está de mantenerte tu madre que quiere casarte con un individuo atacado de sarna y de lepra?" ¡Entonces le he jurado yo, como tú mismo lo hiciste a tu madre, que no se uniría a ti sin haberte visto completamente desnudo!"
Al oír estas palabras, exclamó el joven mercader: "¡Recurro a Alah contra los envidiosos y malintencionados!" Y así diciendo, se quitó toda su ropa, y surgió desnudo e intacto y blanco como la plata virgen. Y le dijo la vieja: "¡En verdad que con lo hermoso y puro que eres no tienes nada que temer!" Y exclamó él: "¡Que venga a verme ahora!" Y amontonó a un lado su magnífico capote de marta, su cinturón, su puñal de plata y oro y el resto de su ropa, ocultando en los pliegues la bolsa con los mil dinares.
Y le dijo la vieja: "No conviene dejar en el vestíbulo todas estas cosas tentadoras. ¡Voy a ponerlas en lugar seguro!" E hizo un lío con todo aquello, como había hecho con la ropa de la jovencita, y abandonando al joven mercader lo encerró con llave, cogió debajo de la escalera el primer lío y salió sin ruido de la casa, llevándoselo todo.
Una vez en la calle, empezó por poner, efectivamente, en lugar seguro los dos líos, depositándolos en casa de un mercader de especias conocido suyo, y volvió a casa del tintorero libidinoso, que la esperaba con impaciencia, y hubo de preguntarle en cuanto la divisó: "¿Que hay, tía mía? ¡Inschalah creo que te habrá convenido mi casa! Ella contestó: "¡Tu casa es una casa bendita! Estoy satisfecha hasta el límite de la satisfacción. ¡Ahora voy a buscar a un cargador para que transporte nuestros muebles y nuestros efectos! Pero como estoy tan ocupada y mis hijos no han comido nada desde esta mañana, aquí tienes un dinar, que te ruego admitas, para comprarles con él una empanada rellena y cubierta con picadillo de carne, y vé a la casa para almorzar con ellos y hacerles compañía". El tintorero contestó: "Pero ¿quién tendrá, mientras, cuidado de mi tienda, y de los efectos de mis clientes?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¡tu dependiente!"
El contestó: "¡Sea!" Y cogió un plato y una fuente y se marchó para comprar y llevar la consabida empanada rellena. ¡Y he aquí lo referente al tintorero, al que, por cierto, volveremos a encontrar!
Pero en cuanto a Dalila la Taimada, corrió a recoger los dos líos que había dejado en casa del tendero de especias, y regresó inmediatamente a la tintorería para decir al mozo del tintorero: "¡Tu amo me manda a decirte que vayas a reunirte con él en casa del fabricante de empanadas! Yo cuidaré de la tienda hasta tu regreso. ¡No tardes!"
El mozo contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y salió de la tienda, en tanto que la vieja se dedicaba a meter mano en los efectos de los clientes y en cuanto pudo coger de la tienda. Mientras estaba ella ocupada en aquello, acertó a pasar por allí con un burro un arriero que desde hacía una semana no encontraba trabajo y que era un terrible tragador de haschisch. Y la vieja zorra le llamó, gritando: "¡Eh, arriero, ven!" Y el arriero se paró a la puerta con su burro, y la vieja le preguntó: "¿Conoces a mi hijo el tintorero?" El otro contestó: "¡Ya Alah! ¿quién le conocerá mejor que yo, ¡oh mi ama!?"
Ella le dijo: "Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 437ª NOCHE
Ella dijo:
"...Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo es insolvente, y siempre
que le han metido en la cárcel conseguí sacarle de ella. Pero hoy, para acabar de una vez quiero que se declare en quiebra al fin. Y en este momento estaba dedicándome a recoger los efectos de los clientes para llevárselos a sus propietarios. Deseo, pues, que me prestes tu borrico para cargarle con todas estas ropas, y aquí tienes un dinar por el alquiler del asno.
Mientras yo vuelvo, dedícate tú aquí a desbaratarlo todo, rompiendo las cubas de tinta y destruyendo las tinas, con objeto de que cuando venga la gente enviada por el kadí para comprobar la quiebra no encuentre en la tienda nada que llevarse". (antiguamente la quiebra de un negocio era la ruptura de todos los artefactos del mismo, eso demostraba la falta de dinero del comerciante, de ahí su nombre actual)
El arriero contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh mi ama! Porque tu hijo, el maestro tintorero, me colmó de mercedes, y como le estoy agradecido, quiero hacerle de balde este servicio y romper y destruir todo lo de la tienda, ¡por Alah!"
Entonces le dejó la vieja, y después de cargar todo encima del burro, se encaminó a su casa, llevando del ronzal al asno.
Con la ayuda y protección del Protector, llegó sin incidentes a su casa y entró a ver a su hija Zeinab, que estaba en ascuas esperándola, y que le dijo: "¡Contigo estuvo mi corazón, oh madre mía! ¿Cuántos chascos has dado? Dalila contestó: "¡En este primer día he jugado cuatro malas pasadas a cuatro personas: un mercader joven, la esposa de un capitán terrible, un tintorero libidinoso y un arriero! ¡Y te traigo todas sus ropas y efectos en el asno del arriero!
Y exclamó Zeinab: "¡Oh madre mía! ¡en lo sucesivo no vas a poder circular por Bagdad a causa del capitán, a quien dejaste desnudo, del tintorero a quien arrebataste los efectos de sus clientes, y del arriero amo del burro!" Dalila contestó: "¡Bah! ¡todos me tienen sin cuidado, menos el arriero, que me conoce!" Y he aquí lo que por el momento concierne a Dalila.
En cuanto al maestro tintorero, una vez que hubo comprado las consabidas empanadas rellenas, se las dió a su mozo y tomó con él el camino de su casa, pasando de nuevo por delante de su tintorería. ¡Y he aquí lo que pasó! Vió al arriero en la tienda dedicado a demolerlo todo y romper las cubas grandes y las tinas; y ya no era la tienda más que un montón de escombros y de barro azul que corría por todas partes. Y exclamó al ver aquello: "¡Detente, oh arriero!" Y el arriero interrumpió su tarea, y dijo el tintorero: "¡Loores a Alah por tu salida de la cárcel, ¡oh maestro tintorero! ¡Contigo estaba mi corazón verdaderamente!"
El otro preguntó: "¿Qué dices, ¡oh arriero! y qué significa todo esto?" El arriero dijo: "¡Durante tu ausencia se ha declarado tu quiebra!" Con el gaznate apretado y los labios temblorosos y los ojos desorbitados, preguntó el tintorero: "¿Quién te lo ha dicho?" El arriero replicó: "¡Me lo ha dicho tu propia madre, y por interés tuyo me ha ordenado que lo destruyera todo y lo rompiera todo aquí, para que los enviados del kadí no puedan llevarse nada!"
En el límite de la estupefacción, contestó el tintorero: "¡Alah confunda al Lejano-Maligno! ¡Hace ya mucho tiempo que está muerta mi madre!" Y se dio en el pecho fuertes golpes, gritando con toda su alma: "¡Ay! ¡he perdido lo mío y lo de mis clientes!" Y el arriero, por su parte, empezó a llorar y a gritar: "¡Ay! ¡he perdido mi borrico!" Luego dijo al tintorero: "¡Oh tintorero de mi trasero, devuélveme mi borrico, que me lo ha robado tu madre!"
Y el tintorero se arrojó sobre el arriero, lo cogió por la nuca y empezó a molerle a puñetazos, exclamando: "¿Dónde está tu zorra vieja?" Pero el arriero se puso a gritar desde el fondo de sus entrañas: "¡Mi borrico! ¿dónde está mi borrico? ¡Devuélveme mi borrico!"
Y vinieron a las manos ambos, mordiéndose, insultándose, administrándose golpes a cual más, y cabezazos en el estómago y tratando cada uno de agarrar por los compañones al adversario para espachurrárselos entre los dedos.
Entretanto, se aglomeraba alrededor de ellos una multitud que iba engrosando más cada vez; y por fin lograron separarlos, aunque no ilesos, y preguntó al tintorero uno de los circunstantes: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¿qué ha pasado entre vosotros?" Pero el arriero se apresuró a contestar contando a voces su historia, y terminó así: "¡Yo todo lo hice por servir al tintorero!"
Entonces preguntaron al tintorero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡tú, sin duda, conocerás a esa vieja para confiarle de ese modo la custodia de tu tienda!" El interpelado contestó: "¡Hasta hoy no la conocí! ¡Pero ha ido a habitar en mi casa con su hijo y su hija!" Entonces opinó uno de los circunstantes: "¡Yo creo en conciencia que el tintorero debe responder por el asno del arriero; porque si el arriero no advirtiese que el tintorero había confiado la custodia de su tienda a la vieja, no hubiera él a su vez confiado a tal vieja su burro!" Y añadió un tercero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡desde el momento en que alojaste a esa vieja en tu casa, debes devolver al arriero el borrico o pagarle una indemnización!"
Luego, con los dos adversarios, se encaminaron todos a casa del tintorero. ¡Eso fue todo! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 438ª NOCHE
Ella dijo:
¡ ...Eso fue todo!
¡Pero he aquí ahora lo que respecta a la jovenzuela y al joven mercader!
Mientras el joven mercader esperaba en el vestíbulo la llegada de la jovenzuela para examinarla, ésta por su parte, esperaba en la habitación de arriba a que la vieja santa regresase con el permiso del idiota representante del Padre-de-los-Asaltos, a fin de visitar al Padre-de-losAsaltos ella. Pero como la vieja tardaba en volver, la bella Khatún salió de la habitación y bajó la escalera, vestida solamente con su sencilla camisa fina. Entonces oyó en el vestíbulo al joven mercader, quien al reconocer el tintineo de los cascabeles que no pudo ella quitarse de los tobillos, le decía: "¡Date prisa y ven aquí con tu madre, que te trajo para casarte conmigo!" Pero la joven contestó: "¡Mi madre ha muerto Eres el idiota!, ¿verdad? ¿Y no eres también el representante del Padre-de-los-Asaltos?" El contestó inmediatamente: "¡No, ¡por Alah! ¡oh ojos míos! no estoy todavía idiota del todo. ¡En cuanto a lo de ser Padre-de-los-Asaltos, estoy reputado como tal!" Al oír estas palabras no supo cómo comportarse la ruborizada jovenzuela, y a pesar de las objeciones del joven mercader, a quien seguía tomando ella por el idiota representante del Multiplicador-de-los-Embarazos, resolvió esperar en la escalera a que se presentase la santa vieja.
Mientras tanto, llegó la gente que acompañaba al tintorero y al arriero; y llamaron a la puerta y estuvieron mucho tiempo esperando que les abriesen desde dentro. Pero como no contestaba nadie, echaron la puerta abajo y se precipitaron primeramente al vestíbulo, donde vieron al joven mercader completamente desnudo y tratando de ocultar y abarcar con las dos manos su mercancía al aire. Y le dijo el tintorero: ¡Ah, hijo de zorra! ¿dónde está tu calamitosa madre?"
El otro contestó: "¡Hace ya mucho tiempo que murió mi madre! La vieja que vive en esta casa sólo es mi futura suegra. Y contó al tintorero y al arriero y a toda la muchedumbre su historia con todo género de detalles. Y añadió: "¡En cuanto a la joven que yo debía contemplar, está ahí detrás de esa puerta!"
Al oír estas palabras derribaron la puerta y encontraron detrás a la asustada jovenzuela, que con sólo la camisa procuraba cubrir hasta lo más abajo posible sus muslos de gloria. Y el tintorero le preguntó: "¡Ah hija adulterina! ¿dónde está tu madre, la alcahueta?" Ella contestó muy avergonzada: "Mi madre murió hace mucho tiempo. ¡Pero la vieja que me condujo aquí es una santa al servicio de mi señor el jeique Multiplicador!"
Al oír estas palabras, todos los circunstantes, incluso el tintorero, a pesar de su tienda destruida, y el arriero, a pesar de su borrico robado, y el joven mercader, a pesar de la pérdida de su bolsa y sus trajes, se echaron a reír de tal manera, que se cayeron de trasero.
Después, comprendiendo que la vieja se había burlado de ellos, los tres chasqueados por ella decidieron vengarse; y empezaron por dar ropa a la asustada jovenzuela, que se vistió y apresuróse a regresar a su casa, donde volveremos a encontrarla al retorno del viaje de su esposo.
En cuanto al tintorero Hagg-Mohammad y al arriero, se reconciliaron, pidiéndose perdones mutuamente, y en compañía del joven mercader fueron en busca del walí de la ciudad, el emir Khaled, a quien contaron su aventura, demandando de él venganza contra las vieja calamitosa
Y les contesto el wali: ¡Oh, que historia tan prodigiosa me contais, buena gente!" Ellos contestaron: "¡Oh amo nuestro! ¡por Alah, y por la vida de la cabeza del Emir de los Creyentes, que no te decimos más que la verdad!”
Y les dijo el Walí: “!Oh buena gente! ¿cómo queréis que encuentre a una vieja determinada entre todas las viejas de Bagdad? ¡Ya sabéis que no podemos mandar que nuestros hombres recorran los harenes levantando el velo a las mujeres!”
Ellos exclamaron: "¡Qué calamidad! ¡ay de mi tienda!; ¡ay de mi burro!; ¡ay de mi bolsa con mil dinares!" Entonces, compadecido de su suerte, les dijo el walí: "¡Oh buena gente! ¡recorred toda la ciudad y procurad encontrar a esa vieja y capturarla! Y si lo conseguís, os prometo que la someteré a tortura en honor vuestro, y la obligaré a que declare!"
Y las tres víctimas de Dalila la Taimada se dispersaron en diferentes direcciones, a la busca y captura de la maldita vieja. ¡Y los dejaremos por el comento, pues ya volveremos a encontrarlos!
En cuanto a la vieja Dalila la Taimada, dijo a su hija Zeinab: "¡Oh hija mía, todo esto no es nada! ¡Voy a hacer algo mejor!" Y le dijo Zeinab: "¡Oh madre mía, tengo miedo por ti ahora!" La vieja contestó: "No temas nada por mi suerte. ¡Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua! .. .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 439ª NOCIfE
Ella dijo:
"¡ ... Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua!" Y se levantó, quitóse sus vestiduras de sufi para ponerse un traje de servidora entre las servidoras de los ricos, y salió reeditando la nueva fechoría que iba a perpetrar en Bagdad.
Y llegó de tal modo a una calle retirada, muy adornada y empavesada a todo lo largo y a todo lo ancho con telas hermosas y linternas multicolores; y el suelo estaba cubierto de ricas alfombras. Y oyó dentro voces de cantarinas y tamborilazos de dufufs y golpetear de darabukas sonoras y estridor de címbalos. Y vio en la puerta de la morada empavesada a una esclava que llevaba a horcajadas en su hombro un tierno niño vestido con telas espléndidas de tisú de oro y plata, y tocado con un tarbush rojo adornado con tres sartas de perlas, llevando al cuello un collar de oro incrustado de pedrerías y con los hombros cubiertos por una manteleta de brocado.
Y los curiosos e invitados que entraban y salían la enteraron de que aquella casa pertenecía al síndico de los mercaderes de Bagdad y que aquel niño era hijo suyo. Y también se enteró que el síndico tenía una hija virgen y púber, cuyos esponsales se celebraban aquel día precisamente; y tal era el motivo de semejante alarde de ornamentación. Y como la madre del niño estaba muy ocupada en recibir a las damas invitadas por ella y hacerles los honores de su casa, había confiado el niño, que la importunaba pegándosele a las faldas de continuo, a aquella joven esclava recomendándole que le distrajera y jugara con él hasta que las invitadas se marchasen. Cuando la vieja Dalila vió a aquel niño montado en el hombro de la esclava y se informó con respecto a los padres y a la ceremonia que tenía lugar, dijo para sí: "¡Oh, Dalila, lo que tienes que hacer por el momento es escamotear a ese niño, arrebatándoselo a esa esclava!" Y se adelantó hacia ella, exclamando: "¡Qué vergüenza para mí haber llegado con tanto retraso a casa de la digna esposa del síndico!" Luego dijo a la esclava, que era una infeliz, poniéndole en la mano una moneda falsa: "¡Aquí tienes un dinar por el trabajo! Sube, hija mía, en busca de tu ama y dile: "¡Tu vieja nodriza Omm Al-Khayr te felicita de muy buen grado, como cumple a quien tantas bondades tiene que agradecerte! ¡Y el día de la gran reunión vendrá a verte con sus hijas, y no dejará de poner generosas ofrendas nupciales, como es costumbre, en manos de las azafatas!"
La esclava contestó: "Mi buena madre, con mucho gusto cumpliría tu encargo; pero mi amo pequeño, que es este niño, cada vez que ve a su madre no quiere separarse de ella y se coge a sus vestidos". La vieja contestó: "¡Pues déjale conmigo mientras vas y vienes!" Y la esclava se guardó la moneda falsa y entregó el niño a la vieja para subir inmediatamente a cumplir su encargo.
En cuanto a la vieja, se apresuró a huir con el niño, metiéndose en una callejuela oscura, donde le quitó todas las cosas preciosas que llevaba él encima y dijo para sí: "¡Todavía no lo has hecho todo, ¡oh Dalila! ¡Si verdaderamente eres sutil entre las sutiles, hay que sacar de este monigote todo el partido posible, negociándole, por ejemplo, para proporcionarte una cantidad respetable!"
Cuando se le ocurrió aquella idea, saltó sobre ambos pies y fué al zoco de los joyeros, donde vió en una tienda a un gran lapidario judío que estaba sentado detrás de su mostrador; y entró en la tienda del judío, diciéndose: "¡Ya hice negocio!" Cuando el judío la vio por sus propios ojos entrar, miró al niño que llevaba ella y conoció al hijo del síndico de los mercaderes. Y aunque muy rico, aquel judío no dejaba de envidiar a sus vecinos cuando hacían una venta si, por casualidad, no hacía él otra en el mismo momento. Así es que, muy contento con la llegada de la vieja, le preguntó: "¿Qué deseas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "Eres maese Izra el judío?"
El contestó: "¡Naam!" Ella le dijo: "La hermana de este niño, hija del schahbandar de los mercaderes, se ha casado hoy, y en este momento se celebra la ceremonia de los esponsales. ¡Y he aquí que necesita ciertas alhajas, como dos pares de pulseras de oro para los tobillos, un par de brazaletes corrientes de oro, un par de arracadas de perlas, un cinturón de oro afiligranado, un puñal con puño de jade inscrustado de rubíes y una sortija de sello!" Enseguida se apresuró el
judío a darle lo que pedía, y cuyo precio se elevaba a mil dinares de oro, por lo menos. Y Dalila le dijo: "¡Me lo llevo todo esto con la condición de que mi ama escoja en casa lo que mejor le parezca! Luego volveré para traerte el importe de lo que escoja. Mientras tanto, quédate con el niño hasta que yo vuelva!" El judío contestó: "¡Como gustes!" Y se llevó ella las joyas, dándose prisa por llegar a su casa.
Cuando la joven Zeinab la Embustera vio a su madre, le dijo: `¿Qué hazaña acabas de emprender, ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Por esta vez solamente una nimiedad. ¡Me he contentado con robar y desvalijar al hijo pequeño del schahbandar de los mercaderes, dejándolo en prenda por varias alhajas que valdrán mil dinares, en casa del judío Izra!"
Entonces exclamó su hija: "¡Esta vez es seguro que se acabó ya todo para nosotras! ¡No vas a poder salir y circular por Bagdad!" La vieja contestó: "¡Todo lo que hice no es nada, ni siquiera la milésima parte de lo que pienso hacer! ¡No tengas por mí ningún cuidado, hija mía!"
Volviendo a la infeliz esclava joven, es el caso que entró en la sala de recepción y dijo: "¡Oh ama mía, tu nodriza Omm Al-Khayr te envía sus zalemas y sus votos y te felicita, diciendo que vendrá aquí con sus hijas el día del matrimonio y será generosa con las azafatas!"
Su ama le preguntó: "¿Dónde dejaste a tu amo pequeño?" La esclava contestó: "¡Lo he dejado con ella para que no se agarrase a ti! ¡y aquí tienes una moneda de oro que me dió tu nodriza para las cantarinas!" Y ofreció la moneda a la cantarina principal, diciendo: "¡He aquí el aguinaldo!" Y la cantarina cogió la moneda y vio que era de cobre. Entonces gritó el ama a la servidora: "¡Ah, perra! ¡vete ya a buscar a tu amo pequeño!" Y la esclava apresuróse a bajar; pero no encontró ya ni al niño ni a la vieja. Entonces lanzó un grito estridente y se cayó de bruces, mientras acudían todas las mujeres de arriba, tornándose la alegría en duelo dentro de sus corazones. Y he aquí que precisamente entonces llegaba el propio síndico y su esposa, con el semblante demudado de emoción, se apresuró a ponerle al corriente de lo que acababa de pasar. Al punto salió el padre en busca del niño, seguido por todos los mercaderes a quienes había invitado, que por su parte se pusieron a hacer pesquisas en todas direcciones. Y después de mil incidencias, acabó el síndico por encontrar al niño casi desnudo a la puerta de la tienda del judío y loco de alegría y de cólera se precipitó sobre el judío gritando: "¡Mi maldito! ¿Qué querías hacer con mi hijo? ¿Y por qué le has quitado sus vestidos?"
