HISTORIA DEL PASTEL HILADO CON MIEL DE ABEJAS Y DE LA ESPOSA CALAMITOSA DEL ZAPATERO REMENDON
Y dijo:
Se cuenta entre lo que se cuenta, ¡oh rey del tiempo! que en la ciudad fortificada de El Cairo había un zapatero remendón de natural excelente y con todas las simpatías. Y se ganaba la vida componiendo babuchas viejas. Se llamaba Maruf, y estaba afligido por Alah el Retribuidor (¡exaltado sea en toda circunstancia!) de una esposa calamitosa macerada en la pez y en la brea, y que se llamaba Fattumah. Pero sus vecinos habíanla apodado la "Boñiga caliente"; porque en verdad que era un emplasto insoportable para el corazón de su esposo el zapatero remendón y un azote negro para los ojos de quienes se acercaban a ella. Y aquella calamitosa usaba y abusaba de la bondad y de la paciencia de su hombre, y le insultaba y le injuriaba mil veces al día y no le dejaba descansar de noche. Y el infortunado llegó a temer la maldad de ella y a temblar por sus fechorías, pues era un hombre tranquilo, prudente, sensible y celoso de su reputación, aunque humilde y de condición pobre.
Y para evitar escándalos y gritos, tenía costumbre de gastar cuanto ganaba, satisfaciendo así las exigencias de su seca, mala y áspera mujer. Y si, por desgracia, le ocurría que no ganase en la jornada bastante, durante toda la noche resonaban en sus oídos y le abrumaban la cabeza escenas espantosas, sin tregua ni remisión. Y de tal modo, le hacía pasar ella noches más negras que el libro de su destino. Y podría aplicársele el dicho del poeta:
¡Cuántas noches sin alma me paso al lado de la polilla patuda de mi esposa!
¡Ah! ¡lástima que en la noche fúnebre de mis bodas no le hubiese dado una copa de veneno frío para hacerle estornudar su alma!
Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la paciencia...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 960ª NOCHE
Ella dijo:
...Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la paciencia, he aquí lo que le sucedió.
Pues que su esposa fué a buscarle un día, -¡Alah aleje de nosotros días parecidos!- y le dijo: "¡Oh Maruf! quiero que esta noche, al volver a casa, me traigas un pastel de kenafa hilado con miel de abejas". Y el pobre Maruf contestó: "¡Oh hija del tío! si Alah el Generoso quiere ayudarme a ganar el dinero necesario para comprar la kenafa con miel de abejas, sin duda te la compraré, por encima de mi cabeza y de mis ojos. El caso es que hoy ¡por el Profeta! (¡con El la plegaria y la paz!) no tengo la menor moneda. Pero Alah es misericordioso y nos allanará las cosas difíciles". Y la endemoniada exclamó: "¿Qué estás hablando de la intervención de Alah en tu favor? ¿Acaso crees que, para satisfacer mis ganas de pastel, voy a esperar a que la bendición de Alah vaya a ti o no vaya a ti? No, por vida mía, no me agrada esa manera de hablar. Ganes o no ganes en la jornada, necesito una onza de kenafa hilada con miel de abejas; y en modo alguno consentiré que se quede sin satisfacer cualquier deseo mío. Y si, por tu desdicha, vuelves a casa esta noche sin la kenafa, haré que para su cabeza sea la noche más negra que el Destino que te puso entre mis manos". Y el infortunado Maruf suspiró: "¡Alah es Clemente y Generoso y El es mi único recurso!" Y el pobre salió de su casa, y le rezumaban la pena y la aflicción en la piel de la frente.
Y fué a abrir su tienda en el zoco de los zapateros remendones, y alzando sus manos al cielo, dijo: "¡Te suplico, Señor, que me hagas ganar el importe de una onza de esa kenafa, y en la noche próxima me libre de la perversidad de esa mala mujer!"
Pero, por más que esperó en su miserable tienda, nadie fué a llevarle trabajo; de modo que al fin de la jornada no había ganado ni con qué comprar el pan de la cena. Entonces, con el corazón encogido y lleno de espanto por lo que le esperaba de su mujer, cerró su tienda y emprendió tristemente el camino de su casa. Y he aquí que, al cruzar los zocos, pasó precisamente por delante de la tienda de un pastelero que vendía kenafa y otros pasteles, al cual conocía y le había compuesto calzado en otras ocasiones. Y el pastelero vió que Maruf iba lleno de desesperación y con la espalda agobiada como bajo el fardo de una pesada pena. Y le llamó por su nombre, y entonces vió que tenía los ojos anegados en lágrimas y el rostro pálido y deplorable. Y le dijo: "¡Oh maese Maruf! ¿por qué lloras? ¿Y cuál es la causa de tu pena? ¡Ven! Entra aquí a descansar y a contarme qué desgracia te aflige". Y Maruf se acercó al hermoso escaparate del pastelero, y después de las zalemas, dijo: "¡No hay recurso más que en Alah el Misericordioso! El Destino me persigue y me niega el pan de la cena". Y como el pastelero insistiera para saber pormenores precisos, Maruf le puso al corriente de la exigencia de su mujer y de la imposibilidad de comprar no solamente la kenafa consabida, sino ni siquiera un simple pedazo de pan, por falta de ganancia en la jornada.
Cuando el pastelero hubo oído estas palabras de Maruf, se rió con bondad, y dijo: "¡Oh maese Maruf! ¿me dirás, al menos, cuántas onzas de kenafa desea que le lleves la hija de tu tío?". El zapatero contestó: "Puede que tenga bastante con cinco onzas". El pastelero añadió: "No hay inconveniente. Voy a fiarte cinco onzas de kenafa, y ya me darás su importe cuando descienda sobre ti la generosidad del Retribuidor". Y del bandejón donde nadaba la kenafa entre manteca y miel, cortó un voluminoso pedazo que pesaba bastante más de cinco onzas, y se lo entregó a Maruf, diciéndole: "Esta kenafa hilada es un pastel digno de servirse en las bandejas de un rey. Debo decirte, sin embargo, que no está azucarada con miel de abejas, sino con miel de caña de azúcar; porque de esta manera resulta más sabrosa". Y el pobre Maruf, que no sabía la diferencia que hay entre la miel de abejas y la de caña de azúcar, contestó: "Se agradece de mano de la generosidad". Y quiso besar la mano del pastelero, que se negó a ello vivamente, y que le dijo además: "Este pastel está destinado a la hija de tu tío; pero tú ¡oh Maruf! no vas a quedarte sin cenar nada. Mira, toma este pan y este queso, beneficio de Alah, y no me des las gracias por ello, pues no soy más que su intermediario". Y entregó a Maruf, al mismo tiempo que el sublime pastel, un panecillo reciente, hueco y oloroso, y una rueda de queso blanco envuelto en hojas de higuera. Y Maruf, que en toda su vida había poseído tanto de una vez, no sabía ya qué hacer para dar gracias al caritativo pastelero, y acabó por marcharse, alzando los ojos al cielo para ponerle por testigo de su gratitud a su bienhechor.
Y llegó a su casa, cargado con la kenafa, con el hermoso panecillo y con la rueda de queso blanco. Y en cuanto entró, gritóle su mujer con voz agria y amenazadora: "¿Qué, has traído la kenafa?". El contestó: "¡Alah es generoso. Hela aquí". Y puso ante ella el plato que le había prestado el pastelero, donde se mostraba, con toda su hermosura de pastel fino, la kenafa tostada e hilada.
Pero no bien posó los ojos en el plato, la calamitosa lanzó un grito estridente de indignación, golpeándose las mejillas, y dijo: "¡Alah maldiga al Lapidado! ¿No te dije que me trajeras una kenafa preparada con miel de abejas? ¡Y he aquí que, para mofarte de mí, me traes una cosa hecha con miel de caña de azúcar! ¿Acaso creías que ibas a engañarme y que no descubriría yo la superchería? ¡Ah, miserable! por lo visto, quieres matarme de deseos reconcentrados". Y el pobre Maruf, aterrado por toda aquella cólera que a la sazón estaba lejos de prever, balbuceó excusas con temblorosa voz, y dijo: "¡Oh hija de gentes de bien! no he comprado esta kenafa, pues mi amigo el pastelero, a quien Alah ha dotado de un corazón caritativo, ha tenido piedad de mi estado, y me la ha fiado sin fijar plazo para el pago". Pero la espantosa diablesa exclamó: "Cuanto estás diciendo no es más que palabrería, y no le doy ningún crédito. Toma, quédate con tu kenafa con miel de caña de azúcar. ¡Yo no la como!" Y así diciendo, le tiró a la cabeza el plato de kenafa, continente y contenido, y añadió: "¡Levántate ahora, ¡oh alcahuete! y ve a buscarme kenafa preparada con miel de abejas". Y juntando la acción a la palabra, le asestó en la mandíbula un puñetazo tan terrible, que le rompió un diente, y la sangre le corrió por la barba y el pecho.
Ante esta última agresión de su esposa, enloquecido y perdiendo por fin la paciencia, Maruf hizo un ademán rápido, golpeando ligeramente en la cabeza a la diablesa. Y ésta, más furiosa todavía por aquella manifestación inofensiva de su víctima, se precipitó sobre él y le agarró por la barba a manos llenas, y se colgó a plomo de aquella barba, gritando a plenos pulmones: "¡Socorro, ¡oh musulmanes! que me asesina... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 961ª NOCHE
Ella dijo:
... Y ésta, más furiosa todavía por aquella manifestación inofensiva de su víctima, se precipitó sobre él y le agarró por la barba a manos llenas, y se colgó a plomo de los pelos de aquella barba, gritando a plenos pulmones: "¡Socorro, ¡oh musulmanes! que me asesina!" Y a sus gritos acudieron los vecinos, e intervinieron entre ambos, y a duras penas libraron la barba del desgraciado Maruf de los dedos crispados de su calamitosa esposa. Y vieron que tenía el rostro ensangrentado, la barba manchada y un diente roto, sin contar los pelos de la barba que hubo de arrancarle aquella mujer furiosa. Y conociendo ya de larga fecha su indigna conducta para con el pobre hombre, y al ver también las pruebas que demostraban palpablemente que una vez más era él víctima de aquella calamitosa, la sermonearon y la dirigieron discursos razonables, que hubiesen llenado de vergüenza y corregido para siempre a cualquiera que no fuese ella. Y tras de regañarla así, añadieron: "¡Todos nosotros acostumbramos a comer con gusto la kenafa preparada con miel de caña de azúcar; y la encontramos mucho mejor que la preparada con miel de abejas! ¿Dónde está, pues, el crimen que ha cometido tu pobre marido para merecer tantos malos tratos como le infliges, y para que le rompas un diente y le arranques la barba?" Y la maldijeron con unanimidad, y se fueron por su camino.
No bien se marcharon, la terrible diablesa se dirigió a Maruf, que durante toda aquella escena había permanecido silencioso en su rincón, y le dijo en voz tan baja como odiosa: "¡Ah! ¿conque te dedicas a amotinar en contra mía a los vecinos? Está bien. Pero ya verás lo que va a ocurrirte". Y fué a sentarse no lejos de allí, mirándole con ojos de tigresa, y meditando contra él proyectos aterradores.
Y Maruf, que lamentaba sinceramente su ligero movimiento de impaciencia, no sabía qué hacer para calmarla. Y se decidió a recoger la kenafa que yacía en el suelo entre los cascotes del plato, y limpiándola cuidadosamente, se la ofreció con timidez a su esposa, diciéndole: "Por tu vida, ¡oh hija del tío! come, a pesar de todo, un poco de esta kenafa, y mañana, si Alah quiere, te traeré de la otra". Pero ella le rechazó de un puntapié, gritándole: "Vete de ahí con tu pastel. ¡oh perro de los zapateros remendones! ¿Crees que voy a tocar lo que te produce tu oficio de alcahuete de las pastelerías? ¡Inschalah! ya me arreglaré mañana para dejarte más ancho que largo".
Entonces, rechazado de tal suerte en su postrera tentativa de avenencia, el desgraciado pensó en aplacar el hambre que le torturaba desde por la mañana, pues no había comido nada en todo el día. Y se dijo: "Ya que ella no quiere comerse esta kenafa excelente, me la comeré yo". Y se sentó ante el plato, y se puso a comer aquel delicado manjar que le acariciaba el gaznate agradablemente. Luego la emprendió con el panecillo hueco y con la rueda de queso, y no dejó ni rastro en la bandeja. ¡Eso fué todo! Y su mujer le miraba hacer con ojos llameantes, y no cesaba de repetirle a cada bocado: "¡Ojalá se te detenga en el gaznate y te ahogue!", o también: "¡Haga Alah que se te vuelva veneno destructor que consuma tu organismo!" y otras amenidades parecidas. Pero Maruf, hambriento, continuaba comiendo concienzudamente sin decir palabra, lo cual acabó por convertir en paroxismo el furor de la esposa, que se levantó de pronto aullando como una poseída, y tirándole a la cara todo lo que encontró a mano, fué a acostarse, insultándole en sueños hasta por la mañana.
Y después de aquella mala noche, Maruf se levantó muy temprano; y vistiéndose a toda prisa, fué a su tienda con la esperanza de que aquel día le favoreciese el Destino. Y he aquí que, al cabo de algunas horas, fueron dos agentes de policía a detenerle por orden del kadí, y le arrastraron por los zocos, con los brazos atados a la espalda, hasta el tribunal. Y con gran estupefacción por su parte, Maruf se encontró delante del Kadí con su esposa, que tenía un brazo lleno de vendas, la cabeza envuelta en un velo ensangrentado, y llevaba en sus dedos un diente roto. Y en cuanto el kadí vió al aterrado zapatero remendón, le gritó: `¡Acércate! ¿No temes que te castigue Alah el Altísimo por hacer sufrir tan malos tratos a esa pobre mujer, esposa tuya, hija de tu tío, y por romperle tan cruelmente el brazo y los dientes?"
Y Maruf, que en su terror había deseado que la tierra se abriese y le tragase, bajó la cabeza, lleno de confusión, y guardó silencio. Porque su amor a la paz y su deseo de poner a salvo su honor y la reputación de su mujer impulsándole a no hacer cargos a la maldita acusándola y revelando sus fechorías, para lo cual hubiera podido llamar como testigos a todos los vecinos, si preciso fuera. Y el kadí, convencido de que aquel silencio era prueba de la culpabilidad de Maruf, ordenó a los ejecutores de las sentencias que le derribaran y le administraran cien palos en la planta de los pies. Lo cual fué ejecutado en el acto ante la maldita, que se derretía de gusto.
Al salir del tribunal, apenas podía arrastrarse Maruf. Y como prefería morir de muerte roja antes que regresar a su casa y volver a ver el rostro de la calamitosa, se metió en una casa en ruinas que erguíase a orillas del Nilo, y allí, rodeado de privaciones y de desamparo, esperó a curarse de los golpes que le habían hinchado los pies y las piernas. Y cuando al fin pudo levantarse, se inscribió como marinero a bordo de una dahabieh que iba por el Nilo. Y llegado que hubo a Damieta, partió en una falúa, colocándose de restaurador de velas, y confió su destino al Dueño de los
destinos.
Al cabo de varias semanas de navegación, la falúa fué asaltada por una tempestad espantosa, y zozobró, hundiéndose en el fondo del mar, el continente con el contenido. Y naufragó y murió todo el mundo. Y Maruf naufragó también, pero no murió. Porque Alah el Altísimo veló por él y le libró de ahogarse, poniéndole al alcance de la mano un trozo del palo mayor. Y Maruf se agarró a él, y consiguió ponerse a horcajadas encima, gracias a los esfuerzos extraordinarios de que le hicieron capaz el peligro y el apego al alma, que es preciosa. Y se puso entonces a batir el agua con sus pies, a manera de remos, en tanto que las olas jugueteaban con él y le hacían inclinarse tan pronto a la derecha como a la izquierda. Y así estuvo luchando contra el abismo durante un día y una noche. Tras de lo cual, le arrastraron el viento y las corrientes hasta la costa de un país en que se alzaba una ciudad de casas bien construidas.
Y en un principio quedó tendido en la playa sin movimiento y como desmayado. Y no tardó en dormirse con un sueño profundo. Y cuando se despertó, vió inclinado sobre él a un hombre magníficamente vestido, detrás del cual estaban dos esclavos con los brazos cruzados. Y el hombre rico miraba a Maruf con atención singular. Y cuando vió que se había despertado por fin, exclamó: "Loores a Alah, ¡oh extranjero! y bien venido seas a nuestra ciudad". Y añadió: "Por Alah sobre ti, date prisa a decirme de qué país eres y de qué ciudad, pues en lo que te queda de ropa creo notar que eres del país de Egipto". Y Maruf contestó: "Es verdad, ¡oh mi señor! que soy un habitante entre los habitantes del país de Egipto, y la ciudad de El Cairo es la ciudad donde he nacido y donde residía". Y el hombre rico le preguntó, con la voz conmovida: "¿Y será indiscreción preguntarte en qué calle de El Cairo residías?" El aludido contestó: "En la calle Roja, ¡oh mi señor!" El otro preguntó: "¿Y qué personas conoces en esa calle? ¿Y cuál es tu oficio, ¡oh hermano mío!?".
El aludido contestó: "Tengo el oficio y profesión ¡oh mi señor! de zapatero remendón de calzado viejo. En cuanto a las personas que conozco, son las gentes vulgares de mi especie, aunque muy honorables y respetables. Y si quieres saber sus nombres, he aquí algunos". Y le enumeró los nombres de diversas personas conocidas suyas que habitaban en el barrio de la calle Roja. Y el hombre rico, cuyo rostro iba iluminándose de alegría a medida que se hacía más concreta la conversación habida entre ellos, preguntó: "Y conoces ¡oh hermano mío! al jeique Ahmad, el mercader de perfumes?" El zapatero contestó: "¡Alah prolongue sus días! Es mi vecino de pared por medio". El hombre rico preguntó: "¿Está bueno?" El zapatero contestó: "Está bueno, gracias a Alah". El hombre rico preguntó: "¿Cuántos hijos tiene ahora?". El zapatero contestó: "Los que antes: tres. ¡Alah se los conserve! Mustafá, Mohammad y Alí". El hombre rico preguntó: `¿Qué hacen?" El zapatero contestó: "Mustafá, el mayor, es maestro de escuela en una madrassah. Está reconocido como sabio, que se sabe de memoria todo el Libro Santo, y puede recitarlo de siete maneras diferentes. El s segundo, Mohammad, es droguero y mercader de perfumes, como su padre, que le ha abierto una tienda cerca de la suya para celebrar el nacimiento de un hijo que ha tenido. En cuanto a Alí, el pequeño (¡Alah le colme con sus más escogidos dones!), era mi camarada de la niñez, y nos pasábamos los días jugando juntos y haciendo mil trastadas a los transeúntes. Pero un día mi amigo Alí hizo lo que hizo con un mancebo cofto, hijo de nazarenos, que fué a quejarse a sus padres por haber sido humillado y violentado de la peor manera. Y mi amigo Alí, para evitar la venganza de aquellos nazarenos, emprendió la fuga y desapareció. Y no volvió a verle nadie más, aunque ya hace de esto veinte años. Alah le preserva y aleje de él los maleficios y las calamidades!".
A estas palabras, el hombre rico echó de pronto los brazos al cuello de Maruf, y le estrechó contra su pecho, llorando, y le dijo: "¡Loado sea Alah, que reúne a los amigos! Yo soy Alí, tu camarada de la niñez. ¡Oh Maruf! el hijo del jeique Ahmad el droguero de la calle Roja...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 962ª NOCHE
Ella dijo:
". . . ¡Loado sea Alah, que reúne a los amigos! Yo soy Alí, tu camarada de la niñez, ¡oh Maruf! el hijo del jeique Ahmad el droguero de la calle Roja".
Y después de los transportes de la más viva alegría por una y otra parte, le rogó que le contara cómo se encontraba en aquella playa. Y cuando se enteró de que Maruf había estado sin comer un día y una noche, le hizo subir con él a las ancas de su mula, y le transportó a su morada, que era un palacio espléndido. Y le trató magníficamente. Y a pesar del deseo que tenía de charlar con él, hasta el día siguiente no fué a verle, pudiendo al fin conversar con él largo y tendido. Y así fué como supo todos los tormentos que había sufrido el pobre Maruf desde el día de su matrimonio con su calamitosa esposa y cómo había preferido dejar su tienda y su país a permanecer por más tiempo expuesto a las fechorías de aquella diablesa. Y también se enteró de la paliza que hubo de recibir su amigo, y de cómo naufragó y estuvo a punto de morir ahogado.
Y a su vez, Maruf se enteró por su amigo Alí de que la ciudad en que se encontraban actualmente era la ciudad de Khaitán, capital del reino de Sohatán. Y también se enteró de que Alah había favorecido a su amigo Alí en los negocios de compra y venta, y le había tornado en el mercader más rico y el notable más respetado de toda la ciudad de Khaitán.
Luego, cuando dieron libre curso a sus expansiones, el rico mercader Alí dijo a su amigo: "¡Oh hermano mío Maruf! has de saber que los bienes que me deparó el Retribuidor no son más que un depósito del Retribuidor entre mis manos. Así, pues, ¿qué mejor manera de colocar ese depósito que confiándote buena parte de él, a fin de que lo hagas fructificar?" Y empezó por darle un saco de mil dinares de oro, le hizo vestir trajes suntuosos, y añadió: "Mañana por la mañana montarás en mi mula más hermosa y te presentarás en el zoco, donde me verás sentado entre los mercaderes más importantes. Y a tu llegada me levantaré para salir a tu encuentro, y me mostraré solícito contigo, y tomaré las riendas de tu mula, y te besaré las manos dándote todas las pruebas posibles de honor y de respeto. Y esta conducta mía te proporcionará al instante gran consideración. Y haré que se te ceda una vasta tienda, cuidando de llenarla de mercaderías. Y luego te haré entablar conocimiento con los notables y los mercaderes más importantes de la ciudad. Y fructificarán tus negocios, con ayuda de Alah, y alejado de la calamitosa hija de tu tío, llegarás al límite del desahogo y del bienestar". Y Maruf, sin poder encontrar expresiones bastantes para manifestar a su amigo todo su reconocimiento, se inclinó para besarle la orla del traje. Pero el generoso Alí se defendió de ello vivamente y besó a Maruf entre ambos ojos, y continuó charlando con él de unas cosas y de otras, relativas a su pasada infancia, hasta la hora de dormir.
Y al día siguiente, Maruf, vestido con magnificencia y ostentando toda la apariencia de un rico mercader extranjero, montó en una soberbia mula baya, ricamente enjaezada, y se presentó en el zoco a la hora indicada. Y entre él y su amigo Alí tuvo lugar con toda exactitud la escena convenida. Y todos los mercaderes quedaron llenos de admiración y de respeto por el recién llegado, sobre todo cuando vieron al ilustre mercader Alí besarle la mano y ayudarle a apearse de la mula, y cuando le vieron a él mismo sentarse con gravedad y lentitud en el sitio que de antemano le había preparado su amigo Alí delante de la nueva tienda. Y fueron todos a interrogar a Alí en voz baja, diciéndole: "¡Indudablemente, tu amigo es un mercader ilustre!" Y Alí les miró con conmiseración, y contestó: "¡Ya Alah! ¿decís un mercader ilustre? Pero si es uno de los primeros mercaderes del Universo, y tiene en el mundo entero más almacenes y depósitos de los que el fuego podría consumir. Y sus asociados y sus agentes y sus oficinas son numerosas en todas las ciudades de la tierra, desde el Egipto y el Yemen hasta la India y los límites extremos de la China. ¡Ah! ya veréis qué clase de hombre es, cuando os sea dado conocerle más íntimamente.
Y en vista de estas seguridades, formuladas con el tono de la más exacta verdad y con el acento más convencido, los mercaderes formaron el mejor concepto acerca de Maruf. Y rivalizaron por hacerle zalemas y cumplidos y darle bienvenidas. Y tuvieron a mucha honra el invitarle a cenar todos, unos tras otros, mientras él sonreía con gesto complaciente y se excusaba por no poder aceptar, pues que ya era huésped de su amigo el mercader Alí. Y el síndico de los mercaderes fué a visitarle, lo cual era contrario en absoluto a la costumbre, que exige sea el recién llegado quien haga la primera visita; y se apresuró a ponerle al corriente de la cotización de las mercancías y de las diversas producciones del país. Y luego, para demostrarle que estaba bien dispuesto a servirle y a hacer circular las mercancías que hubiera traído consigo de los países lejanos, le dijo: "¡Oh mi señor! sin duda habrás traído muchos fardos de paño amarillo. Porque aquí hay una predilección particular por el paño amarillo". Y Maruf contestó sin vacilar: "¿Paño amarillo? ¡Mucho, desde luego!" Y el síndico preguntó: "¿Y tienes mucho paño rojo sangre de gacela?" Y Maruf contestó con seguridad: "¡Ah! en cuanto al paño rojo sangre de gacela, quedaréis satisfechos. Porque los hay de la especie más fina en mis fardos". Y a todas las preguntas análogas, Maruf costeaba siempre: "¡Traigo grandes existencias!" Y entonces le preguntó el síndico tímidamente: "¿Querrías ¡oh mi señor! enseñarme algunas muestras?" Y Maruf, sin amilanarse por la dificultad, respondió con amabilidad. ¡Claro que sí! ¡En cuanto llegue mi caravana!" Y explicó al síndico y a los mercaderes congregados que dentro de unos días esperaba la llegada de una inmensa caravana de mil camellos cargados con fardos de mercancías de todos los colores y todas las variedades. Y la asamblea se asombró prodigiosamente y se maravilló ante el relato de la próxima llegada de aquella fantástica caravana.
Pero su admiración no tuvo límites y superó a toda expresión cuando fueron testigos del hecho siguiente. En efecto, mientras hablaban de tal suerte, abriendo ojos maravillados ante el relato de la llegada de la caravana, se acercó un mendigo al sitio en que estaban y tendió la mano por turno a cada cual. Y unos le dieron una moneda, otros media, y la mayoría, sin darle nada, se limitó a contestar sencillamente: "¡Alah te socorra!" Y Maruf, cuando el mendigo se acercó a él, sacó un gran puñado de dinares de oro y lo puso en la mano del mendigo con tanta naturalidad como si le hubiese dado una moneda de cobre. Y tan absortos quedaron los mercaderes, que reinó en la reunión un silencio imponente y se les confundió el espíritu y se les deslumbró el entendimiento. Y pensaron: "¡Ya Alah, cuán rico debe ser este hombre para mostrarse tan generoso!". Y de aquella manera se atrajo Maruf, de un instante a otro, un gran crédito y una reputación maravillosa de riqueza y de generosidad.
Y la fama de su liberalidad y de sus modales admirables llegó a oídos del rey de la ciudad, el cual mandó al punto llamar a su visir, y le dijo: "¡Oh visir! va a llegar aquí una caravana cargada de inmensas riquezas y que pertenece a un maravilloso mercader extranjero. Pero no quiero que esos bribones de mercaderes del zoco, que ya son demasiado ricos, se aprovechen de la tal caravana. Mejor será, por tanto, que me beneficie de ella yo, con mi esposa, tu señora y mi hija la princesa". Y el visir, que era hombre lleno de prudencia y de sagacidad, contestó: "No hay inconveniente. Pero ¿no te parece ¡oh rey del tiempo! que sería preferible esperar la llegada de esa caravana antes de tomar las medidas oportunas?" Y el rey se enfadó, y dijo: "¿Estás loco? ¿Y desde cuándo se busca carne en casa del carnicero cuando la han devorado los perros? Date prisa a hacer venir cuanto antes a mi presencia al rico mercader extranjero, con objeto de que me entienda yo con él respecto al particular". Y el visir vióse obligado, a despecho de su nariz, a ejecutar la orden del rey.
Y cuando Maruf llegó a presencia del rey, se inclinó profundamente, y besó la tierra entre sus manos, y le hizo un cumplimiento delicado. Y el rey se asombró de su lenguaje escogido y de sus maneras distinguidas, y le dirigió varias preguntas acerca de sus negocios y de sus riquezas. Y Maruf se limitaba a contestar, sonriendo: "Ya lo verá nuestro señor el rey, y quedará satisfecho cuando llegue la caravana". Y el rey se mostró entusiasmado, como todos los demás; y deseoso de saber hasta dónde alcanzaban los conocimientos de Maruf, le enseñó una perla de un tamaño y un brillo maravilloso, que costaba mil dinares lo menos, y le dijo: "¿Tienes perlas de esta especie en los fardos de tu caravana?" Y Maruf tomó la perla, la contempló con aire despectivo, y la tiró al suelo como un objeto sin valor; y poniéndola el talón encima, la pisó con toda su fuerza y la despachurró tranquilamente. Y exclamó el rey, estupefacto: "¿Qué has hecho, ¡oh hombre!? ¡Acabas de romper una perla de mil dinares!" Y Maruf, sonriendo, contestó: "¡Sí, ciertamente, ése era su precio! Pero tengo yo sacos y sacos llenos de perlas infinitamente más gruesas y más hermosas que ésa en los fardos de mi caravana".
Y todavía aumentaron el asombro y la codicia del rey ante aquel discurso; y pensó: "¡Vaya! Es preciso que tome por esposo de mi hija a este hombre prodigioso..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 963ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Vaya! Es preciso que tome por esposo de mi hija a este hombre prodigioso".
Y se encaró con Maruf, y le dijo: "¡Oh honorabilísimo y distinguidísimo emir! ¿quieres aceptar de mí, como presente, como motivo de tu llegada a nuestro país, a mi hija única, servidora tuya? ¡Y la uniré a ti con los lazos del matrimonio, y a mi muerte reinarás en el reino!" Y Maruf, que se mantenía en actitud modesta y reservada, contestó con acento lleno de discreción: "La proposición del rey honra al esclavo que se halla entre sus manos. ¿Pero no crees ¡oh soberano mío! que será mejor esperar, para la celebración del matrimonio, a que llegue mi caravana? Porque la dote de una princesa como tu hija exige de parte mía grandes gastos que no me hallo en estado de hacer en este momento. Pues tendré que pagarte a ti, su padre, como dote de la princesa, lo menos doscientas mil bolsas de mil dinares cada una. Además, habré de distribuir mil bolsas de mil dinares a los pobres y a los mendigos en la noche de bodas, otras mil bolsas a los portadores de regalos y mil bolsas más para los preparativos del festín. También tendré que regalar un collar de cien perlas grandes a cada una de las damas del harén, y entregar como homenaje a ti y a mi tía la reina una cantidad inestimable de joyas y de suntuosidades. Pero todo eso, ¡oh rey del tiempo! no puede hacerse razonablemente mientras no llegue mi caravana".
Y el rey, más deslumbrado que nunca con aquella prodigiosa enumeración, y entusiasmado en lo más profundo de su alma de la reserva, la delicadeza de sentimiento y la discreción de Maruf, exclamó: "¡No, por Alah! Yo solo tomaré a mi cargo todos los gastos de las bodas. En cuanto a la dote de mi hija, ya me la pagarás cuando llegue la caravana. Pues quiero absolutamente que te cases con mi hija lo más pronto posible. Y puedes tomar del tesoro del reino todo el dinero que necesites. Y no tengas ningún escrúpulo en hacerlo, que cuanto me pertenece te pértenece".
Y en aquella hora y en aquel instante llamó a su visir y le dijo: "Ve ¡oh visir! a decir al jeique al-islam que venga a hablar conmigo. Porque quiero ultimar hoy mismo el contrato de matrimonio del emir Maruf con mi hija". Y el visir, al oír estas palabras del rey, bajó la cabeza con un aire de desagrado. Y como el rey se impacientara, se acercó a él y le dijo en voz baja: "¡Oh rey del tiempo, no me gusta este hombre, y su aspecto no me dice nada bueno.Por tu vida, espera al menos, para darle en matrimonio tu hija, a que tengamos alguna certeza respecto a su caravana. ¡Pues, hasta el presente, no tenemos más que palabras y palabras! Además, una princesa como tu hija ¡oh rey! pesa en la balanza más que lo que pueda tener en su mano este
hombre desconocido".
Y al oír estas palabras, el rey vió ennegrecerse el mundo ante su rostro, y gritó al visir: "¡Oh traidor execrable que odias a tu amo! no hablas así, tratando de disuadirme de ese matrimonio, más que porque deseas casarte tú mismo con mi hija. ¡Pero eso está muy lejos de tu nariz! Cesa, pues, de querer sembrar en mi espíritu la turbación y la duda respecto a ese admirable hombre rico de alma delicada, de maneras distinguidas, pues si no, mi indignación por tus pérfidos discursos te dejará más ancho que largo". Y añadió, muy excitado: "¿0 acaso quieres que mi hija se me quede en los brazos, envejecida y desdeñada por los pretendientes? ¿Podré encontrar jamás yerno semejante a éste, perfecto en todos sentidos, y generoso y reservado y encantador, que sin duda alguna amará a mi hija, y le regalará cosas maravillosas, y nos enriquecerá a todos, desde el más grande al más pequeño? ¡Vamos, anda, y ve a buscar al jeique al-islam!"
Y el visir se marchó, con la nariz alargada hasta los pies, a buscar al jeique al-islam, que al punto fué a palacio y se presentó al rey. Y acto seguido extendió el contrato de matrimonio.
Y se adornó e iluminó la ciudad entera, por orden del rey. Y no había por doquiera más que festejos y regocijos. Y Maruf, el zapatero remendón, aquel pobre que había visto la muerte negra y la muerte roja y probado todas las calamidades, se sentó en un trono en el patio del palacio. Y presentóse ante él una multitud de bailarinas, de luchadores, de tañedores de instrumentos, de tamborileros, de saltimbanquis, de bufones y de alegres charlatanes, para divertirle y divertir al rey y a los grandes de palacio. Y desplegaron toda su destreza y sus talentos. Y Maruf hizo que el propio visir le llevara sacos y sacos llenos de oro, y se puso a coger dinares y a arrojarlos a puñados a todo aquel pueblo tamborileante, danzante y ululante. Y el visir, muriéndose de despecho, no tenía ni un instante de reposo, obligado a llevar sin tregua nuevos sacos de oro.
Y aquellas diversiones y aquellas fiestas y aquellos regocijos duraron tres días y tres noche; y el cuarto día por la tarde fué el día de las bodas y de la penetración. Y el cortejo de la recién casada era de una magnificencia inusitada, porque así lo había querido el rey; y a su paso, cada dama colmaba a la princesa de regalos que iban recogiendo las mujeres del séquito. Y de tal modo se la condujo a la cámara nupcial, en tanto que Maruf decía para sí: "¡Vaya, vaya, vaya! ¡Suceda lo que suceda! ¿A mí qué me importa? Así lo ha querido el Destino. No hay que huir ante lo inevitable. ¡Cada cual lleva su destino atado al cuello! Todo esto te ha sido escrito en el libro de la suerte, ¡oh remendón de calzado viejo! ¡oh vapuleado por tu mujer! ¡oh Maruf! ¡oh mono!"
Y el caso es que, cuando se retiraron todos y Maruf se encontró solo en presencia de su esposa la joven princesa, acostada perezosamente bajo el mosquitero de seda, se sentó en el suelo, y golpeándose las manos una contra otra, aparentó ser presa de violenta desesperación. Y como permaneciera en aquella actitud sin moverse, la joven sacó la cabeza por el mosquitero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 964ª NOCHE
Ella dijo:
... la joven sacó la cabeza por el mosquitero, y dijo a Maruf: "¡Oh mi hermoso señor! ¿por qué te quedas ahí lejos de mí, presa de la tristeza?" Y lanzando un suspiro, contestó Maruf con esfuerzo: "¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Todopoderoso!" Y ella le preguntó, emocionada: "¿A qué viene esa exclamación, ¡oh mi señor!? ¿Me encuentras fea o contrahecha, o acaso es otra la causa de tu pena? ¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡Habla y no me ocultes nada, ya sidi!" Y Maruf contestó, lanzando un nuevo suspiro: "¡Todo esto, ya lo ves, es culpa de tu padre!". Y ella preguntó: "¿Qué es eso? ¿Y de qué tiene culpa mi padre?" El dijo: "¿Cómo? ¿No has notado que me he mostrado avaro, de una avaricia sórdida, contigo y con las damas de palacio? ¡Ay! ¡muy culpable es tu padre por no haberme permitido esperar a la llegada de mi caravana para casarme! Entonces te habría regalado algunos collares de cinco o seis sartas de perlas gordas como huevos de paloma, algunos hermosos trajes como no los tienen las hijas de los reyes, y algunas joyas no del todo indignas de tu rango. Además, hubiera podido mostrar una mano menos cerrada a tus padres y a tus invitados. Pero ¿cómo ha de ser? tu padre me ha comprometido con su idea de llevar las cosas demasiado de prisa; y con ello ha cometido para conmigo una acción análoga a la que comete el que quema la hierba verde aún". Pero la joven le dijo: "Por vida tuya, no te apenes así por esas pequeñeces; y no te desazones más. Levántate ya, quítate la ropa, y ven pronto a mi
lado para que nos deleitemos juntos. Y desecha todas esas ideas de regalos y otras cosas parecidas que nada tienen que ver con lo que debemos hacer esta noche. En cuanto a la caravana y a las riquezas, me tienen sin cuidado. ¡Lo que yo te pido ¡oh galán! es mucho más sencillo y más interesante que eso! Animo, pues, y consolida tus riñones para el combate". Y Maruf contestó: "¡Está bien! ¡allá va! ¡allá va!"
Y así diciendo, se desnudó prestamente y avanzó, apuntando a la princesa por debajo del mosquitero. Y se echó al lado de aquella tierna joven, pensando: "¡Soy yo mismo, Maruf, soy yo mismo, el antiguo remendón de calzado de la calle Roja de El Cairo! ¿Dónde estaba y dónde estoy?"
Y acto seguido tuvo lugar la refriega de piernas y de brazos, de muslos y de manos. Y se inflamó el combate. Y Maruf puso la mano en las rodillas de la joven, que se irguió al punto y refugióse en su regazo. Y el labio habló en su lengua a su hermano; y llegó la hora que hace olvidarse al niño de su padre y de su madre. Y la estrechó con fuerza contra él para exprimir toda la miel y que todas las libaciones fuesen directas. Y la deslizó la mano por debajo de la axila izquierda, y al punto se enderezaron los músculos vitales de él y se ofrecieron las partes vitales de ella. Y apoyó él su mano izquierda en el pliegue de la ingle derecha de ella, y al punto gimieron todas las cuerdas de ambos arcos. Entonces la golpeó entre los dos senos, y de repente el golpe repercutió entre los dos muslos, no se sabe cómo. Y en seguida se ciñó a la cintura las dos piernas de la princesa, y apuntó al atrevido en las dos direcciones, gritando: "A mí, ¡oh padre de los besadores!" Y rellenó lo que tenía que rellenar, y encendió la mecha, y enhebró la aguja e hizo deslizarse a la anguila en el fuego que chisporrotea, utilizando todas las tranquillas, mientras sus ojos decían: "¡Brilla!", su lengua decía: "¡Chilla!", sus dientes decían "¡Desportilla!", su mano derecha decía: "¡Haz cosquillas!", su mano izquierda decía: "¡Pilla!" sus labios decían: "¡Chiquilla!" y su barrenilla decía: "Menea tu quilla, ¡oh mimosilla muchachilla! ¡oh perla en la orilla! estírate y encógete en tu silla, ¡oh bienamada costilla!" Y así diciendo, la ciudadela quedó agujereada por las cuatro junturas, y se desarrolló la heroica aventura, sin mataduras, pero con anchas desgarraduras; sin amarguras, pero con mordeduras; sin fisuras, pero con rompeduras, ensanchaduras y rozaduras; sin pavura ni dolorosa cura ni curvatura, pero con rechinar de coyunturas del cabalgador de buena estatura y de la montura de hermosa figura, y todo se llevó a cabo con desenvoltura y con mucha premura. ¡Loores al Dueño de las criaturas que a la joven la madura para todas las posturas, y al joven le hace don de su fuerte natural con vistas a la futura progenitura!
Y tras de una noche pasada enteramente en las delicias de los abrazos, de las succiones y de los restregones, Maruf se decidió por fin a ir al hammam, acompañado por los suspiros de contento y de sentimiento de la joven. Y después de tomar su baño, y ponerse un traje magnífico, se fué al diván, y se sentó a la diestra de su tío el rey, padre de su esposa, para recibir los cumplimientos y felicitaciones de los emires y de los grandes. Y con la propia autoridad mandó buscar a su enemigo el visir, y le ordenó que distribuyera ropones en honor a todos los presentes e hiciera dádivas innumerables a los emires y a las esposas de los emires, a los grandes de palacio y a sus esposas, a los guardias y a sus esposas, y a los eunucos, grandes y pequeños, jóvenes y viejos. Además, hizo traer sacos de dinares, y se puso a sacar de ellos el oro a puñados y a repartirlo entre cuantos le deseaban. Y de este modo todo el mundo le bendijo y le amó e hizo votos por su prosperidad y su larga vida.
Y de tal suerte transcurrieron veinte días, empleados por Maruf en hacer dádivas incalculables de día, y en refocilarse a su antojo de noche con su esposa la princesa, que estaba prendada apasionadamente de él.
Al cabo de aquellos veinte días, durante los cuales no se tuvo la menor noticia de la caravana de Maruf, las prodigalidades y locuras de Maruf habían ido tan lejos, que una mañana quedó completamente agotado el tesoro, y al abrir el armario de los sacos, el visir observó que estaba absolutamente vacío y que ya no quedaba nada que coger. Entonces, en el límite de la perplejidad, y con el alma llena de furor reconcentrado, fué a presentarse entre las manos del rey, y le dijo: "Alah aleje de nosotros las malas noticias, ¡oh rey! Pero a fin de no incurrir, con mi silencio, en tus reproches justificados, debo decirte que el tesoro del reino está completamente exhausto, y que la maravillosa caravana de tu yerno el emir Maruf no ha llegado todavía para llenar los sacos vacíos". Y el rey, al oír estas palabras, dijo un poco preocupado: "¡Sí, por Alah! la verdad es que esa caravana se retrasa un tanto. Pero llegará, ¡inschalah!" Y el visir sonrió, y dijo: "¡Alah te colme con sus gracias, ¡oh mi señor! y prolongue tus días! ¡Pero el caso es que hemos caído en las calamidades peores desde que llegó a nuestro país el emir Maruf! Y en el estado actual de cosas, no veo puerta de salida para nosotros. ¡Porque, de un lado, está vacío el tesoro, y de otro, tu hija es ya la esposa de ese extranjero, de ese desconocido! ¡Alah nos guarde del Maligno, del Lejano, del Maldito, del Lapidado! ¡Nuestra situación es una situación muy mala!" Y el rey, que ya empezaba a inquietarse y a impacientarse, contestó: "Tus palabras me cansan y me pesan sobre mi entendimiento. En lugar de discurrir de ese modo, harías mejor en indicarme el medio de remediar la situación, y sobre todo, en probarme que mi yerno, el emir Maruf, es un impostor o un embustero". Y el visir contestó: "Verdad dices, ¡oh rey! y ésa es una idea excelente. Hay que probar antes de condenar. Pero, para saber la verdad, nadie podrá prestarnos un concurso rnás precioso que tu hija la princesa. Porque nadie está tan cerca del secreto del marido como la esposa. Hazla, pues, venir aquí, con el fin de que yo pueda interrogarla desde el otro lado de la cortina que nos separa, e informarme así acerca de lo que nos interesa". Y el rey contestó "No hay inconveniente. ¡Y por vida de mi cabeza, que si llega a probarse que mi yerno nos ha engañado, le haré morir con la muerte peor y le daré a gustar la defunción más negra!"
Y al punto mandó que rogaran a su hija la princesa que se presentase en la sala de reunión. Y ordenó correr entre ella y el visir una ancha cortina, detrás de la cual se sentó ella. Y todo esto se dijo, combinó y ejecutó en ausencia de Maruf.
Y cuando hubo reflexionado en sus preguntas y combinado su plan, el visir dijo al rey que estaba dispuesto. Y por su parte, la princesa dijo a su padre, desde detrás de la cortina: "Heme aquí, ¡oh padre mío! ¿Qué deseas de mí?" El rey contestó: "Que hables con el visir". Y preguntó ella entonces al visir: "Pues bien, visir, ¿qué quieres?" El visir dijo: "¡Oh mi señora! debes saber que el tesoro del reino está completamente vacío, debido a los gastos y prodigalidades de tu esposo el emir Maruf. Además, no tenemos noticias de la asombrosa caravana, cuya llegada nos ha anunciado con tanta frecuencia. Así es que tu padre el rey, inquieto por tal estado de cosas, ha creído que sólo tú podrías ilustrarnos respecto al particular, diciéndonos lo que piensas de tu esposo, y el efecto que ha producido en tu espíritu, y las sospechas que hayan concebido acerca de él durante estas veinte noches que ha pasado contigo".
Al oír estas palabras del visir, la princesa contestó desde detrás de la cortina: "¡Alah colme con sus gracias al hijo de mi tío, el emir Maruf! ¿Qué pienso de él? Pues ¡por mi vida! nada más que cosas buenas. No hay en la tierra nervio de confitura que sea comparable al suyo en dulzura, sabor y gusto. Desde que soy su esposa engordo y me hermoseo, y todo el mundo, maravillado de mi buena cara, dice a mi paso: "¡Alah la preserve del mal de ojo y la libre de los envidiosos y de los embaucadores!" ¡Ah! Maruf, el hijo de mi tío, es una pasta de delicias, constituye mi alegría y yo constituyo la suya. ¡Alah nos deje al uno para el otro!"
Y al oír aquello, el rey se encaró con el visir, a quien se le alargaba la nariz, y le dijo: "¡Ya lo ves! ¿Qué te había dicho yo? ¡Mi yerno Maruf es un hombre admirable, y tú, por tus sospechas, mereces que te empale!" Pero el visir, volviéndose hacia la cortina, preguntó: "¿Y la caravana, ¡oh mi señora!? ¿y la caravana que no llega?" Ella contestó: "¿Y a mí qué me importa eso? Llegue o no llegue, ¿aumentaría o disminuiría mi dicha?" Y el visir dijo: "¿Y quién te alimentará ahora que los armarios del tesoro están vacíos? ¿Y quién atenderá a los gastos del emir Maruf ?" Ella contestó: "Alah es generoso y no abandona a sus adoradores". Y el rey dijo al visir: "Tiene razón mi hija. Cállate". Luego dijo a la princesa: "No obstante, ¡oh amada de tu padre! procura saber, por el hijo de tu tío, el emir Maruf, la fecha aproximada en que cree que llegará su caravana. Quisiera saberlo sencillamente para reglamentar nuestros gastos y ver si ha lugar a crear nuevos impuestos que llenen el vacío de nuestros armarios". Y la princesa contestó: "¡Escucho y obedezco! Los hijos deben obediencia y respeto a sus padres. Esta misma noche interrogaré al emir Maruf, y te contaré lo que me diga".
Y a la caída de la noche, cuando la princesa, como de costumbre, fué a refocilarse al lado de Maruf, y él se refociló al lado de la joven, ella le puso la mano en la axila para interrogarle, y más dulce que la miel, y mimosa y lagotera y tierna y acariciadora como todas las mujeres que tienen algo que pedir y que obtener...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 965ª NOCHE
Ella dijo:
...Y a la caída de la noche, cuando la princesa, como de costumbre, fué a refocilarse al lado de Maruf, y él se refociló al lado de la joven, ella le puso la mano en la axila para interrogarle, y más dulce que la miel, y mimosa y lagotera y tierna y acariciadora como todas las mujeres que tienen algo que pedir y que obtener, le dijo "¡Oh luz de mis ojos! ¡oh fruto de mi hígado! ¡oh núcleo de mi corazón y vida y delicias de mi alma! los fuegos de tu amor han invadido por completo mi seno. Y estoy dispuesta a sacrificar por ti mi vida y compartir tu suerte, sea cual sea. Pero ¡por mi vida sobre ti! no ocultes nada a la hija de tu tío. Dime, pues, por favor, a fin de que lo guarde yo en lo más secreto de mi corazón, por qué motivo no ha llegado todavía esa gran caravana de que están hablando siempre mi padre y su visir. Y si tienes cualquier vacilación o cualquier duda sobre el particular, confíate a mí con toda sinceridad, y yo me dedicaré a buscar la manera de alejar de ti todo sinsabor". Y tras de hablar así, le besó, y le estrechó contra su pecho, y se dejó derretir en sus brazos. Y Maruf de pronto se echó a reír a carcajadas, y contestó: "¡Oh querida! ¿por qué andar con tantos rodeos para preguntarme una cosa tan sencilla? Porque estoy dispuesto a decirte la verdad, sin poner dificultad ninguna, y a no ocultarte nada".
Y se calló por un instante para tragar saliva, y prosiguió: "Has de saber, en efecto, ¡oh querida mía! que no soy mercader, ni dueño de caravanas, ni poseedor de riqueza alguna u otra calamidad parecida. Porque en mi país no era yo más que un pobre zapatero remendón, casado con una apestosa mujer llamada Fattumah, la -Boñiga caliente, que era un emplasto para mi corazón y un azote negro para mis ojos. Y me sucedió con ella tal y cual cosa". Y se dedicó a contar a la princesa toda la historia de lo que le pasó con su esposa en El Cairo, y lo que le ocurrió como consecuencia del incidente de la kenafa hilada con miel de abejas. Y no le ocultó nada, y no omitió ningún detalle de cuanto le había sucedido a partir de aquel momento hasta su naufragio y el encuentro con su camarada de infancia, el generoso mercader Alí. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo.
Cuando la princesa hubo oído el relato de aquella historia de Maruf, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero. Y Maruf también se echó a reír, y dijo: "Alah es el Dispensador de los destinos. Y tú estabas escrita en mi suerte, ¡ oh dueña mía!" Y ella le dijo: "En verdad ¡oh Maruf! que estás ducho en astucias, y nadie puede compararse a ti en listeza, en sagacidad, en delicadeza y en buen humor. Pero qué dirá mi padre, y sobre todo qué dirá su visir, enemigo tuyo, si llegan a saber la verdad de tu historia y la invención de la caravana? Indudablemente, te harán morir; y yo moriré de dolor junto a ti. Por lo pronto, pues, vale más que abandones el palacio y te retires a cualquier país lejano, mientras yo veo la manera de arreglar las cosas y explicar lo inexplicable".
Y añadió: "Por consiguiente, toma estos cincuenta mil dinares que poseo, monta a caballo y vete a vivir en un paraje escondido, dándome a conocer tu retiro, a fin de que a diario pueda yo despacharte un correo que te dé noticias mías y me traiga las tuyas. Y ése es ¡oh querido mío! el partido mejor que podemos tomar en esta ocasión". Y Maruf contestó: "En ti confío, ¡oh dueña mía! y me pongo bajo su protección". Y ella le besó e hizo con él la cosa acostumbrada hasta media noche.
Entonces le dijo que se levantara, le puso un traje de mameluco, y le dió el mejor caballo de las caballerizas de su padre. Y Maruf salió de la ciudad, aparentando ser un mameluco del rey, y se marchó por su camino. Y eso es lo que aconteció por el momento.
Pero he aquí ahora lo relativo a la princesa, al rey, al visir y a la caravana invisible.
Al día siguiente, muy temprano, el rey sentóse en la sala de reunión, con el visir a su lado. Y mandó llamar a la princesa para informarse por ella de lo que le había recomendado que se enterara. Y como la víspera, la princesa se puso detrás de la cortina que la separaba de los hombres, y preguntó: "¿Qué ocurre, ¡oh padre mío!?" El rey preguntó: "Y bien, hija mía. ¿Qué has sabido y qué tienes que decirnos?" Y ella contestó: "¿Qué tengo que decir, ¡oh padre mío!? ¡Ah! ¡que Alah confunda al Maligno, al Lapidado! ¡Y ojalá maldijera al propio tiempo a los calumniadores, y ennegreciera el rostro de brea de tu visir, que ha querido ennegrecer mi rostro y el de mi esposo el emir Maruf!" Y el rey preguntó: "¿Y cómo es eso? ¿Y por qué?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¿cómo es posible que otorgues tu confianza a ese hombre nefasto que lo ha puesto en juego todo para desacreditar en tu espíritu al hijo de mi tía?" Y se calló un instante, como sofocada de indignación, y añadió: "Has de saber, en efecto, ¡oh padre mío! que sobre la faz de la tierra no hay otro hombre tan íntegro, tan recto y tan verídico como el emir Maruf (¡ Alah le colme con sus gracias!). He aquí lo ocurrido desde el instante en que te dejé: A la caída de la noche, en el momento en que mi bienamado esposo entraba en mi aposento, ocurrió que el eunuco que tengo a mi servicio solicitó hablarnos para comunicarnos una cosa que no admitía dilación. Y se le introdujo, y llevaba una carta en la mano. Y nos dijo que acababan de entregarle aquella carta diez mamalik extranjeros, ricamente vestidos, que deseaban hablar con su amo Maruf. Y mi esposo abrió la carta y la leyó; luego me la dió y yo la leí también. Era el propio jefe de la gran caravana que esperáis con tanta impaciencia. Y el jefe de la caravana, que tiene a su órdenes, para acompañar al convoy, quinientos jóvenes mamalik, semejantes a los diez que esperaban a la puesta, explicaba en aquella carta que durante el viaje habían tenido la mala suerte de encontrarse con una horda de beduínos desvalijadores, asaltadores de caminos, que les habían salido al paso. De ahí proviene el primer motivo del retraso en llegar la caravana. Y decía que después de triunfar de aquella horda, algunos días más tarde les atacó de noche otra banda de beduínos mucho más numerosa y mejor armada. Y de ello resultó un combate, en que la caravana, desgraciadamente, perdió cincuenta mamalik muertos, doscientos camellos y cuatrocientos fardos de mercancías valiosas.
"Al saber tan desagradable noticia, mi esposo, lejos de mostrarse conmovido, rompió la carta, sonriendo, sin pedir más explicaciones a los diez esclavos que esperaban a la puerta, y me dijo: "¿Qué suponen esos cuatrocientos fardos y esos doscientos camellos perdidos? Si eso apenas representa una pérdida de novecientos mil dinares de oro. En verdad que no merece que se hable de ello, y sobre todo que te preocupes tú por semejantes cosas, querida mía. La única molestia que nos ocasiona se reduce a que tengo que ausentarme unos días para apresurar la llegada del resto de la caravana". Y se levantó, riendo, y me estrechó contra su pecho, y se despidió de mí, mientras yo derramaba las lágrimas de la separación. Y se fué, recomendándome de nuevo que tranquilizara mi corazón y refrescara mis ojos. Y al ver desaparecer a aquel núcleo de mi corazón, asomé la cabeza por la ventana que da al patio y vi a mi bienamado charlando con los diez jóvenes mamalik, hermosos como lunas, que habían llevado la carta. Y montó a caballo, y salió del palacio al frente de ellos, para apresurar la llegada de las caravanas".
Y tras de hablar así, la joven princesa se sonó ruidosmente, como una persona que ha llorado una ausencia, y añadió con voz repentinamente irritada: "Está bien, padre mío; dime qué habría sucedido si hubiese tenido yo la indiscreción de hablar a mi esposo, como me habías aconsejado que hiciera, impulsado por tu visir de brea. Sí, ¿qué habría sucedido? ¡Mi esposo me miraría en adelante con ojos despectivos y desconfiados, y no me amaría ya, y hasta me odiaría, y con justicia, ciertamente! ¡Y todo por culpa de las suposiciones ofensivas y de las sospechas injuriosas de tu visir, esa barba de mal agüero!" Y habiendo hablado así detrás de la cortina, la princesa se levantó, y se marchó haciendo mucho ruido y demostrando mucha ira. Y entonces se encaró el rey con su visir, y le gritó: "¡Ah, hijo de perro! ¿ves lo que nos sucede por culpa tuya? ¡Por Alah, que no se lo que me detiene aún para dejarte más ancho que largo! ¡Pero atrévete una sola vez siquiera a volver a sospechar de mi yerno Maruf, y ya verás lo que te espera!" Y le lanzó una mirada atravesada, y levantó el diwán. ¡Y esto es lo referente a ellos!
Pero he aquí lo que atañe a Maruf.
Cuando salió de la ciudad de Khaitán, que era la capital del rey, padre de la princesa, y viajó unas horas por las llanuras desiertas, empezó a sentir que le rendía la fatiga, pues no estaba acostumbrado a montar en caballos de reyes, y su oficio de zapatero no era el más a propósito para tornarse un día en jinete tan espléndido como a la sazón era. Y además, no dejaban de inquietarle las consecuencias de la cosa; y empezaba a arrepentirse amargamente de haber dicho la verdad a la princesa. Y se decía: "He aquí que ahora te ves reducido a errar por los caminos, en vez de deleitarte en los brazos de tu mantecosa esposa, cuyas caricias te habían hecho olvidar a la calamitosa Boñiga caliente de El Cairo . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 966ª NOCHE
Ella dijo:
". .. He aquí que ahora te ves reducido a errar por los caminos, en vez de deleitarte en los brazos de tu mantecosa esposa, cuyas caricias te habían hecho olvidar a la calamitosa Boñiga caliente de El Cairo". Y pensando en su último amor, que les tenía a él y a ella quemado el corazón por la separación, empezó a condolerse de su propio estado y llorar cálidas lágrimas, recitándose desesperados versos de ausencia. Y gimiendo de tal suerte y exhalando su dolor de amante en tiradas de versos apropiados a su situación, llegó, después de salir el sol, a las cercanías de un pueblecito. Y vió en un campo a un felah que labraba con un arado de dos bueyes. Y como, en su precipitación por huir del palacio y de la ciudad, se había olvidado de llevar provisiones de boca para el viaje, le torturaban el hambre y la sed; y se acercó a aquel felah, y le saludó, diciendo: "La zalema contigo, ¡oh jeique!" Y el felah le devolvió el saludo, diciendo: "¡Y contigo la zalema, la misericordia de Alah y sus bendiciones! Sin duda, ¡oh mi señor! eres un mameluco entre los mamelucos del sultán". Y Maruf contestó: "Sí". Y el felah le dijo: "Bienvenido seas, ¡oh rostro de leche! Y hazme el favor de parar en mi casa y de aceptar mi hospitalidad". Y Maruf, que en seguida vió que tenía que habérselas con un hombre generoso, lanzó una ojeada a la pobre vivienda, que estaba cerca, y observó que no contenía nada que pudiera alimentar ni aplacar la sed. Y dijo al felah: "¡Oh hermano mío! no veo en tu casa nada que puedas ofrecer a un huésped tan hambriento como yo. ¿Cómo vas a arreglarte, pues, si acepto tu invitación?" Y el felah contestó: "El bien de Alah no falta; todo se andará. Apéate del caballo, ¡oh mi señor! y déjame cuidarte y albergarte, por Alah. El pueblo está muy cerca, y correré allá con toda la velocidad de mis piernas, y te traeré lo necesario para reconfortarte y tenerte contento. Y tampoco dejaré de traer forraje y grano para el pienso de tu caballo". Y Maruf, lleno de escrúpulos y sin querer molestar ni distraer de su trabajo a aquel pobre hombre, le contestó: "Pues ya que el pueblo está tan cerca, ¡oh hermano mío! más de prisa iré yo a caballo, y compraré en el zoco todo lo necesario para mí y para mi caballo". Pero el felah, cuya generosidad nativa no podía decidirse a dejar partir así, sin darle hospitalidad, a un extraño del camino de Alah, repuso: "¿De qué zoco estás hablando, ¡oh mi señor! ? ¿Acaso un miserable villorrio como el nuestro, cuyas casas son de boñiga de vaca, posee un zoco ni nada que de cerca o de lejos se parezca a un zoco? Nosotros no tenemos negocios de compra y venta; y cada uno se arregla para vivir con lo poco que posee. Así, pues, te suplico, por Alah y por el Profeta bendito, que te pares en mi casa para complacerme y dar gusto a mi espíritu y a mi corazón. Y en seguida iré al pueblo y tardaré menos aún en volver". Entonces Maruf, al ver que no podía rehusar la oferta de aquel pobre felah sin apenarle y disgustarle, se apeó del caballo, y fué a sentarse a la entrada de la choza de boñiga seca, en tanto que el felah, echando a correr inmediatamente en dirección al pueblo, no tardaba en desaparecer a lo lejos.
Y mientras esperaba a que volviese el otro con las provisiones, Maruf empezó a reflexionar y a decirse: "He aquí que he sido causa de ajetreo y molestia para ese pobre, a quien me parecía yo en un todo cuando no era más que un miserable zapatero remendón. Pero, por Alah, quiero reparar en la medida de mis fuerzas el daño que le causo al dejarlo que abandone así su trabajo. Y para empezar, voy a tratar de labrar ahora mismo en lugar suyo, haciendo que de tal suerte gane el tiempo que por mí pierde".
Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y vestido con sus ropas doradas de mameluco real, echó mano al arado e hizo avanzar a la yunta de bueyes por el ya trazado surco. Pero, apenas había hecho dar unos pasos a los bueyes, la reja de arado chocó de pronto, con un ruido singular, contra algo que oponía resistencia; y arrastrados por el propio esfuerzo, los bueyes cayeron de rodillas. Y Maruf, dando voces, hizo levantarse a los animales, y los fustigó vivamente para vencer la resistencia. Pero, a pesar del enorme tirón que dieron los bueyes, la reja no se movió ni una pulgada, y quedó encajada en el suelo como si esperase al día del Juicio.
Entonces Maruf se decidió a examinar en qué podía consistir aquello. Y cuando levantó la tierra, observó que la punta de la reja se había enganchado en una fuerte anilla de cobre rojo sujeta a una losa de mármol, casi a ras de la tierra.
E impulsado por la curiosidad, Maruf intentó mover y levantar aquella losa de mármol. Y después de algunos esfuerzos, acabó por conseguir desencajarla y correrla. Y debajo vio una escalera con peldaños de mármol que conducía a una cueva de forma cuadrada que tenía la amplitud de un hammam. Y Maruf, pronunciando la fórmula del "bismilah", bajó a la cueva y vió que la componían cuatro salas consecutivas. Y la primera de aquellas salas estaba llena de monedas de oro desde el suelo hasta el techo; y la segunda estaba llena de perlas, de esmeraldas y de coral, también desde el suelo hasta el techo; y la tercera, de jacintos; de rubíes, de turquesas, de diamantes y de pedrerías de todos colores; pero la cuarta, que era la más espaciosa y la mejor acondicionada, no contenía nada más que un pedestal de madera de ébano, sobre el cual estaba colocado un pequeñísimo cofrecito de cristal no mayor que un limón. Y Maruf se asombró prodigiosamente de su descubrimiento y se entusiasmó con aquel tesoro. Pero lo que más le intrigaba era aquel minúsculo cofrecillo de cristal, único objeto de manifiesto en la inmensa sala cuarta del subterráneo. Así es que, sin poder resistir a los apremios de su alma, tendió la mano al pequeño objeto insignificante que le tentaba infinitamente más que todas las maravillas del tesoro, y apoderándose de él, lo abrió. Y dentro halló un anillo de oro con un sello de cornalina, en que estaban grabadas, con caracteres extremadamente finos y semejantes a patas de moscas, escrituras talismánicas. Y con un movimiento instintivo, Maruf se puso el anillo en su dedo y se lo ajustó apretándolo.
Y al punto salió del sello del anillo una voz fuerte, que dijo: "¡A tus órdenes! ¡a tus órdenes! ¡Por favor, no me frotes más! Ordena, y serás obedecido. ¿Qué deseas? ¡Habla! ¿Quieres que derribe o que construya, que mate a algunos reyes y a algunas reinas o que te los traiga, que haga surgir una ciudad entera o que aniquile todo un país, que cubra de flores una comarca o que la asuele, que allane una montaña o que seque un mar? Habla, anhela, desea. Pero, por favor, no me frotes con tanta violencia, ¡oh amo mío! Soy tu esclavo, con permiso del Señor de los genn, del Creador del día y de la noche". Y Maruf, que al pronto no se había dado completa cuenta de dónde salía aquella voz, acabó por observar que salía del propio sello del anillo que se había puesto en el dedo, y dijo, dirigiéndose al que residía en la cornalina: "¡Oh criatura de mi Señor! ¿quién eres?" Y la voz de la cornalina contestó: "Soy el Padre de la Dicha, esclavo de este anillo. Y ejecuto a ciegas las órdenes de quienquiera que se adueñe de este anillo. Y nada es imposible para mí, porque soy el jefe supremo de setenta y dos tribus de genn, efrits, cheitanes, auns y mareds. Y cada una de estas tribus se compone de doce mil valientes irresistibles, más fuertes que elefantes y más sutiles que el mercurio. Pero, como ya te he dicho, ¡oh amo mío! yo, a mi vez, estoy sometido a este anillo; y aunque es muy grande mi poder, obedezco al que lo posee, como un niño obedece a su madre. No obstante, déjame advertirte que si por desgracia frotaras el sello dos veces seguidas en vez de una, harías que me consumiera el fuego de los nombres terribles grabados sobre el anillo. Y me perderías irrevocablemente.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 967ª NOCHE
Ella dijo:
"No obstante, déjame advertirte que si por desgracia frotaras el sello dos veces seguidas en vez de una, harías que me consumiera en el fuego de los nombres terribles grabados sobre el anillo. Y me perderías irrevocablemente".
Y al oír aquello, Maruf contestó al efrit de la cornalina: "¡Oh excelente y poderoso Padre de la Dicha! sabe que he guardado tus palabras en el sitio más seguro de mi memoria. Pero ¿puedes empezar por decirme quién te ha encerrado en esta cornalina y quién te ha sometido al poder del dueño del anillo?" Y el genni contestó desde el interior del sello: "Has de saber, ¡ya sidi! que el lugar en que nos hallamos es el antiguo tesoro de Scheddad, hijo de Aad, el constructor de la famosa ciudad, ahora en ruinas, de Iram de las Columnas. En vida de él, fui yo esclavo del rey Scheddad. ¡Y precisamente el que posees es su anillo, que lo has encontrado en el cristal donde estaba guardado desde tiempos remotos!"
Y el antiguo remendón de calzado de la calle Roja de El Cairo, convertido entonces, merced a la posesión de aquel anillo, en sucesor directo de la posteridad de Nemrod y de aquel heroico y orgulloso Scheddad, que había vivido la edad de siete águilas, quiso experimentar sin tardanza las virtudes maravillosas encerradas en el sello. Y dijo al que residía en la cornalina: "¡Oh esclavo del anillo! ¿podrías sacar de este subterráneo y llevarlo a la superficie de la tierra, a la luz del día, el tesoro guardado aquí?" Y la voz del Padre de la Dicha contestó: "¡Sin duda alguna, y eso precisamente es para mí la cosa más fácil". Y Maruf le dijo: "Ya que es así, te pido que saques cuantas riquezas y maravillas hay aquí, sin dejar nada a los que pudieran venir después que yo, pero ni rastro". Y contestó la voz: "Escucho y obedezco". Luego gritó: "¡Hola, muchachos!"
Y al punto vió Maruf aparecer ante él doce mancebos muy hermosos, llevando a la cabeza grandes cestos. Y después de besar la tierra entre las manos del encantado Maruf, se irguieron, y en un abrir y cerrar de ojos transportaron afuera, en varios viajes, todos los tesoros contenidos en las tres salas del subterráneo. Y cuando acabaron aquel trabajo, fueron de nuevo a presentar sus homenajes a Maruf, que estaba cada vez más encantado, y desaparecieron como habían venido.
