LA MERIENDA
A los tres cerditos les gustaba mucho ir de merienda a casa de sus amigos,
los animales del bosque. Cerdito Prudente dijo a sus hermanos:
- Bueno, chicos. Yo me voy por delante. Así ayudaré un poco a nuestros amigos. Pero no os entretengáis demasiado.
Cerdito Prudente afiló su cuchillo que le serviría para abrir las nueces, y Pian Pianito se fue hacia
el bosque de las ardillas.
Sus hermanos, cuando tuvieron las cestas bien repletas de golosinas, salieron de su casita, la que
cerraron muy bien por si el lobo se le ocurría hacer alguna de sus visitas de ladrón, y se fueron
también por el caminito, cogidos de la mano.
Pero el lobo feroz los había visto salir con los apetitosos cestitos, y como conocía sus costumbres, adivinó que iban de merienda a casa de algunos amigos.
- Pues esta merienda no será Don Lobo quien se la pierda.
Se fue corriendo a su choza, y con los trajes que había robado al espantapájaros, se disfrazó de ladrón poniéndose un pañuelo en la cara y el sombreo muy metido hasta los ojos. Los pobres cerditos se llevaron un susto muy grande al ver aquel ladrón tan grandote plantado en medio del camino.
El lobo, muy satisfecho de lo bien que le estaba saliendo y lo fácilmente que se iba a ganar la estupenda merienda, gruñó con voz terrible:
- Dejad vuestras cestas en medio del camino y largaos corriendo si no queréis que os coma a vosotros también.
Al verlos llegar aterrorizados, cerdito Prudente se figuró en seguida lo que había ocurrido.
- Siempre os sucede lo mismo. Si hubiérais venido conmigo...
Las ardillas empezaron a temblar y además, estaban muy tristes, pues ya habían soñado con darse una opípara merienda.
Cerdito Prudente decidió entonces:
- Vamos a recuperar las cestitas y darle una lección a ese bandido.
- ¡Ay, no! Yo tengo miedo.
- ¿No os da vergüenza? ¿Y no os dan lástima nuestras pobres amigas, que luego de trabajar todo el día van a quedarse sin merienda?
Cerdito Prudente, sin hacer el menor caso del miedo de los pequeños, empezó a dar órdenes.
- Usted, abuelita ardilla, ¿puede prestarme una sábana? No tardaré en devolvérsela.
Abuelita trajo la sábana y cerdito continuó:
- Ahora tú, Chinito; súbete encima de mí y Chanchito encima de ti.
-¡Tenemos miedo! - chillaban los dos pequeños - Pero el mayor no les hizo caso.
- Vamos, vamos; antes de que el lobo se coma toda la merienda.
Subidos uno encima de otro, se envolvieron con la sábana y encima de todo se pusieron una calabaza a la que antes las ardillas
le pintaron una cara.
- En marcha.
No tardaron en encontrar al lobo, que estaba oliendo las cestitas sin saber por cuál empezar.
- ¡Arriba las manos, ladrón! - tronó el extraño fantasma dejando al lobo petrificado, pero en seguida cayó de rodillas ante el fantasma.
- Perdón, perdón. Aquí tiene mi comida, señor fantasma. Que...que... le aproveche. Yo... yo... No me haga nada, por favor.
- No te haré nada si me prometes no volver a merodear por estos lugares, pero sino... te acordarás de mí.
Ni siquiera esperó al final el ladrón lobo. Echó a correr y nunca más se le vio por aquellos lugares.
Y los cerditos y las ardillas celebraron la fiesta y se rieron mucho de la jugarreta que la habían hecho al malvado lobo.
FIN
los animales del bosque. Cerdito Prudente dijo a sus hermanos:
- Bueno, chicos. Yo me voy por delante. Así ayudaré un poco a nuestros amigos. Pero no os entretengáis demasiado.
Cerdito Prudente afiló su cuchillo que le serviría para abrir las nueces, y Pian Pianito se fue hacia
el bosque de las ardillas.
Sus hermanos, cuando tuvieron las cestas bien repletas de golosinas, salieron de su casita, la que
cerraron muy bien por si el lobo se le ocurría hacer alguna de sus visitas de ladrón, y se fueron
también por el caminito, cogidos de la mano.
Pero el lobo feroz los había visto salir con los apetitosos cestitos, y como conocía sus costumbres, adivinó que iban de merienda a casa de algunos amigos.
- Pues esta merienda no será Don Lobo quien se la pierda.
Se fue corriendo a su choza, y con los trajes que había robado al espantapájaros, se disfrazó de ladrón poniéndose un pañuelo en la cara y el sombreo muy metido hasta los ojos. Los pobres cerditos se llevaron un susto muy grande al ver aquel ladrón tan grandote plantado en medio del camino.
El lobo, muy satisfecho de lo bien que le estaba saliendo y lo fácilmente que se iba a ganar la estupenda merienda, gruñó con voz terrible:
- Dejad vuestras cestas en medio del camino y largaos corriendo si no queréis que os coma a vosotros también.
Al verlos llegar aterrorizados, cerdito Prudente se figuró en seguida lo que había ocurrido.
- Siempre os sucede lo mismo. Si hubiérais venido conmigo...
Las ardillas empezaron a temblar y además, estaban muy tristes, pues ya habían soñado con darse una opípara merienda.
Cerdito Prudente decidió entonces:
- Vamos a recuperar las cestitas y darle una lección a ese bandido.
- ¡Ay, no! Yo tengo miedo.
- ¿No os da vergüenza? ¿Y no os dan lástima nuestras pobres amigas, que luego de trabajar todo el día van a quedarse sin merienda?
Cerdito Prudente, sin hacer el menor caso del miedo de los pequeños, empezó a dar órdenes.
- Usted, abuelita ardilla, ¿puede prestarme una sábana? No tardaré en devolvérsela.
Abuelita trajo la sábana y cerdito continuó:
- Ahora tú, Chinito; súbete encima de mí y Chanchito encima de ti.
-¡Tenemos miedo! - chillaban los dos pequeños - Pero el mayor no les hizo caso.
- Vamos, vamos; antes de que el lobo se coma toda la merienda.
Subidos uno encima de otro, se envolvieron con la sábana y encima de todo se pusieron una calabaza a la que antes las ardillas
le pintaron una cara.
- En marcha.
No tardaron en encontrar al lobo, que estaba oliendo las cestitas sin saber por cuál empezar.
- ¡Arriba las manos, ladrón! - tronó el extraño fantasma dejando al lobo petrificado, pero en seguida cayó de rodillas ante el fantasma.
- Perdón, perdón. Aquí tiene mi comida, señor fantasma. Que...que... le aproveche. Yo... yo... No me haga nada, por favor.
- No te haré nada si me prometes no volver a merodear por estos lugares, pero sino... te acordarás de mí.
Ni siquiera esperó al final el ladrón lobo. Echó a correr y nunca más se le vio por aquellos lugares.
Y los cerditos y las ardillas celebraron la fiesta y se rieron mucho de la jugarreta que la habían hecho al malvado lobo.
FIN