Temblando y en el límite de la estupefacción, contestó el judío: "¡Por Alah, ¡oh mi amo! que yo no tenía necesidad de semejante rehén! ¡Pero la vieja se empeñó en dejármelo tras de haberse llevado para tu hija alhajas por valor de mil dinares!"
El síndico exclamó, cada vez más indignado: "¿Pero crees, maldito, que mi hija no tiene alhajas y necesita recurrir a ti? ¡Devuélveme ahora los vestidos y adornos que le quitaste a mi hijo! Al oír estas palabras, exclamó el judío, aterrado: "¡Socorro, oh musulmanes!" Y precisamente, viniendo de diferentes direcciones, aparecieron en aquel momento los tres chasqueados antes: el arriero, el joven mercader y el tintorero. Y se informaron de la cosa, y al enterarse de lo que se trataba, no dudaron ni por un instante que aquello era una nueva hazaña de la vieja calamitosa y exclamaron: "¡Nosotros conocemos a la vieja! ¡Es una estafadora que nos ha engañado antes que a vosotros!"
Y contaron su historia a los presentes, que se quedaron estupefactos, y el síndico exclamó,
conformándose: "Después de todo, he tenido suerte al encontrar a mi hijo! ¡Ya no quiero preocuparme de sus ropas perdidas, pues que bien valen su rescate! ¡Pero me gustaría poder reclamárselas a la vieja!" Y no quiso faltar más de su casa, y corrió a participar con su esposa de la alegría de haber recuperado su hijo.
En cuanto al judío, preguntó a los otros tres: "¿Qué pensáis hacer ahora?" Le contestaron: "¡Vamos a continuar nuestras pesquisas!" El les dijo: "¡Llevadme con vosotros!" Luego preguntó: "¿Hay entre vosotros alguno que la conociera antes de esta hazaña?"
El arriero contestó: "¡Yo!"
El judío dijo: "¡Entonces vale más que no vayamos juntos y que hagamos pesquisas por separado para no ponerla alerta!" Entonces contestó el arriero: "¡Muy bien!; y para encontrarnos, nos citaremos a mediodía en la tienda del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud!" Se citaron, y cada uno púsose en camino por su parte.
Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 441ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada, mientras recorría ella la ciudad en busca de alguna nueva estratagema. En efecto, no bien la divisó el arriero, la reconoció, a pesar de su disfraz, y se abalanzó a ella, gritando: "¡Maldita seas, vieja decrépita, astilla seca! ¡Por fin te encuentro!" Ella preguntó: ¿Qué te ocurre hijo mío?"
El exclamó: "!El burro! ¡Devuélveme el burro!"
Ella contestó con voz enternecida: "¡Hijo mío, habla bajo y cubre lo que Alah ha cubierto con su velo! ¡Veamos! ¿Qué pides? ¿Tu burro o los efectos de los otros?"
El contestó: "¡Mi burro solamente!"
Ella dijo: "Hijo mío, sé que eres pobre y no he querido, por tanto, privarte de tu burro. Le he dejado en casa del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud, que tiene su tienda ahí enfrente. Voy a buscarle ahora mismo y a rogarle que me entregue el asno. ¡Espérame un instante!" Y se adelantó a él, y entró llorando en casa del barbero Hagg-Mass'ud, le cogió de la mano, y dijo: "¡Ay de mí!"
El barbero le preguntó: "¿Qué te pasa, buena tía?" Ella contestó: "¿No ves a mi hijo que está de pie ahí enfrente de tu tienda? Tenía el oficio de arriero conductor de burros. Pero cayó malo un día a consecuencia de un aire que le corrompió y trastornó la sangre, ¡y ha perdido la razón y se ha vuelto loco! Desde entonces no cesa de pedirme su asno. Al levantarse, grita: "¡Mi burro!"; al acostarse, grita: "¡Mi burro!", vaya por donde vaya, grita: "¡Mi burro!" Y he aquí que me ha dicho el médico entre los médicos: "Tu hijo tiene la razón dislocada y en peligro. ¡Y nada podrá curarle y volverle a ella, como no le saquen las dos últimas muelas de la boca y le cautericen en las sienes con dos cantáridas o con un hierro candente! Aquí tienes, pues, un dinar por tu trabajo, y llámale y dile: "Tengo tu burro en mi casa. ¡Ven!".
Al oír estas palabras contestó el barbero: "¡Que me quede un año sin comer si no le pongo su burro entre las manos, tía mía!" Luego, como tenía a su servicio dos oficiales de barberos acostumbrados a todos los trabajos propios del oficio, dijo a uno de ellos: "¡Pon al rojo dos clavos!" Después gritó al arriero: "¡Oye, hijo mío, ven aquí! ¡Tengo tu burro en mi casa!" Y al tiempo que el arriero entraba en la tienda, salía la vieja y se paraba a la puerta.
Así, pues, una vez que hubo entrado el arriero, el barbero le cogió de la mano y le llevó a la trastienda, dentro de la cual le aplicó un puñetazo en el vientre, echándole la zancadilla, y le hizo caer de espalda en el suelo, donde los dos ayudantes le agarrotaron sólidamente pies y manos y le impidieron hacer el menor movimiento. Entonces se levantó el maestro barbero y empezó por meterle en el gaznate dos tenazas como las de los herreros, que le servían para dominar los dientes recalcitrantes; luego, dando una vuelta a las tenazas le extirpó las dos muelas a la vez. Tras de lo cual, a pesar de los rugidos y contorsiones del paciente, cogió con unas pinzas, uno después de otro, los dos clavos al rojo, y le cauterizó a conciencia las sienes, invocando el nombre de Alah para que la cosa tuviese éxito.
Cuando el barbero hubo terminado ambas operaciones, dijo al arriero: "¡Ualahí!" ¡bien contenta estará de mí tu madre! ¡Voy a llamarla para que compruebe la eficacia de mi trabajo y tu curación!" Y en tanto que el arriero se debatía entre los puños de los ayudantes, el barbero entró en su tienda y allí... ¡vió que la tienda estaba vacía y limpia como por una ráfaga de viento! ¡No quedaba ya nada! ¡Navajas, espejos de nácar de mano, tijeras, suavizadores, bacías, jarros, paños, taburetes, todo había desaparecido! ¡No quedaba ya nada! ¡Ni la sombra de todo aquello! ¡Y también había desaparecido la vieja! ¡Nada! ¡Ni siquiera el olor de la vieja! Y además, la tienda estaba muy barrida y regada, como si acabasen de alquilarla de nuevo en aquel instante.
Al ver aquello, el barbero, en el límite del furor, se precipitó a la trastienda, y cogiendo por el cuello al arriero, le zarandeó como a una banasta, y le gritó: "¿Dónde está la alcahueta de tu madre?"
Loco de dolor y de rabia, le dijo el pobre arriero: "¡Ah hijo de mil zorras! ¿Mi madre? ¡Pero si mi madre está en el país de Alah!" El otro siguió zarandeándole, y le gritó: "¿Dónde está la vieja zorra que te trajo aquí y que se ha ido después de haberme robado toda la tienda?" Iba el arriero a responder, agitado su cuerpo por temblores, cuando de pronto entraron en la tienda, de vuelta de sus pesquisas infructuosas, los otros tres chasqueados: el tintorero, el joven mercader y el judío. Y los vieron riñendo, al barbero con los ojos fuera de las órbitas y al arriero con las sienes cauterizadas e hinchadas por dos anchas ampollas, y con los labios espumeantes de sangre, y colgándole aún a ambos lados de la boca las dos muelas. Entonces exclamaron: "¿Qué sucede?" Y el arriero gritó con todas sus fuerzas: "¡Oh musulmanes, justicia contra este marica!"
Y les contó lo que acababa de ocurrir. Entonces preguntaron al barbero: "¿Por qué has obrado así con este arriero, ¡oh maese Massud!?"
Y el barbero les contó a su vez cómo acababa la vieja de limpiarle la tienda. A la sazón ya no dudaron que era también la vieja quien había hecho aquel nuevo desaguisado, y exclamaron: "¡Por Alah, la causante de todo es la vieja maldita!" Y acabaron por explicarse todo y ponerse de acuerdo. Entonces el barbero se apresuró a cerrar su tienda, uniéndose a los cuatro burlados para ayudarles en sus pesquisas. Y el pobre arriero no cesaba de gimotear: "¡Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 442ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas!"
De esta manera estuvieron recorriendo durante mucho tiempo los diversos barrios de la ciudad; pero de improviso, al volver una esquina el arriero fué también el primero en divisar y reconocer a Dalila la Taimada, cuyo nombre y cuya vivienda ignoraban todos ellos. Y no bien la vió, se abalanzó a ella el arriero, gritando: "¡Hela aquí! ¡Ahora va pagarnos todo!" Y la arrastraron a casa del walí de la ciudad, que era el emir Khaled.
Llegados que fueron al palacio del walí, entregaron la vieja a los guardias, y les dijeron: "¡Queremos ver al walí! Los guardias contestaron: "Está durmiendo la siesta. ¡Esperad un poco a que se despierte! Y los cinco querellantes esperaron en el patio, mientras los guardias hacían entrega de la vieja a los eunucos para que la encerraran en un cuarto del harén hasta que se despertase el walí.
En cuanto llegó al harén, la vieja taimada consiguió escurrirse hasta el aposento de la esposa del walí, y después de las zalemas y de besarla la mano, dijo a la dama, que estaba lejos de suponer la verdad: ¡Oh ama mía, desearía ver a nuestro amo el walí!" La dama contestó: "¡ El walí está durmiendo la siesta! Pero, ¿qué quieres de él?" La vieja dijo: "Mi marido, que es mercader de muebles y esclavos, antes de partir para un viaje me entregó cinco mamelucos con encargo de venderselos al mejor postor. Y precisamente los vió conmigo nuestro amo el walí, y me ofreció por ellos mil doscientos dinares, consintiendo yo en dejárselos por ese precio. ¡Y vengo ahora a entregárselos!" Y he aquí que, efectivamente, el walí tenía necesidad de esclavos, y la misma
víspera, sin ir más lejos, había dado a su esposa mil dinares para que los comprara. Así es que no dudó ella de las palabras de la vieja, y le preguntó: "¿Dónde están los cinco esclavos?" La vieja contestó: "¡Ahí, en el patio del palacio, debajo de tus ventanas!" Y la dama se asomó al patio y vio a los cinco chasqueados que esperaban a que el walí se despertase. Entonces dijo: "¡Por Alah! ¡son muy hermosos, y especialmente uno de ellos vale él sólo los mil dinares!" Luego abrió su cofre y entregó a la vieja mil dinares, diciéndole: "Mi buena madre, te debo todavía doscientos dinares para completar el precio. Pero, como no los tengo, espérate a que se despierte el walí". La vieja contestó: "¡Oh ama mía! ¡de esos doscientos dinares te rebajo ciento en gracia a la jarra de jarabe que me has dado a beber, y ya me pagarás los otros ciento en mi próxima visita! ¡Ahora te ruego que me hagas salir del palacio por la puerta reservada para el harén, con el fin de que no me vean mis antiguos esclavos!" Y la esposa del walí la hizo salir por la puerta secreta, y el Protector la protegió y la dejó llegar sin obstáculos a su casa.
Cuando la vio entrar su hija Zeinab, le preguntó: "¡Oh, madre mía!, ¿qué hiciste hoy?" La vieja contestó: "Hija mía, he jugado una mala pasada a la esposa del walí, vendiéndole por mil dinares, como esclavos, ¡al arriero, al tintorero, al judío, al barbero y al joven mercader! Sin embargo, hija mía, entre todos ellos no hay más que uno que me preocupe y cuya perspicacia temo: ¡el arriero! ¡Siempre me reconoce ese hijo de zorra!" Y le dijo su hija: "¡Entonces, madre mía, déjate ya de salidas!" Cuida ahora de la casa, y no olvides el proverbio que dice:
¡No es cierto que el jarro
No se rompa nunca, por mucho que le tiren!
Y trató de convencer a su madre de que no saliese en lo sucesivo; pero inútilmente.
¡He aquí lo que les ocurrió a los cinco! Cuando el walí se despertó de su siesta, le dijo su esposa: "¡Ojalá te haya endulzado la dulzura del sueño! ¡Me tienes muy contenta con los cinco esclavos que compraste!"
El preguntó: "¿Qué esclavos?" Ella dijo: "¿Por qué me lo quieres ocultar? ¡Así te engañen ellos como tú me engañas!" El dijo: "¡Por Alah, que no he comprado esclavos! ¿Quién te ha informado tan mal?" Ella contestó: "¡La misma vieja a quien se los compraste por mil doscientos dinares los trajo aquí y me lo enseñó en el patio, vestido cada cual con un traje que por sí solo vale mil dinares!" El preguntó: "¿Y le has dado el dinero?" Ella dijo: "¡Si, por Alah!" Entonces el walí bajó al patio, donde no vio a nadie más que al arriero, al barbero, al judío, al joven mercader y al tintorero, y preguntó a sus guardias: "¿Dónde están los cinco esclavos que la vieja comerciante acaba de vender a vuestra ama?" Le contestaron: "¡Durante toda la siesta de nuestro amo, no hemos visto más que a esos cinco que están ahí!" Entonces el walí se encaró con los cinco y les dijo: "¡Vuestra ama, la vieja, acaba de venderos a mí por mil dinares! ¡Vais a dar comienzo a vuestro trabajo limpiando los pozos negros!" Al oír estas palabras, exclamaron los cinco querellantes, en el límite de la estupefacción: "¡Si así es como haces justicia, no nos queda más remedio que recurrir a nuestro amo el califa para quejarnos de ti! ¡Somos hombres libres que no se nos puede vender ni comprar! ¡Yalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 443ª NOCHE
Ella dijo:
"...iYalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa!" Entonces el walí les dijo: "¡Si no sois esclavos,
seréis estafadores y ladrones! ¡Porque vosotros fuisteis quienes trajisteis a la vieja y combinásteis con ella semejante estafa! Pero ¡por Alah, que a mi vez os venderé a extranjeros por cien dinares cada uno!"
Mientras tanto, entró en el patio del palacio el capitán Azote de-las-Calles, que venía a querellarse ante el walí de la aventura acaecida a su esposa la jovenzuela. Porque, al regreso de su viaje, había visto en cama a su esposa, enferma de vergüenza y de emoción, y por ella había sabido cuanto le sucedió, y añadió ella: "¡Todo esto me ha pasado sólo por culpa de tus palabras duras, que me decidieron a recurrir a los buenos oficios del jeique Multiplicador!"
Así es que cuando el capitán Azote divisó al walí, hubo de gritarle: "¿Eres tú quien así permite que las viejas alcahuetas penetren en los harenes y estafen a las esposas de los emires? ¿Para eso nada más tienes tu oficio? Pero ¡por Alah!, que te hago responsable de la estafa cometida conmigo y de los daños y perjuicios causados a mi esposa!"
Al oír estas palabras del capitán Azote-de-las-Calles, los cinco exclamaron: "¡Oh, emir! ¡Oh valiente capitán Azote! ¡También nosotros ponemos nuestro pleito entre tus manos!" Y les preguntó él: "¿Qué tenéis que reclamar también vosotros?" Entonces le contaron ellos toda su historia, que es inútil repetir. Y les dijo el capitán Azote: "¡Ciertamente, también fuisteis burlados vosotros! ¡Y está muy equivocado ahora el walí si cree que va a poder encarcelaros!"
Cuando el walí hubo oído todas estas palabras dijo al capitán Azote: "¡Oh emir! ¡De mi cuenta corre el pago de las indemnizaciones que te corresponden y la restitución de los efectos de tu esposa, y me comprometo a dar con la vieja estafadora!" Luego se encaró con los cinco, y les preguntó: "¿Quiénes de vosotros sabrá reconocer a la vieja?" El arriero contestó, coreado por los demás: "¡Todos sabremos reconocerla!" Y añadió el arriero: "¡Entre mil zorras la conocería yo por sus ojos azules y brillantes! ¡Danos solamente diez de tus guardias para que nos ayuden a apoderarnos de ella!" Y cuando el walí les dio los diez guardias pedidos salieron del palacio.
Y he aquí que apenas habían andado por la calle algunos pasos, con el arriero a la cabeza, cuando se tropezaron precisamente con la vieja que acababa de evadírseles. Pero consiguieron atraparla y le ataron las manos a la espalda y la arrastraron a presencia del walí, que le preguntó: "¿Qué has hecho de todas las cosas que robaste?" Ella contestó: "¿Yo? ¡Nunca he robado nada a nadie! ¡Y nada he visto ni comprendo lo que dices!" Entonces el walí se encaró con el celador mayor de las prisiones, y le dijo:
"¡Métela hasta mañana en el calabozo más húmedo que tengas!"
Pero contestó el carcelero: "¡Por Alah, que me guardaré muy mucho de cargar con semejante responsabilidad! ¡Estoy seguro de que sabrá dar con alguna estratagema para escaparse de mi custodia!"
Entonces se dijo el walí: "¡Lo mejor será tenerla expuesta a todas las miradas para que no pueda escaparse, y hacer que la vigilen durante toda esta noche para que podamos juzgarla mañana!" Y montó a caballo, y seguido por toda la banda hizo que la arrastraran fuera de las murallas de Bagdad y la ataran por los cabellos a un poste en pleno campo. Después, para tener mayor seguridad, encargó a los cinco querellantes que la vigilaran por sí mismos aquella noche hasta la mañana.
Así es que los cinco, principalmente el arriero, empezaron por vengar su resentimiento en ella motejándola con todos los dicterios que les sugerían las vejaciones y engaños sufridos por ellos. Pero como todo tiene fin, hasta el fondo del saco de maldiciones de un arriero, y la bacía de malicias de un barbero, y el túnel de ácidos de un tintorero, y como les tenía, además, rendidos la falta de sueño durante tres días y las emociones experimentadas, los cinco querellantes, una vez terminada su cena, acabaron por amodorrarse al pie del poste en que estaba sujeta por los cabellos Dalila la Taimada.
Y he aquí que ya había transcurrido gran parte de la noche, y alrededor del poste roncaban los cinco individuos, cuando acertaron a pasar por el paraje en que se hallaba presa Dalila dos beduínos a caballo, que iban al paso charlando uno con otro. Y la vieja oyó que cambiaban impresiones. Porque uno de los beduínos preguntaba a su compañero: "Oye; hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 444ª NOCHE
Ella dijo:
"...Oye, hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad? Después de una pausa, contestó el otro: "¡Por Alah! ¡he comido deliciosos buñuelos de miel y crema, que tanto me gustan! ¡Y ahí tienes lo mejor que hice en Bagdad!"
Entonces exclamó su interlocutor como venteando por el aire el olor de imaginarios buñuelos fritos en aceite y rellenos de crema y endulzados con miel: "Por el honor de los árabes, que ahora mismo me vuelvo a Bagdad para comer ese delicioso bocado que no probé en mi vida durante mis correrías por el desierto!" . A la sazón, el beduino que ya había comido, buñuelos rellenos de crema y miel se despidió de su engolosinado compañero para seguir su camino, en tanto el otro, volviendo sobre sus pasos a Bagdad, llegaba al poste y descubría allí a Dalila atada por los cabellos y con los cinco hombres dormidos en torno suyo.
Al ver aquello, se aproximó a la vieja y le preguntó: "¿Qué te ocurre? ¿Y por qué estás ahí?" Ella dijo llorando: "¡Oh jeique de los árabes, bajo tu protección me pongo!" Dijo él: "¡No hay mayor Protector que Alah! Pero, ¿por qué estás atada a ese poste?" Ella contestó: "Has de saber, ¡oh jeique árabe! ¡oh honorabilísimo! que tengo por enemigo a un pastelero vendedor de buñuelos rellenos de crema y miel, que sin duda es el más reputado de Bagdad por lo a punto que confecciona y fríe esos buñuelos. Pues bien; para vengarme de una injuria que me había inferido, el otro día me acerqué a su mostrador y escupí en sus buñuelos. Entonces el pastelero fué a aquerellarse contra mí al walí el cual me condenó a estar atada a este poste y permanecer en él mientras no pueda comerme de una sentada diez bandejas enteramente llenas de buñuelos. Y mañana por la mañana es cuando deben presentarme las diez bandejas de buñuelos. Pero el caso es ¡por Alah! ¡oh jeique de los árabes! que a mi alma siempre la disgustaron todos los dulces, y principalmente es refractaria a los buñuelos rellenos de crema y miel. ¡Ay de mí!" Al oír estas palabras, exclamó el beduíno: "¡Por el honor de los árabes! ¡no me separé de mi tribu y no volví a Bagdad más que para satisfacer mi deseo de buñuelos! ¡Si quieres, mi buena tía, yo me comeré por ti los de las bandejas!" Ella contestó: "¡No te dejarán, a no ser que estés atado en mi lugar a este poste! iY como precisamente he llevado velado siempre el rostro, no me ha visto nadie ni sabrán adivinar el cambio! ¡No tienes más que trocar tus trajes por los míos después de desatarme!" El beduído, que no deseaba otra cosa, se apresuró a desatarla, y luego de cambiar de traje con ella, hizo que le atara al poste en lugar suyo, tras de lo cual, vestida con el albornoz del beduíno y ceñida la cabeza con sus cordones negros de pelo de camello, la vieja saltó al caballo y desapareció en la lejanía camino de Bagdad.