Entonces Maruf, en el límite del contento, se encaró con el habitante de la cornalina, y le dijo: "Perfectamente. Pero ahora quisiera cajas, mulas con sus muleteros, y camellos con sus camelleros, para transportar estos tesoros a la ciudad de Khaitán, capital del reino de Sohatán". Y el esclavo encerrado en el sello contestó: "¡A tus órdenes! nada más hacedero". Y lanzó un grito estridente, y en el mismo instante aparecieron ante Maruf mulas y muleteros, camellos y camelleros, cajas y cestas, y mamalik suntuosamente vestidos, hermosos como lunas, en número de seiscientos de cada especie. Y en menos tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrirlo, cargaron en las acémilas cajas y cestos, previamente llenos de oro y de joyas, y se alinearon por orden. Y los jóvenes mamalik montaron en sus hermosos caballos y escoltaron la caravana.
Y el antiguo zapatero dijo entonces al servidor de su anillo: "¡Oh padre de la Dicha! ahora deseo de ti otros mil animales cargados con sedas y telas preciosas de Siria, de Egipto, de Grecia, de Persia, de India, y de China". Y el genni contestó con el oído y la obediencia. Y al punto aparecieron ante Maruf los mil camellos y mulas cargados con los objetos consabidos, y se pusieron ellos solos en fila regular a la cola del convoy, escoltados, como los anteriores por otros jóvenes mamalik tan soberbiamente vestidos y montados como sus hermanos. Y Maruf quedó satisfecho, y dijo al habitante del anillo: "Ahora deseo comer antes de partir. Levántame, por tanto, un pabellón de seda, y sírveme bandejas de manjares escogidos y de bebidas frescas". Y acto seguido se ejecutó la orden. Y Maruf entró en el pabellón y se sentó ante las bandejas en el preciso momento en que volvía del pueblo el buen felah. Y llegó el pobre llevando a la cabeza una escudilla de madera llena de lentejas con aceite, al brazo izquierdo pan negro y cebollas y al brazo derecho un saco de a celemín lleno de avena para el caballo. Y vio delante de la casa la prodigiosa caravana y el pabellón de seda en donde estaba sentado Maruf rodeado de esclavos diligentes que le servían, a la vez que otros esclavos se mantenían detrás de él, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Y se emocionó en extremo, y pensó: "¡Indudablemente, durante mi ausencia ha llegado aquí el sultán, haciéndose preceder por el primer mameluco que he visto! ¡Lástima que no se me haya ocurrido degollar a mis dos gallinas y guisárselas con manteca de vaca!" Y decidió hacerle, a pesar de todo, aunque ya era tarde, y fué a buscar sus dos gallinas para degollarlas y ofrecérselas al sultán, asadas en manteca de vaca...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 968ª NOCHE
Ella dijo:
. . . y fué a buscar sus dos gallinas para degollarlas y ofrecérselas al sultán, asadas en manteca de vaca.
Pero Maruf le vió y le llamó. Y dijo al propio tiempo a los esclavos que le servían: "¡Traédmele!" Y los esclavos corrieron tras el felah, y le transportaron al pabellón con su escudilla de lentejas, sus cebollas, su pan negro y su saco de a celemín. Y Maruf se levantó en honor suyo y le abrazó y le dijo: "¿Qué llevas ahí, ¡oh hermano mío de miseria!?" Y el pobre felah se asombró prodigiosamente de ser tratado tan afectuosamente por un hombre de aquella importancia, y de oírle hablar en aquel tono y llamarle su "hermano de miseria". Y se dijo: "Si éste es un pobre, ¿qué seré yo entonces?" Y le contestó: "Te traigo la comida de la hospitalidad, ¡oh mi señor! y la ración de tu caballo. ¡Pero te ruego excuses mi ignorancia! Porque si hubiese sabido que eras el sultán, no habría vacilado en sacrificar en tu honor las dos gallinas que poseo y en asártelas con manteca de vaca. Pero la miseria torna ciego al hombre y le quita toda perspicacia. Y Maruf, al oír estas palabras, recordando su antigua situación, cuando se hallaba en un estado de miseria análoga o aun peor que la de aquel pobre felah, se echó a llorar. Y las lágrimas le corrían copiosamente por los pelos de su barba, y caían en las bandejas. Y dijo al felah: "¡Oh hermano mío! tranquiliza tu corazón. No soy el sultán, sino solamente su yerno. A consecuencia de algunas diferencias que tuvimos, abandoné el palacio. Pero ahora me envía él todos estos esclavos y todos estos regalos para demostrarme que quiere reconciliarse conmigo. Voy, pues, a volver sobre mis pasos sin dilación. En cuanto a ti, hermano mío, que con tanta bondad has querido tratarme sin conocerme, sabe que no has sembrado en un terreno seco".
Y obligó al felah a sentarse a su diestra, y le dijo: "No obstante todos los manjares que ves en esta mesa, juro por Alah que no quiero comer más que tu plato de lentejas, y que no probaré otra cosa que ese pan y estas cebollas". Y ordenó a los esclavos que sirvieran al felah los manjares suntuosos y por su parte, no comió más que las lentejas de la escudilla, el pan negro y las cebollas. Y se dilató y se regocijó al ver el asombro del pobre felah ante tantos manjares cuyo perfume satisfacía al cerebro, y tantos colores que encantaban las miradas.
Y cuando acabaron de comer, dieron gracias al Retribuidor por sus beneficios; y Maruf se levantó, y cogiendo al felah por la mano, lo sacó fuera del pabellón, llevándole adonde estaba la caravana. Y le obligó a escoger un par de camellos y un par de mulas de cada clase de mercancía y de fardo. Luego le dijo: "Esto es propiedad tuya ¡oh hermano mío! Y además, te dejo este pabellón con todo lo que contiene". Y sin querer escuchar sus negativas ni la expresión de su gratitud, se despidió de él, abrazándole una vez más, volvió a montar en su caballo, se puso a la cabeza de la caravana, y haciéndose preceder en la ciudad por un correo más rápido que el relámpago, encargado de anunciar al rey su llegada, se puso en camino.
Y he aquí que el correo de Maruf llegó a palacio en el preciso momento en que el visir decía al rey: "Disipa tu error ¡oh mi señor! y no des fe a las palabras de tu hija la princesa relativas a la marcha de su esposo. Pues ¡por vida de tu cabeza! el emir Maruf ha salido de aquí fugitivo, temiendo tu justo rencor, y no para apresurar la llegada de una caravana que no existe. ¡Por los sagrados días de tu vida, ese hombre no es más que un embustero, un trapacero y un impostor!" Y cuando el rey, persuadido a medias ya por aquellas palabras, abría la boca para dar la respuesta oportuna, entró el correo, y después de prosternarse, le anunció la llegada inminente de Maruf, diciendo: "¡Oh rey del tiempo! vengo a ti en calidad de nuncio. Y te traigo la buena nueva de que detrás de mí llega mi amo el emir poderoso y generoso, el héroe insigne, Maruf, tu yerno. Y va a la cabeza de una caravana que no ha podido venir tan de prisa como yo, a causa de los pesados esplendores de que está cargada". Y habiendo hablado así, el joven mameluco besó de nuevo la tierra entre las manos del rey, y se fué como había venido.
Entonces el rey, en el límite de la dicha, pero furioso contra su visir, se encaró con él y le dijo: "¡Alah ennegrezca tu rostro y lo vuelva tan tenebroso como tu espíritu! ¡Y ojalá maldiga tu barba ¡oh traidor! y te convenza de tu embuste y de tu doblez como por fin vas a convencerte de la grandeza y del poderío de mi yerno!" Y aterrado y prometiendo no hacer en adelante la menor observación, el visir se arrojó a los pies de su señor, sin fuerzas para responder ni una sola palabra. Y el rey le dejó en aquella posición, y salió a dar orden de adornar y empavesar la ciudad, y de prepararlo todo para salir con un cortejo al encuentro de su yerno.
Tras de lo cual fué al aposento de su hija y le anunció la dichosa nueva. Y al oír la princesa a su padre hablarle de la llegada de su esposo a la cabeza de una caravana que ella misma creía era una invención, llegó al límite de la perplejidad y del asombro. Y no supo qué pensar, qué decir ni qué responder; y se preguntó si una vez más su esposo se mofaba del sultán, o si habría querido, la noche en que le contó su historia, burlarse de ella o sencillamente ponerla a prueba para ver si en realidad sentía inclinación hacia él. Y de todos modos, prefirió guardar para sí sola sus dudas y sus extrañezas, esperando a ver qué ocurría.
Y se limitó a mostrar ante su padre un rostro transfigurado por el contento. Y el rey abandonó las habitaciones de la joven, y se puso a la cabeza del cortejo que salió al encuentro de Maruf.
Pero el que de todos se asombró más y quedó más absorto fué incontestablemente el excelente mercader Alí, el camarada de infancia de Maruf, que mejor que nadie sabía a qué atenerse a las riquezas de Maruf. Así es que, cuando vió el empavesado de la ciudad, los preparativos de fiesta, y el cortejo real que salía de la ciudad, interrogó a los transeúntes, preguntándoles el motivo de todo aquel movimiento. Y le contestaron: "¡Cómo! ¿no lo sabes? ¡Pues que viene el yerno del rey, el emir Maruf, a la cabeza de una caravana espléndida!" Y el amigo de Maruf golpeó las manos una contra otra, y se dijo: "¿Qué nueva trapacería del zapatero será ésta? ¡Por Alah! ¿desde cuándo el trabajo de remendar calzado ha podido hacer a mi amigo Maruf poseedor y conductor de caravanas? ¡Pero Alah es el Todopoderoso . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 969ª NOCHE
Ella dijo:
Y el amigo de Maruf se golpeó las manos una contra otra, y se dijo: "¿Qué nueva trapacería del zapatero será ésta? ¡Por Alah! ¿desde cuándo el trabajo de remendar calzado ha podido hacer a mi amigo Maruf poseedor y conductor de caravanas? ¡Pero Alah es Todopoderoso! ¡Y ojalá vele por su honor y le preserve de la vergüenza pública!" Y se quedó allí, esperando, como los demás, la llegada de la caravana. Y en seguida hizo su entrada el cortejo en la ciudad. Y Maruf cabalgaba a la cabeza, más brillante mil veces que el rey, y magnífico y triunfante hasta hacer estallar de envidia la bolsa de la hiel de los cochinos. Y le seguía la inmensa caravana escoltada por los hermosos mamalik vestidos con telas maravillosas. Y tan hermoso y tan prodigioso era todo aquello, que nadie se acordaba de haber visto u oído contar nada semejante. Y también el mercader Alí vió a Maruf en aquella situación extraordinaria, y se dijo: "Está bien. Habrá combinado algo con su esposa, la princesa, para burlarse del rey".
Y se acercó a Maruf, y logró reunirse con él, a pesar de todo el aparato que le rodeaba, y le dijo, pero de manera que nadie más que él le oyese: "Bienvenido seas, ¡oh jeique de los pícaros afortunados y el más diestro de los trapaceros! ¿Qué es esto? Pero, por Alah, mereces todos los favores y todo el fausto que tienes, ¡oh amigo mío! ¡Ve contento y dilátate! ¡Y Alah aumente tus jugarretas y picardías!" Y Maruf se echó a reír de las palabras de su amigo, y se citó con él para el día siguiente.
Y a continuación Maruf llegó a palacio con el rey, y fué a sentarse en un trono erigido en el salón de audiencias. Y ordenó que empezaran a transportar al tesoro del rey las cajas llenas de oro, de joyas, de perlas y de pedrerías, llenando con ello los sacos de los armarios, y que le llevaran en seguida todo lo demás, así como los fardos que contenían las estofas preciosas y las sedas. Y se ejecutaron puntualmente sus órdenes. Y mandó abrir en su presencia las cajas y los fardos, uno tras otro, y se puso a distribuir a manos llenas, entre los grandes de palacio y sus esposas, las telas maravillosas, las perlas y las pedrerías, y a hacer muchas dádivas a los miembros del diwán, a los mercaderes que conocía, a los pobres y a los pequeños. Y sin reparar en las objeciones del rey, que veía desaparecer como agua en criba aquellas cosas preciosas, no se levantó Maruf hasta que hubo repartido toda la carga de la caravana. Porque lo menos que daba era un puñado o dos de oro, de esmeraldas, de perlas o rubíes. Y los tiraba a manos llenas, mientras el rey sufría horriblemente y hacía muecas de dolor, gritando a cada dádiva: "¡Basta, ¡oh hijo mío! No nos va a quedar nada". Pero a cada vez contestaba Maruf, sonriendo: "¡Por tu vida! no temas. ¡Lo que tengo es inagotable!"
Entretanto, el visir fué a anunciar al rey que los armarios del tesoro estaban llenos ya hasta arriba, y que no se podía meter más allí. Y el rey le dijo: "Está bien ¡Abre otra sala, y llénala como la anterior!" Y le dijo Maruf, sin mirarle: "¡Bien puedes hacerlo!" Y añadió: "Y también hay que llenar otra sala y otra. Y si no se opusiera el rey, asimismo podría llenar yo todas las salas de palacio con esas cosas, que no tienen ningún valor para mí". Y el rey ya no sabía si todo aquello ocurría en sueños o en estado de vigilia. Y se hallaba en el límite extremo del asombro. Y salió el visir para llenar todavía una o dos salas más con los tesoros entregados por Maruf.
En cuanto Maruf, no bien terminaron estos preliminares, demostrando así que realizaba con creces todo lo que había anunciado, se apresuró a levantar la sesión de la distribución, y a presentarse a su joven esposa. Y en seguida que le vió la princesa, fué a él, con los ojos llenos de alegría, y le besó la mano, y le dijo: "Sin duda, ¡oh hijo del tío! has querido divertirte a costa mía y reírte de mí, o quizá poner a prueba mi afecto, contándome la historia de tu antigua pobreza y de tus desdichas con tu calamitosa esposa Fattumah la Boñiga caliente. Pero doy gracias a Alah el Altísimo por haberme impedido conducirme contigo ¡oh mi señor! de otro modo que como lo he hecho". Y Maruf la abrazó, la dió la respuesta oportuna, y le entregó un traje
magnífico y un collar formado por diez sartas de cuarenta perlas huérfanas, gordas como huevos de paloma, y pulseras para las muñecas y para los tobillos, labradas por magos. Y al ver todos aquellos objetos tan hermosos, la princesa quedó muy complacida, y exclamó: "¡En verdad que reservaré solamente para los días de fiesta este hermoso traje y estos atavíos!" Y Maruf sonrió y le dijo: "¡Oh querida mía, no te preocupes de eso! Cada día te daré nuevos trajes y nuevos atavíos hasta que desborden tus armarios y tus cofres estén llenos hasta los bordes". Y a continuación se pusieron a hacer hasta por la mañana su cosa acostumbrada.
Pero aún no había salido él del mosquitero, cuando oyó la voz del rey, que quería entrar. Y se apresuró a abrirle, y le vió trastornado y con el rostro amarillo y en actitud aterrada. Y le hizo entrar con precaución y sentarse en el diván; y la princesa levantóse, muy emocionada por aquella visita inesperada y por el aspecto de su padre, y se apresuró a rociarle con agua de rosas para calmarle y hacerle recobrar la palabra. Y cuando por fin pudo expresarse el rey, dijo a Maruf: "¡Oh hijo mío! ¡soy portador de malas noticias! pero es preciso que te las diga para que estés advertido de la desgracia que sobreviene. ¡Ah! ¿debo hacerlo o no debo hacerlo?"
Y Maruf contestó: "¡Claro que debes hacerlo!" Y dijo el rey: "Pues bien; has de saber ¡oh hijo mío! que hace un momento mis servidores y mis guardias han venido a anunciarme, en el límite de la perplejidad, que tus dos mil mamalik, caravaneros, camellos y mulas han desaparecido esta noche, sin que nadie sepa por qué camino se han marchado, ni se haya descubierto la menor huella de su marcha. El pájaro que echa a volar desde una rama deja más rastro que el que ha dejado en nuestros caminos toda esa caravana. Y como esta pérdida es para ti una pérdida irreparable, estoy tan consternado, que aún me dura el aturdimiento".
Y al oír estas palabras del rey, Maruf se echó a reír de improviso, y contestó: "¡Oh tío! calma tu espíritu. Porque la pérdida o desaparición de mis caravaneros y de mis animales no es para mí más importante que la pérdida de una gota de agua para el mar. Pues hoy, como mañana y como pasado mañana y como los demás días, con sólo desearlo podré tener más caravaneros y acémilas con su carga que los que puede contener toda la ciudad de Khaitán. Puedes, pues, tranquilizar tu alma, y dejar que nos levantemos ahora para ir al hammam por la mañana".
Y más asombrado que nunca, salió el rey del aposento de Maruf, y fué a llamar a su visir, y le contó lo que acaba de pasar, y le dijo: "¡Está bien! ¿qué opinas ahora del poderío incomprensible de mi yerno?" Y el visir, que no olvidaba las humillaciones sufirdas desde que Maruf se apareció en su camino, se dijo: "¡Ha llegado la ocasión de vengarme de ese maldito!" Y dijo al rey con aire sumiso: "¡Oh rey del tiempo! mi opinión no puede darte luz alguna. Pero, ya que me la pides, te diré que el único medio de que dispones para saber a qué atenerte respecto al poder misterioso de tu yerno el emir Maruf, es ponerte a beber con él y emborracharle. Y cuando el fermento haya hecho bailar su razón, le interrogarás con prudencia acerca de su situación; e indudablemente te contestará, sin ocultarte nada de la verdad". Y dijo el rey: "Es una idea excelente, ¡oh visir! y voy a ponerla en ejecución esta misma noche".
Y el caso es que, cuando llegó la noche, se reunió con su yerno Maruf y con su visir ante las bandejas de bebidas. Y circularon las copas. Y el gaznate de Maruf era un jarro sin fondo. Y su estado se tornó en un estado lamentable. Y su lengua empezó a dar vueltas como las aspas de un molino. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 970* NOCHE
Ella dijo:
. .. Y el gaznate de Maruf era un jarro sin fondo. Y su estado se tornó en un estado lamentable. Y su lengua empezó a dar vueltas como las aspas de un molino. Y cuando ya no pudo distinguir su mano derecha de su mano izquierda, le dijo el rey, padre de su esposa: "La verdad es ¡oh yerno nuestro! que nunca me has contado las aventuras de tu vida, que debe ser una vida maravillosa y extraordinaria. Y me complacería mucho oírte narrar esta noche tus peripecias asombrosas".
Y Maruf, que ya no tenía pies ni cabeza y hablaba a tontas y a locas, se dejó llevar de su embriaguez, como todos los borrachos a quienes gusta que se les alabe, y contó al rey y al visir toda su historia, desde el principio hasta el fin, a partir del momento en que se casó, cuando era un pobre remendón de calzado, con la calamitosa de El Cairo, hasta el día en que encontró el tesoro y el anillo mágico en el campo del pobre felah. Pero no hay utilidad de repetirlo.
Y al relato de aquella historia, el rey y el visir, que estaban lejos de haberla imaginado tan sorprendente, se miraron mordiéndose las manos. Y el visir dijo a Maruf: "¡Oh mi señor! enséñanos un poco ese anillo que posee virtudes tan maravillosas". Y Maruf, como un loco privado de razón, se sacó del dedo el anillo y se lo entregó al visir, diciendo: "¡Hele aquí! En su cornalina encierra a mi amigo el Padre de la Dicha". Y el visir, con los ojos llameantes, tomó el anillo y frotó el sello, como lo había explicado Maruf.
Y al punto salió la voz de la cornalina, diciendo: "¡Heme aquí! ¡heme aquí! ¡manda y obedeceré! ¿Quieres arruinar una ciudad, fundar una capital o matar a un rey?" Y el visir contestó: "¡Oh servidor del anillo! te ordeno que te apoderes de este rey proxeneta y de su yerno Maruf, el alcahuete, y los arrojes en cualquier desierto sin agua para que allí se mueran de sed y privaciones". Y al instante, el rey y Maruf fueron alzados como una paja y transportados a un desierto salvaje de lo más terrible, que era el desierto de la sed y del hambre, habitado por la muerte roja y la desolación. Y esto es lo referente a ellos.
En cuanto al visir, se apresuró a convocar al diwán, y manifestó a los dignatarios, a los emires y a los notables que la dicha de los súbditos y la tranquilidad del Estado habían exigido que el rey y su yerno Maruf, impostor de la peor calidad, fueran desterrados muy lejos, y que se le nombrara a él mismo soberano del Imperio. Y añadió: "Además, si vaciláis un instante en aceptar el nuevo orden de cosas y en reconocerme por vuestro legítimo soberano, al instante, en virtud de mi reciente poderío, os enviaré a reuniros con vuestro antiguo amo y con el alcahuete de su yerno en el rincón más salvaje del desierto de la sed y de la muerte roja".
Y así, hizo que le prestaran juramento, a despecho de su nariz, todos los presentes, y nombró a los que nombró y destituyó a los que destituyó. Tras de lo cual envió a decir a la princesa: "Prepárate a recibirme, porque tengo muchas ganas de gozarte". Y la princesa, que, como todos los demás, se había enterado de los nuevos acontecimientos, le contestó por mediación del eunuco: "Sin duda te recibiré gustosa; pero por el momento estoy con el mal mensual que es natural en las mujeres y en las muchachas. Sin embargo, en cuanto me halle limpia de toda impureza, te recibiré". Pero el visir mandó a decirle: "No quiero la menor tardanza, y no reconozco males mensuales ni males anuales. Y deseo tenerte en seguida".
Entonces le contestó ella: "¡Está bien! ven a buscarme al momento".
Y se vistió lo más magníficamente posible, y se adornó y se perfumó. Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, penetró en su aposento el visir de su padre, ella lo recibió con semblante contento y alegre, y le dijo: "¡Qué honor para mí! ¡Y qué noche tan dichosa va a ser ésta!" Y le miró con ojos que acabaron de arrebatar el corazón a aquel traidor. Y como él le apremiase para que se desnudara, comenzó ella a hacerlo con muchos miramientos, arrumacos y atrasos. Y lanzando de pronto un grito de terror, se echó atrás, velándose el rostro. Y el asombrado visir le preguntó: "¿Qué te ocurre, ¡oh mi señora!? ¿Y a qué vienen ese grito de terror y ese rostro velado de improviso?" Y le contestó ella, envolviéndose cada vez más en sus velos: "¡Cómo! ¿no lo ves?" Y contestó él: "¡No, por Alah! ¿Qué ocurre? ¡No veo nada!" Ella dijo: "¡Qué vergüenza para mí! ¡qué deshonor! ¿Por qué quieres exponerme desnuda a las miradas de ese hombre extraño que te acompaña?"
Y el visir, mirando a derecha y a izquierda, le contestó: "¿Qué hombre me acompaña? ¿Y dónde está?"
Ella dijo: "¡Ahí, en la cornalina del sello del anillo que llevas al dedo!" Y el visir contestó: "¡Por Alah! es verdad. No había pensado en semejante cosa. Pero, ¡ya setti! no se trata de un hijo de Adán, de un ser humano. ¡Es un efrit, servidor del anillo!" Y la princesa exclamó, llena de espanto, hundiendo la cabeza en las almohadas: "¡Un efrit! ¡qué calamidad la mía! ¡Me dan un miedo intenso los efrits! ¡Ah! ¡por favor, aléjate! ¡Tengo miedo y vergüenza de él"! Y para tranquilizarla y conseguir al fin lo que deseaba de ella, el visir se quitó el anillo del dedo y lo escondió debajo del almohadón del lecho. Luego acercóse a ella, en el límite del transporte.
Y la princesa le dejó acercarse, y de repente le dió en el bajo vientre un violento puntapié que le tiró de trasero en el suelo, dando con la cabeza antes que con los pies. Y sin perder un instante, se apoderó del anillo, frotó el sello, y dijo al efrit de la cornalina: "Apodérate en seguida de este cochino, y arrójale al calabozo subterráneo de palacio. Luego irás sin tardanza a sacar a mi padre y a mi esposo del desierto adonde los has transportado, y me los traerás aquí sanos y salvos, sin magullamientos y en buen estado . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aperecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 971* NOCHE
Ella dijo:
"... Luego irás sin tardanza a sacar a mi padre y a mi esposo del desierto adonde los has transportado, y me los traerás aquí sanos y salvos, sin magullamientos y en buen estado".
Y al punto fué cogido el visir como se coge un trapo, y arrojado al calabozo del palacio. Y al cabo de un corto transcurso de tiempo, el rey y Maruf estaban en la habitación de la princesa, el rey muy asustado y Maruf repuesto apenas de su borrachera. Y los recibió ella con un júbilo indecible, y empezó por darles de comer y de beber, ya que la rápida carrera les había dado hambre y sed. Y mientras comían, les contó lo que acababa de pasar y cómo había encerrado al traidor. Y el rey exclamó: "¡Vamos a empalarle sin tardanza y a quemarle!" Y dijo Maruf : "No hay inconveniente". Luego se encaró con su esposa y le dijo: "Pero ¡oh querida mía! devuélveme mi anillo antes". Y la princesa contestó: "¡Ah eso sí que no! Ya que no has sabido conservarlo, yo seré quien lo guarde en lo sucesivo, pues temo que lo pierdas de nuevo".
Y dijo él: "¡Está bien! Es justo".
Entonces hicieron preparar el palo en el meidán, frente a la puerta de palacio, y ante la multitud congregada se instaló allí al visir. Y mientras funcionaba el instrumento, se encendió una gran hoguera al pie del poste. Y de aquella manera, murió el traidor ensartado y asado.
Y esto es lo referente a él.
Y el rey compartió con Maruf el poder soberano, y le designó su único sucesor en el trono. Y en lo sucesivo continuó el anillo en e! dedo de la princesa, quien, más prudente y más avisada que su esposo, tenía con él muchísimo cuidado. Y en su compañía, Maruf llegó al límite de la dilatación y del desahogo.
Y he aquí que una noche, al acabar él su cosa acostumbrada con la princesa y volver a su aposento para dormir, de repente salió una vieja de debajo del lecho y se abalanzó a él, con la mano alzada y amenazadora. Y apenas la miró Maruf, en su terrible mandíbula y en sus dientes largos y en su fealdad negra reconoció a su calamitosa esposa Fattumah la Boñiga caliente. Y aún no había acabado de hacer tan espantosa observación, cuando recibió, una tras otra, dos bofetadas resonantes que le rompieron otros dos dientes. Y le gritó: "¿Dónde estabas, ¡oh maldito!? ¿Y cómo te has atrevido a abandonar nuestra casa de El Cairo sin avisarme y sin despedirte de mí? ¡Ah! ¡ya te tengo, hijo de perro!" Y Maruf, en el límite del espanto, echó a correr de pronto en dirección al aposento de la princesa, con la corona en la cabeza y arrastrando las vestiduras reales, en tanto que gritaba: "¡Socorro! ¡A mí, efrit de la cornalina!" Y penetró como un loco en el cuarto de la princesa, y cayó a sus pies, desmayado de emoción.
Y en seguida hizo irrupción, en la estancia donde la princesa prodigaba sus cuidados a Maruf rociándole con agua de rosas, la espantosa diablesa, llevando en la mano una maza que había traído consigo al país de Egipto. Y gritaba: "¿Dónde está ese granuja, ese hijo adulterino!" Y al ver aquel rostro de brea, la princesa aprovechó el tiempo para frotar su cornalina y dar una orden rápida al efrit Padre de la Dicha. Y al instante, como si la hubieran sujetado cuarenta brazos, la terrible Fattumah quedó fija en su sitio con la actitud de amenaza que tenía al entrar.
Y cuando recobró el sentido, Maruf vió a su antigua esposa inmóvil en aquella actitud. Y lanzando un grito de horror, volvió a caer desmayado. Y la princesa, a quien Alah había dotado de sagacidad, comprendió entonces que la que estaba ante ella en aquella actitud de amenaza imponente, no era otra que la espantosa diablesa Fattumah, de El Cairo primera esposa de Maruf en la época en que él era zapatero. Y sin querer exponer a Maruf a las probables fechorías de aquella calamitosa, frotó el anillo y dió una nueva orden al efrit de la cornalina. Y al punto fué arrastrada y conducida al jardín la diablesa. Y quedó sujeta, con una enorme cadena de hierro, a un algarrobo enorme, como se sujeta a los osos sin domesticar. Y allí se la dejó para que cambiase de carácter o muriese. Y esto es lo referente a ella.
En cuanto a Maruf y a su esposa la princesa, desde entonces vivieron entre delicias perfectas, durante años y años, hasta la llegada de la Separadora de enemigos, la Destructora de la dicha, la Constructora de tumbas, la Muerte inevitable. Gloria al Unico viviente, cuya existencia está más allá de la vida y de la muerte, en el dominio de la eternidad.
Luego Schehrazada, sin sentir invadirla aquella noche la fatiga, y al ver que el rey Schahriar estaba dispuesto a escucharla, comenzó la historia siguiente, que es la del joven rico que miró por Los TRAGALUCES DEL SABER Y DE LA HISTORIA.
LOS TRAGALUCES DEL SABER Y DE LA HISTORIA
Ella dijo:
Cuentan que en la ciudad de El-Iskandaria había un joven que, a la muerte de su padre, entró en posesión de riquezas inmensas y de grandes bienes, tanto en tierras de regadío como en inmuebles sólidamente construidos. Y aquel joven, nacido bajo la bendición, estaba dotado de un espíritu inclinado a la vía de la rectitud. Y como no ignoraba los preceptos del Libro Santo, que prescriben la limosna y recomienda la generosidad, vacilaba en la elección del medio mejor de hacer el bien. Y en su perplejidad, se decidió a ir a consultar sobre el particular a un venerable jeique, amigo de su difunto padre. Y le puso al corriente de sus escrúpulos y vacilaciones, y le pidió consejo. Y el jeique reflexionó durante una hora de tiempo. Luego, alzando la cabeza, le dijo: "¡Oh hijo de Abderrahmán ! (¡ Alah colme al difunto con Sus gracias!) Sabe que distribuir a manos llenas el oro y la plata a los necesitados es, sin duda alguna, una acción de las más meritorias a los ojos del Altísimo. Pero tal acción ¡oh hijo mío! está al alcance de cualquier rico. Y no se necesita tener una virtud muy grande para dar las sobras de lo que se posee. Pero hay una generosidad perfumada de otro modo y agradable al Dueño de las criaturas, y es ¡oh hijo mío! la generosidad del espíritu. Porque el que puede sembrar los beneficios del espíritu en los seres desprovistos de saber, es el más benemérito. Y para sembrar beneficios de este género, hay que tener un espíritu altamente cultivado. Y para tener un espíritu así, sólo un medio está en nuestras manos: la lectura de lo escrito por las gentes muy cultas y la meditación acerca de estos escritos. Por tanto, ¡oh hijo de mi amigo Abderrahmán! cultiva tu espíritu y sé generoso en lo que al espíritu respecta. Y éste es mi consejo, ¡uassalam!"
Y el joven rico había querido pedir al jeique explicaciones complementarias. Pero el jeique ya no tenía nada que decir. Así es que el joven se retiró con aquel consejo, firmemente resuelto a ponerlo en práctica, y dejándose llevar de su inspiración tomó el camino del zoco de los libreros. Y congregó a todos los mercaderes de libros, algunos de los cuales tenían libros procedentes del palacio de los libros que los rums cristianos habían quemado cuando entró Amrú ben El-Ass en El-Iskandaria. Y les mandó que transportaran a su casa cuantos libros de valor poseyeran. Y los retribuyó con más esplendidez de lo que ellos mismos pretendían, sin regateos ni vacilaciones. Pero no se limitó a estas compras. Envió emisarios a El Cairo, a Damasco, a Bagdad, a Persia, al Maghreb, a la India, e incluso a los países de los rums, para que compraran los libros más reputados en estas diversas comarcas, con encargo de no escatimar el precio de compra. Y al cabo de cierto tiempo, volvieron unos tras de otros los emisarios, con fardos cargados de manuscritos preciosos. Y el joven hizo ponerlo todo por orden en los armarios de una magnífica cúpula que había mandado construir con esta intención, y que, en el frontis de su entrada principal, tenía escritas en grandes letras de oro y azul estas sencillas palabras: "Cúpula del Libro".
Y hecho lo cual, el joven puso manos a la obra. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 972* NOCHE
Ella dijo:
... Y hecho lo cual, el joven puso manos a la obra. Y se consagró a leer con método, lentitud y meditación los libros de su maravillosa cúpula. Y como había nacido bajo la bendición, y sus pasos estaban marcados por el éxito y la felicidad, retenía en su feliz memoria todo lo que leía y anotaba. Así es que, en poco tiempo, llegó al límite extremo de la instrucción y del saber, y su espíritu se enriqueció con dones más abundantes que cuantos bienes le tocaron en herencia. Y entonces pensó con cordura en hacer que los que le rodeaban se aprovechasen de los dones de que él era poseedor. Y con tal objeto, dió en la cúpula del libro un gran festín, al cual convidó a todos sus amigos, familiares, parientes próximos y lejanos, esclavos, palafreneros inclusive, y hasta a los pobres y mendigos habituales de su umbral. Y cuando comieron y bebieron y dieron gracias al Retribuidor, irguióse el joven rico en medio del círculo atento de sus invitados, y les dijo: "¡Oh huéspedes míos! ¡esta noche, en lugar de cantores y de músicos, presida la inteligencia nuestra asamblea! Porque ha dicho el sabio: "Habla y saca de tu espíritu lo que sepas, para que se alimente de ello el oído de quien te escuche. Y quienquiera que obtenga ciencia, obtiene un bien inmenso. Y el Retribuidor otorga la sabiduría a quien quiere, y el ingenio se creó por orden suya; pero, entre los hijos de los hombres, sólo un pequeño número está en posesión de los dones espirituales". Por eso ha dicho Alah el Altísimo, por boca de su Profeta bendito (¡con él la plegaria y la paz!) ; "¡Oh creyentes! haced limosnas con las cosas mejores que hayáis adquirido, porque no alcanzaréis la perfección hasta que hagáis limosnas con lo que más queráis. Pero no las hagáis por ostentación, pues entonces os pareceríais a esas colinas rocosas cubiertas apenas por un poco de tierra: si cae un diluvio sobre esas colinas no dejará más que una roca pelada. Hombres así no sacarán ningún provecho de sus obras. Pero los que se muestran generosos, por su firmeza de alma se parecen a un jardín plantado en un ribazo que regaran las lluvias abundantes del cielo y cuyos frutos tuvieran doble tamaño del corriente. Si no cayera en él la lluvia, caería el rocío. Y entrarán en los jardines del Edén".
"Por eso ¡oh huéspedes míos! os he congregado esta noche. Porque, no queriendo, como el avaro, guardar para mí solo los frutos de la ciencia, deseo que los probéis conmigo, para marchar juntos por el camino de la inteligencia".
Y añadió:
"Paseemos, pues, nuestras miradas por los tragaluces del Saber y de la Historia, y desde allí asistamos al desfile del cortejo maravilloso de las figuras antiguas, a fin de que, a su paso, se esclarezca nuestro espíritu, y se encamine, iluminado, hacia la perfección. ¡Amín!"
Y todos los invitados del joven rico se llevaron las manos al rostro, contestando: "¡Àmín!"
Entonces sentóse él en medio de su auditorio silencioso, y dijo: "¡Oh amigos míos! no sé comenzar mejor la distribución de las cosas admirables que haciendo beneficiarse de ellas a vuestro entendimiento con el relato de algunos rasgos de la vida de nuestros padres árabes de la gentilidad, los verdaderos árabes de las arenas, cuyos maravillosos poetas no sabían leer ni escribir, en quienes la inspiración era un don vehemente, y que sin tinta ni cálamo ni censores formaron esta nuestra lengua árabe, la lengua por excelencia, aquella de que se ha servido el Altísimo, con preferencia a todas las demás, para dictar Sus palabras a Su Enviado (¡con él la plegaria, la paz y las más escogidas bendiciones!) Amín !"
Y habiendo respondido de nuevo los invitados: "¡Amín!", dijo: "He aquí, pues, una historia entre mil de aquellos tiempos heroicos de la gentilidad:
EL POETA DOREID, SU CARACTER GENEROSO Y SU AMOR POR LA CELEBRE POETISA TUMADIR DE KHANSA
"Cuentan que un día el poeta Doreid, hijo de Simmah, jeique de tribu de los Bani-Jucham, que vivía en la época de la gentilidad y era tan valeroso jinete como reconocido poeta, y dueño de numerosas tiendas y de buenos pastos, partió en razzia contra la tribu rival de los Bani-Firás, cuyo jeique era Rabiah, el guerrero más intrépido del desierto.
Y Doreid iba a la cabeza de una tropa de jinetes escogidos entre los mejores de la tribu. Y al desembocar en un valle del territorio enemigo de los Bani-Firás, divisó a lo lejos, en el extremo opuesto del valle, un hombre a pie que conducía una mujer montada en un camello. Y después de examinar un momento el convoy, Doreid se encaró con tino de sus jinetes y le dijo: "¡Lanza tu caballo, y dirígete a ese hombre!"
Y partió el jinete, y cuando llegó adonde pudiera hacerse oír, gritó al hombre: "¡Suelta la presa, déjame esa mujer y salva tu vida!" Y reiteró por tercera vez su intimación. Pero el hombre le dejó acercarse; luego, calmoso y plácido, sin apresurar el paso, entregó el ronzal del camello a la que él conducía, y con voz tranquila entonó este canto:
¡Oh señora, camina al paso feliz de una mujer cuyo corazón nunca a palpitado con temor, y cuya grupa prominente se ha redondeado en la seguridad!
¡Y sé testigo de la acogida que a ese jinete va a hacer el Firacida, que jamás conoció la vergüenza de volver la espalda al enemigo!
¡He aquí una muestra de mis golpes!
Acto seguido, arremetió contra el jinete de Doreid, le desmontó de una lanzada, y al punto le tendió muerto en el polvo. Después tomó el caballo sin dueño, y tras de ofrecérselo como homenaje a su dama, saltó a la silla al primer intento, y siguió caminando como antes, sin más prisa ni más emoción . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 973* NOCHE
Ella dijo:
. .. sin más prisa ni más emoción.
En cuanto a Doreid, como no viera reaparecer a su mensajero, envió a la descubierta a otro jinete. Y éste, al encontrar sin vida en el camino a su compañero, persiguió al viajero y le gritó desde lejos la intimación que le había dirigido el primer agresor. Pero el hombre hizo como si no oyera. Y el jinete de Doreid corrió tras él, lanza en ristre. Pero el hombre, sin conmoverse, entregó de nuevo a su dama el ronzal del camello, y arremetió de pronto contra el jinete, dirigiéndole estos versos:
¡He aquí que cae sobre ti la fatalidad de colmillos de hierro! ¡oh retoño de la infamia, que te pones en el camino de la mujer libre e inviolable!
¡Entre ella y tú está tu señor Rabiah, cuya ley, para un enemigo, es el hierro de su lanza, una lanza que le obedece a la perfección!
Y cayó el jinete, con el hígado traspasado, arañando la tierra con sus uñas. Y de un trago bebió la muerte. Y el vencedor prosiguió su camino sin apresurarse.
Y Doreid, lleno de impaciencia e inquieto por la suerte de sus dos jinetes, destacó a un tercer hombre con la misma consigna. Y el explorador llegó al sitio consabido y encontró a sus dos compañeros tendidos sin vida en el suelo. Y más allá divisó al extranjero, que caminaba con tranquilidad, conduciendo con una mano al camello de la dama y arrastrando perezosamente la lanza. Y le gritó: "Suelta la presa, ¡oh perro de las tribus!" Pero el hombre, sin volverse siquiera hacia su agresor, dijo a su dama: "Dirígete, amiga mía, a nuestras tiendas más pròximas". Luego hizo frente de pronto a su adversario, y le gritó estos versos:
¿No viste ¡oh cabeza sin ojos! cómo se debaten en su sangre tus hermanos? ¿Y no sientes pasar ya por tu rostro el soplo de la madre de los buitres?
¿Qué crees que vas a recibir del jinete de cara ceñuda, sino el regalo de una soberbia lanzada que te vista los riñones con un traje de sangre de un hermoso color negro de cuervo?
Y así diciendo, apuntó al jinete de Doreid, y de primera intención le derribó, con el pecho atravesado de parte a parte. Pero al propio tiempo se le rompió la lanza con la violencia del choque. Y Rabiah -porque era él mismo, aquel jinete de los desfiladeros y las torrenteras-, como sabía que ya estaba cerca de su tribu, no quiso bajarse a recoger el arma de su enemigo. Y continuó su camino, sin tener por toda arma más que el asta rota de su lanza.
Pero Doreid, entretanto, asombrado de no ver volver a ninguno de sus jinetes, salió él mismo a la descubierta. Y encontró en la arena los cuerpos sin vida de sus compañeros. Y de improviso vió aparecer, al rodear un montículo, al propio Rabiah, su enemigo, con aquella arma irrisoria. Y por su parte, Rabiah reconoció a Doreid, y ante tal adversario, se arrepintió en el alma de la imprudencia que había cometido al no apropiarse la lanza de su último agresor. Sin embargo, esperó a Doreid erguido en su silla y empuñando el asta rota de su lanza.
Y de una ojeada comprendió Doreid el estado de inferioridad de Rabiah, y la grandeza de su alma le incitó a dirigir estas palabras al héroe Firacida. "¡Oh padre de los jinetes de los Bani-Firás! a hombres como tú no se los mata, ciertamente. Sin embargo, mis gentes, que baten el país, querrán vengar en ti la muerte de sus hermanos, y como estás desarmado, solo y tan joven, toma mi lanza. En cuanto a mí, me vuelvo para quitar a mis compañeros la idea de perseguirte".
Y Doreid regresó a galope junto a sus gentes, y les dijo: "El jinete ha sabido defender a su dama. Porque ha matado a nuestros tres hombres y, además, me ha enganchado la lanza. ¡En verdad que es un rudo campeón a quien no hay ni que soñar en atacar!"
Y volvieron bridas y regresaron todos, sin razzia, a su tribu.
Y pasaron los años. Y Rabiah murió, como mueren los caballeros irreprochables, en un encuentro sangriento con los de la tribu de Doreid. Y para vengarle, una tropa de Firacidas partió en nueva razzia contra los Bani-Jucham. Y cayeron inopinadamente de noche sobre el campamento, y mataron a los que mataron, e hicieron muchos cautivos, y se llevaron un botín considerable en mujeres y en bienes. Y en el número de los cautivos estaba el propio Doreid, jeique de los Juchamidas.
Y cuando llegaron a la tribu de los vencedores, Doreid, que había tenido buen cuidado de ocultar su nombre y su calidad, fué puesto, con todos los demás cautivos, bajo una guardia severa. Pero, impresionadas por su buena cara, las mujeres Firacidas pasaban y repasaban triunfadoras por delante de él, con un aire coquetón. Y de repente exclamó una de ellas: "¡Por la muerte negra! ¡vaya un acierto que habéis tenido, hijos de Firás! ¿Sabéis quién es éste?" Y acudieron los demás, y le miraron y contestaron: "¡Este es uno de los que han aclarado nuestras filas!" Y dijo la mujer: "¡Ya lo creo! ¡como que es un bravo! Precisamente él es quien regaló su lanza a Rabiah el día que se le encontró en el valle". Y arrojó su túnica, en señal de salvaguardia, sobre el prisionero, añadiendo: "Hijos de Firás, tomo a este cautivo bajo mi protección". Y se aglomeró mayor número de gente, y preguntaron su nombre al cautivo, que contestó: "Soy Doreid ben Simmah. Pero ¿quién eres tú, ¡oh señora!?"
Ella contestó: "Soy Raita, hija de Gizl El-Tián, aquella cuyo camello conducía Rabiah. Y Rabiah era mi marido".
Luego se presentó en todas las tiendas de la tribu, y se dirigió a los guerreros con este lenguaje: 'Hijos de Firás, recordad la generosidad del hijo de Simmah cuando dió a Rabiah su lanza de mango largo y hermoso. Hágase bien por bien, y recoja cada cual el fruto de sus obras. Que la boca de los hombres no se llene de desprecio al contar vuestra conducta para con Doreid. Romped sus ligaduras, y pagando la indemnización, sacadle de las manos de quien le ha hecho cautivo. De no obrar así opondréis ante vosotros un acto oprobioso, que hasta el día de vuestra muerte os hará apenaros indefinidamente y arrepentiros".
Y al oírla, los Firacidas recaudaron entre sí para indemnizar a Muharrik, el jinete que había hecho cautivo a Doreid. Y Raita dió a Doreid, cuando le pusieron en libertad, las armas de su difunto esposo. Y Doreid se volvió a su tribu, y nunca más hizo la guerra a los Bani-Firás.
Y transcurrieron más años todavía. Y Doreid, viejo ya, pero siempre dotado de un alma hermosa de poeta, acertó a pasar un día a poca distancia del campamento de la tribu de los Bani-Solaim. Y en aquel tiempo vivía en aquella tribu la Solamida Tumadir, hija de Amr, conocida en toda Arabia por el sobrenombre de El-Khansa, y admirada por su maravilloso talento poético.
Y en el momento en que Doreid pasaba por junto a su tribu, la bella Solamida estaba ocupada en embrear una piel de camella de su padre. Y como el sitio estaba retirado, el calor era mucho y no pasaba radie por allí, Tumadir se había quitado la ropa, y trabajaba casi enteramente desnuda. Y Doreid, escondido, la observaba y la examinaba sin que ella lo sospechase. Y maravillado de su belleza, improvisó los versos siguientes:
¡Id ¡oh amigos míos! a saludar a la bella Solamida Tumadir, y saludad de nuevo a mi linda gacela de noble origen!
¡Jamás, en nuestras tribus, vióse de frente o de espaldas tan arrebatadora curtidora de pieles!
¡Rostro arrebatador, del más admirable modelado, hermoso como el frente de nuestras estatuas de oro; rostro al que adorna la riqueza de una cabellera semejante a la cola brillante de los sementales de alta nobleza!
¡Opulenta, rica cabellera! ¡Abandonada a sí misma negligentemente, flota en largas cadenas espejeantes; peinada y arreglada, se dirían hermosos racimos lustrados por una lluvia fina!
¡Dos cejas de dulce curvatura, dos líneas impecables trazadas por el cálamo de un sabio, soberbias coronas encima de dos ojos grandes de antílope!
¡Mejillas dulcemente modeladas a las que aviva una ligera púrpura, aurora aparecida en un campo de tenue blanco perla!
¡Una boca a la que hace florecer la gracia, fuente de suavidad, sobre dientes de estrías imperceptibles, perlas puras, pélalos de jazmín humedecidos de miel perfumada.
¡Un cuello blanco cual la plata en la mina, ondulante, erguido sobre un pecho comparable a los pechos magníficos de nuestras estatuas de marfil!
¡Dos brazos llenos de carne firme, deliciosos de robustez; dos antebrazos en los que no se adivina el hueso, en los que no se tocan venas; falanges y dedos que ruborizarían de envidia a los dátiles en las ramas!
¡Un vientre lujuriante, de pliegues delicados y juntos, como el papel plegado en dobleces menudos, y dispuestos en torno del ombligo, cajita de marfil donde se guardan los perfumes!
¡La espalda! ¡qué gracioso surco el de esta espalda que termina en un talle tan esbelto, ¡oh, sí! tan frágil, que ha sido preciso todo el poder de la divinidad para mantener sujeta a él esa grupa tan considerable!
¡Hela aquí! ¡magnífica muchacha a quien, cuando se levanta, la obligan a
sentarse sus pesadas caderas, y cuando se sienta, su grupa opulenta rebota y la obliga a ponerse de pie! ¡Oh! ¡qué dos montículos tan encantadores y arenosos!
¡Y todo esto lo soportan dos columnas de gloria muy erguidas, bien torneadas, tallos de perlas sobre dos tallos de papiro finamente aterciopelados por un vello moreno, y todo pesa sobre dos piececitos maravillosos, afilados y finos cual dos lindas puntas de lanza!
¡Oh! ¡gloria a la divinidad! ¿Cómo dos bases tan delicadas tienen fuerza para soportar todo el conjunto de arriba?
¡Id ¡oh amigos míos! a saludar a la bella Solamida Tumadir, y saludad de nuevo a mi linda gacela de noble origen!
Y al día siguiente, el noble Doreid, acompañado de los notables de su tribu, fué, con gran aparato, en busca del padre de Tumadir, y le rogó que se la diera en matrimonio. Y el viejo Amr, sin hacer esperar su respuesta, dijo al jinete poeta: "Mi querido Doreid, no se rechazan las proposiciones de hombre tan generoso como tú; no se rehusan los deseos de jefe tan honrado como tú; no se da en el hocico a un semental como tú. Pero debo decirte que mi hija Tumadir tiene en la cabeza ciertas ideas, ciertas maneras de ver...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 974* NOCHE
Ella dijo:
" .. . no se da en el hocico a un semental como tú. Pero debo decirte que mi hija Tumadir tiene en la cabeza ciertas ideas, ciertas maneras de ver... Y se trata de ideas y maneras de ver que por lo general no tienen las demás mujeres. Y yo siempre la dejo en libertad de obrar como le plazca, porque mi Khansa no es como las demás mujeres. Voy, pues, a hablarle de ti lo más elogiosamente que pueda, te lo prometo; pero no respondo de su consentimiento que dejo a su albedrío".
Y Doreid le dió las gracias por lo que se prestaba a hacer; y Amr entró al cuarto de su hija, y le dijo: "Khansa: un valeroso jinete, un noble personaje, jefe de los Bani-Jucham, hombre venerado por su gran edad y su heroísmo, Doreid, en fin, el noble Doreid, hijo de Simmah, de quien conoces odas guerreras y hermosos versos, viene a mi tienda para pedirte en matrimonio. Se trata, hija mía, de una alianza que nos honra. Aparte esto, no he de influir en tu decisión".
Y Tumadir contestó: "Padre mío, déjame algunos días de plazo para que, antes de contestar, pueda consultar conmigo misma".
Y el padre de Tumadir volvió ante Doreid, y le dijo: "Mi hija Khansa desea
esperar un poco antes de dar una respuesta definitiva. Espero, sin embargo, que aceptará tu alianza. Ven, pues dentro de unos días". Y Doreid contestó: "Conforme, ¡oh padre de los héroes!" Y se retiró a la tienda puesta a su disposición.
Y he aquí que, en cuanto se alejó Doreid, la bella Solamida mandó que le siguiera los pasos una de sus servidoras, diciéndole: "Ve a vigilar a Doreid, y síguele cuando se separe de las tiendas para hacer sus necesidades. Y mira bien el chorro, y fíjate en la fuerza que tiene y en la huella que deje en la arena. Y por ello juzgaremos si se halla todavía con vigor viril".
Y la servidora obedeció. Y fué tan diligente, que al cabo de algunos instantes estaba de vuelta junto a su ama, y le dijo estas simples palabras: "Hombre inservible".
Al expirar el plazo pedido por Tumadir, Doreid volvió a la tienda de Amr para saber la respuesta. Y Amr le dejó en la parte de la tienda reservada a los hombres, y entró en el aposento de su hija, y le dijo: "Nuestro huésped espera tu decisión. Khansa mía, y lo que hayas resuelto". Y ella contestó: "He consultado conmigo misma, y he resuelto no salir de mi tribu. Porque no quiero renunciar a unirme con alguno de mis primos, jóvenes hermosos cual hermosas y largas lanzas, por casarme con un Juchamida viejo como Doreid, con el cuerpo extenuado, que de hoy a mañana rendirá su menguada alma. ¡Por el honor de nuestros guerreros! prefiero envejecer virgen a ser mujer de un viejo helado".
Y Doreid, que estaba en la tienda, del lado de los hombres, oyó la despreciativa respuesta, y se impresionó cruelmente. Y por orgullo, no dejó traslucir sus sentimientos, y despidiéndose del padre de la bella Solamida, partió camino de su tribu.
Pero se vengó de la cruel con la sátira siguiente:
¡Declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que naciese ayer?
¡Anhelas tener por marido ¡oh Khansa! -y en verdad que haces bien- a un jayán de piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!
¡Sí; que nuestras divinidades, hija mía, te preserven de maridos como yo! ¡Porque yo soy y hago otra cosa!
¡Sabido es, en efecto, quién soy, y que si mi mano está fuerte, es para tareas mucho más serias!
¡Sabido es por doquiera que, en las grandes crisis, ni me encadena la lentitud ni me arrebata la precipitación, y que en toda ocasión tengo prudencia y cordura!
¡Sabido es por doquiera que, en mi tribu, por respeto a mí, nadie pregunta al huésped que alojo, y a mis protegidos jamás se les inquieta en sus noches!
¡Sabido es, finalmente, que, en los meses famélicos de sequía, cuando las mismas nodrizas se olvidan de sus mamones, mis tiendas rebosan comida y mi hogar
chisporrotea!
¡Guárdate, pues, de tomar un marido como yo y de hacer hijos como yo!
¡Tú ¡oh Khansa! anhelas tener por marido -y en verdad que haces bien- a un jayán de piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!
¡Porque declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que naciese ayer?
Cuando se difundieron estos versos por las tribus, de todas partes aconsejaron a Tumadir que aceptara por marido a aquel Doreid de mano generosa, de fantasía sin par. Pero ella no volvió de su acuerdo.
Acaeció, entretanto, que en un encuentro sangriento con la tribu enemiga de los Murridas, un hermano de Tumadir, el valeroso jinete Moawiah, pereció a manos de Haschem, jefe de los Murridas y padre de la bella Asma, a la que en otra ocasión había ofendido aquel mismo Moawiah. Y precisamente aquella muerte de su hermano la deploró Tumadir en el canto fúnebre, cuyo aire se salmodiaba con el compás del primer bordón y en la tónica de la cuerda del dedo anular:
¡Llorad, ojos míos; verted lágrimas inagotables! ¡Ay! ¡la que vierte estas lágrimas llora a un hermano que ha perdido! ¡En adelante, entre ella y él, estará el velo que ya no se descorre, la tierra reciente de la tumba!
¡Oh hermano mío! ¡partiste para la acequia de cuya agua gustarán todos un día la amargura! ¡Marchaste puro allí, diciendo: "Más vale morir: la vida no es más que un vuelo de abejorros sobre la punta de una lanza!"
¡Mi corazón recuerda, ¡oh hijo de mi padre y de mi madre! y me abato como la hierba en estío! ¡Me encierro en la consternación!
¡Ha muerto el que era escudo de nuestras tribus y sostén de nuestra casa; ha partido para una calamidad! ¡Ha muerto el que era faro y modelo de los hombres más valientes; quien era para ellos como las hogueras encendidas, como las cimas de las montañas!
¡Ha muerto el que montaba en yeguas preciosas, deslumbrando con sus vestiduras! ¡El héroe de largo tahalí, que era rey de nuestras tribus, cuando aún estaba imberbe, el joven lleno de valentía y de hermosura!
¡Mi hermano, el de las dos manos generosas, la propia mano de la generosidad!' ¡Ya no existe! ¡Está en la tumba, frío, encerrado bajo la roca y la piedra!
¡Decid a su yegua Alwa la de pecho admirable: "Llora, gime por las carreras vagabundas: ¡ya no te cabalgará tu dueño!".
¡Oh hijo de Amr! ¡la gloria galopaba a tu lado cuando en el fragor de la batalla se alzaba hasta los muslos tu larga cota de armas!
¡Cuando la llama de la guerra hacía a los hombres herirse cuerpo a cuerpo, y tus hermanos y tú pasabais, caballo contra caballo, como vampiros y buitres montados por demonios! ¡Ciertamente, despreciabas la vida en días de combate, cuando despreciar la vida es más grande y digno de recuerdo!
¡Cuántas veces te precipitaste contra los torbellinos erizados de cascos de hierro y bastardos de dobles cotas de malla, impasible en medio de horrores sombríos como los tintes bituminosos de la tormenta!
¡Fuerte y arrojado, como un mástil de Rudaina, brillabas en toda tu juventud, con tu talle semejante a un brazalete de oro! ¡Cuando a tu alrededor, en medio del desorden de las batallas, la muerte arrastra en la sangre los bordes de tu manto!
¡Cuántos caballos precipitaste sobre los escuadrones enemigos, , oh hermano mío! mientras la roja apisonadora de las batallas rodaba terriblemente sobre los más bravos de ambos campos!
¡Tú echabas entonces la orla de tu resplandeciente cota de malla sobre tu corcel, a quien se le saltaban las entrañas y le sonaban en los flancos!
¡Tú animabas a las lanzas, excitándolas a confundir sus relampagueos, cuando iban a hundirse hasta el fondo de los riñones en las entrañas de los guerreros!
¡Tú eras el tigre enardecido que se lanza a la refriega en medio de la tormenta, armado con las dobles armas de sus dientes y sus uñas!
¡Cuántas cautivas desoladas y felices has conducido delante de ti, como rebaños de hermosos antílopes conmovidos por las primeras gotas de lluvia! ¡Cuántas bellas y blancas mujeres salvaste por la mañana, a la hora de la pelea, cuando erraban, con el velo en desorden, enloquecidas de horror y de espanto!
¡Cuántas desgracias nos evitaste, desgracias cuyo solo aspecto terrible o relato habría hecho abortar a las mujeres encinta! ¡Cuántas madres se hubiesen quedado sin hijos si tu sable no hubiese estado allí!
¡Y también ¡oh hermano mío! cuántas rimas de combate cantaste sin esfuerzo en el tumulto, penetrantes como el hierro de la lanza, y que vivirán por siempre entre nosotros!
¡Ah! ¡muerto el generoso hijo de Amr, que se apaguen las estrellas, que anule el sol sus rayos! ¡El era nuestro sol y nuestra estrella!
Ahora que ya no existes, hermano mío, ¿quién recogerá al extranjero cuando del Norte lúgubre soplen los vientos sibilantes que suenan en los ecos?
¡Ay! ¡a aquel que os alimentaba con sus rebaños, ¡oh viajeros! y os protegía con sus armas, le pusisteis y dejasteis en el polvo donde cavasteis su fosa, le dejasteis en la morada terrible, en medio de estacas puestas en hilera! ¡Y arrojáronse sobre él ramajes sombríos de salamah!
Entre las tumbas de nuestros antepasados, sobre las cuales ya hace mucho tiempo que pasan los años y los días!
¡Oh hermano mío, hijo del más hermoso de los Solamidas! ¡qué dolor tan lancinante es para mí tu pérdida, que extingue mi resolución y mi valor!
¡La mehara (camella) que, privada de su recién nacido, da vueltas en torno al simulacro que le fingen para engañar su ternura, lanzando quejas y gritos de angustia, que va y busca, ansiosa, por todos lados; que ya no ramonea en los pastos cuando despierta su recuerdo; que ya no tiene más que gemidos y saltos medrosos,
no da más que una débil imagen del dolor que me abruma, ¡oh hermano mío!
¡Oh! ¡jamás cesarán mis lágrimas por ti, jamás se interrumpirán mis sollozos y mis acentos de dolor! ¡Llorad, ojos míos; verted lágrimas inagotables!
Y precisamente con motivo de este poema, el poeta Nabigha El-Dhobiani y los demás poetas reunidos en la feria mayor de Okaz para la recitación anual de sus poesías ante todas las tribus de Arabia, fueron interrogados acerca del mérito de Tumadir El-Khansa, y contestaron con unanimidad: "¡Supera en poesía a los hombres y a los genn!"
Y Tumadir vivió después de la predicación del Islam bendito en Arabia. Y en el año ocho de la hégira de Sidna-Mahomed (con El la plegaria y la paz) fué con su hijo Abbas, que entonces era jefe supremo de los Solamidas, a someterse al Profeta, y se ennobleció con el Islam. Y el Profeta la trató con honores, y quiso oirla recitar sus versos, aunque no apreciaba a los poetas. Y la felicitó por su inspiración poética y por su fama. Y por cierto que repitiendo un verso de Tumadir fué cómo dejó ver que no sentía la medida prosódica. Porque falseó la extensión de aquel verso, transportando a otro las dos últimas palabras. Y el venerable Abu-Bekh, que escuchaba esta ofensa a la regularidad métrica, quiso rectificar la posición de las dos últimas palabras trastrocadas; pero el Profeta (con El la plegaria y la paz) le dijo: "¿Qué importa? Es lo mismo". Y Abu-Bekr contestó: "En verdad ¡oh Profeta de Alah! que justificas por completo estas palabras que Alah te ha revelado en su santo Korán: "No hemos enseñado a nuestro Profeta la versificación: no la necesita. ¡El Korán, lectura sencilla y clara, es la enseñanza!".
"¡Pero Alah es más sabio!".
Luego dijo el joven a sus oyentes: "He aquí otro rasgo admirable de la vida de nuestros padres árabes de la gentilidad". Y dijo:
EL POETA FIND Y SUS DOS HIJAS GUERRERAS,
OFAIRAH LOS SOLES Y HOZEILAH LAS LUNAS
"Hemos llegado a saber que el poeta Find, cuando era centenario y jefe de la tribu de los Bani-Zimmán, rama de la gran tribu de los Bekridas, del tronco primero de los Rabiah, tenía dos hijas jóvenes, que se llamaban, la mayor, Ofairah los Soles, y la menor, Hozeilah las Lunas. Y en aquel tiempo, la tribu entera de los Bekridas estaba en guerra con los Thaalabidas, numerosos y poderosos. Y a pesar de su mucha edad, se consideró a Find digno, por ser el jinete más afamado de su tribu, de que sus compañeros le enviaran a la cabeza de setenta jinetes, por todo contingente, con objeto de agregarse a la expedición general de los Bekridas. Y sus hijas, las dos jóvenes, se contaban entre los setenta. Y el mensajero que fué a anunciar a la asamblea general de los Bekridas la llegada del contingente de guerra de los Bani-Zimmán, dijo a aquellos a quienes le enviaban: "Nuestra tribu os envía un contingente de mil guerreros, más setenta jinetes".
Con esto quería decir que Find, por sí solo, valía tanto como un ejército de mil hombres.
Luego, cuando estuvieron reunidos todos los contingentes de las tribus bekridas, se desencadenó la guerra como un huracán. Y entonces fué cuando se libró aquella batalla, célebre en todas las memorias, que se llamó la Jornada de la tala de los tupés, a causa de la enorme humillación que hicieron sufrir los Bekridas vencedores a sus prisioneros, cortándoles el tupé antes de enviarlos, libres, a mostrar su derrota a sus hermanos de las tiendas thaalabidas. Y en aquella batalla memorable fué precisamente donde se acreditaron para siempre las dos hijas de Find, revoltosas, impetuosas, heroínas de la jornada...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 975* NOCHE
Ella dijo:
Y en aquella batalla memorable fué precisamente donde se acreditaron para siempre las dos hijas de Find, revoltosas, impetuosas, heroínas de la jornada. Porque en lo más reñido del combate, y cuando parecía incierto el éxito, las dos jóvenes saltaron de pronto al suelo desde sus caballos, se desnudaron en un abrir y cerrar de ojos, y arrojando a lo lejos trajes y cotas de malla, se precipitaron, con los brazos hacia adelante, una en medio del ala derecha del ejército bekrida, y la otra en medio del ala izquierda, estremecidas y enteramente desnudas, conservando sólo en la cabeza sus ornamentos de color verde. Y cada cual clamó con toda su voz en la refriega un canto de guerra improvisado, que desde entonces se canta con el ritmo ramel pesado y en la tónica de la cuerda media del tetracordio, faltando el segundo ritmo medido sordamente por el aff.
He aquí primero el canto de Ofairah los Soles:
¡Al enemigo! ¡al enemigo! ¡al enemigo!
¡Encended la batalla, hijos de Bekr y de Zimmán, azuzad la pelea!
¡Las alturas están inundadas de escuadrones salvajes!
¡Adelante, pues! ¡al enemigo al enemigo!
¡Honores, honores a quien esta mañana se vista con el manto rojo!
¡Vamos, guerreros nuestros!
¡Caed sobre ellos, y os abrazaremos con toda la fuerza de nuestros brazos!
¡Aseméjense las heridas, anchurosas, a la abertura del vestido de una loca furiosa!
¡Y os preparemos una cama con muelles cojines!
¡Pero, si retrocedéis, huiremos de vosotros como de hombres indignos de amor!
¡Adelante, pues! ¡al enemigo, al enemigo!
¡Adelante, y honor a los hijos de Bekr y de Zimmán!
¡Encended la batalla, azuzad la pelea!
¡Matad y vivid, hijos de mi raza! ¡Adelante!
Y he aquí el canto de guerra clamado por la cólera de Hozeilah las Lunas para exaltar el ardor de los que rodeaban el pendón de los Bani-Zimmán, junto a su padre Find, que había cortado los jarretes de su camello para estar seguro de no retroceder un paso:
¡Valor, hijos de Zimmán; valor, nobles Bekridas;
Herid, herid con vuestros sables cortantes!
¡Sacudid sobre sus cabezas las mil teas de la guerra roja!
¡Degollemos, degollemos a todos!
¡Valor, defensores de vuestras mujeres!
¡Somos las hijas hermosas de la estrella de la mañana;
El almizcle perfuma nuestras cabelleras, las perlas nos adornan el cuello!
¡Degollad, degollad a todos!
¡Y os estrecharemos en nuestros brazos!
¡Valor, valor, heroicos jinetes de Rabiah!
¡Al más bravo de vosotros le sacrificaré mi flor virginal!
¡Caed sobre el enemigo! ¡Para el más bravo será Hozeilah las Lunas!
¡Degollad, degollad a todos!
¡Pero a los cobardes que retrocedan les desdeñaremos.
Con ese desdén de los labios y del corazón que acompaña al desprecio!
¡Herid, pues, con vuestros sables cortantes!
¡Que su sangre sirva de alfombra a nuestros pies!
¡Degollad a todos, herid con vuestros sables cortantes!
¡Degollad a todos!
Y al oír aquel doble canto de muerte, nuevo entusiasmo hizo hervir el ardor de los Bekridas, redobló el encarnizamiento, y la victoria fué para ellos decisiva y definitiva.
Y así es cómo se batían nuestros padres de la gentilidad. ¡Y así es cómo se portaban sus hijas! ¡Que los fuegos de la gehenna no sean para ellos demasiado crueles!"
Luego el joven dijo a sus oyentes exaltados: "Escuchad ahora la AVENTURA AMOROSA DE LA PRINCESA FATIMAH CON EL POETA MURAKISCH, que también vivían en la época de la gentilidad".
Y dijo:
AVENTURA AMOROSA DE LA PRINCESA FATIMAH
CON EL POETA MURAKISCH
"Cuentan que Nemán, rey de Hirah, en el Irak, tenía una hija llamada Fátimah, que era tan bella como ardiente. El rey Nemán, que conocía el temperamento poco tranquilizador de la joven princesa, había tenido la precaución de tenerla encerrada en un palacio retirado para prevenir un deshonor sobre su raza o una calamidad. Y también había tenido cuidado, en honor a su hija y por prudencia al mismo tiempo, de hacer vigilar día y noche alrededor del palacio a guardias armados. Y nadie más que la doncella de la princesa tenía derecho a entrar en aquel asilo conservador de la virtud de Fátimah. Y por un exceso de prudencia y desconfianza, a diario, a la caída de la noche, se arrastraban por tierra grandes mantas de lana alrededor del palacio, a fin de igualar y alisar la superficie arenosa del suelo para que desapareciese la huella de los piececitos de la joven que servía a la princesa, y también para reconocer al día siguiente si había dejado huellas algún tunante al acecho de aventuras.