Al día siguiente, cuando abrieron los ojos, los cinco recomenzaron con sus invectivas de la noche para dar los buenos días a la vieja. Pero les dijo el beduíno: "¿Dónde están los buñuelos? ¡Mi estómago los anhela ardientemente!"
Al oír aquella voz, exclamaron los cinco: "¡Por Alah! ¡si es un hombre! ¡Y habla como los beduínos!"
Y el arriero saltó sobre sus pies y se acercó a él, y le preguntó: "¡Ya Badawi! ¿qué haces ahí? ¿Y cómo te atreviste a desatar a la vieja?"
El interpelado contestó: "¿Dónde están los buñuelos? ¡En toda la noche no he comido! ¡Sobre todo, no economicéis la miel! Ella, la pobre vieja, tenía un alma que aborrecía las confituras; pero a la mía le gustan mucho".
Al oír estas palabras, comprendieron los cinco que, como a ellos, también había chasqueado la vieja al beduíno, y después de golpearse la cara con fuerza en su desesperación, exclamaron: "¡Nadie puede rehuír su Destino ni evitar que se cumpla lo que está escrito por Alah!"
Y mientras permanecían indecisos sin saber qué hacer, llegó el walí acompañado de sus guardias al paraje en que se encontraban y se acercó al poste. Entonces le preguntó el beduíno: "¿Dónde están las bandejas con buñuelos de miel?" Al oír estas palabras, el walí alzó la vista hacia el poste y vió al beduíno en lugar de la vieja; y preguntó a los cinco: "¿Qué es esto?"
Le contestaron: "¡Es el Destino!" Y añadieron: "La vieja se escapó embaucando a este beduíno. Y a ti es ¡oh walí! a quien hacemos responsable ante el califa de su fuga; porque si nos hubieras dado guardias para vigilarla, no hubiera conseguido escaparse. ¡Nosotros no somos
guardias, como tampoco somos esclavos a quienes se vende o se compra!"
Entonces el walí se encaró con el beduíno y le preguntó qué había pasado; y éste, con un sin fin de exclamaciones de deseo, le contó su historia, y terminó diciendo: "¡Pronto, que me traigan los buñuelos!" Al oír tales palabras, el walí y los guardias lanzaron una carcajada considerable, mientras los cinco, con los ojos rojos de sangre y de venganza, le decían: "¡No nos separaremos de ti más que ante nuestro amo el Emir de los Creyentes!" Y acabando de comprender que se habían burlado de él, el beduíno dijo igualmente al walí: "¡Yo a ti solo te hago responsable de la pérdida de mi caballo y de mi traje!" Entonces el walí se vio en la precisión de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 445ª NOCHE
Ella dijo:
...de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid.
Se les concedió audiencia y entraron al diwán, donde ya se había adelantado a ellos el capitán Azote-de-las-Calles, que era uno de los primeros querellantes.
El califa, que obraba por sí mismo siempre, empezó por interrogarles uno tras de otro, al arriero el primero y al walí el último. Y cada cual contó al califa su historia con todos los detalles.
Entonces el califa, extremadamente maravillado con aquel asunto, les dijo a todos: "¡Por el honor de mis abuelos los Bani-Abbas, os doy seguridad de que todo lo que se os robó os será devuelto! ¡Tú, arriero, tendrás tu burro y una indemnización! ¡Tu, barbero, tendrás todos tus muebles y utensilios! ¡Tú, mercader, tu bolsa y tus vestiduras! ¡Tú, judío, tus alhajas! ¡Tú, tintorero, una tienda nueva! ¡Y tú, jeique árabe, tu caballo, tu traje y tantas bandejas de buñuelos de miel como pueda anhelar la capacidad de tu alma! ¡Pero lo que hace falta ante todo es encontrar a la vieja!"
Y se encaró con el walí y con el capitán Azote, y les dijo: "¡A ti, emir Khaled, te serán igualmente restituidos tus mil dinares! Y a ti, emir Mustafá, las alhajas y los vestidos de tu esposa, amén de una indemnización. ¡Pero tenéis que encontrar a la vieja! Os dejo encargados de ello.
Al oír estas palabras, el emir Khaled sacudió sus vestiduras y alzó al cielo los brazos, exclamando: "¡Por Alah, excúsame, oh Emir de los Creyentes! ¡No me atrevo a volver a encargarme de semejante tarea! ¡Después de todas las jugarretas que me ha hecho esa vieja, no respondo que no dé ella con algún otro medio para lucrarse a mis expensas!"
Y el califa se echó a reír y le dijo: "¡Encarga a otro de esa misión entonces!" El walí dijo: "En ese caso, ¡oh Emir de los Creyentes! da tú mismo la orden de buscar a la vieja al hombre más hábil de Bagdad, que es el propio jefe de policía de Tu Derecha, Ahmad-la-Tiña! ¡Hasta ahora no ha tenido nada que hacer, no obstante su habilidad, los servicios que puede prestar y el importante
sueldo que cobra!"
Entonces llamó el califa: "¡Ya mokaddem Ahmad!" Y al punto avanzó Ahmad-la-Tiña entre las manos del califa, y dijo: "A tus órdenes, ¡oh Emir-de los Creyentes!"
El califa dijo: "¡Escucha, capitán Ahmad! ¡hay una vieja que hace tales y cuales cosas! ¡Y tú eres el encargado de encontrarla y traérmela!" Y dijo Ahmad.laTiña: "Te garanto de que te la traeré, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y salió seguido de sus cuarenta alguaciles, mientras el califa hacía que se quedaran con él los cinco y el beduíno.
Y he aquí que el jefe de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña era un hombre ducho en esta clase de pesquisas, y que se llamaba Ayub Lomo-de-Camello. Como estaba acostumbrado a hablar con libertad a su jefe el antiguo ladrón Ahmad-la-Tiña, se acercó a él, y le dijo: "Capitán Ahmad, en Bagdad hay más de una vieja, ¡y por mi barba, que va a ser difícil la captura!" Y Ahmad-la-Tiña le preguntó: "¿Qué quieres decirme con eso, ¡oh Ayub Lomo-de-Camello!?" El otro contestó: "Jamás seremos lo bastante numerosos para conseguir atrapar a la vieja, y opino que debemos convencer al capitán Hassán-la-Peste para que nos acompañe con sus cuarenta alguaciles, pues él tiene más experiencia que nosotros en esta clase de expediciones". Pero Ahmadla-Tiña, que no quería compartir con su colega la gloria de la captura, contestó en alta voz para que le oyese Hassán-la-Peste, que estaba en la puerta principal del palacio: "¡Por Alah! ¡oh Lomo-de-Camello! ¿desde cuándo tenemos necesidad de otro para resolver nuestros asuntos?" Y pasó orgullosamente a caballo, con sus cuarenta alguaciles, por delante de Hassán-la-Peste, a quien mortificó mucho aquella respuesta y también la elección que el califa hizo escogiendo sólo a Ahmadla-Tiña y desdeñándole a él, a Hassán. Y se dijo: "¡Por la vida de mi cabeza afeitada, que tendrán necesidad de mí!"
Volviendo a Ahmad-la-Tiña, una vez que llegó a la plaza enclavada delante del palacio del califa, arengó a su hombres para animarlos y les dijo: "¡Oh bravos míos! vais a dividiros en cuatro grupos para hacer indagaciones en los cuatro barrios de Bagdad. ¡Y mañana a mediodía tornaréis a reuniros conmigo en la taberna de la calle Mustafá para darme cuenta de lo que hicisteis o encontrasteis!" Y tras de acordar de esta manera el punto de cita, se dividieron en cuatro grupos, cada uno de los cuales fué a recorrer un barrio diferente, mientras que por su parte, Ahmad-la-Tiña se dedicaba a husmear el aire a su paso.
En cuanto a Dalila y su hija Zeinab no tardaron en enterarse, por el rumor público, de las indagaciones que el califa encargó a Ahmad-la-Tiña con objeto de detener a una vieja bribona cuyas bellaquerías eran la comidilla de todo Bagdad. Al saber tal noticia, Dalila dijo a su hija: "¡Oh hija mía! nada tengo que temer de todos ellos no yendo en su compañía Hassán-la-Peste! porque Hassán es en Bagdad el único hombre cuya perspicacia me pone en cuidado, pues sólo él me conoce y te conoce, y en cuanto quisiera, hoy mismo, podía venir a detenernos, sin que nos fuera posible la menor estratagema para escaparnos de él. ¡Demos, pues, gracias al Protector que nos protege!" Su hija Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡qué buena ocasión es ésta para jugarles alguna mala pasada a ese Ahmad-la-Tiña y a sus cuarenta idiotas! ¡qué alegría, oh madre mía!" Dalila contestó: "¡Oh hija de mis entrañas! como hoy me siento un poco indispuesta, cuento contigo para mofarnos de esos cuarenta y un bandidos. ¡La cosa es fácil, y no dudo de tu sagacidad!" Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta, con ojos oscuros en un rostro encantador y claro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 446ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta con ojos oscuros en un rostro encantador y claro, se levantó al punto y se vistió con gran elegancia y se veló la cara con una ligera muselina de seda, de modo que el brillo de sus ojos era más aterciopelado y subyugante. Adornada a la sazón de esta manera, fué a abrazar a su madre, y le dijo:
"¡Oh madre! ¡juro por la integridad de mi candado intacto y cerrado, que me adueñaré de los cuarenta y uno y serán mi juguete!" Y salió de la casa y se fue a la calle Mustafá, y entró en la taberna de Hagg-Karim el de Mossul.
Empezó por hacer una zalema muy amable al tabernero Hagg-Karim, quien se la devolvió con creces, encantado. Entonces le dijo ella: "¡Ya Hagg-Karim! ¡he aquí cinco dinares para ti si quieres alquilarme hasta mañana la sala interior grande, adonde voy a invitar a algunos amigos, sin que puedan penetrar allí tus parroquianos habituales!"
El tabernero contestó: "¡Por tu vida!, ¡oh mi ama! y por la vida de tus ojos, hermosos ojos, que consiento en alquilarte por nada mi sala grande, con la sola condición de que no escatimes las bebidas a tus invitados!" Ella sonrió, y le dijo: "¡Aquellos a quienes invito son jarras cuyo fondo se olvidó de cerrar el alfarero que hubo de construírlas, y por ellas pasarán todos los líquidos de tu tienda! ¡No tengas cuidado por eso!" Y volvió en seguida a su casa cogiendo el burro del arriero y el caballo del beduíno, cargándolos con colchones, alfombras, taburetes, manteles, bandejas, platos y otros utensilios, y a toda prisa regresó a la taberna, descargando al asno y al caballo de todas aquellas cosas para colocarlas en la sala grande que había alquilado. Extendió los manteles, puso en orden los frascos de bebidas, las copas y los platos que compró, y cuando hubo acabado este trabajo, fué a apostarse en la puerta de la taberna.
No hacía mucho tiempo que se hallaba allí, cuando vio asomar por las inmediaciones a diez de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña llevando a la cabeza a Lomo-de-Camello, que tenía un aspecto muy feroz. Y precisamente se encaminaba él a la tienda con los otros nueve; y a su vez vio a la bella joven, que había tenido cuidado de levantarse, como por inadvertencia, el ligero velo de muselina que le cubría la cara. Y Lomo-de-Camello quedó deslumbrado y a la par que encantado de aquella tierna belleza tan agradable, y le preguntó: "¿Qué haces ahí, ¡oh jovenzuela!?"
Ella contestó, asestándole de soslayo una mirada lánguida: "¡Nada! ¡Espero mi Destino! ¿Acaso eres el capitán Ahmad?" El dijo: "¡No, por Alah! Pero puedo reemplazarle si se trata de hacerte algún servicio que tengas que pedirle, porque soy el jefe de sus alguaciles, Ayub Lomo-de-Camello, tu esclavo, ¡oh ojos de gacela!"
Ella le sonrió otra vez, y le dijo: "¡Por Alah!, ¡oh jefe alguacil! que si la cortesía y las buenas maneras quisieran elegir un domicilio seguro, tomarían como guías a vuestros cuarenta! ¡Entrad, pues, aquí y bienvenidos seáis! ¡La acogida amistosa que encontraréis en mí no es más que un homenaje merecido por tan encantadores huéspedes!" Y les introdujo en la sala dispuesta de antemano, e invitándoles a que se sentaran en torno a las bandejas grandes con bebidas, les dió de beber vino mezclado con el narcótico bang. Así es que a las primeras copas que vaciaron los diez se cayeron de espaldas como elefantes borrachos o como búfalos poseídos por el vértigo, y se sumergieron en un profundo sueño.
Entonces Zeinab los arrastró de los pies uno por uno y los arrojó a lo último de la tienda, amontonándolos unos sobre otros, y escondiéndolos debajo de una manta grande, corrió por delante de ellos una amplia cortina, y salió para apostarse de nuevo en la puerta de la taberna.
Enseguida apareció la segunda patrulla de diez alguaciles, que también quedó hechizada por los ojos oscuros y el rostro claro de la bella Zeinab, y sufrió el mismo trato que la patrulla anterior, e igual hubo de ocurrirles a la tercera y a la cuarta patrullas. Y después de haber amontonado unos encima de otros detrás de la cortina a todos los alguaciles, la joven puso en orden la sala y salió a esperar la llegada del propio Ahmad-la-Tiña.
No hacía mucho que se encontraba allí, cuando apareció en su caballo Ahmad-la-Tiña, amenazador y con los ojos relampagueantes y los pelos de la barba y del bigote erizados cual los de la hiena hambrienta. Llegado que fue a la puerta, se apeó de su caballo y ató la brida del animal a una de las anillas de hierro empotradas en los muros de la taberna, y exclamó: "¿Dónde están todos esos hijos de perro? ¡Les ordené que me esperasen aquí! ¿Los has visto?
Entonces Zeinab balanceó sus caderas, asestó una mirada dulce a la izquierda, luego a la derecha, sonrió con los labios, y dijo: "¿A quién, ¡oh mi amo?”
Y he aquí que tras las dos miradas que le lanzó la joven, Ahmad sintió que sus entrañas le trastornaban el estómago y que gemía el niño, única herencia que le quedaba como capital e intereses.
Entonces dijo a la sonriente Zeinab, que permanecía inmóvil en una postura candorosa: "¡Oh jovenzuela, a mis cuarenta alguaciles!"
Como súbitamente poseída por un sentimiento de respeto al oír estas palabras, Zeinab se adelantó hacia Ahmad-la-Tiña y le besó la mano, diciendo: "¡Oh capitán Ahmad, jefe de la Derecha del califa! los cuarenta alguaciles me han encargado que te diga que al extremo de la callejuela han visto a la vieja Dalila que buscas y que iban en su persecución sin pararse aquí; pero aseguraron que volverían con ella pronto; y ya no tienes más que esperarles en la sala grande de la taberna, donde yo misma te serviré con mis ojos".
Entonces, precedido por la joven, Ahmad-la-Tiña entró en la tienda, y embriagado con los encantos de aquella bribona y subyugado por sus artificios, no tardó en ponerse a beber copa tras copa, cayendo como muerto bajo el efecto operado en su razón por el bang adormecedor con las bebidas.
A la sazón Zeinab, sin pérdida de tiempo, empezó por quitar a Ahmad-la-Tiña toda la ropa y cuanto llevaba encima de él, no dejándole sobre el cuerpo más que la camisa y el amplio calzoncillo; luego fue adonde estaban los otros y les despojó de la propia manera. Tras de lo cual recogió todos sus utensilios y todos los efectos que acababa de robar, los cargó en el caballo de la-Tiña en el del beduíno y en el burro del arriero, y enriquecida así con aquellos trofeos de su victoria, regresó sin incidentes a su casa, y se lo entregó todo a su madre Dalila, que hubo de
abrazarla llorando de alegría.
En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 447ª NOCHE
Ella dijo:
...En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros, estuvieron durmiendo durante dos días y dos noches, y cuando por la mañana del tercer día despertaron de su sueño extraordinario, no supieron explicarse al pronto su presencia allí dentro, y a fuerza de suposiciones, acabaron por no dudar ya de la jugarreta de que habían sido víctimas. Aquello les humilló mucho, especialmente a Ahmad-la-Tiña, que había mostrado tanta seguridad en presencia de Hassán-la-Peste y que estaba muy avergonzado a la sazón por tener que salir a la calle de aquella manera. Sin embargo, hubo de decidirse a abandonar la taberna, y precisamente la primera persona con quien se encontró por su camino fué Hassán-la-Peste, quien al verle vestido sólo con la camisa y el calzoncillo y seguido por sus cuarenta alguaciles ataviados como él, comprendió al primer golpe de vista la aventura que acababa de ocurrirles.
Ante semejante espectáculo, Hassán-la-Peste se regocijó hasta el límite del regocijo, y se puso a cantar estos versos:
;Las jóvenes candorosas creen parecidos a todos los hombres! ¡No saben que no nos parecemos más que en nuestros turbantes!
¡Entre nosotros, unos son sabios y otros imbéciles! ¿No hay en el cielo estrellas sin fulgor y otras como perlas?
¡Las águilas y los halcones no comen carne muerta, en tanto que los buitres impuros se posan sobre los cadáveres!
Cuando Hassán-la-Peste hubo acabado de cantar, se aproximó a Ahmad-la-Tiña, y habiéndolo reconocido , le dijo:
"¡Por Alah, mokaddem Ahmad, las mañanas son frescas a orillas del Tigris, y cometéis una imprudencia al salir así sólo con la camisa y el calzoncillo!"
Y contestó Ahmad-la-Tiña: "¡Y tú, ya Hassán, eres aun más pesado y más frío de ingenio que la mañana! Nadie escapa a su suerte, y nuestra suerte fué vernos burlados por una joven. ¿Acaso la conoces?"
Hassán contestó: "¡La conozco y conozco a su madre! Y si quieres, al instante te las capturaré".
Ahmad preguntó: "¿Y cómo?" Hassán contestó: "¡No tienes más que presentarte al califa, y para hacer patente tu incapacidad, agitarás tu collar, y has de decirle que me encargue a mí de la captura en lugar tuyo!"
Entonces Ahmad-laTiña, después de vestirse, fué al diwán con Hassán-la-Peste, y el califa le preguntó: "¿Dónde está la vieja, mokaddem Ahmad?" El aludido agitó su collar y contestó: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no la encuentro! ¡El mokaddem Hassán cumplirá mejor esa misión! ¡La conoce, y hasta afirma que la vieja no ha hecho todo eso más que para que se hable de ella y atraerse la atención de nuestro amo el califa!"
Entonces Al-Raschid se encaró con Hassán, y le preguntó: "¿Es cierto, mokaddem Hassán? ¿Conoces a la vieja? ¿Y crees que no ha hecho todo eso más que para merecer mis favores?" El interpelado contestó: "¡Es cierto, oh Emir de los Creyentes!"
Entonces exclamó el califa: "¡Por la tumba y el honor de mis antecesores, que perdonaré a la tal vieja si restituye a todos éstos lo que les ha robado!"
Y dijo Hassán-la-Peste: "Si así es, ¡oh Emir de los Creyentes! dame para ella el salvoconducto
de seguridad". Y el califa tiró su pañuelo a Hassán-la-Peste en prenda de seguridad para la vieja.
Al punto salió del diwán Hassán, tras de haber recogido la prenda de seguridad, y corrió directamente a casa de Dalila, a quien conocía de larga fecha. Llamó a la puerta y fué a abrirle la propia Zeinab. Preguntó él: "¿Dónde está tu madre?" Ella dijo: "¡Arriba!" Dijo él: "Vé a decirle que abajo está Hassán, el mokaddem de la Izquierda, que trae para ella de parte del califa el pañuelo de seguridad, pero con la condición de que restituya todo cuanto ha robado. ¡Y dile que baje por buenas, pues si no me veré obligado a emplear con ella la fuerza!"
Y he aquí que Dalila, la cual había oído estas palabras, exclamó desde dentro: "¡Tírame el pañuelo de seguridad! ¡Y te acompañaré a la presencia del califa con todas las cosas robadas!" Entonces Hassán-la-Peste le tiró el pañuelo, que Dalila hubo de anudarse al cuello; luego ayudada por su hija, empezó a cargar al burro del arriero y a los dos caballos con todos los objetos robados. Cuando acabaron, Hassán dijo a Dalila: "¡Todavía faltan los efectos de Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta hombres!" Ella contestó: "¡Por el Nombre Más grande, que no fui yo quien se apoderó de ellos!"
Hassán se echó a reír y dijo: "¡Es verdad! ¡Fué tu hija Zeinab la que hizo esa jugarreta! ¡Guárdalos, pues!" Luego, seguido por las tres acémilas, que guiaba él en reata con una cuerda, se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 448ª NOCHE
Ella dijo:
... se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa.
Cuando Al-Raschid vió entrar a aquella vieja diabólica, no pudo por menos de ordenar en alta voz que la arrojaran inmediatamente en la alfombra de la sangre para ejecutarla. Entonces, exclamó ella: "Estoy bajo tu protección, ¡oh Hassán!"
Y Hassán-la-Peste se levantó y besó las manos del califa, y le dijo: "Perdónala, ¡oh Emir de los Creyentes! Le has dado la prenda de seguridad. ¡Mírala en su cuello!" El califa contestó: "¡Es cierto! ¡Así que la perdono por consideración hacia ti!" Luego se encaró con Dalila, y le dijo: "Ven aquí, ¡oh vieja! ¿Cuál es tu nombre?" Ella contestó: "¡Mi nombre es Dalila, y soy la esposa del antiguo director de tus palomares!"
Dijo él: "En verdad que eres astuta y estás llena de estratagemas. ¡Y en adelante te llamarás Dalila la Taimada!" Luego le dijo: "¿Puedes decirme, por lo menos, con qué objeto hiciste todas esas jugarretas a esta gente que ves aquí y levantaste tanto ruido, fatigándonos los corazones?" Entonces Dalila se arrojó a los pies del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! créeme que no fué por avaricia por lo que obré así. ¡Pero cuando oí hablar de las pasadas estratagemas y jugarretas hechas en otro tiempo en Bagdad por los jefes de Tu Derecha y de Tu Izquierda Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste, se me ocurrió hacer lo mismo que ellos a mi vez, y aun superarlos, a fin de poder obtener de nuestro amo el califa los sueldos y el cargo de mi difunto marido, padre de mis pobres hijas!"
Al escuchar estas palabras, el arriero se levantó con viveza, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella en robarme el borrico, sino que impulsó al barbero moghrabín que está aquí a que me arrancara las dos últimas muelas y me cauterizara las sienes con clavos al rojo!"
Y también el beduíno se levantó, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella con atarme al poste en su lugar y robarme el caballo, sino que me impidió satisfacer mi deseo de buñuelos rellenos de miel!"
Y a su vez el tintorero, el barbero, el joven mercader, el capitán Azote, el judío y el walí se levantaron pidiendo a Alah reparación de los daños que les causó la vieja. Así es que el califa, que era magnánimo y generoso, empezó por devolver a cada cual los objetos que se le habían robado, y les indemnizó ampliamente por cuenta de su peculio particular. Y especialmente al arriero, pues hizo que le dieran mil dinares de oro, a causa de la pérdida de sus dos muelas y de las cauterizaciones sufridas, y le nombró jefe de la corporación de arrieros. Y todos salieron del diwán felicitándose de la generosidad del califa y de su justicia, y olvidaron sus tribulaciones.
En cuanto a Dalila, le dijo el califa: "¡Ahora, ¡oh Dalila! puedes pedirme lo que anheles!" Ella besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no anhelo de tu generosidad más que una cosa, y es ser reintegrada en el cargo y sueldo de mi difunto marido, el director de las palomas mensajeras! Y sabré llenar estas funciones, pues en vida de mi marido era yo quien, ayudada por mi hija Zeinab, daba de comer a las palomas y les ataba al cuello las cartas y limpiaba el palomar. Y era yo igualmente quien cuidaba el khan grande que hiciste construir para las palomas y que guardaban de día y de noche cuarenta negros y cuarenta perros, los mismos que tomaste al rey de los afghans, descendientes de Soleimán, cuando venciste a aquel soberano".
Y contestó el califa: "¡Sea, oh Dalila! Al instante voy a hacer que se te adjudique la dirección del khan grande de las palomas mensajeras y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros ganados al rey de los afghans, descendientes de Soleimán. Y con tu cabeza responderás entonces la pérdida de cualquiera de esas palomas que para mí son más preciosas que la misma vida de mis hijos. ¡Pero no dudo de tus aptitudes!" A la sazón añadió Dalila: "También quisiera ¡oh Emir de los Creyentes! que mi hija Zeinab habitara conmigo en el khan para que me ayudase en la vigilancia general". Y el califa le dió autorización para ello.
Entonces, después de haber besado las manos del califa, Dalila regresó a su casa, y ayudada por su hija Zeinab, hizo transportar sus muebles y efectos al khan grande, y escogió para habitación el pabellón construido a la misma entrada del khan. Y el propio día tomó el mando de los cuarenta negros, y vestida con traje de hombre y tocada la cabeza con un casco de oro, se presentó a caballo ante el califa para tomar órdenes e informarse de los mensajes que tenía que expedir él a las provincias. Y cuando llegó la noche, soltó en el patio principal del khan, para que lo guardaran, a los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán. Y siguió presentándose a caballo en el diwán todos los días, tocada con el casco de oro rematado por una paloma de plata, y acompañada por el cortejo de sus cuarenta negros vestidos de seda roja y de brocado. Y para adornar su nueva vivienda, colgó en ella los trajes de Ahmad-la-Tiña, de Ayub Lomo-de-Camello y de sus cuarenta compañeros.
¡Y así fué como Dalila la Taimada y su hija Zeinab la Embustera obtuvieron en Bagdad, merced a su destreza y a sus artificios, el honorable cargo de la dirección de los palomares y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros guardianes nocturnos del khan grande! ¡Pero Alah es más sabio!
Pero ya es hora ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- de hablar de Alí Azogue y de sus aventuras con Dalila y su hija Zeinab, y con Zaraik, el hermano de Dalila, que era vendedor de pescado frito, y con el mago judío Azaria. ¡Porque esas aventuras son infinitamente más asombrosas y más extraordinarias que todas las oídas hasta el presente!"
Y dijo para sí el rey Schahriar: "¡Por Alah, que no la mataré mientras no haya oído las aventuras de Alí Azogue!" Y al ver aparecer la mañana, Schehrazada se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 449ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en tiempos de Ahmadla-Tiña y Hassán-la-Peste, había en Bagdad otro ladrón tan sagaz y tan escurridizo que jamás consiguió capturarle la policía; pues no bien creía tenerle ya cogido, se le escapaba como se escurre entre los dedos una bola de azogue que se quisiera sujetar. A eso obedecía que en El Cairo, su patria, le pusieran el apodo de Alí Azogue.
Porque antes de su llegada a Bagdad, Alí Azogue vivía en El Cairo, y partió de allí para ir a Bagdad con motivo de cosas memorables que merecen ser mencionadas al comienzo de esta
historia.
Un día estaba sentado, triste y ocioso, en medio de sus compañeros, dentro del subterráneo que les servía de punto de reunión, y viendo los demás que tenía el corazón apretado y oprimido el pecho, trataban de distraerle; pero él seguía adusto en su rincón con el semblante enfurruñado, contraídas las facciones y fruncidas las cejas. Entonces le dijo uno de ellos: "¡Oh jefe nuestro! ¡para dilatarte el pecho, nada hay mejor que un paseo por las calles y zocos de El Cairo!" Y Alí Azogue acabó por levantarse y salir, caminando sin rumbo por los barrios de El Cairo, aunque no se le aclaró su negro humor. Y llegó de tal suerte a la calle Roja, mientras a su paso la gente se retiraba presurosa en prueba de consideración y respeto hacia él.
Cuando desembocaba en la calle Roja y se disponía a entrar en una taberna donde acostumbraba a embriagarse, vio cerca de la puerta a un aguador con su odre de piel de cabra a la espalda y el cual seguía por su camino haciendo tintinear, al chocar una con otra, las dos tazas de cobre en que echaba de beber a los sedientos. Y canturreaba su pregón, diciendo unas veces que su agua era como miel y otras veces que era como vino, a medida de todos los deseos. Y aquel día, acompasando su pregón al tintineo de las dos tazas que se entrechocaban, cantaba de este modo:
¡De la uva se saca el licor mejor! ¡No hay dicha sin un amigo de corazón! ¡La dicha duplica su valor en él! ¡Y el sitio de honor es para el que habla bien!
Cuando vio el aguador a Alí Azogue, hizo tintinear en honor suyo las dos tazas sonoras, y cantó:
¡Oh transeúnte! ¡he aquí la pura, la dulce, la deliciosa, la fresca agua! ¡mi agua, que es el ojo del gallo! ¡mi agua, que es el cristal! ¡mi agua, que es el ojo, la alegría de las gargantas, el diamante! ¡agua, agua, mi agua!
Luego preguntó: "¿Quieres una taza, mi señor?" Azogue contestó: "¡Dámela!" Y el aguador le llenó una taza, que tuvo cuidado de enjuagar previamente, y se la ofreció, diciendo: "¡Es una delicia!" Pero Alí Azogue cogió la taza, la miró un instante, la volcó y tiró el agua al suelo, diciendo: "¡Dame otra!" Entonces se puso serio el aguador, considerándole con la mirada, y exclamó: "¡Por Alah! ¿y qué encuentras en esta agua, más clara que el ojo del gallo, para tirarla al suelo así?" Alí contestó: "¡Me da la gana! ¡Echame otra taza!" Y el aguador llenó de agua por segunda vez la taza y se la ofreció religiosamente a Alí Azogue, quien la cogió y la vertió de nuevo, diciendo: "¡Llénamela otra vez!" Y exclamó el aguador: "¡Ya sidi, si no quieres beber, déjame proseguir mi camino!" Y le brindó una tercera taza de agua. Pero aquella vez Azogue vació de un sorbo la taza y se la entregó al aguador, depositando en ella como gratificación un dinar de oro. Y he aquí que el aguador, lejos de mostrarse satisfecho por semejante ganancia, midió con la mirada a Azogue y le dijo con tono zumbón: "¡Que tengas buena suerte, mi señor, y que yo tenga buena suerte! ¡Una cosa es la gentuza, y los grandes señores son otra cosa muy distinta!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue, que no necesitaba tanto para que le hiciese estornudar la cólera, cogió de la ropa al aguador, le administró una andanada de puñetazos, zarandéandoles a él y a su odre, le arrinconó contra el muro de la fuente pública de la calle Roja, y le gritó: "¡Ah hijo de alcahuete! ¿te parece que un dinar de oro es poco por tres tazas de agua? ¡Ah! ¿conque es muy poco? ¡Pues si tal como está tu odre valdrá apenas tres monedas de plata, y la cantidad de agua que he tirado al barro no llega ni a una pinta!"
El aguador contestó: "¡Así es, mi señor!" Azogue preguntó: "Pues entonces, ¿por qué me hablaste de esa manera? ¿Habrás encontrado en tu vida a alguien más generoso de lo que yo fui contigo?"
El aguador contestó: "¡Sí, por Alah! He encontrado en mi vida a alguien más generoso que tú! ¡Porque mientras estén encinta las mujeres y engendren hijos, habrá siempre sobre la tierra hombres de corazón generoso!" Azogue preguntó: "¿Y podrías decirme quién es ese hombre que encontraste más generoso que yo?"
El aguador contestó: "¡Ante todo, suéltame, y siéntate ahí, en el escalón de la fuente! ¡Y te contaré mi aventura, que es extremadamente extraña!"
Entonces soltó Azogue al aguador; y después de sentarse ambos en una de las gradas de
mármol de la fuente pública, junto al odre que dejaron en el suelo, el aguador contó. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 450ª NOCHE
Ella dijo:
...y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al odre, que dejaron en el suelo, el aguador contó:
"Has de saber ¡oh mi generoso amo! que mi padre era el jeique de la corporación de aguadores de El Cairo, no de los aguadores que venden agua al por mayor en las casas, sino de los que, como yo, la venden al por menor, llevándola a la espalda y despachándola por las calles.
"Cuando murió mi padre, me dejó de herencia cinco camellos, una mula, la tienda y la casa. ¡Aquello era más de lo que necesitaha para visir dichoso un hombre de mi condición! Pero ¡oh mi amo! el pobre nunca está satisfecho, ¡y el día en que por casualidad se siente satisfecho al fin, muere! Así, pues, yo pensaba para mi ánima: "¡Voy a aumentar mi herencia con el tráfico y el comercio!" Y al punto fui en busca de diversos prestamistas que me confiaron mercancías. Cargué aquellas mercancías en mis camellos y en mi mula, y me marché a traficar en Hedjaz durante la época de peregrinación a la Meca. Pero ¡oh mi amo! el pobre no se enriquece nunca, ¡y si se enriquece, muere! Fui tan desgraciado con mi tráfico, que antes de terminarse la peregrinación perdí cuanto poseía, y me vi obligado a vender mis camellos y mi mula para atender a las necesidades del momento. Y me dije: «¡Si vuelves a El Cairo, te cogerán tus acreedores y te meterán en la cárcel!» Entonces me agregué a la caravana de Siria, y fui a Damasco, a Alepo y de allí a Bagdad.
"Una vez llegado a Bagdad, pregunté por el jefe de la corporación de aguadores y me presenté a él. Como buen musulmán, empecé por recitarle el capítulo liminar del Korán y le deseé la paz. A la sazón me interrogó por mi estado, y le conté todo lo que me había sucedido. Y sin tardanza me dió un ajustador, un odre y dos tazas para que pudiese ganarme la vida. Y salí una mañana por el camino de Alah, con mi odre a la espalda, y empecé a circular por los diversos barrios de la ciudad, cantando mi pregón, como los aguadores de El Cairo. Pero ¡oh mi amo! el pobre permanece pobre porque tal es su destino!
"En efecto, no tardé en ver cuán grande era la diferencia entre los habitantes de Bagdad y los de El Cairo. En Bagdad, ¡oh mi amo! la gente no tiene sed; ¡y los que por casualidad se deciden a beber no pagan! ¡Porque el agua es de Alah! Al oír las respuestas de los primeros individuos a quienes hice mis ofertas cantadas, advertí todo lo malo que era el tal oficio. Pues cuando a uno de ellos le brindé mi taza, hubo de contestarme: "¿Pero acaso me diste de comer, para darme de beber ahora?"
Yo continué entonces mi camino, asombrándome de la funesta manera de comenzar allí en mi oficio, y brindé la taza a otro; pero me contestó: "¡La ganancia está en Alah! Sigue tu camino ¡oh aguador!" No quise desalentarme, y continué caminando por ¡os zocos, parándome delante de las tiendas bien acreditadas; pero nadie me hizo seña de que le sirviera agua ni quiso dejarse tentar por mis ofertas y el tintineo de mis vasos de cobre. Y así permanecí hasta mediodía, sin haber ganado con qué comprarme una bizcochada de pan y un cohombro. Porque ¡oh mi amo! el destino del pobre le obliga a tener a veces hambre. ¡Pero el hambre, oh mi amo! es menos dura que la humillación! Y el rico experimenta bastantes humillaciones y las soporta peor que el pobre, que no tiene nada que perder ni que ganar. Así yo, por ejemplo, si me he enfadado por tu cólera, no es por mí, sino por mi agua, que es un don excelente de Alah. Pero tu cólera para conmigo ¡oh mi amo! se debe a motivos que afectan a tu persona.
"El caso es que, al ver que mi estancia en Bagdad comenzaba de manera tan triste, pensé para mi ánima: "¡Más te hubiera valido ¡oh pobre! morir en una cárcel dentro de tu país que en medio de esas gentes a quienes no les gusta el agua!" Y mientras me obstinaba en tales pensamientos, vi de pronto levantarse en el zoco una gran polvareda y correr gente en cierta dirección. Entonces, como mi oficio consiste en ir a donde va muchedumbre, corrí con todas mis fuerzas, llevando mi odre a la espalda, y me dejé llevar por la corriente. Y a la sazón vi un cortejo espléndido compuesto por dos filas de hombres que llevaban en la mano bastones, ostentaban gorros enriquecidos con perlas, iban vestidos con hermosos albornoces de seda y al costado les colgaban magníficos alfanjes incrustados ricamente. Y marchaba al frente de ellos un jinete de aspecto terrible, ante el cual todas las cabezas se inclinaban hasta la tierra. Entonces pregunté: «¿A qué se debe este cortejo? ¿Y quién es ese jinete?» Me contestaron: «¡Bien se ve, por tu acento egipcio y tu ignorancia, que no eres de Bagdad! Ese cortejo es el del mokaddem Ahmad-la-Tiña, jefe de policía de la Derecha del califa, que está encargado de mantener el orden por los arrabales. Y el que ves a caballo es él mismo. ¡Disfruta de muchos honores y de un sueldo de mil dinares al mes, exactamente igual que su colega. Hassán-la-Peste, jefe de la Izquierda! ¡Y cada uno de sus hombres cobra cien dinares mensuales! ¡Precisamente acaban de salir del diwán ahora, y van a su casa para hacer la comida de mediodía!»
"Entonces ¡oh mi amo! me puse a vocear mi pregón a estilo egipcio, tal como me viste hace poco, acompañándome con el tintineo de mis vasos sonoros. Y lo hice de modo que me oyó y me vió el mokaddem Ahmad, y guiando hacia mí su caballo me dijo: "¡Oh hermano de Egipto, por tu canto te reconozco! ¡Dame una taza de tu agua!" Y cogió la taza que le brindé, la volcó y tiró al suelo el contenido para hacérmela llenar por segunda vez y verterla en el suelo de nuevo, exactamente igual que tú, ¡oh mi amo! y beber de un sorbo la tercera taza que me hizo que le llenase. Luego exclamó en alta voz: «¡Viva El Cairo con sus habitantes, ¡oh aguador, hermano mío! ¿Por qué viniste a esta ciudad en donde no se estima y remunera a los aguadores?» Y le conté mi historia y le hice comprender que estaba sin dinero y huido a causa de mis deudas y de mis apuros. Entonces exclamó: «Bien venido seas, pues, a Bagdad!» Y me dió cinco dinares de oro, y encarándose con todos los hombres de su cortejo les dijo, «¡Por el amor de Alah, recomiendo a vuestra liberalidad este hombre de mi patria!» ¡Al punto cada hombre del cortejo me pidió una taza de agua, y después de bebérsela, dejó en ella un dinar de oro! De modo que al cabo de aquella ronda tenía yo más de cien dinares de oro en la caja de cobre que colgabá de mi cinturón. Luego me dijo el mokaddem Ahmad-la-Tiña: «¡Esta será tu remuneración cada vez que nos sirvas de beber durante tu estancia en Bagdad!» Así es que en pocos días se llenó varias veces mi caja de cobre; y conté los dinares y vi que poseía mil y pico.
Entonces pensé para mi ánima: «Ya te llegó la hora de volver a tu país, ¡oh aguador! pues por muy bien que se esté en tierra extraña, se encuentra uno en su patria mejor todavía. ¡Y además, tienes deudas, y has de pagarlas!» Entonces me dirigí al diwán, donde ya me conocían y me trataban con muchos miramientos; y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 451ª NOCHE
Ella Dijo:
"... y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos:
¡La morada del extranjero en tierra extranjera es semejante a un edificio construído en el aire!
¡Sopla el viento, se derrumba el edificio, y el extranjero lo abandona! ¡Más le hubiera valido no construirlo!
Luego le dije: "¡He aquí que parte para El Cairo una caravana, quisiera agregarme a ella para
volver con los míos!" Entonces me dio él una mula y cien dinares, y me dijo: "A mi vez ¡oh jeique! quisiera encargarte una comisión de confianza.¿Conoces a mucha gente en El Cairo?" Yo contesté: "¡Conozco a toda la gente generosa que allá habita!" El me dijo: "Entonces toma esta carta y entrégasela en propia imano a mi antiguo compañero Alí Azogue, de El Cairo; y dile de mi parte: "¡Tu jete te envía sus zalemas y sus votos! ¡Ahora está con el kalifa Harún Al-Raschid!"
"Cogí la carta, besé la mano del mokaddem Ahmad, y abandoné Bagdad para venir a El Cairo, donde llegué hace cinco días apenas. Empecé por buscar a mis acreedores, a quienes pagué religiosamente con todo el dinero que había ganado en Bagdad merced a la generosidad de Ahmad-la-Tiña. Tras de lo cual volví a ponerme mi ajustador de cuero, cargué mi odre a la espalda y me hice aguador como antes, tal cual me ves, ¡oh mi amo! ¡Pero en vano busco por todo El Cairo al amigo de Ahmad-la-Tiña, a Alí Azogue, pues no puedo dar con él para entregarle la carta que llevo siempre entre los pliegues de mi ropa!
"Y tal es ¡oh mi amo! la aventura que me acaeció con el más generoso de mis clientes".
Cuando el aguador hubo acabado de contar su historia, Alí Azogue se levantó y le abrazó como el hermano abraza al hermano, y le dijo: "¡Oh aguador, semejante mío, perdóname mi cólera de hace poco para contigo! ¡Sin duda el hombre que encontraste en Bagdad y era más generoso que yo, el único más generoso que yo, es mi antiguo jefe! ¡Porque el Alí Azogue a quien buscas, el primer compañero de Ahmad-laTiña, soy yo mismo! ¡Regocija, pues, tu alma, refresca tus ojos y tu corazón y dame la carta de mi superior!" Entonces el aguador hubo de entregarle la carta, abriéndola el otro, y leyendo en ella lo que sigue:
"¡La zalema del Mokaddem Ahmad-la-Tiña al más ilustre y al primero de sus hijos, Alí Azogue!
"Te escribo ¡oh adorno de los más hermosos! en una hoja que volará hacia ti con el viento.
"¡Si fuese pájaro, yo mismo a tus brazos volaría transportado por el deseo! Pero, ¿podrá volar aún el pájaro a quien cortaron las alas? "Porque has de saber ¡oh el más hermoso! que estoy ahora a la cabeza de los cuarenta alguaciles de Ayub Lomo-de-Camello, todos ellos, como nosotros, antiguos bravos, autores de mil soberbias hazañas. Y fui nombrado por nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, jefe de policía de Su Derecha, encargado de custodiar la ciudad y los arrabales, con un sueldo de mil dinares al mes, sin contar los ingresos extraordinarios y ordinarios por parte de las gentes que desean congraciarse conmigo. "Si tú ¡oh el más querido! quieres dar un vasto meidán al vuelo de tu genio y abrirte la puerta de las bienandanzas y las riquezas no tienes más que venir a Bagdad para reunirte con tu amigo. Aquí acometerás altas empresas, y te prometo obtenerte entonces los favores del califa, una plaza digna de ti y de nuestra amistad y un tratamiento tan considerable como el mío.