Y he aquí que la bella cautiva subía varias veces al día a lo alto de su claustro forzado, y desde allí miraba de lejos a los transeúntes, y suspiraba. Y un día, por aquel procedimiento, vió a su doncellita, que se llamaba Ibnat-Ijlán, charlando con un joven de buen aspecto. Y acabó por saber de boca de la joven que aquel joven de quien la muchacha estaba enamorada era el célebre poeta Murakisch, y que ya había ella gozado de su amor muchas veces. Y la doncella, que era en verdad hermosa y vivaracha, elogió a su señora la belleza y la magnífica cabellera del poeta, y en términos tan exaltados, que la ardiente Fátimah deseó apasionadamente verle y gozarle a su vez, al igual de su doncella. Pero primero, con su delicadeza refinada de princesa, quiso asegurarse de si el hermoso poeta era de buena familia. Y con ello precisamente daba prueba de saber portarse como verdadera árabe de alto linaje que era. Y así se distinguió de su doncella, menos noble que ella, y por tanto, menos escrupulosa y menos exigente.
A tal fin, pues, la princesa recluida exigió una prueba, decisiva a su entender. Porque, cuando habló con la joven respecto a las probabilidades de que entrase el poeta en el castillo, acabó por decirle: "¡Escucha! Cuando mañana esté contigo el joven, preséntale un mondadientes de madera aromática y un pebetero en el que echarás un poco de perfume. Y después dile que se ponga de pie encima del pebetero para perfumarse. Si se sirve del mondadientes sin cortarlo ni deshacer un poco la punta, o si se niega a admitirlo, es un hombre vulgar, sin delicadeza. Y si se coloca encima del pebetero o si lo rechaza, también será un cualquiera. Y por muy gran poeta que sea, un hombre que no conoce la delicadeza no es digno de las princesas".
Así es que al día siguiente, cuando fué en busca de su enamorado, no dejó la joven de hacer la experiencia. Porque tras de colocar un pebetero encendido en medio de la habitación, y de echar en él perfume, dijo al joven: "¡Acércate para perfumarte!"
Pero el poeta no se molestó, y contestó: "Tráeme el pebetero, junto a mí". Y la joven así lo hizo; pero el poeta no puso el pebetero debajo de sus ropas, y se contentó con perfumarse solamente la barba y la cabellera. Tras de lo cual, aceptó el mondadientes que le presentaba su amante, y después de cortarlo y tirar un pedacito, hizo de la punta un pincel flexible, v se frotó con él los dientes y se perfumó las encías. Hecho esto, sucedió entre él y la joven lo que sucedió.
Y cuando la pequeñuela volvió al palacio vigilado, contó a su impetuosa señora el resultado de la prueba. Y Fátimah dijo al punto: "¡Tráeme a ese noble árabe! Y date prisa".
Pero los guardianes eran severos y estaban armados y en continuo acecho. Y cada mañana, los adivinos del rey Nemán, padre de la princesa, iban a aquellos lugares para ver y reconocer las huellas de pies impresas en la arena. Y se volvían los adivinos para decir a su señor: "¡Oh rey del tiempo! esta mañana no hemos encontrado otra impresión que la de los piececitos de la joven Ibnat-Ijlán".
Pero ¿qué hizo la maligna doncella de la princesa para introducir consigo al poeta sin traicionar su paso? Helo aquí. La noche fijada por su señora, fué en busca del joven, y sin vacilar, se le cargó a la espalda, le sujetó fuertemente pasándole por la cintura un manto que se anudó luego ella por delante, y así introdujo, sin peligro de descubrirse, al seductor en el aposento de la seducida.
Y el poeta pasó con la vehemente hija del rey una noche bendita, noche de blancura, de dulzura y de calentura. Y salió con el alba, de la misma manera que había entrado, es decir, a espaldas de la joven.
Pero ¿qué sucedió por la mañana? Pues que los adivinos del rey, como todas las mañanas, fueron a examinar los pasos señalados en la arena. Luego fueron a decir al rey, padre de la princesa: "iOh señor nuestro! esta mañana no hemos notado más que las huellas de los piececitos de Ignat-Ijlán. Pero esta joven ha debido engordar considerablemente en palacio, pues la impresión de sus pies en la arena es más profunda".
Y el caso es que las cosas continuaron lo mismo durante algún tiempo, amándose con reciprocidad ambos jóvenes, transportando al amante la doncella, y hablando de gordura los adivinos. Y no habría razón para que cesase aquel estado de cosas, si el poeta no hubiese destruído con sus manos su dicha.
En efecto, el hermoso Murakisch tenía un amigo muy querido, al que nunca rehusaba nada. Y como le pusiera al corriente de su singular aventura, aquel joven deseó con insistencia ser introducido de la propia manera ante la princesa Fátimah y hacerse pasar por Murakisch en persona, merced a las tinieblas de la noche y a su semejanza de estatura y de modales con su amigo. Y Murakisch se dejó vencer por las instancias del joven, y prestó su consentimiento por juramento. Y llegada que fué la noche, el amigo se montó a espaldas de la joven, y fué introducido en el cuarto de
la princesa.
Y en la oscuridad empezó lo que debía empezar. Pero al punto, a despecho de las tinieblas, la experta Fátimah advirtió la sustitución, notando blandura donde antes había dureza, y tibieza donde antes había ardor abrasador, y pobreza donde antes había abundancia. Y levantándose en aquella hora y en aquel instante, rechazó al intruso con un desdeñoso puntapié y mandó que le recogiese su doncella, la cual le transportó afuera por el medio de transporte acostumbrado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 976* NOCHE
Ella dijo:
... y mandó que le recogiese su doncella, la cual le transportó afuera por el medio de transporte acostumbrado.
Y desde entonces el poeta fué despedido por la hija del rey, que nunca consintió en perdonarle su traición. Y para desahogar su dolor y sus penas, compuso él la kásidah siguiente:
¡Adiós, hermana Bekrida! ¡Y quede a tu lado la dicha, a pesar de mi marcha!
¡Ay! ¡antes, por lo menos, desgraciado Murakisch, tu Fátimah encantaba tus noches y apuñalaba tu corazón con su talle elegante como la rama del nabk, y con su andar cadencioso como el del avestruz.
Con su talle y con su andar y con su belleza límpida cual el agua de los estanques.
Con su belleza y con sus lindos dientes límpidos, humedecidos de fresca saliva,
que parecía rocío puro, y con sus mejillas bruñidas y lisas como una capa de plata; y con sus manos bonitas y sus brazaletes; ¡y con las ondas negras de sus cabellos, ella daba encanto a tus noches, haciendo palpitar tu corazón!
¡Ay! ¡llegó el adiós! ¡Y se ha desvanecido todo!
Por el capricho de un amigo ¡oh generoso Murakisch! dejaste que se desvaneciera todo! ¡Muérdete las manos de desesperación, y corta con tus dientes tus diez dedos, por culpa del capricho de un dichoso amigo!
¡Ay! ¡se ha desvanecido todo, y no es un sueño, porque estás despierto, y los sueños son hermosas ilusiones del que duerme, y te están vedados para siempre
jamás!
Y el poeta Murakisch se cuenta entre los que murieron de amor".
Luego dijo el joven a sus oyentes: "Antes de llegar a los tiempos islámicos, escuchad esta historia del rey de los Kinditas y su esposa Hind".
Y dijo:
LA VENGANZA DEL REY HOJJR
"Se nos ha transmitido por los relatos de nuestros antiguos padres que el rey Hojjr, jefe de las tribus kinditas, y padre de Imrú Ul-Kais, el poeta más grande de la gentilidad, era el hombre más temido entre los árabes por su ferocidad y su temeridad intrépida. Y tan severo era hasta con los individuos de su propia familia, que su hijo, el príncipe Imrú Ul-Kais, tuvo que huir de las tiendas paternas, a fin de dar libre curso a su genio poético. Porque el rey Hojjr consideraba que ostentar públicamente el título de poeta era para su hijo una derogación de la nobleza y de la alteza de su linaje.
Y he aquí que, cuando el rey Hojjr estaba un día lejos de su territorio, de expedición guerrera contra la tribu disidente de los Bani-Assad, acaeció que sus antiguos enemigos los Kodaidas, mandados por Ziad, invadieron de pronto en razzia sus tierras, se llevaron un botín considerable, enormes provisiones de dátiles secos, una porción de caballos, de camellos y de acémilas, y numerosas mujeres y muchachas kinditas. Y entre las cautivas de Ziad se encontraba la mujer más amada del rey Hojjr, la bella Hind, joya de la tribu.
Así es que, en cuanto tuvo noticia de aquel acontecimiento, Hojjr volvió sobre sus pasos a la carrera, con todos sus guerreros, y se dirigió al lugar donde pensaba encontrarse con su enemigo Ziad, el raptor de Hind. Y, en efecto, no tardó en llegar a poca distancia del campo de los Kodaidas. Y al punto envió a dos espías muy duchos, llamados Saly y Sadús, para reconocer el terreno y procurarse el mayor número posible de informes respecto a la tropa de Ziad.
Y los dos espías lograron introducirse en el campamento sin ser reconocidos. E hicieron preciosas observaciones acerca de la cuantía del enemigo y la disposición del campo. Y después de algunas horas pasadas en inspeccionarlo todo, el espía Saly dijo a su compañero Sadús: "Todo lo que acabamos de ver me parece suficiente como nociones e informes respecto a los proyectos de Ziad. Y voy a poner al rey Hojjr al corriente de lo que hemos presenciado". Pero Sadús contestó: "Yo no me voy hasta que no tenga detalles todavía más importantes y más precisos". Y se quedó solo en campamento de los Kodaidas. En cuanto cerró la noche, unos hombres de Ziad fueron a hacer la guardia junto a la tienda de su jefe, y se apostaron en grupos acá para allá. Y temiendo ser descubierto, Sadús, el espía de Hojjr, tuvo un golpe de audacia, y valientemente dió un manotazo en el hombro a un guardia que acababa de sentarse en tierra como los demás, y le apostrofó con acento imperativo, diciéndole: "¿Quién es el que se encuentra en el interior de la tienda?" A lo que el guardia respondió: "Es mi señor, el gran Ziad con su bella cautiva Hind".
Tras estas palabras, Sadús desvaneció al guardia y hallando el camino libre se acercó a la tienda Y he aquí que en seguida oyó hablar dentro de la tienda. Y era la voz del propio Ziad, que poniéndose al lado de su bella cautiva Hind, la besaba y jugueteaba con ella. Y entre otras cosas, Sadús oyó el diálogo siguiente. La voz de Ziad dijo: "Dime, Hind, ¿qué crees que haría tu marido Hojjr si supiera que en este momento estoy a tu lado, de dulce charla?"
Y contestó Hind: "¡Por la muerte! correría sobre tu pista como un lobo, y no interrumpiría su carrera hasta llegar hasta las tiendas rojas, hirviente, lleno de cólera y de rabia, impaciente de venganza, echando espuma por la boca como un camello que de camino comiese hierbas amargas".
Y al oír estas palabras de Hind, Ziad sintió celos, y dando una bofetada a su cautiva, le dijo: "¡Ah! ya te comprendo. Te gusta Hojjr, ese fiero animal, le amas, y quieres humillarme". Pero Hind protestó vivamente, diciendo: "Por nuestros dioses Lat y Ozzat, juro que jámás he detestado a un varón como detesto a mi esposo Hojjr. Pero puesto que me interrogas, ¿por qué ocultarte mi pensamiento? En verdad que nunca vi hombre más vigilante y más circunspecto que Hojjr, lo mismo cuando duerme que cuando vela".
Y Ziad le preguntó: "¿Cómo es eso? Explícate". Entonces dijo Hind: "Escucha. Cuando Hojjrs está bajo el poder del sueño, tiene un ojo cerrado, pero el otro abierto, y la mitad de su ser está despierto. Y es esto tan verdad, que una noche entre las noches, mientras dormía él a mi lado y yo velaba su sueño, he aquí que una serpiente negra apareció de pronto debajo de la estera, y fué derecha a su rostro. Y Hojjr, sin dejar de dormir, desvió instintivamente la cabeza. Y la serpiente se le deslizó hacia la palma abierta de la mano. Y Hojjr cerró la mano al punto. Entonces la serpiente, molesta, se encaminó a un pie que tenía estirado. Pero Hojjr siempre dormido, encogió la pierna y subió el pie. Y la serpiente, desorientada, no supo adónde ir, y se decidió a arrastrarse hasta un tazón de leche que Hojjr me recomendaba que de continuo tuviera lleno junto a su lecho. Y una vez que llegó al tazón, la serpiente se sorbió vorazmente la leche y luego la vomitó en el tazón.
Y al ver aquello, pensaba yo, recocijándome en el alma: "¡Qué suerte tan inesperada! Cuando Hojrr despierte, se beberá esa leche, envenenada ahora, y morirá al instante. ¡Ah! voy a verme libre de ese lobo". Y al cabo de cierto tiempo, se despertó Hojjr, sediento y pidiendo leche. Y tomó de mis manos el tazón; pero tuvo cuidado olfatear primero el contenido. Y he aquí que le tembló la mano, y el tazón cayó y se volcó. Y se salvó él. Así lo hace todo, en cualquier circunstancia. Lo piensa todo, lo prevé todo, y jamás está desprevenido".
Y Sadús el espía oyó estas palabras; luego ya no percibió nada de lo que se decían Ziad e Hind, a no ser el ruido de sus besos y suspiros. Entonces levantóse sigilosamente y se evadió. Y una vez fuera del campamento, caminó a buen paso, y antes del alba estuvo junto a su señor Hojjr, a quien contó cuanto había visto y oído. Y terminó su relato diciendo: "Cuando los dejé, Ziad tenía la cabeza apoyada en las rodillas de Hind; y jugueteaba con su cautiva, que le correspondía placentera".
Y al oír estas palabras, Hojjr hizo rugir en su pecho un suspiro ruidoso, y poniéndose en pie...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 977ª NOCHE
Ella dijo:
...Y al oír estas palabras, Hojjr hizo rugir en su pecho un suspiro ruidoso, y poniéndose en pie, dió la voz de marcha y de ataque inmediato al campo kodaida. Y todos los escuadrones de los Kinditas se pusieron en marcha. Y cayeron de improviso sobre el campamento de Ziad. Y se entabló una refriega furiosa. Y no tardaron los Kodaidas de Ziad en ser arrollados y puestos en fuga. Y su campamento, tomado por asalto, fué saqueado y quemado. Y se mató a los que se mató, y se esparció en el viento el furor de lo que quedaba.
En cuanto a Ziad, le advirtió Hojjr entre la muchedumbre cuando trataba de atraer de nuevo hacia la lucha a los que huían. Y chillando y aullando, Hojjr cayó sobre él como ave de rapiña, le cogió a brazo cuando pasaba en su caballo, y levantándole en el aire, le tuvo así un momento a pulso, golpeándole luego contra el suelo, y le molió los huesos. Y le cortó la cabeza y la colgó a la cola de su caballo.
Y satisfecha su venganza respecto a Ziad, se dirigió a Hind, a quien había recuperado. Y la ató a dos caballos, fustigándolos y haciéndolos galopar, despedazó a la traidora................................................................................................................................
Nota del recopilador. A pesar de mi frustración no he podido conseguir la página correspondiente a los pocos párrafos faltantes y al comienzo del cuento siguiente. Pido disculpas.
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se sobrepone a su hambre en una noche de festín; vigilante, no duerme nunca en noche de peligro; hospitalario, ha establecido su morada muy cerca de la plaza pública para recoger viajeros. ¡Oh! ¡cuán grandioso y hermoso es, cuán encantador! Tiene la piel suave y blanca, como una seda de conejo que os cosquillea deliciosamente. Y el perfume de su aliento es el aroma leve del zarnab. Y no obstante su fuerza y poderío, obro a mi antojo con él".
La sexta dama yemenita, por último, sonrió dulcemente y dijo a su vez: "¡Oh! mi marido es Malik Abu-Zar, el excelente Abu-Zar, conocido de todas nuestras tribus. Me conoció siendo yo hija de una familia pobre que vivía con apuro y estrechez, y me condujo a su tienda de hermosos colores, y me enriqueció las orejas con preciosas arracadas, el pecho con hermosos adornos, las manos y los tobillos con hermosas pulseras, y los brazos con robustas redondeces. Me ha honrado como a esposa, y me ha llevado a una morada donde resuenan sin cesar las vivaces canciones de las tiorbas, donde chispean las hermosas lanzas samharianas de mástiles derechos, donde sin cesar se oyen los relinchos de las yeguas, los gruñidos de las camèllas reunidas en parques inmensos, el ruido de la gente que pisa y apalea el grano, los gritos confundidos de veinte rebaños. Al lado suyo, hablo a mi antojo, y jamás me reprende ni me censura. Si me acuesto, no me deja jamás en la sequía; si me duermo, me deja hasta muy tarde. Y ha fecundado mis flancos, y me ha dado un hijo, ¡qué admirable hijo! tan pequeño, que su boquirrita parece el intersticio que deja vacío un junquillo arrancado del tejido de la estera; tan bien educado, que bastaría a su apetito lo que un cabrito pace de un bocado; tan encantador, que cuando anda y se balancea con tanta gracia en los anillos de su pequeña cota de malla, arrebata la razón de los que le miran. ¡Y la hija que me ha dado Abu-Zar es deliciosa, sí, es deliciosa la hija de Abu-Zar! Es el orgullo de la tribu. Está tan regordeta, que llena por completo su vestido, apretada en su mantellina como una trenza de cabellos; tiene el vientre tan formado y sin prominencias; el talle, delicado y ondulante bajo la mantellina; la grupa, rica y desarrollada; el brazo, redondito; los ojos, grandes y muy abiertos; las pupilas, de un negro oscuro; las cejas, finas y graciosamente arqueadas; la nariz, ligeramente arremangada como la punta de un sable suntuoso; la boca, bonita y sincera; las manos lindas y generosas; la alegría franca y vivaracha; la conversación, fresca como la sombra; el soplo de su aliento, más dulce que la seda y más embalsamado que el almizcle que nos transporta el alma. ¡Ah! ¡que el cielo me conserve a Abu-Zar, y al hijo de Abu-Zar, y a la hija de Abu-Zar! ¡Que los conserve para mi ternura y mi alegría!"
Cuando hubo hablado así la sexta dama yemenita, di las gracias a todas por haberme proporcionado el placer de escucharlas, y a mi vez, tomé la palabra, y les dije: "¡Oh hermanas mías! ¡Alah el Altísimo nos conserve al Profeta bendito! Me es más caro que la sangre de mi padre y de mi madre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 978ª NOCHE
Ella dijo:
"¡. .. Oh hermanas mías! ¡Alah el Altísimo nos conserve al Profeta bendito! Me es más caro que la sangre de mi padre y de mi madre. Pero mi boca no es lo bastante pura, ciertamente, para cantar sus alabanzas. Por eso me contentaré con repetiros sólo lo que una vez me dijo con respecto a nosotras, las mujeres, que en la gehenna somos los tizones más numerosos que el fuego devora. En efecto, un día en que yo le rogaba me diera consejos y palabras que me encaminasen al cielo, me dijo:
"¡Oh Aischah, mi querida Aischah! Ojalá las mujeres de los musulmanes se observaran y velaran por sí mismas, tuvieran paciencia en la pena, agradecimiento en el bienestar, dieran a sus maridos numerosos hijos, los rodearan de consideraciones y cuidados, y no desdeñaran nunca los beneficios que Alah prodiga por mediación de ellos. Porque ¡oh mi bienamada Aischah! el Retribuidor niega Su misericordia a la mujer que ha desdeñado Sus bondades. Y la que, fijando miradas insolentes en su marido, diga delante o detrás de él: "¡Qué cara tan fea tienes! ¡qué repugnante eres, antipático ser!", a esa mujer ¡oh Aischah! le torcerá los ojos y la dejará bizca, le alargará y deformará el cuerpo, la hará pesada o innoble, convirtiéndola en masa repelente de carne fofa, suciamente acurrucada sobre su base de carnes ajadas, flácidas y colgantes. Y la mujer que, en la cama conyugal o en otra parte, se muestra hostil a su marido, o le irrita con palabras agrias, o provoca su mal humor, ¡oh! A esa el Retribuidor, en el día del Juicio, le estirará la lengua sesenta codos, hasta dejarla convertida en una sucia correhuela carnosa, que se enrollará al cuello de la culpable, hecha carne horrible y lívida. Pero ¡oh Aischah! la mujer virtuosa que no turba jamás la tranquilidad de su marido, que nunca pasa la noche fuera de su casa sin permiso, que no se emperifolla con vestiduras rebuscadas y velos preciosos, que no se pone anillas preciosas en brazos y piernas, que jamás trata de atraer las miradas de los creyentes, que es bella con la belleza natural puesta en ella por su Creador, que es dulce en palabras, rica en buenas obras, respetuosa y diligente para su marido, tierna y amante para sus hijos, buena consejera para su vecina y benévola para toda criatura de Alah, ¡oh! ¡oh! ¡esa, mi querida Aischah, entrará en el paraíso con los profetas y los elegidos del Señor!"
Y exclamé, toda conmovida: "¡Oh Profeta de Alah! ¡me eres más caro que la sangre de mi padre y de mi madre!"
"¡Y ahora que hemos llegado a los benditos tiempos del Islam -continuó el joven-, escuchad algunos rasgos de la vida del califa Omar ibn Al-Khatabb (¡Alah le colme con Sus favores!), que fué el hombre más puro y más rígido de aquellos tiempos puros y rígidos, el emir más justo entre todos los emires de los creyentes!"
Y dijo:
OMAR EL SEPARADOR
"Cuentan que al Emir de los Creyentes Omar ibn Al-Khattab -que fué el califa más justo y el hombre más desinteresado del Islam se le apodó El-Farrukh, o el Separador, porque tenía la costumbre de separar en dos, de un sablazo, a todo hombre que se negara a obedecer una sentencia pronunciada contra él por el Profeta (¡con El la plegaria y la paz!)
Y eran tales su sencillez y su desinterés que un día, tras de adueñarse de los tesoros de los reyes del Yemen, mandó distribuir todo el botín entre los musulmanes, sin distinción. Y entre otras cosas, le tocó a cada uno una tela rayada del Yemen. Y Omar tuvo una parte exactamente igual a la del menor de sus soldados. Y mandó que le hicieran un vestido nuevo con aquella pieza de tela rayada del Yemen que le había tocado en el reparto; y así vestido, subió al púlpito de Medina y arengó a los musulmanes para emprender una nueva expedición contra los infieles. Pero he aquí que un hombre de la asamblea se levantó y le interrumpió en su arenga, diciéndole: "No te obedeceremos".
Y Omar le preguntó: "¿Por qué?"
Y el hombre contestó: "Porque, cuando has hecho el reparto de las telas rayadas del Yemen, a cada musulmán le ha tocado una pieza, y a ti mismo también te ha tocado una sola pieza. Pero esa pieza no ha podido bastar para hacerte el traje completo con que te estamos viendo vestido hoy. Por tanto, de no haber tomado, a escondidas nuestras, una parte más considerable que la que nos has dado, no podrías tener el traje que llevas, sobre todo con la mucha estatura que tienes".
Y Omar se encaró con su hijo Abdalah, y le dijo: "¡Oh Abdalah! contesta a ese hombre. Porque su observación es justa". Y Abdalah, levantándose, dijo: "¡Oh musulmanes! sabed que, cuando el Emir de los Creyentes Omar quiso hacerse coser un traje con su pieza de tela, resultó ésta escasa. Por consiguiente, como no tenía traje a propósito para vestirse hoy, le he dado parte de mi pieza de tela para completar su traje". Luego se sentó. Entonces, el hombre que había interpelado a Omar, dijo: "¡Loores a Alah! Ahora ya te obedeceremos, ¡oh Omar!"
Y otra vez, después de conquistar Omar la Siria, la Mesopotamia, el Egipto, la Persia y todos los países de los rums, y después de caer sobre Bassra y Kufa, en el Irak, había entrado en Medina, donde, vestido con un traje tan usado que tenía hasta doce pedazos, se pasaba el día en las gradas que conducen a la mezquita, escuchando las querellas de los últimos de sus súbditos, y haciendo justicia a todos por igual, al emir lo mismo que al camellero.
Y he aquí que, por aquel entonces, el rey Kaissar Heraclio, que gobernaba a los rums de Constantinia, le envió un embajador, con encargo de juzgar por sus propios ojos los medios, fuerzas y acciones del emir de los árabes. Así es que, cuando aquel embajador entró en Medina, preguntó a los habitantes: "¿Dónde está vuestro rey?" Y ellos contestaron: "¡Nosotros no tenemos rey, porque tenemos un emir! ¡Y es el Emir de los Creyentes, el califa de Alah, Omar ibn Al-Khattab!"
El preguntó: "¿Dónde está? ¡Llevadme a él!" Ellos contestaron: "Estará haciendo justicia, o acaso descansando". Y le indicaron el camino de la mezquita.
Y el embajador de Kaissar llegó a la mezquita, y vió a Omar dormido al sol de la siesta en las gradas ardientes de la mezquita, descansando la cabeza en la misma piedra. Y le corría por la frente el sudor, formando un amplio charco en torno a su cabeza.
Al ver aquello, descendió el temor al corazón del embajador de Kaissar, que no pudo por menos de exclamar: "¡He ahí, como un mendigo, al hombre ante quien inclinan su cabeza todos los reyes de la tierra, y que es dueño del más vasto Imperio de este tiempo!"
Y allí quedó en pie, presa del espanto, pues habíase dicho: "Cuando un pueblo está gobernado por un hombre como éste, los demás pueblos deben vestirse trajes de luto".
Y en la conquista de Persia, entre otros objetos maravillosos cogidos en el palacio del rey Jezdejerd, en Istakhar, se apoderó de una alfombra de sesenta codos en cuadro, que representaba un parterre, del que cada flor, formada con piedras preciosas, se erguía sobre un tallo de oro. Y el jefe del ejército musulmán, Saad ben Abu-Waccas, aunque no estaba muy versado en la tasación mercantil de objetos preciosos, comprendió, sin embargo, cuánto valía una maravilla semejante, y la rescató del del pillaje del palacio de los Khosroes para hacer un presente con ella a Omar. Pero el rígido califa (¡Alah le cubra con Sus gracias!), que ya, cuando la conquista del Yemen, no había querido tomar, en el despojo de los países conquistados, más tela rayada que la que necesitaba para hacerse un traje, no quiso, aceptando semejante don, dar pábulo a un lujo cuyos efectos temía por su pueblo. Y acto seguido hizo cortar la pesada alfombra en tantos pedazos como jefes musulmanes había entonces en Medina. Y no se quedó con ningún pedazo para él. Y era tanto el valor de aquella rica alfombra, aun destrozada, que Alí (¡con él las gracias más escogidas!) vendió por veinte mil dracmas, a unos mercaderes sirios, el retazo que le había tocado en el reparto.
Y también en la invasión de Persia fué cuando el sátrapa Harmozán, que había resistido con más valor que nadie a los guerreros musulmanes, consintió en rendirse, pero remitiéndose a la propia persona del califa para que decidiera en su suerte.
Como Omar se encontraba en Medina, Harmozán fué conducido a aquella ciudad bajo la custodia de una escolta comandada por dos emires de los más valerosos entre los creyentes. Y llegados que fueron a Medina, aquellos dos emires, queriendo hacer valer a los ojos del califa la importancia y el rango de su prisionero persa, le hicieron poner el manto bordado de oro y la alta tiara resplandeciente que llevaban los sátrapas en la corte de los Khosroes. Y revestido con aquellas insignias de su dignidad, el jefe persa fué llevado ante las gradas de la mezquita, donde estaba sentado el califa, sobre una estera vieja, a la sombra de un pórtico. Y advertido, por los rumores del pueblo, de la llegada de aquel personaje, Omar alzó los ojos, y vió delante de él al sátrapa vestido con toda la pompa usada en el palacio de los reyes persas. Y por su parte, Harmozán vió a Omar; pero se negó a reconocer al califa, al dueño del nuevo Imperio, en aquel árabe vestido con trajes remendados y sentado solo, sobre una estera vieja, en el patio de la mezquita. Pero Omar, reconociendo en aquel prisionero a uno de aquellos orgullosos sátrapas que durante tanto tiempo habían hecho temblar, con una mirada, a las tribus más fieras de Arabia, exclamó en seguida: "¡Loores a Alah, que ha traído al Islam bendito para humillaros a ti y a tus semejantes!" Y mandó despojar de sus trajes dorados al persa, e hizo que le cubriesen con una grosera tela del desierto; luego le dijo: "Ahora que estás vestido con arreglo a tus méritos, ¿reconocerás la mano del Señor a quien sólo pertenecen todas las grandezas?"
Y Harmozán contestó: "Claro que la reconozco sin esfuerzo. Porque, mientras la divinidad ha sido neutral, os hemos vencido, como atestiguo con todos nuestros triunfos pasados y toda nuestra gloria. Preciso es, pues, que el Señor de que hablas haya combatido en favor vuestro, ya que acabáis de vencernos a vuestra vez".
Y al oír estas palabras en que la aquiescencia se confundía con la ironía, Omar frunció las cejas de tal manera, que el persa temió que su diálogo terminase con una sentencia de muerte. Así es que, fingiendo una sed violenta, pidió agua, y cogiendo el vaso de barro que le presentaban, fijó sus miradas en el califa, y pareció vacilar en llevárselo a los labios. Y Omar preguntó: "¿Qué temes?" Y el jefe persa contestó: "Temo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 979ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y el jefe persa contestó: "Temo que se aprovechen del momento en que esté bebiendo para darme muerte". Pero Omar le dijo: "¡Alah nos libre de merecer tales sospechas! Estás en seguridad hasta que esa agua haya refrescado tus labios y extinguido tu sed". A estas palabras del califa, el listo persa tiró el vaso al suelo y lo rompió. Y Omar, ligado por su propia palabra, renunció generosamente a molestarle. Y Harmozán, conmovido ante aquella grandeza de alma, se ennobleció con el Islam. Y Omar le señaló una pensión de dos mil dracmas.
Y durante la toma de Jerusalem , que es la ciudad santa de Issa (Jesús), hijo de Mariam, el profeta más grande antes de la llegada de nuestro señor Mahomed (¡con El la plegaria y la paz!), y en torno a cuyo templo daban vueltas al principio los creyentes para hacer oración, el patriarca Sofronios, jefe del pueblo, había consentido en capitular, pero con la condición de que fuera el califa en persona a tomar posesión de la ciudad santa. E informado del tratado y de las condiciones, Omar se puso en marcha. Y el hombre que era califa de Alah sobre la tierra, y que había hecho doblar la cabeza ante el estandarte de Islam a tantos potentados, abandonó Medina sin guardia, sin séquito, montado en un camello que llevaba dos sacos, uno de los cuales contenía cebada para el bruto y el otro dátiles. Y delante llevaba un plato de madera y detrás un odre lleno de agua. Y caminando día y noche, sin detenerse más que para rezar la plegaria o para hacer justicia en el seno de alguna tribu encontrada al paso, llegó así a Jerusalem. Y firmó la capitulación. Y se abrieron las puertas de la ciudad. Y llegado que fué a la iglesia de los cristianos, advirtió Omar que estaba próxima la hora de la plegaria; y preguntó al patriarca Sofronios dónde podría cumplir con aquel deber de los creyentes.
Y el cristiano le propuso la propia iglesia. Pero Omar se escandalizó diciendo: "No entraré a orar en vuestra iglesia, y lo hago en interés vuestro, cristianos. Porque si el califa orara en este lugar, los musulmanes se apoderarían de este sitio al punto, y os lo arrebatarían sin remedio". Y tras de recitar la plegaria, volviéndose hacia la kaaba santa, dijo al patriarca: "Ahora, indícame un paraje para alzar una mezquita en que los musulmanes puedan, en lo sucesivo, reunirse para rezar la plegaria sin turbar a los vuestros en el ejercicio de su culto". Y Sofronios le condujo al emplazamiento del templo de Soleimán ben Daúd, al mismo paraje en donde se había dormido Yacub, hijo de Ibraim. Y señalaba una piedra aquel sitio, que servía de receptáculo a las inmundicias de la ciudad. Y como la piedra de Yacub se hallaba cubierta con aquellas inmundicias, Omar, dando ejemplo a los obreros, llenó de estiércol el halda de su traje y fué a transportarlo lejos de allí. Y así hizo desescombrar el emplazamiento de la mezquita, que todavía lleva su nombre, y que es la mezquita más hermosa de la tierra.
Y Omar (¡Alah le colme con Sus dones escogidos!) tenía la costumbre de llevar un báculo en la mano, y vestido con un traje agujereado y remendado en distintos sitios, recorrer los zocos y las calles de la Meca y de Medina, amonestando con severidad y con rigor, y aun castigando a palos en el acto a los mercaderes que
engañaban a los compradores o encarecían la mercancía.
Un día, pasando por el zoco de la leche fresca y cuajada, vió una mujer vieja que tenía ante sí a la venta varios cuencos de leche. Y se acercó a ella, tras de mirarla hacer durante cierto tiempo, y le dijo: "¡Oh mujer! guárdate de engañar en adelante a los musulmanes, como acabo de verte hacer, y ten cuidado de no echar agua a la leche". Y la mujer contestó: "Escucho y obedezco, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y Omar pasó sin más ni más. Pero al día siguiente dió otra vuelta por el zoco de la leche, y acercándose a la vieja lechera, le dijo: "¡Oh mujer de mal agüero! ¿no te advertí ya que no echaras agua a la leche?" Y la vieja contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! te aseguro que no lo he vuelto a hacer". Pero aún no había pronunciado estas palabras, cuando se hizo oír, indignada, desde dentro una voz de joven, que dijo: "¡Cómo madre mía! ¿Te atreves a mentir en la cara del Emir de los Creyentes, añadiendo con ello al fraude una mentira, y a la mentira la falta de veneración al califa? ¡Alah os perdone!"
Y Omar oyó estas palabras y se detuvo conmovido. Y no hizo el menor reproche a la vieja. Pero encarándose con sus dos hijos, Abdalah y Acim, que le acompañaban en su paseo, les dijo: "¿Cuál de vosotros dos quiere casarse con esa virtuosa joven? Todo hace esperar que Alah, con el soplo perfumado de Sus gracias, dé a esa niña una descendencia tan virtuosa como ella".
Y contestó Acim, el hijo menor de Omar: "¡Oh padre mío! yo me casaré con ella". Y se efectuó el matrimonio de la hija de la lechera con el hijo del Emir de los Creyentes. Y fué un matrimonio bendito. Porque le nació una hija, que se casó más tarde con Abd El-Aziz ben Merwán. Y de este último matrimonio nació Omar ben Abd El-Aziz, que subió al trono de los Ommiadas, siendo el octavo en el orden dinástico, y fué uno de los cinco grandes califas del Islam. Loores Al que eleva a quien Le place.
Y Omar acostumbraba a decir: "No dejaré nunca sin venganza la muerte de un musulmán". Y he aquí que un día, mientras presidía la sesión de justicia en las gradas de la mezquita, llevaron a su presencia el cadáver de un adolescente imberbe todavía, con las mejillas suaves y pulidas como las de una muchacha. Y le dijeron que aquel adolescente había sido asesinado por una mano desconocida, y que habían encontrado su cuerpo tirado en un camino.
Omar pidió informes y se esforzó en recoger detalles de la muerte; pero no pudo llegar a saber nada, ni a descubrir el rastro del matador. Y se apenó su alma de justiciero al ver la esterilidad de sus pesquisas. E invocó al Altísimo, diciendo: "¡Oh Alah! ¡oh Señor! permite que logre descubrir al matador". Y a menudo se le oyó repetir este ruego. Y he aquí que, a principios del año siguiente, le llevaron un niño recién nacido, vivo todavía, que habían encontrado abandonado en el mismo paraje donde había sido tirado el cadáver del adolescente. Y Omar exclamó al punto: "¡Loores a Alah! ¡Ahora yal soy dueño de la sangre de la víctima! Y se descubrirá el crimen, si Alah quiere".
Y se levantó y fué en busca de una mujer de confianza, a quien entregó el recién nacido, diciéndole: "Encárgate de este pobre huérfano, y no te preocupes por lo que necesite. Pero dedícate a escuchar cuanto se diga a tu alrededor con respecto a este niño, y ten cuidado de no dejar que nadie le coja ni le aleje de tus oídos. Y si encontraras una mujer que le besase y le estrechase contra su pecho, infórmate con sigilo de su morada y avísame en seguida. Y la nodriza guardó en su memoria las palabras del Emir de los Creyentes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 980ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y la nodriza guardó en su memoria las palabras del Emir de los Creyentes.
Y el niño creció y se desarrolló. Y cuando tuvo dos años de edad, una joven esclava se acercó un día a la nodriza, y le dijo: "Mi señora me envía a rogarte que me dejes llevar a su casa tu niño. Porque está encinta, y en vista de la hermosura de este niño -¡Alah te lo conserve y aleje de él el ojo malhechor!-, desea pasarse algunos instantes mirándole para que el niño que lleva ella en su seno se forme a semejanza de éste". Y la nodriza contestó: "Está bien. Llévate al niño; pero he de acompañarte yo".
Y así se hizo. Y la joven esclava entró con el niño en casa de su señora. Y en cuanto la dama vió al niño, se arrojó sobre él llorando, y le tomó en sus brazos, cubriéndole de besos y apretándole contra ella, en el límite de la emoción.
En cuanto a la nodriza, se apresuró a ir a presentarse entre las manos del califa, y le contó lo que acababa de pasar, añadiendo: "Y esa dama no es otra que la purísima Saleha, la hija del venerable ansariano jeique Saleh, que ha visto y seguido como discípulo abnegado a nuestro Profeta bendito (¡con El la plegaria y la paz!).
Y Omar reflexionó. Luego se levantó, cogió su sable, se lo escondió debajo del vestido, y fué a la casa indicada. Y encontró al ansariano sentado a la puerta de su morada, y le dijo, después de las zalemas: "¡Oh venerable jeique! ¿qué ha hecho tu hija Saleha?" Y el jeique contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿mi hija Saleha? Alah la recompense por sus buenas obras. Hi hija es de todos conocida por su piedad y su conducta ejemplar, por su conciencia en cumplir sus deberes para con Alah y para con su padre, por su celo en las plegarias y demás obligaciones impuestas por nuestra religión, por la pureza de su fe".
Y Omar dijo: "Está bien. Pero yo desearía tener una entrevista con ella para aumentar su amor al bien y animarla aún más a practicar obras meritorias". Y dijo el jeique: "Alah te colme con sus favores ¡oh Emir de los Creyentes! por la buena voluntad que tienes a mi hija. Espera aquí un momento a que yo vuelva, pues voy a anunciar tus propósitos a mi hija". Y entró, y pidió a Saleha que recibiese al califa. Y se introdujo en la casa a Omar.
Y he aquí que, al llegar a presencia de la joven, Omar ordenó a las personas presentes que se retiraran. Y salieron éstas inmediatamente y dejaron al califa y a Saleha solos, absolutamente solos. "Quiero que me des datos precisos respecto de la muerte del joven encontrado hace tiempo en un camino. Tú tienes esos datos. Y si tratas de ocultarme la verdad, entre tú y ella se interpondrá este sable, ¡oh Saleha!" Y contestó ella, sin turbarse: "¡Oh Emir de los Creyentes! has encontrado lo que buscas. Y por la grandeza del nombre de Alah el Antísimo y por los méritos del Profeta bendito (¡con El la plegaria y la paz!) juro que voy a decirte la verdad entera". Y bajó la voz y dijo:
Sabes, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que yo tenía a mi servicio una mujer vieja que siempre estaba en casa y que me acompañaba a todas partes cuando yo salía. Y la consideraba y la quería como quiere una hija a su madre. Y por su parte, en cuanto me atañía y me interesaba, ponía ella una atención y un cuidado extremados. Y durante mucho tiempo la estimé y escuché con respeto y veneración.
"Pero llegó un día en que me dijo ella: "¡Oh hija mía! necesito hacer un viaje a casa de mis allegados. Pero tengo aquí una hija. Y en el sitio en donde está tengo miedo de que se vea expuesta a cualquier desgracia irremediable. Te suplico, pues, que me permitas traértela y dejarla contigo hasta mi regreso". Y al punto le di mi consentimiento. Y se marchó.
"Y al día siguiente vino a mi casa su hija. Y era una joven de aspecto delicioso, de buena apariencia, alta y bien formada. Y sentí por ella un afecto grande. Y la hice acostarse en la habitación donde yo dormía.
"Y una siesta, mientras dormía, me sentí de pronto asaltada en mi sueño y arrollada por un hombre que pesaba sobre mí a plomo y me inmovilizaba, sujetándome ambos brazos. Y deshonrada, mancillada ya, pude por fin soltarme de su abrazo. Y descubrí que él no era otro que mi joven compañera. Y me había engañado el disfraz de aquel joven imberbe a quien tan fácil había sido pasar por una muchacha.
"Y cuando le maté, hice sacar su cadáver y mandé que le dejaran en el paraje donde se le encontró. Y permitió Alah que yo fuese madre por culpa de los manejos ilícitos de aquel hombre. Y cuando eché al mundo al niño, hice que le dejaran también en el camino donde se abandonó a su padre, sin querer encargarme ante Alah de criar a un hijo que me había nacido contra mi consentimiento.
"Y ésta es ¡oh Emir de los Creyentes! la historia exacta de esos dos seres. Y te he dicho la verdad. ¡Y Alah responderá de mí!".
Y Omar exclamó: "Cierto que me has dicho la verdad, Alah extienda sobre ti Sus gracias". Y admiró la virtud y el valor de aquella muchacha, le recomendó perseverancia en las buenas obras, e hizo votos por ella al cielo. Luego salió. Y al partir, dijo al padre: "¡Alah colme de bendiciones tu casa! Virtuosa hija es tu hija. ¡Bendita sea! Ya le he hecho exhortaciones y recomendaciones". Y el venerable jeique ansariano contestó: "¡Alah te conduzca a la dicha, ¡oh Emir de los Creyentes! y te dispense los favores y beneficios que desee tu alma! "
Luego el joven rico, tras de tomar algún reposo, continuó: "Ahora, para cambiar de asunto, voy a deciros la historia de LA CANTARINA SALAMAH LA AZUL".
LA CANTARINA SALAMAH LA AZUL
Y dijo:
"El hermoso poeta, músico y cantor Mohammad el Kúfico, cuenta esto:
"Jamás tuve, entre las jóvenes y las esclavas a quienes daba lecciones de música y de canto, una discípula más bella, más viva, más seductora, más espiritual y mejor dotada que Salamah la Azul. Llamábamos la Azul a esta joven morena, porque en su labio había una encantadora sombra de bozo azulado, semejante a un pequeño trazo de almizcle que hubiera paseado por allí graciosamente una pluma de escriba experto o la mano ligera de un iluminador. Y cuando yo le daba lección, era ella muy jovencita, una jovenzuela recientemente desarrollada, con dos pechitos incipientes que alzaban y separaban un poco su ligero vestido, alejándole del seno. Y al mirarla arrebataba; era para trastornar el espíritu, deslumbrar los ojos, quitar la razón. Y cuando iba ella a una reunión, aunque la compusiesen las más renombradas bellezas de Kufah, no había miradas más que para Salamah; y bastaba que apareciese ella para que se exclamase: "¡Ah! Ahí está la Azul". Y se la amó apasionadamente, hasta la locura, pero sin objeto, por todos los que la conocían y por mí mismo. Y aunque era mi discípula, yo era para ella un humilde súbdito, un servidor obediente, un esclavo a sus órdenes. Y si me hubiera pedido orchilla humana habría ido yo a buscarla en todos los cráneos de ahorcados, en todos los huesos mohosos del mundo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 981ª NOCHE
Ella dijo:
... Y si me hubiera pedido orchilla humana, habría ido yo a buscarla en todos los cráneos de ahorcados, en todos los huesos mohosos del mundo.
Y precisamente compuse, en recuerdo suyo, la música y palabras de este canto, cuando su amo Ibn Ghamín partió para la peregrinación, llevándola consigo, así como a sus demás esclavas.
¡Oh Ibn Ghamín! ¡qué penoso estado el de un amante desdichado a quien has dejado muerto, aunque viva todavía!
¡Les has dado en su brebaje las dos amarguras más terribles coloquíntida y ajenjo!
¡Oh camellero del Yemen que conduces la caravana! ¡me has herido, hombre siniestro!
¡Has separado corazones como jamás se han visto y los has consternado con tu aspecto de búfalo salvaje!
Pero, aun con toda mi pena de amor, mi suerte, a pesar de todo, no es
comparable en negrura a la de otro enamorado de la Azul, Yezid ben Auf, el cambista.
Un día, en efecto, el amo de Salamah le dijo: "¡Oh Azul! entre todos los que te amaron sin resultado, ¿hay alguno que haya obtenido de ti una cita secreta o un beso? Dímelo, sin ocultarme la verdad". Y a esta pregunta inesperada, temerosa de que su amo se hubiese informado hacía poco de alguna pequeña licencia que ella se permitiera en presencia de testigos indiscretos, Salamah contestó: "No, indudablemente nadie ha obtenido de mí nada, excepto Yezid ben Auf el cambista. Y aun ése no ha hecho más que besarme una sola vez. Pero accedí a darle ese beso, sólo porque entonces me había deslizado en la boca, a cambio del beso, dos perlas magníficas que vendí en ochenta mil dracmas".
Al oír aquello, el amo de Salamah dijo sencillamente: "Está bien". Y sin añadir una palabra más, de tanto como sentía penetrarle en el alma la cólera celosa, se dedicó a la busca de Yezid ben Auf, le siguió hasta que le tuvo al alcance de su mano en ocasión oportuna, y le hizo morir a latigazos.
Por lo que respecta a las circunstancias en que había sido dado a Yezid aquel beso único y funesto de la Azul, helas aquí.
Iba yo un día, como de costumbre, a casa de Ibn Ghamín, para dar a Azul una lección de canto, cuando me encontré en el camino a Yezid ben Auf. Y después de las zalemas, le dije: "¿Adónde vas, ¡oh Yezid! tan bien vestido?" Y me contestó: "Adonde vas tú". Y dije: "¡Perfectamente! Vamos".
Y cuando llegamos y entramos en la morada de Ibn Ghamín, nos sentamos en la sala de reunión. Y en seguida apareció Azul, vestida con una manteleta anaranjada y un soberbio caftán rosa. Y creímos ver el sol ígneo alzándose entre la cabeza y los pies de la deslumbradora cantarina. Y la seguía la joven esclava, que llevaba la tiorba.
Y la Azul cantó, bajo mi dirección, por un método nuevo que yo le había enseñado. Y su voz era rica, grave, profunda y conmovedora. Y en un momento dado, su amo se excusó con nosotros, y nos dejó solos, a fin de ir a dar órdenes para la comida. Y Yezid, arrebatado su corazón de amor por la cantarina, se acercó a ella, implorándola con la mirada. Y ella pareció animarse, y sin dejar de cantar, le dió la respuesta en una mirada. Y enervado con aquella mirada, Yezid buscó con la mano en su vestido, sacó dos perlas magníficas que no tenían hermanas, y dijo a Salamah, que dejó de cantar por un momento: "Mira, ¡oh Azul! Estas dos perlas han sido pagadas por mí hoy mismo en sesenta mil dracmas. Si tú quisieras, te pertenecerían". Ella contestó: "¿Y qué quieres que haga para complacerte?" El contestó: "Que cantes para mí".
Entonces Salamah, tras de llevarse la mano a la frente en señal de aquiescencia, templó el instrumento, y cantó los versos siguientes, compuestos por ella, música y canto, con el ritmo graveligero y primero, que tiene por tónica el tono simple de la cuerda del dedo anular:
¡Salamah la Azul ha herido mi corazón con una herida tan duradera como la duración de los tiempos!
¡La ciencia más hábil del mundo no podría cerrarla! Porque no se cierra en el
fondo del corazón una herida de amor.
¡Salamah la Azul ha herido mi corazón! ¡Oh musulmanes, venid en mi socorro!
Y tras de cantar esta melodía arrebatadora de ternura, mirando a Yezid, añadió: "Está bien; dame a tu vez ahora lo que tienes que darme". Y dijo él: "Ciertamente, quiero lo que tú quieras. Pero escucha, ¡oh Azul! He jurado con un juramento que obliga a mi conciencia -y todo juramento es sagrado- que no daré estas dos perlas
más que pasándolas de mis labios a tus labios". Y al oír estas palabras de Yezid, la esclava de Salamah, enfadada, se levantó con viveza y con la mano alzada para amonestar al enamorado. Pero yo la detuve por el brazo, y le dije, para disuadirla de mezclarse en el asunto: "Estate quieta, ¡oh joven! y déjalos. Están regateando, como ves, y cada cual quiere sacar provecho con las menos pérdidas posibles. No los molestes".
En cuanto a Salamah, se echó a reir al oír a Yezid manifestar aquel deseo. Y decidiéndose de pronto, le dijo: "Pues bien, ¡sea! Dame esas perlas del modo que quieras". Y Yezid empezó a avanzar hacia ella, andando con las rodillas y las manos, y llevando entre los labios las dos magníficas perlas. Y Salamah, lanzando ligeros gritos de susto, empezó a retroceder por su parte, recogiéndose las ropas y evitando el contacto de Yezid. Y se alejaba corriendo a derecha y a izquierda, y volvía a su sitio, sofocada, provocando con ello más numerosas intentonas por parte de Yezid y más numerosas coqueterías. Y aquel juego duró bastante tiempo. Pero como, a pesar de todo, había que conquistar las perlas en las condiciones aceptadas, Salamah hizo una seña a su esclava, quien se arrojó sobre Yezid de improviso, le cogió por los hombros, y le retuvo en su sitio. Y tras de probar con aquel manejo que estaba victoriosa y no vencida, Salamah fué por sí misma, un poco confusa y con sudor en la frente, a tomar con sus lindos labios las perlas magníficas aprisionadas entre los labios de Yezid, que las trocó así por un beso. Y en cuanto las tuvo en su poder, recobrando en seguida su aplomo, Salamah dijo a Yezid, riendo: "¡Por Alah! hete aquí vencido de todas maneras, con el sable sepultado en los riñones". Y Yezid contestó, cortés: "Por tu vida, ¡oh Azul! no me preocupa mi vencimiento. ¡El perfume delicioso que recogí en tus labios me quedará en el corazón, mientras viva, como un aroma eterno!
¡Alah tenga en su compasión a Yezid ben Auf! Murió mártir del amor".
Luego dijo el joven rico: "Escuchad ahora un rasgo de tofailismo. Y ya sabéis que nuestros padres árabes entendían por esta palabra - que tiene su origen en Tofail el tragón- la costumbre que tienen ciertas personas de invitarse por sí mismas a los festines y tragar comidas y bebidas sin que se les ruegue que lo hagan. Por tanto, escuchad".
Y dijo:
EL PARASITO
"Cuentan que el Emir de los Creyentes El-Walid, hijo de Yezid, el Ommiada, se complacía extremadamente en la compañía de un tragón famoso, amigo de los buenos platos y de todo tufillo apetitoso, que se llamaba Tofail el de los Festines, y cuyo nombre ha servido desde entonces para caracterizar a los parásitos que se invitan por sí mismos a las bodas y a los festines. Por otra parte, aquel Tofail, gastrónomo en grande, era hombre ingenioso, ilustrado, maligno, burlón; y era vivo en la respuesta y en el chiste. Además, su madre estaba convicta de adulterio. Y él es precisamente quien ha condensado la doctrina de los parásitos en algunas reglas cortas, al mismo tiempo que prácticas, que se resumen en los datos siguientes:
Quien se invite a una buena comida de bodas, evite con cuidado mirar acá y allá con aire inseguro.
Entre con pie firme y escoja el mejor sitio, sin fijarse en nada, a fin de que los invitados y convidados crean que es un personaje de la mayor importancia.
Si el portero de la casa se muestra agrio y reacio, amonéstesele y humíllesele para que no pueda permitirse la menor observación.
Una vez sentado ante el mantel, arrójese sobre la comida y la bebida, y esté más cerca del asado que el propio asador.
Trabaje en los pollos rellenos y en la carne, aunque sea seca, con dedos más cortantes que el acero.
Y tal era el código del perfecto devorador, establecido por Tofail en la ciudad de Kufa. Y en verdad que Tofail fué el padre de los devoradores y la corona de los parásitos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 982ª NOCHE
Ella dijo:
Y tal era el código del perfecto devorador, establecido por Tofail en la ciudad de Kufa. Y en verdad que Tofail fué el padre de los devoradores y la corona de los parásitos. Respecto a su manera de proceder, he aquí un hecho entre mil.
Un notable de la ciudad había invitado a algunos amigos y se regalaba en compañía de ellos con un plato de pescado maravillosamente condimentado. Y he aquí que a la puerta se oyó la bien conocida voz de Tofail, que hablaba al esclavo portero. Y uno de los convidados exclamó: "¡Alah nos preserve del tragaldabas! Ya conocéis todos la inusitada capacidad de Tofail. Apresurémonos, pues, a preservar de sus dientes estos hermosos pescados, y a ponerlos en seguridad en un rincón de la estancia, sin dejar en el mantel más que estos pececillos. Y cuando haya devorado los pequeños, como no le quedará ya nada que tragar, se marchará y nos regalaremos con los peces grandes". Y se apresuraron a apartar los peces grandes.
Y entró Tofail, y sonriente y lleno de soltura dirigió la zalema a todo el mundo. Y después del bismilah, tendió la mano al plato. Pero el caso es que no contenía más que pescado menudo de mal aspecto. Y le dijeron los convidados, encantados de la jugarreta: "¡Eh, maese Tofail! ¿qué te parecen esos peces? No tienes cara de encontrar el plato completamente de tu gusto".
El aludido contestó: "Hace tiempo que no me hallo en buenas relaciones con la familia de los peces y estoy muy furioso con ellos. Porque a mi pobre padre, que murió ahogado en el mar, se lo comieron".
Y le dijeron los convidados: "Muy bien; pues aquí tienes una excelente ocasión de aplicar la pena del talión por lo de tu padre, comiéndote a tu vez esos pescaditos". Y Tofail contestó: "Tenéis razón. Pero esperad". Y cogió un pececillo y se lo acercó al oído. Y su vista de parásito había divisado ya el plato escondido en el rincón y que contenía los peces grandes. Y después de haber simulado escuchar atentamente al pececillo frito, exclamó de pronto: "¡Oh! ¡oh! ¿Sabéis lo que acaba de decirme este desperdicio de pez? Y los convidados contestaron: "¡No, por Alah! ¿Cómo vamos a saberlo?"
Y Tofail dijo: "Pues bien; habéis de saber entonces que me ha dicho: "Yo no he asistido a la muerte de tu padre (¡ Alah le tenga en Su misericordia!) y no he podido verle siquiera, ya que soy demasiado joven para haber vivido en aquella época". Luego me ha deslizado al oído estas otras palabras: "Mejor será que cojas esos hermosos peces grandes que están escondidos en el rincón, y te vengues. Porque ellos son los que se precipitaron antaño sobre tu difunto padre, y se lo comieron".
Al oír este discurso de Tofail, los invitados y el dueño de la casa comprendieron que el parásito había olfateado su estrategema. Por eso se apresuraron a hacer servir los hermosos peces a Tofail, y le dijeron, cayéndose de risa: "¡Cómetelos, y ojalá te den la gran indigestión!"
Luego el joven dijo a sus oyentes: "Escuchad ahora la historia fúnebre de la bella esclava del Destino".
Y dijo:
LA FAVORITA DEL DESTINO
"Cuentan los cronistas y los analistas, que el tercero de los califas abbasidas, el Emir de los Creyentes El-Mahdi, había dejado el trono, al morir, a su hijo mayor Al-Hadi, a quien no quería, y por el cual incluso experimentaba gran aversión. Sin embargo, había especificado bien que, a la muerte de Al-Hadi, el sucesor inmediato debía ser el menor, Harún Al-Raschid, su hijo preferido, y no el hijo mayor de Al-Hadi.
Pero cuando Al-Hadi fué proclamado Emir de los Creyentes, vigiló con envidia y suspicacia crecientes a su hermano Harún Al-Raschid e hizo cuanto pudo por privar a Harún del derecho de sucesión. Pero la madre de Harún, la sagaz y abnegada Khaizarán, no cesó de descubrir todas las intrigas dirigidas contra su hijo. Así es que Al-Hadi acabó por detestarla tanto como a su hermano; y los confundió a ambos en la misma reprobación. Y sólo esperaba una ocasión de hacerles
desaparecer.
Entretanto, estaba un día Al-Hadi en sus jardines, sentado bajo una rica cúpula sostenida por ocho columnas, que tenía cuatro entradas, cada una de las cuales miraba a un punto del cielo. Y a sus pies estaba sentada su hermosa esclava favorita Ghader, a la que sólo poseía hacía cuarenta días. Y también se encontraba allí el músico Ishak ben Ibrahim, de Mossul. Y en aquel momento cantaba la favorita acompañada en el laúd por el propio Ishak. Y el califa se agitaba de placer y se le estremecían los pies en el límite del transporte y del entusiasmo. Y afuera caía la noche; y la luna se alzaba entre los árboles; y corría el agua murmuradora a través de las sombras entrecortadas, mientras la brisa le respondía dulcemente.
Y de pronto el califa, cambiando de cara, se ensombreció y frunció las cejas. Y se desvaneció toda su alegría; y los pensamientos de su espíritu tornáronse negros como la estopa en el fondo del tintero. Y tras de un largo silencio, dijo con voz sorda: "A cada cual le está marcado su porvenir. Y no perdura nadie más que el Eterno Viviente". Y de nuevo se sumió en un silencio de mal augurio, que interrumpió de repente, exclamando: "¡Que llamen en seguida a Massrur, el portaalfanjel" Y precisamente aquel mismo Massrur, ejecutor de las venganzas y cóleras califales, había sido el niñero de Al-Raschid y le había llevado en sus brazos y sus hombros. Y llegó al punto a presencia de Al-Hadi, que le dijo: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 983ª NOCHE
Ella dijo:
...Y llegó al punto a presencia de Al-Hadi, que le dijo: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza".
Al oír estas palabras, que eran la sentencia de muerte de aquel a quien había criado, Massrur quedó estupefacto, aturdido y como herido por el rayo. Y murmuró: "De Alah somos y a El retornaremos". Y acabó por salir, semejante a un hombre ebrio.
Y en el límite de la emoción, fué en busca de la princesa Khaizarán, madre de Al-Hadi y de Harún Al-Raschid. Y le vió ella azorado y trastornado, y le preguntó: "¿Qué hay ¡oh Massrur!? ¿Qué ha sucedido para que vengas aquí a hora tardía de la noche? Dime qué te pasa". Y Massrur contestó: "¡Oh mi señora! ¡no hay recurso ni fuerza más que en Alah el Todopoderoso! He aquí que nuestro amo el califa Al-Hadi, tu hijo, acaba de darme esta orden: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza".
Y al oír estas palabras del portaalfanje, Khaizarán se sintió llena de terror; y se albergó en su alma el espanto; y la emoción le apretó el corazón hasta romperle. Y bajó la cabeza y se recogió en sí misma un instante. Luego dijo a Massrur: "Ve inmediatamente al cuarto de mi hijo Al-Raschid, y tráele aquí contigo". Y Massrur contestó con el oído y la obediencia, y partió.
Y entró en el aposento de Harún. Y en aquel momento Harún estaba ya desnudo en el lecho, con las piernas debajo de la manta. Y Massrur le dijo atropelladamente: "Levántate, en nombre de Alah, ¡oh mi señor! y ven conmigo inmediatamente al cuarto de tu madre, mi señora, que te llama". Y Al-Raschid se levantó, y vistiéndose de prisa, pasó con Massrur al aposento de Sett Khaizarán.
En cuanto ella vió a su hijo preferido, se levant6 y corrió a él y le besó, sin decir una palabra, y le empujó a una pequeña habitación disimulada, cerrando la puerta tras él, que ni siquiera pensó en protestar o en pedir la menor explicación.
Y hecho esto, Sett Khaizarán envió a buscar en sus casas, donde estarían durmiendo, a los emires y a los principales personajes del palacio califal. Y cuando estuvieron todos reunidos en las habitaciones de ella, la princesa, desde detrás de la cortina del harén, les dirigió estas sencillas palabras: "En nombre de Alah el Todopoderoso, el Altísimo, y en nombre de su Profeta bendito, os pregunto si oísteis decir alguna vez que mi hijo Al-Raschid haya estado en connivencia, relación o trato con los enemigos de la autoridad califal o con los heréticos Zanadik, o que alguna vez haya tratado de hacer la menor tentativa de insubordinación o rebeldía contra su soberano Al-Hadi, hijo mío y señor vuestro".
Y todos contestaron con unanimidad: "No, jamás".
Y Khaizarán repuso al punto: "Pues bien; sabed que al presente, ahora mismo, mi hijo Al-Hadi pide la cabeza de su hermano Al-Raschid. ¿Podéis explicarme por qué motivo?" Y los presentes quedaron tan aterrados y espantados, que ninguno de ellos osó articular una palabra. Pero el visir Rabiah se levantó y dijo al portaalfanje Massrur: "Ve en esta hora y en este instante a presentarte entre las manos del califa. Y cuando, al verte, te pregunte: "¿Has acabado?", le responderás: "Nuestro señora Khaizarán, tu madre, esposa de tu difunto padre AlMahdi, madre de tu hermano, me ha sorprendido cuando yo me precipitaba sobre Al-Raschid; y me ha detenido y me ha rechazado. Y beme aquí ante ti, sin haber podido ejecutar tu orden".
Y Massrur salió y al punto se presentó al califa.
Y en cuanto le vió Al-Hadi, le dijo: "Está bien, ¿dónde está lo que te he pedido?" Y Massrur contestó: "¡Oh mi señor! mi señora la princesa Khaizarán me ha sorprendido abalanzándome sobre tu hermano Al-Raschid; y me ha detenido, y me ha rechazado, y me ha impedido cumplir mi misión".
Y el califa, en el límite de la indignación, se levantó y dijo a Ishak y a la cantarina Ghader: "Seguid en el sitio en donde estáis, y esperad a que vuelva yo".
Y llegó a las habitaciones de su madre Khaizarán y vió a todos los dignatarios y emires congregados allí. Y al verle, la princesa se puso en pie; y los personajes que estaban con ella también se levantaron. Y el califa, encarándose con su madre, le dijo con voz sofocada por la cólera: "¿Por qué, cuando yo quiero y ordeno una cosa, te opones a mis voluntades?". Y Khaizarán exclamó "¡Alah me preserve, ¡oh Emir de los Creyentes! de oponerme a ninguna de tus voluntades! Sin embargo, deseo solamente que me indiques por qué motivo exiges la muerte de mi hijo Al-Raschid. Es tu hermano y sangre tuya; es, como tú, alma y vida de tu padre". Y Al-Hadi contestó: "Puesto que quieres saberlo, sabe que deseo desembarazarme de Al-Raschid a causa de un sueño que he tenido la noche última y que me ha penetrado de espanto.
Porque en ese sueño he visto a Al-Raschid sentado en el trono, en mi lugar. Y junto a él estaba mi esclava favorita Ghader; y él bebía y jugueteaba con ella. Y como amo mi soberanía, mi trono y mi favorita, no quiero ver por más tiempo a mi lado, viviendo sin cesar junto a mí como una calamidad, a tan peligroso rival, aunque sea hermano mío".
Y Khaizarán le contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ésas son ilusiones y falsedades del sueño, malas visiones ocasionadas por los manjares ardientes. ¡Oh hijo mío! casi nunca resulta verídico un sueño". Y continuó hablándole de tal suerte, aprobada por las miradas de los presentes. Y se dió tanta maña, que consiguió calmar a Al-Hadi y desvanecer sus temores. Y entonces hizo aparecer a Al-Raschid, y le hizo prestar juramento de que jamás había abrigado en la imaginación el menor proyecto de rebeldía o la menor ambición, y de que jamás intentaría nada contra la autoridad califal.
Y después de estas explicaciones, desapareció la cólera de Al-Hadi. Y se volvió a la cúpula, donde había dejado a su favorita con Ishak. Y despidió al músico y se quedó solo con la bella Ghader, divirtiéndose, regocijándose y dejándose penetrar por las delicias mezcladas de la noche y del amor. Y he aquí que de repente sintió un fuerte dolor en la planta de un pie. Y al punto se llevó la mano al sitio dolorido que le desazonaba, y se rascó. Y en algunos instantes formóse allí un pequeño tumor, que aumentó, hasta tener el volumen de una avellana. Y se le irritó, produciéndole desazones intolerables. Y se lo rascó él de nuevo; y aumentó hasta tener el volumen de una nuez, y acabó por reventársele. Y al punto Al-Hadi cayó de espaldas, muerto.
La causa de aquello fué que Khaizarán, en los pocos instantes que estuvo el califa con ella, después de la reconciliación, le había dado a beber un sorbete de tamarindo, que contenía la sentencia del Destino.
El primero que se enteró de la muerte de Al-Hadi fué precisamente el eunuco Massrur. E inmediatamente corrió a ver a la princesa Khaizarán, y le dijo: "¡Oh madre del califa! ¡Alah prolongue tus días! Mi señor Al-Hadi acaba de morir". Y Khaizarán le dijo: "Está bien. Pero ¡oh Massrur! guarda secreto sobre esta noticia y no divulgues este acontecimiento súbito. Y ahora ve cuando antes en busca de mi hijo Al-Raschid, y tráemele".
Y Massrur fué en busca de Al-Raschid, y le encontró acostado. Y le despertó, diciéndole: "¡Oh mi señor! mi señora te llama al instante". Y Al-Raschid exclamó, trastornado: "¡Por Alah! mi hermano Al-Hadi le habrá vuelto a hablar en contra mía, y le habrá revelado algún complot tramado por mí, y del que jamás haya tenido yo idea".
Pero Massrur le interrumpió, diciéndole: "¡Oh Harún! levántate en seguida y sígueme. Calma tu corazón y refresca tus ojos, porque todo va por buen camino, y no encontrarás más que éxitos y alegría.
Acto seguido, Harún se levantó y se vistió. Y al punto Massrur se prosternó ante él, y besando la tierra entre sus manos, exclamó: "La zalema contigo oh Emir de los Creyentes, imán de los servidores de la fe, califa de Alah en la tierra, defensor de la ley santa y de lo impuesto por ella!"
Y Harún, lleno de asombro y de incertidumbre, le preguntó: "¿Qué significan esas palabras, ¡oh Massrur!? Hace un momento me llamabas por mi nombre sencillamente; y al presente me das el título de Emir de los Creyentes. ¿A qué debo
atribuir estas palabras contradictorias y un cambio de lenguaje tan imprevisto?".
Y Massrur contestó: "¡Oh mi señor! ¡toda vida tiene su destino y toda existencia su término! Alah prolongue tus días, pues tu hermano acaba de expirar..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 984ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Oh mi señor! ¡toda vida tiene su destino y toda existencia su término! Alah prolongue tus días, pues tu hermano acaba de expirar". Y dijo Al-Raschid: "Alah le tenga en su piedad". Y se apresuró a ponerse en marcha, ya sin temor ni preocupación, entró en el cuarto de su madre, que exclamó al verle: "¡Alegría y dicha! ¡Dicha y alegría al Emir de los Creyentes!". Y se puso de pie, y le echó el manto califal, y le entregó el cetro, el sello supremo y las insignias del poderío. Y en el mismo momento entró el jefe de los eunucos del harén, que dijo a Al-Raschid: "¡Oh señor nuestro! recibe una noticia dichosa, pues acaba de nacerte un hijo de tu esclava Marahil". Y Harún entonces dejó exteriorizarse su doble júbilo, y dió a su hijo el nombre de Abdalah con el sobrenombre de Al-Mamún.
Y antes del nuevo día fueron conocidos por la población de Bagdad la muerte de Al-Hadi y el advenimiento de Al-Raschid al trono califal. Y Harún, en medio del aparato de la soberanía, recibió el juramento de obediencia de los emires, de los notables y del pueblo reunidos. Y aquel mismo día elevó al visirato a El-Fadl y a Giafar, ambos hijos de Yahia el Barmakida. Y todas las provincias y comarcas del Imperio, y todos los pueblos islámicos, árabes y no árabes, turcos y deylamidas, reconocieron la autoridad del nuevo califa y le juraron obediencia. Y comenzó su reinado en la prosperidad y la magnificencia, y se asentó, brillante, en su reciente gloria y en su poderío.
En cuanto a la favorita de Ghader, entre los brazos de la cual había expirado Al-Hadi, he aquí lo que aconteció.
La misma tarde de su elevación al trono, Al-Raschid, que tenía noticia de la belleza de Ghader quiso verla y posar en ella sus primeras miradas. Y le dijo: "Deseo ¡oh Ghader! que visitemos juntos tú y yo el jardín y la cúpula donde mi hermano Al-Hadi (¡Alah le tenga en Su piedad!) gustaba de alegrarse y descansar". Y Ghader, vestida ya con trajes de luto, bajó la cabeza y contestó: "Soy la esclava sumisa del Emir de los Creyentes". Y se retiró un instante para quitarse los vestidos de luto y reemplazarlos por los atavíos convenientes. Luego entró en la cúpula, donde Harún la hizo sentarse a su lado. Y permanecía con los ojos fijos en aquella magnífica joven, sin dejar de admirar su gracia. Y su pecho respiraba ampliamente con alegría, y su corazón se holgaba. Luego, cuando sirvieron los vinos que gustaban a Harún, Ghader se negó a beber la copa que le brindaba el califa.
Y le preguntó él, asombrado: "¿Por qué lo rehusas?". Ella contestó: "El vino sin la música pierde la mitad de su generosidad. Tendría gusto, por tanto, en ver junto a nosotros, haciéndonos armoniosa compania, al admirable Ishak, hijo de Ibrahim". Y Al-Raschid contestó: "No hay inconveniente". Al punto envió a Massrur en busca del músico, que no tardó en llegar. Y besó la tierra entre las manos del califa, y le rindió homenaje. Y a una seña de Al-Raschid se sentó enfrente de la favorita.
Y a la sazón pasó la copa de mano en mano; y de tal suerte se continuó hasta que fué noche cerrada. Y de repente, cuando el vino hubo fermentado en las razones, exclamó Ishak: "¡Oh! ¡eterna alabanza para El que cambia a Su antojo los acontecimientos y dirige su curso y vicisitudes!". Y Al-Raschid le preguntó: "¿En qué piensas ¡oh hijo de Ibrahim! para prorrumpir en esas exclamaciones?".
Y contestó Ishak: "¡Ay! ¡oh mi señor! ayer a esta hora, tu hermano se asomaba a la ventana de esta cúpula, y a la luz de la luna, semejante a una desposada, miraba cómo huían las aguas murmuradoras suspirando con dulces y ligeras voces de cantarinas nocturnas. Y ante el espectáculo de la felicidad aparente, se espantó de su destino. Y quiso brindarte el brebaje de la humillación".
Y Al-Raschid dijo: "¡Oh hijo de Ibrahim! la vida de las criaturas está escrita en el libro del Destino. ¿Acaso habría podido arrebatarme la vida, si no estuviera decretado el término de ésta?". Y se encaró con la bella Ghader, y le dijo: "Y tú, ¡oh joven! ¿qué dices?".
Y Ghader tomó su laúd, y preludió, y con voz profundamente conmovida cantó estos versos:
¡La vida del hombre tiene dos vidas: una límpida y otra turbia! ¡El tiempo tiene dos clases de días: días de seguridad y días de peligro!
¡No te fíes ni del tiempo ni de la vida, porque a los días más límpidos suceden días turbios y sombríos!
Y al acabar estos versos, la favorita de Al-Hadi desfalleció de pronto y cayó sin conocimiento ni movimiento, dando con la cabeza en el suelo. Y la socorrieron y la movieron. Pero ya no existía, refugiada en el seno del Altísimo. Y dijo Ishak: "¡Oh mi señor! amaba al difunto. Y a lo menos a que aspira el amor es a esperar a que el enterrador acabe de cavar la tumba. ¡Alah extienda Sus misericordias sobre Al-Hadi, sobre su favorita y sobre todos los musulmanes!".
Y de los ojos de Al-Raschid cayó una lágrima. Y ordenó lavar el cuerpo de la muerta y depositarlo en la propia tumba de Al-Hadi. Y dijo: "¡Sí! ¡Alah extienda Sus misericordias sobre Al-Hadi, sobre su favorita y sobre todos los musulmanes!".
Y tras de contar así esta historia de la infortunada adolescente, el joven rico dijo a sus conmovidos oyentes: "Escuchad ahora, como otra manifestación de los decretos inexorables del Destino, la historia del COLLAR FUNEBRE".
EL COLLAR FUNEBRE
Y dijo:
"Un día en que el califa Harún Al-Raschid había oído encomiar el talento del músico cantor Hachem ben Soleimán, envió a buscarle. Y cuando introdujeron al cantor Harún le hizo sentarse delante de él y le rogó que le dejase oír alguna composición suya. Y Hachem cantó una cantilena de tres versos con tanto arte y tan hermosa voz, que el califa exclamó, en el límite del entusiasmo y del arrebato: "Has estado admirable, ¡oh hijo de Soleimán! ¡Alah bendiga el alma de tu padre!". Y lleno de gratitud, se quitó del cuello un magnífico collar enriquecido de esmeraldas y colgantes tan gordos como peras almizcladas, y lo puso en el cuello del cantor.
Y al contemplar aquella joya, Hachem, lejos de mostrarse satisfecho y alegre, nubló sus ojos con lágrimas. Y la tristeza anidó en su corazón e hizo amarillear su rostro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 985ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y al contemplar aquella joya, Hachem, lejos de mostrarse satisfecho y alegre, nubló sus ojos con lágrimas. Y la tristeza anidó en su corazón e hizo amarillear su rostro. Y Harún, que ni por asomo esperaba tal manifestación, se mostró muy sorprendido, y creyó que la joya no era del gusto del músico. Y le preguntó: "¿A qué vienen esas lágrimas y esa tristeza ¡oh Hachem!? Y si no te agrada ese collar, ¿por qué guardas un silencio molesto para mí y para ti?". Y el músico contestó: "¡Alah aumente Sus favores sobre la cabeza del más generoso de los reyes! Pero el motivo que hace correr lágrimas y abruma de tristeza mi corazón no es lo que tú crees, ¡oh mi señor! Y si me lo permites, te contaré la historia de este collar, y el porqué de que su vista me haya sumido en el estado en que me ves". Y Harún contestó: "Claro que te lo permito. Porque debe ser asombrosa en extremo la historia de ese collar que poseo como herencia de mis padres. Y tengo mucha curiosidad por saber lo que acerca de ello conoces tú y yo ignoro".
"Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que el incidente relativo a este collar data del tiempo de mi primera juventud. En aquella época vivía yo en el país de Scham, que es la patria de mi cabeza, el sitio donde nací.
"Una tarde, a la hora del crepúsculo, me paseaba a orillas de un lago, e iba vestido con el traje de los árabes del desierto de Scham, y con el rostro cubierto hasta cerca de los ojos por el litham. Y he aquí que me encontré con un hombre magníficamente vestido, acompañado, contra toda costumbre, por dos jóvenes soberbias, de una elegancia rara, que, a juzgar por los instrumentos musicales que llevaban, sin duda alguna eran cantarinas. Y de pronto reconocí en aquel paseante al califa El-Walid segundo de este nombre, que había dejado Damasco, su capital, para ir a cazar gacelas en nuestros parajes, por el lado del lago de Tabariah.
"Y por su parte, el califa, al verme, se encaró con sus acompañantes, y les dijo, sin querer que le oyesen más que ellas: "He ahí un árabe que llega del desierto, tan lleno de grosería y salvajismo. ¡Por Alah! voy a llamarle para que nos haga compañía y nos divirtamos un poco a costa suya". Y me hizo señas con la mano. Y cuando me acerqué, me mandó sentarme en la hierba, a su lado, enfrente de las dos cantarinas.
"Y he aquí que, por deseo del califa, que ni por asomo me conocía ni me había visto nunca, una de las jóvenes acordó su laúd, y con voz emocionante cantó una melopea compuesta por mí. Pero a pesar de toda su habilidad, cometió algunos errores ligeros, y hasta truncó el aire en varios pasajes. Y yo, no obstante la actitud reservada que me había impuesto, precisamente para no atraer sobre mí las chanzas a que el califa estaba dispuesto, no pude por menos de exclamar, dirigiéndome a la cantarina: "¡Te has equivocado, ¡oh mi señora! te has equivocado!".
Y al oír mis observaciones, la joven se echó a reír con una risa burlona, y dijo, encarándose con el califa: "Ya has oído ¡oh Emir de los Creyentes! lo que acaba de decirnos este árabe beduíno conductor de camellos. ¡No teme acusarnos de error el insolente!". Y El-Walid me miró con un aire burlón y disconforme a la vez, y me dijo: "¿Es en tu tribu ¡oh beduíno! donde te han enseñado el canto y el tañer delicado de los instrumentos musicales?". Y me incliné respetuosamente y contesté: "No, por tu vida, ¡oh Emir de los Creyentes! Pero, si no te opones, voy a probar a esta admirable cantarina que, a pesar de todo su arte, ha cometido algunos errores de ejecución". Y habiéndomelo permitido El-Walid, para ver qué hacía, dije a la joven: "Aprieta un cuarto la segunda cuerda y afloja otro tanto la cuarta. Y empieza el tono grave de la melodía. Y verás entonces cómo se resienten la expresión y el colorido de tu canto, y cómo algunos pasajes que has truncado ligeramente se resuelven por sí mismos".
"Y sorprendida al ver a un beduíno hablar de esta manera, la joven cantarina acordó su laúd en el tono que le indiqué, y recomenzó su canto. Y salió tan hermoso y tan perfecto, que ella misma quedó profundamente conmovida y asombrada a la vez. Y levantándose de pronto, se arrojó a mis pies, exclamando: "¡Por el Señor de la kaaba, juro que eres Hachem ben Soleimán!". Y como no estaba yo menos conmovido que la joven, ni contestaba, el califa me preguntó: "¿Eres verdaderamente quien dice ella?". Y contesté, descubriendo entonces mi cara: "Sí, ¡oh Emir de los Creyentes! soy tu esclavo Hachem el Tabariano".
"Y el califa quedó extremadamente satisfecho de conocerme, v me dijo: "Loado sea Alah, que te ha puesto en mi camino, ¡oh hijo de Soleimán! ¡Esta joven te admira más que a todos los músicos de este tiempo, y jamás me canta otra cosa que cantos y composiciones tuyas!". Y añadió: "¡Por tanto quiero que en adelante seas amigo y compañero mío!". Y le di las gracias y le besé la mano.
"Luego la joven que había cantado se encaró con el califa, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡después de este momento dichoso, tengo que hacerte una petición!". Y el califa dijo: "¡Puedes hacerla!". Ella dijo: "Te suplico que me permitas rendir homenaje a mi maestro, ofreciéndole una prueba de mi gratitud".
El califa dijo: "Desde luego; así debe ser". Entonces la encantadora cantarina desató el magnífico collar que llevaba, y que le había regalado el califa, y me lo puso al cuello, diciéndome: "¡Acéptalo como don de mi reconocimiento, y dispénsame que sea tan poca cosa!". Y precisamente aquel collar era el que de nuevo recibo hoy como presente de tu generosidad, ¡oh Emir de los Creyentes!
"He aquí ahora cómo salió de mi mano aquel collar, para volver a mí hoy...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 986ª NOCHE
Ella dijo:
" He aquí ahora cómo salió de mi mano aquel collar, para volver... a mí hoy, y por qué he llorado al verlo.
"En efecto, después de haber pasado cierto tiempo cantando, cuando refrescó la brisa del lago, El-Walid se levantó, y nos dijo: "Embarquémonos para pasear por el agua". Y al punto acudieron unos servidores que estaban distanciados, y trajeron una barca. Y el califa pasó a la barca el primero; luego yo. Y cuando le tocó el turno a la joven que me había hecho don del collar, adelantó una pierna para pasar a la barca. Pero como se había envuelto en su velo grande para que no la observaran los remeros, aquello la entorpeció y faltándole pie, cayó al lago, y antes de que hubiese tiempo de socorrerla, se fué al fondo del agua. Y a pesar de cuantas pesquisas hicimos, no logramos encontrarla. ¡Alah la tenga en Su compasión!
"Y fueron muy profundas la pena y la aflicción de El-Walid, y bañó su rostro el llanto. Y también yo derramé lágrimas amargas por la suerte de aquella infortunada joven. Y el califa, que había permanecido silencioso largo rato después de aquella catástrofe, me dijo: "¡Oh Hachem! para mi dolor sería un ligero consuelo entre mis manos el collar de esa pobre joven, como recuerdo de lo que para mí fué durante su corta vida. Pero Alah me libre de recogerte lo que te hemos dado. Te ruego, pues, que consientas en venderme ese collar".
"Y al punto entregué el collar al califa, quien, a nuestra llegada a la ciudad, hizo que me contaran treinta mil dracmas de plata, y me colmó de regalos preciosos.
"Y tal es, ¡oh Emir de los Creyentes! la causa que me hace llorar hoy. Y Alah el Altísimo, que desposeyó a los califas ommiadas del poder soberano en favor de los Beni-Abbas de los que eres gloriosa descendencia, ha permitido que este collar llegase a tus manos con la herencia de tus nobles antepasados, para volver a mí por este camino apartado".
Y Al-Raschid se emocionó mucho con este relato de Hachem ben Soleimán, y dijo: "¡Alah tenga en Su compasión a los que merecen compasión!". Y con esta fórmula general evitó pronunciar el nombre de uno de los individuos de la dinastía rival abatida".
Luego dijo el joven: "Puesto que hablamos de músicos y cantarinas, voy a contaros un rasgo, entre mil, de la vida del más célebre entre los músicos de todos los tiempos, Ishak ben Ibrahim, de Mossul". Y dijo:
ISHAK DE MOSSUL Y EL AIRE NUEVO
"Entre los diversos escritos de mano del músico-cantor Ishak ben Ibrahitn, de Mossul, que han llegado a nosotros, se halla éste. Dice Ishak: "Un día, según mi costumbre, entré en el aposento del Emir de los Creyentes Al-Raschid, y le encontré sentado en compañía de su visir El-Fadl y de un jeique del Hedjaz, el cual tenía una fisonomía hermosísima y un continente impregnado de nobleza y de gravedad. Y después de las zalemas por una y otra parte, me incliné discretamente hacia el visir El-Fadl y le pregunté el nombre de aquel jeique hedjaziense que me gustaba y a quien no había visto nunca. Y me contestó el visir: "Es el nieto del viejo poeta músico y cantor del Hedjaz, Maabad, cuya fama conoces". Y como yo me mostrara satisfecho de conocer al nieto de aquel viejo Maabad a quien tanto hube de admirar en mi juventud, El-Fadl me dijo al oído: "¡Oh Ishak! el jeique del Hedjaz que aquí ves, si te muestras amable con él te dará a conocer y aun te cantará todas las composiciones de su abuelo. Es complaciente, y está dotado de hermosa voz".
Entonces yo, queriendo experimentar su método y aprenderme de memoria los cantos antiguos que habían encantado mis años jóvenes, me mostré lleno de consideraciones para el hedjaziense; y tras de una amigable charla sobre diferentes cosas, le dije: "¡Oh nobilísimo jeique! ¿puedes recordarme cuántos cantos ha compuesto tu abuelo, el ilustre Maabad, honor del Hedjaz?". Y me contestó: "¡Sesenta, ni uno más ni uno menos!". Y le pregunté: "¿Sería pesar demasiado sobre tu paciencia rogarte que me dijeras cuál de esos sesenta cantos es el que más te gusta por su compás o por otros motivos?". Y me contestó: "Sin duda, y en todos sentidos, el canto cuadrigésimo tercero, que empieza con este verso:
¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah, mi Molaikah la de hermoso pecho!"
Y como si el simple recitado de aquel verso tuviera la virtud de excitar en él la inspiración, tomó de pronto el laúd de mi mano, y después de un ligerísimo preludio de acordes, cantó la cantilena consabida con una voz maravillosa, y nos hizo sentir aquella música nueva y tan antigua, con un arte, un encanto, una gracia y una emoción inexpresables. Y oyéndola, me estremecía yo de placer, deslumbrado, fuera de mí, en el límite del entusiasmo. Y como estaba seguro de mi facilidad para retener los aires nuevos, por muy complicados que fuesen, no quise repetir inmediatamente delante del jeique hedjaziense la cantilena deliciosa y tan nueva para mí que acababa él de hacerme oír. Y me limité a darle las gracias. Y se volvió él a Medina, su país, mientras yo salía del palacio, embriagado con aquella melodía.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 987* NOCHE
Ella dijo:
...Y se volvió a Medina, su país, mientras yo salía del palacio embriagado con aquella melodía.
Y al regresar a mi casa, cogí mi laúd, que estaba colgado en la pared, y lo templé y armonicé las cuerdas y tonos en los más pequeños detalles. Pero ¡por Alah! cuando quise repetir la música de aquel aire hedjaziense que me había emocionado tanto, no pude recordar la menor nota, ni siquiera el tono en que fué cantado, yo, que de ordinario retenía cantilenas de cien coplas oídas casi sin atención. Pero a la razón había caído entre mi memoria y aquella música un velo de algodón impenetrable, y no obstante todos mis esfuerzos de memoria, no pude repetir lo que tanto me preocupaba.
Y desde entonces, me esforcé día y noche en llamar a mi memoria aquella música, pero sin ningún resultado. Y renuncié con desesperación a mi laúd y a mis lecciones, y me dediqué a recorrer Bagdad, Mossul, Bassra y todo el Irak, preguntando por aquella música y por aquel canto a todos los cantores más viejos y a todas las cantarinas más ancianas; pero no conseguí encontrar nadie que conociera aquel aire o que me informara respecto al modo de dar con él.
Entonces al ver que todas mis pesquisas eran inútiles, para librarme de aquella obsesión resolví hacer un viaje al Hedjaz, a través del desierto, para ir a Medina en busca del jeique hedjaziense, y rogarle que me cantara otra vez la cantilena de su abuelo. Y cuando tomé esta resolución, me encontraba en Bassra paseándome a orillas del río. Y he aquí que se me acercaron dos mujeres jóvenes vestidas con trajes discretos y ricos aparentando ser mujeres de alto rango. Y cogieron la brida de mi asno y le pararon, saludándome.
Y muy fastidiado y sin pensar más que en mi cantilena hedjaziense, les dije en tono perentorio: "¡Dejadme! ¡dejadme!" Y quise recoger la brida de mi asno. Pero he aquí que una de ellas, sin levantarse el velo del rostro, me sonrió tras él, y me dijo: "Está bien; ¡oh Ishak! ¿cómo va ahora tu pasión por la hermosa cantilena de Maabad el Hedjaziense: ¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah!? ¿Has cesado ya de recorrer el mundo en busca suya?". Y añadió, antes de que yo tuviese tiempo de volver de mi sorpresa: "¡Oh Ishak! desde detrás de la celosía del harén te vi cuando el jeique hedjaziense cantaba en presencia del califa y de El-Fadl, y el encanto de la melodía antigua hacíate saltar y hacía danzar a las cosas inanimadas en torno a ti. ¡Qué entusiasmado estabas, ¡oh Ishak! Llevabas el compás con tus manos, meneando la cabeza y balanceándote dulcemente. Parecías ebrio. Estabas como loco".
Y al oír estas palabras, exclamé: "¡Ah! por la memoria de mi padre Ibrahim, te juro que ahora estoy más loco que nunca por ese canto rico y hermoso. ¡Ya Alah! ¿qué no daría yo por oírlo, incluso falseado, incluso truncado? ¡Una nota de ese canto por diez años de mi vida! ¡Mira por dónde, hablándome de ello, acabas de atizar cruelmente el fuego de mis penas y soplar en la brasa de mi desesperación!". Y añadí: "Por favor, dejad, dejad que me vaya. ¡Tengo prisa por preparar y organizar mi marcha inmediata al Hedjaz!".
Y al oír estas palabras, sin soltar la brida de mi asno, la joven se echó a reír con risa ruidosa, y me dijo: "Y si yo misma te cantara la cantilena hedjaziense: ¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah! ¿persistirías en partir para el Hedjaz?". Y contesté: "¡Por tu padre y por tu madre, ¡oh hija de gentes de bien! no tortures más a quien acecha la locura!".
Acto seguido, sujetando siempre la brida de mi asno, la joven entonó de pronto la cantilena que me tenía loco, y con una voz y con un método mil veces más hermoso que cuando en otro tiempo la oí de boca del hedjaziense. ¡Y el caso es que no había ella cantado más que a media voz! Y en el límite del transporte y de la dicha, sentí que una gran dulzura calmaba mi alma torturada. Y me apeé precipitadamente de mi asno, y me eché a los pies de la joven y le besé las iranos y la orla del traje. Y le dije: "¡Oh mi señora! soy tu esclavo, el comprado por tu generosidad. ¿Quieres aceptar mi hospitalidad? Y me cantarás la cantilena de Molaikah, y yo te cantaré todo el día y toda la noche. ¡Oh! ¡todo el día y toda la noche!". Pero ella me contestó: "¡Oh Ishak! conocemos tu carácter poco agradable y tu avaricia por tus composiciones. Sí, sabemos que ninguna de tus discípulas ha recibido y aprendido de ti y por ti ni un solo canto. Lo que saben se lo has comunicado y enseñado por mediación de extraños, como Alawiah, Wahdj El-Karah y Mukhrik. Pero de ti directamente ¡oh Ishak, celoso con exceso! nadie aprendió nunca nada". Luego añadió: "Por tanto, como sé que no eres lo bastante amable para tratarnos debidamente, es inútil ir a tu casa. Y puesto que deseas aprender el aire de Molaikah, ¿para qué ir tan lejos? Te lo cantaré gustosa hasta que te lo sepas". Y exclamé: "En cambio, ¡oh hija del cielo! yo verteré por ti mi sangre. Pero ¿quién eres? ¿Y cuál es tu nombre... ?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 988ª NOCHE
Ella dijo:
...Y exclamé: "En cambio, ¡oh hija del cielo! yo verteré por tí mi sangre. Pero ¿quién eres? ¿Y cuál es tu nombre?". Y ella me contestó: "Una simple cantarina entre las cantarinas que comprenden lo que dice el follaje al pájaro y la brisa al follaje. Pero soy Wahba. Aquella de quien habla el poeta en la cantilena que lleva mi nombre". Y cantó:
¡Oh Wahba! ¡sólo a tu lado habitan las delicias y la alegría!
¡Oh Wahba! ¡cuán embalsamada estaba tu saliva, que nadie más que yo ha probado!
¡Rara como son raras las fuentes del desierto, no has venido más que una vez a ofrecerme la copa de tus labios!
¡Ola Wahba! ¡no incites al gallo que sólo pone un huevo en su vida! ¡Ven a perfumar la morada!
¡Tráeme la delicia más dulce que el azúcar, ese néctar transparente como la luz y más ligero que el karkafa y el khandaris!
Y aquella encantadora cantilena, cuyas palabras eran del poeta Farruge, tenía un aire delicado que había compuesto la propia Wahba. Y con aquel canto acabó de transportar mi razón. Y tanto la supliqué, que hubo de aceptar el ir a mi casa con su hermana. Y nos pasamos todo el día y toda la noche en el éxtasis del canto y de la música. Y encontré en lla, sin disputa, la cantarina más admirable que oí nunca. Y su amor me penetró hasta el alma. Y acabó ella por hacerme el don de su carne, como me había hecho el de su voz. ¡Y adornó mi vida en los años dichosos que me concedió el Retribuidor!"
Luego dijo el joven rico: "He aquí ahora una anécdota referente a las danzarinas de los califas".
Y dijo:
LAS DOS DANZARINAS
"Había en Damasco, bajo el reinado del califa Abd El-Malek ben Merwán, un poeta-músico llamado Ibn Abu-Atik, que gastaba con locas prodigalidades cuanto le producían su arte y la generosidad de los emires y de la gente rica de Damasco. Así es que, no obstante las sumas considerables que ganaba, estaba en la inopia y a duras penas atendía a la subsistencia de su numerosa familia. Porque el oro en manos de un poeta y la paciencia en el alma de un amante son como agua en criba.
El poeta tenía por amigo a un íntimo del califa, Abdalah el chambelán. Y Abdalah, que ya había interesado cien veces en favor del poeta a los notables de la ciudad, resolvió atraer sobre él incluso el favor del califa. Un día, pues, que el Emir de los Creyentes estaba en disposición propicia a ello, Abdalah abordó la cuestión, y le describió la pobreza y la indigencia de aquel a quien Damasco y todo el país de Scham consideraban como el poeta-músico más admirable de la época. Y Abd El-Malek contestó: "Puedes enviármele".
Y Abdalah se apresuró a ir a anunciar la buena nueva a su amigo, repitiéndole la conversación que acababa de tener con el califa. Y el poeta dió las gracias a su amigo y fué a presentarse en palacio.
Y cuando se le introdujo, encontró al califa sentado entre dos soberbias danzarinas de pie, que se balanceaban dulcemente sobre su talle flexible, como dos ramas de ban, agitando cada una con una gracia encantadora, un abanico de hojas de palmera, con el cual refrescaban a su señor.
Y en el abanico de una de las danzarinas había escritos, con letras de oro y azul, los versos siguientes:
¡El soplo que traigo es fresco y ligero, y juego con el pudor rosado de las que acaricio!
¡Soy un velo cándido que oculta el beso de las bocas enamoradas! ¡Soy un recurso precioso para la cantarina que abre la boca y para el poeta que recita versos!
Y en el abanico de la segunda danzarina había escritos, también en letras de oro y azul, los versos siguientes:
¡Soy verdaderamente encantador en mano de las bellas, por lo que mi sitio predilecto es el palacio del Califa!
¡Renuncien a tenerme por amigo las que estén en desacuerdo con la gracia y la elegancia!
¡Pero también concedo con gusto mis caricias al jovenzuelo flexible y desenvuelto como una esclava hermosa!
Y cuando el poeta hubo contemplado a aquellas dos maravillosas muchachas, sintió un deslumbramiento y un estremecimiento profundo. Y de repente olvidó su miseria, sus tristezas, las privaciones de su familia y la cruel realidad. Y se creyó transportado en medio de las delicias del paraíso, entre dos huríes selectas. Y la belleza de ella hízolo mirar a todas las mujeres pasadas, de que le quedaba recuerdo, como feas y necias.
En cuanto al califa después de los homenajes y las zalemas, dijo al poeta: "¡Oh Ibn Abu-Atik! me ha impresionado la descripción que me ha hecho Abdalah de tu estado precario y de la miseria en que se encuntran sumidos los tuyos. Pídeme, pues, cuanto quieras; y te será concedido en esta hora y en este instante". Y el poeta, dominado por la emoción que le embargaba a la vista de las dos danzarinas no comprendió siquiera el sentido de las palabras del califa; y aunque lo hubiese comprendido, no se habría preocupado de pedir dinero o riquezas. Porque en aquel momento dominaba su espíritu una sola idea: la belleza de las dos danzarinas y el deseo de poseerlas para él solo y de embriagarse con sus ojos y su influencia.
Así es que respondió a la proposición generosa del califa: "¡Alah prolongue los días del Emir de los Creyentes! Pero tu esclavo ya está colmado de beneficios del Retribuidor. ¡Es rico, no carece de nada, vive como un emir! Sus ojos están satisfechos, su espíritu está satisfecho, su corazón está satisfecho. Y por otra parte, hallándome, como me hallo aquí, en presencia del sol y entre estas dos lunas, aunque estuviera en la más negra de las miserias y en la inopia absoluta, me
consideraría el hombre más rico del Imperio!"
Y el califa Abd El-Malek quedó extremadamente complacido de la respuesta, y al ver que los ojos del poeta expresaban vehementemente lo que no decía su lengua, se levantó y le dijo: "¡Oh Ibn Abu-Atik! estas dos jóvenes que ves aqui, y que hoy mismo me ha regalado el rey de los rums, son propiedad legal tuya y campo tuyo. Y puedes entrar en tu campo a tu antojo". Y salió.
Y el poeta cogió a las danzarinas y se las llevó a su casa.
Pero cuando Abdalah estuvo de vuelta en palacio, el califa le dijo: "¡Oh Abdalah! la descripción que te has servido hacerme con respecto a la indigencia y la miseria de ese poeta-músico amigo tuyo adolecía de manifiesta exageración. Porque él me ha afirmado que era perfectamente dichoso y que no carecía absolutamente de nada". Y Abdalah sintió que su rostro se cubría de confusión, y no supo qué pensar de aquellas palabras. Pero el califa repuso: "Pues si, por vida mía, ¡oh Abdalah! ese hombre se hallaba en un estado de dicha corno jamás lo vi en ninguna criatura". Y le repitió las hipérboles que le había endilgado el poeta-músico. Y Abdalah, medio enfadado, medio risueño, contestó: "¡Por vida de tu cabeza, ¡oh Emir de los Creyentes! ha mentido! ¡Ha mentido impúdicamente! ¡En buena posición él! ¡Pero si es el hombre más miserable, el más falto de todo! La contemplación de su mujer y de sus hijos haría temblar las lágrimas al borde de vuestros párpados. Créeme ¡oh Emir de los Creyentes! que no hay en tu Imperio nadie que tenga más necesidad que él del más ínfimo de tus beneficios". Y al oír estas palabras, el califa no supo qué pensar del poeta-músico.
Y Abdalah, en cuanto salió de ver al califa, se apresuró a ir a casa de Ibn Abu-Atik. Y le encontró expansionándose a su sabor con las dos hermosas danzarinas, sentada una en su rodilla derecha y la otra en su rodilla izquierda, frente a una bandeja, cubierta de bebidas . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 989ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y le encontró expansionándose a su sabor con las dos hermosas danzarinas, sentada una en su rodilla derecha y la otra en su rodilla izquierda, frente a una bandeja cubierta de bebidas. Y le interpeló con acento de mal humor, diciéndole: "¿En qué estabas pensando ¡oh loco! para desmentir ante el califa mis palabras con respecto a ti? Me has ennegrecido el rostro hasta darle el color más sombrío". Y contestó el poeta, en el límite del regocijo: "¡Ah amigo mío! ¿quién podría pregonar pobreza o cantar miseria en la situación en que me encontré de pronto? Si lo hubiera hecho habría sido una indecencia suprema; al menos por estas dos huríes, sino en mi propio interés".
Y así diciendo, tendió a su amigo una copa enorme en la cual sonreía un líquido perfumado con almizcle y alcanfor, y le dijo: "Bebe ¡oh amigo mío! ante los ojos negros. Los ojos negros son mi locura". Y añadió, señalando a las dos magníficas danzarinas: "Estas dos bienaventuradas son mi propiedad y mi riqueza. ¿Qué más podré desear, a riesgo de ofender la generosidad del Retribuidor?"
Y mientras que Abdalah, obligado a sonreír ante tanta ingenuidad, acercaba la copa a sus labios, el poeta-músico requirió su tiorba, y animándola con un preludio de repiqueteos, cantó:
¡Vivarachas, esbeltas y graciosas son las jovenzuelas! ¡Gacelas admirables, yeguas de flancos en tensión!
¡Sus hermosos senos redondos, hinchándose en su pecho, son dos copas de jade en un cielo luminoso!
¿Cómo no he de cantar? ¡Si a las montañas peladas se las hiciera beber lo que hacen beber estas gacelas, cantarían!
Y como antes, el poeta-músico continuó viviendo sin preocuparse del día siguiente, fiándose en el Destino y en el Dueño de las criaturas. Y las dos danzarinas le sirvieron de consuelo en los días malos y de dicha durante toda su vida".
Luego dijo el joven: "Esta tarde os diré aún la historia de LA CREMA DE ACEITE DE ALFÓNSIGOS".
LA CREMA DE ACEITE DE ALFONSIGOS
Y LA DIFICULTAD JURIDICA RESUELTA
"Bajo el reinado del califa Harún Al-Raschid, el kadí supremo de Bagdad era Yacub Abu-Yussef, el hombre más sabio y el jurisconsulto más profundo y más listo de su tiempo. Había sido el discípulo y el compañero más querido del imam Abu-Hanifah. Y dotado de la erudición más esclarecida, fué el primero que escribió, arregló y coordinó en un conjunto metódico y razonado la admirable doctrina instaurada por su maestro el imam. Y esta doctrina, extractada así, fué la que en adelante sirvió de guía y de base al rito ortodoxo hanefita.
Y por sí mismo nos cuenta él la historia de su origen humilde, así como lo concerniente a una crema de alfónsigos y a una grave dificultad jurídica resuelta.
Dice:
"Cuando murió mi padre (Alah le tenga en Su misericordia y le reserve un sitio escogido!) yo no era más que un niño pequeño en el regazo de mi madre. Y como éramos pobres y en mí estaba el único sostén de la casa, en cuanto crecí, mi madre se apresuró a colocarme de aprendiz en la casa de un tintorero del barrio. Y así empecé a ganar pronto para alimentar a mi madre.
Pero como Alah el Altísimo no había escrito en mi destino el oficio de tintorero, no podía yo decidirme a pasarme todos los días junto a las tinas de tinte. Y a menudo me escapaba de la tienda para ir a mezclarme con los atentos oyentes que escuchaban la enseñanza religiosa del imam Abu-Hanifah (¡Alah le colme con Sus dones más escogidos!). Pero mi madre, que vigilaba mi conducta y me seguía frecuentemente, reprobaba con violencia aquellas salidas, y muchas veces iba a sacarme de la asamblea que escuchaba al venerable maestro. Y me arrastraba de la mano, riñéndome y pegándome y me hacía volver por fuerza a la tienda del tintorero.
Y yo, a pesar de aquellas persecuciones asiduas y de aquellas regañinas por parte de mi madre, siempre encontraba medio de seguir con regularidad las lecciones del maestro venerado, que ya me conocía y me citaba por mi celo, mi diligencia y mi ardor en buscar instrucción. De modo que un día, furiosa por mis escapatorias de la tienda del tintorero, mi madre se puso a gritar en medio del auditorio escandalizado, y dirigiéndose violentamente a Abu-Hanifah, le insultó, diciéndole: "Tú eres ¡oh jeique! el causante de la perdición de este niño, y de la segura caída en el vagabundaje de este huérfano sin recurso alguno. Porque yo no tengo más que el producto insuficiente de mi huso; y si este huérfano no gana algo por su parte, pronto nos moriremos de hambre. Y la responsabilidad de nuestra muerte recaerá sobre ti el día del Juicio". Y mi venerado maestro no perdió nada de su tranquilidad ante tan violenta salida, y contestó a mi madre con voz conciliadora: "¡Oh pobre! ¡Alah te colme con Sus gracias! Pero nada temas. Este huérfano aprende aquí a comer un día la crema de flor fina preparada con aceite de alfónsigos". Y al oír esta respuesta mi madre quedó persuadida de que vacilaba la razón del venerable imam, y se marchó, arrojándole esta última injuria: "¡Alah abrevie tus días, que eres un viejo chocho y pierdes la razón!" Pero yo guardé en mi memoria aquellas palabras del imam.
Y como Alah había puesto en mi corazón la pasión del estudio, esta pasión resistió a todo, y acabó por triunfar en los obstáculos. Y uní fervientemente a Abu-Hanifah. Y el Donador me otorgó la ciencia y las ventajas que ésta proporciona, de modo que poco a poco fui ascendiendo en categoría, y acabé por alcanzar las funciones de kadí supremo de Bagdad. Y se me admitía en la intimidad del Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid, que con frecuencia me invitaba a compartir sus comidas.
Un día que estaba yo comiendo con el califa, he aquí que al final de la comida los esclavos trajeron una fuente grande donde temblaba una maravillosa crema blanca salpimentada de polvo de alfónsigos, y cuyo aroma, por sí solo, era un gusto. Y el califa se encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! prueba esto. No sale tan bien a diario este manjar. Hoy está excelente". Y pregunté: "¿Cómo se llama este manjar, ¡oh Emir de los Creyentes!? ¿Y con qué está preparado para tener tan buena vista y un olor tan agradable?" Y me contestó: "Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 990ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos".
Y al oír esto, recordé las palabras de mi venerado maestro, que así había predicho lo que debía acontecerme. Y a este recuerdo, no pude por menos que sonreír. Y el califa me dijo: "¿Qué te incita a sonreír, ¡oh Yacub!? Y contesté: "Nada malo ¡oh Emir de los Creyentes! Es un simple recuerdo de mi infancia que cruza por mi espíritu, y le sonrío al paso". Y me dijo: "Date prisa a contármelo. Persuadido estoy de que será provechoso escucharlo".
Y para satisfacer el deseo del califa, le conté mi iniciación en el estudio de la ciencia, mi asiduidad en seguir la enseñanza de Abu-Hanifah, las desesperaciones de mi pobre madre al verme desertar de la tintorería, y la predicción del imam con respecto a la baluza con crema y aceite de alfónsigos.
Y Harún quedó encantado de mi relato, y concluyó: "Sí, ciertamente, el estudio y la ciencia dan siempre sus frutos, y son numerosas sus ventajas en el dominio humano y en el dominio de la religión. En verdad que el venerable Abu-Hanifah predecía con precisión y veía con los ojos de su espíritu lo que los demás hombres no podían ver con los ojos de su cabeza. ¡Alah le colme con Sus misericordias y con Sus gracias más perfumadas!'
Y esto es lo referente a la baluza de crema y aceite de alfónsigos. Pero he aquí ahora lo referente a la dificultad jurídica resuelta. Encontrándome un día fatigado, me metí temprano en la cama. Y ya me había dormido profundamente, cuando llamaron a golpazos en mi puerta. Y a toda prisa me levanté al oír el ruido, me abrigué los riñones con mi izar de lana, y fui a abrir yo mismo. Y reconocí a Harthamah, el eunuco de confianza del Emir de los Creyentes. Y le saludé. Pero él, sin perder tiempo en devolverme la zalema, lo cual me sumió en una gran turbación y me hizo presagiar sombríos acontecimientos por lo que a mí afectaba, me dijo con acento perentorio: "Ven en seguida a ver a nuestro amo el califa, que desea hablarte". Y tratando de dominar mi turbación, y procurando descifrar algo del asunto, contesté: "¡Oh querido Harthamah! Me hubiera gustado ver que tenías más consideraciones con un anciano enfermo como yo. La noche está ya muy avanzada, y no creo que realmente se trate de un asunto tan grave como para necesitar que vaya yo ahora al palacio del califa. Te ruego, pues, que esperes hasta mañana. Y desde ahora hasta entonces ya se habrá olvidado del asunto o cambiado de opinión el Emir de los Creyentes". Pero me contestó él: "No, ¡por Alah! no puedo diferir hasta mañana la ejecución de la orden que se me ha dado". Y pregunté: "¿Puedes decirme, al menos, ¡oh Harthamah! para qué me llama?" El contestó: "Ha venido su servidor Massrur a buscarme, corriendo y sin aliento, y me ha ordenado, sin darme ninguna explicación, que te llevara en seguida entre las manos del califa".
Entonces, en el límite de la perplejidad, dije al eunuco: "¡Oh Harthamah! ¿me permitirás, por lo menos, lavarme rápidamente y perfumarme un poco? Porque así, si se trata de un asunto grave, estaré arreglado como es debido; y si Alah el Optimo me otorga la gracia, como espero, de encontrar allí un asunto sin inconveniente para mí, estos cuidados de limpieza no podrán perjudicarme, sino muy al contrario".
Y cuando el eunuco accedió a mi deseo, subí a lavarme y a ponerme ropa adecuada y a perfumarme lo mejor que pude. Luego bajé otra vez a reunirme con el eunuco, y salimos a buen paso. Y al llegar a palacio vi que Massrur nos esperaba a la puerta. Y Harthamah le dijo, designándome: "He aquí al kadí". Y Massrur me dijo: "¡Ven!" Y le seguí. Y mientras le seguía, le dije: "¡Oh Massrur! tú, que ya sabes cómo sirvo a nuestro amo el califa, y a los miramientos que se deben a un hombre de mi edad y de mi cargo, y que no ignoras la amistad que siempre te he profesado, supongo que querrás decirme por qué me hace venir el califa a hora tan tardía de la noche". Y Massrur me contestó: "Ni yo mismo lo sé". Y le pregunté, más azorado que nunca: "¿Podrás decirme, al menos, quién hay con él?" Massrur me contestó: "No hay más que una persona: Issa, el chambelán, y en la habitación contigua la esposa del chambelán".
Entonces, renunciando a comprender más, dije: "¡Confío en Alah! ¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Todopoderoso, el Omnisciente!" Y llegado que hube al cuarto que precedía a la habitación en que por lo general estaba el califa, hice oír el movimiento de mi andar y el ruido de mis pasos. Y el califa preguntó desde dentro: "¿Quién hay en la puerta?" Y contesté al punto: "Tu servidor Yacub, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Y la voz del califa dijo: "¡Entra!"
Y entré. Y encontré a Harún sentado, con el chambelán Issa a su derecha. Y avancé, posteriormente; y le abordé con la zalema. Y con gran satisfacción mía, me devolvió él la zalema. Luego me dijo sonriendo: "¿Te hemos inquietado, molestado, acaso asustado?" Y contesté: "Solamente ¡oh Emir de los Creyentes! nos habéis asustado a mí y a los que he dejado en casa. ¡Por vida de tu cabeza, que todos estábamos azorados!" Y el califa me dijo con bondad: "Siéntate, ¡oh padre de la ley!" Y me senté, ligero, libre de mis aprensiones y de mi miedo. Y al cabo de algunos instantes, el califa me dijo: "¡Oh Yacub! ¿sabes por qué te hemos llamado aquí a esta hora de la noche?" Y contesté: "No lo sé, ¡oh Emir de los Creyentes!" Me dijo él: "¡Escuchas, pues! Y mostrándome a su chambelán Issa, me dijo: "Te he hecho venir ¡oh Abu-Yussef! para ponerte por testigo del juramento que voy a prestar. Has de saber, en efecto, que Issa, a quien ves aquí, tiene una esclava. Yo he pedido a Issa que me la ceda; pero él se ha excusado. Le he pedido entonces que me la venda pero se ha negado. Pues bien; ante ti, ¡oh Yacub! que eres el kadí supremo, juro por el nombre de Alah el Altísimo, el Exaltado, que si Issa persiste en no querer cederme su esclava de una manera o de otra, le haré matar sin remisión al instante".
Entonces yo, seguro del todo por lo que a mí afectaba, me encaré en actitud severa con Issa, y le dije: "¿Qué cualidades o qué virtud extraordinaria ha dado, pues, Alah a esa muchacha, esclava tuya, para que no quieras cedérsela al Emir de los Creyentes? ¿No ves que con tu negativa te pones en la situación más humillante, y que te degradas y te rebajas? Y sin mostrarse conmovido por mis exhortaciones, Issa me dijo: "¡Oh nuestro señor kadí! odiosa es la precipitación de los juicios. Antes de hacerme observaciones deberías inquirir el motivo que ha dictado mi conducta". Y le dije: "¡Sea! Pero ¿puede haber un motivo justificado para semejante negativa?" El me contestó: "¡Sí, por cierto! Un juramento no puede en ningún caso declararse nulo si se ha prestado con plena conformidad y en plena lucidez de espíritu. Pues yo tengo como impedimento la fuerza de un juramento solemne. Porque he jurado, por el triple divorcio y con la promesa de libertar cuantos esclavos de ambos sexos tengo en mi mano y comprometiéndome a distribuir todos mis bienes y riquezas a los pobres y a las mezquitas, he jurado, repito, a la joven en cuestión no venderla ni darla nunca ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 991ª NOCHE
Ella dijo:
".. . he jurado a la joven en cuestión no venderla ni darla nunca". Y al oír estas palabras, el califa se encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! ¿hay medio de resolver esta dificultad?" Y contesté sin vacilar: "Claro que sí, ¡oh Emir de los Creyentes!" Me preguntó él: "¿Y cómo?" Dije: "La cosa es muy sencilla. Para no faltar a su juramento, Issa te dará de regalo la mitad de la joven esclava que deseas; y te venderá la otra mitad. Y de esa manera quedará en paz con su conciencia, puesto que realmente ni te ha dado ni te ha vendido a la joven".
Y al oír estas palabras, Issa se encaró conmigo, muy dubitativo, y me dijo: "¿Y es lícito ese proceder, ¡oh padre de la ley!? ¿Es aceptable por la ley?" Y contesté: "¡Sin duda alguna!" Entonces alzó la mano incontinenti, y me dijo: "Pues bien; te pongo por testigo ¡oh kadí Yacub! de que, pudiendo así descargar mi conciencia, doy al Emir de los Creyentes la mitad de mi esclava y le vendo la otra mitad por la suma de cien mil dracmas de plata que me ha costado entera". Y Harún exclamó al punto: "Acepto el regalo, pero compro la segunda mitad por cien mil dinares de oro". Y añadió: "Que me traigan ahora mismo a la joven".
Y en seguida fué Issa a la sala de espera en busca de su esclava, al mismo tiempo que traían los sacos con los cien mil dinares de oro.
Y al punto introdujo a la joven su amo, que dijo: "Tómala, ¡oh Emir de los Creyentes! y que Alah te cubra con Sus bendiciones junto a ella. Es cosa tuya y propiedad tuya". Y tras de recibir los cien mil dinares, salió.
Entonces el califa se volvió hacia donde yo estaba, y me dijo con aire preocupado: "¡Oh Yacub! todavía queda por resolver otra dificultad. Y me parece ardua la cosa". Yo pregunté: "¿Qué dificultad es ésa, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Como ha sido esclava de otro, esta joven debe esperar un número previsto de días antes de pertenecerme, a fin de que tenga la certeza de no ser madre por influencia de su primer amo. Pero si no estoy con ella esta misma noche, tengo la seguridad de que me estallará de impaciencia el hígado, y moriré indudablemente".
Entonces, tras de reflexionar un instante, contesté: "La solución de la dificultad es muy sencilla, ¡oh Emir de los Creyentes! Esa ley no reza más que con la mujer esclava; pero no previene días de espera para la mujer libre. Liberta, pues, en seguida a esta esclava, y cásate con ella cuando sea mujer libre". Y con el rostro transfigurado de alegría, exclamó Al-Raschid: "¡Liberto a mi esclava!" Luego me preguntó, súbitamente inquieto: "Pero ¿quién va a casarnos legalmente a hora tan tardía? Porque quiero estar con ella ahora, en seguida". Y contesté "Yo mismo, ¡oh Emir de los Creyentes! os casaré legalmente ahora".
Y llamé para testigos a los dos servidores del califa, Massrur y Hossein. Y cuando estuvieron presentes, recité las plegarias y las fórmulas de invocación, dije la alocución ritual, y después de dar gracias al Altísimo pronuncié las palabras de unión. Y estipulé que el califa, como es de rigor, debía pagar a la novia una dote nupcial, que fijé en la suma de veinte mil dinares.
Luego, cuando trajeron aquella suma y se la entregaron a la desposada, me dispuse a retirarme. Pero el califa alzó la cabeza hacia su servidor Massrur, quien dijo al punto: "A tus órdenes, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y Harún le dijo: "Lleva en seguida a casa del kadí Yacub, por las molestias que le hemos causado, la suma de doscientos mil dracmas y veinte ropones de honor". Y salí, después de dar las gracias, dejando a Harún en el límite del júbilo. Y se me acompañó a mi casa con el dinero y los ropones.
Y he aquí que, en cuanto llegué a mi casa, vi entrar a una dama anciana, que me dijo: "¡Oh Abu-Yussef! la bienaventurada a quien acabas de libertar y a quien has unido con el califa, dándole por ello el título y la categoría de esposa del Emir de los Creyentes, es ya hija tuya, y me envía a prestarte sus zalemas y sus votos de dicha. Y te ruega que aceptes la mitad de la dote nupcial que le ha entregado el califa. Y se excusa por no poder corresponder de mejor manera por el momento, en vista de lo que has hecho por ella. Pero ¡inschalah! algún día podrá demostrarte mejor aún su gratitud".
Y así diciendo, puso ante mí diez mil dinares de oro, que eran la mitad de la dote pagada a la joven, me besó la mano y se fué por su camino.
Y di gracias al Retribuidor por sus beneficios y por haber tornado, aquella noche, la perplejidad de mi espíritu en alegría y en contento. Y bendije en mi corazón la memoria venerada de mi maestro Abu-Hanifah, cuya enseñanza me inició en todas las sutilezas del código canónico y del código civil. ¡Alah le cubra con Sus dones y con Sus gracias!"
Luego dijo el joven rico: "Escuchad ahora ¡oh amigos míos! la historia de LA JOVEN ARABE DE LA FUENTE".
Y dijo:
LA JOVEN ARABE DE LA FUENTE
"Cuando recayó el poder califal en Al-Mamún, hijo de Harún Al-Raschid, aquello fué una bendición para el Imperio. Porque Al-Mamún, que sin disputa fué el califa más brillante y más ilustrado entre todos los Abbassidas, fecundó las comarcas musulmanas con la paz y la justicia, protegió eficazmetne y honró a los sabios y a los poetas, y lanzó a nuestros padres árabes al meidán de las ciencias. Y a pesar de sus inmensas ocupaciones y de sus jornadas invertidas en el trabajo y el estudio, sabía disponer de horas para los regocijos, las alegrías y los festines. Y para los músicos y las cantarinas eran muchas de sus sonrisas y muchos de sus beneficios. Y sabía escoger, para hacer de ellas sus esposas legales y las madres de sus hijos, a las mujeres más inteligentes, más ilustradas y más bellas de su tiempo. Y he aquí, por cierto, entre otros veinte, un ejemplo de la manera cómo se conducía Al-Mamún para fijar su predilección en una mujer y escogerla para esposa.
Un día, en efecto, volviendo de una montería con una escolta de jinetes, llegó a una fuente. Y había allí una joven árabe que disponíase a cargar en sus hombros un odre que acababa de llenar en la fuente. Y aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encantadora de cinco palmos y de un pecho moldeado en el molde de la perfección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena en una noche de luna llena ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 992ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encantadora de cinco palmos y de un pecho moldeado en el molde de la perfección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena en una noche de luna llena.
Cuando la joven vió llegar a aquella brillante tropa de jinetes, se apresuró a cargarse el odre al hombro y a retirarse. Pero como, en su precipitación no había tenido tiempo de atar bien la boca del cuello del odre, se desató la cuerda a los pocos pasos, y se salió el agua del odre con estrépito. Y gritó la joven, volviéndose adonde se alzaba su vivienda: "¡Padre mío, padre mío, ven a tapar la boca del odre! ¡Me ha fallado la boca! ¡Ya no puedo dominar la boca!"
Y fueron dichas por la joven árabe estas tres indicaciones, gritadas a su padre, con una selección de palabras tan elegantes y una entonación tan encantadora, que el califa, maravillado, se paró en seco. Y mientras la joven, sin ver llegar a su padre, tapaba el odre para no mojarse, el califa avanzó hacia ella y le dijo: "¡Oh niña! ¿de qué tribu eres?" Y contestó ella con su voz deliciosa: "Soy de la tribu de los Bani-Kilab". Y Al-Mamún, que sabía muy bien que aquella tribu de los Bani-Kilab era una de las más nobles entre los árabes, quiso hacer un juego de palabras para poner a prueba el carácter de la joven, y le dijo: "¿Cómo se te ha ocurrido ¡oh hermosa niña! pertenecer a la tribu de los hijos de perro?" Y la joven miró al califa con aire burlón, y contestó: "¿Es verdad, no conoces el significado real de las palabras? ¡Sabe ¡oh extranjero! que la tribu de los Bani-Kilab, de que soy hija, es la tribu de los que saben ser generosos y sin reproche, de los que saben ser magníficos con los extranjeros, y de los que saben, en fin, dar buenos sablazos, si hay necesidad!" Luego añadió: "Pero dime cuáles son tu linaje y tu genealogía, ¡oh caballero que no eres de aquí!" Y el califa, cada vez más maravillado del giro de lenguaje de la joven árabe, le dijo, sonriendo: "¿Acaso tienes, además de tus encantos, conocimientos y genealogía, ¡oh hermosa niña!?" Y ella dijo: "¡Contesta a mi pregunta y ya lo verás!" Y Al-Mamún, enardecido por el juego, se dijo: "¡Voy a ver si, en efecto, esta árabe conoce nuestro origen!" Y dijo: "Pues bien: has de saber que soy del linaje de los Mudharidas-al-rojo". Y la joven árabe, que sabía muy bien que el origen de aquel apelativo de los Mudharidas venía del color rojo de la tienda de cuero que en los tiempos antiguos poseía Mudlar padre de todas las tribus mudharidas, no se mostró sorprendida de las palabras del califa, y le dijo: "Está bien; pero dime de qué tribu de los Mudharidas eres". El contestó: "De la más ilustre, la más excelente en paternidad y maternidad, la más grande en antepasados gloriosos, la más respetada entre los Mudharidas-al-rojo". Y dijo ella: "¡Entonces eres de la tribu de los Kinanidas!" Y Al-Mamún, sorprendido, contestó: "¡Es verdad! ¡soy de la gran tribu de los Bani-Kinanah!" Y ella sonrió, y preguntó: "Pero ¿a qué rama de los Kinamidas perteneces?" El contestó: "¡A aquella cuyos hijos son los más nobles de sangre, los más puros de origen, los de manos generosas, los más temidos y reverenciados entre sus hermanos!" Y ella dijo: "Por esas señas, me parece que eres de los Koreischidas". Y Al-Mamún, cada vez más maravillado, contestó: "Tú lo has dicho: soy de los Bani-Koreich". Y ella repuso: "Pero los Koreischidas son numerosos. ¿De qué rama eres tú?" El contestó: "¡De aquella sobre la que ha descendido la bendición!" Y exclamó la joven: "¡Por Alah! que eres de los descendientes de Haschem el Koreischida, bisabuelo del Profeta (¡con El la plegaria y la paz!) Y Al Mamún contestó: "Ea cierto; soy Haschemida". Ella preguntó: "Pero ¿de qué familia de los Haschemidas?" El contestó: "¡De la que está más alta, de la que es honor y gloria de los Haschemidas, de la que es venerada por cuantos creyentes hay sobre la tierra!" Y al oír esta respuesta, la joven árabe se prosternó de pronto y besó la tierra entre las manos de Al-Mamún, exclamando: "¡Homenaje y veneración al Emir de los Creyentes, al Vicario del Señor del Universo, al glorioso Al-Mamún el Abbassida!"
Y el califa quedó asombrado, profundamente conmovido, y exclamó, penetrado de una alegría indecible: "¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que quiero por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está escrito en mi destino . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 993ª NOCHE
Ella dijo:
"... ¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que quiero por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está escrito en mi destino".
Y al punto hizo llamar al padre de la joven, el cual era precisamente el jeique de la tribu. Y le pidió en matrimonio a la admirable niña. Y cuando obtuvo su consentimiento, le ofreció, como dote nupcial de su hija, la suma de cien mil dinares de oro, y le inscribió a su nombre la renta de los impuestos de cinco años de todo el Hedjaz.
Y el matrimonio de Al-Mamún con la noble joven se celebró con una pompa que no había tenido igual ni siquiera bajo el reinado de Al-Raschid. Y la noche de bodas, Al-Mamún hizo que la madre derramase en la cabeza de la hermosa niña mil perlas contenidas en una bandeja de oro. Y en la cámara nupcial hizo quemar una inmensa antorcha de ámbar gris que pesaba cuarenta minas y se había comprado con la suma que produjeron los impuestos de Persia de un año.
Y Al-Mamún fué, para su esposa árabe, todo corazón y todo apego. Y le dió ella un hijo, que llevó el nombre de Abbas. Y se la contó en el número de las mujeres más asombrosas, más instruídas y más elocuentes del Islam".
Y tras de contar esta historia, el joven rico dijo a sus oyentes, que estaban reunidos bajo la cúpula del libro: "Voy a deciros otro rasgo de la vida de Al-Mamún, pero muy distinto al anterior:
EL INCONVENIENTE DE LA INSISTENCIA
"Cuando el califa Mohammad El-Amín, hijo de Harún Al-Raschid y de Zobeida, fué asesinado, después de su derrota, por orden del general en jefe del ejército de Al-Mamún, cuantas provincias acataron hasta entonces a El-Amín se apresuraron a someterse a su hermano Al-Mamún, hijo de Al-Raschid y de una esclava llamada Marahil. Y Al-Mamún inauguró su reinado con amplias medidas de clemencia para sus antiguos enemigos. Y tenía costumbre de decir: "Si mis enemigos supieran toda la bondad de mi corazón, vendrían todos a entregarse a mí, declarando sus crímenes".
Y he aquí que la cabeza y la mano directora de todos los sinsabores que se habían hecho sufrir a Al-Mamún, en vida de su padre Al-Raschid y de su hermano El-Amín, no eran otras que las de la propia Sett Zobeida, esposa de Al-Raschid. Así es que cuando Zobeida se enteró del fin lamentable de su hijo, pensó primero refugiarse en el territorio sagrado de la Meca, para rehuir la venganza de Al-Mamún. Y estuvo dudando mucho tiempo qué partido tomar. Luego decidióse bruscamente a entregar su suerte entre las manos de aquel a quien había hecho desheredar y gustar durante largo tiempo la amargura de la mirra. Y le escribió la carta siguiente: "Toda culpa, ¡oh Emir de los Creyentes! por muy grande que sea, resulta poca cosa mirada por tu clemencia, y todo crimen se torna en simple error ante tu magnanimidad.
"La que te envía esta súplica te ruega que recuerdes una memoria cara, y perdones, pensando en el que se mostraba tierno con la suplicante de hoy.
"Por tanto, si quieres apiadarte de mi debilidad y de mi desamparo, y ser misericordioso con quien no merece misericordia, obrarás de acuerdo con el espíritu del que, si todavía estuviera con vida, habría sido mi intercesor contigo.
"¡Oh hijo de tu padre! acuérdate de tu padre; y no cierres tu corazón a la plegaria de la viuda abandonada".
Cuando el califa Al-Mamún tuvo conocimiento de esta carta de Zobeida, se le apiadó el corazón y quedó profundamente conmovido; y lloró por la fúnebre suerte de su hermano El-Amín y por el estado lamentable de la madre de El-Amín. Luego se levantó y contestó a Zobeida lo que sigue:
"Tu carta ¡oh madre mía! ha llegado adonde tenía que llegar, y ha encontrado a mi corazón desmenuzado de pena por tus desdichas. Y Alah es testigo de que mis sentimientos son, respecto a la viuda de aquel cuya memoria nos es sagrada, los sentimientos de un hijo para con su madre.
"Nada puede la criatura contra los designios del Destino. Pero yo he hecho lo que pude por atenuar tus dolores. Acabo, en efecto, de dar orden para que se te restituyan tus dominios confiscados, tus propiedades, tus bienes y cuanto te arrebató la suerte contraria, ¡oh madre mía! Y si quieres volver en medio de nosotros, encontrarás de nuevo tu antiguo estado y el respeto y la veneración de todos tus súbditos.
"Y sabe ¡oh madre mía! que no has perdido más que el rostro del que se halla en la misericordia de Alah. Porque en mí te queda un hijo más afectuoso de lo que nunca desearas.
"Y sean contigo la paz y la seguridad ...
En este momento de su narración, Scherazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 994ª NOCHE
Ella dijo:
... Y sean contigo la paz y la seguridad".
Así es que cuando Zobeida fué, con los ojos llenos de lágrimas y desfalleciente, a arrojarse a sus pies, se levantó él en honor suyo y le besó la mano y lloró en su seno. Luego le devolvió todas sus antiguas prerrogativas de esposa de Al-Raschid y de princesa de sangre abbassida, y la trató hasta el fin de su vida como si hubiese él sido hijo de sus entrañas. Pero, a pesar de la ilusión del poderío, Zobeida no podía olvidar lo que había sido y las torturas de su corazón al tener noticia de la muerte de El-Amín. Y hasta su muerte guardó en el fondo de su pecho una especie de rencor que, por muy cuidadosamente oculto que estuviera, no escapaba a la perspicacia de Al-Mamún.
Y por cierto que bastantes veces le dió que sufrir a Al-Mamún, que no se quejaba de ello, aquel estado de hostilidad sorda. Y he aquí un rasgo que, mejor que todo comentario, prueba el rencor continuo de aquella a quien nada podía consolar.
Un día, en efecto, habiendo entrado Al-Mamún en el aposento de Zobeida, la vió de pronto mover los labios y murmurar algo, mirándole. Y como no podía entender lo que pronunciaba ella entre dientes, le dijo: "¡Oh madre mía! me parece que te dedicas a maldecirme, pensando en tu hijo asesinado por los herejes persas y en mi advenimiento al trono que ocupaba él. Y sin embargo, sólo Alah ha dictado nuestros destinos".
Pero Zobeida se escandalizó, diciendo: "No, por la memoria sagrada de tu padre, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Lejos de mí tales tendencias!" Y Al-Mamún le preguntó: "¿Puedes decir, entonces, qué murmurabas entre dientes mirándome?" Pero ella bajó la cabeza, como una persona que no quiere hablar, por respeto a su interlocutor, y contestó: "Excúseme el Emir de los Creyentes, y dispénseme de decirle el motivo de lo que me pregunta". Pero Al-Mamún, poseído de viva curiosidad, se puso a insistir mucho y a acosar a Zobeida con preguntas, de modo que, cuando no tuvo más remedio, acabó ella por decirle: "Pues bien; helo aquí. Maldecía de la insistencia, murmurando: "¡Alah confunda a los individuos importunos, afligidos del vicio de la insistencia!"
Y Al-Mamún le preguntó: "Pero ¿con qué motivo o a qué recuerdo lanzabas esa reprobación?" Y Zobeida contestó: "¡Ya que quieres saberlo absolutamente, helo aquí!" Y dijo:
"Has de saber, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que un día en que había jugado al ajedrez con tu padre el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, perdí la partida. Y tu padre me impuso la sentencia de dar la vuelta al palacio y a los jardines, toda desnuda, a media noche. Y a pesar de mis ruegos y súplicas, puso una insistencia singular en hacerme pagar aquella apuesta, sin querer aceptar otra sentencia. Y me vi obligada a ponerme desnuda y a hacer la cosa a que me condenaba. Y cuando acabé, estaba loca de rabia y medio muerta de cansancio y frío.
"Pero al día siguiente, a mi vez, le gané en el ajedrez. Y a la sazón me tocó a mi imponer condiciones. Y después de reflexionar un instante y buscar en mi espíritu lo que pudiese ser para él más desagradable, le condené, con conocimiento de causa, a que pasara la noche en brazos de la esclava más fea y más sucia entre las esclavas de la cocina. Y como la que reunía aquellas condiciones era la esclava llamada Marahil, se la indiqué como resultado de la partida y expiación de su derrota. Y para cerciorarme de que las cosas ocurrirían sin trampas por su parte, yo misma le conduje al cuarto fétido de la esclava Marahil, y le obligué a echarse a su lado y hacer con ella durante toda la noche lo que tanto le gustaba hacer con las hermosas concubinas que le regalaba yo tan a menudo. Y por la mañana se hallaba en un estado lamentable y con un olor espantoso.
"Ahora debo decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que tú naciste precisamente de la cohabitación de tu padre con aquella esclava horrible y de sus volteretas con ella en el cuarto contiguo a la cocina.
"Y así fue cómo, sin saberlo, con tu venida al mundo fui causante de la perdición de mi hijo El-Amín y de todas las desdichas que se abatieron sobre nuestra raza en estos últimos años.
"Nada de eso habría sucedido si no hubiese yo insistido tanto con tu padre para obligarle a revolcarse con aquella esclava, y si él no hubiese estado, por su parte, tan lleno de insistencia para obligarme a hacer lo que ya te he contado.
"Y esto es ¡oh Emir de los Creyentes! el motivo que me hacía murmurar maldiciones contra la insistencia y contra los importunos".
Y cuando hubo oído aquello, Al-Mamún se apresuró a despedirse de Zobeida para ocultar su confusión. Y se retiró, diciéndose: "¡Por Alah, que merezco la lección que acaba de darme! Sin mi insistencia no se me habría recordado aquel incidente desagradable".
Y el joven dueño de la cúpula del libro, tras de contar todo esto a sus oyentes e invitados, les dijo: "Haga Alah ¡oh amigos míos! que haya podido yo servir de intermediario entre la ciencia y vuestros oídos. Ahí tenéis parte de las riquezas que, sin gastos ni peligros, se pueden acumular dedicándose a los libros y al cultivo del estudio. No os diré más por hoy. Pero en otra ocasión ¡inschalah! os mostraré otra fase de las maravillas que nos han sido transmitidas como la herencia más preciosa de nuestros padres".
Y tras de hablar así, dió a cada uno de los presentes cien monedas de oro y una pieza de tela de valor, para recompensarles por su atención y corresponder a su celo por instruirse. Porque decía: "Hay que estimular las buenas disposiciones y facilitar el camino a las gentes bien intencionadas".
Luego, después de haberlos regalado con una excelente comida, en la que no se olvidó nada delicado, los despidió en paz.
Y esto es lo referente a todos ellos. ¡Pero Alah es más sabio!
Y cuando Schehrazada acabó de contar esta larga serie de historias admirables, se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada, cuánto me has instruido! Pero sin duda te has olvidado de hablarme del visir Giafar. Y hace ya mucho tiempo que anhelo oírte contarme cuanto sepas respecto a él. Porque en verdad que ese visir se parece exextraordinariamente en sus cualidades a mi gran visir, padre tuyo. Y por eso quiero con tanto ahínco saber por ti la verdad de su historia, con todos sus detalles, ya que debe ser admirable".
Pero Schehrazada bajó la cabeza y contestó: "¡Alah aleje de nosotros la desgracia y la calamidad, ¡oh rey del tiempo! y tenga en Su compasión a Giafar el Barmakida y a toda su familia! Por favor, dispénsame de contarte su historia, porque está llena de lágrimas. ¡Ay! ¿quién no llorará el relato del fin de Giafar, de su padre Yahía, de su hermano El-Fadl y de todos los Barmakidas? ¡En verdad que su fin es lamentable( y al mismo granito enternecería!" Y dijo el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada! cuéntamelo, a pesar de todo. ¡Y Alah aleje de nosotros al Maligno y la desgracia!"