"¡Ven, pues, hijo mío, a reunirte conmigo y a dilatarme el corazón con tu presencia deseada!
"¡Y sean contigo la paz de Alah y sus bendiciones, ¡ya Alí!"
Cuando Alí Azogue hubo leído esta carta de su jefe Ahmad-la-Tiña, se estremeció de alegría y de emoción, y blandiendo su largo bastón en una mano y la carta en la otra mano, ejecutó una danza fantástica sobre los escalones de la fuente, atropellando a las viejas y a los mendigos. Después besó varias veces la carta, llevándosela a la frente luego; y se quitó su cinturón de cuero y lo vació, dejando en las manos del aguador todas las monedas de oro que contenía, para darle gracias por la buena noticia y la comisión. Y se apresuró a reunirse en el subterráneo con los bergantes de su banda para anunciarles su inmediata partida a Bagdad.
Cuando estuvo entre ellos, les dijo: "¡Hijos míos, os dejo encomendados unos a otros!" Entonces exclamó su lugarteniente: "¿Cómo, maestro? ¿Es que nos abandonas?" Alí contestó: "¡Me espera mi destino en Bagdad, entre las manos de mi jefe Ahmad-la-Tiña!" el otro dijo: "¡Precisamente nos hallamos en un momento de apuro! ¡Nuestro almacén de provisiones está vacío! ¿Y qué va a ser de nosotros sin ti?" Alí contestó: "Antes de llegar a Bagdad, en cuanto entre en Damasco, ya encontraré la manera de enviaros algo con que podáis atender a todas vuestras necesidades. ¡No temáis, pues, hijos míos!" Luego se quitó la ropa que llevaba, hizo sus abluciones y se vistió con un traje ceñido a la cintura y con un largo capote de viaje de amplias mangas; guardó en su cinturón de cuero dos puñales y un machete; se puso a la cabeza un tarbusch extraordinario y empuñó una inmensa lanza de cuarenta y dos codos de longitud, y hecha con nudos de bambú que podían meterse a voluntad unos con otros. Después saltó a lomos de su caballo y se marchó.
Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente:
Y CUANDO LLEGO LA 452ª NOCHE
Ella dijo:
... Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó una caravana, a la cual se agregó al enterarse que se dirigía a Damasco y a Bagdad. Aquella caravana era del síndico de los mercaderes de Damasco, hombre muy rico que volvía desde la Meca a su país. Y he aquí que Alí, que era joven, hermoso y todavía no tenía pelo en las mejillas, le gustó en extremo al síndico de los mercaderes, a los camelleros y a los muleteros, y a la vez que se defendía de sus diversos atentados nocturnos, supo hacerle una porción de servicios apreciables, protegiéndolos centra los beduínos salteadores y los leones del desierto; de modo que a su llegada a Damasco le demostraron su agradecimiento gratificándole cada cual con cinco dinares. Y Alí, que no se olvidaba de sus compañeros de El Cairo, se apresuró a enviarles todo aquel dinero, sin guardar para él más que lo estrictamente necesario para continuar su camino y llegar a Bagdad por fin.
Y así fué como Alí Azogue, de El Cairo, abandonó su país para ir a Bagdad, buscando su destino entre las manos de su maestro Ahmad-la-Tiña, el antiguo jefe de aquellos bravos.
No bien hubo entrado en la ciudad, se dedicó a buscar la vivienda de su amigo preguntando a varias personas nue no supieron o no quisieron indicársela. Y llegó de tal suerte a una plaza llamada Al-Nafz, donde vio a unos muchachos que estaban jugando bajo la dirección de otro más pequeño que todos ellos y al que llamaban Mahmud el Aborto. Y precisamente se trataba de aquel Mahmud el Aborto que era hijo de la hermana casada de Zeinab. Y Alí Azogue pensó para sí: "¡Ya Alí! las nuevas de las personas nos las facilitan sus hijos!"
Y para atraerse a los chicos, al punto se dirigió a la tienda de un confitero y compró un pedazo grande de halawa con aceite de sésamo y azúcar; luego se acercó a los pequeñuelos que jugaban, y les dijo: "¿Cuál de vosotros quiere halawa todavía caliente?" Pero Mahmud el Aborto no dejó acercarse a los demás chicos, y fué a ponerse delante de Alí él solo, y le dijo: "¡Dame halawa!" Entonces Alí le dió el pedazo, deslizándole en la mano al mismo tiempo una moneda de plata. Pero cuando el Aborto vió el dinero, creyó que aquel hombre se lo daba para atentar contra él y seducirle, y le gritó:
"¡Vete! ¡Yo no me vendo! ¡Yo no hago cosas feas! ¡Pregunta a los demás por mí y te lo dirán!"
Alí Azogue, que en aquel momento no pensaba en liviandades ni en nada semejante, dijo al pequeño pervertido: "Hijo mío, lo que te doy es para pagarte un informe que deseo de ti; y si te pago es porque los bravos pagan siempre los servicios que sean de otros bravos. ¿Puedes decirme solamente dónde está la vivienda del mokaddem Ahmad-la-Tiña?" El Aborto contestó: "¡Si no es más que eso lo que deseas de mí, la cosa es fácil! Echaré a andar delante de ti, y cuando llegue frente a la casa-de Ahmad-la-Tiña, con mis pies descalzos lanzaré contra la puerta un guijarro. De este modo nadie me verá hacerte la indicación. ¡Y así sabrás cuál es la vivienda de Ahmad-la-Tiña!" Y efectivamente, echó a correr delante de Azogue, y al cabo de cierto tiempo cogió con sus pies descalzos un guijarro, y sin moverse, lo lanzó contra la puerta de una casa. Y maravillado de la puntería, de la precocidad, de la destreza, de la desconfianza, de la malicia y de la sutileza del pillastre, exclamó Azogue: "¡Inschalah, ya Mahmud! el día en que también me nombren jefe de policía, te escogeré para que seas el primero entre tris bravos!" Luego Alí llamó a la puerta de Ahmad-la-Tiña.
Cuando Ahmad-la-Tiña oyó los golpes dados en la puerta, saltó sobre ambos pies en el límite de la emoción, y dijo a voces a su lugarteniente Lomo-de-Camello: "¡Oh Lomo-de-Camello! ¡ve a abrir en seguida al más hermoso entre los hijos de los hombres! ¡El que llama a mi puerta no es otro que Alí Azogue, mi antiguo lugarteniente de El Cairo! ¡Lo conozco por su manera de llamar!" Y Lomo-de-Camello ni por un instante dudó que fuese precisamente Alí Azogue quien estaba al otro lado de la puerta, y se apresuró a abrirla y a introducirle donde esperaba Ahmad-la-Tiña. Y abrazáronse tiernamente los dos antiguos amigos; y después de las primeras efusiones y las zalemas reiteradas como si se tratase de un hermano suyo, Ahmad-la-Tiña le vistió con un traje magnífico, diciéndole: "¡Cuando el califa me nombró jefe de Su Derecha y me dio ropas para mis hombres, reservé este traje para ti, pensando que te encontraría un día u otro!"
Luego le hizo sentarse en medio de ellos, en el sitio de honor; e hizo servir un festín prodigioso para festejar su encuentro; y se pusieron todos a comer, a beber y a regocijarse durante toda aquella noche.
Al día siguiente por la mañana, cuando llegó para Ahmad la hora de ir al diwán al frente de sus cuarenta, dijo a su amigo Alí: "¡Ya Alí! tienes que ser prudente al comienzo de tu estancia en Bagdad. ¡Guárdate, pues, de salir de casa para no atraerte la curiosidad de estos habitantes, que son pegajosos! ¡No creas que Bagdad es El Cairo! ¡Bagdad es la corte del califa, y los espías hormiguean aquí como en Egipto las moscas, y los estafadores y sacadineros pululan por aquí como por allá las ocas y los sapos!"
Y contestó Alí Azogue: "¡Oh maestro! ¿acaso vine a Bagdad para encerrarme como una virgen entre las cuatro paredes de una casa?" Pero Ahmad le aconsejó que tuviera paciencia, y se marchó al diwán al frente de sus alguaciles.
En cuanto à Alí Azogue...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 453ª NOCHE
Ella dijo:
... En cuanto a Alí Azogue, tuvo paciencia para permanecer encerrado tres días en casa de su amigo. Pero al cuarto día, sintió que se le contraía el corazón y se le oprimía el pecho, y preguntó a Ahmad si era ya tiempo de comenzar las hazañas que debían ilustrarle y hacerle merecedor de los favores del califa. Ahmad contestó: "Cada cosa a su hora, hijo mío. ¡Déjame a mí solo el cuidado de ocuparme de ti y predisponer para contigo al califa antes de que emprendas tus hazañas!"
Pero en cuanto salió Ahmad-la-Tiña, Alí Azogue no pudo estarse quieto, y se dijo: "¡Voy a tomar un poco de aire nada más para dilatarme el pecho!" Y dejó la casa y empezó a recorrer las calles de Bagdad, trasladándose de un lugar a otro y deteniéndose a veces en casa de un pastelero o en la tienda de un cocinero para tomar un bocado o devorar cualquier cosa de pastelería. Y he aquí que divisó un cortejo de cuarenta negros vestidos de seda roja, cubiertos con gorros altos de fieltro blanco y armados de grandes machetes de acero. Iban ordenados de dos en dos; y detrás de ellos, montada en una mula con ricos jaeces; cubierta con un casco de oro coronado por una paloma de plata, y vestida con una cota de malla de acero, avanzaba, en medio de su gloria y su esplendor, la directora de las palomas, Dalila la Taimada.
... Precisamente acababa de salir del diwán y volvía al khan. Pero al pasar por delante de Alí Azogue, a quien no conocía y que no la conocía a ella, quedó asombrada de su belleza, de su juventud, de su buen aspecto, de su apostura elegante, de su apariencia agradable y sobre todo de su semejanza en la expresión de la mirada con el propio Ahmad-la-Tiña, su enemigo. Y al punto dijo unas palabras a uno de sus negros, que fue a informarse a hurtadillas, entre los mercaderes del zoco, acerca del nombre y la condición del hermoso joven; pero ninguno pudo decirle nada. Así es que cuando Dalila regresó a su pabellón del khan, llamó a su hija Zeinab y le dijo que le llevara la mesa de la arena adivinatoria; luego añadió: "¡Hija mía, acabo de encontrarme en el zoco con un joven tan hermoso, que la belleza le reconocería como uno de sus favoritos! ¡Pero ¡oh hija mía! su mirada se asemeja de un modo muy extraño a la de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña! ¡Y mucho me temo que ese extranjero a quien nadie en el zoco conoce, haya venido a Bagdad para jugarnos alguna mala pasada! ¡Por eso voy a consultar acerca de él a mi mesa adivinatoria!"
Tras estas palabras, agitó la arena a estilo cabalístico, murmurando palabras talismánicas y leyendo al revés unos renglones de escritura hebrea; luego en un libro mágico combinaciones algebráicas y químicas de números y letras, y encarándose con su hija, le dijo: "Oh hija mía! ese hermoso joven se llama Alí Azogue y viene de El Cairo! ¡Es amigo de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña, que no le ha hecho venir a Bagdad más que para jugarnos una mala pasada y vengarse así de la que tú misma le jugaste enborrachándole y quitándole el traje a él y a sus cuarenta. Además, sé que vive en casa de Ahmad-la-Tiña".
Pero le contestó su hija Zeinab: "¡Oh madre mía! y después de todo; ¿qué nos importa el tal individuo? ¡No hagas caso de ese jovenzuelo imberbe!"
La vieja contestó: "¡La arena adivinatoria acaba de revelarme también que la suerte de ese joven sobrepujará con mucho a mi suerte y a la tuya!" Zeinab dijo: "Ahora vamos a verlo, ¡oh madre!" Y enseguida se puso su ropa mejor, después de haberse sombreado la mirada con su barrita de kohl y juntado las cejas con su pasta negra fumada, y salió para ver si encontraba al consabido joven.
Empezó a recorrer lentamente los zocos de Bagdad balanceando sus caderas y guiñando los ojos por debajo de su velo, y lanzando miradas destructoras de corazones, y prodigando a su paso sonrisas para unos, promesas tácitas para otros, coqueterías, mimos, arrumacos, respuestas con las pupilas, preguntas con las cejas, asesinatos con las pestañas, despertares con los brazaletes, música con sus cacabeles y fuego en todas las entrañas, hasta que ante el escaparate de un vendedor de kenafa se encontró con el propio Alí Azogue, a quien conoció por su hermosura. Entonces se acercó a él, y como por inadvertencia le dio con él hombro un golpe que le hizo vacilar, y fingiéndose enfadada porque la habían tropezado, le dijo: "¡Vivan los ciegos! ¡oh clarividente!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se limitó a sonreír junto a la bella joven cuya mirada le traspasaba ya de una parte a otra, y contestó: "¡Oh, cuán hermosa eres, jovenzuela! ¿A quién perteneces?" Ella entornó por debajo del velo sus ojos magníficos, y contestó: "¡A todo ser bello que se parezca a ti!" Azogue preguntó: "¿Estás casada o eres virgen?" Ella contestó: "¡Casada para suerte tuya!" El dijo: "¿Será, entonces, en mi casa o en tu casa?" Ella contestó: "Prefiero en mi casa. Sabe que estoy casada con un mercader, y soy hija de un mercader. Y hoy es la vez primera que por fin puedo salir de casa, porque mi esposo acaba de ausentarse por una semana. Y he aquí que en cuanto él marchó quise divertirme, y dije a mi servidora que guisara para mí manjares muy apetitosos. ¡Pero como los más apetitosos manjares no serían deliciosos sin la sociedad de los amigos, he salido de casa en busca de alguien tan hermoso y tan bien educado como tú para que comparta mi comida y pase conmigo la noche! Y te he visto, y se me entró en el corazón tu amor. ¿Te dignarás, pues, regocijarte el alma, aliviarte el corazón y aceptar un bocado de comida en mi casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 454ª NOCHE
Ella dijo:
".. y aceptar un bocado de comida en mi casa?" El joven contestó: "¡Cuando a uno le invitan, no es posible rehusar!" Entonces echó a andar ella delante de él, y él la siguió de calle en calle, caminando a cierta distancia.
Y mientras caminaba así detrás de ella, iba pensando él: "¡Ya Alí, lo que hiciste resulta una imprudencia en un extranjero recién llegado! ¿Quién sabe si no te vas a ver expuesto al rencor del marido, que puede caer de improviso sobre ti mientras duermes, y cortarte em venganza tu gallo y los huevos que empolla?
Y he aquí que el Sabio ha dicho:
"¡Al que copula en um país extranjero donde le hospedan, le castigará el Gran Hospitalario!"
Será, por consiguiente, más razonable por parte tuya excusarte cortésmente con ella, diciéndole algunas palabras amables". Aprovechó, pues, el momento en que llegaban a un lugar retirado, se acercó a ella, y le dijo: "Mira, ¡oh jovenzuela! toma este dinar para ti y dejemos nuestra entrevista para otro día". Ella contestó: "¡Por el Nombre Más Grande! es absolutamente preciso que seas hoy mi huésped, porque nunca me he sentido tan predispuesta como hoy a los escarceos múltiples y a los juegos ardorosos".
Entonces la siguió, y llegó con ella frente a una vasta casa cuya puerta estaba cerrada con fuerte cerradura de madera. Y la joven hizo ademán de buscar en su vestido la llave, y exclamó luego contrariada: "¡Pues he perdido mi llave! ¿Cómo vamos a arreglarnos para abrir ahora?" Después fingió tomar una decisión, y le dijo: "¡Abre tú!" El dijo: "¿Cómo voy a abrir sin llave una cerradura? ¡No me atrevo a forzarla!"
Por toda respuesta le lanzó ella bajo el velo dos miradas, que le abrieron sus cerraduras más profundas; luego añadió: "¡No tendrás más que tocarla y se abrirá!" Y Azogue puso su mano en la cerradura, y la puerta se abrió. Entraron ambos, y le condujo ella a una sala llena de armas hermosas y alfombrada con hermosos tapices, donde le hizo sentarse. Extendió sin tardanza el mantel, y sentándose junto al joven, se puso a comer en su compañía y a colocarle ella misma la comida entre los labios, bebiendo luego con él y divirtiéndose sin permitirle siquiera que la tocara, o la diera un beso, o un pellizco, o un mordisco; porque en cuanto se inclinaba él hacia ella para besarla, ella interponía la mano vivamente entre su mejilla y los labios del joven, y el beso iba a darle en la mano solamente. Y a las demandas apremiantes de Alí, contestaba Zeinab:
" ¡La voluptuosidad no llega a su plenitud más que por la noche!”
Terminada de tal suerte su comida, se levantaron para lavarse las manos y salieron al patio, acercándose al pozo; y Zeinab quiso manejar por sí sola la cuerda y la polea y sacar el cubo del fondo del pozo; pero de pronto lanzó un grito y se asomó al brocal, golpeándose el pecho y retorciéndose los brazos presa de una desesperación extremada; y le preguntó Azogue: "¿Qué te ocurre, ojos míos?" Ella contestó: "Acaba de escurrírseme y caérseme al fondo del pozo mi sortija de rubíes, que me estaba grande. ¡Me la había comprado mi marido ayer por quinientos dinares! Y como me estaba muy grande, la achiqué con cera; pero no me sirvió de nada, pues acaba de caérseme ahí abajo!"
Luego añadió: "¡Ahora mismo voy a ponerme desnuda y a bajar al pozo, que no es profundo, para buscar mi sortija! ¡Vuélvete, pues, de cara a la pared para que pueda desnudarme!" Pero Azogue contestó: ¡Qué vergüenza para mí ¡oh mi señora! si consintiera yo que en mi presencia te tomaras el trabajo de bajar! ¡Yo solo bajaré a buscar en el fondo del agua tu sortija!" Y al momento se desnudó completamente, cogióse con las dos manos a la cuerda de fibras de palmera de la garucha, y se dejó bajar en el cubo al fondo del pozo.
Cuando tocó el agua, soltó la cuerda y se sumergió en busca de la sortija; y le llegaba a los hombros el agua fría y negra en la oscuridad. Y en aquel mismo nstante Zeinab la Embustera tiró con viveza del cubo y gritó a Azogue: `¡Ya puedes llamar para que te socorra a tu amigo Ahmad-la-Tiña!" Y se apresuró a salir de la casa llevándose las ropas de Azogue. Luego, sin cerrar detrás de ella la puerta, se volvió con su madre.
Y he aquí que la casa adonde Zeinab había arrastrado a Azogue pertenecía a un emir del diwán, ausente entonces para ir a sus asuntos. Así es que cuando estuvo de regreso en su casa y vio la puerta abierta, no le cupo duda de que allí había entrado un ladrón, y llamó a su palafrenero y empezó a hacer pesquisas por toda la casa; pero al ver que no se habían llevado nada y que no había huellas de ladrones, no tardó en tranquilizarse. Luego, como quería hacer sus abluciones, dijo a su palafrenero: "¡Coge el jarro y llénamelo con agua fresca del pozo!" Y el palafrenero fue al pozo e hizo bajar el cubo, y cuando lo creyó bastante lleno quiso tirar de él; pero lo encontró extraordinariamente pesado. Entonces miró al fondo del pozo y divisó sentada en el cubo una vaga forma negra que le pareció un efrit. Al ver aquello, soltó la cuerda y echó a correr, gritando enloquecido: "¡Ya sidi! ¡en el pozo hay un efrit! ¡Está sentado en el cubo!
Entonces le preguntó el emir: "¿Y cómo es?" El palafrenero dijo: "¡Es terrible y negro! ¡Y gruñía como un cochino!" El emir le dijo: "¡Corre a buscar a cuatro sabios lectores del Korán para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 455ª NOCHE
Ella dijo:
". . . para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle!" Y el palafrenero salió al punto corriendo en busca de los sabios lectores del Korán, que se instalaron alrededor del pozo. Y comenzaron a recitar los versículos conjuratorios, mientras el palafrenero y su amo tiraban de la cuerda y sacaban el cubo fuera del pozo. Y en el límtie del espanto, vieron todos al efrit consabido, que no era otro que Alí Azogue saltar del cubo sobre ambos pies y exclamar: "¡Alah Akbar!" Y se dijeron los cuatro lectores: "¡Es un efrit de los creyentes, porque pronuncia el Nombre!" Pero el emir no tardó en ver que era un hombre de la especie de los hombres, y le dijo: "¿Acaso eres un ladrón?"
El joven contestó: "¡No, por Alah! pero soy un pobre pescador. Estando dormido a orillas del Tigris, he copulado con el aire en sueños, y como al, despertarme me encontré mojado, me metí en el agua para lavarme; pero un remolino me arrastró al fondo del agua, y una corriente subterránea me impulsó entre las sábanas líquidas hasta este pozo donde estaban mi destino y mi salvación, gracias a ti".
Ni por un instante dudó el emir de la veracidad de aquel relato, y dijo: "¡Todo sucede porque así está escrito!" Y le dio un manto viejo para que se cubriese y le despidió condoliéndose de su estancia en el agua fría del pozo.