Entonces dijo Schehrazada:
EL FIN DE GIAFAR Y DE LOS BARMAKIDAS
Se cuenta entre lo que se cuenta, ¡oh rey del tiempo! que en la ciudad fortificada de El Cairo había un zapatero remendón de natural excelente y con todas las simpatías. Y se ganaba la vida componiendo babuchas viejas. Se llamaba Maruf, y estaba afligido por Alah el Retribuidor (¡exaltado sea en toda circunstancia!) de una esposa calamitosa macerada en la pez y en la brea, y que se llamaba Fattumah. Pero sus vecinos habíanla apodado la "Boñiga caliente"; porque en verdad que era un emplasto insoportable para el corazón de su esposo el zapatero remendón y un azote negro para los ojos de quienes se acercaban a ella. Y aquella calamitosa usaba y abusaba de la bondad y de la paciencia de su hombre, y le insultaba y le injuriaba mil veces al día y no le dejaba descansar de noche. Y el infortunado llegó a temer la maldad de ella y a temblar por sus fechorías, pues era un hombre tranquilo, prudente, sensible y celoso de su reputación, aunque humilde y de condición pobre.
Y para evitar escándalos y gritos, tenía costumbre de gastar cuanto ganaba, satisfaciendo así las exigencias de su seca, mala y áspera mujer. Y si, por desgracia, le ocurría que no ganase en la jornada bastante, durante toda la noche resonaban en sus oídos y le abrumaban la cabeza escenas espantosas, sin tregua ni remisión. Y de tal modo, le hacía pasar ella noches más negras que el libro de su destino. Y podría aplicársele el dicho del poeta:
¡Cuántas noches sin alma me paso al lado de la polilla patuda de mi esposa!
¡Ah! ¡lástima que en la noche fúnebre de mis bodas no le hubiese dado una copa de veneno frío para hacerle estornudar su alma!
Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la paciencia...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 960ª NOCHE
Ella dijo:
...Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la paciencia, he aquí lo que le sucedió.
Pues que su esposa fué a buscarle un día, -¡Alah aleje de nosotros días parecidos!- y le dijo: "¡Oh Maruf! quiero que esta noche, al volver a casa, me traigas un pastel de kenafa hilado con miel de abejas". Y el pobre Maruf contestó: "¡Oh hija del tío! si Alah el Generoso quiere ayudarme a ganar el dinero necesario para comprar la kenafa con miel de abejas, sin duda te la compraré, por encima de mi cabeza y de mis ojos. El caso es que hoy ¡por el Profeta! (¡con El la plegaria y la paz!) no tengo la menor moneda. Pero Alah es misericordioso y nos allanará las cosas difíciles". Y la endemoniada exclamó: "¿Qué estás hablando de la intervención de Alah en tu favor? ¿Acaso crees que, para satisfacer mis ganas de pastel, voy a esperar a que la bendición de Alah vaya a ti o no vaya a ti? No, por vida mía, no me agrada esa manera de hablar. Ganes o no ganes en la jornada, necesito una onza de kenafa hilada con miel de abejas; y en modo alguno consentiré que se quede sin satisfacer cualquier deseo mío. Y si, por tu desdicha, vuelves a casa esta noche sin la kenafa, haré que para su cabeza sea la noche más negra que el Destino que te puso entre mis manos". Y el infortunado Maruf suspiró: "¡Alah es Clemente y Generoso y El es mi único recurso!" Y el pobre salió de su casa, y le rezumaban la pena y la aflicción en la piel de la frente.
Y fué a abrir su tienda en el zoco de los zapateros remendones, y alzando sus manos al cielo, dijo: "¡Te suplico, Señor, que me hagas ganar el importe de una onza de esa kenafa, y en la noche próxima me libre de la perversidad de esa mala mujer!"
Pero, por más que esperó en su miserable tienda, nadie fué a llevarle trabajo; de modo que al fin de la jornada no había ganado ni con qué comprar el pan de la cena. Entonces, con el corazón encogido y lleno de espanto por lo que le esperaba de su mujer, cerró su tienda y emprendió tristemente el camino de su casa. Y he aquí que, al cruzar los zocos, pasó precisamente por delante de la tienda de un pastelero que vendía kenafa y otros pasteles, al cual conocía y le había compuesto calzado en otras ocasiones. Y el pastelero vió que Maruf iba lleno de desesperación y con la espalda agobiada como bajo el fardo de una pesada pena. Y le llamó por su nombre, y entonces vió que tenía los ojos anegados en lágrimas y el rostro pálido y deplorable. Y le dijo: "¡Oh maese Maruf! ¿por qué lloras? ¿Y cuál es la causa de tu pena? ¡Ven! Entra aquí a descansar y a contarme qué desgracia te aflige". Y Maruf se acercó al hermoso escaparate del pastelero, y después de las zalemas, dijo: "¡No hay recurso más que en Alah el Misericordioso! El Destino me persigue y me niega el pan de la cena". Y como el pastelero insistiera para saber pormenores precisos, Maruf le puso al corriente de la exigencia de su mujer y de la imposibilidad de comprar no solamente la kenafa consabida, sino ni siquiera un simple pedazo de pan, por falta de ganancia en la jornada.
Cuando el pastelero hubo oído estas palabras de Maruf, se rió con bondad, y dijo: "¡Oh maese Maruf! ¿me dirás, al menos, cuántas onzas de kenafa desea que le lleves la hija de tu tío?". El zapatero contestó: "Puede que tenga bastante con cinco onzas". El pastelero añadió: "No hay inconveniente. Voy a fiarte cinco onzas de kenafa, y ya me darás su importe cuando descienda sobre ti la generosidad del Retribuidor". Y del bandejón donde nadaba la kenafa entre manteca y miel, cortó un voluminoso pedazo que pesaba bastante más de cinco onzas, y se lo entregó a Maruf, diciéndole: "Esta kenafa hilada es un pastel digno de servirse en las bandejas de un rey. Debo decirte, sin embargo, que no está azucarada con miel de abejas, sino con miel de caña de azúcar; porque de esta manera resulta más sabrosa". Y el pobre Maruf, que no sabía la diferencia que hay entre la miel de abejas y la de caña de azúcar, contestó: "Se agradece de mano de la generosidad". Y quiso besar la mano del pastelero, que se negó a ello vivamente, y que le dijo además: "Este pastel está destinado a la hija de tu tío; pero tú ¡oh Maruf! no vas a quedarte sin cenar nada. Mira, toma este pan y este queso, beneficio de Alah, y no me des las gracias por ello, pues no soy más que su intermediario". Y entregó a Maruf, al mismo tiempo que el sublime pastel, un panecillo reciente, hueco y oloroso, y una rueda de queso blanco envuelto en hojas de higuera. Y Maruf, que en toda su vida había poseído tanto de una vez, no sabía ya qué hacer para dar gracias al caritativo pastelero, y acabó por marcharse, alzando los ojos al cielo para ponerle por testigo de su gratitud a su bienhechor.
Y llegó a su casa, cargado con la kenafa, con el hermoso panecillo y con la rueda de queso blanco. Y en cuanto entró, gritóle su mujer con voz agria y amenazadora: "¿Qué, has traído la kenafa?". El contestó: "¡Alah es generoso. Hela aquí". Y puso ante ella el plato que le había prestado el pastelero, donde se mostraba, con toda su hermosura de pastel fino, la kenafa tostada e hilada.
Pero no bien posó los ojos en el plato, la calamitosa lanzó un grito estridente de indignación, golpeándose las mejillas, y dijo: "¡Alah maldiga al Lapidado! ¿No te dije que me trajeras una kenafa preparada con miel de abejas? ¡Y he aquí que, para mofarte de mí, me traes una cosa hecha con miel de caña de azúcar! ¿Acaso creías que ibas a engañarme y que no descubriría yo la superchería? ¡Ah, miserable! por lo visto, quieres matarme de deseos reconcentrados". Y el pobre Maruf, aterrado por toda aquella cólera que a la sazón estaba lejos de prever, balbuceó excusas con temblorosa voz, y dijo: "¡Oh hija de gentes de bien! no he comprado esta kenafa, pues mi amigo el pastelero, a quien Alah ha dotado de un corazón caritativo, ha tenido piedad de mi estado, y me la ha fiado sin fijar plazo para el pago". Pero la espantosa diablesa exclamó: "Cuanto estás diciendo no es más que palabrería, y no le doy ningún crédito. Toma, quédate con tu kenafa con miel de caña de azúcar. ¡Yo no la como!" Y así diciendo, le tiró a la cabeza el plato de kenafa, continente y contenido, y añadió: "¡Levántate ahora, ¡oh alcahuete! y ve a buscarme kenafa preparada con miel de abejas". Y juntando la acción a la palabra, le asestó en la mandíbula un puñetazo tan terrible, que le rompió un diente, y la sangre le corrió por la barba y el pecho.
Ante esta última agresión de su esposa, enloquecido y perdiendo por fin la paciencia, Maruf hizo un ademán rápido, golpeando ligeramente en la cabeza a la diablesa. Y ésta, más furiosa todavía por aquella manifestación inofensiva de su víctima, se precipitó sobre él y le agarró por la barba a manos llenas, y se colgó a plomo de aquella barba, gritando a plenos pulmones: "¡Socorro, ¡oh musulmanes! que me asesina... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 961ª NOCHE
Ella dijo:
... Y ésta, más furiosa todavía por aquella manifestación inofensiva de su víctima, se precipitó sobre él y le agarró por la barba a manos llenas, y se colgó a plomo de los pelos de aquella barba, gritando a plenos pulmones: "¡Socorro, ¡oh musulmanes! que me asesina!" Y a sus gritos acudieron los vecinos, e intervinieron entre ambos, y a duras penas libraron la barba del desgraciado Maruf de los dedos crispados de su calamitosa esposa. Y vieron que tenía el rostro ensangrentado, la barba manchada y un diente roto, sin contar los pelos de la barba que hubo de arrancarle aquella mujer furiosa. Y conociendo ya de larga fecha su indigna conducta para con el pobre hombre, y al ver también las pruebas que demostraban palpablemente que una vez más era él víctima de aquella calamitosa, la sermonearon y la dirigieron discursos razonables, que hubiesen llenado de vergüenza y corregido para siempre a cualquiera que no fuese ella. Y tras de regañarla así, añadieron: "¡Todos nosotros acostumbramos a comer con gusto la kenafa preparada con miel de caña de azúcar; y la encontramos mucho mejor que la preparada con miel de abejas! ¿Dónde está, pues, el crimen que ha cometido tu pobre marido para merecer tantos malos tratos como le infliges, y para que le rompas un diente y le arranques la barba?" Y la maldijeron con unanimidad, y se fueron por su camino.
No bien se marcharon, la terrible diablesa se dirigió a Maruf, que durante toda aquella escena había permanecido silencioso en su rincón, y le dijo en voz tan baja como odiosa: "¡Ah! ¿conque te dedicas a amotinar en contra mía a los vecinos? Está bien. Pero ya verás lo que va a ocurrirte". Y fué a sentarse no lejos de allí, mirándole con ojos de tigresa, y meditando contra él proyectos aterradores.
Y Maruf, que lamentaba sinceramente su ligero movimiento de impaciencia, no sabía qué hacer para calmarla. Y se decidió a recoger la kenafa que yacía en el suelo entre los cascotes del plato, y limpiándola cuidadosamente, se la ofreció con timidez a su esposa, diciéndole: "Por tu vida, ¡oh hija del tío! come, a pesar de todo, un poco de esta kenafa, y mañana, si Alah quiere, te traeré de la otra". Pero ella le rechazó de un puntapié, gritándole: "Vete de ahí con tu pastel. ¡oh perro de los zapateros remendones! ¿Crees que voy a tocar lo que te produce tu oficio de alcahuete de las pastelerías? ¡Inschalah! ya me arreglaré mañana para dejarte más ancho que largo".
Entonces, rechazado de tal suerte en su postrera tentativa de avenencia, el desgraciado pensó en aplacar el hambre que le torturaba desde por la mañana, pues no había comido nada en todo el día. Y se dijo: "Ya que ella no quiere comerse esta kenafa excelente, me la comeré yo". Y se sentó ante el plato, y se puso a comer aquel delicado manjar que le acariciaba el gaznate agradablemente. Luego la emprendió con el panecillo hueco y con la rueda de queso, y no dejó ni rastro en la bandeja. ¡Eso fué todo! Y su mujer le miraba hacer con ojos llameantes, y no cesaba de repetirle a cada bocado: "¡Ojalá se te detenga en el gaznate y te ahogue!", o también: "¡Haga Alah que se te vuelva veneno destructor que consuma tu organismo!" y otras amenidades parecidas. Pero Maruf, hambriento, continuaba comiendo concienzudamente sin decir palabra, lo cual acabó por convertir en paroxismo el furor de la esposa, que se levantó de pronto aullando como una poseída, y tirándole a la cara todo lo que encontró a mano, fué a acostarse, insultándole en sueños hasta por la mañana.
Y después de aquella mala noche, Maruf se levantó muy temprano; y vistiéndose a toda prisa, fué a su tienda con la esperanza de que aquel día le favoreciese el Destino. Y he aquí que, al cabo de algunas horas, fueron dos agentes de policía a detenerle por orden del kadí, y le arrastraron por los zocos, con los brazos atados a la espalda, hasta el tribunal. Y con gran estupefacción por su parte, Maruf se encontró delante del Kadí con su esposa, que tenía un brazo lleno de vendas, la cabeza envuelta en un velo ensangrentado, y llevaba en sus dedos un diente roto. Y en cuanto el kadí vió al aterrado zapatero remendón, le gritó: `¡Acércate! ¿No temes que te castigue Alah el Altísimo por hacer sufrir tan malos tratos a esa pobre mujer, esposa tuya, hija de tu tío, y por romperle tan cruelmente el brazo y los dientes?"
Y Maruf, que en su terror había deseado que la tierra se abriese y le tragase, bajó la cabeza, lleno de confusión, y guardó silencio. Porque su amor a la paz y su deseo de poner a salvo su honor y la reputación de su mujer impulsándole a no hacer cargos a la maldita acusándola y revelando sus fechorías, para lo cual hubiera podido llamar como testigos a todos los vecinos, si preciso fuera. Y el kadí, convencido de que aquel silencio era prueba de la culpabilidad de Maruf, ordenó a los ejecutores de las sentencias que le derribaran y le administraran cien palos en la planta de los pies. Lo cual fué ejecutado en el acto ante la maldita, que se derretía de gusto.
Al salir del tribunal, apenas podía arrastrarse Maruf. Y como prefería morir de muerte roja antes que regresar a su casa y volver a ver el rostro de la calamitosa, se metió en una casa en ruinas que erguíase a orillas del Nilo, y allí, rodeado de privaciones y de desamparo, esperó a curarse de los golpes que le habían hinchado los pies y las piernas. Y cuando al fin pudo levantarse, se inscribió como marinero a bordo de una dahabieh que iba por el Nilo. Y llegado que hubo a Damieta, partió en una falúa, colocándose de restaurador de velas, y confió su destino al Dueño de los
destinos.
Al cabo de varias semanas de navegación, la falúa fué asaltada por una tempestad espantosa, y zozobró, hundiéndose en el fondo del mar, el continente con el contenido. Y naufragó y murió todo el mundo. Y Maruf naufragó también, pero no murió. Porque Alah el Altísimo veló por él y le libró de ahogarse, poniéndole al alcance de la mano un trozo del palo mayor. Y Maruf se agarró a él, y consiguió ponerse a horcajadas encima, gracias a los esfuerzos extraordinarios de que le hicieron capaz el peligro y el apego al alma, que es preciosa. Y se puso entonces a batir el agua con sus pies, a manera de remos, en tanto que las olas jugueteaban con él y le hacían inclinarse tan pronto a la derecha como a la izquierda. Y así estuvo luchando contra el abismo durante un día y una noche. Tras de lo cual, le arrastraron el viento y las corrientes hasta la costa de un país en que se alzaba una ciudad de casas bien construidas.
Y en un principio quedó tendido en la playa sin movimiento y como desmayado. Y no tardó en dormirse con un sueño profundo. Y cuando se despertó, vió inclinado sobre él a un hombre magníficamente vestido, detrás del cual estaban dos esclavos con los brazos cruzados. Y el hombre rico miraba a Maruf con atención singular. Y cuando vió que se había despertado por fin, exclamó: "Loores a Alah, ¡oh extranjero! y bien venido seas a nuestra ciudad". Y añadió: "Por Alah sobre ti, date prisa a decirme de qué país eres y de qué ciudad, pues en lo que te queda de ropa creo notar que eres del país de Egipto". Y Maruf contestó: "Es verdad, ¡oh mi señor! que soy un habitante entre los habitantes del país de Egipto, y la ciudad de El Cairo es la ciudad donde he nacido y donde residía". Y el hombre rico le preguntó, con la voz conmovida: "¿Y será indiscreción preguntarte en qué calle de El Cairo residías?" El aludido contestó: "En la calle Roja, ¡oh mi señor!" El otro preguntó: "¿Y qué personas conoces en esa calle? ¿Y cuál es tu oficio, ¡oh hermano mío!?".
El aludido contestó: "Tengo el oficio y profesión ¡oh mi señor! de zapatero remendón de calzado viejo. En cuanto a las personas que conozco, son las gentes vulgares de mi especie, aunque muy honorables y respetables. Y si quieres saber sus nombres, he aquí algunos". Y le enumeró los nombres de diversas personas conocidas suyas que habitaban en el barrio de la calle Roja. Y el hombre rico, cuyo rostro iba iluminándose de alegría a medida que se hacía más concreta la conversación habida entre ellos, preguntó: "Y conoces ¡oh hermano mío! al jeique Ahmad, el mercader de perfumes?" El zapatero contestó: "¡Alah prolongue sus días! Es mi vecino de pared por medio". El hombre rico preguntó: "¿Está bueno?" El zapatero contestó: "Está bueno, gracias a Alah". El hombre rico preguntó: "¿Cuántos hijos tiene ahora?". El zapatero contestó: "Los que antes: tres. ¡Alah se los conserve! Mustafá, Mohammad y Alí". El hombre rico preguntó: `¿Qué hacen?" El zapatero contestó: "Mustafá, el mayor, es maestro de escuela en una madrassah. Está reconocido como sabio, que se sabe de memoria todo el Libro Santo, y puede recitarlo de siete maneras diferentes. El s segundo, Mohammad, es droguero y mercader de perfumes, como su padre, que le ha abierto una tienda cerca de la suya para celebrar el nacimiento de un hijo que ha tenido. En cuanto a Alí, el pequeño (¡Alah le colme con sus más escogidos dones!), era mi camarada de la niñez, y nos pasábamos los días jugando juntos y haciendo mil trastadas a los transeúntes. Pero un día mi amigo Alí hizo lo que hizo con un mancebo cofto, hijo de nazarenos, que fué a quejarse a sus padres por haber sido humillado y violentado de la peor manera. Y mi amigo Alí, para evitar la venganza de aquellos nazarenos, emprendió la fuga y desapareció. Y no volvió a verle nadie más, aunque ya hace de esto veinte años. Alah le preserva y aleje de él los maleficios y las calamidades!".
A estas palabras, el hombre rico echó de pronto los brazos al cuello de Maruf, y le estrechó contra su pecho, llorando, y le dijo: "¡Loado sea Alah, que reúne a los amigos! Yo soy Alí, tu camarada de la niñez. ¡Oh Maruf! el hijo del jeique Ahmad el droguero de la calle Roja...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 962ª NOCHE
Ella dijo:
". . . ¡Loado sea Alah, que reúne a los amigos! Yo soy Alí, tu camarada de la niñez, ¡oh Maruf! el hijo del jeique Ahmad el droguero de la calle Roja".
Y después de los transportes de la más viva alegría por una y otra parte, le rogó que le contara cómo se encontraba en aquella playa. Y cuando se enteró de que Maruf había estado sin comer un día y una noche, le hizo subir con él a las ancas de su mula, y le transportó a su morada, que era un palacio espléndido. Y le trató magníficamente. Y a pesar del deseo que tenía de charlar con él, hasta el día siguiente no fué a verle, pudiendo al fin conversar con él largo y tendido. Y así fué como supo todos los tormentos que había sufrido el pobre Maruf desde el día de su matrimonio con su calamitosa esposa y cómo había preferido dejar su tienda y su país a permanecer por más tiempo expuesto a las fechorías de aquella diablesa. Y también se enteró de la paliza que hubo de recibir su amigo, y de cómo naufragó y estuvo a punto de morir ahogado.
Y a su vez, Maruf se enteró por su amigo Alí de que la ciudad en que se encontraban actualmente era la ciudad de Khaitán, capital del reino de Sohatán. Y también se enteró de que Alah había favorecido a su amigo Alí en los negocios de compra y venta, y le había tornado en el mercader más rico y el notable más respetado de toda la ciudad de Khaitán.
Luego, cuando dieron libre curso a sus expansiones, el rico mercader Alí dijo a su amigo: "¡Oh hermano mío Maruf! has de saber que los bienes que me deparó el Retribuidor no son más que un depósito del Retribuidor entre mis manos. Así, pues, ¿qué mejor manera de colocar ese depósito que confiándote buena parte de él, a fin de que lo hagas fructificar?" Y empezó por darle un saco de mil dinares de oro, le hizo vestir trajes suntuosos, y añadió: "Mañana por la mañana montarás en mi mula más hermosa y te presentarás en el zoco, donde me verás sentado entre los mercaderes más importantes. Y a tu llegada me levantaré para salir a tu encuentro, y me mostraré solícito contigo, y tomaré las riendas de tu mula, y te besaré las manos dándote todas las pruebas posibles de honor y de respeto. Y esta conducta mía te proporcionará al instante gran consideración. Y haré que se te ceda una vasta tienda, cuidando de llenarla de mercaderías. Y luego te haré entablar conocimiento con los notables y los mercaderes más importantes de la ciudad. Y fructificarán tus negocios, con ayuda de Alah, y alejado de la calamitosa hija de tu tío, llegarás al límite del desahogo y del bienestar". Y Maruf, sin poder encontrar expresiones bastantes para manifestar a su amigo todo su reconocimiento, se inclinó para besarle la orla del traje. Pero el generoso Alí se defendió de ello vivamente y besó a Maruf entre ambos ojos, y continuó charlando con él de unas cosas y de otras, relativas a su pasada infancia, hasta la hora de dormir.
Y al día siguiente, Maruf, vestido con magnificencia y ostentando toda la apariencia de un rico mercader extranjero, montó en una soberbia mula baya, ricamente enjaezada, y se presentó en el zoco a la hora indicada. Y entre él y su amigo Alí tuvo lugar con toda exactitud la escena convenida. Y todos los mercaderes quedaron llenos de admiración y de respeto por el recién llegado, sobre todo cuando vieron al ilustre mercader Alí besarle la mano y ayudarle a apearse de la mula, y cuando le vieron a él mismo sentarse con gravedad y lentitud en el sitio que de antemano le había preparado su amigo Alí delante de la nueva tienda. Y fueron todos a interrogar a Alí en voz baja, diciéndole: "¡Indudablemente, tu amigo es un mercader ilustre!" Y Alí les miró con conmiseración, y contestó: "¡Ya Alah! ¿decís un mercader ilustre? Pero si es uno de los primeros mercaderes del Universo, y tiene en el mundo entero más almacenes y depósitos de los que el fuego podría consumir. Y sus asociados y sus agentes y sus oficinas son numerosas en todas las ciudades de la tierra, desde el Egipto y el Yemen hasta la India y los límites extremos de la China. ¡Ah! ya veréis qué clase de hombre es, cuando os sea dado conocerle más íntimamente.
Y en vista de estas seguridades, formuladas con el tono de la más exacta verdad y con el acento más convencido, los mercaderes formaron el mejor concepto acerca de Maruf. Y rivalizaron por hacerle zalemas y cumplidos y darle bienvenidas. Y tuvieron a mucha honra el invitarle a cenar todos, unos tras otros, mientras él sonreía con gesto complaciente y se excusaba por no poder aceptar, pues que ya era huésped de su amigo el mercader Alí. Y el síndico de los mercaderes fué a visitarle, lo cual era contrario en absoluto a la costumbre, que exige sea el recién llegado quien haga la primera visita; y se apresuró a ponerle al corriente de la cotización de las mercancías y de las diversas producciones del país. Y luego, para demostrarle que estaba bien dispuesto a servirle y a hacer circular las mercancías que hubiera traído consigo de los países lejanos, le dijo: "¡Oh mi señor! sin duda habrás traído muchos fardos de paño amarillo. Porque aquí hay una predilección particular por el paño amarillo". Y Maruf contestó sin vacilar: "¿Paño amarillo? ¡Mucho, desde luego!" Y el síndico preguntó: "¿Y tienes mucho paño rojo sangre de gacela?" Y Maruf contestó con seguridad: "¡Ah! en cuanto al paño rojo sangre de gacela, quedaréis satisfechos. Porque los hay de la especie más fina en mis fardos". Y a todas las preguntas análogas, Maruf costeaba siempre: "¡Traigo grandes existencias!" Y entonces le preguntó el síndico tímidamente: "¿Querrías ¡oh mi señor! enseñarme algunas muestras?" Y Maruf, sin amilanarse por la dificultad, respondió con amabilidad. ¡Claro que sí! ¡En cuanto llegue mi caravana!" Y explicó al síndico y a los mercaderes congregados que dentro de unos días esperaba la llegada de una inmensa caravana de mil camellos cargados con fardos de mercancías de todos los colores y todas las variedades. Y la asamblea se asombró prodigiosamente y se maravilló ante el relato de la próxima llegada de aquella fantástica caravana.
Pero su admiración no tuvo límites y superó a toda expresión cuando fueron testigos del hecho siguiente. En efecto, mientras hablaban de tal suerte, abriendo ojos maravillados ante el relato de la llegada de la caravana, se acercó un mendigo al sitio en que estaban y tendió la mano por turno a cada cual. Y unos le dieron una moneda, otros media, y la mayoría, sin darle nada, se limitó a contestar sencillamente: "¡Alah te socorra!" Y Maruf, cuando el mendigo se acercó a él, sacó un gran puñado de dinares de oro y lo puso en la mano del mendigo con tanta naturalidad como si le hubiese dado una moneda de cobre. Y tan absortos quedaron los mercaderes, que reinó en la reunión un silencio imponente y se les confundió el espíritu y se les deslumbró el entendimiento. Y pensaron: "¡Ya Alah, cuán rico debe ser este hombre para mostrarse tan generoso!". Y de aquella manera se atrajo Maruf, de un instante a otro, un gran crédito y una reputación maravillosa de riqueza y de generosidad.
Y la fama de su liberalidad y de sus modales admirables llegó a oídos del rey de la ciudad, el cual mandó al punto llamar a su visir, y le dijo: "¡Oh visir! va a llegar aquí una caravana cargada de inmensas riquezas y que pertenece a un maravilloso mercader extranjero. Pero no quiero que esos bribones de mercaderes del zoco, que ya son demasiado ricos, se aprovechen de la tal caravana. Mejor será, por tanto, que me beneficie de ella yo, con mi esposa, tu señora y mi hija la princesa". Y el visir, que era hombre lleno de prudencia y de sagacidad, contestó: "No hay inconveniente. Pero ¿no te parece ¡oh rey del tiempo! que sería preferible esperar la llegada de esa caravana antes de tomar las medidas oportunas?" Y el rey se enfadó, y dijo: "¿Estás loco? ¿Y desde cuándo se busca carne en casa del carnicero cuando la han devorado los perros? Date prisa a hacer venir cuanto antes a mi presencia al rico mercader extranjero, con objeto de que me entienda yo con él respecto al particular". Y el visir vióse obligado, a despecho de su nariz, a ejecutar la orden del rey.
Y cuando Maruf llegó a presencia del rey, se inclinó profundamente, y besó la tierra entre sus manos, y le hizo un cumplimiento delicado. Y el rey se asombró de su lenguaje escogido y de sus maneras distinguidas, y le dirigió varias preguntas acerca de sus negocios y de sus riquezas. Y Maruf se limitaba a contestar, sonriendo: "Ya lo verá nuestro señor el rey, y quedará satisfecho cuando llegue la caravana". Y el rey se mostró entusiasmado, como todos los demás; y deseoso de saber hasta dónde alcanzaban los conocimientos de Maruf, le enseñó una perla de un tamaño y un brillo maravilloso, que costaba mil dinares lo menos, y le dijo: "¿Tienes perlas de esta especie en los fardos de tu caravana?" Y Maruf tomó la perla, la contempló con aire despectivo, y la tiró al suelo como un objeto sin valor; y poniéndola el talón encima, la pisó con toda su fuerza y la despachurró tranquilamente. Y exclamó el rey, estupefacto: "¿Qué has hecho, ¡oh hombre!? ¡Acabas de romper una perla de mil dinares!" Y Maruf, sonriendo, contestó: "¡Sí, ciertamente, ése era su precio! Pero tengo yo sacos y sacos llenos de perlas infinitamente más gruesas y más hermosas que ésa en los fardos de mi caravana".
Y todavía aumentaron el asombro y la codicia del rey ante aquel discurso; y pensó: "¡Vaya! Es preciso que tome por esposo de mi hija a este hombre prodigioso..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 963ª NOCHE
Ella dijo:
"¡...Vaya! Es preciso que tome por esposo de mi hija a este hombre prodigioso".
Y se encaró con Maruf, y le dijo: "¡Oh honorabilísimo y distinguidísimo emir! ¿quieres aceptar de mí, como presente, como motivo de tu llegada a nuestro país, a mi hija única, servidora tuya? ¡Y la uniré a ti con los lazos del matrimonio, y a mi muerte reinarás en el reino!" Y Maruf, que se mantenía en actitud modesta y reservada, contestó con acento lleno de discreción: "La proposición del rey honra al esclavo que se halla entre sus manos. ¿Pero no crees ¡oh soberano mío! que será mejor esperar, para la celebración del matrimonio, a que llegue mi caravana? Porque la dote de una princesa como tu hija exige de parte mía grandes gastos que no me hallo en estado de hacer en este momento. Pues tendré que pagarte a ti, su padre, como dote de la princesa, lo menos doscientas mil bolsas de mil dinares cada una. Además, habré de distribuir mil bolsas de mil dinares a los pobres y a los mendigos en la noche de bodas, otras mil bolsas a los portadores de regalos y mil bolsas más para los preparativos del festín. También tendré que regalar un collar de cien perlas grandes a cada una de las damas del harén, y entregar como homenaje a ti y a mi tía la reina una cantidad inestimable de joyas y de suntuosidades. Pero todo eso, ¡oh rey del tiempo! no puede hacerse razonablemente mientras no llegue mi caravana".
Y el rey, más deslumbrado que nunca con aquella prodigiosa enumeración, y entusiasmado en lo más profundo de su alma de la reserva, la delicadeza de sentimiento y la discreción de Maruf, exclamó: "¡No, por Alah! Yo solo tomaré a mi cargo todos los gastos de las bodas. En cuanto a la dote de mi hija, ya me la pagarás cuando llegue la caravana. Pues quiero absolutamente que te cases con mi hija lo más pronto posible. Y puedes tomar del tesoro del reino todo el dinero que necesites. Y no tengas ningún escrúpulo en hacerlo, que cuanto me pertenece te pértenece".
Y en aquella hora y en aquel instante llamó a su visir y le dijo: "Ve ¡oh visir! a decir al jeique al-islam que venga a hablar conmigo. Porque quiero ultimar hoy mismo el contrato de matrimonio del emir Maruf con mi hija". Y el visir, al oír estas palabras del rey, bajó la cabeza con un aire de desagrado. Y como el rey se impacientara, se acercó a él y le dijo en voz baja: "¡Oh rey del tiempo, no me gusta este hombre, y su aspecto no me dice nada bueno.Por tu vida, espera al menos, para darle en matrimonio tu hija, a que tengamos alguna certeza respecto a su caravana. ¡Pues, hasta el presente, no tenemos más que palabras y palabras! Además, una princesa como tu hija ¡oh rey! pesa en la balanza más que lo que pueda tener en su mano este
hombre desconocido".
Y al oír estas palabras, el rey vió ennegrecerse el mundo ante su rostro, y gritó al visir: "¡Oh traidor execrable que odias a tu amo! no hablas así, tratando de disuadirme de ese matrimonio, más que porque deseas casarte tú mismo con mi hija. ¡Pero eso está muy lejos de tu nariz! Cesa, pues, de querer sembrar en mi espíritu la turbación y la duda respecto a ese admirable hombre rico de alma delicada, de maneras distinguidas, pues si no, mi indignación por tus pérfidos discursos te dejará más ancho que largo". Y añadió, muy excitado: "¿0 acaso quieres que mi hija se me quede en los brazos, envejecida y desdeñada por los pretendientes? ¿Podré encontrar jamás yerno semejante a éste, perfecto en todos sentidos, y generoso y reservado y encantador, que sin duda alguna amará a mi hija, y le regalará cosas maravillosas, y nos enriquecerá a todos, desde el más grande al más pequeño? ¡Vamos, anda, y ve a buscar al jeique al-islam!"
Y el visir se marchó, con la nariz alargada hasta los pies, a buscar al jeique al-islam, que al punto fué a palacio y se presentó al rey. Y acto seguido extendió el contrato de matrimonio.
Y se adornó e iluminó la ciudad entera, por orden del rey. Y no había por doquiera más que festejos y regocijos. Y Maruf, el zapatero remendón, aquel pobre que había visto la muerte negra y la muerte roja y probado todas las calamidades, se sentó en un trono en el patio del palacio. Y presentóse ante él una multitud de bailarinas, de luchadores, de tañedores de instrumentos, de tamborileros, de saltimbanquis, de bufones y de alegres charlatanes, para divertirle y divertir al rey y a los grandes de palacio. Y desplegaron toda su destreza y sus talentos. Y Maruf hizo que el propio visir le llevara sacos y sacos llenos de oro, y se puso a coger dinares y a arrojarlos a puñados a todo aquel pueblo tamborileante, danzante y ululante. Y el visir, muriéndose de despecho, no tenía ni un instante de reposo, obligado a llevar sin tregua nuevos sacos de oro.
Y aquellas diversiones y aquellas fiestas y aquellos regocijos duraron tres días y tres noche; y el cuarto día por la tarde fué el día de las bodas y de la penetración. Y el cortejo de la recién casada era de una magnificencia inusitada, porque así lo había querido el rey; y a su paso, cada dama colmaba a la princesa de regalos que iban recogiendo las mujeres del séquito. Y de tal modo se la condujo a la cámara nupcial, en tanto que Maruf decía para sí: "¡Vaya, vaya, vaya! ¡Suceda lo que suceda! ¿A mí qué me importa? Así lo ha querido el Destino. No hay que huir ante lo inevitable. ¡Cada cual lleva su destino atado al cuello! Todo esto te ha sido escrito en el libro de la suerte, ¡oh remendón de calzado viejo! ¡oh vapuleado por tu mujer! ¡oh Maruf! ¡oh mono!"
Y el caso es que, cuando se retiraron todos y Maruf se encontró solo en presencia de su esposa la joven princesa, acostada perezosamente bajo el mosquitero de seda, se sentó en el suelo, y golpeándose las manos una contra otra, aparentó ser presa de violenta desesperación. Y como permaneciera en aquella actitud sin moverse, la joven sacó la cabeza por el mosquitero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 964ª NOCHE
Ella dijo:
... la joven sacó la cabeza por el mosquitero, y dijo a Maruf: "¡Oh mi hermoso señor! ¿por qué te quedas ahí lejos de mí, presa de la tristeza?" Y lanzando un suspiro, contestó Maruf con esfuerzo: "¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Todopoderoso!" Y ella le preguntó, emocionada: "¿A qué viene esa exclamación, ¡oh mi señor!? ¿Me encuentras fea o contrahecha, o acaso es otra la causa de tu pena? ¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡Habla y no me ocultes nada, ya sidi!" Y Maruf contestó, lanzando un nuevo suspiro: "¡Todo esto, ya lo ves, es culpa de tu padre!". Y ella preguntó: "¿Qué es eso? ¿Y de qué tiene culpa mi padre?" El dijo: "¿Cómo? ¿No has notado que me he mostrado avaro, de una avaricia sórdida, contigo y con las damas de palacio? ¡Ay! ¡muy culpable es tu padre por no haberme permitido esperar a la llegada de mi caravana para casarme! Entonces te habría regalado algunos collares de cinco o seis sartas de perlas gordas como huevos de paloma, algunos hermosos trajes como no los tienen las hijas de los reyes, y algunas joyas no del todo indignas de tu rango. Además, hubiera podido mostrar una mano menos cerrada a tus padres y a tus invitados. Pero ¿cómo ha de ser? tu padre me ha comprometido con su idea de llevar las cosas demasiado de prisa; y con ello ha cometido para conmigo una acción análoga a la que comete el que quema la hierba verde aún". Pero la joven le dijo: "Por vida tuya, no te apenes así por esas pequeñeces; y no te desazones más. Levántate ya, quítate la ropa, y ven pronto a mi
lado para que nos deleitemos juntos. Y desecha todas esas ideas de regalos y otras cosas parecidas que nada tienen que ver con lo que debemos hacer esta noche. En cuanto a la caravana y a las riquezas, me tienen sin cuidado. ¡Lo que yo te pido ¡oh galán! es mucho más sencillo y más interesante que eso! Animo, pues, y consolida tus riñones para el combate". Y Maruf contestó: "¡Está bien! ¡allá va! ¡allá va!"
Y así diciendo, se desnudó prestamente y avanzó, apuntando a la princesa por debajo del mosquitero. Y se echó al lado de aquella tierna joven, pensando: "¡Soy yo mismo, Maruf, soy yo mismo, el antiguo remendón de calzado de la calle Roja de El Cairo! ¿Dónde estaba y dónde estoy?"
Y acto seguido tuvo lugar la refriega de piernas y de brazos, de muslos y de manos. Y se inflamó el combate. Y Maruf puso la mano en las rodillas de la joven, que se irguió al punto y refugióse en su regazo. Y el labio habló en su lengua a su hermano; y llegó la hora que hace olvidarse al niño de su padre y de su madre. Y la estrechó con fuerza contra él para exprimir toda la miel y que todas las libaciones fuesen directas. Y la deslizó la mano por debajo de la axila izquierda, y al punto se enderezaron los músculos vitales de él y se ofrecieron las partes vitales de ella. Y apoyó él su mano izquierda en el pliegue de la ingle derecha de ella, y al punto gimieron todas las cuerdas de ambos arcos. Entonces la golpeó entre los dos senos, y de repente el golpe repercutió entre los dos muslos, no se sabe cómo. Y en seguida se ciñó a la cintura las dos piernas de la princesa, y apuntó al atrevido en las dos direcciones, gritando: "A mí, ¡oh padre de los besadores!" Y rellenó lo que tenía que rellenar, y encendió la mecha, y enhebró la aguja e hizo deslizarse a la anguila en el fuego que chisporrotea, utilizando todas las tranquillas, mientras sus ojos decían: "¡Brilla!", su lengua decía: "¡Chilla!", sus dientes decían "¡Desportilla!", su mano derecha decía: "¡Haz cosquillas!", su mano izquierda decía: "¡Pilla!" sus labios decían: "¡Chiquilla!" y su barrenilla decía: "Menea tu quilla, ¡oh mimosilla muchachilla! ¡oh perla en la orilla! estírate y encógete en tu silla, ¡oh bienamada costilla!" Y así diciendo, la ciudadela quedó agujereada por las cuatro junturas, y se desarrolló la heroica aventura, sin mataduras, pero con anchas desgarraduras; sin amarguras, pero con mordeduras; sin fisuras, pero con rompeduras, ensanchaduras y rozaduras; sin pavura ni dolorosa cura ni curvatura, pero con rechinar de coyunturas del cabalgador de buena estatura y de la montura de hermosa figura, y todo se llevó a cabo con desenvoltura y con mucha premura. ¡Loores al Dueño de las criaturas que a la joven la madura para todas las posturas, y al joven le hace don de su fuerte natural con vistas a la futura progenitura!
Y tras de una noche pasada enteramente en las delicias de los abrazos, de las succiones y de los restregones, Maruf se decidió por fin a ir al hammam, acompañado por los suspiros de contento y de sentimiento de la joven. Y después de tomar su baño, y ponerse un traje magnífico, se fué al diván, y se sentó a la diestra de su tío el rey, padre de su esposa, para recibir los cumplimientos y felicitaciones de los emires y de los grandes. Y con la propia autoridad mandó buscar a su enemigo el visir, y le ordenó que distribuyera ropones en honor a todos los presentes e hiciera dádivas innumerables a los emires y a las esposas de los emires, a los grandes de palacio y a sus esposas, a los guardias y a sus esposas, y a los eunucos, grandes y pequeños, jóvenes y viejos. Además, hizo traer sacos de dinares, y se puso a sacar de ellos el oro a puñados y a repartirlo entre cuantos le deseaban. Y de este modo todo el mundo le bendijo y le amó e hizo votos por su prosperidad y su larga vida.
Y de tal suerte transcurrieron veinte días, empleados por Maruf en hacer dádivas incalculables de día, y en refocilarse a su antojo de noche con su esposa la princesa, que estaba prendada apasionadamente de él.
Al cabo de aquellos veinte días, durante los cuales no se tuvo la menor noticia de la caravana de Maruf, las prodigalidades y locuras de Maruf habían ido tan lejos, que una mañana quedó completamente agotado el tesoro, y al abrir el armario de los sacos, el visir observó que estaba absolutamente vacío y que ya no quedaba nada que coger. Entonces, en el límite de la perplejidad, y con el alma llena de furor reconcentrado, fué a presentarse entre las manos del rey, y le dijo: "Alah aleje de nosotros las malas noticias, ¡oh rey! Pero a fin de no incurrir, con mi silencio, en tus reproches justificados, debo decirte que el tesoro del reino está completamente exhausto, y que la maravillosa caravana de tu yerno el emir Maruf no ha llegado todavía para llenar los sacos vacíos". Y el rey, al oír estas palabras, dijo un poco preocupado: "¡Sí, por Alah! la verdad es que esa caravana se retrasa un tanto. Pero llegará, ¡inschalah!" Y el visir sonrió, y dijo: "¡Alah te colme con sus gracias, ¡oh mi señor! y prolongue tus días! ¡Pero el caso es que hemos caído en las calamidades peores desde que llegó a nuestro país el emir Maruf! Y en el estado actual de cosas, no veo puerta de salida para nosotros. ¡Porque, de un lado, está vacío el tesoro, y de otro, tu hija es ya la esposa de ese extranjero, de ese desconocido! ¡Alah nos guarde del Maligno, del Lejano, del Maldito, del Lapidado! ¡Nuestra situación es una situación muy mala!" Y el rey, que ya empezaba a inquietarse y a impacientarse, contestó: "Tus palabras me cansan y me pesan sobre mi entendimiento. En lugar de discurrir de ese modo, harías mejor en indicarme el medio de remediar la situación, y sobre todo, en probarme que mi yerno, el emir Maruf, es un impostor o un embustero". Y el visir contestó: "Verdad dices, ¡oh rey! y ésa es una idea excelente. Hay que probar antes de condenar. Pero, para saber la verdad, nadie podrá prestarnos un concurso rnás precioso que tu hija la princesa. Porque nadie está tan cerca del secreto del marido como la esposa. Hazla, pues, venir aquí, con el fin de que yo pueda interrogarla desde el otro lado de la cortina que nos separa, e informarme así acerca de lo que nos interesa". Y el rey contestó "No hay inconveniente. ¡Y por vida de mi cabeza, que si llega a probarse que mi yerno nos ha engañado, le haré morir con la muerte peor y le daré a gustar la defunción más negra!"
Y al punto mandó que rogaran a su hija la princesa que se presentase en la sala de reunión. Y ordenó correr entre ella y el visir una ancha cortina, detrás de la cual se sentó ella. Y todo esto se dijo, combinó y ejecutó en ausencia de Maruf.
Y cuando hubo reflexionado en sus preguntas y combinado su plan, el visir dijo al rey que estaba dispuesto. Y por su parte, la princesa dijo a su padre, desde detrás de la cortina: "Heme aquí, ¡oh padre mío! ¿Qué deseas de mí?" El rey contestó: "Que hables con el visir". Y preguntó ella entonces al visir: "Pues bien, visir, ¿qué quieres?" El visir dijo: "¡Oh mi señora! debes saber que el tesoro del reino está completamente vacío, debido a los gastos y prodigalidades de tu esposo el emir Maruf. Además, no tenemos noticias de la asombrosa caravana, cuya llegada nos ha anunciado con tanta frecuencia. Así es que tu padre el rey, inquieto por tal estado de cosas, ha creído que sólo tú podrías ilustrarnos respecto al particular, diciéndonos lo que piensas de tu esposo, y el efecto que ha producido en tu espíritu, y las sospechas que hayan concebido acerca de él durante estas veinte noches que ha pasado contigo".
Al oír estas palabras del visir, la princesa contestó desde detrás de la cortina: "¡Alah colme con sus gracias al hijo de mi tío, el emir Maruf! ¿Qué pienso de él? Pues ¡por mi vida! nada más que cosas buenas. No hay en la tierra nervio de confitura que sea comparable al suyo en dulzura, sabor y gusto. Desde que soy su esposa engordo y me hermoseo, y todo el mundo, maravillado de mi buena cara, dice a mi paso: "¡Alah la preserve del mal de ojo y la libre de los envidiosos y de los embaucadores!" ¡Ah! Maruf, el hijo de mi tío, es una pasta de delicias, constituye mi alegría y yo constituyo la suya. ¡Alah nos deje al uno para el otro!"
Y al oír aquello, el rey se encaró con el visir, a quien se le alargaba la nariz, y le dijo: "¡Ya lo ves! ¿Qué te había dicho yo? ¡Mi yerno Maruf es un hombre admirable, y tú, por tus sospechas, mereces que te empale!" Pero el visir, volviéndose hacia la cortina, preguntó: "¿Y la caravana, ¡oh mi señora!? ¿y la caravana que no llega?" Ella contestó: "¿Y a mí qué me importa eso? Llegue o no llegue, ¿aumentaría o disminuiría mi dicha?" Y el visir dijo: "¿Y quién te alimentará ahora que los armarios del tesoro están vacíos? ¿Y quién atenderá a los gastos del emir Maruf ?" Ella contestó: "Alah es generoso y no abandona a sus adoradores". Y el rey dijo al visir: "Tiene razón mi hija. Cállate". Luego dijo a la princesa: "No obstante, ¡oh amada de tu padre! procura saber, por el hijo de tu tío, el emir Maruf, la fecha aproximada en que cree que llegará su caravana. Quisiera saberlo sencillamente para reglamentar nuestros gastos y ver si ha lugar a crear nuevos impuestos que llenen el vacío de nuestros armarios". Y la princesa contestó: "¡Escucho y obedezco! Los hijos deben obediencia y respeto a sus padres. Esta misma noche interrogaré al emir Maruf, y te contaré lo que me diga".
Y a la caída de la noche, cuando la princesa, como de costumbre, fué a refocilarse al lado de Maruf, y él se refociló al lado de la joven, ella le puso la mano en la axila para interrogarle, y más dulce que la miel, y mimosa y lagotera y tierna y acariciadora como todas las mujeres que tienen algo que pedir y que obtener...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 965ª NOCHE
Ella dijo:
...Y a la caída de la noche, cuando la princesa, como de costumbre, fué a refocilarse al lado de Maruf, y él se refociló al lado de la joven, ella le puso la mano en la axila para interrogarle, y más dulce que la miel, y mimosa y lagotera y tierna y acariciadora como todas las mujeres que tienen algo que pedir y que obtener, le dijo "¡Oh luz de mis ojos! ¡oh fruto de mi hígado! ¡oh núcleo de mi corazón y vida y delicias de mi alma! los fuegos de tu amor han invadido por completo mi seno. Y estoy dispuesta a sacrificar por ti mi vida y compartir tu suerte, sea cual sea. Pero ¡por mi vida sobre ti! no ocultes nada a la hija de tu tío. Dime, pues, por favor, a fin de que lo guarde yo en lo más secreto de mi corazón, por qué motivo no ha llegado todavía esa gran caravana de que están hablando siempre mi padre y su visir. Y si tienes cualquier vacilación o cualquier duda sobre el particular, confíate a mí con toda sinceridad, y yo me dedicaré a buscar la manera de alejar de ti todo sinsabor". Y tras de hablar así, le besó, y le estrechó contra su pecho, y se dejó derretir en sus brazos. Y Maruf de pronto se echó a reír a carcajadas, y contestó: "¡Oh querida! ¿por qué andar con tantos rodeos para preguntarme una cosa tan sencilla? Porque estoy dispuesto a decirte la verdad, sin poner dificultad ninguna, y a no ocultarte nada".
Y se calló por un instante para tragar saliva, y prosiguió: "Has de saber, en efecto, ¡oh querida mía! que no soy mercader, ni dueño de caravanas, ni poseedor de riqueza alguna u otra calamidad parecida. Porque en mi país no era yo más que un pobre zapatero remendón, casado con una apestosa mujer llamada Fattumah, la -Boñiga caliente, que era un emplasto para mi corazón y un azote negro para mis ojos. Y me sucedió con ella tal y cual cosa". Y se dedicó a contar a la princesa toda la historia de lo que le pasó con su esposa en El Cairo, y lo que le ocurrió como consecuencia del incidente de la kenafa hilada con miel de abejas. Y no le ocultó nada, y no omitió ningún detalle de cuanto le había sucedido a partir de aquel momento hasta su naufragio y el encuentro con su camarada de infancia, el generoso mercader Alí. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo.
Cuando la princesa hubo oído el relato de aquella historia de Maruf, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero. Y Maruf también se echó a reír, y dijo: "Alah es el Dispensador de los destinos. Y tú estabas escrita en mi suerte, ¡ oh dueña mía!" Y ella le dijo: "En verdad ¡oh Maruf! que estás ducho en astucias, y nadie puede compararse a ti en listeza, en sagacidad, en delicadeza y en buen humor. Pero qué dirá mi padre, y sobre todo qué dirá su visir, enemigo tuyo, si llegan a saber la verdad de tu historia y la invención de la caravana? Indudablemente, te harán morir; y yo moriré de dolor junto a ti. Por lo pronto, pues, vale más que abandones el palacio y te retires a cualquier país lejano, mientras yo veo la manera de arreglar las cosas y explicar lo inexplicable".
Y añadió: "Por consiguiente, toma estos cincuenta mil dinares que poseo, monta a caballo y vete a vivir en un paraje escondido, dándome a conocer tu retiro, a fin de que a diario pueda yo despacharte un correo que te dé noticias mías y me traiga las tuyas. Y ése es ¡oh querido mío! el partido mejor que podemos tomar en esta ocasión". Y Maruf contestó: "En ti confío, ¡oh dueña mía! y me pongo bajo su protección". Y ella le besó e hizo con él la cosa acostumbrada hasta media noche.
Entonces le dijo que se levantara, le puso un traje de mameluco, y le dió el mejor caballo de las caballerizas de su padre. Y Maruf salió de la ciudad, aparentando ser un mameluco del rey, y se marchó por su camino. Y eso es lo que aconteció por el momento.
Pero he aquí ahora lo relativo a la princesa, al rey, al visir y a la caravana invisible.
Al día siguiente, muy temprano, el rey sentóse en la sala de reunión, con el visir a su lado. Y mandó llamar a la princesa para informarse por ella de lo que le había recomendado que se enterara. Y como la víspera, la princesa se puso detrás de la cortina que la separaba de los hombres, y preguntó: "¿Qué ocurre, ¡oh padre mío!?" El rey preguntó: "Y bien, hija mía. ¿Qué has sabido y qué tienes que decirnos?" Y ella contestó: "¿Qué tengo que decir, ¡oh padre mío!? ¡Ah! ¡que Alah confunda al Maligno, al Lapidado! ¡Y ojalá maldijera al propio tiempo a los calumniadores, y ennegreciera el rostro de brea de tu visir, que ha querido ennegrecer mi rostro y el de mi esposo el emir Maruf!" Y el rey preguntó: "¿Y cómo es eso? ¿Y por qué?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¿cómo es posible que otorgues tu confianza a ese hombre nefasto que lo ha puesto en juego todo para desacreditar en tu espíritu al hijo de mi tía?" Y se calló un instante, como sofocada de indignación, y añadió: "Has de saber, en efecto, ¡oh padre mío! que sobre la faz de la tierra no hay otro hombre tan íntegro, tan recto y tan verídico como el emir Maruf (¡ Alah le colme con sus gracias!). He aquí lo ocurrido desde el instante en que te dejé: A la caída de la noche, en el momento en que mi bienamado esposo entraba en mi aposento, ocurrió que el eunuco que tengo a mi servicio solicitó hablarnos para comunicarnos una cosa que no admitía dilación. Y se le introdujo, y llevaba una carta en la mano. Y nos dijo que acababan de entregarle aquella carta diez mamalik extranjeros, ricamente vestidos, que deseaban hablar con su amo Maruf. Y mi esposo abrió la carta y la leyó; luego me la dió y yo la leí también. Era el propio jefe de la gran caravana que esperáis con tanta impaciencia. Y el jefe de la caravana, que tiene a su órdenes, para acompañar al convoy, quinientos jóvenes mamalik, semejantes a los diez que esperaban a la puesta, explicaba en aquella carta que durante el viaje habían tenido la mala suerte de encontrarse con una horda de beduínos desvalijadores, asaltadores de caminos, que les habían salido al paso. De ahí proviene el primer motivo del retraso en llegar la caravana. Y decía que después de triunfar de aquella horda, algunos días más tarde les atacó de noche otra banda de beduínos mucho más numerosa y mejor armada. Y de ello resultó un combate, en que la caravana, desgraciadamente, perdió cincuenta mamalik muertos, doscientos camellos y cuatrocientos fardos de mercancías valiosas.
"Al saber tan desagradable noticia, mi esposo, lejos de mostrarse conmovido, rompió la carta, sonriendo, sin pedir más explicaciones a los diez esclavos que esperaban a la puerta, y me dijo: "¿Qué suponen esos cuatrocientos fardos y esos doscientos camellos perdidos? Si eso apenas representa una pérdida de novecientos mil dinares de oro. En verdad que no merece que se hable de ello, y sobre todo que te preocupes tú por semejantes cosas, querida mía. La única molestia que nos ocasiona se reduce a que tengo que ausentarme unos días para apresurar la llegada del resto de la caravana". Y se levantó, riendo, y me estrechó contra su pecho, y se despidió de mí, mientras yo derramaba las lágrimas de la separación. Y se fué, recomendándome de nuevo que tranquilizara mi corazón y refrescara mis ojos. Y al ver desaparecer a aquel núcleo de mi corazón, asomé la cabeza por la ventana que da al patio y vi a mi bienamado charlando con los diez jóvenes mamalik, hermosos como lunas, que habían llevado la carta. Y montó a caballo, y salió del palacio al frente de ellos, para apresurar la llegada de las caravanas".
Y tras de hablar así, la joven princesa se sonó ruidosmente, como una persona que ha llorado una ausencia, y añadió con voz repentinamente irritada: "Está bien, padre mío; dime qué habría sucedido si hubiese tenido yo la indiscreción de hablar a mi esposo, como me habías aconsejado que hiciera, impulsado por tu visir de brea. Sí, ¿qué habría sucedido? ¡Mi esposo me miraría en adelante con ojos despectivos y desconfiados, y no me amaría ya, y hasta me odiaría, y con justicia, ciertamente! ¡Y todo por culpa de las suposiciones ofensivas y de las sospechas injuriosas de tu visir, esa barba de mal agüero!" Y habiendo hablado así detrás de la cortina, la princesa se levantó, y se marchó haciendo mucho ruido y demostrando mucha ira. Y entonces se encaró el rey con su visir, y le gritó: "¡Ah, hijo de perro! ¿ves lo que nos sucede por culpa tuya? ¡Por Alah, que no se lo que me detiene aún para dejarte más ancho que largo! ¡Pero atrévete una sola vez siquiera a volver a sospechar de mi yerno Maruf, y ya verás lo que te espera!" Y le lanzó una mirada atravesada, y levantó el diwán. ¡Y esto es lo referente a ellos!
Pero he aquí lo que atañe a Maruf.
Cuando salió de la ciudad de Khaitán, que era la capital del rey, padre de la princesa, y viajó unas horas por las llanuras desiertas, empezó a sentir que le rendía la fatiga, pues no estaba acostumbrado a montar en caballos de reyes, y su oficio de zapatero no era el más a propósito para tornarse un día en jinete tan espléndido como a la sazón era. Y además, no dejaban de inquietarle las consecuencias de la cosa; y empezaba a arrepentirse amargamente de haber dicho la verdad a la princesa. Y se decía: "He aquí que ahora te ves reducido a errar por los caminos, en vez de deleitarte en los brazos de tu mantecosa esposa, cuyas caricias te habían hecho olvidar a la calamitosa Boñiga caliente de El Cairo . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 966ª NOCHE
Ella dijo:
". .. He aquí que ahora te ves reducido a errar por los caminos, en vez de deleitarte en los brazos de tu mantecosa esposa, cuyas caricias te habían hecho olvidar a la calamitosa Boñiga caliente de El Cairo". Y pensando en su último amor, que les tenía a él y a ella quemado el corazón por la separación, empezó a condolerse de su propio estado y llorar cálidas lágrimas, recitándose desesperados versos de ausencia. Y gimiendo de tal suerte y exhalando su dolor de amante en tiradas de versos apropiados a su situación, llegó, después de salir el sol, a las cercanías de un pueblecito. Y vió en un campo a un felah que labraba con un arado de dos bueyes. Y como, en su precipitación por huir del palacio y de la ciudad, se había olvidado de llevar provisiones de boca para el viaje, le torturaban el hambre y la sed; y se acercó a aquel felah, y le saludó, diciendo: "La zalema contigo, ¡oh jeique!" Y el felah le devolvió el saludo, diciendo: "¡Y contigo la zalema, la misericordia de Alah y sus bendiciones! Sin duda, ¡oh mi señor! eres un mameluco entre los mamelucos del sultán". Y Maruf contestó: "Sí". Y el felah le dijo: "Bienvenido seas, ¡oh rostro de leche! Y hazme el favor de parar en mi casa y de aceptar mi hospitalidad". Y Maruf, que en seguida vió que tenía que habérselas con un hombre generoso, lanzó una ojeada a la pobre vivienda, que estaba cerca, y observó que no contenía nada que pudiera alimentar ni aplacar la sed. Y dijo al felah: "¡Oh hermano mío! no veo en tu casa nada que puedas ofrecer a un huésped tan hambriento como yo. ¿Cómo vas a arreglarte, pues, si acepto tu invitación?" Y el felah contestó: "El bien de Alah no falta; todo se andará. Apéate del caballo, ¡oh mi señor! y déjame cuidarte y albergarte, por Alah. El pueblo está muy cerca, y correré allá con toda la velocidad de mis piernas, y te traeré lo necesario para reconfortarte y tenerte contento. Y tampoco dejaré de traer forraje y grano para el pienso de tu caballo". Y Maruf, lleno de escrúpulos y sin querer molestar ni distraer de su trabajo a aquel pobre hombre, le contestó: "Pues ya que el pueblo está tan cerca, ¡oh hermano mío! más de prisa iré yo a caballo, y compraré en el zoco todo lo necesario para mí y para mi caballo". Pero el felah, cuya generosidad nativa no podía decidirse a dejar partir así, sin darle hospitalidad, a un extraño del camino de Alah, repuso: "¿De qué zoco estás hablando, ¡oh mi señor! ? ¿Acaso un miserable villorrio como el nuestro, cuyas casas son de boñiga de vaca, posee un zoco ni nada que de cerca o de lejos se parezca a un zoco? Nosotros no tenemos negocios de compra y venta; y cada uno se arregla para vivir con lo poco que posee. Así, pues, te suplico, por Alah y por el Profeta bendito, que te pares en mi casa para complacerme y dar gusto a mi espíritu y a mi corazón. Y en seguida iré al pueblo y tardaré menos aún en volver". Entonces Maruf, al ver que no podía rehusar la oferta de aquel pobre felah sin apenarle y disgustarle, se apeó del caballo, y fué a sentarse a la entrada de la choza de boñiga seca, en tanto que el felah, echando a correr inmediatamente en dirección al pueblo, no tardaba en desaparecer a lo lejos.
Y mientras esperaba a que volviese el otro con las provisiones, Maruf empezó a reflexionar y a decirse: "He aquí que he sido causa de ajetreo y molestia para ese pobre, a quien me parecía yo en un todo cuando no era más que un miserable zapatero remendón. Pero, por Alah, quiero reparar en la medida de mis fuerzas el daño que le causo al dejarlo que abandone así su trabajo. Y para empezar, voy a tratar de labrar ahora mismo en lugar suyo, haciendo que de tal suerte gane el tiempo que por mí pierde".
Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y vestido con sus ropas doradas de mameluco real, echó mano al arado e hizo avanzar a la yunta de bueyes por el ya trazado surco. Pero, apenas había hecho dar unos pasos a los bueyes, la reja de arado chocó de pronto, con un ruido singular, contra algo que oponía resistencia; y arrastrados por el propio esfuerzo, los bueyes cayeron de rodillas. Y Maruf, dando voces, hizo levantarse a los animales, y los fustigó vivamente para vencer la resistencia. Pero, a pesar del enorme tirón que dieron los bueyes, la reja no se movió ni una pulgada, y quedó encajada en el suelo como si esperase al día del Juicio.
Entonces Maruf se decidió a examinar en qué podía consistir aquello. Y cuando levantó la tierra, observó que la punta de la reja se había enganchado en una fuerte anilla de cobre rojo sujeta a una losa de mármol, casi a ras de la tierra.
E impulsado por la curiosidad, Maruf intentó mover y levantar aquella losa de mármol. Y después de algunos esfuerzos, acabó por conseguir desencajarla y correrla. Y debajo vio una escalera con peldaños de mármol que conducía a una cueva de forma cuadrada que tenía la amplitud de un hammam. Y Maruf, pronunciando la fórmula del "bismilah", bajó a la cueva y vió que la componían cuatro salas consecutivas. Y la primera de aquellas salas estaba llena de monedas de oro desde el suelo hasta el techo; y la segunda estaba llena de perlas, de esmeraldas y de coral, también desde el suelo hasta el techo; y la tercera, de jacintos; de rubíes, de turquesas, de diamantes y de pedrerías de todos colores; pero la cuarta, que era la más espaciosa y la mejor acondicionada, no contenía nada más que un pedestal de madera de ébano, sobre el cual estaba colocado un pequeñísimo cofrecito de cristal no mayor que un limón. Y Maruf se asombró prodigiosamente de su descubrimiento y se entusiasmó con aquel tesoro. Pero lo que más le intrigaba era aquel minúsculo cofrecillo de cristal, único objeto de manifiesto en la inmensa sala cuarta del subterráneo. Así es que, sin poder resistir a los apremios de su alma, tendió la mano al pequeño objeto insignificante que le tentaba infinitamente más que todas las maravillas del tesoro, y apoderándose de él, lo abrió. Y dentro halló un anillo de oro con un sello de cornalina, en que estaban grabadas, con caracteres extremadamente finos y semejantes a patas de moscas, escrituras talismánicas. Y con un movimiento instintivo, Maruf se puso el anillo en su dedo y se lo ajustó apretándolo.
Y al punto salió del sello del anillo una voz fuerte, que dijo: "¡A tus órdenes! ¡a tus órdenes! ¡Por favor, no me frotes más! Ordena, y serás obedecido. ¿Qué deseas? ¡Habla! ¿Quieres que derribe o que construya, que mate a algunos reyes y a algunas reinas o que te los traiga, que haga surgir una ciudad entera o que aniquile todo un país, que cubra de flores una comarca o que la asuele, que allane una montaña o que seque un mar? Habla, anhela, desea. Pero, por favor, no me frotes con tanta violencia, ¡oh amo mío! Soy tu esclavo, con permiso del Señor de los genn, del Creador del día y de la noche". Y Maruf, que al pronto no se había dado completa cuenta de dónde salía aquella voz, acabó por observar que salía del propio sello del anillo que se había puesto en el dedo, y dijo, dirigiéndose al que residía en la cornalina: "¡Oh criatura de mi Señor! ¿quién eres?" Y la voz de la cornalina contestó: "Soy el Padre de la Dicha, esclavo de este anillo. Y ejecuto a ciegas las órdenes de quienquiera que se adueñe de este anillo. Y nada es imposible para mí, porque soy el jefe supremo de setenta y dos tribus de genn, efrits, cheitanes, auns y mareds. Y cada una de estas tribus se compone de doce mil valientes irresistibles, más fuertes que elefantes y más sutiles que el mercurio. Pero, como ya te he dicho, ¡oh amo mío! yo, a mi vez, estoy sometido a este anillo; y aunque es muy grande mi poder, obedezco al que lo posee, como un niño obedece a su madre. No obstante, déjame advertirte que si por desgracia frotaras el sello dos veces seguidas en vez de una, harías que me consumiera el fuego de los nombres terribles grabados sobre el anillo. Y me perderías irrevocablemente.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 967ª NOCHE
Ella dijo:
"No obstante, déjame advertirte que si por desgracia frotaras el sello dos veces seguidas en vez de una, harías que me consumiera en el fuego de los nombres terribles grabados sobre el anillo. Y me perderías irrevocablemente".
Y al oír aquello, Maruf contestó al efrit de la cornalina: "¡Oh excelente y poderoso Padre de la Dicha! sabe que he guardado tus palabras en el sitio más seguro de mi memoria. Pero ¿puedes empezar por decirme quién te ha encerrado en esta cornalina y quién te ha sometido al poder del dueño del anillo?" Y el genni contestó desde el interior del sello: "Has de saber, ¡ya sidi! que el lugar en que nos hallamos es el antiguo tesoro de Scheddad, hijo de Aad, el constructor de la famosa ciudad, ahora en ruinas, de Iram de las Columnas. En vida de él, fui yo esclavo del rey Scheddad. ¡Y precisamente el que posees es su anillo, que lo has encontrado en el cristal donde estaba guardado desde tiempos remotos!"
Y el antiguo remendón de calzado de la calle Roja de El Cairo, convertido entonces, merced a la posesión de aquel anillo, en sucesor directo de la posteridad de Nemrod y de aquel heroico y orgulloso Scheddad, que había vivido la edad de siete águilas, quiso experimentar sin tardanza las virtudes maravillosas encerradas en el sello. Y dijo al que residía en la cornalina: "¡Oh esclavo del anillo! ¿podrías sacar de este subterráneo y llevarlo a la superficie de la tierra, a la luz del día, el tesoro guardado aquí?" Y la voz del Padre de la Dicha contestó: "¡Sin duda alguna, y eso precisamente es para mí la cosa más fácil". Y Maruf le dijo: "Ya que es así, te pido que saques cuantas riquezas y maravillas hay aquí, sin dejar nada a los que pudieran venir después que yo, pero ni rastro". Y contestó la voz: "Escucho y obedezco". Luego gritó: "¡Hola, muchachos!"
Y al punto vió Maruf aparecer ante él doce mancebos muy hermosos, llevando a la cabeza grandes cestos. Y después de besar la tierra entre las manos del encantado Maruf, se irguieron, y en un abrir y cerrar de ojos transportaron afuera, en varios viajes, todos los tesoros contenidos en las tres salas del subterráneo. Y cuando acabaron aquel trabajo, fueron de nuevo a presentar sus homenajes a Maruf, que estaba cada vez más encantado, y desaparecieron como habían venido.
Entonces Maruf, en el límite del contento, se encaró con el habitante de la cornalina, y le dijo: "Perfectamente. Pero ahora quisiera cajas, mulas con sus muleteros, y camellos con sus camelleros, para transportar estos tesoros a la ciudad de Khaitán, capital del reino de Sohatán". Y el esclavo encerrado en el sello contestó: "¡A tus órdenes! nada más hacedero". Y lanzó un grito estridente, y en el mismo instante aparecieron ante Maruf mulas y muleteros, camellos y camelleros, cajas y cestas, y mamalik suntuosamente vestidos, hermosos como lunas, en número de seiscientos de cada especie. Y en menos tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrirlo, cargaron en las acémilas cajas y cestos, previamente llenos de oro y de joyas, y se alinearon por orden. Y los jóvenes mamalik montaron en sus hermosos caballos y escoltaron la caravana.
Y el antiguo zapatero dijo entonces al servidor de su anillo: "¡Oh padre de la Dicha! ahora deseo de ti otros mil animales cargados con sedas y telas preciosas de Siria, de Egipto, de Grecia, de Persia, de India, y de China". Y el genni contestó con el oído y la obediencia. Y al punto aparecieron ante Maruf los mil camellos y mulas cargados con los objetos consabidos, y se pusieron ellos solos en fila regular a la cola del convoy, escoltados, como los anteriores por otros jóvenes mamalik tan soberbiamente vestidos y montados como sus hermanos. Y Maruf quedó satisfecho, y dijo al habitante del anillo: "Ahora deseo comer antes de partir. Levántame, por tanto, un pabellón de seda, y sírveme bandejas de manjares escogidos y de bebidas frescas". Y acto seguido se ejecutó la orden. Y Maruf entró en el pabellón y se sentó ante las bandejas en el preciso momento en que volvía del pueblo el buen felah. Y llegó el pobre llevando a la cabeza una escudilla de madera llena de lentejas con aceite, al brazo izquierdo pan negro y cebollas y al brazo derecho un saco de a celemín lleno de avena para el caballo. Y vio delante de la casa la prodigiosa caravana y el pabellón de seda en donde estaba sentado Maruf rodeado de esclavos diligentes que le servían, a la vez que otros esclavos se mantenían detrás de él, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Y se emocionó en extremo, y pensó: "¡Indudablemente, durante mi ausencia ha llegado aquí el sultán, haciéndose preceder por el primer mameluco que he visto! ¡Lástima que no se me haya ocurrido degollar a mis dos gallinas y guisárselas con manteca de vaca!" Y decidió hacerle, a pesar de todo, aunque ya era tarde, y fué a buscar sus dos gallinas para degollarlas y ofrecérselas al sultán, asadas en manteca de vaca...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 968ª NOCHE
Ella dijo:
. . . y fué a buscar sus dos gallinas para degollarlas y ofrecérselas al sultán, asadas en manteca de vaca.
Pero Maruf le vió y le llamó. Y dijo al propio tiempo a los esclavos que le servían: "¡Traédmele!" Y los esclavos corrieron tras el felah, y le transportaron al pabellón con su escudilla de lentejas, sus cebollas, su pan negro y su saco de a celemín. Y Maruf se levantó en honor suyo y le abrazó y le dijo: "¿Qué llevas ahí, ¡oh hermano mío de miseria!?" Y el pobre felah se asombró prodigiosamente de ser tratado tan afectuosamente por un hombre de aquella importancia, y de oírle hablar en aquel tono y llamarle su "hermano de miseria". Y se dijo: "Si éste es un pobre, ¿qué seré yo entonces?" Y le contestó: "Te traigo la comida de la hospitalidad, ¡oh mi señor! y la ración de tu caballo. ¡Pero te ruego excuses mi ignorancia! Porque si hubiese sabido que eras el sultán, no habría vacilado en sacrificar en tu honor las dos gallinas que poseo y en asártelas con manteca de vaca. Pero la miseria torna ciego al hombre y le quita toda perspicacia. Y Maruf, al oír estas palabras, recordando su antigua situación, cuando se hallaba en un estado de miseria análoga o aun peor que la de aquel pobre felah, se echó a llorar. Y las lágrimas le corrían copiosamente por los pelos de su barba, y caían en las bandejas. Y dijo al felah: "¡Oh hermano mío! tranquiliza tu corazón. No soy el sultán, sino solamente su yerno. A consecuencia de algunas diferencias que tuvimos, abandoné el palacio. Pero ahora me envía él todos estos esclavos y todos estos regalos para demostrarme que quiere reconciliarse conmigo. Voy, pues, a volver sobre mis pasos sin dilación. En cuanto a ti, hermano mío, que con tanta bondad has querido tratarme sin conocerme, sabe que no has sembrado en un terreno seco".
Y obligó al felah a sentarse a su diestra, y le dijo: "No obstante todos los manjares que ves en esta mesa, juro por Alah que no quiero comer más que tu plato de lentejas, y que no probaré otra cosa que ese pan y estas cebollas". Y ordenó a los esclavos que sirvieran al felah los manjares suntuosos y por su parte, no comió más que las lentejas de la escudilla, el pan negro y las cebollas. Y se dilató y se regocijó al ver el asombro del pobre felah ante tantos manjares cuyo perfume satisfacía al cerebro, y tantos colores que encantaban las miradas.
Y cuando acabaron de comer, dieron gracias al Retribuidor por sus beneficios; y Maruf se levantó, y cogiendo al felah por la mano, lo sacó fuera del pabellón, llevándole adonde estaba la caravana. Y le obligó a escoger un par de camellos y un par de mulas de cada clase de mercancía y de fardo. Luego le dijo: "Esto es propiedad tuya ¡oh hermano mío! Y además, te dejo este pabellón con todo lo que contiene". Y sin querer escuchar sus negativas ni la expresión de su gratitud, se despidió de él, abrazándole una vez más, volvió a montar en su caballo, se puso a la cabeza de la caravana, y haciéndose preceder en la ciudad por un correo más rápido que el relámpago, encargado de anunciar al rey su llegada, se puso en camino.
Y he aquí que el correo de Maruf llegó a palacio en el preciso momento en que el visir decía al rey: "Disipa tu error ¡oh mi señor! y no des fe a las palabras de tu hija la princesa relativas a la marcha de su esposo. Pues ¡por vida de tu cabeza! el emir Maruf ha salido de aquí fugitivo, temiendo tu justo rencor, y no para apresurar la llegada de una caravana que no existe. ¡Por los sagrados días de tu vida, ese hombre no es más que un embustero, un trapacero y un impostor!" Y cuando el rey, persuadido a medias ya por aquellas palabras, abría la boca para dar la respuesta oportuna, entró el correo, y después de prosternarse, le anunció la llegada inminente de Maruf, diciendo: "¡Oh rey del tiempo! vengo a ti en calidad de nuncio. Y te traigo la buena nueva de que detrás de mí llega mi amo el emir poderoso y generoso, el héroe insigne, Maruf, tu yerno. Y va a la cabeza de una caravana que no ha podido venir tan de prisa como yo, a causa de los pesados esplendores de que está cargada". Y habiendo hablado así, el joven mameluco besó de nuevo la tierra entre las manos del rey, y se fué como había venido.
Entonces el rey, en el límite de la dicha, pero furioso contra su visir, se encaró con él y le dijo: "¡Alah ennegrezca tu rostro y lo vuelva tan tenebroso como tu espíritu! ¡Y ojalá maldiga tu barba ¡oh traidor! y te convenza de tu embuste y de tu doblez como por fin vas a convencerte de la grandeza y del poderío de mi yerno!" Y aterrado y prometiendo no hacer en adelante la menor observación, el visir se arrojó a los pies de su señor, sin fuerzas para responder ni una sola palabra. Y el rey le dejó en aquella posición, y salió a dar orden de adornar y empavesar la ciudad, y de prepararlo todo para salir con un cortejo al encuentro de su yerno.
Tras de lo cual fué al aposento de su hija y le anunció la dichosa nueva. Y al oír la princesa a su padre hablarle de la llegada de su esposo a la cabeza de una caravana que ella misma creía era una invención, llegó al límite de la perplejidad y del asombro. Y no supo qué pensar, qué decir ni qué responder; y se preguntó si una vez más su esposo se mofaba del sultán, o si habría querido, la noche en que le contó su historia, burlarse de ella o sencillamente ponerla a prueba para ver si en realidad sentía inclinación hacia él. Y de todos modos, prefirió guardar para sí sola sus dudas y sus extrañezas, esperando a ver qué ocurría.
Y se limitó a mostrar ante su padre un rostro transfigurado por el contento. Y el rey abandonó las habitaciones de la joven, y se puso a la cabeza del cortejo que salió al encuentro de Maruf.
Pero el que de todos se asombró más y quedó más absorto fué incontestablemente el excelente mercader Alí, el camarada de infancia de Maruf, que mejor que nadie sabía a qué atenerse a las riquezas de Maruf. Así es que, cuando vió el empavesado de la ciudad, los preparativos de fiesta, y el cortejo real que salía de la ciudad, interrogó a los transeúntes, preguntándoles el motivo de todo aquel movimiento. Y le contestaron: "¡Cómo! ¿no lo sabes? ¡Pues que viene el yerno del rey, el emir Maruf, a la cabeza de una caravana espléndida!" Y el amigo de Maruf golpeó las manos una contra otra, y se dijo: "¿Qué nueva trapacería del zapatero será ésta? ¡Por Alah! ¿desde cuándo el trabajo de remendar calzado ha podido hacer a mi amigo Maruf poseedor y conductor de caravanas? ¡Pero Alah es el Todopoderoso . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 969ª NOCHE
Ella dijo:
Y el amigo de Maruf se golpeó las manos una contra otra, y se dijo: "¿Qué nueva trapacería del zapatero será ésta? ¡Por Alah! ¿desde cuándo el trabajo de remendar calzado ha podido hacer a mi amigo Maruf poseedor y conductor de caravanas? ¡Pero Alah es Todopoderoso! ¡Y ojalá vele por su honor y le preserve de la vergüenza pública!" Y se quedó allí, esperando, como los demás, la llegada de la caravana. Y en seguida hizo su entrada el cortejo en la ciudad. Y Maruf cabalgaba a la cabeza, más brillante mil veces que el rey, y magnífico y triunfante hasta hacer estallar de envidia la bolsa de la hiel de los cochinos. Y le seguía la inmensa caravana escoltada por los hermosos mamalik vestidos con telas maravillosas. Y tan hermoso y tan prodigioso era todo aquello, que nadie se acordaba de haber visto u oído contar nada semejante. Y también el mercader Alí vió a Maruf en aquella situación extraordinaria, y se dijo: "Está bien. Habrá combinado algo con su esposa, la princesa, para burlarse del rey".
Y se acercó a Maruf, y logró reunirse con él, a pesar de todo el aparato que le rodeaba, y le dijo, pero de manera que nadie más que él le oyese: "Bienvenido seas, ¡oh jeique de los pícaros afortunados y el más diestro de los trapaceros! ¿Qué es esto? Pero, por Alah, mereces todos los favores y todo el fausto que tienes, ¡oh amigo mío! ¡Ve contento y dilátate! ¡Y Alah aumente tus jugarretas y picardías!" Y Maruf se echó a reír de las palabras de su amigo, y se citó con él para el día siguiente.
Y a continuación Maruf llegó a palacio con el rey, y fué a sentarse en un trono erigido en el salón de audiencias. Y ordenó que empezaran a transportar al tesoro del rey las cajas llenas de oro, de joyas, de perlas y de pedrerías, llenando con ello los sacos de los armarios, y que le llevaran en seguida todo lo demás, así como los fardos que contenían las estofas preciosas y las sedas. Y se ejecutaron puntualmente sus órdenes. Y mandó abrir en su presencia las cajas y los fardos, uno tras otro, y se puso a distribuir a manos llenas, entre los grandes de palacio y sus esposas, las telas maravillosas, las perlas y las pedrerías, y a hacer muchas dádivas a los miembros del diwán, a los mercaderes que conocía, a los pobres y a los pequeños. Y sin reparar en las objeciones del rey, que veía desaparecer como agua en criba aquellas cosas preciosas, no se levantó Maruf hasta que hubo repartido toda la carga de la caravana. Porque lo menos que daba era un puñado o dos de oro, de esmeraldas, de perlas o rubíes. Y los tiraba a manos llenas, mientras el rey sufría horriblemente y hacía muecas de dolor, gritando a cada dádiva: "¡Basta, ¡oh hijo mío! No nos va a quedar nada". Pero a cada vez contestaba Maruf, sonriendo: "¡Por tu vida! no temas. ¡Lo que tengo es inagotable!"
Entretanto, el visir fué a anunciar al rey que los armarios del tesoro estaban llenos ya hasta arriba, y que no se podía meter más allí. Y el rey le dijo: "Está bien ¡Abre otra sala, y llénala como la anterior!" Y le dijo Maruf, sin mirarle: "¡Bien puedes hacerlo!" Y añadió: "Y también hay que llenar otra sala y otra. Y si no se opusiera el rey, asimismo podría llenar yo todas las salas de palacio con esas cosas, que no tienen ningún valor para mí". Y el rey ya no sabía si todo aquello ocurría en sueños o en estado de vigilia. Y se hallaba en el límite extremo del asombro. Y salió el visir para llenar todavía una o dos salas más con los tesoros entregados por Maruf.
En cuanto Maruf, no bien terminaron estos preliminares, demostrando así que realizaba con creces todo lo que había anunciado, se apresuró a levantar la sesión de la distribución, y a presentarse a su joven esposa. Y en seguida que le vió la princesa, fué a él, con los ojos llenos de alegría, y le besó la mano, y le dijo: "Sin duda, ¡oh hijo del tío! has querido divertirte a costa mía y reírte de mí, o quizá poner a prueba mi afecto, contándome la historia de tu antigua pobreza y de tus desdichas con tu calamitosa esposa Fattumah la Boñiga caliente. Pero doy gracias a Alah el Altísimo por haberme impedido conducirme contigo ¡oh mi señor! de otro modo que como lo he hecho". Y Maruf la abrazó, la dió la respuesta oportuna, y le entregó un traje
magnífico y un collar formado por diez sartas de cuarenta perlas huérfanas, gordas como huevos de paloma, y pulseras para las muñecas y para los tobillos, labradas por magos. Y al ver todos aquellos objetos tan hermosos, la princesa quedó muy complacida, y exclamó: "¡En verdad que reservaré solamente para los días de fiesta este hermoso traje y estos atavíos!" Y Maruf sonrió y le dijo: "¡Oh querida mía, no te preocupes de eso! Cada día te daré nuevos trajes y nuevos atavíos hasta que desborden tus armarios y tus cofres estén llenos hasta los bordes". Y a continuación se pusieron a hacer hasta por la mañana su cosa acostumbrada.
Pero aún no había salido él del mosquitero, cuando oyó la voz del rey, que quería entrar. Y se apresuró a abrirle, y le vió trastornado y con el rostro amarillo y en actitud aterrada. Y le hizo entrar con precaución y sentarse en el diván; y la princesa levantóse, muy emocionada por aquella visita inesperada y por el aspecto de su padre, y se apresuró a rociarle con agua de rosas para calmarle y hacerle recobrar la palabra. Y cuando por fin pudo expresarse el rey, dijo a Maruf: "¡Oh hijo mío! ¡soy portador de malas noticias! pero es preciso que te las diga para que estés advertido de la desgracia que sobreviene. ¡Ah! ¿debo hacerlo o no debo hacerlo?"
Y Maruf contestó: "¡Claro que debes hacerlo!" Y dijo el rey: "Pues bien; has de saber ¡oh hijo mío! que hace un momento mis servidores y mis guardias han venido a anunciarme, en el límite de la perplejidad, que tus dos mil mamalik, caravaneros, camellos y mulas han desaparecido esta noche, sin que nadie sepa por qué camino se han marchado, ni se haya descubierto la menor huella de su marcha. El pájaro que echa a volar desde una rama deja más rastro que el que ha dejado en nuestros caminos toda esa caravana. Y como esta pérdida es para ti una pérdida irreparable, estoy tan consternado, que aún me dura el aturdimiento".
Y al oír estas palabras del rey, Maruf se echó a reír de improviso, y contestó: "¡Oh tío! calma tu espíritu. Porque la pérdida o desaparición de mis caravaneros y de mis animales no es para mí más importante que la pérdida de una gota de agua para el mar. Pues hoy, como mañana y como pasado mañana y como los demás días, con sólo desearlo podré tener más caravaneros y acémilas con su carga que los que puede contener toda la ciudad de Khaitán. Puedes, pues, tranquilizar tu alma, y dejar que nos levantemos ahora para ir al hammam por la mañana".
Y más asombrado que nunca, salió el rey del aposento de Maruf, y fué a llamar a su visir, y le contó lo que acaba de pasar, y le dijo: "¡Está bien! ¿qué opinas ahora del poderío incomprensible de mi yerno?" Y el visir, que no olvidaba las humillaciones sufirdas desde que Maruf se apareció en su camino, se dijo: "¡Ha llegado la ocasión de vengarme de ese maldito!" Y dijo al rey con aire sumiso: "¡Oh rey del tiempo! mi opinión no puede darte luz alguna. Pero, ya que me la pides, te diré que el único medio de que dispones para saber a qué atenerte respecto al poder misterioso de tu yerno el emir Maruf, es ponerte a beber con él y emborracharle. Y cuando el fermento haya hecho bailar su razón, le interrogarás con prudencia acerca de su situación; e indudablemente te contestará, sin ocultarte nada de la verdad". Y dijo el rey: "Es una idea excelente, ¡oh visir! y voy a ponerla en ejecución esta misma noche".
Y el caso es que, cuando llegó la noche, se reunió con su yerno Maruf y con su visir ante las bandejas de bebidas. Y circularon las copas. Y el gaznate de Maruf era un jarro sin fondo. Y su estado se tornó en un estado lamentable. Y su lengua empezó a dar vueltas como las aspas de un molino. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 970* NOCHE
Ella dijo:
. .. Y el gaznate de Maruf era un jarro sin fondo. Y su estado se tornó en un estado lamentable. Y su lengua empezó a dar vueltas como las aspas de un molino. Y cuando ya no pudo distinguir su mano derecha de su mano izquierda, le dijo el rey, padre de su esposa: "La verdad es ¡oh yerno nuestro! que nunca me has contado las aventuras de tu vida, que debe ser una vida maravillosa y extraordinaria. Y me complacería mucho oírte narrar esta noche tus peripecias asombrosas".
Y Maruf, que ya no tenía pies ni cabeza y hablaba a tontas y a locas, se dejó llevar de su embriaguez, como todos los borrachos a quienes gusta que se les alabe, y contó al rey y al visir toda su historia, desde el principio hasta el fin, a partir del momento en que se casó, cuando era un pobre remendón de calzado, con la calamitosa de El Cairo, hasta el día en que encontró el tesoro y el anillo mágico en el campo del pobre felah. Pero no hay utilidad de repetirlo.
Y al relato de aquella historia, el rey y el visir, que estaban lejos de haberla imaginado tan sorprendente, se miraron mordiéndose las manos. Y el visir dijo a Maruf: "¡Oh mi señor! enséñanos un poco ese anillo que posee virtudes tan maravillosas". Y Maruf, como un loco privado de razón, se sacó del dedo el anillo y se lo entregó al visir, diciendo: "¡Hele aquí! En su cornalina encierra a mi amigo el Padre de la Dicha". Y el visir, con los ojos llameantes, tomó el anillo y frotó el sello, como lo había explicado Maruf.
Y al punto salió la voz de la cornalina, diciendo: "¡Heme aquí! ¡heme aquí! ¡manda y obedeceré! ¿Quieres arruinar una ciudad, fundar una capital o matar a un rey?" Y el visir contestó: "¡Oh servidor del anillo! te ordeno que te apoderes de este rey proxeneta y de su yerno Maruf, el alcahuete, y los arrojes en cualquier desierto sin agua para que allí se mueran de sed y privaciones". Y al instante, el rey y Maruf fueron alzados como una paja y transportados a un desierto salvaje de lo más terrible, que era el desierto de la sed y del hambre, habitado por la muerte roja y la desolación. Y esto es lo referente a ellos.
En cuanto al visir, se apresuró a convocar al diwán, y manifestó a los dignatarios, a los emires y a los notables que la dicha de los súbditos y la tranquilidad del Estado habían exigido que el rey y su yerno Maruf, impostor de la peor calidad, fueran desterrados muy lejos, y que se le nombrara a él mismo soberano del Imperio. Y añadió: "Además, si vaciláis un instante en aceptar el nuevo orden de cosas y en reconocerme por vuestro legítimo soberano, al instante, en virtud de mi reciente poderío, os enviaré a reuniros con vuestro antiguo amo y con el alcahuete de su yerno en el rincón más salvaje del desierto de la sed y de la muerte roja".
Y así, hizo que le prestaran juramento, a despecho de su nariz, todos los presentes, y nombró a los que nombró y destituyó a los que destituyó. Tras de lo cual envió a decir a la princesa: "Prepárate a recibirme, porque tengo muchas ganas de gozarte". Y la princesa, que, como todos los demás, se había enterado de los nuevos acontecimientos, le contestó por mediación del eunuco: "Sin duda te recibiré gustosa; pero por el momento estoy con el mal mensual que es natural en las mujeres y en las muchachas. Sin embargo, en cuanto me halle limpia de toda impureza, te recibiré". Pero el visir mandó a decirle: "No quiero la menor tardanza, y no reconozco males mensuales ni males anuales. Y deseo tenerte en seguida".
Entonces le contestó ella: "¡Está bien! ven a buscarme al momento".
Y se vistió lo más magníficamente posible, y se adornó y se perfumó. Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, penetró en su aposento el visir de su padre, ella lo recibió con semblante contento y alegre, y le dijo: "¡Qué honor para mí! ¡Y qué noche tan dichosa va a ser ésta!" Y le miró con ojos que acabaron de arrebatar el corazón a aquel traidor. Y como él le apremiase para que se desnudara, comenzó ella a hacerlo con muchos miramientos, arrumacos y atrasos. Y lanzando de pronto un grito de terror, se echó atrás, velándose el rostro. Y el asombrado visir le preguntó: "¿Qué te ocurre, ¡oh mi señora!? ¿Y a qué vienen ese grito de terror y ese rostro velado de improviso?" Y le contestó ella, envolviéndose cada vez más en sus velos: "¡Cómo! ¿no lo ves?" Y contestó él: "¡No, por Alah! ¿Qué ocurre? ¡No veo nada!" Ella dijo: "¡Qué vergüenza para mí! ¡qué deshonor! ¿Por qué quieres exponerme desnuda a las miradas de ese hombre extraño que te acompaña?"
Y el visir, mirando a derecha y a izquierda, le contestó: "¿Qué hombre me acompaña? ¿Y dónde está?"
Ella dijo: "¡Ahí, en la cornalina del sello del anillo que llevas al dedo!" Y el visir contestó: "¡Por Alah! es verdad. No había pensado en semejante cosa. Pero, ¡ya setti! no se trata de un hijo de Adán, de un ser humano. ¡Es un efrit, servidor del anillo!" Y la princesa exclamó, llena de espanto, hundiendo la cabeza en las almohadas: "¡Un efrit! ¡qué calamidad la mía! ¡Me dan un miedo intenso los efrits! ¡Ah! ¡por favor, aléjate! ¡Tengo miedo y vergüenza de él"! Y para tranquilizarla y conseguir al fin lo que deseaba de ella, el visir se quitó el anillo del dedo y lo escondió debajo del almohadón del lecho. Luego acercóse a ella, en el límite del transporte.
Y la princesa le dejó acercarse, y de repente le dió en el bajo vientre un violento puntapié que le tiró de trasero en el suelo, dando con la cabeza antes que con los pies. Y sin perder un instante, se apoderó del anillo, frotó el sello, y dijo al efrit de la cornalina: "Apodérate en seguida de este cochino, y arrójale al calabozo subterráneo de palacio. Luego irás sin tardanza a sacar a mi padre y a mi esposo del desierto adonde los has transportado, y me los traerás aquí sanos y salvos, sin magullamientos y en buen estado . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aperecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 971* NOCHE
Ella dijo:
"... Luego irás sin tardanza a sacar a mi padre y a mi esposo del desierto adonde los has transportado, y me los traerás aquí sanos y salvos, sin magullamientos y en buen estado".
Y al punto fué cogido el visir como se coge un trapo, y arrojado al calabozo del palacio. Y al cabo de un corto transcurso de tiempo, el rey y Maruf estaban en la habitación de la princesa, el rey muy asustado y Maruf repuesto apenas de su borrachera. Y los recibió ella con un júbilo indecible, y empezó por darles de comer y de beber, ya que la rápida carrera les había dado hambre y sed. Y mientras comían, les contó lo que acababa de pasar y cómo había encerrado al traidor. Y el rey exclamó: "¡Vamos a empalarle sin tardanza y a quemarle!" Y dijo Maruf : "No hay inconveniente". Luego se encaró con su esposa y le dijo: "Pero ¡oh querida mía! devuélveme mi anillo antes". Y la princesa contestó: "¡Ah eso sí que no! Ya que no has sabido conservarlo, yo seré quien lo guarde en lo sucesivo, pues temo que lo pierdas de nuevo".
Y dijo él: "¡Está bien! Es justo".
Entonces hicieron preparar el palo en el meidán, frente a la puerta de palacio, y ante la multitud congregada se instaló allí al visir. Y mientras funcionaba el instrumento, se encendió una gran hoguera al pie del poste. Y de aquella manera, murió el traidor ensartado y asado.
Y esto es lo referente a él.
Y el rey compartió con Maruf el poder soberano, y le designó su único sucesor en el trono. Y en lo sucesivo continuó el anillo en e! dedo de la princesa, quien, más prudente y más avisada que su esposo, tenía con él muchísimo cuidado. Y en su compañía, Maruf llegó al límite de la dilatación y del desahogo.
Y he aquí que una noche, al acabar él su cosa acostumbrada con la princesa y volver a su aposento para dormir, de repente salió una vieja de debajo del lecho y se abalanzó a él, con la mano alzada y amenazadora. Y apenas la miró Maruf, en su terrible mandíbula y en sus dientes largos y en su fealdad negra reconoció a su calamitosa esposa Fattumah la Boñiga caliente. Y aún no había acabado de hacer tan espantosa observación, cuando recibió, una tras otra, dos bofetadas resonantes que le rompieron otros dos dientes. Y le gritó: "¿Dónde estabas, ¡oh maldito!? ¿Y cómo te has atrevido a abandonar nuestra casa de El Cairo sin avisarme y sin despedirte de mí? ¡Ah! ¡ya te tengo, hijo de perro!" Y Maruf, en el límite del espanto, echó a correr de pronto en dirección al aposento de la princesa, con la corona en la cabeza y arrastrando las vestiduras reales, en tanto que gritaba: "¡Socorro! ¡A mí, efrit de la cornalina!" Y penetró como un loco en el cuarto de la princesa, y cayó a sus pies, desmayado de emoción.
Y en seguida hizo irrupción, en la estancia donde la princesa prodigaba sus cuidados a Maruf rociándole con agua de rosas, la espantosa diablesa, llevando en la mano una maza que había traído consigo al país de Egipto. Y gritaba: "¿Dónde está ese granuja, ese hijo adulterino!" Y al ver aquel rostro de brea, la princesa aprovechó el tiempo para frotar su cornalina y dar una orden rápida al efrit Padre de la Dicha. Y al instante, como si la hubieran sujetado cuarenta brazos, la terrible Fattumah quedó fija en su sitio con la actitud de amenaza que tenía al entrar.
Y cuando recobró el sentido, Maruf vió a su antigua esposa inmóvil en aquella actitud. Y lanzando un grito de horror, volvió a caer desmayado. Y la princesa, a quien Alah había dotado de sagacidad, comprendió entonces que la que estaba ante ella en aquella actitud de amenaza imponente, no era otra que la espantosa diablesa Fattumah, de El Cairo primera esposa de Maruf en la época en que él era zapatero. Y sin querer exponer a Maruf a las probables fechorías de aquella calamitosa, frotó el anillo y dió una nueva orden al efrit de la cornalina. Y al punto fué arrastrada y conducida al jardín la diablesa. Y quedó sujeta, con una enorme cadena de hierro, a un algarrobo enorme, como se sujeta a los osos sin domesticar. Y allí se la dejó para que cambiase de carácter o muriese. Y esto es lo referente a ella.
En cuanto a Maruf y a su esposa la princesa, desde entonces vivieron entre delicias perfectas, durante años y años, hasta la llegada de la Separadora de enemigos, la Destructora de la dicha, la Constructora de tumbas, la Muerte inevitable. Gloria al Unico viviente, cuya existencia está más allá de la vida y de la muerte, en el dominio de la eternidad.
Luego Schehrazada, sin sentir invadirla aquella noche la fatiga, y al ver que el rey Schahriar estaba dispuesto a escucharla, comenzó la historia siguiente, que es la del joven rico que miró por Los TRAGALUCES DEL SABER Y DE LA HISTORIA.
LOS TRAGALUCES DEL SABER Y DE LA HISTORIA
Ella dijo:
Cuentan que en la ciudad de El-Iskandaria había un joven que, a la muerte de su padre, entró en posesión de riquezas inmensas y de grandes bienes, tanto en tierras de regadío como en inmuebles sólidamente construidos. Y aquel joven, nacido bajo la bendición, estaba dotado de un espíritu inclinado a la vía de la rectitud. Y como no ignoraba los preceptos del Libro Santo, que prescriben la limosna y recomienda la generosidad, vacilaba en la elección del medio mejor de hacer el bien. Y en su perplejidad, se decidió a ir a consultar sobre el particular a un venerable jeique, amigo de su difunto padre. Y le puso al corriente de sus escrúpulos y vacilaciones, y le pidió consejo. Y el jeique reflexionó durante una hora de tiempo. Luego, alzando la cabeza, le dijo: "¡Oh hijo de Abderrahmán ! (¡ Alah colme al difunto con Sus gracias!) Sabe que distribuir a manos llenas el oro y la plata a los necesitados es, sin duda alguna, una acción de las más meritorias a los ojos del Altísimo. Pero tal acción ¡oh hijo mío! está al alcance de cualquier rico. Y no se necesita tener una virtud muy grande para dar las sobras de lo que se posee. Pero hay una generosidad perfumada de otro modo y agradable al Dueño de las criaturas, y es ¡oh hijo mío! la generosidad del espíritu. Porque el que puede sembrar los beneficios del espíritu en los seres desprovistos de saber, es el más benemérito. Y para sembrar beneficios de este género, hay que tener un espíritu altamente cultivado. Y para tener un espíritu así, sólo un medio está en nuestras manos: la lectura de lo escrito por las gentes muy cultas y la meditación acerca de estos escritos. Por tanto, ¡oh hijo de mi amigo Abderrahmán! cultiva tu espíritu y sé generoso en lo que al espíritu respecta. Y éste es mi consejo, ¡uassalam!"
Y el joven rico había querido pedir al jeique explicaciones complementarias. Pero el jeique ya no tenía nada que decir. Así es que el joven se retiró con aquel consejo, firmemente resuelto a ponerlo en práctica, y dejándose llevar de su inspiración tomó el camino del zoco de los libreros. Y congregó a todos los mercaderes de libros, algunos de los cuales tenían libros procedentes del palacio de los libros que los rums cristianos habían quemado cuando entró Amrú ben El-Ass en El-Iskandaria. Y les mandó que transportaran a su casa cuantos libros de valor poseyeran. Y los retribuyó con más esplendidez de lo que ellos mismos pretendían, sin regateos ni vacilaciones. Pero no se limitó a estas compras. Envió emisarios a El Cairo, a Damasco, a Bagdad, a Persia, al Maghreb, a la India, e incluso a los países de los rums, para que compraran los libros más reputados en estas diversas comarcas, con encargo de no escatimar el precio de compra. Y al cabo de cierto tiempo, volvieron unos tras de otros los emisarios, con fardos cargados de manuscritos preciosos. Y el joven hizo ponerlo todo por orden en los armarios de una magnífica cúpula que había mandado construir con esta intención, y que, en el frontis de su entrada principal, tenía escritas en grandes letras de oro y azul estas sencillas palabras: "Cúpula del Libro".
Y hecho lo cual, el joven puso manos a la obra. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 972* NOCHE
Ella dijo:
... Y hecho lo cual, el joven puso manos a la obra. Y se consagró a leer con método, lentitud y meditación los libros de su maravillosa cúpula. Y como había nacido bajo la bendición, y sus pasos estaban marcados por el éxito y la felicidad, retenía en su feliz memoria todo lo que leía y anotaba. Así es que, en poco tiempo, llegó al límite extremo de la instrucción y del saber, y su espíritu se enriqueció con dones más abundantes que cuantos bienes le tocaron en herencia. Y entonces pensó con cordura en hacer que los que le rodeaban se aprovechasen de los dones de que él era poseedor. Y con tal objeto, dió en la cúpula del libro un gran festín, al cual convidó a todos sus amigos, familiares, parientes próximos y lejanos, esclavos, palafreneros inclusive, y hasta a los pobres y mendigos habituales de su umbral. Y cuando comieron y bebieron y dieron gracias al Retribuidor, irguióse el joven rico en medio del círculo atento de sus invitados, y les dijo: "¡Oh huéspedes míos! ¡esta noche, en lugar de cantores y de músicos, presida la inteligencia nuestra asamblea! Porque ha dicho el sabio: "Habla y saca de tu espíritu lo que sepas, para que se alimente de ello el oído de quien te escuche. Y quienquiera que obtenga ciencia, obtiene un bien inmenso. Y el Retribuidor otorga la sabiduría a quien quiere, y el ingenio se creó por orden suya; pero, entre los hijos de los hombres, sólo un pequeño número está en posesión de los dones espirituales". Por eso ha dicho Alah el Altísimo, por boca de su Profeta bendito (¡con él la plegaria y la paz!) ; "¡Oh creyentes! haced limosnas con las cosas mejores que hayáis adquirido, porque no alcanzaréis la perfección hasta que hagáis limosnas con lo que más queráis. Pero no las hagáis por ostentación, pues entonces os pareceríais a esas colinas rocosas cubiertas apenas por un poco de tierra: si cae un diluvio sobre esas colinas no dejará más que una roca pelada. Hombres así no sacarán ningún provecho de sus obras. Pero los que se muestran generosos, por su firmeza de alma se parecen a un jardín plantado en un ribazo que regaran las lluvias abundantes del cielo y cuyos frutos tuvieran doble tamaño del corriente. Si no cayera en él la lluvia, caería el rocío. Y entrarán en los jardines del Edén".
"Por eso ¡oh huéspedes míos! os he congregado esta noche. Porque, no queriendo, como el avaro, guardar para mí solo los frutos de la ciencia, deseo que los probéis conmigo, para marchar juntos por el camino de la inteligencia".
Y añadió:
"Paseemos, pues, nuestras miradas por los tragaluces del Saber y de la Historia, y desde allí asistamos al desfile del cortejo maravilloso de las figuras antiguas, a fin de que, a su paso, se esclarezca nuestro espíritu, y se encamine, iluminado, hacia la perfección. ¡Amín!"
Y todos los invitados del joven rico se llevaron las manos al rostro, contestando: "¡Àmín!"
Entonces sentóse él en medio de su auditorio silencioso, y dijo: "¡Oh amigos míos! no sé comenzar mejor la distribución de las cosas admirables que haciendo beneficiarse de ellas a vuestro entendimiento con el relato de algunos rasgos de la vida de nuestros padres árabes de la gentilidad, los verdaderos árabes de las arenas, cuyos maravillosos poetas no sabían leer ni escribir, en quienes la inspiración era un don vehemente, y que sin tinta ni cálamo ni censores formaron esta nuestra lengua árabe, la lengua por excelencia, aquella de que se ha servido el Altísimo, con preferencia a todas las demás, para dictar Sus palabras a Su Enviado (¡con él la plegaria, la paz y las más escogidas bendiciones!) Amín !"
Y habiendo respondido de nuevo los invitados: "¡Amín!", dijo: "He aquí, pues, una historia entre mil de aquellos tiempos heroicos de la gentilidad:
EL POETA DOREID, SU CARACTER GENEROSO Y SU AMOR POR LA CELEBRE POETISA TUMADIR DE KHANSA
"Cuentan que un día el poeta Doreid, hijo de Simmah, jeique de tribu de los Bani-Jucham, que vivía en la época de la gentilidad y era tan valeroso jinete como reconocido poeta, y dueño de numerosas tiendas y de buenos pastos, partió en razzia contra la tribu rival de los Bani-Firás, cuyo jeique era Rabiah, el guerrero más intrépido del desierto.
Y Doreid iba a la cabeza de una tropa de jinetes escogidos entre los mejores de la tribu. Y al desembocar en un valle del territorio enemigo de los Bani-Firás, divisó a lo lejos, en el extremo opuesto del valle, un hombre a pie que conducía una mujer montada en un camello. Y después de examinar un momento el convoy, Doreid se encaró con tino de sus jinetes y le dijo: "¡Lanza tu caballo, y dirígete a ese hombre!"
Y partió el jinete, y cuando llegó adonde pudiera hacerse oír, gritó al hombre: "¡Suelta la presa, déjame esa mujer y salva tu vida!" Y reiteró por tercera vez su intimación. Pero el hombre le dejó acercarse; luego, calmoso y plácido, sin apresurar el paso, entregó el ronzal del camello a la que él conducía, y con voz tranquila entonó este canto:
¡Oh señora, camina al paso feliz de una mujer cuyo corazón nunca a palpitado con temor, y cuya grupa prominente se ha redondeado en la seguridad!
¡Y sé testigo de la acogida que a ese jinete va a hacer el Firacida, que jamás conoció la vergüenza de volver la espalda al enemigo!
¡He aquí una muestra de mis golpes!
Acto seguido, arremetió contra el jinete de Doreid, le desmontó de una lanzada, y al punto le tendió muerto en el polvo. Después tomó el caballo sin dueño, y tras de ofrecérselo como homenaje a su dama, saltó a la silla al primer intento, y siguió caminando como antes, sin más prisa ni más emoción . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 973* NOCHE
Ella dijo:
. .. sin más prisa ni más emoción.
En cuanto a Doreid, como no viera reaparecer a su mensajero, envió a la descubierta a otro jinete. Y éste, al encontrar sin vida en el camino a su compañero, persiguió al viajero y le gritó desde lejos la intimación que le había dirigido el primer agresor. Pero el hombre hizo como si no oyera. Y el jinete de Doreid corrió tras él, lanza en ristre. Pero el hombre, sin conmoverse, entregó de nuevo a su dama el ronzal del camello, y arremetió de pronto contra el jinete, dirigiéndole estos versos:
¡He aquí que cae sobre ti la fatalidad de colmillos de hierro! ¡oh retoño de la infamia, que te pones en el camino de la mujer libre e inviolable!
¡Entre ella y tú está tu señor Rabiah, cuya ley, para un enemigo, es el hierro de su lanza, una lanza que le obedece a la perfección!
Y cayó el jinete, con el hígado traspasado, arañando la tierra con sus uñas. Y de un trago bebió la muerte. Y el vencedor prosiguió su camino sin apresurarse.
Y Doreid, lleno de impaciencia e inquieto por la suerte de sus dos jinetes, destacó a un tercer hombre con la misma consigna. Y el explorador llegó al sitio consabido y encontró a sus dos compañeros tendidos sin vida en el suelo. Y más allá divisó al extranjero, que caminaba con tranquilidad, conduciendo con una mano al camello de la dama y arrastrando perezosamente la lanza. Y le gritó: "Suelta la presa, ¡oh perro de las tribus!" Pero el hombre, sin volverse siquiera hacia su agresor, dijo a su dama: "Dirígete, amiga mía, a nuestras tiendas más pròximas". Luego hizo frente de pronto a su adversario, y le gritó estos versos:
¿No viste ¡oh cabeza sin ojos! cómo se debaten en su sangre tus hermanos? ¿Y no sientes pasar ya por tu rostro el soplo de la madre de los buitres?
¿Qué crees que vas a recibir del jinete de cara ceñuda, sino el regalo de una soberbia lanzada que te vista los riñones con un traje de sangre de un hermoso color negro de cuervo?
Y así diciendo, apuntó al jinete de Doreid, y de primera intención le derribó, con el pecho atravesado de parte a parte. Pero al propio tiempo se le rompió la lanza con la violencia del choque. Y Rabiah -porque era él mismo, aquel jinete de los desfiladeros y las torrenteras-, como sabía que ya estaba cerca de su tribu, no quiso bajarse a recoger el arma de su enemigo. Y continuó su camino, sin tener por toda arma más que el asta rota de su lanza.
Pero Doreid, entretanto, asombrado de no ver volver a ninguno de sus jinetes, salió él mismo a la descubierta. Y encontró en la arena los cuerpos sin vida de sus compañeros. Y de improviso vió aparecer, al rodear un montículo, al propio Rabiah, su enemigo, con aquella arma irrisoria. Y por su parte, Rabiah reconoció a Doreid, y ante tal adversario, se arrepintió en el alma de la imprudencia que había cometido al no apropiarse la lanza de su último agresor. Sin embargo, esperó a Doreid erguido en su silla y empuñando el asta rota de su lanza.
Y de una ojeada comprendió Doreid el estado de inferioridad de Rabiah, y la grandeza de su alma le incitó a dirigir estas palabras al héroe Firacida. "¡Oh padre de los jinetes de los Bani-Firás! a hombres como tú no se los mata, ciertamente. Sin embargo, mis gentes, que baten el país, querrán vengar en ti la muerte de sus hermanos, y como estás desarmado, solo y tan joven, toma mi lanza. En cuanto a mí, me vuelvo para quitar a mis compañeros la idea de perseguirte".
Y Doreid regresó a galope junto a sus gentes, y les dijo: "El jinete ha sabido defender a su dama. Porque ha matado a nuestros tres hombres y, además, me ha enganchado la lanza. ¡En verdad que es un rudo campeón a quien no hay ni que soñar en atacar!"
Y volvieron bridas y regresaron todos, sin razzia, a su tribu.
Y pasaron los años. Y Rabiah murió, como mueren los caballeros irreprochables, en un encuentro sangriento con los de la tribu de Doreid. Y para vengarle, una tropa de Firacidas partió en nueva razzia contra los Bani-Jucham. Y cayeron inopinadamente de noche sobre el campamento, y mataron a los que mataron, e hicieron muchos cautivos, y se llevaron un botín considerable en mujeres y en bienes. Y en el número de los cautivos estaba el propio Doreid, jeique de los Juchamidas.
Y cuando llegaron a la tribu de los vencedores, Doreid, que había tenido buen cuidado de ocultar su nombre y su calidad, fué puesto, con todos los demás cautivos, bajo una guardia severa. Pero, impresionadas por su buena cara, las mujeres Firacidas pasaban y repasaban triunfadoras por delante de él, con un aire coquetón. Y de repente exclamó una de ellas: "¡Por la muerte negra! ¡vaya un acierto que habéis tenido, hijos de Firás! ¿Sabéis quién es éste?" Y acudieron los demás, y le miraron y contestaron: "¡Este es uno de los que han aclarado nuestras filas!" Y dijo la mujer: "¡Ya lo creo! ¡como que es un bravo! Precisamente él es quien regaló su lanza a Rabiah el día que se le encontró en el valle". Y arrojó su túnica, en señal de salvaguardia, sobre el prisionero, añadiendo: "Hijos de Firás, tomo a este cautivo bajo mi protección". Y se aglomeró mayor número de gente, y preguntaron su nombre al cautivo, que contestó: "Soy Doreid ben Simmah. Pero ¿quién eres tú, ¡oh señora!?"
Ella contestó: "Soy Raita, hija de Gizl El-Tián, aquella cuyo camello conducía Rabiah. Y Rabiah era mi marido".
Luego se presentó en todas las tiendas de la tribu, y se dirigió a los guerreros con este lenguaje: 'Hijos de Firás, recordad la generosidad del hijo de Simmah cuando dió a Rabiah su lanza de mango largo y hermoso. Hágase bien por bien, y recoja cada cual el fruto de sus obras. Que la boca de los hombres no se llene de desprecio al contar vuestra conducta para con Doreid. Romped sus ligaduras, y pagando la indemnización, sacadle de las manos de quien le ha hecho cautivo. De no obrar así opondréis ante vosotros un acto oprobioso, que hasta el día de vuestra muerte os hará apenaros indefinidamente y arrepentiros".
Y al oírla, los Firacidas recaudaron entre sí para indemnizar a Muharrik, el jinete que había hecho cautivo a Doreid. Y Raita dió a Doreid, cuando le pusieron en libertad, las armas de su difunto esposo. Y Doreid se volvió a su tribu, y nunca más hizo la guerra a los Bani-Firás.
Y transcurrieron más años todavía. Y Doreid, viejo ya, pero siempre dotado de un alma hermosa de poeta, acertó a pasar un día a poca distancia del campamento de la tribu de los Bani-Solaim. Y en aquel tiempo vivía en aquella tribu la Solamida Tumadir, hija de Amr, conocida en toda Arabia por el sobrenombre de El-Khansa, y admirada por su maravilloso talento poético.
Y en el momento en que Doreid pasaba por junto a su tribu, la bella Solamida estaba ocupada en embrear una piel de camella de su padre. Y como el sitio estaba retirado, el calor era mucho y no pasaba radie por allí, Tumadir se había quitado la ropa, y trabajaba casi enteramente desnuda. Y Doreid, escondido, la observaba y la examinaba sin que ella lo sospechase. Y maravillado de su belleza, improvisó los versos siguientes:
¡Id ¡oh amigos míos! a saludar a la bella Solamida Tumadir, y saludad de nuevo a mi linda gacela de noble origen!
¡Jamás, en nuestras tribus, vióse de frente o de espaldas tan arrebatadora curtidora de pieles!
¡Rostro arrebatador, del más admirable modelado, hermoso como el frente de nuestras estatuas de oro; rostro al que adorna la riqueza de una cabellera semejante a la cola brillante de los sementales de alta nobleza!
¡Opulenta, rica cabellera! ¡Abandonada a sí misma negligentemente, flota en largas cadenas espejeantes; peinada y arreglada, se dirían hermosos racimos lustrados por una lluvia fina!
¡Dos cejas de dulce curvatura, dos líneas impecables trazadas por el cálamo de un sabio, soberbias coronas encima de dos ojos grandes de antílope!
¡Mejillas dulcemente modeladas a las que aviva una ligera púrpura, aurora aparecida en un campo de tenue blanco perla!
¡Una boca a la que hace florecer la gracia, fuente de suavidad, sobre dientes de estrías imperceptibles, perlas puras, pélalos de jazmín humedecidos de miel perfumada.
¡Un cuello blanco cual la plata en la mina, ondulante, erguido sobre un pecho comparable a los pechos magníficos de nuestras estatuas de marfil!
¡Dos brazos llenos de carne firme, deliciosos de robustez; dos antebrazos en los que no se adivina el hueso, en los que no se tocan venas; falanges y dedos que ruborizarían de envidia a los dátiles en las ramas!
¡Un vientre lujuriante, de pliegues delicados y juntos, como el papel plegado en dobleces menudos, y dispuestos en torno del ombligo, cajita de marfil donde se guardan los perfumes!
¡La espalda! ¡qué gracioso surco el de esta espalda que termina en un talle tan esbelto, ¡oh, sí! tan frágil, que ha sido preciso todo el poder de la divinidad para mantener sujeta a él esa grupa tan considerable!
¡Hela aquí! ¡magnífica muchacha a quien, cuando se levanta, la obligan a
sentarse sus pesadas caderas, y cuando se sienta, su grupa opulenta rebota y la obliga a ponerse de pie! ¡Oh! ¡qué dos montículos tan encantadores y arenosos!
¡Y todo esto lo soportan dos columnas de gloria muy erguidas, bien torneadas, tallos de perlas sobre dos tallos de papiro finamente aterciopelados por un vello moreno, y todo pesa sobre dos piececitos maravillosos, afilados y finos cual dos lindas puntas de lanza!
¡Oh! ¡gloria a la divinidad! ¿Cómo dos bases tan delicadas tienen fuerza para soportar todo el conjunto de arriba?
¡Id ¡oh amigos míos! a saludar a la bella Solamida Tumadir, y saludad de nuevo a mi linda gacela de noble origen!
Y al día siguiente, el noble Doreid, acompañado de los notables de su tribu, fué, con gran aparato, en busca del padre de Tumadir, y le rogó que se la diera en matrimonio. Y el viejo Amr, sin hacer esperar su respuesta, dijo al jinete poeta: "Mi querido Doreid, no se rechazan las proposiciones de hombre tan generoso como tú; no se rehusan los deseos de jefe tan honrado como tú; no se da en el hocico a un semental como tú. Pero debo decirte que mi hija Tumadir tiene en la cabeza ciertas ideas, ciertas maneras de ver...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 974* NOCHE
Ella dijo:
" .. . no se da en el hocico a un semental como tú. Pero debo decirte que mi hija Tumadir tiene en la cabeza ciertas ideas, ciertas maneras de ver... Y se trata de ideas y maneras de ver que por lo general no tienen las demás mujeres. Y yo siempre la dejo en libertad de obrar como le plazca, porque mi Khansa no es como las demás mujeres. Voy, pues, a hablarle de ti lo más elogiosamente que pueda, te lo prometo; pero no respondo de su consentimiento que dejo a su albedrío".
Y Doreid le dió las gracias por lo que se prestaba a hacer; y Amr entró al cuarto de su hija, y le dijo: "Khansa: un valeroso jinete, un noble personaje, jefe de los Bani-Jucham, hombre venerado por su gran edad y su heroísmo, Doreid, en fin, el noble Doreid, hijo de Simmah, de quien conoces odas guerreras y hermosos versos, viene a mi tienda para pedirte en matrimonio. Se trata, hija mía, de una alianza que nos honra. Aparte esto, no he de influir en tu decisión".
Y Tumadir contestó: "Padre mío, déjame algunos días de plazo para que, antes de contestar, pueda consultar conmigo misma".
Y el padre de Tumadir volvió ante Doreid, y le dijo: "Mi hija Khansa desea
esperar un poco antes de dar una respuesta definitiva. Espero, sin embargo, que aceptará tu alianza. Ven, pues dentro de unos días". Y Doreid contestó: "Conforme, ¡oh padre de los héroes!" Y se retiró a la tienda puesta a su disposición.
Y he aquí que, en cuanto se alejó Doreid, la bella Solamida mandó que le siguiera los pasos una de sus servidoras, diciéndole: "Ve a vigilar a Doreid, y síguele cuando se separe de las tiendas para hacer sus necesidades. Y mira bien el chorro, y fíjate en la fuerza que tiene y en la huella que deje en la arena. Y por ello juzgaremos si se halla todavía con vigor viril".
Y la servidora obedeció. Y fué tan diligente, que al cabo de algunos instantes estaba de vuelta junto a su ama, y le dijo estas simples palabras: "Hombre inservible".
Al expirar el plazo pedido por Tumadir, Doreid volvió a la tienda de Amr para saber la respuesta. Y Amr le dejó en la parte de la tienda reservada a los hombres, y entró en el aposento de su hija, y le dijo: "Nuestro huésped espera tu decisión. Khansa mía, y lo que hayas resuelto". Y ella contestó: "He consultado conmigo misma, y he resuelto no salir de mi tribu. Porque no quiero renunciar a unirme con alguno de mis primos, jóvenes hermosos cual hermosas y largas lanzas, por casarme con un Juchamida viejo como Doreid, con el cuerpo extenuado, que de hoy a mañana rendirá su menguada alma. ¡Por el honor de nuestros guerreros! prefiero envejecer virgen a ser mujer de un viejo helado".
Y Doreid, que estaba en la tienda, del lado de los hombres, oyó la despreciativa respuesta, y se impresionó cruelmente. Y por orgullo, no dejó traslucir sus sentimientos, y despidiéndose del padre de la bella Solamida, partió camino de su tribu.
Pero se vengó de la cruel con la sátira siguiente:
¡Declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que naciese ayer?
¡Anhelas tener por marido ¡oh Khansa! -y en verdad que haces bien- a un jayán de piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!
¡Sí; que nuestras divinidades, hija mía, te preserven de maridos como yo! ¡Porque yo soy y hago otra cosa!
¡Sabido es, en efecto, quién soy, y que si mi mano está fuerte, es para tareas mucho más serias!
¡Sabido es por doquiera que, en las grandes crisis, ni me encadena la lentitud ni me arrebata la precipitación, y que en toda ocasión tengo prudencia y cordura!
¡Sabido es por doquiera que, en mi tribu, por respeto a mí, nadie pregunta al huésped que alojo, y a mis protegidos jamás se les inquieta en sus noches!
¡Sabido es, finalmente, que, en los meses famélicos de sequía, cuando las mismas nodrizas se olvidan de sus mamones, mis tiendas rebosan comida y mi hogar
chisporrotea!
¡Guárdate, pues, de tomar un marido como yo y de hacer hijos como yo!
¡Tú ¡oh Khansa! anhelas tener por marido -y en verdad que haces bien- a un jayán de piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!
¡Porque declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que naciese ayer?
Cuando se difundieron estos versos por las tribus, de todas partes aconsejaron a Tumadir que aceptara por marido a aquel Doreid de mano generosa, de fantasía sin par. Pero ella no volvió de su acuerdo.
Acaeció, entretanto, que en un encuentro sangriento con la tribu enemiga de los Murridas, un hermano de Tumadir, el valeroso jinete Moawiah, pereció a manos de Haschem, jefe de los Murridas y padre de la bella Asma, a la que en otra ocasión había ofendido aquel mismo Moawiah. Y precisamente aquella muerte de su hermano la deploró Tumadir en el canto fúnebre, cuyo aire se salmodiaba con el compás del primer bordón y en la tónica de la cuerda del dedo anular:
¡Llorad, ojos míos; verted lágrimas inagotables! ¡Ay! ¡la que vierte estas lágrimas llora a un hermano que ha perdido! ¡En adelante, entre ella y él, estará el velo que ya no se descorre, la tierra reciente de la tumba!
¡Oh hermano mío! ¡partiste para la acequia de cuya agua gustarán todos un día la amargura! ¡Marchaste puro allí, diciendo: "Más vale morir: la vida no es más que un vuelo de abejorros sobre la punta de una lanza!"
¡Mi corazón recuerda, ¡oh hijo de mi padre y de mi madre! y me abato como la hierba en estío! ¡Me encierro en la consternación!
¡Ha muerto el que era escudo de nuestras tribus y sostén de nuestra casa; ha partido para una calamidad! ¡Ha muerto el que era faro y modelo de los hombres más valientes; quien era para ellos como las hogueras encendidas, como las cimas de las montañas!
¡Ha muerto el que montaba en yeguas preciosas, deslumbrando con sus vestiduras! ¡El héroe de largo tahalí, que era rey de nuestras tribus, cuando aún estaba imberbe, el joven lleno de valentía y de hermosura!
¡Mi hermano, el de las dos manos generosas, la propia mano de la generosidad!' ¡Ya no existe! ¡Está en la tumba, frío, encerrado bajo la roca y la piedra!
¡Decid a su yegua Alwa la de pecho admirable: "Llora, gime por las carreras vagabundas: ¡ya no te cabalgará tu dueño!".
¡Oh hijo de Amr! ¡la gloria galopaba a tu lado cuando en el fragor de la batalla se alzaba hasta los muslos tu larga cota de armas!
¡Cuando la llama de la guerra hacía a los hombres herirse cuerpo a cuerpo, y tus hermanos y tú pasabais, caballo contra caballo, como vampiros y buitres montados por demonios! ¡Ciertamente, despreciabas la vida en días de combate, cuando despreciar la vida es más grande y digno de recuerdo!
¡Cuántas veces te precipitaste contra los torbellinos erizados de cascos de hierro y bastardos de dobles cotas de malla, impasible en medio de horrores sombríos como los tintes bituminosos de la tormenta!
¡Fuerte y arrojado, como un mástil de Rudaina, brillabas en toda tu juventud, con tu talle semejante a un brazalete de oro! ¡Cuando a tu alrededor, en medio del desorden de las batallas, la muerte arrastra en la sangre los bordes de tu manto!
¡Cuántos caballos precipitaste sobre los escuadrones enemigos, , oh hermano mío! mientras la roja apisonadora de las batallas rodaba terriblemente sobre los más bravos de ambos campos!
¡Tú echabas entonces la orla de tu resplandeciente cota de malla sobre tu corcel, a quien se le saltaban las entrañas y le sonaban en los flancos!
¡Tú animabas a las lanzas, excitándolas a confundir sus relampagueos, cuando iban a hundirse hasta el fondo de los riñones en las entrañas de los guerreros!
¡Tú eras el tigre enardecido que se lanza a la refriega en medio de la tormenta, armado con las dobles armas de sus dientes y sus uñas!
¡Cuántas cautivas desoladas y felices has conducido delante de ti, como rebaños de hermosos antílopes conmovidos por las primeras gotas de lluvia! ¡Cuántas bellas y blancas mujeres salvaste por la mañana, a la hora de la pelea, cuando erraban, con el velo en desorden, enloquecidas de horror y de espanto!
¡Cuántas desgracias nos evitaste, desgracias cuyo solo aspecto terrible o relato habría hecho abortar a las mujeres encinta! ¡Cuántas madres se hubiesen quedado sin hijos si tu sable no hubiese estado allí!
¡Y también ¡oh hermano mío! cuántas rimas de combate cantaste sin esfuerzo en el tumulto, penetrantes como el hierro de la lanza, y que vivirán por siempre entre nosotros!
¡Ah! ¡muerto el generoso hijo de Amr, que se apaguen las estrellas, que anule el sol sus rayos! ¡El era nuestro sol y nuestra estrella!
Ahora que ya no existes, hermano mío, ¿quién recogerá al extranjero cuando del Norte lúgubre soplen los vientos sibilantes que suenan en los ecos?
¡Ay! ¡a aquel que os alimentaba con sus rebaños, ¡oh viajeros! y os protegía con sus armas, le pusisteis y dejasteis en el polvo donde cavasteis su fosa, le dejasteis en la morada terrible, en medio de estacas puestas en hilera! ¡Y arrojáronse sobre él ramajes sombríos de salamah!
Entre las tumbas de nuestros antepasados, sobre las cuales ya hace mucho tiempo que pasan los años y los días!
¡Oh hermano mío, hijo del más hermoso de los Solamidas! ¡qué dolor tan lancinante es para mí tu pérdida, que extingue mi resolución y mi valor!
¡La mehara (camella) que, privada de su recién nacido, da vueltas en torno al simulacro que le fingen para engañar su ternura, lanzando quejas y gritos de angustia, que va y busca, ansiosa, por todos lados; que ya no ramonea en los pastos cuando despierta su recuerdo; que ya no tiene más que gemidos y saltos medrosos,
no da más que una débil imagen del dolor que me abruma, ¡oh hermano mío!
¡Oh! ¡jamás cesarán mis lágrimas por ti, jamás se interrumpirán mis sollozos y mis acentos de dolor! ¡Llorad, ojos míos; verted lágrimas inagotables!
Y precisamente con motivo de este poema, el poeta Nabigha El-Dhobiani y los demás poetas reunidos en la feria mayor de Okaz para la recitación anual de sus poesías ante todas las tribus de Arabia, fueron interrogados acerca del mérito de Tumadir El-Khansa, y contestaron con unanimidad: "¡Supera en poesía a los hombres y a los genn!"
Y Tumadir vivió después de la predicación del Islam bendito en Arabia. Y en el año ocho de la hégira de Sidna-Mahomed (con El la plegaria y la paz) fué con su hijo Abbas, que entonces era jefe supremo de los Solamidas, a someterse al Profeta, y se ennobleció con el Islam. Y el Profeta la trató con honores, y quiso oirla recitar sus versos, aunque no apreciaba a los poetas. Y la felicitó por su inspiración poética y por su fama. Y por cierto que repitiendo un verso de Tumadir fué cómo dejó ver que no sentía la medida prosódica. Porque falseó la extensión de aquel verso, transportando a otro las dos últimas palabras. Y el venerable Abu-Bekh, que escuchaba esta ofensa a la regularidad métrica, quiso rectificar la posición de las dos últimas palabras trastrocadas; pero el Profeta (con El la plegaria y la paz) le dijo: "¿Qué importa? Es lo mismo". Y Abu-Bekr contestó: "En verdad ¡oh Profeta de Alah! que justificas por completo estas palabras que Alah te ha revelado en su santo Korán: "No hemos enseñado a nuestro Profeta la versificación: no la necesita. ¡El Korán, lectura sencilla y clara, es la enseñanza!".
"¡Pero Alah es más sabio!".
Luego dijo el joven a sus oyentes: "He aquí otro rasgo admirable de la vida de nuestros padres árabes de la gentilidad". Y dijo:
EL POETA FIND Y SUS DOS HIJAS GUERRERAS,
OFAIRAH LOS SOLES Y HOZEILAH LAS LUNAS
"Hemos llegado a saber que el poeta Find, cuando era centenario y jefe de la tribu de los Bani-Zimmán, rama de la gran tribu de los Bekridas, del tronco primero de los Rabiah, tenía dos hijas jóvenes, que se llamaban, la mayor, Ofairah los Soles, y la menor, Hozeilah las Lunas. Y en aquel tiempo, la tribu entera de los Bekridas estaba en guerra con los Thaalabidas, numerosos y poderosos. Y a pesar de su mucha edad, se consideró a Find digno, por ser el jinete más afamado de su tribu, de que sus compañeros le enviaran a la cabeza de setenta jinetes, por todo contingente, con objeto de agregarse a la expedición general de los Bekridas. Y sus hijas, las dos jóvenes, se contaban entre los setenta. Y el mensajero que fué a anunciar a la asamblea general de los Bekridas la llegada del contingente de guerra de los Bani-Zimmán, dijo a aquellos a quienes le enviaban: "Nuestra tribu os envía un contingente de mil guerreros, más setenta jinetes".
Con esto quería decir que Find, por sí solo, valía tanto como un ejército de mil hombres.
Luego, cuando estuvieron reunidos todos los contingentes de las tribus bekridas, se desencadenó la guerra como un huracán. Y entonces fué cuando se libró aquella batalla, célebre en todas las memorias, que se llamó la Jornada de la tala de los tupés, a causa de la enorme humillación que hicieron sufrir los Bekridas vencedores a sus prisioneros, cortándoles el tupé antes de enviarlos, libres, a mostrar su derrota a sus hermanos de las tiendas thaalabidas. Y en aquella batalla memorable fué precisamente donde se acreditaron para siempre las dos hijas de Find, revoltosas, impetuosas, heroínas de la jornada...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 975* NOCHE
Ella dijo:
Y en aquella batalla memorable fué precisamente donde se acreditaron para siempre las dos hijas de Find, revoltosas, impetuosas, heroínas de la jornada. Porque en lo más reñido del combate, y cuando parecía incierto el éxito, las dos jóvenes saltaron de pronto al suelo desde sus caballos, se desnudaron en un abrir y cerrar de ojos, y arrojando a lo lejos trajes y cotas de malla, se precipitaron, con los brazos hacia adelante, una en medio del ala derecha del ejército bekrida, y la otra en medio del ala izquierda, estremecidas y enteramente desnudas, conservando sólo en la cabeza sus ornamentos de color verde. Y cada cual clamó con toda su voz en la refriega un canto de guerra improvisado, que desde entonces se canta con el ritmo ramel pesado y en la tónica de la cuerda media del tetracordio, faltando el segundo ritmo medido sordamente por el aff.
He aquí primero el canto de Ofairah los Soles:
¡Al enemigo! ¡al enemigo! ¡al enemigo!
¡Encended la batalla, hijos de Bekr y de Zimmán, azuzad la pelea!
¡Las alturas están inundadas de escuadrones salvajes!
¡Adelante, pues! ¡al enemigo al enemigo!
¡Honores, honores a quien esta mañana se vista con el manto rojo!
¡Vamos, guerreros nuestros!
¡Caed sobre ellos, y os abrazaremos con toda la fuerza de nuestros brazos!
¡Aseméjense las heridas, anchurosas, a la abertura del vestido de una loca furiosa!
¡Y os preparemos una cama con muelles cojines!
¡Pero, si retrocedéis, huiremos de vosotros como de hombres indignos de amor!
¡Adelante, pues! ¡al enemigo, al enemigo!
¡Adelante, y honor a los hijos de Bekr y de Zimmán!
¡Encended la batalla, azuzad la pelea!
¡Matad y vivid, hijos de mi raza! ¡Adelante!
Y he aquí el canto de guerra clamado por la cólera de Hozeilah las Lunas para exaltar el ardor de los que rodeaban el pendón de los Bani-Zimmán, junto a su padre Find, que había cortado los jarretes de su camello para estar seguro de no retroceder un paso:
¡Valor, hijos de Zimmán; valor, nobles Bekridas;
Herid, herid con vuestros sables cortantes!
¡Sacudid sobre sus cabezas las mil teas de la guerra roja!
¡Degollemos, degollemos a todos!
¡Valor, defensores de vuestras mujeres!
¡Somos las hijas hermosas de la estrella de la mañana;
El almizcle perfuma nuestras cabelleras, las perlas nos adornan el cuello!
¡Degollad, degollad a todos!
¡Y os estrecharemos en nuestros brazos!
¡Valor, valor, heroicos jinetes de Rabiah!
¡Al más bravo de vosotros le sacrificaré mi flor virginal!
¡Caed sobre el enemigo! ¡Para el más bravo será Hozeilah las Lunas!
¡Degollad, degollad a todos!
¡Pero a los cobardes que retrocedan les desdeñaremos.
Con ese desdén de los labios y del corazón que acompaña al desprecio!
¡Herid, pues, con vuestros sables cortantes!
¡Que su sangre sirva de alfombra a nuestros pies!
¡Degollad a todos, herid con vuestros sables cortantes!
¡Degollad a todos!
Y al oír aquel doble canto de muerte, nuevo entusiasmo hizo hervir el ardor de los Bekridas, redobló el encarnizamiento, y la victoria fué para ellos decisiva y definitiva.
Y así es cómo se batían nuestros padres de la gentilidad. ¡Y así es cómo se portaban sus hijas! ¡Que los fuegos de la gehenna no sean para ellos demasiado crueles!"
Luego el joven dijo a sus oyentes exaltados: "Escuchad ahora la AVENTURA AMOROSA DE LA PRINCESA FATIMAH CON EL POETA MURAKISCH, que también vivían en la época de la gentilidad".
Y dijo:
AVENTURA AMOROSA DE LA PRINCESA FATIMAH
CON EL POETA MURAKISCH
"Cuentan que Nemán, rey de Hirah, en el Irak, tenía una hija llamada Fátimah, que era tan bella como ardiente. El rey Nemán, que conocía el temperamento poco tranquilizador de la joven princesa, había tenido la precaución de tenerla encerrada en un palacio retirado para prevenir un deshonor sobre su raza o una calamidad. Y también había tenido cuidado, en honor a su hija y por prudencia al mismo tiempo, de hacer vigilar día y noche alrededor del palacio a guardias armados. Y nadie más que la doncella de la princesa tenía derecho a entrar en aquel asilo conservador de la virtud de Fátimah. Y por un exceso de prudencia y desconfianza, a diario, a la caída de la noche, se arrastraban por tierra grandes mantas de lana alrededor del palacio, a fin de igualar y alisar la superficie arenosa del suelo para que desapareciese la huella de los piececitos de la joven que servía a la princesa, y también para reconocer al día siguiente si había dejado huellas algún tunante al acecho de aventuras.