Cuando Alí Azogue llegó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde ya estaban muy inquietos por su ausencia, y contó su aventura, se burlaron mucho de él, especialmente Ayub Lomo-de-Camello, que le dijo: "¡Por Alah! ¿Cómo puedes haber sido jefe de banda en El Cairo, dejándote engañar y robar en Bagdad por una jovenzuela?" Y Hassán-la-Peste, que precisamente estaba de visita en casa de su colega, preguntó a Azogue: "¡Oh, inocente egipcio! ¿conoces por lo menos el nombre de la joven que jugó contigo, y sabes quién es y de quién es hija?" Alí contestó: "¡Sí, por Alah! ¡es hija de un mercader y esposa de un mercader! ¡Pero no me dijo su nombre!" Al oír estas palabras soltó una carcajada Hassán-la-Peste, y le dijo: "¡Voy a describírtela! ¡La que tú crees una mujer casada, es una joven virgen, y de ello te respondo! ¡Se llama Zeinab! ¡Y no es hija de ningún mercader, sino de Dalila-la-Taimada, directora de nuestras palomas mensajeras! Con su dedo meñique hacían dar vueltas a todo Bagdad ella y su madre, ¡ya Alí! y se trata de la misma que embaucó a tu maestro, robándole los trajes a él y a sus cuarenta aquí presentes!"
Y como Alí Azogue reflexionara profundamente, Hassán-la-Peste le preguntó: "¿Qué piensas hacer ahora?" Alí contestó: "¡Casarme con ella! ¡Porque la amo locamente a pesar de todo!" Entonces le dijo Hassán: "¡En ese caso te auxiliaré, pues sin mí ya puedes abandonar de antemano un proyecto tan temerario, renunciando a él y acallando tu hígado con respecto a la lista jovenzuela!"
Azogue exclamó: "¡Ya Hassán, ayúdame con tus consejos!" Hassán le dijo: "¡De todo corazón amistoso! ¡Pero con la condición de que en lo sucesivo no bebas más que en la palma de mi mano, ni obres más que bajo mis banderas! ¡Y en tal caso, te prometo el logro de tu proyecto y la satisfacción de tus deseos!" El joven contestó: "¡Ya Hassán, soy tu criado y tu discípulo!" Entonces le dijo la-Peste: "¡Empieza por desnudarte completamente!" Y Azogue se quitó el manto viejo que llevaba, y quedóse desnudo por completo.
Entonces Hassán-la-Peste cogió un puchero lleno de pez y una pluma de gallina, y barnizó con aquello todo el cuerpo de Azogue y la cara, de modo que le dio apariencia de un negro; luego, para completar la semejanza, le tiñó de rojo vivo los labios y el borde de los párpados, le dejó secar un momento, le tapó con un paño blanco la venerable herencia de su padre, y le dijo después: "¡Hete aquí transformado en negro, ¡ya Alí! y también vas a convertirte en cocinero! ¡Porque has de saber que el cocinero de Dalila, de Zeinab, de los cuarenta negros y de los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán, es un negro como tú!
Vas a procurar encontrarte con él, y le hablarás en lengua negra, y después de las zalemas, le dirás: "¡Hace mucho tiempo, hermano negro, que no nos hemos reunido para beber nuestra bebida fermentada, la excelente buza, y comer kabad de cordero! ¿Vamos a festejar el día de hoy?" Pero te contestará que se lo impiden sus ocupaciones y los cuidados de su cocina. Entonces tratarás de emborracharle y de interrogarle de la calidad y cantidad de los manjares que guisa para Dalila y su hija, del alimento de los cuarenta negros y los cuarenta perros, del sitio en que están las llaves de la cocina y de la despensa, y de todo. ¡Y todo te lo dirá! Porque el borracho no oculta nada de lo que deja de contar cuando no le domina la embriaguez. Una vez que hayas adquirido de él estos diversos datos, le narcotizas con bang; te vestirás con sus propios trajes; te meterás en el cinturón sus cuchillos de cocina; cogerás el cesto de provisiones; irás al zoco a comprar carne y verduras; volverás a la cocina; irás a la despensa para sacar lo que necesites, como manteca, aceite, arroz y otras cosas por el estilo; guisarás los manjares conforme a las indicaciones aprendidas; los presentarás bien, echarás bang en ellos, y te irás a servírselos a Dalila, a su hija, a los cuarenta negros y a los cuarenta perros, durmiéndoles de aquel modo.
Entonces les quitarás todos sus efectos y sus ropas, y me los traerás. ¡Pero si ¡ya Alí! deseas obtener por esposa a Zeinab, has de apoderarte, además de las cuarenta palomas mensajeras del califa, meterlas en una jaula y traérmelas también...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 456ª NOCHE
Ella dijo:
"...has de apoderarte, además, de las cuarenta palomas mensajeras del califa, meterlas en una jaula y traérmelas también!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se llevó la mano a la frente por toda respuesta, y sin decir nada salió en busca del cocinero negro. Le encontró en el zoco, se arrimó a él, y después de las zalemas de reconocimiento, le invitó a beber buza. Pero el cocinero pretextó sus ocupaciones, e invitó a Alí a que le acompañara al khan. Allí obró Azogue, exactamente conforme con las instrucciones de Hassán-la-Peste, y una vez que hubo emborrachado a su huésped le interrogó acerca de los platos del día. El cocinero contestó: "¡Oh hermano negro! a diario, para la comida de mediodía, hay que preparar cinco platos diferentes y de diferente color para Sett Dalila y Sett Zeinab; y el mismo número de platos para la comida de la noche. Pero hoy me han pedido dos platos más. Y he aquí los platos que voy a guisar para mediodía: lentejas, guisantes, una soja, un cochifrito de carnero y sorbete de rosa; en cuanto a los dos platos suplementarios, son: arroz con miel y azafrán, y una bandeja de granos de granada con almendras mondadas, azúcar y flores".
Alí le preguntó: "¿Y cómo les sirves de ordinario la comida a tus amas?" El otro contestó: "A cada una le pongo su mantel aparte". Alí preguntó: "¿Y a los cuarenta negros?" El cocinero dijo: "¡Les doy habas cocidas con agua y condimentadas con manteca y cebollas, y para beber, un cántaro de buza! ¡Bastante es para ellos!" Alí preguntó: "¿Y a los perros?" El cocinero dijo: "¡A esos les doy tres onzas de carne para cada uno y los huesos sobrantes de la comida de mis amas!"
Cuando Azogue estuvo en posesión de estas diversas indicaciones, echó con presteza bang en la bebida del cocinero, que en cuanto la absorbió se cayó al suelo como un búfalo negro. Entonces Azogue se apoderó de las llaves que colgaban de un clavo y distinguió la llave de la cocina por las telas de cebollas y las plumas que tenía pegadas, y la llave de la despensa por el aceite y la manteca de que estaba impregnada. Y fué cogiendo y comprando todas las provisiones que necesitaba, y guiado por el gato del cocinero, a quien engañaba la semejanza de Alí con su amo, circuló por todo el khan como si habitase en él desde su infancia, guisó los manjares, puso los manteles y sirvió de comer a Dalila, a Zeinab, a los negros y a los perros, después de
haber echado bang en la comida, sin que nadie extrañase el condimento ni al cocinero.
Cuando Azogue vio que en el khan dormía todo el mundo por efecto del narcótico, comenzó por desnudar a la vieja, y la encontró extremadamente fea y detestable en absoluto. Se apoderó de su traje de parada y de su casco, y penetró en el aposento de Zeinab, a la que amaba y en honor de la cual estaba realizando su primera hazaña.
La desnudó completamente, y la encontró maravillosa y de lo más deseable, y cuidada y limpia y oliendo bien; pero como era muy escrupuloso, no quiso abrirla sin su consentimiento, y se contentó con tocarla y palparla por todas partes, como entendido, para juzgar mejor acerca de su valor futuro, de su consistencia, de su grado de ternura; de su aterciopelado y de su sensibilidad; y para efectuar esta última experiencia, la hizo cosquillas en la planta de los pies, y en vista del violento puntapié que ella le dio, hubo de comprender que era sensible en extremo. Entonces, seguro ya de su temperamento, se llevó sus vestidos, y fue a despojar a todos los negros; luego subió a la terraza, entró en el palomar y se apoderó de todas las palomas, metiéndolas en una jaula, y tranquilamente, sin cerrar las puertas, regresó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde le esperaba Hassán-la-Peste, que maravillado de su destreza, le felicitó y le prometió su concurso a fin de obtener para él a Zeinab en matrimonio.
En cuanto a Dalila la Taimada, fue la primera en salir del sueño en que la había sumido el bang. Necesitó algún tiempo para recobrar completamente el sentido; pero cuando comprendió que la habían narcotizado, se cubrió con sus acostumbradas vestiduras de vieja y corrió primeramente al palomar, encontrándolo vacío de sus palomas. Y bajó entonces al patio del khan, y vio a sus perros dormidos todavía y echados como muertos en sus perreras. Buscó a los negros, y los halló sumergidos en el sueño, como también al cocinero. A la sazón, en el límite del furor, fue corriendo al aposento de su hija Zeinab, y la vio durmiendo, toda desnuda y colgándole del cuello un hilo y un papel. Abrió el papel, y leyó en él las siguientes palabras: "¡Yo Alí Azogue, de El Cairo, y nada más que yo, soy el bravo, el valiente, el listo, el diestro autor de todo esto!" Al ver aquello, pensó Dalila: "¿Quién sabe si ese maldito no le ha roto el candado?" Y se inclinó con viveza sobre su hija, examinándola, y vio que su candado seguia intacto.
Esta seguridad la consoló un poco y la decidió a despertar a Zeinab, haciéndole aspirar contrabang. Luego de contarle lo que acababa de suceder, y añadió: "¡Oh hija mía! ¡después de todo debes estar agradecida a ese Azogue, porque no te ha roto el candado, aunque hubiera podido hacerlo impunemente!
En vez de hacer sangre a tu pájaro, se ha contentado con llevarse las palomas del califa. ¿Qué va a ser de nosotras ahora?"
Pero enseguida dio con un medio de recobrar las palomas y dijo a su hija: "Espérame aquí. ¡No voy a ausentarme por mucho tiempo!" Y salió del khan y se dirigió a casa de Ahmad-la-Tiña y llamó a la puerta.
Al punto exclamó Hassán-la-Peste, que estaba allí: "¡Es Dalila la Taimada! La conozco por su manera de llamar. ¡Ve a abrirle en seguida, ¡ya Alí!". Y Alí, en compañía de Lomo-de-Camello, fue a abrir la puerta a Dalila, que entró con cara sonriente y saludó a toda la concurrencia.
Y he aquí que precisamente Hassán-la-Peste, Ahmad-la-Tiña y los demás, estaban en aquel momento sentados en tierra alrededor del mantel, y comían pichones asados, rábanos y cohombros. Y cuando entró Dalila, la-Peste y la-Tiña se levantaron en honor suyo, y le dijeron: "¡Oh, vieja llena de espiritualidad, madre nuestra, siéntate a comer de estos pichones con nosotros! ¡Te hemos reservado tu parte de festín!"
Al oír estas palabras, Dalila sintió ennegrecerse el mundo ante ella, y exclamó: "¿No os da a todos vosotros vergüenza robar y asar las palomas que el califa prefiere a sus propios hijos?"
Ellos contestaron: "¿Y quién ha robado las palomas del califa, ¡oh madre nuestra!?" Ella dijo: "¡El egipcio Alí Azogue!"
Este contestó: "¡Oh madre de Zeinab! cuando hice asar estas palomas, no sabía que eran mensajeras! ¡De todos modos, aquí tienes una que vuelve a ti!" Y le ofreció uno de los pichones asados. Entonces Dalila cogió un trozo de alón, se lo llevó a los labios, lo saboreó un instante y exclamó: "¡Por Alah, mis palomas viven todavía, porque no es su carne ésta! ¡Las alimenté con grano mezclado con almizcle, y las distinguiría en el olor y en el sabor que conservan!"
Al oír estas palabras de Dalila, toda la asistencia se echó a reír, y dijo Hassán-la-Peste: "¡Oh madre nuestra, tus palomas están seguras en mi casa! ¡Y consentiré gustoso en devolvértelas,
pero con una condición!"
Ella dijo: "¡Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos tienes mi cabeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 457ª NOCHE
Ella dijo: -
"¡...Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos tienes mi cabeza!" Hassán dijo: "¡Pues bien; si quieres recobrar tus palomas, no tienes más que complacer en su deseo a Alí Azogue, de El Cairo, que es el primero de los nuestros!" Ella preguntó: "¿Y cuál es su deseo?" Alí dijo: "¡Que me des en matrimonio a tu hija Zeinab!"
La vieja contestó: "¡Para mí y para ella es un honor! ¡Lo pondré por encima de mi cabeza y de mis ojos! Pero no puedo forzar a mi hija a casarse mal de su grado. ¡Empieza, pues, por devolverme mis palomas! ¡Porque no es con estratagemas como hay que conseguir a mi hija, sino con los procedimientos de la galantería!"
Entonces Hassán dijo a Alí: "¡Devuélvele las palomas!" Azogue entregó la jaula a Dalila, que le dijo: "Si verdaderamente deseas unirte como es debido a mi hija, ¡oh muchacho! no es a mí a quien tienes que dirigirte ahora, sino a su tío, mi hermano Zoraik, el vendedor de pescado frito. ¡Porque el tutor legal de Zeinab es él, y ni yo ni ella podemos hacer nada sin su consentimiento! ¡Pero te prometo que hablaré de ti a mi hija, e intercederé por ti con mi hermano Zoraik!"
Y se fue, riendo, a contar a su hija Zeinab lo que acababa de ocurrir y cómo la pedía en matrimonio Alí Azogue. Y Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡Por mi parte no me opongo a ese matrimonio, porque Alí es guapo y amable, y además, estuvo muy circunspecto conmigo al no romper durante mi sueño lo que pudo romper!" Pero contestó Dalila: "¡Oh hija mía! ¡estoy segura de que antes de lograr que consienta tu tío Zoraik, perderá Alí en la empresa sus brazos y sus piernas, si no pierde hasta la vida!" ¡Y he aquí lo referente a ellas!
En cuanto a Alí Azogue, preguntó a Hassán-la-Peste: "¡Dime ya quién es ese Zoraik y dónde está su tienda, para que al instante vaya a pedirle en matrimonio la hija de su hermana!" La-Peste contestó: "¡Hijo mío, puedes despedirte de la bella Zeinab desde este instante, como no pienses obtenerla más que de ese bribón que se llama Zoraik! ¡Porque has de saber ¡ya Alí! que el viejo Zoraik, actualmente vendedor de pescado frito, es un antiguo jefe de banda conocido en todo el Irak por sus hazañas que superan a las mías, a las tuyas y a las de nuestro hermano Ahmad-la-Tiña! Se trata de un compadre tan astuto y tan diestro que es capaz, sin moverse, de horadar las montañas, de coger del cielo las estrellas y de robar el kohl que embellece los ojos de la luna. Ninguno de nosotros puede igualarle en supercherías, en malicias y en jugarretas de toda clase. Cierto es que ahora se ha corregido, y habiendo renunciado a su antiguo oficio de ladrón y jefe de banda, ha abierto tienda y se ha hecho vendedor de pescado frito. Lo que, a pesar de todo, no obsta para que le queden algunas de sus argucias pasadas.
Y para darte ¡ya Alí! una idea de la sagacidad de este foragido, no te contaré más que la última estratagema que se le ocurrió, y pone en práctica, para atraer a su tienda clientes y dar salida a su pescado. A la puerta de su tienda ha colgado de un cordón de seda una bolsa con mil dinares, que es toda su fortuna, y ha hecho que el pregonero público vaya anunciando por todo el zoco: "¡Oh vosotros todos, ladrones del Irak, bribones de Bagdad, salteadores del desierto, bandidos de Egipto, escuchad la noticia! ¡Y vosotros todos, genn y efrits dei aire y de debajo de la tierra, escuchad la noticia! ¡El que pueda apoderarse de la bolsa colgada en la tienda de Zoraik vendedor de pescado frito, será su legítimo poseedor!"
Fácilmente comprenderás que en vista de semejante anuncio se han apresurado a acudir a la tienda clientes que, mientras intentan apoderarse de la bolsa, compran pescado; pero no han tenido éxito en su tarea ni los más hábiles; porque el taimado Zoraik instaló todo un mecanismo que por medio de un bramante se pone en contacto con la bolsa colgada. Así es que apenas la tocan, empieza a funcionar el mecanismo, compuesto de una combinación asombrosa de campanillas y cascabeles que arman tal estrépito, que aunque se encuentre Zoraik en lo últimõ de la tienda o esté ocupado con algún cliente, oye el ruido y le da tiempo para impedir el robo de su bolsa. No tiene entonces nada más que inclinarse a coger un pedazo grueso de plomo de una provisión de ellos.que hay amontonados a sus pies, y tirárselo con todas sus fuerzas al ladrón, rompiéndole un brazo o una pierna o destrozándole el cráneo a veces. Así, pues, ¡ya Alí! te aconsejo la abstención para que no te parezcas a esas gentes que van detrás de un entierro y se lamentan sin saber siquiera el nombre del muerto.
Tú no puedes luchar con un pillastre de esa talla. Y en tu lugar, yo me olvidaría de Zeinab y del casamiento con Zeinab; porque el olvido es el principio de la dicha. ¡y quién olvida una cosa puede pasarse sin ella en lo sucesivo!"
Cuando oyó Alí Azogue estas palabras del prudente Hassán-laPeste, exclamó: "¡No, ¡por Alah! no podré nunca decidirme a olvidar a esa jovenzuela de ojos oscuros, de sensibilidad extremada, de temperamento extraordinario! ¡Sería deshonroso para un hombre como yo! ¡Es preciso, pues, que vaya a intentar apoderarme de esa bolsa y obligar de tal suerte al viejo bandido a que consienta en mi matrimonio, dándome la joven a cambio de la bolsa cogida!" Y al instante buscó trajes como los que usan las jóvenes y se vistió con ellos después de alargarse los ojos con Kohl y teñirse las uñas con henné. Tras de lo cual se echó modestamente por la cara el velo de seda, y ensayó a andar balanceándose como las mujeres, y lo consiguió a maravilla. ¡Pero no fué eso todo! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 458ª NOCHE
Ella dijo:
¡...Pero no fue eso todo! ¡Hizo que le llevaran un carnero, le degolló, recogió la sangre, le sacó el estómago, llenó este estómago con sangre y se lo colocó en su vientre por debajo de los vestidos, de modo que parecía una mujer encinta. Tras de lo cual degolló dos pollos, les sacó el buche, llenó de leche tibia las dos mollejas, y se aplicó una encima de cada seno para que aquella parte le abultase mucho y le diese apariencia de una mujer que está próxima a dar a luz. ¡Aún queda más! para no dejar nada que desear, se puso detrás varias ristras de pañuelos almidonados, los cuales, cuando se secaron, formáronle una grupa montuosa y sólida a la vez. Transformado de aquel modo, salió Azogue a la calle y se dirigió lentamente a la tienda de Zoraik el vendedor de pescado frito, haciendo que a su paso exclamasen los hombres: "¡Ya Alah, qué trasero tan gordo!"
Por el camino, como Azogue se encontraba muy molesto con aquella grupa hecha de pañuelos almidonados que le mortificaban, llamó a un arriero que pasaba con su asno, e hizo que le encaramaran encima del burro con mil precauciones para no romper la vejiga llena de sangre o las mollejas llenas de leche, y de este modo llegó delante de la tienda de pescado frito, donde vio la bolsa colgada a la puerta, efectivamente, y a Zoraik ocupado en freír pescado, mirándolo con un ojo mientras que con el otro ojo vigilaba las idas y venidas de los clientes y de los transeúntes. Entonces Azogue dijo al arriero: "¡Ya hammar! ¡mi olfato se ha impresionado con el olor de pescado frito, y mi deseo de mujer encinta se fija con intensidad en ese pescado! ¡Date prisa, pues, a buscarme uno de esos peces para que me lo coma enseguida, porque si no, voy a abortar sin duda en medio de la calle!"
Entonces el arriero paró su burro delante de la tienda, y dijo a Zoraik: "¡Dame pronto un pescado frito para esta dama encinta, cuyo hijo, a causa de este olor a fritura, ha empezado a agitarse de un modo tremendo y amenaza con salir provocando un aborto!"
El viejo bribón contestó:
"Espera un poco. ¡Todavía no está frito el pescado! ¡Y si no puedes esperar, haz que yo vea la anchura de tu espalda!"
El arriero dijo: "¡Dame uno de esos peces que tienes de muestra!" Zoraik contestó: "¡Esos no
se venden!" Luego, sin volver a preocuparse del arriero, que ayudaba a la pretendida mujer encinta a bajar del borrico y a apoyarse con ansiedad en el mostrador de la tienda, Zoraik, con la sonrisa del oficio, continuó su tarea de dar vuelta al pescado en la sartén, cantando su pregón de vendedor:
¡Comida de los delicados!
¡Oh carne de los pájaros del agua!
¡Oro y plata que se compra con una moneda de cobre!
¡Oh pescados que bullís en el aceite feliz por conteneros!
¡Oh comida de los delicados!
Y he aquí que mientras Zoraik cantaba su pregón de vendedor, la mujer encinta lanzó de pronto un grito estridente al tiempo que por debajo de sus vestidos se escapaba una ola de sangre e inundaba la tienda; y gemía ella dolorosamente: "¡Ay! ¡ay! ¡uy! ¡uy! ¡el fruto de mis entrañas! ¡Ay! ¡se me rompe la espalda! ¡Ah! ¡Mis costados! ¡Ah! ¡Mi hijo!"
Al ver aquello, gritó el arriero a Zoraik: "Ya lo ves, ¡oh barba calamitosa! ¡Te lo había dicho! ¡Por no darte la gana de satisfacer su deseo, la hiciste abortar! ¡Ante Alah y ante su marido eres responsable de ello!" Entonces Zoraik, un poco asustado por aquel accidente y temiendo que le manchase la sangre que vertía la mujer, retrocedió hasta lo último de la tienda, perdiendo de vista por un instante su bolsa colgada a la puerta. Entonces Azogue quiso aprovecharse de este corto momento para apoderarse de la bolsa; pero apenas había puesto en ella la mano, cuando un estrépito extraordinario de campanillas, cascabeles y cascajo repercutió por todos los rincones de la tienda y descubrió la tentativa a Zoraik, que acudió, y al ver con la mano tendida a Azogue, comprendió de una ojeada la jugarreta que querían hacerle, cogió un gran trozo de plomo y se lo tiró al vientre a Azogue, exclamando: "¡Ah! ¡toma, pájaro de patíbulo!"
Y disparó el pastel de plomo con tanta violencia, que Alí rodó por medio de la calle enredándose con sus pañuelos, manchado de sangre y de la leche de las mollejas rotas, y creyó rendir al golpe el alma. Sin embargo, pudo incorporarse y arrastrarse hasta la casa de Ahmad-la-Tiña, donde dio cuenta de su tentativa infructuosa, mientras los transeúntes se agrupaban delante de la tienda de Zoraik, y le decían: "¿Eres mercader del zoco o batallador de profesión? ¡Si eres mercader ejerce tu oficio sin bravatas, quita esa bolsa tentadora; y libra así a la gente de tu malicia y tu maldad!"
El aludido contestó en broma: "¡Por el Nombre de Alah! ¡Bismílah! ¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos!"
Volviendo a Alí Azogue, una vez que entró en la casa y se repuso la violenta sacudida que había sufrido, no quiso, a pesar de todo, renunciar a llevar a cabo su proyecto. Se lavó y se limpió, se disfrazó palafrenero, cogió con una mano una fuente vacía y cinco monedas cobre con la otra mano, y se presentó en la tienda de Zoraik para comprar pescado...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 459ª NOCHE
Ella dijo:
... se presentó en la tienda de Zoraik para comprar pescado. Dió las cinco monedas de cobre a Zoraik, y le dijo: "¡Echame pescado en esta fuente!" Y Zoraik contestó: "¡Por encima de mi cabeza, ¡oh mi amo!" Y quiso dar al palafrenero del pescado que estaba expuesto en la bandeja de muestra; pero el palafrenero lo rechazó diciendo: "¡Lo quiero caliente!" Y contestó Zoraik: "Todavía está por freír. ¡Espera un poco, que atizaré el fuego!" Y entró en la trastienda.
Al punto se aprovechó de aquel momento Azogue para echar mano a la bolsa; pero de pronto retembló toda la tienda con el estrépito ensordecedor de las campanillas, cascabeles, sonajas y cascajo; y Zoraik saltando de un extremo a otro de su tienda, agarró una pella de plomo y la tiró con toda su fuerza a la cabeza del falso palafrenero, gritando: "¡Ah viejo marica! ¿acaso crees que no había adivinado tus intenciones sólo con ver tu modo de llevar la fuente y las monedas?" Pero Azogue, a quien ya había puesto en guardia la primera experiencia, esquivó el golpe, bajando la cabeza con rapidez, y abandonó la tienda; ¡en tanto que la pella de plomo iba a estrellarse contra una bandeja que contenía porcelanas llenas de leche cuajada y que llevaba a la cabeza el esclavo del kadí! Y la leche cuajada saltó a la cara y a la barba del kadí y le inundó su traje y su turbante. Y los transeúntes, reunidos frente a la tienda, gritaron a Zoraik: "Esta vez ¡oh Zoraik! el kadí te hará pagar los intereses del capital encerrado en tu bolsa, ¡oh jefe de los batalladores!"
Volviendo a Azogue, una vez que hubo llegado a casa de Ahmadla-Tiña, a quien dio cuenta, a la vez que a la-Peste, de su segunda tentativa fracasada, no quiso desalentarse, porque le sostenía el amor de Zeinab. Se disfrazó de encantador de serpientes y prestidigitador, y se puso delante de la tienda de Zoraik. Se sentó en el suelo, sacó de su saco tres serpientes gordas, de cuello hinchado y lengua puntiaguda como un dardo, y se puso a tocar la flauta, interrumpiéndose de cuando en cuando para hacer una multitud de juegos de manos; pero de pronto, con un movimiento brusco, lanzó la serpiente más gorda en medio de la tienda, a los pies de Zoraik, que huyó aullando espantado al último rincón de su establecimiento, porque nada le asustaba tanto como las serpientes. Y Azogue saltó inmediatamente sobre la bolsa, y quiso llevársela.
Pero no contaba con Zoraik que a pesar de su terror le vigilaba con un ojo, y logró primero asestar a la serpiente con una pella de plomo un golpe tan certero que le aplastó la cabeza, y con la otra mano arrojó luego con todas sus fuerzas una nueva pella a la cabeza de Azogue, el cual la esquivó inclinándose y huyó, mientras la pella formidable iba a dar a una vieja y la aplastaba sin remedio. Entonces gritaron todas las personas agrupadas en torno: "¡Ya Zoraik ! eso no es lícito, ¡por Alah ! ¡Es absolutamente necesario que descuelgues de ahí tu bolsa calamitosa o te la quitaremos a la fuerza! ¡Bastantes desgracias suscitaste ya con tu maldad!"
Y contestó Zoraik: "¡Sobre mi cabeza!"
Y aunque de muy mala gana, se decidió a descolgar la bolsa y a ocultarla en su casa, diciéndose: "¡Si no lo hago así, ese bergante de Alí Azogue, con lo terco que es, llegaría a introducirse por la noche en mi tienda y me arrebataría la bolsa!"
Y he aquí que Zoraik estaba casado con una negra que en otro tiempo fué esclava de Giafar Al-Barmaki, y a quien la generosidad de su amo había libertado después. Y Zoraik había tenido de su esposa la negra un hijo varón cuya circuncisión iba a celebrarse pronto. Así es que cuando Zoraik entregó la bolsa a su mujer, le dijo ésta: "¡He ahí una generosidad que no sueles tener, oh padre de Abdalah! ¡La circuncisión de Abdalah va a celebrarse, pues, suntuosamente!" Zoraik contestó: "¿Pero acaso crees que te traigo la bolsa para que la dejes vacía gastando en la circuncisión? ¡No, por Alah! ¡Vé ya a ocultarla abajo dentro de un agujero abierto en el suelo de la cocina! ¡Y vuelve pronto para que durmamos!" Y la negra bajó a abrir un agujeto en la cocina, enterró allí la bolsa y volvió a acostarse a los pies de Zoraik. Y con el calor que despedía la negra, Zoraik se sintió invadido por el sopor, y tuvo un sueño en el cual le parecía ver que un pájaro muy grande abría con el pico un agujero en su cocina, desenterraba la bolsa y se la llevaba en las garras volando por los aires. Y se despertó sobresaltado y gritando: "¡Oh madre de Abdalah, acaban de robar la bolsa! ¡Vé a ver a la cocina, rápido!" Y despierta de su sueñ, la negra se apresuró a bajar a la cocina con luz, y efectivamente, vio, no un pájaro, sino un hombre que con la bolsa en la mano huía por la puerta abierta y corría a la calle. Era Azogue, que había seguido a Zoraik, espiando sus movimientos y los de su esposa, y oculto detrás de la puerta de la cocina acabó por conseguir apoderarse al fin de aquella bolsa tan codiciada.
Cuando supo Zoraik la pérdida de su bolsa, exclamó: "¡Por Alah, que la recuperaré esta misma noche!"
Y le dijo su esposa la negra: Como no la traigas, no te abro la puerta de nuestra casa y te dejo dormir en la calle!"
Entonces Zoraik. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 460ª NOCHE
Ella dijo:
...Entonces Zoraik salió de su casa a toda prisa, y por atajos llegó antes que Azogue a casa de Ahmad-la-Tiña, donde sabía que se alojaba el joven; abrió el picaporte de la puerta valiéndose de diversas llaves con que iba siempre pertrechado, la cerró con cuidado tras él y esperó tranquilamente a Azogue que no tardó en llegar a su vez y llamar como tenía por costumbre. Entonces preguntó Zoraik, simulando la voz de Hassán-la-Peste: "¿Quién es?" El joven contestó: "¡Alí el egipcio!" El viejo le preguntó: "¿Y traes la bolsa de ese bribón de Zoraik?" Alí contestó: "¡La traigo!" El otro dijo: "¡Pásamela entonces por el ventanillo antes de que te abra la puerta, porque he hecho con la Tiña una apuesta de la que ya te hablaré!" Y Azogue pasó la bolsa por el ventanillo de la puerta de Zoraik, quien al punto escaló la terraza y desde allí saltó a la terraza de una casa contigua, por cuya escalera bajó, y abriendo la puerta, se escapó a la calle y se encaminó a su casa.
En cuanto a Alí Azogue, estuvo esperando en la calle mucho rato; pero cuando vio que no se decidía nadie a abrirle, llamó a la puerta con un golpe terrible, que despertó a toda la casa, y exclamó Hassán-laPeste: "¡Alí está a la puerta! ¡Vé a abrirle enseguida, ¡oh Lomo-deCamello!" Luego, cuando hubo entrado Azogue, le preguntó irónico: "¿Y la bolsa del bribón?" Azogue exclamó: "¡Basta de chanzas, maestro! ¡Ya sabes que te la he dado por el ventanillo de la puerta!" Al oír estas palabras, Hassán-la-Peste se cayó de trasero por la fuerza explosiva de su risa, y exclamó: "¡Todo está por hacer de nuevo, ¡ya Alí! ¡Zoraik ha recuperado lo suyo!"
Entonces Azogue reflexionó un instante, y exclamó: "¡Por Alah, oh maestro! que como de esta hecha no te traiga la tal bolsa, no quiero considerarme digno de mi nombre!" Y sin tardanza corrió por el camino más corto a casa de Zoraik, llegando antes que éste; penetró en ella por la terraza contigua, y empezó por entrar al aposento donde dormía la negra con su hijo, el pequeñuelo a quien debían circuncidar al día siguiente. Y se abalanzó primeramente a la negra, la inmovilizó en su colchón atándole brazos y piernas y la amordazó; luego cogió al pequeñuelo, a quien también amordazó, le puso en un cesto lleno de pasteles, calientes todavía, que estaban preparados para la fiesta del día siguiente, y fue a asomarse a la ventana, esperando la llegada de Zoraik, que no tardó en llamar a la puerta.
Entonces Azogue, simulando la voz y el modo de hablar de la negra, preguntó: "Eres tú, ¡ya sidi!?" El viejo contestó: "¡Sí, soy yo!" Azogue dijo: "¿Traes la bolsa?" Zoraik dijo: "¡Mírala!" "¡No la veo en la oscuridad! ¡Y no te abriré la puerta mientras no haya contado el dinero! ¡Voy a bajar por la ventana un cesto y la pondrás en él! ¡Y te abriré la puerta luego!" Después Azogue bajó por la ventana un cesto, donde Zoraik puso la bolsa; y entonces se apresuró a subirlo el joven. Cogió la bolsa, el pequeñuelo y el cesto de pasteles y huyó por el camino por donde había ido, para llegar a casa de Ahmad-la-Tiña y poner por fin entre las manos de Hassán-la-Peste el triple botín triunfal. Al ver aquello, la-Peste le felicitó mucho y quedó muy complacido de él; y todos se pusieron luego a comer los pasteles de la fiesta, gastando mil bromas a costa de Zoraik.
En cuanto a Zoraik, esperó en la calle mucho rato a que le abriese su esposa la negra; pero la negra no acudía, e impaciente, acabó por llamar a la puerta con golpes tan redoblados, que despertaron todos los vecinos y perros del barrio. Y no le abría nadie. Entonces derribó la puerta, y subió al aposento de su esposa, y vio lo que vio.
Cuando tras de libertar a su esposa se enteró por ella de lo que acababa de ocurrir, se golpeó con fuerza el rostro, se mesó la barba, y de aquella manera corrió a llamar a la puerta de Ahmad-la-Tiña. Ya había amanecido, y estaba levantado todo el mundo. Así es que Lomo-de-Camello fue a abrir e introdujo a Zoraik en un estado deplorable en la sala de reunión, donde se le acogió con una carcajada general. Entonces se encaró él con Azogue, y le dijo: "¡Por Alah, ¡ya Alí! te has ganado la bolsa! ¡Pero devuélveme a mi hijo!" Y contestó Hassán-la-Peste: "Has de saber ¡oh Zoraik! que mi discípulo Alí Azogue está dispuesto a devolverte tu hijo y hasta tu bolsa, si quieres consentir en darle en matrimonio a la hija de tu hermana Dalila, a la joven Zeinab de quien está enamorado". El viejo contestó: "¿Y desde cuándo se imponen condiciones al padre para pedirle en matrimonio su hija?
i Devuélvanseme antes el niño y la bolsa, y después ya hablaremos del asunto!" Entonces Hassán hizo una seña a Alí, quien al punto entregó a Zoraik el niño y la bolsa, y le dijo: "¿Cuándo
va a ser el casamiento?"
Y Zoraik sonrió, y contestó: "¡Despacio! ¡Despacio! ¿Acaso crees, ¡ya Alí! que puedo disponer de Zeinab como de un carnero o de un pescado frito? ¡No puedo concedértela mientras no le aportes la dote que reclama!"
Azogue contestó: "¡Dispuesto estoy a aportarle la dote que reclama. “¿Qué es?"
Zoraik dijo: "¡Has de saber que hizo juramente no dejarse cabalgar de frente por ninguno sin que la hubiese llevado antes como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven Kamaria, hija del judío Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 461ª NOCHE
Ella dijo:
i. ..Has de saber que hizo juramento de no dejarse cabalgar de frente por ninguno sin que la hubiese llevado antes, como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven Kamaria, hija del judío Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro!" Entonces exclamó Azogue: "¡Si no es más que eso, deseo perder todo derecho a casarme con Zeinab como no la lleve esta misma noche los presentes reclamados!"
Al oír estas palabras, le dijo Hassán-la-Peste: "¡Desgraciado de ti, ¡ya Alí! lo que acabas de jurar! ¡Eres hombre muerto! ¿Acaso no sabes que el judío Azaria es un mago pérfido, taimado y lleno de malicia? ¡A sus órdenes tiene a todos los genn y los efrits! ¡Vive fuera de la ciudad en un palacio construido con ladrillos de oro y plata alternados! Pero ese palacio, visible sólo cuando le habita el mago, desaparece a diario cuando su propietario viene a la ciudad para ventilar sus asuntos de usurero. Todas las noches, una vez que ha regresado a él, el judío se asoma a su ventana y enseña en una bandeja de oro el traje de su hija, gritando: "¡Oh vosotros todos, maestros en el arte de robar y bergantes del Irak, de Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a apoderaros del traje de mi hija Kamaria! ¡Y daré a Kamaria en matrimonio al que logre llevarse su traje!" Pero, ¡ya Alí! ni los ladrones más listos ni los bergantes más astutos de entre nosotros pudieron hasta ahora intentar la aventura sin sufrir sus consecuencias; porque el insigne mago ha convertido, a los que pretendieron emprender la hazaña, en mulas, en osos, en burros o en monos. ¡Te aconsejo, pues, que renuncies a la cosa y te quedes con nosotros!"
Pero Alí exclamó: "¡Qué vergüenza para mí si por esa dificultad renunciara yo al amor de la sensible Zeinab! ¡Por Alah, que me traeré el traje de oro y vestiré a Zeinab con él la noche de la boda, y pondré en su cabeza la corona de oro, y el cinturón de oro en torno de su talle exquisito, y la babucha de oro en su pie!" Y salió inmediatamente en busca de la tienda del judío mago y usurero Azaria.
Llegado que fué al zoco de los cambistas, Alí preguntó por la tienda, y le enseñaron al judío, que precisamente estaba ocupado en pesar oro en sus balanzas para meterlo luego en sacos y cargar los sacos a lomos de una mula atada a la puerta. ¡Era muy feo y de aspecto avinagrado! Y a Alí le impresionó un poco su fisonomía. Sin embargo, esperó a que el judío acabase de alinear los sacos, de cerrar su tienda y de cinchar su mula, siguiéndole sin ser notado. Y de tal suerte llegó tras él fuera de las murallas de la ciudad.
Comenzaba a preguntarse Alí hasta dónde iba a seguir andando aún, cuando de pronto vio al judío extraer del bolsillo de su manto un saco, meter en él la mano, sacarla llena de arena y arrojar la arena al aire soplando por encima de ella. Y al punto vio elevarse ante él un magnífico palacio de ladrillos de oro y plata alternados, con un inmenso pórtico de alabastro y escalones de mármol, por los que subió el judío con su mula para desaparecer en el interior. Pero algunos instantes más tarde, apareció en la ventana con una bandeja de oro en la que había un traje espléndido recamado de oro, una corona, un cinturón y la babucha de oro, y exclamó: "¡Oh vosotros todos, maestros en el arte de robar y bergantes del Irak, de Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a apoderaros de todo esto, y os pertenecerá mi hija Kamaria!"
Al ver y oír aquellas cosas, Azogue, que era muy juicioso, se dijo: "¡Por lo pronto, lo más prudente es ir a buscar a ese maldito judío y pedirle el traje con buenas palabras, explicándole lo que me ocurre con Zoraik!" Y levantó un dedo en el aire, gritando al mago: "¡Yo, Alí Azogue, el primero de los subalternos de Ahmad el mokaddem del califa, deseo hablarte!"
Y le dijo el judío: "¡Puedes subir!" Y cuando estuvo Alí en su presencia, le preguntó: "¿Qué quieres?" Y Alí le contó su historia, y le dijo: "¡Ahora, por último, necesito ese traje de oro y los demás objetos para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila!"
Al oír estas palabras, el judío se echó a reír, enseñando unos dientes espantosos, cogió una mesa con arena adivinatoria, y después de haber sacado el horóscopo de Alí, le dijo: "¡Escucha! ¡si aprecias tu vida y no quieres perderte sin remedio, sigue mi consejo! ¡Renuncia a tu proyecto! ¡Porque los que te impulsaron a emprender esa aventura no lo hicieron más que para perderte, como se han perdido todos los que intentaron ya la cosa! ¡Y cuenta que si no acabase yo de sacar tu horóscopo y saber por la arena que tu fortuna sobrepujará a mi fortuna, no hubiera vacilado, ciertamente, en cortarte el cuello!" Pero Alí, a quien inflamaron y estimularon estas últimas palabras, sacó de repente su alfanje, y amenazando con él al pecho del mago judío, exclamó: "¡Si no consientes en darme esos efectos ya, y en abjurar, además, de tus herejías y hacerte musulmán pronunciando el acto de fe, tu alma va a salir de tu cuerpo!" Entonces el judío extendió la mano como para pronunciar el acto de fe, y dijo: "¡Que se te seque la mano derecha!" E inmediatamente la mano derecha de Alí, con la cual sostenía el alfanje, se secó en la posición en que estaba, y el alfanje cayó al suelo. Pero lo recogió Alí con la mano izquierda y amenazó de nuevo el pecho del judío; mas éste pronunció: "¡Oh mano izquierda, sécate!" Y se secó la amenazadora mano izquierda de Alí, y el alfanje cayó al suelo. Entonces Alí, en el límite del furor, levantó la pierna derecha y quiso dar una patada en el vientre al judío; pero extendiendo éste su mano, pronunció: "¡Oh pierna derecha, sécate!" Y la pierna derecha de Alí se secó en el aire en la misma posición en que estaba, y Alí se encontró sostenido sólo con el pie izquierdo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 462ª NOCHE
Ella dijo:
...Y Alí se encontró sostenido sólo con el pie izquierdo. Y por más que quiso servirse de sus miembros inútiles, no consiguió más que perder el equilibrio, tan pronto cayéndose como levantándose, hasta que se quedó rendido, y le dijo el mago: "¿Has renunciado a tu proyecto?" Pero Alí replicó: "¡Necesito absolutamente los efectos de tu hija!" Entonces le dijo el judío: "¡Ah! ¿quieres los efectos? ¡Pues bien; voy a hacer que te los traigan!"
Y cogió una taza llena de agua, con la que le roció, y gritó: "¡Conviértete en burro!" Y al instante Alí Azogue se transformó en burro, con figura de burro, cascos herrados y orejas monumentales. Y se puso desde luego a rebuznar como un burro, levantando el hocico y la cola y sorbiendo el aire. Y el judío pronunció las palabras dominadoras para adueñarse de él completamente, y le obligó a bajar la escalera sobre sus patas traseras; y una vez que estuvieron en el patio del palacio, trazó un círculo mágico en la arena alrededor del burro; y al punto alzóse en torno a él una muralla que le encerraba en un recinto muy estrecho, del que no podía escaparse.