Y he aquí que la bella cautiva subía varias veces al día a lo alto de su claustro forzado, y desde allí miraba de lejos a los transeúntes, y suspiraba. Y un día, por aquel procedimiento, vió a su doncellita, que se llamaba Ibnat-Ijlán, charlando con un joven de buen aspecto. Y acabó por saber de boca de la joven que aquel joven de quien la muchacha estaba enamorada era el célebre poeta Murakisch, y que ya había ella gozado de su amor muchas veces. Y la doncella, que era en verdad hermosa y vivaracha, elogió a su señora la belleza y la magnífica cabellera del poeta, y en términos tan exaltados, que la ardiente Fátimah deseó apasionadamente verle y gozarle a su vez, al igual de su doncella. Pero primero, con su delicadeza refinada de princesa, quiso asegurarse de si el hermoso poeta era de buena familia. Y con ello precisamente daba prueba de saber portarse como verdadera árabe de alto linaje que era. Y así se distinguió de su doncella, menos noble que ella, y por tanto, menos escrupulosa y menos exigente.
A tal fin, pues, la princesa recluida exigió una prueba, decisiva a su entender. Porque, cuando habló con la joven respecto a las probabilidades de que entrase el poeta en el castillo, acabó por decirle: "¡Escucha! Cuando mañana esté contigo el joven, preséntale un mondadientes de madera aromática y un pebetero en el que echarás un poco de perfume. Y después dile que se ponga de pie encima del pebetero para perfumarse. Si se sirve del mondadientes sin cortarlo ni deshacer un poco la punta, o si se niega a admitirlo, es un hombre vulgar, sin delicadeza. Y si se coloca encima del pebetero o si lo rechaza, también será un cualquiera. Y por muy gran poeta que sea, un hombre que no conoce la delicadeza no es digno de las princesas".
Así es que al día siguiente, cuando fué en busca de su enamorado, no dejó la joven de hacer la experiencia. Porque tras de colocar un pebetero encendido en medio de la habitación, y de echar en él perfume, dijo al joven: "¡Acércate para perfumarte!"
Pero el poeta no se molestó, y contestó: "Tráeme el pebetero, junto a mí". Y la joven así lo hizo; pero el poeta no puso el pebetero debajo de sus ropas, y se contentó con perfumarse solamente la barba y la cabellera. Tras de lo cual, aceptó el mondadientes que le presentaba su amante, y después de cortarlo y tirar un pedacito, hizo de la punta un pincel flexible, v se frotó con él los dientes y se perfumó las encías. Hecho esto, sucedió entre él y la joven lo que sucedió.
Y cuando la pequeñuela volvió al palacio vigilado, contó a su impetuosa señora el resultado de la prueba. Y Fátimah dijo al punto: "¡Tráeme a ese noble árabe! Y date prisa".
Pero los guardianes eran severos y estaban armados y en continuo acecho. Y cada mañana, los adivinos del rey Nemán, padre de la princesa, iban a aquellos lugares para ver y reconocer las huellas de pies impresas en la arena. Y se volvían los adivinos para decir a su señor: "¡Oh rey del tiempo! esta mañana no hemos encontrado otra impresión que la de los piececitos de la joven Ibnat-Ijlán".
Pero ¿qué hizo la maligna doncella de la princesa para introducir consigo al poeta sin traicionar su paso? Helo aquí. La noche fijada por su señora, fué en busca del joven, y sin vacilar, se le cargó a la espalda, le sujetó fuertemente pasándole por la cintura un manto que se anudó luego ella por delante, y así introdujo, sin peligro de descubrirse, al seductor en el aposento de la seducida.
Y el poeta pasó con la vehemente hija del rey una noche bendita, noche de blancura, de dulzura y de calentura. Y salió con el alba, de la misma manera que había entrado, es decir, a espaldas de la joven.
Pero ¿qué sucedió por la mañana? Pues que los adivinos del rey, como todas las mañanas, fueron a examinar los pasos señalados en la arena. Luego fueron a decir al rey, padre de la princesa: "iOh señor nuestro! esta mañana no hemos notado más que las huellas de los piececitos de Ignat-Ijlán. Pero esta joven ha debido engordar considerablemente en palacio, pues la impresión de sus pies en la arena es más profunda".
Y el caso es que las cosas continuaron lo mismo durante algún tiempo, amándose con reciprocidad ambos jóvenes, transportando al amante la doncella, y hablando de gordura los adivinos. Y no habría razón para que cesase aquel estado de cosas, si el poeta no hubiese destruído con sus manos su dicha.
En efecto, el hermoso Murakisch tenía un amigo muy querido, al que nunca rehusaba nada. Y como le pusiera al corriente de su singular aventura, aquel joven deseó con insistencia ser introducido de la propia manera ante la princesa Fátimah y hacerse pasar por Murakisch en persona, merced a las tinieblas de la noche y a su semejanza de estatura y de modales con su amigo. Y Murakisch se dejó vencer por las instancias del joven, y prestó su consentimiento por juramento. Y llegada que fué la noche, el amigo se montó a espaldas de la joven, y fué introducido en el cuarto de
la princesa.
Y en la oscuridad empezó lo que debía empezar. Pero al punto, a despecho de las tinieblas, la experta Fátimah advirtió la sustitución, notando blandura donde antes había dureza, y tibieza donde antes había ardor abrasador, y pobreza donde antes había abundancia. Y levantándose en aquella hora y en aquel instante, rechazó al intruso con un desdeñoso puntapié y mandó que le recogiese su doncella, la cual le transportó afuera por el medio de transporte acostumbrado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 976* NOCHE
Ella dijo:
... y mandó que le recogiese su doncella, la cual le transportó afuera por el medio de transporte acostumbrado.
Y desde entonces el poeta fué despedido por la hija del rey, que nunca consintió en perdonarle su traición. Y para desahogar su dolor y sus penas, compuso él la kásidah siguiente:
¡Adiós, hermana Bekrida! ¡Y quede a tu lado la dicha, a pesar de mi marcha!
¡Ay! ¡antes, por lo menos, desgraciado Murakisch, tu Fátimah encantaba tus noches y apuñalaba tu corazón con su talle elegante como la rama del nabk, y con su andar cadencioso como el del avestruz.
Con su talle y con su andar y con su belleza límpida cual el agua de los estanques.
Con su belleza y con sus lindos dientes límpidos, humedecidos de fresca saliva,
que parecía rocío puro, y con sus mejillas bruñidas y lisas como una capa de plata; y con sus manos bonitas y sus brazaletes; ¡y con las ondas negras de sus cabellos, ella daba encanto a tus noches, haciendo palpitar tu corazón!
¡Ay! ¡llegó el adiós! ¡Y se ha desvanecido todo!
Por el capricho de un amigo ¡oh generoso Murakisch! dejaste que se desvaneciera todo! ¡Muérdete las manos de desesperación, y corta con tus dientes tus diez dedos, por culpa del capricho de un dichoso amigo!
¡Ay! ¡se ha desvanecido todo, y no es un sueño, porque estás despierto, y los sueños son hermosas ilusiones del que duerme, y te están vedados para siempre
jamás!
Y el poeta Murakisch se cuenta entre los que murieron de amor".
Luego dijo el joven a sus oyentes: "Antes de llegar a los tiempos islámicos, escuchad esta historia del rey de los Kinditas y su esposa Hind".
Y dijo:
LA VENGANZA DEL REY HOJJR
"Se nos ha transmitido por los relatos de nuestros antiguos padres que el rey Hojjr, jefe de las tribus kinditas, y padre de Imrú Ul-Kais, el poeta más grande de la gentilidad, era el hombre más temido entre los árabes por su ferocidad y su temeridad intrépida. Y tan severo era hasta con los individuos de su propia familia, que su hijo, el príncipe Imrú Ul-Kais, tuvo que huir de las tiendas paternas, a fin de dar libre curso a su genio poético. Porque el rey Hojjr consideraba que ostentar públicamente el título de poeta era para su hijo una derogación de la nobleza y de la alteza de su linaje.
Y he aquí que, cuando el rey Hojjr estaba un día lejos de su territorio, de expedición guerrera contra la tribu disidente de los Bani-Assad, acaeció que sus antiguos enemigos los Kodaidas, mandados por Ziad, invadieron de pronto en razzia sus tierras, se llevaron un botín considerable, enormes provisiones de dátiles secos, una porción de caballos, de camellos y de acémilas, y numerosas mujeres y muchachas kinditas. Y entre las cautivas de Ziad se encontraba la mujer más amada del rey Hojjr, la bella Hind, joya de la tribu.
Así es que, en cuanto tuvo noticia de aquel acontecimiento, Hojjr volvió sobre sus pasos a la carrera, con todos sus guerreros, y se dirigió al lugar donde pensaba encontrarse con su enemigo Ziad, el raptor de Hind. Y, en efecto, no tardó en llegar a poca distancia del campo de los Kodaidas. Y al punto envió a dos espías muy duchos, llamados Saly y Sadús, para reconocer el terreno y procurarse el mayor número posible de informes respecto a la tropa de Ziad.
Y los dos espías lograron introducirse en el campamento sin ser reconocidos. E hicieron preciosas observaciones acerca de la cuantía del enemigo y la disposición del campo. Y después de algunas horas pasadas en inspeccionarlo todo, el espía Saly dijo a su compañero Sadús: "Todo lo que acabamos de ver me parece suficiente como nociones e informes respecto a los proyectos de Ziad. Y voy a poner al rey Hojjr al corriente de lo que hemos presenciado". Pero Sadús contestó: "Yo no me voy hasta que no tenga detalles todavía más importantes y más precisos". Y se quedó solo en campamento de los Kodaidas. En cuanto cerró la noche, unos hombres de Ziad fueron a hacer la guardia junto a la tienda de su jefe, y se apostaron en grupos acá para allá. Y temiendo ser descubierto, Sadús, el espía de Hojjr, tuvo un golpe de audacia, y valientemente dió un manotazo en el hombro a un guardia que acababa de sentarse en tierra como los demás, y le apostrofó con acento imperativo, diciéndole: "¿Quién es el que se encuentra en el interior de la tienda?" A lo que el guardia respondió: "Es mi señor, el gran Ziad con su bella cautiva Hind".
Tras estas palabras, Sadús desvaneció al guardia y hallando el camino libre se acercó a la tienda Y he aquí que en seguida oyó hablar dentro de la tienda. Y era la voz del propio Ziad, que poniéndose al lado de su bella cautiva Hind, la besaba y jugueteaba con ella. Y entre otras cosas, Sadús oyó el diálogo siguiente. La voz de Ziad dijo: "Dime, Hind, ¿qué crees que haría tu marido Hojjr si supiera que en este momento estoy a tu lado, de dulce charla?"
Y contestó Hind: "¡Por la muerte! correría sobre tu pista como un lobo, y no interrumpiría su carrera hasta llegar hasta las tiendas rojas, hirviente, lleno de cólera y de rabia, impaciente de venganza, echando espuma por la boca como un camello que de camino comiese hierbas amargas".
Y al oír estas palabras de Hind, Ziad sintió celos, y dando una bofetada a su cautiva, le dijo: "¡Ah! ya te comprendo. Te gusta Hojjr, ese fiero animal, le amas, y quieres humillarme". Pero Hind protestó vivamente, diciendo: "Por nuestros dioses Lat y Ozzat, juro que jámás he detestado a un varón como detesto a mi esposo Hojjr. Pero puesto que me interrogas, ¿por qué ocultarte mi pensamiento? En verdad que nunca vi hombre más vigilante y más circunspecto que Hojjr, lo mismo cuando duerme que cuando vela".
Y Ziad le preguntó: "¿Cómo es eso? Explícate". Entonces dijo Hind: "Escucha. Cuando Hojjrs está bajo el poder del sueño, tiene un ojo cerrado, pero el otro abierto, y la mitad de su ser está despierto. Y es esto tan verdad, que una noche entre las noches, mientras dormía él a mi lado y yo velaba su sueño, he aquí que una serpiente negra apareció de pronto debajo de la estera, y fué derecha a su rostro. Y Hojjr, sin dejar de dormir, desvió instintivamente la cabeza. Y la serpiente se le deslizó hacia la palma abierta de la mano. Y Hojjr cerró la mano al punto. Entonces la serpiente, molesta, se encaminó a un pie que tenía estirado. Pero Hojjr siempre dormido, encogió la pierna y subió el pie. Y la serpiente, desorientada, no supo adónde ir, y se decidió a arrastrarse hasta un tazón de leche que Hojjr me recomendaba que de continuo tuviera lleno junto a su lecho. Y una vez que llegó al tazón, la serpiente se sorbió vorazmente la leche y luego la vomitó en el tazón.
Y al ver aquello, pensaba yo, recocijándome en el alma: "¡Qué suerte tan inesperada! Cuando Hojrr despierte, se beberá esa leche, envenenada ahora, y morirá al instante. ¡Ah! voy a verme libre de ese lobo". Y al cabo de cierto tiempo, se despertó Hojjr, sediento y pidiendo leche. Y tomó de mis manos el tazón; pero tuvo cuidado olfatear primero el contenido. Y he aquí que le tembló la mano, y el tazón cayó y se volcó. Y se salvó él. Así lo hace todo, en cualquier circunstancia. Lo piensa todo, lo prevé todo, y jamás está desprevenido".
Y Sadús el espía oyó estas palabras; luego ya no percibió nada de lo que se decían Ziad e Hind, a no ser el ruido de sus besos y suspiros. Entonces levantóse sigilosamente y se evadió. Y una vez fuera del campamento, caminó a buen paso, y antes del alba estuvo junto a su señor Hojjr, a quien contó cuanto había visto y oído. Y terminó su relato diciendo: "Cuando los dejé, Ziad tenía la cabeza apoyada en las rodillas de Hind; y jugueteaba con su cautiva, que le correspondía placentera".
Y al oír estas palabras, Hojjr hizo rugir en su pecho un suspiro ruidoso, y poniéndose en pie...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 977ª NOCHE
Ella dijo:
...Y al oír estas palabras, Hojjr hizo rugir en su pecho un suspiro ruidoso, y poniéndose en pie, dió la voz de marcha y de ataque inmediato al campo kodaida. Y todos los escuadrones de los Kinditas se pusieron en marcha. Y cayeron de improviso sobre el campamento de Ziad. Y se entabló una refriega furiosa. Y no tardaron los Kodaidas de Ziad en ser arrollados y puestos en fuga. Y su campamento, tomado por asalto, fué saqueado y quemado. Y se mató a los que se mató, y se esparció en el viento el furor de lo que quedaba.
En cuanto a Ziad, le advirtió Hojjr entre la muchedumbre cuando trataba de atraer de nuevo hacia la lucha a los que huían. Y chillando y aullando, Hojjr cayó sobre él como ave de rapiña, le cogió a brazo cuando pasaba en su caballo, y levantándole en el aire, le tuvo así un momento a pulso, golpeándole luego contra el suelo, y le molió los huesos. Y le cortó la cabeza y la colgó a la cola de su caballo.
Y satisfecha su venganza respecto a Ziad, se dirigió a Hind, a quien había recuperado. Y la ató a dos caballos, fustigándolos y haciéndolos galopar, despedazó a la traidora................................................................................................................................
Nota del recopilador. A pesar de mi frustración no he podido conseguir la página correspondiente a los pocos párrafos faltantes y al comienzo del cuento siguiente. Pido disculpas.
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se sobrepone a su hambre en una noche de festín; vigilante, no duerme nunca en noche de peligro; hospitalario, ha establecido su morada muy cerca de la plaza pública para recoger viajeros. ¡Oh! ¡cuán grandioso y hermoso es, cuán encantador! Tiene la piel suave y blanca, como una seda de conejo que os cosquillea deliciosamente. Y el perfume de su aliento es el aroma leve del zarnab. Y no obstante su fuerza y poderío, obro a mi antojo con él".
La sexta dama yemenita, por último, sonrió dulcemente y dijo a su vez: "¡Oh! mi marido es Malik Abu-Zar, el excelente Abu-Zar, conocido de todas nuestras tribus. Me conoció siendo yo hija de una familia pobre que vivía con apuro y estrechez, y me condujo a su tienda de hermosos colores, y me enriqueció las orejas con preciosas arracadas, el pecho con hermosos adornos, las manos y los tobillos con hermosas pulseras, y los brazos con robustas redondeces. Me ha honrado como a esposa, y me ha llevado a una morada donde resuenan sin cesar las vivaces canciones de las tiorbas, donde chispean las hermosas lanzas samharianas de mástiles derechos, donde sin cesar se oyen los relinchos de las yeguas, los gruñidos de las camèllas reunidas en parques inmensos, el ruido de la gente que pisa y apalea el grano, los gritos confundidos de veinte rebaños. Al lado suyo, hablo a mi antojo, y jamás me reprende ni me censura. Si me acuesto, no me deja jamás en la sequía; si me duermo, me deja hasta muy tarde. Y ha fecundado mis flancos, y me ha dado un hijo, ¡qué admirable hijo! tan pequeño, que su boquirrita parece el intersticio que deja vacío un junquillo arrancado del tejido de la estera; tan bien educado, que bastaría a su apetito lo que un cabrito pace de un bocado; tan encantador, que cuando anda y se balancea con tanta gracia en los anillos de su pequeña cota de malla, arrebata la razón de los que le miran. ¡Y la hija que me ha dado Abu-Zar es deliciosa, sí, es deliciosa la hija de Abu-Zar! Es el orgullo de la tribu. Está tan regordeta, que llena por completo su vestido, apretada en su mantellina como una trenza de cabellos; tiene el vientre tan formado y sin prominencias; el talle, delicado y ondulante bajo la mantellina; la grupa, rica y desarrollada; el brazo, redondito; los ojos, grandes y muy abiertos; las pupilas, de un negro oscuro; las cejas, finas y graciosamente arqueadas; la nariz, ligeramente arremangada como la punta de un sable suntuoso; la boca, bonita y sincera; las manos lindas y generosas; la alegría franca y vivaracha; la conversación, fresca como la sombra; el soplo de su aliento, más dulce que la seda y más embalsamado que el almizcle que nos transporta el alma. ¡Ah! ¡que el cielo me conserve a Abu-Zar, y al hijo de Abu-Zar, y a la hija de Abu-Zar! ¡Que los conserve para mi ternura y mi alegría!"
Cuando hubo hablado así la sexta dama yemenita, di las gracias a todas por haberme proporcionado el placer de escucharlas, y a mi vez, tomé la palabra, y les dije: "¡Oh hermanas mías! ¡Alah el Altísimo nos conserve al Profeta bendito! Me es más caro que la sangre de mi padre y de mi madre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 978ª NOCHE
Ella dijo:
"¡. .. Oh hermanas mías! ¡Alah el Altísimo nos conserve al Profeta bendito! Me es más caro que la sangre de mi padre y de mi madre. Pero mi boca no es lo bastante pura, ciertamente, para cantar sus alabanzas. Por eso me contentaré con repetiros sólo lo que una vez me dijo con respecto a nosotras, las mujeres, que en la gehenna somos los tizones más numerosos que el fuego devora. En efecto, un día en que yo le rogaba me diera consejos y palabras que me encaminasen al cielo, me dijo:
"¡Oh Aischah, mi querida Aischah! Ojalá las mujeres de los musulmanes se observaran y velaran por sí mismas, tuvieran paciencia en la pena, agradecimiento en el bienestar, dieran a sus maridos numerosos hijos, los rodearan de consideraciones y cuidados, y no desdeñaran nunca los beneficios que Alah prodiga por mediación de ellos. Porque ¡oh mi bienamada Aischah! el Retribuidor niega Su misericordia a la mujer que ha desdeñado Sus bondades. Y la que, fijando miradas insolentes en su marido, diga delante o detrás de él: "¡Qué cara tan fea tienes! ¡qué repugnante eres, antipático ser!", a esa mujer ¡oh Aischah! le torcerá los ojos y la dejará bizca, le alargará y deformará el cuerpo, la hará pesada o innoble, convirtiéndola en masa repelente de carne fofa, suciamente acurrucada sobre su base de carnes ajadas, flácidas y colgantes. Y la mujer que, en la cama conyugal o en otra parte, se muestra hostil a su marido, o le irrita con palabras agrias, o provoca su mal humor, ¡oh! A esa el Retribuidor, en el día del Juicio, le estirará la lengua sesenta codos, hasta dejarla convertida en una sucia correhuela carnosa, que se enrollará al cuello de la culpable, hecha carne horrible y lívida. Pero ¡oh Aischah! la mujer virtuosa que no turba jamás la tranquilidad de su marido, que nunca pasa la noche fuera de su casa sin permiso, que no se emperifolla con vestiduras rebuscadas y velos preciosos, que no se pone anillas preciosas en brazos y piernas, que jamás trata de atraer las miradas de los creyentes, que es bella con la belleza natural puesta en ella por su Creador, que es dulce en palabras, rica en buenas obras, respetuosa y diligente para su marido, tierna y amante para sus hijos, buena consejera para su vecina y benévola para toda criatura de Alah, ¡oh! ¡oh! ¡esa, mi querida Aischah, entrará en el paraíso con los profetas y los elegidos del Señor!"
Y exclamé, toda conmovida: "¡Oh Profeta de Alah! ¡me eres más caro que la sangre de mi padre y de mi madre!"
"¡Y ahora que hemos llegado a los benditos tiempos del Islam -continuó el joven-, escuchad algunos rasgos de la vida del califa Omar ibn Al-Khatabb (¡Alah le colme con Sus favores!), que fué el hombre más puro y más rígido de aquellos tiempos puros y rígidos, el emir más justo entre todos los emires de los creyentes!"
Y dijo:
OMAR EL SEPARADOR
"Cuentan que al Emir de los Creyentes Omar ibn Al-Khattab -que fué el califa más justo y el hombre más desinteresado del Islam se le apodó El-Farrukh, o el Separador, porque tenía la costumbre de separar en dos, de un sablazo, a todo hombre que se negara a obedecer una sentencia pronunciada contra él por el Profeta (¡con El la plegaria y la paz!)
Y eran tales su sencillez y su desinterés que un día, tras de adueñarse de los tesoros de los reyes del Yemen, mandó distribuir todo el botín entre los musulmanes, sin distinción. Y entre otras cosas, le tocó a cada uno una tela rayada del Yemen. Y Omar tuvo una parte exactamente igual a la del menor de sus soldados. Y mandó que le hicieran un vestido nuevo con aquella pieza de tela rayada del Yemen que le había tocado en el reparto; y así vestido, subió al púlpito de Medina y arengó a los musulmanes para emprender una nueva expedición contra los infieles. Pero he aquí que un hombre de la asamblea se levantó y le interrumpió en su arenga, diciéndole: "No te obedeceremos".
Y Omar le preguntó: "¿Por qué?"
Y el hombre contestó: "Porque, cuando has hecho el reparto de las telas rayadas del Yemen, a cada musulmán le ha tocado una pieza, y a ti mismo también te ha tocado una sola pieza. Pero esa pieza no ha podido bastar para hacerte el traje completo con que te estamos viendo vestido hoy. Por tanto, de no haber tomado, a escondidas nuestras, una parte más considerable que la que nos has dado, no podrías tener el traje que llevas, sobre todo con la mucha estatura que tienes".
Y Omar se encaró con su hijo Abdalah, y le dijo: "¡Oh Abdalah! contesta a ese hombre. Porque su observación es justa". Y Abdalah, levantándose, dijo: "¡Oh musulmanes! sabed que, cuando el Emir de los Creyentes Omar quiso hacerse coser un traje con su pieza de tela, resultó ésta escasa. Por consiguiente, como no tenía traje a propósito para vestirse hoy, le he dado parte de mi pieza de tela para completar su traje". Luego se sentó. Entonces, el hombre que había interpelado a Omar, dijo: "¡Loores a Alah! Ahora ya te obedeceremos, ¡oh Omar!"
Y otra vez, después de conquistar Omar la Siria, la Mesopotamia, el Egipto, la Persia y todos los países de los rums, y después de caer sobre Bassra y Kufa, en el Irak, había entrado en Medina, donde, vestido con un traje tan usado que tenía hasta doce pedazos, se pasaba el día en las gradas que conducen a la mezquita, escuchando las querellas de los últimos de sus súbditos, y haciendo justicia a todos por igual, al emir lo mismo que al camellero.
Y he aquí que, por aquel entonces, el rey Kaissar Heraclio, que gobernaba a los rums de Constantinia, le envió un embajador, con encargo de juzgar por sus propios ojos los medios, fuerzas y acciones del emir de los árabes. Así es que, cuando aquel embajador entró en Medina, preguntó a los habitantes: "¿Dónde está vuestro rey?" Y ellos contestaron: "¡Nosotros no tenemos rey, porque tenemos un emir! ¡Y es el Emir de los Creyentes, el califa de Alah, Omar ibn Al-Khattab!"
El preguntó: "¿Dónde está? ¡Llevadme a él!" Ellos contestaron: "Estará haciendo justicia, o acaso descansando". Y le indicaron el camino de la mezquita.
Y el embajador de Kaissar llegó a la mezquita, y vió a Omar dormido al sol de la siesta en las gradas ardientes de la mezquita, descansando la cabeza en la misma piedra. Y le corría por la frente el sudor, formando un amplio charco en torno a su cabeza.
Al ver aquello, descendió el temor al corazón del embajador de Kaissar, que no pudo por menos de exclamar: "¡He ahí, como un mendigo, al hombre ante quien inclinan su cabeza todos los reyes de la tierra, y que es dueño del más vasto Imperio de este tiempo!"
Y allí quedó en pie, presa del espanto, pues habíase dicho: "Cuando un pueblo está gobernado por un hombre como éste, los demás pueblos deben vestirse trajes de luto".
Y en la conquista de Persia, entre otros objetos maravillosos cogidos en el palacio del rey Jezdejerd, en Istakhar, se apoderó de una alfombra de sesenta codos en cuadro, que representaba un parterre, del que cada flor, formada con piedras preciosas, se erguía sobre un tallo de oro. Y el jefe del ejército musulmán, Saad ben Abu-Waccas, aunque no estaba muy versado en la tasación mercantil de objetos preciosos, comprendió, sin embargo, cuánto valía una maravilla semejante, y la rescató del del pillaje del palacio de los Khosroes para hacer un presente con ella a Omar. Pero el rígido califa (¡Alah le cubra con Sus gracias!), que ya, cuando la conquista del Yemen, no había querido tomar, en el despojo de los países conquistados, más tela rayada que la que necesitaba para hacerse un traje, no quiso, aceptando semejante don, dar pábulo a un lujo cuyos efectos temía por su pueblo. Y acto seguido hizo cortar la pesada alfombra en tantos pedazos como jefes musulmanes había entonces en Medina. Y no se quedó con ningún pedazo para él. Y era tanto el valor de aquella rica alfombra, aun destrozada, que Alí (¡con él las gracias más escogidas!) vendió por veinte mil dracmas, a unos mercaderes sirios, el retazo que le había tocado en el reparto.
Y también en la invasión de Persia fué cuando el sátrapa Harmozán, que había resistido con más valor que nadie a los guerreros musulmanes, consintió en rendirse, pero remitiéndose a la propia persona del califa para que decidiera en su suerte.
Como Omar se encontraba en Medina, Harmozán fué conducido a aquella ciudad bajo la custodia de una escolta comandada por dos emires de los más valerosos entre los creyentes. Y llegados que fueron a Medina, aquellos dos emires, queriendo hacer valer a los ojos del califa la importancia y el rango de su prisionero persa, le hicieron poner el manto bordado de oro y la alta tiara resplandeciente que llevaban los sátrapas en la corte de los Khosroes. Y revestido con aquellas insignias de su dignidad, el jefe persa fué llevado ante las gradas de la mezquita, donde estaba sentado el califa, sobre una estera vieja, a la sombra de un pórtico. Y advertido, por los rumores del pueblo, de la llegada de aquel personaje, Omar alzó los ojos, y vió delante de él al sátrapa vestido con toda la pompa usada en el palacio de los reyes persas. Y por su parte, Harmozán vió a Omar; pero se negó a reconocer al califa, al dueño del nuevo Imperio, en aquel árabe vestido con trajes remendados y sentado solo, sobre una estera vieja, en el patio de la mezquita. Pero Omar, reconociendo en aquel prisionero a uno de aquellos orgullosos sátrapas que durante tanto tiempo habían hecho temblar, con una mirada, a las tribus más fieras de Arabia, exclamó en seguida: "¡Loores a Alah, que ha traído al Islam bendito para humillaros a ti y a tus semejantes!" Y mandó despojar de sus trajes dorados al persa, e hizo que le cubriesen con una grosera tela del desierto; luego le dijo: "Ahora que estás vestido con arreglo a tus méritos, ¿reconocerás la mano del Señor a quien sólo pertenecen todas las grandezas?"
Y Harmozán contestó: "Claro que la reconozco sin esfuerzo. Porque, mientras la divinidad ha sido neutral, os hemos vencido, como atestiguo con todos nuestros triunfos pasados y toda nuestra gloria. Preciso es, pues, que el Señor de que hablas haya combatido en favor vuestro, ya que acabáis de vencernos a vuestra vez".
Y al oír estas palabras en que la aquiescencia se confundía con la ironía, Omar frunció las cejas de tal manera, que el persa temió que su diálogo terminase con una sentencia de muerte. Así es que, fingiendo una sed violenta, pidió agua, y cogiendo el vaso de barro que le presentaban, fijó sus miradas en el califa, y pareció vacilar en llevárselo a los labios. Y Omar preguntó: "¿Qué temes?" Y el jefe persa contestó: "Temo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 979ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y el jefe persa contestó: "Temo que se aprovechen del momento en que esté bebiendo para darme muerte". Pero Omar le dijo: "¡Alah nos libre de merecer tales sospechas! Estás en seguridad hasta que esa agua haya refrescado tus labios y extinguido tu sed". A estas palabras del califa, el listo persa tiró el vaso al suelo y lo rompió. Y Omar, ligado por su propia palabra, renunció generosamente a molestarle. Y Harmozán, conmovido ante aquella grandeza de alma, se ennobleció con el Islam. Y Omar le señaló una pensión de dos mil dracmas.
Y durante la toma de Jerusalem , que es la ciudad santa de Issa (Jesús), hijo de Mariam, el profeta más grande antes de la llegada de nuestro señor Mahomed (¡con El la plegaria y la paz!), y en torno a cuyo templo daban vueltas al principio los creyentes para hacer oración, el patriarca Sofronios, jefe del pueblo, había consentido en capitular, pero con la condición de que fuera el califa en persona a tomar posesión de la ciudad santa. E informado del tratado y de las condiciones, Omar se puso en marcha. Y el hombre que era califa de Alah sobre la tierra, y que había hecho doblar la cabeza ante el estandarte de Islam a tantos potentados, abandonó Medina sin guardia, sin séquito, montado en un camello que llevaba dos sacos, uno de los cuales contenía cebada para el bruto y el otro dátiles. Y delante llevaba un plato de madera y detrás un odre lleno de agua. Y caminando día y noche, sin detenerse más que para rezar la plegaria o para hacer justicia en el seno de alguna tribu encontrada al paso, llegó así a Jerusalem. Y firmó la capitulación. Y se abrieron las puertas de la ciudad. Y llegado que fué a la iglesia de los cristianos, advirtió Omar que estaba próxima la hora de la plegaria; y preguntó al patriarca Sofronios dónde podría cumplir con aquel deber de los creyentes.
Y el cristiano le propuso la propia iglesia. Pero Omar se escandalizó diciendo: "No entraré a orar en vuestra iglesia, y lo hago en interés vuestro, cristianos. Porque si el califa orara en este lugar, los musulmanes se apoderarían de este sitio al punto, y os lo arrebatarían sin remedio". Y tras de recitar la plegaria, volviéndose hacia la kaaba santa, dijo al patriarca: "Ahora, indícame un paraje para alzar una mezquita en que los musulmanes puedan, en lo sucesivo, reunirse para rezar la plegaria sin turbar a los vuestros en el ejercicio de su culto". Y Sofronios le condujo al emplazamiento del templo de Soleimán ben Daúd, al mismo paraje en donde se había dormido Yacub, hijo de Ibraim. Y señalaba una piedra aquel sitio, que servía de receptáculo a las inmundicias de la ciudad. Y como la piedra de Yacub se hallaba cubierta con aquellas inmundicias, Omar, dando ejemplo a los obreros, llenó de estiércol el halda de su traje y fué a transportarlo lejos de allí. Y así hizo desescombrar el emplazamiento de la mezquita, que todavía lleva su nombre, y que es la mezquita más hermosa de la tierra.
Y Omar (¡Alah le colme con Sus dones escogidos!) tenía la costumbre de llevar un báculo en la mano, y vestido con un traje agujereado y remendado en distintos sitios, recorrer los zocos y las calles de la Meca y de Medina, amonestando con severidad y con rigor, y aun castigando a palos en el acto a los mercaderes que
engañaban a los compradores o encarecían la mercancía.
Un día, pasando por el zoco de la leche fresca y cuajada, vió una mujer vieja que tenía ante sí a la venta varios cuencos de leche. Y se acercó a ella, tras de mirarla hacer durante cierto tiempo, y le dijo: "¡Oh mujer! guárdate de engañar en adelante a los musulmanes, como acabo de verte hacer, y ten cuidado de no echar agua a la leche". Y la mujer contestó: "Escucho y obedezco, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y Omar pasó sin más ni más. Pero al día siguiente dió otra vuelta por el zoco de la leche, y acercándose a la vieja lechera, le dijo: "¡Oh mujer de mal agüero! ¿no te advertí ya que no echaras agua a la leche?" Y la vieja contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! te aseguro que no lo he vuelto a hacer". Pero aún no había pronunciado estas palabras, cuando se hizo oír, indignada, desde dentro una voz de joven, que dijo: "¡Cómo madre mía! ¿Te atreves a mentir en la cara del Emir de los Creyentes, añadiendo con ello al fraude una mentira, y a la mentira la falta de veneración al califa? ¡Alah os perdone!"
Y Omar oyó estas palabras y se detuvo conmovido. Y no hizo el menor reproche a la vieja. Pero encarándose con sus dos hijos, Abdalah y Acim, que le acompañaban en su paseo, les dijo: "¿Cuál de vosotros dos quiere casarse con esa virtuosa joven? Todo hace esperar que Alah, con el soplo perfumado de Sus gracias, dé a esa niña una descendencia tan virtuosa como ella".
Y contestó Acim, el hijo menor de Omar: "¡Oh padre mío! yo me casaré con ella". Y se efectuó el matrimonio de la hija de la lechera con el hijo del Emir de los Creyentes. Y fué un matrimonio bendito. Porque le nació una hija, que se casó más tarde con Abd El-Aziz ben Merwán. Y de este último matrimonio nació Omar ben Abd El-Aziz, que subió al trono de los Ommiadas, siendo el octavo en el orden dinástico, y fué uno de los cinco grandes califas del Islam. Loores Al que eleva a quien Le place.
Y Omar acostumbraba a decir: "No dejaré nunca sin venganza la muerte de un musulmán". Y he aquí que un día, mientras presidía la sesión de justicia en las gradas de la mezquita, llevaron a su presencia el cadáver de un adolescente imberbe todavía, con las mejillas suaves y pulidas como las de una muchacha. Y le dijeron que aquel adolescente había sido asesinado por una mano desconocida, y que habían encontrado su cuerpo tirado en un camino.
Omar pidió informes y se esforzó en recoger detalles de la muerte; pero no pudo llegar a saber nada, ni a descubrir el rastro del matador. Y se apenó su alma de justiciero al ver la esterilidad de sus pesquisas. E invocó al Altísimo, diciendo: "¡Oh Alah! ¡oh Señor! permite que logre descubrir al matador". Y a menudo se le oyó repetir este ruego. Y he aquí que, a principios del año siguiente, le llevaron un niño recién nacido, vivo todavía, que habían encontrado abandonado en el mismo paraje donde había sido tirado el cadáver del adolescente. Y Omar exclamó al punto: "¡Loores a Alah! ¡Ahora yal soy dueño de la sangre de la víctima! Y se descubrirá el crimen, si Alah quiere".
Y se levantó y fué en busca de una mujer de confianza, a quien entregó el recién nacido, diciéndole: "Encárgate de este pobre huérfano, y no te preocupes por lo que necesite. Pero dedícate a escuchar cuanto se diga a tu alrededor con respecto a este niño, y ten cuidado de no dejar que nadie le coja ni le aleje de tus oídos. Y si encontraras una mujer que le besase y le estrechase contra su pecho, infórmate con sigilo de su morada y avísame en seguida. Y la nodriza guardó en su memoria las palabras del Emir de los Creyentes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 980ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y la nodriza guardó en su memoria las palabras del Emir de los Creyentes.
Y el niño creció y se desarrolló. Y cuando tuvo dos años de edad, una joven esclava se acercó un día a la nodriza, y le dijo: "Mi señora me envía a rogarte que me dejes llevar a su casa tu niño. Porque está encinta, y en vista de la hermosura de este niño -¡Alah te lo conserve y aleje de él el ojo malhechor!-, desea pasarse algunos instantes mirándole para que el niño que lleva ella en su seno se forme a semejanza de éste". Y la nodriza contestó: "Está bien. Llévate al niño; pero he de acompañarte yo".
Y así se hizo. Y la joven esclava entró con el niño en casa de su señora. Y en cuanto la dama vió al niño, se arrojó sobre él llorando, y le tomó en sus brazos, cubriéndole de besos y apretándole contra ella, en el límite de la emoción.
En cuanto a la nodriza, se apresuró a ir a presentarse entre las manos del califa, y le contó lo que acababa de pasar, añadiendo: "Y esa dama no es otra que la purísima Saleha, la hija del venerable ansariano jeique Saleh, que ha visto y seguido como discípulo abnegado a nuestro Profeta bendito (¡con El la plegaria y la paz!).
Y Omar reflexionó. Luego se levantó, cogió su sable, se lo escondió debajo del vestido, y fué a la casa indicada. Y encontró al ansariano sentado a la puerta de su morada, y le dijo, después de las zalemas: "¡Oh venerable jeique! ¿qué ha hecho tu hija Saleha?" Y el jeique contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿mi hija Saleha? Alah la recompense por sus buenas obras. Hi hija es de todos conocida por su piedad y su conducta ejemplar, por su conciencia en cumplir sus deberes para con Alah y para con su padre, por su celo en las plegarias y demás obligaciones impuestas por nuestra religión, por la pureza de su fe".
Y Omar dijo: "Está bien. Pero yo desearía tener una entrevista con ella para aumentar su amor al bien y animarla aún más a practicar obras meritorias". Y dijo el jeique: "Alah te colme con sus favores ¡oh Emir de los Creyentes! por la buena voluntad que tienes a mi hija. Espera aquí un momento a que yo vuelva, pues voy a anunciar tus propósitos a mi hija". Y entró, y pidió a Saleha que recibiese al califa. Y se introdujo en la casa a Omar.
Y he aquí que, al llegar a presencia de la joven, Omar ordenó a las personas presentes que se retiraran. Y salieron éstas inmediatamente y dejaron al califa y a Saleha solos, absolutamente solos. "Quiero que me des datos precisos respecto de la muerte del joven encontrado hace tiempo en un camino. Tú tienes esos datos. Y si tratas de ocultarme la verdad, entre tú y ella se interpondrá este sable, ¡oh Saleha!" Y contestó ella, sin turbarse: "¡Oh Emir de los Creyentes! has encontrado lo que buscas. Y por la grandeza del nombre de Alah el Antísimo y por los méritos del Profeta bendito (¡con El la plegaria y la paz!) juro que voy a decirte la verdad entera". Y bajó la voz y dijo:
Sabes, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que yo tenía a mi servicio una mujer vieja que siempre estaba en casa y que me acompañaba a todas partes cuando yo salía. Y la consideraba y la quería como quiere una hija a su madre. Y por su parte, en cuanto me atañía y me interesaba, ponía ella una atención y un cuidado extremados. Y durante mucho tiempo la estimé y escuché con respeto y veneración.
"Pero llegó un día en que me dijo ella: "¡Oh hija mía! necesito hacer un viaje a casa de mis allegados. Pero tengo aquí una hija. Y en el sitio en donde está tengo miedo de que se vea expuesta a cualquier desgracia irremediable. Te suplico, pues, que me permitas traértela y dejarla contigo hasta mi regreso". Y al punto le di mi consentimiento. Y se marchó.
"Y al día siguiente vino a mi casa su hija. Y era una joven de aspecto delicioso, de buena apariencia, alta y bien formada. Y sentí por ella un afecto grande. Y la hice acostarse en la habitación donde yo dormía.
"Y una siesta, mientras dormía, me sentí de pronto asaltada en mi sueño y arrollada por un hombre que pesaba sobre mí a plomo y me inmovilizaba, sujetándome ambos brazos. Y deshonrada, mancillada ya, pude por fin soltarme de su abrazo. Y descubrí que él no era otro que mi joven compañera. Y me había engañado el disfraz de aquel joven imberbe a quien tan fácil había sido pasar por una muchacha.
"Y cuando le maté, hice sacar su cadáver y mandé que le dejaran en el paraje donde se le encontró. Y permitió Alah que yo fuese madre por culpa de los manejos ilícitos de aquel hombre. Y cuando eché al mundo al niño, hice que le dejaran también en el camino donde se abandonó a su padre, sin querer encargarme ante Alah de criar a un hijo que me había nacido contra mi consentimiento.
"Y ésta es ¡oh Emir de los Creyentes! la historia exacta de esos dos seres. Y te he dicho la verdad. ¡Y Alah responderá de mí!".
Y Omar exclamó: "Cierto que me has dicho la verdad, Alah extienda sobre ti Sus gracias". Y admiró la virtud y el valor de aquella muchacha, le recomendó perseverancia en las buenas obras, e hizo votos por ella al cielo. Luego salió. Y al partir, dijo al padre: "¡Alah colme de bendiciones tu casa! Virtuosa hija es tu hija. ¡Bendita sea! Ya le he hecho exhortaciones y recomendaciones". Y el venerable jeique ansariano contestó: "¡Alah te conduzca a la dicha, ¡oh Emir de los Creyentes! y te dispense los favores y beneficios que desee tu alma! "
Luego el joven rico, tras de tomar algún reposo, continuó: "Ahora, para cambiar de asunto, voy a deciros la historia de LA CANTARINA SALAMAH LA AZUL".
LA CANTARINA SALAMAH LA AZUL
Y dijo:
"El hermoso poeta, músico y cantor Mohammad el Kúfico, cuenta esto:
"Jamás tuve, entre las jóvenes y las esclavas a quienes daba lecciones de música y de canto, una discípula más bella, más viva, más seductora, más espiritual y mejor dotada que Salamah la Azul. Llamábamos la Azul a esta joven morena, porque en su labio había una encantadora sombra de bozo azulado, semejante a un pequeño trazo de almizcle que hubiera paseado por allí graciosamente una pluma de escriba experto o la mano ligera de un iluminador. Y cuando yo le daba lección, era ella muy jovencita, una jovenzuela recientemente desarrollada, con dos pechitos incipientes que alzaban y separaban un poco su ligero vestido, alejándole del seno. Y al mirarla arrebataba; era para trastornar el espíritu, deslumbrar los ojos, quitar la razón. Y cuando iba ella a una reunión, aunque la compusiesen las más renombradas bellezas de Kufah, no había miradas más que para Salamah; y bastaba que apareciese ella para que se exclamase: "¡Ah! Ahí está la Azul". Y se la amó apasionadamente, hasta la locura, pero sin objeto, por todos los que la conocían y por mí mismo. Y aunque era mi discípula, yo era para ella un humilde súbdito, un servidor obediente, un esclavo a sus órdenes. Y si me hubiera pedido orchilla humana habría ido yo a buscarla en todos los cráneos de ahorcados, en todos los huesos mohosos del mundo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 981ª NOCHE
Ella dijo:
... Y si me hubiera pedido orchilla humana, habría ido yo a buscarla en todos los cráneos de ahorcados, en todos los huesos mohosos del mundo.
Y precisamente compuse, en recuerdo suyo, la música y palabras de este canto, cuando su amo Ibn Ghamín partió para la peregrinación, llevándola consigo, así como a sus demás esclavas.
¡Oh Ibn Ghamín! ¡qué penoso estado el de un amante desdichado a quien has dejado muerto, aunque viva todavía!
¡Les has dado en su brebaje las dos amarguras más terribles coloquíntida y ajenjo!
¡Oh camellero del Yemen que conduces la caravana! ¡me has herido, hombre siniestro!
¡Has separado corazones como jamás se han visto y los has consternado con tu aspecto de búfalo salvaje!
Pero, aun con toda mi pena de amor, mi suerte, a pesar de todo, no es
comparable en negrura a la de otro enamorado de la Azul, Yezid ben Auf, el cambista.
Un día, en efecto, el amo de Salamah le dijo: "¡Oh Azul! entre todos los que te amaron sin resultado, ¿hay alguno que haya obtenido de ti una cita secreta o un beso? Dímelo, sin ocultarme la verdad". Y a esta pregunta inesperada, temerosa de que su amo se hubiese informado hacía poco de alguna pequeña licencia que ella se permitiera en presencia de testigos indiscretos, Salamah contestó: "No, indudablemente nadie ha obtenido de mí nada, excepto Yezid ben Auf el cambista. Y aun ése no ha hecho más que besarme una sola vez. Pero accedí a darle ese beso, sólo porque entonces me había deslizado en la boca, a cambio del beso, dos perlas magníficas que vendí en ochenta mil dracmas".
Al oír aquello, el amo de Salamah dijo sencillamente: "Está bien". Y sin añadir una palabra más, de tanto como sentía penetrarle en el alma la cólera celosa, se dedicó a la busca de Yezid ben Auf, le siguió hasta que le tuvo al alcance de su mano en ocasión oportuna, y le hizo morir a latigazos.
Por lo que respecta a las circunstancias en que había sido dado a Yezid aquel beso único y funesto de la Azul, helas aquí.
Iba yo un día, como de costumbre, a casa de Ibn Ghamín, para dar a Azul una lección de canto, cuando me encontré en el camino a Yezid ben Auf. Y después de las zalemas, le dije: "¿Adónde vas, ¡oh Yezid! tan bien vestido?" Y me contestó: "Adonde vas tú". Y dije: "¡Perfectamente! Vamos".
Y cuando llegamos y entramos en la morada de Ibn Ghamín, nos sentamos en la sala de reunión. Y en seguida apareció Azul, vestida con una manteleta anaranjada y un soberbio caftán rosa. Y creímos ver el sol ígneo alzándose entre la cabeza y los pies de la deslumbradora cantarina. Y la seguía la joven esclava, que llevaba la tiorba.
Y la Azul cantó, bajo mi dirección, por un método nuevo que yo le había enseñado. Y su voz era rica, grave, profunda y conmovedora. Y en un momento dado, su amo se excusó con nosotros, y nos dejó solos, a fin de ir a dar órdenes para la comida. Y Yezid, arrebatado su corazón de amor por la cantarina, se acercó a ella, implorándola con la mirada. Y ella pareció animarse, y sin dejar de cantar, le dió la respuesta en una mirada. Y enervado con aquella mirada, Yezid buscó con la mano en su vestido, sacó dos perlas magníficas que no tenían hermanas, y dijo a Salamah, que dejó de cantar por un momento: "Mira, ¡oh Azul! Estas dos perlas han sido pagadas por mí hoy mismo en sesenta mil dracmas. Si tú quisieras, te pertenecerían". Ella contestó: "¿Y qué quieres que haga para complacerte?" El contestó: "Que cantes para mí".
Entonces Salamah, tras de llevarse la mano a la frente en señal de aquiescencia, templó el instrumento, y cantó los versos siguientes, compuestos por ella, música y canto, con el ritmo graveligero y primero, que tiene por tónica el tono simple de la cuerda del dedo anular:
¡Salamah la Azul ha herido mi corazón con una herida tan duradera como la duración de los tiempos!
¡La ciencia más hábil del mundo no podría cerrarla! Porque no se cierra en el
fondo del corazón una herida de amor.
¡Salamah la Azul ha herido mi corazón! ¡Oh musulmanes, venid en mi socorro!
Y tras de cantar esta melodía arrebatadora de ternura, mirando a Yezid, añadió: "Está bien; dame a tu vez ahora lo que tienes que darme". Y dijo él: "Ciertamente, quiero lo que tú quieras. Pero escucha, ¡oh Azul! He jurado con un juramento que obliga a mi conciencia -y todo juramento es sagrado- que no daré estas dos perlas
más que pasándolas de mis labios a tus labios". Y al oír estas palabras de Yezid, la esclava de Salamah, enfadada, se levantó con viveza y con la mano alzada para amonestar al enamorado. Pero yo la detuve por el brazo, y le dije, para disuadirla de mezclarse en el asunto: "Estate quieta, ¡oh joven! y déjalos. Están regateando, como ves, y cada cual quiere sacar provecho con las menos pérdidas posibles. No los molestes".
En cuanto a Salamah, se echó a reir al oír a Yezid manifestar aquel deseo. Y decidiéndose de pronto, le dijo: "Pues bien, ¡sea! Dame esas perlas del modo que quieras". Y Yezid empezó a avanzar hacia ella, andando con las rodillas y las manos, y llevando entre los labios las dos magníficas perlas. Y Salamah, lanzando ligeros gritos de susto, empezó a retroceder por su parte, recogiéndose las ropas y evitando el contacto de Yezid. Y se alejaba corriendo a derecha y a izquierda, y volvía a su sitio, sofocada, provocando con ello más numerosas intentonas por parte de Yezid y más numerosas coqueterías. Y aquel juego duró bastante tiempo. Pero como, a pesar de todo, había que conquistar las perlas en las condiciones aceptadas, Salamah hizo una seña a su esclava, quien se arrojó sobre Yezid de improviso, le cogió por los hombros, y le retuvo en su sitio. Y tras de probar con aquel manejo que estaba victoriosa y no vencida, Salamah fué por sí misma, un poco confusa y con sudor en la frente, a tomar con sus lindos labios las perlas magníficas aprisionadas entre los labios de Yezid, que las trocó así por un beso. Y en cuanto las tuvo en su poder, recobrando en seguida su aplomo, Salamah dijo a Yezid, riendo: "¡Por Alah! hete aquí vencido de todas maneras, con el sable sepultado en los riñones". Y Yezid contestó, cortés: "Por tu vida, ¡oh Azul! no me preocupa mi vencimiento. ¡El perfume delicioso que recogí en tus labios me quedará en el corazón, mientras viva, como un aroma eterno!
¡Alah tenga en su compasión a Yezid ben Auf! Murió mártir del amor".
Luego dijo el joven rico: "Escuchad ahora un rasgo de tofailismo. Y ya sabéis que nuestros padres árabes entendían por esta palabra - que tiene su origen en Tofail el tragón- la costumbre que tienen ciertas personas de invitarse por sí mismas a los festines y tragar comidas y bebidas sin que se les ruegue que lo hagan. Por tanto, escuchad".
Y dijo:
EL PARASITO
"Cuentan que el Emir de los Creyentes El-Walid, hijo de Yezid, el Ommiada, se complacía extremadamente en la compañía de un tragón famoso, amigo de los buenos platos y de todo tufillo apetitoso, que se llamaba Tofail el de los Festines, y cuyo nombre ha servido desde entonces para caracterizar a los parásitos que se invitan por sí mismos a las bodas y a los festines. Por otra parte, aquel Tofail, gastrónomo en grande, era hombre ingenioso, ilustrado, maligno, burlón; y era vivo en la respuesta y en el chiste. Además, su madre estaba convicta de adulterio. Y él es precisamente quien ha condensado la doctrina de los parásitos en algunas reglas cortas, al mismo tiempo que prácticas, que se resumen en los datos siguientes:
Quien se invite a una buena comida de bodas, evite con cuidado mirar acá y allá con aire inseguro.
Entre con pie firme y escoja el mejor sitio, sin fijarse en nada, a fin de que los invitados y convidados crean que es un personaje de la mayor importancia.
Si el portero de la casa se muestra agrio y reacio, amonéstesele y humíllesele para que no pueda permitirse la menor observación.
Una vez sentado ante el mantel, arrójese sobre la comida y la bebida, y esté más cerca del asado que el propio asador.
Trabaje en los pollos rellenos y en la carne, aunque sea seca, con dedos más cortantes que el acero.
Y tal era el código del perfecto devorador, establecido por Tofail en la ciudad de Kufa. Y en verdad que Tofail fué el padre de los devoradores y la corona de los parásitos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 982ª NOCHE
Ella dijo:
Y tal era el código del perfecto devorador, establecido por Tofail en la ciudad de Kufa. Y en verdad que Tofail fué el padre de los devoradores y la corona de los parásitos. Respecto a su manera de proceder, he aquí un hecho entre mil.
Un notable de la ciudad había invitado a algunos amigos y se regalaba en compañía de ellos con un plato de pescado maravillosamente condimentado. Y he aquí que a la puerta se oyó la bien conocida voz de Tofail, que hablaba al esclavo portero. Y uno de los convidados exclamó: "¡Alah nos preserve del tragaldabas! Ya conocéis todos la inusitada capacidad de Tofail. Apresurémonos, pues, a preservar de sus dientes estos hermosos pescados, y a ponerlos en seguridad en un rincón de la estancia, sin dejar en el mantel más que estos pececillos. Y cuando haya devorado los pequeños, como no le quedará ya nada que tragar, se marchará y nos regalaremos con los peces grandes". Y se apresuraron a apartar los peces grandes.
Y entró Tofail, y sonriente y lleno de soltura dirigió la zalema a todo el mundo. Y después del bismilah, tendió la mano al plato. Pero el caso es que no contenía más que pescado menudo de mal aspecto. Y le dijeron los convidados, encantados de la jugarreta: "¡Eh, maese Tofail! ¿qué te parecen esos peces? No tienes cara de encontrar el plato completamente de tu gusto".
El aludido contestó: "Hace tiempo que no me hallo en buenas relaciones con la familia de los peces y estoy muy furioso con ellos. Porque a mi pobre padre, que murió ahogado en el mar, se lo comieron".
Y le dijeron los convidados: "Muy bien; pues aquí tienes una excelente ocasión de aplicar la pena del talión por lo de tu padre, comiéndote a tu vez esos pescaditos". Y Tofail contestó: "Tenéis razón. Pero esperad". Y cogió un pececillo y se lo acercó al oído. Y su vista de parásito había divisado ya el plato escondido en el rincón y que contenía los peces grandes. Y después de haber simulado escuchar atentamente al pececillo frito, exclamó de pronto: "¡Oh! ¡oh! ¿Sabéis lo que acaba de decirme este desperdicio de pez? Y los convidados contestaron: "¡No, por Alah! ¿Cómo vamos a saberlo?"
Y Tofail dijo: "Pues bien; habéis de saber entonces que me ha dicho: "Yo no he asistido a la muerte de tu padre (¡ Alah le tenga en Su misericordia!) y no he podido verle siquiera, ya que soy demasiado joven para haber vivido en aquella época". Luego me ha deslizado al oído estas otras palabras: "Mejor será que cojas esos hermosos peces grandes que están escondidos en el rincón, y te vengues. Porque ellos son los que se precipitaron antaño sobre tu difunto padre, y se lo comieron".
Al oír este discurso de Tofail, los invitados y el dueño de la casa comprendieron que el parásito había olfateado su estrategema. Por eso se apresuraron a hacer servir los hermosos peces a Tofail, y le dijeron, cayéndose de risa: "¡Cómetelos, y ojalá te den la gran indigestión!"
Luego el joven dijo a sus oyentes: "Escuchad ahora la historia fúnebre de la bella esclava del Destino".
Y dijo:
LA FAVORITA DEL DESTINO
"Cuentan los cronistas y los analistas, que el tercero de los califas abbasidas, el Emir de los Creyentes El-Mahdi, había dejado el trono, al morir, a su hijo mayor Al-Hadi, a quien no quería, y por el cual incluso experimentaba gran aversión. Sin embargo, había especificado bien que, a la muerte de Al-Hadi, el sucesor inmediato debía ser el menor, Harún Al-Raschid, su hijo preferido, y no el hijo mayor de Al-Hadi.
Pero cuando Al-Hadi fué proclamado Emir de los Creyentes, vigiló con envidia y suspicacia crecientes a su hermano Harún Al-Raschid e hizo cuanto pudo por privar a Harún del derecho de sucesión. Pero la madre de Harún, la sagaz y abnegada Khaizarán, no cesó de descubrir todas las intrigas dirigidas contra su hijo. Así es que Al-Hadi acabó por detestarla tanto como a su hermano; y los confundió a ambos en la misma reprobación. Y sólo esperaba una ocasión de hacerles
desaparecer.
Entretanto, estaba un día Al-Hadi en sus jardines, sentado bajo una rica cúpula sostenida por ocho columnas, que tenía cuatro entradas, cada una de las cuales miraba a un punto del cielo. Y a sus pies estaba sentada su hermosa esclava favorita Ghader, a la que sólo poseía hacía cuarenta días. Y también se encontraba allí el músico Ishak ben Ibrahim, de Mossul. Y en aquel momento cantaba la favorita acompañada en el laúd por el propio Ishak. Y el califa se agitaba de placer y se le estremecían los pies en el límite del transporte y del entusiasmo. Y afuera caía la noche; y la luna se alzaba entre los árboles; y corría el agua murmuradora a través de las sombras entrecortadas, mientras la brisa le respondía dulcemente.
Y de pronto el califa, cambiando de cara, se ensombreció y frunció las cejas. Y se desvaneció toda su alegría; y los pensamientos de su espíritu tornáronse negros como la estopa en el fondo del tintero. Y tras de un largo silencio, dijo con voz sorda: "A cada cual le está marcado su porvenir. Y no perdura nadie más que el Eterno Viviente". Y de nuevo se sumió en un silencio de mal augurio, que interrumpió de repente, exclamando: "¡Que llamen en seguida a Massrur, el portaalfanjel" Y precisamente aquel mismo Massrur, ejecutor de las venganzas y cóleras califales, había sido el niñero de Al-Raschid y le había llevado en sus brazos y sus hombros. Y llegó al punto a presencia de Al-Hadi, que le dijo: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 983ª NOCHE
Ella dijo:
...Y llegó al punto a presencia de Al-Hadi, que le dijo: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza".
Al oír estas palabras, que eran la sentencia de muerte de aquel a quien había criado, Massrur quedó estupefacto, aturdido y como herido por el rayo. Y murmuró: "De Alah somos y a El retornaremos". Y acabó por salir, semejante a un hombre ebrio.
Y en el límite de la emoción, fué en busca de la princesa Khaizarán, madre de Al-Hadi y de Harún Al-Raschid. Y le vió ella azorado y trastornado, y le preguntó: "¿Qué hay ¡oh Massrur!? ¿Qué ha sucedido para que vengas aquí a hora tardía de la noche? Dime qué te pasa". Y Massrur contestó: "¡Oh mi señora! ¡no hay recurso ni fuerza más que en Alah el Todopoderoso! He aquí que nuestro amo el califa Al-Hadi, tu hijo, acaba de darme esta orden: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza".
Y al oír estas palabras del portaalfanje, Khaizarán se sintió llena de terror; y se albergó en su alma el espanto; y la emoción le apretó el corazón hasta romperle. Y bajó la cabeza y se recogió en sí misma un instante. Luego dijo a Massrur: "Ve inmediatamente al cuarto de mi hijo Al-Raschid, y tráele aquí contigo". Y Massrur contestó con el oído y la obediencia, y partió.
Y entró en el aposento de Harún. Y en aquel momento Harún estaba ya desnudo en el lecho, con las piernas debajo de la manta. Y Massrur le dijo atropelladamente: "Levántate, en nombre de Alah, ¡oh mi señor! y ven conmigo inmediatamente al cuarto de tu madre, mi señora, que te llama". Y Al-Raschid se levantó, y vistiéndose de prisa, pasó con Massrur al aposento de Sett Khaizarán.
En cuanto ella vió a su hijo preferido, se levant6 y corrió a él y le besó, sin decir una palabra, y le empujó a una pequeña habitación disimulada, cerrando la puerta tras él, que ni siquiera pensó en protestar o en pedir la menor explicación.
Y hecho esto, Sett Khaizarán envió a buscar en sus casas, donde estarían durmiendo, a los emires y a los principales personajes del palacio califal. Y cuando estuvieron todos reunidos en las habitaciones de ella, la princesa, desde detrás de la cortina del harén, les dirigió estas sencillas palabras: "En nombre de Alah el Todopoderoso, el Altísimo, y en nombre de su Profeta bendito, os pregunto si oísteis decir alguna vez que mi hijo Al-Raschid haya estado en connivencia, relación o trato con los enemigos de la autoridad califal o con los heréticos Zanadik, o que alguna vez haya tratado de hacer la menor tentativa de insubordinación o rebeldía contra su soberano Al-Hadi, hijo mío y señor vuestro".
Y todos contestaron con unanimidad: "No, jamás".
Y Khaizarán repuso al punto: "Pues bien; sabed que al presente, ahora mismo, mi hijo Al-Hadi pide la cabeza de su hermano Al-Raschid. ¿Podéis explicarme por qué motivo?" Y los presentes quedaron tan aterrados y espantados, que ninguno de ellos osó articular una palabra. Pero el visir Rabiah se levantó y dijo al portaalfanje Massrur: "Ve en esta hora y en este instante a presentarte entre las manos del califa. Y cuando, al verte, te pregunte: "¿Has acabado?", le responderás: "Nuestro señora Khaizarán, tu madre, esposa de tu difunto padre AlMahdi, madre de tu hermano, me ha sorprendido cuando yo me precipitaba sobre Al-Raschid; y me ha detenido y me ha rechazado. Y beme aquí ante ti, sin haber podido ejecutar tu orden".
Y Massrur salió y al punto se presentó al califa.
Y en cuanto le vió Al-Hadi, le dijo: "Está bien, ¿dónde está lo que te he pedido?" Y Massrur contestó: "¡Oh mi señor! mi señora la princesa Khaizarán me ha sorprendido abalanzándome sobre tu hermano Al-Raschid; y me ha detenido, y me ha rechazado, y me ha impedido cumplir mi misión".
Y el califa, en el límite de la indignación, se levantó y dijo a Ishak y a la cantarina Ghader: "Seguid en el sitio en donde estáis, y esperad a que vuelva yo".
Y llegó a las habitaciones de su madre Khaizarán y vió a todos los dignatarios y emires congregados allí. Y al verle, la princesa se puso en pie; y los personajes que estaban con ella también se levantaron. Y el califa, encarándose con su madre, le dijo con voz sofocada por la cólera: "¿Por qué, cuando yo quiero y ordeno una cosa, te opones a mis voluntades?". Y Khaizarán exclamó "¡Alah me preserve, ¡oh Emir de los Creyentes! de oponerme a ninguna de tus voluntades! Sin embargo, deseo solamente que me indiques por qué motivo exiges la muerte de mi hijo Al-Raschid. Es tu hermano y sangre tuya; es, como tú, alma y vida de tu padre". Y Al-Hadi contestó: "Puesto que quieres saberlo, sabe que deseo desembarazarme de Al-Raschid a causa de un sueño que he tenido la noche última y que me ha penetrado de espanto.
Porque en ese sueño he visto a Al-Raschid sentado en el trono, en mi lugar. Y junto a él estaba mi esclava favorita Ghader; y él bebía y jugueteaba con ella. Y como amo mi soberanía, mi trono y mi favorita, no quiero ver por más tiempo a mi lado, viviendo sin cesar junto a mí como una calamidad, a tan peligroso rival, aunque sea hermano mío".
Y Khaizarán le contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ésas son ilusiones y falsedades del sueño, malas visiones ocasionadas por los manjares ardientes. ¡Oh hijo mío! casi nunca resulta verídico un sueño". Y continuó hablándole de tal suerte, aprobada por las miradas de los presentes. Y se dió tanta maña, que consiguió calmar a Al-Hadi y desvanecer sus temores. Y entonces hizo aparecer a Al-Raschid, y le hizo prestar juramento de que jamás había abrigado en la imaginación el menor proyecto de rebeldía o la menor ambición, y de que jamás intentaría nada contra la autoridad califal.
Y después de estas explicaciones, desapareció la cólera de Al-Hadi. Y se volvió a la cúpula, donde había dejado a su favorita con Ishak. Y despidió al músico y se quedó solo con la bella Ghader, divirtiéndose, regocijándose y dejándose penetrar por las delicias mezcladas de la noche y del amor. Y he aquí que de repente sintió un fuerte dolor en la planta de un pie. Y al punto se llevó la mano al sitio dolorido que le desazonaba, y se rascó. Y en algunos instantes formóse allí un pequeño tumor, que aumentó, hasta tener el volumen de una avellana. Y se le irritó, produciéndole desazones intolerables. Y se lo rascó él de nuevo; y aumentó hasta tener el volumen de una nuez, y acabó por reventársele. Y al punto Al-Hadi cayó de espaldas, muerto.
La causa de aquello fué que Khaizarán, en los pocos instantes que estuvo el califa con ella, después de la reconciliación, le había dado a beber un sorbete de tamarindo, que contenía la sentencia del Destino.
El primero que se enteró de la muerte de Al-Hadi fué precisamente el eunuco Massrur. E inmediatamente corrió a ver a la princesa Khaizarán, y le dijo: "¡Oh madre del califa! ¡Alah prolongue tus días! Mi señor Al-Hadi acaba de morir". Y Khaizarán le dijo: "Está bien. Pero ¡oh Massrur! guarda secreto sobre esta noticia y no divulgues este acontecimiento súbito. Y ahora ve cuando antes en busca de mi hijo Al-Raschid, y tráemele".
Y Massrur fué en busca de Al-Raschid, y le encontró acostado. Y le despertó, diciéndole: "¡Oh mi señor! mi señora te llama al instante". Y Al-Raschid exclamó, trastornado: "¡Por Alah! mi hermano Al-Hadi le habrá vuelto a hablar en contra mía, y le habrá revelado algún complot tramado por mí, y del que jamás haya tenido yo idea".
Pero Massrur le interrumpió, diciéndole: "¡Oh Harún! levántate en seguida y sígueme. Calma tu corazón y refresca tus ojos, porque todo va por buen camino, y no encontrarás más que éxitos y alegría.
Acto seguido, Harún se levantó y se vistió. Y al punto Massrur se prosternó ante él, y besando la tierra entre sus manos, exclamó: "La zalema contigo oh Emir de los Creyentes, imán de los servidores de la fe, califa de Alah en la tierra, defensor de la ley santa y de lo impuesto por ella!"
Y Harún, lleno de asombro y de incertidumbre, le preguntó: "¿Qué significan esas palabras, ¡oh Massrur!? Hace un momento me llamabas por mi nombre sencillamente; y al presente me das el título de Emir de los Creyentes. ¿A qué debo
atribuir estas palabras contradictorias y un cambio de lenguaje tan imprevisto?".
Y Massrur contestó: "¡Oh mi señor! ¡toda vida tiene su destino y toda existencia su término! Alah prolongue tus días, pues tu hermano acaba de expirar..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 984ª NOCHE
Ella dijo:
"¡ ... Oh mi señor! ¡toda vida tiene su destino y toda existencia su término! Alah prolongue tus días, pues tu hermano acaba de expirar". Y dijo Al-Raschid: "Alah le tenga en su piedad". Y se apresuró a ponerse en marcha, ya sin temor ni preocupación, entró en el cuarto de su madre, que exclamó al verle: "¡Alegría y dicha! ¡Dicha y alegría al Emir de los Creyentes!". Y se puso de pie, y le echó el manto califal, y le entregó el cetro, el sello supremo y las insignias del poderío. Y en el mismo momento entró el jefe de los eunucos del harén, que dijo a Al-Raschid: "¡Oh señor nuestro! recibe una noticia dichosa, pues acaba de nacerte un hijo de tu esclava Marahil". Y Harún entonces dejó exteriorizarse su doble júbilo, y dió a su hijo el nombre de Abdalah con el sobrenombre de Al-Mamún.
Y antes del nuevo día fueron conocidos por la población de Bagdad la muerte de Al-Hadi y el advenimiento de Al-Raschid al trono califal. Y Harún, en medio del aparato de la soberanía, recibió el juramento de obediencia de los emires, de los notables y del pueblo reunidos. Y aquel mismo día elevó al visirato a El-Fadl y a Giafar, ambos hijos de Yahia el Barmakida. Y todas las provincias y comarcas del Imperio, y todos los pueblos islámicos, árabes y no árabes, turcos y deylamidas, reconocieron la autoridad del nuevo califa y le juraron obediencia. Y comenzó su reinado en la prosperidad y la magnificencia, y se asentó, brillante, en su reciente gloria y en su poderío.
En cuanto a la favorita de Ghader, entre los brazos de la cual había expirado Al-Hadi, he aquí lo que aconteció.
La misma tarde de su elevación al trono, Al-Raschid, que tenía noticia de la belleza de Ghader quiso verla y posar en ella sus primeras miradas. Y le dijo: "Deseo ¡oh Ghader! que visitemos juntos tú y yo el jardín y la cúpula donde mi hermano Al-Hadi (¡Alah le tenga en Su piedad!) gustaba de alegrarse y descansar". Y Ghader, vestida ya con trajes de luto, bajó la cabeza y contestó: "Soy la esclava sumisa del Emir de los Creyentes". Y se retiró un instante para quitarse los vestidos de luto y reemplazarlos por los atavíos convenientes. Luego entró en la cúpula, donde Harún la hizo sentarse a su lado. Y permanecía con los ojos fijos en aquella magnífica joven, sin dejar de admirar su gracia. Y su pecho respiraba ampliamente con alegría, y su corazón se holgaba. Luego, cuando sirvieron los vinos que gustaban a Harún, Ghader se negó a beber la copa que le brindaba el califa.
Y le preguntó él, asombrado: "¿Por qué lo rehusas?". Ella contestó: "El vino sin la música pierde la mitad de su generosidad. Tendría gusto, por tanto, en ver junto a nosotros, haciéndonos armoniosa compania, al admirable Ishak, hijo de Ibrahim". Y Al-Raschid contestó: "No hay inconveniente". Al punto envió a Massrur en busca del músico, que no tardó en llegar. Y besó la tierra entre las manos del califa, y le rindió homenaje. Y a una seña de Al-Raschid se sentó enfrente de la favorita.
Y a la sazón pasó la copa de mano en mano; y de tal suerte se continuó hasta que fué noche cerrada. Y de repente, cuando el vino hubo fermentado en las razones, exclamó Ishak: "¡Oh! ¡eterna alabanza para El que cambia a Su antojo los acontecimientos y dirige su curso y vicisitudes!". Y Al-Raschid le preguntó: "¿En qué piensas ¡oh hijo de Ibrahim! para prorrumpir en esas exclamaciones?".
Y contestó Ishak: "¡Ay! ¡oh mi señor! ayer a esta hora, tu hermano se asomaba a la ventana de esta cúpula, y a la luz de la luna, semejante a una desposada, miraba cómo huían las aguas murmuradoras suspirando con dulces y ligeras voces de cantarinas nocturnas. Y ante el espectáculo de la felicidad aparente, se espantó de su destino. Y quiso brindarte el brebaje de la humillación".
Y Al-Raschid dijo: "¡Oh hijo de Ibrahim! la vida de las criaturas está escrita en el libro del Destino. ¿Acaso habría podido arrebatarme la vida, si no estuviera decretado el término de ésta?". Y se encaró con la bella Ghader, y le dijo: "Y tú, ¡oh joven! ¿qué dices?".
Y Ghader tomó su laúd, y preludió, y con voz profundamente conmovida cantó estos versos:
¡La vida del hombre tiene dos vidas: una límpida y otra turbia! ¡El tiempo tiene dos clases de días: días de seguridad y días de peligro!
¡No te fíes ni del tiempo ni de la vida, porque a los días más límpidos suceden días turbios y sombríos!
Y al acabar estos versos, la favorita de Al-Hadi desfalleció de pronto y cayó sin conocimiento ni movimiento, dando con la cabeza en el suelo. Y la socorrieron y la movieron. Pero ya no existía, refugiada en el seno del Altísimo. Y dijo Ishak: "¡Oh mi señor! amaba al difunto. Y a lo menos a que aspira el amor es a esperar a que el enterrador acabe de cavar la tumba. ¡Alah extienda Sus misericordias sobre Al-Hadi, sobre su favorita y sobre todos los musulmanes!".
Y de los ojos de Al-Raschid cayó una lágrima. Y ordenó lavar el cuerpo de la muerta y depositarlo en la propia tumba de Al-Hadi. Y dijo: "¡Sí! ¡Alah extienda Sus misericordias sobre Al-Hadi, sobre su favorita y sobre todos los musulmanes!".
Y tras de contar así esta historia de la infortunada adolescente, el joven rico dijo a sus conmovidos oyentes: "Escuchad ahora, como otra manifestación de los decretos inexorables del Destino, la historia del COLLAR FUNEBRE".
EL COLLAR FUNEBRE
Y dijo:
"Un día en que el califa Harún Al-Raschid había oído encomiar el talento del músico cantor Hachem ben Soleimán, envió a buscarle. Y cuando introdujeron al cantor Harún le hizo sentarse delante de él y le rogó que le dejase oír alguna composición suya. Y Hachem cantó una cantilena de tres versos con tanto arte y tan hermosa voz, que el califa exclamó, en el límite del entusiasmo y del arrebato: "Has estado admirable, ¡oh hijo de Soleimán! ¡Alah bendiga el alma de tu padre!". Y lleno de gratitud, se quitó del cuello un magnífico collar enriquecido de esmeraldas y colgantes tan gordos como peras almizcladas, y lo puso en el cuello del cantor.
Y al contemplar aquella joya, Hachem, lejos de mostrarse satisfecho y alegre, nubló sus ojos con lágrimas. Y la tristeza anidó en su corazón e hizo amarillear su rostro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 985ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y al contemplar aquella joya, Hachem, lejos de mostrarse satisfecho y alegre, nubló sus ojos con lágrimas. Y la tristeza anidó en su corazón e hizo amarillear su rostro. Y Harún, que ni por asomo esperaba tal manifestación, se mostró muy sorprendido, y creyó que la joya no era del gusto del músico. Y le preguntó: "¿A qué vienen esas lágrimas y esa tristeza ¡oh Hachem!? Y si no te agrada ese collar, ¿por qué guardas un silencio molesto para mí y para ti?". Y el músico contestó: "¡Alah aumente Sus favores sobre la cabeza del más generoso de los reyes! Pero el motivo que hace correr lágrimas y abruma de tristeza mi corazón no es lo que tú crees, ¡oh mi señor! Y si me lo permites, te contaré la historia de este collar, y el porqué de que su vista me haya sumido en el estado en que me ves". Y Harún contestó: "Claro que te lo permito. Porque debe ser asombrosa en extremo la historia de ese collar que poseo como herencia de mis padres. Y tengo mucha curiosidad por saber lo que acerca de ello conoces tú y yo ignoro".
"Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que el incidente relativo a este collar data del tiempo de mi primera juventud. En aquella época vivía yo en el país de Scham, que es la patria de mi cabeza, el sitio donde nací.
"Una tarde, a la hora del crepúsculo, me paseaba a orillas de un lago, e iba vestido con el traje de los árabes del desierto de Scham, y con el rostro cubierto hasta cerca de los ojos por el litham. Y he aquí que me encontré con un hombre magníficamente vestido, acompañado, contra toda costumbre, por dos jóvenes soberbias, de una elegancia rara, que, a juzgar por los instrumentos musicales que llevaban, sin duda alguna eran cantarinas. Y de pronto reconocí en aquel paseante al califa El-Walid segundo de este nombre, que había dejado Damasco, su capital, para ir a cazar gacelas en nuestros parajes, por el lado del lago de Tabariah.
"Y por su parte, el califa, al verme, se encaró con sus acompañantes, y les dijo, sin querer que le oyesen más que ellas: "He ahí un árabe que llega del desierto, tan lleno de grosería y salvajismo. ¡Por Alah! voy a llamarle para que nos haga compañía y nos divirtamos un poco a costa suya". Y me hizo señas con la mano. Y cuando me acerqué, me mandó sentarme en la hierba, a su lado, enfrente de las dos cantarinas.
"Y he aquí que, por deseo del califa, que ni por asomo me conocía ni me había visto nunca, una de las jóvenes acordó su laúd, y con voz emocionante cantó una melopea compuesta por mí. Pero a pesar de toda su habilidad, cometió algunos errores ligeros, y hasta truncó el aire en varios pasajes. Y yo, no obstante la actitud reservada que me había impuesto, precisamente para no atraer sobre mí las chanzas a que el califa estaba dispuesto, no pude por menos de exclamar, dirigiéndome a la cantarina: "¡Te has equivocado, ¡oh mi señora! te has equivocado!".
Y al oír mis observaciones, la joven se echó a reír con una risa burlona, y dijo, encarándose con el califa: "Ya has oído ¡oh Emir de los Creyentes! lo que acaba de decirnos este árabe beduíno conductor de camellos. ¡No teme acusarnos de error el insolente!". Y El-Walid me miró con un aire burlón y disconforme a la vez, y me dijo: "¿Es en tu tribu ¡oh beduíno! donde te han enseñado el canto y el tañer delicado de los instrumentos musicales?". Y me incliné respetuosamente y contesté: "No, por tu vida, ¡oh Emir de los Creyentes! Pero, si no te opones, voy a probar a esta admirable cantarina que, a pesar de todo su arte, ha cometido algunos errores de ejecución". Y habiéndomelo permitido El-Walid, para ver qué hacía, dije a la joven: "Aprieta un cuarto la segunda cuerda y afloja otro tanto la cuarta. Y empieza el tono grave de la melodía. Y verás entonces cómo se resienten la expresión y el colorido de tu canto, y cómo algunos pasajes que has truncado ligeramente se resuelven por sí mismos".
"Y sorprendida al ver a un beduíno hablar de esta manera, la joven cantarina acordó su laúd en el tono que le indiqué, y recomenzó su canto. Y salió tan hermoso y tan perfecto, que ella misma quedó profundamente conmovida y asombrada a la vez. Y levantándose de pronto, se arrojó a mis pies, exclamando: "¡Por el Señor de la kaaba, juro que eres Hachem ben Soleimán!". Y como no estaba yo menos conmovido que la joven, ni contestaba, el califa me preguntó: "¿Eres verdaderamente quien dice ella?". Y contesté, descubriendo entonces mi cara: "Sí, ¡oh Emir de los Creyentes! soy tu esclavo Hachem el Tabariano".
"Y el califa quedó extremadamente satisfecho de conocerme, v me dijo: "Loado sea Alah, que te ha puesto en mi camino, ¡oh hijo de Soleimán! ¡Esta joven te admira más que a todos los músicos de este tiempo, y jamás me canta otra cosa que cantos y composiciones tuyas!". Y añadió: "¡Por tanto quiero que en adelante seas amigo y compañero mío!". Y le di las gracias y le besé la mano.
"Luego la joven que había cantado se encaró con el califa, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡después de este momento dichoso, tengo que hacerte una petición!". Y el califa dijo: "¡Puedes hacerla!". Ella dijo: "Te suplico que me permitas rendir homenaje a mi maestro, ofreciéndole una prueba de mi gratitud".
El califa dijo: "Desde luego; así debe ser". Entonces la encantadora cantarina desató el magnífico collar que llevaba, y que le había regalado el califa, y me lo puso al cuello, diciéndome: "¡Acéptalo como don de mi reconocimiento, y dispénsame que sea tan poca cosa!". Y precisamente aquel collar era el que de nuevo recibo hoy como presente de tu generosidad, ¡oh Emir de los Creyentes!
"He aquí ahora cómo salió de mi mano aquel collar, para volver a mí hoy...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 986ª NOCHE
Ella dijo:
" He aquí ahora cómo salió de mi mano aquel collar, para volver... a mí hoy, y por qué he llorado al verlo.
"En efecto, después de haber pasado cierto tiempo cantando, cuando refrescó la brisa del lago, El-Walid se levantó, y nos dijo: "Embarquémonos para pasear por el agua". Y al punto acudieron unos servidores que estaban distanciados, y trajeron una barca. Y el califa pasó a la barca el primero; luego yo. Y cuando le tocó el turno a la joven que me había hecho don del collar, adelantó una pierna para pasar a la barca. Pero como se había envuelto en su velo grande para que no la observaran los remeros, aquello la entorpeció y faltándole pie, cayó al lago, y antes de que hubiese tiempo de socorrerla, se fué al fondo del agua. Y a pesar de cuantas pesquisas hicimos, no logramos encontrarla. ¡Alah la tenga en Su compasión!
"Y fueron muy profundas la pena y la aflicción de El-Walid, y bañó su rostro el llanto. Y también yo derramé lágrimas amargas por la suerte de aquella infortunada joven. Y el califa, que había permanecido silencioso largo rato después de aquella catástrofe, me dijo: "¡Oh Hachem! para mi dolor sería un ligero consuelo entre mis manos el collar de esa pobre joven, como recuerdo de lo que para mí fué durante su corta vida. Pero Alah me libre de recogerte lo que te hemos dado. Te ruego, pues, que consientas en venderme ese collar".
"Y al punto entregué el collar al califa, quien, a nuestra llegada a la ciudad, hizo que me contaran treinta mil dracmas de plata, y me colmó de regalos preciosos.
"Y tal es, ¡oh Emir de los Creyentes! la causa que me hace llorar hoy. Y Alah el Altísimo, que desposeyó a los califas ommiadas del poder soberano en favor de los Beni-Abbas de los que eres gloriosa descendencia, ha permitido que este collar llegase a tus manos con la herencia de tus nobles antepasados, para volver a mí por este camino apartado".
Y Al-Raschid se emocionó mucho con este relato de Hachem ben Soleimán, y dijo: "¡Alah tenga en Su compasión a los que merecen compasión!". Y con esta fórmula general evitó pronunciar el nombre de uno de los individuos de la dinastía rival abatida".
Luego dijo el joven: "Puesto que hablamos de músicos y cantarinas, voy a contaros un rasgo, entre mil, de la vida del más célebre entre los músicos de todos los tiempos, Ishak ben Ibrahim, de Mossul". Y dijo:
ISHAK DE MOSSUL Y EL AIRE NUEVO
"Entre los diversos escritos de mano del músico-cantor Ishak ben Ibrahitn, de Mossul, que han llegado a nosotros, se halla éste. Dice Ishak: "Un día, según mi costumbre, entré en el aposento del Emir de los Creyentes Al-Raschid, y le encontré sentado en compañía de su visir El-Fadl y de un jeique del Hedjaz, el cual tenía una fisonomía hermosísima y un continente impregnado de nobleza y de gravedad. Y después de las zalemas por una y otra parte, me incliné discretamente hacia el visir El-Fadl y le pregunté el nombre de aquel jeique hedjaziense que me gustaba y a quien no había visto nunca. Y me contestó el visir: "Es el nieto del viejo poeta músico y cantor del Hedjaz, Maabad, cuya fama conoces". Y como yo me mostrara satisfecho de conocer al nieto de aquel viejo Maabad a quien tanto hube de admirar en mi juventud, El-Fadl me dijo al oído: "¡Oh Ishak! el jeique del Hedjaz que aquí ves, si te muestras amable con él te dará a conocer y aun te cantará todas las composiciones de su abuelo. Es complaciente, y está dotado de hermosa voz".
Entonces yo, queriendo experimentar su método y aprenderme de memoria los cantos antiguos que habían encantado mis años jóvenes, me mostré lleno de consideraciones para el hedjaziense; y tras de una amigable charla sobre diferentes cosas, le dije: "¡Oh nobilísimo jeique! ¿puedes recordarme cuántos cantos ha compuesto tu abuelo, el ilustre Maabad, honor del Hedjaz?". Y me contestó: "¡Sesenta, ni uno más ni uno menos!". Y le pregunté: "¿Sería pesar demasiado sobre tu paciencia rogarte que me dijeras cuál de esos sesenta cantos es el que más te gusta por su compás o por otros motivos?". Y me contestó: "Sin duda, y en todos sentidos, el canto cuadrigésimo tercero, que empieza con este verso:
¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah, mi Molaikah la de hermoso pecho!"
Y como si el simple recitado de aquel verso tuviera la virtud de excitar en él la inspiración, tomó de pronto el laúd de mi mano, y después de un ligerísimo preludio de acordes, cantó la cantilena consabida con una voz maravillosa, y nos hizo sentir aquella música nueva y tan antigua, con un arte, un encanto, una gracia y una emoción inexpresables. Y oyéndola, me estremecía yo de placer, deslumbrado, fuera de mí, en el límite del entusiasmo. Y como estaba seguro de mi facilidad para retener los aires nuevos, por muy complicados que fuesen, no quise repetir inmediatamente delante del jeique hedjaziense la cantilena deliciosa y tan nueva para mí que acababa él de hacerme oír. Y me limité a darle las gracias. Y se volvió él a Medina, su país, mientras yo salía del palacio, embriagado con aquella melodía.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 987* NOCHE
Ella dijo:
...Y se volvió a Medina, su país, mientras yo salía del palacio embriagado con aquella melodía.
Y al regresar a mi casa, cogí mi laúd, que estaba colgado en la pared, y lo templé y armonicé las cuerdas y tonos en los más pequeños detalles. Pero ¡por Alah! cuando quise repetir la música de aquel aire hedjaziense que me había emocionado tanto, no pude recordar la menor nota, ni siquiera el tono en que fué cantado, yo, que de ordinario retenía cantilenas de cien coplas oídas casi sin atención. Pero a la razón había caído entre mi memoria y aquella música un velo de algodón impenetrable, y no obstante todos mis esfuerzos de memoria, no pude repetir lo que tanto me preocupaba.
Y desde entonces, me esforcé día y noche en llamar a mi memoria aquella música, pero sin ningún resultado. Y renuncié con desesperación a mi laúd y a mis lecciones, y me dediqué a recorrer Bagdad, Mossul, Bassra y todo el Irak, preguntando por aquella música y por aquel canto a todos los cantores más viejos y a todas las cantarinas más ancianas; pero no conseguí encontrar nadie que conociera aquel aire o que me informara respecto al modo de dar con él.
Entonces al ver que todas mis pesquisas eran inútiles, para librarme de aquella obsesión resolví hacer un viaje al Hedjaz, a través del desierto, para ir a Medina en busca del jeique hedjaziense, y rogarle que me cantara otra vez la cantilena de su abuelo. Y cuando tomé esta resolución, me encontraba en Bassra paseándome a orillas del río. Y he aquí que se me acercaron dos mujeres jóvenes vestidas con trajes discretos y ricos aparentando ser mujeres de alto rango. Y cogieron la brida de mi asno y le pararon, saludándome.
Y muy fastidiado y sin pensar más que en mi cantilena hedjaziense, les dije en tono perentorio: "¡Dejadme! ¡dejadme!" Y quise recoger la brida de mi asno. Pero he aquí que una de ellas, sin levantarse el velo del rostro, me sonrió tras él, y me dijo: "Está bien; ¡oh Ishak! ¿cómo va ahora tu pasión por la hermosa cantilena de Maabad el Hedjaziense: ¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah!? ¿Has cesado ya de recorrer el mundo en busca suya?". Y añadió, antes de que yo tuviese tiempo de volver de mi sorpresa: "¡Oh Ishak! desde detrás de la celosía del harén te vi cuando el jeique hedjaziense cantaba en presencia del califa y de El-Fadl, y el encanto de la melodía antigua hacíate saltar y hacía danzar a las cosas inanimadas en torno a ti. ¡Qué entusiasmado estabas, ¡oh Ishak! Llevabas el compás con tus manos, meneando la cabeza y balanceándote dulcemente. Parecías ebrio. Estabas como loco".
Y al oír estas palabras, exclamé: "¡Ah! por la memoria de mi padre Ibrahim, te juro que ahora estoy más loco que nunca por ese canto rico y hermoso. ¡Ya Alah! ¿qué no daría yo por oírlo, incluso falseado, incluso truncado? ¡Una nota de ese canto por diez años de mi vida! ¡Mira por dónde, hablándome de ello, acabas de atizar cruelmente el fuego de mis penas y soplar en la brasa de mi desesperación!". Y añadí: "Por favor, dejad, dejad que me vaya. ¡Tengo prisa por preparar y organizar mi marcha inmediata al Hedjaz!".
Y al oír estas palabras, sin soltar la brida de mi asno, la joven se echó a reír con risa ruidosa, y me dijo: "Y si yo misma te cantara la cantilena hedjaziense: ¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah! ¿persistirías en partir para el Hedjaz?". Y contesté: "¡Por tu padre y por tu madre, ¡oh hija de gentes de bien! no tortures más a quien acecha la locura!".
Acto seguido, sujetando siempre la brida de mi asno, la joven entonó de pronto la cantilena que me tenía loco, y con una voz y con un método mil veces más hermoso que cuando en otro tiempo la oí de boca del hedjaziense. ¡Y el caso es que no había ella cantado más que a media voz! Y en el límite del transporte y de la dicha, sentí que una gran dulzura calmaba mi alma torturada. Y me apeé precipitadamente de mi asno, y me eché a los pies de la joven y le besé las iranos y la orla del traje. Y le dije: "¡Oh mi señora! soy tu esclavo, el comprado por tu generosidad. ¿Quieres aceptar mi hospitalidad? Y me cantarás la cantilena de Molaikah, y yo te cantaré todo el día y toda la noche. ¡Oh! ¡todo el día y toda la noche!". Pero ella me contestó: "¡Oh Ishak! conocemos tu carácter poco agradable y tu avaricia por tus composiciones. Sí, sabemos que ninguna de tus discípulas ha recibido y aprendido de ti y por ti ni un solo canto. Lo que saben se lo has comunicado y enseñado por mediación de extraños, como Alawiah, Wahdj El-Karah y Mukhrik. Pero de ti directamente ¡oh Ishak, celoso con exceso! nadie aprendió nunca nada". Luego añadió: "Por tanto, como sé que no eres lo bastante amable para tratarnos debidamente, es inútil ir a tu casa. Y puesto que deseas aprender el aire de Molaikah, ¿para qué ir tan lejos? Te lo cantaré gustosa hasta que te lo sepas". Y exclamé: "En cambio, ¡oh hija del cielo! yo verteré por ti mi sangre. Pero ¿quién eres? ¿Y cuál es tu nombre... ?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 988ª NOCHE
Ella dijo:
...Y exclamé: "En cambio, ¡oh hija del cielo! yo verteré por tí mi sangre. Pero ¿quién eres? ¿Y cuál es tu nombre?". Y ella me contestó: "Una simple cantarina entre las cantarinas que comprenden lo que dice el follaje al pájaro y la brisa al follaje. Pero soy Wahba. Aquella de quien habla el poeta en la cantilena que lleva mi nombre". Y cantó:
¡Oh Wahba! ¡sólo a tu lado habitan las delicias y la alegría!
¡Oh Wahba! ¡cuán embalsamada estaba tu saliva, que nadie más que yo ha probado!
¡Rara como son raras las fuentes del desierto, no has venido más que una vez a ofrecerme la copa de tus labios!
¡Ola Wahba! ¡no incites al gallo que sólo pone un huevo en su vida! ¡Ven a perfumar la morada!
¡Tráeme la delicia más dulce que el azúcar, ese néctar transparente como la luz y más ligero que el karkafa y el khandaris!
Y aquella encantadora cantilena, cuyas palabras eran del poeta Farruge, tenía un aire delicado que había compuesto la propia Wahba. Y con aquel canto acabó de transportar mi razón. Y tanto la supliqué, que hubo de aceptar el ir a mi casa con su hermana. Y nos pasamos todo el día y toda la noche en el éxtasis del canto y de la música. Y encontré en lla, sin disputa, la cantarina más admirable que oí nunca. Y su amor me penetró hasta el alma. Y acabó ella por hacerme el don de su carne, como me había hecho el de su voz. ¡Y adornó mi vida en los años dichosos que me concedió el Retribuidor!"
Luego dijo el joven rico: "He aquí ahora una anécdota referente a las danzarinas de los califas".
Y dijo:
LAS DOS DANZARINAS
"Había en Damasco, bajo el reinado del califa Abd El-Malek ben Merwán, un poeta-músico llamado Ibn Abu-Atik, que gastaba con locas prodigalidades cuanto le producían su arte y la generosidad de los emires y de la gente rica de Damasco. Así es que, no obstante las sumas considerables que ganaba, estaba en la inopia y a duras penas atendía a la subsistencia de su numerosa familia. Porque el oro en manos de un poeta y la paciencia en el alma de un amante son como agua en criba.
El poeta tenía por amigo a un íntimo del califa, Abdalah el chambelán. Y Abdalah, que ya había interesado cien veces en favor del poeta a los notables de la ciudad, resolvió atraer sobre él incluso el favor del califa. Un día, pues, que el Emir de los Creyentes estaba en disposición propicia a ello, Abdalah abordó la cuestión, y le describió la pobreza y la indigencia de aquel a quien Damasco y todo el país de Scham consideraban como el poeta-músico más admirable de la época. Y Abd El-Malek contestó: "Puedes enviármele".
Y Abdalah se apresuró a ir a anunciar la buena nueva a su amigo, repitiéndole la conversación que acababa de tener con el califa. Y el poeta dió las gracias a su amigo y fué a presentarse en palacio.
Y cuando se le introdujo, encontró al califa sentado entre dos soberbias danzarinas de pie, que se balanceaban dulcemente sobre su talle flexible, como dos ramas de ban, agitando cada una con una gracia encantadora, un abanico de hojas de palmera, con el cual refrescaban a su señor.
Y en el abanico de una de las danzarinas había escritos, con letras de oro y azul, los versos siguientes:
¡El soplo que traigo es fresco y ligero, y juego con el pudor rosado de las que acaricio!
¡Soy un velo cándido que oculta el beso de las bocas enamoradas! ¡Soy un recurso precioso para la cantarina que abre la boca y para el poeta que recita versos!
Y en el abanico de la segunda danzarina había escritos, también en letras de oro y azul, los versos siguientes:
¡Soy verdaderamente encantador en mano de las bellas, por lo que mi sitio predilecto es el palacio del Califa!
¡Renuncien a tenerme por amigo las que estén en desacuerdo con la gracia y la elegancia!
¡Pero también concedo con gusto mis caricias al jovenzuelo flexible y desenvuelto como una esclava hermosa!
Y cuando el poeta hubo contemplado a aquellas dos maravillosas muchachas, sintió un deslumbramiento y un estremecimiento profundo. Y de repente olvidó su miseria, sus tristezas, las privaciones de su familia y la cruel realidad. Y se creyó transportado en medio de las delicias del paraíso, entre dos huríes selectas. Y la belleza de ella hízolo mirar a todas las mujeres pasadas, de que le quedaba recuerdo, como feas y necias.
En cuanto al califa después de los homenajes y las zalemas, dijo al poeta: "¡Oh Ibn Abu-Atik! me ha impresionado la descripción que me ha hecho Abdalah de tu estado precario y de la miseria en que se encuntran sumidos los tuyos. Pídeme, pues, cuanto quieras; y te será concedido en esta hora y en este instante". Y el poeta, dominado por la emoción que le embargaba a la vista de las dos danzarinas no comprendió siquiera el sentido de las palabras del califa; y aunque lo hubiese comprendido, no se habría preocupado de pedir dinero o riquezas. Porque en aquel momento dominaba su espíritu una sola idea: la belleza de las dos danzarinas y el deseo de poseerlas para él solo y de embriagarse con sus ojos y su influencia.
Así es que respondió a la proposición generosa del califa: "¡Alah prolongue los días del Emir de los Creyentes! Pero tu esclavo ya está colmado de beneficios del Retribuidor. ¡Es rico, no carece de nada, vive como un emir! Sus ojos están satisfechos, su espíritu está satisfecho, su corazón está satisfecho. Y por otra parte, hallándome, como me hallo aquí, en presencia del sol y entre estas dos lunas, aunque estuviera en la más negra de las miserias y en la inopia absoluta, me
consideraría el hombre más rico del Imperio!"
Y el califa Abd El-Malek quedó extremadamente complacido de la respuesta, y al ver que los ojos del poeta expresaban vehementemente lo que no decía su lengua, se levantó y le dijo: "¡Oh Ibn Abu-Atik! estas dos jóvenes que ves aqui, y que hoy mismo me ha regalado el rey de los rums, son propiedad legal tuya y campo tuyo. Y puedes entrar en tu campo a tu antojo". Y salió.
Y el poeta cogió a las danzarinas y se las llevó a su casa.
Pero cuando Abdalah estuvo de vuelta en palacio, el califa le dijo: "¡Oh Abdalah! la descripción que te has servido hacerme con respecto a la indigencia y la miseria de ese poeta-músico amigo tuyo adolecía de manifiesta exageración. Porque él me ha afirmado que era perfectamente dichoso y que no carecía absolutamente de nada". Y Abdalah sintió que su rostro se cubría de confusión, y no supo qué pensar de aquellas palabras. Pero el califa repuso: "Pues si, por vida mía, ¡oh Abdalah! ese hombre se hallaba en un estado de dicha corno jamás lo vi en ninguna criatura". Y le repitió las hipérboles que le había endilgado el poeta-músico. Y Abdalah, medio enfadado, medio risueño, contestó: "¡Por vida de tu cabeza, ¡oh Emir de los Creyentes! ha mentido! ¡Ha mentido impúdicamente! ¡En buena posición él! ¡Pero si es el hombre más miserable, el más falto de todo! La contemplación de su mujer y de sus hijos haría temblar las lágrimas al borde de vuestros párpados. Créeme ¡oh Emir de los Creyentes! que no hay en tu Imperio nadie que tenga más necesidad que él del más ínfimo de tus beneficios". Y al oír estas palabras, el califa no supo qué pensar del poeta-músico.
Y Abdalah, en cuanto salió de ver al califa, se apresuró a ir a casa de Ibn Abu-Atik. Y le encontró expansionándose a su sabor con las dos hermosas danzarinas, sentada una en su rodilla derecha y la otra en su rodilla izquierda, frente a una bandeja, cubierta de bebidas . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 989ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y le encontró expansionándose a su sabor con las dos hermosas danzarinas, sentada una en su rodilla derecha y la otra en su rodilla izquierda, frente a una bandeja cubierta de bebidas. Y le interpeló con acento de mal humor, diciéndole: "¿En qué estabas pensando ¡oh loco! para desmentir ante el califa mis palabras con respecto a ti? Me has ennegrecido el rostro hasta darle el color más sombrío". Y contestó el poeta, en el límite del regocijo: "¡Ah amigo mío! ¿quién podría pregonar pobreza o cantar miseria en la situación en que me encontré de pronto? Si lo hubiera hecho habría sido una indecencia suprema; al menos por estas dos huríes, sino en mi propio interés".
Y así diciendo, tendió a su amigo una copa enorme en la cual sonreía un líquido perfumado con almizcle y alcanfor, y le dijo: "Bebe ¡oh amigo mío! ante los ojos negros. Los ojos negros son mi locura". Y añadió, señalando a las dos magníficas danzarinas: "Estas dos bienaventuradas son mi propiedad y mi riqueza. ¿Qué más podré desear, a riesgo de ofender la generosidad del Retribuidor?"
Y mientras que Abdalah, obligado a sonreír ante tanta ingenuidad, acercaba la copa a sus labios, el poeta-músico requirió su tiorba, y animándola con un preludio de repiqueteos, cantó:
¡Vivarachas, esbeltas y graciosas son las jovenzuelas! ¡Gacelas admirables, yeguas de flancos en tensión!
¡Sus hermosos senos redondos, hinchándose en su pecho, son dos copas de jade en un cielo luminoso!
¿Cómo no he de cantar? ¡Si a las montañas peladas se las hiciera beber lo que hacen beber estas gacelas, cantarían!
Y como antes, el poeta-músico continuó viviendo sin preocuparse del día siguiente, fiándose en el Destino y en el Dueño de las criaturas. Y las dos danzarinas le sirvieron de consuelo en los días malos y de dicha durante toda su vida".
Luego dijo el joven: "Esta tarde os diré aún la historia de LA CREMA DE ACEITE DE ALFÓNSIGOS".
LA CREMA DE ACEITE DE ALFONSIGOS
Y LA DIFICULTAD JURIDICA RESUELTA
"Bajo el reinado del califa Harún Al-Raschid, el kadí supremo de Bagdad era Yacub Abu-Yussef, el hombre más sabio y el jurisconsulto más profundo y más listo de su tiempo. Había sido el discípulo y el compañero más querido del imam Abu-Hanifah. Y dotado de la erudición más esclarecida, fué el primero que escribió, arregló y coordinó en un conjunto metódico y razonado la admirable doctrina instaurada por su maestro el imam. Y esta doctrina, extractada así, fué la que en adelante sirvió de guía y de base al rito ortodoxo hanefita.
Y por sí mismo nos cuenta él la historia de su origen humilde, así como lo concerniente a una crema de alfónsigos y a una grave dificultad jurídica resuelta.
Dice:
"Cuando murió mi padre (Alah le tenga en Su misericordia y le reserve un sitio escogido!) yo no era más que un niño pequeño en el regazo de mi madre. Y como éramos pobres y en mí estaba el único sostén de la casa, en cuanto crecí, mi madre se apresuró a colocarme de aprendiz en la casa de un tintorero del barrio. Y así empecé a ganar pronto para alimentar a mi madre.
Pero como Alah el Altísimo no había escrito en mi destino el oficio de tintorero, no podía yo decidirme a pasarme todos los días junto a las tinas de tinte. Y a menudo me escapaba de la tienda para ir a mezclarme con los atentos oyentes que escuchaban la enseñanza religiosa del imam Abu-Hanifah (¡Alah le colme con Sus dones más escogidos!). Pero mi madre, que vigilaba mi conducta y me seguía frecuentemente, reprobaba con violencia aquellas salidas, y muchas veces iba a sacarme de la asamblea que escuchaba al venerable maestro. Y me arrastraba de la mano, riñéndome y pegándome y me hacía volver por fuerza a la tienda del tintorero.
Y yo, a pesar de aquellas persecuciones asiduas y de aquellas regañinas por parte de mi madre, siempre encontraba medio de seguir con regularidad las lecciones del maestro venerado, que ya me conocía y me citaba por mi celo, mi diligencia y mi ardor en buscar instrucción. De modo que un día, furiosa por mis escapatorias de la tienda del tintorero, mi madre se puso a gritar en medio del auditorio escandalizado, y dirigiéndose violentamente a Abu-Hanifah, le insultó, diciéndole: "Tú eres ¡oh jeique! el causante de la perdición de este niño, y de la segura caída en el vagabundaje de este huérfano sin recurso alguno. Porque yo no tengo más que el producto insuficiente de mi huso; y si este huérfano no gana algo por su parte, pronto nos moriremos de hambre. Y la responsabilidad de nuestra muerte recaerá sobre ti el día del Juicio". Y mi venerado maestro no perdió nada de su tranquilidad ante tan violenta salida, y contestó a mi madre con voz conciliadora: "¡Oh pobre! ¡Alah te colme con Sus gracias! Pero nada temas. Este huérfano aprende aquí a comer un día la crema de flor fina preparada con aceite de alfónsigos". Y al oír esta respuesta mi madre quedó persuadida de que vacilaba la razón del venerable imam, y se marchó, arrojándole esta última injuria: "¡Alah abrevie tus días, que eres un viejo chocho y pierdes la razón!" Pero yo guardé en mi memoria aquellas palabras del imam.
Y como Alah había puesto en mi corazón la pasión del estudio, esta pasión resistió a todo, y acabó por triunfar en los obstáculos. Y uní fervientemente a Abu-Hanifah. Y el Donador me otorgó la ciencia y las ventajas que ésta proporciona, de modo que poco a poco fui ascendiendo en categoría, y acabé por alcanzar las funciones de kadí supremo de Bagdad. Y se me admitía en la intimidad del Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid, que con frecuencia me invitaba a compartir sus comidas.
Un día que estaba yo comiendo con el califa, he aquí que al final de la comida los esclavos trajeron una fuente grande donde temblaba una maravillosa crema blanca salpimentada de polvo de alfónsigos, y cuyo aroma, por sí solo, era un gusto. Y el califa se encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! prueba esto. No sale tan bien a diario este manjar. Hoy está excelente". Y pregunté: "¿Cómo se llama este manjar, ¡oh Emir de los Creyentes!? ¿Y con qué está preparado para tener tan buena vista y un olor tan agradable?" Y me contestó: "Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 990ª NOCHE
Ella dijo:
". . . Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos".
Y al oír esto, recordé las palabras de mi venerado maestro, que así había predicho lo que debía acontecerme. Y a este recuerdo, no pude por menos que sonreír. Y el califa me dijo: "¿Qué te incita a sonreír, ¡oh Yacub!? Y contesté: "Nada malo ¡oh Emir de los Creyentes! Es un simple recuerdo de mi infancia que cruza por mi espíritu, y le sonrío al paso". Y me dijo: "Date prisa a contármelo. Persuadido estoy de que será provechoso escucharlo".
Y para satisfacer el deseo del califa, le conté mi iniciación en el estudio de la ciencia, mi asiduidad en seguir la enseñanza de Abu-Hanifah, las desesperaciones de mi pobre madre al verme desertar de la tintorería, y la predicción del imam con respecto a la baluza con crema y aceite de alfónsigos.
Y Harún quedó encantado de mi relato, y concluyó: "Sí, ciertamente, el estudio y la ciencia dan siempre sus frutos, y son numerosas sus ventajas en el dominio humano y en el dominio de la religión. En verdad que el venerable Abu-Hanifah predecía con precisión y veía con los ojos de su espíritu lo que los demás hombres no podían ver con los ojos de su cabeza. ¡Alah le colme con Sus misericordias y con Sus gracias más perfumadas!'
Y esto es lo referente a la baluza de crema y aceite de alfónsigos. Pero he aquí ahora lo referente a la dificultad jurídica resuelta. Encontrándome un día fatigado, me metí temprano en la cama. Y ya me había dormido profundamente, cuando llamaron a golpazos en mi puerta. Y a toda prisa me levanté al oír el ruido, me abrigué los riñones con mi izar de lana, y fui a abrir yo mismo. Y reconocí a Harthamah, el eunuco de confianza del Emir de los Creyentes. Y le saludé. Pero él, sin perder tiempo en devolverme la zalema, lo cual me sumió en una gran turbación y me hizo presagiar sombríos acontecimientos por lo que a mí afectaba, me dijo con acento perentorio: "Ven en seguida a ver a nuestro amo el califa, que desea hablarte". Y tratando de dominar mi turbación, y procurando descifrar algo del asunto, contesté: "¡Oh querido Harthamah! Me hubiera gustado ver que tenías más consideraciones con un anciano enfermo como yo. La noche está ya muy avanzada, y no creo que realmente se trate de un asunto tan grave como para necesitar que vaya yo ahora al palacio del califa. Te ruego, pues, que esperes hasta mañana. Y desde ahora hasta entonces ya se habrá olvidado del asunto o cambiado de opinión el Emir de los Creyentes". Pero me contestó él: "No, ¡por Alah! no puedo diferir hasta mañana la ejecución de la orden que se me ha dado". Y pregunté: "¿Puedes decirme, al menos, ¡oh Harthamah! para qué me llama?" El contestó: "Ha venido su servidor Massrur a buscarme, corriendo y sin aliento, y me ha ordenado, sin darme ninguna explicación, que te llevara en seguida entre las manos del califa".
Entonces, en el límite de la perplejidad, dije al eunuco: "¡Oh Harthamah! ¿me permitirás, por lo menos, lavarme rápidamente y perfumarme un poco? Porque así, si se trata de un asunto grave, estaré arreglado como es debido; y si Alah el Optimo me otorga la gracia, como espero, de encontrar allí un asunto sin inconveniente para mí, estos cuidados de limpieza no podrán perjudicarme, sino muy al contrario".
Y cuando el eunuco accedió a mi deseo, subí a lavarme y a ponerme ropa adecuada y a perfumarme lo mejor que pude. Luego bajé otra vez a reunirme con el eunuco, y salimos a buen paso. Y al llegar a palacio vi que Massrur nos esperaba a la puerta. Y Harthamah le dijo, designándome: "He aquí al kadí". Y Massrur me dijo: "¡Ven!" Y le seguí. Y mientras le seguía, le dije: "¡Oh Massrur! tú, que ya sabes cómo sirvo a nuestro amo el califa, y a los miramientos que se deben a un hombre de mi edad y de mi cargo, y que no ignoras la amistad que siempre te he profesado, supongo que querrás decirme por qué me hace venir el califa a hora tan tardía de la noche". Y Massrur me contestó: "Ni yo mismo lo sé". Y le pregunté, más azorado que nunca: "¿Podrás decirme, al menos, quién hay con él?" Massrur me contestó: "No hay más que una persona: Issa, el chambelán, y en la habitación contigua la esposa del chambelán".
Entonces, renunciando a comprender más, dije: "¡Confío en Alah! ¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Todopoderoso, el Omnisciente!" Y llegado que hube al cuarto que precedía a la habitación en que por lo general estaba el califa, hice oír el movimiento de mi andar y el ruido de mis pasos. Y el califa preguntó desde dentro: "¿Quién hay en la puerta?" Y contesté al punto: "Tu servidor Yacub, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Y la voz del califa dijo: "¡Entra!"
Y entré. Y encontré a Harún sentado, con el chambelán Issa a su derecha. Y avancé, posteriormente; y le abordé con la zalema. Y con gran satisfacción mía, me devolvió él la zalema. Luego me dijo sonriendo: "¿Te hemos inquietado, molestado, acaso asustado?" Y contesté: "Solamente ¡oh Emir de los Creyentes! nos habéis asustado a mí y a los que he dejado en casa. ¡Por vida de tu cabeza, que todos estábamos azorados!" Y el califa me dijo con bondad: "Siéntate, ¡oh padre de la ley!" Y me senté, ligero, libre de mis aprensiones y de mi miedo. Y al cabo de algunos instantes, el califa me dijo: "¡Oh Yacub! ¿sabes por qué te hemos llamado aquí a esta hora de la noche?" Y contesté: "No lo sé, ¡oh Emir de los Creyentes!" Me dijo él: "¡Escuchas, pues! Y mostrándome a su chambelán Issa, me dijo: "Te he hecho venir ¡oh Abu-Yussef! para ponerte por testigo del juramento que voy a prestar. Has de saber, en efecto, que Issa, a quien ves aquí, tiene una esclava. Yo he pedido a Issa que me la ceda; pero él se ha excusado. Le he pedido entonces que me la venda pero se ha negado. Pues bien; ante ti, ¡oh Yacub! que eres el kadí supremo, juro por el nombre de Alah el Altísimo, el Exaltado, que si Issa persiste en no querer cederme su esclava de una manera o de otra, le haré matar sin remisión al instante".
Entonces yo, seguro del todo por lo que a mí afectaba, me encaré en actitud severa con Issa, y le dije: "¿Qué cualidades o qué virtud extraordinaria ha dado, pues, Alah a esa muchacha, esclava tuya, para que no quieras cedérsela al Emir de los Creyentes? ¿No ves que con tu negativa te pones en la situación más humillante, y que te degradas y te rebajas? Y sin mostrarse conmovido por mis exhortaciones, Issa me dijo: "¡Oh nuestro señor kadí! odiosa es la precipitación de los juicios. Antes de hacerme observaciones deberías inquirir el motivo que ha dictado mi conducta". Y le dije: "¡Sea! Pero ¿puede haber un motivo justificado para semejante negativa?" El me contestó: "¡Sí, por cierto! Un juramento no puede en ningún caso declararse nulo si se ha prestado con plena conformidad y en plena lucidez de espíritu. Pues yo tengo como impedimento la fuerza de un juramento solemne. Porque he jurado, por el triple divorcio y con la promesa de libertar cuantos esclavos de ambos sexos tengo en mi mano y comprometiéndome a distribuir todos mis bienes y riquezas a los pobres y a las mezquitas, he jurado, repito, a la joven en cuestión no venderla ni darla nunca ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 991ª NOCHE
Ella dijo:
".. . he jurado a la joven en cuestión no venderla ni darla nunca". Y al oír estas palabras, el califa se encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! ¿hay medio de resolver esta dificultad?" Y contesté sin vacilar: "Claro que sí, ¡oh Emir de los Creyentes!" Me preguntó él: "¿Y cómo?" Dije: "La cosa es muy sencilla. Para no faltar a su juramento, Issa te dará de regalo la mitad de la joven esclava que deseas; y te venderá la otra mitad. Y de esa manera quedará en paz con su conciencia, puesto que realmente ni te ha dado ni te ha vendido a la joven".
Y al oír estas palabras, Issa se encaró conmigo, muy dubitativo, y me dijo: "¿Y es lícito ese proceder, ¡oh padre de la ley!? ¿Es aceptable por la ley?" Y contesté: "¡Sin duda alguna!" Entonces alzó la mano incontinenti, y me dijo: "Pues bien; te pongo por testigo ¡oh kadí Yacub! de que, pudiendo así descargar mi conciencia, doy al Emir de los Creyentes la mitad de mi esclava y le vendo la otra mitad por la suma de cien mil dracmas de plata que me ha costado entera". Y Harún exclamó al punto: "Acepto el regalo, pero compro la segunda mitad por cien mil dinares de oro". Y añadió: "Que me traigan ahora mismo a la joven".
Y en seguida fué Issa a la sala de espera en busca de su esclava, al mismo tiempo que traían los sacos con los cien mil dinares de oro.
Y al punto introdujo a la joven su amo, que dijo: "Tómala, ¡oh Emir de los Creyentes! y que Alah te cubra con Sus bendiciones junto a ella. Es cosa tuya y propiedad tuya". Y tras de recibir los cien mil dinares, salió.
Entonces el califa se volvió hacia donde yo estaba, y me dijo con aire preocupado: "¡Oh Yacub! todavía queda por resolver otra dificultad. Y me parece ardua la cosa". Yo pregunté: "¿Qué dificultad es ésa, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Como ha sido esclava de otro, esta joven debe esperar un número previsto de días antes de pertenecerme, a fin de que tenga la certeza de no ser madre por influencia de su primer amo. Pero si no estoy con ella esta misma noche, tengo la seguridad de que me estallará de impaciencia el hígado, y moriré indudablemente".
Entonces, tras de reflexionar un instante, contesté: "La solución de la dificultad es muy sencilla, ¡oh Emir de los Creyentes! Esa ley no reza más que con la mujer esclava; pero no previene días de espera para la mujer libre. Liberta, pues, en seguida a esta esclava, y cásate con ella cuando sea mujer libre". Y con el rostro transfigurado de alegría, exclamó Al-Raschid: "¡Liberto a mi esclava!" Luego me preguntó, súbitamente inquieto: "Pero ¿quién va a casarnos legalmente a hora tan tardía? Porque quiero estar con ella ahora, en seguida". Y contesté "Yo mismo, ¡oh Emir de los Creyentes! os casaré legalmente ahora".
Y llamé para testigos a los dos servidores del califa, Massrur y Hossein. Y cuando estuvieron presentes, recité las plegarias y las fórmulas de invocación, dije la alocución ritual, y después de dar gracias al Altísimo pronuncié las palabras de unión. Y estipulé que el califa, como es de rigor, debía pagar a la novia una dote nupcial, que fijé en la suma de veinte mil dinares.
Luego, cuando trajeron aquella suma y se la entregaron a la desposada, me dispuse a retirarme. Pero el califa alzó la cabeza hacia su servidor Massrur, quien dijo al punto: "A tus órdenes, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y Harún le dijo: "Lleva en seguida a casa del kadí Yacub, por las molestias que le hemos causado, la suma de doscientos mil dracmas y veinte ropones de honor". Y salí, después de dar las gracias, dejando a Harún en el límite del júbilo. Y se me acompañó a mi casa con el dinero y los ropones.
Y he aquí que, en cuanto llegué a mi casa, vi entrar a una dama anciana, que me dijo: "¡Oh Abu-Yussef! la bienaventurada a quien acabas de libertar y a quien has unido con el califa, dándole por ello el título y la categoría de esposa del Emir de los Creyentes, es ya hija tuya, y me envía a prestarte sus zalemas y sus votos de dicha. Y te ruega que aceptes la mitad de la dote nupcial que le ha entregado el califa. Y se excusa por no poder corresponder de mejor manera por el momento, en vista de lo que has hecho por ella. Pero ¡inschalah! algún día podrá demostrarte mejor aún su gratitud".
Y así diciendo, puso ante mí diez mil dinares de oro, que eran la mitad de la dote pagada a la joven, me besó la mano y se fué por su camino.
Y di gracias al Retribuidor por sus beneficios y por haber tornado, aquella noche, la perplejidad de mi espíritu en alegría y en contento. Y bendije en mi corazón la memoria venerada de mi maestro Abu-Hanifah, cuya enseñanza me inició en todas las sutilezas del código canónico y del código civil. ¡Alah le cubra con Sus dones y con Sus gracias!"
Luego dijo el joven rico: "Escuchad ahora ¡oh amigos míos! la historia de LA JOVEN ARABE DE LA FUENTE".
Y dijo:
LA JOVEN ARABE DE LA FUENTE
"Cuando recayó el poder califal en Al-Mamún, hijo de Harún Al-Raschid, aquello fué una bendición para el Imperio. Porque Al-Mamún, que sin disputa fué el califa más brillante y más ilustrado entre todos los Abbassidas, fecundó las comarcas musulmanas con la paz y la justicia, protegió eficazmetne y honró a los sabios y a los poetas, y lanzó a nuestros padres árabes al meidán de las ciencias. Y a pesar de sus inmensas ocupaciones y de sus jornadas invertidas en el trabajo y el estudio, sabía disponer de horas para los regocijos, las alegrías y los festines. Y para los músicos y las cantarinas eran muchas de sus sonrisas y muchos de sus beneficios. Y sabía escoger, para hacer de ellas sus esposas legales y las madres de sus hijos, a las mujeres más inteligentes, más ilustradas y más bellas de su tiempo. Y he aquí, por cierto, entre otros veinte, un ejemplo de la manera cómo se conducía Al-Mamún para fijar su predilección en una mujer y escogerla para esposa.
Un día, en efecto, volviendo de una montería con una escolta de jinetes, llegó a una fuente. Y había allí una joven árabe que disponíase a cargar en sus hombros un odre que acababa de llenar en la fuente. Y aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encantadora de cinco palmos y de un pecho moldeado en el molde de la perfección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena en una noche de luna llena ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 992ª NOCHE
Ella dijo:
. . . Y aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encantadora de cinco palmos y de un pecho moldeado en el molde de la perfección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena en una noche de luna llena.
Cuando la joven vió llegar a aquella brillante tropa de jinetes, se apresuró a cargarse el odre al hombro y a retirarse. Pero como, en su precipitación no había tenido tiempo de atar bien la boca del cuello del odre, se desató la cuerda a los pocos pasos, y se salió el agua del odre con estrépito. Y gritó la joven, volviéndose adonde se alzaba su vivienda: "¡Padre mío, padre mío, ven a tapar la boca del odre! ¡Me ha fallado la boca! ¡Ya no puedo dominar la boca!"
Y fueron dichas por la joven árabe estas tres indicaciones, gritadas a su padre, con una selección de palabras tan elegantes y una entonación tan encantadora, que el califa, maravillado, se paró en seco. Y mientras la joven, sin ver llegar a su padre, tapaba el odre para no mojarse, el califa avanzó hacia ella y le dijo: "¡Oh niña! ¿de qué tribu eres?" Y contestó ella con su voz deliciosa: "Soy de la tribu de los Bani-Kilab". Y Al-Mamún, que sabía muy bien que aquella tribu de los Bani-Kilab era una de las más nobles entre los árabes, quiso hacer un juego de palabras para poner a prueba el carácter de la joven, y le dijo: "¿Cómo se te ha ocurrido ¡oh hermosa niña! pertenecer a la tribu de los hijos de perro?" Y la joven miró al califa con aire burlón, y contestó: "¿Es verdad, no conoces el significado real de las palabras? ¡Sabe ¡oh extranjero! que la tribu de los Bani-Kilab, de que soy hija, es la tribu de los que saben ser generosos y sin reproche, de los que saben ser magníficos con los extranjeros, y de los que saben, en fin, dar buenos sablazos, si hay necesidad!" Luego añadió: "Pero dime cuáles son tu linaje y tu genealogía, ¡oh caballero que no eres de aquí!" Y el califa, cada vez más maravillado del giro de lenguaje de la joven árabe, le dijo, sonriendo: "¿Acaso tienes, además de tus encantos, conocimientos y genealogía, ¡oh hermosa niña!?" Y ella dijo: "¡Contesta a mi pregunta y ya lo verás!" Y Al-Mamún, enardecido por el juego, se dijo: "¡Voy a ver si, en efecto, esta árabe conoce nuestro origen!" Y dijo: "Pues bien: has de saber que soy del linaje de los Mudharidas-al-rojo". Y la joven árabe, que sabía muy bien que el origen de aquel apelativo de los Mudharidas venía del color rojo de la tienda de cuero que en los tiempos antiguos poseía Mudlar padre de todas las tribus mudharidas, no se mostró sorprendida de las palabras del califa, y le dijo: "Está bien; pero dime de qué tribu de los Mudharidas eres". El contestó: "De la más ilustre, la más excelente en paternidad y maternidad, la más grande en antepasados gloriosos, la más respetada entre los Mudharidas-al-rojo". Y dijo ella: "¡Entonces eres de la tribu de los Kinanidas!" Y Al-Mamún, sorprendido, contestó: "¡Es verdad! ¡soy de la gran tribu de los Bani-Kinanah!" Y ella sonrió, y preguntó: "Pero ¿a qué rama de los Kinamidas perteneces?" El contestó: "¡A aquella cuyos hijos son los más nobles de sangre, los más puros de origen, los de manos generosas, los más temidos y reverenciados entre sus hermanos!" Y ella dijo: "Por esas señas, me parece que eres de los Koreischidas". Y Al-Mamún, cada vez más maravillado, contestó: "Tú lo has dicho: soy de los Bani-Koreich". Y ella repuso: "Pero los Koreischidas son numerosos. ¿De qué rama eres tú?" El contestó: "¡De aquella sobre la que ha descendido la bendición!" Y exclamó la joven: "¡Por Alah! que eres de los descendientes de Haschem el Koreischida, bisabuelo del Profeta (¡con El la plegaria y la paz!) Y Al Mamún contestó: "Ea cierto; soy Haschemida". Ella preguntó: "Pero ¿de qué familia de los Haschemidas?" El contestó: "¡De la que está más alta, de la que es honor y gloria de los Haschemidas, de la que es venerada por cuantos creyentes hay sobre la tierra!" Y al oír esta respuesta, la joven árabe se prosternó de pronto y besó la tierra entre las manos de Al-Mamún, exclamando: "¡Homenaje y veneración al Emir de los Creyentes, al Vicario del Señor del Universo, al glorioso Al-Mamún el Abbassida!"
Y el califa quedó asombrado, profundamente conmovido, y exclamó, penetrado de una alegría indecible: "¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que quiero por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está escrito en mi destino . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 993ª NOCHE
Ella dijo:
"... ¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que quiero por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está escrito en mi destino".
Y al punto hizo llamar al padre de la joven, el cual era precisamente el jeique de la tribu. Y le pidió en matrimonio a la admirable niña. Y cuando obtuvo su consentimiento, le ofreció, como dote nupcial de su hija, la suma de cien mil dinares de oro, y le inscribió a su nombre la renta de los impuestos de cinco años de todo el Hedjaz.
Y el matrimonio de Al-Mamún con la noble joven se celebró con una pompa que no había tenido igual ni siquiera bajo el reinado de Al-Raschid. Y la noche de bodas, Al-Mamún hizo que la madre derramase en la cabeza de la hermosa niña mil perlas contenidas en una bandeja de oro. Y en la cámara nupcial hizo quemar una inmensa antorcha de ámbar gris que pesaba cuarenta minas y se había comprado con la suma que produjeron los impuestos de Persia de un año.
Y Al-Mamún fué, para su esposa árabe, todo corazón y todo apego. Y le dió ella un hijo, que llevó el nombre de Abbas. Y se la contó en el número de las mujeres más asombrosas, más instruídas y más elocuentes del Islam".
Y tras de contar esta historia, el joven rico dijo a sus oyentes, que estaban reunidos bajo la cúpula del libro: "Voy a deciros otro rasgo de la vida de Al-Mamún, pero muy distinto al anterior:
EL INCONVENIENTE DE LA INSISTENCIA
"Cuando el califa Mohammad El-Amín, hijo de Harún Al-Raschid y de Zobeida, fué asesinado, después de su derrota, por orden del general en jefe del ejército de Al-Mamún, cuantas provincias acataron hasta entonces a El-Amín se apresuraron a someterse a su hermano Al-Mamún, hijo de Al-Raschid y de una esclava llamada Marahil. Y Al-Mamún inauguró su reinado con amplias medidas de clemencia para sus antiguos enemigos. Y tenía costumbre de decir: "Si mis enemigos supieran toda la bondad de mi corazón, vendrían todos a entregarse a mí, declarando sus crímenes".
Y he aquí que la cabeza y la mano directora de todos los sinsabores que se habían hecho sufrir a Al-Mamún, en vida de su padre Al-Raschid y de su hermano El-Amín, no eran otras que las de la propia Sett Zobeida, esposa de Al-Raschid. Así es que cuando Zobeida se enteró del fin lamentable de su hijo, pensó primero refugiarse en el territorio sagrado de la Meca, para rehuir la venganza de Al-Mamún. Y estuvo dudando mucho tiempo qué partido tomar. Luego decidióse bruscamente a entregar su suerte entre las manos de aquel a quien había hecho desheredar y gustar durante largo tiempo la amargura de la mirra. Y le escribió la carta siguiente: "Toda culpa, ¡oh Emir de los Creyentes! por muy grande que sea, resulta poca cosa mirada por tu clemencia, y todo crimen se torna en simple error ante tu magnanimidad.
"La que te envía esta súplica te ruega que recuerdes una memoria cara, y perdones, pensando en el que se mostraba tierno con la suplicante de hoy.
"Por tanto, si quieres apiadarte de mi debilidad y de mi desamparo, y ser misericordioso con quien no merece misericordia, obrarás de acuerdo con el espíritu del que, si todavía estuviera con vida, habría sido mi intercesor contigo.
"¡Oh hijo de tu padre! acuérdate de tu padre; y no cierres tu corazón a la plegaria de la viuda abandonada".
Cuando el califa Al-Mamún tuvo conocimiento de esta carta de Zobeida, se le apiadó el corazón y quedó profundamente conmovido; y lloró por la fúnebre suerte de su hermano El-Amín y por el estado lamentable de la madre de El-Amín. Luego se levantó y contestó a Zobeida lo que sigue:
"Tu carta ¡oh madre mía! ha llegado adonde tenía que llegar, y ha encontrado a mi corazón desmenuzado de pena por tus desdichas. Y Alah es testigo de que mis sentimientos son, respecto a la viuda de aquel cuya memoria nos es sagrada, los sentimientos de un hijo para con su madre.
"Nada puede la criatura contra los designios del Destino. Pero yo he hecho lo que pude por atenuar tus dolores. Acabo, en efecto, de dar orden para que se te restituyan tus dominios confiscados, tus propiedades, tus bienes y cuanto te arrebató la suerte contraria, ¡oh madre mía! Y si quieres volver en medio de nosotros, encontrarás de nuevo tu antiguo estado y el respeto y la veneración de todos tus súbditos.
"Y sabe ¡oh madre mía! que no has perdido más que el rostro del que se halla en la misericordia de Alah. Porque en mí te queda un hijo más afectuoso de lo que nunca desearas.
"Y sean contigo la paz y la seguridad ...
En este momento de su narración, Scherazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 994ª NOCHE
Ella dijo:
... Y sean contigo la paz y la seguridad".
Así es que cuando Zobeida fué, con los ojos llenos de lágrimas y desfalleciente, a arrojarse a sus pies, se levantó él en honor suyo y le besó la mano y lloró en su seno. Luego le devolvió todas sus antiguas prerrogativas de esposa de Al-Raschid y de princesa de sangre abbassida, y la trató hasta el fin de su vida como si hubiese él sido hijo de sus entrañas. Pero, a pesar de la ilusión del poderío, Zobeida no podía olvidar lo que había sido y las torturas de su corazón al tener noticia de la muerte de El-Amín. Y hasta su muerte guardó en el fondo de su pecho una especie de rencor que, por muy cuidadosamente oculto que estuviera, no escapaba a la perspicacia de Al-Mamún.
Y por cierto que bastantes veces le dió que sufrir a Al-Mamún, que no se quejaba de ello, aquel estado de hostilidad sorda. Y he aquí un rasgo que, mejor que todo comentario, prueba el rencor continuo de aquella a quien nada podía consolar.
Un día, en efecto, habiendo entrado Al-Mamún en el aposento de Zobeida, la vió de pronto mover los labios y murmurar algo, mirándole. Y como no podía entender lo que pronunciaba ella entre dientes, le dijo: "¡Oh madre mía! me parece que te dedicas a maldecirme, pensando en tu hijo asesinado por los herejes persas y en mi advenimiento al trono que ocupaba él. Y sin embargo, sólo Alah ha dictado nuestros destinos".
Pero Zobeida se escandalizó, diciendo: "No, por la memoria sagrada de tu padre, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Lejos de mí tales tendencias!" Y Al-Mamún le preguntó: "¿Puedes decir, entonces, qué murmurabas entre dientes mirándome?" Pero ella bajó la cabeza, como una persona que no quiere hablar, por respeto a su interlocutor, y contestó: "Excúseme el Emir de los Creyentes, y dispénseme de decirle el motivo de lo que me pregunta". Pero Al-Mamún, poseído de viva curiosidad, se puso a insistir mucho y a acosar a Zobeida con preguntas, de modo que, cuando no tuvo más remedio, acabó ella por decirle: "Pues bien; helo aquí. Maldecía de la insistencia, murmurando: "¡Alah confunda a los individuos importunos, afligidos del vicio de la insistencia!"
Y Al-Mamún le preguntó: "Pero ¿con qué motivo o a qué recuerdo lanzabas esa reprobación?" Y Zobeida contestó: "¡Ya que quieres saberlo absolutamente, helo aquí!" Y dijo:
"Has de saber, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que un día en que había jugado al ajedrez con tu padre el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, perdí la partida. Y tu padre me impuso la sentencia de dar la vuelta al palacio y a los jardines, toda desnuda, a media noche. Y a pesar de mis ruegos y súplicas, puso una insistencia singular en hacerme pagar aquella apuesta, sin querer aceptar otra sentencia. Y me vi obligada a ponerme desnuda y a hacer la cosa a que me condenaba. Y cuando acabé, estaba loca de rabia y medio muerta de cansancio y frío.
"Pero al día siguiente, a mi vez, le gané en el ajedrez. Y a la sazón me tocó a mi imponer condiciones. Y después de reflexionar un instante y buscar en mi espíritu lo que pudiese ser para él más desagradable, le condené, con conocimiento de causa, a que pasara la noche en brazos de la esclava más fea y más sucia entre las esclavas de la cocina. Y como la que reunía aquellas condiciones era la esclava llamada Marahil, se la indiqué como resultado de la partida y expiación de su derrota. Y para cerciorarme de que las cosas ocurrirían sin trampas por su parte, yo misma le conduje al cuarto fétido de la esclava Marahil, y le obligué a echarse a su lado y hacer con ella durante toda la noche lo que tanto le gustaba hacer con las hermosas concubinas que le regalaba yo tan a menudo. Y por la mañana se hallaba en un estado lamentable y con un olor espantoso.
"Ahora debo decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que tú naciste precisamente de la cohabitación de tu padre con aquella esclava horrible y de sus volteretas con ella en el cuarto contiguo a la cocina.
"Y así fue cómo, sin saberlo, con tu venida al mundo fui causante de la perdición de mi hijo El-Amín y de todas las desdichas que se abatieron sobre nuestra raza en estos últimos años.
"Nada de eso habría sucedido si no hubiese yo insistido tanto con tu padre para obligarle a revolcarse con aquella esclava, y si él no hubiese estado, por su parte, tan lleno de insistencia para obligarme a hacer lo que ya te he contado.
"Y esto es ¡oh Emir de los Creyentes! el motivo que me hacía murmurar maldiciones contra la insistencia y contra los importunos".
Y cuando hubo oído aquello, Al-Mamún se apresuró a despedirse de Zobeida para ocultar su confusión. Y se retiró, diciéndose: "¡Por Alah, que merezco la lección que acaba de darme! Sin mi insistencia no se me habría recordado aquel incidente desagradable".
Y el joven dueño de la cúpula del libro, tras de contar todo esto a sus oyentes e invitados, les dijo: "Haga Alah ¡oh amigos míos! que haya podido yo servir de intermediario entre la ciencia y vuestros oídos. Ahí tenéis parte de las riquezas que, sin gastos ni peligros, se pueden acumular dedicándose a los libros y al cultivo del estudio. No os diré más por hoy. Pero en otra ocasión ¡inschalah! os mostraré otra fase de las maravillas que nos han sido transmitidas como la herencia más preciosa de nuestros padres".
Y tras de hablar así, dió a cada uno de los presentes cien monedas de oro y una pieza de tela de valor, para recompensarles por su atención y corresponder a su celo por instruirse. Porque decía: "Hay que estimular las buenas disposiciones y facilitar el camino a las gentes bien intencionadas".
Luego, después de haberlos regalado con una excelente comida, en la que no se olvidó nada delicado, los despidió en paz.
Y esto es lo referente a todos ellos. ¡Pero Alah es más sabio!
Y cuando Schehrazada acabó de contar esta larga serie de historias admirables, se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada, cuánto me has instruido! Pero sin duda te has olvidado de hablarme del visir Giafar. Y hace ya mucho tiempo que anhelo oírte contarme cuanto sepas respecto a él. Porque en verdad que ese visir se parece exextraordinariamente en sus cualidades a mi gran visir, padre tuyo. Y por eso quiero con tanto ahínco saber por ti la verdad de su historia, con todos sus detalles, ya que debe ser admirable".
Pero Schehrazada bajó la cabeza y contestó: "¡Alah aleje de nosotros la desgracia y la calamidad, ¡oh rey del tiempo! y tenga en Su compasión a Giafar el Barmakida y a toda su familia! Por favor, dispénsame de contarte su historia, porque está llena de lágrimas. ¡Ay! ¿quién no llorará el relato del fin de Giafar, de su padre Yahía, de su hermano El-Fadl y de todos los Barmakidas? ¡En verdad que su fin es lamentable( y al mismo granito enternecería!" Y dijo el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada! cuéntamelo, a pesar de todo. ¡Y Alah aleje de nosotros al Maligno y la desgracia!"
Entonces dijo Schehrazada:
EL FIN DE GIAFAR Y DE LOS BARMAKIDAS