Por la mañana fué allá el judío, lo ensilló, lo embridó, lo montó, y le dijo al oído: "¡Vas a reemplazar a la mula!" Y le hizo salir del palacio encantado, el cual desapareció en seguida, y le guió por el camino de la tienda, adonde no tardó en llegar. Abrió su tienda, ató al borrico Alí en el sitio en que estaba atada la mula el día anterior y se puso a maniobrar con sus balanzas, sus pesos, su oro y su plata. Y el borrico Alí, que dentro de su piel conservaba todas sus facultades, excepto la de la palabra, se vio obligado, para no morirse de hambre, a morder con sus dientes su ración de habas secas; pero para consolarse desahogaba su mal humor soltando varias series de cuescos sonoros en la cara de los clientes.
Entretanto, llegó en busca del judío usurero Azaria un joven mercader arruinado por
reveses de fortuna, y le dijo: "Estoy arruinado, y sin embargo, necesito ganarme la vida y mantener a mi esposa. ¡He aquí que te traigo sus brazaletes de oro, única y última propiedad que nos resta, para que me des a cambio su valor en dinero y pueda yo comprarme una mula o un asno y ejercer el oficio de vendedor de agua de riego". El judío contestó: "¿Piensas maltratar al asno que vas a comprar y darle mala vida si se niega a andar o a llevar cargas pesadas de agua?" El futuro arriero contestó: "¡Por Alah! ¡si se niega a trabajar, le obligaré a cumplir su tarea!" ¡Eso fué todo! Y el borrico Alí oyó semejantes palabras, y a manera de protesta, lanzó un cuesco espantoso.
En cuanto al judío Azaria, contestó a su cliente: "En ese caso, te cederé a cambio de esos brazaletes mi propio burro, que está ahí atado a la puerta. No tengas con él contemplaciones para que no se acostumbre a holgazanear; y cárgale bien el lomo, porque es robusto y joven".
Luego, terminada la compra, el vendedor de agua se llevó al borrico Alí, en tanto que pensaba éste para su ánima: "¡Ya Alí! ¡tu amo está dispuesto a cargarte al lomo unas aguaderas de madera dura y pesados odres grandes, y te obligará a hacer cada día diez carreras largas o más! ¡Indudablemente, estás perdido sin remedio!"
Cuando el vendedor de agua condujo el asno a su casa, dijo a su esposa que bajara a la cuadra a dar el pienso al animal. Y la esposa, que era joven y muy agradable a la vista, cogió la ración de habas y bajó en busca del borrico Alí para colgarle del pescuezo el saco de pienso. Pero el borrico Alí, que desde hacía un momento la miraba de reojo, se puso de pronto a resollar con fuerza y le dio un cabezazo que la tiró con las ropas desordenadas encima de la pila de beber las caballerías, la cubrió, acariciándole la cara con sus gruesos labios temblorosos, y puso de manifiesto su mercancía de burro, considerable herencia de burros antepasados.
Al ver aquello, la esposa del vendedor de agua empezó a lanzar gritos tan agudos que al punto acudieron a la cuadra todas las vecinas, y al ver el espectáculo, se apresuraron a hacer bajar el asno de la mujer derribada. Y he aquí que también llegó el marido que hubo de preguntarle: "¿Qué te pasa?" Ella le escupió en la cara y le dijo: "¡Ah hijo de adulterinos! ¿no supiste comprar en todo Bagdad más que este asno acosador de mujeres? ¡Por Alah! ¡escoge entre el divorcio o la devolución de este borrico!". El marido preguntó: "¿Pero qué ha hecho este borrico?" Ella dijo: "¡Me ha derribado y me ha cubierto! ¡Y si no es por las vecinas, me habría penetrado espantosamente!" Entonces el vendedor de agua la emprendió a estacazos con el asno, y acabó por llevársele de nuevo al judío, a quien dio cuenta de sus atentados inconvenientes y le obligó a quedarse con él otra vez y a restituirle los brazaletes.
Cuando se hubo marchado el vendedor de agua, el mago Azaria se encaró con el borrico Alí y le dijo: "¿Conque te dedicas a hacer bribonadas con las mujeres, !oh malvado!? ¡Espera! ¡ya que estás contento con tu condición de asno y no refrenas tus caprichos desvergonzados, te voy a convertir en algo que sea la irrisión de pequeños y grandes!" Y cerró su tienda, cinchó al burro y salió de la ciudad.
Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y CUANDO LLEGO LA 463* NOCHE
Ella dijo:
...Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado, y penetró con el burro en el recinto protector alzado en un extremo del patio. Comenzó por murmurar ante el borrico Alí palabras cabalísticas, y le roció con algunas gotas de agua, que le tornaron a su primera forma humana; luego, manteniéndose a cierta distancia de él, le dijo: "¿Quieres ¡ya Alí! seguir ahora mis consejos, y antes de que te metamorfosee bajo cualquier otra forma peor que la primera, renunciar a tu proyecto temerario y marcharte por tu camino?" El joven contestó: "¡No, ¡por Alah! ya que está escrito que mi fortuna sobrepujará a tu fortuna, necesito matarte o apoderarme del traje de Kamaria y convertirte a la fe del Islam!"
Y quiso precipitarse sobre el mago Azaria, que, al ver aquello, extendió la mano y le arrojó al
rostro algunas gotas del agua que contenía la taza grabada con palabras talismánicas, gritándole: "¡Conviértete en oso!" Y al punto Alí Azogue quedó transformado en oso, con una gruesa cadena unida a una anilla de hierro que le atravesaba el hocico, y con bozal, como los osos amaestrados para que bailen. Luego se inclinó el judío al oído del joven, y le dijo: "¡Ah malvado, eres semejante a la nuez, de la que no puede uno servirse mientras no le rompe la cáscara!" Y le ató a una estaca hincada en el recinto fortificado, y no fue a buscarle hasta el día siguiente. Montó entonces en su mula de los días anteriores y arrastró detrás de él al oso Alí a la tienda después de haber hecho desaparecer el castillo encantado, y le ató junto a la mula, para ocuparse luego de su oro y de sus clientes. ¡Y el oso Alí oía y comprendía, pero no podía hablar!
Entretanto, acertó a pasar por delante de la tienda un hombre que vio al oso encadenado, y entró al instante para preguntar al judío: "¡0h maese Azaria! ¿quieres venderme ese oso? A mi esposa, que está enferma, la han recetado carne de oso y grasa de oso para ungüentos: pero no encuentro nada de eso por ninguna parte". El mago le dijo: "¿Vas a inmolarle en seguida o le cebarás primero para que te dé más ungüento?" El otro contestó: "Está bastante gordo así para lo que necesita mi esposa. ¡Y hoy mismo voy a hacer que le degüellen!" El mago repuso en el límite de la alegría: "¡Puesto que es para bien de tu esposa, te lo cedo de balde!" Entonces el hombre se llevó al oso a su casa y llamó a un carnicero que llegó con dos hachas grandes, poniéndose a afilarlas una contra otra después de remangarse. Al ver aquello, el aprecio en que tenía su alma duplicó las fuerzas del oso Alí, que, en el momento en que le derribaban para degollarle, saltó súbito de entre las manos de sus verdugos, y voló más que corrió hasta el palacio del mago.
Cuando Azaria vió volver al oso Alí, se dijo: "¡Voy a hacer aún con él la última tentativa!" Le roció, como de costumbre, y le devolvió su forma humana después de haber llamado aquella vez a su hija Kamaria para que presenciase la metamorfosis. Y la joven vio a Alí en su forma humana y le encontró tan hermoso, que concibió en su corazón un amor violento hacia él. Así es que encarándosele, le preguntó: "¿Es verdad, ¡oh hermoso joven! que no es a mí a quien deseas, sino sólo mi traje y mis efectos?" El contestó: "¡Es verdad! ¡Porque se los destino a Zeinab, la sensible hija de Dalila, la lista!" Estas palabras sumieron a la joven en un dolor y una consternación grandes,'haciendo exclamar a su padre: "¡Tú misma oíste al malvado! ¡No se arrepiente!" Y roció al instante a Alí con el agua de la taza talismánica, gritándole: "¡Vuélvete perro!" Y Alí se encontró en seguida convertido en perro callejero; y el mago le escupió en la cara y le dió un puntapié, echándole del palacio.
El perro Alí empezó a vagabundear extramuros de la ciudad; pero como no encontraba nada que comer, se decidió a entrar en Bagdad. Y he aquí que inmediatamente le acogieron los ladridos de todos los perros de los diversos barrios por donde pasaba, que al ver a aquel extranjero a quien no conocían y que así violaba las fronteras de que eran ellos guardianes, hubieron de perseguirle a dentelladas hasta los límites respectivos. Y de tal suerte iba el intruso de sitio en sitio, acosado y mordido cruelmente por doquiera; pero por fin pudo refugiarse en una tienda abierta que por casualidad estaba enclavada en territorio neutral. Por cierto que el propietario, que era un prendero vendedor de objetos de segunda mano, al ver a aquel desgraciado perro con la cola entre piernas, perseguido furiosamente por el ejército de los demás perros, cogió su bastón y le defendió contra los agresores, que acabaron por dispersarse ladrando desde lejos. Entonces, para demostrar su agradecimiento al prendero, el perro Alí se echó a sus pies con lágrimas en los ojos y le acarició, lamiéndole y moviendo la cola con emoción. Y permaneció a su lado hasta la noche, diciéndose: "¡Más vale ser perro que mono, por ejemplo, o algo peor todavía!" Y por la noche, cuando el prendero cerró su tienda, se pegó a él y le siguió a su casa.
Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro, y exclamó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 464* NOCHE
Ella dijo:
...Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro y exclamó: "¡Oh padre mío! ¿cómo te atreves a hacer entrar en el aposento de tu hija a un extraño?" El prendero dijo: "¿Quién es ese extraño? ¡No hay aquí nadie más que un perro!" Ella contestó: "¡Ese perro no es otro que Alí Azogue, de El Cairo, que fué hechizado por el judío Azaria el mago a causa del traje de su hija Kamaria!" Al oír estas palabras, el prendero se encaró con el perro, y le preguntó: "¿Es verdad eso?" Y el perro hizo con la cabeza una seña que significaba: "¡Sí!" Y continuó la joven: "¡Dispuesta estoy, si quiere casarse conmigo, a devolverle su primitiva forma humana!" Y exclamó el prendero: "¡Por Alah! ¡oh hija mía! ¡devuélvele su forma, y sin duda se casará contigo!'' Luego se volvió hacia el perro, y le preguntó:
"¡Ya lo has oído! ¿Consientes en ello?" El perro meneó la cola e hizo con la cabeza una seña que significaba: "¡Sí!" Entonces la joven cogió una taza talismánica llena de agua, y comenzaba a pronunciar sobre ella las palabras conjuratorias, cuando de improviso se dejó oír un grito estridente y la esclava de la joven entró entonces en el aposento diciendo a su ama: "¿Qué fué ¡oh mi señora! de la promesa y del pacto que entre las dos hicimos? ¡Cuando te enseñé la hechicería, me juraste no verificar nunca una operación mágica sin consultarme! precisamente también yo quiero casarme con el joven Alí Azogue, que ahora está convertido en perro: y no consentiré que se le transforne en hombre más que con la condición de que nos pertenezca a ambas en común y pase una noche conmigo y una noche contigo!" Y en cuanto la joven accedió a este arreglo, su padre le preguntó, muy asombrado de todo aquello: "¿Y desde cuándo estás iniciada en la hechicería?" Ella contestó: "¡Desde que llegó esta esclava nueva, que la había aprendido estando al servicio del judío Azaria, pues a hurtadillas hojeaba los libros mágicos y los volúmenes antiguos de ese insigne mago!"
Tras de lo cual cada una de las dos jóvenes cogió una taza talismánica, y después de haber murmurado en lengua hebrea algunas paiabras, rociaron con el agua al perro Alí, diciéndole: "¡Por las virtudes, y los méritos de Soleimán, torna a convertirte en un ser humano vivo ! Y al instante saltó sobre sus dos pies Alí Azogue, más joven y más hermoso que nunca. Pero en aquel mismo momento se dejó oír un grito estridente, abrióse de par en par la puerta, y una maravillosa joven hizo su entrada en la estancia, llevando en sus brazos dos bandejas de oro superpuestas; en la bandeja áurea de abajo estaban el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro, y en la bandeja de arriba, que era más pequeña, estaba la cabeza cortada del judío Azaria, sanguinolenta y con los ojos extraviados.
"Porque aquella tercera joven tan bella no era otra que Kamaria, la hija del mago, que poniendo las dos bandejas a los pies de Alí Azogue le dijo: "¡Aquí te traigo, ¡oh Alí! los efectos que codiciabas y la cabeza de mi padre el judío, porque te amo! ¡Sabrás también que me he vuelto musulmana ahora!" Y pronunció: “! No hay más dios que Alah! !Y Mohammed es el enviado de Alah'.
Al oír estas palabras, contestó Alí Azogue: "¡Consiento en casarme contigo a la vez que con estas dos jóvenes que están aquí, ya que siendo mujer y contra los usos corrientes, me traes un presente nupcial tan hermoso! ¡Pero es con la condición de regalar estos objetos a Zeinab, hija de Dalila, a quien deseo tener como cuarta esposa, pues que la ley permite cuatro esposas legítimas!'" Kamaria accedió a ello, y también las otras dos jóvenes. Y preguntó, el prendero: "¿Nos prometerás, por lo menos, no tomar concubinas además de tus cuatro esposas legítimas?" Alí contestó: "¡Lo prometo!" Y cogió la bandeja de oro que contenía los efectos de Kamaria, y salió para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila.
Mientras se dirigía a casa de Dalila, vió a un vendedor ambulante que llevaba a la cabeza una bandeja grande con confituras secas, halawa y almendras agarrapiñadas, y se dijo: "¡Estará bien que lleve conmigo dulces de estos para dárselos a Zeinab!" Y he aquí que el vendedor, que parecía acecharle, le dijo: "¡Oh mi amo, no hay en Bagdad quien saque como yo la confitura de zanahorias con nueces! ¿Cuánto necesitas? ¡Pero antes de comprarme nada, prueba este pedacito y dime cómo lo encuentras!" Y Azogue cogió el pedazo y se lo tragó. Pero en el mismo momento cayó al suelo como inanimado. El pedazo de confitura estaba mezclado con bang; y el vendedor no era otro que Mahmud el Aborto, que ejercía el oficio lucrativo de despojar a sus clientes. Había visto todas las cosas hermosas que llevaba Azogue, y le había narcotizado para robárselas. En efecto, no bien quedó Azogue tendido sin movimiento, el Aborto se apoderó del traje de oro y de las demás cosas y se dispuso a huir; pero de pronto apareció a caballo Hassán-la- Peste, acompañado por sus cuarenta guardias, y vio al ladrón y le detuvo. Y el Aborto no tuvo más remedio que declarar y enseñar a Hassán aquel cuerpo tendido en el suelo. Al punto Hassán, que desde la desaparición de Alí recorría en busca suya con sus guardias todos los barrios de Bagdad, hizo traer contrabang y se lo administró. Y cuando hubo despertado el joven, sus primeras palabras fueron para pedir noticias de los efectos que llevaba a Zeinab. Y Hassán se los enseñó, y después de las efusiones propias del encuentro, le felicitó por su destreza, y le dijo: "¡Por Alah, nos superas a todos!" Luego le condujo a casa de Ahmad-la-Tiña, y tras nuevas zalemas por una y otra parte, se hizo contar toda la aventura, y le dijo: "¡Pues entonces el palacio encantado del mago te corresponde por derecho propio, ya que una de tus cuatro esposas va a ser Kamaria! ¡Allí celebraremos tus bodas cuádruples! Voy al instante a llevar a Zeinab de tu parte los presentes y a decidir a su tío Zoraik a que te la conceda en matrimonio. ¡Y te lo prometo que no rehusará esta vez el viejo bribón! ¡En cuanto a Mahmud el Aborto no podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al entrar tú en su familia...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló discreta.
PERO CUANDO LLEGO LA 465* NOCHE
Ella dijo.
"¡ . . . En cuanto a Mahmud el Aborto, no podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al entrar tú en la familia!"
Cuando hubo dicho estas palabras, Hassán-la-Peste cogió el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro y fue al khan de las palomas, donde encontró a Dalila y a Zeinab dedicadas precisamente a repartir la comida a las palomas. Después de las zalemas, les dijo que hicieran ir a Zoraik, les hizo ver los presentes nupciales que habían reclamado para dote de Zeinab, y les dijo: "¡Ahora es imposible cualquier repulsa! ¡Si no, sería la ofensa para mí, para Hassán!" Y Dalila y Zoraik aceptaron los presentes, y dieron su consentimiento para el casamiento de Zeinab con Alí Azogue.
Al día siguiente Alí Azogue fue a tomar posesión del palacio del judío Azaria; y aquella noche, ante el kadí y los testigos por una parte, y ante Ahmad-la-Tiña con sus cuarenta y Hassán-la-Peste con su cuarenta por otra parte, se extendió el contrato de matrimonio de Alí Azogue con Zeinab, hija de Dalila; con Kamaria, hija de Azaria; con la hija del prendero y con la joven esclava del prendero. Y se celebraron suntuosamente las ceremonias de los cuatro casamientos. Y sin duda era Zeinab, según todas las mujeres del cortejo, la más atrayente y la más bella bajo sus velos de desposada. Y por cierto que iba vestida con el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro; y las otras tres jóvenes se mostraban a su alrededor como las estrellas alrededor de la luna.
Así es que aquella misma noche Alí Azogue comenzó a hacer sus visitas nupciales, penetrando primero en su esposa Zeinab. Y se encontró con que era una verdadera perla imperforada y una cabalgadura sin montar aún. Y se deleitó con ella hasta el límite del deleite, y luego penetró por turno en cada una de sus otras tres esposas. Y como las halló absolutamente perfectas de belleza y de virginidad, se deleitó también con ellas y les tomó lo que tenía que tomarles y les dio lo que tenía que darles, y se hizo por una y otra parte con toda generosidad y a completa satisfacción.
Respecto de los festines dados con ocasión de las bodas, duraron treinta días y treinta noches; y no se perdonó nada para que fuesen dignos de su dispensador. Y hubo regocijo, y se rio, y se cantó, y se divirtieron extremadamente los invitados.
Cuando se terminaron los festejos, Hassán-la-Peste fue en busca de Azogue, y después de reiterarle sus felicitaciones, le dijo: "¡Ya Alí! ¡he aquí que te llegó la hora de ser presentado a nuestro amo el califa para que te otorgue sus favores!" Y le llevó al diwán, donde no tardó en hacer su entrada el califa.
Al ver a Alí Azogue, el califa quedó muy encantado; porque en verdad que la buena cara del joven predisponía en favor suyo, y la belleza podía dar fe de que le reconocía como su elegido. Y empujado por Hassán-la-Peste, Alí Azogue avanzó ante el califa y besó la tierra entre sus manos. Luego se levantó, y cogiendo una bandeja que tenía cubierta Lomo-de-Camello con un paño de seda, la descubrió ante el califa. Y se vió la cabeza cortada del judío Azaria, el mago.
Asombró aquello al califa, que hubo de preguntar: "¿De quién es esta cabeza?" Y contestó Azogue: "¡Del mayor de tus enemigos, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Su propietario era un insigne mago capaz de destruir Bagdad con todos sus palacios!" Y contó a Harún Al-Raschid toda la historia desde el principio hasta el fin sin omitir un detalle.
Aquella historia maravilló al califa de tal modo, que al instante nombró a Azogue intendente general de policía, con la misma categoría, las mismas prerrogativas y los mismos emolumentos que Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste; luego le dijo: "¡Vivan los bravos como tú, ¡ya Alí! ¡Quiero que me pidas alguna cosa mas!" Azogue contestó: "¡La eterna duración de la vida del califa, y permiso para hacer venir de El Cairo, mi patria, a mis cuarenta compañeros antiguos para tenerles aquí como guardias, al igual de los de mis dos colegas!" Y contestó el califa: "¡Ya puedes hacerlo!" Luego ordenó a los más hábiles escribas del palacio que escribieran cuidadosamente aquella historia y la encarpetaran en los archivos del reino para qué a la vez sirviese de lección y de diversión a los pueblos musulmanes y a todos los futuros creyentes en Alah y en su profeta Mahomed, el mejor de los hombres (¡con El la plegaria y la paz!).
¡Y vivieron todos la vida más deliciosa y más alegre, hasta que fué a visitarles la Destructora de Alegrías y la Separadora de los Amigos!
¡Y tal es como ha llegado a mí, con todos sus detalles exactos, oh rey afortunado! la historia verídica de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera con Ahmad-la-Tiña, Hassán-la-Peste, Alí Azogue y Zoraik, el vendedor de pescado frito! ¡Pero Alah (¡glorificado y exaltado sea!) es más sabio y más penetrante!
Luego añadió Schehrazada: "No creas, sin embargo, ¡oh rey afortunado! que esta historia es más verídica que la de JUDER EL PESCADOR y sus hermanos". Y en seguida contó:
HISTORIA DE JUDER EL PESCADOR O EL SACO ENCANTADO